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Señora Miler Valkiria 2 Eva Gonzay

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SEÑORA MILER 2

EVA GONZAY
Copyright © 2021
Todos los derechos reservados.
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Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este material puede ser reproducida en ninguna forma ni por
ningún medio sin la autorización expresa de sus autoras. Esto incluye, pero no se limita a reimpresiones, extractos,
fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de reproducción, incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier
parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 1

Un sonido tan estridente como brusco y fuerte me despierta de golpe haciendo que mis pulsaciones se disparen
como si me estuviese persiguiendo un asesino en serie. Mientras la melodía me taladra los tímpanos y yo trato de
ubicarme y descubrir qué cojones es eso, escucho también un par de manotazos sobre la mesilla y, unos segundos
después, el espantoso ruido se detiene haciéndome suspirar de alivio. Abro los ojos como dos platos mientras trato
de ubicarme y de pronto una luz se enciende. Miro a mi izquierda parpadeando varias veces para tratar de dejar de
ver doble y veo a Valeria frotándose los ojos con extremada pereza.
—Mas vale que borres esa mierda de alarma, ¿quieres matarme de un infarto? —grazno después de intentar
aclararme la voz.
Valeria se gira hacia mi lado y me observa tratando de aguantarse la risa.
—Eres increíblemente desagradable cuando te despiertas, en serio—dice como si fuese todo un descubrimiento
cada día.
—Despiértame de otro modo y seré más amable.
Valeria sube mi camiseta y me sorbe un pezón hasta que logra ponerlo duro como una piedra. Cuando se aparta,
observa su obra con una sonrisa malvada y su mano se cuela por debajo de mis bragas, sus dedos me tantean y cierro
los ojos pensando equivocadamente que está dispuesta a recompensarme, pero lo que hace la muy zorra es estimular
un poco mi clítoris y, en cuanto suelto el primer suspiro de placer me lo pellizca con suavidad y salta de la cama.
—Tendrás lo que quieres cuando te lo ganes, ahora levanta—ordena con autoridad.
—¿Que me levante? ¿Qué hora es? —pregunto con una mezcla de desconcierto y enfado.
—Las seis.
Pero bueno, ¿se ha vuelto loca?
—¿Cómo que las seis? —pregunto incorporándome de golpe—¿me he perdido algo? ¿Vamos a algún sitio y yo
no me he enterado?
De verdad que no me lo puedo creer, ¿cómo se le ocurre poner el despertador a estas horas? La oficina no abre
hasta las nueve y yo siempre me levanto a las siete y media, esté Valeria en mi casa o no.
—Exacto, vamos a correr—contesta provocando que mis cejas se eleven de forma exagerada.
—A correr—repito incrédula.
Valeria salta sobre la cama de repente y se sienta sobre mí a horcajadas.
—Siempre dices que quieres volver a recuperar el hábito de salir a correr, pero nunca encuentras el momento, así
que yo lo he decidido por ti.
—Por mí—sonrío sarcástica—ya, pues no decidas tanto, bonita, si quieres correr cuando todavía no han puesto
las calles me parece perfecto, pero yo voy a seguir durmiendo—digo derrumbándome de nuevo sobre la cama.
Valeria se inclina sobre mí hasta que sus labios rozan mi oído y su melena suave y aterciopelada me acaricia el
cuello.
—O te levantas o te castigaré, y no será de una forma agradable para ti—amenaza en un susurro, después sale de
encima de mí y se dirige hacia el baño sin volver la mirada.
—Joder…—me quejo incorporándome, todos sus castigos me vuelven loca, salvo cuando consisten en dejarme
con el calentón como ha hecho hace unos segundos.
Así que, si la niña quiere correr, vamos a correr.

Valeria ha propuesto algo suave, cinco kilómetros en un recorrido circular que hace cuando no tiene mucho
tiempo. Me ha parecido bien, en mis buenos tiempos corría entre doce y quince kilómetros diarios, pero parece que
mis buenos tiempos quedaron muy atrás, porque no llevamos ni la mitad y siento que los pulmones están a punto de
explotarme.
Poco a poco voy perdiendo fuelle y Valeria se va adaptando a mi ritmo sin articular palabra, pero soy tan
competitiva que me imagino lo que debe estar pensando, que soy una floja.
—Podemos parar ya si quieres y volver caminando—propone sin esfuerzo.
—No—jadeo como un animal sediento.
Debería hacerle caso, pero mi orgullo no me lo permite. Así que para demostrarle que todavía puedo aguantar,
decido hacer un sprint y provocarla para que me siga. Valeria no tarda ni dos segundos en darme alcance, porque se
me acaba de subir el gemelo de la pierna izquierda y me acabo de tirar al suelo de forma dramática mientras me
aguanto los lagrimones.
—Me cago en la leche, como duele—berreo agarrándome la pierna flexionada con las dos manos.
—Deja que te ayude—dice agachándose frente a mí.
Dios mío, no recordaba que doliese tanto. La miro enfurecida y me contengo para no decirle que todo esto ha
sido culpa suya, si no me hubiese amenazado, yo ahora estaría calentita en mi cama durmiendo a pierna suelta, y no
tirada en el suelo húmedo del parque aguantándome la respiración para no gritar de dolor, porque mi pierna en lugar
de suelta se ha quedado rígida como una tabla.
—Esto tiene truco, deja a la maestra—se pavonea apartando mis manos.
Valeria coge mi pierna y la estira completamente, después me quita la zapatilla y tira de mis dedos hacia atrás
manteniéndolos así unos segundos.
—No me jodas—digo asombrada cuando el dolor se calma de golpe.
—Te he dicho que tiene truco—se ríe la muy boba.
—Me lo podrías haber dicho antes—me quejo aprovechando para recuperar el aliento.
—Pensé que una experta corredora como tú ya lo sabría.
Le dedico una mirada incendiaria y Valeria ignora mi cabreo y me tiende la mano para ayudarme a levantar del
suelo. Es lo que más me gusta de ella, mi comportamiento a veces grosero y desmedido que no consigo aprender a
controlar no le afecta y, la naturalidad con la que me ignora logra calmarme más que una pastilla o el ladrón de mi
psicólogo. Me pego a ella y le doy un sonoro beso en la mejilla, puede parecer algo absurdo e infantil, pero a ella le
gusta, dice que así todo el mundo se entera de lo que siento por ella, que a estas alturas puedo decir que es mucho.
En fin, a veces creo que me estoy convirtiendo en una moñas.
—Bueno—dice contenta—creo que estás suficientemente tranquila, ya podemos volver e ir al trabajo.
—¿Qué quieres decir? —pregunto caminando a su lado.
—Nada.
Esto sí que no, puede que llevemos poco tiempo de relación o lo que sea que tenemos, si por poco entendemos
casi seis meses durmiendo juntas al menos cuatro noches a la semana. La conozco lo suficiente como para saber
cuándo me esconde algo, porque Valeria nunca hace nada por hacer y yo soy gilipollas por no haber sospechado que
no era normal que de repente un día decida que hemos de salir a correr a las seis de la mañana. ¡A las seis!
—¿Qué pasa? —pregunto agarrando su brazo para que deje de caminar.
Se pega a mí y muerde el lóbulo de mi oreja provocándome una descarga que me sacude todo el cuerpo.
—Quería que quemases un poco de energía, ya sabes que eso calma tu mala leche—confiesa mordiendo mi
cuello esta vez.
—Me relajo más cuando me follas—aclaro con los brazos en jarras mientras la miro exigiendo una explicación.
—Cierto, pero si te follo ahora no tengo garantías de que te controles después, en cambio, hay más posibilidades
de que te portes bien y te controles si sabes que después tendrás una recompensa si lo haces.
—¿En qué se supone que me he de controlar? —pregunto alucinada.
—En el trabajo.
—¿En el trabajo? ¿Qué ha pasado? —pregunto poniéndome tensa.
—Sandra también está embarazada.
—¡¿Qué?! Pero bueno, ¿qué pasa en esta empresa? ¿Es que todas se han puesto de acuerdo?
No es que me importe que quieran ser madres o no, es que cada embarazo significa una baja que debo cubrir con
alguien nuevo a quién se le tiene que enseñar todo para luego despedirlo. Es algo que me irrita una barbaridad, no
puedo remediarlo, y no hace ni dos días que me enteré de que otra empleada también se ha quedado en estado.
—Sandra podría haber tenido el detalle de esperar a que Isabel volviese de su baja, así podría aprovechar al
mismo sustituto para cubrir las dos bajas—reniego en voz alta echando a caminar.
—¿Ves cómo necesitabas quemar energía? Imagínate como te hubieses puesto si te enteras al llegar allí—
comenta como si le hubiese hecho un favor al mundo cansándome a las seis de la mañana.
—No me hubiese enfadado.
Valeria alza las cejas y me mira de reojo.
—Bueno, un poco sí—admito haciéndola reír—pero si me controlo y no le digo nada cuando me lo cuente
tendré recompensa, ¿no? —pregunto sintiéndome infantil.
—Por supuesto—contesta dándome un suave azote en el trasero—¿quieres saber quién es el padre?
—No, no quiero saber nada—respondo cortante.
—Es Mario, el de recursos humanos.
—¿Qué parte de no quiero saberlo es la que no comprendes? —pregunto exasperada.
—Lo siento, es que me pones mucho cuando te enfadas—dice abrazándome y provocando que por poco nos
demos un tortazo.
Me entran ganas de preguntarle si es bipolar, me hace levantarme a horas que deberían estar prohibidas para
aplacar mi mal humor y ahora me provoca porque resulta que le pone cachonda verme enfadada.
—Espero que no follen en horas de trabajo—bufo cogiéndola de la mano.
—Tú lo haces…—suelta encogiéndose de hombros.
No tengo argumentos para defenderme ante semejante afirmación, así que guardo silencio y decido disfrutar lo
que queda de paseo hasta mi casa.
Capítulo 2

Menuda mañana de mierda llevo, más vale que Valeria cumpla su palabra y me recompense bien después. Pero el
día siempre puede empeorar, porque parece que ha llegado el momento de que Sandra venga a darme la gran noticia
y, cuando cruza la puerta del despacho tiene la cara descompuesta.
De repente siento una punzada extraña de angustia al pensar que su incomodidad se deba ante el hecho de tener
que comunicarme algo que debería alegrarla, ¿de verdad la intimido tanto? Me gusta que me respeten y mantener la
distancia con mis trabajadores, pero no hasta el punto de que me teman. Soy una maldita zorra.
Valeria me hace una seña con las cejas señalando a Sandra. En este tiempo también he aprendido a descifrar sus
gestos y lo que me pide básicamente es que no sea una borde.
—No te preocupes, Sandra, ya me he enterado de lo tuyo. Enhorabuena—digo lo más amable que puedo.
Valeria sonríe aprobando mi actuación y yo lo hago interiormente porque esto aumenta mi recompensa de
después, pero Sandra me observa estupefacta y me hace sentir como si fuese alguien de otro planeta. Eso me irrita,
¿cree que no puedo ser amable?
—Gracias—explota de repente rompiendo a llorar.
Yo miro a Valeria completamente desconcertada y ella se levanta y se acerca a mi mesa para sentarse al lado de
Sandra.
Durante la siguiente media hora asisto perpleja al culebrón que rodea la vida de Sandra y al parecer de parte de
la empresa. Resulta que la chica, que apenas tiene veinticinco años, está prometida con su novio de toda la vida y se
van a casar dentro de tres meses. Hasta aquí todo sería normal si no fuese porque la mosquita muerta, se ha liado con
Mario, que a su vez es el responsable también del embarazo de la otra empleada, Isabel.
Valeria la consuela y le tiende una caja de pañuelos mientras yo las observo sin pestañear.
—Lo has hecho muy bien—aplaude Valeria cuando Sandra se marcha por fin.
Tras eso, se dirige hacia la puerta y echa el pestillo que me vi obligada a instalar dado que no hay forma de
detener nuestros encuentros calenturientos aquí dentro. Me había propuesto comportarme y aguantar hasta llegar a
mi casa, pero me resulta imposible, cuando Valeria me mira de cierto modo me deshago por dentro y no soy capaz
de razonar.
—Ven aquí—ordena situada junto a su mesa.
Obedezco notando como mi corazón se acelera sin remedio y Valeria me besa acorralándome contra la mesa
hasta que mi culo se encuentra con el borde. Una vez ahí, se coloca en medio de mis piernas y presiona con su muslo
haciéndome suspirar.
—¿Crees que debería despedir a Mario? —le pregunto entre suspiros.
Inmediatamente me cabreo conmigo misma por haberle preguntado. Tiempo atrás hubiese tomado la decisión sin
pestañear y probablemente sin tener en cuenta las consecuencias, pero desde que estoy con ella su opinión me
importa más de lo que me gusta reconocer, porque es más analítica que yo y menos impulsiva. Valeria me
complementa, y me cabrea sentir que la necesito tanto.
—No—responde a la vez que baja mis pantalones y mis bragas hasta los tobillos.
—Se está follando a media empresa—reniego cuando muerde mi sexo, inmediatamente después me da una
cachetada justo ahí y me dedica una mirada seria.
—No es tu problema, ya son mayorcitas.
—Las bajas las voy a pagar yo, y todas sus ausencias cuando los niños tengan mocos y diarreas, también.
—Ya me has cabreado, date la vuelta—ordena apartándose de mí.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Joder, sigo sin poder creerme que algo así pueda ponerme tan cachonda. Me giro apoyando las dos manos en la
mesa y le ofrezco mi trasero a Valeria, quien alterna varios azotes que me desesperan entre masajes en mis nalgas y
dedos que tantean la entrada de mi vagina hasta clavarse dentro de mí con fuerza.
Ahogo un gemido cuando la noto hasta el fondo y Valeria agarra mi hombro con su otra mano para ayudarse a
empujar. Me folla sin descanso haciendo que me muerda los labios para no gritar y, cuando estoy a punto de
correrme, saca sus dedos de mi interior y me da otro cachete que resuena con fuerza y me provoca un escozor
mezclado con deseo que hace palpitar mi sexo con desesperación.
Otro nuevo cachete en el mismo lado me hace tensarme y ahogar otro gemido, y entonces sus dedos vuelven a
mi interior con la misma determinación de antes, follándome sin descanso hasta que me corro y acabo con la cabeza
apoyada sobre la mesa porque las piernas no me sostienen. Valeria arquea su cuerpo sobre el mío y besa mi nuca.
—Me encanta follarte así—confiesa dándome un beso.
Si el aliento me lo permitiese le diría que a mí también, las dos sabemos a lo que se refiere, a follarme fuerte, de
forma algo brusca y sin preliminares. Me pone tremendamente cachonda que lo haga, y a ella le encanta.

Después de una jornada que se me ha antojado interminable, por fin abandono el despacho seguida de Valeria.
Mantenemos las formas delante del personal, jamás han presenciado una muestra de afecto entre ambas o una
conversación que no sea sobre trabajo, pero no son tontos y hay rumores sobre el hecho de que pasemos tanto
tiempo juntas, Valeria me lo contó hace poco.
Al principio me puse de muy mal humor, pero no puedo negar lo evidente y acordamos simplemente seguir
como hasta ahora, con discreción en cuanto a las muestras afectivas, aunque sin negarnos el hecho de poder entrar o
salir juntas del edificio.
—Hasta mañana, Gabriel—le digo al conserje cuando me abre la puerta de salida.
—Hasta mañana, señora Miler.
No hay manera de que no me llame así pese a que Valeria lo intenta algunas veces, pero ya no me molesta tanto
que lo haga, quizá porque el hombre vino a disculparse personalmente por el comportamiento del chorizo de su
sobrino cuando no tenía por qué hacerlo.
Tras despedirse también de Valeria, las dos caminamos hasta el aparcamiento y nos montamos en mi coche.
—¿Te vienes a mi casa? —pregunto cogiendo su mano antes de arrancar el motor.
—Si te apetece, sí, pero antes pasa por la mía, llevo un par de días sin ir y hay que ventilar y ver que está todo en
orden.
—De acuerdo.
Esto se está convirtiendo en algo muy habitual últimamente, Valeria pasa más tiempo en mi casa que en la suya
y solemos hacer visitas como esta para comprobar que todo está bien en su apartamento. Al principio yo la esperaba
en el coche, pero poco a poco fui sintiendo la necesidad de conocerla de una manera más profunda, de saber cómo
vive y lo que le gusta, y ahora ya no le pregunto o espero a que me invite, simplemente bajo del coche y entro con
ella.
—Te va a explotar el buzón—comento cuando veo que pasa de largo para dirigirse al ascensor.
—Mierda, siempre se me olvida—dice volviendo sobre sus pasos.
Lo abre y extrae un buen fajo de cartas que me entrega mientras se dispone a cerrarlo.
—¿Puedes separar la publicidad de las cartas importantes mientras yo abro las ventanas? —me pide en cuanto
entramos en su apartamento.
Dejo mi bolso sobre una silla y me siento en otra para hacer lo que me pide, contenta de poder ayudarla. Resoplo
al ver la cantidad de publicidad que hay, yo tengo un cartelito en el buzón donde pone expresamente que no quiero
publicidad y, aun así, me la dejan los muy desgraciados, es algo que no soporto.
Sigo separando las cartas hasta que una de ellas me llama la atención, no es que esté leyendo ni cotilleando su
correo, pero un sobre negro con un discreto logotipo dorado en la esquina inferior derecha con el nombre de Valeria
escrito en el centro en letra dorada y caligráfica, pues no sé, no es muy común. Todavía lo tengo en la mano cuando
la veo aparecer.
—Perdona, es que es un poco hipnotizante—me excuso algo azorada al sentirme pillada.
Lo pongo encima de la pila de cartas cuyo contenido puede ser importante y se lo entrego. Valeria acepta el
paquete con una sonrisa divertida, coge el sobre negro y deja todo lo demás sobre la mesa.
—¿Quieres saber qué es? —pregunta alzándolo frente a mí.
Dios mío, me siento como un perro cuando su amo le muestra una chuche, de repente siento una curiosidad
desmedida por conocer el contenido del maldito sobre.
Capítulo 3

