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Aladino y La Lámpara Maravillosa

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Dirección General de Cultura y Educación

Aladino y la lámpara maravillosa / adaptado por María Elena Cuter; Cinthia


Kuperman; ilustrado por Leicia Gotlibowski. - 1a ed. adaptada.- La Plata:
Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, 2021.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-676-106-2

1. Cuentos Clásicos. 2. Literatura. 3. Narrativa Infantil y Juvenil en Español.


I. Cuter, María Elena, adapt. II. Kuperman, Cinthia, adapt. III. Gotlibowski, Leicia,
ilus. IV. Título.

CDD 863.9282

Este material ha sido elaborado por la Dirección


General de Cultura y Educación de la Provincia de
Buenos Aires.
Adaptación: Cuter, María Elena y Kuperman, Cinthia
Ilustración y diagramación: Leicia Gotlibowski
ALADINO
Y LA LÁMPARA
MARAVILLOSA
Cuento oriental
Ilustraciones de Leicia Gotlibowski
Parte 1
Un extraño encuentro.........................9
Parte 2 ........................................................ 15
El jardín encantado .......................... 15

Parte 3
El genio del anillo . . . . . . . .
. . . .21
Parte 4
El genio de la lámpara . . . . . .
. .25
Parte 5
La bella hija del sultán . . . . . .
. .28
Parte 6
El regreso del mago . . . . . . .
. . .37
Parte 7
El rescate de su amada . . . . . .
.47
ALADINO Y LA LÁMPARA
MARAVILLOSA
Parte 1
Un extraño encuentro

ecuerdo que en tiempos


muy lejanos, en una ciudad de la
China, vivía un hombre de nombre
Mustafá que era sastre. Aquel hombre
tenía un hijo llamado Aladino, un niño
mal educado y peleador, a quien el
padre quiso enseñarle su oficio.
Sin embargo, Aladino prefería
jugar con los muchachos de su barrio
y no pudo acostumbrarse a trabajar en
la sastrería. En cuanto su padre dejaba
de vigilarlo, corría a reunirse con otros
bribones como él.

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Cuando el sastre murió, la madre
de Aladino debió pasar sus días y sus
noches hilando lana y algodón para
alimentarse y alimentar a su hijo. Pero
Aladino, libre de su padre, se pasaba
todo el día fuera de casa y regresaba
sólo a las horas de comer. Así fue
como llegó a la edad de quince años.
Era verdaderamente hermoso, con
magníficos ojos negros, una tez de
jazmín y aspecto seductor.

Un día estaba Aladino en la plaza


con otros vagabundos, cuando pasó
por allí un extranjero que se detuvo y
lo observó largo rato. El extranjero era
un mago con tanto poder de su
hechicería que podía hacer chocar
unas con otras las montañas más altas.
«¡He aquí –pensaba el extranjero– al

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joven que busco desde hace largo
tiempo!».

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El mago se aproximó al joven y
le dijo:
—¿No eres Aladino, el hijo del
sastre Mustafá?
Y él contestó:
—Sí, pero mi padre hace mucho
que ha muerto.
Al oír estas palabras, el extranjero
lo abrazó llorando y el muchacho le
preguntó:
—¿Por qué llora, señor?
—¡Ah, hijo mío!, —exclamó el
hombre—. Soy tu tío y acabas de
revelarme la muerte de mi pobre
hermano. En cuanto te vi descubrí el
parecido en tu rostro.

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El extranjero miró al joven a los
ojos y le dijo:
—¡Es mi deber tratarte como a un
hijo! Mañana volveré a buscarte y visi­
taremos a maestros de distintos oficios
para que elijas o te abriré una tienda
en el mercado para que trabajes como
un hombre honrado.

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Parte 2
El jardín encantado

A la mañana siguiente, Aladino y el


mago a quien creía su tío se
encontraron en ese mismo lugar y
echaron a andar juntos hasta atravesar
las murallas de la ciudad, de donde
nunca antes había salido Aladino.
Anduvieron por el campo y llegaron a
un valle al pie de una montaña. ¡Para
llegar allí el mago había salido de su
país y había viajado hasta la China!

Se sentó entonces sobre una roca


y le ordenó a Aladino:
—¡Recoge ramas secas y trozos de
leña y tráelos!

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Aladino obedeció.
—Ya es bastante —dijo el mago—
. ¡Ponte detrás de mí!

Entonces prendió fuego, sacó del


bolsillo una cajita, la abrió y tomó
incienso que arrojó en medio de la
hoguera. Se levantó un humo oscuro y
el mago murmuró palabras en una
lengua incomprensible para Aladino.

Tembló en ese instante la tierra y


se abrió en el suelo una ancha
abertura. En el fondo de aquel agujero
apareció un trozo de mármol con una
argolla de bronce en el medio.

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Aladino lanzó un grito y empren
dió la fuga. Pero el mago extendió su
brazo y lo atrapó. Lo miró fijamente y
le explicó con furia:
—¡Debes saber que debajo de ese
mármol que ves en el fondo del
agujero se halla un tesoro que no
puede abrirse más que en tu
presencia! ¡Sólo tú serás el dueño de
un tesoro que repartiremos en dos
partes iguales, una para ti y otra para
mí!

Al oír la palabra tesoro, el pobre


Aladino contestó:
—¡Oh, tío mío!, ¡mándame lo que
quieras!

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—¡Baja al fondo del agujero, toma
con tus manos la argolla de bronce y
levanta la piedra! ¡Sólo tendrás que
pronunciar tu nombre y el nombre de
tu padre al tocar la argolla!
Entonces se inclinó Aladino y tiró
de la argolla de bronce diciendo:
—¡Soy Aladino, hijo de Mustafá!

