Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Las Alas de Ana

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 2

Escuela 21 de Mayo

Unidad Técnico Pedagógica


Los Ángeles.

Lectura Fluida

LAS ALAS DE ANA

Últimamente me ronda la sospecha de que mi amiga Ana no es de este mundo.


Hay algo en ella que la hace especial, diferente. Cuando se enfada, se pone roja, roja
como un tomate, y si uno está cerca, puede ver cómo le empieza a salir de las orejas
un hilo de humo blanco. Y a la hora del recreo, cuando todos comemos la colación
que nos mandan de casa, una fruta, un jugo o un sándwich de jamón, ella se aparta
de todos y se esconde detrás de unos arbustos.
Así que he decidido espiarla para ver si descubro por qué Ana se comporta así.
Es una compañera nueva y nos tocó sentarnos juntos.
Habla poco. Creo que es muy tímida. Me cae bien, pero
no puedo reprimir la idea de que esconde algo.
A la salida de clases, la sigo, teniendo cuidado de
no ser visto. Me voy escondiendo entre la gente. Me
oculto tras los puestos de revistas, o detrás de las
cabinas telefónicas. Ella no voltea. Va distraída,
pensando en sus cosas. De vez en cuando se detiene y
gira la cabeza, como he visto que hacen los perros al
escuchar un silbato. Yo contengo la respiración y, tras
unos segundos, continúa avanzando.
Por fin, Ana llega a su casa. Es amarilla y tiene una puerta color azul. Toca tres
veces. Toc, toc, toc. Luego abren y ella pasa sin saludar a nadie. Yo me acerco e
intento asomarme por una ventana. Y entonces, veo algo que me deja perplejo.
Atónito. Sin habla.
Ana lanza la mochila sobre la mesa del comedor. Después, se estira. Luego, se
tira las orejas. Una con la mano izquierda y otra con la derecha. Y entonces, de su
espalda brotan unas alas enormes, bonitas, con plumas verdes. Ella se sacude y
suspira. Liberada. Como quien durante mucho tiempo tiene que encoger los dedos en
unos zapatos apretados. Por primera vez, la veo sonreír. La veo enseñar una fila de
dientes blancos, radiantes, y sus ojos brillan como miel traslúcida. Me parece feliz.
Recorre la
habitación en busca de alguien. Alguien viene. Con mis ojos sigo la ruta de la mirada
de Ana. Y veo que corre a abrazar a otro ser igual que ella.
Pero… ¿qué es, entonces, Ana? ¿Es un ángel? ¿Una niña pájaro? ¿Puede volar?
Tantas preguntas se me arremolinan de golpe,
que tropiezo sin darme cuenta con un macetero de
flores que hay en la ventana. El macetero cae al suelo
haciendo un ruido enorme. Y yo, salgo corriendo por
donde he venido sin esperar a que me descubran.
Escuela 21 de Mayo
Unidad Técnico Pedagógica
Los Ángeles.

Al día siguiente, Ana está sentada junto a mí. Yo la observo con más
curiosidad que nunca. Sé que no sonríe porque está incómoda. Sus alas están
prisioneras en una cárcel que nadie puede ver. La miro. Me mira. Siento que sospecha
que he sido yo quien espiaba por la ventana. O quizás, pienso eso porque no puedo
con el peso de mi conciencia. Me muero por decirle que sé que tiene alas, pero no me
atrevo. No es el momento. Y decido esperar al recreo.
Como Ana apenas habla, me es difícil encontrar un tema de conversación.
Además, ella
—otra vez— se ha ido a esconder tras los arbustos. Pero me animo, me cargo de
valor, y voy tras ella. Me asomo cauteloso, y la veo allí, sentada, viendo al cielo. Le
digo “hola”, y ella me mira, extrañada. Me temo que quiere estar sola. Pero me da
igual y me siento a su lado.
—¿Qué miras? —pregunto.
Ana, sin dejar de ver el cielo, me contesta: —Las nubes.
Y entonces, suelto una pregunta tonta, absurda, de la cual me arrepiento nada más
sale de mi boca. Pero le digo:
—¿Tu vivías allí?
Ana me mira curiosa. Sé que sabe que conozco su secreto. Pero aguanto su
fulminante mirada. No digo nada. No quiero estropear el momento.
Entonces, sucede algo increíble. Mágico. Algo que no pude de entender hasta
momentos
más tarde. Ella me sonríe. Me toma de la mano y me susurra al oído que cierre los
ojos. Yo obedezco, sin dudar. Siento una ráfaga de aire fresco, como cuando se abre
una ventana en un día caluroso y comprendo, sin ver, que
ella ha liberado sus enormes alas
—Abre los ojos —vuelve a susurrarme.
Y al hacerlo, la veo tal y como es ella. Libre. Sin ataduras.
Sin secretos. Lista para volar.
Me agarra de las manos y emprende el vuelo. Nadie
se percata de que sobrevolamos sobre sus cabezas,
absortos cada uno en lo suyo. Los profesores corrigiendo
niños, chicos jugando futbol, la señora de la tienda, un
joven parando un taxi. Nadie nos descubre, y yo no puedo creer que la gente no se
tome el tiempo de ver por encima de sus cabezas para vernos volar por los aires.

Ella no me suelta. Yo siento el viento en mi cara. Volamos. Volamos alto. El


momento dura lo suficiente como para no querer que acabe nunca. Me lleva a las
nubes, que se deshacen a nuestro paso como los hilos del algodón de azúcar.
Después, me deja en el suelo. Firme. Se acerca lentamente, como para darme
un beso en la mejilla. Pero en lugar de eso me susurra al oído:
—Gracias —y retoma el vuelo

También podría gustarte