Lyons
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¿Qué es la vida?
el sentido de una capacidad para la comunicación o bien el de un sistema concreto o lengua natural. Los
filósofos, psicólogos y lingüistas suelen insistir en que la posesión del lenguaje es lo que más claramente
distingue el hombre de los demás animales.
lleva a otro asunto. La palabra, sino también a una diversidad de sistemas distintos de comunicación,
acerca de los cuales hay opiniones bastante controvertidas. Ello se debe a que esta forma es más
general que el otro miembro de la oposición, esto es ‘lengua’, pues se emplea para hacer referencia no
sólo a la capacidad comunicativa en general, sino también a los sistemas comunicativos naturales o
artificiales, humanos o no, a los que se aplica la palabra inglesa language en un sentido al parecer
ampliado.
El lingüista se ocupa primordialmente de las lenguas naturales. El lingüista, entonces, desea saber si
todas esas lenguas naturales tienen algo en común que al propio tiempo no esté presente en los demás
sistemas de comunicación. humanos o no, algo tan específico, que autorice la aplicación del término
‘lengua’ en forma exclusiva, pretiriendo así los demás sistemas comunicativos, salvo cuando, como el
esperanto, se basen en lenguas naturales preexistentes.
Lenguaje y lengua
Según Sapir (1921: 8): «E l lenguaje es un método puramente humano y no instintivo para la
comunicación de ideas, emociones y deseos por medio de símbolos producidos voluntariamente.» Esta
definición adolece de diversos defectos. Por muy amplios que sean los sentidos atribuidos a los términos
‘idea’, ‘emoción’ y ‘deseo’, parece evidente que mucho de lo que se comunica por medio del lenguaje
no queda cubierto per ninguno de ellos; sobre todo ‘idea’, que es esencialmente impreciso. Por otra
parte, existen muchos sistemas de símbolos voluntariamente producidos que sólo consideraríamos
lenguajes en un sentido ampliado o metafórico del término. Lógicamente, el habla presupone el
lenguaje, ya que no puede hablarse sin utilizar algún lenguaje (esto es, sin hablar en una determinada
lengua), pero puede usarse un lenguaje sin necesidad de hablar. Ahora bien, admitiendo que el lenguaje
es lógicamente independiente del habla, hay buenas razones para decir que, en todas las lenguas
naturales, al menos tal como las conocemos, el habla es históricamente, y quizá biológicamente,
anterior a la escritura.
En su Outline of Linguistic Analysis Bloch v Trager escribieron (1942: 5): «La lengua es un sistema de
símbolos vocales arbitrarios por medio del cual coopera un grupo social.» Lo que sorprende en esta
definición, en contraste con la de Sapir, es que no alude más que indirectamente y por implicación a la
función comunicativa del lenguaje. En cambio, hace hincapié en su función social y con ello, como
veremos más adelante, presenta un aspecto más bien reducido de la función que la lengua desempeña
en la sociedad. La definición de Bloch y Trager difiere de la de Sapir en que recoge la propiedad de la
arbitrariedad y en que limita el lenguaje a la lengua hablada (con lo que convierte en contradictoria la
frase ‘lengua escrita’). Aquí basta decir que, en lo atingente a las lenguas naturales, hay una relación
estricta entre ambos. Lógicamente, el habla presupone el lenguaje, ya que no puede hablarse sin utilizar
algún lenguaje (esto es, sin hablar en una determinada lengua), pero puede usarse un lenguaje sin
necesidad de hablar. Ahora bien, admitiendo que el lenguaje es lógicamente inde pendiente del habla,
hay buenas razones para decir que, en todas las lenguas naturales, al menos tal como las conocemos, el
habla es históricamente, y quizá biológicamente, anterior a la escritura).
En su Essav on Language, Hall (1968: 158), declara que el lenguaje es «la institución con que los
humanos se comunican e interactúan entre sí por medio de símbolos arbitrarios orales, y auditivos de
uso habitual». De todo ello merece destacarse, en primer lugar, que se mencione tanto la comunicación
como la interacción (esta última en un sentido más amplio y, por tanto, más adecuado que el de
‘cooperación’) y, en segundo lugar, que el término ‘oral y auditivo' puede tomarse como si fuese más o
menos equivalente a ‘fónico’, pues sólo se distingue de éste en que alude tanto al oyente como al
hablante (es decir, al receptor y al emisor de las señales fónicas que identificamos como enunciados
lingüísticos). Hall, lo mismo que Sapir, trata él lenguaje como institución humana y nada más. Al propio
tiempo, el término institución' pone de manifiesto que la lengua que emplea una determinada sociedad
forma parte de la cultura de esta misma sociedad. Y una vez más, se subraya la propiedad de la
arbitrariedad. Lo más notable de la definición de Hall, sin embargo, es el empleo del término ‘de uso
habitual’* para el que no faltan, por cierto, razones históricas. Cuando Hall habla de ‘símbolos’
lingüísticos seguramente se refiere a las señales fónicas efectivamente transmitidas del emisor al
receptor en el pro ceso comunicativo e interactivo.
Robins (1979a: 9-14), por su parte, no facilita ninguna definición formal de la lengua; al contrario, afirma
con razón que esas definiciones «tienden a ser triviales y carentes de información, a menos que
presupongan... alguna teoría general sobre la lengua v el análisis lingüístico». Lo que sí hace, en cambio,
es enumerar y examinar una serie de hechos relevantes que «de ben ser tenidos en cuenta en toda
teoría del lenguaje que se precie de seriedad». A lo largo de las sucesivas ediciones de su manual,
precisa que las lenguas son «sistemas de símbolos... basados casi por completo en una convención pura
o arbitraria», y luego hace un especial hincapié en su flexibilidad y adaptabilidad.
