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DESTROY ME [SHATTER ME §

1.5]
The Juliette's Chronicles Nº1

Vamos conociendo qué piensa y qué


siente Juliette. Pero ¿qué ocurre con
Warner? ¿Es capaz de algo más que sentir
indiferencia, odio y placer ante el
sufrimiento?
Dejemos que nos lo cuente él mismo.

 
 
 
Traductor: No Oficial
Autor: Taheret Mafi
ISBN: 9780062208194
Generado con: QualityEbook v0.70
DESTROY
ME
Sinopsis

EN Shatter Me de Tahereh Mafi, Juliette escapó del


Reestablecimiento seduciendo a Warner… y luego
disparándole en el hombro. Pero como aprenderá en
Destroy Me, no es tan fácil deshacerse de Warner…
De vuelta a la base y recuperándose de su herida casi
fatal, Warner debe hacer todo lo posible para mantener a
sus soldados bajo control y suprimir cualquier mención de
una rebelión en el sector. Aún tan obsesionado con Juliette
como siempre, su primera prioridad es encontrarla, traerla
de vuelta, y deshacerse de Adam y Kenji, los dos traidores
que la ayudaron a escapar. Pero cuando el padre de Warner,
el Supremo Comandante del Reestablecimiento, llega para
corregir los errores de su hijo, está claro que tiene planes
diferentes para Juliette. Planes que Warner simplemente no
puede permitir.
 
Narrada después de Shatter Me y antes de Unravel Me,
Destroy Me es una novela contada desde la perspectiva de
Warner, el despiadado líder del Sector 45.
 
Título Original: Destroy Me
Copyright © 2012 by Tahereh Mafi
Epub Edition © AUGUST 2012
ISBN: 9780062208194
Prólogo

ME han disparado.
Y resulta que una herida de bala es más incómoda de lo
que había imaginado.
Mi piel está fría y húmeda; estoy haciendo un esfuerzo
hercúleo para respirar. La tortura está ahogando mi brazo
derecho y haciéndome difícil concentrarme. Tengo que
apretar mis ojos y mis dientes, y forzarme a prestar
atención.
El caos es inaguantable.
Varias personas están gritando y muchas de ellas están
tocándome, y quiero que aparten sus manos
quirúrgicamente. Continúan gritando "¡Señor!" como si aún
estuvieran esperando que yo les diera órdenes, como si no
tuvieran idea de qué hacer sin mi instrucción. La
comprensión me agota.
—Señor, ¿puede escucharme? —Otro grito. Pero esta vez,
una voz que no detesto. —Señor, por favor, ¿puede
escucharme…?
—He recibido un disparo, Delalieu —me las arreglo para
decir. Abro mis ojos. Miro en los suyos acuosos—. No me he
vuelto sordo.
De repente el ruido desaparece. Los soldados se callan.
Delalieu me mira. Preocupado. Suspiro.
—Llévame de vuelta —le digo, moviéndome, sólo un
poco. El mundo se tambalea y se estabiliza a la vez—. Alerta
a los médicos y ten mi cama preparada para nuestra
llegada. Mientras tanto, levanta mi brazo y continúa
aplicando presión directa a la herida. La bala ha roto o
fracturado algo, y esto requerirá de consulta.
Delalieu no dice nada por un momento muy largo.
—Es bueno ver que está bien, señor. —Su voz es una
cosa nerviosa y temblorosa—. Es bueno ver que está bien.
—Eso fue una orden, Teniente.
—Por supuesto —dice él rápidamente, con la cabeza
inclinada—. Seguro, señor. ¿Cómo debería dirigir a los
soldados?
—Encuéntrala —le digo. Se me está volviendo más difícil
hablar. Tomo un pequeño respiro y paso una mano
temblorosa por mi frente. Estoy sudando de una manera
excesiva que no se me escapa.
—Sí, señor. —Se mueve para ayudarme a levantar, pero
agarro su brazo.
—Una última cosa.
—¿Señor?
—Kent —digo, mi voz ahora irregular—. Asegúrate de que
lo mantengan vivo para mí. Delalieu levanta la mirada, sus
ojos se estrechan.
—¿Al soldado Adam Kent?
—Sí. —Sostengo su mirada—. Quiero lidiar con él por mi
propia cuenta.
Capítulo 1

DELALIEU está parado al pie de mi cama, con la tablilla


con sujetapapeles en la mano. La suya es mi segunda visita
esta mañana. La primera fue de mis médicos, que
confirmaron que la cirugía fue bien. Dijeron que siempre y
cuando me quedara en cama esta semana, las nuevas
drogas que me habían dado deberían acelerar mi proceso
de curación. También dijeron que debería estar pronto en
condiciones de retomar las actividades diarias, pero estaré
obligado a usar un cabestrillo durante al menos un mes.
Les dije que era una teoría interesante.
—Mis pantalones, Delalieu. —Estoy incorporándome,
intentando estabilizar mi mente contra las náuseas de esas
nuevas drogas. Mi brazo derecho me es fundamentalmente
inútil ahora.
Levanto la mirada. Delalieu me está mirando, sin
pestañear. La nuez de Adán oscila en su garganta.
Ahogo un suspiro.
—¿Qué pasa? —Uso mi brazo izquierdo para
estabilizarme contra el colchón y me obligo a ponerme en
posición vertical. Cuesta cada onza de energía que me
queda, y estoy aferrándome a la estructura de la cama.
Rechazo el esfuerzo de Delalieu para ayudarme; cierro mis
ojos contra el dolor y el mareo—. Cuéntame lo que ha
pasado —le digo—. No hay razón de prolongar las malas
noticias.
Su voz se quiebra dos veces cuando dice: —El soldado
Adam Kent ha escapado, señor.
Mis ojos proyectan un blanco brillante y vertiginoso tras
mis párpados.
Aspiro profundamente y trato de pasar mi mano buena
por mi pelo. Está grueso, seco y apelmazado con lo que
debe ser la suciedad mezclada con mi propia sangre. Estoy
tentado de golpear la pared con mi otro puño.
En su lugar me tomo un momento para serenarme.
De repente, soy muy consciente de todo lo que me rodea
en el aire, los olores y los pequeños ruidos y los pasos fuera
de mi puerta. Odio esos rugosos pantalones de algodón que
me han puesto. Odio que no esté usando calcetines. Quiero
ducharme. Quiero cambiarme.
Quiero meterle una bala en la columna a Adam.
—Pistas —demando. Me muevo hacia mi baño y hago
una mueca de dolor contra el frío aire cuando golpea mi
piel; aún estoy sin camisa. Intentando mantener la calma—.
Dime que no me has traído esta información sin pistas.
Mi mente es un almacén de emociones humanas
organizadas cuidadosamente. Casi puedo ver mi cerebro
mientras funciona, archivando pensamientos e imágenes.
Bloqueo las cosas que no me sirven. Me focalizo sólo en lo
que hay que hacer: los componentes básicos de
supervivencia y la infinidad de cosas de las que me debo
encargar durante el día.
—Por supuesto —dice Delalieu. El miedo en su voz me
remuerde la conciencia; lo desecho—. Sí, señor —dice—,
pensamos que sabemos a dónde podría haber ido, y
tenemos razones para creer que el soldado Kent y la… y la
chica… bueno, con el soldado Kishimoto, también huido,
tenemos razón en creer que están todos juntos, señor.
Los cajones en mi mente están golpeándose para abrirse.
Recuerdos. Teorías. Susurros y sensaciones.
Los empujo a un precipicio.
—Por supuesto que sí. —Sacudo la cabeza. Me arrepiento
de ello. Cierro mis ojos contra la repentina inestabilidad—.
No me des información que ya he deducido por mí mismo,
—me las arreglo para decir—. Quiero algo concreto. Dame
una pista sólida, Teniente, o déjame hasta que tengas una.
—Un vehículo —dice rápidamente—. Hubo un informe por
el robo de un vehículo, señor, y fuimos capaces de rastrear
una localización no identificada, pero entonces desapareció
del mapa. Es como si dejara de existir, señor.
Levanto la vista. Le doy mi completa atención.
—Seguimos los rastros que dejó en nuestro radar —dice
él, hablando de manera más calmada ahora—, y nos
condujeron a una extensión de tierra aislada y estéril. Pero
hemos rastreado la zona y no encontramos nada.
—Eso es algo al menos. —Me froto la nuca, luchando
contra la debilidad que siento en lo profundo de mis huesos
—. Te encontraré en la sala L en una hora.
—Pero, señor —dice él, con sus ojos dirigiéndose a mi
brazo—, necesitará asistencia…, hay un proceso…,
requerirá de un ayudante de convalecencia.
—Retírate.
Él vacila.
Entonces.—Sí, señor.
Capítulo 2

ME las arreglo para bañarme sin perder la conciencia. Era


más un baño con esponja, pero lo siento mejor que nada.
Tengo un extremadamente bajo umbral para el desorden;
ofende a mi esencia. Me ducho regularmente. Hago seis
comidas al día. Dedico dos horas de cada día a entrenar y al
ejercicio físico. Y detesto estar descalzo.
Ahora, me encuentro desnudo, hambriento, cansado, y
descalzo en mi armario. No es para nada ideal.
Mi armario está separado en varias secciones. Camisas,
corbatas, pantalones, chaquetas y botas. Calcetines,
guantes, bufandas, y abrigos. Todo está ordenado por
colores, luego por tonalidades de color. Cada pieza de ropa
que contiene está meticulosamente elegida y arreglada
para tener las medidas exactas de mi cuerpo. No me siento
como yo mismo hasta que estoy totalmente vestido; es
parte de quien soy cómo comienzo el día.
Ahora, no tengo la mínima idea de cómo se supone que
me vista.
Mi mano tiembla mientras alcanzo la pequeña botella
azul que me dieron esta mañana. Pongo dos de las pastillas
de forma cuadrada en mi boca y les permito disolverse. No
estoy seguro de lo que hacen; sólo sé que ayudan a reponer
la sangre que he perdido. Así que me inclino contra la pared
hasta que mi cabeza se despeja y me siento más fuerte.
Esta, una tarea tan fácil. No fue un obstáculo que
anticipara.
Me pongo primero los calcetines; la simple idea requiere
más esfuerzo que dispararle a un hombre. Brevemente, me
pregunto lo que los médicos deben haber hecho con mi
ropa. Mi ropa, me digo a mí mismo, sólo mi ropa; estoy
concentrándome sólo en la ropa de ese día. Nada más.
Ningún otro detalle.
Botas. Calcetines. Pantalones. Suéter. Mi chaqueta militar
con sus muchos botones.
Los muchos botones que ella rompió.
Es un pequeño recuerdo, pero es suficiente para
aguijonearme.
Trato de luchar contra él, pero persiste, y cuanto más
trato de ignorar el recuerdo, más se multiplica en un
monstruo que no puede ser contenido. Ni siquiera me doy
cuenta de que me he caído de nuevo contra la pared hasta
que siento el frío escalando por mi piel; estoy respirando
muy fuerte y entrecerrando mis ojos de nuevo contra la
repentina ráfaga de mortificación.
Sé que ella estaba aterrorizada, horrorizada, incluso,
pero no pensé nunca que estos sentimientos fueran
dirigidos directamente hacia mí. La había visto implicarse
mientras pasábamos tiempo juntos; parecía más cómoda
mientras las semanas pasaban. Más feliz. Relajada. Me
permití creer que ella había visto un futuro para nosotros;
que quería estar conmigo y simplemente pensé que era
posible.
 
Nunca había esperado que su recién encontrada felicidad
fuera una consecuencia de Kent.
Paso mi mano sana a lo largo de mi rostro; cubro mi
boca. Las cosas que le dije.
Una respiración contenida.
La manera en que la toqué.
Mi mandíbula se tensa.
Si no hubiera nada excepto atracción sexual estoy seguro
de que no sufriría tal insoportable humillación. Pero yo
quería mucho más que su cuerpo.
Por una vez, obligo a mi mente que no imagine nada más
que paredes. Paredes. Paredes blancas. Bloques de
cemento. Cuartos vacíos. Espacios abiertos.
Construyo paredes hasta que comienzan a derrumbarse,
y entonces me fuerzo a colocarlas en su lugar. Construyo y
construyo y permanezco inmóvil hasta que mi mente se
aclara, descontamina y no contiene nada más que una
pequeña habitación blanca. Una sencilla luz cuelga desde el
techo.
Clara. Prístina. Ininterrumpida.
Parpadeo de vuelta a la inundación del desastre
presionando contra el pequeño mundo que he construido;
trago fuerte el miedo acechando sigilosamente en mi
garganta. Empujo la pared de regreso, provocando más paz
en la habitación hasta que finalmente respiro. Hasta que soy
capaz de levantarme.
A veces desearía poder alejarme de mí mismo durante
un tiempo. Quiero dejar este raído cuerpo atrás, pero mis
cadenas son demasiadas, mis cargas demasiado pesadas.
Esta vida es todo lo que queda de mí. Y sé que no seré
capaz de encontrarme en el espejo durante el resto del día.
Estoy de repente asqueado de mí mismo. Tengo que salir
de esta habitación lo más rápido posible, o mis propios
pensamientos me declararan la guerra. Tomo una
precipitada decisión y durante el resto del día, presto poca
atención a lo que llevo puesto. Me pongo unos pantalones
ligeros y salgo sin camisa. Deslizo mi brazo bueno en la
manga de una chaqueta y permito a mi otro hombro cubrir
el cabestrillo que llevo en mi brazo dañado. Me veo ridículo,
expuesto así, pero ya encontraré una solución mañana.
Primero, tengo que salir de aquí.
Capítulo 3

DELALIEU es la única persona aquí que no me odia.


Él aún pasa la mayoría del tiempo en mi presencia
encogido de miedo, pero de alguna manera no tiene interés
en ascender a mi posición. Puedo sentirlo, aunque no lo
entiendo. Él probablemente es la única persona en el
edificio que se alegra de que no esté muerto.
Levanto una mano para mantener lejos al soldado que se
apresura hacia adelante cuando abro la puerta. Me toma
una intensa cantidad de concentración evitar que mis dedos
tiemblen mientras limpio el leve brillo de transpiración en
mi frente, pero no me permitiré ni un momento de
debilidad. Estos hombres no temen por mi seguridad; sólo
quieren un vistazo de cerca del espectáculo en el que me he
convertido. Quieren un vistazo en mi primera línea de la
rotura de mi cordura. Pero no deseo ser cuestionado.
Mi trabajo es dirigir.
Me han disparado; pero no será mortal. Hay cosas que
deber ser arregladas; yo las arreglaré.
Esta herida será olvidada.
Su nombre no será dicho.
Mis dedos se contraen y relajan mientras me dirijo a la
Habitación L. Nunca antes me di cuenta de cuán largo es el
pasillo y cuántos soldados se alinean en la entrada. No hay
indulto en sus curiosas mirada ni decepción de que no
muriera. Ni siquiera tengo que mirarles para saber lo que
están pensando. Pero saber cómo se sienten me vuelve más
decidido a vivir una larga vida.
No daré a nadie la satisfacción de mi muerte.
***
—No.
Hago señas al servicio de café y té para que se alejen
por cuarta vez.
—No tomo cafeína, Delalieu. ¿Por qué siempre insistes en
servirla con mis comidas?
—Supongo que siempre espero que cambies de opinión,
señor.
Levanto la vista. Delalieu tiene una extraña y temblorosa
sonrisa. No estoy totalmente seguro, pero creo que acaba
de hacer un chiste.
—¿Por qué? —Alcanzo una rebanada de pan—. Soy
perfectamente capaz de mantener mis ojos abiertos. Sólo
un idiota confiaría en la energía de un grano de café o unas
hierbas para mantenerse despierto todo el día.
Delalieu ya no sonríe.
—Sí —dice—. Cierto, señor. —Y baja la vista a su comida.
Yo miro sus dedos alejarse de la taza de café.
Pongo el pan de vuelta en mi plato.
—Mis opiniones —le digo, tranquilamente esta vez— no
deberían tan fácilmente desechar las tuyas. Mantén tus
convicciones. Brinda argumentos claros y lógicos. Incluso si
estás en descuerdo.
—Por supuesto, señor —susurra. No dice nada durante
unos segundos. Pero entonces lo veo alcanzar su taza de
café de nuevo.
Delalieu.
Él, creo, es mi única vía de conversación.
Él fue originalmente asignado a este sector por mi padre,
y se le ha ordenado permanecer aquí hasta que ya no sea
capaz de nada. Y aunque probablemente tiene cuarenta y
cinco años, insiste en permanecer directamente debajo de
mí. He conocido el rostro de Delalieu desde que era un niño;
solía verle en los alrededores de nuestra casa, sentado en
los muchos encuentros que tenían lugar cada año antes de
que El Reestablecimiento tomara el mando.
Había una infinita cantidad de encuentros en mi casa.
Mi padre estaba siempre planeando cosas, encabezando
discusiones y susurrando conversaciones. Nunca me fue
permitido ser parte de ello. Los hombres de esos encuentros
están dirigiendo el mundo ahora, así que cuando miro a
Delalieu no puedo evitar preguntarme por qué él nunca
aspiró a más. Era parte del régimen desde el comienzo,
pero de alguna manera parece contentarse con morir justo
como está ahora. Elige permanecer servil, incluso cuando le
doy la oportunidad de expresarse; rechaza ser ascendido,
incluso cuando le ofrezco un sueldo más alto.
Y aunque aprecio su lealtad, su dedicación me enerva.
No parece desear más que lo que tiene.
No debería confiar en él. Y sin embargo, lo hago.
Pero he comenzado a cambiar de opinión por la falta de
sociable conversación. No puedo mantener nada sino una
fría distancia de mis soldados, no sólo porque todos
desearían verme muerto, sino también porque tengo una
responsabilidad como su líder de tomar decisiones
objetivas. Me he sentenciado a una vida de solicitud, una
donde no tengo iguales, y no me importa sino mi propia
vida. Aspiré a erigirme como un líder temido, y he tenido
éxito, nadie cuestionará mi autoridad o dará una opinión
contraria. Nadie me hablará como si no fuera nada excepto
el comandante en jefe y regente del Sector 45. La amistad
no es algo que haya experimentado nunca. Ni como niño, ni
ahora.
Sin embargo.
Hace un mes, encontré la excepción de la regla. Hubo
una persona que me miró directamente a los ojos. La misma
persona que me ha hablado sin miedo; alguien que no ha
temido mostrar enojados, verdaderos y crudos sentimientos
en mi presencia; la única que alguna vez se atrevió a
desafiarme, a elevarme la voz.
Cierro los ojos lo que se siente como la décima vez hoy.
Aflojo mi puño en torno al tenedor, dejándolo caer en la
mesa. Mi brazo ha comenzado a latir con fuerza de nuevo, y
alcanzo las pastillas metidas en mi bolsillo.
—No debería tomar más de ocho de esas durante
veinticuatro horas, señor.
Abro el bote y meto tres más en mi boca. Desearía de
verdad que mi mano dejara de temblar. Mis músculos se
sienten demasiado apretados, demasiado tensos. Estirados.
No espero a que las pastillas se disuelvan. Las muerdo,
triturándolas a pesar de su sabor amargo. Hay algo acerca
del nauseabundo sabor metálico que me ayuda a
concentrarme.
—Cuéntame sobre Kent.
Delalieu golpea los dedos en su taza de café. El servicio
de la cena ha dejado la habitación bajo mi petición: Delalieu
no recibe ayuda mientras empieza a recoger la comida. Me
reclino en la silla, mirando la pared justo detrás de él,
haciendo mentalmente un recuento de los minutos que he
perdido hoy,
—Deja el café.
—Yo…, sí, por supuesto, lo siento, señor…
—Detente.
Delalieu deja caer la servilleta enrollada. Sus manos se
congelan en su lugar, cerniéndose sobre su plato.
—Habla.
Veo su garganta moverse mientras traga, duda.
—No lo sabemos, señor —susurra—. El edificio debería
haber sido imposible de encontrar, y mucho menos de
quebrantar. Había sido forzado y oxidado. Pero cuando lo
encontramos —dice—, cuando lo encontramos, estaba… la
puerta había sido destruida. Y no estamos seguros de cómo
lo hicieron.
Me levanto.
—¿A qué te refieres con destruida? Él niega con la
cabeza.
—Fue… muy extraño, señor. La puerta había sido…
aplastada. Como si algún tipo de animal le hubiera clavado
las garras. Había sólo un agujero abierto y desigual en
medio del marco.
Me levanto de golpe demasiado rápido, agarrando la
mesa en busca de apoyo. Estoy sin aliento ante el
pensamiento de ello, ante la posibilidad de lo que debía
haber pasado. Y no puedo evitarlo, pero me permito el
doloroso placer de volver a recordar su nombre una vez más
porque sé que debe haber sido ella. Ella debía haber hecho
algo extraordinario y yo no estaba allí para presenciarlo.
—Busca un transporte —le digo—. Te encontraré en el
Cuadrante en exactamente diez minutos.
—¿Señor?
Ya he salido por la puerta.
Capítulo 4

