Toledo Primeras
Toledo Primeras
Toledo Primeras
TOLEDO
Biografía de la ciudad sagrada
Índice
Agradecimientos ...................................................................... 15
Introducción. Nuestra Jerusalén, nuestra Roma ........................ 17
2. Toletum ....................................................................... 53
La época republicana .................................................... 54
Una ciudad del Alto Imperio ........................................ 58
El Bajo Imperio, Toledo y la caída de Occidente ........... 75
Marco legendario: una roca y una patrona ..................... 89
Cuando brilló
tu noche de ofrenda,
te iluminó
la maga leyenda.
¡Salve, ciudad;
que el arte y la gloria,
bajo la cruz
son rosas de luz!
Hizo tu sol,
un temple de acero;
y águilas fue
tu escudo altanero.
¡En imperial
grandeza tu Alcázar,
supo elevar
a España un altar!
18 toledo
¡Gloriosa Toledo
de las artes tesoro:
tu nombre de oro
es nimbo universal!
¡Gloriosa Toledo
del Greco y de Cervantes:
tres razas gigantes
te hicieron inmortal!1
finales del siglo xv y principios del siglo xvi y, claro está, en El Greco.
Bien es cierto que determinados personajes históricos han tenido su
cuota de protagonismo en su especial vínculo con esta ciudad gracias
a grandes exposiciones que han propiciado que la historia de Toledo
sea algo más que lo habitualmente conocido, como ha sucedido con
San Ildefonso, Isabel la Católica o los cardenales Cisneros y Lorenzana.
Empero, la historia y su acercamiento al público más interesado en
ella no puede circunscribirse a aniversarios, ni tampoco a aquellos epi-
sodios que generen mayor atracción turística, porque tanto la historia
de Toledo en particular como la de España en general son mucho más.
En estas líneas no faltarán épocas que para el gran público hay veces
que pasan desapercibidas, como la Prehistoria, el periodo romano, el
Reino Visigodo de Toledo, la compleja Reconquista, los Comuneros de
Castilla, la crisis que comenzaba a atisbarse a partir de finales del si-
glo xvi, el Siglo de Oro en Toledo, la Guerra de Sucesión o el cam-
biante siglo xix, sin olvidar determinadas cuestiones del siglo xx que
consideramos de especial interés para cerrar nuestro particular círculo
y que, obviamente, serán presentadas sin ningún sesgo ideológico.
Para enfrentarnos a esta aventura dispondremos de buenas herra-
mientas en forma de distintos trabajos, estudios y publicaciones realiza-
dos por destacados profesionales del gremio, como Ventura Leblic Gar-
cía, Hilario Rodríguez de Gracia, Jesús Carrobles Santos, Adolfo de
Mingo Lorente, Fernando Martínez Gil, José Carlos Vizuete Mendoza,
Ricardo Izquierdo Benito, Rafael del Cerro Malagón, Clara Delgado,
Ángel Santos Vaquero, Mariano García Ruipérez, entre otros muchos
que el lector podrá encontrar en la bibliografía del final de este libro.
Pero estos colegas y alguno de ellos buenos amigos no serán los únicos
compañeros de viaje, iremos hasta los siglos xvi y xvii para encontrarnos
con nombres como Pedro de Alcocer, Francisco de Pisa, Jerónimo de la
Higuera o el conde de Mora Pedro de Rojas, porque fueron los prime-
ros que se atrevieron a escribir historias de Toledo que, con sus luces y
sus sombras, son un ejemplo del esfuerzo y del amor por una ciencia
humana como es la historia y por una ciudad única como es Toledo.
Tampoco debemos olvidarnos de las menciones realizadas en sus
obras del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, del mismísimo rey y
daniel gómez aragonés 23
Alfred Guesdon, Toledo.Vista tomada encima de la piedra del rey moro, 1855.
Archivo Municipal de Toledo.
El cerro del Bú
La ciudad carpetana
tania y quiénes son los carpetanos más allá de las pinceladas que hemos
dado anteriormente.
