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Arqueologia de La Sociologia Ambiental

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ARQUEOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA AMBIENTAL.

Antonio Aledo
J. Andrés Domínguez

Extractos de: Sociología Ambiental (pp.29-51). Grupo Editorial Universitario

INTRODUCCIÓN
En primer lugar, analizaremos la separación epistemológica entre naturaleza y
Sociedad, a fin de hallar las raíces y razones ideológicas de la misma, así como
reflexionar sobre sus consecuencias en el desarrollo de una ciencia occidental
profundamente antropocéntrica y en sus efectos a nivel ecológico.

LA SEPARACIÓN ENTRE NATURALEZA Y SOCIEDAD


La separación de Sociedad y naturaleza participa del viejo sueño de que los hombres
podrían llegar a controlar y dominar la naturaleza. Entendemos que la idea de separar
lo social de lo natural fue un paso previo a los procesos de dominación y conquista de
la naturaleza. Pero al igual que resulta imposible separar la mente del cuerpo, psique y
soma, también lo es extraer la Sociedad de la naturaleza, de la cual forma parte.
La Ecología ha donado al resto de las ciencias el concepto de ecosistema,
enseñándonos que todos formamos parte de un sistema más amplio, cuyos elementos
se encuentran necesaria y funcionalmente interrelacionados. Aceptando la visión
holística que aporta tal concepto, resulta imposible abstraer para su estudio aislado
cualquiera de los elementos que lo componen; por lo tanto, carece de justificación
epistemológica analizar lo social como una entidad autónoma e independiente.
Ahora bien, hasta décadas recientes, la ciencia occidental se ha desarrollado sobre tal
división. Es una de las labores de la sociología ambiental subrayar los errores que tal
planteamiento suponen, tanto a nivel de construcción teórica como en sus últimas
consecuencias prácticas. En realidad, la mencionada separación ni siquiera sugiere
una división igualitaria y equivalente en términos de predominancia, sino que, por
contra, se plantea como superposición del elemento social sobre el natural. De este
modo, se comienza a legitimar un proceso de conocimiento, control y dominación
desde lo social o humano sobre lo natural. No debemos olvidar que este proceso de
dominación también está estructurado socialmente y ha sido dirigido, y ha beneficiado
históricamente, a las élites sobre el conjunto de la población.
Es significativo que si bien los inicios de la división entre Sociedad y naturaleza se
pueden remontar a la tradición judeocristiana, esta auténtica cosmogonía se
generaliza en la Época de los Descubrimientos, durante la etapa de colonización
(siglos XV al XIX). El descubrimiento y conquista de nuevas tierras en beneficio de las
élites de las metrópolis se vio favorecido por la justificación ideológica de un mundo
social que debe imponerse sobre un mundo natural, incluyendo dentro de éste último a
las poblaciones humanas colonizadas.
Por lo tanto, las razones de la separación entre naturaleza y Sociedad están, en última
instancia, ligadas con unos procesos de dominación de unos seres humanos sobre el
medio biofísico y sobre otros seres humanos. La separación, la cosificación, la
fragmentación, la cuantificación de lo natural, que se inicia, muy especialmente, a
partir del desarrollo científico del siglo XVII, participa de la expansión de la sociedad
capitalista. El capitalismo necesita de la mercantilización de la naturaleza; es decir, su
transformación en un objeto valorable en términos crematísticos, para lo cual son
procesos imprescindibles la división que tratamos, la transformación de los seres
naturales en cosas, la fragmentación de un todo en partes para permitir su control y,
por último, el énfasis en la cuantificación de la realidad.
Consecuencias de la separación entre naturaleza y Sociedad.
La manida propuesta de interdisciplinariedad que encontramos en las ciencias
contemporáneas y, sobre todo, en lo que a cuestiones ambientales se refiere, jamás
podrá alcanzarse si no se derriba esta separación epistemológica previa. Las
necesidades que podemos percibir para conseguir dicho objetivo se concretan en dos
presupuestos: a) un profundo cambio en la mentalidad científica hacia análisis
verdaderamente integrales, sistémicos y holísticos, y b) un generoso esfuerzo en el
ámbito académico que ayude a superar las fronteras y barreras artificiales creadas
entre las diferentes ciencias, que no son más que reflejo e instrumento de relaciones
de poder establecidas en su interior.
Podemos distinguir dos tipos de consecuencias ocasionadas por la división que
