Terapia GRUPAL
Terapia GRUPAL
Terapia GRUPAL
GRUPOS EN LA CLINICA
0. Introducción
1. Historia
2. Concepto
3. Modalidades y aplicaciones
4. Los agentes terapéuticos en terapia grupal
5. Resumen y conclusiones
0. Introducción
La utilización de los grupos es una técnica de intervención terapéutica ampliamente
consolidada, que en la actualidad alcanza una gran difusión en las distintas formas de aplicación
a la práctica clínica (Corey, 1996; Kaplan y Sadock, 1996). Más allá del clásico grupo familiar
(la terapia familiar) o del grupo analítico (terapia analítica de grupo), la expansión de esta
técnica ha alcanzado los departamentos psiquiátricos (grupos de pacientes esquizofrénicos o
borderline), las comunidades terapéuticas (grupos de alcohólicos y drogodependientes), terapia
de grupo para niños y adolescentes o de menores bajo tutela, grupos de mujeres, de preparación
al parto, de ancianos, de pacientes con cardiopatías, de enfermos oncológicos, o de afectos del
SIDA. Es evidente que no todos los grupos de población considerada en estos subgrupos entran
en el marco de las categorías psiquiátricas, aunque presentan, sin duda, un gran interés desde el
punto de vista de la psicología clínica, a nivel de los fenómenos psíquicos que se configuran
alrededor de las patologías físicas, o de determinadas condiciones sociales o evolutivas. En este
sentido, como dice Pilar González (Zorán, 1994) el concepto de grupo clínico es más amplio
que el de grupo psicoterapéutico.
Por otra parte, los distintos procedimientos grupales pueden inspirarse en distintas
tradiciones psicológicas, como la psicodinámica, la gestáltica, la sistémica o la cognitiva. A su
vez los grupos pueden constituirse con finalidades terapéuticas, formativas o reivindicativas, o
bien utilizarse como contextos de apoyo social o refuerzo de conductas y actitudes. Pueden
autogestionarse o heterogestionarse; utilizar la figura del terapeuta o prescindir de ella (Kurtz,
1997). Pueden orientarse al individuo, las relaciones o las instituciones. Todo ello dará lugar a
diversas modalidades de intervención grupal en el ámbito clínico que intentaremos analizar en
las páginas que siguen.
1. HISTORIA
La historia de la terapia de grupo nace, se desarrolla y se consolida a lo largo del siglo
XX. Algunos autores (Mackenzie, 1992) establecen tres períodos como en la evolución de
cualquier ciencia o disciplina normal. Un primer periodo de formación que se extendería desde
1905 hasta 1951; un segundo período que podríamos llamar de expansión comprendido entre
1952 y 1967, y un tercer período de consolidación entre 1968 y 1981. No sería ajeno a este
último período el empuje que la terapia de grupos recibió de la psicología humanista y del
movimiento del potencial humano en general, de acuerdo con el espíritu de la época. En este
tiempo, se han constituido numerosas asociaciones de de terapia grupal, como la americana
AGPA, que ha cumplido ya más de ciencuenta años (establecida en 1942). Con posterioridad el
entusiasmo por lo grupal ha ido cediendo terreno a otros intereses, quedando consolidado como
un recurso terapéutico más, de particular interés en los casos en los que se comparte alguna
patología o situación especial.
1
1.1. La prehistoria de los grupos en clínica: los grupos psicopedagógicos
Existe un amplio consenso en atribuir a Pratt la iniciativa de haber formado ya en 1905
grupos de pacientes con finalidades terapéuticas. Estos sin embargo, no eran pacientes
neuróticos, sino tuberculosos, de quienes se debía conseguir la adhesión al tratamiento. Con la
creación de grupos de enfermos Pratt perseguía un doble objetivo, didáctico y social. Reunía
importantes colectivos de enfermos en clases semanales para informarles sobre características
de higiene y tratamiento de la enfermedad, a la vez que fomentaba su participación e
implicación a través de preguntas y respuestas. Como en una auténtica clase de colegio Pratt
utilizaba incentivos para los pacientes más aprovechados. La finalidad de los grupos consistía en
acelerar la recuperación física de los enfermos. El mérito de Pratt fue el de utilizar en forma
sistemática y deliberada las emociones colectivas en la persecución de la finalidad terapéutica.
Su técnica se basaba en el fomento de los sentimientos de rivalidad, emulación y solidaridad del
grupo y en la atribución al terapeuta de un rol de figura parental idealizada, que estimulaba la
identificación del enfermo con el médico.
Como dice Martí Tusquests (1976) lo que llama la atención es que durante las primeras
décadas de nuestro siglo "los pioneros de la psicoterapia de grupo emplearon este método con
pacientes que padecían trastornos orgánicos y no con pacientes psiconeuróticos. Como este
método buscaba la solidaridad del grupo para obtener fines terapéuticos secundarios, el paciente
neurótico con sus conflictos interpersonales y mala socialización se avenía mal a dicho fin".
Siguiendo los pasos de Pratt (1922), quien más tarde extendió su método de clase a otros
colectivos de diabéticos y cardiopatías, otros médicos como Chapel y Buck emularon el mismo
procedimiento. El primero trabajó con pacientes ulcerosos, el segundo con hipertensos. Todos
ellos utilizaban una técnica que podríamos llamar represiva, consistente en premiar o castigar
en función de la sumisión a los dictados del médico. Pronto se tomó ejemplo en los ámbitos de
gestión de la población psicótica de los hospitales psiquiátricos. El mismo Pratt (1934) lo
asumió ya en 1930, aunque anteriormente lo habían precedido Marsh y Lazell, con sus grupos
de esquizofrénicos. El método de Lazell consistía básicamente en conferencias. Reunía a los
pacientes y les hablaba o leía material sobre historia reales o ficticias, que se discutían con
posterioridad. Para Lazell (1921) la participación de los pacientes en estos debates era un buen
indicio terapéutico. Consideraba que se beneficiaban por sentir que compartían su enfermedad y
problemas con individuos de igual condición y que, además, la figura del médico se hacía
menos amenazante al tratar a los pacientes en grupo. Marsh había seguido ya desde 1909 una
trayectoria parecida en su trabajo con los psicóticos al que agregó un cierto matiz religioso y
social: convocaba a pacientes, familiares, religiosos y personal del hospital entre quienes se
establecía un pacto psiquiátrico, orientado a comprometerse en la asistencia y colaboración con
el grupo. Para Marsh (1935) "la masa había hecho que el individuo enfermara y la masa lo
curaría".
El trabajo realizado con grupos de enfermos orgánicos o psiquiátricos seguía en esta
línea un enfoque didáctico y represivo. Low y Klapman, por ejemplo, intentaron dar mayor
valor a la interacción entre los miembros del grupo, pero sin levantar el estricto control del
médico y la jerarquización de los pacientes, incluso en tratamiento de seguimiento
posthospitalario. Las ideas básicas que predominaban en este período hacían referencia a la
cohesión del grupo, la imitación, la sugestibilidad e idealización, que se encauzaban al logro de
los fines terapéuticos, funcionando estos grupos bajo el liderazgo benévolo del médico, quien
mostraba un genuino interés en la recuperación de sus pacientes. Como señala Cappon (1978)
"se tenía en cuenta, también, el propósito de disminuir el sentimiento de aislamiento en los
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pacientes".
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1.2.2. El psicoanálisis grupal
Las relaciones del Psicoanálisis con la terapia de grupo no han sido fáciles ni pacíficas,
aunque a la larga se han demostrado muy productivas. Estas dificultades se ponen ya de
manifiesto en la actitud de Moreno quien en polémica con Freud le acusó de haberse quedado
ligado a las concepciones médicas de la psiquiatría, según la cual la sede del malestar está en el
individuo. Moreno reivindicó el mérito, que debemos reconocerle, de haber trasladado el locus
de la terapia del individuo al grupo. Freud no respondió nunca a los ataques de Moreno a pesar
de que estas polémicas fueron continuas.
Es cierto que Freud se había planteado la cuestión de extender los beneficios del
psicoanálisis a toda la población, puesto que era plenamente consciente de las limitaciones que
el diván y el escaso número de analistas implicaban para el acceso de todo tipo de pacientes al
análisis, pero ello topaba con el temor de que la aplicación masiva del mismo terminara por
degradarlo. No cabe duda de que la utilización de grupos le hubiera servido a Freud para
ampliar el círculo de los beneficios del psicoanálisis, como más tarde hicieron algunos de sus
discípulos. Sin embargo, como dicen Caparrós y García de la Hoz (1993): "hay que admitir
como un hecho incontrovertible que Freud no trabajó nunca con grupos terapéuticos". Además
su notable prevención a la influencia despersonificadora de los grupos y las masas le mantenía
reticente a cualquier intento de llevar el análisis fuera del dominio de la relación
contra/transferencial de analista y paciente. "La masa psicológica es un ser provisional
integrado por elementos heterogéneos. En una multitud se borran las adquisiciones
individuales, desapareciendo así la personalidad de cada uno de los que la integran. La
superestructura psíquica, tan diversamente desarrollada en cada individuo, queda destruida,
apareciendo desnuda la uniforme base inconsciente común a todos. El individuo que entra a
formar parte de una multitud se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones
de sus tendencias inconscientes (Freud, 1921). Todos los impulsos mentales de un individuo
pueden ser enormemente magnificados por el efecto de masa." (Freud, 1905). Concebía los
grupos a partir de la analogía tribal o familiar: "un grupo es un conjunto de individuos que han
introducido a la misma persona en su Superyo; basado en este elemento común se han
identificado mutuamente en su yo. Esto concierne únicamente a grupos que tienen un líder."
(Freud, 1930).
No todos los psicoanalistas de la primera hora, sin embargo, estaban de acuerdo con
Freud en esta visión de los grupos. Adler, por ejemplo, pensaba que los grupos podían actuar
como correctivo de la experiencia social y emocional. Fueron, con todo, situaciones de urgencia
las que provocaron la introducción del psicoanálisis en la psicoterapia grupal, particularmente
los problemas derivados de las neurosis de guerra. García de la Hoz (1993) atribuye a Ernst
Simmel la iniciativa de haber utilizado los referentes conceptuales psicoanalíticos en los grupos
de terapia con soldados. Simmel partió de la teoría freudiana de las neurosis traumáticas. Dado
que los soldados padecían un trastorno común, se suponía que cualquier abreacción individual
repercutiría beneficiosamente en el resto de los miembros del grupo. Con posterioridad y en el
período entreguerras Louis Wender y Paul Schilder se plantearon manifiesta e
intencionadamente la realización de grupos terapéuticos con pacientes suyos individuales.
Aunque su técnica estaba centrada en el individuo Schilder concebía la terapia individual y la
grupal como complementarias, lo cual trajo consigo dificultades contratransferenciales al propio
terapeuta al tener que llevar adelante dos roles diferenciados, simultáneamente.
El libro de Slavson (1964), publicado originalmente en el 1950 con el título Analytic
group psychotherapy puede ser considerado el primer manual de psicoterapia analítica de
grupos y, aunque en él se habla de psicoterapia de grupo, el autor se manifiesta contrario a
1
cualquier consideración holística u organísmica grupal. Punto de vista contrario al que sostenía
Bion (1961), psiquiatra inglés de formación psicoanalítica kleiniana. Sus trabajos fueron
pioneros, ya en la inmediata postguerra, en la concepción del grupo como una unidad
organísmica. En consecuencia el grupo presenta una mentalidad y cultura grupales. La
mentalidad grupal es definida como "la expresión unánime de la voluntad del grupo, a cuya
formación contribuye el individuo de manera inconsciente, incluso contraria a sus deseos".