Al tratar el estudio de los pueblos prerromanos nos damos cuenta
de los desarrollos políticos, sociales y económicos que alcanzaron con
respecto a periodos anteriores, los cuales, como hemos apuntado, se
vieron marcados por el aumento de la población. Los carpetanos pue-
den ser clasificados como un pueblo indoeuropeo y protocéltico so-
metido a un destacado influjo de lo que algunos grandes especialistas
denominan como celtiberización, aunque hoy se sigue debatiendo
sobre su proceso de etnogénesis.
La Carpetania, grosso modo, comprendería gran parte de la actual
provincia de Madrid, exceptuando la sierra de Guadarrama, gran par-
te de la actual provincia de Toledo hasta Talavera de la Reina y el oeste
de esta provincia, el norte de la provincia de Ciudad Real y el oeste de
las actuales provincias de Cuenca y de Guadalajara. Por tanto, estamos
hablando de un territorio que coincide en un porcentaje elevado con
lo que siglos después se conoció como Castilla la Nueva y desde los años
ochenta del siglo pasado como Castilla-La Mancha. Si cogemos un
mapa físico, podemos apreciar cómo los accidentes geográficos defi-
nieron el territorio carpetano, teniendo en el límite norte las monta-
ñas de Gredos y de Guadarrama y al sur los Montes de Toledo. En
medio de esta región, aproximadamente, tenemos el río Tajo y Toledo.
No obstante, todos estos límites son meramente orientativos y no
pueden considerarse ni fijos ni rotundos.
Aparte de las valiosísimas informaciones ofrecidas por la arqueo-
logía, las fuentes documentales también nos proporcionan datos para
conocer mejor la Carpetania y a los carpetanos, y por ende, los oríge-
nes de la ciudad de Toledo como tal. Autores grecorromanos como
Estrabón,Tito Livio, Plinio el Viejo y Ptolomeo, entre otros, han trata-
do en sus obras estas cuestiones. De hecho, gracias al geógrafo griego
Estrabón, autor de una obra titulada Geografía, sabemos que los carpe-
tanos se encontraban entre los oretanos, que estaban al sur de estos, y
los vetones y los vacceos, que se localizaban al norte.
Conjuntamente, las fuentes grecorromanas, y en este caso resalta-
mos la figura de Ptolomeo, nos ofrecen lo que podríamos denominar
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para dar de nuevo luz a los cartaginenses.Y fue aquí donde la Penín-
sula Ibérica jugó su papel protagonista y donde los carpetanos volvie-
ron a aparecer en escena. En su necesidad de recuperarse económica,
política, militar e incluso moralmente, Amílcar, el cabeza de la familia
de los Barca o Bárquidas y vencedor de la guerra civil que puso contra
las cuerdas a Cartago (la conocida como Guerra de los Mercenarios),
dispuso que la expansión por las tierras ibéricas era la mejor opción.
Así, en el año 237 a. C. las huestes cartaginenses llegaron a Gades, la
actual Cádiz, y esto solo fue la punta de lanza, porque a partir de allí,
el área de control de los recién llegados fue en aumento. Tanto es así,
que la República romana en el año 226 a. C. consideró oportuno po-
ner un límite a la expansión cartaginesa reflejada en un pacto o tratado
que delimitaba el río Ebro como punto máximo de expansión. Co-
menzaba a fraguarse lo que en pocos años iba a ser la Segunda Guerra
Púnica y de esto tuvo mucha culpa uno de los mayores y mejores
generales que nos ha dado la historia. Indudablemente, nos referimos
a Aníbal.
En el año 228 a. C. murió Amílcar Barca, quedando el liderazgo
militar de Cartago en la Península Ibérica en manos de su yerno Asdrú-
bal el Bello, quien pasó a la historia por la fundación de Qart Hadasht,
conocida por los romanos como Carthago Nova y actualmente como
Cartagena. Asdrúbal no pudo disfrutar mucho de sus logros, la consoli-
dación de las conquistas de Cartago en Iberia (más por obra de tratados
que por la fuerza de las armas), el Tratado del Ebro y la fundación de ese
nuevo referente en el Mediterráneo que fue Qart Hadast, ya que en el
año 221 a. C. murió asesinado. En ese momento fue cuando el hijo de
Amílcar Barca, Aníbal, quien según la leyenda había jurado odio eterno
a Roma, tomó las riendas y sacó a relucir su genio militar.
