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Francisco de Quevedo Espana Defendida de Los Tiemp

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ISSN: 1139-0107

MEMORIA Y
CIVILIZACIÓN

REVISTA DEL DEPARTAMENTO DE HISTORIA,


HISTORIA DEL ARTE Y GEOGRAFÍA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
UNIVERSIDAD DE NAVARRA

RECENSIONES
Francisco de Quevedo, España d efend id a d e los tiem pos de ahora d e las calum -
nias d e lo s no veleros y sed icio so s, ed. crítica y anotada de Victoriano Roncero
López, Pamplona, Eunsa, 2013
(Jesús M. Usunáriz)
RECENSIONES

Francisco de Quevedo, España defendida de los tiempos de ahora de las calum-


nias de los noveleros y sediciosos, ed. crítica y anotada de Victoriano Roncero
López, Pamplona, Eunsa, 2013. 193 p. ISBN: 9788431329044. 17€

PRÓLOGO, p. 7. INTRODUCCIÓN, p. 11. 1. Humanismo en España defendida, p. 13.


1.2. España defendida: «laus Hispaniae», p. 29. 2. Fecha de composición, p. 52.
Manuscrito autógrafo: la escritura quevediana, p. 56. 4. Manuscritos y ediciones, p.
63. 4.1. Manuscritos, p. 63. 4.2. Ediciones impresas, p. 64. 5. Nuestra edición, p. 66.
BIBLIOGRAFÍA, p. 67. ABREVIATURAS MÁS USADAS, p. 83. ESPAÑA DEFENDIDA, p. 85.
Cap. 1. De España: su sitio, cielo, fertilidad y riqueza, p. 94. Cap. 2. Del nombre de
España y su origen y etimología, p. 109. Cap. 4. De la lengua propia de España, de
la lengua antigua y de la de ahora. La razón de su gramática, su propiedad, copia y
dulzura, p. 123. Cap. 5. De las costumbres con que nació España y de las antiguas,
p. 170. Cap. 6. Del falso origen de las gentes, p. 179. ÍNDICE DE NOTAS, p. 187.
ÍNDICE DE LOS AUTORES CITADOS POR QUEVEDO, p. 191.

Ciertamente la España d efend id a de don Francisco de Quevedo, no es una


obra de historia, pero sí es una exaltación del pasado de España; la España d e-
fend id a, no es una obra de crítica literaria o de análisis filológico, pero sí un
repaso erudito de las virtudes literarias de los españoles en su más amplia di-
mensión.
El profesor Victoriano Roncero emprende —lo podemos escribir ya— esta
magnífica edición de la España d efend id a, con el ánimo no solo de aportar al
lector una versión actualizada, normalizada y anotada de esta obra de Quevedo,
sino con la pretensión última de analizar las razones que llevaron al autor ma-
drileño a escribir este texto entre 1609 y 1611-1612 —como precisa Roncero tras
un examen exhaustivo y sistemático del manuscrito (pp. 52-56) —, inacabado y
no impreso hasta el siglo XX.
De esta forma, el editor se muestra en desacuerdo con Henry Kamen
cuando considera que Quevedo escribió un panfleto nacionalista con el que pre-
tendía echar la culpa de los males de España a los extranjeros. Se hace necesario
precisar, sin embargo, un juicio semejante, erróneo según Roncero, cuando no se
tienen en cuenta las razones últimas que impulsaron al autor a escribir el texto, o
cuando se desconocen algunas tradiciones y géneros literarios. Esto es lo que se
aborda en el completo estudio introductorio de esta edición crítica.
Lo primero que debe tenerse en cuenta es que don Francisco de Quevedo,
fue un representante del humanismo europeo del momento, uno de cuyos ras-
gos constitutivos en los siglos XV y XVI fue el nacionalismo (p. 13) y, en conse-
cuencia, en el caso del autor de El Buscó n, un «nacionalismo español»; no en
vano Quevedo se autodenomina «hijo de España. Este «nacionalismo» —aunque
el término no creo que sea el más adecuado para la época, y habría que decan-

