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El Pecado de Adán y Eva

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El pecado de Adán y Eva

Comentario exegético-teológico de Gen 3,1-7.

A. Colunga - M. García Cordero


 
Tomado de
Colunga-Cordero
Biblia Comentada I, Pentateuco,
BAC Madrid (1960) pp. 82-89.
 
         En esta sección, el autor sagrado aborda el gran problema del origen del mal
físico y del mal moral. Es un hecho que el hombre sufre con dolores físicos,
inquietudes psíquicas y con terribles problemas morales. Es un hecho que gran parte
de la humanidad es pecadora, injusta, y sigue los caminos del vicio. ¿De dónde esta
desviación de la primitiva felicidad? Como teólogo, el hagiógrafo aborda el problema
en su aspecto teológico, y quiere dar a entender a sus lectores que tanto el mal físico
como el mal moral no entraban en los planes primitivos de Dios. Al salir de sus
manos, los primeros padres se hallaban en una situación diferente de la actual; pero
hubo una intervención del espíritu maligno, y el hombre pecó, y de ahí las terribles
consecuencias del pecado en todos los órdenes.
 
         El estilo de la narración es semejante al de la anterior, pues se trata del
documento yahvista, que, como hemos dicho, se caracteriza por su tendencia a los
antropomorfismos, a lo pintoresco, a lo descriptivo e imaginativo. Por ello es preciso
distinguir bien lo que es ropaje literario y lo formal teológico.
 
Tentación y caída
 
Génesis 3
 
1 Pero la serpiente, la más astuta de cuantas bestias del campo hiciera Yahvé
Elohim, dijo a la mujer: «¿Conque os ha mandado Elohim que no comáis de los
árboles todos de¡ paraíso?» 2 Y respondió la mujer a la serpiente: «Del fruto de
los árboles del paraíso comeremos, 3 pero del fruto del que está en medio del
paraíso nos ha dicho Dios: «No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a
morir». 4 Y dijo la serpiente a la mujer: «No, no moriréis; 5 es que sabe
Elohim que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como
Elohim, conocedores del bien y del mal». 6 Vio, pues, la mujer que el árbol era
bueno al gusto y hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la
sabiduría, y cogió de su fruto y comió y dio de él también a su marido que
también con ella comió. 7 Abriéronse los ojos de ambos, y, viendo que estaban
desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores.
 
         Va a comenzar el gran drama cuyo resultado fatídico dará explicación del dolor
físico y de¡ mal moral, y el autor sagrado prepara cuidadosamente la escena,
presentando al principal protagonista de ella, al instigador de la desobediencia y
rebelión contra el Creador. La serpiente era la más astuta de cuantas bestias del
campo hiciera Yahvé Elohim (v. 1). La observación sobre el carácter astuto y traidor
de la serpiente obedece al papel que va a desempeñar en el relato. Este animal
escurridizo, que muerde a traición al caminante, es considerado en el folklore popular
como animal especialmente maligno y traidor. Jesucristo se hace eco de esta creencia
popular al recomendar, de un lado, la astucia de la serpiente, y del otro, la candidez
de la paloma (Mt 10,16). Este carácter astuto e intrigante aparece en la insinuación
maligna que a continuación hace a Eva, el ser débil y tornadizo: ¿Conque os ha
mandado Elohim que no comáis de los árboles todos del paraíso? (v. 1b). El
interrogante va derecho al sentimiento de orgullo humano. El hecho de que no
pudiera probar todos los árboles del paraíso es una limitación y una dependencia, en
contra de la dignidad humana. El hagiógrafo no dice expresamente que la serpiente
encarne al espíritu maligno, pero se deduce del contexto, ya que aparece la serpiente
como ser inteligente, envidiosa, conocedora del precepto e instigadora a la rebeldía
contra Dios. En Sab 2,24 se alude a este hecho y se la identifica expresamente con el
demonio: «por la envidia del diablo, la muerte entró en el mundo». Jesucristo dice a
los judíos que son imitadores del padre de la mentira: «Vosotros tenéis por padre al
diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este fue homicida desde el
principio» (Jn 8,44). Sin duda que Jesús alude aquí al engaño de la serpiente del
Génesis, que fue causa de la muerte de la humanidad.
San Juan se hace eco de la misma idea: «El que comete pecado es del diablo, porque
el diablo peca desde el principio» (1 Jn 3,8); y en el Apocalipsis, «la serpiente
antigua» es identificada con el diablo (Ap 20,2). Y la tradición cristiana es unánime en
identificar la serpiente del relato genesíaco y el principio del mal. En efecto, aquí éste
se muestra sumamente insinuante y maligno, ya que, para hacer reaccionar
favorablemente a Eva y llevarla hacia un sentimiento de rebelión y orgullo, dice,
exagerando, que Dios ha sido demasiado exigente al no permitir que coman de todos
los árboles del paraíso. De nuevo tenemos que insistir en lo bien que conoce el autor
sagrado la débil psicología humana. Precisamente por su punto débil abre brecha la
tentación simbolizada en la serpiente. No debemos perder de vista que nos hallamos
ante una escenificación dramática en la que los personajes reflejan ideas teológicas
que dialogan en el trasfondo del relato. Es de notar que la serpiente no pronuncia el
nombre de Yahvé . El hagiógrafo en su relato no podría permitir que el sagrado
tetragrámaton fuera profanado por el espíritu del mal.
 
