LIPOVETSKY, GILLES - La Sociedad de La Decepción (1) (OCR) (Por Ganz1912)
LIPOVETSKY, GILLES - La Sociedad de La Decepción (1) (OCR) (Por Ganz1912)
LIPOVETSKY, GILLES - La Sociedad de La Decepción (1) (OCR) (Por Ganz1912)
1912
Gilíes Lipovetsky
La sociedad
de la decepción
Entrevista con Bertrand Richard
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
Titulo de la edición original:
La société de déception
© Leí ¿ditions Textuei
Parb, 2006
Diseño de la colección:
Julio Vivas
Ilustración: foto © DR
ISBN: 978-84-339-6276-8
Depósito Legal: B. 18504-2008
Printed in Spain
h t t p s ://tinyurl.com/y7 9 4dggv
h t t p s ://tinyurl.com/y9malmmm
ganzl912
ÍNDICE
LA ESPERANZA RECUPERADA............................ 99
El pujante movimiento de hiperconsu-
mo que integra y absorbe los deseos
más potentes del género humano tras
torna todos los puntos de referencia
morales heredados, todavía operativos
hace cincuenta años. De modo que lu
char frontalmente contra el capitalismo
consumista no parece sólo ineficaz, sino
también ilusorio. Con «pasiones contra
pasiones» conseguiremos mantener ale
jada la hidra consumista.
ganzl912
PREFACIO
9
tiene ya más de un siglo y. continuadores actua
les, de Cloran a Houellebecq, representantes de
un mismo malestar?
Evidentemente, el autor de La era d el vacío
no oculta que la decepción es en todo momento
ese no-ser-del-todo, esa insatisfacción existen-
cial que arraiga allí donde hay algo humano.
Pero para añadir enseguida que la decepción
moderna se ha radicalizado y multiplicado a un
nivel desconocido en la historia de Occidente.
¿Por qué? ¿Somos quizá más metafísicos y más
propensos al hastío que nuestros predecesores?
Seguramente no. Más bien es que no vivimos
íntegramente en el mismo mundo. La moda, el
hedonismo, el nomadismo tecnológico y afecti
vo, el individualismo explorador, sostenidos y
exaltados por el consumo, hilo de Ariadna de los
trabajos de Gilíes Lipovetsky y su cláve para in
terpretar nuestra modernidad, nos responsabili
zan de nuestra felicidad de manera creciente y al
mismo tiempo nos someten a unas exigencias
algo dictatoriales que saben vendernos. Cuanto
más dominamos nuestro destino individual, más
posibilidades tenemos de inventar nuestra vida,
más accesible nos parece la armonía y más inso
portable y frustrante nos parece su terca negativa
a presentarse. Esto es el imperio de la decepción:
esta libertad, vigente en todas las esferas de la vi
da humana, con fondo de rigor liberal y con la
10
escatología por los suelos. De aquí la «fatiga de
ser uno mismo», las tasas de suicidio en alza, las
depresiones, las adicciones de toda índole... De
esta configuración surge básicamente una ten
dencia, no tanto al cinismo cuanto a una forma
de pasotismo endurecido y sombrío que nos con
vierte en los niños mimados de las sociedades de
la abundancia. Con tanto consumir acabaremos
consumiendo también los bienes materiales y es
pirituales que muchas otras generaciones de seres
humanos se esforzaron por conseguir. Entre el
incesante despilfarro de unos y la tranquila indi
ferencia a la democracia de otros, ya no seremos
dignos de las conquistas de nuestros predeceso
res. Pero en Gilíes Lipovetsky no se encontrará
ninguna interpretación moralizante o metafísica
de esta era de la decepción, sino una agude
za pascaliana para distinguir cuáles son sus com
petencias, sus ambivalencias y también sus im
previstos. Es una tentación, sin duda, sentar al
ultraconsumo en el banquillo por esta nuestra
agresiva y decepcionante manera de entender
la oposición clásica entre el materialismo malo y la
salvación por las cosas del alma y el espíritu...
Manera también de eludir el análisis concre
to de la porción de nuestra época que no es atri-
buible a una sola identidad: pues ¿qué pensar,
dentro de una lógica puramente despectiva de la
modernidad, de la explosión actual del volunta
11
riado y las asociaciones, por ejemplo? Y lo que
hoy nos decepciona, nos dice Gilíes Lipovetsky,
no son forzosamente los bienes materiales. Un fri
gorífico no tiene vida y por poco que cumpla su
misión satisfactoriamente seguirá siendo el mis
mo y no decepcionará. ¿Se, deberá la amargura a
la comparación con las posesiones de otro? Esto
ya no es tan matemático y se puede sentir tanto
placer en comprar un Logan como un exquisito
Jaguar. No, nos decepcionan mucho más los ser
vicios públicos, los productos culturales —siem
pre nos «decepciona» tal o cual película, tal o
cual libro-, y los misterios insondables del amor,
de la sexualidad, la intensidad vibratoria de nues
tras existencias, a menudo obstaculizada. Lo que
nos toca lo más inmaterial, lo más específica
mente humano, eso es lo que nos hace derramar
lágrimas. ¿Y cómo no sentirnos decepcionados,
heridos, dolidos con nuestras laboriosas demo
cracias, cuando, pese a tener por «código genéri
co» los derechos humanos, dejan tantos sufri
mientos intactos?
Gilíes Lipovetsky navega por este laberinto
guardándose mucho de juzgar. Este pensador atí
pico, al margen de las guerras de ideas, al que
aburren los sistemas y al que las sutilezas del pen
samiento puro dejan estupefacto, busca en los
hechos los rasgos elementales de nuestra existen
cia real. En los últimos años su método ha ad
12
quirido una innegable sensibilidad a lo que frus
tra, a lo que malogra, a lo que melancoliza la
vida, y eso que se le venía reprochando que era
un optimista a machamartillo. Es cierto que em
pezó a escribir, en 1983, con la voluntad de opo
nerse (para contrarrestarlas) a las escuelas de la
sospecha que estaban en boga cuando estudiaba
filosofía. Es cierto asimismo que este sibarita que
se pasea por las ciudades observando la publicidad,
a las mujeres, las modas, la variedad de compor
tamientos y placeres de unos y otros, ha pensado
siempre que en nuestras opciones y en nuestros
actos había muchísima más libertad de lo que
querrían reconocer los hermeneutas de la domi
nación. De todos modos, su trabajo ha consisti
do siempre en desenterrar los detalles a menudo
contradictorios de nuestras existencias, aunque
sea a costa del aparato teórico, que le trae sin cui
dado. Y ahí está el hecho de que la era del consu
mo, del «hiperconsumo», como dice él, ha modi
ficado nuestra vida infinitamente más que todas
las filosofías del siglo XX juntas. Para bien o para
mal. Para bien porque, según él, en su funciona
miento ha7 mucho más liberalismo que en todas
las actividades de los movimientos antipublicidad,
7a que, por ejemplo, nos libera de la dictadura
de las marcas organizando el low cost; para mal,
porque I107 todo o casi todo se juzga con esque
mas que son los del consumo: relación calidad/
13
precio, satisfacción/desagrado, competición/arrin-
conamiento. Y la verdad es que nada de esto nos
hace más felices. Pero como no podrá haber «fin
de la Historia», y para Gilíes Lipovetsky menos
que para los demás, es lícito trabajar para que la
fiebre consumista, los excesos que le son propios,
no sean más que una indisposición pasajera de la
humanidad.
B ertrand R ichard
14
LA ESPIRAL DE LA DECEPCIÓN
15 i
fort, Fran^ois Furet, Marcel Gauchet, Luc Ferry,
Alain Renaut), estas recetas me resultaban cada
vez más inútiles para comprender el funciona
miento de las sociedades desarrolladas. La relec
tura de Tocqueville desempeñó aquí un papel
crucial, puesto que permitía analizar la sociedad
democrática e individualista como algo más que
un epifenómeno sin consistencia o la expresión
pura de la economía capitalista. Así, siguiendo
este camino, me dediqué a descifrar la nueva con
figuración de las sociedades democráticas, trans
formadas en profundidad por lo que llamé «se
gunda revolución democrática».
16
vada y pública parecía más libre, más abierta,
más estructurada por las opciones y juicios indi
viduales. Contra las escuelas de la sospecha, quise
destacar el proceso de liberación del individuo,
en relación con las imposiciones colectivas, que
se concretaba en la liberación sexual, la emanci
pación de las costumbres, la ruptura del compro
miso ideológico, la vida «a la carta». El hedonis
mo de la sociedad de consumo había sacudido
los cimientos del orden autoritario, disciplinario
y moralista: La era d el vacio proponía un esque
ma interpretativo de esta «corriente de aire fres
co», de esta «descrispación» -término giscardia-
no-, que se observaba en las formas de vida, en
la educación, en lós papeles sexuales, en la rela
ción con la política. De ahí la impresión de opti
mismo que produjo este primer libro, y los que
le siguieron.
17
¿Fue una impresión falsa?
18
El hedonismo ha perdido su estilo triunfal: de un
clima progresista hemos pasado a una atmósfera
de ansiedad. Se tenía la sensación de que la exis
tencia se aligeraba? ahora todo vuelve a crisparse
y a endurecerse, la l es la «felicidad paradójica»: ~
la sociedad del entretenimiento y el bienestar
convive con la intensificación de la dificultad de
vivir y del malestar subjetivo. Conviene recordar
que yo no escribo libros de filosofía pura: yo sólo
quiero explicar las lógicas que orquestan las trans
formaciones del presente social e histórico desde
una perspectiva a largo plazo. No hay ninguna cul
tura individualista que sea inmutable, ninguna
soció antropología democrática sin problemas ni
etapas históricas. La época ha cambiado y mis li
bros acusan este cambio.