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tarse por otros como el de «patriotismo», más acorde con las características de la
época— es el que va a servir a Quevedo para salir en defensa de España frente a
los ataques de afamados autores foráneos.
En segundo lugar debe tenerse en cuenta el género. Frente a quienes con-
sideraban que el fin de Quevedo consistía en escribir una obra de carácter histó-
rico y enciclopédico, Roncero inserta la España d efend id a —en la estela de otros
autores, pero con mayor enjundia—, en el género de las «laud es Hispaniae»,
conforme tradición española iniciada por San Isidoro —y con una herencia clási-
ca evidente—, continuada en las obras de Lucas de Tuy, Ximénez de Rada o
Alfonso X el Sabio.
En tercer lugar, Quevedo, que utilizará el texto para atacar a todos aque-
llos que ponían en tela de juicio las glorias de la nación, tuvo especial cuidado
—y ahí reside su novedad— a la hora de realizar una revisión de lo escrito hasta
entonces para rechazar, mediante la crítica filológica del humanista —las herra-
mientas filológicas de los críticos franceses de la segunda mitad del siglo XVI—,
todo lo que de falso, legendario y fabuloso perjudicaba a la historia y menosca-
baba el prestigio de España (p.15), en un «proceso de desmitificación de la anti-
güedad histórica de España». Así, en varias ocasiones, despreciará fábulas, como
la relación de los 24 reyes primitivos de España elaborada a finales del XV por el
dominico italiano Anio de Viterbo; o criticará la afición —tan en boga entre sus
contemporáneos— de fantasear genealogías familiares o ciudadanas. Se hacían
necesarios cronistas que escribieran una historia ensalzadora de las gestas espa-
ñolas —al fin y al cabo es lo que pretende Quevedo—, apoyados en la escritura
de una historia fidedigna e imparcial.
Cierto es que la España d efend id a contiene ataques contra aquellos que
ponían en duda, con fundamento, la presencia del apóstol Santiago en España.
Pero aquí reside otro de los puntos fundamentales a la hora de comprender al
autor de Lo s sueño s: la impronta religiosa ineludible del nacionalismo queve-
diano. Quevedo es el representante de una generación de escritores que «asume
para España la protección divina: España se ha convertido en el brazo de Dios
para luchar contra los enemigos de España, que son presentados como los
enemigos de Dios» (p. 19.). Asume así un «nacionalismo patriótico religioso»,
según acuña Roncero, nacido de la idea de que España está protegida por Dios,
y que es el nuevo «pueblo elegido» por Él.
Gracias a esta impronta de patriotismo religioso, Quevedo defiende la la-
bor evangelizadora en el Nuevo Mundo y en Asia, y ataca la leyenda negra que
se extendía por Europa desde la publicación de la Apo lo gía del calvinista Gui-
llermo de Orange en 1581.
Pero el capítulo más amplio de la España d efend id a, el cuarto, se dedica a
las «laudes litterarum» es decir, a ensalzar la lengua y los escritores frente las
críticas de otros humanistas europeos que habían minusvalorado la importancia
de los autores hispano-latinos (Séneca, Quintiliano, Lucano) o dudado, incluso,

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de su españolidad (Muret, Scaliger). También se aplicará en la defensa de la


