Acceso Archivos Históricos
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Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
EL PROBLEMA DEL ACCESO A LA DOCUMENTACIÓN EN LOS ARCHIVOS HISTÓRICOS
Eduardo Gómez – Llera García – Nava
En una apreciación inicial podría suponerse que en los archivos históricos los problemas
de acceso son cosa prácticamente desconocida, dados el alejamiento temporal y la vejez de sus
fondos: su historicidad. Pero, aunque la regulación estatal no fija parámetros de años –sí lo hacen
algunas autonómicas, al igual que la de la Comunidad Europea, la inglesa, la italiana o la francesa‐
para la apertura a consulta de la documentación, aún con excepciones, es cierto que se maneja un
punto de arranque sobreentendido de la consulta generalizada de los documentos, que no es otro
que el de su entrada en los archivos centrales de los departamentos y grandes entes
administrativos. Como los fondos judiciales van por otros derroteros, entre la cortedad de un
plazo, el de los papeles de las administraciones, y la especificidad de otro, el de los documentos
de los tribunales, los problemas de autorización o denegación de acceso a fondos relativamente
recientes por parte de un concreto consultante se presentan a menudo.
Es criterio conveniente, al igual que suele plantear la legislación, separar las causas y
efectos de las restricciones a la consulta marcadas por unas normas concretas, bien de índole
administrativa o procesal, de las que responden a una genérica cobertura de los derechos a la
intimidad, el honor y la propia imagen.
Hubiera sido deseable que el desarrollo reglamentario de la Ley de Patrimonio Histórico
Español de 1985 se hubiera dignado aclarar las prescripciones del artº 57 de la misma, modulando
sus posibilidades. Pero desde el 25 de junio de dicho año –fecha de la ley‐ hasta el momento
actual no ha existido Ministerio de Cultura con las suficientes agallas para encarar tal tarea: los
complejos del Estado hacia las Comunidades, que bajo tirios y troyanos se sienten, por una cosa
así como un nuevo iusnaturalismo autonomista, como únicas ungidas y llamadas a desarrollar
reglamentos en el mundo de la Cultura, han paralizado cualquier desarrollo detallado de la ley,
delimitado claramente a favor del Estado por la sentencia del Tribunal Constitucional 17/1991, de
31 de enero de 1991.
En consecuencia, la presencia de principios muy genéricos en el artº 57 de la LPHE –no
se puede hacer referencia a las leyes autonómicas, porque entraríamos en los umbrales de los
“saecula cuncta”‐ nunca concretados en función de diversos condicionamientos formulados por
un reglamento, nos obligan a valorar su significado a la luz de la jurisprudencia y de la Ley de
Protección de Datos de Carácter Personal, que como ley específica puede prevalecer sobre la de
Patrimonio Histórico, en lo que a datos personales de las personas físicas vivas se refiere.
1.‐ Posición del artº 105 b) de la Constitución en el entramados de derechos fundamentales.
El artº 105 b) pone en relación tres aspectos de la transparencia administrativa:
‐ el apartado a) garantiza la audiencia de los ciudadanos en los procedimientos de
elaboración de disposiciones generales de desarrollo de una ley (reglamentos);
1
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‐ el párrafo b) establece la regulación por ley del acceso de los ciudadanos a los archivos
y registros administrativos, salvo en lo que afecte a la seguridad y defensa del Estado, la
averiguación de los delitos y la intimidad de las personas;
‐ el apartado c) determina la audiencia de los ciudadanos en los procedimientos
administrativos para la adopción de actos administrativos.
En función del contexto del párrafo segundo, el b), la doctrina se alinea en diversas
estimaciones sobre la naturaleza del derecho de acceso. El profesor Severiano Fernández Ramos,
en su clásico estudio del derecho de acceso 1 , plantea las direcciones doctrinales que sitúan el
derecho de acceso como derecho de configuración legal (Alvarez Rico, Pomed Sánchez, Martín
Mateo, Chinchilla Marín, Embid Irujo), como derecho instrumental (Mestre Delgado) o como
derecho fundamental autónomo (Desantes Guanter y el mismo Fernández Ramos).
La primera corriente conceptúa el derecho de acceso como derecho de aplicación no
inmediata, como lo son los derechos fundamentales, sino de una aplicación que solo puede
llevarse a término una vez que el derecho ha sido delimitado por una norma ordinaria, la cual en
todo caso tendría que respetar por un extremo los límites al acceso en función del respeto a la
seguridad y defensa nacional, a la averiguación de los delitos y al derecho a la intimidad,
exactamente los contornos que marca al derecho de acceso la CE; y que por el extremo contrario
habría de ser una norma que no podría restringirlo tanto que en la práctica lo hiciera desaparecer;
todo ello, sin perjuicio de admitir algunos autores que el derecho de acceso puede condicionar el
funcionamiento de derechos fundamentales o que se halla en conexión y en cercanía de ciertos
derechos de tal naturaleza, aunque la conexión profunda no llegue conferirle carácter de derecho
fundamental.
Conviene advertir que esta corriente de apreciación del derecho de acceso como
derecho de configuración legal aparece como mayoritaria en la doctrina, y es, por añadidura, la
que sigue la jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
El segundo sector doctrinal aludido estima que el acceso encarna un derecho
instrumental que, sin revestir naturaleza de derecho fundamental, en determinados supuestos en
que sirve de cauce o instrumento para el ejercicio de un derecho fundamental adquiere su
carácter: en una palabra, se fundamentaliza. En términos concretos, ello ocurre cuando se
presenta como vehículo para ejercer los derechos –todos ellos fundamentales‐ a participar en los
asuntos públicos, a comunicar y recibir libremente información, a ser respaldado por una tutela
judicial efectiva y a defender el derecho al honor y la intimidad.
Finalmente, la tercera opción considera el derecho de acceso a los documentos como
una manifestación concreta del derecho fundamental a recibir información.
Sin entrar en adscripciones particulares a tal o cual estimación del derecho de acceso,
dado que los criterios de la Administración se tendrán que atener a la jurisprudencia de los
tribunales, que parten del papel de derecho de configuración legal que reviste el derecho de
1
FERNÁNDEZ RAMOS, Severiano, El derecho de acceso a los documentos administrativos. Madrid, 1997.
Pags. 329 a 358.
2
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acceso, conviene determinar las relaciones que desde este punto de vista la consulta de archivos
y registros administrativos establecida por el artº 105. b) de la CE mantiene con otros derechos
reconocidos en el texto legal fundamental, que determinarán gran parte de su contenido.
2.‐ Las relaciones del derecho de acceso a los registros y archivos administrativos con otros
derechos constitucionales 2 .
Los epígrafes a) y c) de artº 105 de la CE se refieren a la audiencia de los ciudadanos en
los procedimientos administrativos, ya sean tales procedimientos de elaboración de disposiciones
generales (letra a), ya de adopción de actos administrativos singulares (letra c), aunque en este
segundo supuesto a lo que alude el artº 105 es a la audiencia del interesado en la tramitación del
expediente.
“Prima facie”, dicho artº 105 aparenta estar centrado en la transparencia de la acción
administrativa, y efectivamente queda entre los artículos 103, que consagra la exigencia de
eficacia de la Administración (además de otras cosas: jerarquía, descentralización, coordinación,
sujeción reglamentaria de órganos y funcionarios…); y 106, que estipula la sumisión de la
actividad administrativa al principio de legalidad. De tal modo, el artº 105 aparece como un punto
de equilibrio entre la eficacia administrativa y el sometimiento de la Administración al
ordenamiento jurídico. Desde esta punto de vista, el objetivo del artº 105 sería facilitar la
publicidad de las entrañas administrativas, pero requiere el reconocimiento previo de un derecho
subjetivo a los ciudadanos, el del acceso a los archivos y registros. Por lo mismo, aboga por la
regulación por ley del derecho que establece la propia CE y que delimita de modo negativo: por el
derecho al acceso no pueden quedar afectados ni la seguridad y defensa del Estado, ni la
averiguación de los delitos, ni la intimidad, honor y propia imagen de las personas.
Esto sentado, si se parte de la base de que el derecho de acceso no es un fin en sí
mismo, sino sólo una herramienta para abrir y atar a las administraciones, hay que admitir que
por similar fundamento es útil para garantizar la efectividad de otros derechos, (lo que nos
reconduce a su función instrumental) y entre ellos los que tienen carácter de derechos
fundamentales. Así, establecemos la conexión con:
a).‐ La libertad de información (artº 20 de la CE):
En esta línea figura el reconocimiento por el Tribunal Constitucional a los medios de
comunicación de amplias facultades para acceder a actuaciones y documentos judiciales (STC
13/1985); aunque con determinadas pautas (STC: 76/1995):
2
HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, Joaquín. “El acceso de los ciudadanos a los Registros Administrativos. El
derecho de los concejales y diputados provinciales a acceder a la información y documentos de interés
local” En: Revista Galega de Administración Pública, nº 24, Enero‐abril de 2000. Se sigue en este epígrafe la
ponencia de este autor, Magistrado de la Sala 3ª del Tribunal Supremo, pronunciada en la Escuela de
Administración Pública Galega. Las referencias de sentencias del Tribunal Constitucional –sus fechas y
número‐ también han sido provistas por dicha ponencia.
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‐ Ha de tratarse de actos noticiosos y noticiables, que encierren trascendencia
pública y resulten necesarios para que la participación de los ciudadanos en la vida
colectiva sea real.
‐ Han de ser informaciones veraces las que se presten: por veraces se entienden
las informaciones contrastadas, aunque luego resulten inciertas.
‐ No han de afectar al honor y propia imagen de terceros (SSTC 76/1995 y
176/1995).
Todo esto debe ser aplicable a los datos en archivos y registros administrativos.
b).‐ Con el derecho a participar en los asuntos públicos (artº 23 de la CE), que se
desdobla en):
‐ El derecho a participar directamente o a través de representantes elegidos libre
y periódicamente por sufragio universal.
‐ El derecho a acceder en condiciones de igualdad a funciones y cargos públicos
(SSTC. 161/1988 y30/1997).
El TC ha reconocido el contenido de estos derechos, que comprende el acceso a toda la
información que sea menester para el correcto y eficaz cumplimiento de las funciones y cargos.
Este acceso es vehicular, porque en la medida en que sea necesario para el desarrollo de las
funciones públicas, se adentra en el contenido del derecho fundamental de participación.
c).‐ Con el derecho a la tutela judicial efectiva (artº 24 de la CE), (SS TC 11/81 y
181/1990):
‐ Para la efectividad de la tutela judicial en el ejercicio de acciones de los
administrados frente a las administraciones, resulta imprescindible obtener información de
los datos que constan en archivos y registros, bien por el juez en el seno del proceso, bien
por las partes antes de promoverlo, para dilucidar si interesa o no iniciar un litigio.