La última definición que vamos a aducir aquí pulsa una nota bien diferente: «De ahora en adelante
consideraré que una lengua es un conjunto (finito o infinito) de oraciones, cada una de ellas finita en
longitud y compuesta por un conjunto finito de elementos.» Esta definición procede de Syntactic
Structures (1957: 13) de Chomsky, cuya publicación inauguró el movimiento denominado gramática
transformativa. En contraste con las demás definiciones, trata de abarcar mucho más que las lenguas
naturales.
Chomsky está persuadido — y ha acentuado esa postura en su obra más reciente— de que no sólo
existen realmente estas propiedades estructurales, sino que son tan abstractas, complejas y específicas
en su finalidad, que ningún niño empeñado en la adquisición de la lengua nativa puede aprenderlas de la
nada. Por este motivo, Chomsky se considera racionalista y no empirista.
Una de las principales contribuciones de Chomsky a la lingüística consiste en haber concedido una
especial atención a lo que él mismo llama la dependencia estructural de los procesos que configuran las
oraciones de las lenguas naturales y en haber formulado una teoría general de la gramática basada en
una cierta definición de esta propiedad (cf. 4.6).
Las cinco definiciones de ‘lengua’ que acabamos de citar y examinar brevemente han servido para
introducir algunas propiedades que los lingüistas consideran rasgos esenciales de las lenguas tal como
las conocemos.
Distinciones de sentido necesarias entre ‘lenguaje’ y ‘lengua’ [dado que en algunas lenguas, como en
inglés, se confunden en un solo término]. Y a me he referido a la distinción entre lenguaje en general y
una determinada lengua. El adjetivo ‘lingüístico’, en consecuencia, es ambiguo (pues se refiere al
‘lenguaje’, a la ‘lengua’ y aun a la ‘lingüística’).
Usar una lengua y no otra equivale a comportarse de una manera y no de otra. Tanto el lenguaje en
general como las lenguas en concreto pueden concebirse como un comportamiento o actividad, parte
del cual, al menos, es observable y reconocible como comportamiento lingüístico, no sólo por los
propios interlocutores (esto es, hablantes y oyentes en el caso de la lengua hablada), sino también por
los observadores no directamente implicados en ese comportamiento, típicamente interactivo y
comunicativo, en el momento de producirse.
El lenguaje o la lengua, entonces, puede considerarse legítimamente desde el punto de vista del
comportamiento o de la conducta (si bien no necesariamente desde un punto de vista conductista),
pero también desde otros dos más, por lo menos.
Cuando decimos que alguien habla español, queremos decir una de dos: o bien (a) que de un modo
habitual u ocasional se entrega a un determinado tipo de comportamiento, o bien (b) que tiene la
capacidad (tanto si la eiercitá como si no) de emprender este particular tipo de comportamiento. Si
aludimos a lo primero mediante actuación v a lo segundo mediante competencia, podemos afirmar que
la actuación presupone la competencia, mientras que la competencia no presupone la actuación. Aquí
basta con notar que para Chomsky lo que realmente hacen los lingüistas cuando describen una
determinada lengua no es describir la actuación misma (es decir, el comportamiento), sino la
competencia de sus hablantes (en lo que tiene de puramente lingüístico) que subyace a la actuación y la
hace posible. La competencia lingüística equivale, pues, al saber que se tiene acerca de una lengua. IT
como la lingüística se ocupa de la identificación y el examen teóricamente satisfactorio de los
determinantes de la competencia lingüística, debe clasificarse, según Chomsky, como una rama de la
psicología del conocimiento.
A su vez. la distinción entre ‘langue’ y ‘parole’, tal como la emitió originalmente Saussure, encubre una
serie de distinciones lógicamente dependientes. Las más importantes se referían a la distinción entre lo
potencial y lo actual, por una parte, v entre lo social y lo individual, por otra (cf. 7.2). Lo que Saussure
llamaba ‘langue’ se refiere a la lengua comúnmente compartida por todos los miembros de una
comunidad lingüística dada (esto es por todos los hablantes reconocidos de la misma lengua). Ei término
francés ‘langue’, que, como vemos, no es más que la palabra que significa «lengua», se deja sin traducir
a menudo cuando se emplea técnicamente en el sentido saussureano. Nosotros emplearemos el
término 'sistema lingüístico’ en lugar de aquél [o de ‘lengua’], y estableceremos un contraste con el de
‘comportamiento lingüístico’ [en lugar de ‘habla’], al menos al principio, tal como Saussure contrastaba
‘langue’ y ‘parole’. Un sistema lingüístico es un fenómeno social, o una institución, puramente abstracta
en sí misma, por cuanto carece de existencia física. pero que se realiza ocasionalmente en el
comportamiento lingüístico de los miembros de la comunidad.
Lengua y habla
Uno de los principios cardinales de la lingüística moderna afirma que la lengua hablada es más básica
que la escrita. Esto no significa, sin embargo, que la lengua deba identificarse con el habla. Y en tanto
que lengua es independiente del medio en que discurren las señales lingüísticas, diremos que tiene la
propiedad de la transferibilidad de medio.
los cambios producidos en la lengua de los textos escritos en distintos períodos — como, por ejemplo,
aquellos que con los siglos transformaron el latín en francés, italiano, español, etc.— podían explicarse a
base de cambios ocurridos en la lengua hablada. En último término, todas las grandes lenguas literarias
del mundo derivan de la lengua hablada por una determinada comunidad.
La prioridad histórica, no obstante, es mucho menos importante que otros tipos de prioridad implicados
por el término ‘básico’ en este contexto, pues alude a una presunta prioridad estructural, funcional y, al
parecer, biológica. Podemos aclarar cómo sigue la supuesta prioridad estructural de la lengua hablada.
