Muerdeme 3 - Sienna Lloyd
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Saga Muérdeme
Sienna Lloyd Muérdeme III
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El hombre invisible
***
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—No tiene fiebre, pero permítame que se lo diga: ¡Menuda carita lleva!
¿Qué está pasando, Héloïse?
No pude resistir la voz tan maternal de la tierna Magda. Me abracé a su
cuello, que olía a rosas.
—Sol nos sorprendió, a Gabriel y a mí, en el jardín.
—Oh…
—Me muero de vergüenza y de miedo. De verdad que no soy una mala
mujer y me prometí no intentar nada con Gabriel tras el regreso de Rebecca,
pero es algo más fuerte que yo, no soy capaz de controlarme.
—¡Usted no tiene la culpa de nada! Es Gabriel quien tiene que tomar las
decisiones y, a poder ser, las correctas. Yo le adoro, es como un hijo para mí,
pero jamás ha sido demasiado fuerte para hacer frente a las situaciones
románticas. En el trabajo es un tiburón, nunca pasa una y su autoridad natural
le ha convertido en el hombre más respetado de la ciudad. Pero su talón de
Aquiles es, y siempre ha sido, el sexo femenino. La primera gran historia de
amor de Gabriel acabó en un completo fracaso, no fue capaz de sentar la cabeza
con Sophie, su compañera, y aunque estaban locamente enamorados, él la dejó
para casarse con otra.
—¡Qué triste! Ha estado con muchas mujeres, entonces…
—No se lo tome a mal, Héloïse, pero Gabriel tiene unos cuantos años de
vida a sus espaldas. Ha conocido a mujeres, sí, pero… a ninguna humana.
—Ah. Ya veo.
—Sophie es viuda actualmente y tan codiciada como siempre. Pensé que
la desaparición de Rebecca volvería a unirles, pero entonces llegó usted, para
mi gran alegría.
—Y Rebecca, para mi gran pena.
—Puedo asegurarle que Rebecca no sabe nada. Me la crucé esta mañana,
iba con Sol y se reían como adolescentes, nada parecía perturbar el corazón de
ninguna de las dos. Luego llegó Gabriel, besó a Rebecca y no pasó nada extraño.
Besó a Rebecca. Aunque era su esposa, no podía evitar creerme con
derechos sobre él y la idea de que se dedicaran gestos tiernos me resultaba
insoportable.
—Me siento aliviada.
¿Lo estaba, realmente? ¿Acaso no había en mí un mínimo deseo de que la
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verdad saliera a la luz? ¿Una esperanza de que, después de las discusiones y los
momentos complicados, una vida en pareja con Gabriel fuera posible? Esas ideas
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tambalear todos los años que les unen. ¿Viste, Magda, cómo se besaban esta
mañana como dos adolescentes?
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—Sí, sí, Sol. Bueno, no es de buena educación cotillear sobre las historias
íntimas de la gente. Charles, sirve un poco de vino a Jacques y háblanos de tus
hallazgos.
La velada prosiguió; el ácido ataque de Sol me quemaba por dentro,
apenas conseguía tragar la comida. Charles, visiblemente molesto por mi
mutismo, intentaba charlar conmigo.
—Y bien, señorita, no me has dicho en qué punto estás en tu
investigación…
Ruidos de pasos en el pasillo interrumpieron a Charles. Rebecca, más
sublime que nunca, hizo su entrada en el salón, un tanto teatral, pero aun así
espectacular.
—¡Oh, Jacques! Tú aquí, pero ¡qué maravillosa sorpresa!
Llevaba la melena roja recogida en un moño alto y flojo, su abrigo de piel
era del mismo color que su cabello. Se había maquillado los ojos en un tono
negro azabache, que destacaba aún más su brillo. La envidié de inmediato, a
ella y a su carisma, su noble perfume, su ropa impecable.
—Mira, Sol, he rescatado mi abrigo de zorro —dijo mientras acariciaba
su suave pelaje.
—Estás impresionante. Pero… ¿qué estás haciendo aquí?
