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Joaquín Arce. Literatura Italiana en España

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JOAQUIN ARCE

EI conocimiento de la Literatura italiana en la


España de la segunda mitad del siglo XVIII

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²
un tema que se adapta mejor al dato erudito aislado, a la
mera referencia bibliográfica y del que interesan, sin em-
bargo, más las consecuencias que el acarreo del material.
Mi intención es releer lo que sobre el influjo o presencia
de la literatura italiana en la España dieciochesca se ha
escrito para ver si, integrado con nuevas aportaciones, po-
demos llegar a unas concIusiones no rutinarias, válidas
según el estado actual de estos estudios.
En general, este tipo de trabajos han pecado de minu-
ciosidad en la búsqueda, con el riesgo consiguiente de des-
viar la atención hacia el elemento de cultura disgregado,
que adquiere aparentemente un relieve no justificable en el

7
conjunto. No se trata de establecer coincidencias, paralelos
o parecidos, de comprobar citas fragmentarias o estudiar
determinadas polémicas y ni siquiera de documentar la pre-
sencia de extranjeros en Esparia o de considerar las rela-
ciones de viajeros españoles por Europa. Todo lo cual puede
tener un innegable interés por sí mismo, pero de poco ser-
virá a nuestros fines si no deducimos de ello en qué grado
pudo haber calado en la cultura, la vida o la sensibilidad
espariola de la época.
Leandro Fernández Moratín, al sintetizar los estudios
de su padre referidos a la composición poética, afirma que,
con la imitación de los poetas esparioles, había emulado el
método y doctrina de los franceses, junto a la fantasía y
"sonido armónico" de los italianos.1 Sin proponérselo
quizás, dejaba Leandro constancia del carácter predomi-
nante asignado a ia poesía italiana por los españoles de la
Ilustración. Carácter no alejado del serialado por Feijoo,
cuando consideraba en su Paralelo de las lenguas castellana
y francesa, que "la lengua italiana suena mejor que las de-
más en la poesía" ; ni de la advertencia ariadida por Iriar-
te a su poema La Música, probando que la toscana, seguida
del castellano, es la lengua más adecuada al canto. En la
misma línea, pero acentuando los tonos, se halla Vargas
Ponce cuando se refiere a "la femenil y muelle pronuncia-
ción", si bien "es verdad que aquella misma blandura y
molicie, manejadas por un Ariosto, un Tasso, un Chiabre-
ra, un Metastasio, embargan nuestros sentidos y se meten
allá en lo íntimo del corazón".2 Jovellanos, por su parte,
sin aludir a Italia, afirmaba que la doctrina francesa era
más universal y metódica y más ligada a intereses políti-

1. Obras de Don Nicolás y de Don Leandro Fernández de Moratín,


B. A. E., II, pág. XIX.
2. Declamación contra los abusos introducidos en el castellano, Ma-
drid, Ibarra, 1793, págs. 95-96.

8
cos, mientras la inglesa, más original y profunda, se adap-
taba mejor al genio espariol.3
Estamos, pues, asistiendo a una valoración global de
culturas extranjeras, a unas caracterizaciones doctrinales y
lingiiísticas que tienen su peso en las corrientes literarias
de la época. Si la exactitud y universalidad francesas en-
cuentran su cauce apropiado en la poesía de la Ilustración,
y si la originalidad y exotismo ingleses serán uno de los
elementos más caracterizados de la sensibilidad prerromán-
tica, la musicalidad y el sentido formal del italiano se ha-
llarán en la base del gusto rococó y neoclásico.4

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el estudio de las relaciones literarias entre Italia y Esparia
en el siglo XVIII remonta al año 1896 y se debe al erudito
italiano Vittorio Cian.5 Y no sólo por lo que significó
en sí, sino además por haber merecido la atención de los
dos máximos investigadores que estaban en condiciones, en
ambas naciones y en aquel momento, de integrar con nue-
vos datos lo que podía habérsele escapado al autor de la
monografía italiana. Me refiero a las sendas recensiones
que publicaron Menéndez Pelayo y Farinelli en 1896 y
1897 respectivamente.6
Cian no se limita a la exposición documentada de la
vida y escritos del mayor hispanista italiano del Sete-i

3. Memoria sobre educación pública, o sea, Tratado teórico-práctico de


ensetíanza, B. A. E., 46, pág. 248,
4. Sobre estos conceptos, cfr. Joaquín Arce, Rococó, Neoclasicismo y
Prerromanticismo en la poesía española del siglo XVIII, en El Padre Feijóo
y su siglo, "Cuadernos de la cátedra Feijoo", n.° 18, vol. II, págs. 447-477.
5. Italia e Spagna nel secolo XVIII. Giovambattista Conti e alcune
relazioni letterarie fra l'Italia e la Spagna nella seconda metá del Sette-
cento, Torino, Lattes, 1896.
6, M. Menéndez Pelayo, Italia y España en el siglo XVIII, en Estu-
dios y Discursus de crítica histórica y literaria, Edición Nacional, IV, pá-
ginas 13-24.
Arturo Farinelli, La Spagna, il Conti e altri italiani del '700, en Italia e
Spagna, Torino, Fratelli Bocca, 1929, II, págs. 287-327.

9
cientos, Giovambattista Conti, que estuvo en Esparia de 1769
a 1790 ; se refiere también ampliamente a los demás es-
critores y viajeros italianos que tuvieron contacto con la
vida espariola, como Napoli Signorelli, Baretti y otros de
menor importancia. Farinelli, por su parte, desahoga su fa-
rraginosa erudición para completar los datos sobre las rela-
ciones de viajes y las impresiones recibidas recíprocamente
por los visitantes de ambas naciones. A la vista de las largas
notas repletas de datos eruditos, bien pudiera creerse que
Esparia era por entonces la "fiel sirvienta" de la cultura
italiana.7 Pero lo único que puede resultar más convin-
cente es el conocido e indiscutido influjo del rnelodrarna,
especialmente el de Metastasio. En cuanto a Menéndez Pe-
layo, al serialar sobriamente los puntos o referencias que
podían haberse tenido en cuenta en un estudio global de
relaciones, insinúa algunos posibles influjos, sobre todo en
el campo de la lírica, aludiendo, creo que por primera vez,
a las reminiscencias del Abate Parini en Jovellanos. No fue
por tanto Morel-Fatio el primero que estableció esta rela-
ción literaria, según supone el autor del más reciente y sin-
tético panorama comparativo, dedicado, como parte de un
complejo estudio histórico, a la literatura italiana en la Es-
paria de Carlos 111.8
Pero rnucho más abundantes que las aportaciones de
conjunto, que son a su vez la suma de múltiples referencias
dispersas, son las contribuciones parciales, que iremos te-
niendo en cuenta, limitadas a un autor, o a un aspecto, ten-
dentes a establecer un influjo que sólo habrá sido verdade-
ramente eficaz cuando haya calado a fondo o condicionado
corrientes de gusto o de cultura. De aquí, que el fenómeno
aislado adquirirá únicamente sentido en función de la tota-

7. "In compenso, la Spagna, più dell'Italia estenuata di forze, appare,


in arte e in poesia, in tutto il 700, la nostra fida ancella" (Farinelli, Italia
e Spagna, ob. cit., II, págs. 312-13.

I 0
lidad. Precisamente, el último estudio, centrado en la edi-
ción de una traducción inédita del italiano, empieza a dis-
tribuirse en este ario de 1966. Se trata de la versión hecha
por el P. Isla del poema en octavas, hoy olvidado, Cicerone,
de Gian Carlo Passeroni.9 Una vez más estamos en pre-
sencia de un elemento cultural que puede tener su interés
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ELHQDGDSWDFLyQGHXQDVIRUPDV\XQRVFRQWHQLGRV²HQHO
P. Isla. Pero el peso en la cultura contemporánea fue nulo,
sea por el escaso relieve de Passeroni, sea porque dicha
traducción quedó inédita, sea incluso porque de los ciento
un cantos de que consta el poema original, Isla sólo recrea
o adapta una mínima parte, los 16 cantos ahora publica-
dos. En general, la labor desarrollada por estos jesuitas
expulsados en Italia tiene muy limitado alcance literario,
como reconoce el P. Batllori, el mayor especialista en este
campo, que acaba de reunir en un volumen la serie de
trabajos de investigación dedicados a este tema a lo largo
de 30 arios."
En el ámbito más estricto del influjo italiano en Es-
paria, los principales estudios se han concentrado en torno
al teatro, es decir, la difusión en los escenarios esparioles
de las obras de Metastasio, Goldoni y Alfieri. Baste re-
cordar ahora, sin perjuicio de discutir más adelante el
alcance de dichas influencias, las aportaciones en lengua

8. Franco Meregalli, Storia delle relazioni letterarie tra Italia e Spa-


gna. Parte III: 1700-1859 (appunti), Venezia, Librería Universitaria, 1962.
El capítulo que nos interesa ocupa las páginas 86-106.
9. P. José Francisco de Isla, El Cicerón. Introducción, edición y notas
de Giuseppe De Gennaro, Anejo XII del Boletín de la Real Academia Es-
pañola, Madrid, 1965. El original se publicó en seis tomos entre 1755 y
1774. La traducción del primer tomo, y no completo, hecha por el P. Isla,
parece que "debería datarse no después de 1774" (De Gennaro, pág. XIV).
10. "Esa literatura hispano-italiana liene muy puco tle creación y
mucho de erudita : literatura muy dieciochesca, en fin, cuandu se llarnaba
literato a los fisicos y astrónumus. y la palabra literatura equivalía al sen-
ticiu moderno del vocablo eidtural' (Miguel Batlluri, S. 1 . , L a c u l t u r a iií s •
pano-italiana de los ¡esuita.i expulsos, Madrid, Gredos, 196(i, pág. 17).

II
italiana e inglesa de Stoudemire y Coester para el melo-
drama metastasiano," las de Rogers y Mariutti para la
difusión de las comedias de Goldoni," y, en relación
con la tragedia alfierana, los trabajos de Allison Peers y
de Parducci."