Si omitimos, de momento, las diferencias de estilo que cabe encontrar entre lenguas escritas y habladas
correspondientes y adoptamos el supuesto de que toda oración hablada aceptable puede transferirse a
otra oración escrita también aceptable, y a la inversa, no hay motivo para pensar que alguna de estas
versiones haya de derivar de la otra, como no sea por circunstancias puramente históricas. La estructura
de las oraciones escritas depende de distinciones reconocibles de forma gráfica, mientras que la de las
oraciones habladas se basa en distinciones reconocibles de sonido. En el caso, teóricamente ideal, de
que hubiese una correspondencia biunívoca entre las oraciones escritas y habladas de. una lengua, cada
oración, escrita sería isomórfica (es decir, tendría la misma estructura interna) con la correspondiente
oración hablada. No todas las combinaciones de letras son admisibles, como tampoco todas las de
sonidos. Pero hay una importante diferencia, a este respecto, entre letras y sonidos. La capacidad
combinatoria de los sonidos utilizados en una lengua depende, en parte, de las propiedades del medio
mismo en que se manifiestan (hay combinaciones de sonidos impronunciables o muy difíciles de
pronunciar) y, en parte, de restricciones más concretas que valen sólo para la lengua en cuestión. A su
vez. la capacidad de las letras para combinarse entre sí resulta totalmente impredictible a juzgar por su
aspecto externo. Sin embargó, es más o menos predictible en las lenguas que emplean un sistema de
escritura alfabético si se atiende a la asociación de las formas con los sonidos v a la capacidad
combinatoria que presentan en el habla los propios sonidos. En este aspecto, por tanto, la lengua
hablada es estructuralmente más básica que la escrita, aun cuando ambas pueden ser isomórficas, en un
ideal teórico al menos y en un plano de unidades superiores como palabras v frases.
La prioridad funcional es más fácil de describir y de comprender. Aun hoy, en la más culta de las
sociedades industrializadas y burocratizadas, la lengua hablada se emplea para una serie de cometidos
más extensa que la lengua escrita, mientras que ésta sirve de sustituto funcional del habla sólo en
situaciones que hacen imposible, poco fiable o ineficaz la comunicación vocal-auditiva.
Con ello llegamos a la cuestión más controvertida de la prioridad biológica. Hay muchos indicios que
sugieren que los seres humanos están genéticamente programados no sólo para adquirir el lenguaje,
sino también, v como parte del mismo proceso, para producir y reconocer sonidos de habla.
Queda en pie, sin embargo, la diferencia entre la prioridad biológica y la prioridad lógica. Como hemos
subrayado ya, la lengua tiene, en grado sumo, la propiedad de la transferibilidad de medio. En el curso
normal de los acontecimientos, los niños adquieren naturalmente un dominio de la lengua hablada (esto
es, en virtud de unas dotes biológicas y sin ninguna preparación especial), mientras que la lectura y la
escritura son habilidades especiales en las que los niños reciben una instrucción igualmente especial
basada en el conocimiento previo de la lengua hablada.
Por lo demás, en cuanto a la descripción de las lenguas, el lingüista tiene buenas razones para tratar las
correspondientes modalidades escritas y habladas como si fuesen más o menos isomórficas, pero no
totalmente. Como se ha dicho antes, el isomorfismo completo no es más que un ideal teórico. No existe
sistema ortográfico (al margen de los sistemas de transcripción que los fonetistas han diseñado para
este propósito) capaz de representar todas Tas distinciones importantes del habla.
Es corriente que la semiótica reciba una diversidad de definiciones: como ciencia de los signos, del
comportamiento simbólico o de los sistemas de comunicación. Hay conceptos que son pertinentes para
la investigación de todos los sistemas comunicativos, humanos y no humanos, naturales y artificiales. Se
transmite una señal de un emisor a un receptor (o grupo de receptores) por un canal de comunicación.
La señal tendrá una determinada forma y transmitirá un cierto significado (o mensaje). La conexión
entre la forma y el significado de una señal viene determinada por lo que (en un sentido más bien
general del término) suele denominarse en semiótica el código: el mensaje es codificado por el emisor y
descodificado por el receptor.
Desde este punto de vista, las lenguas naturales son códigos y admiten, por tanto, una comparación con
otros códigos en todos los aspectos posibles: en cuanto al canal por el que se transmiten las señales, por
la forma, o estructura, de las señales, por el tipo o gama de mensajes codificables, y así sucesivamente.
La dificultad radica en determinar qué propiedades de los códigos, o de los sistemas comunicativos en
que éstos operan, son importan tes para establecer la comparación y qué otras son insignificantes o
menos importantes. El problema se agrava porque muchas de las propiedades que cabría considerar
decisivas son graduales, por lo que parece preferible comparar códigos por el grado en que se presenta
o actúa una determinada propiedad que no a base tan sólo de si tal o cual propiedad se halla o no
presente. A veces se han hecho comparaciones más bien absurdas, entre las lenguas y los sistemas de
comunicación de determinadas especies de pájaros y otros animales por elegir unas propiedades en vez
de otras y no prestar atención a su graduabilidad. Por muy paradójico que parezca a primera vista, el
español escrito puede transmitirse por un canal vocal-auditivo (es decir por medio del habla) y, a su vez,
el español hablado puede también transmitirse por vía escrita (si bien no muy satisfactoriamente, con la
ortografía al uso).
Tal vez la característica más destacada de la lengua en comparación con otros códigos o sistemas-
comunicativos sea su flexibilidad y versatilidad. Entre las propiedades más específicas que contribuyen a
dar flexibilidad y versatilidad a la lengua (esto es a, todos y a cada uno de los sistemas lingüísticos), a
menudo se reservan cuatro para una mensión detallada: la arbitrariedad, la dualidad, la discreción y la
productividad.
Por dualidad se entiende la propiedad de tener dos niveles de estructura tales que las unidades del nivel
primario se componen de elementos del nivel secundario, y que cada uno de dichos niveles tiene sus
propios principios organizativos.
De momento, podemos considerar que los elementos de la lengua hablada son sonidos (más
exactamente, fonemas). Los sonidos no tienen significado por sí mismos. Su única función consiste en
combinarse entre sí para configurar unidades que sí tienen, en general, un cierto significado.