—Escucha, cariño, tu detalle de la suite fue a–do–ra–ble, pero tengo que
trabajar para preparar el baile. Además, Gabriel también estaba ocupado, ya
nos conoces, siempre tenemos cosas que hacer. Sugirió que volviéramos a casa
y a mí me pareció una estupenda idea.
Gabriel entró. Llevaba un pantalón chino de color gris oscuro, un jersey
de cuello alto que resaltaba su mandíbula cuadrada y una bufanda de lana gris
cuyo tacto parecía ser muy suave. Estaba espectacular, con las mejillas
sonrosadas por el frío. No nos veíamos desde la noche anterior, pero recorrió la
mesa con la mirada sin detenerse ni un instante en mí.
—¡Hola a todos! ¿Jacques? ¡Pensé que te pasarías mañana!
—¿Y privarme de una cena en compañía de estas bellezas? Perdón, pero
tengo que decirlo: Charles y tú no vivís nada mal, compartid un poco…
—¡Hey! Yo no me aprovecho de nada, mi corazón sigue libre.
La respuesta de Charles me sorprendió, pensaba que él y Sol…
—Hablando de soltería, Jacques, ¿usted también está en mi terreno? —
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—Élisa le habría arrancado las manos por menos que eso —se rió
Jacques, mostrando una foto de su hermosa mujer asiática.
—Ah, no, gracias. No me acerco a los hombres casados.
Esta vez, fui yo quien fijó la mirada en Sol. Ella miró hacia otro lado.
Gabriel se sentó junto a Rebecca y mis pensamientos se dispararon: ¿Qué
hago yo aquí? ¿Voy a castigarme con el espectáculo de presenciar la
reconstrucción de la parejita? ¿Soy el tipo de mujer que hace el amor con el
marido mientras la esposa prepara un baile? Yo valgo más que eso.
—Les pido disculpas a todos, no querría parecer en ningún caso
maleducada, pero desde que tengo mi ordenador nuevo, solo tengo una
obsesión: trabajar. Si no les importa, voy a ausentarme —anuncié para toda la
mesa.
—Recuérdame que te instale la intranet de la casa —me dijo Charles.
—¿La qué?
—Tenemos un sistema de mensajería interna para comunicarnos entre
nosotros.
—Vale.
Me levanté y Rebecca exclamó:
—Sin duda, tenemos muchos puntos en común, Héloïse: el trabajo, el
trabajo, el trabajo.
No es lo único, pensé.
Más tarde, Charles vino a mi habitación para instalar el servicio de
mensajería. Me dio una nota con una dirección de correo: la de Gabriel.
—No tengo ganas de enviarle absolutamente nada.
—Él me pidió al final de la cena que te la diera.
—No la quiero.
—Sí, sí la quieres.
Cogí el pedacito de papel, me lo llevé a la boca, lo mastiqué y me lo tragué.
—Ya está. ¿Contento?
—¿Qué eres, una niña pequeña? Sí, está claro.
Él me pellizcó el brazo, yo le devolví el gesto y ambos nos reímos. Nos
quedamos sonriendo el uno al otro y me aventuré a hacerle una pregunta:
—Charles, no entiendo tu relación con Sol, vosotros…
—¿Eh? No, no, no hay un “nosotros”. Fue solo… sin más, por diversión.
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De: Gabriel
A: Hello
¡No me has escrito!
De: Gabriel
A: Hello
Es hora de que hablemos.
De: Hello
A: Gabriel
Sí. Creo que sí.
De: Gabriel
A: Hello
¿Podemos vernos? ¿Mañana? Rebecca y Sol saldrán para hacer las pruebas
de vestuario, Charles las llevará en coche y es el día de descanso de Magda.
Estaremos solos.
De: Hello
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A: Gabriel
Me pasaré por tu oficina a las once.
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De: Gabriel
A: Hello
Hasta mañana.
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igualmente fue todo un golpe para mi ego. ¿No tiene ganas de tocarme, ya que
estamos solos?, me preguntaba. Empezó a hablar, en un monólogo que no me
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Fue un golpe muy duro para mí. Su regreso, lo admito, me brinda una segunda
oportunidad para poder redimir mis pecados.
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fina tela y su boca, separada tan solo por unos milímetros de tejido de mi sexo,
se detuvo para impregnarse de mi perfume.
