Orígenes de La Troquelación.: A Agustina Bravo
Orígenes de La Troquelación.: A Agustina Bravo
Orígenes de La Troquelación.: A Agustina Bravo
SU CRISIS.
A Agustina Bravo.
Orígenes de la troquelación.
Juan Manuel Rozas escribió sobre Berceo, Lope, Villamediana, Azorín y algu-
nos poetas del veintisiete, como bien se sabe; sólo de una manera parcial llegaron a
letra impresa sus explicaciones en torno a Cervantes y al pensamiento y la espiri-
tualidad española contemporáneos, desde el krausismo hasta la guerra civil, temas
que trataba en clase.
Además Rozas dedicó su interés a un par de conceptos historiográfico-lite-
rarios, los de «Siglo de Oro» y «Generación del 27», y de ellos trató en sendas
publicaciones'. Nosotros mismos en vida de nuestro desparecido compañero, si-
guiendo sus datos y ampliándolos en alguna parte, nos referimos también al sintag-
ma «Siglo de Oro» y a los contenidos con que había sido empleado; ahora vamos a
volver a hacerlo, trayendo igualmente a inventario nuevos datos que él ya no ha po-
dido conocer2.
Hace años, en el ŭnico esbozo de historiografía literaria espariola con q ŭe hasta
ahora contamos, serialaba Díaz Plaja cómo la centuria dieciochesca trae a nuestras
letras un afán ordenador y clasificador, indicando «como primera obra de perfil
exento» en tal sentido los Orígenes de la poesía castellana de don Luis Josef Veláz-
quez. Díaz Plaja cita también —aunque sin hacer ninguna observación al
respecto—, el pasaje en que Velázquez se refiere a una de las edades de las letras es-
pañolas, en tanto «siglo de oro de la poesía castellana»3.
1 Vid. J.M. Rozas, El Siglo de Oro. El teatro en fiempos de Lope de Vega, Madrid, Universidad a
Distancia, 1976, caps. 1-4; «Siglo de Oro: historia de un concepto, la acuñación del término», Homenaje
a Francisco Yndurain, Madrid, 1984, pp. 411-428; «El 27 como generackm», en el volumen de igual
titulo, Santander, 1978, pp. 13-50.
2 Nuestras páginas mencionadas fueron «Materiales para la historia del concepto de «Siglo de
Oro» en la literatura española», Analecta Malacitana, 111/2, 1980, pp. 309-330: «Otras notas sobre el
concepto de 'Siglo de Oro'», A nalecta... , VI/I, 1983, pp. 177-178; «Para una historiografia de la litera-
tura española», Caracterización de la literatura española y otros estudios, Madrid, Tapia, MCMX XXII I,
pp. 86-90.
3 Guillermo Diaz Plaja, «Esquema historiográfico de la literatura española», Historia general de
las literaturas hispanicas, Barcelona, I, 1949, pp. LXI-LXXV: pp. LXV-LXVI.
14 SOBRE EL CONCEPTO LITERARIO DE «SIGLO DE OR0»: SU ORIGEN Y SU CRIS1S
De este planteamiento arranca Juan Manuel Rozas, quien reconoce como pun-
to de partida que la acuñación del sintagma «siglo de oro» sólo se alcanza —porque
antes no hubiera sido posible—, «en el magnifico siglo XVIII»4.
Efectivamente hacia mitad de la centuria Luis Josef Velázquez establece las
«edades de la poesía castellana», a saber: desde sus origenes hasta el reinado de
Juan II; de Juan II a Carlos I; de Carlos I a Felipe IV; desde entonces hasta los días
en que escribe. Se- trata —respectivamente— de la niriez, juventud, virilidad y vejez
de nuestras letras.
La literatura de la tercera de las edades de la poesía castellana tiene en su co-
mienzo a Boscán y a Garcilaso; Garcilaso de la Vega —proclama Velázquez— puede
ser tenido por el Petrarca de la poesía castellana, es «el principe de la poesía castella-
na» 6 . Hacia el final del siglo, estima nuestro crítico, empieza ya a reinar un mal gus-
to en las letras, por lo que la edad viril que ellas habían tenido entre nosotros supo-
nen un siglo de oro.
