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Hume Echeverria El Buho de Minerva

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RafaelEcheverría El Búho de Minerva

DAVID HUME

El gran mérito de Hume (1711-1776) fue el haber llevado el empirismo


anterior a sus conclusiones lógicas. Así como Locke había procurado
demostrar el fundamento empírico de las relaciones causales y leyes
universales propuestas por Newton, demostrando la imposibilidad de dar
cuenta adecuadamente de ellas desde el racionalismo cartesiano, Hume
sustentando como Locke una posición empirista frente al conocimiento,
procurará demostrar que desde esa misma posición la invocación de relaciones
causales y de afirmación de leyes universales carece de todo fundamento.
Esta doble perspectiva que, por un lado, afirma que el conocimiento no
tiene otro origen y fundamento que no sea la experiencia y que, por otro lado,
niega la posibilidad de sustentar en ella la existencia de relaciones causales
universales, hace que la concepción desarrollada por Hume sea
profundamente escéptica. El escepticismo que en Descartes representaba un
primer momento necesario de su método, momento que muy rápidamente se
superaba, en Hume representa y se confunde con el sentido más profundo de
su filosofía.
Entre las principales obras de Hume hay que destacar el Tratado sobre
la naturaleza humana (1739), obra escrita siendo muy joven. Más adelante ella
es reelaborada para asegurar una mejor y más clara comprensión, dando lugar
a la Investigación sobre el entendimiento humano (1748). Tal como lo fuera
para sus más destacados predecesores, el propósito que se plantea Hume es
el de liberar el conocimiento de todos aquellos falsos problemas que acechan
el entendimiento humano. Para tal efecto, Hume plantea la necesidad de
apoyarse en el razonamiento justo y riguroso que, según sostiene, es el único
remedio efectivo, adecuado para todas las personas y todas las disposiciones,
y el único capaz de subvertir la filosofía ininteligible y la jerga metafísica, las
que, al mezclarse con la superstición popular, llegan a ser prácticamente
impenetrables a los pensadores descuidados y alcanzan un aire de ciencia y de
sabiduría.
Según Hume, la mente está constituida por percepciones y éstas se
dividen en dos categorías; las impresiones que son aquellas más vivas e
inmediatas y las ideas, que son más débiles y difusas y que emergen al
reflexionar sobre aquello que no está presente. Desde esta perspectiva, para
Hume todo el poder creativo de la mente se reduce a la facultad de componer,
transponer, aumentar o disminuir los materiales proporcionados por los
sentidos y la experiencia. Puede apreciarse con claridad cuan tributaria es la
concepción de Hume del dualismo filosófico previamente instituido. Pero, a
diferencia de lo planteado por Descartes, la mente sólo se limita a trabajar con
los materiales de los sentidos y la experiencia, único fundamento del
conocimiento.
La verdad, por lo tanto, remite a ellos y de manera particular a las
impresiones, en la medida en que las ideas son derivaciones de éstas. De allí
que Hume sostenga que cuando tengamos sospechas de que un término
filosófico es empleado sin significado, aunque su uso sea frecuente, sólo
necesitamos indagar, ¿sobre qué impresión se ha derivado tal idea? Si no
podemos asignarla a ninguna, ello debe confirmar nuestra sospecha de que se
trata de un término vacío.
Para Hume, este procedimiento permite zanjar disputas sobre la realidad
y la naturaleza de las ideas. Todas las ideas simples son copias en la memoria
de impresiones simples y las ideas complejas son combinaciones de otras
simples. Por consiguiente un término posee un significado o sentido sólo si
existe una impresión o combinación de impresiones de la cual es una copia.
Hume no pone en duda la existencia del mundo exterior. Acepta que éste
existe y que los sentidos y la experiencia dan cuenta de él. Pero una cosa es
dar cuenta de él y otra diferente demostrar su existencia. Según Hume, esto
último es una tarea imposible. Escapa a la capacidad de conocimiento de los
hombres el demostrar la existencia del mundo exterior.
Los elementos primarios del conocimiento, por lo tanto, no son objetos
reales, cuya existencia es indemostrable, sino las impresiones que los hombres
tienen de ellos. En este sentido es importante distinguir el concepto de
experiencia del concepto de realidad objetiva. El primero siempre compromete
al hombre, se trata de su experiencia en un mundo objetivo. Pero Hume
sostiene que no es posible establecer relación alguna entre las impresiones,
fruto de los sentidos y la experiencia, y los objetos que constituyen el mundo
exterior. De allí que para Hume, sean impresiones por igual aquellas que
supuestamente representan objetos físicos y los estados de ánimo, las
pasiones, que la
experiencia genera.
Las ideas no fluyen en la mente o en nuestras conversaciones en forma
arbitraria. Ellas están sujetas a determinados principios de asociación que
Hume estima importante examinar. Siguiendo el planteamiento propuesto por
Locke, sostiene que habría sólo tres tipos de relación entre las ideas: 1)
contigüidad, 2) semejanza, y 3) causa y efecto. Aquellas ideas de carácter
abstracto o general como «justicia» por ejemplo, resultan de la aplicación del
principio de semejanza. Estos conceptos generales resultan, por lo tanto, ser
siempre el producto de elaboraciones a partir de casos particulares.