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—Tu olor es delicioso, Héloïse, tu sexo es una fruta lista para ser
devorada.
Me acostó sobre la cama. Me veía reflejada en el techo, sobre esa cama,
con las piernas separadas. El espectáculo me agradaba, pero rápidamente me
inquieté al no ver a Gabriel. Bajé la cabeza y comprobé que ahí estaba,
bajándome los pantalones. Volví a echar un vistazo al techo, ni rastro de él.
Gabriel sintió que me había distraído y se detuvo.
—No tengo reflejo, Héloïse.
—Es muy raro, me da la impresión de hablar sola, de estar sola cuando
me veo.
—Esa es precisamente la curiosidad de esta habitación.
Gabriel prosiguió su asalto. Me degustó con pasión, enloquecido por mi
sexo. Me encantaba cuando Gabriel se convertía en un animal. Sus ojos
cambiaban, ya no era el mismo hombre gentil, sino un salvaje. Me quedé
mirando al techo, hipnotizada por la escena: estaba haciendo el amor con el
hombre invisible y mi ropa se quitaba sola. Era magia. Magia roja.
Gabriel se desnudó rápidamente y cogió su sexo con la mano. Había
adquirido un tamaño enorme, estaba hinchado al máximo y, a pesar de sus
grandes manos de vampiro, apenas podía rodearlo. Lo agitaba, de arriba a abajo.
Cambié de postura y me acerqué para poner mi boca sobre su glande. Saqué la
punta de la lengua y le lamí con avidez.
—Eres dócil y me encanta.
Subrayó su comentario golpeándome con la pene en la mejilla. Me asestó
un duro golpe, pero no sentí ningún dolor: estaba anestesiada por la excitación.
Me puso de cuclillas. Frente a los espejos, no tenía modo de verle. Dejó de
tocarme, así que me puse en estado de alerta. Me observé en esa postura
humillante. Mis mejillas estaban enrojecidas, mis pechos me parecían más
turgentes. Sus manos separaron mis nalgas y, al acercar su sexo al mío, penetró
mi ano con un dedo mojado. No sabía si era por la penetración, la extraña
sensación de estar inmersa en un sueño o el hecho de no verle, pero me sentía
totalmente osada. Le dejé jugar y me dejé llevar por la multitud de placeres,
que me parecían simplemente excitantes.
—Tu trasero me vuelve loco. Mientras estoy dentro ti, solo tengo un deseo:
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visitarlo.
—Puedes…
—No era una petición.
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Querida Héloïse:
Sé que tienes preguntas y, aunque yo no tengo todas las
respuestas, encontrarás algunas de ellas en este diario, que empecé el
día que te conocí.
Gabriel
Tuve que parar para ir por un trago. Sabía que me iba a hacer falta para
poder seguir leyendo su relato.
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¡Adjudicado, vendido!
precipitadas.
Rebecca… Quería poder odiarla, habría sido mucho más fácil para acallar
mi sentimiento de culpa. Pero, aparte de algunos cambios de humor
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Héloïse, qué nombre tan dulce. Una fina naricita, ligeramente respingona,
un poco arrogante sobre los pómulos elevados, sonrojados, soberbios. Ojos
inmensos, castaños, del color de la madera noble, con algunos destellos dorados.
Piernas largas y delgadas, esbeltas… Mujer pequeña, vientre plano, pechos para
perder la cordura, redondos como dos manzanas jugosas. Dientes perfectos, salvo
por un colmillo que se adelanta un poco al incisivo. Un defecto adorable.
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Creo que Héloïse está contenta. Ella, que siempre tiene un velo de
melancolía en los ojos, parece por primera vez alegre desde que la conozco. Habla
poco de sí misma, pero conozco su pasado, me he informado, y espero el día en
que desee compartirlo conmigo. Mientras tanto, disfruto de ella. Ahora mismo
está en la piscina frente a la cabaña, se ríe como una niña, la he retado a
atravesar la piscina haciendo el pino. No tiene una gran capacidad pulmonar y,
al cabo de tan solo unos metros, ha salido del agua tosiendo, con la decepción
en la mirada, fruto de su fracaso. Me ha jurado que lo va a conseguir.