Al igual que Bion, Foulkes empezó sus experiencias de grupo con soldados que
padecían neurosis de guerra. En 1952 fundó la Sociedad de Grupoanálisis de Londres, la cual
publica desde 1967 la revista Group Analysis, de orientación psicoanalítica en la que se integran
la perspectiva social y antropológica con la dinámica de grupos. Para Foulkes la situación grupal
constituye un todo social, formado a partir de las comunicaciones y relaciones entre los
miembros, a la vez que éstas forman parte de ese todo social o campo total de interacción, que
se denomina matriz grupal.
En general las terapias analítico-grupales se apoyan en tres supuestos: a) comunicación
verbal, b) curación individual como objetivo último; c) el grupo como instrumento terapéutico.
A su vez las técnicas de transformación terapéutica remiten a tres factores también: a) el uso de
la libre discusión flotante; b) el análisis del material producido por el grupo, así como el de sus
acciones e interacciones; c) la atención no sólo al contenido manifiesto, sino también al
inconsciente.
1
especialmente sensible a las propuestas de perfectibilidad: clases medias económicamente bien
remuneradas, que aspiraban a la promoción personal que no hallaban en su vida cotidiana. La
suposición básica era que los seres humanos no desarrollaban todo su potencial a causa de las
restricciones sociales que les impone la vida ordinaria a través de la educación y del control
social. Se trataba, por tanto de brindarles nuevas experiencias que posibilitaran su renacimiento
y reeducación. Para ello se consideraron adecuadas cualquier tipo de técnicas que de una manera
u otra contribuyeran a esta finalidad, como el avivamiento sensorial, la expansión emocional o
la expresión creativa.
De nuevo hallamos ya en Moreno las bases de estas ideas de creatividad, así como las de
los grupos de encuentro. Para él hay que ir más allá de la expresión verbal, hay que pasar a la
actuación -acting out, según su expresión-. La comunicación verbal se considera en los grupos
de encuentro como un instrumento del intelecto y de la razón, los cuales a su vez son vistos
como obstáculos para lograr ponerse en contacto con las propias emociones. Se considera que
las palabras son aproximaciones a los sentimientos y que la expresión verbal de los mismos les
resta realidad. En consecuencia se pretende llevar al individuo a la raíz de sus experiencias, a
través de la catarsis emocional, la expresión corporal, el arte en cualquiera de sus modalidades,
el masaje sensitivo, o los ejercicios bioenergéticos, entre otros. Varios parámetros básicos se
valoran, por lo tanto, como importantes: la integración de mente y cuerpo, la expresión honesta
y sincera de los sentimientos, el centramiento en el aquí y ahora, la intensidad de los encuentros.
Como decía Fritz Perls, uno de los mayores representantes del Instituto Esalen, estos grupos
ofrecen al individuo "la posibilidad de abandonar la mente y vivir con los sentidos". William
Shutz fue uno de los que introdujo masivamente el uso de técnicas no verbales en los grupos;
Bernard Gunther acentuó el papel del cuerpo y los sentidos en la experiencia humana.
1
trascendentalista y religiosa de la psicología a todos los autores más representativos de este
movimiento: Maslow (1964, 1971), Rogers (1980) Fromm (1970, 1976), Fromm y Suzuki
(1960), Frankl (1962). De este modo la controversia inicial en el seno de la Psicología
Humanista, entre humanismo secular y teísta, que tantas disensiones implícitas y explícitas
suscitó, terminó por decantarse hacia una fusión panteísta de lo transpersonal.
Una dimensión transpersonal, aunque laica, había sido atribuida también por Fromm a
los grupos en su primera época freudo-marxista cuando señalaba que el cambio cultural
descansaría sobre la base de grupos pequeños que dotados de una nueva conciencia moral
"...hablarían un nuevo lenguaje que facilite y no entorpezca la comunicación, el lenguaje de un
ser que es dueño de sus actos... Intentarían alcanzar un cambio personal... A fin de comprender
el mundo que los rodea, tratarían de entender las fuerzas internas que los motivan. Tratarían
de trascender su "yo" y de estar "abiertos" al mundo... Si tales grupos existieran, ejercerían
una influencia considerable sobre sus conciudadanos, porque les demostrarían palpablemente
la energía y la alegría de personas que poseen convicciones profundas sin ser fanáticas, que
aman sin ser sentimentales, que tienen una gran imaginación sin ser irrealistas, que son
audaces sin despreciar la vida y que aceptan la disciplina sin caer en la sumisión" (Fromm
1968).
La finalidad de los grupos terapéuticos, escribe a este propósito Ana Gimeno (1994),
una de las terapeutas de grupo que mejor representa en nuestro país el pensamiento frommiano,
no es "convertirse en una fábrica de narcisismo o en un refugio de apocados, sino abrirse a la
interacción con la sociedad y la cultura global en la que el grupo se halla inmerso. Podemos
señalar, pues, que la tarea del grupo, se extiende más allá de sí mismo y va dirigida a la
transformación de los diferentes ambientes y grupos sociales en que sus miembros se mueven,
apuntando actitudes de sinceridad, respeto, hondura y compromiso con la colectividad... Si la
psicoterapia grupal va a favorecer la maduración global del individuo, favorecerá también que
aparezcan o se encaucen en forma adecuada lo que Lersch denomina las vivencias pulsionales
transitivas, dentro de las que se encuentran tendencias como la de la convivencia y la
asociación, o las tendencias del ser-para-otro como la benevolencia, la disposición a ayudar o
el amor a los demás en todas sus variadas gamas. Es en torno a ese talante grupal donde se
puede gestar una nueva conciencia más amplia que favorezca un cambio social estimulante y
cooperativo".
No todas las técnicas de terapia de grupos que se gestaron en esta época pueden
identificarse con el Movimiento del Potencial Humano ni con la evoluciones posteriores hacia
la Psicología Transpersonal. Lo cierto es que en el contexto de la ebullición contra/cultural de
los años sesenta se mezclaron intencionadamente o no bajo el concepto paraguas de Psicología
Humanista un conjunto de escuelas, técnicas y procedimientos que con el tiempo han ido
desapareciendo o, por el contrario, solidificando su identidad. Entre estas últimas podemos
hacer referencia a los Grupos de Encuentro de carácter no directivo fomentados por Carl
Rogers; la terapia grupal concebida por Perls con claras reminiscencias morenianas, conocida
como Terapia Gestalt; el Análisis Transaccional, desarrollado por Berne que, aunque puede
llevarse a cabo individualmente, ofrece claras ventajas para la terapia grupal; y otras muchas
técnicas que se haría largo enumerar.
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también desarrollos de modalidades grupales.
Como ámbitos de intervención sobre los grupos en la terapia de conducta se han
señalado los siguientes:
a) Desensibilización sistemática en grupo.
b) Economía de fichas (con niños).
c) Un grupo modelo que hace las veces de refuerzo y objeto inmediato de imitación de nuevas
conductas.
d) Grupos de auto-control para rebajar peso, eliminar el hábito de fumar, el alcoholismo, la
drogadicción, y otros.
e) Grupos para personas que presentan angustia ante las situaciones sociales.
f) Grupos transicionales para las personas que son transferidas de las instituciones a las
comunidades; por ejemplo, los psicóticos deben aprender a controlar su hábito de hablar a solas,
aprender a hacer sus camas, etc.
g) Grupos cuyo único fin es reforzar y mantener los nuevos patrones de conducta aprendidos.
h) Grupos de entrenamiento para los padres.
i) Grupos de supervisión para los líderes.
j) Grupos para parejas o familias.
Desde una perspectiva cognitivo-conductual, por ejemplo, Meichenbaum (1994) resume
de la siguiente manera las ventajas potenciales de los tratamientos en grupo, desarrollados en
este caso en referencia explícita a pacientes supervivientes al incesto infantil
a) Reexperiencia compartida de los traumas
b) Reducción del aislamiento y provisión de un sentimiento de legitimidad, comunidad, confort
y apoyo.
c) Reducción de los sentimientos de estigmatización, aislamiento, alienación.
d) Incremento del apoyo social
c) Procesamiento de la tarea inacabada en un entorno de apoyo.
f) Actuación en un rol de ayudante y restauración del orgullo propio.
g) Disminución de la culpabilidad y la vergüenza e incremento del sentido de confianza.
h) Resolución de temas secretos. Importancia y necesidad de la apertura del individuo más allá
del secretismo con el terapeuta.
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secundario, lo cual constituiría un perversión, por desgracia no infrecuente, de la terapia de
grupo, sino para favorecer un reaprendizaje de las relaciones interpersonales y un aumento de la
conciencia de identidad.
Es evidente, por tanto, que el grupo no puede considerarse, en ningún caso, como un fin
en sí mismo, sino como un instrumento al servicio de una finalidad, en nuestro caso,
terapéutica. En efecto lo que define a un grupo es, fundamentalmente su finalidad. A pesar de
las dificultades de definición del grupo, éste puede concebirse "como un sistema constituido por
sujetos interdependientes que interactúan de forma regular para realizar un misión definida
explícita o implícitamente". (Tous, 1993). Cabe por tanto suponer que las personas se unen y
forman grupos en la medida en que éstos resultan instrumentales para el logro de ciertas metas,
la satisfacción de necesidades específicas o la consecución de objetivos que no pueden
alcanzarse individualmente.
En el grupo terapéutico son fundamentales, por tanto, las interrelaciones y vínculos que
se establecen entre los miembros del mismo. Sin embargo, esto no justifica concebirlo como un
organismo autónomo, y, en consecuencia considerar al grupo y no al individuo como paciente.
Según los analistas de grupo Foulkes y Anthony (1965) "El grupo tiende a hablar y reaccionar
ante un tema común como una entidad viva, expresándose de diversas maneras a través de
distintas bocas. Todas las aportaciones son variaciones de un mismo tema, aunque el grupo no
sea consciente de ello y no sepa de qué está hablando realmente". En consecuencia se llega a
utilizar expresiones como "mente grupal" o "diagnóstico grupal" y a considerar un punto de
vista "grupo-patológico y grupo-terapéutico como el único apropiado" (Foulkes, 1981). Otros,
de una forma más escéptica o menos metafísica, consideran, como el propio Moreno, que el
grupo "es una metáfora, no existe", y lo conceptualizan como un espacio, marco o contexto con
finalidades terapéuticas.
Visto que el grupo es una entidad funcional y no ontológica, y dado, por otra parte, que
en el grupo se dan fenómenos experienciales distintos que en la relación dual, propia de la
terapia individual, se plantea la cuestión de cuál es el criterio de elección de una u otra. Como
dicen Carli, Paniccia y Lancia (1988) ésta no es una cuestión trivial. Parece como si la
"justificación" de la utilización de los grupos con finalidades clínicas oscilara entre dos polos.