19
Naturalmente, como muchos otros senti
mientos, la decepción es una experiencia univer
sal. Como ser deseante cuya esencia es negar lo
que es -Sartre decía que el hombre” no es lo que
es y es lo que no es-, el hombre es un ser que es-
pera y, por lo mismo, acaba conociendo la~He-
cepción. Deseo y decepción van juntos, y pocas
veces se salva la distancia que hay entre la espera
y lo real, entre el principio del placer y el princi
pio de realidad. Pero aunque la decepción forma
parte de la condición humana, es preciso obser
var que la civilización moderna, individualista y
democrádca, le ha dado un peso y un relieve ex
cepcionales, un área psicológica y social sin pre
cedentes históricos. Los filósofos pesimistas de
los dos últimos siglos (Schopenhauer, Cioran)
niegan la posibilidad de la felicidad, ya que el
deseo y iá existencia sólo pueden conducir a una
decepción infinita. De Balzac a Stendhal, de Mus-
set a Maupassant, de Flaubert a Céline, de Chéjov
a Proust, los temas del tedio, el resentimiento, la
frustración, la vida malograda, las «ilusiones per
didas», los sinsabores de la existencia recorren la
literatura moderna. ¿En qué otra época habría
podido escribirse aquella frase inmortal de Ma-
llarmé: «La carne es triste, ay, y ya he leído todos
los libros»? Pero aún hay más: todo indica, inclu
so más allá del espejo de la literatura, que la edad
moderna ha contribuido a precipitar las desilu
20
siones de las clases medias, a multiplicar el núme
ro de descontentos y amargados por una realidad
que no puede coincidir con los ideales democráti
cos. Se ha salvado otra etapa suplementaria, ya
ningún grupo social está a salvo de la catarata de
decepciones. Mientras que las sociedades tradicio
nales, que enmarcaban estrictamente los deseos y
las aspiraciones, consiguieron limitar el alcance de
la decepción, las sociedades hipermodernas apa
recen como sociedades de inflación decepcionali
te. Cuando se promete la felicidad a todos y se
anuncian placeres en cada esquina, la vida coti
diana es una dura prueba. Más aún cuando la
«calidad de vida» en todos los ámbitos (pareja, se
xualidad, alimentación, hábitat, entorno, ocio,
etc.) es hoy el nuevo horizonte de espera de los
individuos. ¿Cómo escapar a la escalada de la de
cepción en el momento del «cero defectos» gene
ralizado? Cuanto más aumentan las exigencias de
mayor bienestar y una vida mejor, más se ensan
chan las arterias de la frustración. Los valores he-
donistas, la superoferta, los ideales psicológicos,
los ríos de información, todo esto ha dado lugar a
un individuo más reflexivo, más exigente, pero
también más propenso a sufrir decepciones. Des
pués de las «culturas de la vergüenza» y de las
«culturas de la culpa», como las que analizó Ruth
Benedict, henos ahora en las culturas de la ansie
dad, la frustración y el desengaño. La sociedad
21
hipermoderna se caracteriza por la multiplicación
y alta frecuencia de las decepciones, tanto en el
aspecto público como en el privado. Tan cierto
es que nuestra época se empeña en fotografiar
sistemáticamente el estado de nuestros chascos
mediante multitud de sondeos de opinión. El
crecimiento del dominio de la decepción es con
temporáneo de la medición estadística del humor
de los individuos, de la cuantificación regular del
optimismo y el desánimo de los empresarios y
los ciudadanos, de los asalariados y los consumi
dores.
22
ra. Sólo el 18 % de los franceses cree «totalmen
te» en el cielo y el 29% en la vida eterna; sólo
dice rezar habitualmente el 20%; la costumbre
de rezar habitualmente en la franja de los 18-24
años ha bajado al 10%. Ante la decepción los in
dividuos no disponen ya de hábitos religiosos ni
de creencias «llaves en mano» capaces de aliviar
sus dolores y resentímientos. Hoy cada cual ha
de buscar su propia tabla de salvación, con de
crecientes ayudas y consuelos por parte de la re
lación con lo sagrado. La sociedad hipermoderna
es la que multiplica las ocasiones de experimen
tar decepción sin ofrecer ya dispositivos «institu
cionalizados» para remediarlo. Pero evitemos un
malentendido: con la idea de sociedad de la de
cepción no estoy sugiriendo una época de des
moralización infinita. Aunque abundan las frus
traciones, tampoco faltan razones para esperar.
La desagradable experiencia de la desilusión se
difunde sobre el telón de fondo de una cultura
desbordante de proyectos y placeres cotidianos.
Cuanto más se multiplican las vivencias decep
cionantes, más numerosas son las invitaciones a
no quedarse quietos y las ocasiones de distraerse
y gozar. Para combatir la decepción, las socieda-
des tradicionales tenían el consuelo religioso; las
'sociedadesiripermodernas utilizan de cortafuegos
la incitación incesante a consumir, a gozar, a
cambiar. Tras las «técnicas» reguladas colectiva-
23
mente por el mundo de la religión, han llegado
las «medicaciones» diversificadas y desreguladas
del universo individualista en régimen de auto
servicio.
24
den terreno y se difunden las riquezas materiales.
Por este motivo, en las sociedades igualitarias «se
frustran más a menudo las esperanzas y los de
seos, se agitan e inquietan más las almas y se agu
dizan las preocupaciones» (La dem ocracia en
América, 1835-1840).
También Emile Durkbeim puso de relieve el
alcance de la decepción y el descontento en las
modernas sociedades individualistas, que, a causa
de su movilidad y su anomia, ya no ponen lími
tes a los deseos. En las sociedades antiguas, los
individuos vivían en armonía con su condición
social y no deseaban más que lo que podían es
perar legítimamente: en consecuencia, las decep
ciones y las insatisfacciones no pasaban de cierto
umbral. M uy distintas son las sociedades moder
nas, en las que los individuos ya no saben qué es
posible y qué no, qué aspiraciones son legítimas
y cuáles excesivas: «soñamos con lo imposible». Al
no estar ya sujetos por normas sociales estrictas,
los apetitos se disparan, los individuos ya no es
tán dispuestos a resignarse como antes y ya no se
contentan con su suerte. Todos quieren superar
la situación en que se encuentran, conocer goces
y sensaciones renovadas. Al buscar la felicidad
cada vez más lejos, al exigir siempre más, el indi
viduo queda indefenso ante las amarguras del
presente y ante los sueños incumplidos: «Conti
nuamente se conciben y frustran esperanzas que
25
dejan tras de sí una impresión de cansancio y de
sencanto» (El suicidio). Allí donde Tocqueville
veía el aumento de la decepción en el seno de
una sociedad que favorecía «los pequeños place
res tranquilos y permitidos», Durkheim se fija en
la «enfermedad del infinito» (ibid.), que, desen
cadenada por la pérdida de autoridad de las nor
mas sociales, genera una profunda decepción.
26
muy serios a esta creencia en un futuro incesan
temente mejor. Estas dudas engendraron la con
cepción de la posmodernidad como desencanto
ideológico y pérdida de la credibilidad de ios sis
temas progresistas. Dado que se prolongan las es
peras democráticas de justicia y bienestar, en
nuestra época prosperan el desasosiego y el de
sengaño, la decepción y la angustia. ¿Y si el futu
ro fuera peor que el pasado? En este contexto, la
creencia de que la siguiente generación vivirá
mejor que la de sus padres anda de capa caída.
En 2004, el 60% de los franceses se mostraba
optimista respecto de su futuro, pero sólo el
34% tenía la misma confianza en el de sus Hijos.
No olvidemos, sin embargo, que este pesimismo
no es irresistible: el 80% de los estadounidenses
cree que sus hijos vivirán por lo menos al mismo
nivel que sus padres.
27
las amenazas de las industrias transgénicas. La
caída del muro de Berlín y el librecambismo pla
netario debían traer crecimiento, estabilidad, re
ducción de la pobreza. El resultado ha sido, so
bre todo en Africa, en América Latina y otros lu
gares, el aumento de la miseria y el estallido de
crisis económicas y financieras. En cuanto a la
rica Europa, hay paro crónico de masas y más
precariedad en los empleos. Los derechos socia
les protegían desde siempre mejor a los trabaja
dores: hoy vemos las sacudidas del Estado-pro
videncia, la reducción de la protección social,
el cuestionamiento de las conquistas sociales. Se
pensaba que las desigualdades se reducirían pro
gresivamente en virtud de una especie de «ten
dencia a la media» de la sociedad: pero las de
sigualdades aumentan, la movilidad social dismi
nuye, el ascensor social está averiado. Por todas
partes reaparecen los extremos y se fortalecen, en
tre los más despojados e incluso en ciertos sectores
de la clase media, con la sensación de desclasa-
miento social, de fragilización del nivel de vida,
de una forma nueva de marginación. La lógica del
«mejor todavía» ha sido sustituida por la desorien
tación, el miedo, la decepción del «cada vez me
nos». En toda Europa crece la impresión de que
las promesas del progreso no se han cumplido.
En Asia, la mundialización se recibe con confian
za en el futuro. No así en Europa, y menos en
28
Francia, donde las desregulaciones liberales gene
ran descontento y decepción, miedo y a veces re
vuelta.
29
ción de subsistir, de sub-existir, entre quienes no
participan en la «fiesta» consumista prometida a
todos.
En cuanto a la revuelta «castrada», ya se ha
blaba de ella en los años sesenta. Marcuse decía
que el consumo había conseguido integrar a la
clase obrera creando un hombre unidimensional
que no se oponía ya al orden de la sociedad ca
pitalista. Sin embargo, este análisis presenta difi
cultades. En primer lugar, vuelven las denuncias
radicales del mercado y de la técnica. A conti
nuación, que la idea de ruptura revolucionaria ya
no es creíble, pero no por eso se ha embotado en
absoluto la capacidad de crítica social. La verdad
es que se ha generalizado en el conjunto de esfe
ras de la vida social. Matrimonio entre homose
xuales, la droga, las madres de alquiler, la alimenta
ción, las modalidades de consumo, los programas
de televisión, el velo islámico, la construcción eu
ropea, el trabajo dominical; ¿qué dominio esca
pa ya al_cuestión amiento y la disensión? Aunque
la perspectiva revolucionaria no esté ya vigente, la
unanimidad en las opiniones no es lo que nos
amenaza.
30
No cuesta Imaginar el resentimiento de los
jóvenes que están inactivos durante años o que
van de miniempleo en miniempleo, de cursillo en
cursillo, sin acceso a la sociedad de hiperconsumo
y, en definitiva, sin ganarse la propia estima. En
el otro extremo de la existencia, con el paro per
petuo de personas de más de cincuenta anos, ob
servamos también mucha decepción: ¿cómo no
estar amargados cuando nos sentimos «tirados
después de usados», cuando nos hemos vuelto
«inservibles», inútiles para el mundo? Ante esto
los individuos se sienten humillados y fracasados
a nivel personal, allí donde antaño estas situacio
nes se vivían como destino de clase. Hoy, el éxito
o el fracaso se remiten a la responsabilidad del
individuo. De pronto, la vida entera se nos pre
senta como un gran desbarajuste, con el sufri
miento moral de no estar a la altura de la tarea
de construimos solos.
