Cuentos en VALORES
Cuentos en VALORES
Cuentos en VALORES
Esta es la increíble historia de un niño muy singular. Siempre quería aquello que no
tenía: los juguetes de sus compañeros, la ropa de sus primos, los libros de sus papás...
y llegó a ser tan envidioso, que hasta los pelos de su cabeza eran envidiosos. Un día
resultó que uno de los pelos de la coronilla despertó de color verde, y los demás
pelos, al verlo tan especial, sintieron tanta envidia que todos ellos terminaron de color
verde. Al día siguiente, uno de los pelos de la frente se manchó de azul, y al verlo,
nuevamente todos los demás pelos acabaron azules. Y así, un día y otro, el pelo del
niño cambiaba de color, llevado por la envidia que sentían todos sus pelos.
Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido resultado de su
envidia, y decidió que a partir de entonces trataría de disfrutar de lo que tenía sin
fijarse en lo de los demás. Tratando de disfrutar lo que tenía, se encontró con su
cabeza lisa y brillante, sin un solo pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo
particular.
Desde aquel día comenzó a pintar hermosos cuadros de colores en su calva cabeza,
que gustaron tantísimo a todos, que con el tiempo se convirtió en un original artista
famoso en el mundo entero.
Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban
todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida
que no quería ser amiga de los demás animales.
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con
moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto
de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le
dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos
diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos
cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga
que además había aprendido lo que significaba la amistad.
De todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más fiero, y el más
cruel. Sus ojos descubrían hasta los enemigos más cautos, y su arco y sus flechas se
encargaban de ejecutarlos.
Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas y
brillantes que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas
para alguna ocasión especial.
¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún
pobre viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis con
volver a vuestra antigua vida...
Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron conocer
de cerca la terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que descubrieron la
tristeza y la desgana en los ojos del guerrero, hasta comprender que aquel despiadado
luchador jamás había visto otra cosa.
Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero
pensó que aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó como
siempre: oculto entre las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso, la flecha a
punto, esperar el momento justo y .. ¡soltar!
Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a
tensar el arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha
brillante fue a parar a un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar los
más frescos y alegres cantos de un grupo de pajarillos...
Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al
guerrero los pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha,
sus ojos y su mente de cazador se fueron transformando, hasta que la última flecha
fue a parar a sólo unos metros de distancia de la joven, desde donde Jero pudo
observar su belleza, la misma que él mismo estaba a punto de destruir.
Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el
mejor lugar al que dirigir la vista.
Un conejo en la vía. Cuento infantil sobre la compasión
Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor, Carlos.
Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y
elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable. De pronto el coche
se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca:
El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó
a sonar una canción de moda en los altavoces.
- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá
comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio tendido
sobre la carretera el cuerpo de un conejo.
Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla de la
policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera por donde
iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron a los policías a
retirar la roca.
Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque.
Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz en
libertad.
Cuento sobre el respeto. Itzelina y los rayos de sol
Itzelina Bellas Chapas era una niña muy curiosa que se levantó temprano una mañana
con la firme intención de atrapar, para ella sola, todos los rayos del sol.
Una ardilla voladora que brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo alto. ¿A
dónde vas, Itzelina?, y la niña respondió:
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos del sol y así
tenerlos para mí solita.
- No seas mala, bella Itzelina - le dijo la ardilla- Deja algunos pocos para que me
iluminen el camino y yo pueda encontrar mi alimento. -
Itzelina empezó a caminar más rápido, porque llegaba la hora en la que el sol se
levantaba y ella quería estar a tiempo para atrapar los primeros rayos que lanzara.
Pasaba por un corral cuando un gallo que estaba parado sobre la cerca le saludó.
- Yo también te pido algunos rayos de sol para que pueda saber en las mañanas a qué
hora debo cantar para que los adultos lleguen temprano al trabajo y los niños no
vayan tarde a la escuela.
