Tres Enfoques Sobre La Reencarnacion Actualizacion 24 05 2018 Rosa Outerino Sebastian de Arauco
Tres Enfoques Sobre La Reencarnacion Actualizacion 24 05 2018 Rosa Outerino Sebastian de Arauco
Tres Enfoques Sobre La Reencarnacion Actualizacion 24 05 2018 Rosa Outerino Sebastian de Arauco
Nos ofrece las pruebas objetivas para la comprensión del porqué de las
desigualdades humanas y de los diversos estadios o fases del proceso
evolutivo del espíritu.
No obstante, esta ley divina de las vidas múltiples, vidas necesarias para
el desarrollo de las facultades recibidas de la Divinidad Creadora en la
génesis del ego, ha venido siendo ocultada en Occidente por los
convencionalismos, junto con otros muchos conceptos de verdad.
Sebastián de Arauco
***
Colás
Sebastián de Arauco
ePUB v1.0
Tobías
Título original: 3 enfoques sobre la reencarnación
J. A. González de Orense
I.S.B.N.: 84-604-6378-8
Depósito Legal: VG-310-1993
5ª Edición, 1993
Actualización 24/05/2018 realizada por J.F. Escritch, J. Carlos y J.J. Colás,
(equipo de redacción del Grupo Villena)
ePub base v2.1
A todos los sanos de corazón,
a los que sufren sin conocer la causa,
a los que tienen inquietud espiritual,
a los buscadores de la Verdad de la Vida,
a los que han perdido la fe en sus religión,
dedica esta obra.
El autor
PRÓLOGO
REENCARNACIÓN
Personalmente, confío que mediante el análisis de las diferentes
partes de cada uno de estos artículos, el lector podrá ir extrayendo sus
propias conclusiones, pues este autor no pretende, en modo alguno,
exponer una doctrina nueva, ya que los conceptos presentados en esta
obra son harto conocidos en las esferas del saber humano. Tampoco
pretende satisfacer a todos quienes la lean, porque son innumerables
los grados de capacidad conceptual e intelectiva de nuestro vasto
conglomerado social, y variada la influencia de los conceptos absorbidos
desde la infancia, los cuales forman parte del acervo cultural contenido
en el "archivo mental". Conceptos que impiden en numerosas
ocasiones, identificar verdades grandiosas. Tampoco es objeto de esta
obra llevar al lector hacia una creencia más, porque la reencarnación o
pluralidad de vidas humanas del espíritu está comprendida dentro de
una ley natural, en una palingenesia universal y cósmica inherente a toda
manifestación de vida.
Esta autor aspira, tan sólo, a cooperar con los librepensadores en su
búsqueda de la verdad de la vida y llevarles el conocimiento de una
verdad enfocada desde diversos ángulos; presentarles el conocimiento
de un aspecto de la verdad una dirigido a todos aquellos que han
perdido la fe en la Justicia Divina, al no encontrar una explicación lógica
a las desigualdades intelectuales, morales y físicas existentes en el
conglomerado humano.
El hombre de hoy ha perdido la fe en la Grandiosidad Divina y Su
Justicia, porque su mente y su lógica rechazan conceptos impuestos en
épocas de oscurantismo. Necesita conceptos más amplios y claros sobre
la vida y su destino, conceptos que resistan al análisis de la razón.
Necesita, saber de dónde viene y hacia dónde va —su origen y destino—
y conocer el porqué de la existencia. Ya no le amedrenta un infierno
eterno ni le halaga un cielo de beatitud contemplativa en los que no
cree. No obstante, a muchos tampoco les satisface la idea positivista-
nihilista (en la que se encuentra un gran vacío) que conduce a un
materialismo embrutecedor y que puede arrastrarles a la frustración y al
suicidio psicológico.
Es urgente dar a conocer al hombre su responsabilidad en el
concierto universal; darle a conocer las leyes que rigen su naturaleza
psíquica y espiritual para que, conociéndolas, no las infrinja y evite las
reacciones consecuenciales. En ningún lugar, ni circunstancia puede el
ser humano sustraerse a la influencia de las leyes que rigen su propio
psiquismo. Puede ignorarlas, desdeñarlas, no importa, están inmanentes
en su propia naturaleza, actúan automáticamente y toda transgresión a
las mismas conlleva su reacción dolorosa.
La ignorancia de las consecuencias es el factor que arrastra al ser
humano a cometer múltiples errores, de ahí la necesidad de conocer
esas leyes que rigen la vida en sus tres aspectos: psíquico, espiritual y
físico.
Las leyes divinas que rigen toda manifestación de vida a lo largo del
cosmos están orientadas para llevar al ser humano hacia la meta
suprema, en la que está implícita la felicidad. No obstante, esa meta, esa
felicidad, debe ser conquistada por el propio esfuerzo, que sensibiliza el
alma para poder gozarla. No nos engañemos con espejismos ni con
promesas que no pueden ser cumplidas.
La verdad divina es única para todos los millones y millones de
mundos esparcidos en el cosmos infinito. Resulta propio de mentes
infantiles pretender que esta verdad divina, patrimonio de todos los
mundos, pueda ser acaparada por alguna de las creencias religiosas de
nuestro pequeño planeta.
Cuando se piensa por primera vez en la posibilidad de vivir muchas
veces sobre la Tierra con cuerpos humanos diferentes, esta posibilidad
puede parecer ridícula, pero cuando se reflexiona acerca de las
diferencias intelectuales, volitivas y morales existentes en el
conglomerado humano; cuando se analiza la distancia que separa al
hombre salvaje del civilizado, al bruto del inteligente, al malvado del
justo; cuando finalmente se escucha la "voz" interna del ego (donde
radica la sabiduría), se puede percibir la evolución de los seres y
comprender el fundamento de la ley de las vidas múltiples y sucesivas
como una necesidad del espíritu para desarrollar sus facultades
potenciales.
Desde el primer momento, todo conocimiento nuevo produce un
impacto en la mente, mayor o menor, según sea la formación cultural;
más o menos agradable o desagradable, según sean los gustos,
tendencias y conceptos que previamente hayan entrado a formar parte
de nuestra conciencia; de aceptación o rechazo, según sean, la mayor
libertad mental, las trabas de los convencionalismos o la capacidad
analítica y conceptual. El individuo, generalmente, hace poco uso de su
conciencia superior -donde radica la sabiduría-.
Una mente presionada por convencionalismos o dogmatismos no es
libre para razonar, por lo que arrastrará al individuo a la incomprensión,
a la intransigencia y al rechazo de todo concepto de verdad diferente al
suyo, evitando un análisis imparcial y necesario. Ha quedado
demostrado también que una mente debilitada por la presión de
conceptos ya formados dificulta, y hasta puede coartar, la libertad y
capacidad de raciocinio y análisis. Sólo con una mente libre y clara
podremos razonar; sólo una mente libre de presiones puede ejercitar
toda su capacidad de lógica.
Cuando ante nosotros se abren nuevos horizontes, con nuevas ideas
y rutas que pueden conducirnos hacia la verdad ¡no permitamos que nos
cieguen nuestras convicciones anteriores, no nos aferremos, como el
crustáceo, a la roca de la rutina! Examinemos con detenimiento el nuevo
horizonte y analicemos las nuevas ideas y conceptos antes de seguir
adelante.
Los conceptos de verdad vigentes hoy en los diferentes
conglomerados humanos han desplazado a otros conceptos
considerados verdad en el pasado, y los considerados hoy como
verdades infalibles, serán desplazados también por conceptos más
amplios en el futuro.
Nuestro mundo ofrece actualmente la peculiaridad de una evolución
en las ideas y una revolución en los conceptos. Los dogmas, tanto en las
ciencias como en las religiones, cambian con las épocas, ceden ante el
empuje de nuevos descubrimientos; nuevos conocimientos que integran
conceptos más amplios y lógicos; conceptos que no son más que nuevos
aspectos de la verdad una, de esa verdad que ha venido modificando la
historia de la humanidad.
La verdad en sí misma no cambia, lo que sí cambia es la capacidad
humana para comprenderla. A medida que el individuo evoluciona, su
capacidad intelectual va desarrollándose y su capacidad conceptual se
amplía, capacitándole para ver más profundamente en las cosas y
comprender nuevas realidades.
Amable lector, el objeto de la vida, de las vidas sucesivas del ego, es
progresar. Y progreso es ley de vida, es subir peldaño a peldaño la escala
evolutiva del ser espiritual (el ser real) hacia la meta suprema que es la
perfección: la sabiduría, la fortaleza, la pureza y el amor. El progreso es
una ley cósmica que abarca a toda la creación, y como parte de ella, al
espíritu, y con él, al alma, todos sometidos a esa misma ley, sea cual sea
su condición actual. No pretendamos excepciones, para la Sabiduría
Cósmica, para el Eterno Amor todos somos iguales. Buscar preferencias
o concesiones es más propio de nuestro escaso desarrollo intelectual,
de nuestro propio atraso evolutivo.
Si te mueve el anhelo de conocer qué hay de verdad en eso que
llaman "reencarnación", si no se trata de mera curiosidad, y si tu mente
es libre para razonar careciendo de prejuicios, te invito, amable lector, a
una lectura analítica de este libro; libro que no va en contra de creencia
religiosa alguna y que estoy convencido, te habrá de ser útil y ayudará
en tu progreso y evolución.
Amable lector, ruego analices todos y cada uno de los conceptos
expuestos en el mismo orden en que están desarrollados y
sometiéndolos siempre al análisis de la razón, profundizándolos y
meditándolos. En dicho análisis podrás apreciar la sabiduría y amor de
esa Gran Energía Universal que denominamos Dios.
Sebastián de Arauco
PRIMER ENFOQUE
1. 1. La reencarnación a través de las edades.
2. 2. La reencarnación en el Nuevo Testamento.
3. 3. La inmortalidad del alma y su preexistencia al
nacimiento del niño.
PALINGENESIA - ANÁLISIS DE LAS
DESIGUALDADES HUMANAS
“Siento en mí toda una vida futura. Soy como un bosque podado que
retoña en brotes más fuertes cada vez, subo hacia el infinito”
“Y si la tierra me da su savia para sustentarme en lo material, el Cielo
me ilumina con el reflejo de los mundos entrevistos”
“Hay quien dice que el alma es solamente la expresión de fuerzas
corporales, y yo pregunto ¿por qué la mía es más luminosa ahora, cuando
mi vida declina y esas fuerzas corporales me abandonan?”
“Sobre mí se cierne el invierno y en mi alma florece una primavera
eterna, las lilas, las violetas v las rosas perfuman y se abren como cuando
yo tenía veinte años. Cuanto más me aproximo a la meta, oigo más
claramente las sinfonías de los mundos que me llaman”
“Viviré mil vidas futuras, continuaré mi obra, escalaré de siglo en siglo
todas las rocas, todos los peligros, todos los amores, todas las pasiones,
todas las angustias, y después de miles de ascensiones, liberado,
transformado, mi espíritu volverá a su fuente, fundiéndose en la Realidad
Absoluta, como el rayo de luz vuelve al sol” [14].
Y Goethe, también convencido de la reencarnación, decía:
“El alma del hombre al agua se asemeja,
del cielo llega, al cielo sube;
y otra vez baja a la tierra,
en eterno devenir”
El cuerpo de
Benjamín Franklin,
impresor,
parecido a la cubierta de un libro viejo
y despojado de su título y de su dorado,
descansa aquí, pasto de los gusanos;
pero no se perderá la obra,
pues reaparecerá en una nueva y mejor edición
revisada y corregida por el autor.
METEMPSICOSIS
Hay personas, que desconociendo la ley palingenésica suelen
exclamar ¡ah, sí, la metempsicosis de Pitágoras! La creencia de
reencarnar en un animal como castigo a los seres malvados.
Nada más lejos de la verdad.
Pitágoras jamás mantuvo tal concepto. Explicaba el renacimiento de
las almas en cuerpos concordantes con su naturaleza psíquica, y en la
medida que el alma se perfeccionaba en inteligencia y bondad, se
manifestaba en cuerpos más perfectos. Explicaba a sus discípulos más
adelantados en el grado teogónico “una vida en la carne no es más que
una anilla en la larga cadena de la evolución del alma”
Según la definición de la Real Academia Española, metempsicosis es
“doctrina religiosa y filosófica de varias escuelas orientales y renovada
por otras de Occidente, según la cual, las almas trasmigran después de
la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los
merecimientos alcanzados en la existencia anterior”
La creencia de la retrogradación a formas animales es una creencia
de Asia, usada por la casta sacerdotal de los brahmanes como un
espantajo para amedrentar a los débiles, creando así privilegios
sacerdotales y aristocráticos que han mantenido a dicho continente en
un letargo de siglos, letargo del que afortunadamente comienza a
despertar.
Tanto Krishna, unos cinco mil años atrás, como Siddhartha Gautama
—el Budha [15]— quinientos años antes de nuestra era (se acepta nació
563 años antes) enseñaron la ley del renacimiento de los seres,
enseñanzas en las que se ha fundado el budismo en toda Asia.
Las formas inferiores de vida son etapas del psiquismo; son etapas
de la chispa divina o mónada, a las que una vez superadas, ya no vuelve.
Una vez el ego alcanza la etapa humana ya no hay retroceso posible. Por
ello es erróneo suponer que la metempsicosis pueda ser la vuelta del
alma humana a la vida animal.
A este respecto, el caballero Ramsay (Andrés Miguel 1685-1743)
escritor católico y biógrafo de Fenelón, refiere en su obra Pr.
Philisophiques “nada hay en los padres de la Iglesia, ni en los concilios, que
contradiga la doctrina de la reencarnación, si bien es verdad que el V
Concilio General y todos los padres después del siglo VI han condenado la
falsa idea de la preexistencia transmitida por los originalistas y los
priscilianistas; la verdadera doctrina de la preexistencia no ha sido
condenada por la Iglesia. Es solamente contra la degradación impía de la
transmigración en cuerpos de animales que los padres se sublevaron”
TRILOGIA DE LA PERSONALIDAD
En la personalidad de todo individuo existe una trilogía indispensable
para su manifestación en el plano físico tridimensional:
Espíritu - Alma - Cuerpo Físico
Y en toda persona hay tres aspectos plenamente identificados:
Espiritual - Psíquico – Físico
Una vez finalizada la vida física, los dos primeros aspectos continúan,
aunque libres ya del cuerpo físico. Son esencias que componen el
cuerpo astral, cuerpo necesario para actuar en esa otra dimensión —
astral o cuarta dimensión— en la que existen variados ambientes de
vida activa.
Para una mejor comprensión, trataremos de definir en una breve
exposición la naturaleza de estos tres aspectos:
El espíritu: También conocido como el ego o mente y que es energía
y esencia espiritual sutilísima. No tiene forma ni sexo, ni es en sí mismo
un cuerpo, es pura vibración. Procede de la “chispa” espiritual emanada
de la Divinidad, creada de Su propia esencia y proyectada al cosmos
infinito; ampliada y engrandecida en el devenir del tiempo sin tiempo
por el desarrollo de las facultades recibidas de la Eterna Energía Cósmica
y lugar donde reside la mente con sus facultades: intelectiva, volitiva,
racional y creativa. Se manifiesta a través de la mente humana localizada
en el cerebro. Es Dios o esa parte de Dios que está en nosotros y de la
que nos hablan las religiones. [16].
Contiene en sí la fuerza de vida inmortal y vitalizadora actuando
como ente energético, vivificando la materia a través del alma o
psicosoma junto con el fluido vital (que será explicado al final de este
capítulo); pues como el espíritu, no puede actuar directamente en el
mundo físico, (donde por ley debe actuar para su evolución) pues
necesita proveerse de cuerpos intermedios entre él —el espíritu— y la
materia.
En el nivel de desarrollo de esta mente está el grado de
manifestación de la personalidad.
El alma o psiquis: Que es el cuerpo o envoltura fluídica del espíritu,
sin la cual, éste no puede manifestarse en el mundo físico/humano
(tercera dimensión) y le es imprescindible también para manifestarse en
el mundo psíquico o astral (cuarta dimensión).
Así como nuestro cuerpo humano está formado por materia
orgánica tomada de los componentes de la Tierra, el alma humana está
formada por sustancia o fluido sutil imponderable tomado del mundo
psíquico o astral.[17].
Se le denomina también periespíritu, cuerpo astral, cuerpo fluídico y
cuerpo emocional por las diferentes doctrinas y escuelas espiritualistas y
filosóficas. La denominación en psicología y parapsicología es cuerpo
psíquico o psicosoma.[18]
Comprende las facultades sensorial y emocional[19]. Y en cuanto a la
forma tiene la misma del cuerpo físico, aunque su aspecto varía según la
conducta, belleza o fealdad moral de cada persona. Conserva los
mismos órganos del cuerpo físico, ya que es el que modela a éste en su
desarrollo, y es también la energía que mantiene la cohesión celular del
organismo físico y el que actúa de agente intermedio entre el espíritu y
el cuerpo físico.
Este alma o psiquis es el cuerpo de manifestación del espíritu en la
cuarta dimensión o astral, lugar donde pasa a habitar cuando
desencarna con la muerte del cuerpo físico, conservando todas las
características humanas, inclusive el sexo.
Además contiene otros puntos conocidos como centros vitales
energéticos: de recepción e irradiación magnética (denominados
“chakras” [20] en lenguaje esotérico), que actúan automáticamente,
aunque responden también a las influencias mentales y emocionales.
Tan sólo para dar una idea, citaré uno de esos centros o chakras —el
coronario— localizado en la región central del cerebro y sede de la
mente, el cual asimila los estímulos del espíritu y las energías de las
fuerzas sutiles del espacio, actuando de eslabón entre la mente y el
cerebro. Sus funciones son múltiples, así como las de los demás centros
psíquicos y sería muy extenso enumerarlas aquí.
Por su naturaleza magnética, este cuerpo fluídico se ve afectado por
las vibraciones psicomagnéticas producidas por los pensamientos
emitidos por la propia mente y por los de otras mentes, así como por los
sentimientos y emociones emanados de las facultades sensorial y
emocional propias y también de otras almas. De ahí que todo
pensamiento y sentimiento de egoísmo, envidia, rencor, lascivia, deseo
de mal, y todo acto realizado en perjuicio de alguien imprima manchas y
oscurezca este cuerpo fluídico, [21] impregnándolo de un magnetismo
denso y mórbido. Por esta misma ley (la ley de vibración), los buenos
pensamientos y sentimientos y todo acto de amor que realicemos en
beneficio de nuestros semejantes y hacia todo lo creado, sea cual sea su
manifestación, lo purifican y sutilizan, tornándose cada vez más
radiante.
El cuerpo físico: Compuesto de materia orgánica y que es una
maravillosa organización biológica que demuestra la sabiduría del
Creador Universal —Dios—. Es el vehículo de manifestación del espíritu
en el plano físico, y el medio por el que el espíritu puede manifestarse en
el mundo en su búsqueda de progreso y evolución.