Pero, cuando sale del agua, ya no estoy frente a una chiquilla. Me deleito
observando el recorrido del agua por su cuerpo firme, que está chorreando. El
traje de baño empapado se pega a su piel y toda su anatomía se hace visible ante
mis ojos: la hendidura de su sexo, la curva magistral de sus nalgas, sus pezones
oscuros, gélidos. Sospecho que quiere provocarme cuando se pone frente a mí para
escurrirse el pelo, inclinándose hacia adelante para no mojarlo todo. Desde mi
posición, veo los labios de su sexo, abultados bajo el bañador. No debería jugar
conmigo, sabe que cuando la deseo, me vuelvo loco. Quiero hacer que se
estremezca, penetrarla, saltar sobre ella. Que mi sexo se hunda en su vientre,
mientras me pide que me corra en su interior.
Ayer, también jugó a este juego y la pobre no podía ni entender lo que estaba
pasando. La misma escena: salió del agua y me preguntó cuáles eran los planes
para la noche. El agua hizo que la parte de abajo de su bikini color crema se
transparentara por completo. La fina línea de vello que cubre su pubis parecía
llamarme a gritos. Entonces, llegó el momento en que me hizo perder el sentido
y mi única obsesión era poner mi lengua sobre su clítoris.
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Mis dedos se restregaban furiosos contra mi sexo ardiente. Cerré los ojos
para completar el relato de Gabriel en mi mente, me venían las imágenes de la
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***
De: Hello
A: Gabriel
Gracias por este maravilloso regalo, gracias por confiar en mí, me siento
afortunada y me doy cuenta de lo mucho que te preocupas por mí.
Vas a decir que soy una cotilla sin remedio, pero ¿por qué las primeras
páginas han sido arrancadas?
No sé si cenas con nosotros esta noche, pero tengo MUCHAS ganas de
verte.
Te mando besos… ¡donde tú quieras!
Mi intuición me decía que aquel iba a ser un buen día. Me quedaba poco
para terminar mi investigación y estaba muy contenta, pero a la vez me sentía
estresada: mi experiencia había dado tanto de sí que, releyendo las notas, me
daba la impresión de que tenía material suficiente para un segundo e incluso
un tercer volumen.
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De: Mélanie
A: Héloïse
Héloïse:
Ya no sé qué más hacer. He ido a ver a la policía y me han dicho
que un adulto tiene derecho a cambiar de vida. Te has dado de baja en la
universidad, alguien ha vaciado tu apartamento por ti… Todo indica,
según ellos, voluntad por tu parte de “desaparecer”. No nos conocemos
demasiado, pero algo me dice que no estás lejos. Yo considero que somos
amigas y me cuesta creer que te hayas ido sin decir una palabra, sin
responder a mis correos electrónicos.
Un profesor me ha confesado que pediste seguir tus clases a
distancia la primera semana, pero que no está autorizado a darme tu
dirección. ¿Qué está pasando? Además, tienes el móvil apagado.
Vas a pensar que estoy loca, pero la última vez que alguien te vio
fue en el Club Melvin y había luna llena… Quizás tenga algo que ver con
ellos. Bueno, estoy divagando por completo, veo demasiadas historias
espeluznantes sobre esas cosas.
Te mando un abrazo, dondequiera que estés.
Mél.
P. D.: Me he enrollado con el señor Never. Tenía que desahogarme con
alguien.
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De: Héloïse
A: Mélanie
Mélanie:
Lo siento muchísimo, me siento fatal por la mera idea de haberte
preocupado. No estoy lejos. Es complicado, pero no te apures porque
estoy muy bien. ¡Mejor que nunca, diría! Me encantaría verte y tomar un
café. Me voy a comprar un nuevo móvil y me pondré en contacto contigo
pronto. Ya te daré mi número.
Me siento bien al saber que alguien piensa en mí.
Besos,
Héloïse
P. D.: He conocido a un hombre casado, y eso no es todo… Sé que está
mal, pero está tan bueno;)
De: Gabriel
A: Hello
Si las páginas están arrancadas, será porque no te conciernen. Un día, tal
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++
Gabriel
Un jarro de agua fría. Tuve que contenerme para no enviarle una sarta de
insultos, sabía que jamás hay que responder enfadada. Entre el mensaje y el
diario de Gabriel, había todo un mundo. Entre el hombre en público y el hombre
en su intimidad, había un universo.