Por un lado está la concepción minimalista, que se remite al origen de los grupos terapéuticos,
los cuales, como ya se ha dicho más arriba, surgieron por razones de emergencia social o
económica (períodos de guerra, atención a un mayor número de pacientes, etc.). Reunir a varias
personas con un mismo terapeuta en la misma unidad de tiempo permite un ahorro de tiempo,
dinero y personal que no deja de ser razonable y valiosa, particularmente en los ámbitos
públicos de intervención clínica. Sin embargo para algunos ésta constituye una modalidad de
tratamiento de segunda categoría. Es como si se tratara de repartir el mismo pastel entre más
comensales: toca a menos por cabeza. Es posible que semejante prejuicio sea compartido por
terapeutas que por cuestiones de tiempo o dinero no han podido acceder a una formación más
selectiva, particularmente en el ámbito psicoanalítico. En tales casos la psicoterapia de grupo
viene considerada por los mismos terapeutas como un estadio a superar.
Existe, por el otro lado, una visión maximalista, que considera la psicoterapia de grupo
como la única verdadera y propia, cosa que debe también justificarse. En tal caso se argumenta
a partir de la naturaleza social o incluso transpersonal del ser humano, obviando el hecho de que
la psicoterapia de grupo nació como un tratamiento individual en grupo (Psicodrama) y que sus
desarrollos psicológicos se han inspirado fundamentalmente en las teorías psicopatológicas y de
la personalidad de modelos claramente centrados sobre la estructura psíquica individual
(Psicoanálisis, Teoría Gestalt, Análisis Transaccional, Psicoterapia Centrada en la Persona,
1
Terapias Cognitivo-conductuales, etc.).
Los criterios, pues, de elección entre terapia de grupo o terapia individual no deberían
basarse en las preferencias, necesidades o limitaciones del terapeuta, sino en el posible beneficio
que una u otra modalidad terapéutica pudiera tener para los clientes o usuarios de los servicios
clínicos. Evaluar estos posibles beneficios implica delimitar claramente cuál es el objeto
diferencial entre psicoterapia individual y psicoterapia de grupo, si es que lo hay. Nicolás
Caparrós (1993) desarrolla esta cuestión, formulando las siguientes preguntas:
1) Si la psicoterapia en general tiene la ambición de corregir las limitaciones, tanto objetivas
como subjetivas que un ser humano exhibe en relación con su medio ¿qué nuevas posibilidades
podrá depararle el grupo?
2) ¿Es el grupo un artificio terapéutico o un nuevo espacio que hace posible un trabajo distinto?
3) Si el grupo constituye una nueva técnica terapéutica ¿debe ser justificada por una teoría
psicológica general o debe desarrollar una justificación teórica ad hoc?.
En las páginas que siguen intentaremos considerar de una manera global estas
cuestiones a fin de que el lector pueda formarse su propia idea.
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tienen preparación profesional ni se hacen responsables de sus compañeros.
En relación a la cuestión diferencial hay que recordar que, con la excepción del
psicodrama de Moreno, las terapias de grupo existentes en la actualidad no han tenido un origen
independiente de los modelos terapéuticos individuales, sino que han surgido como
transformaciones o adaptaciones de los mismos en el ámbito grupal. Esto lleva consigo que lo
que se entiende por terapia de grupo, dependa fundamentalmente, como hemos visto en la
sección anterior, del modelo teórico de adscripción.
Existen, no obstante, algunas cuestiones legítimas que afectan a la totalidad del campo
de las terapias grupales y que deben ser planteadas y, si es posible, contestadas para establecer
unos criterios de acotamiento conceptual que permitan identificar los criterios diferenciales
mínimos, justificadores de la terapia grupal.
La primera cuestión hace referencia a la posibilidad o no de que un grupo sea objeto de
terapia. ¿Significa esto que el grupo se comporta como un organismo que puede enfermar y, en
consecuencia, ser curado? En la suposición de que la respuesta sea positiva ¿de qué clase de
grupos estamos hablando, de grupos naturales o de grupos artificiales? Puede haber, en efecto,
un consenso respecto a que la sociedad esté analógicamente "enferma" y en la necesidad de
llevar a cabo intervenciones sociales, morales o políticas para conseguir una sociedad más sana
(Fromm, 1947) tal como algunos pensadores utópicos han ido proclamando reiteradamente a
través de la historia de la humanidad. O puede haber consenso respecto a que grupos primarios
como la familia, las instituciones, las comunidades o asociaciones de diversa índole presenten
organizaciones estructuralmente "patológicas", que puedan ser objeto de intervención
psicológico-clínica. Pero ¿cuál es la justificación de la terapia de grupos tal como se practica
desde el principio de la terapia grupal? ¿En base a qué criterios se constituye el grupo? ¿Es que
el hecho de ser tuberculoso, neurótico, superviviente de abusos sexuales o de catástrofes
naturales determina a una persona de tal modo que deba pertenecer necesariamente a un grupo?
Si la respuesta fuera positiva significaría la sustitución de la parte por el todo, el determinismo
de la persona humana por el diagnóstico médico y el etiquetaje social. Y, sin embargo, es así, al
menos en parte, cómo se produce la gestación de los grupos en psicoterapia grupal. Es el
terapeuta o la institución terapéutica quien por razones de economía de personal, espacio,
tiempo y dinero, por inclinaciones ideológicas o de formación, o por auténtica convicción
terapéutica deriva a los pacientes hacia la terapia grupal. Estos se encuentran, en consecuencia,
en un nuevo setting que debe ser redefinido en función de sus necesidades propias y las del
grupo.
La atención a esta, en cierto modo, contrapuesta duplicidad genera un doble frente que
debe atenderse simultáneamente. Por una parte el individuo tiene que ver satisfechas sus
necesidades de atención terapéutica igual o, incluso supuestamente mejor, que en la terapia
individual. Por otra, el trabajo terapéutico no puede centrarse exclusivamente en los individuos,
ni que sea uno por vez, so pena de correr el riesgo de olvidar las exigencias de la colectividad
grupal e incluso de perder los posibles beneficios que para el individuo se derivan de la
inclusión en el grupo.
1
relaciones que se establecen entre individuo y grupo, en un modelo donde es la red o el vínculo
grupal que se compone aquí y ahora, el que es objeto de análisis e intervención. Además hay
que valorar también qué clases de grupos están implicados en el proceso terapéutico: ¿son
grupos naturales o artificiales, primarios o secundarios, heterogestionados o autogestionados?;
¿se trata de grupos profesionalizados o de grupos de pares?, es decir, ¿juega el terapeuta un
papel específico o son más bien los miembros del grupo quienes asumen las funciones
terapéuticas?. Según esto, juzgamos que deberían distinguirse diversas modalidades de terapia
grupal. Tales modalidades estarían en función básicamente del papel que asume el terapeuta, del
protagonismo que se concede al paciente y de la concepción ontológica que se tenga del grupo.
De acuerdo con estos criterios creemos que pueden distinguirse, al menos, las tres modalidades
siguientes:
a) Terapia en grupo, donde el individuo constituye la figura y el grupo el fondo y el terapeuta
actúa de conductor o director (Psicodrama, Terapia Gestalt, Análisis Transaccional)
b) Terapia de grupo, donde el grupo constituye el paciente y el agente terapéutico, otorgándose
al terapeuta un papel de analista grupal (las diversas modalidades de Grupoanálisis)
c) Co-terapia grupal, donde todos los participantes actúan de terapeutas, siendo la figura del
profesional la de facilitador puramente auxiliar o incluso inexistente (Grupos de Encuentro,
Grupos de Autoayuda).
1
1960).
De ahí el rol fundamental del director y de los yoes auxiliares en el guiar la acción: hacer
de forma que no se resuelva en una simple descarga motórica sino que en cambio asuma un
significado psicológico, convirtiéndose así en un modo para expresarse y entrar en contacto con
los otros y consigo mismo.
Para ayudar a la manifestación de la espontaneidad y consecuentemente a la catarsis, el
psicodrama moreniano utiliza cinco instrumentos: el escenario, el sujeto, el director, el grupo de
yoes auxiliares y el auditorio.
El escenario representa el espacio en el cual el sujeto puede expresarse libremente. La
configuración de la escena responde a exigencias terapéuticas precisas: la sucesión de planos,
sugiere, la dimensión vertical, favoreciendo la liberación de las tensiones y permitiendo a la
acción desarrollarse con libertad. La escena se divide en tres momentos: calentamiento,
comunicación y expresión.
Se invita al sujeto a no recitar en el escenario una parte, sino a ser él mismo. Para
favorecer su implicación, el director utiliza las técnicas de calentamiento con el fin de obtener
una activación en él, tanto a nivel físico como mental.
El director realiza contemporáneamente tres funciones: dirige cuando influye en la
acción dramática; es terapeuta cuando participa en la acción y solicita la catarsis; es analista
cuando observa las dinámicas individuales e interpersonales. En general es preferible que el
director no se implique directamente en la situación, a fin de permitirle observar con mayor
atención y mantenerse fuera de las relaciones de transferencia. Su participación se produce por
vía indirecta, o sea, a través de los yoes-auxiliares que pueden ser considerados como sus
extensiones a quienes guía en la acción. Está claro que en una exposición tan simple de la
relación conductor-grupo no existe elaboración de los conceptos de transferencia y
contratransferencia .
Los yoes-auxiliares tienen también un cierto grado de autonomía, además de seguir las
indicaciones del director pueden reaccionar espontáneamente en función de las emociones que
en ellos suscita el protagonista. En este punto se puede hacer notar la diferencia entre trabajo en
grupo y de grupo: el psicodrama clásico acaba por prestar una gran atención al individuo en el
grupo, y poca atención a la red de relaciones grupales o a la dinámica grupal. El grupo funciona
como contenedor y marco, pero lo que está en el centro es el actor, con su historia, con su
problema, él es el que propone el "texto" sobre el que se trabaja.
El auditorio está compuesto generalmente por los componentes de la familia del sujeto o
por pacientes que tienen en común el mismo tipo de problema. El público, en relación al sujeto,
representa el mundo, la opinión pública, y la escena resulta influenciada por su presencia;
además, éste puede intervenir directamente tanto comentando como participando en la acción, y
esto resulta muy útil para pacientes que se sienten aislados emotivamente. En relación a sí
mismo, el público, representa siempre un paciente colectivo que encuentra bienestar en la
catarsis interpersonal. También en este caso resulta claro el modelo de curar en grupo, donde el
sujeto es actor en el centro de una situación que no tiene presente las matrices y redes grupales,
sino sólo las relaciones entre el protagonista y el grupo que en este modelo se convierte en otro
distinto de sí mismo.
Una sesión de psicodrama se subdivide en tres partes: preparación, acción y condivisión.
La primera fase, de preparación, tiene como objetivo, focalizar la atención del grupo sobre un
tema común y encontrar un protagonista que lo encarne o lo represente. A tal fin existen varias
técnicas usadas por el director para favorecer esta coagulación, aunque a veces no es necesario,
pues existe ya un tema que emerge espontáneamente. Antes de pasar a la acción propiamente
1
dicha, existe también una fase de calentamiento para el protagonista y sus yoes-auxiliares, de
manera que entren en la situación.
La fase de la acción indica la representación dramática por parte del sujeto, pero,
mientras en el teatro "la realidad se demuestra a través de la ilusión, en el teatro terapéutico
realidad e ilusión son la misma cosa" (Moreno 1960). Acción, en psicodrama, implica siempre
"hacer como si", por lo cual la acción es siempre al mismo tiempo concreta y simbólica. La
acción está caracterizada además de la dramatización espontánea del protagonista por una serie
de técnicas aplicadas por el conductor y por los yoes-auxiliares. Estas, no constituyen una
estructura definida que determina el camino de la acción, sino al contrario son casi como
precauciones que se utilizan para favorecer que emerjan las emociones y la espontaneidad. Estas
técnicas se realizan dramáticamente en el interior de la acción, confundiéndose con ésta. Son
muy flexibles respecto a la aplicación y a la realización: sucede a menudo que se improvisan
otras nuevas para adaptarlas a la situación en curso. Moreno indica cerca de 350, entre las cuales
la técnica del doble, del espejo, la inversión de roles y el soliloquio son las más divulgadas.
