Historia Del Copyright
Historia Del Copyright
Historia Del Copyright
Prefacio 3
Bloody Mary 11
Derechos Morales 29
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Índice general
iv
Prefacio
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La Peste Negra
diezma a los copistas
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La Peste Negra diezma a los copistas
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ba ni remotamente reproducir algo que contradijera la
opinión del Vaticano.
En 1450, los monasterios todavía no se habían
repoblado ni habían sido rehabitados y el mayor
costo involucrado en la reproducción de un libro era
el del copista, un oficio artesanal que muy poca gente
tenía capacidad de realizar. Para colocar las cosas
en proporción, imaginen los costos astronómicos
de materia prima necesaria para hacer un libro e
imaginen que ellos eran un costo menor que la del
trabajo del copista. En 1451, Gutemberg perfeccionó
una combinación de la técnica de impresión por
presión, de tipos móviles metálicos, tintas al óleo e
impresión en secuencia. Al mismo tiempo, un nuevo
tipo de papel estaba siendo usado, copiado de los
chinos, un papel barato de hacer y abundante. Con
eso, más o menos del día a la noche, el oficio de los
copistas fue superado.
El proceso de impresión revolucionó a la socie-
dad, al crear la posibilidad de propagar información
más rápidamente, a un costo menor y con mayor
exactitud.
La iglesia católica, que hasta entonces controlaba
el flujo de la información (y era dueña de un mercado
cautivo, basado en la escasez de la información), se al-
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La Peste Negra diezma a los copistas
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ción de contrabando, construidos por personas comu-
nes y ansiosas por más literatura.
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Bloody Mary
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Bloody Mary
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proyecto de restaurar el catolicismo. (En aquella época,
no era posible distinguir entre lo que era información
religiosa y lo que era información política.)
Conocedora del fracaso de Francia en su intento de
acabar con la imprenta, incluso bajo la amenaza de la
horca, ella se dió cuenta de que precisaría encontrar
otra solución. Una solución que beneficiase a los im-
presores y, así, conseguir su complicidad.
Desarrolló un sistema de monopolio, por medio
del cual la Corporación de Impresores de Inglaterra
tendría el monopolio de todo el material impreso
en el reino, en contrapartida a la aceptación de la
censura previa, por parte de la corona, sobre lo que
sería impreso. Era un monopolio lucrativo para la
corporación, que trabajaría duro para mantenerlo, a
favor de la censura real. Esa fusión entre los intereses
del gobierno y de la corporación se mostró eficaz en el
combate a la libertad de expresión y en la supresión
de las divergencias político-religiosas.
El monopolio fue concedido a la Compañía de Li-
breros de Londres el 4 de mayo de 1557. Y se llamaba
copyright.
Fue ampliamente exitoso como un instrumento
de censura. La sociedad con la industria para suprimir
la libertad de expresión funcionó, al contrario de lo
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Bloody Mary
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El monopolio muere
y resucita
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El monopolio muere y resucita
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to cambió radicalmente. Las personas que sufrieron el
impacto de la censura, al asumir sus cargos en el Par-
lamento, no tenían deseos de verla continuar. Así, el
monopolio de los libreros quedó extinto en 1695.
Entonces, a partir de 1695, no existió copyright.
Ninguno. La creatividad floreció –nuevamente– y los
historiadores afirman que muchos de los textos que
contribuyeron a la creación de los Estados Unidos
fueron escritos en esa época.
Por desgracia la Compañía de Libreros de Londres
no estaba nada satisfecha con el nuevo orden, en el
que perdió su lucrativo monopolio. Juntaron a sus
familias y fueron a las escaleras del Parlamento para
suplicar que el monopolio fuera restaurado.
Vale reparar que los autores no pidieron la vuelta
del monopolio del copyright: fueron los impresores y
distribuidores los que lo hicieron. En ningún momen-
to hubo un argumento en la línea de “si no hay copy-
right, nada más será escrito”, el argumento era que si
no existiera el monopolio nada más sería impreso. Son
dos cosas completamente distintas.