Herida, decidí apagar el ordenador y salir a tomar el aire.
Me crucé con Charles en la entrada. Llevaba unos vaqueros ajustados y
un jersey de color camel a juego con los zapatos.
—¡Una aparición!
—¡Venga ya! Solo han pasado un par de días, no es para tanto. ¡Estoy
vivita y coleando!
—Quizás, ¡pero por tu aspecto nadie lo diría!
—¿Y tú pretendes ser un gentleman?
—Don Juan, no gentleman. Necesitas tomar un poco el aire, eso es todo.
No puedo piropearte siempre, señorita sabelotodo.
—Bueno, pues que sepas que es justamente lo que iba a hacer, señor
mujeriego: airearme un poco.
—Ven conmigo, yo te llevo. Voy a una subasta.
—Deléitame.
—Colección privada de la dinastía Romanov. Anastasia lo vende todo,
¿sabes? Es una…
—¡NOOOOO!
—Ja, ja, su misteriosa desaparición, los rumores de su existencia…
Capturaron a su padre, a sus hermanos, a su madre… Tuvo que ser una estaca
en el corazón… Pero a ella, no. Total, que vende los libros y las notas de su
padre y LOS NECESITO.
Esa información iba más allá de mi comprensión. Tenía que volver a
plantearme toda la historia. Me acordé de haberme reído con películas que
hablaban de la existencia de Elvis, de Marilyn… en algún lugar, bajo una nueva
identidad. ¿Qué grandes personajes seguirían aún vivos? ¿Qué parte de todo
aquello era verdad?, me preguntaba.
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se abrían hacia arriba, como las alas de una mariposa. Un coche vigoroso, sexy
y arrogante. A Charles le divertía hacer zumbar el motor y mi asiento vibraba
con cada acelerón. Yo no era especialmente fan de este tipo de demostraciones
de poder automotriz y creía que Freud hubiera tenido mucho que opinar sobre
la elección del tipo de coche… Pero debía admitir que la sensación de
deslizarse sobre el asfalto era reconfortante. El paisaje se deformaba tras el
cristal, pero eso no impidió que Charles me hablara de Rusia, de la caída de
los Romanov y de la llegada del comunismo.
Me enteré de que Anastasia había sido “salvada” por una vigilante
nocturna, una vampira que la había criado como una madre. Cuando llegó a la
edad adulta, la joven princesa decidió “casarse con la sangre” y convertirse en
vampira, convencida de que conseguiría, gracias a la eternidad, restaurar la
gloria de los Romanov.
Fue fascinante. Llegamos al palacio de la subasta, un edificio imponente.
Esperamos un minuto antes de que la reja de la entrada se abriera para dejarnos
paso y aparcamos en un patio de grava, donde se alineaban muchos coches de
lujo.
Un pequeño cartel indicaba el camino: “Venta de la señorita A, primer
piso, puerta C”. Charles sacó su invitación, un tarjetón cuadrado, con
inscripciones doradas. De repente me vi reflejada en el espejo del ascensor y
tuve la sensación de que no iba adecuadamente vestida para la ocasión. Llevaba
puestos unos vaqueros, unas zapatillas Converse blancas y un top de Dior de
Solveig. Le pedí un minuto a Charles y me puse brillo de labios. Intenté
soltarme el pelo, pero las puertas se abrieron ante una pareja de unos cincuenta
años. La mujer, adornada con un tocado de piel blanca, me repasó de arriba
abajo.
—¡Tu distintivo, Hello!
¡Menos mal que había pensado en cogerlo! Con desdén, la mujer entró en
el ascensor propinándome un codazo. La agresividad de sus ojos me heló la
sangre. Al llegar a la sala de la subasta, me entraron ganas de dar marcha atrás.
El suelo de madera crujía bajo la alfombra roja, el silencio se hacía pesado y
las miradas de los desconocidos me hacían sentir realmente incómoda.
