Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Toledo Primeras

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 40

Daniel Gómez Aragonés

TOLEDO
Biografía de la ciudad sagrada
Índice

Agradecimientos ...................................................................... 15
Introducción. Nuestra Jerusalén, nuestra Roma ........................ 17

1. Toledo antes de Toledo. Prehistoria: del Paleolítico


al Hierro .................................................................... 25
El cerro del Bú ............................................................. 28
La ciudad carpetana ...................................................... 30
Comienza la épica: la conquista romana ........................ 38
Marco legendario: Toledo, mitología y fundaciones ........ 45

2. Toletum ....................................................................... 53
La época republicana .................................................... 54
Una ciudad del Alto Imperio ........................................ 58
El Bajo Imperio, Toledo y la caída de Occidente ........... 75
Marco legendario: una roca y una patrona ..................... 89

3. La ciudad de los reyes godos ..................................... 95


El preludio ................................................................... 96
La urbs regia, comienza el mito ....................................... 105
La ciudad de los concilios ............................................. 120
La caída de la capital y la «pérdida de España» ............... 133
Marco legendario: una ciudad de leyendas… ................. 142

4. Tulaytula .................................................................... 151


De la cruz a la media luna ............................................. 153
Una ciudad que no deja de rebelarse ............................. 163
8 toledo

El corazón de una taifa magnífica .................................. 177


Marco legendario: de noches toledanas, amoríos varios
y conquistas que marcan .......................................... 191

5. La ciudad sagrada ...................................................... 201


La reconquista de la vieja capital ................................... 202
Toledo, una ciudad con esencia que no deja
de cambiar .............................................................. 217
La batalla crucial: las Navas de Tolosa ............................. 228
Un Rey Santo y un Rey Sabio ..................................... 238
Cultura a raudales. La Escuela de Traductores ................ 249
Marco legendario: la identificación de una ciudad
medieval a través de sus leyendas .............................. 259

6. Toledo al final de la Edad Media y en los albores


de los siglos modernos ............................................... 271
Los sucesores del Rey Sabio .......................................... 272
Musulmanes y judíos en una ciudad cristiana ................ 282
La guerra civil castellana y la nueva dinastía ................... 290
El día a día en Toledo .................................................... 311
Toledo y los Reyes Católicos ........................................ 324
Marco legendario: ¿la historia genera leyendas
o las leyendas hacen historia? ................................... 338

7. El siglo xvi: rebeldía, Imperio y orgullo ................... 345


Tiempos inciertos ......................................................... 346
La Guerra de las Comunidades: Toledo, origen y epílogo
de una revolución ................................................... 353
Carlos V y una ciudad ................................................... 366
Felipe II y la mirada a Madrid ....................................... 377
Vivir en Toledo durante el siglo xvi .............................. 390
El estudio y la cultura en una urbe efervescente ............ 403
Marco legendario: de comitivas espectrales
en la catedral a autómatas que pasean por las calles
de Toledo ................................................................ 412
daniel gómez aragonés 9

8. Grandeza de cruz, símbolo de las letras


y decadencia de la ciudad sagrada ............................ 419
Una ciudad en crisis ..................................................... 420
Respuestas toledanas a una crisis toledana ..................... 432
Una cultura de oro en una ciudad alicaída ..................... 440
Toledo y sus gentes en el siglo xvii ............................... 448
La sede primada de España no se toca ........................... 453
Marco legendario: altar y pluma, religión y literatura ..... 468

9. Toledo y los primeros Borbones ................................ 473


La Guerra de Sucesión y el incendio del Alcázar ........... 474
Toledo entre la guerra y la Ilustración ........................... 487
Intentos ilustrados de recuperar una ciudad ................... 500
La profunda huella del cardenal Lorenzana .................... 512
Visiones de Toledo ........................................................ 525
Marco legendario: ¿dónde están las leyendas
toledanas? ................................................................ 529

10. Toledo ante el siglo de los vaivenes ......................... 535


Los soldados de Napoleón en Toledo ............................ 536
Entre absolutismo y liberalismo ..................................... 548
El reinado de Isabel II para Toledo: carlismo,
desamortizaciones y medidas liberales ...................... 560
Una ciudad que quiere avanzar en medio de una
revolución, una república y una restauración ............ 574
Curiosidades decimonónicas toledanas .......................... 585
Marco legendario: una ciudad más allá del
Romanticismo ........................................................ 599

11. El siglo xx: Toledo prevalece ..................................... 605


Una ciudad en tiempos de monarquía ........................... 606
Una ciudad en tiempos de dictadura ............................. 619
Una ciudad en tiempos de república y de Guerra
Civil ....................................................................... 628
Una ciudad, de nuevo, en tiempos de dictadura ............. 640
10 toledo

Una ciudad en tiempos de democracia que debe mirar


al futuro sin olvidar su pasado .................................. 650
Algo más que una «leyenda»: la Orden de Toledo ........... 658

Epílogo. Toledo, capital espiritual de España ............................ 663


Bibliografía ............................................................................. 669
Páginas web recomendadas ........................................................ 693
Notas .................................................................................... 695
Introducción
NUESTRA JERUSALÉN, NUESTRA ROMA

¡Levantad los corazones


que nacimos castellanos;
por más gloria, toledanos
bajo el éxtasis del sol!
¡Coronemos a Toledo
con laureles de Victoria;
que en el templo de la Historia
fue el espíritu español!

Cuando brilló
tu noche de ofrenda,
te iluminó
la maga leyenda.
¡Salve, ciudad;
que el arte y la gloria,
bajo la cruz
son rosas de luz!
Hizo tu sol,
un temple de acero;
y águilas fue
tu escudo altanero.
¡En imperial
grandeza tu Alcázar,
supo elevar
a España un altar!
18 toledo

¡Gloriosa Toledo
de las artes tesoro:
tu nombre de oro
es nimbo universal!
¡Gloriosa Toledo
del Greco y de Cervantes:
tres razas gigantes
te hicieron inmortal!1

T al vez el lector considere que arrancar un libro con una asevera-


ción tan fuerte como es el título de esta introducción puede
obedecer a un ejercicio de chovinismo por nuestra parte o a un apa-
sionamiento desbordado y casi irracional por la urbe del Tajo. Pues
bien, querido lector, el arranque de esta obra no obedece ni a una ni a
otra razón, aunque no vamos a negar la existencia de un profundo
enamoramiento de la vieja capital de los reyes godos. Negarlo a estas
alturas bien nos parecería absurdo y un tanto incomprensible.
No obstante, si nos situamos con la distancia que ofrece la perspec-
tiva histórica, podemos ver que desde el punto de vista histórico-polí-
tico, al igual que desde la visión sacro-religiosa, muchos de los grandes
acontecimientos que han marcado y definido la historia de España han
pasado de manera directa o indirecta por Toledo. Además, y por ampliar
el marco de influencia y trascendencia de Toledo, a nivel cultural ha
sido, es y será un referente reconocido internacionalmente. Cuántos
grandes autores de nuestras letras no se embriagaron de la magia tole-
dana en el amplio sentido del término… Y por si esto no fuera sufi-
ciente, si nos movemos en el singular y «movedizo» plano del mito y de
la leyenda, nuestra consideración de Toledo alcanzaría, si se nos permi-
te la expresión, una especie de certificación de corte mitológico.
Realmente, todos los españoles, e incluso aunque sea en una pe-
queña parte, muchos de los hispanoamericanos y europeos, «somos un
poco Toledo» a causa de haber sido esta ciudad alma y esencia de una
historia fascinante, que nos preparamos para recuperar, y que ha defi-
nido lo que fuimos y lo que somos.Ya veremos qué sucede con Toledo
y el «seremos».
daniel gómez aragonés 19

A pesar de la cita inicial y de estas primeras líneas, en verdad no


hemos expresado ningún hecho o circunstancia concreta más allá de
claras y justificativas generalidades para probar el rango de nuestra Je-
rusalén, nuestra Roma. Obviamente, no vamos a extendernos ahora en
responder a la pregunta de por qué consideramos esto, dado que la
explicación se irá desgranando en el largo camino que nos dispone-
mos a recorrer. Sin embargo, y como creemos en las virtudes del ca-
ballero y/o de la dama, sí recogemos el guante y señalamos que, como
Jerusalén,Toledo es una urbe vinculada a cristianos, judíos y musulma-
nes. Pero no es un enclave más en el sentido de un pasado que haya
dejado unas huellas arqueológicas y documentales muy perceptibles
por parte de las tres confesiones del libro, ni tampoco por mitos en-
vueltos en un barniz de «buenismo» propio del siglo xxi, reconvertido
en lo que se suele llamar lo «políticamente correcto», que no es más
que un rasgo del triste posmodernismo imperante. No. Si Toledo es la
ciudad de las «tres culturas», de las tres religiones, lo es porque para
cristianos, judíos y musulmanes fue una ciudad sacra, una ciudad sa-
grada por la que vivir y morir, por la que amar su conquista y llorar su
pérdida, por la que coexistir cuando era menester y de una manera
inconcebible en el resto de Europa, norte de África y Oriente Medio,
y por la que levantar auténticas joyas arquitectónicas, crear bellísimas
obras de arte y escribir textos únicos.
Si se nos permite la licencia cinematográfica, en la película del año
2005 El Reino de los Cielos, dirigida por el genial Ridley Scott, hacia el
final, el personaje de Balian de Ibelin, interpretado por Orlando
Bloom, en el momento de negociar con el gran Saladino la rendición
de Jerusalén, le pregunta: «¿Cuánto vale Jerusalén?», a lo que el perso-
naje de Saladino, interpretado por Ghassan Massoud, le responde:
«Nada…Todo». Para nosotros, y no solo a nivel personal sino desde el
punto de vista que hemos señalado en el segundo párrafo tras la cita
de esta introducción, eso también es Toledo.
¿Y por qué nuestra Roma? No en vano estamos hablando de
algo que ya hemos nombrado en múltiples ocasiones en anteriores
trabajos, la urbs regia, la gran capital de los reyes godos. Condición
regia que más allá de conquistas y reconquistas, de idas y venidas, de
20 toledo

