¿Quién Es Pilar Quintana?
¿Quién Es Pilar Quintana?
¿Quién Es Pilar Quintana?
En
esta entrevista revela todo
Esta entrevista de la Revista BOCAS ganó el
16 de noviembre 2021 Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar
2021.
Cuando la marea del Pacífico subía, Pilar Quintana (Cali, 1972) tenía que
regresar a su casa nadando. A veces el mar se elevaba tres metros. A veces
ocho. Vivía en Juanchaco (Buenaventura, Valle del Cauca), en una vivienda
que ella y su marido de entonces construyeron sobre un acantilado. Era otro
mundo: libre, lejano, extremo.
Cuando abría las ventanas, la casa se convertía en una gran terraza con
biblioteca y vistas al océano. Caminaba por la selva, leía, escribía, nadaba. Así
se le iban los días. Estaba, dice ella, “en el sitio más bonito del universo”. Pero
nunca más volvió. No quiere. No puede.
En los nueve años que vivió en esa zona abandonada del país está la génesis
de La perra (Random House, 2017), su cuarta novela, premio EAFIT 2018 y
PEN Translates Award 2019, traducida al inglés, el danés, el holandés, el
italiano, el alemán, el griego, el hebreo, el francés, el portugués y el islandés.
Además, acaba de ser finalista –en la categoría de novela traducida– los
National Book Awards, un prestigioso premio que desde 1950 celebra la mejor
literatura de Estados Unidos y que ganaron figuras de la talla de William
Faulkner, Philip Roth, Cormac McCarthy, Flannery O’Connor o Thomas
Pynchon.
Quintana fue elegida en 2007 entre los 39 escritores menores de 40 años más
destacados de América Latina. Sin mucho ruido, se ha ido convirtiendo en una
de las voces más sólidas de la literatura latinoamericana actual. Su obra la
completan Cosquillas en la lengua (Planeta, 2003), Coleccionistas de polvos
raros (Norma, 2007), Conspiración iguana (Norma, 2009) y la colección de
cuentos Caperucita se come al lobo (Cuneta, 2012 y Random House 2020).
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En sus libros hay sexo explícito, mujeres gordas, negras, hombres que no saben
mover la lengua para estimular el clítoris, hombres que huelen a agrio,
hombres que violan, hembras que desean y hacen felaciones y otras que lidian
con la imposibilidad de ser mamás. A ella le gusta llamar a las cosas por su
nombre. Sin ambages. Más que escribir, grita. Va de frente. Y no le importan
las consecuencias.
Pilar Quintana mide un metro con cincuenta y seis centímetros. Estudió
Comunicación Social en la Universidad Javeriana. También es guionista. Es
madre de un niño de cinco años. Nació en una familia caleña de clase media
alta, protegida y rodeada de privilegios. En una burbuja. Sus padres se
separaron cuando tenía nueve meses. De pequeña se recuerda inquieta, un
tanto intrépida y un poco machita. Antes tenía el cabello muy negro, pero ya
asoman unas canas que se piensa dejar porque le parecen divinas. Es atleta,
llegó a cinturón café en karate; le encanta la salsa, Elvis y la ciencia ficción
apocalíptica.
Su clóset es más bien monocromático. Negro y gris que acompaña con
accesorios rojos y con las uñas pintadas de rojo, aunque hoy no porque hace
como nueve meses que no se las pinta. Viene de una sesión de fisioterapia
porque unas semanas atrás se cayó mientras corría y se lesionó el hombro
izquierdo. Ya está mejor. Ya puede correr otra vez. Si no lo hace, se vuelve loca.
Sus amigos dicen que no es ni acartonada ni solemne. Que es sincera y
constante, de voluntad férrea. Y también dicen que puede parecer
amenazante. Le va el humor negro, ácido. Le da miedo ser una mamá violenta,
“La literatura le da miedo que se muera su hijo y le da miedo morirse porque qué putada
fue el lugar morírsele a un hijo.
encontré que Desde muy chiquita. En la casa de mi papá siempre hubo libros. Cuando yo
tenía preguntas, él me las respondía, pero siempre sacaba un libro y lo dejaba
podría ser yo y abierto para que yo siguiera investigando. Cuando no sabía leer, mi mamá nos
hacer, decir lo leía cuentos y yo soñaba con aprender para leerle a mi hermana.
que de verdad Dice que empezó a escribir a los siete años. ¿Recuerda qué fue lo primero
que escribió?
pensaba, donde
no tenía que Sí. Yo decía que era un poema, pero me he dado cuenta de que era narrativa.