Por lo demás, ni siquiera los que tienen traba
jo están totalmente libres de desilusión. Muchos
estudios señalan actualmente la presencia de «de
presiones» entre los directivos: están estresados y
se han vuelto escépticos, descontentos e indife
rentes: ellos son los nuevos decepcionados de la
empresa. Los que tienen título distan de ocupar
puestos a la altura de sus ambiciones. Al mismo
tiempo, aumenta el número de asalariados que se
quejan de no ser debidamente valorados por sus
31
superiores y de no ser respetados por los usuarios
y los clientes. En la actualidad, la «falta de recono
cimiento» figura en segando lugar (detrás de las
presiones por la eficacia y ios resultados) como
factor de riesgo de la salud mental del individuo
en el trabajo. El aumento de la decepción no deri
va mecánicamente de los despidos, las deslocaliza
ciones o la gestión estresante del potencial de cada
individuo: arraiga igualmente en los ideales indi
vidualistas de plenitud personal, vehiculados a
gran escala por la sociedad de hiperconsumo. El
ideal de bienestar ya no se refiere sólo a lo mate
rial: ha ganado el pulso en la propia vida profesio
nal, que debe llevar a buen término las promesas
de realización personal. Ya no basta con ganarse la
vida, hay que ejercer un trabajo que guste, rico en
contactos, con «buen ambiente». De aquí el cre
ciente desfase entre las aspiraciones a la realización
de uno mismo y una realidad profesional a menu
do estresante, ofensiva o fastidiosa. A medida que
se destradicionaliza, la actividad profesional se
vuelve una esfera más decepcionante, aunque los
asalariados no acaben de reconocerlo. Casi todos
dicen que son «felices en el trabajo» y que «con
fían en la empresa», pero, mira por dónde, creen
que los demás se sienten infelices e insatisfechos.
32
ción que el endurecim iento neoliberal al que se en
fren ta n los individuos?
33
peranza de promoción social entre las capas me
nos favorecidas. Esta dinámica se ha encasquilla
do. El éxito escolar y la selección de élites siguen
estando determinados en amplísima medida por
el origen social. Sólo una pequeña fracción de hi
jos de inmigrantes consigue entrar en la universi
dad. De aquí la pérdida de confianza y las desilu
siones en relación con la escuela, que no llega o
apenas llega a cumplir su papel de correctora de
desigualdades y agente de movilidad social. En la
base de la escala social, muchos jóvenes se pre
guntan por qué estudiar una carrera si ésta no
permite obtener un empleo correspondiente a sus
esperanzas y ellos están condenados al paro y a
los salarios de hambre. La institución, que anta
ño era portadora de un proyecto igualitario y de
promoción social, ya no lo es. Cada año salen del
sistema escolar 160.000 jóvenes sin ninguna clase
de título o calificación. Entre el 20% y el 35%
de los jóvenes de sexto curso no sabe leer y escri
bir bien. La probabilidad de que los niños pro
cedentes de las capas populares sean directivos es
cada vez menor. El problema es tan grave como
escandaloso: la escuela es hoy el centro de la de
cepción. ' ' *
--- f
Una especie d e «m elancolía d el saber», p o r uti
lizar la expresión d el novelista M ichel Rio, que
hace que se m ire más hacia el pasado, hacia la es
34
cuela de la Tercera República, que hacia la reforma
d e la escuela actual
35
mismo radical, que funcionan como instrumentos
de reconocimiento y afirmación de uno mismo.
Caben pocas dudas al respecto: en la sociedad
hiperindividualista, la integración en la comuni
dad nacional exige como condición imprescindi
ble la integración por el trabajo. Pero condición
imprescindible no significa condición suficiente
en una época en que se consolidan la negación de
todas las formas de depreciación de uno mismo y
la necesidad de reconocimiento público de las di
ferencias locales. Para volver a poner en marcha la
máquina integradora, harán falta, al margen del
crecimiento sostenido, políticas que tengan en
cuenta, de un modo u otro, la cuestión de la di
versidad etnocultural: en pocas palabras, promo
ver medidas para remediar las prácticas discrimi
natorias de que son objeto las minorías visibles en
las empresas, los medios, los partidos políticos.
También hará falta, en el ámbito educativo, fo
mentar las becas y los dispositivos de sostén que
permitan a los «marginados» y a los jóvenes de fa
milias inmigrantes tener un mayor acceso a la me
jor educación. No habrá integración sin una polí
tica justa hacia las minorías visibles, sin acciones
decididas que aumenten la igualdad de oportuni
dades.
36
En las sociedades dominadas por la indivi
duación extrema, la esfera de la intimidad es la
que sufre la decepción de manera más inmediata
e intensa. Pensemos en el término «decepción»:
se vincula sobre todo con la vida sentimental.
Nuestras grandes desilusiones y frustraciones son
mucho más afectivas que políticas o consumistas.
¿Quién no ha vivido esta torturante experiencia?
El estrecho vínculo del amor con la decepción no
es nada nuevo, evidentemente. Lo nuevo es la
multiplicación de las experiencias amorosas en el
curso de la vida. No es que nos desengañemos
más que antes: es que nos desengañamos más a
menudo.
¿Cómo se explica que la decepción esté to
davía asociada hasta este punto a la vida senti
mental? Hay que olvidarse de ese lugar común
que dice que las relaciones comerciales han con
seguido fagocitar todas las dimensiones de la vida,
incluidos los sentimientos y el amor, una vieja
idea que se encuentra ya claramente formulada en
Marx. En realidad, no hay nada más inexacto: el
amor no deja de celebrarse en la vida cotidiana,
en las canciones, el cine, la televisión, las revistas.
Si el utilitarismo comercial progresa, lo mismo le
ocurre a la sentimentalizadón del mundo. Ya no
hay matrimonios por interés, sólo el amor une a
la pareja; las mujeres sueñan todavía con el Prín
cipe Azul y los hombres con el amor; se sigue
37
obrando de manera desinteresada con los hijos y
se les quiere más que nunca. Para muchos de
nosotros, el amor sigue siendo la experiencia
más deseable, la que mejor representa la «verda
dera vida». Los hechos están ahí: la comercializa
ción de las formas de vida no comporta en abso
luto la descalificación de los valores afectivos y
desinteresados. Lejos de ser una antigualla, la va
loración del amor es el correlato de la cultura de
la autonomía individual, que rechaza las pres
cripciones colectivas que niegan el derecho a la
búsqueda personal de la felicidad. Con la diná
mica individualizadora, todos quieren ser reco
nocidos, valorados, preferidos a los demás, de
seados por sí mismos y no comparados con seres
anónimos e «intercambiables». Si adjudicamos
tanto valor al amor es, entre otras cosas, porque
responde a las necesidades narcisistas de los indi
viduos para valorarse como personas únicas.
Pero precisamente por brillar en el firma
mento de los valores, el amor genera con fre
cuencia lacerantes decepciones. Llega un mo
mento en que deja de haber «encandilamiento»
y se apagan las perfecciones y los encantos que
adornaban al otro. ¿Qué idealización, qué sueño
puede durar indefinidamente entre la imperfec
ción de las personas y la repeúción de los días?
Poco a poco descubrimos aspectos del otro que
no nos gustan y nos ofenden. El amor no es sólo
38
ciego; también es frágil y fugitivo. Las personas
que aman en determinado momento dejan de
amar porque los sentimientos no son objetos in
mutables y las personas no evolucionan de ma
nera sincrónica. Lo que era euforia se vuelve
aburrimiento o desánimo, incomprensión o irri
tación, drama con su ración de amargura y a ve
ces de odio. Las separaciones,/ los divorcios, los
conflictos por la custodia de los hijos, la falta de
comunicación íntima, las depresiones que sur
gen de ahí, todo esto ilustra las desilusiones en
gendradas por la vida sentimental. En este senti
do hay que escuchar a Rousseau: dado que el
hombre es un ser incompleto, incapaz de bastar
se solo, necesita a otros para realizarse. Pero si la
felicidad depende de otros, entonces el hombre
está inevitablemente condenado a una «felicidad
frágil». Depositamos en el otro esperanzas tre
mendas, pero el otro se nos escapa, no lo posee
mos, cambia y nosotros cambiamos. Así, cada
cual ve burladas sus mejores esperanzas.
39
llebecq, entre otros? El sentim iento se mantiene, es
verdad, p ero su f o m a d e expresión ¿no se ha p erd i
do, o quizá debería d ecir m odificado?
40
les, aunque sea poco. Esto es más fácil de decir
que de hacer.
41
¿No se vive al misino tiem po un desencanto es
p ecífica m en te libidinal?
42
nente. No es justo decir que hay un fracaso glo
bal de la revolución sexual. La decepción libidi-
nal depende de los momentos de la vida, con sus
altibajos, sus golpes de suerte y sus desgracias.
43
dancia». Para estos teóricos, el paraíso de la mer
cancía produce insuficiencia y resentimiento.
¿Por qué? Porque cuanto más se incita a la gente
a comprar, más insatisfacciones hay: nada más
satisfacerse una necesidad, aparece otra, y este ci
clo no tiene fin. Como el mercado nos atrae sin
cesar con lo mejor, lo que poseemos resulta nece
sariamente decepcionante. La sociedad de consu
mo nos condena a vivir en un estado de insufi
ciencia perpetua, a desear siempre más de lo que
podemos comprar. Se nos aparta implacable
mente del estado de plenitud, se nos tiene siem
pre insatisfechos, amargados por todo lo que no
podemos permitirnos. Se ha dicho que el sistema
del consumo comercial es un poco como el tonel
de las Danaídes que además sabe aprovechar el
descontento y la frustración de todos.
44
Interesante... ¿No todas las form as de consum o
poseen la misma capacidad de décepción?
45
de música, lector de DVD, iPod...) cada vez
producen menos decepción, porque son motivo
de placeres renovados, estéticos o relaciónales: lo
que decepciona en las nuevas tecnologías no es
el medio, sino el mensaje que éste transmite. Lo
que no impide que se hayan multiplicado las
protestas contra la vida «tecnificada»: nunca va
mos suficientemente deprisa, el neoconsumidor
lo quiere todo, todo inmediatamente, y la me
nor avería o demora le pone furioso. La hiperve-
locidad es ya otro motivo de irritación y descon
tento.
A mí me parece que para enfocar bien las co
sas hay que invertir los términos del modelo in
terpretativo propuesto por Hirschman, Los que
hoy producen muchas más insatisfacciones y de
cepciones son los bienes no duraderos. ¿Cómo se
puede decir que la comida frena la decepción
cuando no hace más que aumentar la cantidad
de ciudadanos que se quejan de la mala calidad de
los alimentos, de la comida basura, de la desapa
rición de los sabores? La alimentación se ha vuel
to también fuente de ansiedad, por culpa de los
transgénicos, las grasas, los azúcares, los coloran
tes y los tratamientos químicos que se consideran
peligrosos para la salud. Hoy comemos con cul
pa y con temor. Primero, porque estamos infor
mados a través de los medios que hacen de inter
mediarios de la ciencia: así pasamos de un comer
46
tradicional a un comer reflexivo y cauteloso. Se
gundo, porque en nuestra época se ha disparado
la obsesión por la delgadez y las dietas; en Es
tados Unidos, una cantidad elevada de mujeres
afirma que su peso es el tema fundamental de su
vida. Es un poco triste, pero es así.