—¿Es una pregunta trampa? —cuestiono con los ojos clavados en el dichoso sobre.
—No, pero por el modo en que lo miras creo que te intriga bastante, ¿me equivoco? —pregunta agitándolo en el
aire. Después se inclina hacia mí y me besa dando un pequeño mordisco a mi labio inferior al terminar.
—Tengo curiosidad, no lo voy a negar—confieso turbada tras el beso.
—Toma, ábrelo tú—me pide entregándomelo.
—¿Yo?
—Sí, ¿por qué no? Yo ya sé lo que es—se encoge de hombros.
Acepto el sobre y la miro un par de veces antes de rasgar la solapa y abrirlo. En el interior hay una tarjeta
también de color negro en cuyo contenido hay escritas unas líneas, pero lo que me llama la atención y me acelera el
pulso es que va a nombre de Valkiria, el nombre que utilizaba cuando trabajaba en la mazmorra.
—Invitación anual a la novena gala de Amos y Sumisos, esperamos ansiosos su asistencia. Precio, setenta euros
por persona—leo en voz alta.
Ya está, no hay nada más, solo eso y una dirección de correo electrónico donde supongo que debe confirmar su
asistencia.
—¿Quieres que vayamos? —pregunta antes de que me dé tiempo a procesar lo que he leído.
—¿Ir? ¿Tú y yo?
—Claro, amos y sumisos, no puedo ir sin mi sumisa.
—¿Por qué no? —pregunto intrigada.
—Porque son las normas, sin una sumisa o sumiso no podría participar en ningún juego y, eso sería
soberanamente aburrido.
—¿Qué juegos? ¿De qué va esto? —insisto algo nerviosa.
—Es lo que has leído, una fiesta anual que se celebra para el gremio. Se trata de una cena en un gran salón
privado, una vez finaliza puedes quedarte tomando algo y disfrutando del espectáculo o participar en los retos que se
propongan.
—¿Retos?
—Juegos entre amos y sumisos, quién aguanta más rato con las pinzas en los pezones, quien resiste mayor
número de azotes, quién aguanta más sin correrse…
—Vale, para, ya me hago una idea—la detengo nerviosa, por algún motivo imaginármelo ya me está poniendo
cachonda—¿has ido alguna vez?
—Los dos últimos años, y me lo pasé muy bien, hay premios para los ganadores que suelen consistir en lotes de
juguetes y cosas así.
—¿A quién llevaste? —pregunto sintiendo una punzada de celos que no debería.
—¿Importa eso?
—Supongo que no.
—¿Te apetece que vayamos?
—No lo sé, Val, me intriga y me excita pensarlo, pero no sé si estoy preparada para ver según qué cosas.
—De acuerdo, pues rompo la invitación.
—¡No, espera! —la detengo casi gritando.
Joder, ¿por qué me da tanto apuro que se deshaga de la dichosa invitación? Valeria me dedica media sonrisa de
satisfacción que no me gusta, sabe que ya ha despertado mi curiosidad y suelo ser insaciable con eso.
—¿Es obligatorio participar en los retos?
—Solo en uno, para evitar que la gente se presente allí solo para curiosear. Si quieres que vayamos podemos
escoger algo fácil, pero tienes que saber que no me gusta perder.
La comprendo perfectamente, porque a mí tampoco me gusta.
—¿Y eso qué significa?
—Que si perdemos te castigaré allí mismo con una buena tanda de azotes que no te dejarán sentarte en un par de
días por lo menos.
Su tono es tan amenazante como seductor, con lo cual ya me tiene ganada, pero, además, me doy cuenta de que
es una jodida manipuladora, porque sabe que la idea de que me azote me calienta como un fogón y que no me
negaré a nada que pueda implicar que la cosa acabe así.
—Está bien, ¿cuándo es?
—Es este viernes por la noche—contesta de inmediato sin mirar la invitación, entonces caigo en la cuenta de que
no me suena haber visto ninguna fecha.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto disimulando mi irritación.
—La invitación en papel es una mera formalidad, algo estético, pero la invitación siempre se envía por correo
electrónico también, para evitar precisamente que personas despistadas como yo la pasen por alto por no haber
abierto el buzón a tiempo.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Llegó hace un par de semanas.
Será capulla.
—¿Y no pensabas decírmelo?
—Pues la verdad es que no, había descartado ir—contesta sin más.
—¿Por qué?
—Por ti. Me pediste que dejase la mazmorra, Ingrid, ¿recuerdas? Y pensé que acudir a una fiesta como esa te
haría la misma gracia que el hecho de que trabajase allí.
De repente me siento muy mezquina. Es cierto que no la obligué a dejar su otro trabajo, tan solo le hice una
oferta para proponerle una alternativa, una que nos convenía a las dos. A ella porque le dejaba más tiempo libre y a
mí porque evitaba la bola de celos que crecía en mi interior al pensar en ella tocando a otras personas.
Como Valeria aceptó no he vuelto a pensar en ello, pero me acabo de dar cuenta de que fui muy desconsiderada
y egoísta al no tener en cuenta que a lo mejor ella quería seguir allí.
—No es lo mismo, Val, aquí acudirías conmigo. ¿O pensabas en llevar a otra persona? —estallo de repente.
—No pensaba llevar a nadie, simplemente pensé que no te agradaría la idea de ir, nada más.
—Tú fuiste dos años seguidos, eso significa que lo pasabas bien.
—Sí, ya te lo he dicho, es divertido y excitante, el morbo allí se respira por cada rincón.
Me pongo en pie y camino hasta el pequeño balcón, abro el ventanal y salgo al exterior para que me dé un poco
el aire. Valeria aparece unos segundos después y se coloca a mi lado, apoyando como yo los antebrazos en la
baranda.
—¿Me cuentas qué te pasa? —pregunta susurrando, haciendo una discreta caricia con su dedo en mi brazo.
—¿Crees que solo pienso en mí? ¿Me consideras egoísta? —le pregunto tragando saliva.
—Yo nunca he dicho eso, Ingrid.
—No es lo que te pregunto—la interrumpo—sé que no lo has dicho, pero quiero saber si lo piensas.
Valeria mira al cielo como si allí pudiese encontrar la respuesta y yo la miro a ella exasperándome por el modo
descarado en el que alarga los segundos, si es que le gusta provocarme, coño.
—¿Me quieres contestar?
—No creo que seas egoísta—dice mirándome a los ojos—de hecho, jamás lo he pensado. Eres una jefa estricta,
con muy poca paciencia y autocontrol, y un poco zorra también, pero no egoísta. Lo descubrí el día que decidiste
esperar para denunciar al sobrino de Gabriel, antepusiste las consecuencias de lo que podía pasarle a él si resultaba
ser inocente antes que a lo que te convenía a ti como empresaria.
—Pero te pedí que dejases la mazmorra sin preguntarte si deseabas seguir.
—Y yo la dejé porque el trato me pareció bueno y me dejaba más tiempo para estar contigo, que era lo que más
deseaba entonces y lo que sigo deseando ahora. Me gusta ese trabajo y no descarto volver algún día si me conviene,
pero por ahora no es lo que quiero, cuando tengo la necesidad de castigar a alguien te tengo a ti.
Su sinceridad me sorprende, quizá esta es la conversación más seria que hemos tenido hasta ahora. Nunca hemos
puesto nombre a lo nuestro, simplemente damos por hecho que estamos juntas y vamos dejando que las cosas pasen
conforme se nos presentan.
—Quiero ir a esa fiesta contigo y por ti, Val. No quiero que te pierdas nada por mi culpa, y si te apetece aceptar
otros retos lo haremos.
—¿En serio? —pregunta con maldad a la vez que entorna los ojos.
—Sí, pero no te pases, y nada de pellizcarme los pezones que sabes que no me gusta—aclaro señalándola con el
dedo.
—Nada de pezones—contesta riendo antes de colgarse de mi cuello para besarme.
Respondo a su beso con un ansia desmedida, no logro acostumbrarme a su espontaneidad y siempre me
sorprende y me altera, tanto por dentro como por fuera.
—Ahora me apetece algo, y me apetece aquí y ahora—susurra contra mi boca.
—Lo que quieras.
—¿Segura? Si aceptas no podrás negarte, aunque te parezca un escándalo lo que te pida—insiste.
Será zorra y manipuladora, ya está con sus artimañas de provocación, volviéndome ansiosa por descubrir lo que
quiere y desesperada por dárselo.
—Segurísima—respondo con el corazón a mil por hora.
Valeria da un par de pasos hacia atrás hasta que su espalda encuentra la pared, una vez ahí, me mira con los
labios entreabiertos, cegada por una nube de excitación que puedo ver en su mirada de pupilas dilatadas, y entonces
se lleva la mano a los pantalones cortándome la respiración.
Los comienza a desabrochar y yo automáticamente me giro para ver el alcance de tal exposición. Los edificios
de enfrente se encuentran a una distancia que no permite ver detalles, aunque con un poco de imaginación, será fácil
deducir para quién pueda estar mirando en nuestra dirección lo que va a pasar. A los lados se alzan dos tabiques que
separan su balcón del de sus vecinos, lo que me provoca cierta desazón al sentir que se reduce el riesgo.
Valeria ha desabrochado sus pantalones totalmente y se los acaba de bajar junto a las bragas justo por debajo del
culo, dejando su sexo libre y expuesto totalmente. Sé, y ella también, que mi propio cuerpo la protege de ser vista en
exceso y, aun así, no puedo evitar que una excitante y sorprendente sensación de euforia se apodere de mi cuerpo
haciéndome sentir un poco delincuente.
Valeria hace que viva el sexo de un modo diferente que me hace sentir muy viva y, sin apartar la vista de sus
ojos que me observan con ansia, me arrodillo ante ella, separo sus labios con los dedos y hundo mi lengua en la
suavidad y el ardor de su sexo.
Capítulo 4

Cuando llegamos a mi casa nos damos una ducha y Valeria se sienta frente a su portátil para hacer los ejercicios de
evaluación continua de algunas de las asignaturas que cursa este año. Ya está en cuarto, le queda un año más para la
doble titulación y yo cumpliré mi parte del trato ofreciéndole un puesto que se ha ganado con creces.
Sin embargo, cada vez que lo pienso, una inquietante sensación se apodera de mí. Para su nuevo puesto
necesitará su propio despacho y yo deberé buscar a otra persona para que haga sus funciones. Pensarlo me agobia,
no solo por todas las cosas guarras que ocurren ahí dentro, sino porque ella es la única que entiende como soy y se
sabe adaptar, además de hacer bien su trabajo y anticiparse a todo lo que necesito.
No me doy cuenta de que mientras pienso en todo eso estoy parada en la puerta de la cocina observándola tomar
notas a la vez que lee algo con atención en la pantalla, no me doy cuenta hasta que ella advierte mi presencia y se
gira dedicándome una sonrisa.
—¿Estás bien? —pregunta de pronto.
—Sí—titubeo dándome cuenta de que tengo un trapo de cocina entre las manos—solo estaba pensando y me he
quedado absorta.
—Debía de ser algo muy importante.
—Que va, ya no lo recuerdo.
—Qué mentirosa eres—se ríe.
—Tal vez—sonrío lanzándole un beso al aire—venga, sigue con lo tuyo y no te distraigas, voy a preparar la
cena.
Me doy la vuelta y entorno la puerta para que el ruido no la distraiga. Abro la nevera y la observo asombrada,
nunca la había tenido tan llena como ahora, pero desde que Valeria está en mi vida procuro tener un poco de todo lo
que le gusta para que siempre lo encuentre si le apetece. Me pregunto cuántas cosas más han cambiado en mí sin que
me haya dado cuenta.
Me abro una cerveza y decido hacer una tortilla de patatas con un poco de ensalada. Últimamente he descubierto
que cocinar me relaja, cosa sorprendente porque antes me parecía una tarea terriblemente tediosa, aunque quizá se
deba a que ahora cocino para dos. Joder con Valeria.
—¡Ingrid, tu móvil! —escucho gritar a Valeria desde el comedor.
Con la cerveza en la mano salgo y cierro la puerta de la cocina. Cojo el teléfono de encima de la mesa donde
suelo dejarlo siempre y descubro que es mi hermana Yolanda. Me disculpo en voz baja con Valeria por haberla
molestado, le doy un sonoro beso en la mejilla y descuelgo dispuesta a salir al patio trasero, pero Valeria me detiene
y me quita la cerveza de la mano, le da un buen trago y después me la devuelve dedicándome una sonrisa que me
hace suspirar.
—Hola, Yoli—saludo a mi hermana mientras salgo al patio.
—Hola. Te llamaba para saber a qué hora llegáis.
—¿A qué hora llegamos? —pregunto totalmente descolocada.
—No me jodas, Ingrid—resopla de mal humor.
Intento pensar con rapidez, está claro que he olvidado algo que por lo visto es importante, pero mi hermana
mayor no me da tiempo a descubrirlo.
—Dime que no te has olvidado.
—No, seguro que no…—titubeo pensativa.
—Si ya se lo digo yo a Pablo, que decirte las cosas con tiempo es lo mismo que no decirte nada. Espero que en
el trabajo no se te olviden las cosas con la misma rapidez que olvidas las de tu familia—me reprocha molesta.
Y entonces caigo, de repente recuerdo el motivo de su llamada y el corazón se me sube a la garganta.
—¿Cuándo es? —pregunto asustada.
—Este fin de semana, joder, Ingrid, creía que algo tan importante como las bodas de oro de nuestros padres
habría sido digno de que lo apuntases en tu apretada agenda, esa que no te deja tiempo para visitar a tu familia—
vuelve a reprocharme.
No tengo excusa, me lo dijo hace dos meses y algo así no debería necesitar que lo apuntase, pero me he distraído
totalmente.
—Lo siento, Yoli, de verdad. Se me había pasado. Pero allí estaré, tú dime a qué hora.
—A no, ni hablar, guapa, nada de venir a la celebración y después largarte. Habíamos quedado en que toda la
familia pasaríamos juntos el fin de semana en la casa del campo, y no pienso permitir que no cumplas tu palabra.
Me cago en la leche, intento pensar una excusa que suene convincente, pero no encuentro ninguna porque no la
hay. Apenas paso tiempo con mi familia, mis visitas a casa de mis padres son muy espaciadas en el tiempo y
también muy cortas.
—Pablo y yo iremos el viernes por la tarde y espero verte allí a ti también, y más vale que traigas a esa chica con
la que sales.
Por poco me atraganto con la cerveza. Le he hablado a mi hermana de Valeria en alguna ocasión, pero jamás le
he dicho que tenga nada serio con ella ni mucho menos que estemos saliendo.
—No creo que ella quiera…
—Estoy segura de que sí—me corta—tú no me sueles hablar nunca de tus conquistas, y de esta chica me has
hablado las tres últimas veces, así que imagino que es importante para ti, aunque tú trates de ocultártelo a ti misma
como haces siempre con todo. No me hagas ir a tu casa a buscarte porque te juro que…
—Vale, vale. Se lo comentaré, te lo prometo.
—Eso espero, y más vale que te esfuerces en convencerla, Ingrid, porque si no, el fin de semana que viene me
presento en tu casa y te jodo el plan.
—Que sí, Yoli, que lo he pillado.
Y entonces recuerdo la fiesta del viernes. Le prometí a Valeria que iríamos y no quiero faltar a mi palabra.
—Coño…—susurro para mí.
—¿Coño?
—Escucha, iremos, pero llegaremos el sábado, el viernes es imposible.
—Joder, Ingrid—se queja otra vez.
—Valeria tiene un compromiso y no puede faltar. Y no la voy a hacer ir sola a la casa del campo, todavía no me
explico cómo consigo llegar yo sin perderme por esos caminos.
—Está bien—concede por fin, y no me extraña, sabe de sobra que ese lugar es como un maldito laberinto—pero
el sábado a primera hora os quiero ver allí.
—De acuerdo. A primera hora. Prometido.
Tras despedirme de mi hermana me acabo lo que me queda de cerveza de un trago y entro en casa de nuevo
descubriendo que Valeria no está estudiando, está en la cocina.
—Joder, la tortilla—digo corriendo hacia allí.
—Tranquila, la he salvado a tiempo de que se convirtiese en tortilla chamuscada—anuncia Valeria mientras la
pasa de la sartén a un plato.
—Gracias—digo aliviada—me he despistado.
—No pasa nada, para eso somos dos, ¿no? —responde de forma distraída.
La observo preparar los cubiertos y los platos y soy incapaz de moverme, estoy muy nerviosa. No sé qué me da
más miedo cuando le proponga lo del fin de semana con mi familia, que me diga que no, que todavía es pronto, o
peor, que para ella lo nuestro no tiene un matiz tan serio, o que me diga que sí.
—¿Qué te pasa? No me digas que te han dado una mala noticia, Ingrid—pregunta preocupada acercándose a mí.
—No, no es eso. Era mi hermana, me había comprometido a algo este fin de semana y lo había olvidado por
completo.
—Vaya—dice haciendo una mueca mientras nos sentamos para cenar—¿era algo importante?
—Sí, bastante.
—Todavía estás a tiempo, el fin de semana no ha llegado—resuelve calmada cogiendo mi mano por encima de
la mesa—no te preocupes por la fiesta, podemos ir el año que viene.
—Te prometí que iríamos y vamos a ir, ese no es el problema.
—¿Y cuál es entonces?
—Es el cincuenta aniversario de boda de mis padres…
—¡Guau! —exclama sorprendida.
—Sí, eso digo yo, guau—respondo haciendo que riamos las dos.
—Pues sí que es algo importante, ¿cómo has podido olvidarte de algo así?
—No me tortures tú también, Val.
—Está bien, perdona. De todos modos, sigo sin ver cuál es el problema, es verdad que se te ha olvidado, pero te
lo han recordado a tiempo.
—Ya. Mi familia quiere que vengas conmigo—suelto tragando saliva.
Valeria me observa con el tenedor en la mano y la boca abierta.
—¿Yo?
—Sí, coño, ¿ves a alguien más por aquí? —contesto un poco borde.
—No te pases—me señala a la vez que me da una patada en la espinilla por debajo de la mesa.
—Perdona, es que estoy un poco nerviosa.
—Ya lo veo, y es divertido—sonríe la reina del mal—ahora explícame por qué tu familia quiere que yo vaya—
dice llevándose por fin el trozo de tortilla a la boca.
—Bueno, supongo que le hablé de ti un par de veces a mi hermana y dan por hecho que tú y yo…
—¿Tú y yo qué? —me presiona.
—Disfrutas con esto, ¿verdad?
—Bastante—responde con la boca llena.
Será hija de puta.
—Bueno, eso, piensan que tenemos algo serio, en fin, que eres mi chica—admito por fin notando como mis
mejillas arden.
—¿Y lo soy?
—No lo sé, Val. ¿Lo eres? —la reto cabreada.
—Pues yo tampoco lo sé, nunca hemos hablado de esto—dice haciendo votar sus hombros, después se lleva otro
trozo a la boca y lo mastica como si no hubiese comido desde hace una semana.
¿Cómo puede comer manteniendo una conversación tan importante como esta? A mí se me ha cerrado el
estómago, lo único que siento es mi corazón palpitando con fuerza dentro de mi pecho.
—Ya, está claro que no lo hemos hablado. ¿Quieres venir o no? —pregunto de forma brusca.
—¿Tú quieres que vaya?
—No me pases la pelota, Val, responde a la pregunta—exijo cada vez más tensa.
—Te estás pasando, Ingrid—me amenaza con ese tono que utiliza cuando me gano unos azotes.
Perfecto, ahora el corazón me late también entre las piernas.
—Esto es importante, Val—digo explotando y poniéndome en pie—se trata de presentarte a mi familia, algo que
te aseguro que no hago con nadie así como así. Quiero que vengas, pero solo si a ti te apetece, no quiero que lo
hagas por mí ni por quedar bien, si tú no ves esto como yo prefiero que me lo digas ahora. No me enfadaré, te lo
prometo, solo quiero saber a qué atenerme.
Valeria me observa boquiabierta, de nuevo con el cubierto en la mano. Finalmente, lo deja sobre la mesa, se
limpia la boca con la servilleta con una calma absoluta que envidio soberanamente y se pone en pie para acercarse a
mí.
—Si tan importante es para ti saber cómo es de serio lo que tenemos, ¿por qué no me lo has preguntado antes?
Jamás me ha hablado tan seria como lo está haciendo ahora y siento que me puedo derrumbar en cualquier
momento. Poco a poco me he enamorado de ella y creo que sin querer me he ido creando unas expectativas de las
que no he sido consciente hasta ahora. Cuando el tema ha salido y me doy cuenta de que existe una posibilidad real
de que para Valeria todo esto solo sea una relación temporal, se me escapa el aire de los pulmones.
Doy un paso atrás y me siento en el reposabrazos del sofá porque las piernas están comenzando a temblarme.
Valeria permanece en el mismo lugar, mirándome fijamente a la espera de una respuesta.
—No lo sé—respondo sincera—quizá me daba miedo la respuesta, Val. A mí me importas, me gustas mucho y
me estoy enamorando de ti.
Joder, que alivio haberlo soltado por fin. Apoyo los codos en las rodillas y bajo la cabeza para tratar de recuperar
el aliento, si la sigo mirando no puedo respirar.
—Yo también me estoy enamorando de ti—suelta sin darme tiempo a reaccionar.
Levanto la vista y la observo, sigue en la misma posición y con la misma seriedad dibujada en el rostro.
—Y quiero ir contigo—añade—pero porque tú quieras, no porque tu hermana quiera conocerme.
—Yo quiero—respondo rápido.
—En ese caso iremos. No sabes lo importante que es para mí que cuentes conmigo de ese modo.
La conversación acaba ahí, porque después de darnos un abrazo Valeria recuerda que no he probado bocado y
me obliga a sentarme a la mesa.
—Me gusta que te preocupes por mí—reconozco todavía sensible por la conversación que acabamos de
mantener.
—Come—me ordena riendo.
Pincho un trozo de tortilla y me lo llevo a la boca, Valeria me guiña un ojo con aprobación y yo le devuelvo la
sonrisa más sincera que le he dedicado nunca a nadie.
Capítulo 5

—¿Puedes dejar de resoplar como un búfalo? Me estás poniendo nerviosa—se queja Valeria dejando de teclear en
su ordenador.
Inmediatamente después, se pone en pie y viene hasta mi mesa para sentarse frente a mí como si fuese una
clienta que desea hacerme una consulta.
—No estoy resoplando.
—Claro que sí, tú no te das cuenta, pero no paras de hacerlo.
—Lo siento—me disculpo soltando un suspiro que confirma lo que dice—es que me estresa un poco lo de este
fin de semana, quiero que te sientas cómoda.
—Lo estaré, por mí no te preocupes. Ahora relájate.
—No puedo, Val. No he tenido tiempo de preparar la maleta, esta noche tenemos la cena, a saber a la hora que
llegamos y mañana hay que madrugar…—enumero tantos detalles que me agobio y me callo sintiendo como el
estrés me aplasta como a una mosca.
—¿Has terminado de quejarte? —pregunta cruzándose de brazos.
—Eso creo.
—No sé qué es lo que te agobia tanto, vamos a estar dos días en casa de tus padres, una sola noche. Olvida la
puta maleta, Ingrid, con un par de mudas y el neceser ya haces.
—Tienes razón—suspiro de nuevo.
—Y en cuanto a la cena, si tanto te agobia no iremos—zanja en tono cortante.
—No es eso, Val. No me molesta y quiero ir.
Me mira con el ceño fruncido sin descruzar los brazos, lo que me recuerda a mi hermana cuando era pequeña y
se enfadaba. Sonrío y me levanto, después rodeo la mesa y me inclino sobre ella, cogiendo su mentón con firmeza
para darle un beso que por muy enfadada que está, decide no rechazar.
—Perdona—me disculpo otra vez acariciando su rostro—es que me gusta tener las cosas controladas, y lo de
esta semana me ha cogido un poco desprevenida y eso me pone nerviosa. Pero quiero ir a esa cena contigo, y
también que conozcas a mi familia. No me hagas mucho caso, ¿de acuerdo?
—En la cena me ocuparé de que te relajes—asegura poniéndose en pie.
Se pega a mi cuerpo hasta que me encuentro entre la mesa y ella.
—Estoy siendo muy benevolente contigo estos días—susurra erizándome la piel—debería haberte castigado por
no contarme cómo te sentías, y ahora también por ser tan renegona.
—Hazlo—le pido temblando de excitación.
Valeria sonríe de esa forma tan maliciosa que tiene a veces y eso me tensa.
—Acabo de hacerlo, tu castigo será quedarte con las ganas de que te azote y te folle como a ti te gusta.
—Val, por favor…
—Shhh, silencio—ordena poniendo su dedo sobre mis labios, después coge mi mano y la introduce por debajo
de sus pantalones—mira cómo me tiene pensar en lo que te voy a hacer esta noche.
Mis dedos resbalan por su humedad con una facilidad asombrosa y eso me hace perder el control. Camino hacia
la puerta, echo el pestillo y vuelvo hacia ella mientras me observa con una sonrisa divertida.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta cogiendo aire.
—Follarte.
Noto la sorpresa en su rostro ante mi determinación, pero no hace nada por impedírmelo y mi mano, todavía
húmeda, vuelve a colarse por debajo de su pantalón. Sin separarme de ella, la guío hasta mi silla, me siento y ella
hace lo propio sobre mí dejando sus piernas a cada lado.
—Te estás portando muy mal estos días—susurra cuando mis dedos entran en ella haciéndola gemir.
Coloco mi otra mano en su nuca y sin contestarle me centro en follarla suavemente como a ella le gusta.