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cance de la literatura italiana en el quehacer de los escri-
tores esparioles del siglo XVIII, es para dar el adecuado
contrapeso a un campo de investigación y a una metodolo-
gía que ha llegado indudablemente a unos resultados, pero
no estrictamente literarios, sino eruditos y culturales. De
aquí que, para evitar la parcialidad de unas consecuencias,
trataré de adoptar un enfoque múltiple que vaya en lo for-
mal de la lengua a la métrica, y en cuanto a los autores, de
los literatos puros a los que no tienen este exclusivo carác-
ter, de los poetas de siglos anteriores, ya con un valor his-
tórico, a los rigurosamente contemporáneos y portadores de
una problemática viva y actual.
El primer problema que me he planteado fue el de ver
qué posibilidades materiales tenían nuestros escritores sete-
centistas de conocer o estudiar el italiano. Ante todo, por
lo que se refiere a la lexicografía hispanoitaliana, muy po-
cas. Sólo dos diccionarios bilingües existían, el de Cristóbal
de las Casas y el de Lorenzo Franciosini. Pero el prirnero,
que se remonta a 1570, no fue ya publicado después de

11. Sterling A. Stoudemire, Metastasio in Spain, en "Hispanic Re-


view", IX (1941), págs. 184-191.
A. Coester, Influences of the lyric drarna of Metastasio on the Spanish
rornantic movernent, en "Hispanic Review", VI (1938), págs. 10-20.
12. P. P. Rogers, Goldoni in Spain, Oberlin-Ohio, The Academy Press,
1941. A. Mariutti de Sánchez Rivero, Fortuna di Goldoni in Spagna nel
Settecento, en Studi goldoniani, Venezi a, 1959, págs. 315- 338.
13. E. Allison Peers, The vogue of Alfieri in Spain, en "Hispanic Re-
view", VII (1939), págs. 122-140.
Amos Parducci, Traduzioni spagnole di tragedie alfieriane, en "Anna-
li alfieriani", I, (1942), págs. 31-152.

2
1622. De sus 13 ediciones seguras, no obstante su autor
fuese sevillano, únicamente dos son espariolas (1570 y
1583) ; las restantes, todas venecianas. Por lo que se refiere
al V ocabulario de Franciosini, que sustituyó al anterior
desde su primera edición de Roma en 1620, ninguna de sus
reimpresiones fue hecha en España, si bien cronológica-
mente siete de las cuales corresponden a lo largo del si-
glo XVIII." Sólo muy a fines del mismo siglo, 1793,
demasiado tarde para ser utilizado, pertenece el tomo IV del
Diccionario castellano del P. Esteban de Terreros, que com-
prende Los tres alfabetos francés, latino e italiano con las
voces de ciencias y artes que les corresponden en la lengua
castellana. Y como otro indicio más de las posibilidades que
estoy reseriando, puedo recordar que en la biblioteca par-
ticular de Meléndez Valdés existía el Dizionario italiano,
latino e francese, Lyon, 1770, del abate Annibale Anto-
nioni."
En cuanto a las gramáticas para el estudio del italiano,
sólo una bilingüe fue publicada en la Esparia del siglo
XVIII, de la que creo que nunca se ha hablado. Conozco,
sin embargo, cuatro ediciones de la misma, todas de Ma-
drid, 1772, 1779, 1789 y 1824. El autor de esta Nueva y
completa Gramática Italiana explicada en español, según
se deduce de la misma portada, era un abate, D. Pedro To-
masi, natural de Palestrina, muy cerca de la capital italia-
na, razón por la cual era conocido como "el romano". Pie-
tro Tomasi fue quizás, en los últimos decenios del Setecien-
tos, el centro de difusión de la lengua italiana en el ambien-
te madrilerio, en el momento en que se siente la necesidad
de las lenguas vivas y cuando el italiano es tenido en cuen-

14. Deduzco estos datos de Anna Maria Gallina, Contributi alla storia
della lessicografia italo-spagnola del secoli XVI e XVII, Firenze Olschki, 1959.
15. Según Georges Demerson, Don Juan Meléndez Valdés et son temps
(1754-1817), París, Librairie C. Klincksieck, 1962.

i3
ta asimismo en los planes de estudio que propugnan las na-
cientes Sociedades Económicas de Amigos del País. Por
entonces también Jovellanos, en menos de veinte arios (en-
tre 1790 y 1809) preconiza por cuatro veces la importancia
de las lenguas europeas modernas, sobre todo del francés y
del inglés, pero sin olvidar en dos ocasiones al italiano, que
interesa en una forrnación, no tanto profesional y técnica,
como estrictamente histórico-literaria."

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brar con exactitud el conocimiento recíproco, entre Esparia
e Italia, del pensamiento ilustrado, perspectiva nueva, en
este campo de estudios comparados, que abre un artículo de
un historiador italiano, catedrático de la Universidad de
Turín." De este estudio se deduce que así como los re-
formadores esparioles, Uztáriz, Campomanes, Foronda, ejer-
cieron influencia en Italia, las discusiones de los más cali-
ficados representantes de la ilustración italiana fueron bien
conocidas en Esparia, ya que se estimaba rica a Italia y con

16. En el Plan de educación de la Nobleza (17)nl, Cilón, 1915, atri-


buído a Jovellanos, se dice que, además de la lengua nativa y de la la-
tina, se deben estudiar "la Francesa e Italiana, tan introducidas en la So-
ciedad y que tanto emstribuyen para formar el gusto; y por La conexión que
tienen su Historia y Litera tura con nuestra Literatura y nuesira llistoria"
(págs. 157-58). Cuando más adelante se recomienda como gramátik.a italiana
"la del Abate Tomasíno", este nombre hay que considerarlo una de tantas
erratas de que está plagada esta edición; asimismo, el "Metastico" de líneas
después tiene que ser Metastasio (págs. 224-25).
Lo que la lengua y la cultura italiana significaba en la formación cul-
tural de la época, puede deducirse del siguiente curioso libro: Carta diri-
gida a un amigo, en que se le da razón de las Facultades, y Libros de que
debe instruirse, no sólo un Poeta, sino qualqulera (sic) que aspire a una
Erudición Universal. Su autor Don Manuel de Haedo y Espina. En Ma-
drid... Ario de 1769. Advierte que no se puede beber en las fuentes literarias
"sin la tintura suficiente de las lenguas Griega pura y Griega actual, de la
Hebrea, de la Francesa y de la Italiana" (pág. 62). Como elementos de es-
tudío recomienda: "Para la Italiana el Arte de Franciosini o el de Ve-
neroni; el tomo en folio de Monsieur Menagé; origen de la lengua Italiana,
y el lliccionario de la Academia de la Crusca, que compone seis tomos en
folio con un Compendio de cinco en quarto, y que también se puede llamar
Encyclopedia" (pág. 67).
17. Franco Venturi, Economisti e riformatori spagnoli e italiani del
700, en "Rivista Storica Italiana", LXXIV (1962), págs. 532-561.

14
una vida económica más intensa. Los dos centros principales
del "Illuminismo" italiano, Nápoles, con Genovesi y Filan-
gieri, y Milán, con Cesare Beccaria, están presentes en la
preocupación reformadora espariola a través de traduccio-
nes y comentarios.
Ahora bien, el único que de ellos ha tenido una repercu-
sión literaria en Esparia ha sido Beccaria, traducido en es-
pañol por Juan Antonio de las Casas, a pesar de los obstácu-
los que se le opusieron, en 1774, es decir, diez años después
de haber publicado anónimo su famoso tratado Dei delitti
e delle pene, base de la reforma penal y alegato apasionado
contra la tortura y la pena de muerte. Son arios de encen-
dida polémica, y si en 1770 A. M. de Acevedo había decla-
rado en un escrito en latín que la tortura era contraria a los
derechos de la naturaleza, un canónigo de la catedral de
Sevilla, D. Pedro de Castro, le impugnará de modo explí-
cito en un tratado bárbaramente titulado Defensa de la tor-
tura y leyes patrias que la establecieron. Ocurría esto en
1778, un año después de haber prohibido la Inquisición es-
pariola la traducción del libro de Beccaria.
El reflejo literario más acusado —anterior a la prohibi-
ción e incluso a la traducción española— de las tesis del
penalista italiano se encuentran en El delincuente honrado
de Jovellanos, y no sólo por sus significativas imprecaciones
contra la tortura, sino también porque "de Beccaria proce-
de la solución al problema de justicia concreta planteado
en el Delincuente", o sea, "que la ley no debe castigar por
igual al provocado y al provocador".18 El otro reflejo,
mucho menos evidente, ha sido serialado en las Noches lú-
gubres de Cadalso por Edith F. Helman,19 por ciertas

18. José Caso González, El Delincuente honrado, drama sentimental,


en "Archivum", XIV (1964), págs. 103-133. La cita en pág. 112.
19. José Cadalso, N oches lúgubres. Edición e introducción de Edith
F. Helman, Santander-Madrid, Antonio Zúriiga, 1951, pág. 39.

15
innegables aunque parciales analogías de actitud, y recha-
zado por Glendinning, que niega la huella de Beccaria en
las obras de Cadalso." Muy significativo es, en todo
caso, que la presencia de uno de los principales textos de la
prosa prerrornántica italiana haya sido notada o supuesta
en las dos obras que, como ya he serialado en otro lugar,
representan la cumbre de la prosa poética en el prerroman-
ticismo español.'
Si de la reforma económica y de la legislación penal
pasamos al aspecto religioso, al antagonismo polémico y
efectivo entre reformadores y escolásticos o jansenistas y
ultramontanos, también aparece en Esparia el nombre de
un italiano, Pietro Tamburini, y la repercusión de un im-
portante acontecimiento del jansenismo italiano : el sínodo
de Pistoya, en 1786. La reforma eclesiástica de este año
en Toscana se debe al gran duque Leopoldo, que invitó
al concilio a un grupo de teólogos dirigido por Tamburini.
lle la reacción española queda constancia en los Diarios
de Jovellanos, que afirma tajantemente el 20 de marzo
de 1795, que "toda la juventud salmantina es port-roya-
lista, de la secta pistoyense", y que Tamburini, con otros
jansenistas, "andan en manos de todos". El mismo de-
clara, diez días después, que está leyendo, de Tamburini,
la Vera idea della Santa Sede.