47
donante de lo que se suele decir, se debe a que es
un instrumento privilegiado para introducir cam
bios en la vida y a que la novedad es uno de los
principales ingredientes del placer.
48
Pero es que en el interior mismo de cada cla
se se puede ver yá la diversificación de los gustos.
Las desigualdades sociales para acceder a la cultu
ra son hechos innegables, pero es que hay además
una dimensión individual, heterogeneidades, gus
tos subjetivos heteróclitos. Con la desestructura
ción de los modelos de clase y la individuación de
las formas de vida, los comportamientos cultura
les son mucho más imprevisibles. Es cierto que
podemos lamentar que no todas las personas se
pan apreciar una obra de Haydn o de Chopin,
pero no debemos exagerar la expresión de este
pesar. Pues quienes no saborean estas composi
ciones pueden apreciar obras pictóricas, de litera
tura, de teatro o de cine.
49
estratos de la sociedad las aspiraciones a la moda,
al bienestar, al ocio. Todos quieren aprovechar
todo lo que hay en el mercado, han caído las an
tiguas inhibiciones y resignaciones de clase. En
este contexto florece una especie nueva de consu
midor, el «turboconsumidor» nómada, cada vez
menos enclaustrado en los antiguos territorios de
clase, cada vez más imprevisible, desunificado,
individuado. Este proceso de desregulación social
que comporta exigencias individuales más firmes
en materia de consumo es uno de los vectores de
la expansión de la decepción.
50
quejas acerca de los profesores, la mala calidad de
la asistencia técnica en Internet, la falta de inte
rés humano de los médicos. Es lo que ha llevado
a hablar de la «paradoja de la salud»: cuanto más
se eleva el nivel de salud, más decepciones y des
contentos se producen.
Pero no debemos perder de vista que, en
otro plano, 7 a diferencia de lo que sucedía en
el pasado, la relación con el cbnsumo está cada
vez más personalizada. Ya no compramos tanto
para ganar la estima de los otros cuanto pensan
do en nosotros mismos, para comunicarnos, es
tar en forma 7 con buena salud, vibrar, sentir
emociones, vivir experiencias sensitivas o estéti
cas. En este contexto, el consumo para-que-nos-
vea-el-otro, típico de las sociedades de clases a la
andgua, disminu7e en beneficio de un consu
mo para-uno-mismo: el consumo individualista
emocional ha ocupado el lugar del consumo ex
hibicionista de clase. Paralelamente, nos resen
timos menos de lo que tiene el otro, porque es
tamos mucho más preocupados por nuestras
propias experiencias. Si los primeros tiempos de
la democracia favorecieron la aparición de la en
vidia, 7a no ocurre lo mismo en la época del
hiperindividualismo consumista: no se detecta
a mucha gente mordiéndose los nudillos de en
vidia al ver el flamante coche del vecino. La
envidia suscitada por los bienes no comerciales
51
(amor, belleza, prestigio, éxito, poder) se mantie
ne; la suscitada por los bienes materiales está en
declive.
52
¿no hay ahí un sistema económ ico trem endam ente
adaptado al deseo humano?
53
de la reafirmación de lo religioso se encuentra más
bien la caducidad de las grandes utopías universa
listas, la decadencia de la fe en las grandes religio
nes «históricas», la disolución de las estructuras
comunitarias. Privados de sistemas de sentido in-
tegrador, muchos individuos encuentran una ta
bla de salvación en la revaluación de espiritualida
des antiguas o nuevas, capaces de ofrecer unidad,
un sentido, puntos de referencia, una integración
comunitaria: es lo que necesita el hombre para
combatir la angustia del caos, la incertidumbre y
el vacío. La reactivación de la fe deriva menos de
la hipertrofia comercial que de un déficit de senti
do colectivo y de integración comunitaria.
Así pues, la reaparición de nuevas «religiones
emocionales» es igualmente inseparable de la de
cepción experimentada en el seno de las Iglesias
«frías», en las tradiciones formalizadas e intelectua-
lizadas, que no ofrecen a los individuos elementos
capaces de satisfacer su búsqueda de plenitud es
piritual, su necesidad de participar físicamente en
la vida religiosa, su deseo de compartir sentimien
tos intensos. Lo que decepciona al individuo hi-
permoderno, ávido de vibraciones interiores, no
es únicamente el consumo, sino más que nada el
universo racionalizado de la modernidad, que
comporta instituciones religiosas «burocratizadas»
que ya no permiten el contacto inmediato, sensi
ble, «extático» con lo divino.
54
En este contexto, ¿cómo se ve el consumo cultu
ral en la civilización decepcionante?
55
hartos de tantas deconstrucciones, de las instala
ciones minimalistas o conceptuales, del videoarte
en el que no pasa nada. Anne Cauquelin añade
que el deseo de defraudar las expectativas de la
opinión dominante es ya una acción voluntaria y
deliberada, un instrumento reivindicado por los
artistas (Petit traité d ’a rt contem p orain, 1996). Se
advierte la novedad radical dé la época: en las so
ciedades tradicionales, el sistema cultural estaba
profundamente integrado o interiorizado (ni re
chazo ni desánimo), aunque la vida material era
muy difícil; lo que se ve hoy es lo contrario: las
satisfacciones materiales son incontables, mientras
que las decepciones culturales proliferan.
56
do multiplica la oferta mientras los gustos se di
versifican, se diferencian, se singularizan: por este
motivo la decepción vinculada al consumo cultu
ral es crónica, inevitable.
57
CONSAGRACIÓN Y DESENCANTO
DEMOCRÁTICOS
59
gan rimbaudiano «Cambiar la vida», los socialis
tas que votaron a Fran^ois Mitterrand en 1981
tuvieron razones para sentirse traicionados. El elec
torado de derechas cierra hoy filas alrededor de la
misma bandera ante los gobiernos de su color
que no consiguen, por ejemplo, establecer servi
cios mínimos en los transportes públicos o libe
ralizar las leyes laborales. En estas condiciones,
nuestra época acusa una fuerte corriente de des
confianza, de escepticismo, de falta de credibili
dad de los dirigentes políticos: tres de cada cua
tro franceses afirma desconfiar de los políticos.
Veinte años después, crece en todo el país la pér
dida de confianza en la clase política. Incapaz de
cumplir sus promesas y de aportar soluciones a
los problemas del paro, la inseguridad, la inmi
gración, el poder político se considera ineficaz,
burocrático, aislado de las verdaderas preocupa
ciones de los ciudadanos. Este recelo hacia los
responsables políticos se agrava por la convicción
de que sus actos sirven básicamente a sus propios
intereses, a su reelección, a la obsesión por los
sondeos de popularidad. Son muchos los aspec
tos que nutren un desencanto político que no
sólo aumenta, sino que se expresa más abierta
mente que en el pasado, porque está decreciendo
la influencia de los partidos sobre el electorado
y la influencia de las creencias e identidades polí
ticas de menor cohesión. Impulsados por esta des
60
confianza y esta decepción, los votos de castigo
se multiplican: los electores quieren castigar a las
clases pudientes y a los partidos gubernamentales
considerados «incapaces», cínicos, aferrados a sus
privilegios, sin valentía política.
61
trei?ttd¡ tiende a transformarse en «todos nulida
des», el antiparlamentarismo ya no es violento y
en ninguna parte está en peligro la salud moral
de la democracia: la decepción actual es insepara
ble del respeto por el orden democrático pluralis
ta. La política está desacreditada, la democracia
confirmada: en la época individualista hipermo-
derna domina la pacificación política de las de
cepciones.
62
irregularidad, que participa y se moviliza cuando
le apetece. El voto obligatorio ha sido reemplaza
do por el voto «a la carta»: el espíritu consumista
se ha inmiscuido Hasta en las prácticas cívicas. La
negativa a votar refleja a veces descontento, de
cepción, desconfianza en relación con los candi
datos o con el juego político. Podría expresar
también falta de interés o la sensación de impo
tencia. Sea lo que fuere, los elevados índices de
abstención contribuyen a la crisis de la represen-
tatividad democrática en la que estamos sumer
gidos.
63
nomías. Los grandes inspirados han sido reem
plazados por políticos que deben enfrentarse en
medida creciente a los problemas inevitables del
presente, gobernantes que ya sólo prometen un
mal menor y cuyo objetivo esencial es la moder
nización de la sociedad, la gestión de la crisis, la
adaptación forzosa del país a la mundialización.
La imagen que da la esfera política de manera
creciente es la de un poder impotente para plani
ficar el futuro, un poder «tecno critico» cuyas me
didas reformistas son en realidad menos elegidas
que impuestas por las vueltas y obstáculos del de
curso histórico. En este contexto, los ciudadanos
están cada vez más desilusionados.
En el escenario de una sociedad enferma de
paro y desorientada por la desaparición de los
proyectos políticos organizativos, crecen el escep
ticismo, el alejamiento de los ciudadanos de la
cosa publica, la caída de las militancias activas.
Son muchos los ciudadanos que se sienten poco
afectados por la vida política, no les interesan los
programas de los partidos y no confían en nadie
para que gobierne el país. Más de seis franceses
de cada diez se declaran «muy poco» o «nada» in
teresados por la política, y el caso se repite en
más del 70% de los comprendidos en la franja
de los 18-29 años. Las películas y los partidos de
fútbol consiguen audiencias superiores a las de
los programas políticos. En la actualidad decep-
64
dona más la eliminación de Francia de los Mun
diales que el resultado de unas elecciones. De los
veinte anos en adelante crece la despolitización,
que no perdona ni siquiera a los jóvenes licencia
dos, que acaban de terminar una larga carrera.
Amplio desinterés por la política, dedicación a
las alegrías privadas: tal es la fórmula química
mente pura del individualismo hipermoderno.
Una desafección que, por lo deiiiás, debe menos
a la decepción propiamente política que a una
cultura global que exalta sin cesar el consumo 7
la plenitud personal: el sentido de la vida se bus
ca 7 encuentra ahora donde no está la política.
65
Con las desilusiones colectivas y la erosión de
los difere7ites interm ediarios —sindicatos, partidos.,
clases sociales—, ¿cómo se recom pone la dem ocracia
política? ¿Cuáles son los síntom as de esta desestabili
zación de las identidades p olíticas? Y p o r líltimo,
¿qué ha sido d e las firm a s de perten en cia política?
