La Habitación Amueblada - O. Henry - Ciudad Seva - Luis López Nieves
La Habitación Amueblada - O. Henry - Ciudad Seva - Luis López Nieves
La Habitación Amueblada - O. Henry - Ciudad Seva - Luis López Nieves
garganta forrada en cuero-. Desde hace una semana tengo vac�o el cuarto trasero del
tercer piso. �Desea verlo?
El joven la sigui� escaleras arriba. Una d�bil iluminaci�n de procedencia incierta
mitigaba la penumbra de los corredores. Subieron sin hacer ruido a lo largo de los
pelda�os cuya alfombra hubiera sido repudiada por el telar
No. Siempre le respond�an que no. Durante cinco meses de averiguaciones incesantes
la contestaci�n era una inevitable negativa. Cu�nto tiempo hab�a dilapidado, de d�a
en interrogar empresarios, representantes, escuelas, coros; de noche, en hacer
indagaciones mezclado con el p�blico teatral, desde el que asiste a las
representaciones de grandes figuras hasta el que frecuenta espect�culos tan
indignos que tem�a encontrar all� lo que buscaba con tal ah�nco. Nadie la hab�a
querido tanto, y su deseo era hallarla. Estaba seguro de que desde que la muchacha
hab�a desaparecido de la casa, esta enorme ciudad circundada por las aguas la
reten�a en alg�n rinc�n, pero aquello era un monstruoso tembladera! cuyas
part�culas, desprovistas de sustentaci�n, cambiaban de lugar continuamente, hoy en
la superficie y ma�ana sepultadas en fango y limo.
Tal como ocurre con las palabras cruzadas que se van descifrando, los peque�os
indicios que la procesi�n de hu�spedes hab�an dejado en el cuarto amueblado
revelaron, uno tras otro, alg�n significado. El espacio desgastado en la alfombra,
frente a la c�moda, sugiri� que el tropel hab�a incluido la presencia de hermosas
mujeres. Las marcas de min�sculos dedos en el empapelado revelaron la existencia de
peque�os prisioneros que tanteaban una v�a de escape hacia el sol y el aire libre.
La mancha de una salpicadura, que trazaba rayos como si visualizara el estallido de
una bomba, dio testimonio del sitio en que una copa o una botella se hizo a�icos,
al estrellarse contra la pared. A trav�s del espejo de cuerpo entero se hab�a
grabado con un diamante el nombre de "Marie" en letras vacilantes. Se ten�a la
impresi�n de que los sucesivos pensionistas del cuarto amueblado -quiz�s impelidos
m�s all� de toda contenci�n por la presuntuosa frialdad que exhib�a el aposento-
hab�an estallado en muestras de arrebato, descargando sus pasiones en el recinto
que los alojaba. Los muebles presentaban cortaduras y magullones; el canap�,
deformado por los resortes que hab�an reventado, ten�a el aspecto de un horrible
monstruo aniquilado por la violencia de alguna grotesca convulsi�n. Un cataclismo
m�s poderoso hab�a desprendido un gran trozo de m�rmol en la parte superior de la
chimenea. Cada tabla del piso ten�a su expresi�n y su quejido particulares, como si
procedieran de un sufrimiento independiente y propio. Resultaba incre�ble que la
habitaci�n hubiese sido v�ctima de tanto da�o y rencor por obra de quienes durante
alg�n tiempo la consideraron su hogar; no obstante, lo que hab�a precipitado la ira
de los moradores quiz� hubiese sido la ciega supervivencia del instinto dom�stico
defraudado o el resentimiento contra falsos dioses domiciliarios. En cambio,
podemos barrer, ornamentar y mimar una mera choza, con tal de que sea nuestra.
rumor de unos dados, una canci�n de cuna y alguien que se quejaba con monoton�a, en
tanto que arriba un banjo resonaba briosamente. En alg�n lado se escuchaban
estridentes portazos; los trenes del ferrocarril elevado rug�an con intermitencia;
un gato maullaba con lastimero acento en un cerco trasero. Y el reci�n llegado
aspiraba el aliento de la casa: un dejo de humedad m�s bien que un olor; un hedor
fr�o y rancio, como si proviniera de b�vedas subterr�neas y se mezclara con el
efluvio de lin�leo, moho y carpinter�a podrida.
De pronto, mientras el reci�n llegado permanec�a all�, la habitaci�n fue invadida
por el olor intenso y dulz�n de la reseda. Lleg� como un aislado embate de viento,
con tal seguridad, fragancia y �nfasis que casi parec�a un visitante de carne y
hueso. Y como si respondiera a un llamado que lo hubiese obligado a volverse
sobresaltado, un vozarr�n masculino atron� interrogativo: "�Qu� sucede, querida?"
El olor intenso lo circund� y termin� envolvi�ndolo. El muchacho tendi� los brazos
para recibirlo, con todos sus sentidos transitoriamente confundidos y mezclados.
�De qu� modo era posible que un aroma lo reclamara perentoriamente? Sin duda hab�a
existido un sonido. Pero, �no ser�a el sonido el que lo hab�a alcanzado y
acariciado?
-Elo�sa estuvo en este cuarto -exclam�, al tiempo que saltaba de la silla para
arrebatar a la habitaci�n una prueba, pues sab�a que estaba en condiciones de
reconocer el m�s peque�o indicio de lo que hab�a pertenecido a la muchacha o de lo
que ella hab�a tocado. Este olor envolvente a reseda, este aroma que Elo�sa tanto
amaba y que hab�a hecho suyo, � de d�nde proced�a?
habitaci�n.
-Y antes que ellos, �qui�n la ocup�?
-Bueno ... Hubo un caballero soltero que estaba vinculado al negocio del
transporte. Cuando se march�, me deb�a una semana. Antes que �l, estuvo la se�ora
Crowder y sus dos chicos, que permanecieron cuatro meses; y antes, el anciano se�or
Doyle, cuyos hijos pagaban el alquiler. Ocup� el cuarto durante seis meses, lo cual
cubre un a�o, se�or; m�s all� de este plazo, no estoy en condiciones de
proporcionarle informaci�n segura.
-Esta tarde he vuelto a alquilar el cuarto del tercer piso -dijo la se�ora Purdy,
por encima de un prometedor c�rculo de espuma-. Lo tom� un muchacho, que hace dos
horas subi� para acostarse.
con gran sorpresa-. Usted posee habilidades prodigiosas para alquilar habitaciones
como �sa. Pero al menos, �le cont� lo sucedido? -agreg� con un ronco susurro
cargado de misterio.
Indudablemente, usted posee un exacto sentido del negocio, mi amiga. Hay mucha
gente que se negar�a a ocupar un sitio en cuya cama muri� un suicida.
-Como ya lo dijo usted, es necesario ganarse la vida -subray� la se�ora Purdy.
-S�, se�ora; �sa es la verdad. Hace exactamente una semana que la ayud� cuando
usted puso en orden el cuarto del tercer piso. Era una chica demasiado bonita para
matarse con gas ... Ten�a una carita muy dulce, mi querida se�ora Purdy.
-Se la hubiera podido considerar hermosa, como usted dice, si no hubiese tenido ese
lunar junto a la ceja izquierda -opin� la se�ora Purdy, con actitud de asentimiento
cr�tico-. �Me llena el vaso otra vez, se�ora McCool?
FIN
"The Furnished Room". The World, 1904