olvidos y letargos, de crisis y resurgimientos modernos siempre ha


estado presente independientemente del papel netamente político y
administrativo que jugase.Toledo fue la capital del germen de España,
el Reino Visigodo, y Toledo fue y sigue siendo, al menos así lo venimos
defendiendo, la capital espiritual de España, pero que nadie piense en
ideas o conceptos políticos contaminados del siglo xx y xxi, nos mo-
vemos en unas esferas que van más elevadas, tal y como sucede con la
Ciudad Eterna. Si se nos vuelve a permitir otra licencia cinematográ-
fica, en la película del año 2000 Gladiador —curiosamente también
dirigida por Ridley Scott—, tras la batalla inicial se reúnen en la
tienda del emperador el actor que encarna a Marco Aurelio, Richard
Harris, y el ya mítico personaje de Máximo Décimo Meridio, inter-
pretado soberbiamente por Russell Crowe. En dicha escena, tras una
conversación inicial, el primero le pregunta al segundo: «¿Y qué es
Roma, Máximo?», a lo que el general responde: «He visto mucho del
resto del mundo, es brutal, es cruel y oscuro. Roma es la luz». Pues,
para nosotros, una luz con la misma esencia y casi sentido se refleja y
se desprende desde Toledo. Pero no solo ha sido y es «luz», sino tam-
bién ha sido y es, lo que dice Marco Aurelio en Gladiador con respec-
to a Roma y que nosotros volvemos a trasladar al significado de To-
ledo: «Una vez hubo un sueño llamado Roma. Solo podías
susurrarlo, a nada que levantaras la voz, se desvanecía, tal era su fragi-
lidad». Toledo, como también pensamos de Roma, ni se ha desvane-
cido, ni se desvanecerá.
No obstante, no solo en el hecho de haber sido la sede regia del
Regnum Gothorum ni en el plano metafórico que hemos expuesto
usando las referencias de la película protagonizada por Russell Crowe
vemos la condición de Toledo como la de nuestra Roma. Siguiendo la
misma línea imperial, la ciudad del Tajo también fue el corazón de un
imperio, el cual seguía la estela del Imperio romano, aunque en el caso
toledano con un indudable sentido católico de principio a fin. El Im-
perio español y Toledo, aunque Toledo no tuviese el rango de capital
del Imperio, reflejaron el alma y el espíritu del Imperio romano y de
su gran capital, los cuales antes habían sido recogidos por el Imperio
de Carlomagno y Aquisgrán.
daniel gómez aragonés 21

Por otro lado y dentro de ese rango especial, diferenciador y casi


único que hemos dado a Toledo, no podemos negar que hay una obra
centrada y enfocada en la primera de esas dos ciudades en la que he-
mos reflejado a Toledo, que nos ha servido de inspiración y referencia.
Lógicamente, hablamos de un trabajo sublime como es Jerusalén, de
Simon Sebag Montefiore.Y es que reunidos el editor del trabajo que
tiene el lector entre sus manos y el autor llegaron a la clara conclusión
de que la única urbe de la vieja piel de toro que podría tener un libro
de similares características, desde nuestra humildad y salvando las dis-
tancias, era Toledo. Al igual que sucede con Jerusalén en la obra de
Montefiore, recorreremos la historia de Toledo desde sus orígenes has-
ta prácticamente llegar a finales del siglo xx, narrando y deteniéndo-
nos en todos aquellos episodios y detalles que marcaron la ciudad de
los reyes godos, de Alfonso VI, de al-Mamun, de Alfonso X el Sabio,
de la Escuela de Traductores, de Carlos V, de María Pacheco, de El
Greco, del cardenal Lorenzana y de tantos más. En este cometido se-
guiremos un marco similar al trazado en nuestros últimos trabajos,
moviéndonos en lo que se viene denominando y considerando como
alta divulgación histórica, pues este libro, aunque recoja la historia de
Toledo, no pretende ser un texto académico y/o universitario, por
ende limitado a un determinado público especializado, pero tampoco
tiene su razón de ser en presentarse como una lectura toledana más o
en verse como una lectura sin profundidad ni reflexión que se lea sin
un mero espíritu cultural y crítico. Sí, queremos resaltar que en nues-
tro gusto por el esencialismo histórico y el valor de lo simbólico, estos
tendrán cabida en estas líneas a través, por ejemplo, de algunas famosas
leyendas toledanas, pues estas contienen secretos que nos permiten
conocer mucho más de lo que a priori puede parecer, y que a modo de
complemento, enriquecerán nuestro texto y nos ayudarán a cumplir
nuestro objetivo. Esta elección no es baladí.
En las últimas décadas la historia de Toledo ha sido vista, especial-
mente desde las administraciones y desde el punto de vista foráneo,
como una especie de sota, caballo y rey. Se ha venido insistiendo en la
cuestión de las tres culturas, en la figura de Alfonso X el Sabio, pero
prácticamente solo desde el aspecto cultural, en el peso político de
22 toledo

finales del siglo xv y principios del siglo xvi y, claro está, en El Greco.
Bien es cierto que determinados personajes históricos han tenido su
cuota de protagonismo en su especial vínculo con esta ciudad gracias
a grandes exposiciones que han propiciado que la historia de Toledo
sea algo más que lo habitualmente conocido, como ha sucedido con
San Ildefonso, Isabel la Católica o los cardenales Cisneros y Lorenzana.
Empero, la historia y su acercamiento al público más interesado en
ella no puede circunscribirse a aniversarios, ni tampoco a aquellos epi-
sodios que generen mayor atracción turística, porque tanto la historia
de Toledo en particular como la de España en general son mucho más.
En estas líneas no faltarán épocas que para el gran público hay veces
que pasan desapercibidas, como la Prehistoria, el periodo romano, el
Reino Visigodo de Toledo, la compleja Reconquista, los Comuneros de
Castilla, la crisis que comenzaba a atisbarse a partir de finales del si-
glo xvi, el Siglo de Oro en Toledo, la Guerra de Sucesión o el cam-
biante siglo xix, sin olvidar determinadas cuestiones del siglo xx que
consideramos de especial interés para cerrar nuestro particular círculo
y que, obviamente, serán presentadas sin ningún sesgo ideológico.
Para enfrentarnos a esta aventura dispondremos de buenas herra-
mientas en forma de distintos trabajos, estudios y publicaciones realiza-
dos por destacados profesionales del gremio, como Ventura Leblic Gar-
cía, Hilario Rodríguez de Gracia, Jesús Carrobles Santos, Adolfo de
Mingo Lorente, Fernando Martínez Gil, José Carlos Vizuete Mendoza,
Ricardo Izquierdo Benito, Rafael del Cerro Malagón, Clara Delgado,
Ángel Santos Vaquero, Mariano García Ruipérez, entre otros muchos
que el lector podrá encontrar en la bibliografía del final de este libro.
Pero estos colegas y alguno de ellos buenos amigos no serán los únicos
compañeros de viaje, iremos hasta los siglos xvi y xvii para encontrarnos
con nombres como Pedro de Alcocer, Francisco de Pisa, Jerónimo de la
Higuera o el conde de Mora Pedro de Rojas, porque fueron los prime-
ros que se atrevieron a escribir historias de Toledo que, con sus luces y
sus sombras, son un ejemplo del esfuerzo y del amor por una ciencia
humana como es la historia y por una ciudad única como es Toledo.
Tampoco debemos olvidarnos de las menciones realizadas en sus
obras del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, del mismísimo rey y
daniel gómez aragonés 23

toledano de pro Alfonso X el Sabio o del padre Juan de Mariana, ni


especialmente de varios grandes referentes para la historiografía tole-
dana de los siglos xix y xx y que bajo nuestro punto de vista pueden
ser considerados como una correa de transmisión vital y fundamental
entre los escritos y las obras de los siglos medievales, y sobre todo
modernos, y los trabajos más actuales de finales del siglo xx y primer
cuarto del siglo xxi. Lógicamente, nos referimos ni más ni menos que
a Sixto Ramón Parro, Antonio Martín Gamero, José Amador de los
Ríos, Jerónimo López de Ayala —conde de Cedillo—, Juan Francisco
Rivera Recio, Francisco de Borja San Román, Fernando Jiménez de
Gregorio, Julio Porres Martín-Cleto, Ramón Gonzálvez, José Carlos
Gómez Menor Fuentes, Eloy Benito Ruano, Luis Moreno Nieto,
entre otros muchos. Que el lector no olvide estos nombres. Nosotros,
desde la más absoluta humildad frente a estos grandes referentes his-
toriográficos, ofreceremos un trabajo divulgativo, cercano y ameno,
pero no por ello exento de rigor, y que haga honor, por un lado, a lo
que se presupone del mismo y, por otro, a todos los historiadores
nombrados.
Así, esperamos y deseamos que tras la lectura de las próximas pá-
ginas el lector conozca la fascinante y épica historia de Toledo y se
adentre en su profunda dimensión y su significado, porque entender lo
que significa Toledo es entender en buena medida lo que significa
España. En definitiva, que el lector se enamore de Toledo, que sienta
Toledo al sostener esta obra y que, si es que todavía no lo ha hecho,
venga a Toledo al menos una vez en la vida, cosa que consideramos
muy difícil, ya que resulta imposible no volver una y otra vez. Para
nosotros y no nos ruboriza decirlo, morir sin saber lo que es Toledo
in situ es un pecado, así que, como no sabemos lo que hay al otro lado
independientemente de nuestras creencias (nosotros sí lo tenemos
muy claro), no nos arriesguemos…

El amor que debemos a la patria, y la obligación que le tenemos es tan


grande, que basta para escusar a qualquiera que por servicio suyo se
atreviere a más delo que sus fuerças bastan: como he hecho yo en la
compilación deste Tratado de las cosas memorables desta insigne ciu-
24 toledo

dad de Toledo, que con zelo de su nombre y fama: he querido publi-


car, olvidándome de la mía.2

Alfred Guesdon, Toledo.Vista tomada encima de la piedra del rey moro, 1855.
Archivo Municipal de Toledo.