66
identificaciones partidistas anda a la baja, la sub-
jetivación de la identidad política progresa. La
reducción de la influencia de los partidos y de
las ideologías mesiánicas aumenta la cantidad de
electores que no siguen las consignas de ningún
partido. En la actualidad, los que se declaran de
acuerdo sólo con una proporción de las ideas del
partido por el que tienen intención de votar son
más numerosos que los que comulgan con casi
todas sus ideas. A la relación con la política le su
cede lo mismo que a la relación con la religión:
Hay una creciente proliferación de «creencias sin
filiación», de adhesiones por principios y sin par
ticipación, de lealtades sin unanimidad. Además,
los electores manifiestan una tendencia creciente
a titubear, a esperar a la campaña electoral para
decidirse. En las democracias hipermodernas, lo
que gana puntos es el «elector estratégico», la dis
tancia y autonomía respecto de los partidos. Es el
momento de las identidades políticas reflexivas y
des institucionalizadas.
67
das de raíces». Al producirse un vacío, la dinámi
ca de individuación y la desaparición de las gran
des visiones ideológico-políticas han precipita
do la necesidad de identificarse con comunidades
particulares, étnicas, religiosas o regionales. Con
forme desaparecen los polos de identificación de
carácter universal, que se perciben ya como abs
tracciones lejanas, los individuos se vuelven hacia
su comunidad concreta e inmediata. La identi
dad de los individuos pasa cada vez menos por la
adhesión a principios políticos generales y cada
vez más por referentes históricos, culturales, reli
giosos o étnicos. Una explosión de identidades
que engendra un proceso de balcanizactón social
cuyo resultado es un mosaico de minorías y gru
pos que se menosprecian o se odian.
68
ciedades, donde el acceso a la información se ha
independizado de la influencia de los partidos.
Menos cegados por las retóricas totalizadoras,
mucho más informados y más independientes de
los partidos, los ciudadanos se muestran más re
celosos de los dirigentes políticos y sus mensajes.
Sólo hay espiral de la decepción donde hay de
mocracia mediática y un ciudadano informado
por conductos no partidistas, y por ello capaz de
ser más crítico.
En segundo lugar, y no nos engañemos con
esto, la decepción no se nutre sólo de la imperi
cia de los gobernantes. Hay algo mucho más
profundo que opera en este sentido y que es con
sustancial al universo democrático, a saber, el sis
tema de los derechos humanos, auténtico código
genético y axiomática moral de las democracias
liberales. Tomando por referente una utopía abs
tracta de ese calibre, el desajuste con la realidad
es terrible. ¿Cómo podría lo real estar a la altura
de ideales tan elevados como la libertad, la igual
dad y la felicidad de todos? ¿Cómo es posible
imaginar realizadas en la tierra la libertad y la fe
licidad completas? Ya sabe usted lo que se dice:
«No se puede socorrer a todo el mundo.» Com
parada con los derechos humanos, la acción po
lítica concreta parece muy calculada, injusta,
siempre por debajo de lo que idealmente se espe
ra y de lo que exige el respeto universal por la
69
i
70
Sin duda: es el cuarto factor. La desaparición
de las ideologías demiúrgicas y la tremenda ex
pansión del «cuarto poder» han transformado en
profundidad la retórica de lo político. La televi
sión en concreto ha impulsado la formación de
un discurso simplificado al máximo, de un len
guaje aséptico, tecnocrático, pulido, «políticamen
te correcto», que ya no hace soñar, que ya no
«electriza» ni entusiasma a nadie. Al desacralizar-
se, el Estado-espectáculo ha trivializado, clorofor
mizado la escena política. Es un «hablar triste»
que a muchísimos ciudadanos les parece compli
cado, abstracto, alejado de sus preocupaciones;
los jóvenes aducen con frecuencia que no entien
den las discusiones de los dirigentes políticos y
que no perciben diferencias entre los partidos, ex
ceptuando a las formaciones extremistas. Ironía
de la época: cuanto más sencillos, directos, «co
municativos» y en contacto con la gente quieren
parecer nuestros representantes, más incompren
sibles, aburridos y desmotivadores se vuelven sus
mensajes.
71
repercute en los estilos de vida y en el consumo. El
desencanto o pesimismo político no pone freno a
los apetitos consumistas. Ahí tenemos otra caracte
rística de la despolitización hipermoderna, que es
inseparable de una decepción «débil», más genera
dora de indiferencia y distanciamiento que de aba
timiento. Pero la decepción causada por la esfera
pública no explica ya, como pensaba Hirschman,
la sobreinversión en vida privada y consumo. La
búsqueda de las alegrías privadas se intensifica aho
ra al margen de las desilusiones políticas. Dicha
búsqueda ha adquirido una especie de autonomía
creciente, que se apoya en el estímulo sistemático
de las novedades comerciales, el ocio y la plenitud
individual.
72
con menos filiaciones a partidos y sindicatos, y
con una extrema derecha que obtiene los mejores
resultados después de veinte años. ¿A qué se debe
esto? Es imposible dar cuenta de este fenómeno
sin remitirnos a un elemento muy arraigado en
nuestra historia y nuestra cultura política colber-
tista-jacobina-intervencionista. En este modelo,
la lógica del beneficio, la economía de mercado
y sus consecuencias no fueron totalmente acep
tadas en ningún momento. El poder público se
reconoce como instrumento supremo de la uni
dad y la cohesión social, la instancia productora
del bien público y del vínculo social. Ahora
bien, la «mundialización» choca de frente con el
modelo del Estado productor de la Nación. El
abismo existente entre el «modelo francés» (pa
pel del Estado como vehículo de igualdad, lugar
de la ley, importancia de los servicios públicos)
y la dinámica neoliberal explica la amplitud de
la decepción. La impotencia pública en un país
que espera mucho del Estado comporta la de
sacreditación de los agentes públicos, así como el
malestar en general. En el caso francés, ninguna
formación política importante ensalza los méri
tos del liberalismo y la competencia. No es sólo
que la izquierda se acerque a veces a la extrema
izquierda desempolvando la retórica anticapita
lista, antipatronal, antibeneficio; es que incluso
un presidente derechista como Jacques Chirac ha
73
al empleado pero no el empleo, que en la «revo
lución conservadora» y la condena de otra era de
la economía de mercado.
76
cia parlamentaria. No hace mucho, los manifes
tantes todavía canturreaban: «A las elecciones ios
mamones.» Esa época ha pasado. La democracia,
en la época de la hipermodernidad, ha vencido
en el exterior (el gran enemigo comunista ha caí
do) y en el interior, al eliminar tanto las pasiones
nacionales agresivas como las perspectivas revo
lucionarias. Ya no hay, por lo menos en Occi
dente, enemigos dispuestos a empuñar las armas
contra ella. Estamos en la etapa triunfal, consen
sual, de las democracias. Somos testigos de la
consagración de los derechos humanos, que se
imponen como el gran referente, el centro de
gravedad ideológico de nuestro mundo. En la
medida en que se organizan guerras «preventi
vas» para establecerla, la democracia se ha con
vertido en un producto de exportación. En el
presente no es un bien canjeable como los de
más: se impone como valor absoluto y no nego
ciable, el modelo del bien colectivo, la condición
política de los demás bienes.
77
Consagración ideológica de los derechos hu
manos no es sinónimo de democracia social ni
de inserción de todos en una sociedad justa y ar
moniosa. Si bien triunfa la democracia política,
no sucede lo mismo con la dinámica de la igual
dad social. En la Treintena Gloriosa tuvimos una
época relativamente feliz, porque vivíamos en
una sociedad en que se reducían las desigualda
des entre las clases..Como usted sabe, desde los
ochenta y sobre todo desde los noventa, este es
quema ha pasado a la historia. En nuestra época
se agravan los problemas planteados por la extre
ma pobreza, el paro masivo, los w ork ing p oors
[trabajadores que no pueden salir de la pobreza],
la indefensión y la descalificación social. Los dis
turbios de los barrios periféricos del otoño de
2005 son indicadores de la extensión del proble
ma. Por lo demás, a juzgar por las poblaciones
como las de la antigua Unión Soviética que aspi
ran a la democracia y acaban a veces añorando la
situación anterior, la decepción democrática es
manifiesta. El fin del comunismo y el triunfo de
la democracia pudieron hacer creer que íbamos
hacia un mundo de paz y prosperidad: huelga de
cir que no es eso exactamente lo que hay. Para los
individuos excluidos, desafiliados, sin perspecti
vas de futuro, la democracia no cumple sus pro
mesas: sigue siendo una especie de cáscara vacía.
78
¿No ha consum ido el consumo a la dem ocracia?
79
a. los valores democráticos. La queremos, pero sin
pasión. Y la queremos sobre todo cuando tene
mos la sensación de que está en peligro.
80
a la democracia política, pero todo está por in
ventar en lo que se refiere a la democracia como
estado social. El «fin de la Historia» no se produ
cirá esta semana, pues la historia no es única
mente política: los asuntos que construirán el fu
turo (la educación, la relación entre los sexos, el
trabajo, la vida cotidiana, etc.) no dejarán de in
ventarse y reinventarse.
81
ner en cuenta parámetros nuevos en un momento
en que la cuestión de la felicidad está cada vez más
vinculada socialmente a las técnicas y los estilos de
vida consumistas. ¿Qué enseñanzas extraemos de
aquí? Al menos una: que la felicidad no es sólo un
asunto extrapolítico, sino también independiente
de la técnica, del progreso, de la fuga hacia delante
del consumo. Consumimos cada vez más, pero no
por eso somos más felices. El mundo técnico per
mite que tengamos una vida más larga y material
mente más cómoda. Es mucho. Pero esto no es la
felicidad, que huye con obstinación de las ávidas
garras de los individuos. Mientras el dominio tec-
nocientífico crece indefinidamente, la felicidad si
gue siendo lo más indomeñable, lo más imprevisi
ble del mundo humano: ilumina nuestra existencia
cuando le viene en gana, por lo general sin que sea
mos totalmente responsables. La felicidad viene
cuando no se la espera y se nos va cuando creemos
tenerla segura. Ni la política ni la Historia son me
canismos que avancen gloriosamente hacia la feli
cidad.
82
Se ha hablado hace poco de «melancolía», a
propósito del malestar francés. Esta dimensión
existe, pero me parece menos significativa que la
fuerza del miedo y la inseguridad. Vistos desde el
exterior, parecemos «niños mimados»; desde den
tro, la vida parece cada vez más difícil, más caóti
ca y estresante. La. inquietud, más aún que la de
cepción, cala hasta el alma del individuo actual.