         La respuesta de la mujer es una corrección a la exageración de la serpiente, ya
que sólo de un árbol les está prohibido comer. No le designa con el nombre de «árbol
de la ciencia del bien y del mal», sino simplemente con su localización geográfica: el
que está en medio del paraíso. El precepto de 2,16-17 se refería sólo a no comer del
fruto del árbol, pero aquí Eva exagera también al decir que no deben tocar el árbol.
Es de notar cómo Eva oye con toda naturalidad hablar a la serpiente, sin extrañarse
de ello, como si estuviera acostumbrada a tener diálogos con ella. Esto es un indicio
del carácter artificial del relato, en el que lo que importa tener en cuenta es el fondo
doctrinal expresado en el diálogo.
 
         Ante el temor de Eva de que el fruto del árbol prohibido traiga como
consecuencia la muerte, la serpiente dice categóricamente, sembrando la duda en
ella: no moriréis (v.4). Y ladinamente razona su afirmación: en esta prohibición no
hay sino un temor de Elohim de que lleguen a ser de su misma categoría divina, pues
el fruto prohibido tendrá una virtualidad inesperada: les abrirá los ojos y llegarán a
ser conocedores del bien y del mal (v.5). Hasta ahora existe una línea divisoria
tiránica, que los pone en plan de inferioridad respecto de Elohim, ya que no pueden
decidir por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo. El razonamiento de la
serpiente es de lo más insidioso y maligno, ya que abre brecha en lo más débil del
espíritu humano, en su conciencia de dignidad personal: seréis como Elohim. La meta
es alta, pero digna de escalarse. La observación de la serpiente es sumamente
psicológica. El fruto prohibido no traerá la muerte, sino la ciencia superior que los
situará en plan de igualdad con la misma divinidad. Por eso, el árbol misterioso se
llama de la «ciencia del bien y del mal». La sugestión ha sido realmente diabólica y
consiguió su efecto, pues la mujer al punto se sintió atraída hacia el fruto de aquel
árbol misterioso, al que ahora considera como clave de su felicidad: vio que el árbol
era bueno para ser comido, hermoso a la vista y deseable para alcanzar la sabiduría
(v.7). De un trazo, el hagiógrafo hace intervenir la gula, la vanidad y el orgullo
intelectual. Otro rasgo magistral de observación psicológica que retrata las
profundidades del ser humano.
 
