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Chiavazza 2004

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“CAMBIA… ¿TODO CAMBIA?...


PERSISTENCIAS Y REEMPLAZOS CULTURALES EN LAS POBLACIONES
INDÍGENAS DEL NORTE DE MENDOZA: UN ENSAYO ARQUEOLÓGICO1

Horacio Chiavazza2
Introducción
En el presente trabajo describiremos el proceso de cambios y persistencias
culturares que experimentaron las sociedades indígenas que habitaron el territorio
que ocupa actualmente la provincia de Mendoza. Este ensayo lo realizaremos a
través de un modo particular de obtener conocimiento sobre el pasado y la cultura,
esto es, por medio del análisis de los restos materiales producidos y usados por
las sociedades humanas, que es concretamente el que realiza la arqueología.
Una característica de la especie humana es su comportamiento cultural. A
su vez, son particularidades de la cultura su diversidad en el espacio y su
variabilidad a través del tiempo. Estos aspectos son parte intrínseca de la agenda
de estudios de cualquier ciencia social, entre ellas la antropología, la historia y la
arqueología.
El presente trabajo trata sintéticamente algunas interpretaciones acerca del
proceso de desarrollo de las comunidades indígenas del norte de Mendoza y sus
relaciones con otras de áreas vecinas. Se enfoca desde una mirada general, que
intenta detectar aspectos culturales que se mantuvieron y otros que cambiaron a
lo largo de su historia. Por tratarse de una síntesis el espacio considerado es
amplio y el intervalo cronológico extenso. En este sentido el avance de estudios
realizados en base al registro arqueológico, permite proponer una narración sobre
situaciones que llevaron a las poblaciones locales a cambiar o mantener ciertos
rasgos de sus comportamientos.
El conocimiento del comportamiento cultural, sus continuidades y cambios
en etapas prehispánicas, e incluso de la temprana colonia, depende
fundamentalmente de los resultados obtenidos por medio de los estudios

1
El presente ensayo está destinado a servir como documentación de apoyo para docentes. Se
basa en un trabajo elaborado para ingresantes a la carrera de Historia de FFyL, UNC. (Chiavazza
2003)
2
Arqueólogo. Prof. Adjunto cát. “Ambiente y Cultura en América Prehispánica”. Facultad de
Filosofía y Letras U.N.Cuyo, Mendoza.
Horacio Chiavazza

arqueológicos. En ese sentido es importante clarificar dos conceptos básicos para


comprender el campo de estudio y la orientación del trabajo que los integra:
cultura y arqueología.

La Arqueología y el estudio de la cultura


La arqueología puede definirse como: la ciencia destinada a interpretar el
comportamiento humano a través de la búsqueda, rescate y análisis de restos
materiales que corresponden a diferentes formaciones sociales. Las sociedades
humanas poseen notas características y matices que las hacen diversas a la vez
que parte de un mismo fenómeno: la cultura. Cultura es todo lo que distingue al
ser humano de los demás seres vivos, aquello que por no ser un reflejo instintivo o
innato, debe ser aprendido y es por tanto representado dentro de un proceso de
aprendizaje trans-generacional, el que a su vez va incluyendo cambios. Es cultura
la forma de obtener el sustento, de confeccionar los utensilios, de preparar la
comida, de pedir la protección de las potencias sobrenaturales, de buscar abrigo
contra la intemperie, de engalanarse, de disponer de los muertos, etc. En ese
sentido, las culturas presentarán particularidades y diferencias según las
sociedades y su etapa de desarrollo histórico.
El espacio donde existen restos materiales de una cultura, cualquiera sea
su magnitud, se denomina sitio arqueológico. Normalmente se cree que la
arqueología se dedica con exclusividad al estudio del pasado más remoto; sin
embargo, su esfera de acción está delimitada por el ser humano y sus obras, es
decir por la cultura y no por el tiempo. La arqueología tiene campos de estudio
cada vez más especializados, divididos tanto en base a la temática tratada, al
período cronológico, o a la ubicación geográfica de los sitios. Estas ramas han
desarrollado particulares metodologías de investigación, de acuerdo a las
problemáticas que enfrentan. Utilizan así mismo el trabajo interdisciplinario para
nutrirse con estudios de otras ciencias cuyos resultados son necesarios para
interpretar correctamente el registro material. Dependiendo de las preguntas y
sitios en los que se propone trabajar, el arqueólogo puede trabajar con: geólogos,
biólogos, palinólogos, historiadores, etc.

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Horacio Chiavazza

El objetivo de la arqueología es entender el comportamiento humano del


pasado, para lo cual es imprescindible explicar las causas del cambio que marcan
la dinámica de la historia. Esto nos hace ingresar necesariamente en una
discusión teórica cuyos interrogantes primordiales son: qué queremos conocer y
cómo lo conoceremos, luego, cómo el estudio de los objetos puede contribuir a
explicar el pretérito comportamiento humano. Existe una amplia oferta teórica en el
mundo de las ciencias sociales que intentan responder desde distintas
perspectivas a esta cuestión inicial. El proceso está protagonizado por decisiones
y modos de conducta, que según los diferentes enfoques teóricos se entienden
como condicionado por variables con mayor o menor incidencia, como las
ambientales o ecológicas, sociales o comportamentales, etc. Esto significa que
nuestra posición teórica para interpretar los factores que gravitan y secundan los
procesos históricos, inciden directamente sobre la elección de los métodos de
investigación. Finalmente, la arqueología procede a la búsqueda de datos
mediante técnicas específicas. La prospección, la excavación y los análisis de
laboratorio una vez recuperados los materiales, forman parte de las técnicas. Este
es un campo muy dinámico dentro de la disciplina que está en constante
diversificación y perfeccionamiento. El investigador deberá seleccionar las
técnicas más apropiadas para los problemas que quiera resolver y el camino
metodológico que podrá conducirlo con mayor probabilidad de éxito.