DESGARRADO desde el centro. Como un animal. Es


verdad. Para un observador desprevenido sería la única
explicación, pero incluso entonces no tendría ningún
sentido. Ningún animal vivo podría clavar sus garras a
través de muchos centímetros de acero reforzado sin
amputar sus propios miembros.
Y ella no es un animal.
Ella es una criatura suave y mortal. Tierna, tímida y
aterradora. Está completamente fuera de control y no tiene
idea de lo que es capaz. Y aunque ella me odia, no puedo
dejar de estar fascinado por ella. Estoy encantado por su
fingida inocencia; celoso, incluso, del poder que ejerce tan
inconscientemente. Quiero mucho ser una parte de su
mundo. Quiero saber lo que pasa por su cabeza, sentir lo
que ella siente. Parece un enorme peso a llevar.
Y ahora está ahí fuera, en alguna parte, desencadenada
en la sociedad. Qué hermoso desastre.
Paso los dedos por los bordes dentados del agujero, con
cuidado de no cortarme. No hay diseño en él, ninguna
premeditación. Sólo un fervor angustiado tan evidente en el
rasgado caótico para abrir la puerta. No puedo evitar
preguntarme si sabía lo que estaba haciendo cuando
sucedió esto, o si fue inesperado para ella como en el día en
que rompió ese muro de hormigón para llegar a mí.
Tengo que reprimir una sonrisa. Me pregunto cómo debe
recordar ese día. Cada soldado con el que he trabajado
entró en una simulación sabiendo exactamente qué esperar,
pero a propósito le oculté esos detalles. Creí que la
experiencia debía ser lo más diluida posible, esperaba que
los elementos falsamente realistas dieran autenticidad al
suceso. Más que nada, quería que ella tuviera la
oportunidad de explorar su verdadera naturaleza, de ejercer
su fuerza en un espacio seguro, y dado su pasado, conocí a
un niño que sería el perfecto gatillo. Pero nunca podría
haber previsto tales resultados revolucionarios. Su
actuación fue más de lo que tenía esperado. Y a pesar de
que quería hablar sobre los efectos con ella más tarde,
cuando la encontré estaba ya planeando su escape.
Mi sonrisa se tambalea.
-¿Le gustaría entrar, señor? —La voz de Delalieu me
devuelve al presente—No hay mucho para ver dentro, pero
es interesante observar que el agujero es lo suficientemente
grande para que alguien pase fácilmente por ahí. Parece
claro, señor, cuál era la intención.
Asiento con la cabeza, distraído. Mis ojos catalogan
cuidadosamente las dimensiones del agujero, trato de
imaginar lo que debe de haber sido para ella, estar aquí,
tratando de pasar. Deseo tanto ser capaz de hablar con ella
acerca de todo esto.
Mi corazón se retuerce tan de repente.
Me recuerda, una vez más, que ya no está conmigo. Ella
ya no vive en la base.
Es mi culpa que ella se haya ido. Me permití creer que
por fin estaba haciéndolo bien y afectó a mi juicio. Debería
haber estado prestando más atención a los detalles. A mis
soldados. Perdí de vista mi propósito y mi meta más grande,
la única razón por la que la llevé a la base. Fui estúpido.
Descuidado.
Pero la verdad es que yo estaba distraído.
Por ella.
Era tan terca e infantil cuando llegó por primera vez,
pero a medida que pasaban las semanas parecía haberse
resuelto, me parecía menos ansiosa, de alguna manera
menos aterrorizada. Tengo que seguir recordándome a mí
mismo que sus mejoras no tenían nada que ver conmigo.
Tenían que ver con Kent.
Una traición que de alguna manera parecía imposible.
Que ella me dejara por un idiota robótico, insensible como
Kent. Sus pensamientos son tan vacíos, tan sin sentido, es
como conversar con una lámpara de escritorio. No entiendo
lo que podría haberle ofrecido, lo que posiblemente podría
haber visto en él, salvo una herramienta para escapar.
Ella todavía no ha comprendido que no hay futuro para
ella en el mundo de la gente común. No pertenece a la
compañía de aquellos que nunca la van a entender. Y tengo
que recuperarla.
Sólo me doy cuenta de que he dicho la última parte en
voz alta cuando Delalieu habla.
—Tenemos tropas en todo el sector buscándola —dice—.
Y hemos alertado a los sectores vecinos, sólo en caso de
que su grupo cruce sob…
—¿Qué? —Giro alrededor, con mi voz algo tranquila, cosa
peligrosa—. ¿Qué acabas de decir? Delalieu se ha vuelto de
un tono blanco enfermizo.
—¡Estuve inconsciente durante sólo una noche! Y ya ha
alertado a los otros sectores de esta catástrofe…
—Pensé que le gustaría encontrarlos, señor, y pensé que
si trataban de buscar un refugio en otra parte…
Me tomo un momento para respirar, para reunir mis
pensamientos.
—Lo siento, señor, pensé que sería más seguro…
—Ella está con dos de mis propios soldados, teniente.
Ninguno de los dos son lo suficientemente estúpidos como
para guiarla hacia otro sector. No tienen ni el espacio ni las
herramientas necesarias para obtener la autorización con el
fin de poder cruzar la línea del sector.
—Pero…
—Ellos han estado fuera un día. Están muy mal heridos y
necesitados de ayuda. Están viajando a pie y con un
vehículo robado que es fácilmente rastreable. ¿Cómo de
lejos —le digo, la frustración irrumpe en mi voz— podrían
haber ido?
Delalieu no dice nada.
—Usted ha dado una alerta nacional. Usted lo ha
notificado a múltiples sectores, lo que significa todo el país
lo sabe ahora. Lo que significa que las capitales han recibido
el rumor. ¿Qué significa eso? —Torno mi única mano buena
en un puño—. ¿Qué cree que significa eso, teniente?
Por un momento, parece incapaz de hablar.
Entonces.
—Señor —jadea—, por favor, perdóneme.
Capítulo 5

—REÚNE a las tropas en el Cuadrante mañana a las diez


en punto —le digo a modo de despedida—. Voy a tener que
hacer un anuncio acerca de los acontecimientos recientes,
así como lo que está por venir.
—Sí, señor —dice Delalieu.
Él no levanta la vista. Él no me ha mirado desde que
salimos de la bodega.
Tengo otras cosas de qué preocuparme.
Sin contar con la estupidez de Delalieu, hay un número
infinito de cosas de las que me debo encargar en este
momento. No podemos permitirnos más dificultades, y no
puedo estar distraído. No por ella. Ni por Delalieu. Ni por
nadie. Tengo que concentrarme.
Este es un mal momento para ser herido.
Noticias de nuestra situación ya han llegado a un nivel
nacional. Los civiles y los sectores vecinos son conscientes
de nuestro alzamiento menor, y tenemos que aplacar los
rumores, tanto como sea posible. De alguna manera tengo
que desactivar las alertas que Delalieu ya ha enviado y al
mismo tiempo eliminar cualquier esperanza de rebelión
entre los ciudadanos. Ya están demasiado dispuestos a
resistir, y cualquier chispa de la controversia será reavivar
su fervor.
Muchos ya han muerto y todavía no parecen entender
que la posición en contra del Reestablecimiento sólo trae
más destrucción. Los civiles deben ser pacificados.
No quiero guerra en mi sector.
Ahora más que nunca, tengo que estar en control de mí
mismo y de mis responsabilidades. Pero mi mente está
dispersa, mi cuerpo cansado y herido. Durante todo el día
he estado a centímetros de derrumbarme, y no sé qué
hacer. No tengo ni idea de cómo solucionarlo. Esta debilidad
es ajena a mi ser.
En sólo dos días, una chica ha logrado paralizarme.
He tomado aún más de estas repugnantes pastillas, pero
me siento más débil de lo que estaba esta mañana. Pensé
que podía ignorar el dolor y la incomodidad de un hombro
herido, pero la complicación se niega a disminuir. Ahora
estoy totalmente dependiente de lo que van a pasar en
estas próximas semanas de frustración. Medicina, médicos,
horas en la cama.
Todo esto por un beso.
Es casi insoportable.
—Voy a estar en mi oficina durante el resto del día —le
digo a Delalieu—. Haz que mis comidas sean enviadas a mi
habitación, y que no me molesten a menos que haya alguna
novedad.
—Sí, señor.
—Eso es todo, Teniente.
—Sí, señor.
***
No me doy cuenta de lo mal que me siento hasta que
cierro la puerta de la habitación detrás de mí. Me tambaleo
hacia la cama y agarro el marco para evitar caerme. Estoy
sudando de nuevo y decido quitarme el abrigo extra que
llevaba en nuestra excursión. Me quito la chaqueta que
había arrojado cuidadosamente sobre mi hombro lesionado
esta mañana y caigo de espaldas sobre la cama. De repente
estoy congelado. Mi mano buena tiembla cuando alcanzo el
botón médico.
Tengo que hacer que cambien el vendaje de mi hombro.
Tengo que comer algo sustancial. Y más que cualquier otra
cosa, necesito desesperadamente tomar una ducha de
verdad, lo que parece del todo imposible.
 
Alguien está de pie junto a mí.
Parpadeo varias veces, pero sólo puedo distinguir las
líneas generales de su figura. Un rostro sigue enfocándose y
desenfocándose hasta que finalmente me doy por vencido.
Mis ojos se cierran Mi cabeza está latiendo. El dolor
punzante pasa a través de mis huesos y subiendo por mi
cuello; niebla roja, amarilla y azul se confunden detrás de
mis párpados. Capto retazos de la conversación en torno a
mí.
—Parece haber desarrollado una fiebre…
—Probablemente lo sedó…
—¿Cuántas ha tomado?
Ellos me van a matar, me doy cuenta. Esta es la
oportunidad perfecta. Estoy débil e incapaz de defenderme
y alguien finalmente ha venido a matarme. Esto es todo. Mi
momento. Ha llegado. Y de alguna manera parece que no
puedo aceptarlo.
Registro las voces, un sonido inhumano escapa de mi
garganta. Algo duro golpea mi puño y se estrella contra el
suelo. Manos drásticas sujetan mi brazo derecho y lo atan
en su lugar. Algo se aprieta alrededor de mis tobillos y
muñeca. Estoy golpeando contra estas nuevas ataduras y
moviéndome desesperadamente en el aire.
La oscuridad parece estar presionando contra mis ojos,
mis oídos, mi garganta. No puedo respirar, no puede oír o
ver claramente y la asfixia del momento es tan aterradora
que estoy casi seguro de que he perdido la cabeza.
Algo frío y cortante pellizca mi brazo
Sólo tengo un momento para reflexionar sobre el dolor
antes de que me envuelva.
Capítulo 6

-JULIETTE —susurro—¿qué estás haciendo aquí?


Estoy a medio vestir, preparándome para mi día, y es
demasiado pronto para los visitantes. Estas horas justo
antes de cuando sale el sol son mis únicos momentos de
paz, y nadie debería estar aquí. Parece imposible que
adquiriera el acceso a mis aposentos privados.
Alguien debería haberla detenido.
En cambio, ella está de pie en mi puerta, mirándome. La
he visto tantas veces, pero esto es diferente, me está
causando dolor físico mirarla. Pero de alguna manera
todavía me siento atraído hacia ella, queriendo estar cerca
de ella.
—Lo siento mucho —dice ella, y está retorciéndose las
manos, mirando a otro lado de mí—. Lo siento tanto, tanto.
Me doy cuenta de lo que lleva puesto.
Es un vestido de color verde oscuro con mangas
ajustadas; un corte simple hecho de algodón elástico que se
adhiere a las suaves curvas de su figura. Complementa las
manchas de color verde en sus ojos de una manera que no
podía haber previsto. Es uno de los muchos vestidos que
elegí para ella. Pensé que podría disfrutar de tener algo
agradable después de estar enjaulada como un animal
durante tanto tiempo. Y no lo puedo explicar, pero me da
una extraña sensación de orgullo ver que ella llevaba algo
que escogí yo mismo.
—Lo siento —dice por tercera vez.
Estoy más impresionado por lo imposible que es que ella
esté aquí. En mi dormitorio. Viéndome sin camisa. Su
cabello es tan largo que cae por la mitad de la espalda,
tengo que apretar los puños contra esta insufrible necesidad
de pasar mis manos por él. Ella es tan hermosa.
No entiendo por qué sigue pidiendo disculpas.
Cierra la puerta detrás de ella. Está caminando hacia mí.
Mi corazón está latiendo rápidamente ahora, y no se siente
natural. Yo no reacciono de esta manera. No pierdo el
control. La veo todos los días y logro mantener cierta
apariencia de dignidad, pero algo está mal; esto no es
correcto.
Ella toca mi brazo.
Ella está pasando los dedos a lo largo de la curva de mi
hombro, y es el roce de su piel contra la mía lo que me da
ganas de gritar. El dolor es insoportable, pero no puedo
hablar; estoy congelado en mi lugar.
Quiero decirle que se detenga, que se vaya, pero partes
de mí están en guerra. Estoy feliz de tenerla cerca aun si
duele, incluso si no tiene ningún sentido. Pero me parece
que no puedo llegar a ella; no puedo abrazarla como
siempre lo he querido.
Ella me mira.
Me busca con sus extraños ojos verde-azulados y me
siento culpable de pronto, sin entender porqué. Pero hay
algo en la forma en que me mira que siempre me hace
sentir insignificante, como si ella fuera la única que se diera
cuenta de que estoy totalmente vacío por dentro. Ella
encontró las grietas en este disfraz que estoy obligado a
usar todos los días, y me petrifica.
Que esta chica sepa exactamente cómo romperme.
Ella apoya su mano contra mi clavícula.
Entonces, agarra mi hombro, clava los dedos en mi piel
como si estuviera tratando de arrancarme el brazo. La
agonía es tan cegadora que esta vez realmente grito. Caigo
de rodillas ante ella y agarra mi brazo, retorciéndolo hasta
que estoy agitado por el esfuerzo de mantener la calma,
luchando por perderme en el dolor.
—Juliette —jadeo—, por favor…
Ella pasa su mano libre por mi pelo, empuja mi cabeza
hacia atrás, así que estoy obligado a mirarla a los ojos. Y
entonces se inclina a mi oído, con sus labios casi tocando mi
mejilla.
—¿Me amas? —susurra.
—¿Qué? —exhalo—. ¿Qué estás haciendo…?
—¿Todavía me amas? —pregunta de nuevo, con sus
dedos ahora trazando la forma de mi cara, la línea de mi
mandíbula.
—Sí —le digo—. Sí, todavía lo hago…
Ella sonríe.
Es una sonrisa tan dulce e inocente que estoy realmente
sorprendido cuando aprieta su agarre alrededor de mi
brazo. Ella tuerce mi hombro hacia atrás hasta que estoy
seguro de que está siendo arrancado de la clavícula. Estoy
viendo puntos cuando dice.
—Casi he terminado.
—¿El qué? —pregunto, frenético, tratando de mirar a su
alrededor—.¿Que has terminado casi…?
—Sólo un poco más y me iré.
—No, no, no te vayas, ¿a dónde vas…?
—Vas a estar bien —dice ella—. Te lo prometo.
—No —estoy jadeando—, no…
De repente, ella me da un tirón hacia adelante, y me
despierto tan rápido que no puedo respirar.
Parpadeo varias veces sólo para darme cuenta de que he
despertado en mitad de la noche. Una negrura absoluta me
saluda desde las esquinas de la habitación. Mi pecho está
comprimido, y mi brazo está unido y fuerte, y me doy
cuenta de que mis analgésicos han desaparecido. Hay un
pequeño control debajo de mi mano, pulso el botón para
reponer la dosis.
Me toma unos minutos hacer que mi respiración se
estabilice. Mis pensamientos lentamente se alejan del
pánico.
Juliette.
No puedo controlar una pesadilla, pero en mis momentos
de vigilia su nombre es el único recuerdo que me permito.
La humillación que lo acompaña no me permite mucho
más que eso.
Capítulo 7