‐ Este acceso, aún así, no es absoluto ni incondicionado, porque cuenta con el
límite de los documentos inaccesibles o de acceso muy restringido, como los de la Ley 9/68,
de 5 de abril de 1968, de Secretos Oficiales (modificada por la Ley 48/1978). El acceso a las
materias clasificadas está cerrado a los tribunales, aunque estos quedan capacitados para
controlar jurisdiccionalmente la decisión del Gobierno sobre clasificación o desclasificación
(STS de 4 de abril de 1997). En cambio al Tribunal Constitucional y al Defensor del Pueblo
les está permitido el examen de documentación secreta (leyes orgánicas respectivas,
3/1979 y de 6 de abril de 1981).
d).‐ Con el principio de transparencia administrativa:
Nacido de las regulaciones de la Unión Europea, se ha ido imponiendo en su propio
aparato administrativo en el sector de la función pública –derecho de los funcionarios a conocer
su expediente‐, en el financiero, en el de tratamiento de datos personales, en el de documentos
históricos y, sobre todo, en el ámbito del medio ambiente –la Directiva 90/313, que reconoce el
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derecho general de información de cualquier persona física o jurídica que lo solicite, sin más que
acreditar un interés determinado.
e).‐ Con el derecho a la autodeterminación de datos personales propios en poder de
tales archivos y registros: el conocimiento por los interesados de los datos que les pertenecen y
que maneja la Administración posibilita el efectivo ejercicio de los derechos de cancelación,
corrección de los datos…, impensables de otro modo.
3.‐ Los límites legales al acceso.
Si la conexión con derechos y principios fundamentales nos indica el contenido
insoslayable del derecho de acceso, los límites que la ley le impone, como resultado de la
configuración legal que prescribe el artº 105.b) de la CE, se pergeñan en las leyes de Régimen
Jurídico de las Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común (LPAC, Ley
30/92, de 26 de noviembre), de Patrimonio Histórico Español (LPHE, Ley 16/1985, de 25 de junio),
y de Protección de Datos de Carácter Personal (LPD, Ley de 13 de diciembre de 1999). La
exposición de estas leyes bien desarrolla los límites que la Constitución establecía (seguridad y
defensa del Estado, averiguación de los delitos y respeto a la intimidad de las personas), bien
introduce algunos nuevos supuestos como corolario de principios constitucionales.
a).‐ En la LPAC, en su artº 37, se señalan como cerrados al acceso los documentos y
expedientes:
‐ que contengan información sobre las actuaciones del gobierno del Estado o de
las Comunidades Autónomas;
‐ que contengan información que afecte a la defensa y seguridad de Estado;
‐ que afecten a la investigación y averiguación de los delitos;
‐ relativos a actuaciones de política monetaria;
‐ relativos a materias protegidas por el secreto comercial e industrial;
‐ que contengan datos nominativos, es decir, datos referentes a las personas, a
través de los cuales pueden ser identificadas, y que supongan juicios de valor sobre las
mismas o un conocimiento del que puedan resultarles perjuicios;
‐ que recojan datos atañentes a la intimidad de las personas.
Junto a estos motivos de inaccesibilidad a los documentos, la LPAC, señala regímenes
especiales de consulta para los documentos y expedientes:
‐ cuyo contenido se incluya entre las materias clasificadas;
‐ sanitarios personales;
‐ sometidos a la legislación electoral;
‐ que sirvan a fines estadísticos públicos;
‐ de los Registros Civil y Central de Penados y Rebeldes, u otros registros públicos
regulados por ley propia;
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‐ obrantes en las Administraciones públicas, cuando se trate de su acceso por
parte de diputados y senadores, parlamentarios de asambleas autonómicas o cargos electos
de las corporaciones locales;
‐ existentes en los archivos históricos.
Una rápida mención de los regímenes de consulta especiales antes de afrontar la
incidencia de los límites a la consulta en un archivo histórico.
b).‐ La Ley de Secretos Oficiales, Ley 9/1968, de 5 de abril, reformada por la Ley
48/1978, de 7 de octubre, trata estructuralmente tres aspectos de la reserva de documentos:
como y quién dicta la declaración de reserva (por ley, por el Consejo de Ministros y por la Junta de
Jefes de Estado Mayor; lógicamente, la desclasificación de materias debería efectuarse por los
mismos medios) y cómo se gradúa (secreto y reservado); el régimen de la documentación
clasificada (notaciones que lo adviertan, sistemas de protección, sigilo en torno a los contenidos
documentales, archivo en zonas cerradas a personas no autorizadas); y deberes de las personas
que tengan o puedan tener contacto con los documentos (personas facultadas, cumplimiento por
ellas de las medidas de protección, conocimiento de materias aun no clasificadas pero que deban
recibir tal caracterización, reconducción de documentos sobre materias clasificadas que salen de
su cauce reglamentario, advertencias a medios de difusión si cabe que lleguen a su conocimiento,
movimiento de expedientes fuera de su archivo, y acceso autorizado a las Cámaras legislativas del
Estado, aunque no a los Tribunales de Justicia).
La Ley General de Sanidad, 14/86, de 25 de abril, sienta el principio de unidad de las
historias clínicas y el acceso único por personal sanitario especializado (sometido al secreto
profesional), los propios enfermos, los facultativos y quienes lleven a cabo inspecciones médicas o
los recaben con fines científicos.
La Ley Orgánica 5/85, de 19 de junio de 1985, del Régimen Electoral General, prescribe
en su artº 41 el secreto de las anotaciones del Censo Electoral, inexistente, únicamente, para las
corporaciones locales a que corresponda, las Comunidades Autónomas y los grupos y
candidaturas y representantes generales de partidos que tomen parte en la consulta electoral. El
artº 17 de la Ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de las Bases del Régimen Local establece un
respeto similar a los derechos fundamentales, en los que se comprende el de la intimidad, hacia
los datos personales comprendidos en el padrón de habitantes de las corporaciones locales.
La ley de la Función Estadística Pública, Ley 12/89, de 9 de mayo, sienta el principio de
que los datos recogidos de los informantes o fuentes estadísticas públicas no podrán ser
consultados por los ciudadanos, salvo que medie consentimiento del afectado o hayan
transcurrido veinticinco años desde su fallecimiento o cincuenta desde la fecha de obtención, si la
fecha de su muerte no es conocida.
El Registro Civil y el Registro Central de Penados y Rebeldes, así como otros registros
públicos regulados por ley propia, lógicamente siguen su régimen privativo, al margen de que por
tratarse de registros encomendados al poder judicial escapan a las regulaciones administrativas.
Así, la Ley del Registro Civil (8 de junio de 1957) configura tal Registro como público, aunque el
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Reglamento y las instrucciones de la Dirección General de los Registros contemplan supuestos de
no accesibilidad y consideran válida la restricción de la consulta por respeto a la intimidad
personal y familiar de los afectados: filiación adoptiva o desconocida, cambio de sexo, privación o
suspensión de la patria potestad, algunos cambios de apellidos, y otros supuestos. Es oportuno
aludir en este lugar a la Instrucción de 4 de noviembre de 2008, de la Dirección General de los
Registros y el Notariado, que en base a la Ley 52/2007 y para facilitar la consulta académica o
científica de datos de los libros de actas de defunciones, considera dichas investigaciones como
causa de legitimación suficiente para acceder al Registro en los años comprendidos en la Guerra
Civil, el Franquismo, el Exilio y la Transición.
Los demás registros creados por ley, como se dice, se ceñirán respecto al acceso a sus
inscripciones a las peculiaridades de su creación y funcionamiento. Con frecuencia serán
ilimitadamente públicos, como el Registro de la Propiedad, el de Intereses de Altos Cargos, el
administrativo de Personal.
Presentan especialidades los que ostenten la cualidad de diputados, senadores y
miembros de las asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas o corporaciones locales,
que podrán acceder a toda la documentación administrativa o parlamentaria del organismo a que
se adscriben e incluso de toda la Administración (caso de los diputados y senadores o, en su
demarcación territorial, de los representantes de las CCAA) a través de la presidencia de su
corporación o asamblea. Recuérdese la apertura a las cámaras de la documentación clasificada.
c).‐ Finalmente, conviene detenerse en el artº 57 de la LPHE y las disposiciones
equivalentes de las CCAA, régimen de consulta especializado al que dedicamos un epígrafe
separado por los muchos problemas que plantea.
Realmente, todas estas disposiciones no hacen sino adelantarse a algunos de los límites
de silencio que previenen los arts. 37 de la LPAC y 57.1 de la LPHE. Así el artº 57.1 de la Ley de
Patrimonio Histórico del Estado prevé el silencio o inconsultabilidad por los investigadores y
usuarios de los archivos históricos de aquellos documentos que recojan materias clasificadas de
acuerdo con la Ley de Secretos Oficiales o puedan poner en peligro la seguridad y defensa del
Estado y la averiguación de los delitos, o tengan cerrada su consulta por disposición de una ley. Y,
junto a la reserva de éstos, la prohibición de acceso a los documentos de naturaleza policial,
personal, clínica o de cualquier otro carácter personal cuyo conocimiento pueda afectar a la
intimidad personal y familiar, el honor y la propia imagen de la reflejada en el documento. Y a
este respecto conviene distinguir: para los primeros –los que cubre la Ley de Secretos Oficiales,
los que atañen a la seguridad y defensa del Estado y la averiguación de los delitos, o los que ven
su acceso vedado por ley‐ no se señala plazo alguno de silencio al cabo del cual hayan de llegar a
consultarse abiertamente. Con respecto a los mismos, la LPHE prevé que los documentos
cubiertos por la Ley de Secretos Oficiales o por otra ley que impida el acceso, así como aquellos
otros que afecten a la seguridad y defensa nacional o a la averiguación de los delitos, puedan
abrirse a consulta cuando se llegue a la desclasificación de los documentos o materias por la
misma autoridad que la dictó‐ caso de materias secretas o reservadas‐, o cuando autorice la
consulta el jefe del departamento que los custodia –en el resto de los casos.
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Los del segundo grupo –documentos con informaciones policiales, procesales, clínicas o
de otro orden que afecten al derecho a la intimidad personal y familiar, el honor y la propia
imagen de un afectado sí quedan sujetos a un término máximo de silencio: serán consultables
cuando el accedente cuente con el consentimiento del afectado –afectado‐ o, en caso de que tal
consentimiento no se otorgue, siempre que hayan transcurrido veinticinco años desde su muerte,
“si su fecha” – la de la muerte‐ “es conocida o, en otro caso, de cincuenta años a partir de la fecha
de los documentos”. Se reseña específicamente este final de párrafo porque ha de ser objeto de
interpretación más detenida.
