Abc Del Duelo
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Abc Del Duelo
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo: Acompañar al modo y estilo de Jesús, por Alejandro Goic
Prólogo, por Mauricio Besio Rollero
Introducción
Pasión-Muerte-Resurrección en la vida de cada persona
La negación social del duelo
Antropología: Qué hombre es el hombre de hoy
Modelo cognitivo
Las manifestaciones de un duelo normal
Definiciones
El duelo y su función
Conclusión
Anexos
Bibliografía
GONZALO YÁVAR
MOISÉS ATISHA
Santiago de Chile
(56) 22 22 38 100
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SEDE VALPARAÍSO:
Cochrane 639, of. 92
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Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Impreso en Chile • Printed in Chile
ISBN 978-956-01-0477-9
Derechos reservados.
A mi esposa Cecilia y a mis hijos, Gonzalo, Andrea y Cecilia por su apoyo y amor
incondicional. A Evelyn y a todas las personas que Dios puso en mi camino para
ayudarles en sus procesos de duelo y que me han permitido conocer este hermoso
camino de acompañamiento.
Gonzalo Yavar
C ABC del duelo, escrito por mis queridos amigos Moisés Atisha Contreras, actual
ON PROFUNDO AGRADO PRESENTO
Obispo de la Diócesis de Arica (desde enero del 2015), de vasta experiencia educacional y pastoral,
y Gonzalo Yávar Álvarez, casado, tres hijos, profesor, diácono permanente de Rancagua, y
actualmente en tareas de acompañamiento a los profesores de los Colegios Maristas de Chile.
Moisés y Gonzalo estudiaron años atrás el Magister de Acompañamiento Psicoespiritual en la
Universidad Alberto Hurtado. Creció entre ellos la amistad y la comunión de fe en Jesucristo, quién
los llamó por distintos caminos, a ser apóstoles de su Buena Nueva, a infundir esperanza,
particularmente, en situaciones límites.
Precisamente dentro de la tarea pastoral que la Iglesia desarrolla, acompañar el duelo o las
pérdidas humanas o morales, ocupa una preocupación central. El presente texto quiere ser una ayuda
para que los distintos agentes pastorales o personal que le corresponde esta ocupación, puedan tener
una guía que les ayude y oriente.
Frente a una amplia bibliografía, mucha de ella compleja en su lenguaje y extensión, esta obra
presenta sencillez en su extensión, lenguaje amable y cotidiano, manteniéndose preciso.
Pretenden los autores, compartir la experiencia que han ido adquiriendo en sus respectivos campos
de acción como miembros activos de la comunidad cristiana, a lo que han dedicado tiempo
acompañando procesos de duelo, donde les ha tocado ser testigos del bien que experimentan quienes
se dejan acompañar ante situaciones que humana y religiosamente parecen superar las capacidades
personales.
El texto realiza un itinerario interesante, reuniendo las materias que desde la psicología y la
espiritualidad cristiana colaboran para elaborar el duelo, ya que esta realidad no estará fuera de lo
que a toda persona le tocará un día enfrentar.
Frente a textos similares, la originalidad del presente es su facilidad de lectura; se aleja de ser un
texto de autoayuda y permite formar inicialmente a quienes no solo presentan interés por el tema, sino
que les corresponde la misión de ser acompañantes de otros. Como lo encontramos expresado en la
introducción: «Este libro no pretende ser un recetario para solucionar la experiencia del duelo que
vive una persona, o un análisis psicológico y terapéutico del mismo; es más bien, un adentrarnos
desde la fe en Jesucristo en el ABC del duelo, sus orígenes bíblicos, sus etapas, y cómo se podría
vivir en la sociedad y el medio», es entrar en la cosa cotidiana, en lo que le pasa a toda persona sin
distinción de creencia o formación, clase social u ocupación, al momento de experimentar la pérdida
física o moral.
Nos dicen los autores en su introducción que «el laberinto que a veces significa un duelo requiere
que la persona que guíe, tenga la experticia para conducirlo. Por esto, es justo tener claridad sobre el
perfil del acompañante. Tratamos en estas páginas de construir ese perfil y dar una orientación». Este
aspecto, muchas veces, se ha ido quedando olvidado en el quehacer de la pastoral, y se ha
encomendado a personas de buena voluntad acompañar procesos. Las sencillas páginas del presente
texto son un comienzo para formar a aquellos que se dedicarán a este servicio.
Jesucristo, el Señor de la Vida, haga fecundo este precioso servicio que nos ofrecen Moisés y
Gonzalo. Que sean muchos los que entusiasmados en esta entrega de amor a los hermanos, lo realicen
al modo y al estilo del Señor.
E sin lugar a dudas un acto de valentía y quizá de temeridad. Porque ¿quién podría ser
SCRIBIR ESTE LIBRO HA SIDO
un experto en dolor y sufrimiento? ¿Quién podría hacer un discurso sobre las leyes universales que
rigen esa dimensión humana? O ¿cómo se podría abordar este tema sin que se constituya en una serie
de relatos o vivencias particulares? Los autores, como lo mostraré más adelante, emprenden el
desafío con humildad y el anhelo de ser una ayuda a todos aquellos que sufren, o a los que quieren
simplemente intentar aliviar a un prójimo doliente.
El tema del dolor se puede enfocar desde la fisiología o desde la neurociencia. Este es el caso del
dolor físico, que se entiende como señal de alarma, como una advertencia al servicio de la vida. Se
comprende y se acepta habitualmente solo al momento de entender ese sentido, y requiere su
atenuación por el arte médico cuando persiste después de captado el mensaje. Es un dolor que, al
padecerlo, se percibe como ajeno, que no me pertenece, como algo sobrevenido, como una amenaza,
pero también como una advertencia de algo importante que se avecina, como sería el caso del dolor
del parto.
Hasta este momento, nada muy diferente de lo que observamos en el dolor de los animales. Los
vivientes sensibles, al percibir dolor, rehúyen el peligro o lo enfrentan, y si sienten dolores de parto,
buscan un lugar seguro para parir.
Hans Jonas, filósofo alemán, nos viene a explicar una segunda dimensión, la del sufrimiento, y este
como un fenómeno asociado a la perfección entitativa del viviente; mientras más perfecto es, mayor
es su capacidad de sufrir. Claro, las plantas poseen in situ lo que les conviene y perfecciona, que es
el agua, la luz y la tierra con nutrientes; pero los animales superiores no poseen esa inmediatez con lo
apetecido: deben conseguirlo, por lo tanto pueden fracasar, y por ende, sufrir. Y si nos elevamos en
la escala de la perfección entitativa de los vivientes, el ser humano, con apetencias espirituales, con
una distancia sustancialmente mayor con lo que lo perfecciona, puede sufrir entonces, enormemente.
El sufrimiento se distingue entonces del dolor físico, tanto como el gozo del placer o el amor
donativo de la atracción física. El sufrimiento no se percibe como algo externo, se convierte en parte
del sufriente, «soy yo el que me duelo»; es entonces mucho más profundo, puede o no puede ser
debido a una dolencia física, y se vive muchas veces en soledad.
Si la enfermedad y el sufrimiento es algo que compartimos todos los seres humanos, y existe ese
padecer en mayor o menor grado en toda vida humana, tan solo ese hecho nos viene a demostrar de
alguna manera lo que somos. Daniel Inerrarity, pensador español, reflexiona y nos dice que la
enfermedad nos muestra que no controlamos plenamente nuestro cuerpo, como tampoco nuestra vida,
que existen cosas que se nos escapan de nuestras manos, que somos seres que actuamos pero que
además padecemos.
Surge entonces una pregunta radical: ¿querríamos una vida libre de sufrimiento, renunciando a
todas las dimensiones de la vida humana? Parecería ser que la peculiar belleza de la excelencia
humana reside en su vulnerabilidad y que esa excelencia no consiste en despojarnos de ella. Un
monje budista aconsejaba a una mujer dispuesta a suicidarse por la muerte de sus hijos: «si estás
dispuesta a amar debes esperar sufrir. Si estas dispuesta a sufrir, debes esperar vivir».
Todo lo anterior puede parecer muy cuerdo y razonable, sin embargo, ¡cómo aplicar toda esa
teoría a un paciente que sabe que va a morir o a una madre que ha perdido a su hijo pequeño! La
respuesta a esa interrogante es justamente el propósito de este libro.
Los autores Moisés Atisha y Gonzalo Yávar, Obispo el primero y Diácono el segundo, vuelcan en
este texto su experiencia pastoral, pero no esa experiencia casuística de numerosos casos
particulares, sino una experiencia meditada, acompañada de estudios psicológicos e iluminada por la
luz de la Fe. En efecto, los autores muestran el antes y después del sentido del sufrimiento con Jesús
encarnado, con su pasión, con su muerte humana y sobre todo con su Resurrección, que es esperanza
de vida eterna.
La búsqueda del sentido del dolor y sufrimiento es uno de los temas críticos que subyace en todas
las líneas de este libro; desde el mensaje cristiano con el ejemplo de Jesucristo, desde nuestra
relación filial con Dios Padre, hasta los pequeños y humanos sentidos que somos a veces capaces de
encontrar, que nos confortan en las horas más duras y hacen más «habitable» ese dolor.
Tanto la naturaleza personal del sufriente como su individualidad y su originalidad, aparecen
destacadas en el libro, para mostrar que existen infinitas formas de enfrentar y vivir el sufrimiento.
Aunque existan modelos teóricos y prácticos que nos pueden servir de ayuda, cada sufriente requiere
un trato especialísimo y único.
Cómo no destacar la especial dedicación de los autores para los que acompañan, para los que
acogen en el sufrimiento, sean estos sacerdotes, profesionales de la salud, o muchas veces familiares
o amigos.
Los cuidados y tratos especiales que se deben tener para acompañar al doliente no solo le deben
ayudar a vivir el duelo, sino que deben ayudarlo también a levantarse y reconstruir su vida. No
olvidemos que cada uno de nosotros, como seres humanos, somos sufrientes y acompañadores a la
vez. Este libro ayuda al sufriente y ayuda a ayudar.
nuestras experiencias de acompañamiento y dentro de ellas, las que más recordábamos o se quedaban
grabadas en el corazón eran las de duelo, aquellas donde, a veces un ser humano se siente en un túnel
oscuro. Fueron personas de carne y hueso que nos motivaron a empezar a escribir estas experiencias
y a poder plantearnos cómo ayudar a otros a bucear por los caminos del duelo sin ahogarse.
Así, un día nace la idea de plasmar en un libro todo lo vivido y aprendido. Con el deseo de que
quienes tomaran y leyeran estos escritos, pudieran saber cómo proceder en casos de dolor y pérdida,
y así después poder ayudar a otros a recorrer el camino del duelo.
Este libro no pretende ser un recetario para solucionar la experiencia del duelo que vive una
persona, o un análisis psicológico y terapéutico del mismo, es más bien, un adentrarnos desde la fe
en Jesucristo en el ABC del duelo, sus orígenes bíblicos, sus etapas, y cómo se podría vivir en la
sociedad y el medio.
Veremos también, cómo en la muerte de Jesús podemos encontrar una respuesta a la pregunta del
hombre ante su propia muerte, y así darle más sentido al dolor que a veces se transforma en un sin
sentido. Trataremos de adentrarnos en una antropología del hombre de hoy. ¿Qué espera? ¿Qué
siente?, mirado desde una óptica cristiana, comprender al hombre como criatura de Dios.
Nos encontraremos en el caminar del libro con una espiritualidad bíblica que acompaña el duelo.
Nos daremos cuenta cómo la Sagrada Escritura puede ser un bálsamo en momentos de dolor.
Ayudaremos al que acompaña a estar atento a las preguntas que se hace el que sufre un duelo y
trataremos de dar respuesta a algunas de ellas, para que de esta manera pueda entenderlo un poco
mejor en su proceso de pérdida.
También explicaremos que la experiencia de acompañar desde la espiritualidad nos clarificará en
qué se diferencia de la consejería y la terapia.
Nos adentraremos en el modelo comunicacional del lingüista Roman Jakobson para mostrar de
mejor manera la relación comunicacional que se da en el acompañamiento del duelo entre
acompañante y acompañado.
Veremos un itinerario para realizar la experiencia de duelo basados en las tareas del duelo de J.
William Worden, profesor de psicología de la Harvard Medical School con experiencias prácticas en
este modelo cognitivo conductual.
Conoceremos la experiencia de una persona en su proceso de pérdida (que fue acompañada con
este modelo) a través de un diálogo cercano y sincero, en una entrevista que toca el corazón y el alma
del duelo.
El laberinto que a veces significa un duelo requiere que la persona que guíe, tenga la experticia
para conducirlo. Por esto, es justo tener claridad sobre el perfil del acompañante. Tratamos en estas
páginas de construir ese perfil y dar una orientación.
Nos adentraremos en las diferentes sensaciones físicas, cogniciones, sentimientos y conductas
varias que experimenta una persona que vive un duelo, para así resolver paulatinamente este puzzle,
este camino que a veces parece sin retorno, pero que sabemos que hay una luz, una respuesta para
seguir viviendo. Y esta respuesta parte en la persona misma y en su capacidad de trascender, de ir
más allá de sus propias capacidades, las que a veces ella misma desconoce.
Otro aspecto relevante es, que cuando una persona está viviendo un duelo necesita que su
acompañante tenga una claridad conceptual de lo que está manejando, que sepa las necesidades que
tiene el doliente. Que lo mire como persona y no como un objeto de las diversas intervenciones
profesionales y comprenda la función del duelo y su ayuda para cerrar las etapas, vínculos y
relaciones en conflicto. Por este motivo también damos un espacio a un capítulo de definiciones que
aclaren conceptos y ayuden a entender mejor esta aventura de acompañar en el dolor logrando
ubicarnos desde la perspectiva del doliente y sus necesidades.
Al final de este libro entregamos unas pistas de cómo se debería abordar el duelo para no cometer
errores en su manejo. Es una forma de orientar a quien lea estas líneas, con sencillas palabras, a qué
hacer cuando le toque vivir un duelo o acompañarlo.
PASIÓN-MUERTE-RESURRECCIÓN
EN LA VIDA DE CADA PERSONA
REALIDAD EXISTENTE
La cultura occidental, de la que formamos parte, ha ido suavizando la experiencia de la muerte. Se
tiende a evadir o a esconder la experiencia de morir. El lenguaje es un buen reflejo de esta realidad.
Nos encontramos con expresiones como: partió, nos dejó, descansó; que solo indican una cierta
incomodidad de decir la palabra murió o muerte. Esta realidad que nos pertenece y que está
intrínsecamente vinculada al acontecimiento de ser persona y vivir, se ha dejado de mezclar en
nuestra vida cotidiana; este fenómeno lo podemos encontrar localizado desde mediados del siglo XX
y sin duda en el inicio del siglo XXI. Se evita hablar de la muerte a los niños, a los ancianos e
incluso a los mismos moribundos. Estamos asistiendo a una progresiva negación de la muerte como
acontecimiento público y social; solo la encontramos como relato de las consecuencias de un
accidente, crímenes, atentados o de una tragedia de la naturaleza.
Nos encontramos con una realidad creciente, donde se ha trasladado el lugar de la muerte, como
experiencia de fallecer, a los hospitales, confiando al personal médico los últimos instantes de la
existencia. También vemos una desesperada actitud de ocultar o evadir el sufrimiento y el dolor,
accediendo a las drogas y las máquinas que pueden ayudar en una «buena muerte»… Da la impresión
que el padecer o agonizar nos robara parte de nuestra condición de persona.
