Furyu - El Espíritu Reservado
Furyu - El Espíritu Reservado
Furyu - El Espíritu Reservado
Furyu:
El espíritu reservado
Dave Lowry
“No es que carezcamos de sentimientos,
Quizá esta aparente paradoja la resolvió la esposa de uno de los maestros de la Escuela de
sable Yagyu, quien dijo en una ocasión a un joven alumno del ryû “Los espadachines de Yagyu
atesoran su humildad porque cubre su desprecio por el mundo que les rodea”. Por supuesto,
este sentimiento era común en los guerreros samurai, pero la verdadera naturaleza del estilo
de vida del bugeisha estaba llena de orgullo, y la Escuela Yagyu no era la única que exhibía
dicha arrogancia: un aspecto cultural que los japoneses conocen por el hombre de: “Furyu”,
existiendo pocas dudas al respecto entre los discípulos de una de las escuelas más famosas del
arte de la espada en la época feudal de Japón: Yagyu ryû. Hay menos dudas aún de que la
expresión “samui no Yagyunin” se originó a partir de una maestro de la tradición Yagyu, un
espadachín famoso por un autocontrol casi sobrehumano, y una frialdad que desafiaba a
cualquiera que quisiera traspasarla.
El espadachín de tan gélido semblante era Yagyu Toshikane Renyasai, nacido en 1625. Yagyo
era el hijo menor del gran Yagyu Munemori; su hermano mayor se llamaba Mitsuyoshi Jubei,
un hombre de sable cuyas aventuras han entretenido a generaciones de aficionados japoneses
a este tipo de cine. En la vida real, Mitsuyoshi asumió la dirección de la línea Edo de Yagyu
Shinkage ryû, después de la muerte de su padre, en 1646. Mitsuyoshi falleció en 1650, dejando
a su hermano Renyasai como el cuarto maestro heredero de la Escuela.
Desde el principio, Renyasai tenía algo diferente a los demás. Al contrario que los demás
bugeisha de Yagyu, que se casaban y tenían varios hijos, Renyasai se mantuvo soltero toda su
vida, aunque tomó bajo su protección a la que fue su ama de llaves, ayudante y, quizá, la única
persona que consiguió su afecto: una chica de granja, nacida en el campo, a la que Renyasai se
abrió completamente. En contra del carácter que adoptara en público, se rumoreaba en
privado que complacía a su dócil y afable criada, para mostrarle un amor que era lo más
inusual en aquellos tiempos. Ella continuó viviendo con él, cuidándolo hasta su muerte. Este
episodio fue terrible para él, que, como veremos, llevaría a Renyasai a demostrar el enorme
control que tenía sobre sí mismo.
Como añadidura a este tipo de vida tan peculiar, el papel de Renyasai como maestro director
del ryû, era también poco convencional. Como su padre, él fue entrenado según los principios
del Zen, siendo a la vez practicante de una forma de budismo denominada Mikkyô. Además de
sus enseñanzas en el arte de la espada, era un artista de considerable reputación en el diseño
y fabricación de un estilo de tsuba (guardamanos de la espada) que hoy en día resultan muy
valoradas por los coleccionistas, debido al distintivo y misterioso simbolismo que en ellas se
aprecia. Todas estas facetas de la personalidad de Renyasai: su falta de familia, su devoción al
budismo, su forma de luchar y la artesanía de sus tsuba, eran reflejos de un aspecto superior
de su propia manera de ser: la reticencia para afrontar los acontecimientos mundanos, un
desprendimiento que conocemos por Furyu.
La idea de Furyu (literalmente: “la elegancia impalpable del viento”), es a menudo mal
interpretada en la sociedad japonesa actual, en la cual se asume incorrectamente como la
propia abnegación, que podría encontrarse en un monje recluido en un monasterio, o la débil
arrogancia de quienes no se mancharían las manos trabajando, ni tomarían parte en los
acontecimientos de la vida diaria. Por el contrario, el concepto de Furyu, demanda una
exhausta participación en la vida. Es, tan sólo (como intentaba hacer Renyasai), que el hombre
de Furyu pretende poner una cierta distancia entre él y los demás, buscando con la actividad
que le ocupa un tipo de calma interior y una paz espiritual que es tan personal que se resiste a
ser compartida por aquellos que no tengan una sensibilidad similar. Bajo el control de
Renyasai, el Yagyu ryu floreció, continuando su crecimiento, y sus hábiles manos produjeron
exquisitas obras de arte. No obstante, Renyasai siempre mantuvo cierta reticencia y
alejamiento durante toda su vida.
Las leyendas acerca del extraordinario control de Renyasai sobre sí mismo son fascinantes. En
cierta ocasión, durante una visita a un templo de la provincia de Ise, Renyasai fue despertado
por el dueño de una posada en donde se alojaba. Tal y como le explicó el desesperado
posadero, un bandido demente había irrumpido en las habitaciones de la abadesa de un
templo budista cercano, y mientras la alarma se había extendido rápidamente, llevando a las
fuerzas del orden y a sus comisarios al lugar, el demente había sujetado ya a la anciana,
colocándole un cuchillo en la garganta y amenazando con matarla. Las creencias en
encantamientos y posesiones eran muy común en aquel entonces y se creía que el bandido
había sido poseído por el espíritu de un zorro, un tipo de encantamiento terrible que dejaba a
sus víctimas dementes; siendo esta la razón por la cual la multitud no reaccionaba ante el
hecho. Calmadamente, Renyasai se vistió y, cuando al salir de la posada, tomó consigo un
bastón corto. Se aproximó al bandido tanto como le fue posible y permaneció allí, mirándole.