- Claro que sí, amigo gallo, también a ti te daré algunos rayos de sol – le contestó
Itzelina.
Itzelina siguió caminando, pensando en lo importante que eran los rayos del sol para
las ardillas y para los pájaros; para las plantas y para los hombres; para los gallos y
para los niños.
Entendió que si algo le sirve a todos, no es correcto que una persona lo quiera guardar
para ella solita, porque eso es egoísmo. Llegó a la alta montaña, dejó su malla de
hilos a un lado y se sentó a esperar al sol.
Ahí, sentadita y sin moverse, le dio los buenos días, viendo como lentamente los
árboles, los animales, las casas, los lagos y los niños se iluminaban y se llenaban de
colores gracias a los rayos del sol.
Tan sólo le faltaba un mes para cumplir los cinco años y pensaba que en su fiesta no
tendría ningún amigo. Sin embargo, en presencia de sus padres disimulaba, sus papás
andaban muy ilusionados con la casa que habían adquirido y ella no quería "aguarles"
la fiesta. De camino para el colegio, siempre de la mano de su mamá, iba pensando en
su maestra Cristina y lo bien que se la pasaba con ella ¡Desde luego, ya no sería lo
mismo!
Era china y sus padres acababan de instalar un bazar frente al colegio, por lo que
llevaba poco tiempo residiendo en la ciudad. Se llamaba Yenay y todavía no sabía
hablar español. Laura, desde el primer momento, conectó con Yenay y se entendían
perfectamente sin palabras. Había pasado un mes y Laura ya estaba mucho más
alegre.
Jugaba constantemente en el recreo con los niños de su grupo y además se había
propuesto enseñarle su lengua a Yenay. Sus papás le había preparado una fiesta de
cumpleaños a la que habían acudido todos los niños sin faltar ninguno de los de su
grupo.
También acudieron a dicha fiesta amiguitos antiguos, ya que la distancia entre las dos
ciudades era de apenas veinte kilómetros. Laura disfrutó muchísimo. Se había dado
cuenta de que seguía teniendo los amigos de siempre y había conseguido otros
nuevos con los que compartiría todos sus juegos.
Cuento sobre generosidad. Una lechuga no es un plato
¡Hay un gusano en mi plato!, dijo Matías haciendo gestitos con la mano como para
ahuyentarlo. El gusano primero miró el plato, después miró a Matías y luego dijo:
Cuando se le pasó un poquito el miedo, Matías, que era muy curioso, se acercó a
observar muy bien a don Gusano.
Pasito a paso el gusano se fue perdiendo entre las rosas con un buen bocado de
lechuga entre las mandíbulas.
- ¡Como Henry!, la interrumpió una voz que salía de atrás del salón.
- ¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había dicho.
- Fue Quique, dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso de cinco años.
- Niños, niños, dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No deben burlarse de los
demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en mi salón.
Un rato después una pelota de papel goleó la cabeza de Tomás. Al voltear no vio
quien se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer
caso a las burlas y continuó mirando las láminas de animales que mostraba Mily.
Estaba muy triste pero no lloró. En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a
comerse el delicioso bocadillo que su mamá le había preparado. Dos niños que
estaban cerca le gritaron:
- Orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno, y echaron a
reír.
Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y
murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus
orejas un poco más grandes. 'Como su abuelo Manuel', le había oído decir a su papá
una vez.
De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salía mucho humo.
Henry se acercó y vio a varios niños encerrados sin poder salir, pues algún niño
travieso había colocado un palo de escoba en los cerrojos.
A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando, gritando y muy
asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían.
Los profesores no se habían dado cuenta del peligro, y ninguno de los niños se atrevía
a hacer nada. Henry, sin dudarlo un segundo, dejó su lonchera y corrió hacia la puerta
del salón y a pesar del humo y del calor que salía, agarró la escoba que la trababa y la
jaló con fuerza. Los niños salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henry se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor. Los niños que se habían
burlado de él estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos estaban
orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño se burló de Henry. Habían entendido
que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en cambio el valor de Henry al
salvar a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.