20. Cadalso, Noches higubres. Edición, prólogo y notas de Nigel Glen-


dinning, Madrid, Clásicos Castellanos, 1961, págs. LIV-LV. En mi opinión,
si puede dudarse de la coincidencia en opiniones, no es legítimo rechazar
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"no cabe duda que Cadalso conocía esa obra" (pág. 39). Pero tampoco me
parece probable, por las fechas, que su conocimiento haya llegado a Ca-
dalso a través de Conti, corno contertulio de la Fonda de San Sebastián.
21. J. Arce, Rococó, Op. cit., págs. 461-463. Se hace eco de la difu-
sión del penalista italiano el P. Andrés en 1791: "¿Quién no conoce al fa-
moso marqués Beccaria por su obra tal vez sobrado celebrada de los deli-
tos y de las penas? Y no es ésta sola la obra que han producido su ingenio
y su erudición." (Cartas familiares del abate D. fuan Andrés a su hermano
D. Carlos Andrés, Madrid, Sancha, 1793, IV, pág. 201).
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lo puramente literario y el plano ideológico-histórico, el
más conocido en Esparia fue, sin duda, L. A. Muratori.
Los contactos entre Luzán y Muratori, ya indicados por
Menéndez Pelayo, han recibido recientemente confirma-
ción y precisión." Pero en la Esparia del setecientos,
Muratori no sólo importa como crítico literario, sino tam-
bién, a juzgar por el número de sus traducciones, por sus
obras de carácter religioso y moral. Así, por ejemplo,
merecieron tres ediciones, en el curso de pocos arios, títu-
los como La devoción arreglada del cristiano (1763, 1776
y 1783) o La Filosofía moral (1780, 1787 y 1790), mien-
tras sólo podría citar una edición, entre otras, de Refle-
xiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes
(1782), de la Fuerza de la humana fantasía (1777) o de
las Ventajas de la elocuencia popular (1780). Todas ellas
fueron impresas en Madrid. En la Poética, de Luzán,
donde Muratori aparece citado más de veinte veces, se
recuerdan también, entre los italianos del siglo, a Gra-
vina, Crescimbeni, Vico y Metastasio.
De Pietro Napoli-Signorelli, que figura entre los cul-
tivadores de las letras asentados en Esparia, a donde llegó
poco después que Conti, en 1765, desde Nápoles, me in-
teresa destacar, más que su labor de hispanista y de inter-
mediario entre ambas culturas," un jui cio suyo no
expresado para la publicidad. Antes de abordar el aspecto
estrictamente literario, que trato de enfocar no desligado
de la general actividad cultural, deseo recordar una carta,

22. Véanse di. Mario Pappo, Appueti sulía fortuna di L. A. Muratori


in Spagna nel Settecento, en Filologia Moderna", III (1962), 7-8, págs.
137-140; y Fonti ítaliane settecentesche della "Poeticf di Luzán, en
"Lettere Italiane% XIV (1962), 3, págs. 249-268,
23. Cfr. A. Mariutti de Sánchez Rivero, Un ejemplo de intercambio
cultural hispano-italiano en el siglo XVIII: Leandro Fernández de Mo-
ratín y Pietro Napoli-Signorelli, en "Revista de la Universidad de Madrid"
IX (1960), n. 35, págs. 763-808.

17
escrita desde Madrid por Signorelli el 27 de julio de 1783
al marqués Albergati, en la que afirma :
"Gli Spagnuoli leggono poco i libri italiana, che non
contengono panegirici della letteratura spagnuola ; e
gl'Italiani, che qui sono, per lo più attendono alla
fortuna e non alla letteratura.""

Dos observaciones interesantes se deducen de la opi-


nión de Signorelli : por una parte, que la serie de italianos
que entonces vivían en Esparia, en Madrid y Cádiz prin-
cipalmente, estaban más atentos al buen logro de sus cues-
tiones personales o profesionales que al quehacer literario ;
por otra, la poca atención de los españoles a la literatura
italiana. Los dos pueblos están certeramente retratados :
la fusión constante del sentido práctico italiano con su
fino instinto artístico ; y la miopía de cierto tipo de cul-
tura espariola atenta sólo a lo que exalta a su patria.
Frente a los datos aislados de erudición, siempre multi-
plicables, o a contactos que pudieron haber sido ocasio-
nales, me parece más significativo este tipo de afirmacio-
nes de quien directamente vivió y captó la vida literaria
del Madrid dieciochesco.

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ción, me parece indispensable distinguir previamente, en-
tre los que han podido ejercer un peso efectivo, los autores
italianos anteriores al siglo XVIII, de los que, en líneas
generales, son contemporáneos. Creo que es una distinción
importante, ya que una cosa es el escritor portador de
una problemática viva o de unas formas innovadoras, y
otra, muy distinta, el predominio ejercido por el que,

24. En Arturo Farinelli, Viajes por España y Por,tugal, Rotna, 1942, II,
pág. 309.
fuera del movedizo tiempo presente, está en la zona de lo
universalmente reconocido, de lo indiscutible, de lo clásico.
De los grandes poetas italianos trecentistas o cuatro-
centistas, sólo Petrarca puede ser tenido en cuenta. Dante
merece una alusión, pero para serialar fundamentalmente
el desierto de referencias, tanto en la crítica como en la
poesía del siglo XVIII. No aparece ni mencionado en las
principales poéticas de la época. Por los datos que tengo
en mi poder, sólo a partir de 1770 empieza a nombrár-
sele, pero como un vago dato de cultura literaria, no es
un conocimiento directo. Quizás no sea ajeno a esta fecha
el hecho de que Giovambattista Conti, en sus poesías ita-
lianas, fue un imitador de Dante, y estaba por entonces ya
en contacto con los escritores madrileños. Curioso también
que a esta década del 70 pertenece la traducción, ya ci-
tada, del Cicerone de Passeroni por el P. Isla. Y Passe-
roni, como en su poema lo demuestra, fue quizás el poeta
italiano del siglo xvIII que tuvo más en cuenta a Dante.
De aquí que en El Cicerón recién publicado, de Isla, el
nombre de Dante aparezca a menudo. Pero, al quedar
inédita la traducción, no fue captado por la cultura de la
época. Media docena de menciones, en parte debidas a
los jesuítas expulsos en Italia, es lo que de Dante queda
en la España del último trentenio del XVIII.
Petrarca es otra cosa. Petrarca es modelo indiscutido
de la lírica amorosa y su prestigio no decae en ningún
momento. Siempre se le cita entre los grandes ideales poé-
ticos dignos de imitación o estudio. Nicolás F. de Moratín
traduce, sin advertirlo, un soneto suyo. Y si queremos
testimonios de la época, declaraciones explícitas, basten
estas dos de Moratín hijo, de Leandro. En una de las
notas que él mismo puso a sus poesías, concretamente en
la de la oda que escribió en memoria de su padre, dice
hablando de éste: "En sus composiciones amorosas imitó

19
con maestría al Petrarca"." Y muy pocos años des-
pués, hallándose en Aviñón, escribe a Jovellanos una carta,
HOGHDEULOGHSDUDKDEODU²OHH[SOLFD²GH
Petrarca y Laura, que es lo que usted quiere". Describe
la ciudad, la catedral, cita versos del italiano, traduce en
verso el epitafio en francés de su sepulcro construido en
tiempos de Francisco I y "compuesto por el mismo Rey",
visita la fuente de Valclusa, el valle, el risco "desnudo,
hórrido", la caverna donde nace el Sorga, la casa del cura
del pueblo con retratos antiguos de Petrarca y Laura ("el
del poeta es idéntico al que yo tengo en Madrid, y usted
conoce"), y termina lamentándose del "tiempo que han
perdido muchos de los imitadores de Petrarca, así italia-
nos corno españoles", ya que no basta el nurnen poético
y el estudio si la pasión de amor no es sincera y ha sido
fingida. Pero lo más importante de todo es que, al refe-
rirse al amador de Laura, al "gran poeta", le ariade a
Jovellanos: "cuyos versos sabe usted de memoria"."
Ahora bien, no obstante tan tajante afirmación, que de-
muestra que Petrarca sigue siendo un sustrato cultural en
la poesía espariola del XVIII, sospecho que su conoci-
miento tuvo que ser en algunos casos de segunda mano. Y
su presencia nada tiene de extrario porque, en fin de cuen-
tas, el toscano era considerado un clásico, como Horacio
o Virgilio.

'HORVSRHWDVGHO
² Cinquecento italiano, frente al
mero reconocimiento de Ariosto como indiscutible auto-
ridad literaria, destaca la persistencia de Torquato Tasso
en citas, menciones y vivos recuerdos de episodios poéti-

25. B. A. E., II, pág. 614.


26. Obras póstumas de D. Leandro F. de Moratín, Madrid, Rivade-
neyra, 1867, II, pág. 89.

20
cos. Sin referirme a todos los que le tienen en cuenta
)HLMRR&
² DGDOVR)RUQHU-RYHOODQRV/)GH0RUDWtQ
UULD]D/LVWDHWF²
$ EDVWDUiWUDQVFULELUXQDVLJQLILFDWLYD
estrofa de una fábula de Iriarte :
Y espariol que tal vez recitaría
quinientos versos de Boileau y el Taso,
puede ser que no sepa todavía
en qué lengua los hizo Gareilaso.27

Hay dos Tassos, y en los dos sentidos deja su huella :


el Tasso de la Gerusalemme Liberata y el Tasso juvenil
del Aminta. Con el Aminta, traducido por D. Juan de
Jáuregui a principios del siglo XVII, ha ocurrido un fenó-
meno curiosísimo que no creo tenga paralelo con ninguna
otra obra : el de haber sido considerado y leído como un
texto original, hasta tal punto que ha figurado siempre
en las grandes colecciones y antologías de la poesía es-
pañola. En la misma época de que tratamos, vuelve a
reimprimirse en las colecciones de López de Sedano (1768)
y de Estala (1786). Aquí sí podemos hablar de un influjo
bien perceptible en una obra hoy casi olvidada, mezclado
con algo tan nacional como el Quijote: en la comedia
pastoral Las bodas de Camacho el Rico, de Meléndez
Valdés. Pero fijémonos bien : el recuerdo de la lectura,
que Jovellanos le había recomendado, pudo haberle lle-
gado a Meléndez a través de la versión de Jáuregui.
Nada tiene de extraño esta preferencia por Tasso en
el siglo XVIII, ya que en él se encuentran las dos má-
ximas aspiraciones contrastantes de la poesía rococó e
ilustrada : la idílico-musical y la heroica. Por eso se hace
necesario aludir a la Gerusalemme, de la cual tenemos
testimonios anecdóticos, como el que cuenta Leandro F. de
Moratín en la Vida de su padre, con motivo de un en-