Luis Josef Velázquez estampa ya el sintagma en este párrafo importante:
Esta tercera edad fué el siglo de oro de la poesía castallana; siglo en que no podia dexar
de florecer la buena poesía, al paso que habian Ilegado á su aumento las demás buenas
letras. Los medios sólidos, de que la nacion se habia valido para alcanzar este buen
gusto, no podian dexar de producir tan ventajosas consecitIencias. Se leian, se imita-
ban, y se traducian los mejores originales de los Griegos y Latinos; y los grandes maes-
tros del arte Aristóteles y Horacio lo eran asimismo de toda la nacion7.
ve también probado Rozas por los Diálogos de Chindulza, redactados por Manuel
Lanz de Casafonda en el otoño de 1761: en esta obra aparece referido «el siglo XVI»
como el que algunos estiman «el Siglo de Oro» 8 . En definitiva comprobamos que a
mediados del siglo de la Ilustración, los estudiosos han aéuñado ya una idea o con-
cepto de «Siglo de Oro», si bien el contenido del troquel resulta distinto y matizado
de unos autores a otros.
Por entonces mismo la idea empezará a difundirse y a alcanzar vigencia con co-
lecciones de poesía como fa del Parnaso Español, llevada a cabo —como atestiguan
los bibliógrafos—, por Cerdá y Rico y un amigo suyo, y por Juan José López de Se-
dano, segŭn se trate de los cinco primeros o de los cuatro ŭltimos volŭmenes; en
cualquier caso estos tomos aparecieron en Madrid, impresos por Ibarra, entre 1768
y 1779.
Los prologuistas del volumen I del Parnaso se refieren a los escritores de «la
época del Siglo de Oro de nuestra poesía»; que ellos entienden que se prolonga desde
Garcilaso hasta la mitad del siglo xv119. Con mayor amplitud quizá que otros con-
temporáneos —pues—, Cerdá y Rico y su amigo perciben una edad áurea de la lite-
ratura española, y lo hacen con el deseo de instaurar «un clasicismo que fuese de ve-
ras espaftol»'°.
Toda la trayectoria del término y el concepto «siglo de oro», luego de sus
orígenes dieciochescos, fue establecida por Juan Manuel Rozás segŭn unas etapas
que sintéticamente podemos ver recogidas en estas palabras suyas de abreviatura
esencial:
Acaba• nuestro autor adviertiendo que los límites —la delimitación cronológica,
ha de entenderse—, y el concepto, han variado Considerablemente a través del
tiempo". Uno efectivamente es el «siglo de oro» de Lanz de Casafonda y otro el de
Dámaso Alonso, por poner dos ejemplos.
La lectura de los escritos de Menéndez Pelayo muestra que don Marcelino lla-
maba «siglo de oro» al XVI, pero que también —cuanto trataba del teatro de Lope,
de Tirso y de Calderón— se refería a una «época de oro» o «edad de oro» teatral;
don Marcelino siempre se mostró respetuoso analíticamente con la diferenciación
cronológica de los hechos, y por eso encontraba asimismo manifestaciones en el
Seiscientos que le parecian áureas.
En otros pasajes Menéndez Pelayó hace uso del sintagma «siglos de oro», e
incluso habla expresamente de «dos siglos de oro». Su horacianismo juvenil y sus
12 Octavio Paz y Juan Marichal, Las cosas en su sitio. Sobre la literatura española del siglo XX,
México, 1971, p. 23. -
13 R. Menéndez Pidal, «El lenhuaje del siglo XVI», La lengua de Cristóbal Colón, Madrid, 1968, 5
pp. 47-84: p. 47.
14 Ibid., p. 83.
15 R. Menéndez Pidal, Los españoles en la historia, nueva ed., Madrid, 1982, pp. 84 y 111 respecti-
vamente.