estamos tratando, una de carácter eminentemente epistemológico y otra más práctica.
Por lo que respecta a las consecuencias epistemológicas, hallamos una división
difícilmente superable entre ciencias naturales y ciencias sociales, teniendo cada una
de ellas que ver exclusivamente con uno de los dos ámbitos de la separación. Ello
conlleva unos enfoques reduccionistas y de corto alcance, incapaces de explicar y
abarcar los problemas contemporáneos en su complejidad.
Las consecuencias prácticas que devienen del enfoque reduccionista se
concretarían en la propuesta de soluciones siempre limitadas y parciales que, sobre
todo ante problemas ambientales, se mostrarían como claramente inoperantes. Así,
por ejemplo, el intento de solución tecnológica a la contaminación atmosférica
producida por los vehículos de motor de explosión, basada en la colocación de filtros
en los tubos de escape, muestra sus limitaciones en la medida en que deja fuera del
proceso de reflexión, para su solución, a cuestiones sociales clave, relacionadas con
factores de tipo cultural sitos en la raíz del problema, como pueden ser los procesos
de rururbanización o la hipersimbolización del coche como marca referencial
individual.
Para señalar las consecuencias y errores epistemológicos de la separación entre
sociedad y naturaleza, vamos a utilizar los argumentos proporcionados por los
antropólogos Philippe Descola y Gísli Pálsson (1996: 2-19) que han desarrollado una
serie de argumentos con el objetivo de de-construir el dualismo naturaleza-cultura.
Afirman que la persistencia de este pensamiento cosmológico dualístico impide el
desarrollo de una comprensión más cercana a la realidad ecológica; tanto el
determinismo ambiental como el determinismo cultural provienen, en última instancia
de este dualismo. El determinismo ambiental entiende las formas sociales y la acción
social como derivado y dependiente de las estructuras ambientales. Por su parte, el
determinismo cultural afirma que es nuestra forma de pensar lo que termina por definir
la realidad; el entorno es, en última instancia, una construcción social. Son estas
explicaciones unidireccionales, derivadas de la separación naturaleza-cultura las que
critican, ya que impiden el enfoque holístico consustancial con el análisis ecológico.
El siguiente de sus argumentos se centra en la no universalidad de la separación entre
naturaleza y cultura. En numerosas sociedades no existe esta tajante separación entre
naturaleza y cultura. Numerosos pueblos ven a las plantas y animales como dotados
de características humanas, con algo parecido a un alma o principio de vida, y
establecen con plantas, animales e incluso cosas, una relación de hermandad que
anularía una visión dicotómica y dominadora de la naturaleza. Muchos etnolenguajes
no tienen una palabra similar al concepto occidental de naturaleza, lo que parece
indicar que no entienden ni practican esta separación entre naturaleza y cultura que,
como repetidamente señalan Descola y Pálsson, es propia del pensamiento occidental
caracterizado por ser dicotómico, fragmentario y mecanicista.
En su proceso de-constructivo del dualismo sociedad y naturaleza, utiliza el concepto
de co-evolución para mostrar la falsedad del mismo. Este concepto revisa la visión
darwinista en la que las especies se adaptan a las presiones cambiantes del medio. El
concepto de co-evolución señala que las relaciones entre el entorno físico y los
organismo que lo habitan son siempre de doble dirección; es decir, los cambios que se
producen en los organismos en su proceso de adaptación al entorno modifican
también a ese entorno, generándose de esta forma un ciclo constante de interacciones
entre medio y organismo –lo que definimos como co-evolución. El concepto de co-
evolución también es aplicable a la relación entre las sociedades humanas y el medio
ambiente físico.
Seguidamente afirman que la separación entre humanos y animales no humanos
(representantes ambos de los polos del binomio naturaleza y cultura) es puramente
ideológica. La compleja vida social de los babuinos o la capacidad de comunicarse de
los chimpancés nos dibujan un panorama evolutivo que impide establecer una
diferenciación radical entre los humanos y el resto de primates.
Por último, describen como los desarrollos en tecnología genética muestran que la
naturaleza no sólo se está convirtiendo en un producto social sino que a menudo está
directamente sometida a las leyes del mercado. Todos estos argumentos ayudan a
comprender la debilidad de las fronteras entre lo natural y lo social.