Por medio del trabajo y del estudio y venciendo toda suerte de
circunstancias y obstáculos adquiere las experiencias indispensables
para el desarrollo de sus facultades mentales y anímicas mientras va
progresando moralmente, luchando contra las pasiones y corrigiendo
las imperfecciones del carácter, realizando el bien a sus semejantes y
usando la práctica fundamental en todas las religiones “ama a tu prójimo
como a ti mismo” o lo que es los mismo, no hacer a los demás lo que no
quieres para ti y tratar a todos como tú quisieras ser tratado (la síntesis
del cristianismo). Porque el verdadero cristianismo es amor; amor vivido
y realizado en la práctica del bien.
La vida propiamente es del espíritu; y el cuerpo físico al que anima
tan sólo la vestimenta indispensable para actuar en el plano físico-
humano que abandonará con la muerte.
Ahora bien, visto desde un ángulo psicológico es necesario tener
presente que los pensamientos y emociones continuados influyen sobre
la salud, (y esto ha quedado sobradamente demostrado por la
psicología experimental y por la psiquiatría) pues al estar el cuerpo
psíquico interpenetrado en el cuerpo físico-orgánico, este último recibe
el impacto vibratorio de esos estados psíquicos a través de las neuronas
o sistema nervioso y a través de los sistemas glandulares. Ha quedado
también reconocido por la medicina el efecto que los diversos estados
afectivos y emocionales ejercen sobre la salud. Las glándulas de
secreción interna que regulan los humores del organismo responden
rápidamente a la acción magnética de toda emoción, sensación y
pensamiento continuado, secretando hormonas benéficas o tóxicas
según la naturaleza de esos influjos[22]. De ahí que veamos con harta
frecuencia personas enfermas del hígado, del estómago o de los
nervios, consecuencia de los estados emocionales no controlados o de
sentimientos continuados de envidia, rencor, odio, ruindad y otros
análogos, aun cuando estas dolencias puedan tener también otro
origen. Pero siempre son efectos de causas; causas creadas por el
mismo doliente de manera directa o indirecta.
Las desarmonías hogareñas, consecuencia casi todas de un
egocentrismo por una de las partes o por ambas, pueden llevar a un
desequilibrio psicofísico de consecuencias dolorosas. En cambio, el amor
(con mayúsculas), que es dar de sí sin pensar en sí, que es comprensión
y tolerancia, produce vibraciones magnéticas positivas, armónicas y
benéficas para la salud y bienestar.
A esas personas positivistas (más bien por rebeldía o esnobismo que
por convicción) deseamos aclararles que independientemente del
cuerpo físico, existe en todo individuo una mente o dinamo-psiquismo
abarcando varias facultades, entre las cuales están la intelectiva o
pensante y la volitiva, ambas directrices de la personalidad. Esta mente,
más desarrollada en unas personas que en otras, se manifiesta a través
del cerebro, en las relaciones humanas y aún a largas distancias, siendo
conocida con el nombre de telepatía [23].
Afirmar que el cerebro es el que produce el pensamiento es como
decir que el piano u otro instrumento musical es el que produce la
melodía. La melodía ciertamente es producida por el ejecutante a través
del teclado del piano como instrumento de expresión de las notas
musicales, pero sin la intervención del agente ejecutante que presiona
las teclas de los sonidos, sino no podría sonar. Del mismo modo sucede
con el cerebro, que como instrumento, y conteniendo siempre las
imágenes-forma en las células cerebrales, no puede manifestarse sin la
intervención de la mente como agente ejecutor.
A este respecto, Alexis Carrel, premio Nobel 1912 en Medicina, se
expresaba así “decir que las células cerebrales son la sede de procesos
mentales es una afirmación sin valor, pues no existe un medio de observar
la presencia de un proceso mental en el interior de las células
cerebrales” L’Home cet Inconnu. París (págs. 138,5, 11 y 35).
El profesor polaco Wincenty Lutoslawski (1863-1954), a quien el
filósofo pragmatista William James tenía por una celebridad, decía en su
obra “Del Dominio del Pensamiento”: “para comprender la relación entre
pensamiento y cerebro, basta admitir que el cerebro es el órgano a través
del cual recibimos las impresiones exteriores, y gracias al cual producimos
los movimientos −particularmente la palabra−. Más toda aserción que
atribuya al cerebro el poder de pensar está basado en un sofisma que se
asemeja a aquel que atribuye al corazón las emociones, simplemente
porque ellas tienen influencia sobre él”
Nuestro cuerpo físico es una cárcel para el espíritu, una auténtica
cárcel de la que sólo sale a intervalos para recuperar fuerzas en los
planos sutiles del espíritu, en el espacio, durante los estados de éxtasis y
cuando el cuerpo físico duerme. Y los sentidos físicos son como
aberturas o ventanales por los que puede percibir y comunicarse en este
plano físico. El cuerpo carnal es tan sólo una vestidura, una forma física,
un instrumento de manifestación en el plano físico del que se vale el
espíritu inmortal para su progreso.
El cuerpo humano es una maravillosa organización celular
y biológica, una muestra tangible e irrefutable de la sabiduría divina,
dentro del cual, interpenetrado, existe un cuerpo fluídico o alma que
mantiene esa cohesión celular. Desprendida el alma en el trance de la
muerte, ese psiquismo animador de la forma pierde cohesión y
comienza a desintegrarse.
Hay quien considera que su cuerpo es el causante de sus debilidades.
Débil puede ser el espíritu por no haber desarrollado aún la fortaleza
necesaria para controlar y superar las atracciones del medio ambiente
circundante (mal llamadas atracciones de la carne). No es en el cuerpo
carnal donde radican los deseos y las pasiones, pues éste no es más que
el instrumento de manifestación imprescindible para la evolución del
espíritu en el plano físico. Los deseos y las pasiones se encuentran en el
psicosoma o alma humana que los arrastra desde sus vidas pasadas. Así
pues, no consideremos inmundo a nuestro cuerpo, ya que habiendo sido
formado dentro de las leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica no
puede considerarse inmundo. En cualquier caso, únicamente puede ser
denominado inmundo el mal uso que hagamos de él.
Y por último y brevemente, daremos a conocer que entre el alma y el
cuerpo físico existe un agente de unión denominado “cuerpo vital” y
también “duplo etérico”, que es una contraparte del cuerpo físico
sumamente importante, compuesto por sustancia etérea densa o éter
físico emanado de la tierra y cuya función resulta vitalizadora para el
cuerpo físico, al absorber de la atmósfera la energía vital o prana y
distribuirla en todo el sistema orgánico. También comunica con el
cerebro y transmite las vibraciones que el cuerpo psíquico (periespíritu)
recibe del espíritu. Es por tanto un intermediario indispensable entre el
cuerpo psíquico y físico.
Durante las horas de sueño, cuando el espíritu, junto con su cuerpo
fluídico o alma se desprende para vivir libremente, queda unido a este
cuerpo vital y cuerpo físico por un hilo magnético o lazo fluídico
conocido también con el nombre de “cordón plateado”, al cual no se le
conoce límite de extensión. Cuando este lazo de unión se rompe o es
cortado (por entidades espirituales), sobreviene la muerte. Nunca antes,
y solamente a partir de ese momento, este denominado cuerpo vital
paraliza también sus funciones, comenzando a desintegrarse con el
cuerpo físico.
CICLOS DE REENCARNACIÓN
La vida del espíritu es única e inmortal y se compone de ciclos
acordes a su necesidad de progreso. Cada uno de esos ciclos comprende
un amplio programa a realizar en el mundo donde se desciende a
encarnar.
Cuando el programa se realiza en una sola existencia, como suele
suceder en las encarnaciones de seres espirituales de gran evolución, el
ciclo se circunscribe a esa única existencia en dicho mundo. Pero dado el
atraso evolutivo de nuestra humanidad, ninguno de nosotros realiza el
programa en una sola existencia, por lo que resulta imprescindible
volver una y otra vez hasta llegar a completarlo.
Este mundo nuestro (que dicho sea de paso no es de los más
adelantados pero tampoco de los más atrasados) es una escuela de
aprendizaje para espíritus de mediana evolución. En cada nueva
existencia hacemos un curso (o lo completamos) dentro del ambiente
que nos corresponde, de acuerdo al estado de adelanto o atraso de
cada persona. Y habitualmente solemos ser malos aprendices de la vida,
consideremos por tanto cada ciclo como un nuevo curso.
¿Cuál podría ser entonces el número de reencarnaciones necesario
para realizar ese programa?
No hay un número prefijado, pues depende del mayor o menor
esfuerzo y de la conducta de cada espíritu en la realización del programa
trazado en el plano extrafísico. No obstante debemos considerar que lo
peor ya ha quedado atrás en la noche de los tiempos.
Supongamos que inicia un ciclo nuevo, un nuevo programa para la
conquista de la paciencia, la prudencia y cualidades análogas
complementarias, programa que lleva implícita la superación de los
defectos morales contrarios, léase, impaciencia, irritabilidad e ira entre
otras. Puede que ese espíritu llegue a realizar dicho programa en cinco
vidas humanas, puede que necesite diez, veinte o más. No importa, no
existen límites, depende únicamente del propio esfuerzo. Este número
de vidas compone un ciclo de reencarnaciones. Naturalmente, en ese
mismo ciclo de vidas adquiere también numerosas experiencias que van
desarrollando su inteligencia y su poder mental, permitiéndole
conquistar a la vez, cualidades positivas que contribuirán a su progreso.
Imaginemos que ese espíritu, ya realizados varios ciclos, haya llegado
a un determinado grado de progreso intelectual y desarrollado una gran
capacidad mental, pero le falta la conquista más valiosa del progreso
espiritual, el amor. Tendrá que comenzar un nuevo ciclo de
encarnaciones para superar el egoísmo, fuertemente enraizado en el
alma humana y tronco de cuyas ramas salen otras muchas
imperfecciones: la envidia, la avaricia, el amor propio, los celos, el
orgullo, la soberbia, etc. ¿cuántas vidas puede necesitar ese espíritu para
desprenderse de todas las imperfecciones y conseguir el amor fraterno?
Muchas o pocas, todo depende del grado de imperfección en que se
encuentre y el esfuerzo que dedique a ello.
Aquellos que creen conseguir la salvación o la gloria en una sola vida
¿han meditado sobre lo que representa la salvación y la gloria? ¿conocen,
acaso el número de imperfecciones que aún arrastran? ¿se consideran
tan perfectos como para alcanzar ese estado sublime en el corto tiempo
de unos años? ¿no será que viven con la pueril esperanza de alcanzar
graciosamente toda una eternidad de bienaventuranza y felicidad?.
Solo hay un camino de conquista: el propio esfuerzo.
Nuestros errores en pensamiento, palabra y acción; sentimientos
productores de fuerzas psíquicas desequilibrantes, los hemos hecho
gravitar sobre nosotros mismos (según quedará demostrado al enfocar
la ley de consecuencias) y han impregnado nuestra propia naturaleza
psíquica, oscureciendo y densificado el alma; produciendo un
desequilibrio en nuestra sección del cosmos que debe ser restablecido
voluntariamente, bien mediante el amor en nuestras relaciones
humanas y hacia todo lo creado, o bien compulsoriamente a través del
dolor.
Concluiremos con la siguiente afirmación: el número de vidas futuras
o renacimientos necesarios para llegar a la meta no está determinado
por la ley. Como mencionamos al inicio, la vida del espíritu es una sóla y
las encarnaciones o vidas en los planos físicos se suceden durante esa
vida (que es eterna), siempre a la búsqueda de purificación y sabiduría;
atributos que elevarán el espíritu hacia la perfección, la meta hacia la
cual todos nos dirigimos, liberándole de la necesidad de encarnaciones
en mundos atrasados primero, y más adelantados después.
Resulta necesario aclarar que el tiempo que media entre una y otra
vida física tampoco está fijado cronológicamente, como alguien pudiera
creer, ya que son numerosos los factores que influyen en ello. Mientras
algunos seres deseosos de progreso vuelven con frecuencia, otros
permanecen largos períodos en el astral,[24] en esa otra dimensión
extrafísica. Como regla general podemos decir que los que más lo
necesitan, los más atrasados, reencarnan con relativa frecuencia (algo
que depende mucho de las «disponibilidades»). Y a medida que el alma
se purifica y el intelecto se desarrolla, es decir, a medida que crece el
espíritu, el intervalo de tiempo entre una existencia y otra es mayor.
Podrían ser cinco años, cincuenta, o quinientos.
En las primeras fases de la etapa humana las reencarnaciones son
más frecuentes, a causa de la necesidad del espíritu de adquirir
experiencias.
A medida que el hombre va saliendo de esa primera fase bestial, de
una vida tribal completamente salvaje y va entrando en civilizaciones
semisalvajes y ambientes de mayores facilidades de progreso, comienza
a reforzarse en su egoísmo; egoísmo que arrastra secuelas de odio,
ambición, dominio y celos; sentimientos que endurecerán su alma hasta
el punto de hacerle llegar al crimen.
En ese estado salvaje el hombre apenas infringe las leyes de la vida,
pues actúa instintivamente; pero ya en esta nueva fase las transgrede
con harta frecuencia, adquiriendo deudas para con la ley. Y aferrándose
a su modalidad egoísta, rehúsa aceptar una vida de rectificación y dolor,
permaneciendo largos períodos en el astral inferior, dónde incide, casi
siempre, en el plano y la mente de los humanos, confundiendo y
azuzando sus pasiones. Son los demonios que citan las religiones. No
obstante, como no puede permanecer eternamente en esa condición,
por ser contraria a la ley de evolución, llega un momento en que la luz
penetra en su mente, enseñándole el verdadero camino del progreso
espiritual y haciéndole sentir la necesidad de avanzar hacia él. Entonces,
arrepentido, rectifica su rumbo y comienza su expiación en nuevas vidas
de dolor.
Cuando el espíritu ha llegado ya a un grado medio de evolución como
en el que se encuentran los sectores más inteligentes de nuestro
conglomerado humano (aquellos que ya están vibrando en amor y
actúan en la práctica del bien), siente la necesidad de progresar, de
seguir adelante con la realización de la tarea iniciada el pasado e
interrumpida por la muerte.
Después de una larga permanencia en el plano extrafísico, los seres
ya más evolucionados sienten grandes ansias de progreso renovador
por verse inhabilitados además para ascensiones mayores, y entonces
renuncian a la vida maravillosa de su hábitat y deciden volver
nuevamente a la lucha; lucha en la que sucumben algunas veces por no
haber medido bien sus fuerzas. Conocen las circunstancias que habrán
de pasar en la nueva vida de la carne, pero el deseo que sienten de
volver al plano físico, a pesar de los esplendores de la vida maravillosa
en que se encuentran, les hace decidirse. Es una fuerza interna que les
impele a volver, es la ley de evolución presionando al espíritu. Podemos
comparar este fenómeno al que experimenta el individuo emprendedor,
que conociendo los sinsabores de una nueva empresa, se siente atraído
por ella y renuncia a las ventajas que le ofrecen la vida tranquila y del
hogar.
La frivolidad y falta de armonía en que viven de ordinario los
matrimonios son un impedimento para que espíritus superiores
encarnen en mayor número. Sucede que encarnan a veces en
determinados ambientes; ambientes que pasado el tiempo les resultan
tan asfixiantes y pesados que no pueden resistirlos, volviendo al espacio
sin haber podido desarrollar su programa de realizaciones, es decir, sin
realizar su destino.
Cuando encarnan en ambientes rudos, los muy evolucionados sufren
mucho, especialmente en la infancia, debido a su mayor sensibilidad. Se
dice que viven en la luna por su tendencia a la ensoñación.
Las inteligencias avanzadas bajan a encarnar en los planos físicos
únicamente en misiones especiales, a fin de contribuir al adelanto de las
humanidades y muy especialmente a colaborar en la obra de los Mesías.
Comoquiera que su tónica vibratoria es muy sutil, buscan, rebuscan y
eligen, con gran cuidado, la familia que ha de albergarles en los primeros
años de su vida física; no en cuanto a fortuna y posición social, sino en
cuanto a las condiciones espirituales y morales de los que serán sus
padres. Esta elección, aparte de llevarles tiempo, deben efectuarla en
aras del programa o actuación que quieren desarrollar, a fin de no
encontrarse después con tropiezos y dificultades insalvables que les
expongan a un lamentable fracaso.
Todo espíritu ya más evolucionado planifica un programa antes de
nacer; un programa de enmiendas y realizaciones a desarrollar acordes a
su capacidad y necesidad evolutiva. Esta capacidad y necesidad varían
en cada ser; algo que resulta fácil observar en la gran diversidad de
destinos humanos. Como es lógico suponer aquellos que traen misiones
de más responsabilidad planifican con mucha antelación su destino.
También resulta necesario aclarar que en las primeras fases de la
etapa humana el individuo poco evolucionado está aún incapacitado
para escoger su propio destino y encarna dirigido por inteligencias
directrices del progreso humano, siempre en concordancia con su
necesidad evolutiva y su capacidad de realización, pero nunca contra su
voluntad.
Al llegar hasta aquí creo que más de un lector se hará esta pregunta
¿entonces de dónde salen tantas almas si la población de nuestro
mundo sigue aumentando considerablemente?
Y aquí responderé a muchas preguntas recibidas con motivo de la
primera edición de esta obra.
1. En los diversos planos astrales, superiores e inferiores, existe una
población alrededor de 18 a 20.000 millones de almas o seres
desencarnados (según informaciones recibidas de los planos
superiores). Muchos están ya preparados o preparándose para
encarnar, y entre ellos existe un gran número desesperado por salir de
su terrible condición y dispuestos a aceptar un cuerpo físico por tarado
que sea.
2. Cada ciclo planetario tiene transmigraciones de espíritus de un
mundo a otro, al objeto de limpiar de seres perturbadores a los mundos
que van alcanzando ya cierto grado de progreso, tal como está
sucediendo en el nuestro, donde será expulsada toda la maldad humana
a mundos salvajes inferiores. Son los citados en el Apocalipsis de Juan
Evangelista como los de la izquierda del Cristo. Y estos desterrados (en
espíritu) a mundos de civilizaciones primitivas, sufrirán en gran medida,
pero también contribuirán al progreso de las civilizaciones salvajes de
esos mundos.
Concluiremos esta exposición del siguiente modo “mientras el alma
no vibre en amor, mientras el hombre no ame a sus semejantes como a sí
mismo, estará destinado a proseguir la cadena de las reencarnaciones
terrenas”. Pero ¡hay de aquellas almas ruines y ciegas que practiquen la
maldad y sean causantes de sufrimientos! ¡hay de aquellos que exploten
la ignorancia humana! Porque hemos llegado ya, estamos ya en el «final
de los tiempos» y no podrán volver a encarnar en este mundo, serán
llevados a encarnar y vivir durante milenios en cualquiera de los mundos
más atrasados que el nuestro, entre los que existe una vida animal,
salvaje y cavernaria donde añorarán (desde lo más profundo de sus
conciencias) el “paraíso perdido”, este mundo nuestro del cual se verán
separados.
