Inquisición: Índice
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Índice
1Orígenes
o 1.1Precedentes
o 1.2Contexto
o 1.3Causas
o 1.4Creación
2La actividad de la Inquisición
o 2.1La expulsión de los judíos y la persecución de los judeoconversos
o 2.2Represión del protestantismo en España
o 2.3La censura
o 2.4La Inquisición y los moriscos
o 2.5Supersticiones y brujería
o 2.6Otros delitos graves
3Organización
o 3.1Consejo de la Suprema y General Inquisición
o 3.2Composición de los tribunales
4El proceso
o 4.1Delación anónima
o 4.2Detención sin acusación
o 4.3Instrucción secreta e indefensión del acusado
o 4.4Tortura
o 4.5Veredicto
o 4.6Apelación
o 4.7Auto de fe
o 4.8Relajación
5Fin de la Inquisición
o 5.1La Inquisición en el siglo XVIII
o 5.2Abolición
6Número de víctimas
7Leyenda negra de la Inquisición
8La Inquisición española en las artes
o 8.1Pintura
o 8.2Literatura
o 8.3Cine
9Véase también
10Notas
11Referencias
12Bibliografía
13Enlaces externos
Orígenes[editar]
Artículo principal: Orígenes de la Inquisición española
Precedentes[editar]
Artículo principal: Inquisición pontificia
Contexto[editar]
Pedro Berruguete: Santo Domingo presidiendo un auto de fe (1475). Las representaciones artísticas
normalmente muestran tortura y la quema en la hoguera durante el auto de fe.
Gran parte de la península ibérica había sido dominada por los árabes, y las regiones del
sur, particularmente los territorios del antiguo Reino nazarí de Granada, tenían una gran
población musulmana. Hasta 1492, Granada permaneció bajo dominio árabe. Las grandes
ciudades, en especial Sevilla y Valladolid, en Castilla, y Barcelona en la Corona de Aragón,
tuvieron grandes poblaciones de judíos, que habitaban en las llamadas «juderías».
Durante la Edad Media, se había producido una coexistencia relativamente pacífica —
aunque no exenta de incidentes— entre cristianos, judíos y musulmanes, en los reinos
peninsulares. Había una larga tradición de servicio a la Corona de Aragón por parte de
judíos. El padre de Fernando, Juan II de Aragón, nombró a Abiathar Crescas,
judío, astrónomo de la corte. Los judíos ocupaban muchos puestos importantes, tanto
religiosos como políticos. Castilla incluso tenía un rabino no oficial, un judío practicante.
No obstante, a finales del siglo XIV hubo en algunos lugares de España una ola de
violencia antijudía, alentada por la predicación de Ferrán Martínez, arcediano de Écija.
Fueron especialmente cruentos los pogromos de junio de 1391: en Sevilla fueron
asesinados cientos de judíos, y se destruyó por completo la aljama,2 y en otras ciudades,
como Córdoba, Valencia o Barcelona, las víctimas fueron igualmente muy elevadas.a
Una de las consecuencias de estos disturbios fue la conversión masiva de judíos. Antes de
esta fecha, los conversos eran escasos y apenas tenían relevancia social. Desde el
siglo XV puede hablarse de los judeoconversos, también llamados «cristianos nuevos»,
como un nuevo grupo social, visto con recelo tanto por judíos como por cristianos.
Convirtiéndose, los judíos no solamente escapaban a eventuales persecuciones, sino que
lograban acceder a numerosos oficios y puestos que les estaban siendo prohibidos por
normas de nuevo cuño, que aplicaban severas restricciones a los judíos. Fueron muchos
los conversos que alcanzaron una importante posición en los reinos hispanos del siglo XV.
Conversos eran, entre muchos otros, los médicos Andrés Laguna y Francisco López
Villalobos (médicos de la corte de Fernando el Católico); los escritores Juan del
Enzina, Juan de Mena, Diego de Valera y Alfonso de Palencia y los banqueros Luis de
Santángel y Gabriel Sánchez, que financiaron el viaje de Cristóbal Colón. Los conversos
—no sin oposición— llegaron a escalar también puestos relevantes en la jerarquía
eclesiástica, convirtiéndose a veces en severos detractores del judaísmo.b Incluso algunos
fueron ennoblecidos, y en el siglo XVI varios opúsculos pretendían demostrar que casi
todos los nobles de España tenían ascendencia judía.c La revuelta de Pedro
Sarmiento (Toledo, 1449) tuvo como principal elemento movilizador el recelo de los
cristianos viejos hacia los cristianos nuevos, sustanciado en los estatutos de limpieza de
sangre que se extendieron por multitud de instituciones, prohibiéndoles su acceso.