4.‐El acceso a los documentos en los archivos históricos a la luz de la legislación citada.
Si se plantea el acceso a los documentos desde la perspectiva de los archivos históricos
cabe casi asegurar las precisiones siguientes:
a).‐ No es de suponer que a este tipo de archivos, ni siquiera a los intermedios, se
transfieran fondos del Consejo de Ministros o de los Consejos de Gobierno de las Comunidades
Autónomas mientras tengan la más mínima trascendencia. Es indudable que permanecerán años
y años, tal vez más de un siglo, en los archivos de la propia presidencia del gabinete de que se
trate. Con la misma certeza puede afirmarse que –salvo ésta del propio artº 37 de la LPAC‐ no se
encuentra en nuestro Derecho una declaración legal expresa de secreto sobre las deliberaciones,
acuerdos y actas del Consejo de Ministros, que sólo ampara el juramento constitucional
consuetudinario de los componentes del Gobierno de guardar silencio sobre sus deliberaciones. El
artículo 37 de la LPAC se refiere, para más especialización, a la inaccesibilidad de los ciudadanos a
las decisiones del Consejo de Ministros y los órganos de gobierno de las CCAA cuando estas
entran en el campo de las competencias constitucionales no sujetas al Derecho Administrativo. En
pura lógica, podría deducirse a renglón seguido que los actos y deliberaciones de los más altos
órganos de decisión del Estado y las CCAA reglados por el Derecho Administrativo deberían ser
consultables, y no consultables o reservados los actos puramente políticos. Pero como Fernández
Ramos expone, ésta sería una delimitación hasta cierto punto borrosa, dada la dificultad que en
muchos casos conlleva separar lo político de lo administrativo, así como la frecuente plasmación
administrativa de decisiones políticas previas 3 . En cualquier caso, se insiste, no es cosa que llegue
a inquietar a los archiveros, porque las decisiones de cierto calado tardan en llegar a los archivos
intermedios e históricos mucho más de lo que quepa imaginar, como consecuencia de las cautelas
de salvaguarda del secreto de lo decidido y como garantía de que la acción administrativa
derivada de una decisión de un gobierno no quede invalidada por un general y prematuro
conocimiento. Por tanto, ningún problema de acceso se planteará en los archivos sobre este
punto.
b).‐ Otros documentos, los clasificados de acuerdo con la Ley de Secretos Oficiales –que
como explica Fernández Ramos no establece una prohibición categórica de acceso sino un
régimen especializado del mismo‐, serían tan extraños en los archivos histórico como los del
3
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, op. cit., pags. 456‐465.
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párrafo anterior. Como mucho, se conservarían en las sedes de los ministerios –Interior, Defensa,
Asuntos Exteriores…‐ y en la misma Presidencia del Consejo de Ministros. Tampoco ofrecerán
problemas a los rectores de archivos históricos.
Y en una valoración similar entrarían los documentos sobre materias no clasificadas,
cuya revelación pudiera en peligro la seguridad y defensa nacionales. Se trata de documentos
que, sin estar clasificados, merecerían ser incluidos en tal protección 4 . Retorciendo el azar cabría
pensar en algún documento procedente de órganos de gobierno policiales o militares que,
conservando aún cierto vigor, se hubiera deslizado inadvertidamente hacia un archivo
(imaginemos comunicaciones de comisarías o ayuntamientos que descubran la sospecha de
existencia de tramas o bases terroristas en pequeñas poblaciones cercanas a Madrid u otras
grandes capitales, y el sistema de vigilancia sobre las mismas) –en cuyo caso, el encargado del
mismo debería ponerlo inmediatamente en conocimiento de sus superiores para que ellos lo
comunicaran al consejo de Ministros o la JUJEM‐ pero es poco menos que inimaginable, por lo
que se dejan en la misma desconsideración que los otros documentos citados en este apartado.
Cercanos a las mismas tipologías, los documentos cuya filtración ponga en riesgo la
averiguación de los delitos, documentos sobre todo policiales, caerían muy excepcionalmente en
los enrevesados supuestos de su revelación a través de un archivo intermedio o histórico.
Los papeles que toquen o regulen la política monetaria, cerrados al acceso por
imperativo del principio de eficacia de la actuación administrativa 5 , solamente en casos de
máximo descuido serían susceptibles de ser transferidos al archivo central de un organismo
relacionado con las actuaciones de tipo económico, cuando aún los planteamientos de dicha
política estuvieran pendientes de últimos efectos. No obstante, se presenta también como una
contingencia que roza la ciencia ficción.
La limitación al acceso a los documentos cuya revelación suponga la violación del
secreto comercial e industrial es un límite formulado para proteger intereses privados más que
públicos 6 . Puede referirse: primero, a documentos en poder de las administraciones que revelen
intenciones o planteamientos comerciales, económicos, de producción (planes de extensión
comercial, desarrollo de comarcas por iniciativa privada, innovación en técnicas o planes de
producción), etc., de empresas privadas, que figurarán como anexos a solicitudes de autorización
para iniciar o ampliar una actividad, o de tratamientos privilegiados por la Administración
(bonificaciones, exenciones, ayudas, subvenciones); segundo, a registros públicos de patentes u
otros documentos de propiedad industrial. Parece contarse con un criterio administrativo al
respecto de las solicitudes de ayudas, que es el de que todo lo que el particular o la empresa
pongan en manos de los gestores públicos voluntariamente debe ser objeto de reserva, si así lo
solicita la firma interesada. No así los datos que son requeridos obligatoriamente por la
4
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, op. cit., pag. 475‐476.
5
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, op. cit., pag. 482.
6
Id., Id., pag. 518.
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Administración. A pesar de todo ello, en este campo influyen condicionamientos como el de
preservación de lo que realmente perjudique a las empresas, (pero no de los datos que sean
indiferentes), del público conocimiento que se ha de dar a la utilización de materias nocivas, de
acrecentamiento de la confianza de las empresas o industrias con respecto a la Administración,
que se vería perjudicado si el poder público se dedicara a desvelar toda lo información de
particulares que llega a sus manos…
Con todo lo advertido se llega a una conclusión: es difícil que documentos o materias
secretas en defensa de intereses públicos alcancen los archivos públicos en una fecha en que
todavía, por su vigor informativo y administrativo, menoscabaran intereses fundamentales del
Estado. Aún así, el artº 57 de la LPHE, se insiste, marca el camino para lograr la consulta: la
desclasificación que realice la misma autoridad que impuso la reserva sobre los documentos que
se desea consultar; y la autorización del departamento responsable de la custodia de los
documentos, cuando el silencio de los expedientes se haya dispuesto por prescripción legal
formal. Se advierte de todos modos que la prohibición por una ley específica de acceder a
determinados documentos no equivale a la clasificación de tales documentos conforme a la Ley
de Secretos Oficiales; ésta sólo se operará cuando la norma imponga no sólo la restricción o
negación de acceso, sino cuando declare expresa y explícitamente que tal o cual materia o
documentos han de entrar en adelante en una de las dos categorías de reservado o secreto que
implica la clasificación.
c).‐ Visto lo anterior, el núcleo realmente problemático dentro de los archivos
intermedios e históricos, desde el punto de vista de su acceso, es el de los documentos con datos
personales o que afecten a la intimidad. Ello es tan cierto que gran parte de los fondos y series no
consultables por disposición expresa contenida en una ley han merecido realmente tal prohibición
al acceso porque el legislador detecta sus connotaciones personales. No se trata de reabrir las
menciones de los casos la legislación concreta que prohíbe el acceso, sino de comprobar el
extremo hasta el que la confidencialidad de los datos referentes a las personas determina su
régimen de consulta.
Por ejemplo, el R.D. Legislativo que publica el texto refundido de la Ley del Catastro, nº
1/2004, de 5 de marzo, impide con carácter general y cuando no media el consentimiento del
titular, la consulta de los datos de las fichas catastrales y las informaciones personales de tipo
económico que el catastro contiene, desde luego con las pertinentes excepciones (autorización a
las distintas administraciones, los tribunales de justicia, el Defensor del Pueblo o sus similares
autonómicos, los representantes parlamentarios, los herederos y sucesores del titular, los que
gocen de algún derecho compartido sobre la finca, además de el del propietario –usufructuarios,
enfiteutas…‐los propietarios colindantes…). Los planos catastrales, al constituirse como
documentos gráficos sin información personal, son asequibles a todos los ciudadanos, sin reserva.
Algunos archivos se han visto tan desbordados por los problemas que plantea la consulta del
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Catastro, junto a otros factores, que han intentado deshacerse de la documentación que lo
integra 7 y devolver la “patata caliente” a los organismos de origen.
Similares razones de respeto a datos personales amparan la consulta restringida de los
censos electorales. El artº 41 de la Ley Orgánica 5/85, de 19 de junio de 1985, del Régimen
Electoral General, dispone la no consultabilidad del censo electoral, salvo el acceso inherente a su
función por los órganos que participan en la elaboración del censo (ayuntamientos) y los distintos
grados de las juntas electorales (y colateralmente la Administración de Justicia, dado que jueces y
magistrados presiden las juntas); junto a ellos, pueden obtener copias del censo las CCAA, así
como las candidaturas de un determinado distrito, o los representantes generales de partidos y
coaliciones con respecto a todos los distritos en que presenten candidatos.
En esta vía, aparecería una serie de normas que dictan silencio sobre unos u otros datos
persiguiendo la confidencialidad de informaciones personales: ya se han expuesto, junto a los
inmediatamente antes vistos sobre el catastro o el censo electoral, los límites de consulta de la ley
General de Sanidad, o de la Ley de la Función Pública Estadística… que se completarían con
disposiciones como la Ley General Tributaria (artº 111) o con normas reguladoras de
procedimientos sancionadores y disciplinarios o de instituciones de beneficencia… y, con carácter
de enorme relevancia, con el gran conjunto de la normativa procesal, cuya aplicación está
reservada a los jueces y tribunales.
d).‐ En las leyes procesales radica un designio claro de protección de datos referentes a
las personas, al cerrarlos al acceso de la generalidad de los ciudadanos. Tanto los grandes códigos
procesales –leyes de Enjuiciamiento Civil y Criminal‐ como la Ley Orgánica 6/1985, del Poder
Judicial, dictan ámbitos de reserva de las actuaciones judiciales.