Se la ve un poco por todas partes, en lo que se
piensa de la mundialización, de Europa, de la si
tuación laboral, de los títulos, de la inmigración,
la alimentación, la salud, la contaminación. Lo
nuevo es que este miedo generalizado se difunde
con el telón de fondo de la fiebre consumista; en
este punto al menos no hay saciedad: cuanto más
se consume, más se quiere consumir, porque la
satisfacción de una necesidad genera nuevas de
mandas. Lo que triunfa no es tanto la nostal
gia del pasado cuanto la inquietud por la preca
riedad del futuro.
83
las grandes pasiones políticas. El ideal casi religio
so de comprometerse en cuerpo y alma con gran
des causas se ha esfumado, ya no es apto para dar
sentido a la vida. La plenitud personal es lo que
se impone como ideal ultimo, es el gran referente
y el motor psicológico de la era hiperconsumido-
ra. El Homo políticas ha cedido el paso al Homo
felix . No se trata ya de «cambiar la sociedad», sino
de vivir mejor en el presente, uno mismo y los su
yos, de ganar dinero, de consumir, irse de vaca
ciones, viajar, distraerse, hacer deporte, arreglar la
casa. Los sueños del «gran ocaso» se han extingui
do y la cosa publica ya no motiva las pasiones
más que superficialmente. Sin embargo, las de
mandas que se hacen a la política no han desapa
recido, antes bien aumentan. Los mismos que se
desinteresan olímpicamente de la política esperan
de ella ventajas y beneficios: seguridad, educa
ción, ayudas públicas, protección del ambiente,
eliminación de las desigualdades. Así, la crisis ac
tual de los barrios periféricos se puede interpretar
como una demanda al Estado. Como la indivi
duación del mundo crea vulnerabilidad, es inse
parable de una multitud de demandas de medios
de seguridad, de programas de protección, de ex
pectativas en relación con el Estado.
84
sito d e las amenazas que pesan sobre las dem ocra
cias. ¿Les da la razón, según usted, la existencia de
la sociedad d e hiperconsum o?
85
por inventar, progresar y superarse. Las personas
siguen deseando comprender y esforzarse para
«perfeccionarse», para ser «más», para dominar,
ser reconocidas, ganar el aprecio de ellos mismos
y el de los demás, trascenderse. No hay que tener
miedo: la voluntad de poder en senddo nietzschea-
no no está en peligro de extinción. El hipercon-
sumo no ha transformado a las personas en borre
gos que sólo viven pensando en la seguridad y el
entretenimiento. Narciso no reina en solitario.
86
man estos temores. Lejos de quedar desfasados,
los sentimientos de identificación con nuestros
semejantes se expresan masivamente cuando se
producen grandes catástrofes. Jamás ha habido
tantas asociaciones ni tanto voluntariado. La
gente sale cada vez más para conocer el mundo y
disfruta reuniéndose con los amigos. Proliferan
los restaurantes, los festivales, las expresiones pú
blicas. Ni el consumo, ni la televisión ni Internet
hacen peligrar la inclinación a la sociabilidad. Lo
que se busca y se inventa son nuevas relaciones
interindividuales. El individualismo total que
nos define no se reduce a encerrarse en uno mis
mo y utilizar a los demás: también es sensibiliza
ción, aunque sea superficial y pasajera, al sufri
miento de los desconocidos y búsqueda de lazos
interhumanos postradicionales, es decir, selectos,
variados y renovados.
87
dable». A veces hay más intensidad y más «ver
dad» en las experiencias breves que no se anqui
losan en la rutina de los días. ¿Por qué se suele
decir que sólo lo que dura está libre de vacuidad
y superficialidad?
88
hipermodernidad. ¿Qué vemos a nuestro alre
dedor? Una modernización desenfrenada e im
perativa que, lejos de ser rematada por la fuerza
de los ideales, lo es por la competencia mundia-
lizada, la eficacia, las exigencias de rentabilidad
y de supervivencia económica. Ser cada vez más
perfecto, avanzar o desaparecer, modernizar por
modernizar, ganar la batalla de los índices de au
diencia: con el triunfo de la especulación, el eco-
nomismo y la técnica vuelve a toda máquina algo
parecido a un niliilismo tecnocomercial. ¿Signifi
ca eso que la sociedad de mercado representa el
nihilismo acabado, la «rebarbarización» del mun
do? A mi modo de ver, eso es tomar la parte por
el todo, por muy poderosa que sea la parte. Pues
ios referentes de sentido y de valor no han sido
eliminados. La democracia y los derechos huma
nos gozan de una legitimidad excepcional; las de
sigualdades aumentan, pero las protestas sociales
se dejan sentir; si la ecosfera está amenazada,
también hay una conciencia del deber de reac
cionar. Nuestro universo no ha secado las fuen
tes capaces de regar la crítica, no hemos perdido
los principios ideales que permiten justificar la
crítica del presente. El neoliberalismo no ha con
seguido erradicar la base de los valores democrá-
tico-humanistas. La democracia posee todavía los
medios para corregirse, para reorientarse y rein
ventarse. La sociedad hipermoderna está domi-
89
nada por las figuras del accionista y el consumi
dor, pero eso no significa que sea una sociedad
«posdemocrática», cerrada en sí misma y huérfa
na de todo ideal de justicia.
91
sivos, cierta necesidad de comprender y una cu
riosidad aguzada. No es verdad que la sociedad
de la diversión ¿Laya triturado el deseo de com
prender, de aprender y reflexionar. Se puede creer
razonablemente que esta dinámica crecerá en el
futuro.
¿Por qué?
92
sólo «razonamiento» técnico o razón «calculado
ra», por hablar como Heidegger, es también un
dominio que abre el espíritu, una invitación a
comprender y probar, una herramienta que fo
menta el cuestionamiento del saber admitido.
Pienso en esas sociedades en que la ciencia ocupa
un lugar tan estratégico que los individuos están
lanzados en una carrera que no les permite ya ha
cer uso libre de la razón.
93
sobre todo donde p u ed e haber m ucha decepción...
A lpinos hablan ya de la inevitable vuelta d e la no
che d el despotismo.
94
gilidad psicológica a dosis elevadas. Pero la «so
lución» que Melman ve perfilarse no me parece
I?:' que sea la que .tenga más probabilidades de ma
a:-.
:i ■■
terializarse. ¿Se pide la «vuelta al orden»? Sí, pero
recordemos que en cuanto una pequeña medida
!;■
s-,-. política infringe las libertades individuales, se
organiza una protesta. Ni siquiera en un contex
A;-. to bélico se renuncia a la primacía de los dere
sv-
y chos humanos: recuerde el escándalo de las tor
turas de la cárcel de Abu Ghraib, en Irak. Para
I-.
remediar la angustia, ¿qué hace el Hoino dem o-
a..-
cm ticus transformado en Homo psycbologicus? Se
S- ■
■j v
vuelve hacia las medicaciones farmacológicas y
Ü':V psicológicas (psicotropos, psicoterapias, aseso
|y
i :- ría general): en otras palabras, busca soluciones
particulares para problemas particulares. Lo que
Í-: ■ progresa es esta vía hiperindividualista, psicoló
p:
L gica o «química» y no política: ella será sin duda i
la respuesta dominante al nuevo malestar en la
cultura. Ningún fenómeno observable justifica
por el momento la hipótesis de un futuro neo-
totalitario. La segunda revolución individualista
debilita las defensas psicológicas de los indivi
íV duos, pero consolida las instituciones democrá
ticas.
95
insoslayable f í e n t e de inquietudes para las dem ocra
cias liberales?
96
hostigamiento por parte de minorías peligrosas.
Después de la sangrienta dictadura del Estado to
talitario, después de la suave tiranía del Estado
superprotector, la era de la escalada de la decep
ción contempla el ascenso de la tiranía de las mi
norías activistas.
97
i -y..-
LA ESPERANZA RECUPERADA
99
La familia autoritaria ha sido reemplazada por la
familia afectiva, selecta, que da seguridad. Ya no
se considera una instancia alienante y represiva y
ahora es uno de los lugares privilegiados de la fe
licidad.
Pero ¿esquiva totalmente a la hidra de la de
cepción? Evidentemente no. Jamás ha habido
tantos jóvenes que se declaran felices en familia y
jamás se han registrado tantos suicidios y trastor
nos mentales entre ellos. Desacuerdos, conflictos
por la custodia de los hijos, divorcios, mujeres
maltratadas, aumento de la «conciliación fami
liar» (intervención sociopsicológica para encon
trar una solución a los conflictos que enfrentan a
los padres): son muchos los fenómenos que testi
fican que estamos muy lejos de tener un puerto
de paz y una esfera de plenitud sin sombras. La
dinámica de individuación de la familia permite
una reinversión en el plano afectivo, pero tam
bién arrastra multitud de decepciones y resenti
mientos ligados a las crisis de la vida en pareja.
Conforme aumentan las esperanzas de felicidad
en la vida privada y familiar, se multiplican ine
vitablemente las decepciones.
El cuadro estaría incompleto si nos olvidára
mos de las críticas dirigidas hoy a los padres lla
mados «dimisionarios». En este contexto es donde
se utiliza, tanto en la derecha como en la izquier
da, la amenaza de suspender, léase suprimir, las
100
prestaciones familiares. En nuestra época crecen
las desilusiones y las inquietudes en familias que,
faltas de autoridad, son incapaces de cumplir con
la educación y la socialización del hijo.
101
La sociedad d e la decepción que usted describe,
¿no es inseparable d e un im portante aumento de la
sensación de soledad?
102
menos un animal de compañía. En parte hay que
atribuir esta pasión a la disolución de los lazos
sociales que caracteriza a nuestra época. Pero sólo
en parte, porque el apego a un perro o un gato es
también una forma de protegerse de las decep
ciones que surgen de la relación con los demás. A
diferencia de los humanos, los animales no de
cepcionan nunca. No se espera de ellos lo que no
pueden dar, se les quiere porque siempre son así,
porque nunca cambian y nunca nos engañarán.
El animal de compañía es un seguro contra las
esperanzas defraudadas y al mismo tiempo una
compensación por los desengaños que vive el in
dividuo en la actualidad.
103
cías entre las edades y las generaciones, en bene
ficio de una «guardería universal» y una humani
dad infantilizada. El igualitarismo extremo llega
ría así a crear un estado de indiferenciación entre
los niños y los adultos, con el triunfo de la pueri
lidad generalizada. Pero ¿es esto convincente? Yo
creo que no. Porque ¿de qué regresión hablamos?