Cambios y continuidades en las poblaciones indígenas de Mendoza


Las mayores diferencias de etnías indígenas registradas en el territorio
provincial se daban entre las poblaciones localizadas al norte y al sur del río
Diamante: Huarpes y Puelches y Pehuenches respectivamente. Los pueblos
indígenas que poblaban la provincia de Mendoza cuando se produjo el choque con
los españoles eran diversos, como lo fue también la respuesta, oposición e incluso
enfrentamiento con el que reaccionaron frente a esta realidad. Este tema, que es
de gran interés para el pasado regional, se ha abordado tanto desde la historia
como desde la arqueología, y sigue siendo un amplio campo de estudio donde
todavía falta mucho por investigar. En este trabajo, retomaremos algunos aspectos

3
Horacio Chiavazza

que permiten comprender las diferencias más importantes detectadas en relación


a los cambios registrados en las sociedades indígenas del norte de la provincia y
que resultaron de esta compleja dinámica de continuidades y reemplazos
culturales. Los datos surgen tanto de estudios etnohistóricos3 como arqueológicos
de las últimas décadas. La situación previa que condujo a las poblaciones
indígenas a la forma de adaptación y estrategias de subsistencia que encontraron
los españoles, abarca un enorme bloque temporal, de por lo menos 12.000 años,
que también se investiga desde distintos enfoques arqueológicos y para el cual
siguen existiendo numerosos interrogantes. No podrá detallarse por la extensión
del trabajo esta enorme escala temporal, aunque será sintetizada para proponer
una interpretación en términos de su proceso entre las poblaciones del norte.

3
Etnohistoria es entendida en este caso como el campo de estudio ocupado de acceder al
conocimiento de las características de culturas ágrafas por medio de los documentos escritos por
otros grupos humanos que entraron en contacto con ellas.

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Horacio Chiavazza

HUARPES

PUELCHES
PEHUENCHES

Figura 1: mapa satelital de Mendoza y las etnias existentes en el momento de la conquista.

Para Mendoza la caracterización etnohistórica se basa en la documentación


de los siglos XVI y XVII. Cuando los españoles llegaron a Cuyo, en el norte de la
actual provincia de Mendoza y sur de San Juan vivían etnías que fueron descripta
como agrícolas y sedentarias. Estas ocupaban extensos espacios de la llanura y
piedemonte. El grupo étnico del norte mendocino se autodenominaba huarpe y

5
Horacio Chiavazza

más específicamente millcayac. En la historiografía tradicional se lo presenta


como un grupo que fue en cierta medida permeable a la conquista (Canals Frau
1942) y que incluso, desde fines del siglo XV había estado bajo la dominación
incaica. Los huarpes sufrieron un fuerte impacto demográfico y un rápido proceso
de aculturación con el avance español desde Chile (Prieto 1980). Sin embargo se
han documentado ciertas acciones de resistencia (Parisii 1998, Prieto 2000).

Figura 2: vista de los ambientes del norte de Mendoza desde el este al oeste (1. Planicie y monte;
2.Piedemonte; 3.Precordillera; 4.Cordillera

Trataremos de introducir en este escenario algunos matices que surgen de


los análisis recientes sobre las características que pudo revestir el proceso
cultural en la zona ocupada por las comunidades del norte del río Diamante.
Analizaremos también las particularidades que estos modos de vida supusieron

6
Horacio Chiavazza

para afrontar primero la presencia relativamente próxima de sistemas económicos


occidentales, y luego la ocupación de sus tierras.

La dinámica cultural del poblamiento indígena macroregional: San Juan y la


región trasandina de Chile Central
Para entender las características del proceso prehistórico local, es
importante considerar las tendencias que se experimentaron en una región más
amplia. Veamos que sucedió en las regiones situadas al norte y oeste de la
provincia de Mendoza.
Luego de una extensa etapa de 8.000 años durante los cuales las
sociedades se organizaron en torno a sistemas económicos basados en la caza y
la recolección, se produjo un cambio hacia el control productivo de ciertas
especies vegetales. Los investigadores de la región han considerado
generalmente que estas prácticas fueron introducidas por medio de procesos
migratorios al sector norte de Cuyo desde el noroeste argentino (Schobinger 1975;
Gambier 2000; Lagiglia 1979 y 1980). Luego de un amplio período en que las
sociedades se caracterizaron por economías extractivas centradas en la caza y la
recolección, el desarrollo de sistemas productivos agrícolas aparejó cambios
como la sedentarización y el aumento demográfico. Esto generó cambios en otros
aspectos de los patrones culturales. Según Gambier hacia el año 1200 d.C, las
migraciones del noroeste argentino sobre los grupos agricultores nativos de San
Juan, llevó a la formación de un fenómeno cultural que se conoce
arqueológicamente como: “Cultura de Angualasto” y que ocupó el territorio hasta
los 30º 30’ de latitud sur. Influidos a su vez por las continuas migraciones
transandinas, formaron una poderosa unidad que luego se proyectó hacia el este y
sur. Estos grupos estuvieron vigentes en la denominada etapa agrícola tardía, que
recibió el ingreso incaica, y que dio lugar al desarrollo de grupos étnicos con
características propias y que fueron los conocidos en el momento de la conquista
española con el nombre de capayanes y yacampis (Gambier 2000).
A su vez, al oeste de la cordillera, la consolidación de grupos con
agricultura y alfarería, en la zona central de Chile se produjo entre el 900 y el 1470