En la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, Ley 1/2000, de 7 de enero, el artº 138.1
proclama el principio de publicidad de las actuaciones procesales civiles (la prueba, vistas y
comparecencias cuyo objeto sea oír a las partes de los pleitos y negocios procesales han de
practicarse en audiencia pública). Pero, a continuación, el 138.2 autoriza a jueces y tribunales a
disponer a puerta cerrada el despacho y vista de los negocios cuando así lo exijan el orden público
o la seguridad nacional, los intereses de los menores o la protección de la vida privada de las
partes u otros derechos y libertades, y concurran circunstancias especiales en que la publicidad
pudiera perjudicar a los intereses de la justicia. Por su parte, el artº 139 sigue fiel al secreto de las
deliberaciones de los tribunales colegiados que ya consagraba el artº 343 de la ley derogada, la de
3 de febrero de 1881, secreto que se extiende al resultado de las votaciones, sin perjuicio de la
publicidad de los votos particulares. En la misma línea, a caballo entre la publicidad y la reserva,
marca las vía de acceso el artº 140, que pone en manos de los secretarios judiciales el facilitar a
7
Así el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, que ha sufrido un informe contundente
de la Abogacía del Estado en el que se niega de plano su estrambótica pretensión de devolver la
documentación catastral a los servicios de origen, la Gerencia Territorial del Catastro, y hurtar a su función
uno de los primeros deberes de archivos y archiveros: resolver los problemas que presenta la
documentación a disposición de los ciudadanos. Todo ello, consecuencia de una administración central de
Archivos “amateur”, iniciada en el año 2005, y aún no del todo desarraigada.
11
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
cualesquiera personas que acrediten un interés legítimo cuanta información soliciten sobre el
estado de las actuaciones judiciales, que podrán examinar y conocer; aunque los tribunales “por
medio de auto” (en su sentido de resolución judicial) “podrán atribuir carácter reservado a la
totalidad o parte de los autos” (en su sentido de expediente judicial formado por la suma de
múltiples actuaciones en torno a un mismo asunto) “cuando tal medida resulte justificada en
atención a las circunstancias expresadas por el apartado 2 del artº 138. Las actuaciones de
carácter reservado sólo podrán ser conocidas por las partes y por sus representantes y defensores,
sin perjuicio de hechos y datos con relevancia penal, tributaria o de otra índole”
El enjuiciamiento criminal aparece aún más rodeado de transparencia y de publicidad
que el civil, pues es la seguridad de la sociedad y la libertad de los reos lo que está en juego. El
principio de oralidad y la exigencia de vista pública dejan mayor impronta que en el
procedimiento civil. No obstante lo cual, es aspecto de todos conocido el del secreto sumarial,
que respaldan el artº 301 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, de 14 de septiembre de 1882, (“las
diligencias del sumario serán secretas hasta que se abra el juicio oral, con las excepciones
determinadas en la presente ley”), 318 ( que permite al juez municipal y al de instrucción no
comunicar al querellante particular las actuaciones que practicare en el sumario, en principio),
321 (si faltan secretarios ante los que formar el sumario, podrá procederse con notario o dos
hombres buenos, en casos urgentes y extraordinarios, que jurarán fidelidad y secreto) y 322 (las
diligencias que hayan de practicarse fuera de la circunscripción del instructor serán reservadas
para todos los que no deban intervenir en ellas –parece referirse al personal de los tribunales y
oficinas de la circunscripción extraña‐); no así el artº 680, previsto ya para la fase de plenario y no
para la sumarial, que se redacta a semejanza de los que contenía la LEC de 1881, derogada por la
1/2000: el presidente del tribunal puede ordenar la celebración de las sesiones del plenario a
puerta cerrada, cuando así lo exijan razones de moralidad, orden público o de respeto a la
persona ofendida por el delito o su familia.
Con planteamientos cercanos, la Ley Orgánica 6/85, del Poder Judicial, hace someter las
actuaciones judiciales, especialmente en materia penal, al principio de oralidad, sin perjuicio de
ser documentadas. Así lo recoge en el artº 229.1, que determina a continuación, en el párrafo 2,
que las declaraciones, confesiones en juicio, testimonios, careos, exploraciones, informes,
ratificación de periciales y vistas se llevarán a efecto ante el juez o tribunal, con presencia e
intervención en su caso de las partes y en audiencia pública, salvo las excepciones de la ley. El artº
232 reafirma el principio de publicidad, salvo las consabidas excepciones, de las actuaciones
judiciales. Por razones de orden público y de protección de los derechos y libertades los jueces,
mediante resolución motivada, podrán limitar el ámbito de la publicidad y acordar el secreto de
todas o parte de las actuaciones. Y en el artº 233 insiste en el secreto de las deliberaciones y
votaciones de los tribunales, sin perjuicio de la publicación de los votos particulares.
Si las leyes procesales amparan la opacidad de todas estas actuaciones procesales civiles
o criminales por protección de la intimidad de las partes del proceso, aún con más razón, aunque
las normas procedimentales no lo corroboren de modo expreso se excluirá el acceso de terceros
a la constancia de su contenido en autos.
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
Mayor concreción ofrece el artº 234 de la misma Ley Orgánica, que impone a los
secretarios y personal competente la obligación de facilitar a los interesados cuanta información
soliciten sobre el estado de las actuaciones judiciales, que podrán examinar y conocer salvo que
hubieran sido declaradas secretas conforme a la ley. En los mismos casos se expedirán los
testimonios que se soliciten, con expresión de su destinatario. Los intensados tendrán, por lo
demás acceso a los libros, archivos y registros judiciales que no tengan carácter reservado,
mediante las formas de exhibición, testimonio o certificación que establezca la ley.
El aspecto global del acceso a documentación judicial, de todo punto interesante por
cuanto en los archivos se está acostumbrado a encararse con el problema del silencio documental
impuesto por normas administrativas más que procesales, ha recibido una excelente explicación
en la sentencia de la Sala IIIª, de lo Contencioso‐administrativo del Tribunal Supremo, de 3 de
marzo de 1995, recaída en el recurso 1218/1991, sobre acceso a los libros de sentencias, archivos
y registros judiciales. Sin detenerse en detalle en los entresijos del recurso, el alto tribunal
distingue entre tres esferas de publicidad, conocimiento y acceso a las actuaciones judiciales:
13
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
el proceso, para salvar el derecho a la intimidad personal y familiar, el honor y el derecho a
la propia imagen que eventualmente pudiera afectar a dichas personas.
Sucedía, entre otras razones y aparte de razonamientos jurídicos muy
desarrollados, que quienes pretendían el acceso objeto del recurso en este caso concreto
no garantizaban el respeto a la intimidad personal y familiar de quienes figuraban en las
sentencias y procedimientos. El recurso, pues, se desestimó.
Como comprobamos, el problema de los datos personales asoma por todos los ángulos
del acceso documental, y estamos obligados a referirnos a ellos, a delimitar su naturaleza. La
pregunta que se plantea, pues, a continuación, sería doble: ¿qué son datos personales?, ¿cuáles,
de entre ellos, serán tenidos como datos que afectan a la intimidad personal y familiar?
5.‐ La acotación de los datos personales y su protección. Contenido del derecho a la intimidad.
Hasta la aparición de la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal, el 13 de
diciembre de 1999 (Ley 15/1999; se trata de la transposición al Derecho Español de la Directiva
95/46, de la Comunidad Europea), habían hecho referencia a los datos personales la LPAC, la LPHE
y la Ley Orgánica de Regulación del Tratamiento Automatizado de Datos, 5/1992, de 29 de
octubre (a la que ha venido a sustituir precisamente la Ley 15/1999). Pero su definitivo concepto
queda fijado por la primera citada, la Ley 15/1999, concretamente en su artº 3: datos de carácter
personal son cualesquiera informaciones concernientes a personas físicas identificadas o
identificables. No es preciso que tales informaciones lleguen a impactar, ni siquiera rozar, el
derecho a la intimidad y al honor. Con sólo pertenecer a una persona física determinada se sitúan
como defendibles por esta norma. Si el reconocimiento del derecho a la intimidad se plasma en el
artº 18.1 de la CE, el derecho a la protección de los datos personales dimana del mismo artº, pero
de su apartado 4, y su “contenido … consiste en un poder de disposición y control sobre los datos
personales que faculta a la persona para decidir cuáles de los datos se proporcionan a un tercero
… o cuáles puede este tercero recabar, y que también permite al individuo saber quién posee esos
datos personales y para qué, pudiendo oponerse a esa posesión y uso” (STC 292/2000, de 30 de
noviembre). Todo dato personal, en consecuencia, con toda la amplitud que deseemos darle a la
denominación, como plasmación del derecho fundamental y constitucional de autorregulación de
las informaciones concernientes a la propia persona, queda protegido por la ley.
Es momento de establecer cuatro coordenadas útiles para la comprensión del grado en
que afectan sus disposiciones a la consulta en archivos históricos:
‐ que el Reglamento de desarrollo de la misma Ley 15/1999, aprobado por R. D.
1720/2007, de 21 de diciembre, en su artº 2.4, acota su aplicación a los datos de personas
físicas vivas;
‐ que la ley considera tratamiento de datos a toda aquella operación o
procedimiento técnico, automatizado o no, que permita la recogida, grabación,
conservación, elaboración, modificación, bloqueo y cancelación de datos, así como su cesión
(realmente, en los archivos históricos se atenderá a las que se señalan en cursiva: la
14
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
conservación no requiere explicación, la obtención de instrumentos de descripción e índices
tal vez pudiera tomarse como elaboración, el mantenimiento de documentación personal
fuera de toda intervención o consulta equivaldría a un bloqueo, y la cesión ‐o comunicación‐
de datos no sería ni mas ni menos que la consulta o acceso a los documentos personales
por los usuarios, bien los propios afectados o terceros que se presentan como
investigadores y consultantes;
‐ que desde el 24 de octubre de 2007 la regulación implantada por la Ley de
Protección de Datos de 1999 se aplica tanto a los ficheros personales automatizados como
a los manuales, que son los usuales en los archivos históricos.