Cuentos infantiles sobre la bondad y la
generosidad. Pedrito, el caracol y la babosa
Pedrito era un pequeño caracol de bosque que deseaba
encontrar a un amigo o amiga. Caminó y caminó hasta
llegar a un huerto. Allí había unas babosas que se rieron
de su caparazón.
Pedrito, triste, se ocultó en su caparazón. Tras unos cuantos días descansando, llovió,
y Pedrito salió dispuesto a irse a vivir a otro lugar, pero al sacar la cabeza vio a una
pequeña babosa que se había asustado al verlo.
- Pero, pero eres muy extraño, ¡llevas una piedra encima de tu cuerpo! –dijo temblando la babosa.
- No, no es una piedra, se llama caparazón, es mi casa. Cuando tengo frío o llueve
mucho me escondo dentro y me siento mejor.
- Tú eres una babosa y vosotras no tenéis caparazón, pero si quieres podemos intentar
encontrar uno vacío.
Los dos amigos se pusieron a buscar por todo el bosque y finalmente debajo de la
hojarasca encontraron un caparazón precioso, con una espiral dibujada, pero le iba
tan grande, que decidieron buscar otra.
Al cabo de un buen rato encontraron un pequeño caparazón, pero era tan menudo que
la babosa no cabía de ninguna de las maneras. Se puso tristísima y el pobre Pedrito no
sabía qué hacer para que parase de llorar.
- Pues claro que sí. Eres mi amiga. Se hizo de noche y los dos compañeros se
pusieron a dormir, el caracol se acurrucó al fondo del caparazón y la babosa cupo
perfectamente.
Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata de
enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el césped, sin
destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.
- Esperen, ya vuelvo.
Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas
para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.
Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y
cantaron felices.
Cuentos infantiles sobre el amor filial y otros valores. De
sonrisa en sonrisa
Una mañana, Patricia se despertó asustada por un sueño que había tenido. Soñó que a
todas las personas que conocía se les había borrado la sonrisa.
Estaba rodeada de gente muy triste, con caras alargadas, con el ceño fruncido, con
rostros llenos de amargura, cosa que no le agradó nada.
Hasta su mamá, que era muy alegre y siempre tenía un chiste para compartir, sólo
gritaba y mostraba mal humor.
De igual manera su padre y hermano; por no hablar de la maestra, que tenía un rostro de estatua, y
sus compañeros de clase, quienes ni con una broma reían.
Esto angustió mucho a Patricia, ya que siempre pensaba que la sonrisa era la forma
natural de comunicarse para entender al amigo, al hermano y a los padres.
Esto lo pensaba debido a que sus mejores ratos los había vivido cuando todos los
miembros de la familia se reían, y sabía lo importante que era ese pequeño gesto para
mantenerse unidos y comunicarse.
Patricia cada vez se sentía más sola e incomprendida, nadie reía a su alrededor e
incluso ella llegó a dejar de sonreír y comenzó a llorar, temiendo que nunca volvería
a ver feliz a nadie.
Pero llegó al punto de que el susto invadió todo su cuerpo y de repente se despertó.
Se dio cuenta de que estaba en su cama, a salvo, y dijo: "Menos mal que sólo fue un
sueño".
En ese momento su mamá llegó a la cama con el desayuno y una tremenda sonrisa,
dándole un beso y diciéndole que el día hay que empezarlo feliz.
Cuentos sobre el valor de la sinceridad. Sara y Lucía
Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde que
eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.
Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a su
amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba cómo
le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.
Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su
amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de inmediato
con una gran sonrisa.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en la
sinceridad.
¡Esto tiene que cambiar! se propuso un buen día, harta de que sus compañeros del bosque le
recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas como
amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas de camino
hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.
-¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de lo
que eres capaz.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las
regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer
reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el
corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.
Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar.
Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias, y
es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.
Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.
Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos
días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te
quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir
bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara
de felicidad de la gente cuando las oye.
Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la
puerta de los demás.
Cuenta una historia que varios animales decidieron abrir una escuela en el bosque. Se
reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serían impartidas durante el curso.
El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo. El pez, que la natación
fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que la enseñanza de subir en
perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo quería, de todas formas, que
la carrera fuera también incluida en el programa de disciplinas de la escuela.
Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un gran error. Todas las
sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales
practicasen todas las disciplinas.
Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a
aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y
volara.
El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas.
No aprendió a volar y, además, no pudo seguir corriendo como antes.
Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a
un topo, pero claro, no lo consiguió.
Por el inmenso esfuerzo que tuvo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus alas,
quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un
topo.
La misma situación fue vivida por un pez, una ardilla y un perro que no pudieron
volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.
¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos
diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades.
Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar a
que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que vamos
conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera
que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gusta.
Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y
limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor
que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.
Cuento infantil. El burrito albino
Una historia que habla del respeto a las diferencias
1407compartidos
Gaspar era un burrito muy simpático y divertido. No le temía a nada ni a nadie. Tenía
un carácter jovial, alegre, era especial, diferente a los demás burritos.
Por ser diferente todos los animales lo miraban con desconfianza, y hasta con temor.
¿Por qué era diferente? Cuando nació era totalmente de color blanco; sus cejas, sus
ojos, sus uñas, el pelaje, el hocico, todo era blanco. Hasta su mamá se sorprendió al
verlo.
Gaspar tenía dos hermanos que eran de color marrón, como todos lo burritos. Su
familia a pesar de todo, lo aceptó tal cual era. Gaspar era un burrito albino. A medida
que fue creciendo, él se daba cuenta que no era como los demás burros que conocía.
Entonces le preguntaba a su mamá por qué había nacido de ese color. Su mamá le
explicaba que el color no hace mejor ni peor a los seres, por ello no debía sentirse
preocupado.
- Todos somos diferentes, tenemos distintos colores, tamaños, formas, pero no olvides, Gaspar, que
lo mas importante es lo que guardamos dentro de nuestro corazón, le dijo su mamá.
Con estas palabras, Gaspar se sintió más tranquilo y feliz. Demostraba a cada instante
lo bondadoso que era. Amaba trotar alegremente entre flores, riendo y cantando. Las
margaritas al verlo pasar decían:
- ¡Parece una nube que se cayó del cielo, o mejor un copo de nieve cayendo sobre el
pastizal, o una bola de algodón gigante!
Cuando Gaspar salía de paseo por los montes, las mariposas salían a su encuentro,
revoloteando a su alrededor, cual ronda de niños en el jardín; los gorriones, lo
seguían entonando su glorioso canto. Gaspar se sentía libre y no le importaba que
algunos animales se burlaran de él. De repente llegó a un arroyo y mientras bebía
agua, los sapos lo observaban con detenimiento y curiosidad y se preguntaban:
- ¿Y este de donde salió?, ¿Será contagioso, un burro color blanco?, ¿o será una oveja
disfrazada de burro?
- Burro, que pálido eres, deberías tomar sol para mejorar tu aspecto.
- Yo tomo luna, por eso soy blanco, me lo dijo un cisne que nadaba en la laguna,
respondió el burrito inocentemente.
- ¡Qué tonto eres! Jajaja, eso de tomar luna, es muy chistoso, jajaja, se burlaba el
astuto zorro.
Gaspar no entendía donde estaba el chiste, porque él se creyó eso de tomar luna.
Siguió su camino, pensando en lo que le había dicho el zorro. Entonces decidió
recostarse sobre la fresca hierba bajo el intenso sol de verano. Transcurrieron unas
horas en las cuales, Gaspar, se había quedado dormido.