-B UENO, esto no es vergonzoso. Mi hijo, atado como un


animal.
Estoy medio convencido de que estoy en otra pesadilla.
Pestañeo para abrir los ojos lentamente, pero puedo sentir
el peso real de cada una de las ataduras en mi muñeca
izquierda y ambos tobillos. Mi brazo herido sigue atado y en
cabestrillo por encima de mi pecho. Y aunque el dolor en mi
hombro está presente, está disminuido a un suave zumbido.
Me siento más fuerte. Incluso mi cabeza se siente más
clara, más aguda de algún modo. Pero luego siento el sabor
ácido y metálico en mi boca y me pregunto cuánto tiempo
he estado en la cama.
—¿De verdad creías que no me iba a enterar? —
pregunta, asombrado.
Se mueve más cerca a la cama, sus pasos reverberando
justo por dentro de mí.
—Tienes a Delalieu lloriqueando disculpas por
interrumpirme, rogando a mis hombres para que lo culpen
por la inconveniencia de esta visita inesperada. No me
queda duda de que asustaste el viejo por hacer su trabajo,
cuando la verdad es que me hubiera dado cuenta incluso sin
sus alertas. Este —dice—, no es la clase de desastre que
puedes permitir. Eres un idiota por pensar de otro modo.
Siento un pequeño tirón en mis piernas y me doy cuenta
de que está soltando mis ataduras. El toque de su piel
contra la mía es abrupta e inesperada, y desata algo
profundo y oscuro dentro de mí, lo suficiente para hacerme
sentir físicamente enfermo. Pruebo vómito en la parte
posterior de mi garganta. Me cuesta todo mi autocontrol no
alejarme de él.
—Siéntate, hijo. Deberías estar lo suficientemente bien
ahora para funcionar. Fuiste muy estúpido para descansar
cuando se suponía, y ahora has hipercorregido. Tres días has
estado inconsciente, y llegué hace veintisiete horas. Ahora
ponte de pie. Esto es ridículo.
Sigo mirando al techo. Apenas respirando.
Él cambia de táctica.
—¿Sabes? —dice cuidadosamente—, en verdad escuché
una historia interesante sobre ti.-. Se sienta en el borde de
mi cama; el colchón rechina y ruge bajo su peso. —¿Te
gustaría escucharla?
Mi mano izquierda ha comenzado a temblar. La aprieto
rápido bajo las sábanas de la cama.
—Soldado 45B-76423. Fletcher, Seamus.- hace una
pausa - ¿El nombre te suena familiar?
Aprieto mis ojos cerrados.
—Imagina mi sorpresa—dice él—, cuando escuché que
mi hijo finalmente había hecho algo bien. Que finalmente
había tomado la iniciativa y se había deshecho de un traidor
que había estado robando de nuestros complejos de
almacenamiento. Escuché que le disparaste justo en la
frente. —Una risa—. Me felicité a mí mismo, me dije que
finalmente habías entrado en razón, que finalmente habías
aprendido cómo gobernar adecuadamente. Estaba casi
orgulloso.
—Es por eso que fue un shock enorme escuchar que la
familia de Fletcher seguía viva. —Junta sus manos—.
Impactante, por supuesto, porque tú, de todas las personas,
deberías conocer las reglas. Los traidores vienen de familias
traidoras, y una traición significa la muerte para todos.
Él posa su mano en mi pecho.
Estoy construyendo muros de nuevo en mi mente. Muros
blancos. Bloques de cemento. Habitaciones vacías y espacio
abierto.
No existe nada dentro de mí. Nada permanece
—Es divertido —continúa, ahora pensativo—, porque me
dije a mí mismo que esperaría a discutir esto contigo. Pero
de algún modo, este momento parece tan adecuado, ¿no es
verdad? —Puedo escucharlo sonreír—. Para decirte
justamente cuán enormemente… decepcionado estoy.
Aunque no puedo decir que estoy sorprendido —suspira—.
En sólo un mes has perdido dos soldados, no pudiste
retener una chica clínicamente loca, derrocado un sector
entero y alentado rebelión entre los ciudadanos. Y de algún
modo, no estoy sorprendido en absoluto.
Sus manos se mueven; se quedan en mi clavícula.
Paredes blancas, pienso.
Bloques de hormigón.
Habitaciones vacías. Espacio abierto.
Nada existe dentro de mí. Nada se queda.
—Pero lo peor de todo esto —dice él—, no es que te las
hayas arreglado para humillarme al desobedecer mis
órdenes que finalmente me las arreglé para establecer. Ni
siquiera es que de alguna manera conseguiste que te
disparasen en el proceso. Sino que le mostraste simpatía a
la familia de un traidor —dice él, riéndose, su voz es una
cosa feliz y animada—. Esto es imperdonable.
Mis ojos ahora están abiertos, pestañeando ante las
luces fluorescentes encima de mi cabeza, enfocadas en el
blanco de las bombillas nublando mi visión. No me moveré.
No hablaré.
Su mano se cierra alrededor de mi garganta.
El movimiento es tan rudo y violento que casi estoy
aliviado. Una parte de mí siempre espera que él lo haga;
que tal vez esta vez en verdad me dejará morir. Pero nunca
lo hace. Nunca dura.
La tortura no es tortura cuando hay cualquier esperanza
de alivio.
Suelta todo muy rápido y consigue exactamente lo que
quiere. Me alzo, tosiendo, silbando y finalmente haciendo un
sonido que reconoce su presencia en esta habitación.
Ahora todo mi cuerpo está temblando, mis músculos en
shock por el asalto y por quedarme quieto por tanto tiempo.
Mi piel está sudando fría; mis respiraciones son elaboradas
y nerviosas.
—Eres muy afortunado —dice él, sus palabras suaves.
Ahora está de pie, a no más que centímetros de mi rostro—.
Tan afortunado de que estoy aquí para corregir las cosas.
Tan afortunado de que tengo tiempo para corregir este error.
Me congelo.
La habitación da vueltas.
—Fui capaz de rastrear a su esposa —dice él—. La esposa
de Fletcher y sus tres hijos. Escucho que envían sus saludos.
—Una pausa—. Bueno, eso fue antes de que tuviera que
matarlos, así que supongo que en verdad no importa ahora,
pero mis hombres me dijeron que decían hola. Parece que
ella te recuerda —dice, riéndose suavemente—. La esposa.
Ella dice que fuiste a visitarlos después de que ocurrieron
todos estos… inconvenientes. Siempre estabas visitando los
complejos. Preguntado por los civiles.
Susurro la única palabra que puedo manejar.
—Sal.
—¡Ese es mi muchacho! —dice él, ondeando una mano
en mi dirección—. Un idiota patético y sumiso. Algunos días
estoy tan asqueado por ti que no sé si dispararte yo mismo.
Y luego me doy cuenta de que te gustaría eso, ¿verdad?
¿Para ser capaz de culparme por tu caída? Y pienso que no,
es mejor hacer que muera por su propia estupidez.
Miro hacia delante de manera ausente, dedos flexionados
contra el colchón.
—Ahora dime —dice él—, ¿qué le pasó a tu brazo?
Delalieu parece saber tan poco como los demás.
No digo nada.
—¿Demasiado avergonzado para admitir que te disparó
uno de tus propios soldados entonces?
Cierro mis ojos.
—¿Y qué pasa con la chica? —pregunta él—. ¿Cómo
escapó? Escapó con uno de tus hombres, ¿verdad?
Agarro la sábana tan fuerte que mis manos empiezan a
temblar.
—Dime —dice él, inclinándose hacia mi oído—. ¿Cómo
tratas con un traidor como ese? ¿Vas a visitar su familia,
también? ¿Ser amable con su esposa?
Ni quise decirlo en voz alta, pero no me pude detener a
tiempo.
—Voy a matarlo.
Él se ríe en voz alta tan de repente que es casi un
graznido. Golpea una mano contra mi cabeza y revuelve mi
cabello con los mismos dedos que acaba de cerrar alrededor
de mi garganta.
—Mucho mejor —dice—. Muchísimo mejor. Ahora
levántate. Tenemos trabajo que hacer.
Y pienso sí, no me importaría hacer la clase de trabajo
que quitaría a Adam Kent de este mundo.
Un traidor como él no merece vivir.
Capítulo 8

ESTOY en la ducha durante tanto tiempo que realmente


pierdo la noción del tiempo. Esto nunca ha sucedido antes.
Todo está apagado, desequilibrado. Estoy dudando de
mis decisiones, dudando de todo lo que pensé que creía, y
por primera vez en mi vida, estoy sincera y dolorosamente
cansado hasta los huesos.
Mi padre ya está aquí.
Estamos durmiendo bajo un techo olvidado de Dios
mismo, una cosa que no esperaba volver a experimentar.
Pero estoy aquí, permaneciendo en la base, en sus
aposentos privados hasta que se sienta lo suficientemente
seguro como para irse. Lo que significa que va a arreglar
nuestros problemas por causar estragos en el Sector 45. Lo
que significa que me reducirá hasta convertirme en su
marioneta y mensajero, porque mi padre nunca le da la cara
a nadie, excepto a aquellos a los que está a punto de matar.
Él es el Comandante Supremo del Reestablecimiento, y
prefiere dictar anónimamente. Viaja a todas partes con el
mismo grupo selecto de soldados, se comunica sólo a través
de sus hombres y sólo en circunstancias extremadamente
raras alguna vez sale de la capital.
La noticia de su llegada al Sector 45 se ha extendido
probablemente alrededor de la base por ahora, y
probablemente ha aterrorizado a mis soldados. Debido a su
presencia, real o imaginaria, sólo ha significado una cosa:
tortura.
Ha pasado tanto tiempo desde que me he sentido como
un cobarde.
Pero esto, esto es una bendición. Este momento, esta
ilusión de fortaleza. Estar fuera de la cama y en condiciones
de bañarme, es una pequeña victoria. Los médicos
envolvieron mi brazo herido en una especie de plástico
impermeable para la ducha, y por fin estoy lo
suficientemente bien para estar de pie por mi cuenta. Mi
náusea se ha asentado, el vértigo se ha ido. Finalmente soy
capaz de pensar con claridad, y sin embargo, mis opciones
todavía parecen tan confusas.
Me he obligado a mí mismo a no pensar en ella, pero
estoy empezando a darme cuenta de que no soy lo
suficientemente fuerte, no por el momento, y especialmente
no mientras todavía estoy buscándola activamente. Se ha
convertido en una imposibilidad física.
Hoy tengo que volver a su habitación.
Tengo que buscar entre sus cosas por cualquier pista que
pueda ayudarme a encontrarla. Las literas y taquillas de
Kent y Kishimoto ya se han limpiado, no se encontró nada
incriminatorio. Pero ordené a mis hombres dejar su
habitación —la habitación de Juliette— exactamente como
estaba. A nadie más que a mí se le permite volver a entrar
en ese espacio. No hasta que haya tenido la primera
mirada.
Y esto, según mi padre, es mi primera tarea.
***
—Eso es todo Delalieu. Te haré saber si necesito ayuda.
Últimamente ha estado siguiéndome incluso más de lo
habitual. Al parecer, él vino a verme cuando no me presente
para la asamblea que había convocado hace dos días y tuvo
el placer de encontrarme completamente delirante y fuera
de mi mente. Él se las arregló para echarse la culpa de todo
a sí mismo.
Si fuera cualquier otra persona, lo hubiera degradado.
—Sí, señor. Lo siento, señor. Y por favor, perdóneme… yo
nunca quise causarle más problemas…
—Ustedes no están en peligro por mi parte, teniente.
—Lo siento mucho, señor —susurra. Sus hombros se
caen. Su cabeza baja.
Sus disculpas me hacen sentir incómodo.
—Tenga a las tropas formada a las 13:00 horas. Y todavía
necesito hacerles frente sobre estos últimos
acontecimientos.
—Sí, señor —dice. Él asiente con la cabeza una vez, sin
levantar la vista.
—Puede irse.
—Señor. —Él deja caer su saludo y desaparece.
Yo me quedo solo frente a su puerta.
***
Es curioso, como me había convertido acostumbrado a
visitarla a ella aquí, como me daba una extraña sensación
de confort el saber que ella y yo vivíamos en el mismo
edificio. Su presencia en la base cambió todo para mí, la
semana que pasó aquí fue la primera vez que disfruté de la
vida en estos barrios. Esperaba su temperamento. Sus
rabietas. Sus argumentos ridículos. Yo quería que ella me
gritara, la hubiera felicitado si alguna vez me hubiera dado
una bofetada en la cara. Yo siempre la empujaba, jugando
con sus emociones. Quería conocer la chica real atrapada
detrás del miedo. Quería liberar de su mundo
cuidadosamente construido con restricciones.
Porque mientras ella podría ser capaz de fingir timidez
dentro de los límites de aislamiento, aquí, en medio de caos,
la destrucción, sabía que ella se había convertido en algo
completamente diferente. Sólo estaba esperando. Cada día,
pacientemente esperando comprender el alcance de su
propio potencial, sin darme cuenta que la había confiado al
soldado que podría alejarla de mí.
Debería pegarme un tiro por ello.
En su lugar, abro la puerta.
El panel se desliza detrás de mí mientras cruzo el
umbral. Me encuentro solo, de pie, en el último lugar que
ella tocó. La cama está desordenada y sin hacer, las puertas
de su armario están abiertas, la ventana partida
temporalmente cerrada con cinta adhesiva. Hay un
hundimiento, un dolor nervioso en el estómago al que elijo
no hacerle caso.
Concéntrate.
Entro en el cuarto de baño y examino los artículos de
tocador, los armarios, incluso el interior de la ducha.
Nada.
Camino de vuelta a la cama y paso la mano por la colcha
arrugada, las almohadas abultadas. Me permito un
momento para apreciar la evidencia de que estuvo una vez
aquí y luego tiro de la cama. Sábanas, fundas de
almohadas, edredón, funda del edredón y lanzo todo al
suelo. Escudriño cada centímetro de las almohadas, el
colchón y el armazón de la cama, y otra vez no encuentro
nada.
El velador. Nada.
Debajo de la cama. Nada.
Los artefactos de iluminación, el fondo de pantalla, cada
pieza de ropa en su armario.
Nada.
Es sólo cuando estoy dirigiéndome hacia la puerta que
algo atrapa mi pie. Miro hacia abajo. Ahí, atrapado justo
debajo de mi bota, un rectángulo grueso y desteñido. Un
cuaderno pequeño y modesto que podría caber en la palma
de mi mano.
Y estoy tan aturdido que por un momento no puedo ni
moverme.
Capítulo 9

¿CÓMO podría haberlo olvidado?