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Horacio Chiavazza

d.C, dando lugar al desarrollo de un complejo cultural que se denomina


arqueológicamente como Cultura Aconcagua (Massone 1980). Esta es la entidad
representativa del Período Agroalfarero Tardío en Chile Central (Durán y Planella
1989). El norte de Chile y la región del NOA formaron parte de un macrosistema
de relaciones de intercambio preincaico con amplias proyecciones y hacia el norte
de Chile, sur peruano, noroeste argentino y zona altiplánica. Para los autores
mencionados considerar el desarrollo del Complejo Cultural Aconcagua fuera de
esta concatenación, implicaría desconocer el potencial de movilidad y contactos
registrado en grupos más tempranos, además de ignorar significativas evidencias
de manifestaciones culturales provenientes de otras áreas (entre ellas justamente
de Mendoza).
Según los autores el proceso de experimentación en torno a la
domesticación de plantas4 y de fauna fue cediendo paso paulatinamente a una
nueva realidad caracterizada por un crecimiento demográfico frente al anterior,
una tendencia hacia la integración areal bajo sistemas de jefaturas o de señoríos
con cierto orden centralizador, la intensificación funcional de las redes de
relaciones con distintas áreas vecinas y una mayor intensificación y
sistematización de los medios de producción con determinados índices de
especialización, son algunas de las principales pautas que rigen este período
(Durán y Planella 1989).
Por su parte, el registro arqueológico pone en evidencia el contacto cultural
de la población Aconcagua con el sistema administrativo incaico. Desde esta
perspectiva, el Complejo Cultural Aconcagua (de Chile Central), en su última fase
de aculturación, sería el que representaría al menos una parte importante de la
población descrita por los cronistas tempranos para esa región. Al mismo tiempo
señala posibles rutas de comunicación o tráfico, dentro de un sistema de
organización regional prehispano. Entre las vinculaciones importantes que han
reconocido tanto los investigadores chilenos como argentinos, se encuentra
precisamente la injerencia del Complejo Cultural Aconcagua en el desarrollo de la

4
Esto es, el cultivo de plantas, su control productivo.

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Horacio Chiavazza

cultura agroalfarera tardía de la Cultura de Viluco en la provincia de Mendoza


(Lagiglia 1979).

Las comunidades indígenas del norte de Mendoza antes y después de los


españoles
En el norte de Mendoza se observa un proceso que presenta matices de
continuidad o cambio según los aspectos culturales que se sometan para el
análisis (Schobinger 1975, Lagiglia 1968, Bárcena 1982). Considerando que
cuando los españoles bajo órdenes de F. Villagra tocaron por primera vez estas
tierras en 1551 se encontraron con poblaciones claramente definidas étnicamente
(Huarpes millcayac) cabe preguntarse acerca de los orígenes de este grupo al
considerar el otro extremo de la historia de estas poblaciones, entre los que
median más de 11.000 años en los cuales algunas características perduraron y
otras cambiaron.
Si se analizan aspectos vinculados con la organización social y política el
proceso manifiesta tanto puntos de inflexión y cambio como tendencias culturales
conservadas, sobre todo si se parte de un estudio comparativo entre la situación
narrada en los documentos españoles y lo observado en el estudio de los registros
arqueológicos de etapas precedentes.
Un cambio percibido en los modos de organización social se infiere del
análisis arqueológico y sus manifestaciones espaciales a través del tiempo. Los
grupos humanos de la región experimentaron un amplio período caracterizado por
una organización sociopolítica en bandas. Estas se estructuraban en torno a
intensa movilidad, la inexistencia de asentamientos permanentes y bajas tasas
demográficas. La organización resultante habría supuesto la carencia de
jerarquías y estructuras políticas igualitarias, recayendo la toma de decisiones en
el liderazgo informal de los adultos (por ejemplo en lo referido a las épocas y el
lugar del traslado del campamento). Por ello, la probable división social se habría
basado en el trabajo y era de carácter etario (niños-adultos) y sexual (hombres-
mujeres). Por lo tanto se puede postular la ausencia de una autoridad orgánica y
permanente. Los entierros humanos de estos lapsos recuperados en Morrillos,

9
Horacio Chiavazza

San Juan, se orientan en esta dirección puesto que no se han observado ajuares
especialmente diferenciados en los entierros (aunque recientemente se ha
propuesto la aplicación de técnicas de momificación por deshidratación- Marcelino
1998 – lo que supondría una inversión en los difuntos que podría ser indicio de un
proceso de formación de jerarquías). Esta situación queda remarcada al comparar
estos entierros con los más tardíos. Los entierros no aparecen con elementos que
destaquen un posicionamiento social especial entre las sociedades cazadoras
recolectoras cuyanas. Un correlato a este tipo de situaciones es el que
descubrimos excavando una gruta de Villavicencio, en el noroeste de Mendoza en
el año 2002. El hallazgo de dos entierros humanos juveniles, sin ajuar alguno, en
el sitio Vaquería, datado relativamente en más de 3000 años AP. podría
correlacionarse con lo señalado para San Juan5.
En el norte de Mendoza la movilidad de aquellos cazadores, sobre todo en
el sector precordillerano y del piedemonte articulaba estacionalmente la ocupación
de sectores de diferentes niveles altitudinales. Así se complementaban las
condiciones habitacionales estacionales entre zonas altas (en la precordillera por
encima de los 2.500 msnm en primavera-verano) e intermedias (piedemonte por
debajo de los 1.700 msnm y hasta los 1000 msnm en otoño – invierno) (Durán y
García 1989). Esta complementariedad ocupacional respondió a las situaciones de
temperatura y precipitaciones que además operaban sobre el ambiente y
consecuentemente sobre el comportamiento de los recursos considerados básicos
en la subsistencia de aquellas poblaciones (agua, guanacos Lama sp. y ñandúes
Pterocnemia sp.). La dispersión regional del registro arqueológico y las
características de las rocas usadas así como las técnicas aplicadas para la
elaboración de artefactos, muestra patrones de este manejo del ambiente. Se
observa un predominio de la explotación de rocas cuyas fuentes de
aprovisionamiento se localizan en radios menores a los 10 kilómetros de distancia
de los sitios. La economía de estas comunidades se basaba en la caza y
seguramente en la recolección de frutos silvestres (del algarrobo Prosopis

5
La cronología es relativa, ya que por ausencia de cerámica y la semejanza tipológica de
artefactos líticos (microinstrumentos) relacionados a los entierros la antigüedad podría remontarse
incluso a más de 6000 años AP.