PROCESO REENCARNATORIO
Todo aquello que ignoramos nos parece siempre improbable, no
obstante, lo improbable hoy será verdad elemental mañana.
A medida que la ciencia va realizando nuevos descubrimientos
(nuevos aspectos de la verdad única), la humanidad avanza en su
progreso; progreso mucho más rápido últimamente en que las fuerzas
negativas han cedido su predominio. Ya no se excomulga a los
investigadores por el simple hecho de haber descubierto el
pararrayos, como ocurrió en el pasado con Benjamín Franklin y con
otros tantos más, pues para los teólogos de entonces aquel
conocimiento desafiaba la ira de Dios.
Los tiempos son llegados para el conocimiento de nuevos conceptos
de verdad, estamos viviendo una nueva era de progreso en las ideas y
determinados sectores de nuestra humanidad ansían ver más allá del
velo que cubre el acceso a los misterios de la vida.
Siendo Dios la máxima Sabiduría y Amor, es lógico pensar que Sus
leyes están destinadas al progreso y felicidad de todas sus criaturas y no
para vedar su conocimiento; conocimiento necesario a fin de vivir
acorde con ellas y evitar transgredirlas. Somos los humanos quienes en
un afán monopolizante, de dominio, deseamos poner barreras. Pero
éstas van cayendo una a una, a medida que la ciencia, con sus
investigaciones, avanza en el descubrimiento de las leyes que rigen los
múltiples aspectos y fenómenos de la vida. Ya lo dijo el sublime
Nazareno “porque nada hay oculto que no haya de ser descubierto, ni
escondido que no haya de ser conocido y publicado” (S. Lucas, Cap. VIII,
vers.17).
La investigación no está circunscrita a la física, química u otros
campos de la ciencia, sino que se extiende a los innumerables campos
del saber humano. Así existen ya múltiples núcleos de investigación
sobre una nueva ciencia, la ciencia del espíritu (porque ha llegado la
hora de que sean conocidas y publicadas todas las verdades acerca de la
vida espiritual).
Hecho este preámbulo, vamos a exponer brevemente el proceso
reencarnatorio.
Aunque tenemos la certeza de que esas mentalidades dogmáticas
que todavía creen en los misterios y los milagros[25] se opondrán y
hasta llegarán a tildarlo de... vete a saber qué, lo realmente importante
es que el conocimiento llegue a todos los que buscan las realidades de la
vida. Conocimiento que sin duda algunos sabrán aprovechar, y otros ya
conocerán y comprenderán cuando les llegue su momento, cuando les
caiga la «venda de los ojos» de la mente. Históricamente todos aquellos
que han presentado nuevos conceptos o ideas renovadoras han
encontrado siempre la incomprensión de los rutinarios y la oposición de
los convencionalistas y mediocres.
En el transcurso de estos textos seguramente habrá algún lector que
haya pensado ¿y cómo se efectúa esa nueva encarnación?
Esa misma pregunta le fue hecha al Mesías por Nicodemo de
Necópolis, doctor de la ley y miembro del Sanedrín; a lo que Jesús le
respondió “¿eres maestro en Israel y no sabes esto?”[26] “pues en verdad,
en verdad te digo, que quien no naciere de nuevo no puede ver el Reino de
Dios” (S. Juan cap. III).
El proceso reencarnatorio, al igual que el de desencarnación o
abandono del cuerpo físico por el espíritu, no es igual en todos los
casos pues varía mucho según sea el grado de evolución del espíritu
encarnante.
A fin de que resulte fácilmente comprensible, a continuación
haremos una síntesis de únicamente cuatro de los numerosos grados
evolutivos del espíritu:
1. Espíritus primarios.
2. Espíritus secundarios.
3. Espíritus libres.
4. Espíritus superiores.
REMINISCENCIAS
La capacidad intelectual y volitiva de ciertas personas, así como la
sensibilidad de otras para apreciar las bellezas de la vida son
demostraciones fehacientes del grado de evolución del espíritu que les
anima. Éste trae a su actual existencia conocimientos que ya poseía, por
haberlos adquirido en vidas anteriores y en su vida espiritual en el
espacio, es decir, en el intervalo de una existencia terrena a otra. Del
mismo modo mantiene su sensibilidad, resultado del mayor desarrollo
de la facultad sensorial del alma.
Vemos ya en los Diálogos de Platón (Fedón o del Alma) la
contestación de Sócrates a Simmias “y si luego de haber tenido estos
conocimientos antes de nacer y haberlos perdido después de haber nacido
llegamos enseguida a recobrar esta ciencia anterior sirviéndonos del
ministerio de nuestros sentidos que es lo que llamamos aprender ¿no es
esto recobrar la ciencia que teníamos y no tendremos razón en llamar a
ésta, reminiscencia?”
Aunque las personas no son conscientes de los conocimientos
adquiridos a lo largo de sus experiencias humanas y espirituales, estos
conocimientos permanecen siempre en el subconsciente y gravitan en la
formación de la mentalidad de la nueva personalidad. De aquí que nos
encontremos a veces con personas extraordinariamente dotadas para
determinadas artes y ciencias.
Todo cuanto se aprende en una vida sirve para la siguiente, porque el
subconsciente retiene todo lo aprendido. Pero como no está grabado en
el nuevo cerebro, simplemente no se recuerda. Sin embargo, tan pronto
una idea o concepto ya conocido de vida o vidas anteriores se le expone,
lo comprende con mayor facilidad que otros.
La facilidad con que ciertas personas asimilan unos estudios
concretos se debe a su anterior conocimiento de ellos, es como un
repaso, mientras que para otras personas, esos mismos estudios
resultan arduos y trabajosos por tratarse de materias nuevas. Es el caso
de las personas que tienen gran facilidad para los idiomas.
¿Esa afición hacia las artes, música, letras o ciencias, de dónde
pensáis acaso que procede? ¿de dónde viene en algunos niños esa
predisposición a la pintura; predisposición tal, que sin haber aprendido
dibujan ya con maestría, asombrado a todos? ¿y con la música, literatura,
escultura y demás artes? Mientras tanto a otros les resulta
tremendamente difícil y apenas alcanzan la mediocridad.
Meditemos sobre esto y encontraremos a la ley de los renacimientos
claramente demostrada en estas inteligencias precoces. En un Pascal,
matemático y filósofo que a los doce años descubrió la geometría plana,
escribiendo a los dieciséis su primer tratado «Dos Órdenes dentro del
Universo» y a los dieciocho años inventando una calculadora. Un
Rembrandt que pintaba magistralmente antes de saber leer, un Mozart
dando su primer concierto a los cinco años, componiendo partituras a
los siete y dirigiendo una orquesta de maestros a los once. Teresa
Milanollo (1827-1904) que tocaba el violín a los cuatro años de manera
tan perfecta, que Berlliot dijo que debió haber aprendido antes de
nacer. Al doctor Robert Wiener (1894-1964), considerado como el padre
de la cibernética y de la automatización, que a los tres años hablaba ya
cuatro idiomas que nunca antes había estudiado y que a los dieciocho
obtuvo el doctorado en la universidad de Harvard (USA).
Como se explicó anteriormente al exponer el proceso psicológico del
olvido del pasado, el ser encarnante comienza la nueva vida con un
cerebro virgen, como un libro en blanco. Y a través de la vista y oído
comienza lentamente a distinguir y conocer su nuevo ambiente. A
medida que crece, van surgiendo paulatinamente sus capacidades desde
el subconsciente, manifestándose en forma de aptitudes y tendencias
que denominamos inclinaciones congénitas.
La facilidad con que unos niños aprenden ciertas materias y la
dificultad para aprender de otros, son el resultado de adquisiciones
anteriores grabadas en el subconsciente; adquisiciones que comienzan a
aflorar en forma de una mayor facilidad de aprendizaje. Así podemos
comprender el origen de esos «niños prodigio» que asombran a todos.
El genio es el resultado de un largo e inmenso esfuerzo de orden
intelectual; y la bondad se conquista en una permanente lucha contra
las pasiones y atracciones de orden inferior, en vidas de dolor en las que
el alma se purifica y sensibiliza.
¡Quién pudiera arrancar a los hombres esa venda que les hace
sobrevalorar cada vida, otorgándole el cariz de única e inigualable!
El culto a la vida material, además de retardar enormemente el
progreso del espíritu, crea en el individuo angustia y temor a la muerte.
De ahí esa loca carrera hacia los placeres de los sentidos y el apego
excesivo a las cosas materiales.
Ñ
NIÑOS PRODIGIO
El siglo XVI nos ha dejado el recuerdo de un políglota prodigioso:
Santiago Chrichton, a quién Scaliger o Escaligero (José Julio)
denominaba un «genio monstruoso». Era escocés y a los catorce años ya
había conquistado el grado de docente.
El joven Van del Kerkhoeve, nacido en Brujas (Bélgica) y que falleció a
los diez años y once meses (12 de agosto 1873) dejando 350 pequeños
cuadros, de los cuales, algunos -menciona Adolfo Siret, miembro de la
Academia Real de Ciencias, Letras y Bellas Artes de Bélgica (en su
Dictionnaire Historique des Peintres des Toutes les Ecoles) “habrían
podido ser firmados por Díaz (Gumersindo), Salvador Rosa, Corot o Van
Goyen”
Guillermo Hamilton (1788-1856), que estudiaba hebreo a los tres años
y a los siete poseía conocimientos más extensos que la mayoría de los
candidatos a la Agregación, y que a los trece hablaba doce idiomas. A los
dieciocho era la admiración de cuantos le rodeaban, hasta el punto que
un astrónomo irlandés decía de él “y no digo que será, digo que es el
primer matemático de la presente época”
Alfredo Trombetti, el célebre “Pícolo de la Mirándola”, hijo de una
familia pobre boloñesa, que aprendió francés y alemán en la escuela
primaria, tan rápido, que al cabo de dos meses leía a Voltaire y a Goethe;
que aprendió árabe con sólo leer “La vida de Abd-el-Kader” escrita en
dicha lengua y a los doce años aprendió sólo y simultáneamente latín,
griego y hebreo. Más tarde siguió estudiando lenguas vivas y muertas, y
se aseguraba que llegó a dominar más de 300 idiomas. Fue profesor de
filología hasta su muerte.
Y por último citaremos al famoso niño español José Rodríguez
Arrióla (Pepito Arrióla), nacido en Betanzos (Coruña) en 1896, que
cuando aún contaba dos años repitió al piano una jota que acababa de
escuchar a su madre y que poco después fue presentado en un
concierto en Madrid.
Escuchemos el relato de su madre cuando el Dr. Charles Richet de la
Academia de Medicina de La Sorbona lo presentó en la asamblea
general del Congreso Internacional de Psicología de París en 1900 “el
niño tenía, poco más o menos dos años y medio, cuando descubrí por
primera vez y por azar sus actividades musicales. En dicha época −dice la
madre−, un amigo mío me envió una de sus composiciones; me gustó tanto
que muy a menudo la tocaba al piano. Es probable que el niño prestase
atención, pero yo no era consciente de ello. Una mañana oí tocar el piano
desde mi aposento, era aquel mismo aire, pero con tanto dominio y ajuste
que quise saber de inmediato quién era el intruso que se permitía tocar el
piano en mi casa”
“Entré en el salón y vi a mi pequeño, sólo y tocando el mismo aire.
Estaba sentado en su asiento elevado, al que se había encaramado sin
ayuda, y al verme se echó a reír diciéndome ¿toco, mamá? “creí que aquello
era un milagro”»
“A partir de aquel momento, el pequeño Pepito se puso a tocar sin que
le diera lecciones, tanto los aires que yo tocaba como los que él mismo
inventaba. Muy pronto fue lo bastante hábil, sin que pudiera decirse que
hiciera milagros, para poder, el 4 de diciembre (1899), cuando todavía no
había cumplido los tres años, tocar ante un numeroso auditorio
compuesto por músicos y críticos. El 26 de diciembre, o sea, a los tres años
y doce días, tocó en el Palacio Real de Madrid ante el Rey y la Reina Madre;
aquel día tocó seis composiciones musicales de su invención que fueron
muy bien recibidas”
“No sabe leer ni escribir todavía, bien trátese de música o de alfabeto,
pero a veces se divierte escribiendo aires musicales, bien entendido que
esta escritura no tiene ningún sentido para él”
Nota: Nota: Continúa el informe, pero por su extensión no lo
completamos.
Í
DESTINOS DOLOROSOS Y DIFÍCILES
Pero no siempre los destinos con vidas dolorosas y difíciles son
consecuencias de faltas pasadas, los hay voluntarios como una vía más
rápida de progreso para el espíritu.
Podemos clasificarlos en dos grupos: voluntarios y compulsorios.
Voluntarios: Son aquellos en los que las personas, por propia
voluntad, optan a una vida dolorosa o difícil deseando progresar más
rápidamente. Pero no todos los que sufren son culpables en vías de
expiación, existen seres que sin tener deudas, pero ávidos de progreso,
escogen vidas duras y laboriosas en misión de amor fraterno buscando
acelerar su evolución y desarrollar así más rápidamente su inteligencia y
voluntad. Entonces el ser espiritual, el yo pensante, planifica un
programa de enmiendas y realizaciones antes de encarnar. Los podréis
distinguir en vuestro entorno por su gran bondad, resignación y servicio
fraterno.
Compulsorios: Son aquellos seres a los que (consecuencia de sus
errores) les ha llegado el momento de saturación, el tiempo máximo que
la ley del libre albedrío permite para la rectificación voluntaria. Entonces
el alma es sumergida [36] en una turbación, para renacer en un nuevo
cuerpo y en el ambiente propicio para su depuración y sensibilización;
pues el dolor, como función depuradora (catarsis), sensibiliza el alma. Y
esto ocurre así con los seres poco o medianamente evolucionados, que
son la mayor parte de nuestra humanidad. Las «almas endurecidas»,
muy evolucionadas intelectualmente pero con gran retraso moral, son
las que una vez encarnadas, manifiestan gran rebeldía e inconformidad.
Estos, arrepentidos por sus graves errores y maldades y torturados
por las acusaciones de su propia conciencia superior, que les presenta
en cuadros fluídicos visiones torturadoras de las maldades y
sufrimientos que causaron; visiones de las que no pueden librarse (pues
son proyectadas en su propia mente como si fuese una pantalla) les
llevan a un estado de desesperación tal, que claman intensamente
desde el astral inferior poder librarse de esa tortura. Son seres
evolucionados intelectual y volitivamente, pero que han vivido en el
error y en la maldad.
Entonces, esos clamores (ondas pensamiento) son captados por los
espíritus que habitan las esferas superiores; espíritus que vibran en
amor fraterno y que al recibir la llamada acuden en su auxilio
haciéndoles ver que su condición es consecuencia de sus propios actos
pasados. Cuando estos seres llegan a asumir las consecuencias de sus
errores (lo que suelen hacer); y si ese arrepentimiento es verdadero (a
los seres superiores no se les puede engañar porque tienen la capacidad
de leer la mente como si fuese un libro abierto), comienzan entonces los
preparativos de rescate de ese plano de sufrimiento (astral inferior) y la
recuperación de sus errores y maldades a través de una vida de dolor
depurador.
No tienen la obligación de aceptar, pero como no hay mayor juez que
la propia conciencia, al encontrarse tan fuertemente atormentados,
aceptan gustosos ese imprescindible medio de liberación.
De aquí la existencia de gran número de personas con taras y
minusvalías.
No obstante, como las solicitudes para reencarnar son siempre
mayores que las disponibilidades de cuerpos y que se requieren además
condiciones (biológicas y expiatorias) especiales en los futuros padres,
la espera finalmente acaba dilatándose. Y esta demora se convierte en
motivo de gran sufrimiento ¡Y es que no resulta tan fácil obtener una
nueva oportunidad de reencarnar! A ello añadiremos las trabas del uso
generalizado de anticonceptivos y los numerosos abortos.
Mientras tanto aguardan una nueva oportunidad de reencarnar son
invitados a colaborar en obras de bien, pues también en el plano extra-
físico puede practicarse el bien o el mal; trabajos de ayuda acordes a las
numerosas y múltiples formas de las necesidades humanas, con lo que
su tormento comienza a atenuarse y hasta extinguirse, si en su alma se
instala el amor fraterno.
DESTINOS CREADOS EN LA VIDA PRESENTE
PREDESTINACIÓN Y FATALISMO
En cierta ocasión escuché decir a una persona la siguiente frase
“bueno, éste es mi destino, qué le voy a hacer; no puedo luchar contra mi
destino” ¡Craso error!
Destino, remarcamos, no es fatalismo... fatalismo ciego.
Hay sí, una predestinación en la vida de todo individuo, pero eso no
es fatalismo. Todo destino puede ser modificado, todos podemos
sobreponernos a nuestro destino aparente mediante el esfuerzo,
porque nadie conoce con exactitud cuál es su verdadero destino.
Todos podemos transmutar un destino adverso en favorable
mediante el propio esfuerzo (todo o en parte), toda persona puede
triunfar en la vida si se lo propone firmemente, si asume los precios y
conquistas de dicho triunfo.
La historia la humanidad está llena de ejemplos, pero pocos son los
que están dispuestos a pagar el precio del éxito, por eso son pocos los
triunfadores. Los más ni piensan en ello y aguardan que la «suerte» les
llegue en forma de lotería o juegos de azar.
Es necesario reconocer que todos los humanos poseemos diferentes
capacidades y que el hecho de triunfar no significa que todos tengamos
idénticas metas.
No obstante, quien se proponga firmemente triunfar en la vida y
realizar el esfuerzo necesario, jamás fracasará. Evidentemente no
llegará tan alto como otros con una mayor capacidad intelectiva y
volitiva, pero jamás fracasará.
Este fundamento psicológico es aplicable en todos los campos de la
actividad humana, incluyendo la superación de las imperfecciones del
carácter.
Más de uno de vosotros, lectores, llegará a la conclusión de que esta
tesis no se ajusta a lo expuesto al tratar la ley de consecuencias o de
causa y efecto (juzgándolo a la ligera), pero si lo meditamos en
profundidad veremos que concuerda plenamente.
Veamos: la mente es un foco de energía, y el pensamiento (producto
de la mente) una fuerza creadora que por ley de afinidad atrae fuerzas
de idéntica naturaleza. Y estas fuerzas mentales bien dirigidas y puestas
en acción al servicio de un objetivo, realizan auténticos prodigios.
Resulta muy importante saber que con nuestros pensamientos y
sentimientos diarios (que finalmente se convierten en acciones)
estamos modificando nuestro destino a mejor, o a peor, y este mensaje
está especialmente dirigido a aquellas personas que por falta de
esfuerzo arrastran una vida penosa.
Sostendremos esta tesis con el ejemplo siguiente: dos jóvenes
adolescentes con idéntica preparación escolar comienzan trabajando
como aprendices en una factoría. Al terminar su trabajo diario, uno de
ellos asiste a clases nocturnas o realiza algún curso por
correspondencia, de modo que en unos años puede graduarse en
alguna rama técnica y capacitarse para puestos de mayor
responsabilidad y remuneración, ascendiendo así de categoría en la
propia empresa o en cualquier otra.