El texto anterior es un extracto del prólogo de la Hystoria, o des-


cripción de la Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidas en ella,
desde su principio, y fundación, escrita por Pedro de Alcocer a mediados
del siglo xvi, y nos parece muy oportuno citarlo.
1
TOLEDO ANTES DE TOLEDO.
PREHISTORIA: DEL PALEOLÍTICO
AL HIERRO

A ntes de hablar de Toledo como ciudad, es preciso que nos vaya-


mos más atrás en el tiempo, no al «origen de las cosas», pero sí a
un periodo muy alejado de la idea que tenemos de la urbe del Tajo.
Naturalmente, no podemos entender el origen de Toledo sin su
particular, y podríamos decir que beneficioso, medio físico. Este, sin
lugar a dudas, es el elemento por excelencia que marca la definición
de los asentamientos humanos. Y en el caso de Toledo no iba a ser
menos. Así, piezas como el río Tajo, su amplio valle y su vado y el
inconfundible peñón configuraron un bello y útil puzle para el po-
blamiento humano. A partir de aquí y con el referente del Tajo como
fuente de vida, condición innata del agua, encontramos un territorio
apto para el desarrollo de la vida animal y vegetal. Resulta evidente que
sin todos estos condicionantes, el hábitat humano no se hubiese dado
ni en los alrededores de lo que hoy en día es Toledo ni en la propia
ciudad. Actividades como la recolección de alimentos, el aprovecha-
miento de los restos animales que dejaban los grandes depredadores y
un incipiente desarrollo de la caza y de la pesca nutrían a los primeros,
si se nos permite la expresión, «pretoledanos» o «prototoledanos».
En el corazón de la Península Ibérica tenemos el valle central del
río Tajo y en el corazón del valle central del río Tajo, un punto de
recogida de influjos, de contactos y de comunicaciones llegados no
solo desde el norte, sur, este y oeste de la vieja piel de toro, sino también
desde Europa y desde África, y que gracias al paso o cruce que genera
el Tajo en esta zona, resulta de fácil tránsito.
El territorio donde tiempo después se desarrollaría la ciudad de
Toledo contaba con todo lo necesario para el poblamiento humano,
26 toledo

que se resume en un medio físico muy favorable para el asentamiento


de comunidades estables que buscasen dejar atrás el nomadismo.
El poblamiento humano lleva aparejados inevitablemente huellas
y rastros en el registro arqueológico. Los estudios vienen a indicar la
existencia de materiales líticos asociados a las graveras próximas a To-
ledo, lo que provoca que los grandes especialistas1 consideren la exis-
tencia efectiva, aunque no muy destacada, de un poblamiento humano
entre la horquilla cronológica de 900.000 a 600.000-500.000 años.
No queremos extendernos en demasía en este apartado y para ello
recomendamos al lector interesado acudir a la bibliografía que encon-
trará al final del libro, pero si hacemos un rápido recorrido, apuntaría-
mos que se han encontrado más restos, tanto líticos como de animales
(alguno de ellos correspondientes a grandes mamíferos tales como
elefantes), en periodos posteriores al señalado y teniendo siempre al
río Tajo como gran referente, como sucedió en el destacado yacimien-
to de Pinedo, que tanta y tan buena información arqueológica ha dado
a los especialistas en la Prehistoria.
Si dejamos a un lado el amplio periodo cubierto por el Paleolíti-
co, y los problemas propios de su investigación, a los que nuestra ciu-
dad protagonista no queda ajena, ya en el Neolítico contamos con
informaciones muy claras pudiendo asumir la existencia durante este
periodo de poblaciones estables que sacaban un partido muy activo al
territorio en el que se asentaban. Hablamos del amplio valle del Tajo,
aunque no tengamos datos cien por cien específicos para el punto
exacto donde nacerá y se desarrollará la propia Toledo. Así, sin estar
ante un desarrollo agrícola de alto nivel, estos pequeños grupos po-
blacionales sí obtienen recursos de la tierra que trabajan en base a
unos cultivos próximos a sus viviendas, que en este caso serían modes-
tas cabañas.
Pero la actividad económica y el mecanismo de obtención de
alimentos no quedaron circunscritos a la explotación agrícola, asimis-
mo la ganadería comenzó a jugar un papel relevante y a ser un ele-
mento que condicionaba el entorno y el paisaje. A partir de este pa-
trón, y siguiendo un proceso lógico generalista, se desarrollaron dos
modelos, uno que incidía más en la agricultura y que por consiguien-
daniel gómez aragonés 27

te conllevó un mayor desarrollo técnico y otro modelo que apostó


más por la explotación ganadera. Todo ello siempre a partir de las ne-
cesidades existentes, las cuales no solo se centraban en los recursos de
abastecimiento, sino también en el desarrollo de infraestructuras adap-
tadas al modelo establecido. Incluso las prácticas comerciales comen-
zaron a formar parte de estas comunidades. Desde estos esquemas pro-
ductivos resulta más sencillo entender a los grandes especialistas en
este periodo cuando hablan del valor que adquieren el sentido de
propiedad y los enterramientos colectivos, véase en dólmenes, como
vínculo con la tierra de la comunidad, quedando ambos elementos
asociados a una inminente estratificación social. Eso sí, siguieron exis-
tiendo grupos cuya forma de vida se basaba en el aprovechamiento de
los recursos de un territorio en base a su agotamiento o las inclemen-
cias marcadas por la climatología.
Si seguimos avanzando y nos ubicamos en los inicios del Calcolí-
tico o de la llamada Edad del Cobre, vemos cómo el valle del Tajo
tampoco fue ajeno a la cultura del vaso campaniforme, la cual es pro-
pia de este periodo y está presente en toda la Península Ibérica, las
Islas Británicas y parte del sur y centro de Europa. Sin entrar en pro-
fundidad en un análisis del Calcolítico o Edad del Bronce, sí es conve-
niente resaltar una serie de características, que no fueron ajenas al valle
del Tajo, básicamente porque son los antecedentes de lo que vino a
desarrollarse durante la Edad del Bronce y la Edad del Hierro.
Estaríamos en una fase histórica en la que el uso de los primeros
metales comienza a ser común, una de las principales innovaciones del
periodo, tiempo en el que la población aumentó y ello conllevó que
los poblados fuesen más grandes, mejor dotados y con un primitivo
urbanismo. Además, la agricultura producía más de lo que la comuni-
dad necesitaba y podía consumir, facilitando de esta manera el aumen-
to del excedente. Algo muy similar ocurrió con la ganadería. Junto a
estas características hay que señalar una mayor identificación entre los
individuos y su territorio y la estratificación social señalada anterior-
mente, que fue asentándose y configurándose en un proceso de jerar-
quización, el cual durante el Bronce y especialmente en el Hierro al-
canzó su plenitud.
28 toledo

El cerro del Bú

Dejamos atrás un apartado en el que hemos ofrecido unas pinceladas


generales que en muchos casos no provienen directamente de espacios
próximos a lo que hoy en día es Toledo, pero que bien podemos extra-
polar. Ahora damos un paso más en nuestro conocimiento sobre Tole-
do y manejaremos datos más sólidos y directos.
Si se nos permite la confianza, imaginamos que a usted, amigo lec-
tor, no le sonará de nada el cerro del Bú, salvo que sea toledano o un
ferviente seguidor de la historia toledana, guste de leer publicaciones
relacionadas con la urbe del Tajo y le agrade realizar visitas guiadas o
rutas. Pues bien, sepa que el llamado cerro del Bú,2 que se encuentra
al otro lado del río Tajo con respecto al casco antiguo de Toledo, jugó
un papel muy importante en eso que hemos llamado «Toledo antes de
Toledo», es decir, en los orígenes de la ciudad.
Diversos estudios señalan que dejando atrás la Edad del Cobre y
abriéndonos camino en la siguiente, la del Bronce, encontraríamos
evidencias rotundas de poblaciones estables en las cercanías de Toledo
(2000-1800 a. C.). Es aquí donde juega su papel preponderante el
cerro del Bú, cuya toponimia, siguiendo senderos heterodoxos, po-
dría llevarnos a entroncar con la mitología prerromana y el ámbito
legendario tan característico de nuestra urbe protagonista. Los restos
del cerro del Bú son visibles incluso hoy en día gracias a los últimos y
destacados trabajos arqueológicos realizados. En este peñón se ha
documentado un poblamiento de largo recorrido cronológico, cir-
cunstancia previsible por las beneficiosas posibilidades que ofrecía el
lugar, con cabañas levantadas en mampostería y madera. Los pobla-
dores del cerro del Bú utilizaron el sistema de «aterrazamientos» con
el fin de aprovechar mejor el territorio para su asentamiento. Asi-
mismo, mantuvieron una forma de vida similar a lo descrito en lí-
neas precedentes dando un especial énfasis a las actividades agropecua-
rias. Las cerámicas que utilizaron siguen patrones muy similares a
otras del mismo periodo en distintos puntos de la Península Ibérica.
Conjuntamente, sus habitantes llevaron a cabo actividades comercia-
les, se comunicaron con otros poblados y en algunos casos llegaron
daniel gómez aragonés 29

a enterrarse en el suelo de su propia vivienda como acto simbólico


de vinculación.
Lo que podemos denominar como el «gran salto» que marcó y
definió lo que ha sido, es y será Toledo a nivel físico y urbanístico se
produjo en la etapa final de la Edad del Bronce, cuando los «primitivos
o primeros toledanos» decidieron abandonar el cerro del Bú y comen-
zar a ocupar el cerro sobre el cual se erige la ciudad de Toledo que
conocemos. Esta es la teoría clásica: un desplazamiento provocado por
el aumento poblacional de la comunidad asentada en el cerro del Bú y
también por la búsqueda de mayor seguridad. No obstante, el lector
debe saber que en este origen de Toledo y en la figura de lo que serían
los «primitivos o primeros toledanos», como puede comprobar en la
bibliografía, hay otras líneas de investigación que, basándose en los es-
tudios provenientes de los restos arqueológicos, cerámicos en este caso,
localizados en Toledo apuestan por otras vías. Así, el desarrollo de una
ocupación permanente con hábitat estable correspondería a grupos
de otros puntos cercanos a Toledo, pero que se incluyen en este tipo de
comunidades que vivían en movimiento según sus necesidades y según
las condiciones climatológicas, y que además contarían con una estra-
tificación y jerarquización social mucho menos intensa que las que se
daban en las comunidades establecidas en el cerro del Bú. A partir de
aquí y siguiendo modelos que igualmente se daban en distintos lugares
de la Península Ibérica, derivados de influencias mediterráneas, surgie-
ron núcleos de poblamientos estables pero de mayor entidad y con un
claro carácter centralizador y de aprovechamiento del territorio.
Es importante que el lector reflexione y tenga presente que estos
cambios, transformaciones, desarrollos y procesos históricos, evidente-
mente, no fueron de un día para otro, y que estaríamos ante grandes
etapas cronológicas.
En el ocaso de la Edad del Bronce y en los albores de la Edad del
Hierro dejamos atrás en el centro peninsular una cierta homogeneidad
de sus pobladores para encontrarnos con grupos diversos que ya pre-
sentan elementos propios y que comienzan a manifestar rasgos identi-
tarios. Empiezan a configurarse lo que denominamos como pueblos
prerromanos. Este proceso fue posible gracias a influencias externas
30 toledo