(iii) La discreción se opone a la continuidad o variación continua. En el caso de la lengua, constituye una
propiedad de los elementos secundarios. Para ilustrarlo rápidamente, digamos que ‘cal’ y ‘col’ difieren
en forma, tanto en la lengua escrita como hablada. No hay, por lo demás, dificultad en producir un
sonido vocálico que se encuentre a mitad de camino de las vocales que normalmente aparecen en la
pronunciación de estas dos palabras [esto es, un sonido intermedio entre a y o]. Ahora bien, si en el
mismo con texto sustituimos las vocales de ‘cal’ y ‘col’ por este sonido vocálico intermedio, no por ello
habremos pronunciado una tercera palabra distinta de aquellas dos o que reúna las cualidades de
ambas. En rigor, habremos pronunciado algo que no puede reconocerse en absoluto como una palabra
o bien que cabe entender, a lo sumo, como una mala pronunciación de cualquiera de aquellas otras dos.
La identidad de la forma en la lengua es, en general, un asunto de todo o nada, no de más o menos.
Aunque la discreción no depende lógicamente de la arbitrariedad, actúa conjuntamente con ella para
aumentar la flexibilidad y la versatilidad de los sistemas lingüísticos. Por lo general, esto no sucede: ‘cal’
y ‘col’ no se parecen más en significado que otros pares de palabras tomados al azar del vocabulario del
español. El hecho de que las palabras con diferencias mínimas de forma suelan distinguirse
considerablemente, y no también mínimamente, en el significado viene a intensificar la discreción de la
diferencia formal recíproca, pues en la mayoría de los contextos la aparición de una de ellas será
muchísimo más probable que la aparición de la otra, lo que disminuye la posibilidad de que haya una
mala comprensión en condiciones deficientes de transmisión de señal. En los sistemas de comunicación
de animales la ausencia de discreción (esto es, la variación continua) suele relacionarse con la no
arbitrariedad.
Lo más notable de la productividad de las lenguas naturales, por cuanto se manifiesta en su estructura
gramatical, es la extrema complejidad y heterogeneidad de los principios que la constituyen y aseguran
su funcionamiento. Ahora bien, como Chomsky, más que nadie, ha subrayado, esta complejidad y
heterogeneidad no carece de constricciones, sino que, por el contrario, está regulada.
Merece la pena notar también que estas cuatro propiedades, totalmente independientes tanto del canal
como del medio, son, sin embargo, menos características en la parte no verbal de las señales
lingüísticas. En efecto, los enunciados no se componen tan sólo de secuencias de palabras. Superpuestos
a la cadena de palabras (es decir a la parte verbal), en toda enunciación hablada habrá dos tipos más o
menos distinguibles de fenómenos fónicos: los prosódicos y los paralingüísticos. Los rasgos prosódicos
comprenden, por ejemplo, el acento y la entonación; y Ios paralingüísticos, fenómenos tales como el
ritmo, la intensidad, etc. También aparecerán junto con la enunciación hablada, otra serie de fenómenos
no fónicos (movimientos de ojos, inclinaciones de cabeza, expresiones faciales, ademanes, posturas
corporales, etc.) que determinan ulteriormente la estructura o el significado del enunciado resultante y
que pueden también considerarse paralingüísticos.
La ficción de la homogeneidad
Creencia o la suposición de que todos los miembros de una misma comunidad lingüística hablan
exactamente la misma lengua. Salvo en las más pequeñas comunidades lingüísticas del mundo, en el
resto existen siempre diferencias más o menos evidentes de acento y de dialecto. De estos términos, el
primero es más restringido que el segundo, pues se refiere tan sólo a la manera como se pronuncia la
lengua y nada tiene que ver con Ija gramática y el vocabulario. Esto ocurre con frecuencia, sobre todo si
el dialecto en cuestión ha tomado, por razones históricas, el rango de lengua estándar nacional o
regional. pronunciarán con un acento que revelará su proveniencia geográfica o social. Hay que
establecer una distinción, al menos en el uso cotidiano, entre ‘acento* y ‘dialecto*. Pero conviene
comprender que un dialecto dado que se mantiene idéntico en los demás aspectos, puede pronunciarse
de maneras notablemente distintas. Aunque el lingüista utilice el término ‘dialecto* y, como el profano,
lo relacione con ‘lengua* diciendo que una lengua dada puede componerse de distintos dialectos, no
acepta, en cambio, las implicaciones que típicamente acompañan al término ‘dialecto* en el uso diario.
En especial, rechaza que el dialecto de una región o una clase social sea una mera versión envilecida o
degenerada del dialecto estándar, pues sabe, por el contrario, que desde un punto de vista histórico el
dialecto estándar — al que el lego tenderá a llamar ‘lengua’, en vez de ‘dialecto’— no es, en su origen,
aunque sí en su desarrollo ulterior, de distinto tipo con respecto a los dialectos no estándares. En el uso
cotidiano de los términos ‘dialecto’ y 'lengua', la distinción suele basarse primordialmente en
consideraciones políticas o culturales. En realidad, sucede muy frecuentemente que no puedan
delimitarse bien dos dialectos situados en regiones adyacentes. Por muy estrictamente que
circunscribamos el área dialectal a 'partir de criterios sociales e incluso geográficos, siempre nos
encontraremos, si investigamos bien el tema, una cierta cantidad de variación sistemática en el habla
incluso de quienes son; reputados hablantes del mismo dialecto. En última instancia, habremos de
admitir que cada cual tiene su propio dialecto individual, esto es que cada uno tiene su propio idiolecto,
como dicen los lingüistas. Todo idiolecto difiere de todos los demás sin duda en vocabulario y en
pronunciación y quizá también, aunque en menor grado, en la gramática. Por lo demás, tampoco el
propio idiolecto queda fijado de una vez por todas cuando se supone que termina el período de la
adquisición lingüística; por el contrario, está sujeto a modificaciones y ampliaciones a lo largo de toda la
vida.