‐ que todo el entramado de la Ley 15/1999 gira en torno al principio del
consentimiento del afectado para cualquier tratamiento de sus datos personales: el artº 6.1
exige que “el tratamiento de los datos de carácter personal requerirá el consentimiento
inequívoco del afectado, salvo que la ley disponga otra cosa”; el artº 7.2 impone “el
consentimiento expreso y por escrito del afectado” para los tratamientos de datos
ultrasensibles; y el 7.3 requiere que “el afectado consienta expresamente” el de datos
sensibles (para que un consentimiento se manifieste como inequívoco o expreso parece
que tendrá que constar en forma escrita o por otro medio del que quede registro);
finalmente (artº 6.4) “en los casos en los que no sea necesario el consentimiento del
afectado … y siempre que una ley no disponga lo contrario, este podrá oponerse al
tratamiento cuando existan motivos fundados y legítimos relativos a una concreta situación
personal. En tal supuesto, el responsable del fichero excluirá del tratamiento los datos
relativos al afectado”. Aunque la ley enuncie excepciones posteriores, no permite dudar de
que el consentimiento del afectado se sitúa quizá como centro del engranaje de su texto
para el tratamiento de datos de carácter personal.
a).‐ Una vez referida la categoría genérica de datos personales, la Ley de Protección de
Datos concreta en el artº 7 los tres grupos de los que llama “especialmente protegidos”:
‐ los que revelen ideología, afiliación política o sindical, religión y creencias, que se
alinean como datos de la máxima protección (normalmente denominados ultrasensibles) y
sólo admite la ley que sean tratados con el consentimiento expreso y por escrito del
afectado (a excepción de su tratamiento –excepto su cesión‐ por los grupos de creencias,
confesiones, sindicatos, partidos y demás asociaciones y comunidades sin ánimo de lucro a
que pertenezca el afectado); fuera de los supuestos entre paréntesis, cabe exclusivamente
su tratamiento sin consentimiento, cuando resulte necesario para la prevención o el
diagnóstico médicos, la prestación de asistencia sanitaria o el tratamiento médico, o la
gestión de servicios sanitarios, siempre y cuando se realice por profesionales sujetos al
secreto; o se trate con el tratamiento de salvaguardar el interés vital del afectado o un
tercero, si el propio afectado está incapacitado para formular su consentimiento;
‐ los datos concernientes al origen racial, salud y vida sexual (sobreentendidos
como datos sensibles), tratables cuando el afectado consienta expresamente o cuando lo
permita una ley por razones de interés general (además cuentan con idéntica excepción a la
exigencia de consentimiento cuando medien las razones medico‐sanitarias y el secreto
profesional visto en el párrafo previo);
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
‐ los datos referentes a la comisión de infracciones penales o administrativas, que
podrán figurar tan sólo en ficheros de las Administraciones públicas competentes, en los
supuestos previstos por sus normas reguladoras. En nutrido número, al fin de su vigencia
activa, en los archivos históricos (papeles de juzgados y tribunales y de múltiples
organismos de la Administración), su régimen, por lo demás, no difiere del de la generalidad
de datos personales en que a continuación nos detenemos.
b).‐ La protección genérica del resto de datos o informaciones personales sin ulterior
calificación (artº 3) radica en que precisan para su tratamiento el consentimiento inequívoco del
titular, salvo que la ley disponga otra cosa, según el artº 6. Y ya la propia Ley prevé su utilización
libre, sin sometimiento a consentimiento previo del afectado ‐entre otros casos que omitimos
por no ser pertinentes al cometido de los archivos históricos‐ en los supuestos en que se
requieran para el ejercicio de las funciones propias de las administraciones públicas en el ámbito
de sus competencias (en términos claros, los ficheros y expedientes con información personal de
todo tipo que utiliza y guarda la Administración, que son los que acaban en los archivos históricos
habitualmente).
c).‐ Ahora bien, dentro de los datos personales es obligado destacar los que conforman
el contenido del derecho a la intimidad, las informaciones arropadas en el ámbito de lo íntimo.
Fernández Ramos 8 –si bien su estudio es anterior a la promulgación de la Ley 15/1999, y
quizá se hayan introducido revisiones en este tema‐ destaca cuatro grupos de datos abarcados en
el campo de la intimidad:
‐ Según el Tribunal Constitucional, dada la relación entre el derecho a la intimidad
y la dignidad de las personas, se cobijarían dentro de aquel las facetas más singularmente
reservadas de la vida de las personas: su domicilio, las comunicaciones en que se expresa…
Suponemos, también quizá las circunstancias de la propia vida, las relaciones humanas
familiares y más cercanas… Se adelanta que las personas jurídicas carecen de derecho a la
intimidad.
‐ Indudablemente, todos los datos considerados de especial protección en los
apartados de este mismo epígrafe.
‐ Otros datos que sin llegar a tal protección convergerían al ámbito de la
intimidad: filiación de una persona, lugar y fecha de nacimiento, titulación, estado civil,
DNI…
‐ Finalmente, una zona desdibujada, que el TC limita en ocasiones al ámbito de lo
íntimo y sin proyección exterior y en ocasiones al alcance de la vida privada –la privacidad,
como señala Fernández Ramos, introduciría un nuevo término discutible‐ sobre todo en lo
económico, terreno en que el TC ha seguido una orientación vacilante; primero, porque no
todos los datos económicos serían íntimos, y segundo, porque aunque lo fueran podrían
chocar con otros intereses relevantes, como el de la justa distribución de las cargas fiscales
entre los ciudadanos, que haría barrer para los servicios de inspección de tributos ciertas
cancelas de intimidad. También es cierto que una suma de determinados datos económicos
8
FERNANDEZ RAMOS, Severiano, op. cit., pags.487 a 500.
16
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
permitiría reconstruir la vida de una persona. Por ello, no todos los datos económicos
deben ser accesibles, ni siquiera al cónyuge (de esta consideración dimanó la impertinencia
de la obligatoriedad de las declaraciones conjuntas).
Como consideración final, parece oportuno aducir dos correctores útiles al afrontar los
problemas de intimidad: existe la comunicación o acceso parcial, que permite facilitar el acceso a
los documentos borrando los extremos o aspectos del mismo que desvelen aspectos de la
intimidad de un individuo; y la precisión de que el derecho a la intimidad no es unívoco en
contenido, y así los personajes públicos atesoran un nivel de protección o garantía menor de su
derecho a la intimidad, frente a titulares de existencia menos percibida y notoria para la
generalidad de los ciudadanos.
6.‐ Documentos de los archivos históricos que reflejan datos personales y que afectan al
derecho a la intimidad.
Incuestionablemente, son abundantes los documentos del tipo aludido:
‐ Los archivos recogen, incluso como archivos intermedios, gran número de
expedientes y registros procesales penales o civiles con datos personales (entre los libros de
llevanza de los tribunales, por ejemplo, figuran los registros de causas, de penados y
rebeldes del partido o territorio de la audiencia, de adopciones, los sumarios y los rollos o
autos penales, los de reconocimiento de filiación…).
‐ Es factible que hayan quedado transferidos a los archivos fondos de prisiones y
fondos policiales.
‐ Igualmente, conservan padrones de población y censos electorales.
‐ Se han conducido a ellos en ocasiones fondos médicos o de asistencia sanitaria
(historias clínicas de fallecidos en hospitales, que tienen una total trascendencia para los
descendientes vivos en casos de enfermedades hereditarias… ).
‐ También recogen documentos del ramo de beneficencia con informaciones
sumamente delicadas, como los libros y expedientes de los patronatos de protección de
menores y de la mujer.
‐ Son abundantes los expedientes sancionadores de la Administración civil (a
explotaciones y empresas, a industriales, comerciantes, ganaderos, agricultores… y, muy
especialmente, en la administración laboral‐social y tributaria).
‐ Están igualmente presentes los expedientes disciplinarios de funcionarios y
trabajadores civiles en los diferentes servicios administrativos.
‐ En numerosas ocasiones se cuenta en los archivos con expedientes personales
de funcionarios o contratados.
‐ Pueden haberse cedido archivos privados, con correspondencia particular muy
reveladora de relaciones privadas, y archivos de medios de comunicación a los que han
llegado multitud de informaciones sobre personas privadas.
17
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
‐ Se han transferido en masa a los archivos los planos, características, croquis,
fichas, relaciones de propietarios y cédulas catastrales de rústica y urbana, que incluyen
domicilios, identidades, datos económicos de propiedad, etc., etc.
Esta documentación podría incrementarse con cuantos fondos con información
personal llegáramos a imaginar, y presenta abundantes problemas de accesibilidad, muchos de
ellos de difícil solución al reflejar el juego de los criterios jurídicos inciertos o discutibles que los
orientan, muchas veces no resueltos por la jurisprudencia. A todo ello se atenderá en los
epígrafes sucesivos.
7.‐ La comunicación de datos personales en la Ley específica de Protección de Datos y el acceso
a datos personales en la Ley de Patrimonio Histórico Español.
Recuérdese en primer lugar que la Ley de Protección de Datos 15/1999 es la aplicable a
informaciones personales de personas físicas vivas, y que la Ley de Patrimonio Histórico 16/1985
es la que rige con preferencia a otras normas el acceso al patrimonio documental. Por tanto nos
movemos en un punto de concurrencia de dos planteamientos, el de lo que la primera llama
“comunicación” o “cesión” de datos personales de titulares vivos, y lo que la segunda considera
“acceso” a documentos patrimoniales que incluyan datos personales que afecten al derecho al
honor, la intimidad personal y familiar y la propia imagen de personas que han fallecido o de las
que se presume que han fallecido.
a).‐ Dado que el gran problema de las informaciones personales en los archivos
históricos ‐el que motiva precisamente estas páginas‐ es el del acceso o comunicación‐cesión de
los datos personales (como antes se vio, uno de los tratamientos posibles), conviene pasar a ver
en primer lugar lo que la Ley de Protección dice al respecto en su artº 11:
‐ los datos personales sólo son comunicables a un tercero con el previo
consentimiento del interesado (como, en general, todos los tratamientos) y siempre que
dicho tratamiento responda a las funciones legítimas del cedente y el cesionario (es decir,
no cabe recabar un consentimiento para una concreta utilización de datos, y acabar
manejándolos con un fin distinto);
‐ aunque (extractamos supuestos que verosímilmente se produzcan en los
archivos históricos) el consentimiento no será exigido:
. cuando la cesión aparezca autorizada por una ley (p. ej., las leyes de
patrimonio histórico);
. cuando el destinatario de la cesión sean el Defensor del Pueblo o sus
figuras autonómicas afines, los jueces y tribunales, y el Tribunal de Cuentas o sus
equiparables autonómicos;
. cuando la cesión ocurra entre administraciones públicas para el
tratamiento posterior con fines históricos, estadísticos o científicos (es, ni más ni
18
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
menos, que la operación de transferencia de archivos personales de un organismo
activo a un archivo histórico) 9 ;
. lógicamente, cuando la comunicación se realice previa disociación de los
datos (es decir, cuando se hayan borrado los nexos entre las informaciones y las
personas que son titulares de las mismas).
b).‐ La LPHE aborda su concepto del acceso a los documentos con datos personales,
como se vio páginas atrás, en su artº 57.1.c, que como se recuerda prescribe que “los documentos
que contengan datos de carácter policial, procesal, clínico o de cualquier otra índole que puedan
afectar a la seguridad de las personas, a su honor, a la intimidad de su vida privada y familiar y a
su propia imagen, no podrán ser públicamente consultados sin que medie consentimiento expreso
de los afectados o hasta que haya transcurrido un plazo de veinticinco años desde su muerte, si su
fecha es conocida, o, en otro caso, de cincuenta años a partir de la fecha de los documentos.”