que marcaron un nuevo desarrollo cultural, político, social (los espe-


cialistas hablan de un proceso de aculturación) e incluso se muestran
visos claros de urbanismo en sus poblados. Claro está, las gentes que
habitaban el peñón toledano no fueron para nada ajenas a este contex-
to. El comercio y la conexión entre poblados dieron un salto porque
en el primigenio núcleo poblacional de Toledo y su asentamiento co-
mienza a configurarse un núcleo para varias comunidades. Por consi-
guiente, tanto el origen de la ciudad como la propia condición de
núcleo pueden establecerse en una amplia horquilla que iría de los
años 1200-1100 al 700 a. C.
Cuando el lector español oye hablar, en el caso de la Península
Ibérica, del periodo comprendido entre el final de la Edad del Bronce
y la llamada primera Edad del Hierro, rápidamente le vienen a la cabe-
za los sugerentes términos de Tartessos y de la cultura tartésica propios
del suroeste peninsular, y si nos ubicamos ya en plena Edad del Hierro,
los de celtas e iberos, para quienes el uso del hierro era ya algo más que
común. Para los años 500-400 a. C. podemos distinguir distintos pue-
blos de raíz céltica o de raíz ibera, cuyos nombres son ampliamente
conocidos, véanse los casos de los arévacos, de los vetones o de quienes
más nos interesan en esta obra, los carpetanos, a los cuales posterior-
mente trataremos en profundidad, a partir, eso sí, de los limitados datos
con los que contamos. Si nos quedamos con los pueblos o tribus que
habitaron el centro de la Península Ibérica, la llamada Meseta, carpeta-
nos, vetones y vacceos, entre algunos más, no difieren socialmente,
puesto que hablamos de estructuras jerárquicas de corte aristocrático
que marcaron la política. Sin embargo, estos pueblos sí poseyeron ca-
racterísticas propias. Por otro lado, la formación y la configuración de
estos pueblos tienen una base céltica con un fuerte influjo ibero.

La ciudad carpetana

Antes de hablar de Toledo como ciudad carpetana, que supone todo


un reto por la poca información con la que contamos, vamos a dete-
nernos en profundizar en la medida de lo posible en qué es la Carpe-
daniel gómez aragonés 31

tania y quiénes son los carpetanos más allá de las pinceladas que hemos
dado anteriormente.
Al tratar el estudio de los pueblos prerromanos nos damos cuenta
de los desarrollos políticos, sociales y económicos que alcanzaron con
respecto a periodos anteriores, los cuales, como hemos apuntado, se
vieron marcados por el aumento de la población. Los carpetanos pue-
den ser clasificados como un pueblo indoeuropeo y protocéltico so-
metido a un destacado influjo de lo que algunos grandes especialistas
denominan como celtiberización, aunque hoy se sigue debatiendo
sobre su proceso de etnogénesis.
La Carpetania, grosso modo, comprendería gran parte de la actual
provincia de Madrid, exceptuando la sierra de Guadarrama, gran par-
te de la actual provincia de Toledo hasta Talavera de la Reina y el oeste
de esta provincia, el norte de la provincia de Ciudad Real y el oeste de
las actuales provincias de Cuenca y de Guadalajara. Por tanto, estamos
hablando de un territorio que coincide en un porcentaje elevado con
lo que siglos después se conoció como Castilla la Nueva y desde los años
ochenta del siglo pasado como Castilla-La Mancha. Si cogemos un
mapa físico, podemos apreciar cómo los accidentes geográficos defi-
nieron el territorio carpetano, teniendo en el límite norte las monta-
ñas de Gredos y de Guadarrama y al sur los Montes de Toledo. En
medio de esta región, aproximadamente, tenemos el río Tajo y Toledo.
No obstante, todos estos límites son meramente orientativos y no
pueden considerarse ni fijos ni rotundos.
Aparte de las valiosísimas informaciones ofrecidas por la arqueo-
logía, las fuentes documentales también nos proporcionan datos para
conocer mejor la Carpetania y a los carpetanos, y por ende, los oríge-
nes de la ciudad de Toledo como tal. Autores grecorromanos como
Estrabón,Tito Livio, Plinio el Viejo y Ptolomeo, entre otros, han trata-
do en sus obras estas cuestiones. De hecho, gracias al geógrafo griego
Estrabón, autor de una obra titulada Geografía, sabemos que los carpe-
tanos se encontraban entre los oretanos, que estaban al sur de estos, y
los vetones y los vacceos, que se localizaban al norte.
Conjuntamente, las fuentes grecorromanas, y en este caso resalta-
mos la figura de Ptolomeo, nos ofrecen lo que podríamos denominar
32 toledo

como un registro o listado de ciudades carpetanas que salpican el ante-


rior territorio descrito de la Carpetania, estando muchas de ellas conec-
tadas y bien comunicadas. De estas ciudades podemos destacar al norte
Alcalá de Henares, al sur Consuegra y en el centro Toledo. La ubicación
de los poblamientos o asentamientos carpetanos no fue baladí y obede-
ció principalmente a la búsqueda de puntos con buen acceso al agua,
zonas de cultivo y territorios para que el ganado pudiese pastar, o bien
a la elección de puntos elevados que proporcionaban una visión estra-
tégica de un amplio territorio y una mayor capacidad defensiva en caso
de necesidad (el ejemplo de Toledo resulta más que elocuente).
En cuanto a la economía de los carpetanos y sus medios de sub-
sistencia, la agricultura, y dentro de la misma el cereal sin olvidar las
leguminosas y cultivos tan ibéricos como la vid y el olivo, era el foco
principal, seguido por la ganadería. A estas actividades se les sumaban
la caza, como complemento de la ganadería para el consumo de carne
y practicada especialmente por la aristocracia, y el bosque en sí mismo,
que aparte de proporcionar dicha caza, en muchos casos también era
el lugar de obtención de la necesaria madera y el punto de recolección
de alimentos tan básicos como era el fruto de los árboles del género
Quercus, la bellota. Dejando a un lado los señalados medios de subsis-
tencia, actividades como la cerámica, la artesanía y el textil, la metalur-
gia y la orfebrería formaban parte del sistema económico carpetano,
sin olvidar el comercio, siempre fuente de influencias externas, el cual
estaba especialmente asociado al Mediterráneo y fue un mecanismo
de llegada de modas y materiales propios de dicha zona. Por último, la
producción minera, aunque presente, fue muy limitada, y la guerra,
como actividad de saqueo o como acción mercenaria, también era
medio de subsistencia.
Si nos adentramos en el sistema de gobierno y la estructura polí-
tica de los carpetanos, debemos resaltar el papel jugado por las urbes al
más puro estilo de ciudades-estado, teniendo algunas de ellas control
sobre otros territorios. No debemos pensar en un sistema centralizado
alrededor de una única ciudad o de un único gran líder, más bien al
contrario, aunque esto no quiere decir que los carpetanos viviesen
unos aislados de otros o que fuesen ajenos a circunstancias que pudie-
daniel gómez aragonés 33

sen afectarles de manera directa o indirecta, como un ataque exterior.


En estas ciudades-estado se ha documentado la existencia de las clási-
cas asambleas como fuente de poder y gobierno, aunque por las fuen-
tes romanas sabemos que tuvo que ir emergiendo la figura del líder,
caudillo o rey con una fuerte capacidad de decisión especialmente en
tiempos de guerra, como así sucedió con los propios romanos, como
luego veremos, pues, además, contamos con el nombre de un líder o rey
fuertemente vinculado a Toledo.
Por último, para cerrar esta brevísima descripción general de los
carpetanos antes de meternos de lleno en lo que sería el Toledo carpe-
tano, es conveniente precisar a nivel religioso que por mucho que en
los últimos tiempos pueda apreciarse desde ámbitos extremadamente
heterodoxos una recuperación de los cultos prerromanos, los datos
con los que contamos para conocerlos son muy limitados y el caso
carpetano es un claro ejemplo. Realmente, apenas contamos con datos
para establecer el marco de creencias de los carpetanos y sus posibles
peculiaridades. Siguiendo el esquema de otros pueblos prerroma-
nos próximos a los carpetanos, estaríamos ante una religión politeísta
con dioses destacados y con diosas relevantes. El marco de creencias se
complementaría con el culto al mundo natural, especialmente a deter-
minados árboles propios de los territorios carpetanos, al agua y a algu-
nos animales. También nos parece conveniente añadir que en este es-
quema religioso un elemento propio de las comunidades de la Edad
del Hierro como fue el culto y la admiración a la figura del héroe, las
prácticas adivinatorias y los sacrificios de animales deberían de estar
presentes entre los carpetanos.
Una vez expuesto este breve marco general de los carpetanos, nos
adentramos de lleno en el Toledo de época carpetana y en cómo sería
la urbe prerromana, lo que, dicho sea de paso, presenta una gran difi-
cultad y eso que Toledo es de las ciudades carpetanas mejor conocidas.
Un magnífico ejemplo de esa entidad administrativa y de gobier-
no que hemos citado como ciudad-estado sería precisamente nuestra
urbe. Sin embargo, no debemos ni podemos pensar en una gran ciu-
dad, puesto que las propias fuentes romanas confirman que esto no era
así, al menos a ojo de los romanos.
34 toledo

