Capítulo 1 - Nociones Generales
Capítulo 1 - Nociones Generales
Capítulo 1 - Nociones Generales
§ 1.— CONCEPTO
2. La constitucionalización del contrato. Relación del derecho del contrato con la Constitución
El Código Civil y Comercial ha puesto particular énfasis en que la ley sea aplicada de conformidad con
la Constitución y los tratados de derechos humanos. Así, el artículo 1º dispone que los casos que este
Código rige deben ser resueltos según las leyes que resulten aplicables, conforme con la Constitución
Nacional y los tratados de derechos humanos en los que la República sea parte. A tal efecto, se tendrá
en cuenta la finalidad de la norma. Los usos, prácticas y costumbres son vinculantes cuando las leyes o
los interesados se refieren a ellos o en situaciones no regladas legalmente, siempre que no sean
contrarios a derecho.
El artículo 2º añade que la ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades,
las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los principios
y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento.
Cierto es que la pirámide normativa consagrada por la Constitución Nacional, en el art. 75, inc. 22,
párrs. 2º y 3º, pone por encima de todo a la propia Constitución y a los tratados de derechos humanos,
pero debe recordarse también que la referida norma, en su párrafo 1º, otorga a los tratados y concordatos
jerarquías superior a las leyes, por lo que la aplicación del propio Código no podrá prescindir de tales
tratados y concordatos, a pesar de que no hayan sido mencionados.
Entrando particularmente al tema de los contratos, entre los tratados de derechos humanos es
necesario destacar a la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa
Rica) y a la Declaración Universal de Derechos Humanos. La primera proclama la necesidad de que los
Estados Partes procuren lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos que se derivan de
las normas económicas contenidas en la Carta de la Organización de los Estados Americanos (art. 26);
la segunda, que toda persona tiene derecho a obtener la satisfacción de los derechos económicos
indispensables a su dignidad y el libre desarrollo de su personalidad (art. 22).
Estos tratados, entre otros, tienen particular relevancia para el derecho de los contratos. Es que si entre
los objetivos se encuentra el desarrollo económico de las personas, una de las vías para lograrlo —quizás
la más importante— sea el contrato, que resulta central para facilitar la circulación de bienes y servicios.
Desde luego, no cualquier contrato será aceptable, pues si éste persigue fines ilícitos, contrarios a la moral
y a las buenas costumbres, o agrede la dignidad de la persona humana, carece de todo valor.
Por ello, con razón, las XIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil, en el año 1991, concluyeron —a
través de la comisión nº 9— que el contrato como instrumento para la satisfacción de las necesidades del
hombre debe conciliar la utilidad con la justicia, el provecho con el intercambio equilibrado. Con otras
palabras, el contrato no puede contradecir las pautas que fija la Constitución Nacional y su interpretación
debe respetar el orden normativo que ella impone.
8. Naturaleza jurídica del contrato. Ubicación del contrato en la teoría general del acto jurídico. Su
distinción de la ley, el acto administrativo y la sentencia
El contrato es un acto jurídico. Recordemos la definición del artículo 259: El acto jurídico es el acto
voluntario lícito, que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o extinción de relaciones o
situaciones jurídicas. Obvio es que dentro de ese concepto cabe el contrato. En otras palabras; acto
jurídico es el género, contrato la especie. El contrato es, entonces, un acto jurídico, que tiene las siguientes
características específicas: a) es bilateral, es decir, requiere el consentimiento de dos o más personas
(sin perjuicio de lo que se dirá más adelante del auto-contrato, número 98); b) es un acto entre vivos; y c)
tiene naturaleza patrimonial.
Para precisar la naturaleza del contrato, veamos sus puntos de contacto y sus diferencias con la ley,
el acto administrativo y la sentencia.
a) Con la ley.— Ley y contrato tienen un punto de contacto: ambos constituyen una regla jurídica a la
cual deben someterse las personas. El artículo 4º dispone que las leyes son obligatorias para todos los
que habitan el territorio de la República, mientras que el artículo 959 establece que todo contrato
válidamente celebrado es obligatorio para las partes. Y, con vigor expresivo, el artículo 1197 del Código
Civil afirmaba que las convenciones hechas en los contratos forman para las partes una regla a la cual
deben someterse como a la ley misma.