La sociedad del riesgo


Beck sugiere que la sociedad moderna se ha convertido en lo que él denomina la
sociedad del riesgo –una sociedad en la que el problema político central ha dejado de
ser la distribución de la riqueza para pasar a ser la distribución de los riesgos
ambientales y tecnológicos. Para Beck, a diferencia de otros problemas a los que se
ha enfrentado la humanidad, en la sociedad del riesgo todos los individuos se ven
sometidos por igual a la -cada vez mayor- posibilidad de ser sujeto - objeto de un
desastre ambiental. Esta posición de riesgo nos sitúa en una incertidumbre que, en
buena medida, aparece y se mantiene por el sentimiento generalizado de que la
tecnología ha escapado del control social.
Son tres, según Beck, las novedades que aporta la dinámica social sobre la que el
riesgo impone sus reglas. La primera, quizá la más importante, es que la sociedad
moderna se construye, desde sus inicios, sobre la destrucción de la naturaleza; es
decir, se eleva sobre cimientos provisionales que lo son en cuanto que la finitud y
limitación de los recursos es fácilmente comprensible. En segundo lugar, debido a lo
nuevos que son estos riesgos, la sociedad puede verse desestabilizada cuando tome
consciencia de ellos y, más concretamente, de su desconocimiento al respecto, sobre
todo considerando el carácter extremadamente racional de esta sociedad. En tercer
lugar, se produce un aumento de la “individualización” de la seguridad, acrecentada
por el aumento de libertad, de los derechos y deberes que la nueva sociedad supone.
Libertades, derechos y deberes que conllevan una delegación de responsabilidades de
la sociedad en el individuo, difícilmente asumibles por éste, dado el alcance y las
consecuencias de la toma de decisiones al respecto de riesgos nuevos,
presumiblemente graves y desconocidos. Esto hace que Beck las califique de
“libertades de alto riesgo”, que provocan lo que Luhmann denomina el “horror de la
indeterminación” o, en palabras de Beck, la “incertidumbre” y su afianzamiento.

Modernidad e incertidumbre
La pregunta cuya respuesta es la clave de esta incertidumbre es “¿qué hacer?”, y
Beck plantea que la modernidad tardía responde inadecuadamente con lo que no hay
que hacer, lo cual inhabilita la posibilidad de acción constructiva anti-riesgo, y supone
el citado afianzamiento de la incertidumbre que, a su vez, promociona una toma de
decisiones arriesgadas, tanto a nivel individual como macro (por parte de actores
sociales colectivos y el Estado).
Las estrategias de búsqueda de seguridad se estrellan contra el muro de una dinámica
social aplastante que, ante el proceso de destradicionalización (inutilidad de las
herramientas de vida social pre modernas) oprime, con la obligación de la decisión
hasta en el más mínimo detalle, sin que esa posibilidad signifique libertad real, ya que:
a) parece demostrado que la propia inconsciencia psicológica de la persona limita ese
número indefinido de posibles opciones en cada decisión; b) de otro lado, la
rutinización de ciertos comportamientos aparece como una necesidad humana clave
para el desarrollo de nuestra vida cotidiana; pero, lo que es más importante, c) las
posibilidades de opción del día a día no vienen configuradas por nosotros, actores
sociales particulares, sino por otros actores sociales, cuyas decisiones nos afectan en
lo realmente importante: precisamente en las posibilidades de opción que aparecen a
nuestra capacidad de decisión como dadas (GIDDENS, 1997).
A modo de resumen, Sempere y Riechmann (2000: 319) señalan las principales
características de la socidad del riesgo:
1.- el carácter irreversible y “apocalíptico” de muchos daños posibles;
2.- su dependencia de las decisiones humanas (los peligros ecologicos no pueden
atribuirse a la fuerzas de la naturaleza), y
3.- el carácter opaco y oligárquico de los procesos de toma de decisiones que
distribuyen los riesgos.