Contamos con dos referencias muy interesantes a partir de las


fuentes romanas. Por un lado, tenemos la que podemos considerar
como clásica descripción de la ciudad cuando hablamos de los oríge-
nes de Toledo y es que el historiador romano Tito Livio, autor de la
famosa obra Ab Urbe condita o más popularmente conocida como His-
toria de Roma desde su fundación, dice que Toledo era una parva urbs, sed
bene munita, lo que vendría a ser una «ciudad pequeña, pero bien amu-
rallada». Tal vez sea una cita escueta, pero resulta reveladora en el sen-
tido de que ante los ojos romanos Toledo, aunque no fuese una gran
urbe, podía considerarse una ciudad, la cual además contaba con des-
tacados elementos defensivos. Esta última circunstancia está revestida
de un gran valor informativo por el factor simbólico que cualquier
entramado de murallas ofrece, independientemente de la urbe de la
que hablemos, puesto que marca una posición de poder con respecto
al que está fuera de las mismas y un aviso de que lo que hay en su in-
terior es valioso y será protegido. Amén de que un núcleo poblacional
ubicado en un entorno amurallado, por distintos motivos, entre los
que se incluye el influjo del límite establecido, generará rasgos identi-
tarios y de pertenencia. Por otro lado, recuperamos la figura de Plinio
el Viejo, el cual se refiere a Toledo como caput Carpetanie, lo que ha
sido interpretado de dos maneras: aquellos que piensan que el roma-
no hace de Toledo la cabeza de la Carpetania y, por ende, su capital, o
aquellos que consideran que más bien sería una referencia a su posi-
ción geográfica. Por nuestra parte con respecto a la referencia de Pli-
nio el Viejo, como se dice coloquialmente, no nos mojaremos, pero
inferimos a través de lo expuesto en estas fuentes y por más cuestiones
que a continuación comentaremos, que Toledo jugaba y/o tenía un
papel destacado en la Carpetania y, por consiguiente, en el centro pe-
ninsular Toledo no era «algo más…».
Definir, ubicar e interpretar los limitados restos carpetanos halla-
dos en Toledo supone toda una epopeya para los arqueólogos y un
trabajo digno de admiración. Dentro de la citada muralla, que encaja-
ría con lo que se considera el primer recinto amurallado toledano y
que delimitaría un amplio espacio, y dentro del campo de la hipótesis,
nos encontraríamos con un urbanismo alejado de la simplicidad que
daniel gómez aragonés 35

a priori pudiera suponerse y que se articularía a partir de barrios, ju-


gando el espacio elevado donde hoy se encuentra el Alcázar un papel
preponderante. Las viviendas reflejarían las diferencias sociales a través
de su ubicación en zonas más relevantes, de su mayor tamaño y de una
mayor compartimentación de espacios.
Aparte de las murallas y de las viviendas, la urbe prerromana tole-
dana contaría con edificios públicos de carácter administrativo asocia-
dos al gobierno aristocrático y el senado y como reflejo del poder. Se
tiende a considerar, y con mucha lógica, que el posterior foro romano,
levantado tras la conquista de la ciudad, se ubicó en el mismo lugar
que los edificios anteriormente señalados, teniendo en la conocida
plaza de San Vicente su eje. Obviamente, el Toledo carpetano también
poseería espacios y edificios de corte religioso asociados al paganismo
prerromano. Así, tendríamos edificios representativos para toda la co-
munidad, pero que contarían con una especial asociación al grupo
dirigente y también existirían pequeños espacios tipo templete de uso
propio. Simultáneamente, resulta asumible la existencia de otros espa-
cios sagrados o santuarios fuera del recinto amurallado, fácilmente re-
lacionados con el río y la naturaleza, y que igualmente jugarían su
papel religioso para los habitantes del Toledo carpetano.
El anterior escenario urbano que hemos descrito se ajustó al pe-
ñón y a sus complejidades a lo largo de los años, pues no estamos ante
un proceso estanco, sino que dicho escenario obedecería a una evolu-
ción a lo largo de décadas.
Y fuera de la muralla, ¿con qué nos encontraríamos? Realmente
el paisaje exterior a la muralla encajaría con el marco de subsistencia,
abastecimiento y necesidad de recursos expuesto líneas atrás, siguiendo
el modelo económico del centro peninsular. De esta manera, estaría-
mos ante amplios espacios dedicados a la agricultura aprovechando las
ricas y productivas vegas del río Tajo, que serían la principal fuente de
alimento de los habitantes de la urbe. Estas actividades agrarias que se
llevaban a cabo en el entorno de Toledo se vieron favorecidas por el
desarrollo de las técnicas de cultivo y por el propio avance tecnológico
que se vivió a lo largo de la Edad del Hierro, especialmente en su se-
gunda parte, lo que supuso que se pudiesen cubrir las necesidades
36 toledo

emanadas del crecimiento poblacional del antiguo asentamiento (pe-


queño poblado)-peñón toledano a la ciudad-peñón toledano, si se nos
permiten las expresiones, e incluso generar excedentes para el comer-
cio que salía o llegaba a Toledo.
Junto a estos terrenos y sus posibles y sencillas construcciones re-
lacionadas con el trabajo y la producción, habría talleres para el traba-
jo del cuero, el textil y la cerámica y uno o varios espacios específicos
para las actividades comerciales.
Por último, y no por ello menos importante, sino más bien al con-
trario, en lo que se refiere al espacio suburbano del Toledo de época
carpetana debemos resaltar el lugar destinado al final del camino, la
necrópolis o las necrópolis. El estudio del mundo funerario de cual-
quier pueblo o sociedad siempre resulta muy revelador y en el caso
que nos ocupa se identifican influencias de la llamada cultura de los
Campos de Urnas, junto con otras procedentes del Mediterráneo.
Desconocemos la ubicación de la necrópolis carpetana toledana, pero
es de suponer que se hallaría en un punto de fácil acceso y no muy
lejos de la ciudad. Nos encontramos en un contexto de cremación de
los cuerpos. Las cenizas se depositaban en urnas y estas se enterraban
en hoyos. Por supuesto, no todos los enterramientos serían iguales y la
diferenciación social que se había manifestado durante la vida también
estaría presente en el espacio funerario, tanto de cara al exterior con
mayores o menores estelas, como de cara al interior del enterramiento
en cuanto al ajuar funerario, que según el difunto podría ir desde ce-
rámica a utensilios cotidianos o incluso armas, evidenciando así la
condición del difunto. Entroncando con el ámbito de las creencias de
los carpetanos, a la hora de afrontar la muerte estos creerían que con
la misma se cerraba el ciclo de la vida representado en algo tan coti-
diano para ellos como la naturaleza, pero también se abría una nueva
vida más allá de esta.
Por último, en lo que a este apartado sobre Toledo antes de la lle-
gada de las dos grandes potencias que se disputaron el control de His-
pania y del mar Mediterráneo, Cartago y Roma, se refiere, es conve-
niente señalar cómo era la sociedad previa a esta disputa en nuestra
ciudad protagonista y cuál era el estamento o grupo dirigente junto a
daniel gómez aragonés 37

su sistema de gobierno. El esquema se asemeja a lo expuesto en el


inicio de este apartado. Por un lado, tendríamos una asamblea o sena-
do, institución que tendría en Toledo un espacio propio en el que
reunirse, y sus miembros formarían parte del eslabón más alto de la
sociedad toledano-carpetana. Estos se encargarían tanto de la adminis-
tración interior de la ciudad como de las relaciones que se mantenían
con otras ciudades o poblaciones. Asimismo, en Toledo contaríamos
con una aristocracia que destacó por su posición privilegiada alrede-
dor de su poder económico —necesidad de productos de mayor cali-
dad—, político —estética con elementos de lujo— y militar —aristo-
cracia ecuestre—.Y para cerrar el marco socio-político, tendríamos a
personajes que bien podríamos denominar como «funcionarios» a raíz
de su trabajo comunitario emanado de las propias instituciones urba-
nas y con una diferente escala, amén de personajes específicos relacio-
nados con el ámbito religioso y finalmente el común de la sociedad.
El poder y la importancia del Toledo carpetano y de su grupo dirigen-
te quedan reflejados en el control de otros núcleos poblados, tanto al
norte como al sur de su posición, de los que las huellas arqueológicas
son muy escasas, seguramente por la pequeña entidad de muchos de
ellos. Estos emplazamientos tendrían su importancia estratégica a la
hora de entablar relaciones con otras ciudades-estado o grupos pobla-
cionales, pero igualmente como unidades de producción y recursos
para el núcleo toledano, aparte de como establecimiento o surgimien-
to de grupos aristocráticos adscritos a esos territorios. Del mismo
modo, surgirían pequeños enclaves de carácter religioso que depende-
rían de Toledo.
En el siglo iii a. C. los carpetanos de Toledo, así como todos los
carpetanos en general y el resto de tribus prerromanas iban a ver cómo
su escenario político quedaba totalmente condicionado por dos esta-
dos en plena expansión mucho más allá de sus límites originarios. El
carácter aguerrido y la profunda identificación con su territorio de
celtas, celtíberos e iberos no serían suficientes para frenar la maquinaria
bélica que se les venía encima y acabarían sucumbiendo para en mu-
chos casos adaptarse, podríamos decir de manera exitosa, a la nueva
realidad imperante.
38 toledo