16 R. Menbildez Pidal, Mis páginas preferidas. Temas literarios; Mis páginas preferidas. Temas
lingaísticos e históricos. Ambas obras son de Ed. Gredos, y han sido reimpresas luego de su primera sali-
FRANCISCO ABAD 17
que son vistos por Pidal como una unicidad interiormente diferenciada sin
embargo l7 . En fin, y ya en las ŭltimas publicaciones de su vida, don Ramón men-
ciona el Quinientos en tanto «aquel siglo de oro español, tan brillante en teólogos y
políticos», y entiende a la Esparia propiainente imperial como una Roma del siglo
XVI".
En consecuencia tenemos que —entre los autores de la «escuela espariola»—,
Menéndez Pidal se singulariza por preferir la forma plural de la denominación
«siglo de oro», entendiéndola además en un sentido diferenciador de lo que al trans-
currir del tiempo iría siendo distinto y matizado. Por otro lado don Ramón tuvo asi-
mismo por edad áurea un momento medieval de nuestra historia, el de los siglos XII
y XIII: entonces la Península sirve de enlace entre la Cristiandad y el Islam, y «Es-
paña... alcanza una de sus cumbres históricas»'9.
De los miembros del Centro de Estudios Históricos, seguramente fue Montesi-
nos quien —en un momento dado—, menos compartió la denominación «Edad de
Oro» ligada a la obra de Pfandl. En efecto cuando se tradujo la Historia literaria es-
pariola de Ludwig Pfandl, don José Montesinos rechaza la unanimidad religiosa con
que el hispanista germano interpreta nuestros siglos XVI y XVII, y además le
reprocha no interesarse por las calidades poéticas; nada más natural para un filólo-
go que había estudiado a los autores erasmistas, que encontrar inadecuada la visión
soriadora y monolítica de Pfandl.
Montesinos advierte que hay que gritar a los hispanistas asustados o cohibidos
que dejen de utilizar nuestra cultura para ahuyentar miedos que ellos mismos poseen
por su propio ambiente: «un día —ejemplifica—, es un inglés que, amedrentado por
los bolcheviques, exalta la Inquisición española; otro día un alemán que, acongoja-
do por disensiones religiosas, añora con nostalgia la unanimidad católica del siglo
XVIO.
Para el filólogo de Granada se trata de recuperar el sentido de lo espariol, de
hallar su espíritu mediante el estudio, y a esta tarea invita a los mejores. «No nos
inquietarían todos los romanticismos del mundo —expresa—, si sintiéramos en tor-
no nuestro una juventud entregada a esa tarea de revalorar la cultura española, se-
gura del método, segura de los criterios adecuados, creadora, no traductoraJ. El
presente párrafo manifiesta muy bien cuál era la actitud espiritual y científica de
quienes estaban en el Centro de Estudios Históricos: análisis del pasado y del patri-
monio español, más rigor científico y originalidad propia en las interpretaciones.
Desde luego —seg ŭn hemos dicho—, a un estudioso del erasmismo como Montesi-
nos debía parecerle poco conforme con la realidad la interpretación de Pfandl en su
17 Se trata de El P. Las Casas y Vitoria con otros temas de los siglos XVI y XVII, Madrid, 1958.
18 El Padre Las Casas. Su doble personalidad, Madrid, 1963, pp. 66 y 344.
19 Los españoles en la historia, pp. 196-198.
20 Vid. ahora José F. Montesinos, Ensayos y estudios de literatura española, Madrid, 1970, pp.
159-165: p. 164.
21 Ibid., p. 165.
18 SOBRE EL CONCEPTO LITERARIO DE «SIGLO DE OR0»: SU ORIGEN Y SU CRIS1S
Historia literaria de la Edad de Oro española; esta reserva hizo que tendiese a recha-
zar el concepto d. e «Siglo de Oro».