         Eva tomó del fruto prohibido, comió de él, y su marido. Quizá en esto haya un
fondo de ironía: el hombre obedeciendo dócilmente a las insinuaciones de la mujer,
cuando era Adán quien debía, como jefe, reaccionar enérgicamente ante la
perspectiva de una desobediencia a Dios. También esto pertenece a las debilidades
del corazón humano. La mujer ha dirigido el hilo oculto de la historia al ser dueña del
corazón del varón con sus encantos. El autor del Eclesiástico, siguiendo su propensión
misogínica, echa toda la culpa del pecado a Eva: «Por una mujer ha comenzado el
pecado. A causa de ella morimos todos» (Eclo 25,23-24). San Pablo, para justificar la
subordinación de la mujer al marido, dice a Timoteo: “Adán no ha sido engañado,
sino que la mujer, habiendo sido engañada, ha sido la transgresora» (1 Tim 2,14).
 
         Queda claro que, conforme al relato del Génesis, el espíritu maligno primero
abrió brecha en el ser más impresionable y débil, y después éste logró atraerse a
Adán.
 
         La consecuencia de la trasgresión fue fulminante, pues al punto los dos
primeros padres sintieron el aguijón de la carne, el desequilibrio pasional, la lucha de
la carne contra el espíritu, el desorden libidinoso, y por ello se avergonzaron de estar
desnudos (v.7). En el v.25 del capítulo anterior se dice que ambos, a pesar de estar
desnudos, no se avergonzaban. Es un modo plástico de decir que sentían un perfecto
equilibrio entre su razón y sus pasiones, sin que tuvieran noción de un desorden
sexual que les pudiera turbar y avergonzar. De este desequilibrio sexual que siguió al
pecado se ha querido deducir que el pecado de los primeros padres fue de índole
sexual, de tal forma que antes de la primera caída no habrían hecho uso de la cópula
conyugal. Esta interpretación está en contra del contexto, ya que la mujer fue creada
como complemento del varón, para formar «una sola carne» (Gen 2,24).
 
Naturaleza del pecado del paraíso
 
         Creemos, ateniéndonos al espíritu del contexto, que el pecado original fue
fundamentalmente de orgullo, de desobediencia e insubordinación a Dios. Se trata,
pues, de un pecado de índole espiritual y racional. Hay algo más que gula en el
pecado; es la pretensión de querer alcanzar una ciencia superior que creen privativa
de la divinidad. El árbol de la «ciencia del bien y del mal» representa en el simbolismo
escogido por el autor sagrado la frontera de lo bueno y de lo malo. La misma
denominación del árbol misterioso expresa el sentido que tiene frente al propio Adán.
El hagiógrafo le aplica esta denominación por anticipación literaria, en función del
papel que va a desempeñar en el conocimiento práctico que van a tener los primeros
padres en la distinción entre «el bien y el mal».
 