Y levantó con gran facilidad el


mármol. Debajo, vio una cueva que
conducía a una puerta de cobre rojo.
El mago le ordenó:
—Aladino, entra por la puerta.
Encontrarás un jardín con árboles
cargados de frutas. ¡No te detengas!
Camina y verás sobre un pedestal de
bronce, una lámpara de cobre

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encendida. Tomarás esa lámpara, la
apagarás, verterás en el suelo el aceite
y te la esconderás en el pecho. ¡Y
volverás por el mismo camino! Al
regreso podrás recoger del jardín
tantas frutas como quieras. Una vez

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que te hayas reunido conmigo, me
entregarás la lámpara.
El mago se quitó un anillo que
llevaba y se lo puso a Aladino en el
pulgar, diciéndole:
—Este anillo, hijo mío, te pondrá a
salvo de todos los peligros.

Aladino sin olvidar las recomenda­


ciones del mago a quien todavía creía
su tío, cruzó el jardín sin detenerse,
vio la lámpara encendida y la tomó.
Vertió en el suelo el aceite y la ocultó
en su pecho. Volvió luego sobre sus
pasos y llegó de nuevo al jardín .

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Los árboles del maravilloso jardín
estaban cargados de frutas de formas,
tamaños y colores extraordinarios. Las
había blancas casi transparentes como
el cristal. Y rojas como los granos de la
granada. Y verdes, azules y amarillas. El
pobre Aladino no sabía que las frutas
blancas eran diamantes, las frutas rojas
eran rubíes, las verdes eran
esmeraldas, que las azules eran
turquesas y las amarillas eran topacios.

Entonces, se acercó Aladino a los


magníficos árboles y recogió frutas de
todos los colores, llenándose el
cinturón, los bolsillos y guardándolas
entre sus ropas. Agobiado por el peso,
se ciñó cuidadosamente el traje y
avanzó lentamente.

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En la puerta vio al mago que, sin
paciencia para esperar, le dijo:
—¿Aladino, dónde está la lámpara?
Aladino contestó:
—¿Cómo quieres que te la dé tan
pronto si está entre las frutas de vidrio
con que me he llenado la ropa por
todas partes? ¡Espera a que salga de
esta cueva!
Pero el mago supuso que Aladino
quería guardarse la lámpara y lanzó un
grito de rabia. Al momento el mármol
se cerró y Aladino quedó atrapado en
la cueva.

El mago, furioso, se alejó por el


camino. Seguramente volveremos a
encontrarlo.

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El genio del anillo

Desesperado, el muchacho em ­
pezó a restregarse las manos. De ese
modo, frotó sin querer el anillo que
llevaba en el pulgar y surgió de pronto
ante él un inmenso genio con ojos rojos
que parecían echar fuego. Se inclinó
ante Aladino y con una voz de trueno,
le dijo:

¡AQUÍ TIENES A TU ESCLAVO!


¡SOY EL SERVIDOR DEL ANILLO EN LA TIERRA,
EN EL AIRE Y EN EL AGUA!
¿QUÉ QUIERES?

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Aladino quedó aterrado pero
cuando pudo hablar, contestó:
—¡Oh genio, sácame de esta cueva!

Apenas pronunció estas palabras,


se vio fuera de la cueva. Aladino se
apresuró a regresar. Llegó extenuado a
la casa donde lo esperaba su madre y
le pidió de beber y de comer. Vació el
cántaro de agua en la garganta y
comió de prisa.

Mientras comía, le contó a su


madre lo que le había sucedido.
Cuando acabó su relato, puso sobre la
mesa las maravillosas frutas
transparentes y coloreadas que había
recogido en el jardín.

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También sacó de entre sus ropas
la vieja lámpara por la que tanto se
había enfurecido el mago.

La madre apretó contra su pecho


a Aladino, lo besó llorando y dijo:
—¡Agradezcamos a Alá que te ha
ayudado a regresar sano y salvo!

Aladino no tardó en dormirse.


Al despertarse, el muchacho pidió el
desayuno pero su madre le dijo:
—¡Ten paciencia! Iré a vender un
poco de algodón y compraré pan.
—Deja el algodón y ve a vender esa
lámpara vieja que traje de la cueva.

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El genio de la lámpara

La madre tomó la lámpara y se


puso a limpiarla. Pero apenas había
empezado a frotarla cuando surgió
otro genio, más feo que el de la cueva,
que dijo con voz ensordecedora:

¡AQUÍ TIENES A TU ESCLAVO!


¡SOY EL SERVIDOR DE LA LÁMPARA
EN EL AIRE POR DONDE VUELO
Y EN LA TIERRA POR DONDE ME ARRASTRO!
¿QUÉ QUIERES?

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La madre de Aladino se quedó
inmóvil por el terror. Pero Aladino, que
estaba ya un poco acostumbrado,
tomó la lámpara de las manos de su
madre y dijo al genio:
—¡Oh, servidor de la lámpara!
¡Tengo hambre y deseo alimentos
exqui sitos!

El genio desapareció para volver al


instante con una bandeja llena de
manjares. Aladino y su madre se
pusieron a comer con gran apetito.

Desde entonces, no abusaron del


tesoro. Continuaron llevando una vida
modesta, distribuyendo entre los
pobres lo que necesitaban. Entre tanto,
Aladino trataba de instruirse

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dialogando con los mercaderes y con
otras personas que frecuentaban el
mercado.

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