El Parlamento, que había terminado de abolir
la censura, no pretendía restablecer una posibilidad
de control central que traía, en sí, el potencial de
ser usada abusivamenmte. Los libreros reaccionaron
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El monopolio muere y resucita
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abuso de poder fue inmediato y continuó hasta el
proceso Entick versus Carrington, en 1765, cuando
hubo una incursión sobre autores “no licenciados”
(léase indeseados). En el veredicto de ese proceso,
fue establecido claramente que no podría ser negado
ningún derecho, a ningún ciudadano, a no ser que eso
fuese expresamente determinado por una ley y que
ninguna autoridad podría adoptar un derecho que no
le fuese expresamente dado por una ley.
Así, los primeros fundamentos de la democracia
moderna y de las libertades civiles fueron estableci-
dos en una batalla contra el monopolio del copyright.
Nada nuevo bajo el sol.
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Los Estados Unidos y
las Bibliotecas
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Los Estados Unidos y las Bibliotecas
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Al fin, la Constitución estadounidense fue la
primera en establecer con precisión el motivo para al
concesión de copyrights (¡y patentes!). El texto es muy
claro y directo en su justificación para la introducción
del copyright en su legislación:
“…para promover el progreso de las cien-
cias y las artes…”
Es muy interesante que el monopolio no haya
sido adoptado para favorecer la remuneración de
cualquier profesional –ni escritores, ni editores, ni
distribuidores. Al contrario, el objetivo es ejemplar
en su claridad: la única justificación para la existencia
de el monopolio es si este amplía la cultura y el
conocimiento a disposición de la sociedad.
Así, el copyright (en los Estados Unidos y por lo tan-
to en la forma predominante que tiene hoy) es un equi-
librio entre el acceso público a la cultura y el mismo in-
terés público de que la cultura se renueve. Eso es im-
portantísimo. En particular, vean que el interés públi-
co es la única parte legítima en la elaboración y en la
evolución de la ley del copyright: los propietarios del
monopolio sobre derechos de autor y patentes no son
partes legítimas y no deberían tener nada que decir, de
acuerdo con esa elaboración, de la misma forma que el
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Los Estados Unidos y las Bibliotecas
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El Parlamento, sin embargo, adoptó una posición
distinta, porque tenía conciencia del impacto positivo
de la lectura sobre la sociedad. El problema percibido
por el Parlamento no era la eterna reivindicación de los
dueños de los monopolios de copyright, sino la cues-
tión de que las personas ricas de la sociedad eran las
que decidían, en la práctica, quién podía y quién no po-
día leer. Parecía beneficioso para la sociedad un cam-
bio en el campo de juego: crear bibliotecas públicas, ac-
cesibles igualmente a ricos y pobres.
Cuando los propietarios de los monopolios de
copyright supieron esto, quedaron absolutamen-
te descontrolados. “No se puede permitir que las
personas lean libros gratis! Si pasa eso, nunca más
venderemos un libro! Nadie va a poder vivir de lo que
escribe! Si esa ley fuera aprobada, ningún escritor
jamás volverá a escribir un libro!”
Sin embargo el Parlamento, en el 1800, era más sa-
bio de lo que lo es hoy y percibió al descontrol de los
dueños del copyright exactamente como lo que era. El
Parlamento asumió la posición firme de que la socie-
dad se beneficiaría más del acceso público al conoci-
miento y a la cultura que las restricciones deseadas por
los dueños de los monopolios de copyright y, en 1849,
aprobó la ley de las bibliotecas públicas en Inglaterra.
La primera biblioteca pública fue abierta en 1850.
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Los Estados Unidos y las Bibliotecas
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vulgarse de forma rápida y barata. Entonces, de algu-
na manera, cuando superó a Inglaterra y asumió ese li-
derazgo, Alemania probó que el Parlamento Británico
tenía razón: el interés nacional supera al interés de los
monopolios de las editoriales cuando se trata del acce-
so a la cultura y al conocimiento.
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Derechos Morales
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Derechos Morales
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partes en disputa en los conflictos del copyright: auto-
res/creadores, editoriales/estudios/grabadoras y el pú-
blico. Irónicamente, el interés público era la única par-
te legítima cuando el sistema del monopolio fue crea-
do.)
Victor Hugo no sobrevivió para ver los frutos de su
iniciativa, pero la Convención de Berna fue firmada en
1886. La convención determinaba que los copyrights
de un país deberían ser respetados por los demás
y fué creada una agencia, la BIRPI, para fiscalizarlo.