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Horacio Chiavazza

flexuosa y chañar Geoffroea decorticants entre otros). Este patrón implicó una
intensa movilidad y por ende, al analizar las dispersiones de elementos
arqueológicos en la región y a su vez, las características de los sitios ocupados,
puede inferirse la existencia de grupos poco numerosos y sin jerarquías, al menos
no visibles en el registro arqueológico). Por otro lado, es importante mencionar
que hasta hace por lo menos 2000 años, este fue el patrón cultural dominante en
esta región.

Figura 3: sitio Agua de la Cueva, en la precordillera. Aquí se registraron las ocupaciones más
antiguas del norte provincial (circa 12000 años AP., García 2003). La flecha señala el sector sur.

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Horacio Chiavazza

Figura 4: Puntas “cola de pescado”. Estas corresponden a las armas de caza de las poblaciones
más antiguas encontradas en la provincia (La Crucesita) (en Schobinger 1971).

Figura 5: entierros humanos de hace 3.000 años en la gruta 1 de Vaquería, Villavicencio

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Horacio Chiavazza

Esta situación constituye una línea base cultural desde la que se pueden
empezar a rastrear cambios a medida que se avanza en el tiempo. En términos
arqueológicos se registra un cambio del patrón de asentamiento local y la
determinación de redes de intercambio macroregional de productos. Con estos
intercambios irían también nuevas costumbres –económicas, domésticas y
funerarias-. Según las investigaciones se pudieron establecer que hace
aproximadamente 1.500 años, se produjo un cambio a nivel regional (lapso
atribuido arqueológicamente a la Cultura de Agrelo según Canals Frau 1956). El
asentamiento se organizó en torno a puntos estables sobre el paisaje, sobre todo
en las márgenes de los ríos (caso del río Mendoza) los que se articulaban con
explotaciones de zonas altas (al oeste) y lacustres (al noreste). Se ha comprobado
que en este lapso existió la ingresión de pautas culturales del norte,
fundamentalmente del Complejo Molle del Norte Chico de Chile (Schobinger 1977,
Bárcena 2003). Esto pudo observarse sobre todo en restos importados que se
incorporaron a tumbas a modo de ajuar. Un caso paradigmático es el del
enterratorio conocido como “Uspallata usina sur”6, en el que se recuperaron
elementos vinculados al consumo de alucinógenos (una pipa en forma de “T” y
con rasgos ofídicos probablemente relacionada con rituales) y elaborados sobre
materias primas absolutamente foráneas (por ejemplo un vaso de combarbalita,
una roca de origen muy puntual: Combarbalá en el Norte Chico de Chile). Un
aspecto que confirma estas interrelaciones macro regionales lo constituyen las
representaciones rupestres del mismo Valle de Uspallata. Estas manifestaciones
tanto por sus estilos como por los temas y modos de ejecución (petroglifos) se
corresponden a un patrón registrado en el Valle del Encanto en Chile y en San
Juan. Estas manifestaciones, conocidas como petroglifos, de acuerdo a los
estudios de especialistas corresponderían al lapso en cuestión y se vincularían
con prácticas rituales “shamánicas”7 (Schobinger 1982).

6
en este caso es importante mencionar que si bien los elementos tienen la identidad cultural
propuesta, Bárcena menciona una datación 14C "...sobre colágeno de un hueso de los esqueletos
dio una fecha del último cuarto del siglo XIV...” (Bárcena 2003:59)
7
Este tipo de prácticas se vinculan con una concepción mágico-religiosa, relacionada con rituales
que incluyen danzas, consumo de plantas alucinójenas y transes por parte de un shaman, especie
de sacerdote que experimenta visiones y entra en contacto con poderes sobrenaturales.

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Horacio Chiavazza

Otro dato de interés es también el de la organización del hábitat. Según


excavaciones que realizamos en el año 2001 en el valle de Potrerillos, los lugares
de ocupación más estables a los que hacíamos referencia tendieron a localizarse
en las terrazas del río Mendoza. Estas ocupaciones se caracterizan por ser
viviendas semisubterráneas y dispersas. Se insertan en terrazas del río Mendoza,
sobre terrenos que probablemente fueron usados también para cultivar8. Este tipo
de habitaciones, de planta circular, probablemente cubiertas por ramadas, estaban
sostenidas por postes. Recuerdan a las descubiertas en los sectores del bajo
piedemonte sanjuanino donde se denominó arqueológicamente como fase cultural
Punta del Barro, la cuál en su etapa final tendría relativa correspondencia
cronológica con la descubierta en el valle de Potrerillos (datada por medio de
14
C.entre los 1700 y 1200 años antes del presente9 -figura 6-).

Figura 6: “casa pozo” (de aproximadamente 1.600 años), excavada en el valle de


Potrerillos.

8
Esto se puso al descubierto en recientes excavaciones desarrolladas en marco del Salvataje
Arqueológico de Potrerillos, Cortegoso y Chiavazza 2002)
9
Dataciones realizadas sobre carbón de fogones del interior de las casas por R.Bracco Bocksar en
el Laboratorio de Radiocarbono de la Facultad de Química de la Universidad de la Rca.,
Montevideo, Uruguay.