Pero las diferencias son profundas y netas: la ley es una regla general a la cual están sometidas todas
las personas; ella se establece teniendo en mira un interés general o colectivo; el contrato en cambio, es
una regla sólo obligatoria para las partes que lo han firmado y sus sucesores; se contrae teniendo en mira
un interés individual. De ahí que los contratos estén subordinados a la ley; las normas imperativas
(también llamadas indisponibles) no pueden ser dejadas de lado por los contratantes, quienes están
sometidos a ellas, no importa lo que hayan convenido en sus contratos. Además, la ley no requiere de
prueba, y difiere del contrato en sus efectos y vigencia.
b) Con el acto administrativo.— Son actos administrativos los que emanan de un órgano administrativo
en el cumplimiento de sus funciones; son pues de la más variada naturaleza y, en principio, no exigen el
acuerdo de voluntades propio del contrato, aunque hay actos administrativos de naturaleza contractual.
Normalmente, los actos administrativos tienen efectos análogos a la ley, siempre que se dicten
ajustándose a ella y a la Constitución.
Si se trata de actos administrativos de naturaleza contractual, hay que distinguir entre aquéllos en los
cuales el Estado actúa como poder público, esto es, como poder concedente (por ej., la concesión a un
particular de la prestación de un servicio público), y aquellos otros en los que actúa como persona de
derecho privado. En el primer caso, Estado y concesionario no se encuentran en un plano de igualdad: el
Estado, como poder concedente, mantiene la totalidad de sus prerrogativas inalienables; y en cualquier
momento, sin que se haya extinguido el término contractual, puede ejercitar su derecho de intervención,
exigir la mejora del servicio, su ampliación o modificación. En el segundo caso, o sea, cuando el Estado
actúa en su calidad de persona de derecho privado, los contratos que celebra están regidos
supletoriamente por el derecho civil, es decir que en aquello que no está específicamente regulado, se
aplicarán las normas de derecho común. Así ocurre, por ejemplo, cuando el Estado toma en alquiler la
casa de un particular con destino a sus oficinas, escuelas, etcétera, en cuyo caso el contrato se rige por
las normas administrativas y, en subsidio, por las de la locación establecidas en el Código Civil y Comercial
(art. 1193).
c) Con la sentencia.— Tanto la sentencia como el contrato definen y precisan los derechos de las
partes. Pero hay entre ellos profundas diferencias: 1) el contrato es un acuerdo de dos o más personas;
la sentencia es la decisión del órgano judicial y, por lo tanto, un acto unilateral; 2) el contrato señala
generalmente el comienzo de una relación jurídica entre dos o más personas (aunque también hay
contratos extintivos); la sentencia da la solución a las divergencias nacidas de ese contrato; 3) la sentencia
tiene ejecutoriedad, es decir, puede pedirse su cumplimiento por medio de la fuerza pública; el contrato
carece de ella, para que tenga ejecutoriedad es preciso que previamente los derechos que surgen de él
hayan sido reconocidos por una sentencia; 4) la sentencia resuelve cuestiones patrimoniales y no
patrimoniales, el contrato solamente tiene como objeto el que sea susceptible de valoración económica.
Hay sin embargo una hipótesis en que la aproximación del contrato y la sentencia es bastante
acentuada: la transacción que pone fin a un pleito por acuerdo de voluntades de los propios litigantes. La
transacción, como la sentencia, pone fin a un pleito, define los derechos de las partes y, una vez
homologada judicialmente, tiene ejecutoriedad. Subsiste empero una diferencia sustancial: que la
transacción no emana, como la sentencia, de un órgano judicial.