Esa agencia creció, se transmutó y se tranformó en
la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual
(OMPI), que supervisa hasta hoy el cumplimiento de
la Convención de Berna. La OMPI, a su vez, también
creció, se transformó y fue secuestrada dos veces.
(Hablaremos más sobre eso en el próximo capítulo de
la serie).
Entonces, hasta este punto, son cuatro las princi-
pales características del monopolio del copyright, con
más diferencias que similitudes entre ellas:
Uno, el monopolio comercial sobre la impresión
o la grabación (fijación en un soporte, como libro, dis-
co, película) de un trabajo. Ese es el monopolio origi-
nal dado a la Asociación de Libreros de Londres, que
era sólo quien podía imprimir libros, en contrapartida
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Derechos Morales
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ñino de los monopolios, el monopolio comercial sobre
la impresión o grabación (fijación) de una obra (y su
posterior copia). Oirán, muchas veces, a las personas
que defienden a la industria del copyright preguntan-
do “¿te parecería bien que alguien se aproprie de un
trabajo tuyo y dijera que él es el autor?”. Eso está, sin
embargo, fuera de disputa, claramente definido en la
tercera parte, el derecho moral de atribución y crédito,
que no puede ser usado sin mala fé para defender
ninguno de los dos monopolios comerciales.
Los Estados Unidos estuvieron en contra de los
derechos morales, hablando de eso. Y no firmaron
la Convención de Berna hasta el momento en que se
dieron cuenta que podrían usarla para fortalecerse
en una disputa contra Toyota, cien años después.
Hablaremos de eso en la séptima y última parte de la
serie.
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Secuestrado por la
industria fonográfica
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Secuestrado por la industria fonográfica
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mediario que contrataba los servicios de los músicos.
Si quisiesen continuar administrando sus negocios,
tornándose buenos prestadores de servicios, o que-
brar intentándolo, nadie pensaba que valían algo
más de lo que valía cualquier otro gil. Nadie, con una
excepción:
La Italia facista.
(Esta palabra, facista, está cargada de emoción
hoy. En aquél tiempo, el regimen italiano se au-
todeclaraba facista. Estoy usando la palabra para
describirlos exactamente como ellos lo hacían.)
En 1933, la industria fonográfica fue invitada, por
la Confederazione Generale Fascista dell’Industria Ita-
liana, para participar de una conferencia en Roma. En
este evento, celebrado entre los días 10 y 14 de noviem-
bre de aquél año, fue formada una federación interna-
cional de la industria fonográfica, que sería más tarde
conocida por sus siglas IFPI. Fue decidido, en la conven-
ción, que la IFPI trataría de trabajar dentro de la Con-
vención de Berna para intentar establecer, para los pro-
ductores, derechos semejantes a los de los artistas y
músicos (que siempre fueron vendidos a editoriales).
La IFPI continuó reuniéndose en países que apoya-
ban su agenda corporativa. El encuentro siguiente fue
en la ciudad italiana de Stresa. Incluso en el medio de
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Secuestrado por la industria fonográfica
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no tener un monopolio de copyright, sino apenas un
monopolio idéntico llamado “derecho conexo”.
Recordemos dos cosas en este punto:
Primero, la industria fonográfica confunde a pro-
pósito los tipos de monopolio. Continua defendiendo
“su copyright”, un tipo de copyright que no posee y ha-
bla con nostalgia sobre cómo el monopolio del copy-
right fue creado, con gran sabiduría, en los albores de
la ilustración (insertar un atardecer y gatitos aquí), re-
firiéndose al Estatuto de Ana en 1709, que no fue el pri-
mer copyright. En verdad, los monopolios de derechos
conexos fueron creados en países facistas (¡literalmen-
te!) en una Europa signada por el militarismo y sola-
mente en 1961. Estos monopolios fueron cuestionados
desde el día de su creación y ciertamente no son el pro-
ducto de ninguna sabiduria iluminista.
En segundo lugar, quedamos a un pelo de consi-
derar a los sellos discográficos como oficinas de servi-
cios para los músicos, si la OIT no hubiera fracasado, en
vez de la fuente de presión para los músicos en que se
transformaron en las últimas décadas. Ese sería el ca-
so si dos gobiernos facistas –en el sentido literal de la
palabra– no hubiesen dado su apoyo para que la indus-
tria fonográfica se tornara una corporación y se convir-
tiera en una industria del copyright.