14
Horacio Chiavazza

Una manifestación arqueológica típica de la denominada “Cultura de


Agrelo” del norte de Mendoza es la alfarería, dada por tipos de vasijas en forma de
ollas y pucos. Estas eran cocinadas en hornos con atmósferas reductoras, es decir
sin oxígeno, lo que les daba una tonalidad grisáceo, gris-negra. Las vasijas
estaban decoradas por medio de incisiones formando motivos geométricos con
líneas, estriados, cepillados y punteados practicados previamente a su cocción
(figura 7). Estas características de la cerámica, con algunas diferencias puntuales
en el caso de Mendoza (menor acabado de superficie), se observan también en
los sectores de Chile y San Juan antes mencionados.

Figura 7: fragmentos de alfarería gris incisa correspondiente a la cultura de Agrelo


(proced. NE de Mendoza).

El asentamiento registra mayor estabilidad en ciertos sectores que


probablemente fueron permanentemente ocupados, el uso de espacios a cielo
abierto, la construcción de casas posiblemente relacionadas a campos de cultivo,
la abundante cantidad de elementos de procesamiento como conanas y manos de
moler (incluso dentro de las casas-pozo –figura 6-) y la implementación de
técnicas alfareras específicas (con formas y tamaños de vasijas que sugieren

15
Horacio Chiavazza

almacenamiento), constituyen un cambio cualitativo respecto a los patrones de


subsistencia de las etapas de cazadores recolectores precedentes. De todos
modos el carácter agrícola de estos grupos es un tema que está en plena
discusión ya que sólo han aparecido restos derivados del consumo y no de la
producción, por lo que aquellos pudieron proceder del intercambio.

Figura 8: Petroglifo de canota, detalle de un sector (foto 2004)

Estos cambios, por lo menos en las tendencias del consumo, a su vez


poseen un correlato social que puede interpretarse desde las características de las
prácticas funerarias ya que en este período aparecen ajuares importados (como el
del ya mencionado enterratorio de Uspallata). Esto podría ser reflejo de una
creciente jerarquización socio-política. Las representaciones rupestres (petroglifos
–figura 8-) y sus imágenes abstractas, interpretadas como una forma del manejo
de poderes sobrenaturales por parte de “shamanes” (Schobinger 1982),
representarían el desarrollo de tales jerarquías. Si se acepta lo postulado por
Schobinger en relación al “rito del camino o tránsito” representado por los
petroglifos, la sugerencia de movilidad macroregional cobra mayor consistencia ya
que forma parte de un sistema de valores dentro de los cuales los objetos cobran
un rol activo. Hipotéticamente, las manifestaciones sirven para ritualizar el tránsito

16
Horacio Chiavazza

entre diferentes áreas como parte de un sistema de creencias que vinculan el


paso entre la vida y la muerte. Estas sociedades habrían subsistido de una
agricultura con capacidad producción excedentaria, observable en sus vasijas
para almacenar. Esto habría favorecido el intercambio productos e ideas con
grupos de otras regiones. La interpretación socio-política del registro es la de la
formación de una sociedad jerárquica, probablemente segmentaria, es decir
aquella sociedad tribal integrada por diferentes comunidades en base a lazos de
parentesco y que basan su subsistencia en el cultivo de plantas, aunque este
último aspecto aún no está claramente registrado.
La gran dispersión territorial de sitios arqueológicos correspondientes a este
período, presentes en todos los escenarios de la geografía norte de la provincia de
Mendoza (planicie y montaña), daría cuenta de un aumento demográfico que
acompañó el desarrollo tanto de sistemas productivos como de intensificación
económica basada en la movilidad y en la ampliación del espectro de especies
explotadas. Este segundo tópico se vincularía a su vez con los aspectos que se
mantuvieron, que persistieron de aquel sistema cultural cazador-recolector, pero
que cobra matices ya que se orienta a la captura de presas con menor rendimiento
por unidad (como peces, armadillos y roedores). Es importante mencionar que
corresponden a este lapso, restos que evidencian la continuidad en el consumo de
vegetales silvestres obtenidos por medio de la recolección (algarrobo, molle y
chañar) acompañando a otros domésticos que han sido interpretados resultantes
de las actividades agrícolas locales, como el maíz, la calabaza, el poroto y la
quínoa (Bárcena 1985, García 1988, Durán y García 1989, Sacchero et al 1989).
Dentro del registro arqueológico la evidencia de persistencias o continuidades se
observa en la esfera económica, concretamente en la presencia de restos de
presas cazadas (sobre todo guanaco –Corvalán 1991, 1992 , Cortegoso y
Chiavazza 2002-).
Este lapso10 podría sostenerse que se produjo entre los 300 y 1200 años
dC según dataciones radiocarbónicas procedentes de sitios estratificados. Es decir

10
En Mendoza, este período se conoce como propio de la “Cultura de Agrelo”(Canals Frau 1956),
agroalfarero medio (Bárcena 1982, García 1992) o Formativo (Durán et al 1995)