Si durante la jornada he estado nerviosa, ahora que estamos frente a la puerta de la sala privada del hotel donde
se celebra la cena no puedo ni describir cómo me siento. Es una sensación de euforia mezclada con algo de miedo e
intriga que me tiene con el corazón latiendo a mil por hora.
—Aquí nadie sabe que somos pareja—me susurra justo cuando la puerta se abre—lo digo porque a veces
muchos amos intercambian a sus sumisos y es posible que nos lo propongan.
—¿Qué? Yo no quiero ningún otro amo, Val—suelto acojonada.
—Ya lo sé, ni yo a ninguna sumisa que no seas tú. No te preocupes, si alguien lo propone yo contestaré, tú
mantén esa bocaza tuya cerradita que no queremos ofender a nadie—remarca sonriendo.
—Qué graciosa. Cuando quiero soy muy amable.
—Tú lo has dicho, cuando quieres.
Estoy a punto de renegar, pero ya hemos entrado y mis ojos se mueven con vida propia observándolo todo.
—Vaya, esto es…
—¿Interesante? —propone Valeria.
—Imponente. No me lo imaginaba así.
—Creo que prefiero no saber lo que imaginabas.
Suspiro nerviosa, y mientras Valeria habla con la persona que tiene la lista de invitados y le indica nuestro lugar
en la mesa, yo sigo mirando embobada en todas direcciones.
Es una sola sala iluminada con luces tenues de color rojo y amarillo. A la izquierda hay una mesa rectangular
con cabida para unos veinte comensales que además está iluminada también con velas. Al fondo hay dos camas
redondas, tres sofás y algunos sillones orejeros. Lo que más me impacta es que hay una cruz como la que utilizó
Valeria con Jorge, también tres potros y dos estanterías llenas de todo tipo de artilugios. A la derecha hay dos
enormes maderas que se alzan frente a la pared con diversos agujeros para colocar grilletes en pies y manos. Si la
cruz me había impactado, los ojos por poco se me salen de las cuencas cuando veo dos enormes jaulas suspendidas
en el aire, en una de ellas hay un chico vestido solo con unos pantalones de cuero negros, las manos atadas a la
espalda y una mordaza en la boca. Tengo el corazón a punto de saltarme del pecho cuando Val llama mi atención.
—¿Estás bien? Podemos irnos en cualquier momento sin dar explicaciones a nadie. Quiero que lo tengas
presente.
—No quiero irme, es solo que impresiona un poco.
Y hablo de forma literal, acaba de pasar una mujer por mi lado enfundada de arriba abajo en un traje de cuero,
llevando una correa unida a un collar que lleva un chico que camina a cuatro patas junto a ella.
—Yo jamás haré eso—le digo a Valeria mientras lo observo perpleja.
La mujer se detiene y coloca el tacón de su zapato en el hombro del chico para hacer que se detenga él también.
—Jamás te lo pediría—responde ella.
Veo que la gente sale de unas puertas que hay situadas al lado de las tablas de madera, y yo solita llego a la
conclusión de que son vestuarios.
—Voy a vestirme para la ocasión—anuncia Valeria con su característica sonrisa malvada—mientras tanto, si
quieres que participemos en el primer reto, cosa que me haría muy feliz—añade pasando su dedo por mi escote—tú
deberías ponerte esto.
Valeria me entrega un huevo vibrador y yo la miro con los ojos como platos.
—Te dije una vez que nada de pinzas en los pezones ni de controlarme con un huevo—contesto con una mueca
de fastidio.
—Lo sé, pero no te controlaría yo.
—¿Qué?
—Ese es el reto, los sumisos os ponéis el huevo, bueno, las mujeres, los hombres se pondrán un anillo vibrador
en el pene, y la dirección será la que controle todos los mandos. Se os dará la misma intensidad a todos de forma
gradual, gana el que aguante más antes de correrse.
—Madre mía, Val, sabes que yo no aguanto nada—digo sorprendida de que quiera participar sabiendo que va a
perder.
—Ese es el reto para mí, tratar de retrasar tu orgasmo.
—¿Y cuándo sería ese reto?
—Ahora, durante la cena.
—¿Quieres que cene con eso metido ahí?
—Esa es la idea—dice sonriente ante mi cara de espanto.
Me sorprendo a mí misma meditando al respecto, porque de repente la idea de sentarme en una mesa llena de
desconocidos que saben que hay un huevo en mi vagina me parece de lo más excitante.
—Está bien, lo haré, pero que sepas que vas a perder—la advierto.
Valeria sonríe satisfecha y, mientras ella se cambia y se viste de ama, yo entro en el servicio y con la ayuda de
un sobre de lubricante, introduzco el huevo en mi vagina y salgo sintiéndome de lo más extraña.
Pocos minutos después sale Valeria convertida en Valkiria. Lleva un mono de cuero rojo con una larga
cremallera que cruza desde el centro de su pecho hasta su vagina. La tiene lo suficientemente bajada como para que
sus pechos sobresalgan marcando un canalillo de lo más tentador. Se ha hecho una cola alta perfecta y lleva una
fusta en la mano. Las piernas me tiemblan al recordar nuestro primer encuentro, nunca imaginé que lo que pasó allí
dentro cambiaría tanto mi vida.
—Estás impresionante—le susurro cuando se acerca hasta mí.
—Pues espero que seas muy obediente—amenaza colocando la punta plana de su fusta sobre mi cuello para
bajarla lentamente hasta mis pechos—porque si no, tendré que castigarte.
Mi cuerpo sufre un ligero espasmo al pensarlo, no veo el momento de que me dé unos azotes antes de follarme.
Capítulo 6

—Mierda—exclamo dando un bote en cuanto nos sentamos a la mesa.


El cabrón que controle estos huevos ha pulsado el botón para provocar una sola vibración, imagino que a modo
de aviso sobre lo que nos espera. Miro de soslayo a la chica que tengo a mi lado derecho, ha dado un respingo más
notorio que el mío y sus mejillas están a punto de explotar. A mi otro lado hay un chico que tendrá la edad de
Valeria, este dudo que aguante mucho, estaba empalmado antes de sentarse.
Al contrario de lo que pensaba, en lugar de sentarnos a cada sumiso al lado de su amo, nos han dividido. Todos
los amos están a un lado de la mesa frente a sus sumisos que permanecemos al otro.
—Tranquila—se ríe Valeria frente a mí—y recuerda que no me gusta perder.
Aunque no lo parezca, nadie escucha lo que hablamos, cada amo está centrado en su sumiso ignorando
totalmente a los demás. Valeria solo tiene ojos para mí y eso me está gustando mucho más de lo que pensaba.
La cena da comienzo, pero estoy tan nerviosa y expectante ante lo que pueda suceder que apenas tengo apetito.
Siento la boca del estómago cerrada y me cuesta tragar.
—Bebe un poco de vino y relájate, Ingrid—me aconseja Valeria llenando mi copa—no pienses en eso, piensa en
ti y en mí, imagínate que estamos solas y que esto es una cena romántica. Venga, mírame.
Clavo mi mirada en ella, no va vestida precisamente para la ocasión, pero me tiene tan hipnotizada que no me
cuesta mucho hacer que todos desaparezcan a mi alrededor. Desde luego está haciendo bien su trabajo y por unos
minutos olvido que tengo el huevo metido ahí, logro comerme el primer plato y atacar el segundo, hasta que eso se
enciende de nuevo y esta vez no se trata de una vibración corta, se pone a vibrar y a los cabrones de la organización
se les ha ocurrido la genial idea de ir pasando por todas las velocidades una a una.
Mi cuerpo se tensa y me paralizo con el cuchillo en la mano. Oprimo todos los músculos del cuerpo y expulso
aire por la nariz tratando de neutralizar el hormigueo que me está provocando. Aunque las velocidades pasan
rápidas, a mí se me hace desquiciantemente eterno.
—Ingrid, mírame a mí—exige Valeria tratando de controlarme—puedes aguantarlo, pasará enseguida.
—Qué fácil es decirlo cuando no es a ti a quién le vibran las entrañas—resoplo cabreada.
Valeria se ríe y coge mi mano por encima de la mesa.
—Apriétame fuerte, libera tu tensión conmigo—dice a la vez que mi compañero de la izquierda suelta un bufido.
La vibración se detiene por fin y yo aprieto con fuerza la mano de Valeria hasta que logro relajarme un poco.
—Así, muy bien—dice mirándome con orgullo.
De repente la ama que hay a la derecha de Valeria se levanta con ímpetu y rodea la mesa hasta mi lado.
—Levántate—le ordena exigente a su sumiso.
Este obedece tembloroso y veo una pequeña mancha en su entrepierna, me doy cuenta entonces de que su
erección ha desaparecido porque se ha corrido. Su ama, enfadada, le pone un bozal con una bola dentro de la boca y
se lo lleva a base de golpes de látigo.
—Si pierdes debes abandonar la mesa—me informa Valeria—y yo tengo hambre—añade para dejarme claro que
no quiere perder.
Veo que en la otra punta de la mesa también se ha levantado un amo con su sumisa. Eso me hace sentir algo bien
dentro de lo que cabe, al menos no he sido la primera, que era mi mayor temor.
Los organizadores son benevolentes y nos dan tregua hasta terminar el segundo plato, pero cuando llegan los
postres, que consiste en un surtido variado de fresas y nata, el huevo se enciende de nuevo. Esta vez se queda a la
velocidad mínima, pero no se detiene. De nuevo clavo la vista en Valeria, que a pesar de no querer perder tengo muy
claro por su forma de mirarme, que está deseando ver cómo me corro y disfrutar de un espectáculo diferente.
—Así no me ayudas—protesto completamente rígida mientras me agarro con ambas manos al borde de la silla.
—¿Cómo va de rápido? —pregunta en un tono demasiado seductor.
—Lento, al mínimo, pero si no lo detienen no creo que aguante mucho.
—Seguro que lo paran pronto, tú no dejes de mirarme. ¿Te apetece una fresa?
—¿Qué? No, Val, no quiero una jodida fresa—reniego resoplando como un jabalí.
De pronto un leve gemido a mi derecha me altera. Me giro de forma automática y veo a la chica que hay a mi
lado con los ojos desorbitados y la respiración tan agitada que parece que esté a punto de convulsionar.
—Ni se te ocurra—le ordena su amo.
—Mírame a mí, Ingrid—exige Valeria.
Estoy a punto de obedecer a mi ama cuando en lugar de apagar el maldito cacharro, le dan una velocidad más.
—Oh, mierda—digo jadeando.
La chica de mi lado se muerde ambos labios y cierra los ojos con fuerza.
—No puedo más—exhala temblorosa.
—Sí que puedes, y más vale que aguantes porque…—las amenazas de su amo quedan suspendidas en el aire
cuando la chica se empieza a correr de forma escandalosa. Madre mía, qué morbo.
De repente noto un pie que ejerce presión sobre mi sexo y vuelvo la vista al frente clavándola en Valeria.
—Si te vas a correr que sea mirándome a mí—ordena enfadada.
—Perdona, Val—trato de disculparme, pero acaban de subir otra velocidad y oigo gemidos al otro lado de la
mesa, no de una persona, si no de varias.
Puedo asegurar que todo eso no me ayuda nada, es como estar escuchando una peli porno, y hay que ser de
piedra para que eso no te ponga cachonda.
—Si aguantas un poco más ganamos, Ingrid—dice con media sonrisa—mírame, céntrate en mí y no escuches
nada más. Te compensaré, te prometo que te haré todo lo que te gusta durante horas, pero tienes que aguantar.
Sé lo que intenta, distraerme con sus palabras, pero lo que no entiende mi dulce Valeria es que cada vez que
habla de hacerme lo que me gusta, yo me lo imagino y me excito sin necesidad de tener un maldito huevo haciendo
temblar mi interior. Empiezo a sentir descargas de placer que van y vienen en pequeñas oleadas, cierro los ojos e
intento centrarme en otra cosa, pero mi sexo palpita y tiembla de anticipación.
—Me voy a correr, Val—lloriqueo casi sin poder respirar.
—No, no vas a correrte sin que yo te lo permita, ¿me oyes? —amenaza señalándome con el dedo.
—Pues dame permiso, Val, porque no me aguanto.
Otra cosa que parece que no acaba de quedarle clara es que su autoridad también me pone muy caliente. Le dan
otra velocidad, esa jodida cosa vibra dentro de mí a un ritmo que se me antoja devastador. Contengo la respiración,
completamente rígida en mi silla con la vista medio nublada. Alguien más se está corriendo y resoplo una y otra vez.
Mi orgasmo está ahí, amenazando con salir en cualquier momento y no me quiero aguantar más, quiero dejar que
salga y que me arrase para disfrutarlo con toda su intensidad.
De repente, Valeria aparece a mis espaldas, ni siquiera sé en qué momento se ha levantado. Sus manos recorren
mis brazos hacia abajo en una caricia tortuosa y sus labios se pegan a mi oído calentándome con su aliento.
—¿Te quieres correr?
—Sí…—jadeo sintiendo un fuerte pinchazo de placer.
Ahora una de sus manos aparece bajo mi barbilla, inclinando mi cabeza hacia atrás para apoyarme en su hombro
y su otra mano se posa sin compasión sobre mi sexo, ejerciendo una suave presión que me hace soltar un fuerte
gemido.
—Te correrás para mí, no para ellos—suelta colocando su oído junto a mi boca.
Y entonces la muy zorra aumenta la presión de su mano, que es junto a sus palabras ardientes lo último que me
falta para explotar de satisfacción. Me agarro con ambas manos a su brazo y me dejo ir jadeando y gimiendo sin
reparo contra su oído. Aprieto con fuerza mis dedos alrededor de su brazo, notando como sus músculos se tensan sin
que ella suelte un solo alarido de dolor.
—Me pone muy cachonda que te corras en mi oído—suelta cuando termino—y quiero que lo hagas otra vez.
El jodido huevo sigue ahí, vibrando sin compasión. Mi interior está terriblemente sensible y sus palabras en ese
tono tan sensual y erótico son suficientes para que otro orgasmo se apodere de mí de nuevo.
—Buena chica—dice satisfecha cuando aflojo el agarre de su brazo—ahora debemos abandonar la mesa, me has
hecho perder.
Miro a un lado y a otro, por unos segundos he llegado a olvidar que había más gente. Tan solo quedamos cuatro
parejas de las diez que había, pero yo acabo de correrme y parece que el chico que se sentaba a un par de puestos de
mí también, porque se está poniendo en pie. Tercer o cuarto puesto, no me parece un mal resultado teniendo en
cuenta lo poco que suelo aguantar.
—Levántate—me ordena Valeria.
Echo la silla hacia atrás y me pongo en pie de forma lenta y torpe. Me siento como si estuviese fuera de mi
cuerpo y este fuese de gelatina, las piernas apenas me obedecen y Valeria rápidamente me sujeta por la cintura.
—¿Mareada? —pregunta agarrándome con mayor fuerza.
—Solo un poco.
—Vamos al baño, te sacas eso y te conseguiré un poco de agua, y después…
Sus palabras se quedan flotando en el aire, las deja ahí como una amenaza latente que sabe muy bien que yo ya
he interpretado. Después vendrá mi castigo, y solo de pensarlo vuelvo a temblar de anticipación.
Capítulo 7