El aferrarse desesperadamente a la vida, hace que la unidad de tratamiento intensivo (UTI) o las
unidades de cuidados intensivos (UCI) en los hospitales, se conviertan en una «última posibilidad»
para alargar el respirar de quien está en condiciones de morir. De igual modo, el lenguaje nos ha
llevado a cambiar la forma de nombrar los cementerios: hoy los llevamos a un «parque», lugar que
estéticamente esconde las tumbas bajo tierra, con pasto y jardines.
Nuestra Latinoamérica, no se queda atrás o al margen del fenómeno de la muerte, diríamos; sí en
un sentido algo opuesto. Se percibe que se bautiza la muerte por el lado de exagerar su
acontecimiento. Encontramos en algunos campos o sectores rurales, ritos o prácticas en torno a la
muerte que dan la apariencia de una cierta cultura o afán necrófilo, que van desde las animitas hasta
el culto de los angelitos cuando muere un niño recién nacido, y experimentamos ahí cómo la muerte
se vive en una dimensión opuesta a la de las grandes ciudades. Velorios que se extienden por una
semana, con peregrinación del cadáver por las casas de las familias… Esto también es en cierto
modo, negar o retrasar la aceptación de la muerte.
Experimentamos el acontecimiento de la muerte como un hecho social; no lo experimentamos con
toda la densidad que tiene, pero nos dejamos afectar verdaderamente cuando en el silencio de la
ausencia de los que nos rodean sentimos y vivimos la soledad de quien ha fallecido.
Quizás todo esto sea solo un mecanismo de defensa para poder superar lo absurdo que parece ante
nuestra conciencia y razón la misma muerte.
¿Quién quiere separarse de quien ama o a quien le tiene afecto?
Esta negación, se puede explicar como una manifestación engañosa de esa ansia que tiene la
persona por esa vida plena y sin límite, que la conciencia puede hacernos soñar.
La negación social del duelo es más común de lo que muchos de nosotros creemos. Vivimos en una
sociedad que no educa para el dolor, no lo quiere enfrentar, lo rehúye. De igual modo,
experimentamos lejanía a situaciones de ascesis y dominio personal, que han ido haciendo que en la
sociedad nos encontremos con personas débiles ante el dolor y la muerte. Es común escuchar estas
recomendaciones para personas que han sufrido la pérdida de un ser querido:
¡No le toquen el tema, no lo hagan sufrir demás!
¡Llévenlo a pasear para que se distraiga!
¡En esta casa estando presente él, no se habla del tema!
También ocurre que, a veces, están todos sufriendo en el hogar la pérdida del ser querido, y no hay
comunicación, cada uno sufre por separado y no le comunica al otro su dolor, porque cree que es lo
mejor para la familia, o guarda su pena, como algo que es de él y de nadie más, y se dice a sí mismo
algunas de estas frases típicas:
¡Tengo que ser fuerte para apoyar a los demás!
¡Mi pena es mi pena y no la quiero compartir!
La forma social para enfrentar el duelo, la mayoría de las veces, no es la más adecuada. Por un
lado, está esta sociedad que evita el duelo, que lo rehúye como si fuera un virus nocivo para el
organismo al cual hay que ponerle un antídoto para eliminarlo, y ojalá de inmediato, para no
contagiarse, y por otro lado, está la persona que vive el duelo, que en un primer momento no acepta
esta realidad:
Cuando alguien muere, incluso si la muerte es esperada, siempre hay cierta sensación de que no es verdad. La primera tarea del
duelo es afrontar plenamente la realidad de que la persona está muerta, que se ha marchado y no volverá1.
Durante la II Guerra Mundial, Victor Frankl estuvo recluido por ser judío en los campos de
concentración nazis de Auschwitz y Türkheim, donde tuvo que vivir y ver situaciones inhumanas, que
le causaron dolor; pero a pesar de toda esta vivencia horrible, de desprecio por la persona humana y
su vida, él aprendió a valorar y querer la vida, a entender que es un valor primero para todo ser
humano y que el sufrimiento, tiene su valor en la vida de toda persona si sabemos mirar la vida con
ojos optimistas y que esta, a pesar de todo, vale la pena vivirla.
«El interés principal del hombre, es el de encontrar un sentido a la vida, razón por la cual el
hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido.» 2
Muchas veces, no se quiere hacer enfrentar dicha realidad a las personas que están sufriendo, y
con esta negación social no se les ayuda a sobrellevar esta etapa del duelo: aceptar la realidad de la
pérdida.
Algunos tratan de que la persona en duelo se evada de la pérdida, que no toque el tema, tratando
de fabricarle un mundo irreal de tranquilidad y felicidad aparentes, con viajes y diferentes
actividades, que la tengan muy ocupada. La idea es no conversar sobre el tema, no volverlo a tocar y
en lo posible olvidarlo, como si el ser humano fuera un disco duro que puede ser reseteado solo con
una tecla y comenzar nuevamente.
Qué gran error pensar que el duelo se cura olvidándose de él, sin tenerlo como amigo o
compañero de viaje, con el cual se conversa y dialogan todas las intimidades, tanto las alegrías como
los dolores.
Este compañero de camino no es una enfermedad, es un acontecimiento vital muy estresante, pero
todos los humanos lo tendremos que afrontar tarde o temprano y por lo mismo tenemos que aprender
a convivir con esta experiencia natural. El duelo acontece en cada persona, es una experiencia
cotidiana, ya que se da siempre que experimentamos la pérdida de alguien. Es cierto que la vemos
traumática y fatal cuando la pérdida es la muerte, porque la vida de otro no se recupera, en cambio
cuando son objetos o pérdidas morales, en ocasiones se pueden recuperar.
El duelo es algo que vive con nosotros, es tan natural como llorar. Desde nuestra niñez,
aprendemos a expresar nuestros sentimientos con el llanto cuando nos lastimamos o algo nos duele.
Cuando estamos cansados, fatigados, nuestro cuerpo naturalmente nos pide descanso, por eso nos
recostamos y dormimos. Nuestro organismo, a la falta de alimento reacciona con la sensación de
hambre, y tenemos que comer para quedarnos tranquilos y sentirnos saciados. El duelo es igual, está
en nuestra naturaleza, vamos caminando con él día a día, vivimos experimentando pequeños duelos a
medida que crecemos.
Por lo tanto no hay que evadir el dolor, hay que hacerlo compañero de viaje, es un invitado no
querido, no esperado, pero hay que acogerlo, vivirlo y reconocerlo cuando llega.
¿Qué hacer? ¿Cómo podemos educar a nuestra sociedad en el trabajo de duelo?
Trataremos de dar algunas pistas en este arduo, pero hermoso trabajo de caminar hacia una
sociedad más comprensiva en la forma de abordar los duelos en ella.
Podría parecer pueril querer educar a la sociedad en algo que a los criterios de hoy, no se
considera importante o sencillamente no rinde. Educar en el dolor cuando socialmente le huimos, nos
coloca yendo contra sentido, sobre todo cuando la propaganda anuncia el gozo y el placer como las
máximas aspiraciones humanas.
EDUCAR A LA COMUNIDAD
¿Por qué es necesario educar a la comunidad para que sepa vivir un duelo que afecta a uno de sus
integrantes?
Se hace necesario una educación de la comunidad con respecto a lo que es el duelo, porque
tenemos que pensar que toda persona que vive un duelo, está inmersa en un medio, en una sociedad,
en un ambiente, y en ellos la persona establece relaciones y genera vínculos, así que por lo tanto, un
duelo no solo afecta al que lo vive, también a su medio, y muchas veces no se sabe cómo reaccionar
ante este inesperado visitante. Todo esto va a provocar un quiebre en el medio social donde la
persona vive.
Ante catástrofes nacionales o mundiales, es la nación o el mundo el que se ve afectado y, ante
sufrimientos en el ámbito de la familia, es la familia la que se ve enfrentada a asumir ese impacto. El
duelo como pérdida, siempre tiene una vertiente social-comunitaria.
A menudo nos encontramos con la realidad que el grupo humano que rodea al doliente no está
preparado para enfrentar el duelo, no sabe qué decir, qué hacer ante la persona que está sufriendo.
El dolor es algo real, que existe y se debe vivir. Al no hacerlo no se podrá superar. La persona se
debe dar un tiempo para sentir el dolor y tiene que dejar que sus sentimientos afloren sin tratar de
esconderlos o suprimirlos.
Por todo esto, los que viven con el doliente, sus cercanos, familiares, amigos, compañeros de
trabajo, deben evitar las frases hechas como:
–«Tienes que olvidar».
–«Debes ser fuerte».
Ser capaces de darse cuenta que, la persona en duelo, lo que más necesita en los primeros
momentos cuando ha ocurrido la pérdida es hablar y llorar. Hay que tener en cuenta las actitudes que
no ayudan, buscando una justificación a lo ocurrido. La persona necesita desahogarse y por esto
mismo la idea es que no se distraiga de su dolor, que no tenga miedo de llorar y emocionarse.
Es deseable que quienes viven a diario con la persona en duelo tengan claro que si niegan la
realidad que le ha ocurrido al doliente, este queda solo, no tiene con quien hablar y así el duelo se
convierte en una carga más pesada; olvidan que el diálogo y la escucha con una persona con dolor
reduce el impacto y la negación del duelo ocurrido. Esto es tan necesario en los primeros momentos
para poder afrontar el trabajo de duelo con una actitud positiva, que permita experimentar todo lo
que viene por delante.
«A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la
elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino» .
3
Ante la circunstancia de duelo el hombre tiene que optar por el camino de reconocer su realidad
tal cual es y no mentirse, mirar a su alrededor y ver que el camino de las lágrimas se hace con
lágrimas.
«Asumiremos al recorrerlo que las pérdidas tienden a ser problemáticas y dolorosas pero solo a
través de ellas nos convertimos en seres humanos plenamente desarrollados» . 4
El dolor se vive internamente y es muy difícil definirlo, describirlo. Pero sí podemos conocerlo o
acercarnos a vislumbrar cómo es en la persona que sufre, cuando ella se expresa y puede tener ese
derecho de llorar, elaborar el duelo y trabajarlo.
En el inicio del duelo, se entra en un estado de shock, de no entender nada, se siente que el tiempo
avanza muy rápido y el dolor se detiene. Lo que ocurre es que el tiempo ya no es importante. El día
no se siente, por eso es necesario vaciar el dolor para que así se pueda volver a la realidad de la
vida.
Es ese derecho de llorar el que muchas veces negamos al doliente, creyendo ayudarle tratando de
que olvide, que no toque el tema, y no nos damos cuenta de que el mejor camino para sanar el dolor,
es el propio dolor.
Dolor, un amigo que nadie quiere, pero cuando llega, tenemos que acogerlo, mirarlo cara a cara,
dejarlo que se exprese y nunca negarlo.
La negación del dolor generalmente parte con una pregunta: ¿Por qué a mí? ¿Por qué me está
sucediendo esto? No puede ser real, no me está pasando… Es como un sistema de autoprotección del
organismo ante un inesperado visitante, que en un primer momento lo veo como un enemigo, que me
quiere dañar.
Es un sistema de defensa temporal para el individuo. Este sentimiento es generalmente
reemplazado con una sensibilidad aumentada de las situaciones e individuos que son dejados atrás
después del dolor vivido.
En un primer momento, lo siento como un intruso del cual hay que protegerse y no dejarlo entrar.
Lo lógico sería reconocerlo y decir: Sí, esto me está pasando, estoy con un duelo, con una pérdida, es
real. Pero el duelo no es lógico para nadie, aunque sea propio de nuestra naturaleza, ya que me saca
de mi estructura habitual, de mi homeostasis situacional. Hay que tener en cuenta que el dolor, físico
o moral, es una señal de advertencia que algo pasa, me indica que estoy vivo.
Se hace necesario por lo tanto, no negarlo y darme cuenta de que es parte de mi vida, es un
proceso natural en ella, es propio de mi existencia y cuando llega, hay que emprender la tarea de
trabajarlo.
Una primera tarea es aceptar la realidad de la pérdida, es decir, entender que lo perdido ya no
volverá y la vida no será como antes. No sacamos nada negándolo o mintiéndonos a nosotros mismos
que todo sigue igual, ya sea por el fallecimiento de un ser querido, una separación, la partida de los
hijos de casa que produce el llamado nido vacío, etc. Nada es igual después de una pérdida, pero eso
no significa que sea malo, solo que será distinto.
Un claro ejemplo de no aceptación de la pérdida son los padres que pierden a un hijo y mantienen
su habitación tal como la tenía su hijo cuando estaba vivo. La transforman en un verdadero museo o
santuario, y no quieren que nadie la toque o mueva algo, porque pueden perder algo de su hijo que
murió.
En muchos que viven un duelo encontramos un no aceptar lo que les está pasando, y vemos cómo
buscan maneras de negar o pasar de esta situación, como el ejemplo de esos padres. Por esto mismo,
es que hay que trabajar esta tarea del duelo y acompañar en el camino del dolor a los que la están
viviendo.
Por todo esto es que, junto al dolor de la pérdida y de la aceptación de ella, la persona tiene que
trabajar las emociones involucradas, cuando este amigo llamado duelo las visita.
En un proceso de duelo es bueno aclarar que no hay emociones o sentimientos buenos o malos,
estos se sienten, se viven y el cómo se regulen y se aprenda a vivir con ellos es lo que nos permitirá
sanar o no el duelo; esta es la clave para afrontar de mejor manera el proceso de sanación.
Por ello, se hace necesario que en el proceso de duelo se muestren las emociones y un primer
camino son las lágrimas, que permiten el desahogo y la descompresión del dolor interno, que se
empieza a enquistar cuando se rehúye su expresión y no se permite canalizar su vaciado por la vía
más natural que se tiene desde la infancia, como son las lágrimas.
En el proceso de duelo, otra de las tareas que debe abordar es: Adaptarse a un medio en el que el
fallecido está ausente.
Muchas veces el medio social en que vive, su entorno, su familia, no ayudan a esta adaptación y
tratan de pavimentar a la persona un camino sin dolor, lo que es ilusorio, donde no se hable del tema,
casi desaparezca, donde las lágrimas no son bien vistas y a veces se ven como dañinas, que pueden
provocar en el sujeto un daño y retroceso en el proceso de duelo.
Ya no está el ser querido y hay que comenzar una nueva vida, donde tareas que le correspondían a
él, como pagar cuentas, llevar los niños al colegio, etc., pasan a ser tareas de la persona en duelo,
que aunque cause dolor hacerlas, ya que le recordarán al ausente en todo momento, es necesario
encauzar un nuevo tipo de vida y las lágrimas en este proceso estarán presentes, y hay que dejarlas
fluir. Es interesante no tener miedo a recordar; la memoria de lo acontecido es expresión de gratitud
y permite rescatar la herencia de quien ya ha fallecido.
Así, al asumir las tareas del duelo y en ellas vivir las lágrimas como algo natural, se llegará a
recolocar emocionalmente al fallecido, o al separado, o al hijo que se fue de casa a la universidad, y
continuar viviendo. Las lágrimas y el llorar serán una especie de válvula para dejar salir aquello que
en el interior nos incomoda, al experimentar la pérdida.
1
Worden, William J., El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2004, pág. 47.
2
Victor Frankl, El Hombre en busca de Sentido: Conceptos básicos de Logoterapia, Barcelona, Herder, 1979, pág. 158.
3
Victor Frankl, El Hombre en busca de Sentido: Conceptos básicos de Logoterapia, Barcleona, Herder, 1979, pág. 69.