No tomemos los juegos de una sociedad por su
sustancia. ¿De veras la humanidad se ha vuelto
bebéfila? Ni mucho menos, porque el fenómeno
que comentamos no es en el fondo más que una
sim ulación hidica. El hiperconsumidor juega con
la separación de las edades, no la suprime ni la
desprecia. El niño no se ha convertido en mode
lo del adulto, como suele decirse precipitada
mente. Aparentar menos edad de la que se tiene
es una aspiración actual legítima, hacerse el niño
no. Los códigos morales de las edades siguen te
niendo vigencia social y exigen comportamien
tos diferenciados, como los mercadotécnicos sa
ben muy bien. Una mujer de cuarenta años no
se viste como las de quince y no «va» a los mis
mos lugares. ¿De qué hablamos entonces? El
neoconsumidor quiere olvidar, evadirse, escapar
unos instantes al peso de la responsabilidad de
ser sujeto. No es regresión psicológica, sino libe
ración pasajera de las crecientes molestias del tra
bajo, de las tensiones y preocupaciones de la vida
cotidiana. El fenómeno es mucho más la expre
104
sión de una sociedad lúdico-hedonista, que legiti
ma todas las formas de placer, que la de una socie
dad que niega la diferencia entre las edades. Los
mismos a quienes les gusta «experimentar una re
gresión» en la intimidad pueden haber sido, unas
horas antes, negociantes intratables y devotos del
trabajo. Crece el consumo regresivo porque se in
tensifican las exigencias del gobierno de uno mis
mo. El movimiento de fondo de la era hiperindlvi-
dualista coincide mucho más con una reflexividad
inquieta que con la regresividad pueril.
105
observaciones a este respecto. La primera es que
el pesimismo actual no es identificable con la de
cepción profunda y el desánimo insuperable. Se
gunda observación: la sociedad de la decepción es
una sociedad en que a los individuos les cuesta re
conocer su decepción y su insatisfacción. Confe
sarlas es cada vez más difícil en una cultura en
que infelicidad significa fracaso personal y en la
que se prefiere dar envidia a recibir compasión. Y
a nadie le gusta deprimirse confesándose infeliz,
para que al compararse con los que están peor
haya motivos para no sentirse la más desdichada
de las criaturas.
Es un p o co el m étodo Coué...
106
danos querría tener una empresa propia; todos
los años se fundan cerca de 70.000 asociaciones;
hay 30.000 artistas plásticos; y proliferan las
prácticas deportivas y expresivas (fotografía, ví
deo, literatura, blog, música); los individuos no
dejan de formarse e informarse, de viajar, hacer
fo o t ín g y ejercicios para estar en forma. Nuestra
sociedad es depresiva y decepcionante, pero so
bre un telón de fondo de activismo generalizado
y de expresión personal en todos los sentidos. La
era de la decepción no se conjuga tanto con el
inmovilismo cuanto con la autoconstrucción vo-
luntarista y la redistribución permanente de los
elementos de nuestro marco de vida.
108
tivos y ambientales (los fondos de «inversión so
cialmente responsable»), marchan, pasados unos
años, viento en popa. Es evidente que individua
lismo desatado no es sinónimo de indiferencia a
los problemas del otro, ya que los individuos ma
nifiestan todavía actitudes de respeto, ayuda y so
lidaridad. Muchos ciudadanos se toman en serio
la idea de dejar un planeta habitable a las genera
ciones futuras; hay enérgicas y numerosas reaccio
nes de indignación ante la corrupción, los delitos,
la violencia contra las personas. Por todas partes
vemos multiplicarse comportamientos éticos «in
doloros» y circunstanciales, sin obligaciones ni gran
des sacrificios (donativos para los telemaratones
benéficos, huelga de solidaridad con las víctimas
del tsunami). En cualquier caso, estos impulsos
compasivos de masas ponen de manifiesto que el
individuo centrado en sí mismo todavía es capaz
de sentirse afectado por la desgracia de sus seme
jantes y de tener sensibilidad altruista. El hombre
actual no es más egoísta e «inhumano» que el de
antes: en los dominios tradicionales, la envidia co
rroía a las personas y la consagración del deber no
impidió ni las guerras mundiales ni ios campos de
exterminio. Hiperindividualismo no quiere decir
naufragio de los valores y los ideales desinteresa
dos. Es una de sus tendencias, pero no la única. El
individualismo no es incompatible con la respon
sabilidad y el imperativo éticos.
109
Entonces, según usted, el «crepitscido d el de
ber», títido de una obra suya, no es en m odo alguno
un fen óm en o desesperante. También hay protestas
nuevas, nuevas radicalidades que salen a l paso d el
carácter excesivo de la sociedad de hiperconsum o,
con los m ovim ientos antipublicidad, con los alter-
mundialistas, sobre todo. ¿Cómo interpreta usted
estas nuevas indignaciones?
110
complicidad de estas corrientes con el universo
que condenan. Pues lejos de hacer descarrilar el
sistema, proporcionan nuevo combustible al or
den mediático-publicitario. No se trata en modo
alguno de una fuerza subversiva, sino de un nue
vo elemento de la sociedad del entretenimiento
mediático. El efecto de los activistas antipublici
dad en el funcionamiento de la economía comer
cial es muy pequeño, por no decir nulo; en cam
bio, reciben una amplia cobertura mediática. Es
una rebelión confortable, una protesta-entreteni
miento que sirve para llenar las páginas de los
medios. Estas iniciativas no cambiarán en abso
luto el orden comercial, pero dan ideas nuevas a
la mercadotecnia y a la publicidad; paradójica
mente, contribuyen a la renovación y a la creati
vidad de la mercadotecnia que pretenden abolir.
Y añadiría que, si es verdad que a escala planeta
ria el poder del consumo está todavía en sus co
mienzos (China y la India apenas han entrado
todavía en materia), les esperan muchas decep
ciones a los antipublicitarios, demasiadas para
contarlas.
Sin embargo, estas luchas que proclaman que
la felicidad comercial no nos satisface expresan
la búsqueda de un horizonte que no sea el del
consumo pasajero y la agresividad comercial. Al
menos ahí tenemos una buena noticia; el capita
lismo de hiperconsumo no ha conseguido trans
111
formar a los individuos en compradores puros.
Es innegable que el orden comercial tiene un po
der tremendo, pero no es ilimitado, pues la «ti
ranía de las marcas» no impide en absoluto las
críticas ni guardar las distancias respecto del con-
sumismo. Lo demuestra el aumento de la concien
cia antimarca, de la que da fe él éxito mundial del
libro de Naomi Klein, así como el empuje del fe
nómeno de los «alterconsumidores». Vemos igual
mente el crecimiento de lo que a veces se llama
«atención a la ganga»: no comprar caro parece
abora más inteligente, menos impuesto, más mali
cioso. Así, conforme se consuma la omnipresencia
de las marcas, los individuos se independizan de
ellas.
112
logotipo? Hay en marcha una dinámica de dis-
tanciación y desfidelización respecto de las mar
cas. Lo que hace al consumidor más experto o
reflexivo es este nuevo despliegue del mercado,
no las «transgresiones» de los antipublicitarios.
Por un lado, la dinámica del mercado que diver
sifica la oferta y los precios, por otro la indivi
duación de lo social y la debilitación de los mo
delos culturales de clase, y por'último el acceso a
más información a través de los medios o de In
ternet, esto es lo que hace guardar distancias al
consumidor, que ahora es más exigente en cues
tión de calidad, precios y servicios. En este con
texto, el hiperconsumidor ha adquirido un poder
y una libertad de elección que no existían antes.
Puede variar y combinar las compras, aprovechar
una alternativa real en cuesdón de precios, acce
der a productos o a servicios antes reservados a
las clases pudientes (el avión, por ejemplo). Bajo
el «fascismo de las marcas» aumenta el poder del
Homo consumericus. Y si bien hay un aumento
innegable de la vida comercializada, es insepara
ble de una mayor autonomía del consumidor-
agente.
113
este sistema que, a fuerza d e absorberlo todo, y a no
p erm ite la protesta verdadera?
114
Nuevo, que es consustancial a la civilización mo
derna, democrática e individualista, como ya he
mos visto. Si la disidencia cultural se absorbe tan
bien, no es sólo porque permite establecer dife
rencias entre lo simbólico y lo social, sino tam
bién porque es el ejemplo vivo del principio de
lo Nuevo. En segundo lugar, la deglución siste
mática de la disidencia no es indicio de neoto-
talitarismo, sino más bien de' una sociedad de
movimiento e invención acelerados que necesita
eliminar parte de sí para renovarse y reinventar
se a perpetuidad. Como todo se absorbe ense
guida, hay que reintroducir lo nuevo sin cesar.
Todo lo contrario de la sociedad totalitaria, que
es una sociedad dirigida por el poder político y
que se dedica a contener la entrada de lo nuevo.
Si hay radicalismo, no está ya en los Grandes
Rechazos (anticapitalismo, anticonsumismo, an
tidesarrollo), que parecen retóricas de encanta
miento. Se encuentra en la invención permanen
te de líneas internas de transformación, en ios
avances intelectuales, científicos y técnicos que
cambian efectivamente lo real sin las ilusiones
del izquierdismo cultural. No sufrimos una falta
de «negatividad», sino un déficit de «positividad»
y de inteligibilidad de la vida. Actualmente, la
tecnociencia es más subversiva que la política y
que el campo cultural: ella es el verdadero motor
de la «revolución permanente» y sin duda lo será
115
cada vez más. En la sociedad hipermo tierna, la
institución más racional) la tecnociencia, es igual
mente el más transgresor, el más desestabilizador
de los referentes de nuestro mundo.
lló
cer visibles las injusticias degradantes y reanudar
el debate público.'
Pero este aspecto no debe ocultar ni la con
fusión identitaria ni la pobreza programática del
fenómeno. ¿Qué es exactamente el altermundia-
lismo cuando este movimiento se presenta como
un mosaico heterogéneo compuesto por tercer-
mundistas, antiimperialistas, nacionalistas de iz
quierda, marxistas, alternativos y ecologistas?