- Que tonto eres, ¿crees que poniéndose al sol su pelaje cambiará de color?, se
burlaban.
Gaspar siguió su camino, y de repente encontró frente a sus ojos, un paisaje muy
bello que lo dejó atónito. Se encontró en su lugar, su mundo. Todo era blanco, como
él. Se metió más y más, y empezó a reír y reír. Estaba rodeado de jazmines, por acá,
por allá, más acá, mas allá, todo blanco y con un aroma embriagador.
- Gaspar, ¿Qué vienes a hacer por aquí?, le preguntaron los jazmines.
- Cuando te vimos de lejos supimos que eras vos. Oímos hablar de vos, los gorriones
y las mariposas nos contaron tu historia. No debes sentirte triste por tu aspecto,
míranos a nosotros, deberíamos sentirnos igual, y sin embargo tenemos algo que nos
identifica, que no se ve pero se siente, es el hermoso perfume que emanamos, que es
único y hace que todos los días nos visiten cientos de mariposas y pájaros, tan bellos
como nunca vimos.
Comparten todo el día con nosotros y no les importa si somos blancos o de otro color.
Tú también tienes algo que es más importante que tu color, que se percibe. Es tu
frescura, tu bondad y alegría. Cualidades que hacen que tengas muchos amigos
verdaderos. Debes aceptarte tal cual eres, para que te acepten los demás, le animaron
los jazmines.
Gaspar, recordó las palabras de su mamá. Desde ese día se aceptó como era, y
cosechó muchos más amigos que no lo miraban por su aspecto, sino por lo que
guardaba en su gran corazón.
Cuento infantil. El niño y los clavos
Un cuento para ayudar a controlar el mal genio de los niños
6832compartidos
El niño y los clavos. Un cuento que habla de las consecuencias del mal genio y
temperamento de los niños. Una experiencia para que los niños reflexionen sobre sus
malas reacciones.
Los cuentos, fábulas y poemas nos ayudan a enseñar valores a los niños.
Había un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su padre le dio una
bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, que él clavase un clavo
en la cerca de detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente, menos, y así con los días
posteriores. Él niño se iba dando cuenta que era más fácil controlar su genio y su mal carácter, que
clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo dijo a
su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había conseguido, por fin,
controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por cada día que
controlase su carácter, que sacase un clavo de la cerca.
Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya había sacado
todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo, de la mano, hasta la
cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate
en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal
carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa tanto que
pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual que una
herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes hay
que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten una
palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron con
que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
Cuento para niños. Hace frío
Cuentos infantiles sobre la solidaridad
421compartidos
Un cuento infantil para los niños que habla del valor de la solidaridad. Una bonita
manera de enseñar valores a los niños es a través de los cuentos y de sus mensajes.
Un cuento sobre la solidaridad. Hace frío
El invierno es un viejito que tiene una barba blanca, llena de escarcha que le cuelga
hasta el suelo. Donde camina deja un rastro de hielo que va tapando todo.
A veces trae más frío que de costumbre, como cuando sucedió esta historia: Hacía
tanto, pero tanto frío, que los árboles parecían arbolitos de Navidad adornados con
algodón. En uno de esos árboles vivían los Ardilla con sus cinco hijitos.
Papá y mamá habían juntado muchas ramitas suaves, plumas y hojas para armar un nido calientito
para sus bebés, que nacerían en invierno.
Además, habían guardado tanta comida que podían pasar la temporada de frío como a
ellos les gustaba: durmiendo abrazaditos hasta que llegara la primavera.
Un día, la nieve caía en suaves copos que parecían maripositas blancas danzando a la
vez que se amontonaban sobre las ramas de los árboles y sobre el piso, y todo el
bosque parecía un gran cucurucho de helado de crema en medio del silencio y la paz.
¡Brrrmmm!
