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Eucaristía

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Eucaristía (2)

Signo: Materia y Forma

Como en todos los sacramentos, la Eucaristía, también, tiene un signo


externo que unido a las palabras pronunciadas por el ministro, confiere la
gracia. Cristo en la Última Cena utilizó dos elementos muy sencillos, pan
y vino. Estos dos elementos son los que constituyen la materia. El pan
debe de ser de trigo y el vino de la vid, esto fue declarado en Trento, ya
que existe la seguridad que fueron estos los elementos utilizados por
Cristo. (Cfr. CIC n. 924, 2-3).

Para que el sacramento sea válido tiene que ser de trigo y no puede
estar amasado con otra cosa que no sea agua natural y cocido al fuego.
Dicho de otra manera, no se puede utilizar aceite, mantequilla o cualquier
otra sustancia para amasarlo, ni el pan puede ser de cebada, de arroz, u
otro tipo de pan, pues entonces la materia sería inválida. El vino tiene
que ser del que se obtiene de uvas machacadas y fermentado
naturalmente, no se puede utilizar vinagre, ni un vino elaborado a base
de químicos. (Cfr. CIC 924)
En cuanto a la licitud, el pan debe ser ázimo, es decir, sin levadura, sin
fermentar. También debe haber sido hecho recientemente, para evitar
cualquier posibilidad de corrupción y al vino se le deben de añadir unas
gotas de agua, pues al ser esta una práctica judía, se puede suponer que
fue lo que Cristo hizo. (Cfr. CIC 924; 926;

La forma son las palabras que utilizó Cristo al instituir el sacramento:


“Esto es mi Cuerpo…Esta es mi Sangre”.

Efectos

Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen


en nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión íntima con
Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio
todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad de
esas gracias se mide por el grado de las disposiciones de quienes lo
reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al
recibir el sacramento.
Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante.
Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar
en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos
acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más
con Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es
el autor de la gracia.

Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada


nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza
en ella la vida sobrenatural.

Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos
perdonan los pecados veniales, lo que hace que el alma se aleje de la
debilidad espiritual.

Necesidad

Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este
sacramento es indispensable. Sería ilógico, que alguien que quiera
obtener la salvación, que es alcanzar la verdadera unión íntima con
Cristo, no tuviera cuando menos el deseo de obtener aquí en la tierra esa
unión que se logra por medio de la Eucaristía.

Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando
menos una vez al año como preparación para la vida eterna. Aunque,
este mandato es lo menos que podemos hacer, se recomienda comulgar
con mucha frecuencia, si es posible diariamente.
San Ambrosio decía: “Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte
del Señor. Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el
perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es
para el perdón de los pecados, debo recibirlo siempre, para que siempre
me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un
remedio.”

Ministro y Sujeto

Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el


vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sólo él está autorizado para
actuar en nombre de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dio
el mandato de “Hacer esto en memoria mía”, no se lo dio a todos los
discípulos. (Cfr. Lc. 22).

Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de


los valdenses que no aceptaban la jerarquía y pensaban que todos los
fieles tenían los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la
doctrina protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio
ministerial y el sacerdocio de los fieles.

Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de
distribuir las hostias consagradas, pero no pueden consagrar.
Actualmente, por la escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la
necesidad de que existan los llamados, ministros extraordinarios de la
Eucaristía. La función de estos ministros es de ayudar a los sacerdotes a
llevar la comunión a los enfermos y a distribuir la comunión en la Misa.

Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en


estado de gracia, es decir, sin pecado mortal. Haya tenido la preparación
necesaria y tenga una recta intención, que no es otra cosa que, tener el
deseo de entrar en unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad,
compromiso, sino por agradar a Dios.

Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía.


Ahora bien, es conveniente tomar conciencia de ellos y arrepentirse. Si
es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar
lo más limpios posibles.

En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las


disposiciones del sujeto que la va a recibir, es necesaria una buena
preparación antes de la comunión y una acción de gracias después de
haberla recibido. Además del ayuno eucarístico, una hora antes de
comulgar, la manera de vestir, la postura, etc…en señal de respeto a lo
que va a suceder.

Presencia Real de Jesucristo

Para entender bien el sentido de la celebración eucarística es necesario


tener en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.
Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, su fuerza es
tal, que Cristo se hace presente tal cual, bajo las substancias del pan y
del vino. Es decir, vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, por lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su
Alma y su Divinidad. Él está presente en todas las hostias consagradas
del mundo y aún en la partícula más pequeña que podamos encontrar.
Así, Cristo se encuentra en todas las hostias guardadas en el Sagrario,
mientras que el pan, signo sensible, no se corrompa.