4
Jorge Bucay, El camino de las lágrimas, Buenos Aires, Nuevo Extremo, 2010, pág. 32.
5
Worden, William J. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2004, págs. 47-60.
ANTROPOLOGÍA:
QUÉ HOMBRE ES EL HOMBRE DE HOY
A simple vista parece solo una sutileza del lenguaje para decir lo mismo, pero visto con más
profundidad las afirmaciones anteriores no son lo mismo.
Ellas se diferencian en lo sustancial: la concepción de sujeto, de persona a la cual nos
enfrentamos. En la primera afirmación encontramos una reducción de todos aquellos elementos que
configuran la identidad y el ser de una persona, anulados por la experiencia de pérdida en ella. Se
coloca la atención en la pérdida y se puede suponer que los esfuerzos, tanto psicológicos como de
acompañamiento espiritual, estarán encaminados a transitar rápidamente para «superar» eso perdido,
desdibujándose aquí la persona, que no es solo un estar bien, como si el dolor y la pérdida fuera algo
ajeno a su ser.
En la segunda afirmación, sucede lo contrario, está puesta la preocupación en la persona, hay un
sujeto que se encuentra en condición de dolor por lo perdido. Los esfuerzos psicológicos y de
acompañamiento espiritual, quedarán determinados por el bien de la persona; es desde ella, lo que le
conviene, que se enfrentará a lo que está experimentando. Esta mirada supone una antropología que
valora aquello que constituye el ser de alguien, y no un estado transitorio como puede ser estar alegre
o triste, sano o enfermo. El dolor no es ajeno a la condición humana.
Para este trabajo, esta antropología tiene un adjetivo, es la antropología cristiana, partiendo de un
acontecimiento fundante:
«Entonces dijo Dios: hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, según nuestra semejanza»
(Gn 1,26 a), y así mismo, «Y creó Dios a los seres humanos a su imagen, a imagen de Dios los creó;
varón y mujer los creó» (Gn 1,27).
Este acontecimiento primordial determina cómo se aborda lo que le sucede al ser humano; con el
teólogo Ruiz de la Peña se puede afirmar que:
«El hombre no es objeto en el Antiguo Testamento de una definición abstracta, esencialista o
genérica, al estilo de las acuñadas por la tradición filosófica. Más bien se le describe como unidad
psicosomática, dinámica, multidimensional» . 6
Unidad.
Creatura de Dios, ser contingente.
Es un ser relacional.
Desde lo axiológico, el hombre es el valor más alto de la creación (Gn 2, 15.18-20), por lo tanto,
para la antropología cristiana hay que partir comprendiendo al ser humano desde lo axiológico y no
desde lo ontológico; esto dará una cosmovisión cristiana correcta 7
En otras palabras, el principio creador es la relación que establece el Creador con lo creado, de
modo particular con la humanidad, no solo con esa idea vaga del hombre a nivel de concepto, sino en
el hombre y la mujer concreta, real. Entonces, donde hay presencia de una persona encontramos la
presencia del Creador (Dios); por esto, como se ha mencionado anteriormente, no da lo mismo el
modo de intervenir en la persona, dado que ella guarda la presencia de la fuerza originante de la vida
misma, Dios. Por lo tanto,
«(…) recuperar la propia dignidad es el primer acto salvífico y saludable. La curación comienza
por la consideración positiva del hombre enfermo, por su aceptación como persona» . 8
Junto con lo anterior, podemos afirmar que el hombre de hoy es una persona marcada por la
inmediatez, por un deseo casi incontrolable de lo agradable, de esa recompensa pronta, que no se
encuentra transformada por la experiencia trascendente de experimentarse como criatura, y por lo
mismo, llevando las marcas del Creador que no niega el dolor y la misma muerte, que llegado el
tiempo de la historia, entrega a su propio Hijo para redimir y curar el dolor de la humanidad dándole
sentido.
Por lo mismo, a las preguntas que complementan este apartado, ¿Qué espera? ¿Qué siente ese
hombre de hoy? Nos encontramos con una diversidad de respuestas, que se expresan en las diferentes
necesidades que ellos narran ante la situación de dolor y pérdida.
Ante quien se percibe desde lo trascendental y religioso de la vida, lo que espera, lo que siente, se
encamina a la experiencia de la esperanza. Esa esperanza que no defrauda, ya que no es la
realización de los sueños y de los anhelos simplemente humanos, sino que es el del que espera que en
él acontezca la acción de Dios. De ese Dios que está más allá de los deseos y que abre horizontes
que trascienden lo que podemos imaginar. Que pasan por encima del placer de lo inmediato y apuntan
al gozo, gozo que es plenitud incluso ante experiencias de dolor y pérdidas. Es el que es capaz de
soñar y soñar en grande, porque el fin de esos sueños no es una realización meramente humana sino
el cumplimiento de la palabra que Dios empeñó, a través de su Hijo en la cruz:
Lc 23,40-43:
Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos
lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas
con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Esta promesa de estar hoy en el paraíso no le ahorra ni a Jesús ni al «buen ladrón» la pasión que
estaban experimentando, pero les abre un horizonte de sentido. Este se construye solo a partir de esas
expresiones de dolor.
La persona que vive las diversas dificultades y pérdidas de su vida con este horizonte de sentido,
que no se paraliza en la dificultad vivida, sino que es capaz de levantar la mirada no en actitud de
evasión, sino como quien otea más allá de lo inmediato descubriendo caminos, espera plenitud y no
placer momentáneo ni pasajero, que le dejará solo sed de más placer, que buscará saciar con
desesperación y ansias.
Para quien esta perspectiva de lo trascendente no está, podría experimentar con más tragedia lo
que le acontece en cuanto dolor y pérdida, dado que lo humano no posee las respuestas que anhela el
corazón; el horizonte de sentido termina ahí donde termina su propia corporalidad. Esto podría llenar
de una cierta oscuridad esos dolores, prolongando, como nos toca experimentar, la experiencia de
duelo, y muchas veces, convirtiendo ese duelo en una experiencia crónica de dolor y sin sentido.
Tendríamos que recordar aquí lo que entendemos como persona, y dado que esto enmarca nuestro
planteamiento, nos basaremos en la definición planteada por Margarita Zavala, Hno. Luis Dávalos y
Raúl Cheix, que nos dicen:
Nuestro concepto de persona se inspira en la antropología cristiana que la concibe como un ser en comunión consigo mismo, con
la trascendencia, con los otros y con el mundo. Es un ser inacabado y perfectible que no nace ya pleno, sino que está llamado a
conquistar y llegar a ser lo que realmente es. Está dotado de facultades afectivas, cognitivas, sociales, psicomotrices. Su
naturaleza y dignidad lo presentan como un ser libre, consciente de las consecuencias de sus actos, dotado de voluntad y
responsable de su propia vida9.
Nos puede ayudar para comprender este aspecto de la antropología, que da importancia a lo
comunitario, y donde sin este elemento la persona no se entiende, el siguiente proverbio popular
Zulú: «una persona es persona a través de otras personas». Esto para no olvidar nunca nuestro ser
relacional y social.
La capacidad de estar abierto y ser perfectible de la persona, hace que la experiencia de lo
trascendente se pueda lograr en el tiempo, de la mano de la experiencia espiritual, que encamina a la
persona a asumir o cultivar una espiritualidad. Para profundizar, plantearemos algunos elementos
sobre este concepto y el acompañamiento.
ESPIRITUALIDAD
El acompañamiento del duelo es una oportunidad para que la persona pueda expresar su dolor
cuando sea capaz de entrar en diálogo con el Señor, al igual que ocurre con la historia bíblica de Job;
pero hay que tener claridad en que esto es un proceso que necesita tiempo para provocar un cambio
positivo.
El libro de Job nos da el valor para dar rienda suelta a nuestros sentimientos frente a Dios, para expresar toda la decepción y
amargura, la desesperación y desesperanza en la confianza de que Dios nos escucha. Al ofrecer a Dios todo lo que moviliza
nuestro corazón, podemos confiar que en la profundidad de nuestra alma se produzca un cambio, que de pronto podamos ver
nuevamente lo bueno que Dios nos ha regalado en nuestra vida. Para Job fue, en primer lugar, el milagro de la creación que pudo
volver a admirar. A pesar de nuestro sufrimiento, la creación permanece en su belleza y fortaleza. Sin embargo, con frecuencia
escuché de gente afligida que antes amaba profundamente la naturaleza, que antes al pasear por el bosque volvía renovada, que
ahora ya nada la alegra. Ya no ve la belleza de la naturaleza. Ya no siente su fuerza vivificante. El camino que Dios le mostró a
Job no resulta cuando todavía estamos en medio del sufrimiento. Job debió gritar hasta quedar afónico antes de caer frente a Dios
en vista de su creación y poder adorarlo. Del mismo modo, también nosotros debemos tomarnos nuestro tiempo10.
Como podemos ver, Jesús es el mejor acompañante del duelo que puede encontrar una persona; Él
provoca un cambio en nuestro interior. Nos podríamos hacer la pregunta ¿cómo sanar nuestros
dolores? ¿A quién recurrir? ¿A un terapeuta o a Jesús? Hay que aclarar que Jesús no es un mago, que
solo con tocarnos nos sana.
En la Biblia, vemos que la sanación es un camino donde nos encontramos a nosotros mismos y
confrontamos nuestras heridas en Jesucristo, dador de vida y purificación de nuestros dolores. Jesús
es el verdadero acompañante. Aquí podemos recordar el texto de Lc 24, sobre los peregrinos de
Emaús, cuando frente a la decepción que experimentan, luego de lo vivido junto a la cruz de Jesús,
derrotados ellos regresan a su pueblo, o sea, a su vida corriente. En el camino van tratando de
procesar lo ocurrido, conversando sobre sus expectativas y ahí, un peregrino (Jesús resucitado),
comienza a acompañar el camino. Se interesa por lo que van conversando, pregunta por lo
acontecido, deja que ellos cuenten, y luego da pistas, hace reflejo de esas emociones, hasta que ellos
mismos descubren la densidad de lo vivido y elaboran el sentido que han tenido esos
acontecimientos. Hace camino, quizás esta sea la mejor imagen para describir al que acompaña: el
que hace camino a mi lado.
Jesús puede ir sanando nuestras heridas espirituales y así permitirnos ir cumpliendo de mejor
manera las tareas que nos plantea J. William Worden en un proceso de acompañamiento del duelo,
donde esté presente lo psicológico y lo espiritual.
Este trabajo de acompañamiento del duelo es un proceso donde el Señor va haciendo camino junto
al doliente y al acompañante. Es una tarea de tres, donde se requiere mucha paciencia, porque podrán
venir momentos de sequedad espiritual, de decepción como los tuvo Job, y podremos querer tener
resultados rápidos. Es necesario ir paso a paso y abandonarnos en los brazos del Señor, para que sea
Él, quien conduzca el acompañamiento y así en el doliente se produzcan los cambios desde lo
profundo de su corazón.
El apuro que se puede experimentar, o con el que se quiere vivir el acompañamiento, lo
reconocemos como una característica de nuestro tiempo, donde todo tiene que ser rápido y dar
resultados prontos; es la lógica del rendimiento en cuanto a extensión, cuando acompañar entra en la
lógica de lo cualitativo. El duelo es de lenta marcha.
Al acompañar en duelo, tomaremos como instrumento de acompañamiento, la Sagrada Escritura,
para ir ayudando al doliente a que encuentre esa fuente interior, donde Dios reside en cada uno de
nosotros. En la Sagrada Escritura nos encontramos con la imagen de la fuente, que hace referencia a
experiencias intensas con Dios, donde el hombre se conecta con el misterio, que provoca la
transformación en el hombre, revitaliza su vida y abre nuevos horizontes.
La experiencia de Dios es como una fuente de la cual podemos beber para fortalecernos en el camino a través del desierto de
este mundo. En el Salmo 87, el salmista canta: «Todas mis fuentes están en ti» (Salmo 87,7). Se refiere a Jerusalén. Sin embargo,
una canción moderna interpreta este pasaje como referido a Dios: «Todas mis fuentes están en ti, en ti, mi querido Dios». Tales
palabras manifiestan una experiencia. El mismo Dios se ha convertido para los que rezan en una fuente de la que pueden beber. Y
si toman contacto con esa fuente divina, lo reseco y endurecido en ellos se quebrará. Es como la roca en el desierto. Cuando
Moisés la tocó con su vara, fluyó de ella un manantial. De tal modo, el encuentro con Dios hace que de nuestro corazón duro y
amargado fluya agua fresca y vivificante11.
La persona que está sufriendo este duelo, en contacto paulatino con la Sagrada Escritura, irá
teniendo una experiencia de paz, y no se sentirá tan solo en el desierto de la vida que le ha tocado
vivir; así podrá encontrar ese manantial de vida que hay en el interior de cada uno de nosotros, esa
fortaleza que nos puede hacer salir adelante en las problemáticas de la vida que se nos presentan
cada día.
En la Sagrada Escritura encontraremos muchas imágenes que nos permitirán ayudar a la persona
que está en duelo a recorrer este camino de dolor, a encontrar en él esa fuente interior de fortaleza,
que le permita salir adelante.
Para el profeta Isaías, la fuente es una imagen de la salvación que Dios ha preparado para
nosotros. Para nosotros se aplica la promesa de Dios: «Y ustedes sacarán agua con alegría de las
vertientes de la salvación» (Is 12,3). Y para aquellos que se sienten como un desierto, secos y
rígidos, Dios les promete: «Porque en el desierto brotarán chorros de agua que correrán como ríos
por la superficie. La tierra ardiente se convertirá en una laguna y el suelo sediento se llenará de
vertientes» (Is 35,6 y sig.).
Es una palabra consoladora la que nos promete Dios. Cada uno de nosotros experimenta también
tiempos de desierto. Pero en medio de nuestro desierto existen fuentes y manantiales de los que
podemos beber. La promesa nos libera de la fijación a lo reseco y marchito en nosotros. Pero la
fuente no irrigará todo el desierto, sino solo un ámbito pequeño. Debemos soportar esta tensión: que
somos desierto en el cual nace una fuente. Muchas veces nos sentimos áridos como el desierto. Todo
en nosotros está vacío y yermo. Y, sin embargo, deberíamos creer que en medio de nuestro desierto
nace una fuente.
«Esto relativiza el desierto. A través de su espíritu, Dios transforma nuestro corazón duro en una
fuente viva. Y pleno de misericordia nos guía a las fuentes de su salvación (Cf. Is 49,10)» . 12
El profeta Ezequiel ve en una visión una fuente de un templo que fluye debajo del umbral del mismo y ofrece así abundante agua,
de manera que nace una corriente importante que se vierte al mar. El agua de la fuente del templo torna saludable el agua salada
del mar. «Todo ser viviente, todo lo que se mueve por donde pase el torrente se llenará de vida; la pesca será allí muy abundante.
Bastará con que lleguen sus aguas para que haya salud y vida por donde ellas pasen» (Ez 47,9). Los padres de la Iglesia
interpretaron esta visión con relación a Jesús, de quien fluye sangre y agua en su muerte en la cruz. Jesús es el verdadero templo.
El agua que fluye de la fuente de su corazón salvará y sanará nuestra vida herida y nos obsequiará la plenitud de la vida.
En el último libro del Nuevo Testamento, en el Apocalipsis, se describe la salvación que nos regala Cristo mediante la imagen de la
fuente. «Porque el cordero que está junto al trono será su pastor y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida» (Ap 7,17).