El otro, al terminar el trabajo diario, se va al bar a tomar copas con
alguno de sus compañeros, bien para charlar sobre aquel gol del último
partido o bien para hablar de banalidades, para echar una partida, etc.
¡esto le estanca y limita sus opciones futuras!
Al cabo de diez años ¿la situación de los dos será la misma?
Evidentemente no; uno hizo el esfuerzo, el otro no. Ambos
modificaron su destino: uno para mejor, el otro para estancarse.
No obstante, resulta adecuado conocer que todos venimos con un
objetivo, con un destino, con un programa a realizar; con un futuro que
puede ser modificado a mejor o a peor. Generalmente desconocemos el
nuestro, pero podemos descubrirlo mediante la introspección y el
autoanálisis, métodos con los que nuestro yo interno siempre nos
guiará.
La ley (que es amor) concede al espíritu el tiempo necesario (siglos o
milenios) para que voluntariamente y a través de vidas sucesivas,
rectifique errores y cancele sus deudas mediante la práctica del bien y
del amor desinteresado.
Es decir, la ley concede siempre múltiples oportunidades a cada ser
espiritual (según su grado de evolución) para rectificar rumbos y saldar
las deudas contraídas voluntariamente. Pero en lugar de ello, el
individuo suele mantenerse en sus errores, desoyendo el llamado del yo
interno, que por medio de sensaciones (voz de la conciencia) le indica el
camino a seguir.
Entonces, la ley que es amor (ley incomprendida por muchos),
proporciona al ser espiritual una vida de dolor, una vida para depurar su
magnetismo deletéreo; para depurar los fluidos groseros que
impregnan su alma y que no le permiten ascender en la escala del
progreso. El dolor (purificación suprema), cual horno que derrite los
elementos impuros: las envidias, los deseos de maldad, el orgullo, el
egoísmo y el sensualismo, empuja el alma a su ascensión.
EL DOLOR.
CAUSAS DEL DOLOR.
SUPERACIÓN DEL DOLOR.
El simbolismo bíblico del pecado original, tomado al pie de la letra
por algunas organizaciones religiosas, y divulgado como «castigo de
Dios», que condena irremisiblemente al dolor a toda la humanidad, ha
quedado definitivamente obsoleto para la mentalidad del hombre de
hoy.
Si admitimos que algo o alguien (llamémosle Dios o como deseemos)
organizó esas miríadas de cuerpos celestes que navegan por el espacio a
velocidades enormes, tendremos que admitir la grandiosidad de su
inteligencia y poder. La lógica y el buen sentido nos llevan a considerar
que no creó esos mundos con el único objeto de poblarlos de criaturas y
condenarlas al sufrimiento para siempre; por tanto, otras habrán de ser
sus motivaciones.
Es importante destacar que pertenecemos todavía a un mundo
inmerso en fuerzas primitivas que denominamos Tierra, un planeta
cuyas energías primarias todavía continúan en ebullición. La naturaleza
no ha completado aún todos sus experimentos, ni consolidado todas las
formas biológicas. El cuerpo humano aún deberá alcanzar en el futuro
una configuración más perfecta, en la medida que su psiquismo siga
evolucionando. Podemos observar ya, de hecho, las diferencias
morfológicas existentes dentro del conglomerado humano.
En la escala sideral de los mundos, nuestro planeta está considerado
como un mundo de aprendizaje espiritual primario que ya ha iniciado su
transformación a mundo de regeneración.
Al igual que otros de idéntico nivel, nuestro planeta es una auténtica
escuela de aprendizaje para espíritus nuevos que han alcanzado ya la
segunda fase de su etapa humana, y junto con otros ya más
evolucionados, van dejando atrás, lentamente, la bestialidad de su etapa
anterior, puliendo el alma por el dolor y el sufrimiento en la lucha diaria,
y desarrollando en paralelo, sus facultades latentes. Es también una
escuela para espíritus más viejos y evolucionados, intelectual y
volitivamente; para aquellos que aún no han logrado desarrollarse
moralmente y que se encuentran en proceso de reajuste por los
equívocos de sus existencias anteriores.
El dolor no es castigo de Dios, (Suprema Sabiduría y Amor Infinito)
sino la consecuencia de los propios errores; de los errores tanto
individuales como colectivos, porque la ley de consecuencias o ley de
causa y efecto (fuerza poderosa emanada de la Suprema Justicia
Cósmica) se cumple inexorablemente. El ser humano jamás sufrirá, si en
justicia no le correspondiere; nadie recibirá un minuto de dolor si no lo
tiene merecido.
Como venimos diciendo "Dios no castiga" y los dolores son
consecuencia de los propios errores humanos, cometidos en una u otra
de las vidas sucesivas del espíritu inmortal, hasta tanto éste alcance la
perfección: purificación, sabiduría, fortaleza y amor, que le dan derecho
a la felicidad plena, al reino eterno de dicha y amor que el Padre
Universal tiene preparado para todas sus criaturas.
Los males, los dolores y las desgracias ocurridas a los seres humanos
no son castigos de Dios como muchos erróneamente piensan, son
efectos de causas, son las consecuencias de transgresiones a las leyes
divinas que rigen la vida, y pueden provenir tanto de la vida presente,
como de una o más existencias anteriores.
Por ello el sufrimiento eterno es a todas luces inadmisible, dado que
no existe ni puede existir.
Siendo Dios el Bien Supremo, Amor Infinito, resulta irracional pensar
que pueda ser cruel y condenar a sus criaturas al sufrimiento eterno.
Todos, absolutamente todos tenemos que volver a Él cuando hayamos
alcanzado la perfección, aunque conservando siempre la propia
individualidad [38].
El sufrimiento es sólo temporal, en tanto el alma sufriente
comprenda las causas de su padecimiento y acepte esos efectos como el
medio reparador del mal causado. Una vez pagadas sus malas acciones,
el alma sigue su camino de eterna ascensión con mayores facilidades,
gracias a las experiencias adquiridas.
Con su acentuado egoísmo, nuestra humanidad ha venido violando
reiteradamente la ley divina del amor e impregnando el alma de un
magnetismo mórbido; magnetismo producto de las pasiones, del
egoísmo y del orgullo, y contrariando la voz de la conciencia
(manifestación del espíritu), la voz de Dios de la que hablan las
religiones.
Cuando consigamos apartar el egoísmo desaparecerán la mayoría de
los males que afectan a la humanidad, y cuando los “felices
afortunados” de la vida amen a los infelices tanto como a sí mismos, se
acabarán las enfermedades, y únicamente por agotamiento de las
fuerzas vitales en la vejez la muerte alcanzará a los humanos.
La salud y la enfermedad son el resultado de la armonía o
desarmonía del individuo para con las leyes naturales y espirituales. Las
bajas pasiones y la violación sistemática de esas leyes naturales y
morales van formando y acumulando un «patrimonio» morbo-psíquico,
una carga tóxica que altera el equilibrio de la armonía espiritual, de la
armonía cósmica. Y como el espíritu (chispa divina purísima) no resiste
por mucho tiempo esa toxicidad, ese magnetismo deletéreo en su alma
(su cuerpo astral), trata de expulsarlo mediante el drenaje a la carne
cuando llegan circunstancias favorables. Dicho de otro modo, esos
cuadros de dolor, de enfermedades tanto malignas como no malignas,
son simplemente drenajes del alma enferma, las señales visibles del
descenso a la carne del psiquismo enfermizo que alcanzó su fase final,
que alcanzó el tiempo marcado por la ley para su depuración.
Muchos sectores de la medicina admiten ya que gran parte de las
enfermedades vienen de dentro (alma) hacia fuera, y de arriba (mente)
hacia abajo. Hasta los médicos más clasicistas reconocen ya que las
alteraciones mentales y emocionales alteran profundamente el
funcionamiento del organismo.
¡A cuántos libra el dolor de hundirse más y más en la vorágine de las
ambiciones, de las pasiones, de la depravación y los vicios!
¡Cuán ignorantes somos al considerar el dolor como un mal, cuando
por el contrario debemos considerarlo como un aliado de nuestro
progreso evolutivo, un purificador del alma actuando como catarsis del
magnetismo deletéreo producido por nuestros errores del pasado,
sensibilizando el alma y despertando el espíritu y la mente que fueron
turbados por el mundo material!
El dolor, esa desagradable sensación que nos resistimos a aceptar
voluntariamente (por nuestra actitud mental de rechazo), es una ley de
la naturaleza en lo biológico y una ley de equilibrio cósmico en lo
moral. La función biológica del dolor es la conservación de la especie, y
toda lesión orgánica produce dolor en cualquier forma de vida animal, y
ese dolor impele a liberarse de la causa que lo produce, contribuyendo
de ese modo a su conservación. Es por tanto la prueba palpable de que
el dolor es un factor biológico-evolutivo.
Del mismo modo que el dislocamiento de un miembro o la alteración
de las funciones de un órgano provocan invariablemente una sensación
de dolor o de malestar físico; en idéntica medida, toda adulteración de la
biología psíquica como fenómeno paralelo y concomitante, produce
sufrimiento, un dolor moral en nuestra alma. Y debido a la estrecha
unión entre cuerpo y alma, esa desarmonía psíquica termina por
reflejarse, más pronto o más tarde, en los órganos más sensibles del
cuerpo físico-orgánico.
La medicina nos viene alertando sobre el efecto de las
preocupaciones y de los estados afectivo-emocionales sobre el sistema
nervioso y las glándulas endocrinas. De ahí se desprende que la salud de
mente y alma preludian la salud del cuerpo.
El dolor y el sufrimiento, en sus diversos aspectos, son factores
necesarios para el despertar de la conciencia individual en el seno de la
conciencia cósmica, que es Dios; pero el ser humano, desconocedor de
la función útil del dolor en la formación de su conciencia, se rebela y
resiste aceptar su verdadera dimensión. Y mientras el hombre sea como
es y no se esfuerce en superarse a sí mismo; mientras tenga como mira
el disfrute de los sentidos y no luche por superar voluntariamente las
imperfecciones morales, el dolor seguirá formando parte integrante de
su vida.
La humanidad no ha comprendido aún la verdadera función del dolor
en la evolución del psiquismo y sigue buscando el alivio en la medicina,
que se ocupa de eliminar los síntomas aparentes. Mientras tanto el dolor
responde a una amplia ley de consecuencias (reacción de la ley violada),
que hace sentir su acción reconstructiva del orden biológico o psíquico y
que algunos impropiamente denominan castigo. No es que resulte
contrario a la ley el hecho de buscar alivio en las dolencias físicas, pues
en la naturaleza encontramos sustancias químicas y vegetales que
alivian el dolor físico, que sanan el cuerpo o hacen desaparecer los
síntomas de la enfermedad; sino que mientras no quede saldada la
deuda contraída al quebrantar la ley, mientras el orden violado no sea
restablecido, el dolor purificador volverá a manifestarse. Y lo que en
estos casos conseguimos es posponer el pago de la deuda, obtener
(inconscientemente) un nuevo plazo; pero la deuda finalmente tiene
que ser pagada, ya voluntariamente con amor en la práctica del bien, ya
compulsoriamente por el dolor purificador.
Tengamos siempre presente esta ley de equilibrio “toda violación
trae su reacción”. Aquél que a su paso por la vida siembre dolor y
tragedia ¿qué cosechará? ¡pues exactamente lo mismo!. De aquí que
insistamos en la imperiosa necesidad de evitar el mal, tan siquiera en
pensamiento o deseo y fueren cuales fueren las circunstancias.
El desconocimiento de uno mismo y de las causas que motivan el
dolor con su función depuradora, hacen que el individuo lo rechace,
rebelándose las más de las veces e impidiendo así su función
purificadora. Actuamos como niños al pretender evadirlo en lugar de
superarlo, preferimos los placeres, creando así nuevas causas de dolor.
Pongamos un ejemplo fácilmente comprensible: cuándo una madre
le quita el juguete a un niño para que complete sus deberes ¿no lo hará
con la mejor intención y procurando siempre el porvenir del hijo? Sin
embargo el niño prefiere seguir jugando, patalea y comienza la tarea
con desagrado, mayor o menor según sea su educación. En idéntica
medida, nuestra madre cósmica -Dios-, a través de sus leyes, nos priva
de los placeres cuando llega el momento y nos sumerge en el dolor, en
beneficio de nuestro progreso espiritual, el destino real de la vida. Pero
nosotros, en nuestra ignorancia, (estamos aún en nuestra infancia
evolutiva) recibimos el dolor purificador con desagrado, como si se
tratase de un mal y no de un beneficio.
No busquemos fuera de nosotros ni en los demás el origen de
nuestro dolor o nuestros males, porque radica en nosotros mismos. Y
éste no irá más allá de nuestras fuerzas para soportarlo, durará
únicamente hasta que se agote la causa que lo originó. No nos
rebelemos, no maldigamos el dolor. En el paroxismo del dolor, cuando
la fortaleza parezca ceder, cuando el abatimiento parezca
dominarnos; elevemos el pensamiento al Eterno Amor pidiendo luz y
fuerzas para soportarlo, abracemos el dolor y éste perderá su fuerza.
¿Qué se consigue adoptando una actitud de rebeldía contra el dolor y
los reveses de la vida? Nada, absolutamente nada, diré más, únicamente
agravar el mal, aumentar la sensación del dolor, con la desventaja de
impedir el proceso catártico-psicomagnético. La actitud acertada es
meditar y sobreponerse al dolor cuando se trate de sufrimientos por
desgracias o reveses. Debemos analizar las causas que lo han motivado
y en las que podamos participar. Ante el dolor físico o moral, debemos
elevar el pensamiento con intensidad hacia la fuente, a fin de despertar
las fuerzas internas latentes, las fuerzas grandiosas que existen en todo
ser racional y que expulsarán toda sensación de dolor. Desviemos
nuestros pensamientos de dolor y pensemos en el sufrimiento de los
demás, en el modo de ayudarles a soportarlo, en auxiliarles, así nuestro
dolor se mitigará y desaparecerá. Porque aliviando el dolor y
contribuyendo a la dicha de los demás nos asemejaremos al Cristo,
acercándonos un poco más a Dios.
Orientemos nuestros pensamientos y energías hacia un ideal,
desviemos el pensamiento del dolor y la sensación de dolor
desaparecerá. Esto no es una quimera, es una realidad que yo mismo
experimenté cuando tuve que pasar por la prueba purificadora del
dolor.
No digáis ¡no puedo! pues en todo individuo existen recursos
internos enormes que permanecen dormidos por falta de ejercicio.
¡despertadlos! ¡ponedlos en acción!, sin lamentaciones ni demoras. Toda
lamentación aumenta la sensación de dolor y debilita la voluntad.
Determinaos firmemente a poner en acción las fuerzas internas
y superaréis el dolor y las pruebas.
¡Utópico! -diréis- ¡no! se trata de una realidad demostrada ya en el
campo de la psicología experimental.
Podríamos referir muchos ejemplos más pero citaremos como
modelo de superación a ese gran ser que en vida se llamó Hellen Keller
(personaje de renombre mundial que falleció en Junio de 1968) que
siendo sorda, muda y ciega, alcanzó el doctorado en filosofía y ciencias,
dedicando toda su vida al servicio de la humanidad. Véase su
conmovedora biografía “The Story of My Life” (La historia de mi vida) y
el análisis de sus sensaciones sobre ella “The World Live In” (El mundo
interior).
Por último, citar a aquellas personas que por ignorancia se rebelan
contra el sufrimiento y viven convertidas en un hato de dolores, que
están constantemente pensando en su dolor; pensando únicamente en
sí mismas (uno de los aspectos del egocentrismo) y consumiendo el
tiempo hablando de sus dolencias ¡Pasan por la vida “rumiando” dolor!.
¡Despertad! ¡no sigáis! ¡no continuéis con esa actitud! porque impedís
el proceso psicomagnético de depuración del alma y prolongáis vuestro
dolor.
Repetiremos:
El dolor es la cosecha de la mala siembra (voluntaria), pues quien
siembra vientos recoge tempestades −afirma un dicho popular−.
Toda transgresión tiene su reacción.
Toda violación de la ley rompe el equilibrio, que necesariamente ha
de ser restaurado.
Todo mal cae sobre quien lo genera, y del mismo modo, todo bien
vuelve aumentado a su punto de partida, produciendo felicidad.
Nadie recibirá un minuto de dolor si no le corresponde.
Nunca dolor y sufrimiento alguno será mayor que la fuerza para
soportarlos, es ley divina.
No hay que tomar el dolor como castigo divino, porque Dios no
castiga; es una oportunidad que las leyes eternas nos proporcionan a fin
de purificar el alma y poder ascender así a los planos de felicidad.
Evitad siempre nuevas causas de dolor, y redimid las viejas por el
amor practicando el bien.
El pensamiento es una fuerza poderosa, orientémoslo al servicio del
bien y evitaremos así los sufrimientos futuros.
ACCIÓN DE LA LEY DE CONSECUENCIAS DESPUÉS
DE LA MUERTE
No es objeto de esta obra entrar en la descripción o análisis de la vida
en el más allá después de la muerte del cuerpo físico, pero estimo
conveniente exponer algunas breves aclaraciones a fin de poner en
conocimiento del lector algunos aspectos que pueden serle muy útiles
en sus reflexiones:
Comencemos con ese fenómeno psicofisiológico
que denominamos “muerte”.
¿Qué es la muerte?
Podrían ser muchas las repuestas a tenor de los conocimientos y
creencias de cada cual.
Para muchos es el final de la vida, el final de todo.
Para otros, es un fantasma aterrador que "arbitrariamente" les priva
de la vida, de los placeres, de los lujos, de las comodidades o de la
autoridad que disfrutan, y a todos les asusta pensar en lo que pueden
encontrar después de ese tránsito.
Para otros sin embargo, es el descanso, el final de una vida de
padecimientos.
Hay quienes esperan un más allá feliz aunque desconocido y por
contra, quienes no esperan nada, pero tienen sus dudas.
Otros muchos confían ser convenientemente recibidos en el cielo
por haber pertenecido a alguna de las creencias religiosas y haber
cumplido con los dogmas y requisitos establecidos. Sin embargo las
religiones por sí mismas no salvan a nadie; porque todas las religiones y
pseudo-religiones, con sus rituales y dogmas contrarios a la lógica y a la
razón, son creación de los hombres. Al pasar el umbral del más allá, al
entrar en la cuarta dimensión, al astral [39], las religiones carecen de
valor alguno y sólo cuentan las buenas obras realizadas. La verdadera
religión es la que profesó el sublime Nazareno y otros grandes mesías, la
religión del amor universal sintetizada en estas frases “ama a tus
semejantes como te amas a ti mismo” porque “sólo por amor será salvo el
hombre”.
Para otros la muerte es el final de una dura jornada más, de una
misión ya cumplida de la que se llevan un bagaje de conocimientos y
experiencias. Estos esperan siempre la muerte, confiados y deseosos,
porque para ellos la muerte no es más que el tránsito de una vida a otra
más plena de actividad y esplendor dónde disfrutar de la libertad, ya sin
la prisión que para el espíritu representa el cuerpo físico.