Causas[editar]
No hay unanimidad acerca de los motivos por los que los Reyes Católicos decidieron
introducir en España la maquinaria inquisitorial. Los investigadores han planteado varias
posibles razones:
Cuadro Virgen de los Reyes Católicos en el que aparece arrodillado detrás del rey Fernando el
Católico, el inquisidor general Tomás de Torquemada, y arrodillado detrás de la reina el inquisidor
de Aragón Pedro de Arbués.
Sin embargo, las presiones del monarca aragonés hicieron que el Papa terminara
suspendiendo la bula, e incluso que promulgara otra, el 17 de octubre de 1483, nombrando
a Torquemada inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña. Con ello, la Inquisición
se convertía en la única institución con autoridad en todos los reinos de la monarquía
hispánica, y en un útil mecanismo para servir en todos ellos a los intereses de la corona.
No obstante, las ciudades de Aragón continuaron resistiéndose, e incluso hubo conatos de
sublevación, como en Teruel en 1484–1485. Sin embargo, el asesinato en Zaragoza del
inquisidor Pedro Arbués, el 15 de septiembre de 1485, hizo que la opinión pública diese un
vuelco en contra de los conversos y a favor de la Inquisición. En Aragón, los tribunales
inquisitoriales se cebaron especialmente con miembros de la poderosa minoría conversa,
acabando con su influencia en la administración aragonesa.
La actividad de la Inquisición[editar]
Henry Kamen divide la actividad de la Inquisición en cinco períodos. El primero, de 1480 a
1530, estuvo marcado por la intensa persecución de los judeconversos. El segundo, de
principios del siglo XVI, de relativa tranquilidad, fue seguido por un tercer periodo, entre
1560 y 1614, en el que vuelve a ser intensa la actividad del Santo Oficio centrada en
los protestantes y en los moriscos. El cuarto periodo ocuparía el resto del siglo XVII, en el
que la mayoría de las personas juzgadas son cristianos viejos y el quinto, el siglo XVIII, en
el que la herejía deja de ser el centro de atención del tribunal porque ya no constituye un
problema.3
En cuanto al primer periodo, de 1480 a 1530, de intensa actividad en la persecución de los
judeoconversos, las fuentes discrepan en cuanto al número de procesos y de ejecuciones
que tuvieron lugar en esos años. Henry Kamen arriesga una cifra aproximada, basada en
la documentación de los autos de fe, de 2000 personas ejecutadas.d
La censura[editar]
Artículo principal: Índice de libros prohibidos de la Inquisición española
Supersticiones y brujería[editar]
Artículo principal: Brujería en España
Organización[editar]
A pesar de ser competente en asuntos religiosos, la Inquisición fue un instrumento al
servicio de la monarquía. En general, sin embargo, esto no significaba que fuese
absolutamente independiente de la autoridad papal, ya que para su actividad debía contar,
en varios aspectos, con la aprobación de Roma. Aunque el Inquisidor General, máximo
responsable del Santo Oficio, era designado por el rey, su nombramiento debía ser
aprobado por el Papa. El Inquisidor General era el único cargo público cuya competencia
alcanzaba a todos los reinos de España (incluyendo los virreinatos americanos), salvo un
breve período (1507–1518) en que existieron dos inquisidores generales, uno en la Corona
de Castilla, y otro en la de Aragón. Tanto fue así, que en ciertas ocasiones la corona
utilizaba a la Inquisición para detener a personas que habían sido condenadas en Castilla
y se encontraban en zonas protegidas por fueros.15
A lo largo de su existencia, se produjeron distintas fricciones entre Roma y los Reyes de
España por el control de la Inquisición. Sixto IV había promulgado una bula en 1478 por la
que daba a la corona española plenos poderes para el nombramiento y destitución de los
inquisidores, pero al enterarse de los abusos cometidos por estos en Sevilla, revocó la
bula en 1482, haciendo que los inquisidores se sometieran a los obispos de sus diócesis.
Ante la protesta elevada por Fernando el Católico, el Papa llegó a decir que
la inquisición lleva tiempo actuando no por celo de la fe y salvación de las almas, sino por la codicia
de la riqueza, y muchos verdaderos y fieles cristianos [...] han sido encerrados [...] torturados y
condenados como herejes relapsos, privados de sus bienes y propiedades, [...] dando un ejemplo
pernicioso y causando escándalo a muchos.16
Como respuesta a ello, el rey acusó al Papa de favorecer a los conversos, y se permitió
decirle esto:
Tenga cuidado [...] de no permitir que el asunto vaya más lejos, y de revocar toda concesión,
encomendándonos el cuidado de esta cuestión.17
Ante tanta resolución, Sixto IV se echó atrás y dejó en manos de la corona el control de la
Inquisición. En 1483 el Papa concedió a los conversos una bula que revocaba todos los
casos de apelación, que debían ser presentados ante Roma, pero once días más tarde la
suspendió, alegando que había sido engañado.