El mismo Cristo nos guiará hacia las fuentes de las cuales podemos beber agua que nos da vida. En la visión final, Cristo, sentado
en el trono, nos invita: «Al que tenga sed yo le daré de beber gratuitamente del manantial del agua de la vida» (Ap 21,6)13.
Dios es la fuente que nos puede salvar y sanar nuestras heridas. A la persona hay que invitarla a
conocer esta fuente, a vivir esta experiencia espiritual. En el contacto con el Señor en la oración y
lectura de su palabra, puede el adolescente llegar a encontrar más paz y plenitud en su vida. Es ahí
donde el sin sentido cobra sentido, donde lo absurdo comienza a ser verdad y verdad de vida. Donde
la soledad es compañía, y la vida ya no es desesperanza; sino un futuro y un proyecto de vida.
Al dejar penetrar las imágenes de la escritura en nuestro interior podemos alcanzar la sanación de
espíritu; es Dios el que provoca esta sanación, nos permite sanar nuestras heridas y así, ser fuente de
ayuda para los demás:
Los distintos pasajes de la Biblia que he mencionado aquí te invitan a meditar y a mirar hacia tu interior. Si permites que las
imágenes bíblicas de la fuente penetren en ti, estarás en contacto con la fuente interior. Se trata siempre de una fuente saludable y
refrescante, una fuente que reanima y fecunda. Necesitamos de las palabras bíblicas para que nos recuerden las fuentes interiores
y hagan que estas vuelvan a fluir en nosotros. Para la Biblia, Dios es la verdadera fuente de la que nos alimentamos. Si bebemos
de esta fuente divina estaremos sanos y salvos. Si bebemos de fuentes turbias, enfermaremos. Si nuestras fuentes interiores están
sepultadas, nuestra vida no será fructífera. Nos entumeceremos. Nada fluirá en nosotros. El agua de la vida es fresca y
refrescante, no agua estancada y rancia como la conservada en las cisternas. Dios es siempre un Dios vivo. Y Dios permanece
vivo para nosotros si permitimos que su fuente fluya, si bebemos de ella para convertirnos nosotros mismo en fuente para los
demás. 14
Con la Sagrada Escritura se puede ayudar a la persona a valorarse y sentirse una bendición para
los demás, (Imagen de Abraham, Gen 12,2). Hacer comprender a la persona que hemos sido enviados
a este mundo para cumplir una misión, al igual que Adán y Eva, que el Señor les da la misión de
«Fructificad y multiplicaos» (Gen 1,28); es decir, tener una vida fecunda para la tierra y la
humanidad.
Mostrarle a la persona que cada ser humano debe cumplir esta misión de manera personal de
acuerdo a sus dones y talentos, para ser huella positiva en los caminos de la vida que le toque vivir.
También con la experiencia de rezar la persona podrá experimentar la presencia de esa fuente, que
refresca y revitaliza la vida, sin buscar métodos o técnicas de oración que le compliquen, lo alejen o
lo aburran.
Teresa de Ávila ve también en las simples oraciones que pronunciamos durante el día, un camino hacia este centro interior de
nuestra vida. Las oraciones diarias del Padrenuestro, del Ave María o del Rosario no son únicamente oraciones exteriores. El que
reza correctamente, siempre reza en el Espíritu Santo y desde él. No se trata de llevar a cabo una obra religiosa, sino que las
palabras de la oración deben recordarnos una y otra vez la fuente para que podamos construir a partir de esta fuente en lugar de
hacerlo a partir de la fuente turbia de nuestro propio querer. Este es también el objetivo de las breves jaculatorias como: «En el
nombre de Jesús» o «Con la ayuda de Dios». Tales oraciones breves permiten a los hombres sentir que existe algo más en ellos a
partir de lo cual pueden construir. Para muchos es suficiente sentarse en silencio frente a Dios y entregarse a él. De ese modo
logran la calma. Y sienten que en el silencio se regeneran interiormente, se refrescan y fortalecen15.
Muchas veces nos complicamos cómo llegar con la oración, o cómo hacer rezar a la persona. El
autor nos enseña que tenemos que partir de lo simple; desde su dolor acercarlo con simples
oraciones a Dios, sin olvidar que el que reza siempre lo hace en y desde el Espíritu Santo.
LAS PREGUNTAS MÁS COMUNES
QUE SE PRESENTAN EN UN DUELO
En esta sección de nuestro trabajo, presentamos esas preguntas que son más comunes, esas que
encontramos ante situaciones de pérdida o duelo. En una primera clasificación las podríamos ordenar
en dos bloques: preguntas humanas o existenciales y preguntas con matices religiosos. La intención
de fondo de esta sección en nuestra presentación, es evitar la tentación de dar un recetario o dar
respuestas «correctas», para que el lector las repita. Lo que nos motiva a colocar estas preguntas, es
hacernos cargo de lo que tienen en el fondo, o sea, la vivencia de una incertidumbre, que hace aún
más pesado el trabajo del duelo.
Se trata de un elenco de preguntas para iluminar, abrir la capacidad de quien acompaña en el duelo
a otro, a estar más atento, despierto, a lo que vive el acompañado, un tomar conciencia. Como dice
un proverbio africano «cuando dos elefantes luchan, la que sufre es la hierba»; cuando en el corazón
de un doliente se enfrenta el dolor de la pérdida y la tarea de seguir viviendo, es el sujeto el que
sufre; de esa hierba es la que tenemos que hacernos cargo. Dar recetas o consejos, no solo no es útil,
sino que no ayuda a que recuperemos el vigor de ese prado para seguir adelante.
Preguntas humanas o existenciales:
La persona que está viviendo una pérdida sufre a causa de la falta de «respuestas» a estas
interrogantes. Como a toda persona, lo que le sorprende y supera es la incertidumbre de lo que
podemos llamar «ignorancia», que no es la necesidad de un saber científico, sino de un saber
experiencial, que da sentido y trata de iluminar al doliente en lo que se encuentra pasando y a quien
acompaña lo acerca un poco más al dolor de la persona que vive el duelo.
No en pocas oportunidades, el duelo va unido al sentimiento de culpa. Una culpa que no es sana,
porque va haciendo pensar y experimentar que lo que le causa la pérdida es exclusivamente
responsabilidad suya, culpa que impide ver los factores externos que son concomitantes en lo que ha
ocurrido. Por lo mismo, dar una respuesta a esos interrogantes, colabora en encontrar sentido a lo
que se experimenta, ilumina el presente y abre caminos de futuro; también y no menos importante,
ayuda a liberarse del sentimiento de culpa, que daña tanto o más que la misma pérdida.
Las preguntas «humanas o existenciales», colocan como protagonista a la persona que está
experimentando el duelo o la pérdida. El «yo» o el «a mí», encierran todo lo que es necesario
iluminar. Aquí claramente se ha perdido la perspectiva. Lo que nos acontece no es de exclusiva
responsabilidad nuestra, así queda demostrado en los accidentes automovilísticos. Un peatón que
espera en el paradero y es arrollado por un camión que pierde el rumbo y le atropella, no es
consecuencia de lo que la familia del atropellado hiciera, pero aún en estos casos escuchamos el
coro del «por qué a mí».
En estas circunstancias, poder ayudar a que los dolientes experimenten que los accidentes existen,
que son una realidad que no busca selectivamente a sus víctimas, será la primera etapa para salir del
impacto de ver que han perdido a uno de los suyos.
En nuestra reflexión, cabría preguntarse:
Para hacernos estas preguntas necesitamos valentía, ya que nos colocan como uno más y por lo
mismo, permite que me vaya reconociendo solidario con la suerte de tantos a los que les pasa lo que
me encuentro experimentando. Este levantar la mirada y ver lo que acontece un poco más allá de
nuestra persona, regala la oportunidad de descubrir cómo otros, que muchas veces son desconocidos
para mí, viven a partir de esa pérdida, y viven con plenitud, con sentido y con perspectiva de futuro,
ya que no se han dejado enterrar con los restos de lo perdido. Asimilar que somos criaturas capaces
de afectarnos por lo que no controlamos, lejos de deshumanizarnos, nos hace percibirnos como
personas que estamos en un aquí y ahora que es esencialmente provisorio, y por lo mismo, una
verdadera lección de humanidad para vivir más plenamente. Todos compartimos la misma suerte por
estar viviendo en el mismo mundo.
En este mismo bloque de preguntas, se abre la interrogante por el futuro:
¿ES POSIBLE SEGUIR VIVIENDO ASÍ?
La respuesta más obvia es que se sigue viviendo. El objeto perdido, la persona por la que hago el
duelo, el estado de vida o de salud que se ha perdido, es de algún modo diferente a nuestra condición
de personas. Nos «pertenece», pero no somos eso que se ha perdido, por lo mismo, la vida del
doliente continúa. Continúa diferente, pero sigue adelante.
Aquí es donde los que acompañan pueden tener una tarea muy importante, ya que como tarea o rol,
les corresponderá ayudar a que ese doliente encuentre sentidos nuevos, coloque o recoloque los
sentimientos que ha experimentado en aquella posición interior, que le impulsen a caminar,
comprendiendo que lo perdido, siendo de él, es esencialmente una condición diferente a él mismo.
Será entonces, tarea del doliente ir descubriendo este «nuevo orden vital», que surge desde el dolor
de lo perdido y que le abre futuro. Tomar consciencia de que la vida continúa, aunque yo me
encuentre viviendo el más duro de los dolores, es una experiencia fuerte, que se me puede presentar
como inhumana, pero es crudamente la verdad; asumir esta verdad, será la diferencia entre quien es
dueño de su vida y quien solo la vive.
Las preguntas con matices religiosos, nos remiten directamente a lo trascendental que tiene todo
ser humano; eso que no tiene necesariamente relación con alguna «religión», sino con aquello que
tenemos de criaturas, que somos más que tiempo y espacio; eso que nos lleva a comprender que toda
persona, toda vida, aspira a ser más allá del hoy; eso que nos mueve a buscar lo trascendental de la
belleza, de la verdad, el bien; que no se lo arrebata la experiencia de la pérdida de alguien o de algo.
Aquí estamos experimentando la realidad que el presente se convierte en historia, cuando ya no
poseemos la posibilidad de disfrutar lo que perdimos. Es esa historia que comienza a ser vivida con
un aire de pasado la que nos abre a la trascendencia. Esto se ve iluminado con la experiencia que
recoge el poema de Paul Claudel, que sigue a continuación:
SI DIOS HA SUFRIDO16
Todavía quedan algunas nebulosidades.
Pero al menos hay algo que jamás
podremos decirle a Dios:
«No conociste el sufrimiento».
Y es que Dios
no ha venido a suprimir el dolor,
ni siquiera a explicarlo.
Pero sí ha venido
a llenarlo con su presencia.
Por eso no digas nunca:
«¿El sufrimiento existe?
¡Luego Dios no!».
Di más bien:
«Si el sufrimiento existe
Y Dios ha sufrido…
¿Qué sentido
le habrá dado al sufrimiento?»
(Paul Claudel, escritor francés, 1868 – 1955).
Este poema, junto con los textos del evangelio, para el cristiano, puede abrirnos caminos de
esperanza, para tener la paciencia de hacer el camino árido de las preguntas, porque las respuestas
siempre son insuficientes. Aquí podemos acudir al evangelio de san Juan 17, para hacer acto de
confianza en que el mundo siempre se puede abrir a nuevos horizontes.
La experiencia de acompañar, se inscribe dentro de las experiencias de relación de ayuda, que se
dan tanto en la psicología como en la espiritualidad, que pueden existir modalidades distintas y
distintivas, como podemos ver en el cuadro siguiente : 17
Esto marca los alcances del acompañamiento y permite ubicarlo en el contexto de una relación de
ayuda, y que en el caso de acompañar en el dolor, no busca sino ayudar a integrar desde los
elementos de la espiritualidad y la trascendencia ese dolor.
El modelo comunicacional nos puede ayudar a visualizar cómo se puede desarrollar el encuentro o
la ayuda.
Seguiremos aquí el aporte del lingüista Roman Jakobson, que da a conocer en 1960 . La 18
propuesta nuestra es hacer una relectura del modelo comunicacional del autor, ya que permite una
comprensión de la relación entre acompañante y acompañado y lo que sucede entre ellos. Esto se
convierte en una propuesta válida para esta relación de ayuda, que es a su vez una relación de
comunicación entre dos personas.
Este es su modelo:
El proceso de duelo no es tan sencillo de entender, pero sí podemos decir que es curación. Se hace
necesario ayudar a la persona que lo vive, a caminar hacia un proceso de sanación física y espiritual.
Engel ve el proceso de duelo similar al proceso de curación. Al igual que en la curación física, se puede restaurar el
funcionamiento total o casi total, pero también hay casos de funcionamiento y curación inadecuados. De la misma manera que los
términos sano y patológico se aplican a los distintos cursos en el proceso de curación fisiológica, también se pueden aplicar al
curso que toma el proceso de duelo20.
La persona que está viviendo el duelo se encuentra en un proceso complejo, que hay que analizarlo
desde una óptica sistémica, debido a que todo duelo que ocurre es un proceso social, ya que el
significado que la persona le da al duelo, depende de los significados culturales existentes que
imperan en el ambiente en que ella se desenvuelve en ese momento.
Además, podemos decir que todo duelo también es un proceso que se da individualmente, y que se
vive con diferentes intensidades, porque la estructura psicológica es diferente en cada persona, y
todo esto hace que la vivencia de esta experiencia sea distinta.
Un duelo que se vive es un proceso familiar, en que participa todo el entorno donde vive la
persona que sufre.
Como podemos ver, en el duelo ocurre el desarrollo de varios procesos, los cuales influyen en las
tareas del duelo que la persona debe trabajar.
Cuando uno piensa en el itinerario en un proceso de duelo, son muchos los caminos que se podrían
tomar, no es fácil acompañar a alguien que está viviendo un duelo.
En nuestra experiencia de acompañamiento hemos asumido el modelo de tareas del duelo de J.
William Worden, profesor de psicología de Harvard Medical School, tareas que debe asumir la
persona que está tratando de elaborar su duelo.
Las cuatro tareas del duelo que él propone son las siguientes:
Tarea I:
Aceptar la realidad de la pérdida
«Lo opuesto de aceptar dicha realidad, es no creer mediante algún tipo de mecanismo de
negación» .21
Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo, porque implica no solo una aceptación
intelectual, sino también emocional.
Para ningún ser humano es tarea fácil aceptar la pérdida de un ser querido, ya que es un dolor que
descentra a la persona y la desestabiliza. Al comienzo del duelo todo se convierte en incredulidad, y
vienen a la mente de la persona frases como: ¡Esto no me está sucediendo! O preguntas como: ¿Por
qué esto me sucede a mí?
La persona reacciona de esta manera para protegerse ante el dolor, como queriendo que no le
duela tanto. Esto también ocurre en los duelos anticipados, cuando sabemos lo que viene y esperamos
la muerte de la persona. La persona entra en estado de shock y no alcanza a entender lo que ocurre.
Cuando la persona deja esta etapa de aturdimiento, puede comenzar a entender cognitivamente que
su ser querido se ha ido y no volverá.
Una forma de ir trabajando esta tarea del duelo es mirar cuál era la relación del doliente con la
persona fallecida y responder preguntas como:
¿Quién era esta persona?
¿Qué significaba para mí?
¿Cómo murió?
¿En qué circunstancias?
¿Cómo fue su funeral?
¿Qué sentí en él?