Como podemos valorar, y aunque parezca semejante, cada persona
tiene formada una idea diferente de ese trance. Y esta idea puede
resultar acertada o errónea.
En realidad la muerte viene a ser el final de una jornada y el comienzo
de otra nueva; jornada mejor o peor según haya sido el comportamiento
de cada persona. Es realmente una resurrección, pues el ser real resucita
verdaderamente a una nueva existencia. Y por ese trance tan temible
para algunos, el ser real, el espíritu, deja el vehículo físico-carnal que ya
no necesita ni le es útil para vivir en esa otra dimensión. Decimos
entonces que desencarna.
Ahora bien, debemos tener presente que al cruzar el umbral de esa
dimensión desconocida (desconocida para la gran mayoría por haber
sido ocultada y su divulgación perseguida por los convencionalismos),
arrastramos los mismos pensamientos y sentimientos, creencias,
tendencias, amor, odio y deseos que manteníamos en la vida humana.
De inmediato se produce una turbación, un oscurecimiento de las
facultades mentales que varía mucho en cada caso (proceso similar a
cuando se encarnó pero más corto) y que depende siempre de la
condición moral. Esto ocurre habitualmente en los casos de
enfermedades, pues en las muertes violentas la situación es muy
diferente. Los seres con gran progreso espiritual despiertan muy
suavemente momentos después de entrar en estado de coma o agonía,
surgiendo a la vida espiritual y asistiendo conscientes a la extinción de la
vida de su cuerpo físico, elevándose después a los planos superiores
cuyo resplandor ya vislumbran. Pero para los egoístas, los malvados y
apegados a la vida material esa turbación puede durar mucho tiempo,
años incluso, según haya sido su vida. Y aquellos que sólo hayan vivido
para los placeres de los sentidos, para la acumulación de riquezas y el
poder mal conseguido; para los hipócritas, los malvados, los criminales
de toda condición social y todos aquellos que haya abusado de su
autoridad, engañado o estafado, todos ellos serán los que sufran una
mayor turbación, despertando en una oscuridad tenebrosa denominada
tinieblas en la que permanecerán sumidos por un tiempo
indeterminado, que variará en cada caso y dónde padecerán grandes
perturbaciones. En muchos casos estas tinieblas van acompañadas de
horribles visiones y sufrimientos cuyo final no pueden vislumbrar. De
aquí procede la cita del Evangelio «el crujir de dientes»
El alma comienza entonces a penetrar en la esencia de la ley de
consecuencias, encontrando en sí misma los resultados de su vida
anterior.
¡Cuánto pesan las creencias equivocadas al pasar ese umbral!
¡Cuántos llegan engañados con promesas de salvación gratuita que
no se cumplen! ¡qué doloroso despertar les está esperando!
Sólo la práctica del bien y las buenas obras podrán salvar al alma de
los sufrimientos a la hora de pasar el umbral, permitiéndole elevarse
hacia las moradas de felicidad.
La muerte, trance inevitable, suave para unos y doloroso para otros,
no cambia en lo más mínimo la condición psicológica del ser, ni puede
transformar a un ser inferior en otro superior. El ser sigue vibrando en
idéntica tónica, y en numerosas ocasiones ni se percata que ha fallecido
(especialmente los materialistas y negadores de la supervivencia del
alma), hasta tanto haya pasado un tiempo necesario que variará mucho
en cada situación.
Es necesario erradicar de la mente ese concepto del «descanso
eterno», esa creencia en la holgazanería permanente del alma.
¡La mente jamás descansa! ¡la muerte no existe como realidad! pues
todo individuo sigue existiendo como ente real que continúa pensando y
sintiendo. “Cogito, ergo sum” “pienso luego existo” citaba Descartes. La
muerte existe como trauma psicofisiológico, como tránsito de una
modalidad de vida a otra, del cambio de una vida vegetativa a una
modalidad diferente de vida espiritual, como la metamorfosis de la
crisálida en mariposa. Es un acto de liberación del espíritu que vuelve a
la vida del espacio a la que pertenece, a una vida más real que la anterior
física; prisión por un tiempo pero necesaria como vía de progreso.
Porque de hecho la auténtica vida del espíritu se produce en el espacio.
Libre por fin el espíritu del pesado fardo que representa el cuerpo
físico, la mente es la única fuerza motora que le desplaza, y le mueve
con la rapidez del pensamiento. Allá donde dirija su pensamiento, allí se
traslada instantáneamente con su envoltura o psicosoma; dónde ponga
su pensamiento o deseo, allí se encuentra. Los avaros y los codiciosos
(valga el ejemplo), después de desencarnar, quedan automáticamente
imantados a aquello que les fascinaba, al objeto de sus excentricidades y
de sus aficiones.
Existen tantas facetas como numerosas son las condiciones
intelectuales y morales de los humanos.
Y entonces llegan estas duras y terribles preguntas: ¿has utilizado la
vida para el progreso del espíritu? ¿has sido útil a tus semejantes? ¿ha
estado tu vida guiada por la “voz de la conciencia”, la manifestación de
tu yo superior? o ¿la has ahogado para seguir el camino de la “dolce
vita”? o ¿dominado por el egoísmo y las pasiones has causado dolor a
tus semejantes?
Aquí comienza a actuar el otro aspecto de la ley de consecuencias o
ley de causa y efecto. Cuando se llega a esta fase de la vida una, cuando
el «difunto» o desencarnado se da cuenta de su situación, de su realidad
existencial y se ve tal cual era, se produce el fenómeno inverso de
cuando encarnó, el alma (facultad sensitiva y emotiva) y la mente
(facultad intelectiva, volitiva, racional) comienzan a vibrar con mayor
intensidad (la materia orgánica actúa como reductor al ser su vibración
más lenta) y del fondo inconsciente afloran todos los detalles de la vida
recién acabada. Entonces el ser toma conciencia del daño que ha hecho
o deseado hacer y sufre intensamente, a menos que se trate de una
persona inmoral, bruta, de conciencia incipiente y con escaso desarrollo
espiritual, en cuyo caso tendrá las mismas sensaciones que en su
despertar.
Del mismo modo, toda acción de bien es motivo de felicidad;
felicidad acorde al grado de bien realizado.
La creencia popular de que el alma debe presentarse ante el tribunal
de Dios debe ser descartada. No obstante, es cierto que el alma tendrá
que encontrarse ante el “tribunal de su propia conciencia” (juez
inexorable), pues libre de la prisión de la carne, el ego superior adquiere
una fuerza de manifestación mayor. Y ante su vista se presentan, en
cuadros fluídicos y en movimiento (tal como ocurrieron), sus principales
acciones (cómo en una película), de las que no puede huir y librarse
porque están grabadas en su propia naturaleza psíquica, en su mente
(que se torna más lúcida) y en los planos mental y emocional del éter
cósmico, [40] y al recordarlos, son actualizados por sintonía. En muchos
casos surgen también algunas secuencias de vidas pasadas (en cuadros
fluídicos) a fin de que pueda conocer el motivo y el porqué de las
circunstancias de esa última existencia terrena.
Es en ese punto cuando comienza a recogerse la cosecha de la
siembra efectuada, porque “la siembra es voluntaria y la cosecha
obligatoria”.
Si sembramos dolor, eso mismo recogeremos. Sí sembramos amor
practicando el bien, la felicidad será la cosecha.
Para quienes afirman que las oraciones liberan de penas y
sufrimientos a las almas, les diremos ¡cuán engañados viven quienes
guardan tal creencia!
Si así fuese, aquellas almas que no dejan parientes ni amigos que
oren por ellas no tendrían las mismas posibilidades y quienes tuvieron
dinero podrían pagar oraciones para cuando su alma desencarnase, lo
que equivaldría a comprar con dinero el progreso del alma (?). Además
de pueril, injusto ¡y la ley no comete injusticias!
Todo individuo es responsable de sus actos ante la ley divina, y esa
ley divina que es sabiduría y amor da a cada cual exactamente lo que
merece ¡no nos engañemos con espejismos!
La oración sincera, nacida del alma con todo amor (y únicamente
así), es una vibración magnética que llega al alma desencarnada a la que
va dirigida y le produce una sensación de alivio (si está sufriendo) y
alegría, al apreciar que sus seres queridos le recuerdan con cariño [41].
Es muy importante también orar con pensamiento afectuoso a lo Alto,
pidiendo ayuda para ese ser, a fin de que sea guiado en su nueva
modalidad de vida.
La ley de consecuencias está inmanente en la propia naturaleza
psíquica y espiritual de todo ser. Toda acción tiene su reacción, toda
deuda ha de ser saldada, toda transgresión a la ley divina del amor
rompe el equilibrio, que ha de ser restaurado necesariamente por el
mismo transgresor.
Creencia en el descanso eterno:
El concepto de “descanso eterno” (tristemente generalizado) fue
establecido posiblemente en el pasado, ante un sentimiento de
necesidad de reposo después de una dura vida de trabajo y
sufrimientos.
De ahí esa frase tan común que escuchamos cuando asistimos a
algún sepelio ¡por fin, descansa!. Aunque también podría haber surgido
ante la visión del cuerpo rígido del difunto.
¡Nada más equivocado! Al salir el cuerpo espiritual que daba vida al
cuerpo físico, ahora inerte, el espíritu continúa sintiendo, pensando y
viviendo, aunque en otra dimensión, pero no así el cuerpo físico que se
destruye.
Y como la vida es energía en movimiento, el descanso en el más allá
tal como algunos lo entienden, simplemente ¡no existe!.
Existen, eso sí, moradas etéreas (porque el cuerpo espiritual es
también de sustancia etérea), tan o más reales que las de nuestro plano
físico, a las que son llevadas aquellas almas elevadas que han sufrido,
que han practicado el bien, y cuya belleza y felicidad están en relación a
su sensibilidad y obras de amor.
Y en esos ambientes de belleza y dicha inenarrables, en esa otra vida
del espíritu, existe una actividad plena [42]. Actividad que es totalmente
voluntaria y dónde las almas buenas, vibrando en amor fraterno,
continúan practicando el bien, ayudando a los seres queridos que
dejaron en la Tierra y contribuyendo en obras de progreso para otros
seres. Por esa misma ley, las almas poco evolucionadas, las almas ruines
y cargadas de odios continúan pegadas al plano físico, perturbando a
aquellas personas a las que están unidas por los lazos de odio. Esta
actividad es tan real como la nuestra, a pesar de que no podamos
percibirlo con nuestros sentidos físicos.
SUICIDIO
¿ES EL SUICIDIO UNA SOLUCIÓN?
MARTIRIO DE LOS SUICIDAS
Aunque se aleje un poco del objeto principal de esta obra, y dada su
enorme importancia, enfocaremos brevemente esta actuación
equivocada, que suele ser utilizada como una vía de escape y solución
ante los reveses y duros problemas de la vida.
Comenzaremos con el siguiente interrogante ¿es realmente el
suicidio una solución?
¡Si! Si la vida terminase con la muerte del cuerpo físico, pues
entonces el suicidio sería una solución a los problemas que han
motivado esta drástica decisión.
Pero ¿realmente la vida acaba con la muerte?
Rotundamente afirmamos ¡No! ¡la vida no termina con la muerte del
cuerpo físico!
Cómo hemos podido deducir a través del análisis de los temas
tratados, el cuerpo físico es únicamente el instrumento de
manifestación del ser real, del espíritu; de ese ser inmortal que tiene
cuerpo y vida propia aunque en otra dimensión y fuera del alcance de
nuestros sentidos físicos.
Con conocimiento pleno de este aspecto humano, podemos afirmar
rotundamente que el suicidio es el mayor de todos los desatinos que
una persona puede cometer.
Pregunta obligada ¿por qué? Porque los sufrimientos que esperan al
suicida son terribles.
La primera decepción que aguarda al suicida es el hecho de
comprobar que no ha muerto, que su intento de suicidio ha resultado un
fracaso. Comprueba que sigue existiendo, que no ha muerto, y siente
bullir en su mente los mismos problemas y motivaciones que le llevaron
a esa determinación extrema. Verifica con gran amargura que su intento
de privarse de la vida, su determinación por desaparecer, su holocausto,
ha resultado estéril. Y con esta comprobación se desespera, y en
muchas ocasiones sigue empecinado en destruirse, llegando en su
desesperación hasta la locura. Tiene la sensación de vagar por un
espacio tenebroso, como loco, tratando de huir de sí mismo sin poder
conseguirlo. En otros casos comprende que no ha muerto, que continúa
viviendo aunque con más intensidad y sin poder alejarse de los
problemas y motivos que le indujeron al suicidio. Comienza entonces
una nueva etapa de dolor cuya duración guarda relación directa con los
motivos que le impulsaron a cometer esa disparatada decisión.
Y ¿por qué el recuerdo de esos problemas no desaparece? se
preguntará algún lector. Simplemente porque existe en su mente, que
nunca muere.
Si en algún momento de vuestra vida, vuestro raciocinio llegase a
ofuscarse, es muy importante que conozcáis sus durísimas
consecuencias y evitar así caer en la tentación del suicidio.
Al suicida, no sólo le ha resultado imposible librarse de sus
problemas, preocupaciones y sufrimientos; sino que se encuentra
impotente ante el suplicio que significa para él la visión patética y nítida
de los motivos que le indujeron al suicidio, rodeado en todo momento
de una oscuridad siniestra e impenetrable y soportando además los
terribles dolores que le ocasionaron la muerte del cuerpo físico.
El ahorcado que buscó el sueño eterno mediante la muerte,
experimenta durante largo tiempo la sensación de estar colgado sin
poder desprenderse, sintiendo muy de cerca los problemas de los que
trató de huir. ¿Y por qué sucede así? porque en esa otra dimensión la
mente es la fuerza motora y allá dónde pone su pensamiento se traslada
inmediatamente, aún sin desearlo.
Quien escoja un veneno pensando que solamente experimentará el
dolor durante unos pocos minutos, seguirá sintiendo durante mucho
tiempo los estertores de la muerte, los atroces dolores del veneno
destruyendo sus vísceras. Quién se ahogó o se ahorcó continuará,
desesperadamente, tratando de librarse de la asfixia. Quienes creyendo
que descerrajándose un tiro escaparían de la persecución, dejando de
existir ¡pobres criaturas!, las más de las veces y durante un tiempo que
variará según los motivos, sentirán constantemente el estampido del
tiro y el dolor de la bala penetrándoles.
Resulta conveniente aclarar que todos los casos no son iguales, pues
aun utilizándose el mismo método, cada caso varía según hayan sido los
motivos que han impulsado al individuo.
Aquella persona que por causa de una enfermedad ha recurrido al
suicidio, en la creencia de que con la muerte del cuerpo físico
terminarían sus dolores, que descansaría para siempre, despertará muy
pronto sintiendo los mismos dolores y una gran angustia se apoderará
de ella, al comprobar que no puede morir, porque el suicidio nunca
libera de los dolores. Existen casos en los que el alma del suicida
continúa ligada al cuerpo físico, sufriendo lentamente las fases de
descomposición y aumentando así las sensaciones dolorosas que
deseaba perder, y que lejos de mitigar su sufrimiento, lo están
prolongando.
Aquella persona que ante una mala situación económica o similar,
cometiese el error de suicidarse por falta de valentía para afrontar sus
pruebas, dejando el hogar abandonado y a sus hijos sin amparo, en la
convicción de que una vez muerto se vería libre de preocupaciones; esa
persona despertará viendo el cuadro de dolor que ha causado y a su
esposa y a sus hijos en peores condiciones que antes, a consecuencia de
su abandono. Sentirá el dolor moral de verse impotente para alejarse de
su familia, quedando además imantado a ella y sin poder remediarlo,
viviendo así la tortura del arrepentimiento por su cobarde acción.
Vemos claramente que el suicidio no es una solución, muy al
contrario, incrementa aún más el problema. El suicida tendrá que
reencarnar cuando le sea permitido y pasar por las mismas pruebas
anteriores al suicidio, hasta que llegue a superarlas; porque el suicidio es
un crimen contra uno mismo, es una flagrante violación de las leyes de la
vida.
Y esa violación, ese crimen, es resultado del desconocimiento de la
ley y sus consecuencias. Si en un momento de ofuscación y
desesperación, tenemos la certeza de que la vida no termina con la
muerte física y que continuamos existiendo; si sabemos que la muerte
no nos liberará del recuerdo de los problemas y que, muy al contrario, la
conciencia libre del cuerpo carnal se manifestará mucho más vívida, más
intensa, y que el suicidio creará las causas de futuros sufrimientos ¿no
estimas querido lector que esa persona reaccionará y se sobrepondrá a
la desesperación, superando así la crisis?
Psicológicamente, el suicidio es un vano intento de evasión de la vida
y sus responsabilidades, a consecuencia de un falso concepto de la
realidad.
Jamás se suicidará quien tenga la plena convicción de su
inmortalidad como ser pensante. Como dice Unamuno en uno de sus
“Ensayos” “los más de los suicidas no se quitarían la vida si tuvieran la
seguridad de no morirse nunca sobre la Tierra” (II, pág. 38).
Y buena parte de la responsabilidad corresponde a las religiones
positivistas, que con sus conceptos creados en épocas de oscurantismo
e inaceptables hoy a la razón; con su práctica de culto externo y
abandono de los principios fundamentales de la religión, han llevado a
las personas a la pérdida de la fe en la realidad espiritual.
Apreciado lector, tú y yo; todos los que arrastramos deudas por
errores presentes y pasados ¡podemos redimir viejas deudas salvando
una vida, salvando a alguien del suicidio! Lleva este conocimiento a tus
amistades y conocidos, pues entre ellos puede haber alguien próximo a
caer en esa tentación.
LEY DE EVOLUCIÓN
El concepto de evolución ha avanzado mucho en el tiempo. Tan
vilipendiado en su origen por las mentalidades anquilosadas, hoy ha
tomado, finalmente, un vigoroso impulso.
Comenzó siendo una hipótesis para mentes preclaras, llegando a ser
una teoría académica fundamental para estudiarla como ley de vida,
inicialmente en el campo de la zoología gracias al gran naturalista
francés Lamarck, y extendiéndose después a todos los campos de la
vida con el apoyo de la ciencia.
La evolución, como ley cósmica, como ley divina, trasciende a todos
los aspectos de la naturaleza porque significa una transformación
continua hacia formas más complejas tanto en lo morfológico como en
lo psíquico.
Toda manifestación de vida, incluyendo la materia inerte, está en
constante movimiento y transformación; de ahí las mutaciones que
encontramos en las diferentes formas de los reinos mineral, vegetal,
animal y hominal.
Todo cuanto existe nace con su propia ley; constituye la expresión de
una ley y no puede existir sino como desarrollo de un principio que
depende de una ley concreta. Y el ser humano al igual que todos los
demás entes evolutivos, está inmerso en esta gran ley divina, la ley de
evolución.