27. El té y la salvia, B. A. E., 63, pág. 14.

21
cuentro entre D. Nicolás y el conde de Aranda. Y
mucho más significativo es lo que escribe el propio Lean-
dro en su Viaje de Italia." Por mi parte, he insistido
en otro lugar sobre la difusión alcanzada en la poesía
espariola de fines del setecientos por un famoso verso de
la Gerusalernme, "il rauco suon della tartarea tromba",
que se convirtió en modelo arquetípico de exterior sono-
ridad. Sin embargo, su empleo reiterado por poetas mi-
méticos se debe, en mi opinión, más que a la lectura de
Tasso, al hecho de que Luzán lo pone como ejemplo de
onomatopeya en su Poética, atribuyéndolo al oscuro Cris-
tóbal de Mesa, que sí lo había copiado directamente del
poeta italiano en el siglo XVIL»
A Petrarca y Tasso les sigue en orden de preferencias
Gabriello Chiabrera, contemporáneo de Góngora, Lope y
los Argensola. Se explica su simpatía en el XVIII por su
papel de mediador en la doble línea de lo musical y lo
heroico que va de Tasso a Metastasio. Es, pues, una vez
más, el carácter mélico de la poesía italiana el inotivo de
atracción para los poetas españoles dieciochescos. A Chia-
brera se le cita, pero no existen de él traducciones y no
podría garantizar un influjo efectivo, salvo ciertas preocu-
paciones afines de tipo formal y métrico. Y no es el caso
de referirse a los leves testimonios que nos constan de

28. B. A. E., II, pág. X.


29. "Dos muchachos, ciegos, cantaban alternativamente La Jerusalén,
octava por octava, según el pasaje que se les pedía ; ya la embajada de
Argante, ya el conciliábulo de Plutón, ya la muerte de Clorinda, el
palacio de Armida o el bosque encantado. ¡Oh, Tasso inmortal, que a
pesar de la envidia literaria, que Ilenó tu vida de amarguras, tu nombre,
al cabo de dos siglos, vive famoso y superior a Ercilla, a Camoens, a
Milton y Voltaire! Tus obras, aplaudidas de toda la Europa, son estudio
digno de los sabios, y se cantan en las plazas públicas, donde el rudo
vulgo las escucha con admiración y deleite." (Moratín, en Obras póstumas,
op. cit., I, pág. 475.)
30. Joaquín Arce, Un verso de Tasso en la poesía espaííola, en "Filo-
logía moderna", I (1961), 2, págs. 69-83.

22
Marino o de Guarini, uno más, este último, en la línea
melódica del Aminta tassesco.
Pasando de la poesía a la prosa nos encontramos ante
un hecho a un tiempo curioso y desconcertante : la obra
de mayor difusión, la más reeditada en la Esparia del XVIII,
es una traducción, hecha por D. Juan Bartolomé, de la
DWHQFLyQDOWtWXOR²
£² Historia de la vida, hechos y
astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino
su hijo y la de Cacaseno su nieto, que, a partir de su pri-
mera edición en 1745, se reimprime en 1769, 1781, 1788,
1797 y, todavía en el siglo siguiente, en 1816, 1817,
1821, 1840, 1845, 1849, 1851, etc.31 La obra origi-
nal, publicada en 1606, de Giulio Cesare Croce, es una
rnuestra en Italia de la novelística barroca de tipo popular,
pero su divulgación en Esparia nada tiene que ver con el
respeto sentido hacia los valores permanentes de la lite-
ratura italiana.

/OHJDPRVDVtDORVDXWRUHVLWDOLDQRVGHOVLJOR;9,,,
²
a los que pudieron condicionar nuevos gustos o nuevas
preferencias. De la poesía de la Arcadia, la que primero
llegó fue la solemne y vacua de Vincenzo Filicaia y Carlo
Innocenzo Frugoni. Al menos, son los dos únicos poetas
contemporáneos que nos constan leídos, según testimonio
de Moratín, en la tertulia de la Fonda de San Sebastián.
El mismo Moratín traduce aisladamente un sonetillo dia-
logado de Paolo Rolli. Y también, entre los autores de
segunda fila, debe recordarse la simpatía que Jovellanos
sintió por Saverio Bettinelli, más por sus tragedias que
por su obra en prosa."

31. Segtín el Esbozo de una bibliografía espariola de traducciorles de


novelas (1800-1850), intentado por José F. Montesinos en Introducción a
una historia de la novela en Esparia, en el siglo XIX, Valencia Castalia 1955.
32. Ya tratado por José Caso González, Teorías métricas de fovellanos
en dos cartas inéditas, en "Boletín del Instituto de Estudios Asturianos"

23
Pero lo verdaderamente importante es ver, por fin, qué
huella han dejado las grandes figuras del Settecento, lí -
ricos como Metastasio y Parini, dramaturgos como el rnis-
mo Metastasio, Goldoni y Alfieri.
La larga vida de Pietro Metastasio (1698-1782), su
elección como poeta cesáreo en la corte de Viena, su fama
indiscutida en toda Europa, crea para la cultura española
un capítulo de influjos asombrosos, que más pertenecen a
la historia de la moda y de las costumbres que al arte
propiamente dicho. Metastasio inunda la escena europea, y
por consecuencia la espariola, con sus dramas con "melos",
con música, y es en esta línea de la poesía mélica como
debe ser efectivamente valorada su influencia. Ahora sí
estamos en presencia de un autor que se impone, que
orienta modos de sentir, que sacia la sensibilidad mórbida
y lánguida de toda una época. Y ello se logra, natural-
mente, gracias al teatro, a la representación que tiene lu-
gar ante la presencia física del espectador.
Pero hay también un Metastasio lírico, el afortunado
creador de las canzonette, que también fueron divulgadas
en Esparia. Dos, sobre todo, que siguen apareciendo en
todas las antologías, alcanzaron una inusitada populari-
dad : La libertá ("Grazie agl'inganni tuoi") y La Par-
tenza ("Ecco quel fiero istante"). Aparte reminiscencias
SDUFLDOHVHQRWURVSRHWDV²FRPRHQ-RYHOODQRVVHULDODGDV
por es curioso el hecho de que tres de los
más significativos poetas de finales del siglo, Meléndez,
Cienfuegos y Arriaza, hayan traducido o imitado muy de
cerca las dos canzonette. Es más, Vargas Ponce, que creo

núm. 39, 1960, págs. 125-154; y por J. Arce, Tr aduct or es ast ur i anos de
poesía italiana en los siglos XVIII y XIX, en "Archivum% XII (1963),
págs. 527-547.
33. Joseph G. Fucilla, Poesías líricas de Metastasio en la Espaíía del
siglo XVIII y la octavilla italiana, en Relaciones hispanoitalianas, Madrid,
Anejo LIX de la Revista de Filología Española, 1953, págs. 202-214.

24
fue el primero en comparar, en 1793, el texto de Meléndez
con el original italiano, dice al referirse a La Libertá:
"la famosísima canción del Metastasio, que sabe de me-
moria todo hombre sensible". Y bien sabemos que
el ideal humano a fines del XVIII es el hombre sensible.
Pero una prueba más convincente de la popularidad de
estas versiones, que alcanza a la sociología y a los hábitos
lingüísticos del pueblo, nos la da precisamente Pérez
Galdós en la novela que más profundamente aborda la
transformación social y económica del Madrid de 1870.
En un diálogo de separación entre Juanito Santa Cruz
y Fortunata, ésta le dice : "Ya llegó el instante fiero Sil-
via, de la despedida. Déjame aquí. Adiós, hijo de mi vida.
Acuérdate de mí..." 0 sea, en una novela realista,
de 1887-88, todavía se injertan, como pertenecientes a
ODHVSRQWDQHLGDGOLQJ•tVWLFDGHORVSHUVRQDMHVHQVLWXDFLR‡
nes sentimentales equivalentes, versos que corresponden a
la traducción por Arriaza de La Partenza.

²3HURORTXHKDFHGH0HWDVWDVLROD~OWLPDILJXUD
verdaderamente universal de la literatura italiana fue el
melodrama. Las representaciones y las traducciones, con
breves intervalos de descanso, se suceden durante más de
sesenta años. El número de publicaciones españolas de
melodramas supera el medio centenar y algunos de ellos
se reimprimieron hasta cuatro veces. Desde 1738, en que
se publican Demofoonte, Artajerjes y Alejandro en las In-
dias, empieza también la costumbre de hacer ediciones bi-
lingües, con el texto traducido a la derecha y el original
italiano a la izquierda. Unas bodas en la corte, un bautizo,

34. Declamación, op. cit., pág. 125 n.


35. Benito Pérez Galdós, Fortunata y facinta, Madrid, Hernando, 1944,
t. III, pág. 387.

25
una fiesta solemne, eran la ocasión y el pretexto para que
en el teatro del Buen Retiro se solemnizara el acto con la
representación de un melodrama metastasiano. De córno
eran acogidos y cómo eran anunciados da idea este suelto
aparecido en la "Gaceta de Madrid" el 4 de octubre
de 1791:

"El Dernofoonte del Abate Pedro Metastasio, tradu-


cido al Castellano, y representado por la Compañía de
Eusebio Rivera en el Coliseo del Príncipe el día 27 de
setiembre de este año, con el título del Inocente usur-
pador. No necesita el nombre de Metastasio de ser
recomendado: bien conocido es su mérito en la re-
pública literaria: el traductor ha procurado copiar
en el mismo verso las bellezas del original con toda
la fidelidad posible, imitando la rapidez, fuerza, pre-
cisión y viveza del diálogo ; y el público ha recibido
con aplauso la capia de uno de los quadros más bellos
y tiernos de tan insigne autor."