Está presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes de


nuestra fe. (Cfr. Catec. n. 1373 –1381). Como los dogmas, la razón no
los puede entender, es necesario reflexionar y estudiar para, cuando
menos, entenderlo mejor.

Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo
las especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: lo gnósticos, los
maniqueos que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo
tanto, no había presencia real.

Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con


errores.
Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía, solamente,
es un “figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la Eucaristía
porque actúa por medio de ella, pero que su presencia no es
substancial”. Los protestantes liberales, mencionan que Cristo está
presente por la fe, son los creyentes quienes ponen a Cristo en la
Eucaristía.

Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al


mismo tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo.

Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, fue


revelada por Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más
manifestado y explicado claramente que este en la Biblia. Sabemos que
lo que prometió en Cafarnaúm, lo realizó en la Última Cena, el Jueves
Santo, basta con leer los relatos de los evangelistas. (Cfr. Mt. 22, 19-20;
Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).

El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan


contundente, que, desde los inicios, los primeros cristianos se reunían
para celebrar “la fracción del pan”. Y, pasó a hacer parte, junto con el
Bautismo, del rito propio de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la
presencia real de Cristo en el pan.

La Transubstanciación

Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto nos


ha sido revelado, por lo que, no es evidente a la razón; como dogma que
es, resulta incomprensible. Sin embargo, trataremos de dar una
explicación de lo que sucede.

La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce


una singular y maravillosa conversión de toda la sustancia del pan en el
Cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia del vino en la Sangre;
conversión que la Iglesia llama transubstanciación” (Cfr. Catec. n.
1376).

El dogma de la Transubstanciación significa el cambio que sucede al


pronunciar las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el
pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando
sólo la apariencia de pan y vino. Hay cambio de sustancia, pero no de
accidentes (pan y vino), la presencia real de Cristo no la podemos ver,
sólo vemos los accidentes. Esto es posible, únicamente, por una
intervención espacialísima de Dios.

La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre


de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice S.
Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por
ello, comentando el texto de S, Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que
será entregado por vosotros”, S. Cirilo declara: “No te preguntes si esto
es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él,
que es la Verdad, no miente”.

Frutos y Obligaciones

El fruto principal de este sacramento es la unión íntima y profunda con


Cristo, al obtenerla, se realiza una transformación en el alma de quien lo
recibe.
También, según las palabras de Jesucristo, la Eucaristía es prenda de
vida eterna, porque es un adelanto de la vida celestial y de la futura
resurrección de los cuerpos.

Cuando recibimos la eucaristía, debemos de estar sumamente orgullosos


de que Cristo haya venido a nosotros, que no hemos hecho nada para
merecerlo.

Después de acudir a este sacramento debemos salir renovados y


compartir con los demás lo que hemos recibido, por medio de palabras, y
obras, es decir, dar verdadero testimonio. Es triste ver como, en muchas
ocasiones, acabando de recibir el sacramento, las personas actúan como
si no lo hubieran recibido.

La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres. Para recibir


en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros
debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,
40).

La Eucaristía como sacrificio

A pesar de que el sacramento y el sacrificio se llevan a cabo en la misma


consagración, hay que distinguirlos. La Eucaristía es sacramento porque
Cristo se nos da como alimento para el alma, y es sacrificio porque se
ofrece a Dios en oblación.

En el sacramento la santificación del hombre es el fin, pues se le da


como alimento y en el sacrificio el fin es darle gloria a Dios, es a Él a
quien va dirigido. Así mismo, la Eucaristía es sacrificio de la Iglesia –
Cuerpo Místico de Cristo – que se une a Él y se ofrece a Dios.

Desde el principio de la creación, el sacrificio es el principal acto de culto


de las diferentes religiones, siempre se le han rendido a Dios homenajes.
El sacrificio es un ofrecimiento a Dios, donde existe una cosa sensible
que se inmola o se destruye (víctima), llevándolo a cabo un ministro
legítimo, en reconocimiento del poder de Dios sobre todo lo creado.