Toda forma de energía -que representa vida-, desde el átomo hasta el
hombre, está integrada en esa fuerza cósmica que es la ley de evolución
y se encuentra en un constante transformismo evolutivo. Lenta, muy
lentamente en las formas inferiores, y presionando con mucha más
fuerza en las formas más evolucionadas, según sea su nivel de desarrollo
del psiquismo.
La personalidad humana en su estado actual es el resultado de una
larga evolución en lo físico, en lo psíquico y en lo espiritual. Como dista
todavía mucho de su meta -la perfección-, sigue avanzando hacia ella en
el tiempo y en el espacio, empujada por esta fuerza cósmica
denominada ley de evolución o ley de la vida.
Cada fase evolutiva tiene su tiempo marcado dentro de la eternidad
que nos abarca. En la etapa humana, el tiempo en alcanzar la meta,
mayor o menor, depende siempre del propio individuo. Y ante esta
premisa, alguien podría pensar "entonces, no hay prisa por llegar,
tenemos toda la eternidad por delante". Actitud desacertada, pues
cuanto menos avancemos en el camino de progreso, cuanto menor sea
el esfuerzo, más sujetos estaremos a las encarnaciones en mundos
atrasados y sus vidas penosas.
Dado el escasísimo conocimiento que las personas tenemos del
concepto tiempo, la evolución se nos figura muy, muy lenta; pero esto
no sucede necesariamente así, puesto que de un salto, una humanidad
atrasada puede transformarse en una humanidad perfecta. Como indica
el filósofo Pietro Ubaldi en su obra “La Gran Síntesis”: “los perezosos,
retardados, holgazanes y viciosos pesan enormemente sobre los más
adelantados. Y no sólo pesan, sino que se sublevan contra todos aquellos
que se empeñan en hacerles avanzar por el verdadero camino. Es tanto el
atraso moral y espiritual de nuestra humanidad, que ésta cobra aversión y
odio a todo aquel que lucha por sacarla de su charco de fango, en medio
del cual se encuentra muy a gusto, por falta del conocimiento de su propia
realidad, de la verdad de la vida”
Sólo unos pocos, con una capacidad perceptiva más desarrollada,
pueden apreciar el avance arrollador de esa energía y fuerza creadora.
La mayoría de las personas avanza inconscientemente, arrastrada por
esa fuerza poderosa que toma diversos aspectos de manifestación en
las relaciones humanas.
En las formas inferiores, esta ley de vida produce un constante
movimiento de transformación hacia formas más complejas y perfectas.
En la etapa humana, la ley de evolución presiona también (aunque
lentamente para la percepción humana) hacia la transformación
morfológica a formas más perfectas. Y es que nuestra humanidad no ha
alcanzado aún el avance morfológico de las humanidades más
evolucionadas de otros mundos [43]. Pero donde la ley actúa con más
fuerza es en el psiquismo, creando en el individuo el deseo de nuevas
conquistas, de nuevas experiencias en todos los órdenes de la actividad
humana, llegando incluso a generar violencia y luchas.
Nada de lo que conocemos y poseemos hoy en nuestro mundo
satisfará al hombre del mañana, por su mayor capacidad mental
(intelectiva, volitiva y creativa). El sabio de hoy será comparable al
escolar de mañana.
El hombre civilizado de hoy es apenas el salvaje de ayer, que desde
las primeras edades viene evolucionando lentamente por medio del
aprendizaje, de las experiencias, de las vicisitudes y las luchas.
A medida que el ser humano avanza en su eterno camino de
ascensión, su inteligencia y facultades se desarrollan con el uso de la
mente, y nuevos y más amplios horizontes, experiencias y conceptos se
presentan ante él. Es la ley de evolución que presiona su espíritu; es la
ley universal del progreso que le reclama, que le invita a avanzar en el
eterno camino de la ascensión. Pero no siempre el individuo responde
adecuadamente a esa llamada; en las más, se deja llevar por las
atracciones del medio ambiente circundante, siendo arrastrado por el
espejismo de las sensaciones que le estancan y le retardan en su
progreso. No obstante, al ser el estatismo contrario a la ley, ésta actúa
de un modo no siempre agradable, y por medio de circunstancias
adversas, le conduce amorosamente (como hacen los buenos padres
con sus hijos) hacia el ejercicio de sus facultades, obligándole a la
solución de los problemas y a la superación de los obstáculos, con lo que
desarrolla sus facultades intelectiva y volitiva, capacitándose así para
mayores realizaciones y contribuyendo en paralelo a su propio progreso
y evolución.
En cada ser humano está grabado su grado evolutivo de modo
inequívoco, en la inteligencia que le anima, en su capacidad de amor y
sacrificio, en el dominio de sí mismo, en su fuerza mental de irradiación y
atracción, en su magnetismo espiritual y animal y en su grado de
capacidad analítica y conceptual para penetrar las cosas, en su
sensibilidad, amor fraterno y rectitud.
En cada existencia física el ser humano evoluciona desde que nace,
marcado por las fases de la infancia, adolescencia, juventud, madurez,
vejez y muerte. En esta última, la materia orgánica que compone el
cuerpo físico vuelve a su origen, y ya libre el espíritu, sigue
evolucionando en otra dimensión; dimensión que no percibimos por ser
tridimensionales en la percepción de los sentidos físicos.
Como expusimos en el capítulo "Ciclos de reencarnación", después
de un tiempo en el espacio que varía en cada caso, el yo espiritual siente
ansias de volver a la lucha en el plano físico para desarrollar sus
facultades latentes. Es la ley de evolución que le empuja hacia la eterna
ascensión.
Una vida en el mundo físico es sólo un momento en la eternidad del
espíritu que anima a la personalidad humana.
Como decía Pitágoras, el gran filósofo griego “una vida en la carne no
es más que una anilla en la larga cadena de la evolución del alma”
El espíritu viene a la vida física para aprender y desarrollar sus
facultades mentales y anímicas mediante las vicisitudes en las vidas
humanas; para cumplir misiones que purifiquen su alma por medio del
dolor o la práctica del amor fraterno y para crecer en sabiduría, fortaleza
y amor. En suma, para evolucionar.
Siendo la perfección (en la cual están implícitas la sabiduría,
fortaleza, amor y pureza) la meta hacia la felicidad ¿cómo puede
pretenderse conseguir todo ello en una sola vida, si en la mayoría de los
casos ni siquiera se tiene acceso a los medios para adquirir estas
virtudes?
Lo queramos o no, lo aceptemos o no, esa es la ley eterna de
evolución del espíritu.
GÉNESIS DEL EGO
A las mentes cuya capacidad de raciocinio está poco desarrollada
todavía y por ello su lógica es aún infantil, les resulta muy difícil
comprender que el origen del ser espiritual -del ego- pueda remontarse
al origen de los tiempos, y admiten como verdad las creencias más
ilógicas. A unos, no les interesa, porque al vivir presionados por su
medio ambiente, no les preocupa en absoluto, y al resto, tampoco,
porque aborrecen todo aquello que exija razonar y pensar, pues su
mentalidad está centrada en la vida vegetativa y se encuentran muy a
gusto en su ignorancia. Y todos sabemos que la ignorancia tiende
siempre a buscar algo tangible y visible para rendirle culto, sea religioso
o material.
Si algún lector encontrase tediosa e insípida esta temática de la
evolución, significará que no se encuentra todavía en este estadio
evolutivo. En tal caso, le sugerimos centre su atención en otros temas
de los que sin duda sabrá extraer mejor provecho.
Pero para todos aquellos lectores que sientan inquietud por conocer
su origen y destino, de dónde vienen y hacia dónde van, les pediremos
tomen en consideración estos nuevos conceptos de la verdad única.
Si bien nuestra capacidad intelectual es bastante limitada, dado que
vivimos en un plano de limitaciones; no resulta muy difícil entender que
del mismo modo que encontramos un orden y armonía perfectos en la
mecánica celeste y en las manifestaciones de vida visible, también existe
esa cualidad en lo no visible, un orden y armonía perfectos, tanto
natural-normal como supra-normal y cósmico.
Esta orden y armonía emanan de una mente universal poderosísima
que trasciende al universo con sus miríadas de sistemas planetarios y
galaxias.
Esa Mente Poderosísima, Suprema Energía Creadora (que la limitada
inteligencia humana es incapaz de comprender aún) y que
denominamos Dios, es la Máxima Sabiduría Cósmica, que vibrando en
amor constante, crea vida de Sí mismo, vida que es vibración y energía.
Crea «chispas» divinas proyectadas al espacio infinito, recibidas y
guiadas por mentes espirituales sutilísimas (planificadores de la
involución) que se nutren de la energía vital, también emanada de la
fuente de toda vida.
Y esas “chispas” divinas, “gérmenes” de futuros seres, son dirigidas
por mentes espirituales poderosas desde los planos de luz y armonía en
su involución a los planos físicos. Siendo todavía energía, comienzan su
condensación en grandes núcleos, tomando del éter universal
(antimateria) los recursos necesarios con los que forman su primer
cuerpo material, el átomo, en cuyo centro o núcleo se sitúan y desde
dónde rigen todos sus movimientos. Esas “chispas” divinas y
espirituales continúan siendo energía [44].
Comienzan así su involución en el plano físico, formando el átomo
más simple, el átomo de hidrógeno, con un sólo electrón y protón. Su
desarrollo continúa, electrones, protones, neutrones; hasta haber
completado todas las experiencias en el reino mineral, sirviendo y
entrando a formar parte, como átomo, de las moléculas vegetales y
animales.
Completado todo ese largo proceso, las chispas espirituales pasan a
animar la vida vegetal, comenzando como fuerza cohesiva en la
agrupación de los átomos, para formar moléculas, luego células, y más
tarde vegetales, comenzando siempre en las formas más diminutas y
siguiendo en las mayores, hasta completar sus experiencias en el reino
vegetal.
Iniciando su periplo en el reino animal, esas chispas espirituales
−siempre unidas al alma universal− deben descender al agua, partiendo
de formas microscópicas y continuando en la escala de los peces y
anfibios, hasta llegar a los animales mayores. En todos estos procesos,
las chispas espirituales son guiadas (no individualmente sino en grandes
grupos) por fuerzas espirituales superiores, es decir, carecen aún de
libertad de acción. Estas fuerzas son lo que generalmente denominamos
leyes físicas o biológicas.
En la materia inorgánica (mineral), las “chispas” evolucionan hacia la
materia organizada y vitalizada (vegetal), etapa en la cual el psiquismo
despierta y adquiere conciencia de sensación. A su vez, éstas
evolucionan hacia estadios en los cuales comienza el movimiento de
traslación y el desarrollo psíquico (etapa animal), en los que perciben el
ambiente sin poder analizarse a sí mismas. Y es en las diversas formas de
la etapa animal dónde comienzan a desarrollar las facultades de la
mente y los automatismos que componen el funcionamiento fisiológico
a través de las múltiples experiencias; experiencias necesarias para
pasar finalmente a la etapa hominal, dónde adquieren libre albedrío,
conciencia y razón.
En el animal primario su inteligencia es aún muy rudimentaria, la
denominaremos instintiva; pero a través de múltiples y sucesivas
repeticiones o retomas, va desarrollando su psiquismo, lo que le
capacita para experimentar en formas cada vez mayores, que a su vez,
va modificando por medio de infinitas y continuas mutaciones, hasta
alcanzar las fases mayores de esa etapa animal en dónde adquiere las
experiencias y el desarrollo de su psiquismo, lo que le capacita para dar
el salto a la etapa hominal, pero no al hombre actual.
Y ese salto a la etapa humana se efectúa primero en el espacio,
recopilando experiencias (si bien inconscientes) durante millones de
años de vida animal en las diferentes especies. Y durante ese proceso,
experimenta una transformación que le convierte en espíritu consciente
de sus actos [45]. A ese proceso contribuyen también las mentes
espirituales superiores, vibrando en amor; esos trabajadores de la obra
divina de evolución de esas chispas espirituales, que ya desde ese
momento, les propician ser espíritus con individualidad y libre albedrío
(en la medida de su progreso), siendo por ello responsables de sus actos
y pasando a encarnar en razas y mundos primitivos, siempre guiados
con amor, individualmente, por otros seres espirituales superiores a los
que las religiones denominan “ángeles guardianes”
Por ello podemos afirmar que nuestro origen es divino, que somos
criaturas de Dios que cual semillas que nacen de la planta madre, llevan
en sí todas las propiedades cualitativas de la misma, que somos una
extensión de Él en el universo, seres hechos para poblar el vasto e
infinito universo y crear en él moradas de felicidad; crear mundos a
medida que desarrollemos en nosotros “sus” atributos. Esos atributos
que cual semillas llevamos en estado latente esperando el desarrollo
que nos asemejará a Él [46]. De aquí nuestra semejanza a la Divinidad,
semejanza en esencia, pero no en nuestro estado actual ni en la forma
externa en la que muchos entienden la frase “somos imagen y semejanza
de Dios”. Ni tan siquiera en lo morfológico hemos alcanzado aún la
forma que constituye el patrón de las humanidades más evolucionadas.
Todos y cada uno de nosotros hemos tenido el mismo punto de
partida que cualquier ser viviente y pasado por diversos grados de
manifestación y diferentes formas de vida hasta alcanzar nuestro estado
actual.
A fin de que lo expuesto no sea malinterpretado, creemos necesario
aclarar, amable lector, que no es que hayamos sido plantas y animales,
sino que la «chispa» espiritual que existe en nosotros, ya desarrollada
como espíritu o ego en función sinérgica, en los inicios de su evolución,
pasó por los tres reinos de la naturaleza, mineral, vegetal y animal antes
de alcanzar el hominal, y en cada uno de ellos necesitó un tiempo que en
nuestra medida humana significan ¡millones y millones de años!. Un
tiempo casi inmensurable animando la vida de esas formas para
desarrollarse y adquirir las experiencias necesarias que cada modalidad
de vida pudo ofrecerle. Una vez alcanzada la etapa humana ya no se
retrograda, porque el camino, el proceso evolutivo, es siempre
ascendente.
Y para aquel que se sienta humillado ante el fundamento del proceso
evolutivo del ego a través de las formas inferiores de vida, le
preguntamos ¿por casualidad conoce el proceso embriogénico del
cuerpo humano? ¿se siente humillado acaso, por haber sido inicialmente
un feto informe en el útero de su madre, igual que el de un pez y un
pájaro en los primeros días de este proceso?
La embriogenia nos demuestra que el cuerpo humano es la síntesis
de todas las formas vivas que le han precedido, algo así como la última
anilla visible de una larga cadena de evolución en las formas inferiores
desde la noche de los tiempos.
De lo expuesto se desprende fácilmente que la diferencia entre el
hombre, el animal y la planta es el tiempo; el mayor o menor camino
recorrido en el devenir del tiempo sin tiempo.
¿Sorprendente? Para algunos no, para los más, sí.
A éstos últimos les rogamos observar su propia naturaleza físico-
psíquica y verificar ¡cuán parte de sí mismos está confiada a los
automatismos!
Sin duda podríamos ampliar muchísimo más este asunto, pero nos
apartaríamos del objeto de la obra.
PROCESO EVOLUTIVO DEL ESPÍRITU
Ha quedado suficientemente demostrado por la ciencia que la vida
es energía, y que la energía es fuerza productora de movimiento, que es
acción. Más para que la acción sea positiva debe estar bien dirigida.
La «chispa» espiritual o entelequia, desarrollada en la lucha a través
de las formas inferiores, engrandecida, y llegada ya la etapa humana,
recibe la denominación de espíritu –el ego−. Ente que ido adquiriendo
fuerza y experiencia en las múltiples manifestaciones de vida,
desarrollando parte de las facultades recibidas de la Divinidad Creadora,
y por ello, su alcance y capacidad energética es cada vez mayor,
creciendo más y más con el ejercicio de sus facultades en la lucha de
cada vida. Una lucha salvaje en sus comienzos y que ha ido mejorando a
medida que ascendía en la escala evolutiva, hasta alcanzar finalmente
esa fase sublime de sabiduría y amor en la que la lucha se convierte en
felicidad.
Igual que el grano de semilla vuelve a la tierra para convertirse en
planta fructífera, del mismo modo, el ego retorna para adquirir
sabiduría, amor y poder, encarnando en los mundos físicos tantas veces
como sea necesario hasta alcanzar la meta, la perfección, cumpliendo
así con los designios de la Sabiduría Cósmica. Pero ¡cuánto retrasamos
los humanos esa meta al apartarnos del camino recto, cegados por
ilusiones, que cual espejismos, se presentan en el camino de cada una de
las vidas, junto con las pasiones que inducen a cometer errores
causantes de dolor!
El proceso evolutivo del espíritu es una ascensión hacia la meta,
la perfección (sabiduría, fortaleza, pureza y amor), y se efectúa en los
dos planos, físico y supra-físico.
En el plano físico, adquiriendo experiencias y conocimientos en cada
vida, cada vez más amplios. Conocimientos que le encaminan a la
sabiduría, ampliando sus facultades intelectivas en el estudio, en el
aprendizaje y en la solución de los problemas de cada existencia,
desarrollando también la voluntad en la lucha y en la superación de los
obstáculos que se le presentan, siempre acordes a su capacidad.
También purificando el alma y desarrollando las facultades sensoriales
por medio de la práctica voluntaria del amor fraterno, o en su defecto,
mediante vidas de dolor. Porque mientras el ser humano no haya
adquirido bondad, mientras no haya sensibilizado su alma y vibre en
amor, estará atado a la cadena de las reencarnaciones en los mundos
atrasados.
A lo largo de las vidas humanas se le presentan múltiples
oportunidades de practicar el bien, de ayudar en una forma u otra a sus
semejantes, de poner en práctica el amor fraterno; en suma, de cumplir
con la ley divina de “ama a tu prójimo como te amas a tí mismo” que
también significa “haz por los otros lo que tú querrías que se hiciese por
ti”
Nadie puede excusarse alegando haber carecido de oportunidades,
porque la vida nos ofrece miles; miles de oportunidades para poner en
práctica esta norma de conducta que es la base de una convivencia
armónica en las relaciones humanas y camino para un mayor progreso
espiritual.
Nuestro mundo, al igual que todos los mundos que han alcanzado su
madurez es una escuela de aprendizaje para el espíritu en todos sus
diferentes grados. Y del mismo modo que en los colegios no se pasa de
curso hasta haber aprobado el anterior, en la escuela de la vida, para
tener derecho a vivir en mundos superiores (que ofrecen al espíritu
nuevos campos de saber y una vida libre de sufrimientos), resulta
imprescindible adquirir todas las experiencias y superar todas las
pruebas que el mundo actual (mundo como el nuestro) pueda ofrecer.
En el plano supra-físico (la fuente de la verdadera sabiduría) el
espíritu también progresa, porque en el espacio existe una vida activa.
Dada la amplitud de esta temática, que nos desviaría del asunto principal
y objeto de esta obra, nos vemos precisados a omitir mayores detalles.