Comienza la épica: la conquista romana

Según ese manual tan imprescindible como es el Diccionario de la lengua


española, la palabra épico o épica en su primera acepción se define
como: «Perteneciente o relativo a la epopeya o a la poesía heroica». Pues
bien para nosotros la épica es una fuerza espiritual que ha acompañado
y movido al hombre desde tiempos remotos, le ha hecho capaz de ac-
tuar de manera sublime y heroica en situaciones adversas independien-
temente del resultado posterior. Alejados de los preceptos positivistas,
podríamos ver épica cuando en el momento preciso del acontecer
emerge la figura del líder para dar un paso al frente, marcando o defi-
niendo el momento histórico. Así, como vemos en la historia y como
bellamente reflejan las leyendas, los mitos o en este caso la poesía heroi-
ca, que no son meros productos artístico-literarios (nos adscribimos
a los postulados del estudioso de la materia Joseph Campbell), existe
una tradición épica y, sin ningún género de duda,Toledo forma parte de
esta. Nosotros consideramos que ese Toledo épico se abre con la llegada
de los cartaginenses, primero, y seguidamente de los romanos.
El choque entre cartaginenses y romanos en la Península Ibérica
no fue un hecho casual o que surgiese por generación espontánea, el
conflicto entre ambas potencias venía de lejos. Entre los años 264 y
241 a. C. aconteció la llamada Primera Guerra Púnica que enfrentó de
manera cruenta durante más de veinte años a Cartago y Roma. Evi-
dentemente, no vamos a analizar ni la primera ni las otras dos guerras
púnicas, sin embargo el lector puede inferir que motivos como la in-
fluencia política, la ampliación del radio de dominio, el control del
mar Mediterráneo, central y occidental, o la importancia del comercio
fueron razones más que de peso para justificar dicho conflicto. A pesar
de contar con una poderosa flota cuyo núcleo se hallaba en la actual
Túnez, Cartago tuvo que asumir su derrota frente a Roma y retirarse
a lamer sus heridas esperando el día de la venganza.
Cartago entró en crisis, incluso llegó a sufrir una guerra civil, al
perder una parte muy sustancial de su imperio colonial y al tener que
hacer frente a los pagos correspondientes a Roma. En esta coyuntura
de inestabilidad y con la honra herida, emergió el clan de los Barca
daniel gómez aragonés 39

para dar de nuevo luz a los cartaginenses.Y fue aquí donde la Penín-
sula Ibérica jugó su papel protagonista y donde los carpetanos volvie-
ron a aparecer en escena. En su necesidad de recuperarse económica,
política, militar e incluso moralmente, Amílcar, el cabeza de la familia
de los Barca o Bárquidas y vencedor de la guerra civil que puso contra
las cuerdas a Cartago (la conocida como Guerra de los Mercenarios),
dispuso que la expansión por las tierras ibéricas era la mejor opción.
Así, en el año 237 a. C. las huestes cartaginenses llegaron a Gades, la
actual Cádiz, y esto solo fue la punta de lanza, porque a partir de allí,
el área de control de los recién llegados fue en aumento. Tanto es así,
que la República romana en el año 226 a. C. consideró oportuno po-
ner un límite a la expansión cartaginesa reflejada en un pacto o tratado
que delimitaba el río Ebro como punto máximo de expansión. Co-
menzaba a fraguarse lo que en pocos años iba a ser la Segunda Guerra
Púnica y de esto tuvo mucha culpa uno de los mayores y mejores
generales que nos ha dado la historia. Indudablemente, nos referimos
a Aníbal.
En el año 228 a. C. murió Amílcar Barca, quedando el liderazgo
militar de Cartago en la Península Ibérica en manos de su yerno Asdrú-
bal el Bello, quien pasó a la historia por la fundación de Qart Hadasht,
conocida por los romanos como Carthago Nova y actualmente como
Cartagena. Asdrúbal no pudo disfrutar mucho de sus logros, la consoli-
dación de las conquistas de Cartago en Iberia (más por obra de tratados
que por la fuerza de las armas), el Tratado del Ebro y la fundación de ese
nuevo referente en el Mediterráneo que fue Qart Hadast, ya que en el
año 221 a. C. murió asesinado. En ese momento fue cuando el hijo de
Amílcar Barca, Aníbal, quien según la leyenda había jurado odio eterno
a Roma, tomó las riendas y sacó a relucir su genio militar.
El nuevo líder cartaginés decidió avanzar hacia el centro peninsu-
lar llegando hasta el río Duero para enfrentarse a las tribus de los olca-
des y los vacceos. Estos movimientos conllevaron la penetración en
tierras carpetanas, lo que no fue del gusto de sus habitantes, como
evidencia el enfrentamiento que se produjo en un paso indeterminado
del Tajo. Hasta hace poco tiempo se consideraba que la ciudad de To-
ledo pudo haber tenido algo que ver con este choque, pero las últimas
40 toledo

y recientes investigaciones3 han ubicado la llamada «batalla del Tajo»


recogida por los historiadores Tito Livio y Polibio en Driebes (Gua-
dalajara). El genio del general cartaginés permitió la victoria a su ejér-
cito conformado por unos veinticinco mil hombres y varios elefantes
de guerra, frente a una alianza de carpetanos, olcades, vacceos y veto-
nes, quienes reunieron una tropa de casi cien mil guerreros, aunque
hay autores que rebajan ostensiblemente esta cifra. Toledo nunca fue
tomada por la hueste de Cartago pero, al igual que gran parte del te-
rritorio carpetano asociado a las orillas del río Tajo, era un punto es-
tratégico y los cartaginenses en su proyecto para la Península Ibérica
no podían dejar de lado su paso y su control más o menos directo. Esta
coyuntura derivó en que inevitablemente los carpetanos, y por ende
Toledo, pasaran a tener un contacto más o menos intenso con el mun-
do cartaginés.
En los años 219-218 a. C. los acontecimientos se precipitaron a
consecuencia del férreo y posterior asalto de la ciudad de Sagunto por
parte de las huestes de Aníbal, lo que justificó la entrada en guerra de
Roma, arrancando así la Segunda Guerra Púnica. Aníbal consiguió
reunir un fastuoso ejército en el que aparte de sus afamados elefantes
de guerra y de una potente caballería, había un gran número de mer-
cenarios, algo habitual en la tropa cartaginense. De hecho, sabemos
que en este ámbito mercenario de la hueste de Aníbal hubo guerreros
carpetanos y por qué no pensarlo, algunos bien pudieron haber prove-
nido de la mismísima urbe toledana. Sin embargo, el vínculo entre
Aníbal y los carpetanos o bien no fue muy fuerte o por algún motivo
debió de romperse, dado que la tropa carpetana desertó de su empresa
de invadir la Península Itálica cruzando los Alpes.
Dadas las características de este libro, no podemos detenernos en
los pormenores de la Segunda Guerra Púnica, ya que excede los obje-
tivos del trabajo, por lo que recomendamos al lector interesado que
acuda a la bibliografía. Sí debemos señalar que dicho conflicto bélico
supuso el desembarco del ejército romano en Iberia, abriéndose un
nuevo escenario para las poblaciones indígenas, entre las que se inclu-
yen los carpetanos. Mientras que Aníbal penetraba en la Península Itá-
lica y vencía en la batalla de Cannas del año 216 a. C., en la Ibérica los
daniel gómez aragonés 41

enfrentamientos entre cartagineses y romanos se sucedían. Aníbal, en


una de esas decisiones que marcan la historia, no tomó Roma mientras
en los territorios ibéricos, a pesar de algunas derrotas y de duras pérdi-
das, poco a poco la maquinaria romana se iba imponiendo, máxime a
partir de la llegada de otro gran general, Publio Cornelio Escipión,
conocido tiempo después como el Africano, en el año 210 a. C.
Los cartagineses perdieron su joya ibérica, Cartagena, y Aníbal
perdió a su querido hermano Asdrúbal. Para el año 205 a. C. ya no
quedaba ni rastro del dominio cartaginés en la Península Ibérica. En el
año 202 a. C. se ponía fin a la Segunda Guerra Púnica con la victoria
romana en la batalla de Zama. El tiempo de la conquista romana de
Toledo y de toda Hispania había llegado.
Desde el año 218 a. C. las tropas romanas ya comenzaron a mo-
verse por la Península Ibérica con las derrotas y, sobre todo, victorias
señaladas. Tras el escenario establecido una vez concluida la Segunda
Guerra Púnica, la maquinaria de Roma se puso en marcha en pos de
la conquista de Hispania y tanto la Carpetania como una de sus urbes
más destacadas, Toledo, se vieron afectadas. En el año 197 a. C. la Re-
pública romana se dispuso a dividir en dos provincias los primeros
territorios hispanos que pasaron a estar bajo su dominio directo. Por
un lado, la provincia Citerior con capital en Tarraco, la actual Tarrago-
na, y por otro lado, la provincia Ulterior con capital en Corduba, la
actual Córdoba, quedando Cartagena como punto divisorio entre am-
bas provincias. A partir de aquí se articuló la conquista romana de
Hispania, la cual fue una ardua tarea que abarcó casi dos siglos en su
totalidad. El proceso de expansión romana vino de alguna manera a
cubrir el vacío dejado por la caída de los cartagineses y a iniciar un
nuevo proyecto que, al igual que había sucedido con la llegada a la
Península Ibérica de la potencia norteafricana, volvía a suponer un
riesgo y un peligro para muchas tribus celtas, celtíberas e iberas. La
victoria romana en su frontera en el sur y en el frente oriental, tierras
griegas y balcánicas, junto con la llegada a Hispania del famoso cónsul
Catón, que trajo su férreo y conquistador carácter reflejado en la fa-
mosa frase atribuida a su persona en el contexto de la Tercera Guerra
Púnica y que acabó definitivamente con Cartago, Carthago delenda est,
42 toledo

a la Península Ibérica supusieron un espaldarazo para el proyecto ro-


mano en Hispania.
Roma estableció una especie de sistema de estatus para las ciudades
conquistadas según hubiese sido su comportamiento y la negociación
con ellas. La gran mayoría tuvieron la categoría de ciudades estipen-
diarias o stipendiaria, es decir, su oposición violenta a la conquista les
acarreaba el pago del stipendium o tributo de carácter anual, bien mo-
netario o bien en especie, y la subordinación total a las directrices de
Roma, aunque pudieron mantener un gobierno propio para asuntos
locales. Muy pocas ciudades quedaron fuera de este pago.Y es que la
política romana era clara: diplomacia o golpe de legionario. Sin em-
bargo, los romanos se encontraron con tribus que no aceptaban ni una
cosa, ni por supuesto la otra, como los lusitanos o algunas tribus celti-
béricas. Así, sabemos que antes de los choques en las cercanías de To-
ledo y en los propios muros de la urbe carpetana, los romanos tuvieron
duros enfrentamientos con dichos nativos.
La maquinaria romana no podía detenerse, las posibilidades eco-
nómicas que ofrecía Hispania eran demasiado ricas para ello y la ne-
cesidad de avanzar en la conquista del centro peninsular y de fijar y
fortalecer fronteras ante las tribus más levantiscas y belicosas, hacían
que Toledo tuviese que ser de Roma a toda costa. El interés romano
por nuestra ciudad protagonista aumentó al necesitar controlar el valle
del Tajo, los vados que permitían su paso y un punto que facilitaba
todo en su conjunto como era la propia ciudad de Toledo.
Así llegamos a dos años fundamentales: 193 y 192 a. C. En el pri-
mero de ellos el pretor Marco Fulvio Nobilior, avanzando desde el sur
y cruzando la tierra de los oretanos para internarse en la Carpetania,
en concreto en el valle medio del Tajo, en las proximidades de Toledo
sin que, desgraciadamente sepamos el punto exacto, y acompañado de
un poderoso ejército, derrotó a una coalición de tribus indígenas com-
puesta por celtíberos, vetones, vacceos y carpetanos. Todos ellos eran
conscientes del valor estratégico y económico de Toledo. Más allá de
la victoria romana, la batalla es significativa porque supuso la captura
del llamado por los cronistas romanos rex/rey carpetano, aunque esta-
ríamos realmente ante un destacado líder o caudillo, de nombre Hi-
daniel gómez aragonés 43