Aparte de esta especie de escala a base de lengua-dialecto-idiolecto. existe otra dimensión de variación
sistemática en la enunciación de los miembros de una comunidad lingüística: el estilo. A naturaleza de lo
que tenemos que comunicar y algunos otros factores más. Tanto si las opciones estilísticas que hacemos
son conscientes como si no, son, a pesar de todo, sistemáticas e identificables. Más aún, tomar las
opciones constituye una parte importante del uso correcto y efectivo de la lengua. En cierto modo, por
consiguiente, todo hablante nativo de una lengua es estilísticamente multilingüe.
Así corno vale, en principio, suponer que cada dialecto constituye un sistema lingüístico aparte, también
vale— y no menos razonablemente— suponerlo de cada estilo reconocible.
La verdad es que toda lengua estudiada hasta el presente, al margen de lo primitiva o incivilizada que
pueda parecemos la sociedad que la emplea, se ha manifestado como un sistema complejo y altamente
desarrollado de comunicación. Lo que sí podemos decir es que no se ha descubierto aún una correlación
entre los diferentes estadios de desarrollo cultural por los que han discurrido las sociedades y el tipo de
lengua hablada en cada estadio en cuestión. En el siglo pasado hubo abundantes especulaciones sobre
el desarrollo de las lenguas desde la complejidad a la simplicidad estructural o bien viceversa, desde la
simplicidad a la complejidad. Muchas de las primitivas especulaciones de los estudiosos sobre la
evolución de las lenguas adolecían de un prejuicio en favor de las llamadas lenguas flexivas, como el
latín y el griego.
Llegados a este punto, es menester decir afeo sobre el origen del lenguaje, problema que ha tenido
ocupada la mente y la imaginación del hombre desde tiempo inmemorial. Fue extensamente debatido
en términos seculares, en el sentido de no religiosos o sobrenaturales, por los filósofos griegos, y luego
en diversas ocasiones, especialmente en el siglo XVIII, desde puntos de vista básicamente similares. Las
primeras discusiones llegaron incluso a desempeñar un importante papel en la configuración de la
gramática tradicional.
A su vez, los debates de finales del XVIII por el filósofo francés Condillac v el filósofo alemán Herder
propiciaron el camino para una mejor comprensión de la interdependencia entre lengua, pensamiento y
cultura. Desde el siglo pasado, la mayoría de lingüistas, con muy pocas excepciones, han tendido a
desechar el tema del origen del lenguaje por considerarlo fuera del alcance de la investigación
lingüística. La razón se debe a que, como hemos visto, a lo largo del siglo XIX los lingüistas se percataron
de que, por mucho que se remontaran en la historia de las lenguas mediante los textos documentales
conservados, era imposible discernir en ellas indicios de progreso evolutivo desde un estado más
primitivo a otro más avanzado. Lo único que puede decirse, no obstante, es que ahora parece mucho
más plausible que hace unos años la idea de que el lenguaje se originaría como un sistema de
comunicación gesticular y no fónico. Parte de esta evidencia se funda en el éxito que han tenido los
psicólogos al enseñar a los chimpancés a comprender y utilizar sistemas gesticulares bien complejos y,
hasta cierto punto, de base lingüística. Resulta con ello que el fracaso de los chimpancés para adquirir el
habla en experimentos simpares del pasado se explica, al menos en parte, por diferencias, relativamente
pequeñas, pero importantes, entre los órganos vocales del chimpancé y del hombre. Vistos ya los otros
datos sugieren que la lengua puede haberse desarrollado a partir de un sistema gesticular en una época
en que los antepasados del hombre adoptarían una posición verdea, con la que quedarían las manos
libres y el cerebro aumentaría en tamaño y capacidad para especializarse en funciones de elaboración
completa en el hemisferio dominante. En un momento dado, y por razones biológicamente verisímiles el
sistema gesticular se habría convertido en un sistema vocal, con lo que adquiriría continuación la
propiedad de la dualidad, que, como hemos visto, permite una expansión muy considerable de
vocabulario. De ahí que quizá no todas las propiedades características de la lengua, tal como las
conocemos, hayan estado presentes desde el principio y que lo lingüístico haya surgido efectivamente
de lo no lingüístico.
La única excepción con respecto a este último postulado se encuentra en las lenguas pidgin. Se trata de
lenguas especializadas en el comercio y actividades análogas que utilizan los que carecen de otra lengua
común. La característica de los pidgins es que tienen una gramática simplificada y un vocabulario muy
restringido con relación a la lengua o lenguas en que se basan. Claro que se utilizan para cometidos muy
limitados, pero cuando, como ha ocurrido a menudo, lo que ha empezado siendo un pidgin llega a
utilizarse como lengua materna de una comunidad lingüística, no sólo se procura un vocabulario más
extenso, sino que también acrecienta su propia complejidad gramatical. Por esto, y no por su origen, los
lingüistas han distinguido las lenguas pidgin de las llamadas criollas. Éstas pueden parecer, o sonar, en
muy gran medida como pidgins, pero no están más próximas a las lenguas primitivas — es decir, de
estructura rudimentaria— que cualquier otra de los miles de lenguas naturales que no se originaron, por
lo que sabemos, como pidgins (cf. 9.3).
Existen, evidentemente, diferencias considerables entre los vocabularios de las lenguas. De ahí que sea
necesario aprender otra lengua, o al menos un vocabulario especializado, para estudiar determinado
tema o disertar satisfactoriamente sobre él. En este sentido, puede suceder que una lengua esté mejor
adaptada que otra para determinados propósitos. Pero esto no significa que una lengua sea
intrínsicamente más rica que otra. Puede estimarse que todas las lenguas vivas son, por su propia
naturaleza, sistemas eficientes de comunicación. Y así como cambian las necesidades comunicativas de
una sociedad, cambiará la lengua respectiva para cubrir aquellas necesidades. El vocabulario se ampliará
bien por el préstamo de palabras de otras lenguas o bien creando otras nuevas a partir de las ya
existentes. El hecho de que muchas lenguas habladas en países que se consideran subdesarrollados
carezcan de palabras para los conceptos y los productos materiales de la ciencia y la tecnología
modernas no implica que las lenguas en cuestión sean más primitivas que las lenguas dotadas de tales
palabras, Significa ban sólo que no se han empleado, al menos de momento, por parte de quienes
intervienen en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Conviene destacar, en conclusión, que el principio de que no hay lenguas primitivas no constituye tanto
un hallazgo empírico de la investigación lingüística como una hipótesis de trabajo.