Salgo del baño después de haber sacado esa cosa diabólica de mi interior y refrescarme la cara. Valeria me espera en
la entrada con una expresión que por primera vez no puedo descifrar con claridad, no sé si está enfadada o
simplemente trama alguna de sus maldades.
—Siento haberte hecho perder—me disculpo acercando mis labios a los suyos.
—Eso es mentira—dice arqueando una ceja—estabas tan mojada que llegado a cierto momento te daba igual el
reto y estar rodeada de gente, te morías de ganas de correrte. ¿Me equivoco?
—No—confieso sin poder aguantarme la risa.
—Muy bien, son cinco azotes por mentirme, cinco por reírte y diez por hacerme perder—sentencia decidida.
—¿Tantos? —pregunto tensando todos los músculos de mi cuerpo.
—Vuelve a preguntar y sumaremos cinco más.
Como no me canso de decir, su determinación y las amenazas de sus castigos no hacen más que calentarme de
forma desesperada.
—No sonrías así, porque te voy a azotar encima de ese potro—dice señalando uno libre con el dedo—y cuando
estés cachonda perdida nos iremos. Hacerme perder no te iba a costar solo unos azotes.
Tras eso se da la vuelta dispuesta a marcharse, pero en el último segundo se vuelve hacia mí, que todavía estoy
procesando la atroz amenaza de dejarme con el calentón otra vez.
—Aunque hay algo que puedes hacer para compensarme y rebajar tu castigo.
—¿El qué? —pregunto con rapidez y muy dispuesta.
—Acaban de anunciar otro reto que consiste en ver quién aguanta más azotes, tú ya te has ganado veinte. Si
participamos te prometo que te daré lo que te gusta después, aunque no ganemos.
—¿No te enfadarás si perdemos?
—No, yo solo quiero que todos vean cómo te pongo de rojo ese culo tan precioso que tienes.
La miro con una mezcla de miedo y diversión, no sabía que a Valeria podía llegar a ponerle tanto la exhibición.
Recuerdo el momento de sexo en su balcón y me pregunto por qué no me ha comentado nada al respecto.
—¿Te gusta sentirte observada?
—Tal vez—se encoge de hombros tras su escueta respuesta.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—No creo que este sea el sitio para hablar de esto, Ingrid—responde algo incómoda.
—A mí me parece tan bueno como cualquier otro. Yo te he dicho siempre lo que me gusta y lo que no de lo que
voy descubriendo, ¿por qué nunca me has hablado de eso?
—Porque no lo sabía—responde algo nerviosa—y todavía no lo sé, solo sé que lo que pasó en el balcón el otro
día me excitó muchísimo, pero también pudo ser el momento, no lo sé.
—Está bien, lo iremos descubriendo poco a poco. Vamos a participar en ese reto.
—¿Quieres? —pregunta con media sonrisa maquiavélica.
—Sí, claro que quiero si con ello nuestro contacto no va a acabar solo con unos azotes.
—Todos te verán el culo, ¿estás dispuesta a eso? —pregunta conteniendo una sonrisilla que me encanta.
—Mientras la única que se acerque a él seas tú, los demás no me importan.
—Así me gusta—dice satisfecha.
Pocos minutos más tarde se han dispuesto siete sillas para las siete parejas participantes, está claro que los azotes
no gustan a todo el mundo. Valeria se ha sentado en la que nos corresponde y yo acabo de apoyar mi torso sobre sus
pantorrillas con el pantalón desabrochado. Es ella misma la que lo baja lentamente junto a mis bragas hasta dejar mi
culo totalmente al aire ante la mirada de todos estos desconocidos. Debo reconocer que, a pesar de que la situación
me daba cierto pudor al principio, ahora no hace más que excitarme, sobre todo cuando el reto empieza y Valeria me
propina el primer azote. Lo hace con la fusta, jamás me había golpeado antes con una, siempre lo ha hecho con la
palma de la mano y, aunque la zona que abarca es mucho menor, el dolor se me antoja mucho más intenso.
Oigo los golpes en las nalgas del resto de participantes mezclándose con los míos. Hay una persona asignada a
cada pareja que se dedica en exclusiva a contar los azotes. Yo llevo siete en la nalga izquierda y tres en la derecha,
no me hace falta que nadie los cuente por mí porque soy perfectamente consciente.
Con el siguiente mi cuerpo sucumbe y doy un respingo, Valeria se detiene y masajea con énfasis mis nalgas. Les
dedica unas caricias que logran calmar el escozor con rapidez y dejar paso solo a ese placer que suelo sentir
inmediatamente después, hace rato que estoy chorreando.
—¿Fusta o mano? —me pregunta en un susurro antes de seguir.
—Mano.
—De acuerdo—dice dejándola caer en el suelo.
El siguiente azote resuena con fuerza y me corta el aliento, me agarro con fuerza a su tobillo con una mano y a la
pata de la silla con la otra. Valeria me golpea de nuevo y un pinchazo de placer atraviesa mi sexo haciéndome
temblar. Dos personas se retiran en ese preciso momento, y dos azotes después lo hace otra. Cuando llevo veintidós
solo quedamos dos personas.
—No hace falta seguir, Ingrid, tienes las nalgas ardiendo—susurra haciendo suaves caricias para aliviarme.
—Quiero ganar, no te detengas—le ordeno eufórica.
—Ingrid…
—Sigue, Val.
Nunca me ha dado tantas seguidas, al menos no con tanta contundencia, pero aquí hay unas normas y si Valeria
no propina los azotes con un mínimo de fuerza es motivo de descalificación. Cuando me propina el siguiente
después del masaje no logro contener un aullido de dolor, pero viene siempre acompañado de esa parte de placer que
tanto me gusta y cierro los ojos esperando el siguiente. De nuevo doy otro respingo y empiezo a ser consciente de
que mis nalgas no van a aguantar mucho más. Valeria se ha puesto tensa hace rato, lo noto en sus piernas y decido
que la siguiente será la última, por su mano y por mi culo. Cuando llega vuelvo a botar y resoplo, y justo cuando voy
a alzar la mano para decir que no puedo más, veo como la alza mi rival.
—¿Hemos ganado? —le pregunto a Valeria sin poder disimular una sonrisa de enorme satisfacción.
—Solo si aguantas otra, de lo contrario acabará en empate.
—Dámela—le exijo impaciente.
Valeria obedece y nos proclamamos ganadoras con veintisiete azotes. Cuando me incorporo y me subo el
pantalón noto que las nalgas van a explotarme, ahora me arrepiento de no haberle hecho caso cuando me advirtió
que parásemos, creo que voy a acordarme de mis ganas de ganar y de mi orgullo durante unos cuantos días.
Nos entregan nuestro premio, que consiste en una caja colmada de lubricantes y algunos artilugios, entre los que
descubro una fusta que me entran ganas de romper en ese momento. Valeria se coloca a mi lado orgullosa y pasa
una mano con suavidad por encima de mi nalga, pensaba que era una simple caricia, pero parece que lo que quiere
es comprobar el estado de esta.
—Es usted una cabezota, señora Miler—susurra la muy zorra conteniendo la risa cuando doy un respingo—me
gusta que seas tan competitiva y que busques tus límites, pero has de saber parar a tiempo—añade después—venga,
vámonos ya, es tarde.
Aunque una parte de mí desearía quedarse un poco más y ver cómo acaba esto, no pongo ninguna objeción a sus
palabras. Mañana tenemos que madrugar y nos espera un día muy largo.
Cuando salimos al aparcamiento todo está oscuro y en silencio, hace un poco de viento que se me antoja muy
frío, pero me arde tanto el cuerpo ahora mismo que no me molesta.
Valeria se acerca por mi espalda cuando estoy llegando al coche y me detiene agarrándome por la cintura.
—No te he recompensado.
Uff, menos mal, pensé que lo había olvidado o que simplemente lo dejaba para cuando llegásemos a casa,
momento en el que probablemente mi calentón hubiese desaparecido. Me dejo guiar por ella mientras desde mi
espalda desabrocha mis pantalones, después abre la puerta trasera del coche y me pide que entre a cuatro patas. Miro
a un lado y a otro comprobando que aparentemente no hay nadie y obedezco después de bajarme los pantalones
hasta las rodillas.
En una ocasión normal y estando en esta posición, lo primero que haría Valeria es darme un par de azotes como
mínimo, pero en lugar de eso, pasa directamente a masajear y besar mis nalgas con mimo. Me derrito, es algo que no
puedo evitar, cada vez que la siento en esa zona, ya sea para castigarme o recompensarme, me enciendo de forma
automática. Comienzo a jadear cuando una de sus manos se cuela entre mis piernas y llega a mi sexo. Se mueve un
poco entre mis labios y en cuanto encuentra la entrada de mi vagina, entra con fuerza con los dedos y se clava hasta
el fondo. Suelto un grito de placer puro y duro y me cierro de forma convulsa alrededor de esos dedos. Dejo caer la
cabeza sobre el asiento apoyando la frente en él y me abandono a sus embestidas rápidas y constantes. Al contrario
que a ella, a mí me gusta que me folle fuerte, me vuelve loca que lo haga y en cuestión de poco tiempo una potente
explosión de placer se apodera de mí haciéndome convulsionar entre jadeos. Un tierno beso en mi nalga izquierda a
la vez que retira los dedos de mi interior, me indica que la breve sesión de sexo en el coche ha terminado.
—Puedes ir tumbada ahí si quieres—dice Valeria riendo cuando me dejo caer hacia un lado completamente
agotada.
—¿Y qué haremos si te para la policía y me encuentra aquí detrás con el culo al aire? —cuestiono
contagiándome de su risa.
—Les diré que te he encontrado borracha en plena calle haciendo exhibicionismo y que como buena ciudadana
te he recogido antes de que escandalizases a nadie.
—Qué graciosa—contesto con una mirada desafiante.
Me subo el pantalón junto a las bragas con cuidado y salgo de la parte trasera del coche con la ayuda de Valeria,
que me tiende la mano de forma caballerosa.
—Me cago en mi vida—bufo cuando me siento en el lado del conductor.
El culo me escuece más de lo que pensaba y la presión de estar sentada sobre mis extremadamente sensibles
nalgas, me provoca un escalofrío que me recorre de arriba abajo.
—Creo que será mejor que conduzca yo—decide Valeria invitándome a cambiarle el sitio.
A pesar de lo poco que me gusta ir en el asiento del copiloto, no protesto, creo que me voy a arrepentir de mis
ansias de ganar durante más tiempo del que imaginaba.
Capítulo 8

—¡Oh, por Dios! —exclamo casi sin aliento al darme la vuelta en la cama para colocarme bocarriba.
Al sentir el contacto del colchón contra mis nalgas por poco me desmayo. ¡Qué escozor!
—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta Valeria incorporándose de golpe completamente desubicada.
—Mi culo, Val. Si es que soy gilipollas—sollozo tratando de que el aire vuelva a mis pulmones.
—A ver, date la vuelta—me pide soñolienta después de encender la luz.
Me giro con esfuerzo y dejo que Valeria me baje los pantalones del pijama, ya que no uso bragas para dormir.
—Te dije que teníamos que parar—me reprende.
—¿Está muy mal? —pregunto asustada.
—Será mejor que lo veas por ti misma.
Valeria coge su móvil y ni corta ni perezosa le hace una foto a mi trasero. Después planta la pantalla ante mis
ojos y, a pesar de que todavía no me he adaptado a la luz, puedo ver perfectamente la totalidad de mis nalgas todavía
enrojecidas contrastando con la piel pálida de mis piernas.
—Joder, no voy a poder sentarme en un mes—me quejo enfadada conmigo misma.
—En un mes no sé, pero está claro que en una silla te va a costar. Madre mía, verte sentada a la mesa durante la
cena de tus padres va a ser un momento épico—se ríe la muy zorra.
—Coño, no había pensado en eso—me lamento.
—Te voy a hacer un masaje con uno de esos aceites corporales que tienes por ahí, eso te aliviará un poco. Lo
meteremos en la maleta.
Mientras ella cumple su palabra cojo mi móvil para comprobar la hora. Son algo más de las seis, había puesto el
despertador a las siete, así que supongo que tratar de seguir durmiendo ya no tiene sentido.

Tres horas más tarde tomamos el desvío que lleva a la casa de campo de mis padres. Al final le he dejado el
coche a Valeria y yo me he sentado sobre un mullido cojín para que la dureza del asiento no haga resentirse mis
nalgas más de lo que ya están. Es una pista ancha de tierra que serpentea por la montaña durante ocho kilómetros
cruzándose con varios caminos. No podría contar la de veces que acompañaba a mi padre a buscar a familiares o
amigos que venían a visitarnos y acababan perdidos por estos caminos.
Avanzamos los dos primeros kilómetros con cierta tranquilidad, pero llegadas a cierto punto empezamos a
encontrar pequeños baches que Valeria trata de esquivar a toda costa para evitarle el mal rato a mi trasero.
—Gira a la izquierda en el siguiente cruce—le indico agarrándome al soporte del techo cuando no logra esquivar
dos baches que estaban demasiado juntos.
—Lo siento.
—Tranquila, cuando llueve esta parte del camino se convierte en una zona con más cráteres que la luna. Solo
intenta cogerlos despacio, por favor.
Cuando por fin llegamos, Valeria observa el caserón con admiración desde el coche. La casa se alza en un
terreno con más de siete hectáreas y mi padre se ha pasado prácticamente la vida haciendo siempre pequeñas
reformas que la han convertido en una casa digna de alta sociedad.
—Vaya, no me lo imaginaba tan grande—exclama sorprendida.
—Tranquila, aunque pueda dar otra impresión, somos una familia de lo más humilde. No esperes que nadie te
reciba con un traje de gala. En un día normal mi padre está en el huerto y mi madre en su jardín arreglando las flores
—le explico cuando nos apeamos del coche.
—¡Ingrid! —berrea mi hermana como una chalada, saliendo de los establos y corriendo en nuestra dirección.
—No te asustes, esa loca que viene por ahí es mi hermana, pero es inofensiva.
Yoli trastabilla en el momento en el que parecía haber alcanzado su velocidad máxima y acaba rodando por el
jardín, levantándose con tanta rapidez para hacerse la digna que ni siquiera me da tiempo de ir en su ayuda. Empiezo
a descojonarme de la risa y Valeria me da un codazo.
—No seas mala—dice roja del esfuerzo por no reír.
—Te puedes reír, Val, mi hermana está acostumbrada. No conocerás a nadie más torpe que ella.
—¿Y si se ha hecho daño? —pregunta sin aguantar más.
—Si se hubiese hecho daño estaría gritando como un cochinillo, créeme, es una dramática.
La casa da una impresión que no tiene nada que ver con la familia, aquí somos todos una panda de burros,
incluso yo, que soy la que menos viene últimamente acabo asilvestrada en cuestión de horas.
Mi hermana llega hasta nosotras sofocada por la carrera y con algunas virutas de hierba enganchadas en la ropa.
—Ya era hora—dice envolviéndome en un abrazo que me oprime las costillas—y deja de reírte, idiota.
—Lo siento—me disculpo sin poder aguantarme—¿te has hecho daño?
—No, creo que con el paso de los años mi cuerpo se ha adaptado y ya no siento nada cuando ruedo por el suelo
—contesta girándose hacia Valeria sin darle mayor importancia.
Admiro mucho a mi hermana por eso, siempre le ha importado muy poco lo que los demás opinen de ella y estoy
segura de que eso la hace ser una persona mucho más feliz.
—Val, ella es mi hermana Yoli, Yoli, ella es…
—Ya sé quién es—me corta acercándose a Valeria para estrujarla también—un placer, estaba deseando
conocerte. Vaya, qué joven—exclama mi hermana mirándola de arriba abajo—tú sí que sabes, hermanita.
Creo que voy a arrepentirme de haber venido.
—Vamos, mamá está deseando conocer a Valeria—dice señalando la casa para que la sigamos.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Ya no quiere verme? —pregunto haciéndome la ofendida.
—A ti ya te tiene muy vista—suelta la muy gilipollas guiñándole un ojo a Valeria, que me mira sin poder dejar
de sonreír.
Definitivamente me voy a arrepentir. Sacamos las maletas del coche y seguimos a Yoli hacia la entrada. Ya he
visto varios coches aparcados de familiares cercanos que supongo que llegaron ayer.
Cuando entramos nos dirigimos directamente a la que es mi habitación cuando me quedo aquí. Dejamos las
maletas, nos refrescamos la cara y salimos al jardín trasero, donde encontramos a mis padres y a varios familiares.
Les presento a Valeria, la reciben con una abrazo familiar y procedo a presentarle a algunos de mis tíos y mis
primos.
—¿Estás bien? —le pregunto a Valeria cuando por fin logramos apartarnos un poco.
—Sí. Relájate, tienes una familia encantadora—contesta con una intensa sonrisa sentándose al lado de una de las
mesas.
—No te fíes de las apariencias, Val, hay auténticas víboras camufladas entre la gente—suelto a la vez que afirmo
con la cabeza como si necesitase confirmármelo a mí misma.
—Come, Valeria—le ordena mi hermana—debéis estar hambrientas por el viaje.
Valeria no se lo piensa dos veces y se inclina hacia delante para coger una ensaimada de la mesa rebosante de
todo tipo de pastas, galletas, zumos y café.
—Y a mí que me den—suelto en voz baja con los ojos en blanco.
—Nuestra invitada es ella y me ocuparé personalmente de que no le falte de nada—dice mi hermana tan servicial
como siempre—tú apáñate solita.
—Gracias, Yoli—responde Valeria.
—A ti. Si necesitas cualquier cosa no dudes en pedírmela a mí, que aquí mi señora hermana nunca ha tenido el
don de ser una buena anfitriona—se burla.
Miro a Valeria y enarco una ceja, ella me dedica un guiño y las dos nos sonreímos. Puede que mi hermana tenga
razón, eso de ponerme al servicio de los demás no va conmigo, aunque dudo que Valeria tenga ninguna queja sobre
como la trato cuando está en mi casa.
—La esclavitud se abolió hace tiempo, Yoli, aquí todo el mundo tiene brazos y piernas, así que siéntate de una
vez y disfruta del desayuno—digo sabiendo que no me hará caso.
—Habla la que sigue en pie desde que ha llegado, ¿qué pasa? ¿Es que te preparas por si tienes que salir
huyendo?
—Me he pasado dos horas sentada en el coche, me apetece estar así—me excuso con lo primero que se me pasa
por la cabeza.
Valeria baja la mirada y se aguanta la risa la muy hija de puta.
—Pues bien que ella se ha sentado, como tiene que ser, a disfrutar con la familia—insiste mi hermana señalando
a Valeria.
A ver cómo le explico yo que tengo el culo al rojo vivo y que no estoy dispuesta a sentarme en las putas sillas
del jardín, qué son de plástico.
—Vaya, mira quien se ha dignado a honrarnos con su presencia—dice Yoli colocándose las manos en la cintura.
Besaré a quien sea que viene por lograr con su presencia que mi hermana haya olvidado el tema por completo.
Me inclino hacia un lado porque su cuerpo me tapa y la veo venir, con unas enormes gafas de sol mientras
camina con ese aire chulesco subida sobre sus taconazos.
—Y ahí tienes a Tania, mi hermana pequeña. La que llegó por sorpresa, ese típico embarazo no deseado, pero,
en fin, tenemos que quererla igualmente—suelto en voz alta para que me escuche.
Mi hermana se muerde el labio con su aire de prepotencia y se quita las gafas justo cuando llega ante nosotras.
—Te he escuchado, capulla—dice apuntándome con su dedo de uñas postizas y extremadamente largas—ya sé
que para ti es un suplicio quererme, pero no creas que los demás lo tenemos fácil para quererte a ti—escupe
vengativa.
Valeria nos observa estupefacta, y entonces mi hermana se acerca y nos abrazamos con fuerza. Después abraza a
Yoli y la reclamo para presentarle a Valeria.
Cuando la enfoca entorna los ojos de un modo muy curioso y me doy cuenta de que Valeria ya no sonríe, se ha
quedado con la boca abierta y las cejas alzadas por la sorpresa.
—¡Vaya! —exclama Valeria—¿tú eres…?
—Sí, pero no se lo digas a estas mojigatas porque no lo entenderían—la corta mi hermana antes de estamparle
dos besos en la cara.
Valeria me mira y yo le hago un gesto interrogativo para que me explique qué coño pasa.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta Yoli en nombre de las dos como si me leyese el pensamiento—¿os conocéis?
¿Quién se supone que eres, Tania?
—Solo soy tu hermana pequeña, Yoli, esa a la que casi dobláis la edad y que todavía tiene las tetas en su sitio—
dice la muy gilipollas para provocarnos.
—Ya te gustaría a ti llegar a mi edad y tener unos pechos como los míos, bonita. Te recuerdo que tanto los míos
como los de Ingrid son naturales.
—¡Zasca! —suelto sin poder contener la risa.
—Yo no tengo la culpa de haber nacido con menos tetas que papá—se defiende.
—Eso también es verdad—añade mi hermana—ahora dime, que se te da muy bien desviar las conversaciones.
¿De qué os conocéis Valeria y tú?
—Coincidimos una vez en una fiesta de disfraces—dice guiñándole un ojo a Valeria—yo iba de mujer fatal con
látigo y todo, y Valeria estaba estupenda enfundada en un traje de cuero a lo Kill Bill. Estuvimos haciendo bromas
sobre que realmente éramos esas personas, ya sabes.
—Ah—dice la inocente de mi hermana—pues vaya casualidad, ¿verdad, Ingrid?
—Sí, mucha casualidad—respondo yo, que me he quedado rígida como un alambre.
—Bueno, os dejo. Alguna de nosotras tiene que hacer de anfitriona con la familia.
Yoli se marcha sin más y Tania se acerca a mí con una sonrisa enorme que no se molesta en disimular.
—Vaya, vaya, Ingrid—me susurra colocándose a mi lado—y yo pensando que eras igual de mojigata y estirada
que Yolanda. ¿Te gusta que te castiguen?
La miro con ganas de estrangularla, pero no contesto nada porque mi cerebro todavía está procesando lo que
acaba de suceder.
—Sí, yo creo que sí—se responde ella—en fin, luego me sigues contando cositas—añade mordaz—voy a
saludar a papá y a mamá antes de que se quejen de lo fría que soy. Nos vemos luego, Valeria—le dice de forma
amable y sincera.
—Claro—responde Valeria sin moverse.
Capítulo 9

—Vamos—le ordeno a Valeria para que se ponga en pie.