         Todos los detalles en este relato sirven para dramatizar una lucha ideológica.
Por eso debemos atender más a lo significado por cada elemento de la narración. El
autor sagrado es, como ya reiteradamente hemos indicado, un catequista que busca
plasmar gráficamente ideas abstractas. De ahí que busque siempre la explicación
concreta y colorista para atraer la atención de las mentes sencillas de sus lectores. Y
realmente logra centrar perfectamente el relato en torno a algo que inquieta
particularmente al ser racional: el conocer la distinción entre el bien y el mal, el
encontrar el medio de estar sobre toda ley discriminadora entre lo bueno y lo malo.
Esto parecía privativo de la divinidad, y así se lo anuncia el espíritu del mal: «seréis
como dioses». La insinuación de la serpiente llega profundamente al corazón del
hombre, pues éste, sujeto a la tiránica divisoria entre el bien y el mal, no parecía feliz
y completo. De ahí surge la aspiración a ser algo más, a escalar la montaña donde se
halla asentada la divinidad. El hagiógrafo tenía conocimiento muy profundo de la
psicología humana, y por eso presenta al hombre tentado en su apetito innato de
conocer y de dominar, de ser totalmente libre, sin vinculación a nada superior que le
limite. En el drama de la caída, los protagonistas son perfectamente lógicos en sus
respectivos papeles: de un lado, el hombre con su sed insaciable de conocer
indefinidamente y de escrutar el misterio de la zona superior donde se halla la misma
divinidad. Del otro, el principio del mal, un poder hostil, envidioso de la situación
privilegiada del primer hombre, encarnado en un animal que era el símbolo de la
traición, el «más astuto animal» de cuantos Dios había creado. En el folklore oriental
la serpiente suele encarnar los espíritus malignos que molestan a los hombres. Aquí la
serpiente simboliza la instigación, la envidia y la traición, pues insinúa una
desobediencia formal y una rebelión contra el precepto divino. Como consecuencia de
haber tomado del fruto prohibido, los primeros padres adquieren una ciencia
desconcertante, que les enseña que están desnudos y que deben avergonzarse de
ellos. Ninguna frase más plástica y expresiva podía encontrar el autor sagrado para
reflejar el cambio de situación: una inquietud profunda, juntamente con un
remordimiento intenso, es la consecuencia de la desobediencia. El fruto del pecado es
amargo: desaparece la familiaridad con Dios, y al punto viene la sentencia
condenatoria contra los tres protagonistas del drama (la serpiente, la mujer y el
hombre), conforme a la naturaleza de cada uno de ellos. Para la primera no hay
esperanza de rehabilitación. Ni siquiera Dios le permite la disculpa. Es el principio
esencial del mal, principal causante de la tragedia. No tiene por ello derecho a
excusarse, y así Dios le condena sin más. A la mujer y al hombre se le anuncian
trabajos en consonancia con su naturaleza de madre y de jefe de familia. La
consecuencia del pecado es la muerte y el sufrimiento físico. Pero, además, el pecado
primero ha creado una lucha íntima en el hombre al perder el equilibrio de sus
pasiones y la razón. Es la tesis que el hagiógrafo ha querido demostrar: el mal físico y
el mal moral entraron en el mundo por la instigación del demonio. Como
consecuencia del desequilibrio pasional surgió el egoísmo, el odio y, muy pronto, el
derramamiento de sangre.
 
         Si queremos entrar dentro de la psicología de la tentación, empecemos por
notar que los primeros padres, en virtud de la justicia original, gozaban de perfecto
orden y paz en su interior, estando muy lejos de ellos la lucha que tan vivamente nos
pinta San Pablo en su Epístola á los Romanos (Rom 7,13s). Según esto, la voluntad y
la razón vivían sometidas dócilmente a Dios, y las pasiones a la razón y a la voluntad,
de donde resultaba la paz interior. El primer pecado, pues, no pudo ser un pecado
pasional, de gula o sensualidad, sino que tuvo que ser primeramente un pecado del
espíritu, que se insubordina contra Dios, dando luego lugar a la insubordinación de las
pasiones. El texto sagrado responde bien a esta explicación: cuando la serpiente
propone a Eva el resultado de comer el fruto prohibido («seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal»), ella se siente halagada en esta promesa, y no
considera que eso va contra su dependencia de Dios, traspasando el mandamiento de
su Hacedor. El principio del pecado no está en el apetito desordenado de la fruta
prohibida, sino en el deseo de esa semejanza divina, mediante la posesión de la
«ciencia del bien y del mal».
 
         No han faltado quienes hayan querido ver, bajo el símbolo de la fruta prohibida,
un pecado sexual. Se ha pretendido ver en el relato de la tentación un clima de
sexualidad. La expresión «conocer el bien y el mal» sería en este supuesto un
eufemismo para designar el acto de la cópula carnal. Se insiste en las alusiones al
pudor, a la maternidad y a la concupiscencia. Incluso se traduce la primera frase del
v.1: «y la serpiente era la más desnuda de todos los animales». Y, en este supuesto,
se insiste en que la serpiente es emblema de cultos afrodisíacos, y sobre todo se hace
hincapié en la frase de que los primeros padres, antes del pecado, «no se
avergonzaban de estar desnudos», mientras que después de la caída sintieron
vergüenza de verse desnudos. Según esta hipótesis, el autor no haría sino aludir al
problema de la iniciación sexual, al misterio de la vitalidad de la pubertad.
 