La lingüística
Como hemos visto, tanto el lenguaje en general como las lenguas en particular pueden estudiarse desde
diversos puntos de vista.
La lingüística histórica.
Conviene mencionar a este propósito los términos más técnicos 'diacrónico’ y ‘sincrónico’, acuñados por
Saussure (a cuya distinción entre ‘langue’ y ‘parole’ aludimos en el capítulo anterior). La descripción
diacrónica de una 1 lengua escudriña el desarrollo histórico de la misma y registra los cambios que ha
experimentado entre sucesivos puntos del tiempo; por tanto, ‘diacrónico’ equivale a histórico’. La
descripción sincrónica de una lengua no es histórica, ya que presenta un estado de lengua tal como se
encuentra en un determinado punto del tiempo.
Hay una tercera dicotomía entre lingüística teórica aplicada. Brevemente, la lingüística teórica estudia el
lenguaje y las lenguas con el objetivo de construir una teoría sobre su estructura y funciones sin prestar
atención a ninguna de las aplicaciones prácticas que podría tener la investigación, mientras que la
lingüística aplicada se propone en primer lugar al aprovechamiento de los conceptos y hallazgos de la
lingüística en una variedad de tareas prácticas, entre las que se incluye la enseñanza de lenguas. En
principio, la distinción entre teoría y aplicación es independiente de las otras distinciones establecidas
hasta aquí. En la práctica, apenas hay diferencia entre los términos’ lingüística teórica’' y lingüística
general, pues la mayoría de los que utilizan el primero dan por sentado que se proponen la formulación
de una teoría satisfactoria sobre la estructura del lenguaje en general. En cuanto a la lingüística aplicada,
es evidente que se basa tanto en la general como en la descriptiva.
La cuarta y última dicotomía distingue entre una visión más estricta y más amplia del ámbito de
investigación. No hay una distinción terminológica generalmente aceptada para ello, de modo que
utilizaremos los términos ‘microlingüística’ y ‘macrolingüística’, para decir que en la microlingüística, se
adopta el punto de vista más estricto y en la macroljngüística, el más amplio. En su sentido
máximamente estricto, la microlingüística se ocupa tan sólo de la estructura de los sistemas lingüísticos,
sin tener en cuenta cómo se adquieren las lenguas, ‘se almacenan en el cerebro o se emplean en sus
diversas funciones, y sin atender tampoco a la interdependencia que hay entre lengua y cultura ni entre
los mecanismos fisiológicos y psicológicos que intervienen en el comportamiento lingüístico; en
resumen, sin atender más que al sistema lingüístico considerado (como Saussure o mejor, sus editores,
lo expusieron) en sí mismo y por sí mismo. En su sentido máximamente amplio, la macrolingüística se
ocupa de todo lo que pertenece de algún modo al lenguaje y a las lenguas.
Hay ciertas zonas interdisciplinarias que se hayan identificado con la macrolinguistica y hayan recibido
una denominación específica: sociolingüística, psicolingüística, etnolingüística, estilística, etcétera.
tera.
La lingüística suele definirse como la ciencia del lenguaje, o, de otro modo, el estudio científico del
lenguaje. La lingüística, así, sufre más que la mayoría de las otras disciplinas por las implicaciones tan’
específicas que contienen, en inglés, las palabras ‘sciénce’ y 'scientific*. «científico», que se refieren
primordialmente a las ciencias naturales y a sus métodos característicos de investigación.
La mayoría de lingüistas que suscriben que la definición de su disciplina equivale al estudio científico del
lenguaje lo hacen pensando en que hay un modo científico y otro distinto, no científico, de hacer las
cosas.
Distinción nítida entre gramática tradicional y lingüística moderna con objeto de contrastar la condición
científica de la última con la no científica de la primera. Desde luego, hay buenas razones para admitir
tal distinción y señalar que muchas interpretaciones en torno a las lenguas, incorrectas y comunes en
nuestra sociedad, tienen su explicación histórica en los supuestos filosóficos y culturales que se
impusieron en el desarrollo de la gramática tradicional. Hay que subrayar, no obstante, que la
lingüística, como cualquier otra disciplina, se fundamenta en el pasado no sólo poniendo en duda y
refutando las doctrinas tradicionales, sino también desarrollándolas y volviéndolas a formular. Conviene
precisar asimismo que la llamada ‘gramática tradicional’ — es decir la teoría lingüística occidental qué sé
remonta, a través del Renacimiento y la Edad Media, hasta el pensamiento romano y, aún antes, al
griego – es mucho más dispar y matizada de fo que habitualmente se advierte. Se ha indicado a veces
que la investigación científica ha de proceder necesariamente por medió de la generalización inductiva
sobre la base de una observación no manipulada teóricamente. En realidad, esto es lo que mucha gente
sobreentiende en el término método científico. Los datos científicos, como se ha subrayado a menudea
no se dan en la experiencia, sino que se toman de la experiencia. La observación supone una atención,
selectiva. No existe observación ni allegamiento de datos al margen de la teoría y de alguna hipótesis
previa. Para decirlo con una expresión de moda originada en Popper, la observación está
necesariamente, y desde el mismo principio, imbuida de teoría. Los estudiantes de lingüística no deben
ignorar el empirismo y el positivismo. Sin un cierto conocimiento de ello — no necesariamente muy
detallado o profundo—, no pueden comprenderse los aspectos teóricos y metodológicos que
caracterizan las escuelas lingüísticas de la actualidad. Chomsky?