Nadie le regatea elogios. En todos los tratados de teo-


ría o crítica literaria se le pone siernpre por modelo. Quien
pretende poner reparos a la lengua o a la técnica del me-
ORGUDPDKDUiODH[FHSFLyQ²FRPR/X]iQFRPR*DUFtD
GHOD+XHUWD²FRQ0HWDVWDVLR&RQRFLGDVVRQVXVUHOD
ciones epistolares con Iriarte y cómo éste se envanecía de
los elogios que el italiano le había prodigado. Incluso en
el ámbito recoleto de la correspondencia particular se ex-
presará abierta admiración. Escribe Meléndez a Jovellanos
en 1777: "Aora estoy con la Theodicea de M. Leibnitz y
con el Metastasio que me han traído, y estoy envelesado
con ellos, que es cuanto puedo encarecer el gusto que me
dan"." Y en carta desde Viena, en 1781, Viera y Cla-
vijo no puede dejar de consignar: "Nos ha visitado y he-

36. Publicada en la "Revue Hispanique", IV (1897), pág. 310.

26
mos visitado al inmortal poeta Cesáreo Pedro Metasta-
sio".37
El verdadero predominio, la tiránica presencia de Me-
tastasio en la escena y en la imprenta espariola corres-
ponde a los momentos iniciales y finales de la segunda
mitad del siglo XVIII, es decir, al ventenio 1750-1769 y
a la década 1790-1799. En esta intermitencia influyó sin
duda la prohibición temporal de representaciones de ópera
de 1777, pero se adapta perfectamente a dos diferenirs
etapas del gusto: por una parte, a la poesía de la Ilus-
tración, que sólo aparece después de mediado el siglo y
en la que confluyen distintas corrientes, incluso la rococó-
metastasiana ; por otra, la nueva interpretación que se hace
metastasiana ; por otra, a la nueva interpretación que se
hace del sentimentalismo mórbido de Metastasio, que se
incorpora a la sensibilidad prerromántica de fines del
Setecientos.

/DSRVLELOLGDGGHODOHFWXUDPHWDVWDVLDQDHQUH
²
gistros diversos, ha dado lugar a una curiosa paradoja en
la historia de la métrica espariola : la estrofa típica del
rococó setecentista es habitualmente considerada en nues-
tra poesía como una de las formas estróficas características
del romanticismo. Me refiero a la que se conoce hoy como
octavilla italiana, pero que no se llamaba así en la época
de que estamos tratando. La vinculación, sin embargo, es
indiscutible. Iriarte la usará precisamente en una letra para
un dúo italiano, imitada de Metastasio, que es, en efecto,
una síntesis de La Partenza. También el jesuita montariés
A. Fernández Palazuelos intercalará la misma estrofa en
una traducción de los Cánticos de Salomón, en los que

37. Cartas jamiliares escritas por don José Viera y Clavijo a varias
personas esclarecidas, por sus dignidades, clase, empleos, literatura o buen
carácter de amistad y virtud, Santa Cruz de Tenerife, s. a.

27
precisa : "Versión poética en metro metastasiano". El poeta
italiano ernplea esta combinación estrófica con rimas en
agudo en los versos final y medial (es esto lo caracterís-
tico y no el número de versos, que varía, ni la medida
de los rnisnaos) no sólo en las citadas e irnitadas canzonette,
sino tarnbién en las arietas de sus melodramas. Ya Jove-
llanos lo había expresado claramente: "Las arietas, que
hemos imitado de los italianos rnodernos, quieren también
este género de verso corto, bien sean de ocho, siete, seis y
aun cinco sílabas, con la particularidad solamente de ha-
berse de rirnar una copla en final aguda"."
Es en las últimas décadas del Setecientos cuando esta
modalidad métrica se extiende a un notable número de
poetas, Iriarte, Meléndez, Noroña, Arriaza, Fernández Pa-
lazuelos, L. F. de Moratín, Arjona, Cienfuegos, Sánchez
Barbero y todavía, en pleno siglo XIX, a través de la me-
diación de Alberto Lista, llega a los más grandes líricos
románticos, Espronceda, Zorrilla y Duque de Rivas. E in-
cluso hay antecedentes anteriores, ya que la misma com-
binación aparece en forma aislada en Moratín padre y
hasta en Eugenio Gerardo Lobo, para no hacer rnención del
peruano P. Peralta Barnuevo (1695-1743), que la utilizo
en algunos cantables de sus obras de teatro, pero que no
creo haya tenido ningún peso en nuestra Península."
Sólo, pues, la rutina crítica ha podido considerar estrofa
típicamente romántica la que está presente, sobre todo, en
el Prerromanticismo español, después del uso consciente,
de estímulo metastasiano, que hace de ella Meléndez Val-
dés. Que la vía de acceso directa hayan sido las ariette del
melodrama, corno quiere Coester, o las canzonette, según

38. Lecci ones de Poét i ca, B. A. E. , 46, págs, 140- 141.


39. T. Navarro Tomás, Métrica española, Reseña histórica y des-
criptiva, Syracuse, New York, 1956.

28
pretende me parece cuestión, no sólo insigni-
ficante, sino discutible, ya que no habría que descuidar
completamente los antecedentes mencionados.
En relación con esta distribución estrófica, mezclando,
no sólo los agudos con los graves, sino también los esdrú-
julos, y adoptando una combinación más compleja con con-
tenidos rnás serios y menor musicalidad superficial v ex-
terna, está la estrofa que incorpora a nuestra lírica Leandro
F. de Moratín, la duodécima, utilizada en la elegía A la
muerte de don losé Antonio Conde. Pero, dada la fecha
(1820), nos alejamos de nuestro campo de estudio y po-
demos considerarla ya de derivación manzoniana."
Estos datos, junto con las variaciones que se dan en la
UQLVPDpSRFDDODHVWURIDViILFRDGyQLFD²TXHQRHVWXGLR
DTXtSRUTXHQRODVFRQVLGHURGHRULJHQLWDOLDQR²KDFHQ
inadecuada e incompleta la afirmación de Milá y Fonta-
nals, referida a la métrica del XVIII: "En el siglo pasado
apenas se imaginó otra innovación que la acertada de apli-
car el asonante al endecasílabo"."

(QUHODFLyQFRQHOLQIOXMRHMHUFLGRHQODIUtYROD
²
vida del Setecientos por los melodramas de Metastasio se
halla un problema de alcance lingüístico : el problema de
las traducciones. Téngase presente que muchas de las pa-
labras o expresiones italianas que se han incorporado al
español, utilizadas frecuentemente con intención caricatu-
resca, han penetrado a través de la ópera. El mismo gé-

40. A. Coest er , Influences, op. cit. Y J. G. Fucilla, Poesías líricas


de Metastasio, ob. cit.
41. Véase i primera estroia: "¡Te vas, nli dulee anrigo, luz
huyendo al clía! ¡Te vas, y no cournigo! / ¡Y de la turnba Iría / en
LI estrecho lírnite, inudo tu cuerpo está! a n2í, crue débil el
peso de los años, y al cielo ine lamento de ingratitud y engaiins, / para
llorarte ¡inísero! largo vivir rne da." (B. A. E., 11, pág. 592).
42. M. Milá y Fontanals, Obras compietas, Barcelona, etl. Menéndez
Pelayo, 1888-1896, I, pág. 409.

29
nero chico parodió muchas veces la aparatosidad de situa-
ciones y sentimientos del espectáculo lírico.
El melodrama metastasiano no sólo es elemento que
debe considerarse en la historia de las costumbres, sino
que produjo deletércos efectos para la lengua española a
juzgar por la reacción de los puristas y lingüistas del si-
glo XVIII. Entiéndase bien que el mal es atribuido a todo
género de traducciones. Pero la abundancia, persistencia Y
apresuramiento con que tendrían que ser hechas las ver-
siones melodrarnáticas para publicarlas solas o en edicio-
nes bilingües, hace de estos libretos el principal punto de
mira de los ataques."
Para examinar este estado de cosas, de lo general a lo
particular, vamos a fijarnos fundamentalmente en dos tes-
timonios contemporáneos, de 1789 y 1793, pertenecientes a
dos escritores preocupados por la realidad cultural del
país. Sempere y Guarinos, en su bibliografía correspon-
diente a la época de Carlos III, después de hacer una larga
reseña alfabética de los literatos y hombres de ciencia, dice
al final que debiera haber ariadido un capítulo de Tra-
ductores, necesario para el conocimiento exacto del estado
de la literatura espariola. Les reconoce como ventaja po-
sitiva haberla enriquecido de ideas y purgado de ciertos
vicios de expresión, desde la sutileza a las metáforas. Pero
cree que han traicionado su intrínseca peculiaridad:
"La mayor parte de los traductores de lenguas vulgares
han afeado nuestro idiorna con voces y frases nuevas, y
con cierta languidez muy agena del carácter y genio de los

43.1 "Estamos viendo en nuestros días salir traducciones infinitas muy


rniserables de las Operas del Metastasio, de Tragedias Francesas, etc.,
en todas las quales (a excepción de dos o tres) se advierte el mal gusto y
poca habilidad de nuestros rnodernos traduetores" (D. Ramón Fernández,
seudónimo de Pedro Estala, Colección de poetas españoles, t. VI, Madricl,
Imprenta Real, 1786, pág. 15).