         Pero esta interpretación resulta totalmente artificial fuera del contexto del
relato bíblico, ya que la unión carnal, en orden a la transmisión de la vida, formaba
parte del plan divino al crear al hombre y a su complemento natural, la mujer. Ambos
estaban destinados a constituir «una sola carne». Por tanto, el acto conyugal era
perfectamente lícito entre los dos primeros representantes de la humanidad antes del
pecado original. En Gén 1,28 se declara el mandato de Dios taxativo: «Creced y
multiplicaos». Aunque el texto es de diferente documento, sin embargo, para el
compilador inspirado actual no había contradicción entre este mandato y la nueva
situación de la narración del documento yahvista. La exclamación del hombre al
encontrarse con su inesperada compañera alude a su complemento sexual: ésta sí
que es carne de mi carne y hueso de mis huesos (Gen 2,23).
        
         Una interpretación sexual atenuada es la que supone que el hagiógrafo
polemiza contra las prácticas sexuales corrientes en Canaán para obtener la
fecundidad. Es la hipótesis de Coppens, el cual sintetiza así su pensamiento: «Se
podría soñar en una transgresión contra la santidad o consagración del matrimonio. El
matrimonio es de institución divina. El hagiógrafo, polemizando contra los cultos
cananeos de la vegetación, no deja de inculcar que la vida y el poder de transmitirla,
tanto en las plantas y en los animales como en el hombre, viene de Yahvé. Al
presentarnos a Eva dirigiéndose a la serpiente, emblema fálico y atributo de ciertos
dioses y ciertas diosas de la vegetación y de la fecundidad, nos la pinta olvidándose
de su Creador e intentando ponerse, ella y su marido, su vida conyugal, por
consiguiente, bajo la égida, la protección, la bendición de los cultos licenciosos
paganos. Se sabe en particular que los cultos cananeos fueron la gran tentación a la
cual Israel hubo de resistir desde el momento de su entrada en la tierra de Canaán y
a lo largo de toda su historia, y en particular también en el momento en que fue
redactado nuestro relato. ¿No es natural que el hagiógrafo haya presentado al
enemigo de Dios, al gran seductor, con los rasgos que él había tomado por excelencia
en la época en que el relato fue redactado definitivamente? ... »
 
         Por nuestra parte, creemos que nada en el contexto bíblico insinúa ni avala esta
rebuscada explicación, aparte de que no puede probarse que la serpiente entre los
cananeos fuera un «emblema fálico». Ciertamente que las aberraciones sexuales
estaban muy extendidas en los cultos cananeos, pero nada en el contexto bíblico
refleja esta preocupación anticananea del hagiógrafo en esta sección. Se supone que
el documento es de la época de la monarquía israelita, pero en realidad no sabemos
de cuándo es su última redacción.
 
         Otra hipótesis considera que la preocupación del hagiógrafo al detallar la caída
del primer hombre es la de hacer frente a los cultos mágicos, que se consideran como
un remedo demoníaco de la verdadera religión. El mago que trabaja con fuerzas
extrañas y misteriosas pretende substraer conocimientos que son privativos de la
divinidad. Así, pues, la invitación de la serpiente a tomar del fruto del árbol prohibido
para conseguir «la ciencia del bien y del mal» aludiría a una invitación a la ciencia
mágica, una sugestión para que la mujer se apropiara la clave de los conocimientos
mágicos. Nos encontraríamos, pues, con una condenación irónica de la ciencia
mágica, contra la que los autores sagrados previenen a los fieles israelitas. La
experiencia de la decepción sufrida por los primeros padres debía ser una lección para
los que pretenden jugar con conocimientos secretos que sólo Dios posee. Esta
hipótesis es interesante y nos parece menos fuera de propósito que la anterior; pero
creemos que, en buena exégesis, debemos seguir la tesis exigida por el contexto: se
trata de una prueba impuesta por Dios a los primeros padres, y la trasgresión de
éstos una desobediencia y una rebelión implícita contra Dios, un pecado del espíritu.
 