9. El contrato como fuente de obligaciones. Su distinción respecto de otras áreas del derecho civil
Si bien existen varias fuentes de las obligaciones (el propio Código Civil y Comercial regula en el Libro
Tercero, Título V, la responsabilidad civil, la gestión de negocios, el empleo útil, el enriquecimiento sin
causa, la declaración unilateral de voluntad y los títulos valores, debiéndose añadir también a la ley, la
costumbre, el abuso del derecho y la equidad), es claro que la fuente principalísima es el contrato.
Es necesario distinguir el contrato de otras áreas del derecho civil. Veamos:
a) De los derechos reales.— El derecho real es el poder jurídico que se ejerce sobre el todo una parte
indivisa de una cosa, en forma autónoma, y que atribuye a su titular las facultades —entre otras— de
persecución y preferencia (arts. 1882 y 1883). Son claras, entonces, las diferencias que existen con el
contrato. Importa destacar, sin embargo, que el contrato es, muchas veces, antecedente del derecho real.
Así, por ejemplo, la celebración de un contrato (compraventa, permuta o donación) es insuficiente para
adquirir el dominio de un inmueble, pues se necesita además que se haga tradición de la cosa.
b) De los derechos personalísimos.— Los derechos personalísimos son aquellos que son innatos al
hombre como tal, y de los cuales no puede ser privado. Se trata de derechos no patrimoniales,
imprescriptibles, irrenunciables e intransmisibles (derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad, al
honor, a la identidad, etc.). Con todo debe señalarse que existe algún punto de contacto con el contrato,
desde que ciertos derechos personalísimos pueden ser dispuestos si el acto no es contrario a la ley, a la
moral o a las buenas costumbres (art. 55).
Es importante destacar que están prohibidos los actos de disposición sobre el propio cuerpo que
ocasionen una disminución permanente de su integridad, excepto que sean requeridos para el
mejoramiento de la salud de la persona, y excepcionalmente de otra persona, de conformidad a lo
dispuesto en el ordenamiento jurídico (art. 56). Y para acentuar el carácter restrictivo se dispone que los
derechos sobre el cuerpo humano o sus partes no tienen un valor comercial, sino afectivo, terapéutico,
científico, humanitario o social y sólo pueden ser disponibles por su titular siempre que se respete alguno
de esos valores y según lo dispongan las leyes especiales (art. 17).
c) De los actos jurídicos familiares.— Los actos jurídicos familiares difieren del contrato tanto en su
naturaleza, como en su objeto. Más allá de que para la celebración de aquellos actos se requiera también
el consentimiento de las partes, la regulación jurídica se rige imperativamente por las pautas legales. Así,
por ejemplo, una vez contraído el matrimonio, los derechos y deberes de los cónyuges se rigen
exclusivamente por las disposiciones de la ley.
Hasta en el régimen patrimonial del matrimonio se ve lo dicho anteriormente. Es cierto que el Código
Civil y Comercial regula las denominadas convenciones matrimoniales y que ellas permiten a los cónyuges
optar entre uno de los dos regímenes patrimoniales que se establecen (arts. 446 y 463 y sigs.), pero hasta
allí llega el derecho de los cónyuges. Una vez elegido uno de los dos regímenes, se lo aplica enteramente,
sin posibilidad alguna de que los cónyuges lo modifiquen parcialmente.
d) De los derechos hereditarios.— La diferencia entre sucesión y contrato es clara. Aun cuando haya
existido un testamento, no hay contrato. El testamento es un acto jurídico unilateral, por el que se dispone
de los bienes y que necesita, con posterioridad al fallecimiento del testador, la aceptación del heredero,
para que pueda hacerse efectiva la transmisión de tales bienes.
Como regla, los pactos sucesorios están prohibidos (art. 1010), a menos que exista una disposición
legal que lo autorice o se trate de un pacto relativo a una explotación productiva o a participaciones
societarias de cualquier tipo, que tenga en miras la conservación de la unidad de la gestión empresaria o
la prevención o solución de conflictos, siempre que se establezcan compensaciones en favor de los otros
legitimarios y no se afecten la legítima hereditaria, los derechos del cónyuge, ni los derechos de terceros.
§ 3.— EVOLUCIÓN DEL CONTRATO