La importancia de la acción radica en la capacidad de producir la catarsis, que Moreno
define como "el efecto terapéutico que el psicodrama produce en el actor, que representando el
drama al mismo tiempo se libera" (Moreno 1960). La catarsis en general se consigue después de
un clímax emocional en el cual se rompen las resistencias, esto produce una liberación del
pasado a través de la toma de conciencia. Para Moreno la catarsis, una vez que se ha producido,
indica el éxito y el fin de la terapia.
La tercera fase es la de vuelta al grupo y discusión; ésta es fundamental dado que hace
sentir al protagonista que no está solo, le permite beneficiarse de las experiencias y opiniones de
los demás y permite a todos expresarse, de manera que pueda producirse la catarsis de grupo.
En la conducción de este teatro Moreno es muy fiel a la escritura del texto y muestra
dificultad en la descomposición y en la reescritura de la partitura sobre todo si no es el
protagonista quien lo hace. Hay que aceptar como escritura la historia que el protagonista narra
y notar que es este el texto sobre el cual Moreno trabaja, y no, el que emerge del grupo.
Montesarchio (1994) lo explica con un ejemplo: si el actor pide al Yo-auxiliar que interprete un
padre que lo maltrata, el director insiste para que el padre dramático lo haga; si por el contrario
el Yo-auxiliar lo acaricia, no se elabora y no se reflexiona sobre el por qué. Moreno al máximo
pide al actor que se vuelva a explicar, y, con una "inversión de rol" que se muestre, pero no se le
pregunta por qué en busca de un padre violento se acabe por encontrar uno que acaricia y sobre
todo no se profundiza en las relaciones del aquí y ahora entre los miembros del grupo, se
traslada la atención fuera, al pasado o al futuro. De este modo la reescritura del "texto" por parte
de un grupo que trabaja se ve poco estimulada y es mucho menos interpretable de cuanto a
veces retóricamente se afirma.
1
encarnada en varios personajes, para que puedan tomar conciencia de ellos de modo reflexivo.
El grupo psicodramático permite la exploración de nuevos mitos y ensayarlos le permite
revisar el mito personal o familiar al tomar el lugar de las personas que lo encarnan en la
escena"
Entre las modificaciones del psicodrama, introducidas por la escuela analítica francesa
cabe señalar algunas, compartidas por la gran mayoría, y que suponen importantes cambios en
el setting psicodramático:
- El grupo se hace más pequeño y los participantes se sientan en círculo.
- La escena es imaginaria por lo que no existe ni escenario ni otros recursos escenográficos.
- En la fase de calentamiento hay una mayor discreción que tiende a hacer superar la resistencia
al juego.
- El psicodramatista participa en el juego, pero de acuerdo con el principio de neutralidad asume
una posición alejada.
- La interpretación psicoanalítica es más importante que la condivisión. Naturalmente al lado de
una interpretación verbal es posible una forma de interpretación a través de la acción.
- Es fundamental utilizar la transferencia y la contratransferencia.
Sin embargo, a pesar de esta base común, las diferencias entre los autores son notables.
Queremos hacer referencia particularmente al enfoque de Anzieu, que se ocupa de elaborar un
modelo teórico especifico para definir el ámbito del psicodrama analítico. Implícitamente
Anzieu critica a los otros autores franceses: Lemoine, Lebovici, Diatkine, Kestenberg, porque
desarrollan una forma de psicoanálisis individual en grupo; él, por el contrario, sostiene que el
psicodrama es una psicoterapia de grupo y del grupo. Para los autores citados, el psicodrama
constituye un medio expresivo que tiene el valor de privilegiar los componentes no verbales de
la comunicación, permitiendo así, que emerjan elementos que podrían quedar ocultos o
necesitar mucho más tiempo para ser descubiertos. A la dramatización no se le asigna un valor
terapéutico, sino sólo de expresión de conflictos, defensas, fantasmas del sujeto. Como en un
sueño constituye sólo el contenido manifiesto cuyo contenido latente debe ser interpretado. El
método utilizado es parecido al del psicoanálisis clásico: interpretación verbal individual y
análisis de la transferencia. Se descartan así conceptos como catarsis, propio del psicodrama, y
el concepto de función del grupo, propio del grupoanálisis. Además el comportamiento del
terapeuta está determinado por la neutralidad, el principio de "no hacer el juego del paciente",
así que si participa en la dramatización lo hará con la menor implicación posible. Vale la pena
recordar, sin embargo, la crítica que Moreno hace al principio de neutralidad, propuesto por
estos autores. Moreno nota cómo en ciertos momentos el protagonista tiene necesidad, durante
el trabajo dramático, de una madre, un padre o de otras figuras, si el yo-auxiliar no ofrece las
genuinas características, el protagonista, según Moreno, podría verse perjudicado más que
ayudado. Se necesita una transformación recíproca entre protagonista y yo-auxiliar para evitar
que el sujeto se encuentre jugando solo y para evitarle sentirse como una "rata de laboratorio".
Anzieu retoma esta crítica y recuerda cómo el yo-auxiliar se halla inserto en la sección
de psicodrama de Moreno para favorecer el contacto con la realidad y para impedir que la
dramatización se transforme en una satisfacción narcisista de los deseos del sujeto. A este
propósito, una de las contribuciones más fecundas de Anzieu es la de la reelaboración de la
función del yo-auxiliar y su aplicación especifica de la interpretación psicoanalítica en el
psicodrama. Anzieu usa la interpretación refiriéndose al aquí y ahora y la relaciona tanto con la
dimensión individual como con los efectos de grupo de resonancia fantasmática y con los
procesos identificatorios y proyectivos que subyacen a las relaciones interpersonales.
La interpretación verbal se usa sólo en la fase inicial y en la final de la sesión, y no se
1
considera útil durante la dramatización. Las formas que la interpretación asume durante la
dramatización son "la interpretación verbal recitada" y "la intervención mediante el rol". En la
primera forma, el psicodramatista hace un comentario que tiene valor de interpretación, en la
segunda el psicodramatista interviene activamente. Las posibilidades de acción son muchas y
las técnicas de Moreno constituyen una reserva muy útil. Esta posibilidad de actuar en la
situación misma, según Anzieu, es una de las aportaciones más interesantes de Moreno. En las
formas más modernas del psicodrama, basadas en modelos grupoanalíticos, las acciones
interpretativas que Anzieu y Martin (1968) describen como privilegios del conductor, son
acciones de las que puede hacerse cargo el grupo al completo o los participantes uno por uno,
además del terapeuta.
Anzieu nos parece el autor más atento a las técnicas morenianas, a menudo hace
referencia a la aportación teórica de Moreno, a quien critica, sin embargo por olvidar el símbolo
y el significado, sin los cuales la acción puede transformarse en una simple descarga motórica.
La aportación del psicoanálisis es pues para este autor, la de proporcionar estos significados. De
la unión entre expresión dramática y comprensión psicoanalítica deriva una nueva visión en la
que el psicodrama constituye una comunicación simbólica. El sujeto puede representar en el
exterior el propio "drama" a través de una serie de personajes que simbolizan la situación
conflictual originaria. Se reproduce, utilizando la terminología de Lacan: la "historia mítica del
sujeto que es actualizada". Este proceso se ve favorecido por la característica del psicodrama de
constituirse como en espacio de juego, más tolerante porque esta basado en el "hacer como si".
En el panorama de la escuela francesa, hay que hacer igualmente mención especial de la
aportación de Schutzenberger (1966). La autora parte de la consideración de que no existe una
clave única de lectura del comportamiento del grupo, derivando hacia la creación de un sistema
triádico en el que convergen las aportaciones de la psicoterapia de grupo, del psicodrama y de la
terapia dinámica de grupo. En este sistema triádico el psicodrama constituye una introducción
de la psicoterapia de grupo, lo que permite una profundización y una articulación con la
dimensión individual. Por lo general el juego tiene lugar en un momento dado de la evolución
del grupo, a menudo después de la emergencia de los primeros conflictos, después de las fases
de dependencia y cuando las relaciones con el director se han aclarado. El grupo triádico es un
grupo en el que la atención está focalizada más que en el individuo, en el grupo. Al lado de los
instrumentos clásicos se utiliza el observador, que manteniéndose fuera de la dinámica grupal,
tiene la función de facilitar al conductor la comprensión de las dinámicas de contratransferencia.
La autora subraya que en su enfoque, diversamente del psicodrama analítico que focaliza sobre
las relaciones de transferencia, se consideran también la dinámica y la sociometría del grupo,
por lo que el material que se pone en juego, corresponde simultáneamente al contenido psíquico
de un individuo, a la vivencia de muchos espectadores y a un momento del grupo.
Otra aportación original nos llega de la escuela argentina (Moccio, Martínez, Pavlosky,
Rojas-Bermúdez, Satne), que añade a las formas clásicas del psicodrama un elemento
constituido por los "juegos dramáticos", dado que su trabajo se ha desarrollado particularmente
con niños (Pavlosky, en Avila 1993). Los "juegos" son una forma de sensibilización al lenguaje
dramático en el que se intenta facilitar en los participantes el pasaje de una modalidad de
pensamiento discursiva a una modalidad donde las ideas se transforman en acciones: lo que se
propone es pensar en escenas. Desde este punto de vista el juego dramático es una experiencia
que se concluye en si misma, que puede durar poco, y que permite un acercamiento incluso
narrativo a la técnica psicodramática. No se trata de una forma de terapia: se evitan las
interpretaciones, se focalizan las intervenciones sobre la descripción de los personajes y son
relativas al rol jugado. Son juegos preestablecidos, repertorios de escenas que el conductor
1
propone en base a la situación y a los objetivos previstos. Cada ejercicio está generalmente
dividido en cuatro fases: la consigna; la dramatización; la explicación verbal de lo que se ha
actuado; la condivisión con el grupo.
1
el banquillo tiene la oportunidad de mostrarse no sólo ante un profesional experto, sino también,
en cierto sentido ante la gente en general, cuando la aceptación o el rechazo social son algo más
que un riesgo hipotético.
Por lo demás, la experiencia terapéutica en comunidad reviste la densa significación de
un drama humano que transciende el interés individual para poner en juego intereses
universales, y que da a la gente un sentido más hondo de su naturaleza común. Los que asisten
como testigos a la interacción dramática de dos personas pueden aprender de ella lo que es
aplicable a sus propias vidas, abriendo nuevos horizontes.
Finalmente el grupo permite ensayar formas de interacción diferentes a las que el
individuo está habituado en el círculo limitado de sus relaciones. El grupo actúa como
amplificador y a la vez como laboratorio de ensayo de nuevas conductas y actitudes bajo el
contexto protegido de la terapia.
1
circunstancia de la vida, pero para Berne la vida de las personas está estructurada en guiones
(Martorell, 1988, Steiner, 1992), cuya escritura se determina en edades tan tempranas como de
los tres a los siete años. Son por tanto infantiles e ilusorios. La terapia puede ser útil para su
análisis.