—¿A dónde?
—A un lugar privado, tenemos que hablar.
—¿Ahora? ¿Qué pensarán los demás si nos marchamos así? —pregunta poniéndose en pie.
—Me da igual lo que piensen, estoy en mi casa y puedo hacer lo que me dé la gana—respondo ofuscada.
Camino dirección a la casa, pero no sin antes cerciorarme de que Valeria me está siguiendo.
—¿A dónde vais? —escucho detrás de nosotras.
Me giro en redondo y veo a Yoli caminando en nuestra dirección con cara de no entender nada.
—A darnos una ducha y descansar un poco, anoche nos acostamos tarde y quiero estar despejada para la
ceremonia y la cena.
—Ah, claro, por supuesto, además vivís lejos y el viaje se hace muy pesado—contesta comprensiva.
—Exacto.
—Qué inocente eres, Yoli.
A esta no la he escuchado venir, pero ahí está Tania, tan inoportuna como siempre.
—Seguro que Ingrid va a enseñarle lo cómodo que es el colchón a Valeria. ¿A qué sí hermanita mayor de tetas
perfectas? —pregunta mirándome a mí.
—Y culo perfecto—añade Valeria.
La miro sorprendida por su comentario, pero no le digo nada porque creo que ha sido algo totalmente inocente.
Está claro que se siente cómoda con Tania y eso la ha llevado a hablar como si estuviese entre amigas.
—Qué tonta soy—dice Yoli con las mejillas ardiendo—vosotras deseando escaparos para tener un poco de
intimidad y yo aquí con mis tonterías. Es normal que queráis haceros arrumacos, estáis al principio de la relación—
añade provocándome un escalofrío mientras Tania observa la escena conteniendo la risa—cuando yo comencé con
Pablo también nos buscábamos a todas horas, lo hicimos como conejos en todos los rincones de la casa.
—Vale, Yoli, me hago una idea, pero no necesito esos detalles—la corto espeluznada de pensarlo.
—Espero que no lo hicieseis en mi habitación—escupe Tania con cara de asco.
Yoli se encoge de hombros y Tania entorna los ojos.
—Vamos, Valeria. Si seguimos escuchando a estas dos no llegamos a la habitación en toda la tarde.
—Eres muy desagradable, Ingrid—contesta Tania—un comportamiento así debería merecer un castigo, ¿a qué
sí, Valeria? —pregunta con toda esa maldad que tiene dentro la muy zorra.
Será cabrona.
—Bueno, en el fondo no es tan dura como parece—dice Valeria para relajar el ambiente.
—Aun así, si yo tuviese una novia como ella creo que le daría unos cuantos azotes para domesticarla. Plas, plas
—dice haciendo un gesto con la mano a la vez que me guiña un ojo—o quizá le pondría un bozal para que no abra
esa bocaza, sí, creo que esto último sería muy interesante, o quizá las dos cosas.
—¡Tania! —vocifera Yoli escandalizada mientras yo me muerdo los carrillos para no contestar.
—Que lo paséis bien, yo me llevo a la puritana esta—dice cogiendo a Yoli de un brazo mientras yo las miro sin
pestañear.
—Tú y yo ya hablaremos—la amenazo iracunda, joder, ya no recordaba la capacidad que tiene Tania para
cabrearme. Siempre fue una jodida chinchona y yo una estúpida por entrar en su juego una y otra vez, es lo que tiene
no saber morderse la lengua.
—Ya lo creo que hablaremos, no podré dormir sin saber cómo alguien como tú, ya sabes…
—¡Cállate ya, Tania! —grito colérica.
—¿Ya empezamos? ¿No lleváis ni una hora juntas y ya estáis discutiendo? —nos reprende mi padre apareciendo
de repente—¿es que no podéis comportaros ni en un día tan especial como este?
—Lo siento, papá—me disculpo inmediatamente acercándome a él y besando su mejilla—no estamos
discutiendo, es solo que tu hija esa que estuvo a punto de nacer en el establo todavía no ha aprendido a controlar su
lengua viperina. Cualquier día de estos se muerde y se envenena.
—Solo intento seguir tus pasos, Ingrid, desde pequeña fuiste la mujer en la que me quiero convertir algún día—
suelta la hija de puta acercándose a nosotros.
Primero le da un sonoro beso a mi padre y después me da otro a mí poniendo su maldita cara de inocencia. Esa
que siempre le servía para que la creyesen a ella antes que a mí.
—Me gustaría que os comportaseis durante lo que queda de día, como le deis un solo disgusto a vuestra madre
os desheredo a las dos—amenaza divertido.
Sonrío y trago saliva al comprobar lo mayor que está, con su escaso pelo totalmente blanco y unas profundas
arrugas que delatan sus setenta y un años.
—No te preocupes, papá—digo dándole otro beso.
—Exacto, yo me ocupo de estas dos—interviene Yoli, que lo coge por el codo y camina a su lado de nuevo hacia
las mesas.
—Paz, hermanita—me dice Tania con una sonrisa—en realidad venía a pedirte un favor.
—¿A mí?
—No, a la depredadora sexual que llevas dentro—dice con los ojos en blanco.
—Eres una…
—Vale ya—me pide Valeria—deberías cumplir lo que le habéis prometido a vuestro padre. ¿Qué necesitas,
Tania?
—El coche de mi hermana.
—¿Mi coche? ¿Dónde está el tuyo? ¿Y con qué has venido?
—El mío está en el taller, me ha traído un amigo.
—¿Y para qué lo quieres?
—Porque quiero acercarme al pueblo y escoger un bonito ramo de flores para que se lo traigan a nuestros padres
en nombre de las tres.
Le diría que eso puede encargarlo por teléfono, pero mi hermana, por extraño que parezca, siente la misma
devoción que mi madre por las flores. De pequeña se pasaba horas en el jardín con ella ayudándola, incluso decía
que de mayor sería florista y montaría su propia tienda.
—Está bien, ten cuidado con los baches—digo entregándole las llaves.
—Conozco estos caminos igual de bien que tú, Ingrid, ah, no, que tú tienes muchos años más de experiencia—
suelta antes de darse la vuelta.
Yo resoplo y me muerdo los labios.
—Déjala, solo lo hace porque sabe que te pone de los nervios—me dice Valeria—y tú eres tan tonta que caes
una y otra vez. Joder, venir aquí está siendo mucho más divertido de lo que esperaba.
Valeria besa mi mejilla antes de que ladre y me coge de la mano para seguir hacia el interior de la casa.
—Dime que no te la has follado—suelto en cuanto entramos en mi habitación.
Valeria se gira hacia mí sorprendida y me observa sin pestañear.
—¿A Tania? —pregunta aguantándose la risa.
—Sí, joder. Y a mí no me hace ninguna gracia, Valeria. Está claro que ella también ha acudido a alguna fiesta
BDSM y habéis coincidido ahí.
—¿Y porque hemos coincidido en una fiesta das por hecho que hemos follado? —pregunta arqueando las cejas.
—No doy nada por hecho, por eso te pregunto. Las dos sois jóvenes, guapas y está claro que compartís gustos.
Ay, mierda, dime que no ha sido una de las clientas que tenías cuando trabajabas en la mazmorra.
Noto como el estómago se me cierra y un pinchazo incómodo me atraviesa la cabeza a modo de zumbido.
—Está claro que no tienes ni idea de quién es tu hermana—cabecea Valeria entre impresionada y divertida—
siéntate—me pide señalando la cama.
Me quito los zapatos y con sumo cuidado me acomodo. Expulso aire lentamente cuando siento el escozor de mi
culo al rozar con el colchón y después me limito a estirar las piernas, la verdad es que estaba deseando sentarme.
—Tu hermana no ha sido nunca clienta mía—aclara Valeria sentándose a mi lado—y tampoco hemos follado ni
hecho nada juntas, así que relájate.
Doy gracias al cielo al escucharla, porque de haberse liado con mi hermana creo que hubiésemos tenido un serio
problema. La sola idea de pensarlo me pone los pelos de punta.
—¿Pero iba a la mazmorra?
—No, Ingrid—dice riendo—joder, todavía no me creo que Tania y tú seáis hermanas.
—¿Me vas a decir ya de qué la conoces? —me impaciento.
—La conocí el año pasado en una fiesta como bien ha dicho, en concreto en la misma a la que fuimos tú y yo
ayer.
Siento un escalofrío ante la idea, si me la llego a encontrar anoche creo que no lo hubiese superado nunca.
—¿Fue con alguna ama?
—No, Ingrid—resopla Valeria mientras coge su móvil y busca algo—tu hermana no es la sumisa de nadie—dice
sin apartar la vista de la pantalla—es una Mistress como lo era yo, y de las mejores.
Valeria me muestra la pantalla de su móvil. Es la página web de otra mazmorra, y entre las diferentes amas a las
que contratar, aparece mi hermana con su mirada salvaje y una pose realmente dominante.
—¡Joder! —exclamo impresionada—¿en serio?
—Ya te digo, se hace llamar Baby Miler, y te aseguro que está muy solicitada. En cuanto empezó comenzó a
destacar muy deprisa y se ha convertido en una de las Mistress más cotizadas.
—¿Baby Miler? ¿En serio? Joder—digo riendo, así es como la llamaban mis amigas cuando venían a casa.
—Sí, jamás pensé que tendríais relación alguna.
—Pues ya ves. ¿Cuánto lleva en esto?
—No lo sé, al menos un par de años. ¿Qué edad tiene? —pregunta con curiosidad.
—Veinticinco, yo tenía dieciocho cuando nació, y Yolanda veintiuno. Realmente llegó por sorpresa, mi madre
no supo que estaba embarazada hasta que estaba de cuatro meses. Tenía cuarenta y dos años cuando se quedó en
estado y pensó que el hecho de que no le viniese la menstruación podía deberse a una menopausia temprana. Pero le
comenzó a crecer la barriga y se hizo la prueba.
—Menuda sorpresa—dice Valeria riendo.
—Ya te digo. Recuerdo que mi madre se asustó al ver el positivo, pensó que mi padre se enfadaría por el
descuido y nos suplicó que fuésemos nosotras las que se lo contásemos. Yo estaba tan impactada por la noticia que
dejé que fuese Yoli la que hablase con mi padre, y lejos de enfadarse se puso a llorar de emoción.
—¿Por qué os lleváis tan mal tú y Tania?
—No es que me lleve mal, Val, no te guíes por lo que ves porque si alguien le hace daño te juro que le rajo el
cuello. Pero siempre fue muy impertinente, se había convertido en el ojito derecho de mi padre y le encantaba
hacernos rabiar a Yolanda y a mí. Yoli es más pasiva y la ignoraba, pero yo, ya sabes que no puedo morderme la
lengua, y eso me convirtió en la presa de Tania.
—Nunca aprenderás a controlarte—se ríe Valeria.
—Si no lo he hecho ya, dudo bastante que lo haga. Yo me independicé cuando ella tenía siete años, pero todos
los fines de semana veníamos aquí y ella tenía la capacidad de pasar de ser la cría más adorable y cariñosa que hayas
visto nunca, a convertirse en un ser diabólico que se las ingeniaba para provocarme y luego parecer la inocente a
ojos de mis padres.
—Una manipuladora—ríe Valeria.
—Una manipuladora que ahora sabe que mi novia trabajaba en una mazmorra, tiene que estar frotándose las
manos la muy zorra—digo suspirando.
Capítulo 10

La comida del mediodía se convierte más bien en un tentempié, entre que todo el mundo ha desayunado mucho y
tarde, y que nos queremos reservar para la cena de la celebración, apenas nos hemos juntado. Valeria y yo hemos
salido sobre las cuatro de la habitación, después de habernos dado una ducha y de que ella le prestase ciertas
atenciones a mi trasero.
Le he enseñado todos los alrededores de la finca en la que me crie y sobre las cinco y media hemos vuelto con el
tiempo justo de arreglarnos para la lectura de renovación de votos de mis padres.
Una empresa se ha ocupado de disponerlo todo en el jardín principal. Una cincuentena de sillas blancas
distribuidas en dos bandos, frente a un arco de flores en el que, tras una pequeña misa del cura del pueblo, mis
padres leerán sus votos.
—Las hijas debemos sentarnos en primera fila, tú también, Valeria—informa Yoli, que aparece colgada del
brazo de mi cuñado Pablo.
—Espera, espera, Ingrid—me pide Tania con impaciencia cuando me dispongo a sentarme.
—¿Qué tengo que esperar? —pregunto girándome hacia ella sin entender nada.
—Te he traído un regalo—dice escondiendo algo detrás de su cuerpo.
—¿Un regalo a mí? ¿Tú? —pregunto estupefacta mientras Yoli observa la escena emocionada como si el regalo
fuese para ella.
—Sí, claro, para eso están las hermanas, ¿no? —ironiza con su sonrisa diabólica a la vez que me muestra el cojín
en el que he venido sentada en el coche.
Será hija de la gran puta.
—¿Un cojín? —se sorprende Yoli mientras yo noto como la sangre comienza a hervirme en las venas.
—Bueno, lo he visto en el coche y he pensado que lo habías olvidado. No me costaba nada acercártelo ya que
has tenido la amabilidad de prestármelo. Supongo que tu culo lo agradecerá, ¿verdad, Valeria? —pregunta la muy
zorra dejándolo sobre mi silla.
Valeria ha tratado de mantenerse seria durante todo el teatro que ha montado Tania, pero llegados a este punto,
entre mi cara iracunda y la de Yoli que todavía parece buscar una razón en su cerebro para el maldito cojín, no ha
podido aguantar más y comienza a reír tapándose la boca con la mano.
—Madre mía, es que todavía no me lo creo—cabecea Tania—plas, plas, eh, hermanita.
—¿Me vas a hablar tú de plas, plas? —estallo iracunda—seguro que eres de las que los lleva atados como perros
y después…
—Vale ya—me corta Valeria tapándome la boca, eso sí, la muy zorra no deja de reírse.
—Venga, Ingrid, no te lo tomes así. Ha sido una broma, y reconoce que en el fondo necesitas el cojín. La aloe
vera va muy bien, por cierto—suelta sentándose y mirando al frente para dar por zanjada la discusión.
—¿Se puede saber qué os pasa? —se enfada Yoli—la ceremonia está a punto de comenzar y vosotras dos aquí
discutiendo como dos crías.
—La cría es ella—la acuso señalándola.
—Y tú también. Le prometí a papá que os mantendría controladas, no me hagáis daros un par de azotes a cada
una como cuando erais pequeñas.
—A Ingrid le harías un favor—escupe Tania arqueando una ceja.
—Igual le puedes prestar alguno de tus juguetitos para que me azote—contesto haciendo que Tania enmudezca.
—¿Se puede saber de qué habláis? —berrea Yoli.
—De nada, Yolanda, no les hagas caso—interviene Valeria en tono conciliador.
Por suerte, en ese momento aparece el cura y nos pide que tomemos asiento y guardemos silencio. No me queda
más remedio que sentarme sobre el maldito cojín y en el fondo lo agradezco.
—La estrangularé con mis propias manos como no se calle—le susurro a Valeria mientras el cura suelta su
sermón.
—No lo hará mientras sigas entrando en su provocación, Ingrid.
—Tampoco si tú le ríes las gracias—le suelto entornando los ojos.
—Pues no me voy a disculpar si es lo que esperas, no sabes lo bien que me lo estoy pasando a vuestra costa—
confiesa aguantándose la risa.
Igual tendría que darle unos azotes yo a ella por cabrona.
Después del sermón y de que mis padres se juren amor eterno otra vez mientras Yoli llora a moco tendido, llega
la hora de la cena y tengo la mala suerte de que a uno de mis lados se sienta Tania.
—Valeria me ha contado a qué te dedicas. Como vuelvas a mencionar el tema delante de Yolanda se lo cuento a
nuestros padres—la amenazo susurrando.
—Está bien, sosa—concede con fastidio.
—¿Entonces tu trabajo en la peluquería es mentira? —le pregunto tras pensar en el asunto.
Tania se pone seria y mira en todas direcciones para asegurarse de que nadie nos presta atención.
—No exactamente. Cuando dije que empecé a trabajar en la peluquería era verdad, y cuando me metí en este
mundo simplemente omití la nueva información porque no creí que nadie en esta familia fuese capaz de comprender
a qué me dedico.
—Lo lamento—digo sinceramente—hasta que Jorge me llevó a la mazmorra en la que trabajaba Valeria este
mundo era algo que me parecía un tema censurado.
—¿Fuiste con Jorge a una mazmorra? —pregunta incrédula conteniendo la risa.
—Sí, hija—contesto con los ojos en blanco—la idea fue suya.
—No me lo puedo creer, pero si ese tío era un soso.
—Ya, bueno, a veces las personas nos sorprenden. ¿Cómo te metiste tú en esto?
—Por una nueva clienta de la peluquería. Venía cada día a que le alisáramos una larga melena rojiza y se la
recogiésemos en una cola tensa y perfecta. Me intrigó desde el primer momento, siempre con sus taconazos y ropa
corriente pero que a la vez resultaba provocativa. No sabría describirlo muy bien. Al principio no hablaba mucho,
pero al venir a diario comenzó a coger confianza y un día mi jefa le preguntó a qué se dedicaba. Contestó que si
queríamos saberlo entrásemos en su cuenta de Twitter, y se marchó sin más.
—Vaya—digo sorprendida.
—En cuanto salió por la puerta la busqué por el nombre que me había dicho y me quedé impresionada. Era una
dominatrix y, la cuenta, además de tener fotos de ella muy sugerentes, tenía bastantes vídeos de fragmentos de
sesiones. Mi jefa me hizo salir del perfil de inmediato, escandalizada por lo que había visto, pero yo no pude dejar
de pensar en ello durante el resto de la jornada y en cuanto llegué a casa me senté frente al ordenador y me quedé
hipnotizada.
—¿Por ella?
—Por ella no, por lo que hacía. Algo se despertó dentro de mí, una sed que no dejó de crecer. Al día siguiente
cuando la vi le pregunté si podía introducirme en ese mundo, la muy zorra me sonrió como si supiese que tarde o
temprano se lo iba a pedir.
—¿Y qué pasó? —pregunto alzando las cejas.
—Me apuntó su dirección y me dijo que me pasase el siguiente viernes por su casa. Daba una pequeña fiesta con
algunos amigos que se dedicaban a lo mismo. Joder, Ingrid, fui allí y me preguntaron si quería dominar o ser
dominada. Yo lo tenía clarísimo, quería castigar y dos de ellos se ofrecieron a ser mis sumisos aquella noche. Me
dijeron lo que querían y yo se lo di—dice suspirando de emoción al recordarlo.
—Siempre has sido una cabrona con carácter—le suelto haciéndola reír.
El resto de la cena transcurre como cualquier celebración y termina pasadas las doce de la noche. Cuando
entramos en la habitación estoy tan cansada que en cuanto me quito la ropa me derrumbo en la cama suspirando.
Valeria se tumba a mi lado acomodando su cabeza sobre mi pecho cuando suena el aviso de un correo en mi móvil.
—¿Quién te deja un mensaje a estas horas? —pregunta Valeria soñolienta.
—No lo sé, y no es un mensaje, es un correo—respondo realmente extrañada.
Contrariada, estiro el brazo para alcanzar el móvil y lo desbloqueo. El remitente es un correo que no me suena de
nada y en cuanto entro aparece un vídeo.
—Creo que se han equivocado—le digo a Valeria sin prestar mucha atención.
—Esas parecemos nosotras, Ingrid—dice ella abriendo los ojos de par en par cuando observa la imagen
congelada que se muestra como primer fotograma en el vídeo.
Cuando enfoco mejor me doy cuenta de que tiene razón y le doy para que se reproduzca. Por poco se me para el
corazón cuando descubro que somos nosotras follando en mi despacho.
—Esto tiene que ser una broma—digo incorporándome de golpe.
El vídeo dura veinte segundos, en él se nos ve claramente. Yo apoyada en el escritorio con la falda en la cintura
y Valeria frente a mí con los pantalones bajados mientras me folla sin descanso. Valeria va a decir algo, pero
entonces vuelvo atrás y me doy cuenta de que debajo del vídeo hay un texto breve.
“Cincuenta mil euros antes del viernes o todo el mundo recibirá el vídeo completo”
Capítulo 11