La crisis ecológica como paradigma de autoconfrontación


El paradigma de respuesta a la cuestión de cuánto riesgo hay en la “alta” sociedad
moderna o, lo que es lo mismo, cuánto atenta a la sociedad contemporánea, en su
dinámica, contra ella misma, lo encuentra Beck en la crisis ecológica de fin de siglo,
pues rompe la presunción de controlabilidad que esta sociedad supone a cosas que se
manifiestan como difícilmente controlables en el sentido de que:

1) Los desastres ecológicos, de efectos globales y el poder de su presencia


actual y futura hacen que no parezca disparatado pensar que la sociedad
se dirige a alguna suerte de “suicidio colectivo”, y que la posibilidad de
externalizar los problemas del desarrollo económico no sostenible se
desvanezca. Además, la coherencia de la externalización de los problemas
ecológicos también se esfuma cuando tales externalidades “devalúan el
capital, hacen que los mercados se colapsen, confunden las prioridades y
dividen a administradores, gestores, sindicatos, partidos, grupos
ocupacionales y familias” (1997: 216).

2) Los actores sociales asumen los problemas ecológicos como dados, lo cual
supone un grave freno para su posible solución, ya que el punto de partida
de la reflexión es interno al propio sistema. Esto hace que la
“externalizabilidad” quede más como una fe que como una cuestión
susceptible de ser alcanzada con los esquemas de pensamiento que se
manejan.

La confianza viene a depositarse en los “sistemas expertos” (GIDDENS, 1991) o, lo


que es lo mismo, la ciencia y todos sus aspectos. Pero en los presupuestos de ciencia
como sistema lineal o en progreso geométrico, por un lado, y de controlabilidad de la
externalidad mediante la estrategia anticipatoria anteriormente comentada, por otro,
están las debilidades de la garantía de dicha solución. La crisis ecológica aparece,
pues, como ejemplo de lo que Beck denomina reflexividad, en el sentido de recepción
de consecuencias negativas e inesperadas de decisiones propias.
Sanz y Sánchez (1998) añaden detalles a todos estos planteamientos, llegando a dar
incluso un paso más al criticar la base del concepto de riesgo que manejan los autores
citados aquí. Según Sanz y Sánchez sólo podríamos hablar de riesgo, en los términos
en que Beck, Giddens, Luhmann y otros lo hacen, en aquellas situaciones procedentes
de decisiones tomadas sin tener acceso a todas las variables que habrían de intervenir
en tales tomas de decisión. Si en el momento de la consideración de dichas variables,
previo a la decisión, aparece el posible riesgo en el que se incurre y, asumiéndolo, se
va adelante; es decir, se toma dicha resolución, no cabrá hablar de riesgos en sus
consecuencias, sino de certezas.1 El “descontrol” propio del riesgo desaparece, al
asumirlo y conocerlo. La consciencia de estas cuestiones es algo, según estos
autores, que se da en la sociedad contemporánea y, podríamos añadir que, quizá
cada vez más a menudo, precisamente por el incremento de la posibilidad de conocer
tales “riesgos a asumir”, dadas las experiencias previas al respecto, así como el
aumento de los propios conocimientos técnicos sobre los procesos potencialmente
generadores de riesgo.
Situados en la consciencia, en la certeza de las consecuencias de las decisiones, los
gobiernos, en las sociedades occidentales, acaparan una alta proporción de la
responsabilidad de tales consecuencias, pues, conociendo las actividades
generadoras de riesgos y “certezas”, se encuentran en pleno centro de la cuestión al
tener en la mano la posibilidad de componer un marco socionormativo que cubra a la
población ante tales peligros.

1 Por ejemplo, aunque el gobierno de EE.UU. sabe que las emisiones de CO2 son un factor determinante
en el proceso de cambio climático, en la Cumbre de Tokio sobre el Cambio Climático, este gobierno se
negó a reducir los niveles de emisión dentro de su país. No podemos hablar, por tanto, de asunción de
riesgos sino de certezas.

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