Este cuaderno estaba en su bolsillo el día que ella estaba
escapando. Lo encontré antes de que Kent pusiera un arma
en mi cabeza, y en algún momento del caos, debió haberlo
dejado caer. Y me doy cuenta de que debería haberlo
estado buscando esto todo este tiempo.
Me inclino para recogerlo, cuidadosamente sacudiendo
los trozos y pedazos de vidrio de las páginas. Mi mano es
inestable, mi corazón late en mis oídos. No tengo idea de
que puede contener esto. Fotografías. Notas. Pensamientos
garabateados y medio formados.
Podría ser cualquier cosa.
Volteo en cuaderno en mis manos, mis dedos
memorizando su superficie desgastada y rasposa. La
cubierta es de una sombra de café apagado, pero no puedo
descifrar si se ha manchado por la suciedad o los años, o si
siempre fue su color. Me pregunto por cuánto tiempo lo ha
tenido. Dónde podría haberlo adquirido.
Me tambaleo hacia atrás, la parte posterior de mis
piernas golpeando su cama. Mis rodillas se debilitan y me
agarro del borde del colchón. Tomo una temblorosa
respiración y cierro mis ojos.
He visto secuencias de su tiempo en aislamiento, pero
fue esencialmente inútil. La iluminación siempre es
demasiado leve; la pequeña ventana hizo poco por iluminar
las esquinas oscuras de su habitación. A menudo era una
forma indistinguible; una sombra oscura que a veces ni
siquiera se notaba. Nuestras cámaras sólo eran buenas para
detectar movimiento, y tal vez en un momento de suerte
cuando el sol la golpeaba en el ángulo adecuado pero rara
vez se movía. La mayor parte de su tiempo se la pasaba
sentada quieta, muy quieta en su cama o en una esquina
oscura. Casi nunca hablaba. Y cuando lo hacía, nunca lo
hacía con palabras. Hablaba sólo en números.
Contando.
Ahora algo tan surrealista sobre ella, sentada ahí. Ni
siquiera podía ver su rostro; no podía discernir la silueta de
su figura. Incluso en ese entonces me fascinaba. Que
pudiera parecer tan calmada, tan quieta. Se sentaría en un
sólo lugar por horas, sin moverse, y yo siempre me
preguntaba qué pasaba por su mente, qué podría estar
pensando, cómo podía posiblemente existir en ese mundo
solitario.
Más que nada, quería hablarle.
Estaba desesperado por oír su voz.
Siempre había esperado que ella hablara en un lenguaje
que pudiera comprender. Pensé que empezaría con algo
simple. Tal vez algo inteligible. Pero la primera vez que la
atrapamos hablándole a la cámara, no pude apartar la
mirada. Me senté ahí, transpirando, los nervios a tope
mientras ella tocó con una mano la pared y contó.
4.572
La observé contar. 4.572.
Tardó cinco horas.
Sólo después me di cuenta de que ella estaba contando
sus respiraciones.
No pude dejar de pensar en ella después de eso. Estuve
distraído mucho tiempo antes de que ella llegara a la base,
preguntándome constantemente qué podría estar haciendo
o si estaba hablando de nuevo. Si ella no estaba contando
en voz alta, ¿estaba contando en su cabeza? ¿Alguna vez
pensaba en letras? ¿Oraciones completas? ¿Estaba enojada?
¿Triste? ¿Por qué parecía tan serena para una chica que me
habían dicho que era un animal completamente volátil y
trastornado? ¿Era un truco?
Había visto cada trozo de papel documentando los
críticos momentos de su vida. Había leído cada detalle en
sus informes médicos y fichas policiales; había revisado
quejas escolares, notas de los médicos, su sentencia oficial
del Reestablecimiento e incluso el cuestionario de asilo
mandado por sus padres. Sabía que había sido retirada de la
escuela a los catorce. Sabía que había pasado por varias
pruebas y había sido forzada a tomar varias drogas
experimentales peligrosas y había tenido que pasar por
terapia de electroshock. En dos años había entrado y salido
de nueve centros diferentes de detención juvenil y había
sido examinada por más de cincuenta diferentes doctores.
Todos la describían como un monstruo. La llamaban una
peligrosa amenaza para la humanidad. Una chica que había
arruinado nuestro mundo y apenas había empezado desde
que era una pequeña. A los dieciséis, sus padres sugirieron
que fuera encerrada. Entonces así fue.
Nada de esto tenía sentido para mí.
Una chica marginada por la sociedad, por su propia
familia, tenía que contener tantas sensaciones. Rabia.
Depresión. Resentimiento. ¿Dónde estaba eso?
Ella no era nada como los demás presos del asilo, los que
estaban realmente perturbados. Unos pasaban las horas
lanzándose hacia la pared, rompiéndose los huesos y
fracturándose el cráneo. Otros estaban tan trastornados que
rasguñarían su propia piel hasta que sangrara, literalmente
rompiéndose a pedazos. Algunos tenían conversaciones
enteras con ellos mismos en voz alta, riéndose, cantando y
discutiendo. La mayoría se arrancaba su ropa, contentos
con dormir y estar de pie desnudos en su propia mugre.
Ella era la única que se bañaba regularmente o incluso
lavaba su ropa. Comía sus comidas con calma, siempre
acabándose lo que fuera que le dieran. Y pasaba la mayoría
de su tiempo mirando hacia afuera por la ventana.
Había estado encerrada por casi un año y no había
perdido su sentido de la humanidad. Quería saber cómo
suprimía tanto; cómo había logrado tanta calma exterior.
Había pedido perfiles de los otros prisioneros porque quería
comparaciones. Quería saber si su comportamiento era
normal.
No lo era.
Observé el perfil sin pretensiones de esta chica que no
podía ver y no conocía, y sentí una increíble cantidad de
respeto por ella. La admiré, envidié su compostura, la
firmeza de su rostro ante todo lo que había sido obligada a
soportar. No creo que entendiera exactamente qué era lo
que estaba sintiendo en ese momento, pero sabía que la
quería completamente para mí.
Quería conocer sus secretos.
Y luego un día, ella se puso de pie en su celda y caminó
hacia la ventana. Era temprano por la mañana, justo cuando
el sol estaba saliendo; atrapé un destello de su rostro por
primera vez. Ella presionó su palma en la ventana y susurró
una palabra, sólo una vez.
Perdóname.
Presioné el botón de rebobinar muchas veces.
Nunca le podría decir a nadie que había desarrollado una
nueva fascinación con ella. Tenía que hacer una pretensión,
una diferencia exterior, una arrogancia hacia ella. Ella iba
ser nuestra arma y nada más, sólo un innovador
instrumento de tortura.
Un detalle del que me importaba poco.
Mi búsqueda me había llevado a sus archivos por puro
accidente. Coincidencia. No la había buscado en una
búsqueda de un arma; nunca lo había hecho. Mucho antes
de que la hubiera visto en la cámara, y mucho, mucho antes
de que le hablara, había estado buscando algo más. Por
algo más.
Mis motivos eran personales.
Utilizarla como un arma era una historia que le había
dado a mi padre; necesitaba una excusa para tener acceso
a ella, para ganar la autorización necesaria para estudiar
sus archivos. Era una charada que fui forzado a mantener
frente a mis soldados y cientos de cámaras que
monitoreaban mi existencia. No la traje a la base para
explotar su habilidad.
Y ciertamente no esperaba enamorarme de ella en el
proceso.
Pero las verdaderas y reales motivaciones estarían
enterradas dentro de mí.
Me desplomo en la cama. Pongo una mano en mi frente,
la arrastro por la longitud de mi cara. Nunca debería haber
enviado a Kent a quedarse con ella si me hubiera tomado el
tiempo de ir yo. Cada movimiento que hice fue un error.
Cada esfuerzo calculado fue un fracaso. Sólo quería verla
interactuar con alguien. Me pregunté si ella parecía
diferente; si había roto las expectativas que ya había
formado en mi mente simplemente al tener una
conversación normal.
Pero verla hablar con alguien más me volvió loco. Estaba
celoso. Ridículo. Quería me conociera a mí; quería que me
hablara a mí. Y lo sentí en este momento, esa inexplicable y
extraña sensación de que ella podría ser la única persona
en el mundo que en verdad me podría importar.
Me forcé a sentarme. Me arriesgué a mirar al cuaderno
todavía agarrado en mi mano.
La perdí.
Ella me odia.
Ella me odia y yo la rechazo y puede que nunca más la
vuelva a ver, y es completamente mi culpa. Este cuaderno
puede ser todo lo que me queda de ella. Mi mano todavía
está cernida encima de la cubierta, tentándome a abrirlo y
encontrarla de nuevo, incluso si es por un pequeño rato,
incluso si es sólo en papel. Pero una parte de mí está
aterrorizado.
Esto puede no terminar bien. Esto puede ser algo que no
quiero ver.
Y que me ayude, si resulta siendo una clase de diario en
cuanto a sus pensamientos y sentimientos sobre Kent,
puede que simplemente me tire por la ventana.
Golpeo mi puño contra mi frente. Tomo una respiración
profunda y tranquilizadora. Finalmente, lo abro. Mis ojos van
a la primera página.
Y sólo en ese momento comienzo a comprender el peso
de lo que he encontrado.

Sigo pensando que necesito permanecer calmada,


todo está en mi cabeza, que todo va a estar bien y que
alguien va a abrir la puerta en este momento, alguien
va a dejarme salir de aquí. Sigo pensando que va a
pasar, porque las cosas como estás simplemente no
suceden. No suceden. Las personas no son olvidadas
así. No son abandonadas de esta forma.
Esto simplemente no pasa.
Mi rostro está embadurnado de sangre de cuando
me lanzaron al suelo, mis manos siguen temblorosas
mientras escribo esto. Este bolígrafo es mi único
escape, mi única voz, ninguna otra mente más que la
mía para ahogarse y todas las lanchas de socorro han
sido tomadas y todos los chalecos salvavidas estaban
rotos y no sé nadar, no puedo nadar no puedo nadar y
se está poniendo difícil. Se está volviendo tan difícil. Es
como si hubiera un millón de gritos atrapados dentro de
mi pecho pero tengo que mantenerlos dentro porque
cuál es el punto de gritar si nunca serás escuchado y
nadie jamás me escuchará aquí. Nadie me escuchará
de nuevo.
He aprendido a quedarme mirando a los objetos.
Las paredes. Mis manos. Las aberturas de las
paredes. Las líneas de mis dedos. Las sombras de gris
en el concreto. La forma de mis uñas. Escojo un objeto
y lo miro durante lo que deben ser horas.
Mantengo el tiempo en mi cabeza al contar los
segundos mientras pasan. Mantengo los días en mi
cabeza al anotarlos. Hoy es el día dos. Hoy es el día
dos. Hoy es el día dos.
Hoy
Hace tanto frío. Hace tanto frío hace tanto frío.
Por favor por favor por favor

Azoto la portada para cerrar el libro.


Estoy temblando de nuevo, y esta vez no puedo
detenerme. Esta vez los temblores vienen desde lo más
profundo de mi interior, de una comprensión profunda de lo
que estoy sosteniendo en mis manos.
Este diario no es del tiempo que pasó aquí. No tiene nada
que ver conmigo, o Kent, o nadie en absoluto. Este diario
documenta sus días pasados en el asilo.
Y de repente este pequeño y abatido cuaderno significa
más para mí de lo que he tenido en toda mi vida.
Capítulo 10

NI siquiera sé cómo me las arreglo para regresar a mis


habitaciones tan rápido. Todo lo que sé es que he quitado
los seguros hacia mi habitación, abierto la puerta de mi
oficina sólo para encerrarme dentro, y sé que estoy sentado
aquí, en mi mesa, pilas de papeles y material confidencial
fuera de mi camino, mirando a la cubierta dañada de algo
que estoy casi atemorizado de leer. Hay algo tan personal
sobre este diario; parece que ha sido formado por los
sentimientos más solitarios, los momentos más vulnerables
de la vida de una persona. Ella escribió lo que fuera que sea
que esté en esas páginas durante algunas de las horas más
oscuras de sus diecisiete años y estoy a punto de conseguir
exactamente lo que siempre he querido.
Una mirada a su mente.
Y aunque la anticipación me está matando, también
estoy bastante consciente de cuán mal puede salir esto. De
repente ni siquiera estoy seguro de querer saberlo. Y sin
embargo quiero. Definitivamente quiero.
Así que abro el libro y le doy vuelta hacia la página
siguiente. Día tres.

Hoy empecé a gritar

Y esas cuatro palabras me golpean más fuerte que la


peor clase de dolor físico.
Mi pecho está alzándose y cayendo, mis respiraciones
salen muy fuertes. Tengo que forzarme a seguir leyendo.
Pronto me doy cuenta que las páginas no tienen un
orden. Ella parece haber vuelto a empezar al principio
después de que llegó al final del cuaderno y se dio cuenta
que se le había acabado del espacio. Ella escribe en los
márgenes, encima de otros párrafos, en letra diminuta y
casi ilegible. Hay números esparcidos por todas partes,
algunas veces el mismo número repitiéndose una y otra y
otra vez. Algunas veces la misma palabra escrita y re-
escrita, en un círculo y subrayada. Y en casi cada página
hay frases y párrafos casi completamente tachados.
Es un caos completo.
Mi corazón se encoge al darme cuenta de esto, esto es la
prueba de lo que debió haber experimentado. Había hecho
hipótesis sobre lo que podría haber sufrido todo ese tiempo,
encerrada en tales condiciones tan oscuras y terribles. Pero
verlo por mí mismo, deseo que no fuera cierto. Y ahora,
incluso aunque trato de leer en orden cronológico, me
encuentro incapaz de seguir el método que utilizó para
numerar todo; los sistemas que creó en estas páginas es
algo que sólo ella sería capaz de descifrar. Sólo puedo
hojear el libro y buscar pedazos que estén casi
coherentemente escritos.
Mis ojos se congelan en un pasaje particular.

Es una cosa extraña, no conocer nunca la paz. Saber


que sin importar a donde vayas, no hay un santuario.
Que la amenaza de dolor siempre esté a un susurro de
distancia. No estoy a salvo encerrada en estas 4
paredes, nunca estuve a salvo al dejar mi casa, y ni
siquiera me pude sentir a salvo esos 14 años que viví
en casa. El asilo mata a gente todos los días, el mundo
ya ha empezado a enseñarme el miedo, y mi hogar es
el mismo lugar donde mi padre me encerró en mi
habitación cada noche y mi madre me gritó por ser la
abominación que estuvo obligada a criar.
Siempre dijo que era mi rostro.
Había algo sobre mi rostro, dijo ella, que no podía
soportar. Algo con respecto a mis ojos, la forma en que
la miraba, el hecho de que tan siquiera existiera.
Siempre me decía que dejara de mirarla. Siempre lo
gritaba. Como si fuera a atacarla. Deja de mirarme,
gritaba. Simplemente deja de mirarme, gritaba.
Le prendió fuego a mi mano una vez.
Sólo para ver si se quemaba, dijo. Sólo para revisar
si era una mano normal, dijo.
Tenía 6 años en ese momento.
Lo recuerdo porque fue en mi cumpleaños.

Tiro el cuaderno al suelo.


Me siento de inmediato, tratando de tranquilizar mi
corazón. Paso una mano por mi cabello, mis dedos
atrapándose en las raíces. Estas palabras me son muy
cercanas, demasiado familiares. La historia de una niña
abusada por sus padres. Encerrada y desechada, es muy
cercano a mi mente.
Nunca había leído algo así antes. Nunca había leído nada
que me pudiera hablar directamente a los huesos. Y sé que
no debería. Lo sé, de alguna manera, que no ayudará, que
no me enseñará nada, que no me dará pistas de dónde
podría haber ido ella. Ya sé que ésta lectura sólo me volverá
loco.
Pero no puedo evitar alcanzar su diario una vez más. Lo
tengo abierto otra vez.

¿Ya estoy loca?


¿Ya ocurrió?
¿Cómo voy a saberlo?
Mi intercom chirría tan de repente que me caigo de la
silla y tengo que agarrarme de la pared detrás de mi
escritorio. Mis manos no dejarán de temblar; mi frente está
bañada de sudor. Mi brazo vendado ha comenzado a arder y
mis piernas de repente son demasiado débiles para
ponerme de pie. Tengo que concentrar toda mi energía en
sonar normal mientras acepto el mensaje que entra.
—¿Qué? —digo.
—Señor, simplemente me pregunté si todavía, bueno, la
asamblea, señor, a menos de que no sea un buen momento,
siento mucho interrumpirlo, no debería haberlo molestado
—Oh por el amor de Dios, Delalieu. —Trato de sacar el
temblor de mi voz—. Deje de disculparse. Estoy en camino.
—Sí, señor —dice él—. Gracias, señor.
Desconecto la línea.
Y luego agarro el cuaderno, lo meto en mi bolsillo y salgo
por la puerta.
Capítulo 11

ESTOY de pie en el borde del patio por encima del


Cuadrante, con vista a los miles de rostros mirando hacia
mí. Estos son mis soldados. De pie en fila india con sus
uniformes de asamblea. Camisas negras, pantalones
negros, botas negras.
No hay armas.
El puño izquierdo apretado contra su corazón.
Hago un esfuerzo para centrarme, y preocuparme, por la
tarea en cuestión, pero por alguna razón no puedo dejar de
ser muy consciente del cuaderno escondido en mi bolsillo, la
forma en que presiona contra mi pierna y me tortura con
sus secretos.
Yo no soy yo.
Mis pensamientos están enredados en palabras que no
son mías. Tengo que tomar una respiración fuerte para
aclarar mi mente, aprieto y aflojo mi puño.
—Sector 45 —digo, hablando directamente a la malla
cuadrada del micrófono.
Se desplazan a la vez, dejando caer su mano izquierda y
en su lugar colocan el puño derecho en el pecho.
—Tenemos una serie de cosas importantes que discutir
hoy —les digo—, la primera de los cuales es fácilmente
aparente. —Señalo mi brazo. Estudio cuidadosamente sus
elaborados rostros inexpresivos.
Sus pensamientos traidores son tan obvios. Ellos piensan
que soy poco más que un niño trastornado. Ellos no me
respetan, no me son leales.
Están decepcionados de que yo esté delante de ellos;
enojados, incluso disgustados, de que no esté muerto por la
herida.
Pero me temen.
Y eso es todo lo que necesito.
—Fui herido —les digo—, mientras estaba buscando a
dos de nuestros soldados desertores. El soldado Adam Kent
y el soldado Kenji Kishimoto quienes colaboraron en la huida
en un esfuerzo por secuestrar a Juliette Ferrars, nuestra más
reciente transferencia y crítica posesión para el Sector 45.
Ellos han sido acusados por el delito de usurpar y detener a
la Srta. Ferrars en contra de su voluntad. Pero, y lo más
importante, han sido justamente condenados por traición
contra el Reestablecimiento. Cuando sean encontrados, van
a ser ejecutados en el acto.
El terror, me doy cuenta, es uno de los sentimientos más
fáciles de leer. Incluso en el rostro estoico de un soldado.
—En segundo lugar —digo, más lentamente esta vez—,
en un intento de acelerar el proceso de estabilización del
Sector 45, los ciudadanos, y el resultante caos de estas
recientes interrupciones, el Comandante Supremo del
Reestablecimiento se nos ha unido en la base. Él llegó —les
digo—, hace treinta y seis horas.
Algunos hombres han dejado caer sus puños. Se olvidan
de ellos mismos. Sus ojos están asustados. Petrificados.
—Van a darle la bienvenida —les digo. Se dejan caer de
rodillas.
Es extraño, manejar este tipo de poder. Me pregunto si
mi padre está orgulloso de lo que ha creado. Que sea capaz
de poner a miles de hombres adultos de rodillas, con sólo
unas pocas palabras, con sólo el sonido de su título. Es un
tipo horrible, una especie de cosa adictiva.
Cuento hasta cinco en la cabeza.
—Levántense.
Lo hacen. Y luego se marchan.
Cinco pasos hacia atrás, hacia delante, de pie en su
lugar. Levantan el brazo izquierdo, doblan los dedos en
puños y caen sobre una rodilla. Esta vez, no los hago
pararse.
—Prepárense, señores —les digo—. No vamos a
descansar hasta que Kent y Kishimoto sean encontrados y la
Srta. Ferrars haya regresado a la base. Voy a hablar con el
Comandante Supremo en estas próximas veinticuatro horas,
nuestra nueva misión pronto será definida claramente.
»Mientras tanto ustedes deben entender dos cosas: en
primer lugar, vamos a reducir la tensión entre los
ciudadanos y esforzarnos en recordarles sus promesas de
nuestro nuevo mundo. Y en segundo lugar, tengan la
certeza de que vamos a encontrar a los soldados Kent y
Kishimoto. —Me detengo. Mirando alrededor, centrándome
en sus rostros—. Que su destino les sirva a ustedes como
ejemplo. No invitamos traidores al Reestablecimiento. Y no
los perdonamos.
Capítulo 12