Se llamaba ¡Oh!, payasito y era sobre un payaso que tenía la cara pintada de
disimular” felicidad, pero se le había muerto la mamá, se le había quemado la casa y no
me acuerdo qué otras circunstancias, todas terribles. Lo tenía guardado, pero
a los 27 años escribí mi primera novela y boté a la basura todo lo demás que
había escrito porque sentía complejo. En ese momento me di cuenta de que yo
escribo de lo mismo, de las máscaras, de las poses, del maquillaje de risa que
a veces tenemos, cuando lo que hay es un contraste entre el afuera y el
adentro.
¿Cuándo lo tuvo claro?
Me puse a pensar “¿si sigo acá, tengo que durar así hasta los 57 años que me
pueda jubilar? Prefiero suicidarme si mi vida va a ser ir durante treinta años
a una oficina”. Creo que también estaba deprimida. No fui a donde un médico
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a que me diagnosticara, pero ahora, mirándome, veo que estaba haciendo
muchas cosas en contra de mí misma. Salía, tomaba mucho, fumaba bareta;
estaba en un momento muy autodestructivo de sexo, drogas y rock and roll.
Fueron dos años de crisis en los que yo decía “esto no puede ser mi vida. No me
gusta, no quiero”. Escribí mi primera novela y me fui.
Usted ha dicho que escribir le permite ponerse en los zapatos del otro,
que puede ser un monstruo e incluso hablar de cosas como el deseo de
las mujeres sin sentirse culpable.
Es que no soy yo, son las mujeres de mi ficción. Pero igual soy yo también,
siempre hay puntos de unión. Mis dos últimas terapeutas me han mostrado
cómo mis libros son una terapia que yo me hago. La literatura me ha
permitido explorarme y gritar lo que no me dejaban decir. Recuerdo que, en
las clases de educación sexual, por ejemplo, nos pintaban a los hombres como
malvados y se le ponía un velo al deseo femenino: las mujeres no desean. Y si
desean, lo ocultan. Pero yo pensaba que desear no me convertía en puta. Para
mí fue muy importante nombrar y darles un lugar verdadero a todas esas
cucarachas en la cabeza que me vendieron en el colegio y que te vende el
patriarcado. La literatura fue el lugar donde yo encontré que podía ser y
hacer, decir lo que de verdad pensaba, donde no tenía que disimular.
Eso lo explora muy bien en los cuentos de Caperucita se come al lobo.
Hay un relato especialmente perturbador, el de la violación.
Recuerdo exactamente la noche que lo escribí. Estaba lloviendo muy duro en
Juanchaco y no podía dormir. Me salió como si me hubiera poseído la musa,
pero lo engaveté porque está contado desde el punto de vista del violador y la
escritora, que soy yo, no juzga. Yo pensaba, “esto es lo más espantoso que he
escrito”. Pero resulta que me nombraron en Bogotá 39, nos pidieron una
antología y yo tenía ese cuento y lo mandé. Después empecé a ver que había
personas a las que les gustaba.
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Volvamos a “los años de las cucarachas en la cabeza”. Su paso por el
liceo Benalcázar, de Cali, la marcó mucho.
Estuve allí desde quinto de primaria. Es un colegio bastante particular que se
autodefine como feminista. En cierto sentido lo es, pero también era muy
machista.
Se sentía inadecuada allí…
Sí, porque es un colegio donde la idea es ser una mujer fuerte y trabajadora,
pero también dulce, tierna, maternal, suave. Y yo era esta niña de bota,
sudorosa, con un palo en la mano; no encajaba en el ideal de la niña con un
vestido bonito, moños en la cabeza y superpeinada. Crecí sintiéndome
inadecuada, que el tipo de mujer que yo era no se ajustaba a lo que se esperaba
de mí.
Con el trauma que eso supone.