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Secuestrado por
Pfizer
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Secuestrado por Pfizer
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El presidente de Pfizer, Edmund Pratt, publicó un
furioso artículo en la edición del 9 de julio de 1982
del New York Times, titulado “Robando de la mente”,
en el que hablaba sobre cómo los países del tercer
mundo estaban robándole a la empresa. (Por esto
se refería al hecho de que esos países estaban pro-
duciendo remedios a partir de sus propias materias
primas, en sus propias fábricas, usando su propio
conocimiento, en su propio tiempo, para su propia
gente, que frecuentemente moría de horribles pero
curables enfermedades del tercer mundo.) Muchos
legisladores vieron un atisbo de respuesta en el
pensamiento de Pfizer y Pratt y pasaron a involucrarlo
en otro comité directamente a cargo del presidente.
El comité era el mágico ACTN (en la sigla en inglés):
Comité de Consultoría en Negociaciones Comerciales,
o Advisory Committee on Trade Negotiations.
Lo que ACTN recomendó, siguiendo el liderazgo
de Pfizer, era tan osado y provocativo que nadie sabía
con seguridad si debiera ser intentado: los Estados
Unidos intentarían vincular sus negociaciones comer-
ciales y su política externa. Cualquier país que no
firmara acuerdos desequilibrados de “libre comercio”
recibiría una montaña de clasificaciones negativas, la
más notable de ellas sería el “Informe Especial 301”.
Esta lista supuestamente enumera los países que no
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Secuestrado por Pfizer
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las de las patentes, todas ellas. Buscaron foros para le-
gitimar el plan y trataron de ir a la Organización Mun-
dial de la Propiedad Intelectual (OMPI) –repitiendo el
secuestro realizado por las discográficas en 1961– para
obtener legitimidad y acogida de un nuevo Tratado de
Comercio que sería divulgado con el nombre de “Berna
Plus”.
En este punto se tornó políticamente necesario, pa-
ra los EEUU, adherir a la Convención de Berna, por razo-
nes de credibilidad, porque la OMPI es la agencia que
fiscaliza el cumplimiento de esta convención.
Sin embargo la OMPI percibió cual era la intención
de los negociadores estadounidenses y, mas o menos,
los expulsó. La OMPI no fue creada para darle a ningún
país ese tipo de ventajas sobre el resto del mundo. Es-
taban indignados con el intento descarado de secues-
trar los monopolios de copyright y de patentes.
Entonces, otro foro era necesario. La industria de
los monopolios de los EEUU abordó el GATT –sigla en
inglés para el Tratado General de Tarifas y Comercio,
o General Agreement on Tariffs and Trade– y consiguió
establecer allí su influencia. Un enorme proceso
de negociación fue iniciado, en el que mitad de los
países participantes del GATT fueron engañados,
coaccionados o intimidados a adherir a un nuevo
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Secuestrado por Pfizer
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Para aceptar la adhesión de Rusia, Estados Unidos exi-
gió que la tienda de música AllOfMP3 fuese cerrada.
Esa tienda vendía copias de archivos MP3 y estaba cla-
sificada como una radio en Rusia, pagando sus licen-
cias y considerada totalmente legal.
Ahora vamos a volver atrás, para entender lo que
ocurrió. Se trataba de los EEUU y de Rusia en una me-
sa de negociación. Ex-enemigos que se mantenían uno
al otro bajo la mira de armas nucleares 24 horas al día,
siete días por semana. Los Estados Unidos podrían ha-
ber exigido y recibido todo, absolutamente todo.
Entonces, ¿qué fue lo que Estados Unidos exigió?
Que Rusia cerrase una tiendita de música en MP3.
Ahí es cuando te das cuenta de lo mucho que signi-
fican esos monopolios.