El nuevo líder cartaginés decidió avanzar hacia el centro peninsu-
lar llegando hasta el río Duero para enfrentarse a las tribus de los olca-
des y los vacceos. Estos movimientos conllevaron la penetración en
tierras carpetanas, lo que no fue del gusto de sus habitantes, como
evidencia el enfrentamiento que se produjo en un paso indeterminado
del Tajo. Hasta hace poco tiempo se consideraba que la ciudad de To-
ledo pudo haber tenido algo que ver con este choque, pero las últimas
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Ya hemos señalado tanto en este como en otros trabajos que nos sen-
timos cercanos a los postulados ofrecidos, estudiados y defendidos por
autores de la talla de J. R. Tolkien o de Joseph Campbell en lo que al
análisis y visión de los mitos y de las leyendas se refiere. No en vano, el
propio Joseph Campbell señala en el libro El poder del mito, derivado de
la deliciosa y altamente enriquecedora conversación-entrevista que
tuvo el estudioso de la materia con el periodista Bill Moyers, que «los
mitos son pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana».
Toda una declaración de intenciones.
Aunque en la introducción ya hemos señalado cuál es el objetivo
que tendrán estos apartados que cerrarán cada capítulo de este libro,
nos parece conveniente remarcar su carácter imprescindible para en-
tender la historia y la idiosincrasia de Toledo, y no solo de eso que en
los últimos años se viene llamando el «Toledo mágico» y que ha hecho
correr ríos de tinta en publicaciones, en algunos casos serias y valiosas y
en otros totalmente prescindibles, además de ocupar muchos minutos en
programas de radio, en populares podcast o en documentales y reportajes
de televisión, junto con la proliferación de muchas y variadas rutas tu-
rísticas.6 El riquísimo marco legendario toledano es mucho más y bebe
de la propia esencia de la ciudad. Igual que no podemos entender la
«biografía de Toledo» sin el río Tajo, sin su ubicación sobre el peñón, sin
su condición de urbs regia en época visigoda, sin la Reconquista o sin
su efervescencia cultural, no podemos hacerlo sin sus leyendas.
De esta manera y partiendo de estos postulados, no pretendemos
escribir una especie de libro anexo a cada capítulo que por separado
pudiese configurarse en otra monografía más sobre leyendas toledanas.
Sobre esta cuestión se han escrito trabajos sencillamente espectaculares
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desde ni más ni menos que finales del siglo xix —desde tantos años
atrás viene generando interés el marco legendario de esta ciudad— y el
lector interesado encontrará en la bibliografía contenida al final de esta
obra una buena cantidad de referencias para cubrir su interés en profun-
dizar en la materia.7 Por esta razón, seleccionaremos en cada apartado
correspondiente una o varias leyendas que consideremos de interés para
completar el capítulo, añadiendo una breve narración escrita (siempre
hemos considerado que las leyendas en Toledo no se cuentan, sino que
se narran, y siempre se aprende algo, siempre hay una moraleja) y un
comentario-análisis sobre la leyenda o las leyendas tratadas.
En cuyo lugar, succedió su hijo Tago, que reynó 30 años, que dizen
que puso nombre al río famosíssimo de Tajo, porque fue el primero que
llegó a él y al lugar donde después fue fundada esta ciudad de Toledo.
Adonde algunos creen que puso de la gente que consigo traya, que
poblaron en ella por su fuerte y excelente sitio, templança.
caso de Toledo, no resta nobleza a la misma. Una de las cosas más inte-
resantes que dice el historiador Pedro de Alcocer de la segunda funda-
ción es:
Otros aún siguiendo las fábulas y fengimientos poéticos, dizen que fue
edificada por Hércules Griego […] Mas porque mi desseo es, apartarme
todo lo que puediere de fábulas y fictiones, escribiré muy templada-
mente lo que acerca desta su segunda fundación, parece más verisimile.
Los que escriven y tienen por opinión, ser Toledo fundación de Grie-
gos, y en particular, los que dan su primera fundación al famoso Hér-
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