UNO de los hombres de mi padre está esperando afuera de


mi puerta. Miro en su dirección pero no lo suficiente para
distinguir sus facciones.
—Diga su mensaje, soldado.
—Señor —dice él—, me han ordenado que le informe que
el Comandante Supremo requiere su presencia en sus
cuarteles para cenar a las veinte cien horas.
—Considere su mensaje recibido. —Me muevo para
desbloquear mi puerta.
Él da un paso hacia adelante, bloqueando mi camino.
Me doy la vuelta para enfrentarlo.
Él está parado a escasos centímetros de mí: un acto
implícito de irrespeto; un nivel de confianza que ni siquiera
Delalieu se permite. Pero a diferencia de mis hombres, los
psicópatas que rodean a mi padre se consideran
afortunados. Ser un miembro de la guardia de élite del
Comandante Supremo es considerado un privilegio y un
honor. No le responden a nadie que no sea él.
Y ahora mismo, este soldado está tratando de probar que
tiene mayor rango que yo. Está celoso de mí. Piensa que
soy indigno de ser el hijo del supremo comandante del
Reestablecimiento. Prácticamente está escrito en su rostro.
Tengo que detener el impulso de reírme mientras miro
sus fríos ojos grises y el hueco negro que es su alma. Tiene
sus mangas enrolladas por encima de sus codos, sus
tatuajes militares claramente definidos y mostrándose. Las
bandas concéntricas de tinta negra alrededor de sus
antebrazos son en rojo, verde y azul, el único signo en su
persona que indica que es un soldado de un rango
sumamente elevado. Es un enfermizo ritual de marcado del
que siempre he rehusado tomar parte.
El soldado sigue mirándome.
Inclino mi cabeza en su dirección, alzo mis cejas.
—Me han requerido —dice él—, para esperar la
aceptación verbal de esta invitación.
Me tomo un momento para considerar mis opciones, que
son ninguna.
Yo, como el resto de las marionetas en este mundo, soy
completamente sumiso de la voluntad de mi padre. Es una
verdad con la que estoy completamente forzado a aceptar
cada día: que nunca seré capaz de defenderme del hombre
cuyo puño está apretado alrededor de mi columna.
Me hace odiarme.
Encuentro los ojos del soldado de nuevo y me pregunto,
por un instante, si tiene nombre antes de darme cuenta que
ni siquiera pudiera importarme menos.
—Considérelo aceptado.
—Sí, lo sé
—Y la próxima vez, soldado, no se parará a menos de
cinco pies de distancia de mí sin primero pedir permiso.
Él parpadea, asombrado.
—Señor, yo…
—Está confundido. —Lo corto—. Asume que su trabajo
con el Comandante Supremo le confiere inmunidad a las
reglas que gobiernan la vida de los otros soldados. Aquí,
usted está equivocado.
Su mandíbula se tensa.
—Nunca olvide —digo, ahora en voz baja—, que si
quisiera su trabajo, yo podría tenerlo. Y nunca olvide que el
hombre al que sirve con entusiasmo es el mismo hombre
que me enseñó a disparar un arma cuando yo tenía nueve
años.
Sus fosas nasales se abren. Mira hacia adelante.
—Entregue su mensaje, soldado. Y luego memorice este:
no me hable de nuevo.
Ahora sus ojos están enfocados en un punto
directamente detrás de mí, sus hombros rígidos. Espero.
Su mandíbula sigue tensa. Lentamente levanta su mano
en saludo.
—Puede retirarse —digo.
***
Cierro la puerta y me inclino contra esta. Sólo necesito
un momento. Estiro la mano para alcanzar la botella que
dejé en mi mesa de noche y saco dos píldoras cuadradas;
las lanzo a mi boca, cerrando mis ojos mientras se
disuelven. La oscuridad de detrás de mis párpados es un
alivio bienvenido.
Hasta que el recuerdo de su rostro se fuerza en mi
consciencia.
Me siento en mi cama y dejo caer mi cabeza en mi mano.
No debería estar pensando en ella ahora mismo. Tengo
horas de papeleo para arreglar y el estrés adicional de la
visita de mi padre para contener.
Cenar con él debería ser un espectáculo. Un espectáculo
destroza almas. Aprieto mis ojos cerrados fuertemente y
hago un débil esfuerzo para construir las paredes que
seguramente despejarían mi mente. Pero esta vez, no
funcionaron. Su rostro sigue apareciendo, su diario
atormentándome desde su lugar en mi bolsillo. Y comienzo
a darme cuenta de que una pequeña parte de mí no quiere
alejar los pensamientos de ella. Una parte de mí disfruta la
tortura.
Esta chica me está destruyendo.
Una chica que ha pasado el último año en un asilo para
locos. Una chica que me intentaría disparar si la beso. Una
chica que escapó con otro hombre sólo para alejarse de mí.
Por puesto esta es la chica de la cual me enamoraría.
Cierro una mano sobre mi boca.
Estoy volviéndome loco.
***
Me quito las botas. Me subo por la cama y permito que
mi cabeza golpee las almohadas de debajo de mí.
Ella durmió aquí, pienso. Durmió en mi cama. Se
despertó en mi cama. Ella estuvo aquí y yo la dejé escapar.
Fallé.
La perdí.
Ni siquiera me doy cuenta que he sacado el cuaderno de
mi bolsillo hasta que lo estoy sosteniendo frente a mi rostro.
Mirándolo. Estudiando la cubierta desteñida en un intento
por entender donde pudo haber adquirido tal cosa. Debió
haberlo robado de algún lugar, aunque no puedo
imaginarme dónde.
Hay tantas cosas que quiero preguntarle. Tantas cosas
que deseo poderle decir. En cambio, abro el diario y leo.

Algunas veces cierro mis ojos y pinto estas paredes


de un color diferente.
Imagino que estoy usando medias calientes y
sentada junto al fuego. Me imagino que alguien me ha
dado un libro para leer, una historia para que me aleje
de la tortura de mí propia mente. Quiero ser alguien
más en otro lugar con algo que llene mi mente. Quiero
correr, sentir el viento jalando mi cabello.
Quiero pretender que esto es sólo una historia
dentro de una historia. Que esta celda es sólo una
escena, que estas manos no me pertenecen, que esta
ventana lleva a algún lugar hermoso si simplemente
pudiera romperla. Pretendo que esta almohada está
limpia, pretendo que esta cama es suave. Pretendo y
pretendo y pretendo hasta que el mundo se vuelve tan
impresionante detrás de mis párpados que ya no lo
puedo contener. Pero luego mis ojos se abren y estoy
agarrada alrededor de mi garganta por un par de
manos que no dejarán de sofocarme Sofocarme
sofocarme.
Mis pensamientos, pienso, pronto serán escuchados.
Mi mente, espero, pronto será encontrada.

El diario cae de mi mano hacia mi pecho. Paso mi mano


libre por mi rostro, por mi cabello. Froto la parte posterior de
mi cuello y me levanto tan rápido que mi cabeza golpea el
cabezal y estoy agradecido por eso. Me tomo un momento
para apreciar el dolor.
Luego recojo el libro
Y vuelvo la página.

Me pregunto que están pensando. Mis padres. Me


pregunto dónde estarán. Me pregunto si ahora estarán
bien, si ahora son felices, si finalmente obtuvieron lo
que quisieron. Me pregunto si alguna vez mi mamá
tendrá otro hijo. Me pregunto si alguien será lo
suficientemente amable para matarme, y me pregunto
si el infierno es mejor que esto. Me pregunto cómo se
ve mi rostro ahora. Me pregunto si alguna vez volveré a
respirar aire fresco.
Me pregunto tantas cosas.
Algunas veces me quedo despierta durante días
simplemente contando todo lo que puedo encontrar.
Cuento las paredes, las grietas en las paredes, mis
dedos de las manos y los pies. Cuento los resortes en la
cama, los hilos de las sábanas, los pasos que doy para
cruzar la habitación y volver. Cuento mis dientes y los
cabellos individuales en mi cabeza y los números de los
segundos que puedo contener mi respiración.
Pero algunas veces me canso tanto que olvido que
ya no se me permite desear más, y me encuentro
deseando la única cosa que siempre he querido. Con lo
único que siempre he soñado.
Deseo todo el tiempo un amigo.
Lo sueño. Me imagino cómo sería. Sonreír y que me
sonrían. Tener una persona para confiar; alguien que no
me lance cosas o ponga mis manos en el fuego o me
golpee por haber nacido. Alguien que escuche que fui
abandonada y trate de encontrarme, alguien que nunca
esté asustado de mí.
Alguien que sepa que nunca traté de herirlos.
Me encojo en una esquina de esta habitación y
entierro mi cabeza en mis rodillas y me balanceo hacia
atrás y adelante hacia atrás y adelante hacia atrás y
adelante y deseo y deseo y deseo y sueño con cosas
imposibles hasta que me he dormido por llorar.
Me pregunto cómo sería tener un amigo.
Luego me pregunto quién más está encerrado en
este asilo. Me pregunto de dónde vienen los otros
gritos.
Me pregunto si vienen por mí.

Trato de mantenerme concentrado, diciéndome que esto


son sólo palabras vacías pero estoy mintiendo. Porque de
algún modo, sólo leer estas palabras es demasiado; y el
pensar en su dolor me está causando una cantidad de
agonía insoportable.
Saber que ella experimentó esto.
Fue abandonada por sus propios padres, marginada y
abusada toda su vida. La empatía no es una palabra que
haya conocido, pero ahora me está ahogando, llevándome a
un mundo que nunca sabía que podía entrar.
Y aunque siempre había creído que ella y yo
compartíamos tantas cosas, no sabía cuán profundo podía
sentirlo.
Me está matando.
Me pongo de pie. Comienzo a pasear por mi habitación
hasta que finalmente tengo el impulso de seguir leyendo.
Luego tomo una profunda respiración.
Y vuelvo la página.

Hay algo hirviendo dentro de mí.


Algo que nunca me había atrevido a sacar, algo que
estoy atemorizada de reconocer. Hay una parte de mí
reclamando ser libre de la jaula en la que he sido
atrapada, golpeando en las paredes de mi corazón,
rogando por ser libre.
Rogando por dejarse ir.
Cada día me siento como si estuviera volviendo vivir
la misma pesadilla. Abro mi boca para gritar, para
pelear, para mover mis puños pero mis cuerdas vocales
están cortadas, mis brazos son pesados y pesan como
si estuvieran atrapados en cemento mojado y grito pero
nadie puede escucharme, nadie puede alcanzarme y
estoy atrapada. Y me está matando.
Siempre tuve que hacerme la sumisa, servil,
retorcida en una fregona pasiva y suplicante sólo para
hacer que todos se sintieran a salvo y cómodos. Mi
existencia se ha vuelto una pelea para probar que soy
inofensiva, que no soy una amenaza, que soy capaz de
vivir entre otros humanos sin herirlos.
Estoy tan cansada estoy tan cansada estoy tan
cansada estoy tan cansada y algunas veces estoy tan
enfadada…
No sé qué me está pasando.

—Dios, Juliette —jadeo.


Y caigo de rodillas.
***
—Llama por transporte de inmediato.
Necesito salir. Necesito salir de inmediato.
—¿Señor? Quiero decir, sí, señor, por supuesto… pero
dónde…
—Tengo que visitar las barracas —digo—. Debo hacer mis
rondas antes de mi reunión esta tarde.
Esto es a la vez verdad y mentira. Pero estoy dispuesto a
hacer cualquier cosa en este momento que pueda sacar mi
mente de este diario.
—Oh, ciertamente, señor. ¿Le gustaría que lo
acompañara?
—Eso no será necesario, Teniente, pero gracias por la
oferta.
—Yo, s-señor —vacila—. Por supuesto, es m-mi placer,
señor, asistirlo.
Buen Dios, me he olvidado de mis sentidos. Nunca le doy
las gracias a Delalieu. Probablemente le he dado un paro
cardíaco a este pobre hombre.
—Estaré listo para irme en diez minutos. —Lo corto.
Se detiene de repente. Luego.
—Sí, señor. Gracias, señor.
Estoy presionando mi puño contra mi boca mientras la
llamada se desconecta.
Capítulo 13
Nosotros teníamos casas. Antes.
De todos los tipos diferentes. Casas de 1 piso. Casas
de 2 pisos. Casas de 3 pisos.
Comprábamos adornos de jardín y luces
centelleantes, aprendimos a andar en bicicleta sin las
ruedas de entrenamiento.
Compramos vidas confinadas dentro de 1, 2, 3 pisos
ya construidos, pisos atrapados dentro de estructuras
que no podíamos cambiar
Vivimos en aquellos pisos por un tiempo.
Nosotros seguimos el relato establecido para
nosotros, la prosa inmovilizada en cada metro cuadrado
de espació que habíamos adquirido. Estábamos
contentos con los giros de la trama que sólo redirigieron
suavemente nuestras vidas. Firmamos en la línea
punteada por las cosas que no sabíamos que nos
importaban. Comimos las cosas que no deberíamos,
gastamos dinero cuando no podíamos, perdimos de
vista la tierra que teníamos que habitar y perdimos
perdimos perdimos todo. Comida. Agua. Recursos.
Pronto los cielos fueron grises con contaminación
química, y las plantas y animales estaban enfermos por
modificación genética, y las enfermedades se
arraigaban a sí mismas en nuestro aire, nuestra
comida, nuestra sangre y huesos.
La comida desapareció. Las personas estaban
muriendo. Nuestro imperio cayó en pedazos. El
Reestablecimiento dijo que nos ayudaría. Salvaría.
Reconstruiría nuestra sociedad. En lugar de eso ellos
nos desgarraron a todos nosotros.

DISFRUTO viniendo a los compuestos.


Es un extraño lugar para buscar refugio, pero hay algo
sobre ver tantos civiles en este vasto, abierto espacio que
me recuerda lo que estoy destinado a hacer. Estoy tan a
menudo confinado entre las paredes del cuartel general del
Sector 45 que olvido las caras de esos que están luchando y
esos por los que estamos luchando.
Me gusta recordar.
Casi todos los días visito cada grupo en los compuestos;
saludo a los residentes y les pregunto sobre sus condiciones
de vida. No puedo dejar de sentir curiosidad sobre qué debe
de ser la vida para ellos ahora. Porque mientras el mundo
cambió para todos los demás, siempre se mantuvo igual
para mí. Reglamentado. Aislado. Sombrío.
Hubo un tiempo cuando las cosas eran mejores, cuando
mi padre no estaba siempre tan enojado. Yo tenía unos
cuatro años entonces. Él solía dejar que me sentara en su
regazo y buscara es sus bolsillos. Yo podía quedarme lo que
quisiera siempre y cuando mi argumento fuera lo
suficientemente convincente. Esa era su idea de un juego.
Pero todo eso era antes.
Envuelvo mi abrigo con más fuerza alrededor de mi
cuerpo, siento el material presionar contra mi espalda. Me
estremezco sin querer.
La vida que conozco es la única que importa. La asfixia,
el lujo, las noches sin dormir y los cadáveres. Siempre fui
enseñado a concentrarme en el poder y dolor, ganando e
infringiendo.
Nada me aflije.
Tomo todo.
Es la única manera que se cómo vivir en este cuerpo
maltrecho. Vacío mi mente de las cosas que me infectan y
agobian mi alma, y tomo todo lo que puedo de las pequeñas
simpatías que vienen en mi camino. No sé lo que es vivir
una vida normal; no sé cómo simpatizar con los civiles que
perdieron sus casas. Yo no sé qué debe de haber sido para
ellos antes de que El Reestablecimiento se hiciera cargo.
Así que disfruto visitar los compuestos.
Disfruto viendo como otras personas viven; me gusta
que la ley los obliga a responder mis preguntas. No tendría
otra manera de saber, de lo contrario.
Pero mi tiempo se ha acabado. Presté poca atención al
reloj antes de salir de la base y no me di cuenta que tan
pronto el sol va a ponerse. La mayoría de los civiles están
regresando a casa a retirarse por la noche, sus cuerpos
inclinados, acurrucados contra el frío mientras ellos caminan
arrastrando los pies hacia los grupos de metal que
comparten con al menos otras tres familias.
Estas casas improvisadas son construidas a partir de
contenedores de transporte de doce metros; están apilados
uno junto al otro y uno encima del otro, puestos juntos en
grupos de cuatro y seis. Cada contenedor ha sido aislado;
adaptado con dos ventanas y una puerta. Escaleras para los
niveles de arriba adheridas a cada lado. Los techos están
revestidos con paneles solares para proveer electricidad
gratis para cada agrupamiento.
Es algo de lo que estoy orgulloso.
Porque fue idea mía.
Cuando estábamos buscando refugio temporal para los
civiles, sugerí restaurar los viejos contenedores que
recubren los muelles de cada puerto alrededor del mundo.
No sólo son baratos, fácilmente reciclables, y altamente
personalizables, pero son apilables, portátiles, y construidos
para resistir a los elementos. Requieren mínima
construcción, y con el equipo correcto, miles de viviendas
pueden estar listas en cuestión de días.
Le tiré la idea a mi padre, pensando que podría ser la
opción más eficaz, una solución temporal que sería mucho
menos cruel que tiendas de campaña; algo que ofreciera un
verdadero, seguro refugio. Pero el resultado fue tan eficaz
que El Reestablecimiento no vio necesidad de actualizar.
Aquí, en tierra que solía ser un vertedero, hemos apilado
miles de contenedores, grupos de desteñidos, cubos
rectangulares que son fáciles de monitorear y seguir la
pista.
A las personas todavía se les dice que estas casas son
temporales. Que un día van a regresar a los recuerdos de su
vida anterior, y que las cosas van a ser brillantes y
hermosas de nuevo. Pero todo eso es una mentira.
El Reestablecimiento no tiene planes para moverlos.
Los civiles son enjaulados en este suelo regulado; estos
contenedores se han convertido en sus prisiones.
Todo ha sido numerado. El pueblo, sus casas, su nivel de
importancia para El Reestablecimiento.
Aquí, ellos se han convertido en parte de un enorme
experimento. Un mundo en el que ellos trabajan para
apoyar las necesidades de un régimen que les hace
promesas que nunca se cumplen.
Esta es mi vida.
Este triste mundo.
La mayoría de los días me siento tan enjaulado como
estos civiles, y eso es probablemente el porqué siempre
vengo aquí. Es como correr de una prisión a otra; una
existencia en la que no hay alivio, no hay refugio. Donde
incluso mi propia mente es un traidor.
Debería de ser más fuerte que esto.
He estado entrenando hace poco más de una década.
Cada día trabajo para afilar mis fuerzas físicas y mentales.
Yo soy un metro setenta y seis y 77 kilos de músculo. He
sido construido para sobrevivir, para maximizar aguante y
energía, y estoy más cómodo cuando estoy sosteniendo una
pistola en mi mano. Puedo limpiar, desarmar, y rearmar más
de 150 diferentes tipos de armas de fuego. Puedo dispararle
a un objetivo a través del centro desde casi cualquier
distancia. Puedo romper la tráquea de una persona sólo con
el borde de mi mano. Puedo paralizar temporalmente a un
hombre sin nada más que mis nudillos.
En el campo de batalla, soy capaz de desconectarme a
mí mismo de los movimientos que me han enseñado a
memorizar.
He desarrollado una reputación como de un frío e
insensible monstruo que no teme a nada y se preocupa por
menos.
Pero todo esto es muy engañoso.
Porque la verdad es, que yo no soy más que un cobarde.
Capítulo 14