El acceso, pues, se somete a un consentimiento inicial y, si se carece de consentimiento,
al transcurso de dos términos alternativos:
‐ para acceder al tipo de documentos previsto (de tipo policial, procesal, clínico o
de cualquier otra índole que porte datos personales) es precisa la aquiescencia del titular
del mismo, mientras esté vivo;
‐ si se conoce la fecha de la muerte –lo que conlleva saber que efectivamente ha
fallecido (de nadie que aún viva se conoce la fecha de fallecimiento)‐ es necesario, para
lograr el acceso ya sin su consentimiento, que transcurran veinticinco años desde el día en
que tuvo lugar dicha muerte;
‐ en otro caso, es decir, en caso de que no se conozca la fecha del fallecimiento (lo
cual da lugar a dos posibilidades: que el afectado haya muerto, aunque se ignore en qué
fecha; o que no haya muerto y, por lo tanto, sea imposible dar con el día en que murió,
sencillamente porque no es posible señalar fecha a sucesos no ocurridos) la falta de
consentimiento se subsanará con el transcurso de cincuenta años desde la fecha del
documento referente al nebuloso sujeto a que se pretende acceder.
La redacción del artº 57 no es en absoluto clara, y la incertidumbre, aunque se nos haya
presentado como cosa sin importancia y los tribunales de justicia, incluido el Tribunal Supremo,
hayan pasado por ella sin excesivos remilgos, tiene su calado, visible cuando se está al pie del
cañón de los archivos y frente a los contenidos y problemas variopintos y reales de los
documentos.
9
Previamente, el artº 4 de la Ley de Protección de Datos, en su párrafo 5, faculta, a pesar de la obligación
de cancelar los datos cuando hayan dejado de ser pertinentes para la finalidad que fueron recogidos, a
mantenerlos íntegramente para fines históricos, estadísticos o científicos por un procedimiento
reglamentario que habrá de establecerse.
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
8.‐ Incertidumbre en la interpretación del artº 57.1.c) de la Ley de Patrimonio Histórico
Español. Otras cuestiones en litigio. Jurisprudencia sobre el acceso.
a).‐ El mayor problema de interpretación del artº 57.1.c) de la LPHE, repetimos, se
presenta en la aplicación del término de cincuenta años desde el nacimiento del documento que
la ley prescribe cuando falta el consentimiento y se ignora la fecha del óbito del titular: para
consultar el documento habrá que esperar “sin que medie consentimiento expreso de los
afectados, o hasta que haya transcurrido un plazo de veinticinco años desde su muerte, si su fecha
es conocida, o, en otro caso, de cincuenta años a partir de la fecha de los documentos”.
Estructuremos las tres posibilidades del artº 57.1.c):
a1).‐ Acceso con consentimiento del afectado: no presenta problemas.
b1).‐ Acceso sin consentimiento del afectado: presenta dos posibilidades:
‐ primer caso: si es conocida la fecha de fallecimiento del afectado: acceso libre
después de transcurridos veinticinco años desde dicha fecha;
‐ “en otro caso” (en caso contrario o distinto de que sea conocida la fecha de la
muerte): cuando la fecha de la muerte del afectado no es conocida, acceso libre al
transcurrir cincuenta años a partir de la fecha de los documentos.
Esta resulta la interpretación habitual de la disyuntiva “o, en otro caso”.
Lo que ocurre es que el supuesto b1), en su segunda posibilidad (“en otro caso”… ), se
interpreta habitualmente de un modo muy amplio que toma la ignorancia de la fecha de la
muerte como equiparable a la ignorancia sobre el suceso del fallecimiento, a la ignorancia de si el
afectado ha muerto o no. Y no es lo mismo que una persona con seguridad o toda probabilidad
haya muerto en una fecha que se desconoce, que el que ni siquiera se sepa si ha fallecido o no.
Porque el titular o afectado no fallecido, con independencia de que otras personas interpreten o
no su muerte, continúa siendo titular de los datos que afectan a su intimidad y, en pura lógica,
dispone de su consentimiento para que terceros, investigadores, interesados o simples curiosos
los consulten. Dicho de otro modo: la ignorancia por los demás individuos de si un afectado por
informaciones personales existe o no, no le priva de su derecho a la intimidad. Así visto, el
desconocimiento de la fecha de la muerte determina dos posibilidades: que el titular del
documento cuya intimidad se trata de preservar haya fallecido en una fecha que el investigador
ignore; o que no haya muerto y, por la razón que sea –vivir en otra población, ser persona mayor
y sin relaciones, estar acogido, fuera de su domicilio, en un centro de beneficencia o en la
vivienda de algunos parientes… ‐ el investigador no conozca si vive o murió, no conozca sus
circunstancias, y no conozca en consecuencia la fecha del fallecimiento, entre otras cosas, por
decirlo con humor, por el intranscendente detalle de que no se ha producido.
Si se aplica sin más, para que el archivo autorice a un investigador el acceso a un
documento lesivo de la intimidad, el término de cincuenta años desde la producción del
documento cuando se prescinde no solo de la fecha del fallecimiento de su protagonista, sino
también de la certidumbre de que haya muerto o no, la consecuencia será que el archivo o la
20
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
Administración de que dependa pueden estar privando del derecho a la intimidad a un individuo
vivo. Y el derecho a la intimidad no es un adorno del que las personas físicas se sirven una tarde
para aparecer adecentadas en público, sino que constituye un derecho fundamental que
acompaña toda la vida del individuo, y que no queda sujeto a prescripción cuando han
transcurrido cincuenta años desde la creación de un documento en que se refleja un hecho o un
acto o juicio jurídico atañente a su intimidad. El derecho a la intimidad no prescribe respecto a
ninguno de los actos de una persona mientras viva, haya pasado el tiempo que haya pasado desde
dichos actos.
No deja de mostrarse chocante el resultado que se produce con la aplicación poco
cuidadosa e indiscriminada del paso de los cincuenta años desde el origen de un documento a
falta del consentimiento del afectado por el mismo, sin tratar de averiguar si pervive o falleció.
Porque, cuando la fecha de la muerte del afectado es notoria, habrá que esperar para ver el
expediente o documento “hasta que haya transcurrido un plazo de veinticinco años desde su
muerte”. Es decir, una garantía de veinticinco años tras la vida de la persona. Y sin embargo,
cuando no resulta conocida sencillamente porque el óbito no se ha producido –es difícil señalarle
fecha a lo no acontecido‐ y el peticionario no se ha tomado ni el interés en averiguar que vive, no
queda garantizada ni siquiera la totalidad de la propia existencia.
Desarrollando el razonamiento, si la Jurisprudencia –y la propia Ley Orgánica 1/1982,
de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la
Propia Imagen – entienden que los valores de intimidad y honor de personas muy conocidas no es
tan fuerte como el de los sujetos jurídicos sin existencia sobresaliente (en palabras vulgares, si
“cuenta menos” el derecho a la intimidad de las personas notorias, por su misma exposición
pública, que el de las sin relieve), en lo que desemboca la aplicación descuidada del artº 57.1.c) es
precisamente en lo contrario. Veamos cómo: normalmente, cuando todo el mundo está al tanto
de que “alguien” murió y en qué fecha, ese “alguien” difunto suele ser un personaje conocido; sin
embargo, cuando pasa desapercibido incluso el hecho del fallecimiento o pervivencia de otro
individuo, es seguro, generalmente, que éste segundo recibe una consideración, por así decirlo,
de persona “menos pública” que el primero. A pesar de que el espíritu de la legislación se dirija
con más intensidad a la protección de la intimidad del último, la aplicación despreocupada del
artº 57 de la LPHE, tolerando ignorar su muerte o pervivencia para acceder anticipadamente a sus
documentos, le sitúa en una situación jurídica más débil, con merma incluso de sus derechos
fundamentales.
Esta duda sobre el sentido que ha de darse al artº 57.1.c) no es la única. Viene ahora a
colación otra consideración sobre quién es el sujeto a que el artículo alude por “afectado”.
Siguiendo las definiciones de la Ley de Protección de Datos (artº 3.e) “afectado es la persona física
titular de los datos que sean objeto del tratamiento”, en este caso, del tratamiento que supone la
comunicación o acceso de datos por terceros. Lo que ocurre es que al abordar el derecho a la
intimidad familiar el protagonismo de una sola persona concreta se esfuma, porque salen a
primer plano todos los pertenecientes a la unidad familiar, como una pluralidad de afectados. Con
un ejemplo puede comprobarse lo que se pretende afirmar. Imaginemos que un expediente del
Patronato de Protección a la Mujer, de los años cuarenta, incoado a una madre con varios hijos
menores, revela el ejercicio de la prostitución o del proxenetismo por aquella dentro de su propia
21
I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
vivienda ¿quién aparece, en tal expediente como afectado: la madre, su compañero, los hijos…?
Aunque el expediente se inicia por causa de la conducta de la madre, al tratarse de la intimidad
familiar todos resultan resguardados por ella (mujer, marido, hijos), pero con más razón que
nadie los hijos, que ni siquiera promueven la situación. De tal modo, creemos que no es acertado
reservar en exclusiva el carácter de afectada en su intimidad familiar sólo a la madre, en torno a la
cual se ha incoado el expediente, sino también en torno a los hijos y el marido, que también
forman parte de la familia y se ven tocados por la intimidad familiar.
Ahora bien, esto tendría sus consecuencias, porque a pesar de que el expediente se
hubiera suscitado por la situación jurídicamente irregular de la mujer al frente de la familia, y
aparecer ella en consecuencia como titular de los documentos y llamada a otorgar el
consentimiento para que un tercero pueda acceder a los mismos, también es visible que los hijos,
mientras vivan, y como partícipes de la unidad familiar y, por tanto, titulares todos ellos del
derecho a la intimidad familiar, deberían dar su aquiescencia a la consulta del expediente por
terceros. Y esto, sin ninguna duda, retrasaría la consulta del documento respecto a los casos en
que sólo está llamado a darlo una única persona titular del expediente. Porque sobre el
consentimiento que debiera otorgar la madre se sumaría el que tendrían que conceder los hijos, y
la falta de aquiescencia de una u otros detendría el acceso no ya en los veinticinco años siguientes
a la muerte de la madre, en este caso titular del expediente, sino en otros veinticinco más tras la
muerte de los hijos, también protagonistas del derecho a la intimidad familiar.