Adoptando esta posición, Hume rechaza la existencia de universales


reales y, por lo tanto, asume una postura claramente nominalista. Los términos
que aluden a ideas aparentemente universales son siempre el producto de
asociaciones efectuadas desde situaciones particulares. Sólo existe la realidad
del hombre, la universalidad que el hombre designa no posee realidad.
Aceptando los dos principios de asociación antes mencionados
(contigüidad y semejanza), Hume se detiene a examinar el tercero, aquel, por
lo demás tan fundamental para la ciencia: la relación de causa y efecto. En esta
relación nuevamente aparece comprometido el criterio de la universalidad. No
se trata, como en el caso anterior de una universalidad inherente a las ideas
propiamente tales, sino a un tipo de relación que podría establecerse entre
ellos.
Se trata de un tipo de relación que supone que entre dos situaciones
hay una «necesidad causal», una conexión necesaria de manera tal que cabe
afirmar que siempre que se produzca la primera situación, (causa), cabe
esperarse la segunda (efecto). Es un tipo de relación frecuentemente planteada
por las ciencias físicas y, en general, por todas las ciencias empíricas. En estas
relaciones lo que se compromete son cuestiones de hecho (empíricas). De
ellas está plagada la concepción mecánica del universo, la ciencia de Galileo y
Newton.
En cada caso que se afirma la validez universal, fundada en una
necesidad causal, se ha procedido del examen de situaciones obligadamente
particulares, que comprenden «algunos» casos, a la afirmación de un principio
de validez universal, capaz de regir a «todos» los casos que se hayan
registrado y que se registren en el futuro. Pues bien, según Hume, no hay nada
que permita sustentar la idea de conexión necesaria exigida por tales medidas
universales. Todos los acontecimientos se nos presentan sueltos y separados.
No se presentan con conexión entre ellos. Podrán aparecer juntos, pero no
aparecen conectados, no hay nada que nos permita establecer entre ellos una
conexión necesaria y, por consiguiente, una relación universal.
De la misma manera, no hay nada que nos permita afirmar que aquello
que hemos percibido en un determinado tipo de relación en los casos
particulares que hemos observado no puedan en el futuro presentársenos a la
observación en un tipo de relación contraria. La experiencia está fundada
siempre en situaciones particulares, presentes o pasadas, y de tales
situaciones particulares no es posible establecer leyes universales capaces de
regir el futuro. Sobre el futuro no hay nada que podamos afirmar pues
trasciende la experiencia.
Si aceptamos, como Hume, que la única fuente y fundamento del
conocimiento es la experiencia, no hay donde sustentar la afirmación de ley
universal alguna. Esto es conocido como el célebre «problema de la inducción»
planteado por Hume. A través de él se afirma el conocimiento fundado en la
experiencia, conocimiento inductivo, que es siempre un conocimiento particular
y de él no puede generarse ninguna ley universal. La ciencia se apoya en
generalizaciones empíricas.
¿Significa lo anterior que no es posible establecer relaciones universales
entre las ideas? Efectivamente, cuando ellas comprometen cuestiones de
hecho (matters of fact). No es el caso, sin embargo cuando se trata de
relaciones puramente conceptuales, aquellas que son intuitivamente o
demostrativamente ciertas. Es lo que sucede, según Hume, con la ciencia de la
geometría, el álgebra y la aritmética. Pero en tales casos, la validez de las
relaciones universales que afirman resultan de sus propios presupuestos
conceptuales y tratándose de derivaciones legítimas, ellas no
aportanconocimiento sobre lo real. Las matemáticas sólo pueden explicitar lo
que está contenido en sus presupuestos. No generan más conocimiento del
que ya eran portadoras desde el inicio. Por lo tanto, todo conocimiento
demostrativo es sólo un conocimiento sobre las consecuencias de los nombres.