—Joder, ¿cómo coño ha podido pasar esto? —pregunto fuera de mí después de saltar de la cama.
Sujeto el móvil en mi mano con tanta fuerza que tengo los nudillos blancos y el brazo entero me tiembla. El
corazón me va a mil por hora y cuando me pongo a pensar en lo que implicaría que todo el mundo recibiese un
vídeo como este, las piernas me fallan y me dejo caer de rodillas al suelo.
Valeria me observa colocada de rodillas sobre el colchón con la boca abierta y la mirada completamente perdida.
Permanece estupefacta como si su cerebro y sus pensamientos necesitasen ralentizarse para procesar lo que acaba de
pasar.
De rodillas en el suelo, vuelvo a abrir el mensaje con la esperanza de que esto haya sido una terrible pesadilla y
ya no esté. Pero no es así, el vídeo sigue ahí y la amenaza también. Intento levantarme, pero las fuerzas me han
abandonado. Me siento como si estuviese fuera de mi cuerpo hasta que Valeria aparece de repente frente a mí y me
coge por los brazos.
—Levanta, Ingrid, vuelve a la cama que vas a coger frío—me pide con voz queda.
Obedezco sin parpadear y las dos nos sentamos en mi lado de la cama.
—Vamos a tratar de calmarnos—me pide Valeria.
—¿Cómo me voy a calmar, Val? —estallo de repente—¿tú sabes lo que pasará si este chalado envía este vídeo?
Lo perderé todo, todos nuestros clientes se irán a la competencia y tú y todos los que trabajáis para mí os quedaréis
en la calle—expongo casi sin respirar.
—Ya lo sé, Ingrid, precisamente por eso hemos de calmarnos y pensar en todas las posibilidades. Nos ha dado
hasta el viernes, eso nos deja casi toda la semana para encontrar una solución.
—¿Nos ha dado? Me lo ha dado a mí, Val, es a mí a quién intenta chantajear—escupo rabiosa.
—No te olvides de que la otra persona que sale en ese vídeo soy yo y que, aunque no fuese así, esto me afecta
tanto como a ti porque te quiero, y lo que te pasa a ti me pasa a mí—contesta enfadada apartándose de mi lado.
—Espera, Val, perdona—le pido reteniéndola—es que estoy muy nerviosa.
—Ya lo sé, pero hemos de mantener la mente fría, Ingrid.
—De acuerdo—asumo intentando recuperar el ritmo de mi respiración—pensemos con la cabeza fría.
—Eso es—añade sonriéndome al ver que empiezo a centrarme.
A veces me sorprende el aplomo de Valeria. La extorsión le ha producido el mismo impacto que a mí, con la
diferencia de que ella se ha tomado solo un par de minutos para digerir el golpe y después ha decidido pasar al
ataque.
—Vámonos a mi casa, está claro que ninguna de las dos vamos a poder pegar ojo esta noche—propongo
mientras me pongo en pie—por el camino podemos pensar en nuestras opciones y así mañana a primera hora ya
estaremos allí para hacer lo que tengamos que hacer.
—Me parece bien, pero conduzco yo, tú estás demasiado nerviosa todavía.
—De acuerdo—concedo sin protestar.
Para cuando salimos de la habitación con las maletas mis padres ya se han acostado y no puedo despedirme de
ellos, pero en el jardín todavía queda gente tomando las últimas copas, entre ellos Tania.
—¿Os vais? —pregunta frotándose los ojos por el sueño.
—Sí, me ha surgido algo en la empresa y quiero estar allí a primera hora para solucionarlo.
Parece que realmente debo parecer afectada, porque Tania en lugar de atacarme con alguna de sus gilipolleces,
viene hacia mí y me abraza.
—¿Estás borracha? —le pregunto sorprendida.
—No, idiota. Bueno, puede que un poco, pero el abrazo es sincero, aunque no te lo creas te quiero.
—Ya lo sé, cariño, y yo a ti—contesto dándole un beso en la mejilla—despídeme de papá, mamá y de Yoli y
Pablo, por favor.
—Está bien, conduce con cuidado.
Deshacemos el abrazo, Tania y Valeria se despiden con un par de besos en las mejillas y nos subimos en mi
coche.
—Vale, centrémonos—digo respirando hondo—lo primero que hay que averiguar es cómo cojones ha
conseguido ese vídeo.
—Eso no es difícil, Ingrid—contesta Valeria sin apartar la vista de la carretera—en tu despacho hay cámaras, en
toda la oficina las hay. Recuerda que las pusimos para poder grabar al sobrino de Gabriel y demostrar que era él el
que te estaba jodiendo.
—No volvimos a usarlas más, Val—susurro sintiéndome imbécil.
—Pero tampoco las quitamos o las desconectamos, siguen ahí.
—Y toda la oficina sabe que las pusimos porque les expliqué lo que había pasado cuando vieron a tanta policía
por allí.
—Exacto.
Siento que el corazón se me va a salir por la boca. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—Ha de ser alguien de allí, Val. Alguien ha hackeado la aplicación y, joder, no me puedo creer que me esté
pasando lo mismo otra vez—digo tapándome la cara con las manos—esto es una puta pesadilla.
—Lo primero que haremos mañana será quitar todas las cámaras—dice cogiendo mi mano.
—Eso no resuelve el problema, a saber cuántos vídeos como ese tiene ya este hijo de puta.
—Lo sé, pero hemos de comenzar a atajar el problema, y quitar las cámaras es algo que podemos hacer nosotras
solas.
—Y lo haremos, y después decidiremos el siguiente paso.
—Está bien. Podríamos pedirle ayuda al informático—propone Valeria—quizá él sepa algún modo de localizar
al dueño de ese correo y descubrir quién te lo ha enviado.
—No—me niego rotunda—quien ha hecho esto tiene que ser alguien de la empresa, Val, alguien que sabía que
las cámaras estaban ahí y con conocimientos suficientes para conseguir la contraseña de la aplicación. No estoy
acusando al informático, pero reconoce que es el que más posibilidades tiene y, si acudimos a él, no le costará
mucho hacer que las pruebas apunten hacia otra persona.
—Tienes razón. ¿Entonces qué hacemos?
—Iremos a la policía y pondré una denuncia. Ellos tienen los recursos para descubrir a la persona que ha enviado
este correo y quizá estén a tiempo de detenerlo antes de que cumpla su amenaza.
—¿Te has planteado pagar?
—Solo como último recurso, Val. Ya sabes cómo funciona esto, si accedo a sus exigencias cuando se le acabe el
dinero me pedirá más y entraremos en una rueda que me arruinará y, al final, el resultado acabará siendo el mismo,
nos quedaremos todos sin trabajo.
—Cierto, pagar no es una opción. Hemos de encontrarlo antes.
Para cuando me quiero dar cuenta Valeria está parada frente a la puerta de mi casa esperando a que abra la
puerta de fuera para meter el coche. A diferencia del trayecto de ida a casa de mis padres que se me hizo algo
pesado, de este no me he enterado.
—Ahora que tenemos las cosas un poco más claras intentemos dormir un poco—le digo a Valeria cuando
entramos en la habitación—mañana será un día muy largo, y el resto de la semana también.
Capítulo 12

Cuando el despertador suena quiero lanzarlo por la ventana y me arrepiento de haberlo puesto tan temprano un
domingo. Contra todo pronóstico, en cuanto cerré los ojos caí rendida al sueño, lo malo, es que eran casi las cuatro
de la mañana y tan solo han pasado tres horas. Estoy muy cómoda, acurrucada bajo el calor de las sábanas junto a
Valeria, que no parece haberse enterado del sonido de la alarma y su respiración es pausada y profunda. Qué envidia
me da verla así. Me debato entre cerrar los ojos cinco minutos más y disfrutar de este momento, que probablemente
será el único tranquilo que tendré en toda la semana, o comportarme como una adulta y levantarme.
Finalmente, me decido por lo segundo, porque me conozco y estoy tan agotada que como cierre los ojos cuando
vuelva a abrirlos habrán pasado cuatro horas por lo menos. Y si tengo que contar con que sea Valeria la que se
despierte estamos apañadas.

En cuanto llegamos al despacho, Valeria cierra la puerta y yo voy directa hacia la cámara que coloqué
disimulada sobre unos libros en la estantería, la desconecto y la lanzo contra el suelo descargando toda mi rabia en
ese gesto, que asusta a Valeria haciendo que dé un respingo.
—Joder, Ingrid, avisa antes de comportarte como una desquiciada—se queja mirándome sorprendida.
—Perdona, ha sido un arrebato—me disculpo dándole un abrazo y un beso en la mejilla.
Valeria me devuelve una caricia suave en la espalda y se agacha para recoger los restos.
—Deberíamos inspeccionar bien el despacho—propone cuando se pone en pie.
—¿Inspeccionarlo? ¿A qué te refieres? —pregunto dejando que los nervios vuelvan a apoderarse de mí
lentamente.
—A que nosotras sospechamos que ha utilizado nuestra cámara, pero ¿y si instaló la suya propia? —argumenta
haciendo que suspire para calmarme. Lo último que necesitamos ahora es volvernos paranoicas con esto.
—Ven aquí—le pido sentándome en el borde de mi mesa y señalando un sitio a mi lado.
Saco el móvil, abro el correo y vuelvo a reproducir el maldito vídeo.
—¿Lo ves? Es nuestra cámara, el enfoque es desde el mismo lugar—le digo mientras ella observa atentamente.
—Tienes razón—suspira con alivio—es que solo de pensar que quien sea que haya grabado esto nos ha estado
viendo follar me pongo enferma.
—Lo sé, pero contra eso ya no podemos hacer nada, lo que sí que podemos hacer es tratar de descubrir al
desgraciado que intenta jodernos.
—¿Y qué hacemos ahora?
—Tú echa un último vistazo en el despacho y después vete a casa, yo me voy a la comisaría a poner una
denuncia—afirmo con decisión.
—¿Estás segura?
—Completamente, no pienso permitir que nadie me amenace y me extorsione, si no corto el problema de raíz, no
acabará nunca.

Cuando entro por la puerta de la comisaría el corazón me late desbocado por los nervios. Jamás pensé que me
vería involucrada en un asunto así. Mientras le explico a la primera agente que me pregunta qué necesito, la
naturaleza de mi problema, me doy cuenta de que realmente ya no hay marcha atrás.
—Espere ahí, enseguida la haré pasar con alguno de mis compañeros.
—¿Podría atenderme una mujer? —le pregunto haciendo que me mire con cara de circunstancias—en el vídeo al
que me refiero aparezco, ya sabe…—trato de aclararle abochornada.
Seguro que si la cabrona de Valeria estuviese aquí conmigo no tendría ningún reparo en decir que aparecemos
desnudas.
—Entiendo, haré todo lo posible.
—Muchas gracias.
Al cabo de unos pocos minutos que se me han pasado extremadamente lentos, una mujer de más o menos mi
edad viene a mi encuentro.
—¿Señora Miler?
Le diría que señorita, pero está claro que mi rostro ya delata mi edad.
—Sí—contesto poniéndome en pie casi de un salto.
—Soy la inspectora Toledo, venga conmigo.
Menos mal, no solo es una mujer, sino que, además, no tiene pinta de que vaya a escandalizarse cuando le
muestre el vídeo.
—Usted dirá—dice después de que nos hayamos sentado frente a frente en un despacho.
Le relato lo sucedido, que realmente no es mucho, y le muestro el correo junto con el vídeo.
—¿Me permite? —pregunta pidiéndome el móvil.
Se lo entrego mientras trago saliva, pero, para mi sorpresa, tan solo ve el inicio del vídeo.
—Entiendo que todo es así.
—Sí—contesto acalorada.
—De acuerdo. ¿A qué se dedica usted? ¿Tiene capital para pagar lo que le piden?
—Soy empresaria—respondo parca en palabras—y sí, sí que podría pagar, pero no quiero.
—No le estoy pidiendo que lo haga, son cosas que necesito saber. Podemos enfrentarnos a un verdadero
profesional, alguien metódico que la ha escogido a dedo porque sabe que dispone usted del dinero, pero también
podemos enfrentarnos a una persona desesperada que necesita dinero urgentemente, si es el segundo caso, debe ser
alguien de su entorno, alguien que la conoce lo suficiente como para saber que dispone de ese dinero.
—¿Se refiere a un familiar? —pregunto perpleja.
—No necesariamente, puede ser un amigo, o ni siquiera eso, un conocido, un trabajador, un vecino. Cualquiera
que la conozca un poco.
—Esa lista puede ser enorme—protesto de mal humor.
—Lo sé. Si firma la denuncia, procederemos a rastrear la cuenta desde la que le fue enviado el correo.
—Eso parece sencillo, ¿no?
—Depende, si es un profesional es muy probable que no logremos nada por esa vía y la cosa se alargue, si
hablamos de una persona desesperada y primeriza no habrá tenido cuidado. Como mucho habrá seguido las pautas
de algún vídeo de internet pensando que es un experto, y en ese caso no debería ser difícil dar con él. En cualquier
caso, necesitaremos acceso a su correo electrónico y también a su cuenta en la aplicación que utilizó para activar las
cámaras la vez anterior. La aviso de antemano que varias personas tendrán que visionar el vídeo, ¿está dispuesta a
ello? Y, sobre todo, ¿lo está la otra mujer que sale en el vídeo?
—Ella no será un problema. ¿Acaso tengo otra opción? No pienso ceder a ningún chantaje.
—Y hace usted lo correcto—responde recostándose en la silla mientras junta las manos sobre la mesa.
La inspectora suspira con cansancio y se rasca el pelo como si algo rondase su cabeza.
—¿Qué piensa? —le pregunto nerviosa.
—En que sí que tiene otra opción. No debería decirle esto porque soy policía y mi labor es ayudarla. Pero si me
permite mi opinión, esto es obra de un chapucero, de alguien que encaja en el perfil de la persona desesperada que
solo busca conseguir dinero rápido y fácil.
—¿Por qué piensa eso?
—Porque llevo veinte años en el cuerpo y en este tiempo he visto lo suficiente como para saber que ningún
chantajista profesional, le daría un margen tan amplio de tiempo para conseguir una cantidad tan relativamente
pequeña.
—Joder, ¿entonces cree que es alguien de mi entorno?
—Así es.
—Tiene que ser algún empleado—concluyo mordiéndome el labio con rabia—eso encajaría perfectamente, si ya
se lo dije yo a Valeria—pienso en voz alta.
—¿Quién es Valeria? —pregunta la inspectora.
—La persona que sale en el vídeo conmigo.
—¿Y por qué cree que es un empleado?
—Porque nadie de mi familia me haría esto, y mis pocas amistades tampoco, si necesitasen dinero me lo
pedirían directamente. Además—añado cada vez más convencida de lo que digo—está el tema de la cámara del
despacho, solo mis empleados saben que las puse para pillar a aquel imbécil.
—Al que le robó hace unos meses—especifica ella tratando de ubicarse.
—Sí, ese. La aplicación puede descargársela cualquiera, basta con que entrasen en mi despacho cuando yo no
estaba, mirasen el modelo de la cámara y buscasen en internet.
—Exacto—interviene—después solo tuvo que hackearle el usuario y la contraseña, algo que lamentablemente,
por poco dinero se puede conseguir hoy en día de una manera muy rápida.
—¿Cuál es la otra opción que ha dicho que tenía? —le pregunto centrándome de nuevo.
—Hacerlo usted por su cuenta. Si intervenimos nosotros y no logramos dar con la IP desde la que se envió el
correo, tendremos que empezar a investigar a sus trabajadores y sobre todo a usted. El ambiente se suele cargar
mucho en estos casos, sobre todo cuando los empleados que son inocentes sienten que se sospecha de ellos. No es
nada agradable, se lo aseguro. Y lo más importante, el culpable se puede asustar, destruir las pruebas y no volver a
ponerse en contacto con usted durante una temporada, y entonces, al no tener ningún hilo del que tirar, nos veremos
obligados a aparcar la investigación para dedicar los recursos a otros casos.
—También puede cumplir su amenaza y compartir el vídeo—expongo alarmada.
—Es otra posibilidad, más pequeña, pero existe.
No puedo permitirlo, una cosa es que me pida dinero y me vea obligada a pagar si no damos con esa persona a
tiempo y otra que esté dispuesta a que todo el mundo me vea follando en mi despacho con una empleada. Sería el fin
de mi carrera, y también el de Valeria.
—Dígame cómo puedo hacerlo por mi cuenta.
—Contratando a un hacker—contesta dejándome de piedra.
—¿En serio?
—Completamente. Todo será mucho más rápido, ellos utilizan unos métodos que nosotros por ley no podemos
utilizar, y le aseguro que son mucho más rápidos y efectivos. Si se lo puede permitir y no quiere levantar sospechas
ni rumores, se lo aconsejo. Es lo que yo haría, se lo digo de mujer a mujer, porque si ese vídeo acaba en las redes
nos va a costar mucho eliminarlo del todo, y para cuando lo consigamos ya lo habrán visto todas las personas
importantes para usted.
—¿Dónde puedo conseguir uno de esos?
—Lo siento, no puedo ayudarla con eso—dice de repente poniéndose en pie—la acompaño a la salida.
Me quedo de piedra pensando en que esta mujer probablemente es bipolar. Pasa de querer ayudarme a mantener
mi intimidad a salvo a comportarse de un modo cortante en cuestión de segundos. No comprendo el motivo de ese
cambio hasta que no salimos a la calle.
—¿Tiene un bolígrafo en el bolso?
—¿Perdone?
—Un bolígrafo—repite—dentro de comisaría no era nada ético lo que voy a hacer, y supongo que aquí fuera
tampoco—dice más para ella misma que para mí.
—¿Y qué va a hacer?
—Darle un nombre. Es una persona acusada de un delito informático que ahora colabora conmigo de forma
extraoficial. Supongo que no tengo que decirle que no puede comentar esto con nadie. Si le dice a alguien que la he
ayudado yo lo negaré todo, y ella probablemente se vengue de usted de un modo que hará que este chantaje le
parezca una caricia.
—Comprendo.
—Bien. Y prepare efectivo, no es nada barata, pero le aseguro que antes de que termine la semana habrá dado
con la persona que la intenta chantajear.
—¿Y qué hago cuando lo haga?
—Entonces venga aquí, muéstrenos las pruebas que esa persona le conseguirá y nosotros nos encargaremos del
resto, eso sí, tendrá que decir que investigó por su cuenta.
—Está bien. ¿Le puedo hacer una pregunta? —le pido antes de marcharme.
—Usted dirá.
—¿Por qué me ha ayudado?
—Porque soy mujer, y me pongo en su pellejo y no me gustaría que un vídeo en el que aparezco practicando
sexo con quien me dé la gana, pasara de mano en mano porque un maldito perturbado ha decidido chantajearme.
Usted tiene los medios para evitarse este problema, aunque le cueste más dinero, hay otras mujeres que no, y se ven
sometidas a la humillación de que varios policías las vean en esa tesitura. No tiene usted ni idea de cuantos maridos
gilipollas chantajean a sus mujeres con vídeos de este tipo, o adolescentes que se graban unos a otros previa
planificación para humillar a una chica. Podría seguir con una enorme lista de razones por las que una mujer acaba
siendo grabada en contra de su voluntad. Intente solucionarlo por esa vía, y si no puede, cosa que dudo, entonces
vuelva aquí y yo me encargaré personalmente—zanja tendiéndome la mano para despedirse de mí.
—Me parecen razones más que suficientes—digo asintiendo mientras estrecho su mano.
—Ya, pues tengo otra de más peso—reconoce como si fuese una confesión.
—¿Cuál?
—Fui clienta de Valkiria—sentencia dejándome clavada en el sitio. Será hija de puta.
Trago saliva mientras la veo volver al interior y un escalofrío me recorre la nuca al pensar en lo que me ha
explicado sobre la cantidad de mujeres que son grabadas en contra de su voluntad. Serán cabrones.
Capítulo 13

En el tiempo que tardo en recorrer el camino de comisaría hasta la oficina la cabeza está a punto de explotarme en
varias ocasiones. Por un lado, no puedo dejar de pensar en llamar a esa hacker y acabar con esto cuanto antes, y por
otro, joder, por el otro no me quito de la cabeza la última frase de la inspectora: fui clienta de Valkiria. Será perra.
Los celos me consumen y trato de calmarme, sé que no debo preocuparme, es algo que pasó cuando ella trabajaba en
la mazmorra y no tengo ningún derecho a pedirle explicaciones.
—Hola de nuevo, señora Miler—me saluda Gabriel en un aullido casi imperceptible.
—Hola—contesto mecánicamente.
Por más que lo intento no logro calmarme, la frase de la inspectora me está quemando las entrañas. Pienso en
ella y en Valeria castigándola y, ¿qué coño? ¿Me acabo de poner cachonda?
—Lo que me faltaba—resoplo entrando al ascensor.
Mientras camino por el pasillo hacia el despacho hago varias respiraciones y trato de borrar la dichosa frase de la
inspectora de mi mente, debo centrar todos mis recursos en el problema y no en los celos que me provoca pensar en
que la inspectora Toledo hubiese podido disfrutar una mínima parte de lo que disfruté yo cuando pisé aquel sitio.
Cuando entro, Valeria sujeta el teléfono entre la oreja y el hombro mientras teclea en el ordenador lo que sea que
le están pidiendo y, a pesar de todo eso, tiene tiempo de levantar la mirada y dedicarme un guiño que me pinza el
pecho de alegría. Joder. Me acerco a ella y le doy un beso en la mejilla, un beso contenido e insonoro para que no se
escuche al otro lado de la línea y que me deja con ganas de más.
Dejo el bolso y me dirijo a mi mesa, y solo cuando me siento me doy cuenta de que llevo el papel con el número
de teléfono aprisionado y arrugado en la mano. Lo pongo sobre la mesa y trato de quitarle las arrugas con los dedos.
Valeria cuelga.
—¿Has puesto la denuncia? —pregunta a la vez que apunta algo en su bloc de notas.
—No—contesto poniéndome en pie otra vez.
—¿No? —se sorprende mirándome con cara de circunstancias.
Suspiro y me muerdo la lengua, debo centrarme en lo importante.
—La inspectora con la que he hablado me ha dado otra alternativa para ahorrarnos el trago de que otras personas
vean el vídeo y de tener a la policía por aquí husmeando.
—¿Y por qué iban a husmear aquí? ¿Qué le has dicho, Ingrid? —me acusa haciendo que la sangre me hierva en
las venas.
—Yo nada, ha sido ella misma la que por la naturaleza del mensaje ha llegado a la conclusión de que ha sido
alguien de mi círculo cercano, y tú y yo sabemos que mi familia no ha sido. Tiene que ser alguien de aquí, Valeria,
todos los empleados saben que había una cámara aquí dentro, ya lo hemos hablado y no quiero discutir.
—Está bien, ¿cuál es el plan entonces?
—Me ha dado este teléfono—digo agitando el papel en el aire—es de una hacker, no sé qué historias de
colaboración se traen entre ellas, pero dice que puede resolver esto mucho más rápido y de forma más discreta.
—De forma ilegal—aplaude Valeria divertida.
—Sí, supongo—contesto alucinada por lo mucho que le atrae esa idea.
—Y entonces, ¿por qué estás tan cabreada? —pregunta de sopetón.
—¿Cabreada? Yo no estoy cabreada, estoy nerviosa y preocupada, Val, no es lo mismo. A veces creo que no
comprendes lo que ese vídeo puede suponer—respondo nerviosa.
Me cago en la leche que mamó la niña esta, a veces me da mucha rabia que me conozca tan bien. Soy incapaz de
ocultarle nada, porque sí que estoy cabreada, y mucho, sigo sin poder quitarme la dichosa frase de la cabeza por
mucho que lo intento.
—Soy perfectamente consciente de lo que puede suponer, pero intento ser positiva. Tenemos tiempo y tú tienes
un número de teléfono, me gustaría que te calmases y solo te preocupes de verdad si esa chica te dice que no puede
hacer nada.
—No puedo calmarme, lo siento—resoplo—voy a llamarla ahora mismo, le pediré que venga…
Valeria acaba de quitarme el papel de la mano.
—¿Se puede saber qué haces?
—Domar a la fiera.
Será cabrona.
—Es la hora de comer—anuncia dejándome tan asombrada que automáticamente miro mi reloj para
comprobarlo.
—Joder—digo sorprendida.
—Nos vamos a casa que me muero de hambre, y la llamas desde allí, y quedas allí—añade—no aquí donde
todos puedan verla.
Valeria coge mi bolso y me lo entrega.
—Venga—ordena.
Me deshace cuando se pone tan autoritaria, y me derrite de amor cuando logra controlarme y hacer que no actúe
por impulsos como suelo hacer siempre.