Tarea II:
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida
Se hace necesario trabajar el dolor que causa la pérdida.
Es fundamental que las personas en duelo elaboren el dolor emocional.
«Sí, es necesario que la persona elabore el dolor emocional para realizar el trabajo de duelo, y
cualquier cosa que permita evitar o suprimir de forma continua este dolor es probable que prolongue
el curso del duelo» .
22
Es decir, un doliente, que sufre una pérdida, debe hablar de su dolor, trabajarlo, no ocultarlo.
El dolor en la vida de un ser humano es algo que desde pequeño se va experimentando y la
reacción a este es de diferentes maneras.
Cuando se es niño, se puede llorar, gritar, hacer pataletas, o también callarse y no reaccionar ante
una situación de dolor. En la medida que la persona va creciendo va adoptando formas diferentes de
proceder ante el dolor. Por eso nos podemos encontrar con variadas formas de reaccionar ante la
partida de un ser querido, porque las formas aprendidas de cómo expresar este dolor han sido muy
diferentes de persona a persona
Ante un escenario de pérdida de un ser querido, debemos trabajar las emociones, buscando que la
persona las exprese, sabiendo que su forma de expresar el dolor puede ser muy variada, de acuerdo a
lo aprendido desde la niñez a la vida adulta.
Puede ayudar mucho al doliente verbalizar el dolor, poniéndole nombre a estas emociones, que
pueden ser muy variadas, enojos, culpas, rabia, incluso con el que partió.
Hay personas que gráficamente se expresan mejor que verbalmente; pueden dibujar su dolor, otros
escriben lo que sienten, les es más fácil dejar plasmado en un papel su dolor.
Por eso es bueno emplear estos medios y ofrecérselos a las personas en tarea de duelo, sin
presionar una forma, dejando a la libertad de la persona cuál medio elige.
Se podría proponer algunas de estas preguntas:
¿Podrías dibujar tu dolor?
¿A qué se parece?
¿Quieres escribir lo que sientes?
¿Prefieres hablarlo?
Tarea III:
Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente,
o la pérdida sufrida deja un vacío
Muchas veces, los roles cambian, se deben desarrollar nuevas habilidades y también asumir
nuevas tareas; no podemos olvidar que lo que ha cambiado, no es solo la persona doliente, también
hay un cambio en la estructura social, la ausencia la experimentan también los que tenían relaciones
de trabajo o amistad con el fallecido.
Es el caso por ejemplo cuando un papá fallece, esto provoca un cambio de rutina familiar, un
reordenamiento, no solo emocional o de tareas de casa, sino también un ajuste económico que
provoca estragos y adaptarse a estas nuevas situaciones no es fácil.
«Cuando el desmedro económico obliga a realizar cambios de residencia, barrio y colegio en una
familia, cambiando con esto el tipo y la calidad de oportunidades que tenían los hijos para su
desarrollo.»23
Hay espacios en la vida que cuesta llenar y no solo en lo afectivo, sino a veces en las labores
domésticas como: pagar cuentas, aportar un sueldo a la casa, preocuparse como en algunos casos de
llevar los hijos a la escuela por las mañanas, etc. Todo esto trae un desbarajuste familiar. La casa
tiene que reorganizarse y cada vez que se realice una labor que la persona ausente hacía, esto
lógicamente traerá dolor y se tendrá que ir adaptando la familia y sus integrantes -o el integrante- a
estos cambios y a este vacío.
Es bueno trabajar esta tarea en forma sistémica, cuando es una familia con varios integrantes, con
toda la familia, donde cada uno exprese lo que siente, y así al escucharse todos en una reunión
familiar, poder ir sanando heridas y reorganizar mejor el hogar.
Es un nuevo comienzo, una oportunidad para crecer, un nuevo desafío. Doloroso, sí, es verdad, no
es fácil, pero no se puede quedar el doliente de brazos cruzados, debe emprender un nuevo rumbo
aunque quede solo, adaptarse a una vida nueva y seguir viviendo, recolocando a su ser querido en un
lugar de su corazón como veremos en la tarea siguiente.
Tarea IV:
Recolocar emocionalmente, al que se ha ido o al fallecido,
en un lugar del corazón y continuar viviendo
Una persona en duelo nunca podrá eliminar de su memoria y de su corazón, a aquellos que ha
tenido cerca, aquel que ha sido parte de su historia. Por eso, es vital en esta etapa ayudar al doliente
a encontrar sentido de vida, a no renunciar en la lucha, a trabajar su duelo; hay que estimularlo a que
encuentre un lugar adecuado para él en su vida emocional, un lugar que le permita continuar viviendo
de manera eficaz en el mundo. No es negar lo ocurrido, sino vivir esta nueva forma de vida y
aceptarla.
El doliente debe tratar de buscar un «sitio» (un lugar simbólico) donde recolocar emocionalmente
(y también cognitivamente) al difunto. No se trata de renunciar a él, sino de encontrarle un lugar
adecuado en su historia emocional que le permita seguir sintiendo que la vida tiene sentido y que
quiere vivirla. Puede ser una foto en un lugar especial de la casa, para entender que no se le ha
olvidado, pero él siempre tendrá un lugar en nuestros corazones. Esto lo vemos muy reflejado en los
cementerios de las caletas de pescadores, están llenas de tumbas vacías, ya que el mar no devuelve
los cuerpos cuando ha habido naufragios, pero las mujeres y sus familiares tienen que tener un
«lugar» donde simbólicamente colocar los cuerpos, para poder ellas continuar viviendo, y rindiendo
el homenaje a sus familiares fallecidos.
Una de las posibilidades de trabajo del duelo que se pueden dar, entre tantas que pueden surgir, es
formar un grupo de personas que han perdido un ser querido y ayudarse mutuamente a salir adelante y
así la persona que partió está presente con un nuevo sentido. Se ayuda a otros a salir del dolor al
compartir el suyo y los otros lo ayudan a él.
Así llega un momento en que el doliente puede darse cuenta que puede ser feliz nuevamente, que
hay una oportunidad en su vida para salir adelante y seguir viviendo. El dolor siempre estará en su
corazón; pero ha aprendido a vivir con él como un compañero de camino. Y el recuerdo del ser
querido que partió siempre estará en el fondo de su corazón.
A modo introductorio de lo que sigue, se puede expresar que en el mundo de la psicología existen
variados enfoques o modelos para abordar la temática del duelo y el dolor. En un cuadro
comparativo mostraremos los más frecuentes, luego explicitaremos por cuál hemos optado,
justificando esta propuesta.
EL MODELO COGNITIVO CONDUCTUAL
Las tareas del duelo corresponden a un modelo psicológico de los procesos de duelo. Llamado:
«Cognitivo conductual».
El modelo cognitivo conductual en el proceso de duelo según, Alfredo Ruiz:
Asigna un papel fundamental a los pensamientos e imágenes que la persona tiene constantemente, ya que de estas cogniciones
depende, en gran medida, el concepto que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Estos esquemas cognitivos se desarrollan en
el ser humano desde las más tempranas experiencias. Se aprende a ver emocionalmente la vida de determinada manera y a
considerarse uno mismo en tal o cual forma. Y actuamos de acuerdo con esas creencias. El propósito de la terapia cognitiva es
corregir los conceptos disfuncionales que impiden vivir mejor24.
En el caso del acompañamiento a una persona en duelo, el propósito es que ella acepte su nueva
realidad de vida. Por esta razón debe ayudársele a elaborar su duelo, pasando por las diferentes
tareas que este modelo cognitivo nos entrega.
El siguiente cuadro nos muestra que el modelo de J. William Worden, para acompañamiento del
duelo es clasificado dentro de los modelos cognitivos del proceso de duelo:
Modelos E. Lindemann y
Psicosociales E. kubler-RossG.
Pollock, J. Bowlby
De base clínica
DSM-IV
El duelo como proceso adaptativo G. Kaplan, J. L. Tizón
El duelo como transición Psicosocial
6
Ruiz de la Peña, J. L. (1996). Antropología teológica fundamental. En J. L. Ruiz de la Peña, Antropología teológica fundamental, 3ª
ed., Santander, Sal Terrae, pág. 25.
7
Cfr. Ruiz de la Peña, J. L. (1996). Antropología teológica fundamental. En J. L. Ruiz de la Peña, Antropología teológica
fundamental, 3ª ed., Santander, Sal Terrae, pág. 25.
8
Álvarez, F. (1999). El evangelio de la salud. En F. Álvarez, El evangelio de la salud 1º ed., Madrid, San Pablo, pág. 131.
9
Aguirre Zavala Margarita; Valades Dávalos Luis Hno.; Montenegro Cheix Raúl. Texto de Tutoría: «Identidad y fundamento de la
tutoría de curso». (2010). Perú: Universidad Marcelino Champagnat, Escuela de Postgrado, pág. 5.
10
Grün, Anselm. ¿Por qué a mí? (2007). Buenos Aires. Argentina. Editorial San Pablo, (pág. 82).
11
Grün, Anselm. Fuentes de fuerza Interior, Buenos. Aires, Editorial Bonum, 2008, págs. 115 y 116.
12
Grün, Anselm. Fuentes de fuerza Interior, Buenos. Aires, Editorial Bonum, 2008, pág. 117.
13
Grün, Anselm. Fuentes de fuerza Interior, Buenos. Aires, Editorial Bonum, 2008, pág. 118.
14
Grün, Anselm. Fuentes de fuerza Interior, Buenos. Aires, Editorial Bonum, 2008, págs. 118 y 119.
15
Grün, Anselm. Fuentes de fuerza Interior, Buenos. Aires, Editorial Bonum, 2008, págs. 106 y 107.
16
http://www.ciudadredonda.org/articulo/si-dios-ha-sufrido-poema
17
Apuntes del Curso Acompañamiento Espiritual, del Magíster en Acompañamiento psicoespiritual de la UAH, 2º semestre 2010,
profesor Larry Yévenes sj.
18
http://www.infoamerica.org/teoria/jacobson1.htm
19
Bautista, Mateo; Bazzino, Cecilia. Sanar la muerte de un ser querido, 2007, pág. 15.
20
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 26.
21
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 48.
22
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 51.
23
Cáceres Claudia; Manhey, Claudia y Rais, Antonia. «Comprensión sistémico-relacional del proceso de Separación Conyugal». De
Familias y Terapias, N° 18, Agosto, 2004, pág. 46.
24
Ruiz Alfredo. «Cómo ayudarse a uno mismo» (2001). Santiago de Chile. Editorial San Pablo. 6ª Edición, (pág. 13).
MODELO COGNITIVO
Al escuchar a Paulina vemos que es capaz de elaborar un relato de lo ocurrido con tranquilidad y
aceptación de la pérdida (Primera tarea del trabajo de duelo), con dolor aún porque derrama unas
pocas lágrimas, pero con control de sus emociones (Segunda tarea en el trabajo de duelo). A través
de la entrevista uno se puede dar cuenta que Paulina con dolor se ha ido adaptando a la ausencia de
su hijo y tratando de reordenar su vida (Tercera tarea del trabajo de duelo, adaptarse a la ausencia
del ser querido que ha partido y seguir viviendo). Paulina ha sido capaz de proyectar su vida y seguir
viviendo: «Yo me veo también ayudando a otras personas que hayan pasado lo mismo que yo»
(Pregunta N°7 de la entrevista), (Cuarta tarea del trabajo de duelo, recolocar emocionalmente al
fallecido y seguir viviendo).
Esta entrevista no es una receta para quien la lea, solo hemos querido poner ante ustedes un relato
sincero de una mujer que ha vivido la pérdida de un hijo, sin quitar palabras o dirigir la entrevista:
son palabras textuales de ella. Van dirigidas a todas aquellas personas que han sufrido la pérdida de
un ser querido, tal como dice ella en la pregunta N°8: «Pienso que lo que yo te estoy hablando a ti,
les puede servir a otras mamás que han pasado por lo mismo…».
En ellas pueden encontrar una luz de esperanza al ver cómo Paulina fue capaz de salir adelante.
PERFIL DE UN ACOMPAÑANTE
De la información que nos entrega la experiencia de acompañar, podemos esbozar un «perfil», una
descripción de lo que podría ser un acompañante de duelo. El posible perfil, dice de características
que el que acompaña tendría que poner en acción en el hecho mismo de acompañar. Son elementos
que se pueden aprehender, no necesariamente con elementos que la persona tenga ya adquiridos; todo
el que acompaña se puede «entrenar», «capacitar» en ellos, para prestar un servicio que ayude a
quien lo solicita.
Perfil
El que acompaña tiene que:
Tener tiempo.
Olvidar las frases cliché.
Respetar al otro/a.
Proponer, no imponer.
Estar a disposición de…
Ser incondicional con…
No tener apuro y respetar el ritmo de…
Ser delicado en la escucha.
No obligar, despertar la libertad del otro.
Todas estas características, sin duda son de importancia para cualquier acompañamiento, pero
miradas desde la sensibilidad con la que se viven los duelos, obligan a una responsabilidad mayor en
quien acompaña. Se configura así, la necesidad de un sujeto dueño de sí mismo, que experimente
fuertemente las capacidades de salir de lo que a él le interesa y sea capaz de captar lúcidamente a su
acompañado/a.
El P. Ángel Rodríguez, presidente de la Comisión de Bioética para la promoción de la vida en
Chile, nos dice que «la primera pregunta que tenemos que hacernos antes de acompañar a un paciente
que enfrenta su muerte es si queremos hacerlo» . 25
Quién tenga clara la respuesta a esta pregunta, tendrá también dominio sobre las capacidades para
realizar este acompañamiento.
Del mismo autor podemos señalar los siguientes elementos en quien acompaña:
(…) conocer cómo vamos a reaccionar nosotros mismos ante el dolor, (…) resolver cómo veo mi propia vida y cómo enfrento mi
propia muerte, (…) tener claro dónde comienza y dónde termina nuestro rol, (…) desarrollar una actitud empática, (…) mantener
un compromiso controlado, donde el paciente sabe de nuestra cercanía permanente y que no le abandonaremos26.
Todo esto nos hace reflexionar y nos obliga a mirarnos a nosotros mismos en nuestros propios
duelos, pero, para conocer cómo vamos a reaccionar ante el dolor, es muy necesario estar haciendo
camino para sanar todas nuestras heridas, estar siendo acompañado, cómo he reaccionado en mis
propias situaciones de dolor.
El tener claridad de nuestra vida nos permite saber hasta dónde llega nuestro rol de acompañante y
no dejarse influir por nuestras propias sombras, que pueden ser gatilladas al escuchar el dolor del
otro, del doliente que acompañamos.
Tener control de las emociones permite generar una sana confianza, y poder ser suficientemente
empático y cercano con el doliente que vive el duelo, y que él se sienta seguro, tranquilo y en un
ambiente protegido y querido.
25
Rodríguez Guerrero, Á. La persona humana desde su concepción, frente al dolor, la vejez y la muerte, 1º ed., Loja, Editorial de la
Universidad Técnica Particular de Loja, 2008, p. 142.
26
Cfr. Rodríguez Guerrero, op. cit.
LAS MANIFESTACIONES DE UN DUELO NORMAL
El enfado o rabia
Otro sentimiento que se puede encontrar en un duelo, es el enfado o rabia y este sentimiento puede
ser producto de la frustración por no haber podido hacer nada para solucionar la situación dolorosa
vivida, o enojo contra la persona que fallece, se va, o cualquier otra situación de dolor que lo ha
dejado en esa situación de vida.