EL sol se está poniendo. Pronto no voy a tener más


remedio que volver a la base, donde voy a tener que
quedarme quieto y escuchar a mi padre hablar en lugar de
dispararle un tiro en la boca abierta.
Así que a ganar tiempo.
Puedo observar desde lejos mientras los niños corren
alrededor cuando sus padres los llevan a sus casas. Me
pregunto acerca de cómo algún día tendrán la edad
suficiente para darse cuenta de que las tarjetas de registro
del Reestablecimiento que llevan son en realidad tarjetas de
seguimiento para cada uno de sus movimientos. Que el
dinero que sus padres ganan por trabajar en cualquier
fábrica está clasificado en esta, estrechamente
monitorizado. Estos niños crecerán y comprenderán
finalmente que todo lo que hacen es grabado, cada
conversación diseccionada por los rumores de rebelión. No
saben que se crean perfiles para todos los ciudadanos, y
que cada perfil está lleno de documentación sobre sus
amistades, relaciones y hábitos de trabajo, incluso la forma
en que eligen pasar su tiempo libre.
Sabemos todo sobre todos.
Demasiado.
Tanto, de hecho, que rara vez recuerdo que estamos
tratando con personas reales, vivas hasta que las veo en los
campos. He aprendido de memoria los nombres de casi
todas las personas en el Sector 45. Me gusta saber quién
vive dentro de mi jurisdicción, soldados y civiles por igual.
Así es como yo sabía, por ejemplo, que el soldado
Seamus Fletcher, 45B-76.423, estaba golpeando a su
esposa y niños cada noche.
Sabía que él estaba gastando todo su dinero en alcohol,
sabía que había estado matando de hambre a su familia.
Estuve monitoreando los RESTANTES dólares que gastaba
en nuestros centros de suministro y observé
cuidadosamente a su familia en los campos. Sabía que sus
tres hijos estaban por debajo de la edad de diez años y no
habían comido en las últimas semanas, sabía que en
repetidas ocasiones habían estado en los campos médicos
por huesos rotos y puntos de sutura. Sabía que había
golpeado a su hija de nueve años, en la boca y partido el
labio, fracturado su mandíbula, y roto sus dos dientes
delanteros, y sabía que su esposa estaba embarazada.
También sabía que él la golpeó con tanta fuerza una noche
que perdió a su hijo al día siguiente.
Lo sabía, porque estaba allí.
Había estado parando por cada residencia, visitando a
los civiles, haciendo preguntas sobre su salud y situaciones
de vida en general. Quería saber acerca de sus condiciones
de trabajo y si algún miembro de su familia estaba enfermo
y tenía que estar en cuarentena.
Ella estaba allí ese día. La esposa de Fletcher. Su nariz
rota estaba tan destrozada que sus dos ojos se habían
hinchado. Su cuerpo era tan delgado y frágil, su color tan
pálido que creí que podría romperse por la mitad con sólo
sentarse. Pero cuando le pregunté acerca de sus heridas,
ella no me miró a los ojos. Dijo que se había caído, que a
causa de su caída, había malogrado el embarazo y se logró
romper la nariz en el proceso.
Asentí con la cabeza. Agradecí su cooperación para
responder a mis preguntas. Y entonces convoqué una
asamblea.
Soy muy consciente de que la mayoría de mis soldados
roban nuestros centros de almacenamiento. Yo superviso
nuestro inventario de cerca, y sé que los suministros faltan
todo el tiempo. Pero permito estas infracciones para que no
alteren el sistema. Unos pocos panes extra o barras de
jabón mantienen a mis soldados de un mejor espíritu;
trabajan más duro si están saludables, y la mayoría están
apoyando a sus cónyuges, hijos y parientes. Entonces se
trata de una concesión que permito.
Pero hay algunas cosas que no perdono.
No me considero un hombre moral. No filosofo sobre la
vida o me causo molestias con las leyes y principios que
rigen a la mayoría de las personas. No pretendo saber la
diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Pero si vivo con
un cierto tipo de código. Y a veces, creo, que tienes que
aprender a disparar primero.
Seamus Fletcher estaba asesinando a su familia. Y le
disparé en la frente porque pensé que sería más amable
que rasgarlo en pedazos con la mano.
Pero mi padre me recogió de donde Fletcher murió. Mi
padre tenía a sus tres hijos y su madre muerta, todo por
culpa de ese bastardo borracho del que habían dependido
para proveerse. Él era su padre, su marido, y la razón por la
que todos murieron de una manera brutal y prematura.
Y algunos días me pregunto por qué insisto en seguir
vivo.
Capítulo 15

UNA vez que estoy de vuelta en la base, me dirijo hacia


abajo. Ignoro los soldados y su saludo cuando paso,
prestando poca atención a la mezcla de curiosidad y recelo
en sus ojos. Ni siquiera me doy cuenta de que me dirigía en
esta dirección hasta que llegué a la sede, pero mi cuerpo
parece saber más lo que necesito en este momento de lo
que mi mente lo hace. Mis pisadas son pesadas, el sonido
constante de mis botas se hace eco a lo largo del camino de
piedra mientras llego a los niveles más bajos.
No he estado aquí en casi dos semanas.
La habitación ha sido reconstruida desde mi última visita,
el panel de vidrio y el muro de concreto han sido
sustituidos. Y hasta donde yo sé, ella fue la última persona
que utilizó este sitio.
Yo mismo la traje aquí.
Empujo a través de un conjunto de puertas giratorias
dobles en el vestuario que se encuentra adyacente a la
plataforma de simulación. Mis manos buscan un interruptor
en la oscuridad, los tonos de luz parpadean una vez que
vuelve a la vida. Un zumbido sordo de electricidad vibra a
través de estas vastas dimensiones. Todo está en silencio,
abandonado.
Así es como me gusta.
Tiro tan rápido como este brazo herido me permite.
Todavía me quedan dos horas antes de que mi padre me
espere para la cena, así que no debería sentirme tan
ansioso, pero mis nervios no están cooperando. Todo parece
estar alcanzándome al mismo tiempo. Mis fracasos. Mi
cobardía. Mi estupidez.
A veces estoy tan cansado de esta vida.
Estoy de pie descalzo sobre este piso de concreto en
nada más que un cabestrillo para el brazo, odiando la forma
en que esta lesión constantemente me ralentiza. Agarro los
pantalones cortos escondidos en mi armario y tiro de ellos lo
más rápidamente posible, apoyado contra la pared. Cuando
por fin estoy en posición vertical, golpeo el cierre del
casillero y camino hacia la habitación contigua.
Choco con otro interruptor, y la cubierta operativa
principal zumba a la vida. Las computadoras pitan y
parpadean mientras el programa vuelve a calibrar; paso los
dedos por el teclado.
Utilizamos estas habitaciones para generar simulaciones.
Manipulamos la tecnología para crear entornos y
experiencias que existen en su totalidad en la mente
humana. No sólo somos capaces de crear el marco, sino que
también podemos controlar los detalles minuciosos. Los
sonidos, los olores, la confianza falsa, la paranoia. El
programa fue diseñado originalmente para ayudar a los
soldados del tren para misiones específicas, así como para
ayudarlos a superar los miedos que de lo contrario los
paralizarían en el campo de batalla.
Yo lo uso para mis propios fines.
Solía venir aquí todo el tiempo antes de llegar a la base.
Este fue mi espacio seguro, mi único escape del mundo.
Sólo deseo que no viniera con un uniforme. Estos
pantalones cortos son de almidón e incómodos, el poliéster
y la picazón es irritante. Pero los pantalones cortos están
revestidos con un químico especial que reacciona con la piel
y la información alimenta a los sensores, además ayuda a
colocarme en la experiencia, y me permitirá correr por
millas sin chocar contra las paredes reales, físicas en mi
entorno real. Y para que el proceso sea lo más eficaz
posible, tengo que estar usando casi nada. Las cámaras son
hipersensibles al calor del cuerpo, y funcionan mejor cuando
no están en contacto con materiales sintéticos.
Espero que este detalle sea corregido en la próxima
generación del programa.
El mainframe me pide información, rápidamente
introduzco un código de acceso que me otorga la
autorización para levantar una historia de mis simulaciones
anteriores. Miro por encima de mi hombro mientras el
equipo procesa los datos, miro a través del recién reparado
espejo de dos vías que ve hacia la cámara principal. Todavía
no puedo creer que ella rompió una pared entera de vidrio y
hormigón y logró alejarse ilesa.
Increíble.
El equipo emite un sonido dos veces, me giro de nuevo a
su alrededor. Los programas en mi historia están cargados y
listos para ser ejecutados.
Su archivo está en lo alto de la lista.
Respiro profundo, tratando de quitarme de encima el
recuerdo. No me arrepiento de ponerla en medio de una
experiencia tan horrible, no sé si ella alguna vez se permitió
finalmente perder el control, para finalmente habitar su
propio cuerpo, si no hubiera encontrado un método eficaz
de provocarla. En última instancia, realmente creo que la
ayudé, tal como pretendía hacerlo. Pero desearía que no me
hubiera apuntado con un arma a la cara y que saltara por
una ventana poco después.
Tomo otra respiración lenta, estabilizadora.
Y selecciono la simulación por la que vine aquí.
Capítulo 16

ESTOY en la cámara principal. Enfrentándome a mí mismo.


Esta es una simulación muy simple. No cambié mi ropa o
mi pelo o siquiera el suelo alfombrado de la habitación. No
hice nada excepto crear un duplicado de mí mismo y darle a
él un arma.
Él no dejará de mirarme.
 
Uno.
 
Inclina la cabeza
—¿Estás listo? —Pausa—. ¿Estás preocupado?
Mi corazón se acelera.
Él alza su brazo. Sonríe un poco.
—No te preocupes —dice—. Ya casi hemos terminado.
 
Dos.
 
—Sólo un poco más y te dejaré —dice, apuntando el
arma directamente a mi frente.
Las palmas de mis manos están sudando. Mi pulso
acelerándose.
—Estarás bien —miente—. Te lo prometo.
 
Tres.
 
Boom.
Capítulo 17

—¿ESTÁS seguro de que no tienes hambre?—pregunta


mi padre, todavía masticando—. Esto está realmente bueno.
Me muevo a un lado en mi lugar. Concentrado en los
pliegues planchados de los pantalones que estoy usando.
—¿Hm? —pregunto. En realidad pude escucharlo sonreír.
Soy muy consciente de los soldados cubriendo las
paredes de esta habitación. Él siempre los mantiene cerca,
y siempre en constante competencia entre ellos. Su primera
asignación fue determinar quién de los once era el eslabón
más débil. El que tuviera el argumento más convincente era
luego obligado a deshacerse de su blanco. Mi padre
encuentra estas prácticas divertidas.
—Me temo que no estoy hambriento. La medicina —
miento—, me quita el apetito.
—Ah —dice él. Lo escucho poner sus cubiertos en la
mesa—. Claro. Qué inconveniente.
No digo nada.
—Déjennos solos.
Dos palabras y sus hombres se dispersan en cuestión de
segundos. La puerta se desliza cerrada detrás de ellos.
—Mírame —dice.
Miré hacia arriba, mis ojos cuidadosamente desprovistos
de emoción. Odio su cara. No puedo soportar mirarlo por
mucho tiempo; no me gusta experimentar el impacto
completo de cuán inhumano es él. No lo tortura lo que hace
o cómo vive. De hecho, lo disfruta. Ama el torrente de
poder; piensa de sí mismo como una entidad invencible.
Y en algunos aspectos, no está equivocado.
He llegado a creer que el hombre más peligroso en el
mundo es el que no siente ningún remordimiento. El que
nunca se disculpa y por lo tanto no busca el perdón. Porque
al final son nuestras emociones las que nos hacen débiles,
no nuestras acciones.
Me doy la vuelta.
—¿Qué encontraste? —pregunta, sin preámbulos.
Mi mente inmediatamente va al diario que he guardado
en mi bolsillo, pero no hago ningún movimiento. No me
atrevo a echarme para atrás. La gente rara vez se da cuenta
que miente con sus labios y dice la verdad con sus ojos todo
el tiempo. Pon un hombre en una habitación con algo que
está escondiendo y luego pregúntale dónde lo ha escondido:
te dirá que no lo sabe, que tienes al hombre equivocado;
pero siempre va a mirar a su posición exacta. Y justo ahora
sé que mi padre está observándome, esperando a ver a
donde podría mirar y qué podría decir después.
Mantengo mis hombros relajados y tomo una lenta e
imperceptible respiración para estabilizar mi corazón. No
respondo.
Finjo estar perdido en mis pensamientos.
—¿Hijo?
Miro hacia arriba. Fingiendo sorpresa.
—¿Sí?
—¿Qué encontraste? ¿Cuando buscaste en su habitación
hoy?
Exhalo. Sacudo mi cabeza mientras me inclino hacia
atrás en mi silla.
—Vidrio roto. Una cama desaliñada. Su armario, abierto
de par en par. Ella tomó sólo unos pocos artículos de
tocador y algunos pares extra de ropa y ropa interior. Nada
más estaba fuera de lugar.
Nada de esto es una mentira.
Lo escucho suspirar. Empuja lejos su plato. Siento el
contorno del cuaderno quemando contra mi muslo.
—¿Y dices que no sabes a dónde podría haber ido?
—Yo sólo sé que ella, Kent y Kishimoto deben de estar
juntos —le digo—. Delalieu dijo que ellos robaron un auto,
pero el rastro desapareció abruptamente en el borde de un
campo estéril. Hemos tenido tropas patrullando durante
días, buscando en la zona, pero no han encontrado nada.
—¿Y dónde —dice—, planeas buscar ahora? ¿Piensas que
ellos podrían haber cruzado hacia otro sector? —Su voz está
apagada. Entretenida.
Miro arriba a su cara sonriente.
Solamente me está haciendo estas preguntas para
probarme. Él tiene sus propias respuestas, su propia
solución ya preparada. Quiere verme fallar contestando
incorrectamente. Está tratando de probar que sin él, yo
tomo las decisiones equivocadas.
Se está burlando de mí.
—No —le digo, mi voz firme, estable—. No creo que ellos
hagan algo tan estúpido como cruzar hacia otro sector. No
tienen el acceso, los medios, o la capacidad. Probablemente
estén muertos para ahora. La chica probablemente es la
única sobreviviente, y no puede haber ido lejos porque no
tiene idea de cómo guiarse por estas áreas. Ella las ha
desconocido desde hace mucho tiempo; todo en este medio
ambiente es extraño para ella. Además, no sabe conducir, y
si de alguna manera lograra robar un vehículo, recibiríamos
aviso de propiedad robada. Considerando su estado de
salud general, su propensión a la falta de esfuerzo físico, y
su falta de acceso a comida, agua, y atención médica,
probablemente se derrumbó en un radio de cinco millas de
ese supuesto campo estéril. Tenemos que encontrarla antes
de que se congele hasta la muerte.
Mi padre se aclara la garganta.
—Sí —dice él—, esas son teorías interesantes. Y tal vez
bajo circunstancias ordinarias, podrían realmente ser
válidas. Pero no estás recordando el detalle más importante.
Encuentro su mirada.
—Ella no es normal —dice, recostándose en su silla—. Y
ella no es la única de su especie.
Mi ritmo cardiaco se acelera. Parpadeo demasiado
rápido.
—Oh vamos, ¿en serio no habías sospechado? ¿Hiciste
alguna hipótesis? —ríe—. Parece estadísticamente imposible
que ella sea el único error fabricado por nuestro mundo. Tú
sabías esto, pero no querías creerlo. Y yo vine aquí a decirte
que es verdad. —Inclina su cabeza hacia mí. Sonríe con una
gran, vibrante sonrisa—. Hay más de ellos. Y ellos la han
reclutado.
—No —respiré.
—Ellos se infiltraron en tus tropas. Vivieron en medio de
ustedes en secreto. Y ahora robaron tu juguete y huyeron
con él. Sólo Dios sabe cómo ellos esperan manipularla para
su propio beneficio.
—¿Cómo puedes estar seguro? —pregunto—. ¿Cómo
sabes que tuvieron éxito en llevársela con ellos? Kent
estaba medio muerto cuando lo dejé…
—Presta atención, hijo. Te estoy diciendo que ellos no son
normales. Ellos no siguen tus reglas; no hay lógica que los
una. No tienes idea de las rarezas de las que ellos podrían
ser capaces. —Una pausa—. Además, ya he sabido por
cierto tiempo que un grupo de ellos existían
clandestinamente en esta área. Pero en todos estos años
siempre se mantuvieron contenidos. Ellos no interfirieron
con mis métodos, y pensé que era mejor dejarlos morir por
su cuenta sin infectar a nuestros civiles con pánico
innecesario. Tú entiendes, por supuesto —dice él—. Después
de todo, difícilmente pudiste contener incluso a uno solo de
ellos. Son cosas monstruosas para la vista.
—¿Tú lo sabías? —Estoy en pie ahora. Tratando de
mantener la calma—. ¿Tú sabías de su existencia, todo este
tiempo, y aún así no dijiste nada? ¿No dijiste nada?
—Parecía innecesario.
—¿Y ahora? —exijo
—Ahora parece pertinente.
—¡Increíble! —Lanzo mis manos al aire—. ¡Que me hayas
retenido esa información! Cuando sabías mis planes para
ella….cuando sabías las molestias que había tomado para
traerla a aquí…
—Cálmate —dice. Estira sus piernas; descansando el
tobillo de una en la rodilla de la otra—. Vamos a
encontrarlos. Este campo estéril del que Delalieu habló… ¿el
área dónde el automóvil ya no era detectable? Ese lugar es
nuestro objetivo. Ellos deben estar situados bajo tierra.
Debemos encontrar la entrada y destruirlos en silencio,
desde el interior. Luego tendremos que castigar al culpable
de entre ellos, y evitar que el resto se rebele e inspire un
alzamiento en nuestro pueblo.
Se inclina hacia delante.
—Los civiles escuchan todo. Y justo ahora ellos están
vibrando con una nueva especie de energía. Se sienten
inspirados porque alguien fue capaz de escapar, y de que tú
fuiste herido en el proceso. Eso hace que nuestras defensas
parezcan débiles y fácilmente penetrables. Debemos
destruir esta percepción corrigiendo el desequilibrio. El
miedo va a devolver todo a su lugar adecuado.
—Pero ellos han estado buscando —le digo—. Mis
hombres. Cada día han recorrido el área y no han
encontrado nada. ¿Cómo podemos estar seguros de que
vamos a encontrar algo en absoluto?
—Porque —dice él—, tú vas a guiarlos. Cada noche.
Después del toque de queda, mientras los civiles duermen.
Vas a parar tus búsquedas diurnas; no les darás a los
ciudadanos otra cosa para hablar Actúa en silencio, hijo. No
muestres tus movimientos. Yo me quedaré en la base y
supervisaré tus responsabilidades a través de mis hombres;
voy a dictar a Delalieu según sea necesario. Y mientras
tanto, debes encontrarlos, para que pueda destruirlos lo
más rápidamente posible. Este sin sentido ha sido
suficientemente largo —dice él—, y ya no estoy sintiéndome
amable.
Capítulo 18
Lo siento. Lo siento tanto. Lo siento lo siento tanto lo
siento mucho lo siento tanto. Lo siento lo siento tanto lo
siento. Lo siento. Lo siento tanto. Lo siento lo siento lo
siento tanto lo siento tanto lo siento tanto. Lo siento
mucho. Lo siento mucho. Lo siento lo siento lo siento lo
siento lo siento tanto lo siento, lo siento tanto lo siento.
Lo siento mucho. Lo siento tanto Lo siento tanto, así lo
siento, estoy tan Lo siento. Lo siento mucho. Lo siento
estoy tan lo siento. Lo siento mucho. Lo siento tanto Lo
siento tanto, lo siento mucho, lo siento mucho. Lo
siento tanto Lo siento tanto. Lo siento tanto lo siento. Lo
siento mucho. Lo siento tanto lo siento, lo siento lo
siento tanto, por favor perdóname.
Fue un accidente.
Perdóname Por favor, perdóname

