Aladino y La Lámpara Maravillosa
Aladino y La Lámpara Maravillosa
Aladino y La Lámpara Maravillosa
CDD 863.9282
Parte 3
El genio del anillo . . . . . . . .
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Parte 4
El genio de la lámpara . . . . . .
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Parte 5
La bella hija del sultán . . . . . .
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Parte 6
El regreso del mago . . . . . . .
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Parte 7
El rescate de su amada . . . . . .
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ALADINO Y LA LÁMPARA
MARAVILLOSA
Parte 1
Un extraño encuentro
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Cuando el sastre murió, la madre
de Aladino debió pasar sus días y sus
noches hilando lana y algodón para
alimentarse y alimentar a su hijo. Pero
Aladino, libre de su padre, se pasaba
todo el día fuera de casa y regresaba
sólo a las horas de comer. Así fue
como llegó a la edad de quince años.
Era verdaderamente hermoso, con
magníficos ojos negros, una tez de
jazmín y aspecto seductor.
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joven que busco desde hace largo
tiempo!».
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El mago se aproximó al joven y
le dijo:
—¿No eres Aladino, el hijo del
sastre Mustafá?
Y él contestó:
—Sí, pero mi padre hace mucho
que ha muerto.
Al oír estas palabras, el extranjero
lo abrazó llorando y el muchacho le
preguntó:
—¿Por qué llora, señor?
—¡Ah, hijo mío!, —exclamó el
hombre—. Soy tu tío y acabas de
revelarme la muerte de mi pobre
hermano. En cuanto te vi descubrí el
parecido en tu rostro.
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El extranjero miró al joven a los
ojos y le dijo:
—¡Es mi deber tratarte como a un
hijo! Mañana volveré a buscarte y visi
taremos a maestros de distintos oficios
para que elijas o te abriré una tienda
en el mercado para que trabajes como
un hombre honrado.
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Parte 2
El jardín encantado
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Aladino obedeció.
—Ya es bastante —dijo el mago—
. ¡Ponte detrás de mí!
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Aladino lanzó un grito y empren
dió la fuga. Pero el mago extendió su
brazo y lo atrapó. Lo miró fijamente y
le explicó con furia:
—¡Debes saber que debajo de ese
mármol que ves en el fondo del
agujero se halla un tesoro que no
puede abrirse más que en tu
presencia! ¡Sólo tú serás el dueño de
un tesoro que repartiremos en dos
partes iguales, una para ti y otra para
mí!
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—¡Baja al fondo del agujero, toma
con tus manos la argolla de bronce y
levanta la piedra! ¡Sólo tendrás que
pronunciar tu nombre y el nombre de
tu padre al tocar la argolla!
Entonces se inclinó Aladino y tiró
de la argolla de bronce diciendo:
—¡Soy Aladino, hijo de Mustafá!
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encendida. Tomarás esa lámpara, la
apagarás, verterás en el suelo el aceite
y te la esconderás en el pecho. ¡Y
volverás por el mismo camino! Al
regreso podrás recoger del jardín
tantas frutas como quieras. Una vez
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que te hayas reunido conmigo, me
entregarás la lámpara.
El mago se quitó un anillo que
llevaba y se lo puso a Aladino en el
pulgar, diciéndole:
—Este anillo, hijo mío, te pondrá a
salvo de todos los peligros.
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Los árboles del maravilloso jardín
estaban cargados de frutas de formas,
tamaños y colores extraordinarios. Las
había blancas casi transparentes como
el cristal. Y rojas como los granos de la
granada. Y verdes, azules y amarillas. El
pobre Aladino no sabía que las frutas
blancas eran diamantes, las frutas rojas
eran rubíes, las verdes eran
esmeraldas, que las azules eran
turquesas y las amarillas eran topacios.
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En la puerta vio al mago que, sin
paciencia para esperar, le dijo:
—¿Aladino, dónde está la lámpara?
Aladino contestó:
—¿Cómo quieres que te la dé tan
pronto si está entre las frutas de vidrio
con que me he llenado la ropa por
todas partes? ¡Espera a que salga de
esta cueva!
Pero el mago supuso que Aladino
quería guardarse la lámpara y lanzó un
grito de rabia. Al momento el mármol
se cerró y Aladino quedó atrapado en
la cueva.
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El genio del anillo
Desesperado, el muchacho em
pezó a restregarse las manos. De ese
modo, frotó sin querer el anillo que
llevaba en el pulgar y surgió de pronto
ante él un inmenso genio con ojos rojos
que parecían echar fuego. Se inclinó
ante Aladino y con una voz de trueno,
le dijo:
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Aladino quedó aterrado pero
cuando pudo hablar, contestó:
—¡Oh genio, sácame de esta cueva!
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También sacó de entre sus ropas
la vieja lámpara por la que tanto se
había enfurecido el mago.
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El genio de la lámpara
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La madre de Aladino se quedó
inmóvil por el terror. Pero Aladino, que
estaba ya un poco acostumbrado,
tomó la lámpara de las manos de su
madre y dijo al genio:
—¡Oh, servidor de la lámpara!
¡Tengo hambre y deseo alimentos
exqui sitos!
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dialogando con los mercaderes y con
otras personas que frecuentaban el
mercado.
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