Inseguridad y ansiedad
También un duelo trae inseguridad; suelen aparecer preguntas como: ¿Qué será de mi vida ahora?
¿Qué voy hacer? O afirmaciones como estas: Estoy solo, no puedo seguir adelante. Mi vida no tiene
sentido ahora. La inseguridad que provoca el duelo, si no es acompañada, puede a la larga provocar
inseguridad en todas las decisiones que el doliente tome de ahora en adelante, e ir formando una
personalidad con esta característica o generar otras reacciones que pueden caer en lo patológico
(como se explica en el sentimiento de ansiedad).
«Culpa y autorreproche. La culpa en el superviviente puede oscilar desde una ligera sensación de
inseguridad hasta fuertes ataques de pánico, y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad, más
sugiere una reacción de duelo patológica» .
28
Si una persona sufre una pérdida, es normal que esto le provoque un poco de inseguridad, pero
muchas veces esto se deja pasar y no se le da importancia, y ella puede estar sufriendo de una
profunda ansiedad con todos los problemas que esto le podría acarrear, en sus relaciones de pares,
en su familia, etc. Por todo esto se hace necesario un acompañamiento y una escucha atenta de la
persona y su dolor.
«La ansiedad en el superviviente puede oscilar desde una ligera sensación de inseguridad hasta
fuertes ataques de pánico, y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad, más sugiere una
reacción de duelo patológica» .
29
Soledad
Un doliente en el día a día de su familia puede haber tenido una estrecha relación con el ser
querido que ha fallecido y esto le va a provocar mucha soledad, porque ya no está su amigo o
compañero (a) de conversación, quien le daba seguridad, afecto, cariño, etc. O con quien se sentía
protegido. También la soledad la puede asumir él porque quiere estar solo y llorar su pena sin
compañía, retraerse a los demás, lo que suele suceder cuando a un joven le ocurre una situación
dolorosa.
«La soledad es un sentimiento del que hablan con mucha frecuencia los supervivientes,
particularmente los que han perdido al cónyuge con el que tenían una estrecha relación en el día a
día» .
30
Apatía e indiferencia
Cuando ocurre una pérdida, los dolientes pueden mostrar fatiga, expresada en apatía o
indiferencia, debido a que el dolor que están viviendo les puede provocar un cambio en su ánimo y
afectividad.
Nosotros hemos podido observar que es algo que se da con frecuencia en los supervivientes. A veces se puede experimentar
como apatía o indiferencia. Este nivel tan alto de fatiga puede ser sorprendente y molesto para la persona que normalmente es
muy activa31.
Impotencia
Las personas que sufren un duelo, quieren mejorar la situación dolorosa que viven, pero no pueden
hacerlo, se sienten ante esto impotentes. La experiencia de los límites, darse cuenta de que somos
personas comunes y no «superhéroes», y que vivimos lo que otros también viven, forman uno de los
sentimientos que nos aterrizan de modo más violento a la realidad. Querer y no poder, es algo no
fácil de aceptar y asumir.
«Impotencia: … Este correlato cercano a la ansiedad se presenta a menudo en las primeras fases
de la pérdida» . 32
Incredulidad
Cuando ocurre una situación de mucho dolor en una persona, ella suele pensar: «esto no está
sucediendo,» y esto provoca incredulidad, y esperanza de que esto sea un sueño. En los duelos la
primera reacción, o el primer síntoma que se produce es el shock. La persona queda choqueada, y
esto puede ser repentino o esperado, entra en shock, y por eso necesita ser acompañada. Junto con
esto sucede que cuando recibe la noticia, puede experimentar en un principio insensibilidad ante este
acontecimiento en su vida, debido a que la cantidad de sentimientos presentes son muchos y él
inconscientemente se pone insensible como una barrera de protección, como una forma de protegerse.
Anhelar
Este sentimiento, puede ser de los más movilizadores en la tarea de elaborar el duelo.
Acompañando adecuadamente, se convierte en una fuerza que ayuda a visualizar el futuro y a
encaminar hacia él las decisiones; así se deja atrás la experiencia del dolor y es posible ver el
futuro, tomar razón de que la propia vida se puede seguir viviendo, y que en ella hay sentido e
incluso felicidad.
La persona, cuando está viviendo el duelo puede anhelar el volver a como estaba antes de vivir
ese duelo; una vez que este anhelo disminuye, puede ser signo que el duelo está terminando. También
puede ocurrir que no supere este sentimiento, y si no recibe acompañamiento puede caer en un duelo
traumático.
LAS SENSACIONES FÍSICAS
QUE SE EXPERIMENTAN EN EL DUELO
En el proceso de duelo se pueden experimentar diversas sensaciones físicas, que es bueno tenerlas
en claro para acompañar a los que viven un duelo. Algunas de las sensaciones que se pueden dar,
son :
33
1. Vacío en el estómago.
2. Opresión en el pecho.
3. Opresión en la garganta.
4. Hipersensibilidad al ruido.
5. Sensación de despersonalización: Camino calle abajo y nada parece real, ni siquiera yo.
6. Falta de aire.
7. Debilidad muscular.
8. Falta de energía.
9. Sequedad de boca.
Otro aspecto fundamental para acompañar el duelo, es tener claridad sobre los patrones de
pensamientos que se pueden dar en una situación de duelo.
Existen muchos patrones de pensamiento diferentes que marcan la experiencia del duelo. Ciertos pensamientos son normales en
las primeras fases del duelo y generalmente desaparecen después de un breve espacio de tiempo. Pero a veces los pensamientos
persisten y desencadenan sentimientos que pueden producir una depresión o problemas de ansiedad34.
Evadir la realidad
Es común ver como manifestación del duelo, a una persona evadida de su realidad, como no muy
consciente de lo que está haciendo. Por eso es bueno traerla a la realidad, y acompañarla con el
diálogo y la cercanía, para hacerla más consciente de su estado de vida.
«Las personas que han tenido una pérdida reciente se pueden encontrar actuando de manera
distraída y haciendo cosas que al final les producen incomodidad o les hacen daño» . 38
Cuando se produce un duelo, es normal que la persona afectada quiera estar sola, y también es
bueno respetarla y acompañarla sin presionar, y no dejarla sola en esta situación, estando atentos a lo
que necesiten.
«No es extraño que las personas que han sufrido una pérdida quieran aislarse del resto de la gente.
De nuevo, esto es normalmente un fenómeno efímero y se corrige solo» . 39
Suspirar
Es bueno entender que ante un duelo hay muchas reacciones que no generan gran preocupación,
(como suspirar) y que son propias de él, pero que pasan a ser más significativas cuando se suman a
otras reacciones, pero igual nos llaman a acompañar.
«Suspirar es una conducta que se observa con frecuencia entre las personas en duelo. Es un
correlato cercano a la sensación física de falta de respiración» . 40
Las lágrimas
Una de las tareas del duelo, es trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, lo que significa que
la persona debe hablar de su dolor, hay que dejarlo llorar, que exprese sus sentimientos; si tiene que
llorar que lo haga, que hable, para así evitar en un futuro que estemos presentes en un duelo
congelado o patológico.
Ha habido interesantes especulaciones sobre el potencial valor curativo de las lágrimas. El estrés produce un desequilibrio químico
en el cuerpo, y algunos investigadores creen que las lágrimas se llevan las sustancias tóxicas y ayudan a restablecer la
homeostasis. Hipotetizan que el contenido químico de las lágrimas producido por el estrés emocional es diferente del de las
lágrimas secretadas como causa de la irritación de los ojos. Se están realizando pruebas para ver qué tipo de catecolaminas
(sustancias químicas que alteran el estado de ánimo producidas por el cerebro) están presentes en las lágrimas emocionales (Rey,
1980). Las lágrimas alivian el estrés emocional, pero cómo lo hacen es todavía una incógnita. Es necesaria más investigación
sobre los efectos nocivos, si existe alguno, de contener el llanto41.
27
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 28..
28
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 30.
29
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 30.
30
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 31.
31
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 31.
32
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 31.
33
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 33.
34
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 33.
35
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 34.
36
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 35.
37
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 36.
38
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 36.
39
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 36.
40
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, pág. 38.
41
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, págs. 38 y 39.
DEFINICIONES
Esto aporta profundización a la idea de vivir desde el espíritu y la fraternidad; no se tiene una
espiritualidad en soledad, sino en comunidad, junto con otros. Esto nos coloca en un aspecto
importante de la espiritualidad, ella nos orienta a un proceso de más humanización.
(…) por esta razón, la espiritualidad se presenta siempre como un proceso dinámico de adquisición de la verdad de las cosas y de
uno mismo (…) subraya la condición exodal del hombre, es decir, nuestra condición de caminantes y mendicantes del cielo, de
peregrinos hacia una tierra hondamente deseada, pero aún no poseída, que nos incita a un proceso coextensivo con el desarrollo
de nuestra propia biografía.43
VIVENCIA ESPIRITUAL
La vivencia espiritual la vamos a entender como la forma en que vive su fe la persona; es decir,
cómo ora, cómo conversa con Dios, si recibe sacramentos como la confesión y la eucaristía, si
participa en retiros o jornadas espirituales, si lee la biblia o textos espirituales, o si busca caminos
que lo lleven a su interioridad y así conectarse con el Padre Dios.
La vida espiritual es un camino hacia el fondo del alma; al respecto, Anselm Grün nos asevera
que:
Allí, en el fondo de nuestro interior, brota la fuente del Espíritu Santo, que desemboca en las distintas fuentes de las virtudes y
valores. Todos los métodos y caminos espirituales tienen, en última instancia, el sentido de ponernos en contacto con esta fuente
en nuestro interior. Por otra parte, la oración y la meditación, el servicio religioso y los rituales, la lectura de las Sagradas
Escrituras y el silencio, no son solo caminos hacia la fuente. Son mucho más: una fuente en sí misma a partir de la cual podemos
alimentarnos44.
Las tareas, por otra parte, son más acordes con el concepto de Freud del trabajo del duelo e implican que la persona ha de ser
activa y puede hacer algo. Además, este enfoque contempla las influencias en el duelo que provienen de intervenciones del
exterior. En otras palabras, el concepto de fases es como algo que hay que pasar, mientras que el enfoque de las tareas da a la
persona cierta sensación de fuerza y la esperanza de que puede hacer algo de forma activa46.
ACOMPAÑAMIENTO PSICOESPIRITUAL
El acompañamiento psicoespiritual es un proceso cuyo propósito es ayudar a una persona en su
crecimiento, integrando en un todo armónico lo psicológico y lo espiritual, con una escucha atenta de
la llamada de Dios en su vida, tomando como base del acompañamiento, las experiencias de vida y
la lectura de fe que el acompañante pueda hacer.
Es importante aclarar que el acompañamiento psicoespiritual no es transformarse en psicólogo,
hacer una terapia con la persona que se acompaña, sino que facilite al acompañado reconocer sus
afectos, guiarlos, acompañarlos, y caminar en su mundo espiritual.
Al respecto William Barry, SJ. y Willian Connelly, SJ. nos dicen:
Sin embargo, el término también tiene sus razones. «Espiritual» nos dice verdaderamente que la esencia básica de esta clase de
ayuda no está relacionada con las acciones externas como tales, sino con la vida interior, el «corazón», la esencia personal de la
cual sale lo bueno y lo malo que la gente piensa y hace. Incluye «cabeza», pero apunta más que a razón y más que a
conocimiento.
También nos recuerda que otro espíritu, el Espíritu del Señor, está involucrado. «Acompañamiento» verdaderamente sugiere algo
más que el dar consejos y el resolver problemas. Implica que la persona que busca acompañamiento va a alguna parte, y quiere
hablar con alguien en el camino. Implica, también, que el hablar no será intranscendente y sin propósito, sino apto para ayudarlo a
encontrar su camino47.
Como podemos ver, el proceso de duelo involucra a todo el ser humano, sus emociones y sus
comportamientos, lo interior y lo exterior; por todo esto se ve que es de vital importancia clarificar
que el proceso de duelo abarca al ser humano completo.
DUELO
Como puede ser comúnmente entendida esta palabra, nos coloca en una situación de lucha; quien
lo vive se coloca frente a otra, que considera como su rival. Esto hará que movilice sus energías, sus
habilidades y destrezas para salir en pos de una derrota del que considera su enemigo. Es así como la
pérdida de algo se nos convierte en enemigo, y tenemos que vencer, vivir el duelo es la batalla, y
vencemos cuando con decisión seguimos viviendo nuestra vida.
La palabra duelo nos evoca muchos fenómenos que ocurren en nuestro interior cuando tenemos una
pérdida, y no es fácil definir este concepto porque involucra muchas variables a tener en cuenta; al
respecto, Jorge L. Tizón define duelo como:
»El conjunto de fenómenos que se ponen en marcha tras la pérdida: fenómenos no solo
psicológicos (los «procesos de duelo»), sino psicosociales, sociales (el luto), antropológicos e
incluso económicos» .50
Es bueno clarificar que estos fenómenos se ponen en marcha no solo ante la pérdida de un ser
querido que fallece, sino que también ante una separación conyugal o la pérdida de un trabajo u otra
frustración que un ser humano puede tener en la vida, por eso podemos decir que el duelo es un
proceso incesante que va recorriendo toda nuestra existencia.
PENA, TRISTEZA, AFLICCIÓN
En cada duelo nos encontramos con la pena que está viviendo la persona en esta situación
dolorosa de la vida. Jorge. L. Tizón define pena como:
«El componente afectivo fundamental en el duelo por los allegados: una mezcla de tristeza,
angustia, inquietud, molestias somáticas, etc» .
51
PÉRDIDA
En palabras sencillas, podemos decir que es dejar de contar con algo o alguien, y esto es lo que
activa en la persona el estado de duelo.
Lo que hace que exista un duelo, es tener una pérdida que provoca en el ser humano diferentes
tipos de reacciones; al respecto J. L. Tizón define pérdida como:
«La situación de pérdida de personas, cosas o representaciones mentales que pone en marcha
reacciones afectivo-cognitivo-conductuales y, en términos generales, los procesos de duelo y del
duelo.» 52
V más desafiantes y hermosos que todo ser humano experimenta en su caminar. Por lo
IVIR ES UNO DE LOS ACTOS
mismo, cuando ese desafío se ve conflictuado por el dolor, la enfermedad o simplemente por la
inminencia de la muerte, es que la persona se ve en la necesidad de dar razón de sus motivaciones
profundas por las que se jugó y gastó sus fuerzas vitales.
La misma práctica de vivir permite afirmar que nadie está exento de pasar por situaciones de sin
sentido; una de ellas es justamente la enfermedad, y el modo más apremiante de enfermedad es la
terminal, entendida como «una enfermedad incurable e irreversible que, en último término, causará la
muerte,…en menos de seis meses» . 53
Esta situación descrita aporta una oportunidad, tanto para la persona que se encuentra padeciendo
la enfermedad como a los que le asisten, sus familiares y su entorno; la posibilidad es la de
prepararse adecuadamente para la última acción de su vida, morir, y para los demás, estar en
condiciones de acompañar en ese acto trascendental.
Esta preparación coloca a la persona enferma ante la oportunidad de cerrar etapas, vínculos y
relaciones que pueden estar en conflicto. John Bowlby ofrece con su teoría del apego pistas
interesantes para resolver estas relaciones en conflicto.
Bowlby nos ofrece una manera de conceptualizar la tendencia de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con
otras personas y una manera de entender las fuertes reacciones emocionales que se producen cuando dichos lazos se ven
amenazados o se rompen54.