30
Españoles"." La opinión me parece muy interesante
porque nos da la clave de esa prosa llena de blandas ca-
dencias que me parece característica, según he expuesto en
otras ocasiones, de la literatura prerromántica y que Sem-
pere señala como de claro influjo extranjero. Y, eviden-
temente, la rnusicalidad y morbidez del verso metastasiano
han sido máximos responsables del reblandecimiento y
afeminamiento de mucha poesía de entonces.
La otra opinión, de Vargas Ponce, es mucho más ex-
plícita y casi obsesiva a juzgar por las veces que insiste
sobre esta cuestión en la nlisma obra. No escatima insultos
a los traductores ni advertencias a los jóvenes : "Así ho-
lláis el idioma, Traductores ignorantes, así le habéis obscu-
recido y afeado, y es obra vuestra la deplorable deformidad
en que yace". "Incauta juventud..., desprecia y abandona la
deshecha lluvia de traducciones, que hoy inundan la Na-
ción". Un poco más adelante centrará ya el principal ob-
jeto de sus acusaciones : "También, y de otro nuevo modo,
la Opera Italiana concurre ahora en la Corte al lamentable
destrozo que sindicamos. Las pésimas traducciones de sus
Melodramas, hechas con el mayor desalirio y por manos
mercenarias e indoctas, acrecen la dolencia común y el des-
entono del lenguaje ; por lo qual, no sólo el áspero y mo-
nótono Francés, sino el Italiano vario y dulce, el Italiano
tan igual con nuestro idioma, tan uno por tantos respetos,
y entre quienes están indecisas las ventajas, multiplica hoy
los motivos de nuestros sinsabores". Así nos encontramos,
en las óperas representadas en los Caños del Peral, al
"piacere italiano vuelto en regocijo español". A pesar de
esta conclusión sarcástica, el autor se siente en la obliga-
ción de hacer algunas excepciones, y señala los nombres

44. Juan Ser nper e y Guar i nos, Ensayo de una biblioteca española de
los mejores escritores del reynado de Carlos 111, Madrid, Irnprenta Real,
1785-89, t. VI, pág. 230.

31
de Azara, Iriarte, Clavijo y, sobre todo, a la Marquesa de
la Espeja - "estudiosa y delicada", que dotnina su lengua
a pesar de ser "Dama muy joven y educada fuera de su
SDWULD²SRUVXWUDGXFFLyQGHOFRPSHQGLRGH)LORVRItD0R
ral (1785), de F. M. Zanottif
Eran necesarias estas referencias para poder compren-
der cómo la presencia ahrumaclora de melodramas metas-
lasianos representados y traducidos pudo significar hasta
un peligro para la lengua española, un aspecto más de un
campo de estudio que con mayor derecho pertenece a la
sociología literaria.

/DUHQRYDFLyQWHDWUDOOOHYDGDDFDERHQOD,WDOLD
²
del siglo XVIII, en tan distinto sentido, por Metastasio,
Goldoni y Alfieri, obliga a abordar seguidamente el pro-
blema de su influencia. Anticipemos inmediatamente que
tiene un carácter completamente diverso en los tres autores
y que por amplitud y eficacia no pueden los clós iiltirnos
parangonarse al prirnero.
Me atrevería a decir que Goldoni fue mucho más tra-
clucido que valorado, al menos en su verdadero significado
literario. Hay un Goldoni, hoy mucho más olvidado, que
es el Goldoni de los rnelodrarnas jocosos. El fue, efectiva-
mente, uno de los primeros que compusieron obras nota-
bles para SU tiempo, en el campo del melodrama, con mez-
cla de personajes o situaciones cómicas. Y estos dramas
jocosos, ya con música o transforrnados en zarzuelas, en
espariol, italiano o en ediciones bilingües, en verso o en
prosa, son la vía por la que penetra en Esparia el come-
diógrafo veneciano. Su postura inicial, por tanto, coincide,
en inenor grado naturalmente, y en tonos y ambientes más

45. J. Vargas Ponce, Declamación, op, cit., págs. 43, 44, 45, 51-52,
180-181 y 202.

32
populares, con la de Metastasio. Realmente fue muy repre-
sentado, ya que se tiene noticia de, al menos, unos 30 dra-
mas jocosos y unas 40 comedias que pasaron por la escena
espariola, aunque adviértase que se difundió más en Bar-
celona que en Madrid. Y no falta tarnpoco, en el caso de
Goldoni, el detalle anecdótico de su presencia en las cos-
tumbres de la época. En efecto, si durante algún tiempo
se habló de modas y peinados a la Cecchina, fue como
consecuencia de haberse representado La buena hija, es
decir, Cecchina, la buona figliuola, entre 1762 y 1772.'
Si es a partir de 1750 cuando empiezan a darse a conocer
los dramas musicales, la comedia propiamente dicha sólo
triunfa desde 1770 hasta finalizar el siglo, aunque la pri-
mera comedia representada, La esposa persiana, se remonta
a 1765.
En el caso de Goldoni, tras de tratar en general de su
difusión en Esparia, se hace necesario plantearse el pro-
blema de sus relaciones más directas con Moratín y Rarnón
de la Cruz. Es bien conocida la visita que Leandro F. de
Moratín hizo a su "buen Goldoni", hallándose éste en Pa-
rís, en 1787.47 Los veintisiete arios del primero frente
a los ochenta del segundo son indicio claro de que la visita
tiene el carácter de un público reconocimiento, pero es el
reconocimiento a lo ya definitivamente consagrado, el que
se concede a la antigüedad venerable. Que Moratín conocía
bien la obra de Goldoni, que le estimaba y admiraba, es
indudable. Que en su concepción general de la comedia
haya también tenido su parte el veneciano, parece bien
admisible. Pero son dos autores de temple muy distinto.
Piénsese simplemente en la exuberancia desbordante del
italiano, con sus 250 obras teatrales como mínimo, en su

46. Para todos estos datos, téngase en cuenta a Mariutti, Fortuna di


Goldoni, op. cit.
47. Obras pósturnas, op. cit., II, págs. 94-95.

33
interpretación localista y pintoresea de la vida, y en la timi-
dez y contención del español, en su fino sentido del límite
que le lleva a escribir tan sólo cinco comedias originales
(más tres traducciones de Shakespeare y Moliére), de ac-
ción sobria y escasos personajes, que hablan para una so-
ciedad más bien culta, indiferenciada en cuanto a caracte-
rísticas lingiiísticas o ambientales. En la entrevista men-
cionada, al referir Moratín a Goldoni qué obras de éste
se representaban en Madrid, alude muy significativamente a
las "producciones estimables de su demasiado abundante
vena". Y ante esla clara torna de posición, que puede ser
reforzada con otras eitas del mismo carácter," una
conclusión es evidente: nadie ha podido aportar pruebas
de utt efeetivo infiujo de Goldoni sobre Moralín.
Ramón de la Cruz plantea tm problema diverso, ya que
gracias a él, a sus traducciones y adaptaciones de los dra-
mas jocosos goldonianos, se difundieron éstos en España.
Es más, se trata sin duda del más importante traductor de
Goldoni en la España del siglo XVIII. Pero lo que no ha
podido ser docutnentado es que haya elementos en el teatro
de Ramón de la Cruz derivados del italiano, pues si es in-
negable a veces cierta analogía, más parece coincidencia
de dos parábolas (atenuación de un realismo tradicional
en el español, renovación realista y educativa en el ita-
liano) que influjof Nada de lo cual obsta naturalmente
para que, durante la década del 60, en cuanto a las edicio-
nes, y sobre todo durante las del 70 y 80, por lo que se
refiere a las traducciones, el teatro goldoniano fuera aco-
gido con gusto y aplauso por el público español.

48. Carlo Consiglio, Mormín y Goldoni, en "Revisla de Filología


Espariola", XXVI (1942), págs. 1-14.
49. i Según Franco Meregaili, Goldoni e Ramón de la Cruz, en Studi
goldoniani, Venezia, 1959, págs. 795-800.

34
0iVLPSRUWDQFLDPiVSHVRHIHFWLYRKDWHQLGRHQ
²
la cultura literaria española el teatro de Vittorio Alfieri.
Sin embargo, aquí le dedicaremos muy poco espacio. El
motivo es claro : tanto las tragedias traducidas (nueve, des-
OHD²\KDVWDDOJXQRVDUUHJORVHO Saúl de
)6iQFKH]%DUEHURHVGH²FRPRODVUHSUHVHQWDGDV
(recuérdese el Bruto primo, llevado a la escena en la Cádiz
de 1812 con el significativo título de Roma libre), pertene-
cen de lleno al siglo XIX, es decir, son posteriores a la
muerte del autor (1803). Lo mismo habría que decir de
algunos juicios y críticas muy significativas y de la serie
cle obras drarnáticas que pueden aducirse como de muy
probable derivación alfieriana, muy necesitadas por otra
parte de un estudio a fondo.
Si indiscutiblemente la fortuna de Alfieri en España
pertenece al Ochocientos, los primeros datos sobre su cono-
chniento se encuentran ya en la última década, o muy poco
antes, del siglo que estudiamos. Los testimonios más anti-
guos que pueden aducirse pertenecen a dos jesuítas expul-
sos, a Esteban de Arteaga y a Juan de Andrés. Pero a nues-
tros iines no tienen excesivo significado. Del P. Arteaga,
aparte de menciones sin importancia, deben recordarse cin-
co cartas en que hace juicios explícitos en torno a las obras
del trágico italiano, escritas entre 1783 y 1792. Pero tres
de las cartas han quedado inéditas y otra no se publicó
hasta 1803. Todas, por otra parte, están en italiano. Su di-
fusión habrá sido por tanto mínima o nula y sólo, para el
XVIII, puede tener significado aludir a la dirigida a mon-
serior Antonio Gordoqui, que ya fue publicada en 1792 y
que se refiere a una tragedia de tema espariol, al Filippo.
Su opinión es más bien negativa, ya que le censura, en cuan-
to a la lengua y a la técnica, lo que fue frecuente objetarle

35
por entonces, la dureza del estilo, el abuso de soliloquios
y la falta de ternura."
La obra fundatnental del P. Andrés, Origen, progresos
y estado actual de toda la literatura, empezó a ser publicada
en la traducción espariola a partir de 1784. En el teatro
alfieriano seriala preferentemente la reducción de personas
y cosas a lo esencial, lo cual arrastra a la oscuridad de la
acción y a que las pasiones no siempre sean llevadas gra-
dualmente. Y junto con su incompatibilidad con las esce-
nas atroces, el odio al tirano, las venganzas y suicidios,
insiste en la frecuencia de monólogos y en el estilo duro
e inarmónico."
De autores esparioles bien caracterizados que den un
poco de luz al alfierismo de los últimos arios del siglo
XVIII, no pueden olvidarse Jovellanos ni Leandro F. de
Moratín. Del primero sólo conservamos este dato escueto
pero muy significativo: el día 6 de setiembre de 1794, por
la época en que estaba leyendo las Confesiones de Rous-
seau, anota en sus Diarios que ha escrito pidiendo "el Tea-
tro de Alfieri". Dedúzcase, pues, en qué tardía fecha un
avanzado de la cultura como era Jovellanos pudo entrar
en contacto con el trágico italiano. De Moratín, que ya
está a caballo entre los dos siglos, merece la pena destacar
algunos adjetivos que reflejan bien su reacción espontánea,
bien sea cuando nombra al "terrible Alfieri" como cuando
declara : "su estilo ha sido muy censurado de duro y gó-
tico"." El calificativo gótico es todo un símbolo de época.