Yo creo que a mi papá le hubiera gustado que hiciera medicina o psicología o
alguna cosa así. Algo más tradicional. Cuando le conté que quería estudiar
comunicación me dijo “chévere si eso es lo que querés”, pero al mismo tiempo
no le gustaba cuando yo volví a Cali, después de estudiar en Bogotá, e iba a la
oficina [trabajaba en publicidad] con el bluyín roto, con el pelo alborotado. A
él no le parecía bien que yo no fuera como mis amigas del colegio, que iban
alisadas y maquilladas.
¿Eso los distanció?
Sí. Mi papá y yo estuvimos peleados diez años. Dejó de hablarme. Cuando me
gradué de la universidad me regaló un apartamento en Bogotá. Yo lo vendí,
me devolví a Cali, compré un apartamento allí, también lo vendí y le dije que
me iba de viaje. Eso le pareció la cosa más horrible. Y lo entiendo.
Entonces se rapó y se fue a recorrer el mundo…
Me rapé porque no me cabían los productos para el pelo en la maleta. Tenía
27 o 28 años y estuve tres años dando vueltas por ahí.
¿Dónde estuvo?
Salí de Colombia a mediados de 2000 y regresé a mediados de 2003. Visité casi
todos los países de Latinoamérica. Estuve seis meses en Nueva York, trabajé
en una tienda de ropa y estaba ahí cuando se cayeron las torres gemelas. Volví
a Colombia y luego seguí viajando. Me fui a la India y a Nepal. Luego a
Australia. Viví una temporada con mi pareja cerca de las Montañas Azules, no
muy lejos de Sídney. Allí trabajé un tiempo recogiendo y empacando mangos
en una finca y también como paseadora de perros. A pesar de que tenía una
plata en el banco por seguridad, fue así como logré mantenerme. En la selva
boliviana hice trabajo voluntario en un refugio para animales silvestres. Al
principio cuidaba loros y también cuidé a un jaguar.
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¿Qué más había detrás de ese viaje?
A mí me parecía que mi vida era horrible porque no podía hacer lo que quería.
Y lo que yo quería era viajar y escribir y vivir de escribir.
No solo ha encontrado en la literatura un espacio para exorcizar todos sus demonios sino
para tramitar las contradicciones de la condición humana que siempre la han inquietado
desde muy joven.
mi primera Hay que ser muy valiente para asumir que a uno no le gusta su vida, que
la quiere cambiar, y hacerlo. ¿Se reconoce así de valiente?
novela y me fui”
Creo que sí lo soy, pero también siento que no tenía alternativa. Era eso o
matarme, como tener una pistola en la cabeza.
Entonces sale Cosquillas en la lengua, que no le gustó nada a su mamá.
Yo había sido libretista de televisión y luego trabajé dos años en publicidad.
Terminé la novela y no conocía a nadie, salvo a libretistas y a los publicistas
de Cali. Entonces busqué editoriales en el directorio telefónico. Imprimí como
siete paquetes y los envié. Como me iba de viaje, tuve que dejar la dirección de
mi mamá porque no tenía casa. Anagrama devolvió esa novela diciendo que
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era muy chévere, pero que no la iban a publicar. Después me la publicó
Planeta. La novela llegó a la casa de mi mamá.
¿Y?
La noté rara. Le pregunté y me dijo que había leído la novela. “¿Usted cree que
esto es arte? Esto es lo que uno nunca debe decir”, me dijo. Yo la miré y en ese
momento algo se me iluminó. Eso es, dije. Eso es arte. Hacer lo contrario de lo
que se espera de uno.
¿Pero qué podía ser tan terrible?
Es que el personaje se llamaba Pilar Quintana, fumaba marihuana, se comía
tipos que no eran sus novios... y estaba borracha.
Creo que hay un bar mítico de Cali que está muy presente en esa
historia…
En los años 80, en Cali no había muchos bares de rock y de repente hubo como
un surgimiento. Uno de esos locales fue Martyn’s, que se convirtió en centro de
reunión de gente que se conocía de algunos colegios y barrios. Yo tenía un
parche de amigos, luego todos nos fuimos a estudiar y cuando volvimos
rumbeábamos ahí los fines de semana, desde el jueves. El bar tiene bastante
presencia en la novela, pero al dueño, que es un irlandés, no le gustó la
descripción que hice y se molestó un poco conmigo.