El empirismo implica mucho más que la adopción de métodos empíricos de verificación o confirmación;
de ahí que deba establecerse una distinción crucial entre ‘empirista’ y ‘empírico’. El término ‘empirismo’
se refiere a la concepción de que todo conocimiento proviene de la experiencia — la palabra griega
‘empeiría’ significa, aproximadamente, «experiencia»— y, más en concreto, de la percepción y los datos
sensoriales, se opone, en una inveterada controversia filosófica, al ‘racionalismo’ — del latín ‘ratio’, que
significa, en este contexto, «mente», «intelecto» o «razón»—. Los racionalistas destacan el papel que la
mente desempeña en la adquisición del conocimiento. En particular, defienden la existencia de ciertos
conceptos o proposiciones a priori (‘a priori’ significa, en su interpretación tradicional, «conocido
independientemente de la experiencia») a partir de los cuales la mente interpreta los datos de la
experiencia. Volveremos a algunos de los aspectos más concretos de esta controversia a propósito del
generativismo (cf. 7.4).
Toda ciencia bien establecida emplea conceptos teóricos característicos y métodos propios para obtener
e interpretar los datos. Lo que en el capítulo anterior denominábamos ficción — el sistema lingüístico
puede describirse en términos científicamente más precisos como constructo teórico.
Aquí la controversia radica en el uso del término ‘teoría’. Lo que Popper quería decir y estaba
precisamente criticando era la distinción tajante de los positivistas lógicos entre la observación
considerada en sí misma, teóricamente neutra, y la construcción de la teoría entendida como una mera
generalización inductiva. A menudo, sucede que la selección de datos está determinada por alguna,
hipótesis que el científico desea verificar, sin que importe cómo haya llegado a ella.
Nosotros adoptaremos la distinción entre conceptos preteóricos y teóricos en diversos momentos de los
capítulos subsiguientes y admitiremos que la observación, aun cuando sea necesariamente selectiva,
puede sujetarse a "controles metodológicos satisfactorios, tanto en la lingüística como en otras ciencias
basabas en la experiencia empírica.
Otro aspecto de la controversia — y uno de los que han cobrado especial importancia en la lingüística
actual— se refiere al papel de la intuición y a los problemas metodológicos derivados de ella. El término
‘intuición* contiene asociaciones más bien desafortunadas. Cuando aludimos a las intuiciones del
hablante nativo acerca de su lengua nos referimos a los juicios espontáneos y no condicionados sobre la
aceptabilidad o inaceptabilidad de enunciados, equivalencia o no equivalencia de enunciados, y así
sucesivamente.
El primero consiste en determinar si las intuiciones a las que se refiere el lingüista forman parte
efectivamente de la competencia lingüística misma del hablante nativo. La segunda parte del litigio se
refiere a la fiabilidad de los juicios del hablante nativo como reflejo o pronostico del comportamiento
lingüístico propio y ajeno. Introspecciones del lingüista. Como se ha señalado antes, la lingüística ofrece
vínculos naturales con una gama muy amplia de disciplinas académicas. Por ello, al decir que constituye
una ciencia no se niega en absoluto su estrecha relación temática con disciplinas tan humanas como la
filosofía y la crítica literaria.
Terminología y notación
Aquí empleamos el término ‘descriptivo’ en un sentido diferente y opuesto tanto, a ‘general’ como a
‘histórico’. Este contraste es el que se establece entre describir cómo son las cosas y prescribir cómo
deberían ser. Otro término equivalente a prescriptivo, en oposición analógica a ‘descriptivo’, es
‘normativo’. Afirmar que la lingüística es una ciencia descriptiva (es decir, no normativa) supone que el
lingüista trata de descubrir y almacenar las reglas que siguen realmente los miembros de una
comunidad lingüística sin imponerles otras reglas o “normas” (diversas, y, por tanto, extrañas) de
corrección.
El motivo principal de que los lingüistas actuales insistan tanto en la distinción entre reglas descriptivas y
prescriptivas reside en qué la gramática tradicional presentaba un talante fuertemente normativo. No
hay nada intrínsicamente ilógico en la construcción negativa doble.
Ultracorrección: la ampliación de una regla o principio, por ignorar su cobertura, a fenómenos a los que
originalmente no se aplicaba.
Desde luego, ni la lógica ni la gramática del latín sirven de tribunal decisorio para decidir si algo es o no
correcto en inglés. Tampoco puede apelarse a la autoridad incuestionable de la tradición por la tradición
(«A sí me los enseñaron a mí, a mis padres y a los padres de mis padres») o al uso de los escritores más
reputados de la lengua. Hay una opinión ampliamente admitida en nuestra sociedad, al menos hasta
hace poco, según la cual el cambio lingüístico supone necesariamente un decaimiento o una corrupción
de la lengua. Esta opinión no puede defenderse de ningún modo. Todas las lenguas están sujetas al
cambio, no hay más que observarlo. De ahí que la tarea de la lingüística histórica consista en investigar
todos los detalles posibles del cambio lingüístico y, mediante una teoría explicativa, contribuir al
conocimiento de la naturaleza del lenguaje. Los factores que determinan el cambio son complejos y
hasta ahora sólo parcialmente comprendidos. En cuanto al principio de seguir los criterios de los
escritores más consagrados, también es indefendible, al menos por la forma en que suele aplicarse.
Para evitar malentendidos, hemos de subrayar que, al distinguir entre descripción y prescripción, el
lingüista no mega el establecimiento y la prescripción de normas de uso. El problema de seleccionar,
estandarizar y promover una determinaba lengua o dialecto a expensas de otras está llena de
dificultades políticas y sociales. Forma parte de lo que se ha venido en llamar planificación lingüística, un
campo importante de la sociolingüística aplicada. Esto forma parte – muy importante, por cierto – de la
rama de macrolinguistica conocida por estilística.
y por él su verdadero significado equivalía a desvelar una verdad de la naturaleza. Por falacia
etimológica entiendo- el supuesto de que la forma y el significado originarios de una palabra son
necesariamente, y en virtud de ello, los únicos correctos. En el siglo XIX la etimología adquirió un
fundamento mucho más sólido que en los períodos anteriores. Un aspecto que descubrieron los
etimologistas del XIX y que los lingüistas actuales dan por sentado es que la mayoría de las palabras del
vocabulario de una lengua no pueden rastrearse hasta su origen.