17
Horacio Chiavazza

que durante mil años se observa que los sitios se distribuyen en amplias
superficies del territorio. Incluso muchos de ellos evidencian haber sido ocupados
sólo en este lapso, ni antes ni después (Chiavazza 2001), lo que deja algunos
interrogantes acerca de las causas del proceso de cambio que se registra
arqueológicamente en el lapso posterior (¿es resultado de un lapso de expansión
exploratoria?, ¿se trata de una colonización relativamente corta de territorios luego
abandonados?).
Al evaluar aspectos tecnológicos de este período, sobre todo de la
tecnología lítica y los radios de aprovisionamiento de las materias primas según
las distancias entre canteras y sitios, se pudo establecer un funcionamiento de
sistemas locales (Chiavazza 1998, Chiavazza y Cortegoso 2003), es decir, de
sectores ocupados y explotados dentro de circuitos ambientalmente específicos,
por ejemplo en las quebradas que comunican el piedemonte y la precordillera en
el sector de Villavicencio (Chiavazza et al 1999-2000), las laderas y quebradas
aledañas al valle de Potrerillos y el propio valle en las márgenes del río Mendoza
(Cortegoso y Chiavazza 2002), o incluso, los sectores palustres de San Miguel y
las Sierras Centrales (Chiavazza 1999, 2001 y Chiavazza et al 2004). En este
caso, si bien persiste una movilidad que combinaba diferentes ambientes a lo
largo del año, en las diferentes estaciones, la fijación residencial en puntos
específicos del paisaje generaron un achicamiento de los radios de explotación
dentro de sectores ambientalmente más acotados (dentro de la misma
precordillera, el piedemonte o en la llanura). Este aspecto se vincula con el cambio
en las orientaciones económicas, tanto en la dimensión productiva como en la
intensificación; con indicios acerca de delimitaciones territoriales propia de
sistemas jerárquicos (los sitios con petroglifos podrían ser puntos demarcadores si
se considera su lugar estratégico) y por último con la búsqueda de nuevos
territorios de explotación y asentamiento, sobre todo hacia tierras áridas en la
llanura del este.
Hacia mediados del siglo XIV esta situación cambió. Es difícil precisar con
exactitud la fecha o dato cronológico del cambio reflejado en el registro
arqueológico. Para algunos autores sobre la base del desarrollo Formativo antes

18
Horacio Chiavazza

descrito se registró un proceso de cambio cultural dando lugar a la llamada


“Cultura de Viluco” (Lagiglia 1976). Este cambio fue paulatino y se registró antes
del ingreso incaico a la región, por influencia de grupos Aconcagua de Chile
Central y sobre todo, como parte de una tradición cultural que experimentó
cambios de su identidad por su propia dinámica y la recepción de algunas
influencias (Lagiglia 1976, 1999). Otros autores piensan que en este lapso existe
un cambio radical y que el mismo se debe al ingreso incaico y la dominación que
este imperio ejerció desde aproximadamente el año 1480 en el norte de Mendoza
(García 1996). Las hipótesis de Lagiglia se basan en estudios comparados de
contextos Agrelo y Viluco, entendidos en el sentido cultural arqueológico, en tanto
que los trabajos de García se han focalizado en las influencias estilísticas incaicas
que se observan en las cerámicas Viluco. De todos modos, esta idea
compatibilizaría con la de Lagiglia en el sentido de que para este autor existe un
lapso Viluco II, cuando se manifiestan influencias incaicas. Una postura extrema,
mantenida desde inicios de siglo por Torres (1923) y continuada por Michieli
(1998) argumenta que la cerámica Viluco sería post hispánica tardía, y
correspondería a alfarería de grupos indígenas que fueron trasladados desde el
norte de San Juan hacia el sector de Mendoza como producto del ingreso colonial
español (esta idea se asentaría sobre todo en las dataciones y observación de
contextos donde aparece este tipo alfarero Viluco). De todas maneras esta última
posición no parece sostenible si se observan los resultados de dataciones
obtenidas en contextos con mayor resolución que los de sitios superficiales del sur
de San Juan que ofrece la autora como la base empírica de sus ideas (Chiavazza
1995, Bárcena 1998, Prieto y Chiavazza 2001, Durán et al 2003).

19
Horacio Chiavazza

1 2
Figura 9: cerámica correspondiente a la cultura Viluco recuperada en las excavaciones del área
fundacional de Mendoza (Ruinas de San Francisco 2004). 1. escudilla y 2. pipa con figura
antropomorfa.

Lo cierto es que las técnicas alfareras manifiestan un cambio radical, se


usan hornos de cocción oxigenados y las arcillas son seleccionadas y preparadas
de modo diferente a las del lapso Formativo. Las formas de las vasijas son
particularmente diferentes a las precedentes, predominando jarras, pucos y vasos
a diferencia de las grandes ollas de cuellos rectos del lapso anterior. Los estilos
decorativos de la cerámica son también sustancialmente diferentes, en la
cerámica de la cultura Viluco la decoración es geométrica pintada y en este caso,
puede observarse nuevamente una vinculación con los modos de hacerlo en el
sector de Chile central, concretamente en la cerámica de la cultura Aconcagua.
En este lapso la fijación residencial está comprobada, sobre todo en el
sector del valle de Mendoza (Prieto y Chiavazza 2001, Chiavazza y Prieto 2001).
Se han descubierto restos correspondientes a esta alfarería en todos los
escenarios del norte provincial, aunque es cuantitativamente mayor la cantidad de
sitios del centro este y noreste provincial. Los cementerios indígenas de Viluco y
de Capiz en la llanura de San Carlos, son sitios paradigmáticos ya que evidencian
una jerarquización de entierros a juzgar por su ubicación en los médanos
destacados del paisaje y por los ajuares incluidos en las tumbas (Boman 1920,
Lagiglia 1976, Durán y Novellino 1999-2000). Las sociedades de este lapso, ya
sea por desarrollos locales o por influencias del incario, habían alcanzado
sistemas de organización política más complejos. Puede hablarse de jefaturas,

20
Horacio Chiavazza

que son justamente los sistemas que describen los cronistas españoles cuando
ingresan a la región. El correlato económico de este nuevo orden es el de
comunidades con desarrollos agrícolas, centrados en el cultivo del maíz y otros
productos como calabazas, porotos y quinoa con excedentes y la fijación
residencial permanente sobre todo en valles y la planicie NE. A nivel espacial, las
ocupaciones en precordillera son tenues y aparentemente corresponden a lugares
de acampada temporaria en el paso entre el sector del valle de Mendoza y los
valles interandinos, sobre todo el de Uspallata (Durán y García 1989, Chiavazza et
al 1999-2000). En esta zona los sitios presentan materiales que evidencian a la
vez, el mantenimiento de ciertas pautas ancestrales de la subsistencia, como por
ejemplo la caza de guanacos y recolección de huevos de ñandú.