Hay otro momento fundamental en su vida y es cuando se va a vivir con
su pareja a Juanchaco, a la selva del Pacífico, de 2003 a 2012.
Creo que eso fue una continuación de mi vida de viajera. Me encantaba andar
descalza, leer, escribir, nadar y caminar por la selva.
Ha contado mucho esa experiencia de la selva, pero algo que resulta
fascinante es que a veces tuviera que volver a casa nadando.
A mi casa, que quedaba en el acantilado, la separaba del pueblo, que estaba
en la playa, un estero. Los esteros se vacían con la marea baja y puedes pasar
caminando. Cuando la marea sube están llenos de agua y entonces tenés que
pasar nadando. Pasás en lancha o nadando.
Y así durante nueve años. ¿Qué era lo más duro?
Los bichos. Me dio malaria y leishmaniasis. Y a las cinco de la tarde tenía que
estar bañada y de manga larga en ese calor.
¿Cómo fue padecer leishmaniasis?
La enfermedad no es terrible y yo me la pillé muy rápido porque estaba
pendiente. Me di cuenta de que había una heridita que no sanaba y me fui al
centro de enfermedades tropicales en Cali y me diagnosticaron. Lo horrible
fue que me aplicaron dos inyecciones en cada nalga durante 28 días.
En qué diría que es más fuerte, ¿en lo emocional o en lo físico?
En ambos. Soy fuerte, pero también supervulnerable. Es decir, parezco fuerte,
pero mirá las cosas que me han pasado en la vida. Yo viví durante doce años
con un marido maltratador. Mucha gente me pregunta: “¿pero uno cómo
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puede?”. Y es que el maltratador no te está dando puños en la cara todo el
tiempo. Con mi marido teníamos una vida maravillosa en la selva y algunas
semanas jartas.
Entiendo.
A mí me salvó una autora que se llama Alice Miller. Ella me mostró cómo fui
una niña maltratada desde la infancia. En realidad, casi todos somos niños
maltratados. En mi generación, los papás pensaban que, si no nos pegaban,
no nos estaban educando bien. Era natural y uno creía que se lo merecía por
necio e insoportable.
“Ya soy una
Resulta tremendo reconocer que durante muchísimo tiempo el castigo
señora en mis físico era algo normal en las familias.
cabales y sé lo Pero también pienso que nuestros padres hicieron lo que pudieron y que
difícil que es fueron mejores que sus padres, y que sus vidas fueron más duras que las
nuestras. Yo ya estoy reconciliada con eso.
esta profesión.
La perra fue finalista en uno de los premios más importantes de la
Me conformo literatura en Estados Unidos, los National Book Awards. ¿Cómo recibió
con que la esa nominación?
novela les guste No puedo creerlo. Mi editora en inglés me decía “pues vas a tener que creerlo,
porque es verdad”. Me pareció impresionante.
a mis amigos y
venda un Sus amigos cuentan que el lanzamiento de La perra fue muy discreto.
¿Qué expectativa tenía?
número que me
Ninguna. En ese punto ya no estaba con esa soberbia un poco adolescente de
permita creerme genio. Ya soy una señora en mis cabales y sé lo difícil que es esta
publicar con el profesión. Me conformo con que la novela les guste a mis amigos y venda un
número que me permita publicar con el mismo editor. Que no sea una
mismo editor” vergüenza ni un fracaso estrepitoso. Y aparte de eso, La perra tiene una
protagonista negra, gorda, que está llegando a los 40 años y cuyo deseo es
tener hijos. Tampoco pensaba que ese tema llamara a mucha gente.
¿Le costó distanciarse emocionalmente de la selva para escribir esta
novela?
Yo ya estaba distanciada porque me había ocurrido un evento traumático con
mi exmarido y había tenido que salir y cortar abruptamente con esa selva. Me
fui y viajé por Colombia, estuve en México y luego en una residencia para
escritores en Hong Kong. Ahí yo tenía 39 años. Cuando la idea de La perra se
me metió en la cabeza estaba embarazada y tenía 42, ya había pasado
bastante tiempo, ya había hecho el duelo de mi divorcio y estaba en Bogotá,
aunque extrañaba mi vida en la selva. Creo que escribí la novela como un
canto de nostalgia al Pacífico perdido.
¿Volvería?