 
El relato bíblico y las mitologías paganas
 
         La escuela comparatista ha querido encontrar paralelos de estos relatos bíblicos
en las literaturas del Antiguo Oriente. Así se ha comparado el «árbol de la vida» con
la «planta de la juventud» del poema de Guilgamés. Y de la misma epopeya se ha
querido sacar un paralelo con la narración bíblica sobre la caída del primer hombre.
Según dicho poema épico, Eabani (o Enkidu, según la lectura actual), amigo de
Guilgamés, primero vivió con las fieras y después fue tentado por una prostituta,
siendo captado así por la vida sensual de la ciudad. En el relato bíblico se aludiría
también a la iniciación sexual de los primeros padres. El parecido, en realidad, se
limita a que tanto Adán como Enkidu vivieron, antes de conocer a una mujer, solos
con los animales. Nada en realidad más específico da pie para posibles interferencias
literarias. Otro caso de nulo paralelismo es la historia del mito de Adapa. Este, hijo de
Ea, rehúsa tomar el «manjar de la vida», con lo que no consiguió la inmortalidad. El
paralelismo es antitético: Adapa no consigue la inmortalidad por no tomar el «manjar
de la vida», y Adán pierde la inmortalidad por querer tomar del «árbol de la vida».
 
         Ya hemos hecho mención de los dos árboles de la literatura sumeria: el «árbol
de la verdad» y el «árbol de la vida», que están a la puerta del cielo. En tiempos de
Judea se da culto a un dios serpiente llamado Nin-gis-zi-da («señor del árbol de la
verdad»). Finalmente, hemos de recordar el famoso cilindro sumerio del tercer
milenio antes de Cristo, conservado en el British Museum, en el que aparecen dos
personajes sentados con dos cuernos (símbolo de la divinidad), uno a cada lado de
una palmera, con las manos extendidas, como deseando coger el fruto. Detrás del
personaje de la izquierda aparece erguida una serpiente. En 1911 se encontró,
procedente de Ur, un cilindro semejante. Naturalmente, al punto se buscaron las
posibles analogías con el relato bíblico, y las opiniones sobre su sentido no coinciden,
pues mientras para unos es un eco de la historia bíblica, para otros la serpiente es
simplemente el símbolo del genio del árbol. Con todo, creemos que el autor sagrado
muy bien pudo haber utilizado tradiciones populares que flotaban en el ambiente y
utilizarlas como forma externa de expresión para inculcar la verdad dogmática del
pecado original, de la pérdida por los primeros padres de un primitivo estado de
inocencia y felicidad.

En los vaticinios de Jacob se lee: «Es Dan como serpiente en el carnino, como vibora
en el sendero, que, mordiendo los talones al caballo, hace caer atrás al caballeros (Gén
49,17; cf. Is 59,5).

Cf. M. J. LAGRANGE, Innocense et péché: RB (1897) p. 366.

J. COPPENS, La connaisance du bien et du mal et le péché du paradis (Lovaina 1848);


F. ASENSIO, ¿Tradición sobre el pecado sexual en el paraíso?: “Gregorianum” 30
(1949) 490-520; 31 (1950) 35-62; 163-191; 362-390; D. YUBERO, El pecado del
paríso y sus últimas explicaciones científico-bíblicas: “Lumen”, 1 (1952) 108-130; S.
MUÑOZ IGLESIAS, La ciencia del bien y del mal y el pecado del paraíso: EstBib 8
(1949) 457.

Citado por S. MUÑOZ IGLESIAS, art. c. , 441ss.

Es la teoría, entre otros, de G. Lambert, expuesta en “Nouvelle Revue Théologique”, 86


(1954) 917-948; 1044-1072.

Cf. SANTO TOMÁS,  Sum. Theol. 2-2 q.143 a.2.

Cf. JEAN, Le Milieu Biblique II 97-98.


Cf. P. DHORME, art.c.: RB (1907) 271.

Sobre sus semejanzas véase el artículo de A. MILLER, Ein neuer Sündenfalls


Siegelcilinder: «Theologische Quartalschrift», 99 (1917-1918) 1-28. Sobre otros
posibles paralelos literarios véanse la obra de F. LENORMANT, Les origines de l’Histoire
d'aprés la Bible et les traditions des peuples orientaux II  (París 1882) 264; A.
JEREMÍAS, Das Alt Testament im Lichte des Alten Orient.

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