(…) estos apegos provienen de la necesidad que tenemos de protección y seguridad; se desarrollan a una edad temprana, se
dirigen hacia unas pocas personas significativas y tienden a perdurar a lo largo de gran parte del ciclo vital. Establecer apegos con
otros seres significativos se considera una conducta normal no solo en los niños sino también en los adultos. Bowlby argumenta
que la conducta de apego tiene un valor de supervivencia55.
Tanto para la persona enferma como para los que le acompañan, son estos lazos los que se ven
enfrentados a la inminencia de su final. Es la supervivencia la que se encuentra en entredicho, el
sentido de la vida tiene que ser redescubierto ahora que lo que se presenta como horizonte más cierto
es la separación y la muerte.
En este momento, lo que se está experimentando por parte de la persona que padece una
enfermedad y los que la cuidan, es la inminencia de pérdidas que no serán fáciles de sustituir. La
persona enferma experimentará la pérdida de la vida misma y los que le acompañan la presencia de
un ser amado. Siguiendo el pensamiento de Pangrazzi, se puede destacar:
(…) la biografía de toda persona está llena de una mirada de pérdidas que recuerdan continuamente lo precario y provisorio de
todo vínculo y de toda realidad. El crecimiento de una persona está ligado a su capacidad de manejar constructivamente las
pérdidas de la vida. Las pequeñas pérdidas preparan para afrontar las grandes separaciones, representadas por las dos más
significativas: el nacimiento y la muerte56.
La vida del enfermo/a y sus cuidadores, comienzan a experimentar un fenómeno que ha sido
identificado como duelo anticipatorio. Arnoldo Pangrazzi estudia este fenómeno y ofrece algunos
elementos importantes para comprenderlo adecuadamente.
Pangrazzi plantea:
Es vivido tanto por los enfermos como por sus familiares, sobre todo en enfermedades definitivas. Ayuda a tomar conciencia de
cuanto está sucediendo, a liberar los propios estados de ánimo, a programar el tiempo en vista de la muerte inevitable. El duelo
anticipatorio ofrece a las personas involucradas la oportunidad de compartir sus sentimientos y prepararse a la partida57.
Tomar conciencia, compartir los sentimientos, disponer del tiempo antes de la muerte y preparar la
despedida se convierten en las tareas fundamentales de la última etapa de la vida y de la enfermedad
del paciente, así como de sus cercanos; realizar satisfactoriamente estas tareas puede permitir decir
un adiós que otorgue paz y tranquilidad. No se evita el sufrir o el dolor, pero se viven de otro modo.
Se puede afirmar que todo el entorno de la persona que está enferma y ella misma, experimentan
este duelo anticipatorio; el modo y la calidad de esta vivencia permitirá el acontecimiento de la
muerte como una realidad que no se puede cambiar, pero que habrá dejado herramientas para que los
cercanos sigan viviendo y la persona que fallece lo hará con la dignidad que tiene el bien morir.
Esta es la intuición de fondo que tiene Elisabeth Kübler-Ross en su libro Lecciones de vida:
«(…) quise escribir un libro más, pero no sobre la muerte y los moribundos, sino sobre la vida y
el proceso de vivir» . 58
Como una interrogante, nos podríamos plantear la pregunta ¿cómo comprender entonces el proceso
del duelo?
«Una manera de abordar el proceso del duelo es contemplarlo en función de etapas. Muchas
personas que escriben sobre el tema del duelo han enumerado nueve etapas» . 59
Esto nos puede dar la sensación de cierta linealidad, o sea, que las personas ante la situación de
una pérdida van pasando por un continuo de peldaños, y al transitar por todos, ya se tiene elaborada
la pérdida y realizado el duelo. Siguiendo a Worden, parece más adecuado hablar de las tareas, él lo
plantea así:
(…) implican que la persona ha de ser activa y puede hacer algo. Además, este enfoque contempla las influencias en el duelo que
provienen de intervenciones del exterior. En otras palabras, el concepto de fases es algo que hay que pasar, mientras que el
enfoque de las tareas da a la persona cierta sensación de fuerza y la esperanza de que puede hacer algo de forma activa60.
En la medida que me hago consciente de lo que me está pasando y padeciendo, puedo descubrir
qué puedo hacer con lo que experimento. Ante la muerte no tengo posibilidad de evitarla, pero puedo
decidir cómo quiero vivir el último tiempo, y en definitiva, cómo quiero morir.
PISTAS PARA TRABAJAR EL DUELO 61
Pista n° 1:
Ayudar a la persona a hacer real la pérdida
Ayudar al doliente a hablar de la pérdida y de las circunstancias que rodearon la muerte: ¿Dónde
ocurrió la muerte? ¿Cómo ocurrió? ¿Quién te lo dijo a ti? ¿Dónde estabas cuando te enteraste?
¿Cómo fue el funeral? ¿Qué se dijo en él? A veces los familiares no se dan cuenta de que la persona
que está viviendo el duelo necesita hablarlo. Al principio del duelo, los primeros momentos, días, la
persona siente que está viviendo algo irreal. Por eso es bueno conversarlo para que paulatinamente
se vaya haciendo algo real.
Puede haber personas que les respondan cosas como: «¿Por qué te torturas hablando de ello?», lo
cual no es provechoso ni adecuado en ese momento. Negar lo ocurrido es negar una verdad. El duelo
está presente y hay que verlo con los ojos de la realidad, y por eso es sano y bueno caminar
paulatinamente a mirarlo cara a cara, sin taparlo o falsear su existencia.
Es bueno hablar con el doliente de los ritos funerarios, de cómo los vivió, que sintió. Que él
elabore un relato sobre ese momento, permite ir sacando su dolor y no ocultarlo y así mirar la
realidad tal como es: su ser querido ha muerto, ya no está.
Pista n° 2:
Explorar sentimientos y ayudar a expresarlos
Cuando se sufre una pérdida, la persona no está en condiciones en un primer momento de
reconocer lo que está sintiendo. Puede pasar por diferentes sentimientos y estados anímicos, le cuesta
identificarlos y mucho menos expresarlos.
Es aconsejable tener un lenguaje cercano y no impositivo con el doliente, utilizar preguntas como:
«¿Qué echas de menos de él?», «¿Qué no echas de menos?, recordar lo vivido con el fallecido. Una
forma positiva de ayudar en la exploración de sentimientos que le ayuden a canalizar su dolor y
buscar estabilidad emocional, es pedirle que cuente quién era la persona que se fue; la elaboración
de ese relato facilita que fluyan naturalmente sentimientos involucrados en esa relación de afecto
existente entre el doliente y el que ha partido.
Otra forma apropiada es preguntar ¿En qué sentido, sientes decepción por lo ocurrido? ¿Cuál es la
razón por lo que lo encuentras injusto? Ayudarle a equilibrar los sentimientos de luz y sombras para
que vea que unos no excluyen los otros ni viceversa. Recordar solo lo doloroso puede ser una
manera de evitar la tristeza que se experimenta. Admitir los sentimientos placenteros es una parte
necesaria.
Otro aspecto que se deja de lado, (como ya vimos en el capítulo de la negación social del duelo),
es que la persona, tiene que darse permiso para llorar, debe experimentar el sentimiento de la
tristeza, no solo expresarlo en palabras.
Es muy común en momentos de dolor, de duelo, que aparezcan emociones como la tristeza o la
pena, pero a veces al querer expresarlas se ven reprimidas por lo social, ya que esto comúnmente se
asocia a debilidad, y no se ve bien mostrarse así ante los demás; o también no se quiere expresar esta
pena por el temor de afectar más aún a otras personas de la familia, desconociendo que cuando el
dolor se comparte, este se vive mejor y hay más redes de apoyo y ayuda.
Suele suceder en muchos ambientes de duelo, familias, comunidades, donde personas han sufrido
la pérdida de un ser querido, que se evite tocar el tema del dolor, o no dejar llorar a la persona,
pensando que esto le hará más daño, buscando protegerla por considerarla más débil. Es bueno dejar
hablar de su dolor a la persona, que fluyan naturalmente las lágrimas y no se le reprima, y no se evite
conversar con ella de su dolor; si ella quiere hacerlo hay que dejarla, incluso a veces es bueno
ponerle el tema para que pueda sacar sus emociones naturalmente. Hay que dejar claro que llorar no
es suficiente, hay que irle ayudando a entender por qué llora, ¿Qué significan esas lágrimas? ¿Qué
estás llorando? Es siempre importante no hacer un interrogatorio, sino preguntas que abran el tema,
que dejen expresar al doliente lo que va viviendo. Esto hace que no se caiga en la «obscenidad de la
copucha», que parece que se buscan detalles casi con una morbosidad no sana.
Suele suceder que el doliente focaliza sentimientos de rabia hacia la persona fallecida por haberse
ido y haberla abandonado, o contra las personas que pudieron estar involucradas en el entorno del
que ha partido, o contra él mismo, por no haber hecho lo suficiente o por no haber sanado heridas o
situaciones conflictivas con el que partió, que puede suceder en algunos casos. Todo esto le puede
ocasionar sentimientos de culpa, que lo hacen preguntarse:
«Si no le hubiera pedido que….».
«Por qué no lo llevé antes al médico».
«Porque no hice caso de lo que me dijeron».
En esta situación puede ser útil ayudar al superviviente a preguntarse cuáles son las opciones
reales que hubo y por qué hubiera debido elegir una diferente.
Pista n° 3:
Ayudar a vivir sin el fallecido
La persona en duelo a veces se puede sentir impotente e incapaz de continuar viviendo o
sobreviviendo sola. Por eso hay que ayudarle a tomar conciencia de sus capacidades.
La persona que se ha ido deja un espacio vacío en lo sentimental, pero también en muchos otros
aspectos de la vida cotidiana, como ser compañero de juego en el caso de los hermanos, pareja
confidente, amante, compañero(a) de aventuras en el caso de la esposa(o). Muchas veces el que ha
partido pagaba las cuentas de la casa, hacía otras labores domésticas y tomaba decisiones en muchos
aspectos de la vida cotidiana. Por eso es una nueva organización y vida familiar la que tendrán que
asumir los que quedan o la pareja sola. Es un nuevo enfoque de vida. Ya nada es como antes,
comienza una nueva vida.
Lo que sí es claro, es que en los primeros días o meses de duelo no es bueno que se tomen
decisiones o se hagan cambios importantes de vida. Primero ayudar a la persona a vivir el duelo y
que vaya paulatinamente asumiendo las nuevas tareas y se vaya familiarizando con su nueva vida, sin
negar el dolor o la pena, aprendiendo a vivir con ella. Pero sabiendo que la vida sigue y hay que
vivirla. Es bueno enseñarle a reorganizar su vida, a desprenderse y decir adiós, ya que es saludable y
muy sano para su espíritu.
Pista n° 4:
Ayudar a encontrar significado a la pérdida
Hay muchas formas de dar un sentido a una pérdida, pero lo que realmente está detrás de todo esto
es la idea de crecimiento y eso hay que resaltarlo en el doliente, para que se dé cuenta que todos los
que hemos vivido un duelo, podemos afirmar que aunque esto no fue una experiencia agradable, nos
hizo crecer, cambiar, madurar, ver la vida desde otra perspectiva. Que reflexione: ¿Qué tipo de
crecimiento puedo esperar ante la pérdida de mi ser querido?
Que pueda ver cómo se han estrechado sus vínculos familiares y la relación con sus amigos.
Ayudarlo a discernir con más claridad que antes, quiénes son personas incondicionales en su vida, y
que pueda reconocer sus fortalezas que no conocía o no creía tener, que aprenda a vivir un día a la
vez y le dé el justo peso a las experiencias negativas.
Lo que parecía tragedia se ve de una manera más objetiva y se puede encontrar o re-encontrarse
con una espiritualidad que creía perdida.
Pista n° 5:
Ayudar a recolocar al fallecido emocionalmente y seguir viviendo
No es fácil recolocar al fallecido en un lugar del corazón o hacerlo presente en el hogar. Es
importante aprender a hacer memoria, pero no caer hacia el pasado. Una forma práctica de hacerlo es
buscar objetos y lugares de vinculación con el fallecido y transformarlos en presencia afectiva. Eso
permite conectarse con la persona y tenerlo presente en su vida y entender que aunque él ya no está
físicamente presente, siempre habrá un espacio para él, y no tratar de borrarlo de una vez de su vida,
eso no es muy sano para la persona y no permite poder hacer lo que viene: emprender una nueva
vida, entablar nuevas relaciones afectivas en el futuro y seguir viviendo, ya que desconocer el
pasado es negar el presente. No hay que precipitar los momentos; sustituir al fallecido rápidamente
no es conveniente. La persona debe vivir su proceso de duelo sin presiones, con tranquilidad y de
esta manera rehacer su vida en diferentes ámbitos de ella en forma natural.
Es bueno clarificar que recolocar no significa reemplazar a la persona perdida, eso es casi
imposible de hacer, sino más bien dar a lo perdido un lugar en la memoria, de modo que su recuerdo
no impida recomenzar a construir una nueva vida y el doliente pueda sentir interés y afecto por otras
cosas o personas.
Pista n° 6:
Dar tiempo para elaborar el duelo
El proceso de dejar ir, debe ser gradual, sin apuros. No es conveniente querer precipitar los
momentos, como apurar al doliente en sus obligaciones diarias para que recupere algunas de sus
actividades previas antes de que esté preparado para ello. También es importante seguir
acompañando en este proceso de duelo y estar atento a los momentos más críticos para la persona
que vive ese duelo, como son las primeras fiestas sin el fallecido, aniversario, cumpleaños, etc.
Es muy importante por todo esto, respetar el trabajo de duelo que debe ir haciendo la persona, ya
que este involucra varias tareas -explicadas en el capítulo del itinerario para hacer la experiencia de
duelo- a trabajar por el doliente, las que hay que vivir con tiempo y además no son una tras otra en
forma cíclica, sino que incluso se pueden trabajar en diferentes momentos, juntas o separadas.
Hay que estar atentos al paso del tiempo, ya que un duelo normal dura entre seis meses a un año.
No apurar el tiempo para que cambie de cara o sentimientos la persona que está en duelo, ya que este
tiene un tiempo de maduración, pero estar pendiente si se extiende por más de un año, ya que podría
estar incubando un duelo patológico.
Pista n° 7:
Interpretar la conducta como normal
Muchas personas cuando se encuentran en su proceso de duelo tienen la sensación de que se están
volviendo locas, o que sus conductas no son normales, se sienten aturdidas, sin reacción. Todo les
parece irreal y comienzan a sentir miedo ante esta realidad que les está tocando vivir. Es bueno en
estas situaciones tranquilizar a la persona, explicándole que lo que le ocurre es normal y que no hay
nada de qué asustarse y que lo que está viviendo es propio de todo proceso de duelo. Esto trae más
tranquilidad a la persona, permite vivir el duelo y entender de mejor forma su dolor, que al
comienzo, es inexplicable.
Conviene no confundir lo que es normal con algo bueno, ya que esto podría no ser bien
experimentado por el doliente. Ayudar a comprender que lo normal es algo que se da, que es común a
todas las personas que se encuentran viviendo un duelo.
Pista n° 8:
Permitir las diferencias individuales
Es claro que todo proceso de duelo es diferente, porque las personas no lo ven de la misma
manera, tanto el doliente como las que lo rodean. Por eso hay que ayudar a la familia a entender que
el trabajo de duelo tiene requerimientos diferentes de acuerdo a cada situación o persona.