ES poco lo que permito a cualquiera descubrir sobre mí. Es


incluso aún menos lo que estoy dispuesto a compartir sobre
mí mismo. Y de muchas cosas nunca he hablado, esta es
uno de ellos.
Me gusta tomar baños largos.
He tenido una obsesión por la limpieza desde que puedo
recordar. Siempre he estado tan sumido en la muerte y la
destrucción que creo que he compensado en exceder por
mantenerme virgen tanto como me sea posible. Puedo
tomar duchas frecuentes. Me cepillo y paso hilo dental tres
veces al día. Puedo recortar mi propio cabello cada semana.
Me lavo las manos y las uñas antes de irme a la cama y
justo después de despertarme. Tengo una enfermiza
preocupación por usar sólo la ropa recién lavada. Y cada vez
que estoy experimentando cualquier nivel extremo de
emoción, lo único que calma mis nervios es un largo baño.
Así que eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.
Los médicos me enseñan cómo hundir mis brazos
lesionados en el mismo plástico que utilizaron antes, así que
soy capaz de hundirme bajo la superficie sin problemas.
Sumerjo mi cabeza durante un largo tiempo, conteniendo la
respiración mientras exhalo por la nariz. Siento como las
pequeñas burbujas suben a la superficie.
El agua caliente me hace sentir sin gravedad. Llevándose
la carga, siento que necesito un momento para aliviar mis
hombros de este peso. Para cerrar mis ojos y relajarme.
Mi cara se sale a la superficie.
No abro mis ojos; sólo mi nariz y mis labios encuentran
oxígeno en el otro lado. Puedo tomar respiraciones
pequeñas, incluso para ayudar a estabilizar mi mente. Es
tan tarde que no sé la hora que es; todo lo que sé es que la
temperatura ha bajado considerablemente, y el aire frío
hace cosquillas en mi nariz. Es una sensación extraña, tener
el 98 por ciento de mi cuerpo flotando a una temperatura,
dándole bienvenida al calor, mientras mi nariz y labios se
contraen por el frío.
 
Hundo mi rostro debajo del agua otra vez.
Podría vivir aquí, creo. Vivir donde la gravedad no sabe
mi nombre. Aquí soy libre, sin ataduras por las cadenas de
esta vida. Soy un cuerpo diferente, una cáscara diferente, y
mi peso es llevado por las manos de los amigos. Muchas
noches he deseado poder conciliar el sueño en esta hoja.
Me hundo más profundo.
En una semana toda mi vida ha cambiado.
Mis prioridades, cambiaron. Mi concentración, destruida.
Todo lo que me importa en este momento gira en torno a
una persona, y por primera vez en mi vida, no soy yo. Sus
palabras se han grabado en mi mente. No puedo dejar de
imaginarme como debe de haber sido ella, no puedo dejar
de pensar lo que debe de haber experimentado. Encontrar
su diario me ha paralizado. Mis sentimientos hacia ella se
han disparado fuera de control. Nunca he estado tan
desesperado por verla, hablar con ella.
Quiero que sepa que ahora lo entiendo. Lo que no podía
entendía antes. En realidad Ella y yo somos lo mismo; y de
muchas maneras más de las que pudo haber imaginado.
Pero ahora ella está fuera de mi alcance. Se ha ido a
algún lugar con extraños que no la conocen y no van a
cuidar de ella como me gustaría. Ella se ha ido a otro lugar
extraño en el entorno exterior sin tiempo de transición, y
estoy preocupado por ella. Una persona en su situación, con
su pasado, no se recupera de la noche a la mañana. Y
ahora, una de las dos cosas va a suceder. Ella se cerrará
completamente en sí misma, o va a explotar.
Me siento muy rápido, liberándome del agua, jadeando
por aire.
Retiro mi cabello mojado fuera de mi rostro. Me recuesto
contra la pared de azulejos, permitiendo que el aire fresco
me calme, para aclarar mis pensamientos.
Tengo que encontrarla antes de que se rompa. Nunca he
querido cooperar antes con mi padre, nunca quise estar de
acuerdo con sus motivos o sus métodos. Pero en este caso,
estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla.
Y estoy ansioso por cualquier oportunidad de romper el
cuello de Kent. Ese bastardo traidor. El idiota que piensa que
se ha ganado una chica bonita. Él no tiene idea de quién es.
Ni idea de lo que está a punto de llegar a ser. Y si él
piensa que remotamente puede estar a su altura, es aún
más idiota de lo que pensaba.
Capítulo 19

—¿DÓNDE está el café? —pregunto, mis ojos


escaneando la mesa. Delalieu deja caer su tenedor. El
utensilio repica contra la vajilla china. Él alza la mirada, sus
ojos muy abiertos.
—¿Señor?
—Me gustaría probarlo —le digo, con intención de
esparcir mantequilla en mi tostada con mi mano izquierda.
Dirijo una mirada en su dirección—. Siempre está hablando
sobre su café ¿verdad? Pensé que…
Delalieu salta de la mesa sin una palabra. Sale disparado
por la puerta. Me rio silenciosamente en mi sitio.
***
Delalieu carga el té y la bandeja de café junto a él y la
coloca en mi silla. Sus manos tiemblan mientras vierte el
líquido oscuro en una taza de té, lo pone en un platillo, lo
pone en la mesa y lo empuja en mi dirección.
Espero hasta que se sienta de nuevo antes de tomar un
sorbo. Es una bebida extraña y obscenamente amarga;
nada en absoluto de lo que había esperado. Lo miro,
sorprendido al descubrir que un hombre como él comenzara
su día fortaleciéndose con un líquido tan potente y de sabor
tan asqueroso.
—Esto no es terrible —le digo.
Su rostro se rompe en una sonrisa tan amplia, tan
beatifica, me pregunto si me ha escuchado mal.
Prácticamente está radiante cuando dice:
—Tomo el mío con crema y azúcar. El sabor es mucho
mejor d…
—Azúcar. —Bajo mi taza. Presiono mis labios, contengo
una sonrisa—. Le añades azúcar. Por supuesto que sí. Eso
tiene mucho más sentido.
—¿Le gustaría un poco, señor?
Alzo mi mano. Niego con mi cabeza.
—Llame de nuevo a las tropas, teniente. Vamos a ponerle
fin a las misiones en el día e instalar el lanzamiento en la
noche, después del toque de queda. Usted permanecerá en
la base —le digo—, donde el supremo dictará las ordenes
por medio de sus hombres; cumpla cualquier demanda
como se requieran. Guiaré el grupo yo mismo. —Me
detengo. Sostengo su mirada—. No habrá más
conversaciones respecto a lo que ha ocurrido. Nada para
que los ciudadanos vean o hablen. ¿Comprende?
—Sí, señor —dice, su café olvidado—. Enviaré las órdenes
ahora mismo.
—Bien.
Se pone de pie.
Asiento.
Se va.
Estoy comenzando a sentir verdadera esperanza por
primera vez desde que ella se fue. Vamos a encontrarla.
Ahora, con esta nueva información, con todo un ejército
contra el grupo de rebeldes ajenos a lo que sucede, parece
imposible que no ganemos.
Tomo una profunda respiración. Tomo otro sorbo de su
café.
Me sorprende darme cuenta de cuánto disfruto del sabor
amargo de este.
Capítulo 20

ÉL me está esperando cuando regreso a mi habitación.


—Las órdenes han sido emitidas —le digo, sin mirar en su
dirección—. Nos vamos a movilizar esta noche —demando
—. Así que si me disculpas, tengo otros asuntos con los que
lidiar.
—¿Qué se siente —me pregunta— al estar tan lisiado? —
Él está sonriendo— ¿Cómo puedes soportar mirarte a ti
mismo, saber que has sido incapacitado por sus propios
subordinados?
Me detengo en la puerta contigua a mi despacho.
—¿Qué quieres?
—¿Cuál —dice— es tu fascinación con esa chica?
Mi columna se pone rígida.
—Ella es para ti más que sólo un experimento, ¿no? —
dice.
Me doy la vuelta lentamente. Él está de pie en medio de
mi habitación, con las manos en los bolsillos, sonriéndome
como si estuviera disgustado.
—¿De qué estás hablando?
—Mírate a ti mismo —dice—. Ni siquiera he dicho su
nombre y te caes a pedazos. —Niega con la cabeza, todavía
está estudiándome—. Tu rostro esta pálido, tu única mano
funcional se tensó. Estás respirando muy rápido, y todo tu
cuerpo está tenso. —Una pausa—. Te has traicionado a ti
mismo, hijo. Crees que eres muy inteligente —dice-, pero te
estás olvidando quien te enseñó tus trucos
Voy de caliente a frío a la vez. Trato a abrir el puño y no
puedo. Quiero decirle que está equivocado, pero de repente
me siento inestable, deseando haber comido más en el
desayuno, y luego deseando no haber comido nada en
absoluto.
—Tengo mucho trabajo que hacer. —Me las arreglo para
decir.
—Dime —dice—, si no te importaría que ella muriera
junto con los otros.
—¿Qué? —La palabra nerviosa, temblorosa escapa de
mis labios antes de tiempo.
Mi padre baja los ojos. Cierra y aplaude con sus manos.
—Me has decepcionado de muchas maneras —dice, con
voz engañosamente suave—. Por favor, no dejes que esta
sea otra.
Por un momento me siento como si existiera fuera de mi
cuerpo, como si estuviera mirándome desde su perspectiva.
Veo mi cara, mi brazo herido, estas piernas que de pronto
parecen ser incapaces de llevar mi peso. Comienzan a
formarse grietas a lo largo de mi cara, todo el camino hasta
mis brazos, mi torso, mis piernas.
Me imagino que esto es lo que se siente al
desmoronarse.
No me doy cuenta de que ha dicho mi nombre hasta que
lo repite dos veces más.
—¿Qué quieres de mí? —le pregunto, sorprendido de
escuchar lo tranquilo que sueno—. Has entrado en mi
habitación sin permiso, estás aquí y me acusas de cosas
que no tengo tiempo para comprender. Estoy siguiendo tus
reglas, tus órdenes. Saldremos esta noche, vamos a
encontrar su escondite. Puedes destruirlos como mejor te
parezca.
—¿Y tu chica? —dice, inclinando su cabeza hacia mí—,
¿tu Juliette?
Me estremezco al oír su nombre. Mi pulso se acelera tan
rápido que se siente como un susurro.
—Si fuera a dispararle tres agujeros en su cabeza, ¿cómo
te haría sentir eso? —Me mira. Observándome—.
¿Decepcionado, ya que habrías perdido a tu proyecto
favorito? ¿O devastado, ya que has perdido a la chica que
amas?
El tiempo parece ir más despacio, fundiéndose a mí
alrededor.
—Sería un desperdicio —le digo, ignorando el temblor
que siento muy dentro de mí, y amenaza con volcarme—,
por perder algo en lo que he invertido tanto tiempo.
Él sonríe.
—Es bueno saber que lo ves de esa manera —dice—Pero
los proyectos son, después de todo, fáciles de reemplazar. Y
estoy seguro de que seremos capaces de encontrar una
mejor, una manera más práctica de usar tu tiempo.
Parpadeo hacia él lentamente. Parte de mi pecho se
siente como si colapsara.
—Por supuesto. —Me oigo decir.
—Sabía que lo entenderías. —Él me palmea en el hombro
lesionado mientras se va. Mis rodillas están a punto de
doblarse.
—Fue un buen esfuerzo, hijo. Pero ella nos costó mucho
tiempo y dinero, y ha probado ser completamente inútil. Así
que vamos a disponer de muchos inconvenientes a la vez.
Vamos a considerar sus daños colaterales. —Me lanza una
última sonrisa antes de caminar junto a mí y salir por la
puerta.
 
Vuelvo a caer contra la pared.
Y me derrumbo en el suelo.
Capítulo 21
Contén las lágrimas lo suficientemente a menudo y
comenzarán a sentirse como ácido
Es ese terrible momento cuando estás sentada
quieto tan quieto tan quieto porque no quieres que te
vean llorar no quieres llorar pero tus labios no dejarán
de temblar y tus ojos están hasta el borde llenos de
súplica y te ruego y doy las gracias y estoy arrepentido
y agradecido y tengo misericordia y quizás esta vez sea
diferente pero siempre es lo mismo. No hay nadie a
quién recurrir en busca de comodidad.
Enciende una vela por mí, solía susurrarle a nadie.
Alguien. Nadie.
Si estás allí.
Por favor dime que puedes sentir este calor.

***

ES el quinto día de nuestras patrullas, y aún, nada.


Dirijo el grupo todas las noches, marchando al silencio de
esos fríos paisajes de invierno. Buscamos en pasadizos
ocultos, pozos de registro camuflados… cualquier indicación
de que podría haber otro mundo bajo nuestros pies.
Y todas las noches volvemos a la base sin nada.
La inutilidad de estos días se ha apoderado de mí, ha
entorpecido mis sentidos, estableciéndome en una especie
de aturdimiento del que no he sido capaz de salir. Todos los
días me despierto buscando una solución a los problemas
que me he impuesto, pero no tengo idea de cómo arreglar
esto.
Si ella está allí fuera, él la encontrará. Y la matará.
Sólo para enseñarme una lección.
Mi única esperanza es encontrarla primero. Tal vez podría
esconderla. O decirle que huya. O fingir que ya está muerta.
O tal vez convencerlo de que ella es diferente, mejor que los
otros; que merece continuar viviendo.
Sueno como un patético y desesperado idiota.
Soy de nuevo un niño, escondiéndose en esquinas
oscuras y rezando para que él no me encuentre. Esperando
que esté de buen humor. Que tal vez todo esté bien. Que tal
vez mi madre no esté gritando esta vez.
Cuán rápido puedo volver a la otra versión de mí mismo
en su presencia. Me he entumecido.
He estado haciendo mis tareas con una especie de
dedicación mecánica; requiere esfuerzo mínimo. Moverse es
bastante simple. Comer es algo a lo que me he
acostumbrado.
No puedo dejar de leer su cuaderno.
Mi corazón en realidad duele, de alguna manera, pero no
puedo parar de pasar las páginas. Me siento como si me
estuviera golpeando contra una pared invisible, como si mi
rostro hubiera sido vendado en plástico y no pudiera
respirar, no pudiera ver, no pudiera escuchar ningún sonido
excepto a mi propio corazón latir en mis oídos.
He querido pocas cosas en mi vida.
No le he pedido nada a nadie.
Y ahora, todo lo que estoy pidiendo es otra oportunidad.
Una oportunidad de verla de nuevo. Pero a menos que
pueda encontrar una manera de detenerlo, esas palabras
serán todo lo que alguna vez tendré de ella.
Esos párrafos y oraciones. Esas cartas.
Me he obsesionado. Llevo su cuaderno conmigo a
cualquier lado que voy, paso todos mis momentos libres
intentando descifrar las palabras garabateadas en los
márgenes, desarrollando historias que vayan junto con los
números que ha anotado.
También he notado que falta la última hoja. Está
arrancada.
No puedo evitar sino preguntarme porqué. He hojeado el
libro cientos de veces, en busca de otras secciones donde
pudieran estar las páginas perdidas, pero no he encontrado
ninguna. Y de alguna manera me siento engañado,
sabiendo que hay un trozo que me he perdido. Ni siquiera es
mi diario; no es de mi incumbencia en absoluto, pero he
leído sus palabras tantas veces que las siento como mías.
Prácticamente las puedo recitar de memoria.
Es extraño estar en su cabeza sin ser capaz de verla.
Siento como que está aquí, justo enfrente de mí. Siento
como que ahora la conozco íntimamente, de manera tan
privada. Estoy a salvo en compañía de sus pensamientos;
me siento bienvenido, de alguna manera. Comprendido.
Tanto que algunos días me las arreglo para olvidar que ella
es la única que puso este agujero de bala en mi brazo.
Casi olvido que aún me odia, a pesar de cuánto me he
enamorado de ella.
Y me he enamorado.
Tanto.
He golpeado el suelo. Desaparecido a través de allí.
Nunca en mi vida he sentido esto. Nada así. He sentido
vergüenza y cobardía, debilidad y fuerza. He conocido el
terror y la indiferencia, el odio a mí mismo y el disgusto
general. He visto cosas que no pueden ser ocultas.
Y sin embargo no he conocido nada como este
sentimiento terrible, horrible y paralizante. Me siento lisiado.
Desesperado y fuera de control. Y continúa poniéndose
peor. Todos los días me siento enfermo. Vacío y de alguna
manera afligido.
El amor es un bastardo sin corazón.
Estoy volviéndome loco.
***
Caigo sobre mi cama, completamente vestido. Abrigo,
botas, guantes. Estoy tan cansado de quitármelos. Esos
movimientos nocturnos me han dejado muy poco tiempo
para dormir. Me siento como si hubiera estado viviendo en
un constante estado de cansancio.
Mi cabeza golpea la almohada y parpadeo una vez. Dos
veces.
Me derrumbo.
Capítulo 22