Charles, viendo la timidez que se apoderaba de mí, me cogió la mano y
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susurró:
—Vaya, señorita sabelotodo, ahora ya no te haces la listilla.
—¡Calla! Todas estas personas quieren echarme.
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sería el mejor postor sino el más rápido el que se llevara los tesoros. Cada
asiento estaba equipado con un botón que había que pulsar en cuanto se
presentaran los libros. El juego se complicaba porque la presentadora modulaba
su discurso de modo que los libros no se anunciaran hasta el último momento.
Había que estar atento y reaccionar con rapidez.
Para hacerme reír, Charles se calentó el pulgar. La luz se apagó, salvo
sobre la mujer del escritorio, y se inició la presentación del primer libro.
Charles era muy rápido y se llevó muchos manuscritos, que iban sucediéndose,
uno tras otro. Cuando uno no le interesaba, me contaba quién era quién. Estaba
fascinada por aquella venta, la tensión flotaba en el aire y la colección se agotó
enseguida.
Una campana indicó que la subasta había terminado. En el pasillo, me
crucé con Lucas Macjals, que se despidió de mí diciéndome:
—¡Cuento con usted, Héloïse!
A lo lejos, divisé a una mujer alta y morena, con brillantes ojos azules y
un carisma mágico, que era el centro de todas las miradas. La gente susurraba:
—Su Alteza Imperial la Gran Duquesa Anastasia Nikolaevna de Rusia.
Como todo el mundo allí, estaba perpleja. Ella desapareció grácilmente y
yo me quedé conmovida por lo que acababa de presenciar. Estaba viviendo
unas experiencias maravillosas.
Con el corazón rebosante de alegría, sonreí a Charles, que parecía que
llevaba unos cuantos minutos observándome.
—¿Acaso tengo monos en la cara, Charles?
—Pues… tienes ojos de alucinada.
Me tomó del brazo y me propuso ir al cuarto piso, donde había otra subasta,
antes de volver a casa. Tal vez pudiera participar, me animó. Después de todo,
la tarjeta de crédito negra de Gabriel bien podía servirme también para mi
estudio.
En el cuarto piso, me encontré con la misma atmósfera que en el primero,
salvo por un detalle: había mucha menos gente.
—Bueno, pues ahora que ya tienes tus libros nuevos, ¿qué quieres? —le
pregunté.
—Disfraces para ti y para mí.
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—¿Eh?
—¿Hola? ¡Tierra llamando a Héloïse! Falta poco para el baile, ¿te
acuerdas?
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de muselina, tul de seda y plumas. El tocado era sublime: una corona de plumas
que formaba unas alitas adorables en los laterales. El vestido me hechizó y
quise imaginarme llevando esa maravilla.
El discurso iba llegando a su fin y me preparé para el momento crucial.
Estaba lista, intenté respirar para tranquilizarme pero, una vez hubo musitado
sus últimas palabras, pulsé el botón frenéticamente. La luz se volvió roja: había
perdido mi oportunidad. Me sentía profundamente decepcionada. Charles pasó
su brazo alrededor de mí:
—No siempre se puede ganar.
—Maldigo a quien lo haya ganado.
Bajó la barbilla para indicarme su botón, que parpadeaba: él había sido
el más rápido.
—No iba a dejar que te quedaras sin algo que deseas con tanto anhelo.
Me lancé a su cuello, profiriendo grititos agudos, mientras las luces se
encendían y la sala se iba vaciando.
—¡Gracias, Charles! Estoy tan contenta, no quería ningún otro traje.
Gracias, qué maravilloso regalo, ¿cómo podría agradecértelo?
Charles clavó en mí su penetrante mirada azul. Me pareció que el tiempo
se detenía. Acercó su cara a la mía, muy poco a poco, y posó sus labios sobre
los míos suavemente. Los recorrió con su lengua y me di cuenta de que tenía
que detenerle antes de que fuera demasiado tarde. No quería que siguiera
besándome, así que reculé. Charles agachó la cabeza.
—Perdona, Héloïse, ha sido sin pensar.
—No te disculpes. No pasa nada, no volveremos a hablar de ello.
—De todos modos, ¡qué beso tan nefasto!