lerno, cuyo liderazgo no se circunscribiría únicamente a los carpeta-


nos, sino que por mor de cuestiones vinculadas al tradicionalismo
guerrero, el prestigio militar y la correcta estrategia frente a un pode-
roso enemigo exterior, podría haber ejercido en la contienda un man-
do único, de ahí que el historiador romano Tito Livio resalte su figura
como rex y destaque su captura.Tristemente, desconocemos el destino
de Hilerno tras su captura, pero resulta obvio que los carpetanos de
Toledo tuvieron que echar mucho de menos su prestigioso liderazgo
ante el último envite. Obviamente, consideramos que Hilerno estaría
directamente vinculado con Toledo.
El segundo año clave en la «biografía» de Toledo, el señalado año
192 a. C., la definida como parva urbs por Tito Livio cayó en poder roma-
no, no sin oponer una férrea resistencia, tanto desde el interior de la urbe
carpetana, los romanos tuvieron que hacer uso del arte de la poliorcé-
tica, como desde fuera, puesto que celtíberos, vetones y vacceos, insis-
timos, conscientes del valor de Toledo tanto para los carpetanos como
para ellos mismos, acudieron en auxilio de la urbe carpetana sin éxito.
Toledo y todo su entorno pasaban definitivamente al control romano.
Creemos que los hechos descritos en estas últimas líneas justifican
el título elegido para este apartado, «comienza la épica», y no porque
nos haya dejado llevar el manifestado y profesado amor hacia Toledo.
Por supuesto, asumimos que hubo episodios de una mayor relevancia
épica en la conquista romana de Hispania y que el caso de Toledo no
es comparable, por ejemplo, con la lucha y resistencia prácticamente sin
parangón de Numancia.Y sabemos que no contamos con los suficien-
tes datos, más allá de los expuestos, para hacer de Hilerno un Viriato a
lo «carpetano-toledano» o que este tuviese una simbólica y singular
muerte como el líder arévaco de Numancia, Retógenes, el cual ordenó
a sus hombres que prendiesen una gran hoguera y que estos, «herma-
nos de armas», combatiesen entre ellos en parejas hasta la muerte, sien-
do sus cuerpos arrojados al fuego, e inmolándose Retógenes en último
lugar. Lo que sí sostenemos dentro de este escenario épico es que en el
contexto de la batalla del año 193 a. C. y de la conquista de Toledo en
el año 192 a. C. pudieron darse escenas como la descrita por el poeta
romano Silio Itálico cuando dice: «Llegan también los celtas, cuyo
44 toledo

nombre está ligado al de los iberos. Sucumbir en combate es para ellos


un honor, pero consideran un crimen incinerar el cadáver de un gue-
rrero así abatido. Creen que irán junto a los dioses en el cielo si los
buitres hambrientos despedazan su cuerpo tendido».4 Una espectacular
escena que distintos estudiosos han querido ver representada, junto a
otros rasgos simbólicos correspondientes a la aristocracia y magia gue-
rreras,5 en la estela de Zurita (Cantabria), en la cual aparece un guerre-
ro caído en combate junto a dos buitres, uno a su lado y otro descen-
diendo desde los cielos, un caballo y dos guerreros armados y ataviados
o cubiertos con pieles de animales que bien podrían ser de lobos. Una
clara conexión del plano horizontal y del vertical, y una rotunda mues-
tra de la sacralidad de la guerra, de la muerte en combate, de los anima-
les y de la figura del héroe; todo ello como elementos propios de
muchos pueblos de la Hispania prerromana entre los que incluimos a
los carpetanos y, por consiguiente, a Toledo.
Toledo y sus habitantes no volvieron a verse inmersos, al menos
de manera directa, en otros enfrentamientos que se dieron en los terri-
torios carpetanos, que antes dependían de la propia Toledo en algunos
casos, hasta varios años después. En el año 186 a. C., y no a una exce-
siva distancia de Toledo, los romanos fueron duramente derrotados a
manos de una confederación de lusitanos, vetones, celtíberos y carpe-
tanos. No obstante, la alegría del bando indígena duró poco, debido a
que al año siguiente el ejército romano aplastó, también cerca de Toledo,
a una poderosa fuerza combativa de tribus indígenas conformada por
unos treinta y cinco mil guerreros. Alrededor del año 180 a. C. se testi-
monian más luchas, destacando la victoria de Tiberio Sempronio Graco
sobre los celtíberos y la rendición de Turro o Thurrus, un poderoso y
destacado líder carpetano que ante la ofensiva romana y ante el temor
de perder a su familia, su pueblo y sus dominios se unió a la causa ro-
mana participando activa y provechosamente a favor de la misma. Para
estas fechas gran parte de la Carpetania estaba bajo dominio romano,
y el control del centro peninsular y la nueva realidad política, social,
administrativa, etc. de la ciudad ahora llamada Toletum (incluida ya en
la provincia de la Citerior), eran más que evidentes. El pretor Sempro-
nio Graco, a través de los éxitos militares y de una efectiva política de
daniel gómez aragonés 45

pactos, estabilizó la nueva frontera en la que ahora estaban incluidos


los carpetanos y fuera de la misma los lusitanos, vetones y vacceos,
entre otros, junto a las tribus del norte peninsular. Llegaban tiempos de
una paulatina integración en la órbita romana.

Marco legendario: Toledo, mitología y fundaciones

Ya hemos señalado tanto en este como en otros trabajos que nos sen-
timos cercanos a los postulados ofrecidos, estudiados y defendidos por
autores de la talla de J. R. Tolkien o de Joseph Campbell en lo que al
análisis y visión de los mitos y de las leyendas se refiere. No en vano, el
propio Joseph Campbell señala en el libro El poder del mito, derivado de
la deliciosa y altamente enriquecedora conversación-entrevista que
tuvo el estudioso de la materia con el periodista Bill Moyers, que «los
mitos son pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana».
Toda una declaración de intenciones.
Aunque en la introducción ya hemos señalado cuál es el objetivo
que tendrán estos apartados que cerrarán cada capítulo de este libro,
nos parece conveniente remarcar su carácter imprescindible para en-
tender la historia y la idiosincrasia de Toledo, y no solo de eso que en
los últimos años se viene llamando el «Toledo mágico» y que ha hecho
correr ríos de tinta en publicaciones, en algunos casos serias y valiosas y
en otros totalmente prescindibles, además de ocupar muchos minutos en
programas de radio, en populares podcast o en documentales y reportajes
de televisión, junto con la proliferación de muchas y variadas rutas tu-
rísticas.6 El riquísimo marco legendario toledano es mucho más y bebe
de la propia esencia de la ciudad. Igual que no podemos entender la
«biografía de Toledo» sin el río Tajo, sin su ubicación sobre el peñón, sin
su condición de urbs regia en época visigoda, sin la Reconquista o sin
su efervescencia cultural, no podemos hacerlo sin sus leyendas.
De esta manera y partiendo de estos postulados, no pretendemos
escribir una especie de libro anexo a cada capítulo que por separado
pudiese configurarse en otra monografía más sobre leyendas toledanas.
Sobre esta cuestión se han escrito trabajos sencillamente espectaculares
46 toledo

desde ni más ni menos que finales del siglo xix —desde tantos años
atrás viene generando interés el marco legendario de esta ciudad— y el
lector interesado encontrará en la bibliografía contenida al final de esta
obra una buena cantidad de referencias para cubrir su interés en profun-
dizar en la materia.7 Por esta razón, seleccionaremos en cada apartado
correspondiente una o varias leyendas que consideremos de interés para
completar el capítulo, añadiendo una breve narración escrita (siempre
hemos considerado que las leyendas en Toledo no se cuentan, sino que
se narran, y siempre se aprende algo, siempre hay una moraleja) y un
comentario-análisis sobre la leyenda o las leyendas tratadas.

Así como queda suficientemente probado y lo confirman todos los


que de la primera población de España hablan. El primero que a ella
después del diluvio de Noé vino, y fue su primer poblador, fue Tubal
quinto hijo de Iaphet (Jafet), hijo tercero de Noé, y los que con el
vinieron a ella. A donde escriben que llegó a 143 años del diluvio que
fue 2.166 años antes del advenimiento de Christo (Cristo).

Estas líneas extraídas de la historia de Toledo del citado Pedro de


Alcocer intentaban dar luz a mediados del siglo xvi al primer pobla-
miento de España a partir de la prestigiosa progenie del bíblico Noé e
ir abriendo camino para presentar la fundación de Toledo. En este sen-
tido y siguiendo la descendencia de Noé, Alcocer continúa y señala:

En cuyo lugar, succedió su hijo Tago, que reynó 30 años, que dizen
que puso nombre al río famosíssimo de Tajo, porque fue el primero que
llegó a él y al lugar donde después fue fundada esta ciudad de Toledo.
Adonde algunos creen que puso de la gente que consigo traya, que
poblaron en ella por su fuerte y excelente sitio, templança.

A partir de aquí tendríamos la supuesta y mítica primera funda-


ción de Toledo, porque para Alcocer habría una segunda fundación
que estaría acompañada de múltiples opiniones en los escritos de los
cronistas, como sucede con Roma, a pesar de lo cual asume que el
hecho de que se conjeture con la fundación de una ciudad, en este
daniel gómez aragonés 47

caso de Toledo, no resta nobleza a la misma. Una de las cosas más inte-
resantes que dice el historiador Pedro de Alcocer de la segunda funda-
ción es:

Otros aún siguiendo las fábulas y fengimientos poéticos, dizen que fue
edificada por Hércules Griego […] Mas porque mi desseo es, apartarme
todo lo que puediere de fábulas y fictiones, escribiré muy templada-
mente lo que acerca desta su segunda fundación, parece más verisimile.