Otra cuestión conflictiva fue el caso de las cartas a Roma. Como la constitución del tribunal
permitía al acusado apelar a Roma, esto hicieron los conversos en numerosas ocasiones,
y como las respuestas fueran tan contradictorias a las sentencias, el Rey Católico acabó
por amenazar con muerte a quien apelara sin permiso real y otorgó a la Inquisición el
derecho a escuchar apelaciones. Así, la Santa Sede renunciaba a otra cuestión más en el
gobierno del tribunal. También tuvo que claudicar ante la presión ejercida por este para
que se pudiera procesar a Bartolomé de Carranza, aun siendo él obispo (los obispos eran
las únicas personas al margen del Santo oficio) y ser acusado injustamente.18
El proceso[editar]
Artículo principal: Proceso inquisitorial
Los inquisidores buscaban establecer la veracidad de una acusación en materia de fe
(precisamente el verbo inquiro, en latín, significa "buscar" e inquisitio, la "búsqueda"). El
procedimiento que empleaban rompió con la forma medieval de justicia basada en
el proceso acusatorio en el que el juez decidía si la parte que acusaba había aportado las
pruebas suficientes para demostrar lo que afirmaba. Para evitar las acusaciones sin
fundamento el que acusaba corría el riesgo de ser condenado a la misma pena que le
hubiera correspondido al acusado si lo que afirmaba se demostraba que era falso. Esto no
ocurría en el proceso inquisitorial en el que el juez podía actuar de oficio sin necesidad de
que un acusador inicie la acción judicial o por denuncias que recibía, sin que el que las
hacía corriera ningún riesgo de ser condenado si lo que decía se demostraba falso. Pero la
diferencia fundamental entre el proceso inquisitorial y el proceso acusatorio estaba en el
papel del juez, que deja de ser una parte "inactiva" del proceso ya que es quien toma las
declaraciones, interroga a los testigos y al acusado y finalmente emite el veredicto. Así,
según Josep Pérez, el inquisidor "reúne en su persona la función de policía y el poder de
juez aunque, según el derecho canónico, no asume la función de acusador, ya que lo
único que pretende es establecer la verdad [inquisitio] con imparcialidad y no acabar con
su adversario". Pérez concluye: "los inquisidores son jueces y parte, acusadores y jueces;
se conserva la figura del fiscal, pero su función se limita a mantener la ficción de un
proceso que enfrenta a dos partes. [...] En realidad, el fiscal es un inquisidor como los
demás, salvo que no participa en la votación de la sentencia".23
Así pues, la Inquisición no funcionó en modo alguno de forma arbitraria, sino conforme
al derecho canónico. Sus procedimientos se explicitaban en las llamadas Instrucciones,
elaboradas por los inquisidores generales Torquemada, Deza y Valdés.
Las instrucciones de Torquemada fueron publicadas el 29 de octubre de 1484 con el
nombre de Compilación de las instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición. En ellas se
recogen las reglas de procedimiento de la Inquisición pontificia tal como figuran en
la Practica inquisitionis (1324) de Bernardo Gui o en Directorium inquisitorum (1376)
de Nicholas Eymerich. Los inquisidores generales Diego de Deza y Cisneros añadieron
algunas disposiciones que fueron publicadas en 1536 por orden del inquisidor
general Alonso Manrique. Finalmente en 1561 el inquisidor Fernando de Valdés publicó las
últimas instrucciones que estarán vigentes hasta la abolición de la Inquisición española,
aunque como señala Joseph Pérez, "las circulares del Consejo supremo, las cartas
acordadas, aportan precisiones cuando la ocasión lo requiere".24
Delación anónima[editar]
Artículos principales: Edicto de gracia y Edicto de fe.
En los primeros tiempos cuando la Inquisición llegaba a una ciudad, el primer paso era el
«edicto de gracia». En la misa del domingo, el inquisidor procedía a leer el edicto:25 se
explicaban las posibles herejías y se animaba a todos los feligreses a acudir a los
tribunales de la Inquisición para descargar sus conciencias. Se denominaban «edictos de
gracia» porque a todos los autoinculpados que se presentasen dentro de un «período de
gracia» (aproximadamente, un mes) se les ofrecía la posibilidad de reconciliarse con la
Iglesia sin castigos severos. La promesa de benevolencia resultaba eficaz, y eran muchos
los que se presentaban voluntariamente ante la Inquisición. Sin embargo, a partir de 1500
los «edictos de gracia» fueron sustituidos por los llamados «edictos de fe», suprimiéndose
esta posibilidad de reconciliación voluntaria.