Si se prefiere, con el fin de sortear excesivas dilaciones al acceso, dar un rodeo para no
tomar en cuenta el derecho a la intimidad familiar de los hijos, ¿sería útil considerar el tema como
un supuesto de acceso limitado al consentimiento exclusivo del primer afectado por el expediente
–la madre‐ y solventar la consulta con su única aquiescencia, si bien facilitando al consultante por
parte del archivo que lo conserve un acceso parcial, mediante el borrado o eliminación de los
nombres de los demás interesados o afectados, los hijos, o incluso la simulación de su
inexistencia? Posiblemente no, puesto que para que se hiciera del todo opaca la identidad de los
hijos –y evitar por esta vía tener que contar con su consentimiento‐ habrían de eliminarse tanto
sus nombres como el de la madre, a través de cuya identidad acabarían resultando aquellos
también identificables, especialmente en entornos pequeños. Así, con tanta censura y cirugía de
nombres y datos, le llegaría al peticionario una documentación mermadísima.
Tal vez responda a este problema el mecanismo que el texto de la Ley de Protección de
Datos esgrime en su artº 6.4, más atrás citado: “en los casos en los que no sea necesario el
consentimiento del afectado … y siempre que una ley no disponga lo contrario, este podrá
oponerse al tratamiento cuando existan motivos fundados y legítimos relativos a una concreta
situación personal. En tal supuesto, el responsable del fichero excluirá del tratamiento los datos
relativos al afectado”. Pero, para empezar y siguiendo el ejemplo manejado, en la circunstancia
de solicitud para acceso del expediente del Patronato de Protección a la Mujer, sí habría que
contar con el consentimiento de la mujer cabeza de familia; y, para seguir, si se prescindiera del
mismo por la razón legal que fuere, para que el resto de familiares llamados a consentir –es lógico
pensar que los herederos forzosos‐ estuviera en disposición de oponerse al tratamiento para ser
excluidos, deberían recibir una notificación de que el tratamiento se está llevando a cabo. La
función de esta argucia legal tendría prácticamente el alcance de un otorgamiento de
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consentimiento, si bien situando al interesado en una situación legal de acentuada pasividad: no
se cuenta con su aquiescencia previa, sino con el ejercicio de una posterior disconformidad. La
notificación, con todo, estimamos que ha de ser precepctiva.
b).‐ Es incuestionable, a mayor abundamiento, que si un determinado sujeto vive, el
manejo o tratamiento de sus datos personales, y desde octubre de 2007 incluso los contenidos en
ficheros manuales, tiene que ajustarse a la Ley 15/1999, de Protección de Datos. Y ésta es
absolutamente estricta en la exigencia del consentimiento previo del afectado, cuando de la
comunicación ‐el acceso que llama la LPHE‐ de sus datos se trata. Todo su articulado revela la
máxima preeminencia que presta al principio del consentimiento en cualquier tratamiento que se
conciba sobre datos personales.
Por una parte y por lo que a los archivos afecta, si el objeto del tratamiento –y no cabe
duda de que la comunicación de informaciones personales en un archivo constituye un verdadero
tratamiento‐ son los datos ultrasensibles o del primer grupo de protección (los del artº 7,
apartados 2 y 6 de la ley 15/1999), la autorización del titular por escrito para su comunicación
aparece como prácticamente insoslayable, puesto que ninguno de los supuestos médico‐
sanitarios y epidemiológicos, ni de salvaguarda de un interés vital (exclusivas y taxativas
excepciones a la exigencia de consentimiento) que el párrafo prevé son fines perseguidos por los
consultantes de los archivos históricos. Con respecto a los del segundo grupo, los datos sensibles
clínicos o étnicos o los referentes a la vida sexual, los apartados 3 y 6 de la Ley 15/1999 abren un
pequeño resquicio a la consulta sin consentimiento expreso de su protagonista, al permitir que el
acceso sin aquiescencia se lleve adelante cuando lo autorice una ley en interés general. Ahora
bien ¿es el acceso regulado en la LPHE una autorización legal suficiente y en interés general?, ¿es
la investigación histórica que avala la LPHE sobre documentos personales que afectan a la
intimidad de sus titulares, por contener datos médicos, de raza o de inclinaciones sexuales, un
motivo de interés general capaz de vencer la carencia de consentimiento aún estando vivos sus
protagonistas?
La contestación más acertada, apoyando el razonamiento en la misma ley, parece ser la
negativa. Según el citado artº 7.5 “los datos de carácter personal relativos a la comisión de
infracciones penales o administrativas sólo podrán ser incluidos en ficheros de las
Administraciones públicas competentes en los supuestos previstos en las respectivas normas
reguladoras”. Este almacenamiento de datos de carácter penal o sancionador en manos oficiales
incluirá, o no incluirá, informaciones de los grupos sensibles o ultrasensibles anteriores; es decir,
no se trata necesariamente de datos, aunque resguardados por una excluyente custodia en
ficheros administrativos, necesitados de la máxima protección. Unos la merecerán y otros no. Sin
embargo, la disposición adicional tercera de la misma Ley 15/1999 brinda el camino a seguir en el
acceso a este género de ficheros: “Los expedientes específicamente instruidos al amparo de las
derogadas leyes de Vagos y Maleantes y de Peligrosidad y Rehabilitación Social”, ‐típico ejemplo
de expedientes y ficheros penales o gubernativos bajo control irrenunciable de la Administración‐
“que contengan datos de cualquier índole susceptibles de afectar a la seguridad, al honor, a la
intimidad o a la imagen de las personas, no podrán ser consultadas sin que medie consentimiento
expreso de los afectados, o hayan transcurrido cincuenta años desde la fecha de aquellos”. Hasta
aquí, únicamente destacar dos cuestiones: primera, los expedientes de la Ley de Vagos y
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Maleantes contienen abundantísimos datos sobre conducta sexual o sobre salud mental de sus
encausados; segunda, no obstante dicha circunstancia, podrán ser vistos a los cincuenta años de
su elaboración, es decir el mismo plazo que proporciona la LPHE para permitir la consulta sin
consentimiento. ¿Quiere ello decir que la investigación histórica sería legitimación suficiente para
abrir al acceso el grupo de datos sensibles delimitados por los apartados 3 y 6 del artº 7 de la Ley
de Protección de Datos, al transcurrir los cincuenta años desde la elaboración de los expedientes?
Y del mismo modo, el hecho de que se trate de idéntico plazo de cincuenta años que el que
impone la LPHE, ¿avala la interpretación más abierta al acceso del artº 57 de tal LPHE –aquella
que concede el acceso a los cincuenta años de emanar el documento, sin pararse a comprobar la
realidad de un hipotético y muchas veces irreal fallecimiento? Una contestación afirmativa para
ambas cuestiones sería absolutamente equivocada, porque la disposición adicional tercera
continúa: “En este último supuesto, la Administración General del Estado, salvo que haya
constancia expresa del fallecimiento de los afectados, pondrá a disposición del solicitante la
documentación, suprimiendo de la misma los datos aludidos en el párrafo anterior, mediante la
utilización de los procedimientos técnicos pertinentes en cada caso”. En una palabra, si se ignora si
los afectados viven o han muerto, si se duda de que hayan fallecido por faltar constancia expresa
de su muerte, la comunicación o el acceso se permitirá siempre que previamente se supriman
(por eliminación en copias informáticas, por borrado o tachado en reproducciones, por omisión
en extractos… ) de los expedientes los datos lesivos de la seguridad, el honor, la intimidad y la
imagen del afectado. Se trata en realidad de una comunicación de datos disociados, de
documentos personales sin datos personales, sin informaciones íntimas o atañentes al honor,
etc., de tal o cual titular, que prudentemente se han hecho desaparecer. No parece, en
conclusión, que la investigación histórica actúe, desde el punto de vista de la Ley 15/1999, como
título de legitimación del acceso a datos sensibles mientras vive el afectado y sin su
consentimiento.
Por añadidura, esta disposición adicional tercera refuerza el planteamiento de que
cuando se acepte el transcurso de cincuenta años desde la emanación del documento o
expediente portador de datos personales como plazo suficiente para permitir el acceso libre al
mismo, no ya sin que el peticionario haya podido averiguar, sino sin que ni tan siquiera lo haya
intentado, si el titular de los datos vive o no vive, se estará admitiendo una interpretación
excesivamente amplia del artº 57 de la Ley 16/1985. Como vemos, la ley 15/1999 admite la
consulta de ciertos expedientes muy delicados desde el punto de vista del respeto a la intimidad a
los cincuenta años de la creación del documento que los soporta, pero ordena borrar todo
vestigio de datos lesivos a este derecho si no se cuenta con la certidumbre de que el titular ha
fallecido. Por tanto, la interpretación laxa del artº 57 de la ley de Patrimonio Histórico no se nos
antoja correcta.
Como demostración del resquemor que el acceso a los expedientes de Vagos y
Maleantes y de Peligrosidad y Rehabilitación Social despertaron en la Justicia tras la promulgación
de la Ley 15/1999, es sumamente expresiva la resolución del Pleno del Consejo General del Poder
Judicial de 26 de enero de 2000, que acordó la destrucción completa del expediente de
Peligrosidad Social de un ciudadano, previa entrega al mismo de una copia testimoniada,
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
c).‐ Sin embargo, la doctrina jurisprudencial formulada sobre este punto de reflexión –el
acceso a documentos referentes a la intimidad de personas que pueden estar vivas, por el solo
hecho de que hayan pasado cincuenta años sobre el documento que precisamente resulta lesivo
para la intimidad‐ curiosamente, ha apoyado ese, a juicio de algunos, arriesgado acceso a
documentos de personas que tal vez no hayan muerto. No obstante, se añadirán ciertas
matizaciones.
La Audiencia Nacional, Sala de lo Contencioso‐administrativo, en sentencia de 10 de
febrero de 1999 permitió la investigación sobre expedientes de repatriación de alemanes y
españoles a sus respectivos países, siempre que se tratara de expedientes anteriores a 1947,
cincuenta años antes de la solicitud de acceso, presentada en 1997; solicitud que en ningún
momento se detuvo en intentar deducir ni atestiguar que sus titulares hubieran muerto, por lo
que la sentencia se basaba en la interpretación amplia o por decirlo de algún modo “relajada” del
artº 57.1.c) de la LPHE. Los expedientes solicitados obraban en el Ministerio de Asuntos
Exteriores.