No quiero volver porque ahí fui muy feliz. A mí me parece que donde yo vivía
era el sitio más lindo del universo. He viajado por muchos países y he visto
muchos sitios y esto era precioso. No soy capaz de volver allá y sentir que ya
no es mío, que no puedo vivir ahí. De solo pensarlo me derrumbo y me siento
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como morir. Los indígenas de Australia dicen que la tierra no es de uno, sino
que uno es de la tierra. Y yo era de esa tierra y tuve que renunciar de esa
manera tan traumática. Entonces es doloroso. Además, allí viví uno de los
momentos más felices de mi vida, pero también uno de los más oscuros.
Algunos críticos ven una influencia clara de Yerma, de García Lorca, en
La perra.
Yo había leído Yerma en la selva y me había encantado y me dio por pensar
que me hubiera gustado ver esa historia contada por una mujer. No porque
fuera deficiente, sino porque era un hombre hablando del sufrimiento de una
mujer que no tenía hijos. Además, dos amigas estaban en esa situación y yo
pensaba que ese era un tema literario interesante, pero al mismo tiempo no
lo podía contar porque en ese momento no deseaba tener hijos y no conectaba
con esa emoción. Luego se me olvidó Yerma. Fue mi mejor amigo, Antonio
García Ángel, quien me hizo caer en cuenta de que tiempo después hice mi
propia versión de Yerma.
Hay otro detonante en su cabeza y es la imagen del cadáver de un perro
que usted se encuentra en un camino y que es devorado casi en tiempo
récord.
Yo vi cómo la selva reclamaba ese cuerpo en tres días. Cuando viajé por Nepal
y estuve cerca del campamento base del Everest, una de las historias que más
me impresionaron era que los que subían a la cima se encontraban los cuerpos
congelados de los montañistas que habían muerto allí. Esos cadáveres no se
pudren. En la selva es exactamente lo contrario, está ahí y te mata y te
consume lo más rápido posible, como un animal que está al acecho para
cogerte y convertirte en compost. Esa imagen me impresionó mucho y desde
que la vi supe que había una historia. Solo que me demoré doce años en
encontrar lo que verdaderamente quería contar.
La relación de Damaris (el personaje principal de la novela) con su
perra Chirli pasa por la ternura, los celos, la violencia. Me pregunto,
¿cómo es su relación con los animales?
Uno establece con los animales relaciones tan complejas como con los seres
humanos. Cuando viví en la selva tuve tres perras y una gata. Una se murió
envenenada. Era mi perra adorada. Luego tuve una gata maravillosa que
amé, pero le dio leishmaniasis después que a mí y tuvimos que sacrificarla.
Esas dos experiencias fueron eterminantes para la novela. También tuve otra
perra, hija de una que estuvo con nosotros cinco años. Resulta que cuando
creció se volvió salvaje, cazadora; se perdía y aparecía al cabo de los días
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vuelta mierda y se volvía a escapar. La regalamos. No hubo una Chirli como
en la novela, fueron varias.
“Me dio un
Usted tenía muy claro que no quería ser madre. ¿Qué la hizo cambiar de
infarto que tiene opinión?
un nombre muy Lo que creo es que no quería tener hijos con mi primer marido porque en el
poético, fondo de mi corazón sabía que había algo muy malo en esa relación. Recuerdo
que inmediatamente después de se ararme y estar en ese proceso de duelo
Síndrome de salía a caminar y veía parejas con niños y pensaba que yo no los había tenido.
Takotsubo o Me preguntaba por qué si se suponía que no quería. Y ahí empecé a pensar
que quizás sí los hubiera tenido, pero no con ese man. Para entonces tenía 39
síndrome de años y creía que ya no iba a pasar porque a uno le meten en la cabeza que a
corazón roto. Da los 40 es una anciana decrépita. Incluso pensaba que nadie me iba a querer y
que tampoco me iba a enamorar. Me sentía muy derrotada. La terapia me
por estrés sirvió para aprender a entender qué me había pasado y a no repetirlo.
emocional, pero
el corazón
vuelve a estar
normal, sin
cicatrices”
Quintana fue madre a los cuarenta años y abordó la maternidad como un eje problemático
en su novela 'La perra' (2017), con la que fue finalista en los National Book Award 2020.