Y entonces, un horrible ruido despertó a los que hibernaban: ¡una máquina inmensa
avanzaba destrozando las plantas, volteando los árboles y dejando sin casa y sin
abrigo a los animalitos que despertaban aterrados y corrían hacia cualquier lado,
tratando de salvar a sus hijitos!
Papá Ardilla abrió la puerta de su nido y vio el terror de sus vecinos. No quería que
sus hijitos se asustaran, así que volvió a cerrar y se puso a roncar.
Sus ronquidos eran más fuertes que el tronar de la máquina y sus bebés no
despertaron. Mamá Ardilla le preguntó, preocupada:
- No te preocupes y sigue durmiendo, que nuestro árbol es el más grande y fuerte del
bosque y no nos va a pasar nada- le contestó.
Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían
dificultades. Insistió:
- Debemos ayudar a nuestros amigos: tenemos espacio y comida para compartir con
los que más lo necesiten. ¿Para qué vamos a guardar tanto, mientras ellos pierden a
sus familias por no tener nada?
Papá Ardilla dejó de roncar; miró a sus hijitos durmiendo calientitos y a Mamá
Ardilla. Se paró en su cama de hojas y le dio un beso grande en la nariz a la dulce
Mamá Ardilla y ¡corrió a ayudar a sus vecinos!.
En un ratito, el inmenso roble del bosque estaba lleno de animalitos que se refugiaron
felices en él. El calor de todos hizo que se derritiera la nieve acumulada sobre las
ramas y se llenara de flores. ¡Parecía que había llegado la primavera en medio del
invierno!.
Los pajaritos cantaron felices: ahora tenían dónde guardar a sus pichoncitos,
protegidos de la nieve y del frío. Así, gracias a la ayuda de los Ardilla se salvaron
todas las familias de sus vecinos y vivieron contentos.
Durmieron todos abrazaditos hasta que llegara en serio la primavera, el aire estuviera
calientito, y hubiera comida y agua en abundancia.
Cuentos para niños. Toño y la sirena
Cuento infantil que fomenta la cooperación
194compartidos
A Toño le regalaron una red para que pescara a la orilla de la playa. Muy ilusionado
se fue el domingo a probarla y empezó a echarla, pero sólo sacaba del mar algas y
algún pequeño pez, que devolvía al mar para que pudiera crecer.
Después de varias horas cogió algo que brillaba en la red, y con cuidado lo sacó para
ver lo que era. Con gran sorpresa vio una orquídea de sal cristalizada, y enseguida
quiso regalársela a su madre para darle una gran alegría.
Pensando en lo que había encontrado, se sentó a descansar en una piedra que salía del
mar. De pronto oyó una voz a sus espaldas, y al volverse vio la sonrisa de una
hermosa niña que le dijo:
- Veo que has encontrado mi flor de cristal. La había perdido y estaba disgustada, ya que todas las
sirenas tenemos una que nos regaló nuestro Rey, Neptuno.
La sirena le contestó:
- Yo puedo traerte del fondo del mar un buen regalo para tu madre si me das mi
orquídea. Toño se la dio sin pensarlo dos veces y la sirena, con una gran sonrisa, la
cogió y nadó hacia el fondo del mar.
El niño pensó, 'igual ya no vuelve pero, claro, si la flor es de ella no podré quitársela'.
Terminaba de pensar en esto cuando salió la sirena sosteniendo una gran ostra, ¡era
una ostra! La sirena le dijo:
- Cuando tu madre la abra, verás como le gustará. Quizá sería bueno que la sirena se
sumergiera y entonces
Éste es el país de los cuentos. Hoy Micaela ha llegado hasta aquí buscando algo, ¿qué
será?
- Hola, respondió el ratón Brillo Dorado, mientras apuntaba en su libreta de notas con
su gran lápiz también dorado.
- ¿Número 3?, pensé que aquí venían muchos niños y niñas de todo el mundo.