Charles distendió el ambiente con su broma, me pellizcó la mejilla y
regresamos en silencio. Debo confesar, al rememorar aquel beso, que por
espacio de un segundo había sentido placer. Pero mi boca pertenecía a Gabriel.
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El gran baile
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comedia familiar en la que todos destilaban paz y amor. Para mi gran asombro,
Solveig acercó un taburete a su lado y me dijo:
—¡Ven a sentarte… Lara Croft!
—No estoy armada, podéis seguir comiendo tranquilamente. Y bien, ¿ya
tienes disfraz para el baile?
Estaba tan sorprendida por la amabilidad de Sol que entablé conversación
con ella alegremente. Me encantaba esa Barbie generosa y divertida, su frialdad
hacia mí me había hecho sufrir.
—Voy a ir de…
Todas las miradas se volvieron hacia Sol, hasta la de Gabriel, que me
había esforzado por evitar desde que había entrado en la cocina. Parecía
verdaderamente intrigado por el disfraz de la bella rubia. Era la típica
fashionista extravagante por excelencia y, fuera lo que fuera de lo que se
disfrazara, estaría fenomenal: era lo que se esperaba de ella.
—Iré de mujer enamorada.
Abrí los ojos sorprendida. Ella bajó los suyos dirigiendo la mirada hacia
su plato y se sonrojó. Rebecca, mientras tanto, fruncía el ceño.
—A ver, cariño, eso no tiene nada que ver con mi tema: “Ni vampiro ni
huma…”
—Becca, ella no va a disfrazarse de “mujer enamorada”, simplemente nos
está informando de que lo está —intervino Gabriel.
Al cabo de unos segundos, Rebecca finalmente reaccionó.
—¿Qué, qué, qué? ¿Estás enamorada? Pero, ¿de quién? ¿Por qué no me
lo has dicho?
—Porque en este momento tienes problemas más urgentes que mi vida
amorosa.
—Es cierto. Pero vendrás al baile de todas formas, ¿no?
Sentí que la reacción de Rebecca había defraudado a Sol, aunque ello no
le impidió contarnos que había conocido a un hombre mientras buscaba su
traje: el nuevo responsable de una casa de alta costura, Mastha, que tomaba el
relevo de su padrino. Ella había resbalado delante de él y se había agarrado a
su corbata… rosa.
Charles dejó escapar un profundo suspiro de alivio.
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dijo:
—Cuando se ama a alguien, no podemos luchar contra ello…
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Saga Muérdeme
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Sin esperar a que el camarero nos sirviera las bebidas, Sol me llevó a una
esquina del bar. La gruesa alfombra ahogaba nuestros pasos y nos hundimos en
un sofá de terciopelo un poco gastado, pero muy cómodo.
—Tienes que perdonarme, Hello.
—¿Por qué?
—Por haberte puesto mala cara, como una niña pequeña. Desconocía lo
que estaba pasando entre Gabriel y tú. Me quedé muy sorprendida, nunca me
habría imaginado… Te creía demasiado inhibida… En fin, no estoy diciendo
que seas una…
Sonreí al ver a Solveig embrollarse con disculpas. No encontraba las
palabras, pero la comprendía. Martin nos interrumpió y nos sirvió las copas. Le
di un sorbo a la mía y Sol se acabó su Cosmo de un trago. Continuó:
—Bueno, he hablado con Gabriel y…
—¿¡Has hablado con Gabriel de “nosotros”!?
—Sí. Él vino a verme, pensé que quería convencerme de que no se lo
contara a Rebecca, pero me habló de ti. De tu dolor, tu bondad, tus…
sentimientos.
—Ah.
—Fue la noche en que había conocido a Antoine y tenía el corazón lo
suficientemente abierto como para escuchar a Gabriel. Estaba fatal, se sentía
tan culpable, me dio mucha pena, pero no fui capaz a decirle que…
Martin le trajo una segunda copa a Sol, como si se anticipara a sus
necesidades. Ella jugó con una cereza, la sumergió en el líquido de color rosa
y, a continuación, intentó hacerla flotar. Podría haberme cautivado el ballet
acuático, pero esperaba la continuación de su relato con impaciencia.