Carente de unidad y movimiento hecho de mo
vimientos, por si fuera poco no propone ningún
esbozo de modelo alternativo, ningún programa
convincente, ningún sistema de recambio que
pueda dar lugar a un mundo liberado de la po
breza y las desigualdades. ¿Poner fin al horror
capitalista? ¿Para sustituirlo con qué? Conoce
mos los calamitosos resultados a que están conde
nadas las economías dirigidas. ¿«Desglobalizar»,
reinstaurar las medidas proteccionistas? Eso es
olvidar todo lo que el crecimiento económico de
Asia oriental, en particular, debe a la formidable
dinámica de las exportaciones. Además, ¿quién
ignora que el nacionalismo comercial acabaría
con las empresas exportadoras? ¿Abolir la «dicta
dura de los mercados»? Sí, pero ¿cómo? Si «es
posible otro mundo», no será precisamente la ta
sación de los movimientos internacionales de ca
pitales lo que permitirá realizar el gran designio
anunciado. La tasa Tobin no basta para impedir
117
los éxodos masivos de fondos de especulación y
no habría podido impedir la crisis asiática de
1997. Es de primera necesidad denunciar los
errores cometidos por el Fondo Monetario In
ternacional o el Banco Mundial y enderezar crí
ticas a los «fundamentalistas del mercado». Pero
no por eso debemos poner en la picota la mun-
dializadón capitalista, que ha hecho que dismi
nuya la pobreza y permitido la alfabetización de
millones de personas. No hay una versión única
del mercado y podemos construir una mundiali-
zación menos anárquica y más preocupada por
la justicia social. Pero sobre la forma de llegar a
eso, el altermundialismo no dice nada. Plantea
problemas a los que no aporta ninguna solución
viable. En el bosquejo de otra mundialización
influirá más la racionalización del propio capita
lismo que las consignas radicales del antiliberalís-
mo económico.
118
migos de la vida comercializada denen razón al
decir que la carrera desenfrenada del consumo
no da la felicidad, pero su ataque contra lo «inú-
di» está demasiado impregnado de ascetismo. Al
gunas de nuestras alegrías se basan en frivolida
des, en placeres fáciles, en pequeños lujos: es una
de las dimensiones del deseo y de la vida Huma
na. Se puede pensar que esta parte inútil, en las
condiciones actuales, es un exceso, pero no hay
que buscar su erradicación pura y simple. Sería
mayor el mal que el bien obtenido, porque sólo
una sociedad autoritaria y antidemocrática puede
imponer una alteración semejante de la vida coti
diana. La «sencillez voluntaria» acabaría siendo
enseguida sencillez despótica. De todos modos,
esta utopía no tiene ninguna posibilidad de reali
zarse, ya que choca de frente con la aspiración
del individuo democrático a los goces fáciles y
variados. Esto no impide que se puedan concebir
y legitimar medidas limitadoras para reducir, por
ejemplo, los consumos más contaminantes, los
que más atenten contra el medio natural.
119
No faltan razones para tener esperanza. Em
pezando por la propia mundialización, que deja
entrever la posibilidad de que miles de millones
de personas salgan del subdesarrollo. Que el nue
vo orden económico genere desigualdades extre
mas no debe hacernos olvidar esta dimensión.
No hay ninguna razón para no tener esperanza
en las ciencias y las técnicas. En los últimos dece
nios la población ha ganado cada ano tres meses
de esperanza de vida. Una niña tiene hoy el 50%
de probabilidades de vivir por lo menos cien
años. Una vida más larga y con mejor salud: casi
nada, no despreciemos el placer de ver acercarse
este sueño inmemorial de la humanidad.
Pero en un plano completamente distinto
hay otra dimensión que debería suscitar algún
optimismo. Una característica de nuestras socie
dades es que la vida en ellas es cada vez más abier
ta, es decir, más móvil, no está socialmente pre
determinada, se basa en un amplio abanico de
opciones, posibilidades y modelos. Sin duda son
legión las ansiedades, las depresiones, las lesiones
de la autoestima, pero también gozamos de ma
yor número de estímulos y ocasiones para cam
biar las circunstancias. Nuestra época tiene esta
característica, que ofrece multitud de puntos de
apoyo para cambiar y combatir más rápidamente
las desdichas que nos afligen. En la época hipe-
rindividualista, la vida permite más recuperacio
120
nes, alternancias y cambios frecuentes: es una so
ciedad. que se dedica a fomentar la «resiliencia»,
la posibilidad de salir de una cosa introduciéndo
se en otra. Al abrir el futuro y sus opciones, la so
ciedad bipermoderna aumenta las posibilidades
de poner al individuo en movimiento, de rehacer
su vida, de recomenzar con otro pie. Si bien son
numerosas las,insatisfacciones y las decepciones,
también lo son las ocasiones de librarse de ellas.
La sociedad actual es una sociedad de desorgani
zación psicológica que es inseparable de un pro
ceso de relanzamiento subjetivo permanente por
medio de una multitud de «propuestas» que re
nuevan la esperanza de felicidad. Cuanto más de
cepcionante es la sociedad, más medios imple-
menta para reoxigenar la vida.
121
cíente oferta de felicidad (espectáculos, viajes,
juegos, deportes, técnicas psicocorporales) re
dunda en un aumento de razones para esperar
una mejora aceptable de nuestra suerte. ¿Aumen
ta la esperanza las ilusiones y las decepciones? Sin
duda, pero ¿cómo vivir sin esperanza, sin la idea
de «otra cosa»? El grado cero de la esperanza es el
horror. ¿Cómo no entender que las invitaciones
a la plenitud permiten también confiar en un fu
turo diferente y nos ayudan a modificar los ele
mentos insatisfactorios de nuestra vida? La época
hipermoderna contiene muchos defectos, pero al
menos permite imaginar y emprender cambios
más frecuentes en la vida personal: da acceso a
- las posibilidades al ofrecer multitud de fórmulas
para la felicidad.
122
mo. No se reducirá la influencia del consumo en
nuestras vidas por condenarlo en nombre de
principios morales e intelectuales. Nada reducirá
la pasión consumista, salvo la competencia de
otras pasiones. Cómo no recordar aquí la propo
sición VII del libro cuarto de la Etica de Spi-
noza: «Un afecto no puede ser reprimido ni su
primido sino por medio de otro afecto contrario
y más fuerte que el que hay que reprimir.» Ex
trapolando esta perspectiva, el principal objetivo
que debemos fijarnos es ofrecer metas a los in
dividuos, fines capaces de motivarles fuera de la
esfera del consumo. De este modo, y sólo de este
modo, podría frenarse la fiebre compradora.
Pero ¿por qué exactamente hay que fijarse como
meta la reducción de la vida consumista? No
porque el consumo sea el mal, sino.porque es
excesivo o exagerado y no puede satisfacer todos
los deseos humanos, que no son sólo deseos de
goce inmediato. Conocer, aprender, crear, in
ventar, progresar, ganar autoestima, superarse fi
guran entre los muchos ideales o ambiciones
que los bienes comerciales no pueden satisfacer.
El hombre no es sólo un ser comprador, también
es un ser que piensa, crea, lucha y construye. De
beríamos guiarnos por esta máxima de «sabidu
ría»: obra de tal modo que el consumismo no sea
omnipresente ni hegemónico en tu vida ni en la
de los demás. Y eso para que no termine por ser
123
devastador. Que es lo que tiende a ser en parti
cular entre las poblaciones más marginadas, que
no tienen otra meta que comprar y comprar cada
vez más. En este plano, el consumo-mundo es
peligroso: aplasta las demás potencialidades o las
demás dimensiones de Ja vida propiamente hu
mana. Debemos luchar contra las violencias o las
desestructuraciones del hiperconsumo que no
permite a los individuos construirse, comprender
el mundo, superarse.
Para que eso suceda no sirven de gran cosa
las lamentaciones de los moralistas. Tenemos,
más que nada, que desarrollar una política que
yo calificaría de inseparable de una ética de las
pasiones, que parta de la idea de que el hom
bre está hecho de «contradicciones», como decía
Pascal. No hay por qué poner en la picota la sa
tisfacción inmediata del consumlsmo; tampoco
hay que ponerla por las nubes, dado que no se
adecúa a las necesidades formativas de la perso
na, por lo menos desde una perspectiva verdade
ramente humanista. Es imprescindible dar a los
niños y a los ciudadanos en general marcos y
puntos de referencia intelectuales que la vida
consumista no hace más que revolver y trastor
nar. También es necesario, mediante una autén
tica formación, ofrecerles horizontes vitales más
variados, en el deporte, el trabajo, la cultura, la
ciencia, el arte o la música. Lo importante es que
124
con estas pasiones pueda el individuo relativizar
el mundo del consumo, encontrar el sentido de
su vida al margen de la adquisición de bienes in
cesantemente renovados. Pensemos en los gran
des creadores, en los grandes empresarios, en los
grandes políticos: lo que les motiva y carga de
energía su existencia no son los goces consumis
tas, sencillamente porque su actividad o su traba
jo les resulta mucho más estimulante.
Esto necesita nuevos proyectos políticos y
pedagógicos, porque la mecánica del mercado no
bastará: no estará a la altura de esta tarea. Harán
falta la intervención del Estado y de las familias,
la participación de la escuela, medidas volunta
rias en favor de los desprotegidos, con objeto de
que la adquisición hedonista de bienes comercia
les no parezca el alfa y la omega de la vida.
125
réntesis. ¿Cómo imaginar que una cultura sea
eterna? Por lo demás, aunque tenga méritos no
despreciables, la civilización consumista es inse
parable de sombras notables. Desestructura a los
individuos volviéndolos frágiles a nivel psicológi
co. La felicidad de las personas no progresa en
proporción con las riquezas. En pocas palabras,
no está a la altura de las más altas expectativas
humanas. Dadas estas condiciones, la primacía
consumista recibirá el finiquito en el futuro. Evi
dentemente, aún no hemos llegado allí. Por el
momento, sólo una minoría del planeta apoya
este modelo, los demás se apelotonan en su puer
ta [la de la civilización del consumo], entusias
mados ante la idea de gustar sus frutos lo antes
posible. Pero a largo plazo, inevitablemente, se
producirá una «transvaloración de los valores».
No pienso de ningún modo en nada parecido a
un «superhombre» ni en una revolución del mo
do de producción, sino más bien en una trans
formación cultural que revalorice las prioridades
de la vida, la jerarquía de los objetivos, el lugar
de los goces inmediatos en el sistema de valores.
En un momento dado, las personas encontrarán
la sal de la vida al margen del hedonismo con
sumista, sin que por ello la humanidad salga de la
era democrática: se organizará una especie de «de
mocracia posconsumista». Se construirá un nue
vo ideal de vida que, sin hacer las paces con el
126
principio ascético, ya no tendrá por eje estructu
rado r y predominante los goces de la felicidad
comercializada. Aparecerán objetivos nuevos con
capacidad para tirar de la fuerza de vivir y que
abrirán otros caminos hacia la felicidad.
Por una de esas ironías que gustan a la histo
ria,. Nietzsche («Endureceos») y Marx («El traba
jo, primera necesidad de la existencia») podrían
servirnos de profetas, no del superhombre ni del
comunismo, sino de la sociedad de poshipercon-
sumo.
127