La necesidad de evolucionar, impuesta por la ley, está demostrada
fehacientemente en el fenómeno psicológico de la insatisfacción. No
bien un deseo es satisfecho, nace otro. En toda realización existe un
anhelo; anhelo que una vez alcanzado en su primera fase, genera otra
más amplia, más atractiva, que impele a continuar. Ciertos estados de
insatisfacción, desasosiego y anhelos indefinidos son sensaciones
producidas por el espíritu al ser presionado por esa fuerza cósmica, la
ley de evolución.
Nacer representa la vuelta del inquieto viajero desde el mundo del
espíritu, la vuelta desde las moradas del más allá (felices o dolorosas) a
los mundos físicos y el proceso ineludible para desarrollar los poderes
latentes heredados del Creador Universal. Nacer en los mundos físicos
para adquirir las experiencias que estos puedan ofrecer; desarrollar las
facultades de la mente y del alma, para nuevamente, volver a la vida del
espacio, con una duración que variará según la necesidad del ser
espiritual y su deseo de progreso. Y volver una y otra vez más; volver a la
vida de la carne para seguir adquiriendo experiencia, sabiduría,
fortaleza, purificación y amor “tal es la ley inmutable de los
renacimientos”.
En cada una de nuestras vidas damos un paso adelante, adquirimos
nuevas experiencias, nuevos conocimientos y cualidades positivas,
siempre en un continuo progreso y desprendiéndonos de las
imperfecciones ¡porque éste es el proceso evolutivo del espíritu!.
La escala ascensional del espíritu es infinita. Empujado por la ley de
evolución el ser asciende lentamente en el tiempo y en el espacio por
medio de mil vicisitudes y pruebas, desarrollando las facultades de la
mente y del alma, y capitalizando de vida en vida, de siglo en siglo, la
inteligencia, la sabiduría y el amor.
Mediante la reencarnación, cada ser vuelve a reemprender y
proseguir la tarea del ayer interrumpida por la muerte. De aquí la
asombrosa superioridad de ciertas personas que han aparecido y
aparecen en la historia de la humanidad y cuya grandeza está basada en
la mayor capacitación obtenida mediante el esfuerzo a lo largo de sus
múltiples vidas anteriores. Cada ser aporta al nacer los frutos de su
evolución. Como dice el filósofo francés León Denis en su obra “El
Problema del Ser y del Destino”: “desprendiéndose lentamente la
humanidad de la oscuridad de las edades, emerge de las tinieblas de la
ignorancia y de la barbarie, y avanzando con paso mesurado en medio de
los obstáculos y de las tempestades, va trepando su áspera vía, y en cada
recodo de la ruta entrevé mejor las grandes cimas, las cumbres luminosas
en donde reinan la sabiduría, la espiritualidad y el amor” [47].
La mente del hombre es una manifestación del grado de evolución
de su espíritu mediante la cual trae a su actual existencia conocimientos
que ya posee por haberlos conseguido en existencias anteriores y en su
vida espiritual. Porque también en el espacio se aprende y mucho
cuando el espíritu llega a sentir el ansia de progreso.
Aunque las personas no somos conscientes de los conocimientos
adquiridos a lo largo de las experiencias humanas y espirituales, éstas
permanecen siempre en el subconsciente y gravitan en la formación de
la mentalidad del hombre; de ahí esos casos de personas
extraordinariamente dotadas para ciertas ramas del conocimiento.
Si observamos las características de los diferentes individuos que
componen el conglomerado humano, inclusive dentro de nuestro
propio ambiente circundante: semblante, configuración somática,
aspecto, ademanes, expresiones, conducta, etc., podemos apreciar a
simple vista la notoria diferencia intelectual y moral existente entre unos
y otros. Mientras en unos apreciamos una mente despierta y un
temperamento dinámico, en otros vemos al individuo tosco, bruto o
abúlico ¿podremos culpar a la Divinidad Creadora por estas diferencias?
¿podremos admitir a la Sabiduría Cósmica (perfección absoluta) como
creadora de imperfecciones o distribuyendo dones a unos y privando de
ellos a otros? ¡No, rotundamente no! Porque éstos son diversos estados
evolutivos del ego. Esos últimos caminan más atrás en la escala
evolutiva, son espíritus más nuevos, mientras que los primeros son
espíritus más viejos, espíritus que han vivido más vidas y por tanto
desarrollado más su inteligencia y dinamismo en su lucha a través de las
edades.
Dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, entonces
¿cuál de ésos es semejante a Dios?
Morfológicamente ninguno; intelectual, dinámica y moralmente
(valga la expresión), tampoco.
Dios, el Ser Supremo del universo, Justicia y Sabiduría máxima del
cosmos no tiene forma (comprensible a nuestra mente limitada), es
Amor Sublime que trasciende a toda la creación en forma de vibraciones
o fuerzas poderosísimas denominadas leyes. Nos ha creado a todos
iguales, como explicamos en el capítulo anterior “la Génesis del Ego”. El
inicio en la vida ha sido igual para todos los seres de la creación,
incluyendo el ser humano, y los diferentes aspectos y condiciones
intelectuales, dinámicas y morales, son los diversos grados en el proceso
evolutivo. Las variadas formas de vida que podemos percibir, y aún las
no perceptibles, son diversas fases de manifestación de las “chispas
divinas” en las diferentes etapas de su evolución sin límites.
La semejanza está en la esencia, que cual semilla emanada del árbol
de la vida, del Todo Cósmico, contiene en estado latente, en potencia,
todas las facultades y poderes que le asemejarán a Él, una vez las haya
desarrollado.
Porque el espíritu en su génesis es una simiente destinada a germinar
y florecer. Más el tiempo entre estos dos aspectos, la trayectoria
evolutiva a recorrer es inmensa en el tiempo sin tiempo; trayectoria en
la que irá adquiriendo innumerables formas y aspectos, hasta completar
su evolución, lo que le asemejará a su Creador.
Podríamos hacer una comparación con la semilla de un árbol, el
castaño, por ejemplo. En la punta o cima de la castaña puede
encontrarse un minúsculo cuerpo de forma ovalada que es el embrión o
germen; germen que contiene en estado latente todas las
características propias del árbol, forma del conjunto, hojas, color y
forma de las ramas, color y sabor del fruto, fibras y demás propiedades.
Una vez germinada esa semilla irá desarrollándose y con el tiempo se
asemejará al árbol-madre.
Así es el ser espiritual, simple, ínfimo en su comienzo, en su
«nacimiento», pero que irá desarrollándose en el devenir del tiempo sin
tiempo hasta alcanzar las alturas inconmensurables del pensamiento,
del poder y del amor.
LAS PASIONES HUMANAS Y SU INFLUENCIA EN EL
PROCESO EVOLUTIVO
Teniendo en cuenta la trascendencia que los efectos de las pasiones
ejercen sobre la personalidad y sobre el progreso del ser espiritual,
vamos a llevar a cabo un pequeño análisis sobre las pasiones humanas;
un análisis de su proceso psicológico, pero sin entrar en cada una de sus
diferentes clases, lo que nos apartaría del fin de esta obra.
Toda pasión es extremista en su exteriorización, y aquí reside su
aspecto negativo, aun cuando nazca de un ideal sano. El gran mal de
toda pasión está en la intransigencia que mantiene la persona
apasionada, al considerar (en muchos casos sincera y en otros
convencionalmente) que él tiene toda la razón y que es el único
poseedor de la verdad.
Y esta íntima convicción le impide reconsiderar su actitud y atender a
razones; la facultad analítica de su mente no funciona por su falta de
interés, su estado emotivo le perturba el raciocinio, paralizando así su
voluntad y dejándole únicamente a merced de su pasión; dejándole
como una veleta al viento [48].
Perturbadas sus facultades, queda dominado por una turbulencia
vibratoria que incide (con intensidad variable) sobre sus facultades
psíquicas, sensorial y emocionalmente; y esta última actúa también
sobre la mente, produciendo ese estado de apasionamiento que
conduce a la intransigencia y que crea antagonismos y separaciones en
la vida de relación y del hogar.
Cuando esas pasiones son colectivas (a consecuencia del fanatismo
ideológico o religioso), se terminan generando antagonismos que
conducen a persecuciones sangrientas y luchas fratricidas.
Las pasiones nacidas del celo ideológico cuando el individuo es
víctima del fanatismo, le arrastran a estados emocionales violentos;
estados que generan un desequilibrio mental-emocional que le
sumergen en la intransigencia y la violencia, produciéndose
consecuencias inevitables en el ámbito de las relaciones humanas.
Y de estos estados pasionales no se han salvado ni tan siquiera las
organizaciones religiosas; que según ha quedado demostrado durante la
historia de la humanidad, han alcanzado el más abominable grado de
intolerancia, abuso y crímenes.
El gran daño de los estados pasionales se encuentra en el
desequilibrio mental del afectado, a consecuencia de su excitación
emocional, falta de control y vigilancia sobre sus reacciones. Y esta falta
de vigilancia mantiene al afectado en un completo desconocimiento de
su condición apasionada, impidiéndole percibir el comienzo de la
turbulencia vibratorio-emocional. Y es aquí donde entra en función la ley
de atracción; ley cósmica que hace que cada cual atraiga a su semejante,
convirtiendo la mente del apasionado en un centro receptivo de fuerzas
extrañas, ondas-pensamiento errabundas de su misma naturaleza
pasional, que vienen a incrementar su pasión.
Además, el afectado atrae hacia sí (por afinidad) seres del plano
invisible con idénticas pasiones a las suyas; pasiones que incidirán sobre
su mente empujándole a ejecutar actos de los que se arrepentirá una
vez pasado el efecto perturbador de la pasión.
Para evitar el estado perturbador de cualquier pasión es necesario
alejarse del fanatismo, pues de caer en él, terminará llevando al
individuo hasta la intransigencia. Es necesario respetar las ideas y
opiniones de las demás personas, pues poseen nuestros mismos
derechos y libertades. Es necesario vigilar los pensamientos y
sentimientos constantemente (pues son los que motivan los actos),
para de ese modo evitar la explosión emocional perturbadora.
Pero no confundamos entusiasmo con pasión; el entusiasmo cuando
está bien orientado es una fuerza psicodinámica positiva y realizadora.
Nadie podrá triunfar en cualquier faceta de su vida si carece de
entusiasmo, pues el entusiasmo despierta el deseo, que es
imprescindible para poner la voluntad en acción.
¿De qué modo influyen las pasiones en el proceso evolutivo? En qué
lo bloquean, retardando así el avance espiritual del individuo hasta tanto
sean superados sus aspectos negativos.
Si una persona, dominada por una pasión (por ejemplo, celos
amorosos o ideológicos) cometiese la bajeza de una mal acto, colocaría
un obstáculo en el camino de su evolución que le impediría avanzar
hasta tanto dicho obstáculo fuese retirado o superado. Y de continuar
en ese estado pasional por falta de análisis de sí mismo, seguiría
cometiendo más errores y añadiendo más obstáculos, es decir, nuevos
impedimentos para avanzar.
Dicho de otro modo, las consecuencias generadas por esas malas
acciones recaerían sobre él y le impedirían el avance en el camino
evolutivo, hasta tanto no superase las consecuencias dolorosas
libremente creadas. [49].
Solamente después de haber pagado los errores cometidos en
momentos de obcecación pasional, podría continuar su proceso
evolutivo. Resulta fácil de decir, pero podría significar un período muy
largo, un período de hasta siglos de expiación en los casos más graves.
Por lo expuesto podemos apreciar fácilmente la influencia negativa
de las pasiones en el proceso evolutivo del espíritu, en la propia salud y
en la armonía de las relaciones sociales y del hogar.
EL HOMBRE PRIMITIVO
En modo alguno podemos dar crédito a lo establecido en la Biblia
sobre Adán, que lo considera el primer habitante de nuestro mundo,
pues existen notorias incongruencias.
Más no se alarme amable lector, pues podrá verifícalo usted mismo.
Dice la Biblia “Dios creó al hombre a su imagen y lo creó macho y
hembra» y «echóles Dios su bendición y dijo, creced y multiplicaos”
(Génesis 1-27 y 28).
Es decir, que el hombre (denominación genérica) fue creado macho y
hembra, pero no como unidad hermafrodita, sino cómo dos personas
bien diferenciadas. Queda explícitamente definido “los creó macho y
hembra” y “les lanzó su bendición y dijo, creced y multiplicaos” (en
plural).
Estos textos no concuerdan en modo alguno con los siguientes “Dios
dijo luego, no es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una
compañera semejante a él” (Génesis 11-18) “por tanto, el Señor Dios hizo
caer sobre Adán un profundo sueño y mientras estaba dormido le quitó
una de las costillas y llenó de carne aquel vacío” (Génesis 11-21) “y de la
costilla aquélla que había sacado de Adán, formó el Señor Dios una mujer,
la cual puso delante de Adán” (Génesis 11-22).
Aun cuando esta misma incongruencia hace inadmisible ese
concepto como punto de partida de nuestra humanidad, invitamos al
lector a continuar analizando los siguientes versículos del capítulo IV “y
salido Caín de la presencia del Señor (?), habitó en el país que está al
oriente del Edén, y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y parió a
Henoc” (Génesis IV-16 y 17).
Según este último relato, al alejarse Caín de la tierra de sus padres,
halló otro pueblo, dónde tomó esposa (?).
Sin embargo, esta mujer no era hija de Adán y Eva, sino habitante de
otro pueblo, luego ¡existían ya otros países!
Afortunadamente, tan sólo los fanáticos que renuncian al derecho
divino de razonar son los únicos que no se dan cuenta de esta gran
adulteración de la verdad; adulteración que empequeñece la
grandiosidad de la Sabiduría Cósmica Creadora.
El origen del hombre primitivo se pierde en la noche de los tiempos.
Podemos afirmar que no fue creado en un instante y momento
concreto, sino que ha sido el resultado de un largo proceso evolutivo de
las formas biológicas inferiores que le precedieron.
Es el fruto de una larga evolución a través de todas las formas de
vida, según nos demuestra la naturaleza.
Sobre esa evolución hay diversas hipótesis, la mayoría basadas en
hallazgos de fósiles humanos. Unas sostienen que surgió de formas
antropoides (teoría darwiniana), y otras según indica el jesuita Pierre
Teilhard de Chardin en su obra “El Fenómeno Humano”, cuando dice “ha
emergido filéticamente ante nuestros ojos, exactamente igual que otra
especie cualquiera” [50].
Lo que sí ha quedado demostrado por la paleontología, es que el
hombre primitivo apenas se diferenciaba de los monos antropoideos en
su aspecto morfológico y en su estructura ósea.
Concordamos con Teilhard de Chardin en que el hombre ha emergido
como cualquier otra especie y que ha evolucionado desde las diferentes
especies reinantes en aquel tiempo planetario a lo largo de un proceso
morfológico de millones de años. La buena lógica nos lleva a la
conclusión de que su aparición fue lenta en el tiempo y ajustada al
desarrollo de su psiquismo trascendente; psiquismo modificador de las
formas de las especies vivientes en todas las regiones del planeta.
Hoy sabemos que hacia el final de la época terciaria los diversos tipos
de antropoides eran muchísimo más abundantes que en la actualidad y
se extendían por todos los continentes. Pero realmente desconocemos
el verdadero inicio de la raza humana; si bien se afirma que surgió en el
período cuaternario, contemporáneo del megaterio, y que algunos
antropólogos asignan al «pithecanthropus erectus».
Los paleontólogos han descubierto en algunas regiones, fósiles que
afirman ser de origen humano y tener un antigüedad de un millón de
años, de un millón y medio en otras y de hasta dos millones en otras.
Admitimos como base fundamental ya demostrada, el principio de
evolución de las formas, concordando con la evolución del psiquismo y
la necesidad de supervivencia. Sabemos que la embriogenia demuestra
que el hombre es la síntesis de todas las formas vivas que le han
precedido, y sabemos también que la necesidad crea los órganos.
Podemos observar en las diferentes clases de animales de idéntica
especie, cómo su adaptación al entorno ha ido modificando su forma
corporal (con la fuerza de la psique) de acuerdo con su necesidad de
supervivencia (por ejemplo las aves y la ardilla voladora). Podemos por
tanto verificar, cómo los cambios morfológicos van paralelos al
desarrollo de la mente.
También la forma humana varía de acuerdo al grado de evolución de
cada mundo. Y así como el humanoide de la época cuaternaria de
nuestro planeta (pleistoceno) estaba adaptado a la vida y atmósfera de
dicha época, nuestra forma actual (que no es la definitiva) guarda
también concordancia con el grado de evolución psíquica de las
diferentes personas de nuestro conglomerado humano.
De idéntico modo, la forma física de los habitantes de cada mundo
guarda también concordancia con su necesidad evolutiva [51]. En
nuestro propio planeta vemos formas dentro de un patrón general que
difieren en gran medida. Si observamos detenidamente cada uno de los
distintos matices del conglomerado social, podremos observar
fácilmente los diferentes grados evolutivos, tanto intelectuales y
morales, como volitiva y psicodinámicamente.
Según Teilhard de Chardin (en la obra antes mencionada) el
psiquismo va modificando la forma humana. Y esto podemos verificarlo
fácilmente en los emigrantes, que en el transcurso de unos años van
sufriendo cambios notables en su morfología como resultado del
esfuerzo inconsciente de su psiquismo para adaptarse al medio
ambiente circundante, esfuerzo que les separa progresivamente de su
ambiente original.
Pietro Ubaldi, en su obra “La Gran Síntesis”, explica
maravillosamente la evolución del psiquismo como director del
dinamismo fisiológico. Tanto Teilhard de Chardin como Pietro Ubaldi y
otros estudiosos más, refieren que en el pasado la evolución ha ido
desarrollando organismos cada vez más complejos y conscientes.
En cada nueva existencia el espíritu construye para sí mismo (de
acuerdo con el grado de evolución alcanzado) un nuevo cuerpo
adaptado al destino a va a cumplir; cuerpo que cuando se extingue
regresa a su materia terrena original. Para cada vida material, el espíritu
conforma un nuevo cuerpo físico cada vez más complejo y perfecto que
el precedente.
La lucha por la vida (que para muchas personas resulta muy dura,
aunque menos que en siglos precedentes según demuestran los índices
de esperanza de vida) es una necesidad para el progreso del individuo, y
una necesidad imprescindible para el desarrollo de las facultades de la
mente. En las primeras fases de la etapa humana, el espíritu es débil
todavía y su voluntad se encuentra al inicio de su desarrollo; y por
desconocimiento de sí mismo, todavía priman en él las fuerzas del
instinto, siendo a través de la lucha por la supervivencia y bregando
contra los elementos de la naturaleza, que va desarrollando lentamente
su capacidad intelectiva y volitiva. Y en esa lucha (en el enfrentamiento
con los elementos que las vidas difíciles le presentan) es dónde el
espíritu ejercita y desarrolla sus facultades latentes.
A través de milenios, desde que el hombre apareciera sobre la faz de
la tierra animando formas groseras y de mentalidad instintiva, hasta hoy
que la humanidad se cree civilizada, su deseo ha sido únicamente lograr
una vida más fácil y de mayores comodidades. Este deseo es una
manifestación de la ley universal de evolución, que presiona al individuo
hacia la conquista de las cosas y que se transforma en deseos más
elevados según evoluciona, empujándole hacia una meta, la perfección;
meta que lleva implícita la adquisición del amor fraterno, la sabiduría y el
poder.
