Las 7 Leyes Espirituales para Padres Resumen
Las 7 Leyes Espirituales para Padres Resumen
Las 7 Leyes Espirituales para Padres Resumen
Quien quiera que desee explicarles las leyes espirituales a sus hijos encontrará aquí la forma de hacerlo
en términos que los niños puedan comprender y aplicar.
La fascinación por el éxito material ha impedido a la sociedad reconocer una verdad profunda: que el
éxito depende de lo que la persona es, no de lo que hace.
Muchas personas creen ciegamente que el éxito es material y puede medirse en términos de dinero,
prestigio o abundancia de posesiones. No cabe duda de que todas esas cosas pueden ser importantes,
pero poseerlas no es garantía del éxito. El éxito que deseamos para nuestros hijos debe incluir también
muchas facetas que no son materiales, entre ellas la capacidad para amar y sentir compasión, la
capacidad para sentir alegría y contagiarla a los demás, la seguridad de saber que la vida tiene un
propósito y por último, la sensación de estar conectados con el poder creador del universo. Todos estos
aspectos constituyen la dimensión espiritual del éxito, la dimensión que produce satisfacción interior.
Si todos los días logramos ver el significado de la vida en forma de simplicidad y asombro, habremos
alcanzado el éxito lo cual significa, en el fondo, que cuando nace cada ser humano ya posee el éxito.
Cuanto más pronto aprenda una persona a vivir de manera armoniosa, creativa y sin esfuerzo, mayor
será la probabilidad de que experimente el éxito durante toda su vida. Eso es lo que debemos
enseñarles a nuestros hijos, y hacerlo será la mayor fuente de dicha y orgullo.
QUINTA LEY: Cada vez que deseas o esperas algo, siembras una semilla.
Las siete leyes espirituales no se deben transmitir como reglas ni preceptos rígidos, sino como una
forma propia de ver la vida. Como padre o madre, su ejemplo será una enseñanza mucho más eficaz que
las palabras.
Desde el mismo momento en que nuestros hijos nacen nos convertimos en maestros del espíritu. Si
creamos una atmósfera de confianza, tolerancia, sinceridad y aceptación, esas cualidades serán
absorbidas como cualidades del espíritu. En un mundo perfecto, la labor de ser padres se podría reducir
a una sola frase: mostrar y ser solamente amor.
La unión espiritual con un hijo se crea a través de las caricias, los abrazos, la protección, el juego y la
atención.
La tarea principal de esta etapa es que el niño aprenda a valorarse a sí mismo. La autoestima abona el
terreno para que el niño pueda salir de la familia e ir al encuentro de un mundo más grande y ancho.
Esta etapa se identifica con los deberes y los desafíos.
JARDÍN DE INFANTES
El dar es la forma como demostramos, a cualquier edad, nuestra empatía con las necesidades de los
demás. Si al niño se le presenta el dar como una pérdida —sacrificar algo para entregarlo a otro— no se
le habrá enseñado la lección espiritual de esta etapa. En términos espirituales, dar es «yo te doy sin
perder nada porque tú eres parte de mí». Un niño pequeño no puede comprender esta idea totalmente,
pero sí sentirla. Los niños no solamente desean compartir sino que les encanta hacerlo. Sienten el calor
que nace de rebasar las fronteras del ego para incluir a otra persona en su mundo particular; no existe
otro acto más íntimo y por lo tanto, que genere más dicha.
Enseñarle al niño que la verdad lo hará sentirse bien es el primer paso para darle a entender que la
verdad tiene una cualidad espiritual.
Esta etapa es la más grata para muchos padres, que gozan al ver cómo sus hijos desarrollan
personalidad e independencia. El niño piensa por sí mismo, prefiere ciertos pasatiempos, se inclina por
unas cosas y rechaza otras, muestra entusiasmo, y la carrera del descubrimiento se orienta hacia cosas
que pueden durar toda la vida, como el amor por la ciencia o el arte. Los conceptos espirituales clave
están en armonía con esta emocionante fase.
Un niño de diez años es capaz de alcanzar la sabiduría, y experimenta por primera vez el más delicado
de los dones: la percepción personal. El niño puede ver el mundo y juzgarlo a través de sus propios ojos,
y ya no tiene necesidad de esperar a recibirlo de mano de los adultos.
PRIMERA ADOLESCENCIA: 12-15 AÑOS
La infancia termina con la primera adolescencia, época tradicionalmente penosa y difícil. Durante este
tiempo, el niño experimenta el paso súbito de la inocencia a la pubertad y la llegada de unas
necesidades que los padres ya no pueden satisfacer. Los padres, por su parte, se dan cuenta de que
deben soltar al niño y confiar en que éste sea capaz de manejar un mundo de responsabilidades y
presiones al cual ellos mismos escasamente han aprendido a acomodarse sin sentirse inseguros.
Hay dos cosas duraderas que podemos aspirar a dejarles a nuestros hijos; la primera es raíces y la otra,
alas. HODDIXG CÁRTER.
Las siete leyes espirituales se pueden incorporar a la vida familiar desde cuando los niños están muy
pequeños.
Si se hace con naturalidad, sin presiones ni imposiciones, los niños crecerán viendo un ejemplo vivo de la
forma como el espíritu engendra el éxito.
Los niños irán comprendiendo el significado de las leyes con el tiempo. Recordemos que los hijos
aprenden principalmente de lo que ven en sus padres, no de lo que éstos dicen. Nuestra práctica es
siempre la influencia más positiva. Nuestros hijos nos necesitan como modelos y ejemplos; en ese
sentido, su práctica espiritual consiste en observarnos desde muy temprana edad. Si nos ven crecer,
cambiar y encontrar mayor felicidad y sentido en la vida, la expresión «estar en armonía con el
universo» adquirirá para ellos una fuerza práctica. Querrán lo mismo para ellos, aunque todavía no
comprendan los principios que están en juego.