El AT es una terapia directa y activa. El terapeuta, al principio de los procedimientos del
grupo, suele intervenir para señalar los distintos estados, con frecuencia complementarios, de
Padre, Adulto o Niño que manifiestan o en que se relacionan los miembros del grupo. Es
además una terapia contractual en que se le exige al paciente que defina exactamente qué es lo
que espera de la terapia, de modo que si la meta del tratamiento no es aceptable para el terapeuta
el contrato no se cierra. Sólo en casos de grave perturbación puede el terapeuta aceptar
temporalmente una especie de contrato de custodia (Padre-Niño) que deberá renegociarse
posteriormente cuando el paciente sea capaz de ejercitar su estado Adulto.
Un grupo típico de AT puede constar de unas ocho personas y el terapeuta, que
equivalen a un total de veintisiete personas puesto que cada una de ellas puede interactuar con
los tres estados posibles del ego (Padre, Adulto, Niño). Esto permite centrar el análisis en las
transacciones más que en los estados internos del sujeto. En consecuencia el AT resulta
particularmente adaptable al trabajo con instituciones como el matrimonio, la familia, la
administración o las organizaciones. Sin embargo, el uso clínico de su técnica de análisis le
confiere un carácter más de terapia en grupo, que de terapia de grupo, puesto que en él
predomina la visión contractual o funcional sobre la mítica u ontológica, respecto a cualquier
tipo de formaciones grupales.
1
El trabajar con el mundo simbólico o fantasmático de los sujetos, puesto de manifiesto
en el aquí y ahora de las interacciones del grupo, lleva a éste a desarrollar un pensamiento
reflexivo, abriendo el abanico de las interpretaciones, dado que la interpretación no consiste en
el simple pasaje de un símbolo a un concepto, sino en el de un mundo simbólico incomprensible
a otro comprensible, que se hace posible, justamente, desde la multiplicidad de perspectivas de
todo el grupo.
La esencia de la psicoterapia analítica de grupo consiste en la relación entre personalidad
del paciente y las personificaciones mitopoyéticas transpersonales, localizables en el grupo. Así
como en la tragedia antigua era el coro quien daba voz mitopoyética a las acciones, desde
Moreno es el grupo quien asume esta función. La característica de la Terapia Grupo-analítica es
que el grupo crea un espacio mental en el cual aparecen los dobles que representan el fantasma
común del grupo.
Al entrar en un grupo los pacientes vienen con sus propios fantasmas y consideran
absurdo oír los de los demás. Pero dejando hablar libremente a los participantes del grupo es
posible llegar a sacar las implicaciones contenidas en el discurso que se articula grupalmente.
En un grupo la manifestación de estos fantasmas comunes originarios se produce a través de la
participación de los distintos miembros, las identificaciones o contraidentificaciones de unos
miembros con otros. En un momento determinado es posible ver una serie de conexiones que
llevan a la representación de un fantasma común o ikona, -como lo llaman Menarini y Pontalti
(1994)- presente en el imaginario de los participantes.
En la terapia individual, por ejemplo, pronto se ponen de relieve las implicaciones
lógicas de los sueños a través de la interpretación, mientras que en el grupo analítico no se trata
de interpretaciones, sino de hacer visibles los sueños a través de las asociaciones libres. Por
ejemplo, una paciente llega al grupo y explica un sueño.
- "Estaba en el balcón y de repente me doy cuenta de que mi hijo pequeño estaba
sentado en el balcón y se podía caer. Me siento aterrorizada".
A continuación otra paciente explica otro sueño:
- "Pues yo he soñado que estaba en un hospital; abría la ventana y veía un grupo de
gente que caminaba por allí, por el prado".
En este momento otro participante del grupo comenta:
- "Entonces estos sueños podrían representar la terapia de grupo, donde el niño
representa a la propia paciente que tiene miedo que le pueda pasar cualquier cosa y se
cae".
Un cuarto participante interviene diciendo:
- "Bien en este caso la terapia no es un lugar seguro, porque el terapeuta no da
seguridad si alguien puede caerse y hacerse daño. Quizás es mejor no hacer terapia".
El terapeuta recogiendo el tema del que se está hablando puntualiza:
- "Es cierto, el terapeuta no puede evitar que alguien se caiga; pero justamente la
finalidad de la terapia es que cada uno se convierta en el terapeuta de sí mismo. Es
decir que cuide de sí mismo como de su hijo y que evite la caída".
Como se puede ver el tema del grupo gira en torno de si la finalidad de la terapia es
confinarse en sí mismo indefinidamente o bien que cada uno llegue a ser el terapeuta de sí
mismo.
Por lo tanto, los temas de grupo son situaciones que permiten ver las conexiones de
causalidad con la ikona. Uno de los primeros efectos del trabajo en grupo es el de la resonancia
con la que el paciente se da cuenta de que sus propios problemas o que los problemas de los
demás resuenan como propios. Una paciente, por ejemplo puede decir:
1
- "Yo no soy libre, porque en casa no me dejan salir; aunque estoy divorciada y tengo
cumplidos ya los 35 años controlan mi vida, puesto que dependo de ellos
económicamente".
Entonces otra paciente interviene y dice:
- "Ah! ahora me doy cuenta que mi marido me trata como si fuera su hija".
Es como si el grupo fuera una caja de resonancia en la que lo que se dice va
reverberando como las ondas de la superficie de un lago. Después de la resonancia se produce
la reacción especular, donde se empiezan a ver cosas como en un espejo. La reacción especular
más fuerte se llama "mirroring", de la palabra inglesa "mirror" (espejo). Es como si el grupo
fuera un espejo en el que se ven por primera vez los problemas. Estos problemas son fantasmas
que se repiten, pero que a través del espejo se hacen visibles por primera vez. Los fantasmas se
dramatizan como en la tragedia griega. Después se personifican en la medida en que cada
individuo se convierte en una persona, en el sentido de máscara del teatro que da voz a estos
fantasmas. A diferencia de la terapia individual, la terapia grupal es mucho más dramática, en el
sentido que tiende a representar.
La expresión de los fantasmas en grupo permite convertirlos en temas, que son
modalidades nuevas de la existencia. Se convierten en valores afectivos. La transformación de
la vida en un valor es uno de los trabajos más difíciles que existen. Por valor se entiende una
unidad afectiva agregante que genera cohesión y que crea una realidad nueva que antes no
existía. A la unidad afectiva que une a las personas, a los componentes del grupo, la llamamos
koinema - del griego koiné-, que significa común.
El grupo es pues un lugar de privilegio para trabajar lo interpersonal y lo transpersonal
a través de un denominador común que Caparrós (1993) llama vínculo. Que lo vincular sea el
objeto de la psicoterapia grupal viene dado, según dicho autor, porque "el grupo es el lugar
preferente de su manifestación. La determinación concreta de un individuo se da a través de sus
múltiples interconexiones reales... Una psicoterapia del vínculo permite tener como objeto de
trabajo a la relación y no a los integrantes aislados de ésta. Ello permite la posibilidad de
analizar al grupo en los individuos y no al individuo en el grupo". El grupo es, en efecto, el
lugar adecuado "para trabajar las relaciones simétricas y asimétricas, la exclusión, la
competencia, la actitud, el proyecto de acción, el aquí y ahora". La productividad de un grupo
terapéutico viene referida, ante todo, a la producción del cambio vincular, y no solo en términos
de objetivos externos al propio grupo. Esto vale tanto para la psicoterapia de grupo, como para
la psicoterapia en grupo. En ésta última justamente la relación entre el protagonista -el hecho
mismo de ser centro de atención de otros pares es ya un fenómeno vincular- y el grupo, que le
deja ese espacio y se ofrece como auxiliar, caja de resonancia y soporte, marca lo específico de
esta modalidad terapéutica respecto a la psicoterapia individual.
Esta concepción de lo vincular como objeto de análisis en los grupos, heredada de
Pichon-Rivière (1978), ha sido particularmente adoptada entre nosotros por el grupo Quipú de
Psicoterapia, fundado en Madrid entre otros por Nicolás Caparrós Sánchez, Carlos Cabello
Suñén, Antonio García de la Hoz y Alejandro Avila Espada en 1974, y publica desde 1976 la
revista Clínica y Análisis Grupal. El modelo desarrollado por estos autores se ha venido en
llamar "modelo analítico-vincular". Analítico, por cuanto se inspira en el Psicoanálisis como
matriz ideológica que permite pensar una realidad; vincular porque a través de este concepto "se
articula sin violencia la díada individuo-grupo".
A pesar de la utilidad terapéutica del grupoanálisis, hay que establecer algunos criterios
limitativos en relación con la terapia grupal, como también hay que hacerlo con la terapia
familiar y la terapia individual. El grupoanálisis en particular, de acuerdo con Di Maria, Lo
1
Verso y Lavanco (1993) no es adecuado en los casos de depresión grave de tipo psicótico,
puesto que un depresivo grave necesita una acogida que sólo puede otorgarle una relación más
estrecha o individual. No se adapta tampoco a pacientes con personalidad paranoica, puesto que
el grupoanálisis exige un mínimo de capacidad de tolerar la grupalidad, lo que implica soportar
la presencia de los demás. Tampoco las personalidades histriónicas son adecuadas para una
terapia grupal, puesto que presentan una dinámica de falso sí mismo.
1
El grupo le proporciona al adolescente un espacio compartido donde visualizar sus conflictos, el
análisis individual la posibilidad de elaborarlos. Un caso particular, lo constituyen, sin embargo,
aquellos adolescentes, para quienes la terapia individual o grupal puede resultar a veces
contraindicada o incluso iatrógena, dadas las particularidades de la crisis adolescencial. Para
abordar estos casos parece más adecuado desarrollar una metodología clínica que los autores
citados han denominado grupoanálisis familiar, y que no debe confundirse con la terapia
familiar de orientación sistémica.
La reflexión sobre los distintos marcos terapéuticos por parte de los pacientes y el
estudio de la casuística clínica puede ayudar a identificar los casos en que resulta
particularmente útil el recurso a la terapia grupoanalítico familiar o al menos a un diagnóstico en
el contexto del grupo familiar. Cuanto más estrecha es la inserción de la patología en una matriz
familiar patológica, tanto más difícil se hace imaginar una terapia en la que, al menos en alguna
de sus fases, no se contemple un contexto formal familiar. Así como no es posible conocer la
matriz dinámica de un grupo terapéutico, extrapolándola del conocimiento de las matrices
personales de sus componentes, tampoco no se puede conocer la organización mental de una
familia desde el interior de una relación terapéutica personal con uno solo de sus miembros. De
todo ello se deduce el sentido de llevar a cabo sesiones dentro del marco familiar con el objetivo
diagnóstico de comprender las características de la matriz familiar de aquella situación clínica
específica para poder formular un mapa semiológico de la propia matriz y de las relaciones (no
causas) entre la matriz familiar y la organización patológica del paciente.
Esto no significa que se deba considerar indispensable una fase de diagnóstico familiar
para cualquier situación clínica, dado que no es siempre posible y a veces ni siquiera deseable,
llegar a constituir un marco familiar donde desarrollar un trabajo con la familia. Los casos en
que, sin embargo, parece particularmente necesario disponer de un contexto diagnóstico familiar
son los siguientes:
1) En los trastornos psíquicos o comportamentales de la infancia
2) En los trastornos de la adolescencia, a no ser que el paciente pida explícitamente un espacio
propio, es decir asuma en primera persona la iniciativa de la demanda de ayuda. Aun así puede
resultar indispensable una fase diagnóstica familiar.