50. Para las earlas de Arteaga, véase A. Parduoci, Traduzioni spa-


gnole, op. cit.
51. Ginsrppe 1:ario Rossi, Mrtaslasio, Goldoni, Alfieri e i B-esuiti
spagnoli in en "Annoli dell'Istituto IJniv rsiiario Orientale", VI (19641
1, págs. 71-11.6. Si en cl traltajo inenfionado tk Pardueei no 13e tlene en
cuenta al P. Andrés, Rossi no considera algtinas eartas del P. Arteaga
al hacer caso omiso del artículo de Parducci.
52. B. A. E., II, pág. 323; y Obras póstunias, cit., I, pág. 478. Moratín
insiste en este último lugar en la simplificación de la tragedia operada

36
(OSRHWDFHQWUDOGHOD,OXVWUDFLyQLWDOLDQDHV
²
Giuseppe Parini (1729-1799), que bien pudiera ser la cla-
ve de comprobación de un influjo efectivo mediante una
poesía portadora de los ideales del siglo. Es tema no estu-
diado todavía, que sólo ha sido insinuado, sobre el que ten-
go infinidad de datos que permiten afrontarlo marginal-
mente. Quiero decir con ello que una huella directa, debi-
da a un conocimiento innegable de los textos parinianos,
no puede aducirse como clara prueba en la poesía sete-
centista, al menos en los nombres que se suelen repetir.
Menéndez Pelayo se refirió varias veces al poeta italiano
en relación con cierto tipo de sátira antinobiliaria. Pero,
DSDUWHHOKHFKRGHTXHDOJXQRVGHHVWRVDXWRUHV²(XJHQLR
GH7DSLD-RVp-GH0RUD²SHUWHQHFHQ\DDO;,;\RFUHR
ver en ellos derivaciones de Jovellanos más que de Parini.
En todo caso es a Menéndez Pelayo a quien corresponde el
honor de haber señalado, creo que por primera vez, las
posibilidades de una relación con Parini en algunas poesías
del siglo XVIII. Los nombres aportados por el crítico san-
tanderino son fundamentalmente dos : Jovellanos y Mora-
tín hijo. Y creo que merece la pena destacar que, aunque
un tanto vagamente, las fechas de los escritos que contie-
nen esas afirmaciones pertenecen a los años 1877, 1890 y
1896, es decir, son anteriores a la edición de la segunda
sátira de Jovellanos, por Morel-Fatio, que pasa por ser el
primero que apuntó a dicha relación."
La razón aducida, sin embargo, por el crítico santande-
rino en la citada reseña al libro de Cian, no me parece

por Alfieri y en su prescindir de personajes inútiles, que impiden que


sus obras tengan variedad y movimiento; pero le reconoce grandes ideas,
máximas sublimes, llegando a la conclusión de que merece "el primer
lugar entre los modernos".
53. M. Menéndez Pelayo, Est udi os y Di scur sos, op. cit., IV, pág. 23;
V, pág. 344, y VI, pág. 34. Alfred Morel-Fatio, La satire de Jovellanos
contre la mauvaise éducation de la noblesse, Bordeaux, 1899.

37
convincente: "donde verdaderamente es pasmosa, y no pa-
rece casual, la semejanza con el poema del Giorno, tanto
en el espíritu como en los procedimientos artísticos (mezcla
de indignación e ironía), es en la segunda sátira de Jove-
llanos..." Unos arios después, Morel-Fatio estimaba que
Jovellanos "a dû prendre connaissance" del Mattino y
Mezzogiorno, únicas partes publicadas hasta entonces, y
que la "peinture du giovin signore milanais n'a pas été
sans influence sur la composition de la seconde satire á
Arnesto". Pero objetaba con razón que entre la expresión
de uno y otro "il y a un abime". Curioso además que los
únicos versos del italiano citados por el crítico francés en
las notas para establecer una semejanza, la descripción del
escudo, pertenecen al Vespro, la tercera parte del Giorno,
que fue publicada póstuma en 1801.
Por mi parte, he comparado en otra ocasión un tema
poético en el que coinciden Parini y Jovellanos, la descrip-
ción del carruaje y el estruendo de SLIS ruedas. Pero desta-
caba entonces, más que algunas aproximaciones, las eviden-
tes diferencias de actitud y de sensibilidad, la reacción del
asturiano "ante lo inmediato y concreto, sin parangón en
la contemporánea poesía italiana", y su atención a lo "pin-
torescamente popular" que le lleva a poner "el acento
poético en los elementos estridentes e incómodos de los
coches de viajeros sobre los carruajes de lujo personales..."
La sátira de Jovellanos es de 1787 y ésta sería, en el
caso muy hipotético de que hubiera conocido el Giorno, la
fecha más antigua de una derivación pariniana en la poesía
española. Lo cierto es que no existe en toda la obra de Jo-
vellanos ni en ninguno de sus contemporáneos, a no ser los
que visitan Italia en los arios finales del siglo, ninguna.

54. J. Arce, jovellanos y la sensibilidad prerromántica, en "Boletín


de la Biblioteca de Menéndez Pelayo", XXXV1 (1960), págs. 170-171.

38
referencia a Parini. Ni existe, en cuanto a la técnica sati-
rica, ese procedimiento pariniano de antiepopeya o de epo-
peya de lo inútil y vacío, de exaltación refinadamente re-
tórica de la ociosidad. La sabiduría estilística y rítmica de
Parini se complace en un alarde de recursos expresivos para
cantar solemnemente la inanidad, los actos, objetos y cere-
rnonias que consumen detalladamente la hueca jornada del
noble milanés. La poesía española de la época utiliza o una
ironía más espontánea e ingenua o una sátira mordaz, di-
recta, de tono realista. No, no es en el procedimiento ar-
tístico donde puede buscarse la huella pariniana, sino en
los elementos y características de la vida del noble.

(QHVWHVHQWLGRFUHRSRGHUDSRUWDUXQWHVWLPRQLR
²
nunca recordado a este respecto, de quien parece pretender,
en muy pocas líneas, hacer el resumen del contenido del
Giorno. Es Cadalso, en la XLI de las Cartas Marruecas. Re-
cuérdese, al principio del Mattino, el despertar del serior, los
³YDOHWWL
gentili" que acuden, el "ben pettinato... damige-
llo", la manía orientalizante de los objetos y vestidos, la
"bevanda... da Moca", el sastre con título de Monsieur, el
maestro de danza, el de francés, el volumen de piel y oro
gracias al encuadernador "Batavo o Franco" ; y de nuevo,
en el Mezzogiorno, las bandejas ornadas por el "Sássone
industre", el café que ahuma porque es "bollente bevanda",
tras recordar por inciso, al final de la primera parte, la
asistencia al teatro para el espectáculo musical. Reléase to-
do ello, concentrado, resumido, en la prosa de Cadalso :

"Despiértanle [al poderoso de este siglo] dos ayudas


de cámara primorosarnente peinados y vestidos; toma
café de Moca exquisito en taza traída de la China
por Londres; pónese una camisa finísima de Ho-
landa, luego una bata de mucho gusto tejida en
León de Francia; lee un libro encuadernado en París;

39
viste a la dirección de un sastre y peluquero france-
ses ; sale con un coche, que se ha pintado donde el
libro se encuadernó; va a comer en vajilla labrada
en París o Londres las viandas calientes, y en platos
de Sajonia o de China las frutas y dulces ; paga a
un maestro de música, y otro de baile, ambos extran-
jeros ; asiste a una ópera italiana, bien o mal repre-
sentada, o a una tragedia francesa, hien o mal tra-
ducida...""

Este es el cuadro del lujo moderno y extranjero que Ca-


dalso contrapone al nacional antiguo. Se limita, según dice,
a copiar "los objetos que se nos ofrecen a la vista, sin lison-
jearlos ni ofenderlos". 0 muy semejantes eran tales objetos
en Lombardía y Castilla o, lo que me parece más probable,
Cadalso sí conocía la versión literaria del giovin signore
pariniano.
La sátira A Claudio. El filosofastro, de Leandro F. de
Moratín, serialada también por Menéndez Pelayo al referir-
se al influjo de Parini, nada tiene que ver en su plantea-
miento, estructura y concepción, salvo el endecasílabo suel-
to, con el Giorno. Detalles aislados como el "tazón chines-
co / rebosando de hirviente chocolate", nada justifican. Sí
acaso, el pensamiento de que "por este / sorbo llenamos de
miseria y luto / la América infeliz" (puesto aquí en boca
del pedante criticado), puede recordar los versos del Mat-
tino donde se cuenta que Cortés y Pizarro no estimaron
sangre humana la ultramarina para poder dar nuevas de-
licias al paladar del noble.
Es fina la observación, aunque tampoco demasiado con-
vincente por su levedad, en torno a una reminiscencia pari-

55. Cadalso, Cartas Marruecas. Prólogo, edición y notas de Juan Ta-


mayo y Rubio. Madrid, Clásicos Castellanos, 1935, pág. 169. Quien esta-
bleció algunos paralelos de actitud entre Parini y Cadalso, pero sin con-
siderar el significativo párrafo citado, fue Ernesto Lunardi, La crisi del
Settecento. José Cadalso, Genova, Romano Editricc Moderna, 1948.