- Tienes razón, en realidad ese es mi número favorito, ji, ji, ji, se rió Brillo Dorado.
Es así como juntos emprendieron el viaje. Subieron sobre unas nubes que los
transportaron por el cielo y durante el trayecto adoptaban diversas formas, ¡eran
hermosas!
Luego bajaron cerca de un río con aguas cristalinas, treparon sobre una hoja de
eucalipto se dejaron llevar por las aguas hasta la próxima orilla, ¡Todo era muy
divertido! Al final del camino había un castillo muy pequeñito, y Brillo Dorado dijo:
- Aquí es, ya llegamos, yo puedo entrar porque soy pequeño, pero tú necesitas pasar
por la prueba de la humildad.
- No te preocupes, eres una buena niña. Todo saldrá bien. Entonces Micaela se paró
frente a la puerta del pequeño castillo y de pronto, como por arte de magia, se hizo
tan pequeña que pudo entrar fácilmente.
- Qué bueno, ya estamos adentro, -se alegró Micaela-, vamos a buscar al hada de la
Obediencia, amigo ratoncillo. En medio de un gran altar estaba el Hada, con una
sonrisa hermosa.
- ¿Cómo está usted, señora Hada?, necesito saber el secreto de la obediencia, pues me
está resultando difícil ser obediente con mamá. - Es fácil, querida amiga. ¿Recuerdas
las nubes que te trajeron y el río en el que navegaste hasta acá? Pues ser obediente es
ser como las nubes que pasan adoptando la forma que el viento les da, son hermosas
y pueden ir fácilmente a cualquier lugar.
También ser obediente es ser como el agua que fluye, que corre hacia abajo y llega al
océano. El que es obediente tiene ventaja ante Dios, no es una tarea fácil pero te
ayudará mucho a escuchar y aceptar las opiniones de los demás.
Luego le dio un abrazo a Micaela y salió por la ventana. Micaela en un abrir y cerrar
de ojos ya estaba en su cuarto. Ese día había aprendido mucho.
Cuento infantil. La desobediente tortuguita Ruby
Qué puede pasar a alguien por ser desobediente
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Era una vez una tortuguita que se llamaba Ruby y que vivía con su mamá y sus dos
hermanitas tortugas. Un día, la mamá le dijo a Ruby que cuidara de sus hermanitas
porque ella iba al campo en busca de unas hojas frescas para comer.
Ruby le contestó que sí, que ella cuidaría de sus hermanas. Pero a lo lejos, Ruby, la
tortuguita, escuchó una música que le gustaba y se colocó una blusa de color rojo, un
sombrero, una falda amplia y se puso sus tacones para ir a bailar, porque decía que le
gustaba esa música que estaba sonando.
Cuando llegó al lugar de donde venía la música, se encontró que allí vivía un perro
que se llamaba Franklin, el cual le dijo que él tenía mucha hambre y que si ella no
había pasado por algún lugar adonde hubiera comida abundante.
Ella le dijo: 'tranquilo amigo, yo te voy a ayudar a conseguir comida. Cuando tu dueño se ponga a
comer me avisas'. Así fue, cuando el señor José se iba a llevar un muslo de pollo a la boca, vino la
tortuguita Ruby y le mordió el dedo gordo del pie.
La tortuguita tuvo mala suerte porque un señor que iba paseando por la calle la vio y
la metió en un saco, pero como el perro vio que Ruby la tortuguita estaba en peligro,
corrió muy deprisa y mordió en la nalga al señor.
Luego el señor soltó el saco y el perro Franklin ayudó a salir a Ruby, la tortuguita, del
saco, cuando de pronto vieron que la mamá de la tortuguita venía, llamándola, junto
con sus hermanitas.
Era una vez una tortuguita que se llamaba Ruby y que vivía con su mamá y sus dos
hermanitas tortugas. Un día, la mamá le dijo a Ruby que cuidara de sus hermanitas
porque ella iba al campo en busca de unas hojas frescas para comer.