En 1936 publica don José Montesinos otro artículo, «Centón de Garcilaso», y
efectivamente siente despego ante la trowielación, y por eso se refiere a «la llamada
Edad de Oro de la literatura española» 22 . Este artículo, de otra parte, contiene adivi-
naciones agudas; en el mismo se nos dice que con Garcilaso se inicia nuestra literatu-
ra moderna, ya que su obra trajo no sólo una métrica nueva, sino el contenido de to-
da la conciencia del poeta. L,a pervivencia de los versos del toledano —pr9clama
Montesinos—, es debida «al arte con que su autor supo hacer m ŭsica de todas [las]
cosas graves que contenia la cultura cortesana de su tiempo»; nos hallamos ante un
largo fluir métrico, ante la gracia y novedad de las palabras. Los temas no diferen-
cian claramente lo medieval de lo moderno: la línea divisoria 'está en la nueva mŭsi-
ca, y «Garcilaso —argumenta en fin nuestro autor—, fue el ŭnico poeta capaz de
conseguir las equivalencias musicales de la cultura en que radica»".
De pocas maneras tan nítidas ha podido sugerirse en qué consisitió la revolu-
ción literaria garcilasiana, que del modo como se hace en estas páginas de don José
Fernández Montesinos. Por ellas además hemos visto —lo que era nuestro
objetivo—, el recelo ante una formulación, la de «Edad de Oro», que connotaba in-
terpretaciones y exposiciones con las que no se podía coincidir.
La crisis de un concepto.
Andando los afios sin embargo —como bien vio Rozas—, Montesinos haría
uso del troquel, que ya se estaba estandarizando totalmente; la crisis del concepto
vendrá con otros autores, y en primer lugar con don Américo Castro.
El Américo Castro de entre —digamos— sus treinta y sus cincuenta afios, había
hablado de «los siglos XVI y XVII», «nuestra literatura de los siglos XVI y XVII»,
«el siglo XVI», «el siglo XVII», etc., aunque alguna vez también se encuentra en sus
escritos la referencia a «nuestras letras del Siglo de Oro», que son las del Quinientos
y el Seiscientos. Luego es muy sabido que rechazaría las conceptuaciones genéricas
de toda la tradición occidental, proclamando por ejemplo: «Ni Renacimiento ni
Bárroco, sino Edad Conflictiva»".
Para don Américo efectivamente hasta fines del siglo XIV se da en la historia es-
pañola una época de armonía entre las castas cristiana, mora y judía; hasta el siglo
XVII es el momento de fractura de tal armonía; en fin hasta ahora mismo ocurre el
absoluto predominio de la casta cristiana". La referencia a los años que van de f400 a
1700•—digamos—, la hará nuestro a ŭtor con la denominación de «Edad Conflictiva».
No obstante estas interpretaciones, don Américo emplea alguna vez en años re-
cientes —los finales de su vida—, ertroquel de Siglo de Oro, y por ejemplo hace
mención de «la literatura dramática del Siglo de Oro».
Es consciente de que el término se ha generalizado, y por eso enseguida habla
también del «liamado Siglo de Oro de las letras españolas», aceptando la evidencia
de que se trata de una denominación vigente, pero rechazándola".
Por tanto,puede decirse que en la historia del concepto de «Siglo de Oro», a pe-
sar de su notoria generalización reciente, asistimos a la primera de sus crisis en la
obra de Américo Castro. Otra crisis era de esperar que surgiese de la historiografía.
que podemos llarnar para,entendernos estructural, en ctianto que se propone efecti-
vámente encontrar estructuras históricas temporales, conjuntos de hechos que
tienen sentido en ese todo. La historiografía que habla de «Renacimiento», de
Barroco», etc., era natural que pusiese en crisis una denominación más genérica e
inexpresiva comó la de «Siglo de Oro».
• Entre nosotros el testimonio más nítido que conocemos de tal po ŝtura es uno de
don José Antonio Maravall, quien se ha referido al «llamado, con una terminología
un tanto trasnochada, Siglo de Oro»". En efecto este autor ha hablado siempre de
«Renacimiento» —por ejemplo—, entendiéndolo en tanto ŭna estructura histórica
temporal, así como ha acuñado denominaciones para las épocas de transición, ya
que la historia•humana no tiene una periodización absoluta y tajante.