Figura 10: impronta de poste de una vivienda prehispánica tardía (450 años AP.) descubierta en
niveles sellados por pisos del siglo XVII de la ciudad de Mendoza.

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Horacio Chiavazza

Figura 11: cabecita de guanaco correspondiente al apéndice de una escudilla hallada en niveles
prehispánicos tardíos del predio Alberdi e Ituzaingó del Área Fundacional de Mendoza.

Hacia la segunda mitad del siglo XV se produjo la llegada de la dominación


incaica al norte de Mendoza. Esto significó la subyugación de las poblaciones
locales, que pasaron a formar parte del imperio y con ellas, su producción para
sostenimiento del aparato estatal.
Por su parte, las evidencias más fuertes del dominio incaico, se refieren a
contextos edificados, (Tambos) y el camino ubicados en el valle de Uspallata
(Rusconi 1962, Schobinger 1975, Bárcena 1979 y 1986-87). La influencia de
ciertos rituales propios del dominio incaico en el sur del imperio (collasuyu) puede
observarse en el entierro de altura trabajado por Schobinger y colaboradores en el
Cº Aconcagua (Schobinger 2001). Lo que señala claramente la dependencia
política incluso en relación con rituales estatales.
En el lapso prehispánico tardío (desde mediados del siglo XIV), se observa
la ocupación en el sector palustre del noreste de Mendoza, en lagunas de
Guanacache - Rosario., San Miguel y Arroyito. Si bien se detectan restos

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Horacio Chiavazza

correspondientes al lapso Formativo11, el registro arqueológico adscribible a los


huarpes es significativamente cuantioso (aceptando los contextos con cerámica
del tipo Viluco como propia de los Huarpes). El Valle de Mendoza, en el sector
donde se fundó la ciudad de Mendoza, los restos vinculados a las ocupaciones
propias de la Cultura Viluco, sobre todo de la cerámica, son significativamente
numerosos. En estos sectores se define un uso intenso de recursos propios del
ambiente de lagunas, sobre todo de peces y aves. También se registra un
consumo intensivo de armadillos, roedores (cui, liebre mara y vizcachas) e incluso
reptiles (tortuga) (Chiavazza 2001).
Se interpreta un verdadero cambio en los patrones económicos del norte de
Mendoza, sobre todo se observa una intensa explotación de los peces
procedentes de lagunas. Es más, se ha comprobado el traslado hacia el sector
donde luego se fundó la ciudad (Chiavazza et al 2000ms). Puede argumentarse al
observar el registro arqueológico, que si bien la pesca formó parte de las dietas
prehispánicas desde lapsos de cazadores (sobre todo en la llanura al este), en el
período prehispánico tardío, configuró una de las principales explotaciones
faunísticas de los Huarpes.
El núcleo poblacional del sector del valle, se habría centrado en torno al
desarrollo de un sistema de acequias y canales que irrigaban las huertas de las
unidades familiares. El patrón de asentamiento se habría concentrado en este
sector del valle de Mendoza, aunque la modalidad seguramente fue de tipo
aldeano disperso (manteniendo en este caso la pauta del tipo precedente).
El ingreso colonial europeo implicó la introducción de otras pautas, muchas
de las cuales persisten hasta la actualidad. Por ejemplo se rompió definitivamente
la matriz espacial dispersa del asentamiento indígena dando lugar a una
organización urbana que concentró la población. Esto se inicia puntualmente el 2
de marzo de 1561 y se reafirma al año siguiente con la fundación y refundación de

11
Concepto que señala las características que adquiere un determinado desarrollo cultural en el
momento en que comienzan a sentarse las bases para la formación de un nuevo ordenamiento
social político y económico. Cambio dado sobre todo por una creciente asimetría en la distribución
del excedente, una especialización en el trabajo y una jerarquización en términos políticos, lo que
expresa variaciones en los modos de propiedad y en consecuencia en las estrategias de
subsistencia y formas de asentarse en el territorio.

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Horacio Chiavazza

la ciudad de Mendoza por la corriente conquistadora del oeste procedente de


Chile.

2
San Francisco
1

cabildo

Figura 12: la ciudad de Mendoza según una representación del siglo XVIII (1790).

Figura 13: excavación de pisos del convento mercedario del siglo XVIII

24
Horacio Chiavazza

Figura 14: mayólicas coloniales procedentes de excavaciones del área fundacional de Mendoza
(La Merced).

Figura 15: moneda acuñada en Potosí (circa siglo XVII) (salvataje de San Agustín).