Desde la edad de seis o siete años conviene comenzar a enseñarles a los niños que unos pocos minutos
de soledad y silencio todos los días son buenos. Antes de esta edad no se debe tratar de suprimir la
energía y el entusiasmo naturales de la infancia.
El silencio interior promueve la claridad mental; nos permite valorar nuestro mundo interior; nos enseña
a buscar nuestra fuente interior de paz e inspiración cada vez que enfrentamos un problema o un
desafío.
«El límite de lo que podemos recibir de Dios es nuestra capacidad para apreciar sus dones».
A los niños les encanta la inspiración que reciben de las maravillas naturales y usted como padre puede
reforzar esa experiencia señalando la libertad y la expansión que se sienten al estar cerca de la
naturaleza. La sensación de omnipotencia nos invade cada vez que contemplamos el inmenso cielo o la
magnificencia de una cordillera.
Desde el punto de vista espiritual, los paisajes infinitos del mundo natural nos hacen sentir que
podemos ser uno con el infinito.
Cuando los niños mayores están listos para asimilar conceptos más abstractos, es de gran valor
enseñarles a no juzgar. No juzgar implica no calificar a las demás personas y sus conductas como
«buenas» o «malas». Es el primer paso para desarrollar actitudes maduras como la aceptación, la no
violencia y la compasión por la vida.
En el plano espiritual, el éxito depende de atender a las leyes que gobiernan el funcionamiento de la
naturaleza, y la ley del dar es una de las más valiosas. Muchos maestros espirituales han enseñado,
como lo explica el yogui moderno Shivananda, que «dar es el secreto de la abundancia».
A los niños les encanta dar y cuando comienzan a no hacerlo es porque están reflejando las actitudes
que ven en los adultos.
¿Cuánto hemos tenido que pagar por el aire, la lluvia y el sol que nos mantienen vivos?
Aprender a felicitar al ganador del juego que acabamos de perder, a tratar a un recién llegado con
amabilidad e incluirlo en el grupo, y a ofrecer ayuda con tacto y humildad son lecciones apropiadas para
los niños mayores.
Un ritual de gratitud, compartido en familia, es una linda manera de reconocer el don de la vida. Podría
realizarse tomándose todos de las manos a la hora de la cena para dar gracias, no sólo por los alimentos
sino por todo lo que se ha dado ese día.
Si no ves inmediatamente los resultados de tus actos —buenos o malos— Ten paciencia y observa.
La ley del menor esfuerzo nos pide que reconozcamos la frescura de la vida permitiendo su libre
desenvolvimiento. Nos dice que debemos vivir el momento, buscar la ayuda de la naturaleza y dejar de
culpar a los demás o a las cosas externas.
Las fuentes del progreso humano han sido siempre las ideas, la inspiración y el deseo, los cuales nos
llegan espontáneamente. No hay forma de forzar la inspiración, o el deseo o, incluso, las buenas ideas.
La manera de cumplir la más elevada de las responsabilidades no es trabajar hasta el cansancio, sino
realizar el trabajo del espíritu con una actitud de alegría y creatividad. Ésta es la única manera de hacer
posible una vida sin lucha.
Haz todo lo que puedas por organizar tu vida, pero recuerda que la naturaleza es la Organizadora por
excelencia. No trates de controlar el curso del río. En los momentos de mayor productividad y creación,
la naturaleza No trabaja… juega. El mejor trabajo sale de nosotros sin esfuerzo. Al final de nada sirve
oponer resistencia a la vida. Ábreles la puerta a los dones del espíritu.
Elige con cuidado aquello en lo que pones tu empeño, porque sin duda alguna lo tendrás. Ralph Waldo
Emerson.
Todos trabajamos en deseos grandes y pequeños simultáneamente, y no todos pueden hacerse realidad
al mismo tiempo. Cada deseo tiene su momento propicio, su propia manera de hacerse realidad.
El éxito puede venir de cualquier parte.
Cuando usted reconozca este hecho, podrá enseñarles a sus hijos el principio de aguardar con paciencia.
Es decir, después de que usted sabe qué es lo que desea, debe quedarse tranquilo. Los deseos
superficiales y triviales sencillamente se desvanecerán, pero los más sinceros y profundos serán
alimentados por la naturaleza. Cuénteles a sus hijos que los deseos que se guardan en el corazón se
hacen realidad más rápidamente que aquéllos que difundimos constantemente al hablar de ellos o
exigírselos a los demás.
Inocencia es saber que podemos guiar a los niños pero nunca controlarlos. Debemos mantener una
actitud de apertura hacia la persona que hay en todo niño, una persona destinada a ser diferente de
nosotros. En la inocencia podemos aceptar este hecho con un corazón alegre.
Inocencia es saber que la vida jamás nos da certeza. Los hijos tomarán caminos imposibles de prever y
harán cosas que nosotros jamás haríamos. La incertidumbre es una realidad porque la vida es solamente
cambio. En la inocencia aceptamos esto y renunciamos a la necesidad de obligar a nuestros hijos a
ajustarse a nuestras nociones preconcebidas.
Inocencia es saber que nuestros hijos son nuestros y aun así no nos pertenecen.
Como padres, lo que enseñamos a nuestros hijos no es diferente de lo que aprendemos constantemente
nosotros mismos.