No hay que esperar que todas las personas elaboren el duelo de la misma forma. Esto a veces es
difícil de entender para las familias. Muchas veces puede suceder que se crea que al que está
viviendo el duelo se le está ayudando de muy buena manera, y puede que lo que necesite esa persona
como ayuda a su trabajo de duelo sea diferente.
El no saber distinguir las diferencias individuales con que se da un duelo, puede llevar a
confusiones y llegar a interpretar comportamientos normales de un duelo, como patológicos.
Pista n° 9:
Examinar defensas y estilos de afrontamiento
Muchas veces las personas que están sufriendo un duelo quieren bloquear su dolor o evitarlo a
como dé lugar, y por esta razón es que buscan mecanismos que no son los más sanos, como las drogas
o el alcohol, y no dimensionan los peligros a que se pueden ver sometidos desde el punto de vista
fisiológico. También pueden caer en conductas agresivas que van a poner en peligro su integridad y
la de los demás.
Ninguna de estas conductas ayuda a poder hacer el trabajo de duelo, por el contrario, lo
entorpecen y en ocasiones lo pueden transformar en un duelo crónico, lo que complicaría más aún el
proceso, para él y su familia, que tiene que acompañarlo y vivir estos momentos de crisis.
Es bueno visualizar todo este cuadro para orientar al que está viviendo el duelo, sobre los peligros
que le pueden acarrear estas conductas, y a la familia involucrada. Porque en algunos casos hay que
derivar a un especialista. (Como veremos en la pista siguiente).
La negación, estar eufórico, caer en el activismo o en el exceso de trabajo, derrumbarse y caer en
un hoyo negro, pueden ser expresiones de mecanismos de defensa, que siendo reconocidos por el
acompañante se pueden reconducir y se ayuda a desactivarlos para que no sigan entorpeciendo el
trabajo de duelo.
Pista n° 10:
Identificar patologías y derivar
Lo que tiene que tener muy claro la persona que acompaña un duelo es hasta dónde llegan sus
competencias en dicho proceso.
¿Qué hacer cuando aparece sintomatología psicótica prolongada en el tiempo, cuadros depresivos,
ideación suicida u otros?
Aquí en estos casos se debe derivar al especialista que la persona necesite para su particular
patología o problemática más seria. En estos casos puede ser un psiquiatra, un psicólogo u otro
profesional.
Esta derivación debe ser acompañada, es decir, estudiar muy bien a quién se derivará, cuál es el
especialista que más le conviene y conversar con la familia sobre las responsabilidades que asumen
en todo este proceso.
Pista n° 11:
Apoyo constante en el duelo
Durante el duelo es bueno que el que acompaña en este proceso, esté siempre disponible, en la
medida de lo posible, para la persona que está realizando el trabajo de duelo, ya que a veces surgen
situaciones donde la persona doliente se puede sentir agobiada y necesite una ayuda extra, fuera de
las sesiones de acompañamiento, como por ejemplo: aniversario de la muerte o cumpleaños, donde
el dolor se puede hacer más presente y la persona requiera un apoyo para el trabajo de duelo. Puede
ser una visita si la situación lo amerita o una llamada por teléfono que a veces puede tranquilizar
bastante, por el solo hecho de escuchar a alguien y tener a alguien que se haga eco de su dolor y la
acoja. Los grupos de autoayuda, son especialmente útiles para este tipo de trabajo.
Pista n° 12:
Quien acompaña, debe estar acompañado
Esta es la regla de oro que no se puede dejar olvidada.
Es conveniente tener presente que los que acompañan situaciones de alto nivel de estrés como los
duelos, tienen que tener espacios adecuados de descanso y autocuidado; facilitar esto redundará en
un servicio más eficaz.
El que se contraste con otro lo que le está aconteciendo en su vida, a partir de los
acompañamientos que realiza, es una de las formas para mantener una salud espiritual y humana tal,
que le permita seguir prestando estos servicios.
53
Drane, J. F. (1999). El cuidado del enfermo terminal. En J. F. Drane, El cuidado del enfermo terminal, Washington, Biblioteca de la
OPS, pág. 159.
54
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, págs. 23, 45, 46, 69.
55
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, págs. 23, 45, 46, 69.
56
Pangrazzi, A. El duelo. Cómo elaborar positivamente la pérdidas humanas, 7ª ed., Buenos Aires, San Pablo, 2003, págs. 27, 74, 75,
12).
57
Pangrazzi, A. El duelo. Cómo elaborar positivamente la pérdidas humanas, 7ª ed., Buenos Aires, San Pablo, 2003, págs. 27, 74, 75,
12).
58
Kübler-Ross, E. (2002). Lecciones de vida. En E. Kübler-Ross, Lecciones de vida, Barcelona, Ediciones B., pág. 12.
59
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, págs. 23, 45, 46, 69.
60
Worden J. William. El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Barcelona, Paidós, 2008, págs. 23, 45, 46, 69.
61
www.psicoterapeutas.com/paginaspersonales/susana/DUELO.pdf
CONCLUSIÓN
A , nos queda la convicción que acompañar a otros, en medio de la época que nos está
L TERMINAR ESTAS PÁGINAS
correspondiendo vivir, se convierte en un servicio que será solicitado cada vez con mayor
frecuencia. Son numerosas las oportunidades donde nos vemos enfrentados a la necesidad de
encontrar sentido, a partir de lo que cotidianamente nos sucede. La vida plácida que les pudo
corresponder a nuestros abuelos, alejada de tanta tecnología y estímulos ya no es. De igual modo, los
niveles de confort y los estándares de bienestar son muy distintos, lo que hace que las experiencias
de pérdidas se den hoy con más frecuencia y la necesidad de discernir se presenta más urgente.
Nuestra sociedad del éxito y gozo, del placer fácil y la recompensa pronta, no nos permite dialogar
con fluidez con el dolor, la muerte y el sin sentido que ellas reportan.
Por lo mismo, nos queda ser agradecidos de poder acompañar, de la confianza que otros hermanos
han depositado en nosotros, que nos ha permitido esbozar en este texto una síntesis, y reconocer
algunas certezas que compartimos.
Un sentimiento que surge al llegar al fin de esta obra, es el de admiración por lo que es el misterio
humano. El hombre y la mujer de hoy, son capaces de vivir en condiciones que hace poco más de
ochenta años eran impensadas, ellas solo se podían escribir en una novela de ficción, como por
ejemplo vida en el espacio exterior. Hoy somos capaces de estar circundando la tierra por más de un
año en una estación espacial, y desde ahí experimentar para las mejoras de nuestro estilo de vida en
la tierra. Con todo, seguimos siendo frágiles y necesitados de ayuda para reordenar los sentimientos
y poder decidir continuar con nuestra vida, cuando perdemos algo significativo o a alguien con quien
tenemos una historia en común. Eso admira, parece que podemos todo, pero tenemos pies de barro y
nos derrumbamos.
Esto fascina, ya que permite que nos comprendamos siempre en un constante proceso de
construcción y desarrollo, captando que esa fragilidad no atenta contra nosotros, sino que es
condición de posibilidad para que se realice ese anhelo de plenitud que llevamos inscrito en el
corazón.
Con razón, el papa Francisco en muchas de sus intervenciones ha ido invitando a que practiquemos
la «pastoral de la oreja», que no es otra cosa que nos dispongamos escuchar con misericordia al
hermano que sufre. La escucha atenta y delicada, interesada en lo que el otro se encuentra
padeciendo, es el primer momento de todo acompañamiento; lo que vive y le pasa, el relato de sus
heridas, acogido y resguardado como un don de confianza, es sanación del alma y de la vida, se
restaura la dignidad y se renueva la determinación de seguir adelante.
Es esta intuición del papa Francisco, la que nos hace mirarnos como acompañantes, también en la
fragilidad, y no como superhombres que poseen «poderes» para mágicamente resolver la vida de los
acompañados. Atreverse a acompañar es signo que uno necesita ser acompañado, ya que uno no es su
propio médico; como acompañante, tengo necesidad que otro me escuche y me tienda una mano, solo
así seré generoso para tender la mano y acoger a quien confía en mí.
ANEXOS
En Japón, en un pequeño poblado no muy lejos de la capital vivía un viejo samurai. Un día, cuando
él instruía a sus aprendices, se le acercó un joven guerrero conocido por su rudeza y crueldad. Su
forma de ataque favorita era la provocación: él sacaba de sus casillas a su oponente, y cuando aquél
ya estaba cegado por la ira y cometía errores en la pelea, el otro, tranquilo, comenzaba a pelear,
ganándole con facilidad.
El joven guerrero empezó a insultar al viejo, le lanzaba piedras, lo escupía y le decía las peores
palabras que conocía. Pero el viejo se quedó ahí, quieto como si no ocurriese nada y continuó con su
enseñanza. Al final del día, el joven guerrero, cansado y enfurecido, se fue a casa.
Los aprendices, sorprendidos de que el viejo samurai hubiese soportado tantos insultos, le
preguntaron:
—¿Por qué no peleaste con él? ¿Tenías miedo de la derrota?
El viejo samurai respondió
—Si alguien se acerca con un regalo, pero tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo?
—A quién lo traía —respondió uno de sus discípulos
—Lo mismo ocurre con el odio, la envidia y las malas palabras. Hasta que no las aceptas, le
pertenecen a aquél que las traía
(Anónima)
Parábola de los dos copos de nieve 63
Caía la nieve. Todo alrededor estaba tranquilo y los copos de nieve caían dibujando círculos en
una caprichosa danza, acercándose lentamente a la tierra.
Dos copitos de nieve que volaban cerca el uno del otro empezaron a conversar y para que el
viento no los alejara, se tomaron de la mano y uno de ellos exclamó:
—¡Qué sensación fantástica la de volar!
—No estamos volando, solo caemos. —dijo triste el otro.
—Pronto nos encontraremos con la tierra y nos convertiremos en una hermosa cobertura blanca
para ella.
—No, vamos a encontrarnos con la muerte: cuando caigamos a tierra nos pisotearán.
—Nos convertiremos en pequeños riachuelos y al final iremos al mar. ¡Seremos eternos! —Dijo el
primer copo de nieve.
—No, nos derretiremos y desapareceremos para siempre—, objetó el segundo copo.
Al final se cansaron de discutir.
Se soltaron de las manos, y cada uno de ellos voló al encuentro con el destino que eligió.
(Anónima)
Parábola del árbol 64
Cerca al camino había un árbol que creció torcido. Una noche, cerca de él pasó corriendo un
ladronzuelo. Desde atrás observó una silueta desconocida, y con temor pensó que en el camino había
policías, y por eso huyó con espanto.
Una tarde cerca del árbol pasó un joven enamorado. Desde lejos, vió una silueta femenina y pensó
que su amada lo esperaba con impaciencia. Se alegró y aligeró el paso hacia su encuentro.
Un día cerca del árbol pasaba una madre con su pequeño hijo. El niño, asustado por cuentos que
había oído, pensó que al lado del camino se encontraba un espanto que lo observaba, y comenzó a
llorar con vehemencia.
Pero el árbol siempre fue solo un árbol.
El mundo que nos rodea es solo un reflejo de nosotros mismos.
(Anónima)
Parábola corta pero profunda 65
Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna congelada. Era una tarde nublada y fría,
pero los niños jugaban sin preocupación. Cuando de pronto, el hielo se reventó y uno de los niños
cayó al agua. El otro niño viendo que su amiguito se ahogaba debajo del hielo, tomó una piedra y
empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró quebrarlo y así salvar a su amigo. Cuando
llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron: –¿Cómo lo hizo?
El hielo está muy grueso, es imposible que lo haya podido quebrar, con esa piedra y sus manos tan
pequeñas! En ese instante apareció un anciano y dijo: – Yo sé cómo lo hizo…
— ¿Cómo? Le preguntaron al anciano, y él contestó:
— No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
(Anónima)
Solidaridad 66
Estaba un día Diógenes plantado en la esquina de una calle riendo como un loco.
—¿De qué te ríes?, preguntó un transeúnte.
—De lo necio que es el comportamiento humano, respondió.
—«¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué aquí esta mañana, diez
personas han tropezado con ella y la han maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia
de retirarla para que no tropezaran otros con ella.
(Popular)
ANEXO 2: RUTINAS QUE FACILITAN ENTRAR
EN EL TRABAJO DE DUELO
Regalarse tiempo para estar con usted mismo y con las personas significativas.
Potenciar los recuerdos agradables de lo que le produce el duelo.
Escriba sin censura lo que le provoca el estado de duelo.
Mantenga una alimentación sana y equilibrada.
No se niegue el experimentar dolor y pena ante el objeto perdido.
Ante la culpa tome distancia.
Enumere las esperanzas que surgen durante el tiempo de duelo.
Agradezca a los que le han acompañado y han estado cerca.
No juzgue al que no se ha hecho presente.
No olvide que luego de la noche viene la mañana y todo lo podrá ver con más luz.
ANEXO 3: PARÁBOLAS DEL EVANGELIO
Mateo Marcos Lucas Juan
5,1-12 1,12-13 1,46-55 2,1-11
5,38-42 1,40-45 4,1-13 3,1-6
6,25-34 8,22-26 5,12-15 8,12
7,7-12 10,46-52 5,17-26 11,1-44
8,23-27 13,5-22 15,1-7 17,1-26
9,18-26 15,8-10 19,25-27
12,9-13 15,11-32
18,21-35 17,11-19
20,29-34 18,1-5
24,29-31 24,13-35
26,36-46
Alabanza: 32,103,134,135,18,148,64,8,75,80,104,106
Confianza: 3,4,9,10,21,22,26,30,33,35,38,45,55,56,61,62, 70,90,102,107,113 B, 120,124,130
Enfermedad: 6, 37, 87,101
En la muerte: 38, 87, 89, 142, 21, 30, 34, 54,68
Resurrección: 44, 67, 103, 113, 114, 117, 125,135
ANEXO 6: GLOSARIO
Acompañamiento Espiritual
Proceso por el cual se desarrolla un itinerario para abordar las diversas temáticas que tienen
relación con la fe y la experiencia de Dios. Experiencia para discernir lo trascendental y descubrir la
voluntad de Dios en la persona.
Consejería
Ayuda orientativa frente a dificultades en la maduración de la autonomía y libertad en la persona.
Terapia
Intervención realizada por un profesional de la salud mental, conducente a proponer acciones
curativas, correctivas o paliativas de traumas y/o dolencias de la psiquis.
62
http://www.taringa.net/posts/solidaridad/18883399/La-parabola-del-samurai.html
63
http://genial.guru/psicologia/3-cortas-parabolas-acerca-de-como-vemos-al-mundo-y-a-nosotros-mismos-354/
64
http://genial.guru/psicologia/3-cortas-parabolas-acerca-de-como-vemos-al-mundo-y-a-nosotros-mismos-354/
65
http://www.taringa.net/post/salud-bienestar/9878493/Parabola-corta-pero-profunda.html
66
http://endrino.pntic.mec.es/mrid0006/HISTORITAS2/SOLIDARIDAD.htm
67
https://www.youtube.com/watch?v=pQevw0492Z4
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20. Worden, William J. (2004). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidós.
Table of Contents
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo: Acompañar al modo y estilo de Jesús, por Alejandro Goic
Prólogo, por Mauricio Besio Rollero
Introducción
Pasión-Muerte-Resurrección en la vida de cada persona
La negación social del duelo
Antropología: Qué hombre es el hombre de hoy
Modelo cognitivo
Las manifestaciones de un duelo normal
Definiciones
El duelo y su función
Conclusión
Anexos
Bibliografía