En estas últimas líneas nos hemos apoyado en el nombrado histo-


riador de mediados del siglo xvi Pedro de Alcocer por dos motivos. En
primer lugar, por mostrar cómo el contenido legendario se mezclaba
con el intento de componer un discurso histórico lo más coherente
posible sin que debamos tener una predisposición negativa hacia ello,
puesto que responde a una necesidad informativa. En segundo lugar, a
la hora de hablar de los orígenes de una ciudad, también es importan-
te el componente de prestigio y el hecho de que Toledo pudiera haber
sido fundada por un descendiente de Noé o por otros destacados per-
sonajes que ahora veremos, suponía ese toque diferenciador con res-
pecto a otras ciudades que también contasen con un gran peso histó-
rico. Lo cierto es que el escrito de Alcocer resulta una gozada, si se nos
permite la expresión, a la hora de conocer los posibles orígenes míti-
co-legendarios de Toledo, porque recoge gran parte del marco legen-
dario que antes de él y después de él sirvió como referencia.
Dejando a un lado las figuras de Tubal y Tago, podemos encon-
trarnos como fundadores de Toledo a personajes tan extraños como
los almonides. ¿Quiénes son? Lo poco que sabemos es que supuesta-
mente eran griegos, su capitán se llamaba Almeon, llegaron a España a
través de Galicia y se hicieron con el dominio de gran parte del terri-
torio, poniendo el nombre a Toledo y edificando poderosos edificios
de los que todavía se conservaba fuera de la muralla uno en el que
supuestamente hacían llamativos sacrificios al fuego.
Otro singular personaje asociado a la fundación de Toledo sería el
rey griego Pyrrus o Pirro, ¿tal vez una vaga y lejana referencia al au-
téntico rey Pirro que en el siglo iii a. C. se enfrentó a los romanos en
48 toledo

su proceso de conquista de Grecia? Se le hace familiar del mítico rey


Hispan y del semidiós Hércules, y sería el responsable de la llegada a
Toledo de un buen número de judíos, muchos de ellos instruidos en
diversas ramas del conocimiento, los cuales levantaron la que hoy co-
nocemos como sinagoga de Santa María la Blanca trayendo gran can-
tidad de tierra de Jerusalén.
Otro hilo legendario recogido por el arzobispo e historiador Ro-
drigo Jiménez de Rada, de quien en el capítulo oportuno nos ocupare-
mos como su figura se merece, habla de la fundación de Toledo ya en
época romana, obviando su pasado carpetano, y otorgando el rango de
fundadores de Toledo a dos cónsules romanos llamados Tolemón y Bru-
to (Tolemón:Tole- y Bruto: -to, lo que daría «Toleto», y de ahí Toledo).
Asimismo, en las fundaciones legendarias de Toledo también hay hueco
para personajes históricos, de gran prestigio por supuesto.Aquí encajaría
el poderoso rey babilónico Nabucodonosor, el cual sería otro de los
personajes que habrían fundado la ciudad del Tajo según el marco le-
gendario.
Pero ¿pueden existir más referencias legendarias a Toledo e inclu-
so más potentes y llamativas si cabe? Estimado lector, la respuesta es
rotunda: sí.
Un asesino también habría fundado Toledo. Nos vamos nueva-
mente al ámbito griego. Un personaje procedente de esta tierra llamado
Amphiloco llegó a Galicia y fundó la ciudad de Amphiloquia. Después
fue asesinado por un compañero suyo de nombre Ferecio, astrólogo
y nigromante, sin que quedase claro el motivo de tan terrible acto.
Por temor a la reacción del resto de compañeros griegos, Ferecio
huyó, pero no se fue solo, ya que al ser un personaje bien formado, es-
tuvo acompañado por un número incierto de seguidores. Tras mucho
deambular, llegaron al peñón toledano y vieron que era un lugar su-
blime para asentarse, puesto que resultaba fácilmente defendible y ade-
más era agradable y acogedor. Ferecio consultó la posición de las es-
trellas y esta le determinó que se encontraba en un emplazamiento
ideal para levantar una próspera ciudad, esperando al momento opor-
tuno para ello. La leyenda prosigue añadiendo un componente que
bien podemos considerar clásico dentro de los arquetipos del mito y
daniel gómez aragonés 49

de la leyenda. Paseando un día por el peñón, Ferecio se adentró en


una de las muchas cuevas existentes, en cuyo interior habitaba una
sierpe o dragón, que fue domesticado gracias a su saber. Este fue el
punto de inflexión que Ferecio necesitaba para desarrollar la edifica-
ción de Toledo y atraer a muchos habitantes al lugar al que acudían no
solo por ser un espacio privilegiado, sino también para aprender los
conocimientos mágicos de Ferecio. La unión del mundo de la magia
y de Toledo no corresponde a tiempos medievales ni modernos, sino
que las leyendas lo llevan hasta la mismísima fundación de la urbe.
Aparte de los conocimientos, Ferecio enseñó a honrar a los dioses rea-
lizando sacrificios en honor de Hércules. La conexión con el semidiós
griego no se quedó ahí y Ferecio le dedicó la cueva en la cual había
domesticado al dragón. Sin embargo, esta dedicatoria perseguía un ob-
jetivo y es que Ferecio hizo creer a sus seguidores que Hércules había
enviado el dragón para que a través de él pudiese predecir el futuro.Y así
fue como quedó ligado el nombre de Hércules a Toledo, puesto que esa
cueva siglos y siglos después siguió siendo conocida como la cueva de
Hércules. Pero ¿y el nombre de Toledo? Siguiendo la leyenda, Ferecio
utilizó el nombre de Taygeto como una mezcla del nombre del río y
de su ciudad natal en Grecia, y con el paso del tiempo pasó a Toledo.
Fuera de lo que es la leyenda de Ferecio pero asociada a ella, nos
encontramos otra referencia de esencia claramente legendaria y tam-
bién relacionada con el ámbito griego. Otros helenos llegaron al pe-
ñón toledano tiempo después de los primeros y decidieron llamar a la
ciudad Ptolietron, cuyo significado sería ciudad pequeña.
A partir de estas narraciones se llega a dar la tan lejana fecha de
1260 a. C. como año de fundación, El objetivo es obvio, tanto dar
grandeza a través de tan exagerada antigüedad, como valor y prestigio
a la fundación a través de un pueblo como el griego, caracterizado por
sus héroes y semidioses, además de por su fama de amante del saber y
de los conocimientos astronómicos y mágicos, los cuales habrían per-
mitido a Toledo labrar su antiquísima e imperturbable fama de ciudad
vinculada a dichos saberes.
No obstante y para cerrar este apartado y con ello este capítulo,
tenemos que hablar de una última leyenda que igualmente tiene un
50 toledo

gran y nombrado personaje de la mitología griega como protagonista,


el fundador legendario de Toledo por antonomasia sería el autor de los
famosos «doce trabajos»: Heracles o Hércules, hijo del dios Zeus y de
la mujer mortal Alcmena. Los estudiosos de las leyendas toledanas con-
sideran que no puede entenderse la «mitología» de Toledo sin esta
añeja leyenda, pues forma parte casi de la historia oficiosa de la ciudad,
y es que utilizamos este adjetivo calificativo porque incluso los prime-
ros autores discutían sobre su veracidad. Resulta curioso que la leyen-
da de Hércules y la de Ferecio coincidan en muchos puntos.
A su llegada a Hispania Hércules fundó distintas ciudades y una
de ellas fue Toledo. Esta fundación se realizó a partir de ese lugar tan
preciado en el marco legendario toledano, una cueva (algunos versio-
nes señalan que el propio Hércules fue quien la hizo), en la que el
semidiós griego instruía a los interesados en prácticas mágicas, desa-
rrollándose así una comunidad de magos y gestándose un fama inme-
morial y atemporal de Toledo como urbe de las artes mágicas por
excelencia. La siguiente parte de la leyenda de Hércules nos lleva a
vincular esa «cueva mágica» con una gran torre o palacio encantado
que, nuevamente, según algunas versiones, fue construido junto a la
cueva, dentro de la misma o directamente en su entrada, para proteger-
la, puesto que no debía ser profanada bajo pena de una terrible maldi-
ción a la que en capítulos posteriores volveremos. Una vez que la
puerta del palacio quedó cerrada, Hércules ordenó que todos los reyes
de Toledo colocasen obligatoriamente un candado en la puerta y que
bajo ningún concepto la puerta fuese abierta y con ello la cueva pro-
fanada. Como posteriormente veremos, la leyenda nos dirá que hubo
alguien que no hizo caso a la advertencia y la maldición cayó sobre él,
sobre la ciudad y sobre el reino del cual Toledo era su alma y corazón.
Nos parece interesante añadir las palabras del historiador Francis-
co de Pisa para tener una visión intelectual de principios del siglo xvii
sobre lo que rodeaba a la cueva de Hércules en Toledo y con ello, tal
vez, suscitar el interés del lector con mayor gusto mistérico.

Los que escriven y tienen por opinión, ser Toledo fundación de Grie-
gos, y en particular, los que dan su primera fundación al famoso Hér-
daniel gómez aragonés 51

cules, alegan en su favor entre otras pruebas o conjeturas, la que resul-


ta de la muy nombrada cueva, vulgarmente llamada del mesmo
Hércules, que se ve en esta ciudad […]. Esta cueva (con otras algunas
que ay en la Ciudad no tan famosas, ni tan espaciosas) […] teniendo
la cueva, como dizen que tiene alguna boca fuera de la Ciudad [..] y
no van fuera de razón los que dizen ser esta cueva la que se vee oy
debajo de la Yglesia de san Ginés, y de algunas casas allí cerca […]. La
cueva es larga y no se le ha visto fin della: en la entrada es más ancha,
y después va más angosta. No tiene solo un camino, antes se va repar-
tiendo en ramos, y veredas, y caminos diversos a una parte y a otra.8

A pesar de los datos, detalles y misterios que señala Pisa, el histo-


riador escribe que no fue esta la cueva que hemos apuntado que según
la leyenda resultó profanada desatando la maldición correspondiente.
Y es que pocas leyendas hay en Toledo como la de la cueva de Hércu-
les y el palacio encantado. Su legado cubre siglos de historia.

También podría gustarte