Cuando entramos en mi casa dejo las cosas sobre el sofá y cojo el móvil para marcar el número.
—¿Qué haces? —pregunta Valeria a mi lado.
—A ver si te aclaras, ¿no me has dicho que la llame desde aquí? —respondo de malas formas.
Valeria me observa con el ceño fruncido y siento una punzada de arrepentimiento al instante, pero la frase de la
inspectora ahora me quema en la punta de la lengua. Creo que sería interesante dejar de pagarle al psicólogo y
utilizar ese dinero en algo que me ayude a relajar la mente.
Me acaba de quitar el papel de la mano. Otra vez. Estoy a punto de protestar, pero entonces pega su cuerpo al
mío, coloca una mano sobre mi sexo y aprieta con tanta determinación que solo puedo gemir como un animal. Su
otra mano se coloca en mi cuello con suavidad y me conduce hacia detrás, hasta que mi espalda se encuentra con la
pared.
—Estás siendo muy desagradable, Ingrid—susurra, y mis bragas terminan de empaparse.
No lo entiendo, estoy cabreada. Mucho, y ya no sé si es porque la inspectora disfrutase de las atenciones de
Valkiria o por el hecho de que quiera protegerla. A Valeria quiero cuidarla yo sola, si no soy capaz de protegerla,
¿qué sentido tiene todo?
Me acaba de girar, ni siquiera sé cómo, pero ahora me encuentro de cara a la pared y ella tira de mi cintura hacia
atrás.
—Apoya las manos y ofréceme el culo—ordena haciendo que mi corazón lata con fuerza.
Obedezco, porque no sé hacer otra cosa cuando ella da una orden. No contemplo otra opción, mi cuerpo
responde solo porque la necesito, a ella y a todo lo que quiera hacerme. Mi falda acaba de caer alrededor de mis
pies. Saco un pie del centro de la tela y separo las piernas, ofreciendo mi culo mientras apoyo las manos en la pared
y mantengo la cabeza gacha.
Valeria cuela sus maravillosos dedos por los laterales traseros de mis bragas y los arrastra hasta el centro,
metiendo la tela en mi abertura y tirando de ella ligeramente hacia arriba para que sienta todo el roce. Suspiro y un
azote resuena en el comedor. Me escuece, creo que todavía no se me ha curado y estoy resentida del otro día. No
cuento, quiero provocarla porque estoy enfadada y otro azote más intenso me escuece en la otra nalga.
Me coge del pelo con una mano y tira de mi cabeza hacia atrás volviéndome loca de excitación. Otro azote y
Valeria muerde mi cuello con suavidad mientras masajea mi nalga, después su mano se desplaza hacia delante y se
cuela por debajo de la tela hasta alcanzar mi sexo, que palpita de desesperación.
—¿Quieres que te toque? —pregunta susurrándome al oído.
—Sí—jadeo desesperada.
—No te oigo.
—¡Sí! —grito enervada.
Decide torturarme y su mano desaparece de mi sexo para darme otro cachete. Doy un respingo y contengo la
respiración, no quiero quejarme, no quiero gritar, no quiero darle nada que le guste porque no puedo con mi enfado.
Entonces, tirando de mi pelo con suavidad, me guía hasta el sofá, donde me hace ponerme a cuatro patas y me azota
otra vez. Noto mis fluidos bajar entre mis piernas, estoy chorreando de forma literal cuando tira de mis bragas para
tener acceso con su mano y me penetra tanto vaginal como analmente.
—Buff…—resoplo impactada.
No me lo esperaba, ni una cosa ni la otra, pero entonces Valeria mueve el dedo que hay en mi vagina a la vez
que presiona con el que hay en mi ano y envía un calambrazo de placer que me recorre todo el cuerpo como un
fogonazo. El primer impulso, y además totalmente involuntario, es el de echar mi cuerpo hacia atrás para buscar
mayor contacto con esa mano.
—Ya veo que te gusta—dice en voz alta como una confirmación de que sabe exactamente dónde tocar.
Afirmo con insistencia y mi cabeza golpea una y otra vez el cojín del sofá con la frente sin que pueda parar. Esto
es mucho más que gustarme. Noto como me tiemblan las nalgas y mi corazón se desboca. Otro cachetazo, muy
fuerte, tanto que me tenso y aguanto la respiración, y entonces comienza a follarme. Valeria entra y sale de mis
agujeros con determinación y cuando me corro caigo desplomada sobre el sofá. Todo el cuerpo me tiembla y a la
vez me siento como si viviese fuera de él. Me giro lentamente hasta quedar bocarriba y observo a Valeria quitarse
los pantalones mientras me mira fijamente. Después se quita las bragas y coloca una rodilla a cada lado de mi cara.
Yo observo su sexo sorprendida de lo desesperada que estoy por lamerla y entonces baja, y yo me derrito
escuchando sus gemidos hasta que se corre.
—Mucho mejor ahora—dice con satisfacción mientras se sienta en mi vientre y me observa todavía con la
respiración agitada.
No puedo negar lo evidente, me siento tan bien que solo puedo sonreírle como una gilipollas. Valeria se pone en
pie y me tiende la mano. Me incorporo quedando frente a ella y me besa.
—Ahora ya puedes llamar a esa chica, yo haré algo de comer—resuelve dándome una última cachetada cuando
pasa por mi lado para dirigirse a la cocina.
—Val—la llamo sin poder contenerme.
Se gira y yo trato de morderme la lengua, pero no puedo.
—La inspectora Toledo te manda recuerdos.
Ahora sí, ahora mi alivio es completo y su cara de completo desconcierto.
Capítulo 14

—¿La inspectora Toledo? —pregunta Valeria descolocada.


—Sí.
—Yo no conozco a ninguna inspectora, Ingrid. ¿A qué viene esto?
—Tú no la conoces, pero ella conoce muy bien a Valkiria por lo visto.
Joder, no puedo callarme.
—A Valkiria, comprendo—cabecea mordiéndose el labio—¿esto es un ataque de celos?
—Seguramente—admito sin más.
—Pues que se te vaya pasando, Ingrid, no pienso disculparme por nada que tenga que ver con Valkiria. Lo que
yo hubiese hecho cuando trabajaba allí no te incumbe—asegura de mal humor mientras camina hasta pararse delante
de mí.
¿Intenta intimidarme? Seguro que sí, aunque lo único que logra es ponerme cachonda.
—Lo sé, no pretendo que te disculpes.
—¿Entonces?
—Soy yo, Val, que soy así de imbécil. No debería haberte dicho nada, desde que he vuelto he intentado
convencerme mentalmente de que es algo que no debía mencionar. Pero es una mujer muy interesante, y la idea de
pensar en ti y en ella me hace sentir una punzada de celos que no soporto, y si no te lo digo reviento, ya lo sabes—
reconozco suspirando.
—Ingrid Miler no sabe mantener la bocaza cerrada—contesta mirándome fijamente.
—No, no sabe—respondo acelerada.
—Y las piernas tampoco.
Su mano se acaba de colar de nuevo bajo mis bragas. La dejo hacer y doy un respingo cuando me penetra sin
dejar de mirarme.
—Si es para ti, no, no puedo cerrarlas.
—Así me gusta—añade mientras me folla y mis piernas empiezan a flaquear—quiero que te abras para mí y para
nadie más.
—Lo sé—jadeo.
—Y yo solo quiero abrirme para ti, quiero que seas tú la que me folle cuando necesite un buen polvo y la que me
haga el amor cuando necesite cariño. Te quiero, Ingrid, y me gusta que te pongas celosa porque eso significa que te
importo, pero que no pase de un ataque repentino como el de ahora, porque si no te castigaré.
—No me castigues ahora—le suplico cuando estoy a punto de correrme.
Valeria sonríe diabólicamente y saca ese dedo que me estaba volviendo loca, la miro asustada y, antes de que
pueda lloriquearle me penetra con tres a la vez y me corro con la siguiente embestida. Me abrazo a su cuerpo para no
caerme y ella me sujeta con fuerza mientras me calmo.
—Lo siento—le digo al oído—ya se me ha pasado, solo necesitaba soltarlo.
—Lo sé—contesta dándome un beso.
Después de darnos una ducha rápida, Valeria se mete en la cocina y yo me siento en el sofá para llamar a la
hacker. Al principio se muestra reticente e insiste en saber cómo he conseguido su número, no es hasta que le digo
que me lo ha dado la inspectora Toledo cuando se calma y acepta pasarse por mi casa por la tarde.

A la seis en punto, tal y como hemos acordado, el timbre de la calle suena. Valeria ya ha vuelto de trabajar, yo
he decidido quedarme porque hoy más que nunca necesitaba unos minutos de silencio. La verdad es que me ha
cundido, he trabajado desde el portátil y adelantado mucho trabajo que tenía pendiente.
—Abro yo—se ofrece Valeria.
Ojalá tuviese diez años menos y conservase toda la energía que a ella le sobra. Los años me pesan por mucho
que intente negármelo.
Después de esperar unos segundos, por fin llaman a la puerta de entrada y Valeria abre de inmediato invitando a
pasar a una chica alta y delgada que se esconde bajo la capucha de una sudadera gris y se hace a un lado cuando
pasa para que Valeria pueda cerrar.
—Gracias por haber venido tan rápido—le digo poniéndome en pie—soy Ingrid Miler, has hablado conmigo por
teléfono.
Le tiendo la mano a modo de saludo y, aunque al principio parece dudar, finalmente me la estrecha.
—¿Y ella? —pregunta con una voz grave señalando a Valeria.
—Es Valeria, la otra persona implicada en el vídeo—le aclaro.
Val le hace un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Yo soy Nola—dice para ambas—¿cuántas personas más saben esto?
—Solo nosotras y la inspectora Toledo—contesto con rapidez.
—Bien, que nadie más lo sepa, primero porque si siento amenazada mi identidad desapareceré y se quedarán
solas con el marrón—amenaza dejándome atónita—y segundo porque no nos interesa que la persona que ha hecho
esto sepa que estamos tratando de descubrirla.
—Por supuesto—contesto yo mientras Valeria la observa asombrada por su comportamiento.
Nola se descuelga la mochila que lleva en la espalda y se saca algo del bolsillo delantero de la chaqueta. Un
pequeño aparato de color negro con una luz roja encendida de forma permanente.
—¿Qué es eso? —pregunta Valeria con interés.
—Un inhibidor de frecuencia.
Nola ni siquiera nos mira cuando contesta. Ahora ha dejado la mochila sobre una silla y ha sacado otro aparato
del interior. Lo pone en marcha y comienza a pasear por todo el comedor acercándolo a los muebles, a la luz del
techo, a los interruptores o a cualquier cosa que no sea una pared.
—Es un poco rara, ¿no? —me susurra Valeria colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Si es tan eficaz como meticulosa me da igual que sea rara.
—¿Estás buscando micrófonos? —pregunta Valeria impresionada.
—Solo quiero asegurarme—contesta sin dejar de hacer lo que hace—si trazamos un plan y esa persona nos está
escuchando no servirá de mucho, por eso he activado el inhibidor de frecuencia.
—¡Alá! —exclama Valeria como una niña pequeña—esto parece una peli.
—Una peli en la que tú y yo salimos desnudas—le recuerdo haciendo que deje de sonreír drásticamente.
Cuando Nola termina, vuelve con nosotras, guarda sus aparatos en la mochila y saca un portátil.
—Limpio. Ya podemos comenzar—dice sentándose en una silla.
Desde luego es rara de cojones, pero me alivia saber que nadie se ha colado en mí casa, la sola idea me ha puesto
los pelos de punta.
—¿Quieres algo de beber? —le ofrece Valeria.
—Un vaso de agua estará bien.
Cuando Valeria lo trae, yo abro el correo desde mi portátil y le muestro el contenido del mensaje. Ella lo lee con
atención y apunta en una pequeña libreta la dirección desde la que me fue enviado. Después saca un lápiz de
memoria de esa mochila en la que parece haber sitio para todo.
—Voy a instalarle un par de programas en su portátil. Es para cuando vuelva a contactar con usted, con esto
podré saber casi al instante desde dónde se ha enviado, tiene un error de posición de unos diez metros, así que es
bastante preciso. Con el otro programa rastrearé la IP, aunque eso puede tardar más, dependerá de cuánto se haya
esforzado en ocultar su rastro.
—Vaya—vuelve a exclamar Valeria.
Como no se calle le daré una ostia.
—¿Y si no vuelve a contactar? —pregunto preocupada.
—Lo hará—asegura convencida.
—¿Cómo está tan segura?
—Porque lo vamos a provocar.
—¿De qué manera?
—Usted le contestará al correo y le dirá que le es imposible conseguir cincuenta mil euros de forma rápida, pero,
que, si quiere treinta mil, podemos zanjar esto mañana mismo.
—¿Quiere que le pague? —pregunto sin comprender.
—No, usted solo me va a pagar a mí. Dos mil euros en efectivo, he olvidado mencionárselo.
Será perra. Dos mil por cuánto, ¿dos días? ¿Dos horas? Porque parece muy segura de poder resolver esto con
rapidez.
—Yo pondré la mitad—dice Valeria a mi lado.
—Tú no pondrás nada—zanjo mirando a Nola—está bien, dos mil euros. ¿Qué pasará cuando envíe el mensaje?
—Que él o ella responderá. Puede aceptar el trato o no, pero eso a nosotras nos da igual porque en cuanto
contesté podré dar con él o con ella. Le podré dar un nombre con apellidos y el rastro informático de que el correo
ha salido de su ordenador. Con eso puede acudir a la inspectora Toledo y ella hará el resto.
—Parece que habéis colaborado más veces—aseguro mirándola.
Nola duda si contestar o no, pero finalmente lo hace.
—No está bien grabar a las mujeres, ni extorsionarlas, con la intimidad de las personas no se juega—zanja sin
más.
Y me queda claro que ella y la inspectora han ideado un plan paralelo a la ley para coger a estos cabrones lo
antes posible.
Es Valeria quien escribe el mensaje en mi portátil copiando literalmente lo que Nola ha dicho y le da a enviar.
—¿Y ahora qué? —pregunto nerviosa.
—Ahora a esperar. No sabemos quién es ni a qué se dedica, puede que lo lea de inmediato o que tarde horas, y
cuando lo haga también es posible que no conteste al momento porque se enfadará mucho, sentirá que no se le
respeta o que no se le toma lo suficientemente en serio. Dudará, y se sentirá muy tentado de cumplir con su amenaza
y publicar el vídeo.
—¿Qué? —pregunto con el corazón desbocado—¿y por qué cojones me ha hecho enviarle el mensaje? No le
pagaré ni un euro como el vídeo acabe en las redes—amenazo descontrolada.
Ella no se inmuta, de hecho, a veces creo que ni respira.
—He dicho que se sentirá tentado, pero no lo hará. Ante todo, necesita el dinero porque está desesperado, que no
se le olvide.
Nola se levanta y recoge sus cosas.
—Mantenga el portátil encendido siempre, no olvide cargar la batería. Cuando conteste llámeme, pero no habrá
el correo bajo ningún concepto, es importante.
—De acuerdo, portátil cargado y encendido. Si responde no abro el correo y la aviso enseguida.
—Exacto, gracias por el vaso de agua.
Nola no espera una respuesta ni que la acompañemos a la puerta, se levanta y se marcha cerrando la puerta de un
modo sorprendentemente silencioso.
—Joder, qué chica más extraña—comenta Valeria—ni siquiera sé de qué color tiene el pelo, no se ha quitado la
capucha en ningún momento.
—Está claro que le gusta pasar desapercibida.
Conecto el cable de carga del portátil y Valeria y yo caemos derrotadas sobre el sofá.
Capítulo 15

—Deja de mirar el móvil—me pide Valeria entre sueños.


Son las cuatro de la mañana y, por mucho cansancio que tengo, me despierto cada hora con la inquietud de si la
persona que trata de extorsionarme habrá contestado o no. Temo que en cualquier momento en lugar de su correo lo
que reciba sea el vídeo completo de mano de cualquier familiar o amigo pidiéndome explicaciones. Vuelvo a dejar
el móvil sobre la mesilla y cierro los ojos.

Valeria ha tenido que echarme colirio esta mañana para disimular la rojez de mis ojos por la falta de sueño. Ya
hemos llegado a la oficina y estoy que me subo por las paredes.
—No es normal que no haya contestado—digo tapándome la cara con las manos.
Madre mía que maldita agonía, cuando me entere de quién ha sido el gilipollas que me está haciendo pasar por
esto lo voy a torturar salvajemente para que sepa todo el malestar que me está causando.
—Tranquilízate, ya escuchaste a Nola, responderá—asegura Valeria.
—O publicará el vídeo y me buscará la ruina.
—Si eres así de pesimista es lo más probable, ¿sabes que los pensamientos negativos atraen cosas malas?
—No me vengas con chorradas de esas, Val, que no estoy de humor.
Alguien llama a la puerta antes de que Valeria pueda contestarme, y lo agradezco porque sus ojos se han
entornado y seguro que iba a sentenciarme con un castigo de los que no me gustan, de esos que me dejan con las
ganas.
—Señora Miler, tiene una visita—anuncia Leonor desde la puerta.
—No tengo ninguna cita programada—escupo como la arpía que soy a veces.
Valeria me fulmina con la mirada, pero no puedo controlarme, estoy demasiado nerviosa.
—A mí me atenderá, no se preocupe, Leonor, mi hermana es un poco estirada a veces—dice Tania entrando en
el despacho.
Mis ojos se abren con sorpresa desproporcionadamente y Tania se despide de Leonor y cierra la puerta.
—¿Qué haces aquí? —pregunto sin pensar.
—Joder, que cosa más desagradable de mujer, ¿cómo la soportas? —le pregunta a Valeria, aprovechando para
acercarse y saludarla con dos besos.
—En realidad es un corderito—responde la muy capulla—solo hay que saber llevarla.
Suspiro para calmarme y me acerco a Tania para darle un abrazo.
—Perdona, es que estoy un poco nerviosa. Siéntate—la invito señalando una silla frente a mi mesa. Yo ocupo la
mía y Valeria se sienta al lado de Tania.
—Me alegro de que hayas venido—le dice Valeria—en todo el tiempo que hace que la conozco jamás habéis
pasado por aquí, creo que deberíais veros más.
—Cierto, con la excusa de que cada una tiene sus cosas apenas nos dedicamos tiempo, y eso no debería ser así—
afirma mi hermana con toda la razón.
—¿Y cómo es que me lo has dedicado hoy?
He vuelto a sonar borde, pero no era mi intención. Valeria me arrasa con la mirada y mi hermana cabecea
divertida.
—Ya he dicho que estoy nerviosa, ¿vale? Y sé que no es excusa, pero ya me conocéis. Me alegro de verte,
Tania, en serio, es solo que me sorprende que hayas venido.
—Creo que es mejor que os deje a solas—dice Valeria poniéndose en pie.
—¿Qué dices? —la detiene Tania—a mí no me dejes sola con la bruja esta.
Valeria vuelve a sentarse sin aguantarse la risa, ¿por qué a ella no la fulmina con la mirada y a mí sí?
—Reconozco que no vengo expresamente, tenía que hacer algo por aquí al lado y he decidido pasarme para
matar el tiempo, pero lo que cuenta es el detalle, ¿no?
—Claro—responde Valeria.
—¿Y qué has venido a hacer?
—La revisión mensual, nos han cambiado de centro y el nuevo está a un par de calles de aquí.
—¿La revisión mensual? —pregunto sin entender nada.
—Por mi trabajo, Ingrid—aclara mi hermana—a veces hay intercambio de fluidos, ya sabes.
—Joder—resoplo cabreada.
—Es algo habitual, Ingrid—interviene Valeria—se toman todas las precauciones posibles, pero es muy
importante mantener controles mensuales para asegurar que todo está bien, y si no lo está, tratarlo cuanto antes.
Voy a contestar, pero decido no hacerlo. Es su trabajo, a ella le gusta y es tan lícito como cualquier otro siempre
que sea totalmente voluntario.
—¿Y está todo bien?
—Me enviarán los resultados en un par de días—se encoge de hombros con tranquilidad—ahora cuéntame, ¿por
qué estás tan nerviosa? ¿Tiene que ver con que salieseis despavoridas la otra noche?
Valeria y yo nos miramos, ella porque no piensa contarle nada sin mi permiso, y yo porque no sé qué hacer.
—Somos familia, Ingrid—se enfada mi hermana al ver mi expresión de desconcierto.
Hemos revisado el despacho exhaustivamente dos veces en busca de cámaras o micros sin encontrar nada, así
que lo considero un lugar seguro para hablar. Solo me falta sentirme espiada en todas partes.
—Me están chantajeando—le resumo del tirón.
—¿En serio? ¿De qué forma? —pregunta impactada.
—Con un vídeo.
—¿Puedes ser más explícita, Ingrid? —pregunta abriendo las manos como si fuese a coger un cuenco.
Trago saliva y suspiro, qué difícil es todo joder.
—En el vídeo salimos tu hermana y yo follando—resume Valeria provocando que a mi hermana se le eleven las
cejas por la impresión.
Yo no lo hubiese expresado mejor, pero tampoco hacía falta ser tan directa.
—¿Follando? —repite sin poder contener la risa la muy capulla.
—Sí, Tania, follando—me enfado yo—aquí, en este despacho para ser exactos.
—Vaya—se sorprende divertida.
—Tú ríete, pero ese cabrón me pide cincuenta mil euros antes del viernes o publicará el vídeo.
—Joder—ahora se pone seria—¿y qué vais a hacer? No irás a pagarle, ¿no?
—No, no es mi intención. He contratado a alguien para que lo encuentre, y después ya veremos.
—Yo conozco a un par de rusos que seguro que podrían hacerle una visita a ese gilipollas cuando lo encuentres.
—¿Con quién te juntas? —le pregunto irritada.
—Era broma, hermana, solo quería rebajar un poco la tensión—se disculpa.
—Créeme, no hay nada que consiga rebajar la tensión que siento ahora mismo, ¿sabes lo que supondría para la
empresa la publicación de ese vídeo?
—Me hago una idea—se lamenta—me tengo que ir, Ingrid—dice poniéndose en pie tras mirar su reloj—pero si
hay cualquier cosa que yo pueda hacer solo tienes que pedírmela, hablo en serio.
Yo también me pongo en pie para despedirme.
—Lo sé, pero por ahora me basta con que no se lo expliques a nadie, y menos a Yolanda.
—¿Estás loca? —se ríe—se iría directa a la iglesia a rezar un padre nuestro.
Las tres soltamos una carcajada y finalmente, Tania se marcha.
—Tu hermana me cae bien—dice Valeria volviendo a su mesa.
No me extraña que le caiga bien, son igual de capullas las dos. Me siento de nuevo y lo primero que hago es
mirar el ordenador, por poco me quedo sin aliento.
—Ha contestado, Val—anuncio sin apartar la mirada de la pantalla.
Valeria se pone de pie como un resorte y viene hacia mi mesa.
—Recuerda no abrirlo, hay que llamar a Nola.
—Lo sé—digo cogiendo mi móvil para buscar su número de inmediato.
Capítulo 16