3) Siempre que la demanda llegue de alguno que no sea el paciente mismo, independientemente
de las motivaciones de tal demanda.
4) Siempre que el paciente se resista a venir, independientemente de la hipotética gravedad del
paciente mismo.
5) En las siguientes figuras diagnósticas del DSM
- trastornos esquizofrénicos y asimilables: trastornos afectivos mayores, episodios maniacales,
depresivo mayor, bipolar (eje I).
- trastorno narcisístico de personalidad: trastorno borderline de personalidad, de dependencia,
esquizotípico (eje II).
6) En los casos ya indicados de trastornos de personalidad o de dificultad de relación
intrapsíquica consigo mismo y con los demás.
7) Por último, aunque obvio, pero no por eso menos olvidado: en las situaciones de crisis
psiquiátrica aguda.
1
verdadero fenómeno social. Precisamente ha sido Rogers uno de los máximos exponentes de
este tipo de grupos, en los que la concepción tradicional del terapeuta como experto clínico ha
sido sustituida por la del facilitador de un proceso inscrito en la fuerza de crecimiento del propio
grupo. A pesar de ello estos grupos pueden considerarse heterogestionados, puesto que la
convocatoria obedece a los intereses, aunque legítimos, en último término económicos del
terapeuta, quien por lo tanto tiene adquiere una responsabilidad sobre el grupo.
Rogers señala que en un grupo de encuentro el proceso básico se desarrolla
generalmente en las siguientes etapas.
1. Confusión inicial: el líder esclarece que las sesiones tendrán muy poca estructura y que cada
cual es responsable frente a sus reacciones en el grupo; esto crea una tensión que disminuye un
poco cuando los participantes empiezan a hablar sobre temas superficiales que no los
comprometen.
2. Resistencia a la expresión o exploración personal: la mayoría evita compartir pensamientos o
emociones que los hagan sentir más vulnerables frente a los demás, por ende el diálogo continúa
superfluo.
3. Descripción de emociones vivenciadas en el pasado: llega un momento en que se habla de
situaciones que ocurrieron en "el allí y el entonces", o sea, de situaciones cuyo valor afectivo no
es tan intenso en el presente.
4. Expresión de emociones negativas: son la primera expresión genuina de las vivencias que
acontecen en "el aquí y el ahora". Son actitudes negativas que casi siempre aparecen primero
que las positivas, hacia los participantes o hacia el líder del grupo.
5. Expresión y exploración de un material personal importante: después de comprobar que sus
comentarios negativos han sido asimilados por el grupo sin resultados catastróficos, la persona
siente que pertenece más al grupo y se arriesga a compartir situaciones de su vida que considera
valiosas.
6. Expresión inmediata de las emociones interpersonales en el grupo: la confrontación se inicia
cuando los participantes se expresan espontáneamente -"en borrador"- sin pensar antes en lo que
van a decir, ya sea positivo o negativo.
7. Desarrollo de la capacidad curativa en el grupo: llega un momento que el clima del grupo
ofrece un a cohesión tal, como consecuencia de las intimidades compartidas, que incita a los
participantes a darse apoyo y protegerse.
8. Autoaceptación y comienzo del cambio de actitudes: se producen cuando la persona deja de
invertir energía en comportarse de un modo diferente a como realmente siente, desarrollando
una mayor correlación entre lo que dice y hace.
9. Derrumbe de la imagen: cada vez más los participantes se comportan tal cual son, apartando
el juego de roles y las reglas de educación. Se forma una presión grupal que impulsa a la
expresión sutil o violenta de los más recónditos sentimientos.
10. El grupo imparte retroalimentación a cada participante: se hace más fluida la información
que se da en el grupo sobre el impacto que los participantes se causan entre sí.
11. Confrontación: el bombardeo de actitudes negativas se hace con más frecuencia y soltura.
12. Relación terapéutica fuera del grupo: debido a que se han compartido experiencias
importantes, los participantes buscan encontrarse en otros lugares para seguir dialogando con
veracidad.
13. Encuentro básico: después de quemar todas las etapas descritas se logra una relación muy
expresiva del sentir de cada cual, que crea un ambiente de intimidad, y se incorporan al
vocabulario frases como "estoy contigo", "me siento muy cerca de ti" que se reiteran con
comportamientos no-verbales como un abrazo o un mirarse profundamente a los ojos.
1
14. Expresión de sentimientos positivos y cercanía: el encuentro se generaliza hacia los demás
miembros del grupo fortaleciendo la cohesión que se ha venido formando.
15. Modificación de conductas en el grupo: se suavizan las expresiones faciales, cambian los
gestos y el tono de la voz, y existe una mayor preocupación por lo que siente el otro.
A pesar de la diferencia entre el estilo de cada líder, en los grupos de encuentro
predominan los siguientes factores comunes que enumera Kort (1974):
a) el número de participantes oscila entre seis y veinte personas, lo que facilita la interacción
cara a cara.
b) la intención es obtener una experiencia grupal intensiva.
c) se enfoca la realidad del "aquí y ahora", o sea la conducta del individuo dentro del grupo en
ese momento
d) se estimula la confrontación interpersonal, la transparencia en expresar lo que
verdaderamente se siente y la sinceridad para compartir lo errores.
e) se refuerza la evocación de respuestas emocionales intensas
Los grupos de encuentro se especializan en explorar el territorio afectivo de cada
participante, atribuyendo poco valor a las intelectulizaciones, que se interpretan como
racionalizaciones orientadas a evitar el compromiso. En los grupos de encuentro se utilizan los
recursos del propio cuerpo y de cada uno de los sentidos. Así para las personas que están
cerradas a la experiencia, Schutz sugiere que se desperecen de espalda-a-espalda con otra
persona hasta sentir la apertura; a las personas que les cuesta entrar en contacto con otros puede
que se les pida que cierren los ojos y extiendan las manos explorando el espacio a su alrededor
hasta tocar y percibir los cuerpos de los participantes en el grupo; a las personas que se muestran
desconfiadas se les incita a dejarse caer de espaldas en brazos de los compañeros. El propósito
de estos ejercicios estriba en integrar el cuerpo en la terapia. En él, en efecto, se inscriben las
tensiones psicológicas: en la respiración entrecortada, en las contracciones musculares, en la
postura corporal.
El objetivo principal en los grupos de encuentro es que la persona se desenmascare
frente a los demás participantes y para ello tiene que arriesgarse a compartir y hablar sobre sí
misma. El clima emotivo que se produzca en el grupo y las técnicas psicoterapéuticas, que
decida utilizar el facilitador, varían mucho de un grupo a otro (Shapiro, 1978), pero
generalmente cada persona debe respetar las siguientes reglas básicas:
a) responsabilizarse: Enunciar en primera persona sus sentimientos y pensamientos, tanto si
versan sobre sí mismo como sobre los demás. No atribuir, en consecuencia, a los demás, las
propias emociones. No eludir el enfrentamiento con los propios problemas.
b) expresar los sentimientos y emociones: tanto si son agradables como desagradables, sin
censurar su contenido, ni exagerarlo. Arriesgarse a decir lo que se siente, aun con el peligro de
rechazo. La expresión de sentimientos tiene también sus exigencias en el nivel sintáctico del
lenguaje. Como dice Gimeno (1994), ésta no admite un que detrás del verbo sentir, puesto que
con ello se hace referencia a un pensamiento más que a un sentimiento. Expresiones como
"siento que intentas manipularme" en realidad significan "pienso, me parece o tengo la
impresión de que quieres manipularme". Por lo tanto deberían traducirse por "siento rabia,
indignación, miedo, frustración, cuando te he visto hacer esto o lo otro".
c) dar retroalimentación: función presente en todos los modelos de terapia grupal, a la que nos
referiremos más adelante.
1
se trata de un movimiento de notable magnitud (Kurtz, 1997). Diversos informes dan cuenta de
más de 250 organizaciones, promotoras de grupos autogestionados. Entre ellos pueden citarse
los grupos tipo Synanon (Endore, 1968), una comunidad psicoterapéutica formada por ex-
drogadictos, que nació precisamente con la idea de que la gente puede ayudarse sin necesidad de
un profesional. La interacción en estos grupos suele ser violenta y hostil. Se las ha descrito
como "grupos de encuentro sin líder en donde la relación interpersonal se desarrolla dentro de
un clima provocante y agresivo". Se pretende confrontar directa y abiertamente al individuo con
sus responsabilidades, evitar sus evasiones y enfrentarlo la realidad. La única regla es la
prohibición de la violencia física, no habiendo restricciones para la expresión de sentimientos y
pensamientos. Las sesiones de grupo constituyen uno de los aspectos de la vida en estos centros,
que dan al drogadicto un sentido de pertenencia en un ambiente de seguridad y apoyo. Pero la
eficacia de estos grupos es inseparable del control que ejerce sobre ellos la comunidad
terapéutica, de modo que no puede deslindarse el efecto terapéutico del efecto de control
constante que ejerce sobre ellos el vivir en comunidad.
Otros grupos, en cambio, no constituyen comunidades de vida, sino que se reúnen
periódicamente con finalidades exclusivamente terapéuticas, a pesar de que el concepto de
control sea inseparable en muchos de estos grupos del objetivo terapéutico. Tal vez el ejemplo
más conocido es el de Alcohólicos Anónimos, pero pueden citarse otros, como los grupos de
control del peso (Weight Watchers).
El caso de Alcohólicos Anónimos, que es uno de los más antiguos, creados ya antes de
la Primera Guerra Mundial en Norteamérica, puede servir de modelo para entender su
funcionamiento. Se trata, normalmente, de grupos abiertos en los que cada vez pueden entrar
diferentes participantes. Suelen estar liderados por ex-alcohólicos sin una preparación específica
o, mejor dicho, por antiguos pacientes en abstinencia que, a menudo, también ostentan algún
cargo en la asociación correspondiente.
Estos grupos son similares a los grupos pioneros de Pratt. No se realiza en ellos un
análisis del grupo, sino de los individuos en grupo. Cumplen una serie de objetivos que han sido
descritos por Levine y Gallogly (1985):
a) Los grupos proporcionan oportunidades para que los alcohólicos logren insight observando
las experiencias de los otros antes de considerar las propias;
b) los grupos proporcionan una situación de "aquí y ahora", en la que los alcohólicos pueden
recibir ayuda y evaluar las experiencias inmediatas;
c) los grupos permiten que los alcohólicos escuchen cómo sienten y reaccionan los demás, lo
que les ayuda a aceptar más fácilmente los mismos sentimientos y reacciones en sí mismo;
d) los grupos proporcionan una demostración patente de comportamientos alternativos,
descubriendo cómo manejan otros alcohólicos las situaciones inmediatas en el grupo y cómo se
enfrentan a las situaciones externas.
A parte de esto habría que añadir que el grupo ayuda al individuo a descubrir los
pensamientos y comportamientos preparatorios a la recaída, a menudo cargados de
racionalizaciones, y a utilizar estrategias alternativas. Por otra parte, los grupos y, más en
general, las asociaciones, se constituyen como redes de autoayuda que apoyan al enfermo
alcohólico en todo momento y a las que puede acudir con rapidez.
No todos los grupos de autoayuda se constituyen para hacer frente a problemas
psicológicos o de comportamiento adictivo. Los hay compuestos por grupos afectados por algún
tipo de enfermedad específica: SIDA, diabetes, hipertensión, afectos de cardiopatías, mujeres
operadas de cáncer de mama, etc., o por alguna condición social determinada: veteranos de
guerra, grupos feministas (Butler, 1991), grupos de hombres separados, grupos de viudas, etc...