En Antiguos y modernos, Maravall se refiere al «primer humanismo», «prehu-
manismo» o «incipiente humanismo»"; naturalmente también hace uso de expre-
siones tales como «el siglo de nuestro Renacimiento», «el hombre del Renacimien-
to», «las categorías historiográficas del Renacimiento», o «la revolución intelectual
del Renacimiento» 29 . Entre los siglos XVI y XVII nuestro autor encuentra diferen-
cias, ya que*nos hallamos ante «estructuras históricas» distintas, y por eso advierte
el carnbio producido: «En la primera fase del Renacimiento —dice—, libertad y
monarquía absoluta van juntas y se apoyan. Al acabar•el XVI, la primera cede ante
la segunda, que cada vez se impone más cerradamente, segŭn unos caracteres que en
España se dan con particular intensidad»".
• En otra obra suya Maravall hace referencia a la «alta Edad Moderna», y al
«siglo de la Ilustración» 31 , y por otra parte bien conocida es su postura cuando ha
tratadó de la cultura del Barroco. El libro se subtitula entonces «Análisis de una
26 A. Castro, Hacia Cervantes, Madrid, 1967,3 pp. 14 y 21. Los pasajes a los que remitimos for-
man parie de uno de los escritos más sintéticos en que don Américo expuso las concepciones de sus ŭlti-
mos aftos.
27 J.A. Maravall, La literatura picaresca desde la historia social, Madrid, 1986, p. 593.
28, Antiguos..., Madrid, 1966, pp. 249 y 266. •
30 Ibid., p, 530.
31 •José Antonio Maravall, Estado moderno y mentalidad social, Madrid, 1972, 1, p. 460, y II, p.
592, respectivamente. •
20 SOBRE EL CONCEPTO LITERARIO DE «SIGLO DE OR0»: SU ORIGEN Y SU CRISIS
estructura histórica», y el primero de los capítulos, «La cultura del Barroco como
un concepto de época».
De acuerdo con estas ideas, Maravall definirá así esa estructura que analiza:
«Barroco es pues para nosotros un concepto histórico. Comprende aproximada-
mente lós tres primeros cuártos de siglo XVII, centrándose con mayor intensidad,
con más plena significación, de 1605 a 1650» 32 . El Barroco es una irrepetible rea-
lidad, y por tanto un concepto de época.
En definitiva nos encontramos con que la historiografía que ve la realidad no
en los hechos sino en las estructuras, que cada estructura la define en una «ley» y
por consiguiente ve la Historia como el sistema de leyes del acontecer humano, acu-
ña o maneja conceptos referidos a cada una de esas estructuras, y deja en preterición
otras denominaciones como la de «Siglo (o Edad) de Oro»".
A la vez que se iba estandarizando y generalizando —pues— el concepto y tér-
mino de «Siglo de Oro», para referirse a nuestras centurias del Quinientos y el Seis-
cientos, el propio concepto entraba en crisis en un autor específico (Américo
Castro), o en las direcciones historiográficas más renovadoras.
Conclusión.
4,•33 Nos hemos hecho eco en el texto de postulados teórico-metodológicos de Maravall, Teoría del
saber histórico, Madrid, 1958, esp. cap. 4.
FRANCISCO ABAD 21
tiva del análisis especlfico y no tanto en las interpretaciones globales, hacen menor
uso del sintagma; i •cluso a veces lo encuentran explicitamente trasnochado, yaique
no corresponde ni a la altura historiográfica ni a la altura ideológica de nuestro pre-
sente.
Entre los hispanistas y los estudiosos de la literatura en general, el troquel
«Siglo de Oro» va a seguir —pues—, seguramente con una gran frecuencia de uso;
nuestros propios historiadorgs acaso lo van a emplear bastante poco.
FRANCISCO ABAD