Hume estaba consciente de que a pesar de su argumento sobre la


imposibilidad de generar inductivamente leyes universales, las ciencias las
afirman, los hombres hacen uso de ellas, y, por lo tanto, ellas algo deben
expresar. Según Hume, las relaciones de causalidad desarrolladas por la
ciencia, sólo expresan una secuencia repetida de impresiones particulares,
más una «expectativa» de que la secuencia se repetirá en el futuro. Estas leyes
universales, en consecuencia, son el resultado de la conveniencia práctica que
obtenemos del extrapolar nuestras observaciones particulares.
De esta extrapolación obtenemos una mayor eficacia en nuestro actuar,
pero no el conocimiento que le atribuimos. Como puede apreciarse, Hume
proporciona una explicación psicológica tras el hecho de que afirmamos la
validez de leyes universales. Pero tal explicación remite a nosotros, los
hombres, a nuestra manera de ser, no a los objetos que tales relaciones
procuran explicar. Su fundamento yace en la imaginación humana y no en la
racionalidad del universo.
La argumentación que lleva al plantemiento del «problema de la
inducción» encierra una paradoja, de la que Hume estuvo consciente. Es
conveniente destacar que el pensamiento de Hume se caracteriza no sólo por
la simplicidad de su análisis y la profundidad de los problemas abordados, sino
también por la gran honestidad con la que ellos son examinados. Pocos
pensadores dejan de manera tan marcada esta impresión; pocos en el curso de
su razonamiento, logran levantar frente a sus argumentos, problemas y
contraargumentos, desde los cuales el razonamiento tiene que volver a
desenvolverse.
De esta manera, el escepticismo humeano no sólo se dirige a las
concepciones dogmáticas que procura refutar, sino que se vuelve hacia sí
mismo, generando una actitud de gran rigor y modestia frente a lo que se
afirma.

Volviendo al tema anunciado de la paradoja, cabe reconocer que la


conclusión a la que llega Hume con respecto a la inducción apunta a que la
repetición de acontecimientos particulares genera o «causa» una anticipación
de lo que ocurrirá en el futuro. Tal anticipación es equivocadamente tomada
como una conexión necesaria entre los acontecimientos considerados. Pues
bien, aplicando el mismo argumento, es posible preguntarse si ¿existe una
conexión necesaria entre la repetición de argumentos particulares y las
anticipaciones o bien sólo existe a este mismo respecto una anticipación?
En consecuencia, el argumento que sostiene que no es posible justificar
racionalmente la inferencia inductiva, descansa, a su vez, en inferencias
inductivas con respecto a la naturaleza humana y la forma como la mente
funciona. La crítica general a la ciencia no se aplica, por lo tanto, a la
psicología, y Hume, sin embargo, no entrega fundamentos que permitan
eximirla.
Desde las posiciones escépticas asumidas por Hume, es fácil anticipar
que sólo cabe rechazar cualquier intento por demostrar la existencia de Dios.
Cualquier argumento ontológico que se esgrima para proveer esta prueba es
rechazado por su incapacidad de proveer aquello que se propone. Su
naturaleza demostrativa sólo lo conduce a extraer las consecuencias de lo que
está inicialmente supuesto. Cualquier prueba de causalidad se ve
obligadamente descartada por negarse precisamente la posibilidad de
relaciones causales. Hume le concede mayor atención, sin embargo, al
examen del argumento que sostiene que el universo de lo existente requiere de
un creador que lo haya diseñado: lo existente sería la obra de la inteligencia de
un ser superior.
No es del caso examinar en detalle la crítica que desarrolla Hume frente
a este argumento. Lo que interesa es destacar cómo Hume percibe en él la
manifestación de un racionalismo extremo que ve necesario remitir a la
capacidad de la mente la existencia de lo real. Lo existente remite a una
conciencia que así lo diseñó. Para Hume este es un planteamiento que no tiene
fundamento, en la medida en que la razón no puede ser afirmada como el único
principio de lo existente. Hume menciona a este respecto principios tales como
el instinto, la generación y la vegetación.

En síntesis, para Hume la existencia de Dios no puede ser ni racional ni


empíricamente demostrada, pues lo que es puramente racional no demuestra
sino lo que supone y lo empírico está obligadamente sometido a lo particular, y
de lo particular no es posible inferir a Dios.
Si se ha considerado conveniente hacer algún alcance a la crítica que
Hume dirige al intento de demostrar la existencia de Dios a través del
argumento del diseño, es por cuanto, desde la misma posición desarrollada a la
indicada crítica, Hume desarrollará su concepción sobre el comportamiento
humano. En efecto, uno de los puntos centrales afirmados por Hume es aquel
de restringir el papel de la razón en lo que son las cuestiones sociales o
históricas.
No se trata de invocar la irracionalidad en el comportamiento humano.
Por el contrario, se trata de afirmar que no todas las instituciones sociales, las
costumbres, hábitos y valores, las estructuras en las que los hombres actúan
son necesariamente el resultado de la conciencia o de la razón, de alguien que
así las diseñó y luego las ejecutó. Muchas de ellas son sólo el resultado de
tipos de comportamiento que han perdurado por cuanto han resultado ser más
eficientes que otros y cuya vigencia escapa al propósito y la intención de los
hombres.

Este mismo argumento, por su parte, inclina a Hume hacia la prudencia


frente al propósito de los hombres de declarar obsoleto lo existente y pretender
el diseño racional de nuevas instituciones y formas de comportamiento. Para
Hume el papel de la razón en la historia es mucho más restringido del que
suele atribuírsele. Tómese en consideración que Hume muere muy poco antes
de la revolución francesa y, por consiguiente, del primer gran intento en la
historia de abolir el orden social existente y de construir, bajo la inspiración de
la razón, una nueva sociedad.

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