Tanto en el pasado como hoy, la evolución ha desarrollado
organismos cada vez más complejos y conscientes. Y ahora, ya próximos
a alcanzar el final de la evolución morfológica, todavía continúa el
proceso de evolución social. Y esto puede observarse fácilmente en la
creación de instituciones sociales, dirigidas hacia una convivencia más
fraterna y armónica, a pesar de la resistencia de las fuerzas negativas y
retrógradas.
Solo unida en pensamiento y acción, la humanidad podrá sobrevivir a
la destrucción que le amenaza.
DEL SALVAJE AL GENIO
La capacidad intelectivo-volitiva de ciertos personajes de la historia
considerados genios o superhombres no es una gracia recibida de la
Divinidad ni producto de herencia o casualidad.
Como expusimos al tratar la génesis del ego, éste contiene (en
potencia y en estado latente) las facultades cualitativas de la Divinidad
Creadora cuyo desarrollo le asemejará a ella.
Toda criatura, sin excepción, es igual ante Dios, aunque esto no sea
del agrado de soberbios y orgullosos. Las diferencias entre las personas
están motivadas por sus distintos grados evolutivos, son el resultado del
tiempo y del esfuerzo. El salvaje es un espíritu joven, mientras que el
superhombre es un espíritu viejo que ya pasó por esa fase.
Por ello, la distancia que separa al salvaje del genio es el tiempo. El
genio de hoy es el salvaje de ayer que en el devenir de los tiempos ha ido
desarrollando sus facultades a través de la lucha y del esfuerzo.
El ser triunfa y se engrandece mediante el propio esfuerzo; poniendo
en acción esa energía mental que existe en todo individuo (en mayor o
menor medida según su grado de desarrollo) y que le impele a
evolucionar.
En el transcurso de sus numerosas vidas el ego desarrolla las
facultades de la mente, y éstas le capacitan para mayores realizaciones
en la siguiente. Es decir, en cada nueva existencia, el espíritu se
acompaña del desarrollo y conquistas (tanto de la mente como del
alma) que haya alcanzado en sus existencias anteriores, junto con las
taras morales e imperfecciones del carácter que aún no tenga
superadas. En cada nueva existencia adquiere algo positivo,
conocimientos, experiencias, bondad, etc., y se despoja de algo
negativo, egoísmo, vanidad, orgullo, sensualismo, etc. ¡este y no otro es
el proceso evolutivo del espíritu!
En todo individuo existen dos fuerzas, dos naturalezas, una superior
que empuja al espíritu hacia lo positivo, hacia las realizaciones, hacia el
progreso; y otra inferior, humana, que tiende hacia lo negativo, a la
molicie, al sensualismo y al «dolce fare niente»
La primera es la fuerza positiva que nos conduce a la cima, a destinos
cada vez más altos; que nos hace avanzar hacia lo bello, hacia el bien y
hacia la felicidad. Es la ley de evolución presionando al espíritu para
alcanzar nuevas metas.
La segunda es la fuerza negativa que arrastra al individuo hacia los
infiernos y retarda su progreso.
Y en la lucha entre estas dos fuerzas siempre hay una vencedora, la
más fuerte.
En las primeras fases de la etapa humana, en la que priman los
instintos, el espíritu (fuerza positiva pero débil aún) suele fracasar, pero
la ley de evolución (ley sabia) conduce al espíritu a través de las
múltiples vidas humanas. En el transcurso de esas vidas, con sus
obstáculos, dificultades y circunstancias de toda índole, el espíritu se
fortalece, incrementando las facultades intelectuales y volitivas gracias a
la intervención del dolor, que sensibiliza su alma para percibir la belleza
y alcanzar el amor.
Y en la lucha, en la medida que el espíritu se fortalece y desarrolla sus
facultades, va animando personalidades de mayor relevancia.
El aprendizaje de cada existencia le sirve para la siguiente, y así
sucesivamente, una tras otra. Y a través de múltiples experiencias se
capacita y engrandece para manifestarse en nuevas y más destacadas
personalidades, comienza a vislumbrarse el genio.
Durante eones venimos recorriendo las diferentes escalas del
progreso eterno, y continuamos ascendiendo empujados siempre por la
ley universal de evolución. Según se avanza en el camino del progreso, el
panorama se amplía en belleza y grandiosidad, y estas expectativas
fascinan e impelen a los espíritus en evolución.
En el pasado fuimos aquellos salvajes que hoy pueblan los
continentes más atrasados. Lo peor de nuestro trayecto hacia la meta
suprema, hacia la perfección y la felicidad, está ya recorrido, quedó atrás
en la noche de los tiempos. En nuestras existencias futuras y a través del
esfuerzo y la firme determinación de progreso, podremos elevarnos a la
altura de espíritus gigantes, de genios inmortales que como faros de luz
alumbrarán la marcha de la humanidad.
Y así, de vez en cuando, encarnan en nuestro mundo personajes
extraordinarios, espíritus muy evolucionados, auténticos genios en
misión de ayuda, conforme el plan preestablecido por las esferas
siderales para el progreso y adelanto de esta humanidad.
Pero nuestra humanidad raramente les facilita el cumplimiento de su
misión; muy al contrario, las dificulta siempre, especialmente en el
campo de las ideas, donde priman las mentes retrógradas, encasilladas
en los convencionalismos y cargadas de orgullo.
Como bien cita el escritor Máximo Sar “es un hecho indiscutible que la
petulancia y la soberbia se adueñan del espíritu, impidiendo su apertura a
la luz de las nuevas ideas. El genio, dotado de una excepcional capacidad
de percepción y de visión futura, ilumina meridianamente una parcela del
conocimiento humano que permanecía en la oscuridad, y sin embargo, los
detentores de la ciencia oficial (y algunos más) [52], atrincherados en sus
torres de marfil, se niegan estúpidamente a ver lo que se les presenta ante
sus ojos. ¿porqué? porque carecen de la más mínima dosis de humildad y
consideran estar por encima de todo y de todos”
TERCER ENFOQUE
TERCER ENFOQUE
TERCER ENFOQUE
1. La reencarnación y la ciencia.
2. Investigaciones científicas.
3. Casos de reencarnación comprobada.
LA REENCARNACIÓN Y LA CIENCIA
En ciertos sectores de Occidente se rechaza la teoría de la
reencarnación porque no ha sido suficientemente probada, (dentro de
su limitado círculo) y se niega a ultranza todo aquello que es
desconocido o que los sentidos físicos son incapaces de percibir. Su
limitada capacidad intelectual y los convencionalismos presionan sobre
el raciocinio, les impiden darse cuenta, que para negar, primero hay que
comprobar a través del estudio y el análisis, manteniendo siempre una
actitud mental de honesta imparcialidad. La ignorancia de una verdad no
da derecho a negarla; podrá admitirse o no, pero no se puede negar
aquello que se desconoce.
Como bien dice el Ing. Hernani Guimaraes Andrade, director del
departamento científico del Instituto Brasileiro de Pesquisas
Psicobiofísicas en su obra “La teoría Corpuscular del Espíritu”: “pues los
hombres suelen apegarse mucho a sus doctrinas y convicciones, por lo que
no es fácil desarraigar antiguas creencias y conceptos, aunque se
demuestre hasta la saciedad su inconsistencia. Las nuevas teorías, las
nuevas doctrinas y las nuevas ideas suelen penetrar lentamente a causa de
la resistencia que se les ofrece, resistencia que es como una gigantesca
barrera opuesta al progreso, intolerancia, vanidad y espíritu de rutina”
[52].
Mientras tanto hay personas que desde un punto de vista racional,
encuentran que la reencarnación es una hipótesis lógica que necesita
una base experimental probatoria. Quienes así opinan lo hacen por
ignorancia o por falta de información; por desconocimiento de los miles
de casos comprobados por diferentes investigadores (no
reencarnacionistas) en el campo de la psiquiatría, la neurología y la
parapsicología.
E intentaremos probarlo a través de este tercer enfoque; analizado
los diversos aspectos expuestos, analizando las experiencias de
regresión de memoria por hipnosis sobre sujetos psicopáticos, las
experiencias por hipnosis en sujetos sensitivos (percepción
extrasensorial), el reconocimiento consciente de escenas ya vividas
(eclosión del subconsciente) y las circunstancias que reflejan una
relación entre la vida presente y otra pasada.
Diferentes sectores científicos están investigando ya las raíces o
causas de los múltiples fenómenos psíquicos que con harta frecuencia
aparecen y a los que la psicología y psiquiatría clásica no encuentran
explicación, obligándoles a apartarse del clasicismo y enfocar la
investigación por nuevos derroteros.
Son incontables los hombres de ciencia que se dedican actualmente
a la investigación de fenómenos psicológicos; fenómenos que incluyen
síndromes de aparentes reminiscencias sobre actos que no concuerdan
con la vida actual del sujeto.
La Psychical Research Foundation (Fundación para Investigaciones
Psíquicas) de Virginia, USA, publica un boletín trimestral denominado
“Theta”, dedicado exclusivamente a los problemas sobre la
supervivencia después de la muerte corporal y demás fenómenos
parapsicológicos.
Tanto en esta publicación como en el “Journal of Parapsychology”,
dependiente de la universidad de Virginia, USA, colaboran científicos de
renombre, tales como J.B. Rhine, M.D., Louisa Rhine, M.D., Ian
Stevenson, M.D. y J.G. Prat, M.D. entre otros, dedicados todos ellos a la
investigación de los diferentes fenómenos psicológicos y
parapsicológicos que vienen afectando a los variados ambientes
humanos.
El Dr. Cannon sostiene que a muy pesar suyo, y después de los 1.382
casos registrados por él, ha llegado a admitir la realidad de la
reencarnación.
Igualmente concluye que en ninguno de los casos, las personas
investigadas demostraron haber permanecido fuera de la vida terrestre
por espacio de tiempo superior a los cien años.
Entre los investigadores europeos destacó el Dr. Resart Bayer,
psiquiatra y presidente de la Sociedad Turca de Parapsicología, quien
guardaba un archivo con más de 150 casos comprobados y debidamente
documentados.
El Dr. Bayer refirió “los estudios sobre los casos de personas que
presentan síndromes de aparente psiconósis en alguno de sus aspectos o
relatos de una presunta vida precedente, son investigados
exhaustivamente, y rechazados todos aquellos que no ofrezcan pruebas de
absoluta seguridad. Yo, personalmente —dice— he llevado a cabo
investigaciones durante más de 10 años, y algunas en colaboración con el
psiquiatra norteamericano Dr. Ian Stevenson, quien realiza este tipo de
estudios a escala internacional desde hace muchos años. Hemos recogido
decenas de testimonios y fotografías que serán objeto de una
comunicación científica nuestra en próximo congreso internacional de
parapsicología a celebrarse en Norteamérica”
Entre los casos investigados por el Dr. Bayer hay algunos que por lo
extraño de los síntomas externos visibles, un tanto atípicos, “obligará a
la ciencia a ocuparse con seriedad de estos fenómenos” dijo el Dr. Bayer
en una entrevista. Nos referimos a ciertas señales o marcas congénitas
muy notorias, cicatrices, etc., que no tienen explicación dentro de las
leyes biológicas, pero que tienen una causa cierta como las encontradas
en los cuerpos que referiremos a continuación. No obstante, es
necesario evitar confundir esta clase de marcas o cicatrices con otras
tales como manchas diversas en la piel que suelen ser hereditarias.
Veamos estos dos casos muy sintetizados:
Entre los 500 casos comprobados, fue tomada una ficha al azar, que
muy resumida, contiene:
“Caso de Memoria Extrasensorial de Copal Agarwal”
Sujeto: Gopal.
Dirección: Shri S.P. Gupta - F7/3 Frigna Nagar, Dili (Isla Timor).
Edad: 9 años en el momento de la investigación.
Persona identificada en la vida precedente: Shri Shaktipal Sharma,
expropietario de la firma Sukha Sancharak Company, Madura, India.
Detalle: Gopal, hijo de Shri S.P. Gupta, comenzó a recordar
acontecimientos de una aparente vida anterior cuando aún tenía dos
años y medio de edad. Según manifiesta, había nacido en una familia
acomodada en Madura y su nombre era Shaktipal Sharma. Sostenía que
había sido asesinado en 1948, cuando tenía 35 años, con un tiro de
revólver por un hermano más joven, debido a una cuestión de derechos
de propiedad sobre una fábrica.
Verificada la investigación, se comprueba la realidad del incidente en
el año citado.
Cuando el pequeño Gopal fue llevado a Madura por sus padres y por
nuestros asistentes de la universidad, fue directamente al negocio que
había poseído en su aparente vida anterior y a la casa donde vivió,
moviéndose con gran facilidad por las sinuosas calles de la ciudad, a
pesar de que era la primera vez que el muchacho estaba en la ciudad de
Madura. Se reconoció a sí mismo en el retrato de Shaktipal, entre los
muchos rostros de una fotografía de la familia precedente.
El Dr. Banerjee ratificó las declaraciones hechas por el niño Copal.
“Yo llegué a Choueiffat, a la casa de los Haidar. Nunca antes había visto
el niño del cual me habían hablado. Mi corazón latía fuertemente ¿me
reconocería? me preguntaba a mí misma. Tan pronto entré en la casa,
Mounzer se lanzó a mis brazos, exclamando ¡madre, madre! Yo no lograba
contener mis lágrimas, era mi hijo Jamil que volvía a mí con los rasgos de
una adorable criatura”
“Dos hechos extraños me han dado la prueba palpable de que era
realmente mi hijo Jamil en el cuerpo de un niño llamado Mounzer Haidar”
“El niño Mounzer me indicó la existencia de un fusil de guerra que había
pertenecido a Jamil y que sabía en qué lugar exacto del fusil mi hijo había
grabado su nombre. Apenas llegamos a mi casa en Aley, fue directamente
al lugar donde Jamil había dejado enterrado dicho fusil”
“La otra prueba es ésta: durante los acontecimientos de 1.958, en los
que Jamil encontró la muerte, mi hijo había entregado en prenda a un
panadero de Souk el Garb, un reloj al que él tenía en gran cariño, en
garantía del pago por el pan suministrado a él y sus compañeros de lucha.
Yo ignoraba el hecho. Acto seguido, el pequeño Mounzer me declaró: y
ahora voy a Souk el Garb, porque allí he dejado mi reloj en prenda a un
panadero que me había dado pan; quiero recuperarlo”
Huelga describir la gran sorpresa del panadero frente al niño que
decía ser Jamil Souki y que describía con exactitud las características del
reloj.
Ahora, Jamil comparte su vida entre los pueblos de Aley y Choueiffat;
entre sus dos familias: la de su vida anterior y la de la nueva vida.
Mounzer Haidar relata su caso así “he fallecido por una bala en el
costado mientras volvía a Chemlane, y fallecí rápidamente; en mí siento
más fuerte la presencia de Jamil que el niño que soy”
Nota: A este caso no se le dio mayor importancia, ya que en Líbano,
Siria y otros países del Oriente Próximo, una gran parte de la población
está compuesta por drusos, etnia cuyo sistema religioso es secreto y
muy complejo, con una mezcla de Islam, Judaísmo y Cristianismo. Los
drusos admiten la reencarnación fundándose en la sabia justicia de Dios,
sostienen que siendo Dios infinitamente sabio y justo no quiere juzgar a
las almas según la duración de una sola vida humana, ofreciendo a las
almas múltiples oportunidades de progreso y purificación antes de
llamarlas definitivamente a Su seno.
Dos de los casos investigados por el Dr. Hamendra Banerjee (muy
resumidos):
Mohini, niña hindú de 9 años que vivía con sus padres en Punjal,
India, un buen día durante la cena con su familia comenzó a hablar de
Nueva York. Al principio, sus padres consideraron que eran fantasías de
su imaginación, pero como la niña seguía insistiendo frecuentemente,
los padres decidieron tomar notas de todo lo que mencionaba. Insistía
en que había vivido en Nueva York con su tío, describiendo con todo lujo
de detalles el lugar donde residía, los alimentos que detestaba, los
juguetes que recibía para Navidad y los vestidos con que iba a las fiestas.
Mantenía que había fallecido a los 18 años, y cuando describía estas
escenas, lloraba amargamente. Más tarde, estos recuerdos comenzaron
a perturbarle en los estudios.
Por este motivo sus padres decidieron consultar con un psiquiatra,
quién les recomendó visitar al Dr. Hamendra Banerjee de la universidad
de Jaipur, India, que hizo la siguiente declaración “después de analizar el
caso, decidí volar a Nueva York para investigar allí mismo. Con los datos
recibidos, encontré a la familia, algunas generaciones más vieja, y
exactamente en el lugar que la niña mencionó, y allí pude confirmar más de
94 detalles de su historia. Cuando volví a la India llevé fotografías de los
componentes, mezcladas con las de otras personas, y se las presenté a la
muchacha para que me indicase cuáles eran los miembros de la familia que
decía ser la suya. Todo era correcto y evidentemente tenía recuerdos
sumamente precisos, lo que le afectaba en gran medida”
[37] Está demostrado por la medicina, el efecto que en la salud del cuerpo
(y nosotros ampliamos a la salud del alma) producen los estados afectivos
y emocionales continuados. La ansiedad, la angustia, los rencores, las
malquerencias y demás taras son causa de alteraciones en el metabolismo
y en los sistemas glandulares y nerviosos, produciendo diversos estados
enfermizos y psicopatológicos. Ciertos sectores de la medicina afirman que
dichos estados influyen en la eclosión de la úlcera estomacal y del cáncer,
pero debemos aclarar que no son su origen. <<
[44] Hay otros aspectos más amplios en relación con esta involución que se
omiten, ya que se apartaría del propósito de esta obra. <<
[45] Esta es una descripción resumidísima, al objeto de dar tan sólo una
idea del proceso evolutivo del psiquismo animador de las formas. <<
[46] «No está escrito en vuestra ley: Yo digo, Dioses sois» (S. Juan, X-34).
Aquí el Mesías se refería al salmo LXXXII-6. <<
[47] Pág. 237 de la versión en español. Editor Kier, S.A. Buenos Aires. <<
[49] Resulta necesario aclarar que no es igual en todos los casos, pues la
responsabilidad de toda acción está en relación directa a la capacidad de
conciencia del ejecutante. El individuo bruto, elemental, cuya capacidad
intelectiva y de conciencia está en sus inicios y que actúa con impulsos
instintivos, es menos responsable ante la ley, y por ello, la ley de
consecuencias es más suave que con aquél más inteligente que actúa a
sabiendas de las consecuencias de su mala acción, contrariando la voz de
su conciencia que le advierte del error, pero que dejándose dominar por las
pasiones, desoye la advertencia, la llamada del ego superior que le hace
sentir con mayor o menor intensidad un sentimiento que le indica
¡detente, no sigas! <<