SENTÁNDOSE en mi cama, se inclinó hacia atrás sobre sus


codos, sus piernas estiradas frente a ella, cruzadas en los
tobillos. Y mientras alguna parte de mi comprendió que
debía estar soñando, en alguna otra, una abrumadoramente
dominante parte de mí se negaba a aceptar esto. Parte de
mí quería creer que ella realmente estaba aquí, a pulgadas
de mí, vistiendo este corto, ajustado vestido negro que
sigue deslizándose arriba de sus muslos. Pero todo acerca
de ella parece diferente, extrañamente vibrante; los colores
son todos equivocados. Sus labios más llenos, sombreados
profundamente de rosa; sus ojos parecen más amplios,
oscuros. Está usando zapatos que sé que ella nunca usaría.
Y lo más extraño de todo, está sonriéndome.
—Hola —susurra.
Una sola palabra, pero mi corazón se acelera. Estoy
avanzando lentamente lejos de ella, tambaleándome hacia
atrás y casi golpeando mi cabeza contra la cabecera de la
cama, cuando me doy cuenta de que mi hombro ya no está
herido. Me miro abajo hacia mí mismo. Mis brazos son
totalmente funcionales. Vistiendo nada más que una
camiseta blanca y mi ropa interior.
Ella cambia las posiciones en un instante, apoyándose en
sus rodillas para gatear hacia mí. Se sube sobre mi regazo.
Ahora a horcajadas sobre mi cintura. De repente respirando
demasiado rápido. Sus labios en mi oreja. Sus palabras son
tan suaves.
—Bésame —dice.
—Juliette…
—Vine todo el camino hasta aquí. —Aún sonriéndome.
Una sonrisa extraña, el tipo con la que nunca me honraría.
Pero de algún modo, justo ahora, ella es mía. Mía y perfecta
y ella me quiere, y no voy a luchar con ello.
No quiero hacerlo.
Sus manos tirando de mi camiseta, llevándola sobre mi
cabeza. Lanzándola al piso. Inclinándose adelante y
besando mi cuello, sólo una vez, tan lentamente. Mis ojos
cayendo cerrados. No hay suficientes palabras en este
mundo para describir lo que estoy sintiendo.
Siento sus manos moverse por mi pecho, mi estómago;
sus dedos corriendo a lo largo de los bordes de mi ropa
interior. Su cabello cayendo adelante, rozando mi piel, y
tengo que apretar mis puños para evitar sujetarla a mi
cama.
Cada terminación nerviosa de mi cuerpo está despierta.
Nunca me había sentido tan vivo o tan desesperado en mi
vida, y estoy seguro que si ella pudiera escuchar lo que
estoy pensando ahora mismo, saldría corriendo por la
puerta y no volvería nunca más.
Porque la quiero.
Ahora.
Aquí.
En todos lados.
No quiero nada entre nosotros.
Quiero su ropa fuera y las luces encendidas y quiero
estudiarla. Quiero sacarla fuera de su vestido y tomarme mi
tiempo con cada pulgada de ella. No puedo evitar la
necesidad de sólo mirar fijamente; para conocerla a ella y a
sus rasgos, la pendiente de su nariz, la curva de sus labios,
la línea de su mandíbula. Quiero pasar mis dedos a través
de la suave piel de su cuello y rastrear todo el camino hacia
abajo. Quiero sentir su peso apretando contra mí,
envolviéndose a mi alrededor.
No puedo recordad la razón del por qué esto no puede
ser correcto o real. No puedo concentrarme en ninguna cosa
a parte del hecho de que está sentada sobre mi regazo,
tocando mi pecho, mirando dentro de mis ojos como si
pudiera realmente quererme.
Me pregunto si en realidad morí.
Pero sólo cuando me inclino, se inclina hacia atrás,
sonriendo antes de alcanzar detrás de ella, sin romper
nunca el contacto de sus ojos conmigo.
—No te preocupes —susurra—. Está casi terminado.
Sus palabras parecen tan extrañas, tan familiares.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo un poco más y me iré.
—No. —Estoy parpadeando rápido, alcanzándola—. No,
no te vayas… ¿a dónde irás…?
—Estarás bien —dice—. Lo prometo.
—No…
Pero ahora ella está sosteniendo un arma.
Y apuntándola hacia mi corazón.
Capítulo 23
Estas cartas son todo lo que queda.
26 amigos para contar mis historias.
26 cartas son todo lo que necesito. Puedo unirlas
para crear océanos y ecosistemas.
Puedo armarlas entre sí para formar planetas y
sistemas solares. Puedo usar letras para construir
rascacielos y ciudades metropolitanas pobladas por
personas, lugares, cosas e ideas que son más reales
para mí que estas 4 paredes.
No necesito nada más que letras para vivir. Sin ellas
no existiría. Ya que estas palabras que escribo son la
única prueba que tengo de que sigo viva.

ESTÁ extraordinariamente fría esta mañana.


Sugerí hacer un más pequeño, más discreto viaje a los
recintos interiores el día de hoy, sólo para ver si alguno de
los civiles parecía sospechoso o fuera de lugar. Estoy
comenzando a preguntarme si Kent y Kishimoto y todos los
demás están viviendo entre la gente en secreto. Deben,
después de todo, tener alguna fuente de alimentos, agua…,
algo que los ate a la sociedad; dudo que puedan cultivar
algo bajo tierra. Pero, por supuesto, todo esto son
suposiciones. Ellos podrían muy bien tener una persona que
puede producirles alimentos de la nada.
Rápidamente me dirijo a mis hombres, dándoles
instrucciones para que se dispersen y no llamen la atención.
Su trabajo hoy consiste en ver a todo el mundo, e informar
de sus hallazgos directamente a mí.
Una vez que se han ido, me quedo mirando a mi
alrededor y estoy a solas con mis pensamientos. Un lugar
peligroso para estar.
Dios, parecía tan real en mi sueño.
Cierro mis ojos, deslizando una mano por mi cara, mis
dedos permanecen contra mis labios. Podía sentirla. Yo
realmente podía sentirla. Incluso pensar en ello ahora hace
que mi corazón se acelere. No sé lo que voy a hacer si sigo
teniendo sueños tan intensos sobre ella. No seré capaz de
funcionar en absoluto.
Respiro hondo para calmarme y centrarme. Dejo que mis
ojos vaguen naturalmente, y no puedo dejar de estar
distraído por los niños corriendo. Parecen tan alegres y
despreocupados. De un modo extraño, hace que me ponga
triste porque no serán capaces de encontrar la felicidad en
esta vida. No tienen idea de lo que han perdido, ni idea de
lo que el mundo solía ser.
Algo roza la parte trasera de mis piernas.
Oigo un extraño, dificultoso jadeo; me doy la vuelta.
Es un perro.
Un perro cansado, hambriento, tan delgado y frágil que
parece que podría ser derribado por el viento. Pero está
mirándome. Sin miedo. Su boca abierta. Lengua colgando.
Me dan ganas de reír a carcajadas.
Echo un vistazo alrededor rápidamente antes de levantar
al perro en mis brazos. No necesito darle a mi padre
tampoco más razones para castrarme, y no me fío que mis
soldados no denuncien algo como esto.
Sólo me gustaría jugar con un perro.
Ya puedo oír las cosas que mi padre me diría.
Llevo la criatura gimiendo a una de las viviendas
desocupadas recientemente - acabo de ver a las tres
familias salir al trabajo - me agacho detrás de una de las
vallas. El perro parece lo suficientemente inteligente como
para entender que ahora no es el momento de ladrar.
Me saco el guante y meto a mano en el bolsillo por la
danesa que tomé en el desayuno esta mañana, no tuve la
oportunidad de comer algo antes de nuestro temprano
comienzo hoy. Y aunque no tengo la menor idea de lo que
comen exactamente los perros, le ofrezco la danesa de
todos modos.
El perro casi me muerde la mano.
Se traga la danesa en dos bocados y comienza a lamer
mis dedos, saltando contra mi pecho de emoción,
revolviendo finalmente en el calor de mi abrigo abierto. No
puedo controlar la risa fácil que se escapa de mis labios, no
quiero hacerlo. No he sentido ganas de reír en mucho
tiempo. Y no puedo evitar sorprenderme de que tal pequeño
poder lo ejercen los animales con nosotros sin pretenderlo,
rompen tan fácilmente nuestras defensas.
Paso la mano a lo largo de su piel en mal estado,
sintiendo que sus costillas sobresalen en ángulos agudos,
incómodos. Pero el perro no parece importarle su estado de
muerto de hambre, al menos no en este momento. Su cola
se está meneando duro, y sigue tirando de mi abrigo para
mirarme a los ojos. Estoy empezando a desear haber metido
todas las danesas en mi bolsillo esta mañana.
Algo se rompe.
Oigo un suspiro.
Me giro alrededor.
Salto, alerta, buscando el sonido. Parecía muy cerca.
Alguien me vio. Alguien…
Una civil. Y ella está caminando lejos, su cuerpo
presionado contra la pared de una unidad cercana.
—¡Hey! -grito—Tú, la de ahí…
Ella se detiene. Mira hacia arriba.
Casi colapso.
Juliette.
Ella me mira. Está realmente aquí, mirándome fijamente,
con los ojos muy abiertos y en pánico. Mis piernas son de
repente de plomo. Estoy clavado en el suelo, incapaz de
articular palabras. No sé ni por dónde empezar. Hay tantas
cosas que quiero decirle, tanto que nunca le he dicho, y
estoy muy feliz de verla… Dios, estoy tan aliviado…
Ha desaparecido.
Me giro alrededor, desesperado, preguntándome si
realmente he empezado a perder contacto con la realidad.
Mis ojos van a la tierra, el pequeño perro sigue sentado allí,
esperando por mí, y lo miro, boquiabierto, preguntándome
qué demonios acaba de pasar. Sigo mirando hacia atrás, al
lugar que yo pensaba que la vi, pero no veo nada.
Nada.
Me paso una mano por el pelo, tan confuso, tan
horrorizado y enojado conmigo mismo que estoy tentado a
arrancarme la cabeza.
¿Qué me está pasando?
Extractos de los archivos
de Warner

¿QUIERES saber más sobre Warner? Echa


un vistazo a su diario privado, y también a
los archivos confidenciales del
Restablecimiento.
Diario- Día 1
Ella está en verdad durmiendo en mi cama. Finalmente le
di la oportunidad perfecta de mostrar sus habilidades y ella
se desmayó. La diminuta y frágil cosita, debo asegurarme
de que coma más, simplemente colapsó en mis brazos. He
visto mi parte justa de personas horrorizadas a mis
diecinueve años, emociones que compiten en los rostros de
mis enemigos moribundos, en mis propios hombres, incluso
en mí mismo. Pero el tipo de terror y miedo paralizante en
su rostro era tan inesperado como para ser destacable.
Jenkins, sí, yo esperaba que quizás estuviera ligeramente
preocupado por su propio bienestar. Pero esta chica. La
locura acerca de la que he sido informado estaba en toda su
cara justo en ese momento.
Ella me deja perplejo.
Cada archivo que he leído de ella, todos los registros,
informes, todos los incidentes archivados, afirman que es
cruel y delirante. Pero no lo es. Ella no parece comprender
el alcance de sus habilidades, no puede ver el potencial
ilimitado que podría tener, ella ni siquiera parece
interesada. Ella no se parece en nada a cómo era descrita.
Pensé que estaba reclutando a una servicial guerrera,
alguien dispuesta a darse rienda suelta, y estaba
equivocado salvajemente. Esto va a ser mucho más difícil
de lo que esperaba.
También debe tenerse en cuenta que las fotos que se
encuentran en sus registros médicos son ridículas. Son una
tergiversación de esta chica como para ser risible. Ella está
asustada y rota, sí. Pero también está enojada y es
deslumbrantemente bella. Estoy seguro de que nunca he
visto una criatura tan hermosa en mi vida. Esto viene como
una sorpresa, en realidad, estaba preparado para ser al
menos ligeramente repelido por ella. Por desgracia, no sólo
su belleza me distrae inmediatamente, tan extraños ojos
verde azulados, sino que me doy cuenta de una dulzura en
su rostro que temo que en realidad podría ser sincera.
Todavía no estoy seguro de si es sólo una fachada
inteligentemente diseñada para engañar a sus enemigos (lo
dudo), pero no puedo correr riesgos con su seguridad.
He decidido que ella no puede, bajo ninguna
circunstancia, tener permitido comunicarse con mis
hombres. Han sido aislados durante mucho tiempo, una
generosa sonrisa de una chica hermosa arruinaría al mejor
de ellos. Y por eso precisamente es por lo que decidí que su
incidente con Jenkins tenía que ser público. Tenía que
asegurarme de que los hombres supieran exactamente de
lo que ella era capaz; a ellos no se les permite pensar en
ella como una chica dulce y vulnerable, no quiero que ella
sea acosada mientras está aquí. Estoy seguro de que será
mucho más seguro para ella si es temida, si piensan que es
un monstruo salvaje e incontrolable. Es mejor para ella de
esa manera. Yo no creo que ella me escuchase si yo fuera a
enseñarle simplemente a ser cruel con los soldados.
 
Una observación tardía (ver abajo)*
 
Ella es una criatura muy obstinada.
Discutimos por sus vestidos y zapatos y se niega a comer
su comida, como una especie de niña caprichosa. Se
desmorona ante la vista de una decoración lujosa y no
parece contenta de tener una verdadera cama en la cual
dormir. Es absurdo. ¿Quién sino un niño se opondría a
comida y ropa? ¿Qué ser racional niega una comida caliente
y un armario lleno de ropa? Cada vez es más evidente para
mí que no sólo no sabe cómo luchar, sino que ni siquiera
sabe cómo luchar por las cosas correctas. Comida y ropa
son elementos básicos y necesarios; una sola vez se me
ocurrió que iba a ser infeliz comiendo alimentos sólidos o no
estando dispuesta a cambiarse la misma ropa andrajosa
que ha usado durante casi un año.
Esa no es la mentalidad de un ser humano vicioso.
Esa es la mente de una niña rota que piensa que está
mostrando resistencia al negarse los componentes más
básicos de supervivencia: Alimentos para darle energía.
Ropa para proteger su cuerpo. Sueño para revivir su
espíritu. Ella no piensa como una luchadora. No sabe cómo
equiparse, cómo tomar ventaja de su entorno con el fin de
dominar a sus oponentes. Si estuviera pensando como un
depredador, estaría tratando de salir de aquí, habría usado
la cena como una oportunidad para destruir o desarmar a
tantos de mis hombres como fuera posible. Ella no se habría
sentado a una mesa llena de comida, negándose a hablar,
negándose a comer, negándose a responder a mis
preguntas, como si fuera una niña herida mortalmente
ofendida a la que se ha ordenado comer sus verduras y
llevar un vestido bonito para la cena .
 
Ella es, en una palabra, inofensiva.
Sólo la he conocido durante menos de un día, así que
espero que mis observaciones posteriores prueben que
estas primeras hipótesis están equivocadas, pero me parece
muy claro que ella no tiene idea de lo que es capaz. Tanto
es así, de hecho, que estoy confundido en cuanto a cómo
ella incluso llegó a este punto. Ella no es más peligro para la
sociedad que un par de tijeras encerradas en un cajón.
¿Cómo pudieron sus padres mirarla con miedo? ¿Cómo
podrían ellos, por qué, llevarla a las autoridades? ¿Cómo no
vieron los doctores que probablemente tenía más miedo de
sí misma que ellos? Ella ha tenido una vida
escandalosamente injusta. Prejuzgada. Maltratada.
Encerrada y catalogada como loca sin razón alguna. Ella
pudo haber matado a ese pequeño niño, pero hasta yo
puedo ver ahora que muy probablemente fue un accidente.
La puse a prueba, le di la oportunidad de abrazar su
auténtica naturaleza, ser el terror que está acusada de ser y
en su lugar se puso de pie gritando delante de mí, con
lágrimas corriendo por su rostro, viéndose como si el dolor
que ha venido guardando en realidad pudiera matarla.
Estoy sorprendido por mi reacción a ella.
Sorprendido de que mis manos tiemblen un poco
mientras escribo esto, que quiera abandonarme a mi propia
rabia, a esta ira ciega que siento al saber que se ha
cometido una gran injusticia con ella. Ella es tan inocente.
Tan pequeña. Pero veo la herida, el dolor cociendo a fuego
lento bajo la superficie de su piel, esa obstinación feroz que
me da esperanza. Con el tiempo, estoy seguro de que
puedo extraer cualquier emoción de ella. Yo puedo ayudarla.
Puede ser mucho más de lo que han hecho con ella. Años de
abuso, negligencia y crueldad infundados crearon esta chica
acobardada, pero puedo tratar de deshacer el daño. Será
más trabajo de lo que había imaginado, pero creo que al
final valdrá la pena.
Ella tiene mucho potencial, como un poder tremendo y
extraordinario del que no es consciente, y voy a enseñarle
cómo usarlo. Ella ha sido tratada injustamente por el
mundo, y la ira que siente, sin duda, (y me esforzaré para
sacarla de ella) será el combustible que va a necesitar para
defenderse, para vengarse de una manera satisfactoria. Ella
va a ser perfecta, y perfectamente adaptada a mis
necesidades. Lo sé.
 
Pero tengo un montón de trabajo que hacer.
 
* (Una observación tardía, algo irrelevante, pero que se
me ocurrió, no obstante: No parece posible que ella haya
tenido ninguna experiencia con el género opuesto. Esto,
agravado por una vida de degradación y aislamiento, me
lleva a creer que no tiene ninguna idea sobre la magnitud
de sus atractivos físicos. Esta es una debilidad que debe ser
remediada de alguna manera, ella podría utilizar esta
información a su favor, debe ser capaz de entender y
utilizar cada herramienta en su arsenal. Encontraré una
manera de trabajar en esto.)
 
 
 
 
 
 
 

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