lengua española frente a los humanistas que habían tachado de mediocre la len-
gua castellana (Mercator). En este aspecto Quevedo es categórico: el origen del
español es el latín (frente a otras ideas absurdas), pero con la presencia de una
amalgama de aportaciones (cartagineses, godos, árabes). Bien es cierto que, en
esta obra, Quevedo «se convierte en uno más de los lingüistas de los siglos XVI
y XVII que se lanzan al intento de atribuir a su lengua el origen más remoto y
linajudo posible» (p. 42) y por eso, en su ‘investigación’ sobre el español primiti-
vo, del que apenas quedaban vestigios, considera que este tenía su origen —a
pesar de su antisemitismo— en el hebreo, en la idea de enlazar la antigua lengua
del pueblo elegido, con la defensa de la verdadera religión del nuevo pueblo
elegido por Dios que era España (p. 43).
En esta línea, don Francisco cantará las glorias de la tradición literaria es-
pañola en sus diferentes géneros: historiadores españoles, en especial los Anales
de Jerónimo Zurita, pero también Mariana, Herrera o Fernández de Oviedo;
oradores, como fray Luis de Granada; la literatura religiosa (de nuevo el pueblo
elegido), y la poesía y la prosa, especialmente la Celestina y el Lazarillo d e Tor-
m es, o poetas como Herrera, Manrique o Garcilaso, o disciplinas como la teolo-
gía o la traducción, eran ejemplos evidentes de cómo los españoles habían supe-
rado a los clásicos y a muchos de sus contemporáneos.
Quevedo recrea, en muchos casos, y a pesar de la su labor crítica, una Es-
paña casi idílica, a veces tan fabulosa como la de aquellos a quienes criticaba, en
la que «no tiene cabida la corrupción» (p. 20) y cuya antigüedad —como ponía
de manifiesto el propio nombre de «España»— y superioridad —en las gestas
guerreras y literarias— nadie podía o debería poner en entredicho.
No obstante, la España d efend id a ofrece otras posibilidades de análisis
que deberían tenerse en cuenta para trabajos posteriores. El contenido ‘ideológi-
co’ de este y otras obras de Quevedo es posible que recojan el pensamiento polí-
tico de los intelectuales del momento. Pero, existieron otras formas de abordar y
de entender la realidad histórica y el presente circundante, quizás menos apega-
das al pensamiento y más a la praxis política, que deberían compararse. Por otra
parte, se debería estudiar mejor el porqué de la selección, por parte de Quevedo
y de otros autores, de unos determinados acontecimientos, de unos determina-
dos héroes, de unos estereotipos y símbolos, que responderían no solo a una
tradición sino que pueden ser la respuesta a una manera de entender, explicar o
justificar el presente en el que viven.
La labor de Roncero no acaba en el estudio introductorio, pues se enfren-
ta, además, con «el texto humanista más complicado de Quevedo» (p. 7). A par-
tir del manuscrito conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Histo-
ria, lleva a cabo un encomiable trabajo de fijación textual. La edición contiene
732 notas, todas ellas necesarias y precisas, que hacen el texto comprensible en
su conjunto. No debe olvidarse como uno de sus grandes méritos el que haya

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tenido que abordar numerosas citas de autores en latín, griego y hebreo, e inclu-
so palabras en siriaco, ruso, ucraniano o inglés; ha tenido la paciencia de recoger
en nota los casi doscientos autores citados por Quevedo a lo largo de sus pági-
nas y con ello una exhaustiva recuperación de las fuentes utilizadas por él. Todo
ello es un ejemplo de la erudición humanística don Francisco, pero que también
ha hecho suya el mismo Roncero con este ejercicio de anotación.
Debo apuntar, por último, a raíz de lo expuesto en los últimos párrafos,
una reflexión final que no quiero eludir. Los historiadores nos hemos acercado
durante ya varias décadas a los métodos de las ciencias sociales, como nuestro
gran recurso para la novedad metodológica y temática. Sin embargo, la estrecha
relación existente entre la Filología y la Historia desde sus inicios, ha ido desa-
pareciendo de tal manera que el fructífero diálogo de antaño se ha diluido en
aras de una pretendida especialización excluyente. Pero los historiadores
—dejaremos para otro momento las críticas hacia los filólogos— debemos reco-
nocer, con humildad, que no sabemos hacer buenas ediciones críticas: sin el am-
paro metodológico de los filólogos cometemos errores de transcripción, anota-
ción, puntuación y, lo que es peor, de interpretación. Trabajos de edición crítica,
como los de Victoriano Roncero son, por tanto, un ejemplo de los que debemos
aprender.

Victoriano Roncero López es profesor de la State University of New York at


Stony Brook y especialista en Quevedo, en la novela picaresca y el Humanismo
del Siglo de Oro. Es autor de numerosos artículos y capítulos de libro, de mono-
grafías como Historia y política en la obra de Quevedo (Madrid: Pliegos, 1991), El
humanismo de Quevedo: Filología e Historia (Pamplona: Eunsa, 2000), De bufo-
nes y pícaros: la risa en la novela picaresca (Frankfurt am Main: Vervuert, 2010),
editor de varias obras colectivas como Demócrito áureo. Los códigos de la risa en
el Siglo de Oro, Sevilla, Renacimiento, 2006 (con I. Arellano) o La violencia en el
mundo hispánico en el Siglo de Oro Madrid, Visor, 2010 (con J. M. Escudero). Es
responsable de numerosas ediciones críticas como, entre otras, Historia de la vida
del Buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundo y espejo de tacaños, (Ma-
drid. Biblioteca Nacional, 1999), El lirio y el azucena, de Calderón de la Barca (Kas-
sel, Reichenberber, 2007). Es, además, Director del Instituto de Estudios Aurisecu-
lares/Institute of Golden Age Studies (IDEA/IGAS).

Jesús M. Usunáriz
Universidad de Navarra

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