Como la herejía no era solo un pecado sino un delito, no bastaba con la confesión para ser
absuelto —de hecho se recordaba en los edictos de fe que los sacerdotes debían remitir a
la Inquisición a aquellos que se acusaran de pecados contra la fe— por lo que su
confesión debía ser pública. Como ha señalado Joseph Pérez, «había algo terrorífico en la
regla: condenaba a la vergüenza de un auto de fe público incluso a aquel que confesaba
su falta de forma libre y espontánea». Además no bastaba con denunciarse a sí mismo
sino que había que denunciar también a sus «cómplices» -incluso si habían muerto,
porque en ese caso sus restos se exhumaban y quemaban—, una obligación que se
extendía a todos los creyentes bajo pena de excomunión.26 Gracias a esto la Inquisición
contaba con una inagotable provisión de informantes.
Los delatores se mantenían en el anonimato y si sus afirmaciones se demostraban falsas
no eran castigados con la misma pena que le hubiera correspondido al acusado. De esta
forma se facilitaban las denuncias, y se protegía a los testigos de las presiones y de una
posible venganza, pero también se permitía con ello que muchas de ellas se debieran a
motivos de animadversión personal o para deshacerse de un competidor. "Estas
denuncias malintencionadas no siempre proceden del pueblo llano; también las élites son
capaces de semejante vileza. En 1572, son sus colegas de la Universidad de
Salamanca quienes denuncian a Fray Luis de León a la Inquisición", afirma Joseph
Pérez.27
Según Henry Kamen, «las delaciones por hechos de poca importancia eran la regla más
que la excepción». «En 1530, Aldonça de Vargas fue delatada en las islas Canarias por
haber sonreído cuando se mencionó a la Virgen María en su presencia... En 1635, Pedro
Ginesta, un anciano de más de ochenta años de edad, de origen francés, fue llevado ante
el tribunal de Barcelona por un antiguo amigo por haber comido inadvertidamente un poco
de tocino y cebollas en un día de abstinencia.» «El dicho preso» —decía la acusación—
«siendo de una nación infectada por la herejía [Francia], se presume que ha comido carne
en días prohibidos en muchas ocasiones, a la manera de la secta de Lutero». Por lo tanto,
denuncias basadas en sospechas llevaban a acusaciones basadas en conjeturas. Este es
el tenor de los miles de datos con que gentes malévolas, que vivían en la misma
comunidad que los denunciados, dieron alimento a la maquinaria de la Inquisición".28
El acusado no tenía ninguna posibilidad de conocer la identidad de sus acusadores, un
privilegio que los testigos tenían en los tribunales seculares. Este era uno de los puntos
más criticados y así fue denunciado, por ejemplo, por las Cortes de Castilla en 1518) o por
la ciudad de Granada en 1526, que en el memorial que redactó denunció que el sistema
de secreto era una invitación abierta al perjurio y al testimonio malévolo. Es lo que le
sucedió, por ejemplo, a la familia y a los criados del doctor Jorge Enríquez que pasó dos
años en la cárcel de la Inquisición por una denuncia anónima que afirmaba que cuando
murió el médico fue enterrado según los ritos judíos —fueron puestos en libertad por falta
de pruebas—.29 En la práctica, eran frecuentes las denuncias falsas para satisfacer
envidias o rencores personales. Muchas denuncias eran por motivos absolutamente
nimios. La Inquisición estimulaba el miedo y la desconfianza entre vecinos, e incluso no
eran raras las denuncias entre familiares.
Un escritor toledano de origen converso aseguró en 1538 que30
muchas gentes ricas... se van a reinos estraños por no vivir toda su vida en temor y sobresalto
cuándo entrará un alguacil de la Inquisición por las puertas, que mayor muerte es el temor continuo
que la muerte misma
Sin embargo, no en todos los lugares despertaba el mismo temor la Inquisición. Es el caso
del Principado de Cataluña, donde los inquisidores del tribunal de Barcelona se quejaban
en 1560 de que la gente «en son de tenerse por buenos cristianos traen todos por lenguaje
que la Inquisición es aquí por de mas, que ni se haze nada ni ay que hazer». «Toda la
gente de esta tierra, assi ecclesiastica como seglar, ha mostrado siempre poca afficion al
Santo Officio». Así, el tribunal tuvo que disculparse en más de una ocasión ante el Consejo
de la Suprema por el reducido número de procesos que llevaba, alegando que no era ni
por «negligencia ni descuydo nuestro» sino por las «pocas denunciaciones que se
hazen».31