Las lenguas, en cambio, no. No sólo es falso (por lo que sabemos) que todas las lenguas partieran de una
misma posición de tablero por así decirlo, y luego evolucionaran por su cuenta, sino que también es
imposible fechar el principio de una lengua como no sea muy aproximadamente y por una convención
arbitraria.
Las lenguas, desde un punto de vista diacrónico, no tienen principio ni fin determinado. En última
instancia, sólo por mera convención o conveniencia decimos que el antiguo inglés y el inglés moderno
constituyen dos estados de la misma lengua en lugar pongamos, de dos lenguas diferentes. Existe aún
otro aspecto por el que se desmorona también la analogía de Saussure. Por lo que sabemos, no hay
direccionalidad en la evolución diacrónica de las lenguas. Puede haber ciertos principios generales que
determinan la transición de un estado a otro de una lengua. Ahora bien, aun cuando existan tales
principios, no pueden compararse con las reglas de un luego artificial como el ajedrez.
Además, la noción de paso diacrónico entre estados sucesivos de una lengua sólo adquiere 'sentido" si
se aplica a estados lingüísticos relativamente alejados uno de otro en el tiempo. Me he referido ya a lo
que he llamado ficción de la homogeneidad (cf. 1.6). Hasta cierto punto, es tan útil como necesaria. No
obstante, si se entiende que el cambio lingüístico comporta la transformación constante de lo que en un
momento fue un sistema lingüístico perfectamente homogéneo, todo el proceso del cambio en la
lengua parece mucho más misterioso de lo que realmente es.
Estructura y sistema
Entre las señales lingüísticas que produce o produciría un hablante español en un período dado de
tiempo, algunas quedarían clasificadas como oraciones de la lengua, y otras no.
Digamos que las oraciones son lo que se puntuaría convencionalmente como tales en la lengua escrita.
Como hemos visto, las lenguas naturales tienen la propiedad de la transferibilidad de medio (cf. 1.4).
Esto significa que, por lo general, toda oración de la lengua escrita puede ponerse en correspondencia
con una oración de la lengua hablada, y viceversa. Equivalencia aproximada y simple entre los signos de
puntuación de una lengua escrita y las pautas de entonación de la correspondiente lengua hablada.
Si adoptamos el punto de vista que primero expresó Saussure y hoy aceptan quienes suscriben los
principios del estructuralismo, diremos que un sistema lingüístico no sólo tiene no solo tiene una
estructura, sino que es una estructura. Por ejemplo, en tanto que el español escrito ~y~ hablado son
isomórficos (es decir, tienen la misma estructura), son la misma lengua: no tienen en común más que su
estructura. El sistema lingüístico en sí es, en principio, independiente del medio en que se manifiesta
este respecto, una estructura puramente abstracta. Los sistemas lingüísticos son estructuras de dos
niveles; tienen, pues, la propiedad de la dualidad (cf. 1.5). Las oraciones habladas no son combinaciones
sólo de elementos fonológicos, sino también de unidades sintácticas. Posibilidad de que dos sistemas
lingüísticos sean isomórficos en un nivel sin serlo en otro. s. Cabe asimismo la posibilidad de que haya
lenguas fonológicas, pero no sintácticamente, isomórficas. Las lenguas naturales, por consiguiente
presentan dos niveles de estructura independientes, en el sentido de que, la estructura fonológica, de
una lengua no está determinada por su estructura sintáctica, del mismo modo qué la estructura
sintáctica tampoco está determinada por su estructura fonológica. Es improbable, por no decir
imposible, que existan dos lenguas naturales cuyas oraciones habladas o escritas en una puedan oírse o
leerse, una a una, como oraciones de la otra (con el mismo significado o no).
De momento, basta con haber establecido que las oraciones, tal como se definen tradicionalmente, no
pueden- identificarse ni distinguirse entre la base de los elementos fonológicos que se componen. En
realidad, como hemos podido observar en (3), ni siquiera pueden identificarse a partir de las unidades
sintácticas sin tener en cuenta otros aspectos al menos. He la estructura sintáctica, entre ellos la
asignación de unidades a lo que tradicionalmente se denominan partes del discurso (nombre, verbo,
adjetivo, etc.). Las unidades sintácticas que componen las oraciones, contra lo que ocurre con los
elementos fonológicos, son muy numerosas. No obstante, como los elementos fonológicos, son finitas
en número. Digamos que todo sistema lingüístico supone la existencia de un inventario finito de
elementos y de un vocabulario finito de unidades (simples) junto con un conjunto de reglas (acaso de
diversos tipos) que interrelacionan ambos niveles de estructura y precisan que combinaciones de
unidades son oraciones del sistema lingüístico y, por implicación, si no explícitamente, cuáles no lo son.
Por el momento, las llamadas unidades sintácticas pueden considerarse formas, esto es, combinaciones
de elementos tales, que toda combinación distinguible constituye una forma distinta.
Toda oración está bien forma d a por definición, tanto sintáctica como fonológicamente, en el sistema
lingüístico del cual es oración. El término ‘bien formado’ es más amplio que el más tradicional
‘gramatical y lo incluye, mientras que este último es más amplio a su vez que ‘sintácticamente bien
formado, al que incluye igualmente. Aquí basta con precisar que la buena formación (incluyendo la
gramaticalidad) no debe confundirse con la aceptabilidad, potencialidad de uso, y ni siquiera
significatividad. Toda combinación de elementos o unidades de una lengua dada, L, que no esté bien
formada según las reglas, de L está mal formada con respecto a L.