40
niana de la oda // Messaggio (1795) en la de Moratín A los
colegiales de San Clemente de Bolonia (1796), apuntada
por Meregalli.56 En síntesis, Parini se dirige al "sciocco
vulgo" para preguntarle por qué murmura y cuenta por
ORVGHGRVHOQ~PHURGHYXHOWDVTXHGLR)HERGHVGHVXQDFL‡
miento. El parecido moratiniano sólo es aplicable a los tres
primeros versos :
¿Por qué con falsa risa
me preguntáis, amigos,
el número de lustros que cumplí?

6LSUHWHQGHPRVVLQHPEDUJRGHMDUDXQODGRODV
²
hipótesis e impresiones, siempre discutibles, convendría
establecer cuál era el grado del conocimiento del poeta
italiano a través de datos objetivos. Infructuosa ha sido la
búsqueda de su nombre en los tratados de poética, de crí-
tica o en las opiniones de los literatos pertenecientes a la
segunda mitad del siglo XVIII. Pero en los que visitaron
o vivían en Italia en la última década, ya hemos hallado
algún testímonio. El P. Juan Andrés escribe a su hermano
Carlos una serie de cartas en 1791, publicadas dos arios
después, sobre su viaje a varias ciudades italianas. En Mi-
lán visita naturalmente el famoso colegio de Brera, del que
describe sus tesoros, serialando además que "vive también
allí el famoso poeta abate Parini, profesor en aquellas es-
cuelas, y autor de poesías originales, que le hacen respetar
en toda Italia, y aplaudir como uno de los príncipes de la

moclerna poesía"."
Del único poeta de quien no podemos dudar que le
conociera e incluso personalmente es de Moratín, que nos

56. Storia delle relazioni, op. cit., pág. 96 n.


57. Cartas larniliares, op. cit., IV, pág. 76. Más adelante, en otra
carta del misrno año, se limitará a Ilamarle "el gran poéta Parinr (pá-
gina 198).

4I
ha dejado hasta un breve retrato físico "Fuí a visitar al
abate Parini, profesor de bellas letras en este colegio, que
ha adquirido reputación por sus poesías, hombre de más
de cincuenta años, alto, estropeado de piernas, gesto avi-
nagrado : le sorprendió el motivo de mi visita.58 Con-
fieso que de no ser por los rasgos personales tan bien cap-
tados (su conocida cojera que le inspira la oda La cadu-
ta y su aspecto grave) era para dudar de la visita, ya que
lo demás parece casi repetición de lo dicho por el P. An-
drés, a quien Moratín visitó por entonces, en 1793, y por-
que Parini tenía ya en esa época 64 arios.
Sólo por afán de agotar las escasas alusiones, merece
la pena mencionar al oscuro Nicolás de la Cruz que, en su
viaje por Italia, consigna al hablar de los profesores del
Gimnasio de Brera : "Parini tiene reputación de gran
poeta"."
Una última referencia, la más significativa y práctica-
mente ignorada. En torno a 1833, un desconocido escritor
Antonio Cazzaniga, viene a España y visita a Ma-
nuel José Quintana. Su conversación versa naturalmente
sobre literatura, de la que el visitante nos dejó esta inapre-
ciable prueba referida al espariol: "Mi parló assai di Pa-
rini come del piú grande poeta dei tempi moderni, e mi
recitó per intero la sua ode La Caduta" Esto sí que es una
declaración probatoria, de conocimiento directo y de estima.
Pero ello confirma también que Parini no fue verdadera-

58. iaje de hirlia. en Obras pástumas, cit., 1, pág. 313. 11.1eroce la


pena trameriliir su es.plIdaultin dcl porquá de la sorpresa Ele
"Los espaimles viajan pueo, y los que Iu haven, no suelen arosturnbrar a
dar molestia cors su pre_sencin a los hoiniires zle mérito que hallan al paso:
¿para qué? ¿no basta visitar al banquero?
59. Viaje de España, Francia e Italia, Madrid-Cádiz, 1806-1813. Aunque
Farinelli, Italia e Spagna, op. eit., pág. 303, lo atribuye al "primo decennio
delr800r, es, como máximo, de 1798, razón por la cual da como vivo
a Parini.
60. Joseph G. Fucilla, Una visita di Antonio Cazzaniga a José Manuel
Quintana, en "Quaderni Ibero-Americani% n.0 15 (1954), pág. 400.

42
• yalárldo n, Elparia. hasta nue :41Canza auge el
icisoptico que, en 5u -mb-.rigu-rem-leritido; pertenece
más a-1 siglo XIX .que •- - -
• De haber alcanzadò una difusión que no nós consta, ten-
dría que haber ocupado aquí un lugar importante el jesuila
expulso montariés Antonio Fernández Palazuelos, el único
que intentó la traducción de las primeras partes del Giorno
pariniano con el título El Magisterio irónico del Cortejo o
el Chichisveo del célebre Abate Parini, en 1796. Existe un
ejemplar impreso en la Biblioteca de Menéndez Pelayo, pero
el crítico santanderino sospecha que estas versiones "aunque
impresas, no llegaron a ser publicadas, esto es, a circular".
Lo afirma así porque no tienen portada y por su rareza, ya
que Menéndez Pelayo sólo tenía noticia del ejemplar de su
biblioteca." La apreciación no es del todo exacta, ya que
al menos en la Marciana de Venecia existe otro ejemplar
del Magisterio irónico. Pero como sí es indudable que no
fue por entonces divulgada, no pudo tener peso alguno sobre
la literatura espariola de la época. Este hecho indudable. el
estudio ya existente de Menéndez Pelayo y mí intención de
publicar y estudiar por separado la traducción de Palazue-
los, me relevan de dedicarle más espacio en estas notas.

17.—Unas conclusiones muy breves, que sirvan para


aunar afirmaciones dispersas, se hacen necesarias. La fiso-
nomía peculiar de la Esparia de los últimos decenios del Si-
glo XVIII es consecuencia de un cruce de corrientes tanto
ideológicas como artísticas, entre las que no hay que olvidar
la persistencia de elementos tradicionales esparioles. Que
Esparia, a pesar de las barreras que a ello se oponían, esta-
ba ansiosamente abierta al exterior es indudable. Pero una
cosa es contactos más o menos intensos y otra efectivos in-

61. Estudios y Discursos, op. cit., VI, pág. 13.

43
flujos. El intercambio con el grtipo dé reformadores, sobre
todo en el ámbito económiethjurídieo, está comprobado. La
lectura, la elcistencia en las bibliotecas públicas y privadaa
de los grandes autores clásicos italianos, es un hecho de-
mostrable. Pero su profunda significación era la de contra-
peso al mal gusto, la de su reconocido prestigio formal. Era
natural, por tanto, que Dante, con su genial capacidad de
creación lingüística, no figurara entre ellos. Petrarca, en
cambio, se lleva la palma. De los autores del Cinquecento,
puede sorprender a primera vista que el tormento y el cla-
roscuro espiritual y expresivo de Torquato Tasso hayan pre-
valecido con mucho sobre la ya tópica armonía ariostesca.
Pero se comprenderá inmediatamente este fenómeno tenien-
do en cuenta la vena melódica, íntima y sentimental que
alienta en la característica sensibilidad de la segunda mitad
del siglo XVIII.
Con Petrarca y Tasso, a través de Chiabrera, llegamos
al primer nombre representativamente setecentista que ha
dejado profunda huella en el gusto de la época : Metastasio.
Pero la influencia de Metastasio pertenece más bien a la
historia de la vida social, de las costumbres, de las modas.
En medio, sin embargo, de la difusa simpatía melódico-for-
mal que despertó y junto con algunos aislados aciertos ex-
presivos, es de justicia serialar una conquista importante que
a su devoción se debe: la octavilla italiana. El mismo Zo-
rrilla confesará muchos arios después a Leopoldo Alas que
aprendió esta estrofa en Arriaza, en su traducción de la fa-
mosa canzonetta metastasiana.62

62. " ¿Qué poeta cree usted que fue el que despertó mi instinto
poético y cuyas composiciones estudié el primero? Pues fue Arriaza, y mi
afíción a las octavillas octosílabas viene de las de su traducción de la
" Despedida de Metastasio" . Lo primcro que yo escribí a los dace ailos
fue una imitación de aquéllas... Asi sall yo difuso y vado " oetavilllste.
La importante carta, fechada en " Berna, 25 mayo 84% fue publieada por
Luis Araujo-Costa, Zorrilla, Arriona y 1ar n , en " El Espaflor, del 15
irle febrero de 1947.

44
La presencia en los escenarios espafioles de Goldoni se
limita en un principio a un aspecto limitado: el jocoso-mu-
sical. Las comedias vienen a fines de siglo, cuando hay nue-
vos ideales en el amWente. Nadie ha podido demostrar ver-
dadero influjo en autores determinados ni modalidades
especiales en el género de la comedia a él debidas. Alfieri
sí condicionó un tipo de teatro, más en su ideología que en
su técnica dramática. Pero es problema que pertenece ya al
siglo XIX. Y algo semejante cabe decir de Parini, del que
no nos consta que haya sido conocido antes del último dece-
nio del siglo y que sin duda era ya bien leído, como un clá-
sico, en los albores del romanticismo. Sólo Cadalso parece
haber tenido clara noción del contenido del Giorno, pero
no como estírnulo de inspiración poética. Y que haya sido
fuerza impulsora de actitudes, lengua o estilo en Jovellanos
y Moratín, es a su vez muy discutible.
¿Hasta qué punto puede, pues, afirmarse que la Espa-
ña haya sido sirvienta fiel ("fida ancella", co-
mo decía Farinelli) de la literatura italiana? Distíngámoslo
una vez más: una cosa es difusión, presencia, conocimiento
y hasta reconocimiento de cultura modélica, paradigmática,
arquetípica. Y otra cosa muy distinta que haya determinado
corrientes vivas de poesía, que haya suscitado cambios de
gusto, que haya impuesto nuevas formas, estructuras o gé-
neros. Junto a la toma de contacto indudable con la ideolo-
gía de los reformadores y a la afición despertada en la bue-
na sociedad por el teatro musical, en el orden rigurosamente
literario sólo podemos mencionar un afortunado logro rné-
trico debido al prestigio de Italia : la octavilla, justamente
llamada italiana.

45

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