Para concluir:
Intercambiar archivos no es solamente una cues-
tión privada. Es una cuestión de hegemonía económi-
ca global, siempre lo fue. Continuemos compartiendo
y traslademos el poder desde los monopolios al pue-
blo. Enseñale a todo el mundo a compartir cultura y el
pueblo vencerá sobre los cercenadores de libertades,
tal como pasó al inicio de esta serie, cuando la gente
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Secuestrado por Pfizer
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Anexo: La industria
del copyright, un
siglo de engaños
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Anexo: La industria del copyright, un siglo de engaños
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cesión, la caída en las ganancias supo coincidir con la
Gran Depresión.) La industria del copyright demandó
a las estaciones de radio, y las entidades de gestión co-
menzaron a recolectar parte de las ganancias de las es-
taciones bajo el un esquema general de “licencias”. Se
propusieron leyes que hubieran dado inmunidad los
nuevos medios radiales ante la industria del copyright,
pero estas leyes no fueron aprobadas.
En la década del 30, las películas mudas fueron
reemplazadas por películas con pistas de audio. Cada
cine empleaba previamente una orquesta que tocaba
para acompañar a las películas mudas, que ahora se
quedaba sin trabajo. Es perfectamente concebible que
este fue el peor desarrollo tecnológico para los artistas
profesionales. Sus sindicatos demandaron garantías
de ingresos a través de diferentes propuestas.
En los años 40, la industria del cine se quejó de que
la televisión iba a ser la muerte de las películas, a me-
dida que las ganancias de la industria cayeron de 120
millones de dólares a 31 millones en cinco años. Una
cita muy famosa fue: “Quién va a pagar por ver una pe-
lícula cuando puedes verla gratis en tu casa?”
En la década del 50, la industria del cine se quejó
fuertemente de la televisión por cable y en ese tiempo
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Anexo: La industria del copyright, un siglo de engaños
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se comprende que estos honorarios fueron realmente
introducidos y todavía existen.
Los años 80 son un capítulo especial con la llega-
da de las grabadoras de video-casete. La famosa frase
de la industria del copyright al testificar ante el congre-
so de los EEUU –donde el mayor lobista representante
del cine, Jack Valenti, dijo que “El VCR es a la industria
americana productora de películas y al pueblo ameri-
cano lo que el Estrangulador de Boston es a una mujer
sola en su casa”2 – es material de leyenda hoy en día.
Aun así, vale recordar que el así llamado caso Betamax
recorrió todo el camino hasta la Corte Suprema y que
el VCR estuvo a punto de ser asesinado por la industria
del copyright: el equipo de Betamax ganó el caso por 5
votos contra 4.
También en el final de los años 80, vimos el fraca-
so total de la cinta de audio digital (DAT). Mucho de lo
cual puede ser atribuido al hecho de que la industria
del copyright impuso sus políticas en el diseño: el ca-
set, aunque técnicamente superior al analógico caset
compacto, fue tan deliberadamente inusable para co-
piar música que la gente lo rechazó de plano. Este es un
ejemplo de una tecnología que la industria del copy-
2 Nota de la traducción: el Estrangulador de Boston es el nombre
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Anexo: La industria del copyright, un siglo de engaños
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que habría eliminado la internet y el social media
mediante la introducción de la responsabilidad de los
intermediarios –esencialmente matando las tecno-
logías sociales en su cuna. Sólo con mucho esfuerzo
fue que la industria de la tecnología logró evitar el
desastre mediante la introducción de los llamados
“puertos seguros” que inmunizaron a las empresas
de tecnología de la responsabilidad con la condición
de que entregaran la libertad de expresión de los
usuarios finales a los lobos, cuando fuera requerido.
La internet y el social media sobrevivieron al asalto de
la industria del copyright por muy poco, quedando
significativamente heridos y desacelerados.
Justo después del comienzo de siglo, el uso de las
grabadoras de video digitales fue llamado “robo” ya
que permitían saltearse los comerciales (como si nadie
hubiera hecho esto antes).
En 2003, la industria del copyright intentó esta-
blecer su voz en el diseño del HDTV con el así llamado
“broadcast flag” que haría ilegal la manufactura de
dispositivos que podrían copiar películas marcadas.
En los EEUU, la FCC concedió milagrosamente esta
petición, pero fue derribado con fuerza por las cortes
que dijeron que habían sobrepasado su mandato.
Finalmente, en 2006, la industria de radiodifusión
demandó (y nuevamente perdió) al DVR basado en
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Anexo: La industria del copyright, un siglo de engaños
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