—Ha contestado—le suelto a Nola en cuanto descuelga.


—Espero que no lo haya abierto—contesta ella.
—No, no lo he hecho.
—Bien. ¿Dónde está ahora?
—En mi despacho, puedes venir aquí, avisaré en la recepción que tienes cita conmigo para hacerte pasar por una
clienta. ¿Te parece bien?
—De acuerdo.

La hora que Nola tarda en llegar al despacho desde que la he llamado se me hace interminable. No puedo dejar
de mirar la pantalla del portátil como si así todo fuese a desaparecer.
—¿Me permite? —me pide Nola a mi lado.
—Sí, claro, perdona.
Valeria le ha colocado una silla a mi lado de la mesa, así que empujo el portátil y se lo pongo delante. Nola
comienza a teclear y ejecuta los dos programas, después abre por fin el correo.
“Treinta mil esta tarde, los otros veinte la semana que viene. No pienso ceder más, si no cumple publicaré el
vídeo”
—Será hijo de puta—escupo con rabia.
—O hija—añade Nola sin apartar la mirada de la pantalla.
Me desespero esperando, y cada vez que resoplo Nola me observa de reojo como si quisiera matarme.
—¿Por qué no sales a que te dé el aire, Ingrid? —me pide Valeria.
—Porque puedo morder a alguien, créeme, prefieres tenerme aquí.
Valeria sonríe y se recuesta en su silla frente a mí, dedicándome una mirada que me desnuda y que me hace
arder como un fogón.
—No hagas eso—le pido arqueando una ceja.
Nola nos mira sin entender nada y Valeria sonríe provocativa.
—Vale, según el programa de triangulación—explica por fin Nola—el correo se ha enviado desde este edificio.
—¡Lo sabía! —grito cabreada—jodidos cabrones desagradecidos.
—Cálmate, Ingrid—me pide Valeria.
—¿Cómo me voy a calmar, Val? ¿Te das cuenta de que quien intenta joderme y que puede acabar con todos
vosotros en la calle es alguien de aquí dentro? Un compañero o compañera vuestro, joder.
—Tiene que darme unos minutos más, señora Miler—dice Nola—ya le dije que este programa tiene un error de
posición de unos diez metros aproximadamente. No tiene que ser alguien de esta oficina necesariamente, podría ser
un vecino del piso de abajo, por ejemplo, o del de más abajo.
Guardo silencio y me cruzo de brazos durante la agónica espera. Ellas dirán lo que quieran, pero cada vez estoy
más convencida de que es alguien de aquí.
—Pues tiene usted razón—anuncia después de unos minutos—acabo de localizar la IP y el correo ha sido
enviado desde esta oficina.
—¿Y eso qué significa exactamente? —pregunto esforzándome por mantener la calma.
—Para empezar, que es bastante imbécil, y que desde luego debe ser la primera vez que hace esto. Le hubiese
bastado con ir a un locutorio distinto cada vez que envía un correo para complicarnos la vida. Habría dado con él de
todos modos, pero me hubiese costado mucho más y es probable que usted hubiese tenido que hacer algún pequeño
pago para ganar más tiempo.
—¿Entonces sabes ya quién es? —pregunto eufórica, solo necesito un nombre y seré yo misma la que vaya allí y
lo estrangule con mis propias manos.
—No, no sé quién es. La dirección IP es la misma para todos los empleados, pero ya hemos reducido el cerco
considerablemente.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo lo encontramos? No podemos ir ordenador por ordenador buscando en los correos.
—Por supuesto que no, eso le alertaría, eliminaría la cuenta y a mí me generaría más trabajo, y a usted más
gasto, obviamente.
Joder, que obsesión con sacarme el dinero.
—De acuerdo, disculpa que la señora Miler insista tanto, comprende que está nerviosa—le dice Valeria—
¿puedes explicarnos cómo vas a proceder ahora?
De verdad que a veces me pregunto qué sería de mí sin Valeria, desde que la tengo en mi vida todo parece más
fácil.
—Sí. Voy a introducir un software que diseñé hace tiempo en el servidor. Eso me dará acceso total a todos los
ordenadores de esta oficina. Después filtraré para que solo me salte una alerta si con alguno de ellos se envía un
correo a la dirección de la señora Miler.
—¿Y? —insisto yo bajo otra mirada asesina de Valeria.
—Vamos a enviarle otro mensaje, uno muy simple donde usted acceda a lo que dice y a su vez le preguntará
cómo quiere hacerlo. Cuando esa persona responda, sabré inmediatamente desde qué terminal lo ha hecho y ya le
tendremos.
—Joder, ¿dónde aprendiste a hacer todo esto? —pregunta Valeria, que parece una firme admiradora de Nola.
—Aquí y allá—responde encogiendo los hombros, está claro que no va a explicarle nada.
—¿Cuándo tendrás instalado eso que dices?
—Ya lo tengo, ¿ve? —pregunta mostrándome una barra de color verde que ha llegado al cien por cien—ahora
vamos a enviar el correo, si me permite, lo haré yo misma.
—Claro.
Valeria se levanta y viene a nuestro lado de la mesa. Se coloca justo detrás de mi silla y me masajea los hombros
con las manos mientras las tres miramos con atención la pantalla de mi portátil.
Tengo el corazón palpitándome en la garganta. El silencio es absoluto, hasta diría que ninguna de las tres
respiramos. Y entonces llega, la respuesta de ese maldito extorsionador. Al hacerlo, una nueva ventana se abre en la
pantalla y aparece un número de usuario, no tengo ni idea de quién es porque se asignan aleatoriamente a todos los
empleados, pero Nola teclea algo de nuevo, y tras aparecer una barra en la que varios números aparecen cambiando
a una velocidad vertiginosa, por fin se detiene y aparece un nombre: Mario, el cabrón de recursos humanos que ha
dejado preñadas a dos de mis empleadas.
—Qué hijo de puta.
Podría haber sido yo quién ha pronunciado esa frase, pero Valeria se me ha adelantado. Estoy tan desconcertada
y sorprendida que no sé ni qué decir.
—¿Y ahora qué? —pregunta Valeria por mí.
—Yo ya he terminado mi trabajo—contesta Nola—ahora es la señora Miler la que debe decidir qué hacer. Yo le
voy a preparar un lápiz de memoria con toda la información que demuestra que el autor de los correos es él y que
han sido enviados desde su terminal. Ahora tienen dos opciones, pueden ir a ver a la inspectora Toledo, formalizar la
denuncia y proporcionarle las pruebas, o bien pueden resolverlo por su cuenta, yo en eso no me voy a meter.
—Claro, gracias—logro decir todavía aturdida.
—No es gratis, son dos mil euros—suelta con impaciencia—en efectivo.
—Por supuesto. Val, ¿te ocupas tú, amor?
—Sí, ven conmigo, Nola.
Nola se levanta y desliza el lápiz de memoria por encima de la mesa hasta dejarlo delante de mí.
—Hay algo más que puedo hacer por usted, señora Miler—dice de repente.
—Ah, ¿sí?
—Sí—afirma convencida—sabiendo quién es, puedo hackear todas sus cuentas y acceder a todo lo que guarda.
Puedo encontrar ese vídeo y eliminarlo, y si tiene más también.
Los ojos por poco se me salen de las cuencas al escucharla.
—¿Y eso cuánto me costará?
—Quinientos más.
—Hazlo.
—Piénseselo primero. Si va a denunciarlo no puedo eliminarlos porque entonces dejaría a la policía sin la prueba
del delito y todo esto no habría servido de nada. Si decide resolverlo por su cuenta, entonces avíseme. No necesito
venir, puedo hacerlo desde mi casa y cinco minutos después de su llamada cualquier vídeo que ese cerdo tenga sobre
usted habrá desaparecido para siempre.
—De acuerdo, en cuanto tome una decisión te lo haré saber.
—Suerte—dice a modo de despedida.
Cuando Valeria le entrega el sobre con el dinero que he sacado del cajero esta mañana, cierra de nuevo la puerta
y viene hasta mí, se sienta sobre mi regazo, me rodea el cuello con los brazos y me da un beso en la mejilla con tanto
afecto que me desarma.
—¿Qué quieres hacer? —pregunta sosegada.
—No lo sé, intento pensar, pero me va a explotar la cabeza. No me puedo creer que Mario haya hecho esto.
—Yo tampoco, Ingrid, pero hemos de actuar rápido. Has quedado con él en pagarle esta tarde a las seis, lo que
sea lo hemos de decidir ya o corremos el riesgo de que publique el vídeo.
El cabronazo me ha pedido que meta el dinero en un sobre y lo lleve a una obra que lleva paralizada varios
meses, y lo meta dentro de la hormigonera que hay en el porche de la primera planta. El lugar está totalmente
vallado, pero me ha indicado un sitio por el que puedo colarme. Valeria y yo hemos buscado la ubicación de la obra
por internet y el lugar es perfecto, en un camino sin asfaltar a las afueras de una urbanización.
—Tienes razón. Iremos a ver a la inspectora Toledo y formalizaré la denuncia. Podría ir a hablar con él, decirle
que lo sé, despedirlo con efecto inmediato y hacer que Nola elimine los vídeos, pero si hago eso, nada nos garantiza
que ese cerdo no le haga lo mismo a otra persona.
—Me encanta que tu corazón lata de vez en cuando—aplaude Valeria besando mi mejilla de nuevo.
Capítulo 17

Hora y media más tarde estamos sentadas frente a la inspectora Toledo en su despacho. Cuando ella y Valeria se han
saludado la bola de celos ha vuelto a instalarse en la boca de mi estómago, pero la inspectora no ha hecho ninguna
mención al respecto, y por la cara que ha puesto Valeria, me he dado cuenta de que le resulta indiferente, lo cual me
ha tranquilizado.
—Hace bien en denunciarlo, señora Miler. Actuar por su cuenta solo servirá para dejar un delito impune, y
cuando esta gente sale airosa de su primer delito, o intento de delito en este caso, lo normal es que vuelvan a
intentarlo.
—Me lo imagino, pero no sabe lo tentador que resulta que Nola elimine todos esos vídeos del ordenador de ese
gilipollas.
—Eso no ha de preocuparla. Con las pruebas que tenemos voy a montar un operativo y lo vamos a detener en
cuanto vaya a la obra a recoger el dinero. Para entonces, ya tendré una orden de registro para su casa y también para
requisar su móvil, el ordenador de su trabajo e intervenir cualquier cuenta. Todo lo que encontremos será
considerado una prueba y clasificado como tal. Los vídeos que pueda tener sobre usted o cualquier otra persona
serán eliminados de cualquier nube y solo la policía guardará una copia en los archivos. No debe preocuparse por
nada, se lo prometo.
—Está bien. ¿Entonces yo no debo hacer nada más?
—No, ya ha formalizado la denuncia, ahora nos toca a nosotros. Usted solo tendrá que declarar en el juicio, pero
para eso ya la avisaremos.
—Muchas gracias por todo, inspectora.
Y de verdad estoy agradecida, la intervención de Nola me ha evitado preguntas interminables y muchos dolores
de cabeza. Ella ha hecho el trabajo sucio de forma rápida y eficaz, y ahora la inspectora se encargará del resto.
—Se acabó—dice Valeria en cuanto salimos a la calle.
—No sabes lo aliviada que me siento, Val.
—Me puedo hacer una idea, recuerda que yo también salgo en ese vídeo. Sé que mi pérdida no sería nada
comparada con la tuya, pero nadie hubiese vuelto a contratarme después de algo como esto.
—Bueno, ahora ya está. Mañana hablaré con el abogado para que prepare los papeles del despido y le pediré a
Natalia que busque a alguien para cubrir su puesto. También voy a pedirle presupuesto a Nola para que instale todo
lo que haga falta para que algo así no vuelva a pasar, y que de paso compruebe con sus aparatos extraños si hay
alguna cámara o micro instalado en la oficina. No sabemos a cuánta gente más podía estar espiando ese imbécil.
—Me parece buena idea, pero me preocupa que te obsesiones con esto, Ingrid.
—No es obsesión, Val—digo notando como me coge de la mano cuando comenzamos a caminar—es que ya me
han intentado estafar dos veces, o tengo cara de tonta o un puto imán para atraer a este tipo de gente, y me estoy
cansando.
—Ha sido una casualidad, y muy mala suerte, nada más.
—Supongo que sí. ¿Por qué crees que lo habrá hecho?
Valeria tira de mí hacia la terraza de una cafetería y pedimos unos cafés y un par de gofres para merendar, ya
que no hemos comido nada al mediodía.
—Es difícil saber sus motivos, supongo que los conoceremos cuando declare, pero recuerda que está casado y
tiene dos hijos, y el muy cerdo ha dejado embarazadas a otras dos mujeres que si son listas le reclamarán la
manutención. Eso es una ruina.
—¿Y pretende que sea yo la que pague porque él es tan gilipollas como para no utilizar un condón? Yo no
crítico lo que hace cada uno, esté casado o no, es su problema. Pero joder, hay que ser idiota, y ellas…, ¿en qué coño
pensaban?
—A veces un calentón te hace perder el juicio—se ríe Valeria.
—Por eso yo no puedo pensar con claridad cuando te tengo delante.
—¿Ahora tampoco?
Su pie acaba de rozar mi pierna, no me puedo creer que sea tan descarada.
—Val, no creas que he olvidado lo que hablamos el otro día sobre la exhibición.
—¿A qué te refieres? —pregunta arrugando las cejas.
—Dijiste que la idea de follar sabiendo que pueden verte te excitó muchísimo, y yo quiero complacerte.
Valeria me mira impresionada.
—¿Quieres que follemos aquí? —bromea divertida.
—No, una cosa es el morbo de que puedan vernos y otra montar un escándalo. Pero sé que hay clubes en los que
se pueden hacer estas cosas, también podemos buscar en internet parejas a las que les guste mirar, voyeurs de esos.
—Veo que has hecho los deberes—comenta feliz.
—Por supuesto. Ni se te ocurra pensar que no te escucho, es solo que la última semana ha sido caótica, pero
quiero que seas feliz conmigo en todos los aspectos.
—Ya, pero yo no seré feliz haciendo algo que a ti te haga sentir incómoda, Ingrid, tienes que estar muy segura
de que quieres hacer esto.
—Te quiero, Valeria, y mientras nadie que no sea yo, te toque, por mí podemos follar delante de quién tú
quieras, eso sí, solo de vez en cuando.
—Genial—aplaude contenta—pero todavía quiero proponerte algo más.
Mi sonrisa se ensancha sin saber muy bien por qué.
—Tú dirás.
—Bueno, últimamente duermo casi todos los días en tu casa, y los pocos que no estoy contigo te echo mucho de
menos. Había pensado que podríamos intentar vivir juntas. No tiene que ser en tu casa…
Creo que es la primera vez que la veo realmente nerviosa, así que, en lugar de cortar la conversación, la dejo que
siga y disfruto del momento con toda mi maldad.
—Podemos quedarnos en mi piso si quieres.
Hace una pausa esperando a que yo diga algo, se está poniendo roja y empieza a frotarse las manos claramente
incómoda. Ahora mismo me siento muy mezquina, pero no puedo dejar de disfrutar este momento, siempre soy yo
la que pasa apuros, por una vez que es ella tengo que saborearlo.
—Tampoco ha de ser definitivo—dice quedándose medio afónica—podemos plantear un mes de prueba o algo
así. Joder, Ingrid, di algo—me pide agobiada.
Yo solo puedo comenzar a reír, madre mía como he disfrutado. Valeria tuerce el gesto.
—Si no quieres me dices que no y punto, pero no hace falta que te rías, estaba hablando en serio—dice
realmente enfadada.
—No me río, Val, de verdad—digo sin poder parar.
—Que te den.
Valeria se levanta y no me da tiempo a detenerla. Echa a caminar con la rabieta de una niña, y eso me enternece
de un modo incomprensible. Me pongo en pie, dejo un billete sobre la mesa y salgo corriendo detrás de ella. La
alcanzo por la acera justo delante de mi coche y le rodeo la cintura con los brazos desde atrás.
—¿A dónde vas sin mí? —le susurro antes de besar su cuello.
Valeria se estremece entre mis brazos y se da la vuelta. Yo la guío hacia atrás, hasta que su espalda se encuentra
con mi coche y ya no podemos avanzar más.
—Claro que quiero, tonta—le digo sin dejar de sonreír—pero me parecías tan adorable allí sentada, con las
mejillas encendidas por primera vez desde que te conozco, que tenía que disfrutarlo.
—Eres una zorra—dice aguantándose la risa.
—Sí, amor, lo soy, pero una zorra que te quiere. Y me parece perfecto que vivamos juntas, podemos hacerlo en
mi casa, es más práctico, en el garaje hay sitio para los dos coches y, al fin y al cabo, tienes muchas cosas allí.
—Vale, me encanta tu casa—reconoce—siempre me he sentido más cómoda allí contigo que en mi propio piso.
—Pues problema resuelto. Sube al coche ahora mismo, pienso desnudarte en cuanto lleguemos—le ordeno
haciendo que su sonrisa se vuelva perversa.
—¿Y después? —pregunta cuándo ya estamos sentadas.
—Después elegirás un lugar para irnos de vacaciones y nos marcharemos unos días. Necesito desconectar de
todo esto.
Valeria se abrocha el cinturón y me mira, yo pongo el coche en circulación y cuando me paro en el primer
semáforo en rojo se inclina hacia mí, coloca una mano en mi rodilla y la cuela por debajo de mi falda hasta alcanzar
mi sexo, haciendo que un pinchazo de deseo me sacuda por dentro y la respiración se me corte.
Será zorra.

FIN

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