Celebración eucarística
La celebración eucarística se desarrolla conforme a una estructura
fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros.
Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica: la
liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal y
la liturgia eucarística con la presentación del pan y del vino, la acción de
gracias y la comunión. Ambas, constituyen juntas “un solo acto de culto”
SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a
la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf DV 21).

Este es el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado


con sus discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego,
sentándose a la mesa con ellos, “tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio” (cf Lc 24, 13-35).

El Sacrificio de la Misa

La Santa Misa es la renovación del Sacrificio del Calvario, el mayor acto


de adoración a la Santísima Trinidad.

La Misa es el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito. En él


se cumplen todas las características del sacrificio, el sacerdote, y la
víctima son el mismo Cristo, quien se inmola con el fin de darle gloria de
Dios. No es una representación, sino una renovación, del sacrificio de la
cruz. En cada una se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es
que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa
es el perfecto sacrificio porque la víctima es perfecta.

La esencia misma de la Misa como sacrificio es la doble consagración del


pan y del vino, no es la palabra, como tampoco lo es, la sola comunión.

La Santa Misa tiene dos elementos: Cristo ofrece su vida para


rescatarnos del pecado, pues con su muerte expía nuestros pecados y
es Cristo mismo quién se ofrece al Padre y une su sacrificio al nuestro.

Por la Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además sí


ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean al
sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser
incorporados al propio sacrificio de Cristo.
Cristo está presente en el sacerdote, quién representa a Cristo como
mediador universal en la acción sacramental. Está presente en los fieles,
que se unen y participan con el sacerdote y con Cristo en la Eucaristía.
Nosotros nos unimos a su sacrificio y lo ofrecemos con Él. Así mismo,
Cristo está presente en la palabra de Dios. Él es la Palabra del Padre
que nos revela los misterios divinos y el sentido de la liturgia. En la Misa,
por medio de la Comunión, nos unimos física y espiritualmente, formando
un sólo Cuerpo. La Comunión es el gran don de Cristo que anticipa la
vida eterna.

Con la asistencia devota a la Santa Misa rendimos homenaje a la


humanidad Santísima de Jesús.

Mediante la celebración Eucarística nos unimos a la liturgia del cielo y


anticipamos la vida eterna.

Durante la Misa nos arrodillamos en medio de una multitud de ángeles


que asisten invisibles al Santo Sacrificio con suma reverencia.

A la hora de la muerte, nuestro mayor consuelo serán las Misas que


durante nuestra vida oímos, nos acompañarán en el tribunal divino y
abogarán por nosotros para que alcancemos el perdón.

La Misa es el don más grande que le podemos ofrecer al Señor por las
almas ya fallecidas para acortar su tiempo en el Purgatorio.

Fines y efectos de la Eucaristía como sacrificio

La Santa Misa como reproducción que es del sacrificio redentor de la


cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos:

Adoración: El sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración


absolutamente digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor
que se le debe. Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo.
Este es el fin latréutico.

Reparación: fin propiciatorio, reparación por los pecados.

Petición: fin impetratorio. Pedirle gracias y favores, pues la Misa tiene


eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.
Nos alcanza, si no le ponemos obstáculos la gracia actual necesaria para
el arrepentimiento de los pecados. Nada puede hacerse más eficaz para
obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa
intención el Santo Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al
Señor que quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención
infalible de esa gracia.

Remite infaliblemente, si no hay obstáculos, parte de la pena temporal. A


través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante,
méritos remisorios de los pecados de vivos y difuntos.

Características de la participación en la Eucaristía

Cuando vamos a participar en la Eucaristía debemos prepararnos


adecuadamente para poder participar con las debidas características y
disposiciones. Estas deben ser:

Externas: para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de


las rúbricas y ceremonias que la Iglesia señala. Para los fieles respeto,
modestia y atención para participar activamente.

Internas: Identificarse con Cristo. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí


mismo en Él, con Él y por Él.

Profunda: entrega total.

Vital - Existencial: no de palabras solamente, sino de todos y cada uno


de mis actos de mi vida.

Confianza ilimitada: tener confianza en la bondad y Misericordia de


Dios.

Hambre y sed de comulgar: Esta es la que más afecta a la eficacia


santificadora de la gracia, ensancha nuestra capacidad del alma y la
dispone a recibir la gracia sacramental en proporciones enormes. La
cantidad de agua que se coge de la fuente depende del tamaño de la
vasija.
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi
sangre verdadera bebida”. (Jn. 6, 54-55).

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