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Horacio Chiavazza

La desestructuración producida por el ingreso colonial con la fundación de


la ciudad de Mendoza en 1561 ha sido interpretada como el inicio del final del
período de efectividad adaptativa y el de comienzo de una etapa de competencia
por los recursos entre las comunidades conquistadas y los conquistadores
(Abraham y Prieto 1981).
A nivel sociopolítico, las implicancias del ingreso colonial sobre las
poblaciones nativas fueron devastadoras. Pasando por la aculturación de etnías
hasta casi su extinción biológica, las pautas del dominio colonial europeo en el
norte de Mendoza generaron un proceso sin retorno. La sociedad quedó
organizada en estamentos de tipo medieval y en esa jerarquía a los indígenas les
tocó la función de servidores por medio de encomiendas y a los africanos traídos
por los europeos la de esclavos. La población sin embargo inició un proceso de
mestizaje que es la nota que caracteriza actualmente a nuestra provincia. La
organización política del territorio quedó legalmente integrada a la Capitanía
General de Chile hasta 1776 y por su intermedio a la monarquía española. Las
prácticas sociales y creencias religiosas inician un proceso de cambio que
culminará con el predominio de pautas occidentales y del culto católico romano
como la religión de los grupos huarpes. Este proceso es conocido como el de la
“aculturación de los Huarpes” (Prieto 1977).
En términos económicos el cambio fue producto tanto de nuevos
requerimientos de la subsistencia y nuevas tecnologías de adquisición, como de
nuevas ópticas en la percepción del paisaje, de sus recursos y su dinámica. El
registro arqueológico es particularmente sensible para la detección de cambios en
los patrones económicos. Según excavaciones en niveles correspondientes al
lapso colonial temprano, a mediados del siglo XVI ya se manifiesta el consumo de
fauna euroasiática ingresada por los conquistadores (como por ejemplo ovinos,
bovinos, cerdos y aves de corral como gallinas –Romero et al 2003, Chiavazza y
Prieto 2001-). Esto supuso la práctica pastoril por parte de los indígenas
sometidos al servicio de la encomienda por los españoles. De este modo el
énfasis proteico en la dieta no procedía ya de las presas cazadas tanto como de
especies domesticadas. Entre las manufacturas indígenas como la cerámica,

26
Horacio Chiavazza

también se experimentan cambios. Ya no se produjeron vasijas pintadas y de


formas vinculadas con los usos domésticos propios de los consumos indígenas,
sino cambian. Se destaca el ingreso de productos importados como mayólicas
europeas o de otros puntos de América (Puebla y Zorrilla 2003, Chiavazza et al
2003). También se registran nuevos modos de fabricación alfarera local, en el que
participan tanto los huarpes ya aculturados como esclavos negros, con la
implementación de tornos para el levantado de las vasijas y el vidriado interno
para su impermeabilización. Otro aspecto destacado es el tamaño que adquieren
las mismas. Estos aumentaron significativamente debido a los nuevos
requerimientos funcionales: almacenamiento y traslado comercial a grandes
distancias y en carretones. Se destacan las tinajas para transporte de agua, o las
botijas para transporte de aguardiente, vino o aceite. Hacia fines del siglo XVIII se
empiezan a registrar contenderos de vidrio con funciones específicas. Esta
materia prima será la que hacia el siglo XIX reemplazará casi en su totalidad
muchas de las vasijas cerámicas y representará el avance comercial masivo de la
producción industrial. Estos materiales son expresión de un cambio productivo
debido del avance de economías fuertemente excedentarias y comerciales
(propiamente occidentales).

Figura 15: la plaza principal de la ciudad 3 años antes del terremoto de 1861

27
Horacio Chiavazza

El proceso de conquista del norte de Mendoza implicó cambios dentro del


modo de producción, el que respondió a modelos europeos de integración colonial
y desarrollo hacia sistemas económicos y políticos de carácter global.
En este período se inicia un proceso de cambios que poseerá como nota
distintiva la “aceleración”, dado que en lapsos cortos, los cambios tecnológicos y
económicos serán exponenciales. El desarrollo urbano será nota distintiva de este
proceso, la ciudad se expandirá y los edificios implicarán mayor inversión
tecnológica y de recursos, sobre todo a partir del siglo XVIII.

Conclusiones
De este modo, haciendo una revisión a vuelo de pájaro hemos observado el
paso de economías de corte cazador recolector hacia otras de carácter agrícola.
Este proceso, durante la etapa indígena si bien supuso cambios en la organización
socio-política, no implicó el reemplazo de todas las pautas culturales. Las
influencias recibidas y los procesos locales, fueron configurando un escenario en
el cual, los huarpes sobre todo pescadores y con prácticas horticultoras aun
mantenían la caza y la recolección como formas de gravitación en su economía,
incluso inmediatamente antes del ingreso incaico y europeo. El cambio más
radical y desestructurador lo generó el choque cultural que supuso la conquista
europea. En este caso, las influencias fueron impuestas como consecuencia de un
orden implacable: conquistador-conquistado. Las implicancias y secuelas fueron
definitivas, irreversibles e incluso sirven para entender el grado actual de
postergación de Centro y Sudamérica. Como el resto de América, Mendoza, se
incorpora, pero desde el siglo XVI a un orden global económica, política y
socialmente regido por el avance autoexpansivo, primero incipiente y luego
acelerado, del capitalismo occidental.
A través de lo expuesto, se ha mostrado como la arqueología contribuye al
conocimiento de cambios y continuidades en las pautas culturales de las
sociedades. Se han sintetizado las etapas básicas consensuadas por los
investigadores en relación al paso de las economías cazadoras recolectoras hacia
otras de carácter productor y agrícola en el norte de Mendoza. También se han

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Horacio Chiavazza

ofrecido las hipótesis y evidencias que indican los modos en que estas culturas se
organizaron en términos económicos, políticos y sociales y que cambios son
perceptibles desde el registro material de la cultura: el arqueológico. En este caso
las evidencias indican tanto cambios como persistencias culturales según de la
esfera que se trate. Sin embargo particularmente radical fue el cambio observado
con el ingreso de la conquista española. Luego de 11.000 años de historia en los
cuales, además de cambios se registraran ciertas persistencias culturales, con el
ingreso europeo y la posterior colonia se concretó un proceso de transformación
de mayor alcance sobre las bases culturales indígenas del norte provincial. Los
cambios son mayormente perceptibles en tópicos económicos y tecnológicos,
pero significativamente intensos se dieron sobre aspectos sociales, políticos,
ideológicos e incluso vinculados a las características biológicas de las
poblaciones. El alcance de estos cambios llega a la actualidad. Hoy incluso es
posible escuchar dos tendencias entre los investigadores en relación a la
existencia de los huarpes, para unos extintos como resultado de este proceso y
para otros con vida y en lucha reivindicativa como minoría indígena.

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Horacio Chiavazza

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