1
Estos grupos pueden ser llamados de ayuda mutua (Barath y Csepeli, 1987) y tienden a agrupar
personas con problemáticas homogéneas. Diversas investigaciones han mostrado cómo el
sentimiento de afiliación y la comprensión aumenta entre personas que se hallan en
circunstancias semejantes. Cuanto más numerosos e importantes son los acontecimientos vitales
negativos, mayor es el sentimiento de indefensión personal, el cual, a su vez, hace crecer la
motivación y la sensibilidad hacia la autoyuda en tanto que forma alternativa de afrontar los
acontecimientos. En general las funciones que se espera cumpla el grupo tienen relación con el
intercambio de información y el apoyo emocional recíproco. Roback (1984) ha editado un
volumen en el que describe los grupos de autoayuda aplicados a problemas médicos. Los
programas incluyen grupos para pacientes y sus familias con afecciones como esclerosis
múltiple, insuficiencia renal, dolor crónico, etc. Spiegel, Bloom y Kramer Gottheil (1989) han
hallado una mejora en la calidad y longitud de vida entre los pacientes de cáncer que
participaron en grupos de ayuda frente a los que no lo hicieron. En una revisión sobre los
efectos de la autoayuda en grupos de pacientes Borne, Pruyn y Van Dam-de Mey (1986) han
hallado: un mayor conocimiento sobre la enfermedad, una mejora importante en la percepción
general de la salud, menos perturbaciones en la imagen del propio cuerpo y una reducción de los
sentimientos limitadores (angustia, fatiga, tensión, confusión) y de las fobias. Otra observación
interesante a añadir es que de un conjunto de 65 estudios revisados en ninguno se muestran
efectos negativos sobre los miembros del grupo (Trojan, 1988). Por el contrario "el contacto con
el grupo puede mejorar el proceso de enfrentamiento de los pacientes con cáncer. El termino de
efectos negativos no parece justificado" (Borne et al. 1986). Entre nosotros Bonet, Ferrer y
Vilajoana (1994) han planteado el mismo tipo de trabajo con relación a poblaciones afectas del
Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Tales grupos pueden tener distintas funciones, que
los autores antes citados reducen a cuatro:
1) Grupos estratégicos, equivalentes a una terapia en grupo, donde los pacientes tienen la
oportunidad de clarificar sus problemáticas personales, profundizando los conflictos más
frecuentes: miedo a la propia muerte, enfermedad crónica incapacitante, relación pareja-familia,
aislamiento, contagio, etc.
2) Grupos psicoeducativos: orientados a la concienciación de los individuos respecto a los
hábitos a desarrollar y al cambio de actitudes tanto en los afectos como en sus familiares.
3) Grupos de soporte emocional: entre pares, preferentemente con facilitador o terapeuta, cuyo
objetivo es reducir el nivel de ansiedad, evitar el aislamiento, vivir más positivamente, participar
activamente en el proceso de crecimiento interior, mejorar la capacidad de decisiones personales
y reconocimiento de los propios recursos.
4) Grupos de entrenamiento en técnicas de autocontrol: formados en base a la utilización de la
información que aporta la psiconeuroinmunología. Parte del supuesto de la influencia de la
propia responsabilidad en la forma de hacer frente a los problemas de salud y utiliza técnicas de
entrenamiento en control de estrés, en relajación muscular, en técnicas de autocontrol cognitivo.
Finalmente, en el contexto de los grupos autogestionados se plantea el rol del
profesional: ¿es necesaria la presencia de un profesional para la puesta en marcha o la
conducción de estos grupos? No cabe duda de que los profesionales pueden poner en marcha el
grupo, difundir la noticia de su existencia a los interesados, actuar como consultores, asumir
responsabilidades, pero también puede ayudar al grupo a llegar a ser independiente (Villabí y
Roca, 1989). La colaboración no siempre es pacífica y en algunos casos es mejor abstenerse,
confiando en la capacidad autoorganizativa de las asociaciones laicas, surgidas para hacer frente
a distintas clases de problemas.
Conviene entender, además, que los niveles de intervención social son muy diversos en
1
la comunidad y que con frecuencia existen recursos en ella que superan las posibilidades de la
clínica. En algunos casos, por ejemplo, la terapia psicológica no es una buena opción para hacer
frente a determinados problemas, o al menos no lo es por sí sola y el terapeuta tiene que acudir a
solicitar para sus pacientes la ayuda de las redes de apoyo social, tanto para problemas de salud
física y psíquica (Lemos y Fernández Hermida, 1990), como para problemas de drogadicción
(Navarro, 1994). Pero este tipo de intervención, que evidentemente debe llevarse a cabo en
coordinación con otros agentes sociales, supera el ámbito de la clínica y nos remite al ámbito
comunitario, lo que excede claramente el alcance de este artículo.
1
habilidades para la resolución de conflictos dentro y fuera del grupo. Los individuos aprenden a
juzgar menos y a desarrollar más su capacidad de empatía.
7.- Conducta imitativa: Presenciar de cerca otros modelos de conducta o enfrentamiento de
problemas puede constituir la base para un aprendizaje vicario o por imitación. Sin embargo, no
es una garantía absoluta de cambio verdadero, puesto que sólo lo constituiría el desarrollo de
una capacidad de transferencia y generalización, no el puro mimetismo de fachada.
8.- Autoconocimiento: Una de las funciones terapéuticas del grupo se articula a través de la
retroalimentación. Ésta consiste en la devolución por parte de los miembros del grupo de la
resonancia que en ellos produce cuanto acontece a nivel personal o grupal. A través del reflejo
especular que facilita el grupo, cada integrante puede darse cuenta de su conducta y cómo esta
repercute en los sentimientos de los demás, en la opinión que los otros se forman de él y en la
que tiene de sí mismo.
9.- Cohesión: Es el resultado de todas las fuerzas que actúan en todos los miembros del grupo
para permanecer en el grupo. La cohesión es condición previa imprescindible para la eficacia de
la tarea grupal. Está en relación de interdependencia con la aceptación y comprensión de los
integrantes. Aquellos grupos que presentan integración se comprenden y aceptan mutuamente.
La cohesión permite la expresión de la hostilidad y los conflictos sin temor a la disolución del
grupo.
10.- Catarsis: Hay que contemplarla como parte de los procesos interpersonales del grupo. La
catarsis es poco efectiva por sí misma si sólo sirve de desahogo, pero si la expresión emocional
logra dar expresión a lo que molesta del grupo manifestando un sentimiento hacia un
compañero o el terapeuta, o simplemente dándose permiso para dejar fluir una vivencia, es ya
de por sí una valiosa experiencia. En este sentido puede servir para potenciar la cohesión del
grupo.
11.- Supuestos existenciales: Para Yalom (1985) estos supuestos aparecen espontáneamente
como efecto de la experiencia del propio proceso terapéutico grupal, donde a veces se vienen a
descargar expectativas imposibles o problemas insolubles. Se pueden resumir, a modo de las
nobles verdades de Buda, en cuatro proposiciones:
a) el reconocimiento de que la vida puede ser injusta.
b) el reconocimiento de unos límites ineludibles como el sufrimiento y la muerte.
c) el reconocimiento de la soledad existencial
d) el reconocimiento de la responsabilidad última de los actos propios.
Estos son los factores que, a juicio de los terapeutas, contribuyen a la eficacia de la
terapia grupal. Pero ¿cuál es la perspectiva de los participantes? En una investigación llevada a
cabo por Berzon et al (1963) éstos identificaron los siguientes factores:
1.- El aumento de autoconocimiento en relación a los puntos fuertes y débiles de uno mismo,
del patrón de relaciones interpersonales, de las motivaciones, etc.
2.- El reconocimiento de las semejanzas con otras personas.
3.- El sentimiento de interés positivo, aceptación y simpatía por parte de otros y hacia los otros.
4.- La visión de sí mismo desde la perspectiva ajena.
5.- La expresión clara, congruente y asertiva en el seno del grupo
6.- La constatación de sinceridad, valentía, franqueza y la expresión de las emociones.
7.- La percepción de la respuesta de los demás.
8.- El sentimiento de afecto y lealtad general en el grupo.
9.- El desahogo de las emociones.
En base a los factores terapéuticos señalados por Yalom, el propio autor elaboró un
cuestionario de 60 ítems, agrupados factorialmente que fueron posteriormente evaluados y
1
puntuados ordinalmente de mayor a menor en función de la percepción de eficacia por veinte
participantes en grupos de terapia que, a juicio de sus terapeutas, habían obtenido mejores
resultados. Es curioso señalar que los procesos considerados como el más y el menos
provechoso de la terapia ocupan los polos opuestos de un constructo que podríamos categorizar
como insight/aprendizaje por imitación. En efecto, el ítem que ocupa el primer puesto en esta
valoración ordinal reza así: "El descubrimiento y aceptación de partes mías inaceptables o
desconocidas". El menos evaluado, que ocupa, por lo tanto el último lugar, hace referencia, en
cambio, "al adoptar las formas o estilo de actuación de otros miembros del grupo". Los
resultados de tal estudio pueden pecar, sin embargo, de un defecto de muestreo, puesto que
probablemente los mejores pacientes a ojos de los terapeutas, son, a su vez, aquellos que tienen
una mayor capacidad de insight.
Independientemente sin embargo de estas posibles críticas metodológicas a los diversos
estudios sobre los factores terapéuticos, parece existir un consenso general entre los
profesionales de la terapia respecto a que experimentar y expresar sentimientos es un
acontecimiento necesario y significativo en el marco grupal, lo mismo que la autorrevelación,
pero que no basta, necesitándose además algún tipo de aprendizaje cognoscitivo para el proceso
de cambio, logrado a través del insight y la acumulación de información acerca de sí mismo.
1
decisiones sino, según Lewin, hacia el proceso de sus intercambios".
Como consecuencia de la atención dedicada a este tema, Lewin formula tres condiciones
básicas para la retroalimentación:
a) "La integración no podrá llevarse a cabo dentro del grupo, su creatividad no podrá ser
duradera, mientras las relaciones interpersonales entre todos los miembros del mismo no se
basen en comunicaciones abiertas, confiadas y adecuadas".
b) "La capacidad de comunicarse de forma adecuada con el otro, de llegar a él psicológicamente
y entablar diálogo con él, no es un don innato, sino una aptitud adquirida mediante aprendizaje.
Sólo quienes han aprendido a abrirse a otros y a objetivarse frente a ellos son capaces de
intercambios auténticos entre ellos".
c) "Únicamente aceptando poner en entredicho la propia manera habitual de comunicación, las
actitudes profundas personales con respecto a los demás, puede el ser humano esperar descubrir
las leyes fundamentales de la comunicación humana, sus requisitos y sus componentes
esenciales, las condiciones de su validez y de su autenticidad".
La utilización experimental de la retroalimentación en otros grupos, a partir de 1946,
confirmó a Lewin en la capacidad que ésta tenía para la movilización grupal, la toma de
conciencia del propio comportamiento y la reconducción de las críticas interpersonales, que de
todos modos se dan en todo grupo humano, en una forma abierta y sana.