—Solveig…
—Sí, perdón. En resumen, me he dado cuenta de que estáis enamorados
y más preocupados por la situación que otra cosa.
—¿Y es eso es lo que no fuiste capaz de decirle?
Con sus finas manos, tomó la copa del cóctel y, de nuevo, se lo bebió de
un solo trago. Como para darse coraje, miró hacia arriba.
—De acuerdo, tengo que contárselo a alguien, pero júrame, Hello, que no
le dirás nada a Gabriel. Será nuestro secreto. NADIE puede estar al corriente.
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De: Rebecca
A: Solveig, Gabriel, Charles, Magda, Héloïse
¡Hoy es el GRAN DÍA, aaaaaaaaaah!
La fiesta empezará a las siete en punto. Cuento con vosotros, sed
puntuales para dar la bienvenida a mis invitados. Yo llegaré a las ocho,
¡tengo que aparecer tarde! La decoración del salón ya está lista. Voy a
dormir un poco esta mañana, pero no dudéis en ir a verlo, ha quedado
muy bien.
¡Qué ganas, qué ganas, qué ganas!
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—Regalo de Sol, cariño, ella me dijo que iba a tener una mañana
complicada. ¿Han bebido demasiado, hablando de amores?
—Magda, recuerde que yo trabajaba en un bar, tres o cuatro copas de
Martini no… Bueno, vale, de acuerdo: tengo jaqueca.
—Viene todo directo de la cafetería del Grand Palais. ¡Cómo la miman!
El café lo he hecho yo, que conste, a su gusto: ¡corto y con azúcar!
—Un ángel, usted es un ángel. ¿De qué se va a disfrazar esta noche?
—¡De ángel, precisamente!
—¡Le va perfecto!
—Mientras tanto, voy a esconderme, no quiero cruzarme con “el
dragón”…
—Ja, ja. Por cierto… ¿dónde está el salón de baile?
—En el ático, coja el ascensor y pulse PH.
Magda se fue y yo descubrí con placer las exquisiteces bajo las pesadas
campanas de plata sobre el carrito: bollería francesa, dulce de leche y crepes
por un lado; huevos revueltos, bacón a la parrilla y tomates asados por el otro.
A las cinco de la tarde, recorrí en chándal los pasillos en dirección al ático
para ver el salón de baile. El ascensor se abrió y me condujo a una antesala,
con un escritorio Luis XV delante de un vestidor vacío, futuro guardarropa de
los invitados. Empujé las pesadas puertas de madera tallada y me quedé sin
aliento al entrar en el salón: una veintena de personas trabajaban afanosamente.
Aún estaban sacándole brillo al suelo, pero ya se podía adivinar cómo se
reflejarían las miles de luces que iluminarían aquella velada. El suelo había
sido encerado y estuve a punto de resbalar varias veces. A ambos lados del
salón, había dos inmensas mesas cubiertas de manteles blancos, perfectamente
dispuestas para albergar los canapés y, en el centro de la pista, una pirámide
de copas de champán se erigía con orgullo. Se había dispuesto un escenario
para el DJ ante unos grandes ventanales que ofrecían unas vistas
impresionantes de la ciudad. Miré el paisaje, intentando situar mi casa. Mi
antigua casa.
Mientras volvía a la habitación, iba soñando con esa velada, vestida de
princesa. Conseguí prepararme sin pensar en las inquietantes revelaciones de
Solveig.
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Eran las siete. Llegaba tarde. Dudaba si pintarme los labios de rojo o no.
Sol había venido para maquillarme los ojos con un “efecto ahumado”. Era la
única que me había visto disfrazada de cisne y vi en su mirada que mi disfraz
Saga Muérdeme
Sienna Lloyd Muérdeme III
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Saga Muérdeme
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—Penétrame, te lo ruego.
Le cogí la mano para que me siguiera acariciando, pero la retiró.
Saga Muérdeme
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Día 66
Gabriel lleva doce días desaparecido. Tampoco hay rastro de Rebecca. Ya
se han acabado las Navidades. Esta noche entramos en el año 2013. Si no
vuelve, me iré de esta casa y lo daré todo por terminado.
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