Cuando el bandido, temeroso, dejó de gritar, habló Renyasai. “Debes dejarla marchar, si no lo
haces, solo puedes esperar lo peor”. “Antes la mataré, contestó aquel”. Varias personas entre
la multitud, se acobardaron ante la amenaza del agresor y, mientras esto ocurría, las monjas
compañeras lloraban y rezaban en voz alta. No obstante esto, Renyasai permanecía impasible.
“Entonces hazlo rápido; necesitamos continuar con nuestras ocupaciones”, dijo Renyasai. De
pronto, el maestro sacó el bastón, alcanzando la mano del agresor que sujetaba el cuchillo. La
acción fue tan rápida y precisa, que el bandido dejó caer el arma, gritando agónicamente. La
monja se alejó con un vigor que desafiaba a su edad, y el demente fue retirado de allí.
Más tarde, cuando se le preguntó a Renyasai por qué había tomado tanto riesgo, contestó: “Ví
que el bandido sujetaba el cuchillo de modo que tenía primeramente que recorrer todo el cuello
hasta poder tirar del cuchillo hacia atrás y cortar. Sabía que en ese tiempo sería suficiente para
atacarle”. Para tomar ese tipo de iniciativas es necesario poseer nervios de acero. ¿Estaba
Renyasai tan seguro de su habilidad, sabiendo que podría golpear al bandido en esas
condiciones, antes de degollar a la monja? Solamente, en el espíritu frío de un hombre de
Furyu puede encontrarse la respuesta a esto.
En otra ocasión fue la propia vida del maestro la que estuvo en peligro, salvándose gracias a su
calma estoica. La historia es la siguiente: Tres asesinos a sueldo de una escuela rival a Yagyu
ryu, se dirigieron por la noche a la casa de Renyasai. Todos ellos estaban muy entrenados en
distintas artes marciales y casi no se les podía oír. No obstante, al no ser lo suficientemente
silenciosos, el maestro se despertó y, tumbado en la oscuridad, se percató no solo del peligro
inminente, sino del número de asaltantes que habían entrado. En efecto, al ser profesionales
se acercaron a su lecho desde distintos ángulos, cubriendo todas las posibles salidas, para
hacer imposible una huída en cualquier dirección. Renyasai, con sigilo, cogió su espada: una
espada ligera que guardaba detrás de sí y que llamaba “Oni Hocho”, y esperó a sus adversarios.
Los tres asaltantes estaban ya sobre el lecho cuando desenvainaron sus espadas. Se
concentraban en este gesto cuando Renyasai saltó directo hacia arriba, usando sus piernas
para elevarse, sujetándose a una viga que cruzaba la habitación. Utilizando ventajosamente su
templada mente, el maestro se balanceó hacia fuera del círculo de sus atacantes, hiriéndoles
de muerte a todos. Así, calmados como Renyasai, conseguían los espadachines de Yagyu ryu
esa reputación de completo control sobre ellos mismos.
Cuando su amada ayudante tenía sesenta años, contrajo una neumonía y pronto se encontró
moribunda. Al principio, Renyasai estaba junto a ella constantemente, pero, cuando la
enfermedad se agravó, ella le pidió que se marchar, para comprometerle a mostrar su
sufrimiento. Quizá, el estoico espíritu de Renyasai se había instalado en ella, de una u otra
forma, el espadachín la dejó, retirándose su lugar de trabajo, donde comenzó a trabajar en
una nueva tsuba para su espada. Al llegar la noche, los únicos sonidos que se escuchaban eran
las respiraciones forzadas de la ayudante de Renyasai, y el rítmico toc, toc de un martillo,
finalizando el diseño delicado de una tsuba. Finalmente, tras un último suspiro, ella se fue. Los
sirvientes de Renyasai se quedaron consternados, al ver que una luz en la vida de su maestro,
se había extinguido. Aunque él mismo había escuchado ese último suspiro, su martillo nunca
dejó de golpear. Así como había sido privado e íntimo su amor, privado había sido también el
dolor por su muerte.
Hoy en día, el espíritu de Furyu tiene poco interés en el budo moderno, donde, en vez del
distanciamiento, la disciplina del artista marcial le conduce hacia la sociedad. La frialdad del
bugeisha, podría convertirse en arrogancia en nuestra época. Pero, aunque no vuelva a
seguirse el “camino del Furyu”, podemos imaginarnos qué tipo de persona debe haber sido el
que haya hecho de esta rígida disciplina, su meta y camino. Lo imaginar, sentado solo, junto a
su fragua, golpeando incesantemente la pieza de hierro, sus ojos negros, obstinados y fríos.
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