Carl Rogers es otro de los autores que han confiado de una manera radical en el
potencial terapeútico de la retroalimentación, tanto en la psicoterapia individual como en la
grupal y que han marcado de una forma clara el estilo de retroalimentación grupal de la
corriente humanista. El cambio terapeútico procede más de una devolución permanente del
impacto del comportamiento del cliente en el interlocutor o en los compañeros, que podemos
llamar reflejo especular, que de las críticas, consejos, informaciones, orientaciones u otro tipo
de intervenciones similares (Rogers, 1970) a través de la experiencia emocional correctiva que
tal devolución le acarrea.
Bien es verdad que este reflejo puede estar distorsionado por la confusión de que el
espejo pueda estar afectado. En este sentido hay que tener en cuenta la distinción que hace
O'Donnell (1975) entre los tres niveles de interacción grupal:
a) Un nivel intrapersonal, en el cual el agente externo opera en la persona a modo de detonador
que suscita unas imágenes internas que luego volcará sobre dicho agente. El otro se convierte,
así, en un continente en quien proyectar el objeto interno.
b) Un nivel interpersonal, que se da cuando, aun incluyendo el objeto interno, la relación se
establece entre las personas realmente presentes (posibilidad que se niega o minusvalora desde
el psicoanálisis ortodoxo)
c) Un nivel transpersonal, consistente en la interacción entre el sistema cultural y los miembros
que forman el grupo, tanto por lo que hace a la dimensión social de la misma como a la cultura
grupal.
La retroalimentación grupal, según O'Donnell (1975), pertenece al segundo nivel, pero
sólo será eficaz si logra deslindar lo externo de lo proyectado: "La identidad se estructura sobre
la posibilidad del individuo de reflejarse en el otro, de que éste sea capaz de devolverle su
imagen interpersonalmente, y no intrapersonalmente. La enfermedad surge, la identidad se
agrieta, cuando el propio Self queda aprisionado en los grupos internos de las personas
fundantes (madre, padre)". Una retroalimentación proyectiva de objetos internos ejercida sobre
una persona con gran voracidad introyectiva puede, por lo tanto, y si no es confrontada
adecuadamente, contribuir a la difusión de la identidad del receptor de la retroalimentación y a
perpetuar la alienación del emisor.
1
4.3. Condiciones de una retroalimentación funcional
Habida cuenta del relevante papel que ocupa la retroalimentación en los grupos, parece
indispensable establecer algún tipo de criterio para poder analizar cuándo es positiva, en tanto
que oferta de contacto con la realidad y apoyo en el propio crecimiento, o cuando, por el
contrario, es una oferta egodistónica para el que la da o el que la recibe.
Entendemos en general que la retroalimentación se podrá evaluar como funcional
cuando contribuya a que los componentes del grupo y el clima grupal general avancen hacia una
intimidad que permita una reestructuración confiada, positiva y realista de la propia identidad.
Ana Gimeno (1994) considera criterios positivos que la retroalimentación sea:
- Responsable: es decir que haya asunción de la propia responsabilidad en la vinculación que
establece la retroalimentación. Ello significa que el comunicante se haga cargo de la
retroalimentación en tanto que invitación al otro a reaccionar en un determinado sentido.
- Flexible, en el sentido de que haya movilidad en el rol. Las personas que habitualmente evitan
discrepar y tan sólo se manifiestan cuando pueden mostrar acuerdo, ofrecen una
retroalimentación que será poco conflictiva para los miembros del grupo, pero también poco
enriquecedora.
- Rítmica, en tanto que se dé en ella una adecuación al objeto y al ritmo. La adecuación rítmica
necesita ser pertinente con el momento grupal y en relación con el momento de persona que
recibe retroalimentación, y no practicada como acto impulsivo de falta de capacidad de
contención interna.
- Elegida, es decir libre y voluntaria tanto para quien la da como para quien la recibe. La
elección implica que los participantes del grupo puedan vivir la experiencia de la
retroalimentación como algo que no es obligatorio dar ni recibir.
- Subjetiva, centrada en el compromiso de ofrecer la propia vivencia del otro, más que teorías
sobre él mismo. Precisamente una de las grandes ventajas que ofrece el grupo de psicoterapia es
que hay un amplio espacio para compartir las imágenes propias más allá de la convención y de
poder ofrecer las íntimas reacciones afectivas sin necesidad de demostrar la lógica de las
mismas, sino simplemente reconociendo su presencia.
- Propuesta, no impuesta. Se trata de una oferta de compartir la propia visión, y no de crear la
obligación de asumirla. Habrá que distinguir claramente entre el juicio de un comportamiento
que puede ser pertinente y enriquecedor, del juicio sobre la persona que lo actuó, que nadie
tiene derecho a practicar.
- Clara y sencilla, no alambicada, complicada o hiperdetallada. En este sentido, Berne abogaba
por un lenguaje que "pudiera ser entendido por un niño de cinco años".
- Espontánea, que, como antes se ha señalado, no quiere decir impulsiva. Al hablar de
espontaneidad se alude más bien a valores como sinceridad, naturalidad y valentía. Exige este
extremo que la persona que ofrece sus comentarios, lo haga desde lo más auténtico de sí misma,
aun cuando discrepe de la visión del que los recibe o del resto del grupo.
- Precisa, con referencia -siempre que sea posible- a hechos concretos producidos en el seno del
grupo. En algunos casos vale la pena insistir en la preferencia por comentarios descriptivos de
comportamientos cuando se está realizando una evaluación de la persona o sus actitudes de
forma global.
- Empática, y coherente con la disposición psicológica del receptor, que tenga en cuenta la
"región psicológica" en la que se encuentra ubicado el receptor de la retroalimentación,
comprender sus dificultades, distinguir desde qué momento o lugar propios está hablando,
yendo a buscarle allí donde se encuentra. A veces la persona busca simplemente que se le apoye
1
en una decisión tomada. Otras, demostración de cariño o amparo ante una situación de
desvalimiento social. Otras -escasas- que se le ofrezca información o consejo. Siempre estará,
previa y prioritaria a todas ellas, la demanda de que se le comprenda, lo que ha de permitir al
destinatario de la retroalimentación sentirse afectiva, cognitiva y existencialmente vinculado.
En definitiva, la retroalimentación ofrece la posibilidad de relacionar una determinada
conducta con unas consecuencias interpersonales de la misma: bien en el plano de la creación,
ruptura, mantenimiento y cambio de la vinculación emocional con los otros miembros, revelada
de una manera explícita y sin ambigüedades, bien en el de la obtención de elementos de esa
conducta que pueden pasar desapercibidos, elementos que permiten corregir la propia imagen en
una dirección más objetiva mediante la utilización del reflejo especular que los otros
componentes del grupo ofrecen.
5. RESUMEN Y CONCLUSIÓN
El trabajo con grupos en la clínica empezó con finalidades didácticas o pedagógicas,
orientado a mejorar las intervenciones médicas o higiénicas con los tuberculosos y se extendió
rápidamente a otras situaciones patológicas, aprovechando la interacción entre los miembros del
grupo. La idea que presidía estos primeros intentos era que los aprendizajes en grupo producen
resultados más eficientes. Más tarde estos grupos se llevaron a cabo igualmente con pacientes
psiquiátricos, evolucionando hacia un enfoque psicoterapéutico, que es sin duda la aplicación
que ha merecido una mayor atención en el ámbito de la psicología clínica.
Aunque la utilización de los grupos en clínica no se reduce al ámbito de la psicoterapia,
no cabe duda de que la experiencia y los modelos desarrollados en la psicoterapia grupal han
influido sobre las diversas formas de trabajo clínico con grupos. La primera conceptualización
del trabajo grupal en psicoterapia arranca históricamente de la orientación psicométrica de J.L.
Moreno, que dio origen al psicodrama. Casi simultáneamente surgió la orientación lewiniana en
la que se inspiraron los Grupos T como una de las técnicas básicas para el aprendizaje del
funcionamiento de las relaciones interpersonales en grupo, que están a la base de los grupos de
encuentro de Carl Rogers de orientación humanista, a la que pertenecen también la terapia
Gestalt y el AT. La línea psicoanalítica se desarrolló en especial en los grupos terapéuticos con
Bion, Anzieu y toda la corriente del grupoanálisis de la escuela de Foulkes.
En la psicoterapia grupal podemos hablar unas veces de terapia-en-grupo, cuando los
integrantes del mismo se van alternando en ocupar un lugar central y el foco de atención grupal
es el problema que esta persona aporta o de terapia-de-grupo, cuando se centra exclusivamente
en el tratamiento de la interacción entre los miembros del mismo. Según una u otra modalidad
han surgido diversos modelos de tratamiento, por lo general derivaciones aplicativas de modelos
terapéuticos surgidos previamente en el ámbito de la terapia individual. Se han desarollado
igualmente modalidades de co-terapia grupal, en las que el papel del terapeuta profesional ha
sido sustituido por la capacidad de liderazgo de algunos de sus miembros o bien se han
constituido de forma no-directiva y autogestionada como los grupos de auto-ayuda o ayuda
mutua. Sin embargo, independientemente de la modalidad de intervención, la psicoterapia de
grupo goza de la riqueza insustituible de la presencia de pares implicados y comprometidos en
un proceso de cambio terapéutico. Precisamente, y como señala Yalom (1975) cuando afronta
algunas ideas erróneas sobre esta modalidad terapéutica, la psicoterapia grupal tiene unas
características propias que la convierten, no en una psicoterapia de segunda categoría para los
que no pueden pagarse una psicoterapia individual, sino en la posibilidad de obtener a través de
ella experiencias que no pueden encontrarse en otro lugar. La expresión franca de sentimientos y
percepciones respecto a sí mismo, la interacción con los otros compañeros y el terapeuta, el
1
apoyo mutuo y la retroalimentación que se puede recibir de los demás constituyen de este modo
el núcleo de la psicoterapia grupal.
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Lecturas recomendadas
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Económica.
Yalom, I. (2004). Un año con Schopenhauer. Buenos Aires: EMECE.
En este texto nos hemos referido preferentemente la clínica grupal con adultos. Para
quienes pudieran estar interesados en el trabajo específico con niños y adolescentes pueden ser
útiles las referencias que damos a continuación:
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Palacio-Espada: Las terapias en psicoterapia infantil y en psicopedagogía. Barcelona: Paidós
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Vaughn, S., Schumm J. S. & Sinagub, J.M. (1996). Focus group interviews in Education and
Psychology. London: SAGE.
Lecturas comentadas:
Yalom, I. (2000). Psicoterapia existencial y terapia de grupo. Barcelona: Paidós. Este libro
constituye de alguna manera el epílogo y la síntesis del pensamiento y la obra de Yalom
publicada hasta ahora. Como indica el título desarrolla en él los dos temas que han marcado sus
intereses a lo largo de su vida profesional y académica. El lector encontrará en la primera parte
todo lo relativo a los grupos en general y aplicaciones específicas para grupos con enfermos
hospitalizados y terminales, grupos de elaboración del duelo, así como un capítulo dedicado a
los grupos de adictos al alcohol. La segunda parte remite a los temas tratados en el capítulo de la
terapia existencial y puede ser de interés para completar las lecturas indicadas en aquél.
Rogers, C. R. (1976). Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu. Constituye esta obra la
expresión más clara y sistematizada de Carl Rogers sobre los grupos de encuentro. En él se
concibe el terapeuta como un facilitador más que como un director o gestor del grupos. El
terapeuta promueve la interacción entre los participantes a partir de la expresión de los
sentimientos, tanto los positivos como los negativos, en base a la autenticidad y el fomento de la
confianza mutua. De este modo el grupo se convierte él mismo en facilitador del cambio o del
proceso de crecimiento de las personas que lo integran.