Ruby le contestó que sí, que ella cuidaría de sus hermanas. Pero a lo lejos, Ruby, la
tortuguita, escuchó una música que le gustaba y se colocó una blusa de color rojo, un
sombrero, una falda amplia y se puso sus tacones para ir a bailar, porque decía que le
gustaba esa música que estaba sonando.
Ella le dijo: 'tranquilo amigo, yo te voy a ayudar a conseguir comida. Cuando tu dueño se ponga a
comer me avisas'. Así fue, cuando el señor José se iba a llevar un muslo de pollo a la boca, vino la
tortuguita Ruby y le mordió el dedo gordo del pie.
Después llegó el perro y escuchó que la señora María buscaba afanada a la tortuguita
porque el agua ya estaba caliente, pero Franklin, el perro, sabía que matarían a su
amiga la tortuguita Ruby por haberlo ayudado a conseguir comida.
La tortuguita tuvo mala suerte porque un señor que iba paseando por la calle la vio y
la metió en un saco, pero como el perro vio que Ruby la tortuguita estaba en peligro,
corrió muy deprisa y mordió en la nalga al señor.
Luego el señor soltó el saco y el perro Franklin ayudó a salir a Ruby, la tortuguita, del
saco, cuando de pronto vieron que la mamá de la tortuguita venía, llamándola, junto
con sus hermanitas.
Los cuentos son fantásticos transmisores de valores. Los podemos utilizar para
trabajar un valor determinado con los niños. En este caso, el valor del respeto.
En este cuento, 'Las conejitas no saben respetar', los niños se darán cuenta de que
la falta de respeto y las burlas hacia los demás pueden provocar heridas imborrables.
Las conejitas que no sabían respetar. Cuento sobre el respeto para niños
Había una vez un conejo que se llamaba Serapio. Él vivía en lo más alto de una
montaña con sus nietas Serafina y Séfora. Serapio era un conejo bueno y muy
respetuoso con todos los animales de la montaña y por ello lo apreciaban mucho.
Pero sus nietas eran diferentes: no sabían lo que era el respeto a los demás.
Serapio siempre pedía disculpas por lo que ellas hacían. Cada vez que ellas salían a
pasear, Serafina se burlaba: 'Pero mira que fea está esa oveja. Y mira la nariz del
toro'. 'Sí, mira que feos son', respondía Séfora delante de los otros animalitos. Y así se
la pasaban molestando a los demás, todos los días.
Un día, cansado el abuelo de la mala conducta de sus nietas (que por más que les enseñaba, no se
corregían), se le ocurrió algo para hacerlas entender y les dijo: 'Vamos a practicar un juego en
donde cada una tendrá un cuaderno. En él escribirán la palabra disculpas, cada vez que le falten el
respeto a alguien. Ganará la que escriba menos esa palabra'.
Llegó el momento en que Serapio tuvo que felicitar a ambas porque ya no tenían
quejas de los vecinos. Les pidió a las conejitas que borraran poco a poco todo lo
escrito hasta que sus cuadernos quedaran como nuevos. Las conejitas se sintieron
muy tristes porque vieron que era imposible que las hojas del cuaderno quedaran
como antes. Se lo contaron al abuelo y él les dijo: 'Del mismo modo queda el corazón
de una persona a la que le faltamos el respeto. Queda marcado y por más que
pidamos disculpas, las huellas no se borran por completo. Por eso recuerden
debemos respetar a los demás así como nos gustaría que nos respeten a nosotros'.
- Debemos tratar a los demás como quisiéramos que nos traten a nosotros
- Serapio
- Serafina y Séfora
4. Recuerda alguna vez en que sentiste que alguien te faltó el respeto (puede ser
alguna vez en que alguien se burló de ti por algo). ¿Cómo te sentiste en ese
momento?