En el mismo sentido se pronunció el TSJ de Cataluña, Sala de lo Contencioso‐
administrativo, en su sentencia nº 709/1998, del día 27 de julio de este año. Es además una
sentencia interesante, porque considera suficientemente legitimado al solicitante como
“interesado” por la circunstancia de llevar a cabo una investigación histórica (sobre el proceso de
Lluis Companys). El acceso le había sido denegado al peticionario por carecer del carácter de
interesado que exige el artº 235 de la LOPJ. Otra sentencia del mismo Tribunal, nº 963/1999, del
25 de octubre, resuelve en el mismo sentido y se decanta por el plazo de cincuenta años sin
averiguar la muerte efectiva de los afectados.
Por su parte, la Sala Tercera del Tribunal Supremo resuelve el recurso 755/1996, en 22
de mayo de dicho año. Dicha sentencia, ante la petición de acceso a una causa, en que, por
adhesión a la rebelión, había sido condenado a muerte en 1944 un ascendiente del solicitante,
otorga también a éste la cualidad de interesado, y acepta el transcurso de cincuenta años desde la
formulación del documento objeto del acceso como plazo suficiente para abrirlo a consulta. Y
nuevamente la Sala Tercera en 6 de abril de 2001, resolviendo el recurso nº 9448, hace mención
de la privacidad y no consulta de documentos que afectan a la intimidad, originados en 1973; por
tanto, aunque cita el artº 57 de la LPHE, no se detiene en la corrección o incorrección del acceso
al no haber transcurrido los cincuenta años del nacimiento documental.
A la vista de estas resoluciones, que por otra parte no trazan una panorámica
exhaustiva 11 , hay que recalar en las siguientes consideraciones:
10
HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, Joaquín. “El acceso de los ciudadanos a los Registros Administrativos. El
derecho de los concejales y diputados provinciales a acceder a la información y documentos de interés
local” En: Revista Galega de Administración Pública, nº 24, Enero‐abril de 2000. El magistrado comenta esta
curiosa decisión que se aparta de todo lo visto o esperado.
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
‐ Las sentencias citadas, dos del Tribunal Supremo, dos del Tribunal Superior de
Justicia de Cataluña y una de la Audiencia Nacional, son con la excepción de una de las dos
primeras, anteriores a la Ley Orgánica de Protección de Datos de Carácter Personal
15/1999, y por tanto previas a un régimen que, en cuanto toca a documentación íntima, se
antoja mucho más rígido que el existente antes de la promulgación de la citada ley. Como
comprobación no hay más que meditar el contenido de la disposición adicional tercera de la
Ley 15/1999, antes comentada, sobre los expedientes de Vagos y Maleantes y Peligrosidad
Social.
‐ La única que aparece como posterior a su vigencia –la otra sentencia del
Tribunal Supremo, del año 2001‐ no entra en razonamientos de plazos ni términos a partir
de los cuales se tornen consultables los documentos que afecten a la intimidad de las
personas.
‐ Nada ni nadie exige al solicitante del acceso en las sentencias comentadas que,
al menos, trate de comprobar o acreditar que el afectado por un documento atentatorio al
ámbito de su intimidad viva o haya fallecido. Parece que la falta de diligencia en tal
averiguación por parte de quien pretende obtener comunicación de unas informaciones
delicadas, desde el punto de vista de los tribunales se acepta como una circunstancia trivial,
y que incluso se premia la inactividad del solicitante con una autorización susceptible de
dañar un derecho fundamental, con una rebaja de los derechos fundamentales del titular
afectado en el expediente a consultar.
d).‐ Sin que quepa hablar de creación de una jurisprudencia, porque la decisión está
todavía en manos del Tribunal Constitucional, es conveniente situar en este lugar del presente
artículo el dilema judicial sobre los ficheros personales.
Ha dado origen a la cuestión la solicitud de un ciudadano del Arzobispado de Valencia
que, deseando apostatar de la fe católica, solicitó de dicho Arzobispado la supresión de su
inscripción de bautismo del libro parroquial correspondiente, apoyándose en que por tratarse a
su juicio de una información personal, la nueva Ley 15/1999, de Protección de Datos, le ampara
con el derecho de rectificación: todo sujeto de derechos que conoce la inclusión de datos
personales suyos en un fichero en manos de terceras personas, físicas o jurídicas, aunque hayan
sido lícitamente recogidos, tiene el derecho de pedir y obtener la rectificación de los mismos
cuando no se adecúan a la realidad (artº 16).
La rectificación fue denegada por el Arzobispado, por diversas consideraciones jurídicas
enraizadas en la relación Iglesia‐Estado y por considerar que los libros de bautismo no son un
fichero revelador de las personas que profesan actualmente la religión católica ni sus
inscripciones constituyen otra cosa sino actas de notoriedad de su bautismo en un momento
pasado, de tal modo que no atestiguan sus creencias actuales ni identifican a tales personas como
miembros de la Iglesia Católica.
11
No se cuenta con la seguridad de haber accedido a través de Internet a todo lo potencialmente
consultable de la Jurisprudencia del Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional, así como de los Tribunales
Superiores de Justicia y Audiencia Nacional.
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Ante la negativa, el solicitante recurrió a la Agencia Española de Protección de Datos,
quien consideró ajustada a derecho la solicitud de rectificación y ordenó al Arzobispado que, ya
que los libros parroquiales no constituyen ficheros, en sentido estricto, que admitan un borrado o
eliminación total de los datos, anotaran marginalmente en las inscripciones de bautismo las
cancelaciones de los mismos. De lo que se siguió un nuevo recurso ante la Sala de lo Contencioso‐
Administrativo de la Audiencia Nacional, interpuesto por el Arzobispado de Valencia contra la
decisión de la Agencia Española de Protección de Datos, en cuya resolución la Audiencia confirmó
la resolución de dicha Agencia, favorable a los solicitantes, que decidía la cancelación de datos,
amparándose en que los libros de bautizados incorporan auténticos ficheros personales, y en que
si bien las inscripciones no atestiguan la pertenencia actual a la fe católica de los antes bautizados,
sí constituyen al menos una presunción en tal sentido.
El Arzobispado de Valencia recurrió, a renglón seguido, la sentencia de la Audiencia
Nacional ante la Sala Tercera del Tribunal Supremo, el cual casó la decisión de aquella,
dictaminando que no podía tenerse a los libros de bautizados como auténticos ficheros
personales, puesto que ni la AEPD los había tenido como tales, ni de su carácter (como mera
acumulación de datos no ordenados alfabéticamente ni por fecha de nacimiento ‐tan sólo por la
fecha del bautismo‐ y, por tanto, de difícil búsqueda, acceso e identificación) cabe deducir otra
cosa, como lo exigiría el artº 3.b) de la Ley de Protección de Datos Personales para llegar a
definirlos como ficheros. Además, estima la Sala Tercera del Tribunal Supremo que no es válido
basarse para la cancelación en la aplicación del artº 4.3 de la citada ley, que define “que los datos
de carácter personal serán exactos y puestos al día, de forma que respondan con veracidad a la
situación actual del afectado”, pues no es posible hallar en los datos de bautismo ninguna
inexactitud, dado que en ellos se recoge un hecho cierto, aunque histórico, como es el del
bautismo de una persona. Lo que el peticionario de la cancelación pretende –a juicio de la misma
sala‐ no es en buena lógica la corrección de un dato inexacto, sino una nueva forma de inscripción
y registro de otras, sobrevenidas y también nuevas, informaciones personales (el hecho de la
apostasía). Por todo lo cual, el TS casa la sentencia de la Audiencia Nacional, deja sin efecto la
resolución de la AEPD y, respaldando el razonamiento del Arzobispado de Valencia, rechaza la
cancelación de datos solicitada por el particular.
La situación jurídica que tras esta decisión jurisdiccional parecía encaminarse a la
estabilidad, no ha acabado de presentarse como definitiva, pues la AEPD ha perseguido su punto
de vista interponiendo nuevo recurso ante el Tribunal Constitucional.
De la solución final que establezca el Tribunal Constitucional depende en gran parte
cómo haya de encararse la consulta de abundantes fondos de los archivos históricos referentes a
personas vivas o potencialmente vivas, como los documentos judiciales, ordenados por secuencia
cronológica de incoación de procedimientos y causas. Si se considera que los libros eclesiásticos
de bautizados no constituyen ficheros personales por no responder a un orden establecido de
acuerdo con criterios personales, tampoco lo serán los numerosísimos expedientes judiciales de
todo orden (penal, civil, administrativo, mercantil, social, militar… ) ordenados por número de
incoación del procedimiento. Con lo que se hurtarán a las prescripciones de la Ley 15/1999, y
dependerán sólo, en cuanto a su consulta, de sus regulaciones específicas y del confuso artº 57 de
la LPHE.
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
9.‐ Conclusiones.
Con independencia de lo que desde estos momentos actuales de poca claridad
resuelvan en adelante los tribunales para dirimir los problemas que plantea el acceso,
consideraríamos criterios útiles, siempre fieles a la legislación, para resguardar la intimidad de
datos personales que se interesan en las solicitudes presentadas ante los archivos, los siguientes:
a).‐ No aplicar automáticamente el criterio del transcurso de los cincuenta años tras la
emanación del documento que incorpora informaciones personales como clave para su apertura
libre a la consulta de terceros. Para empezar, no es éste el argumento defendido por la
disposición adicional tercera de la Ley 15/1999, que exige la constancia cierta del fallecimiento del
afectado para permitir sin restricciones la consulta de los Expedientes de Vagos y Maleantes y de
Peligrosidad Social, exponente de lo que son documentos portadores de datos personales de
mayor o menor protección.
b).‐ Exigir que quien solicita el acceso a documentos personales de otros individuos,
muestre al menos haber intentado, si no de forma exhaustiva al menos suficientemente,
averiguar que el afectado ha fallecido, aunque no haya logrado dar con la fecha de tal
acontecimiento. Sería grotesco que la Ley 15/1999, que tan celosa es con el consentimiento del
afectado para obtener la comunicación de datos personales, dejara de aplicarse a las
informaciones sobre una persona viva sencillamente porque el que pretende el acceso no se
hubiera molestado en indagar si el titular de las informaciones aún vive. Esta salvedad de
aplicación de la ley podría considerarse una nueva figura jurídica, la “excepción por desgana”.
Siguiendo con la comprobación de la supervivencia de un titular de datos, saber si
alguien vive o ha muerto es relativamente factible en núcleos pequeños o en restringidos campos
de investigación. Habrá casos en que sean incluso asequibles las certificaciones pertinentes del
Registro Civil, en cuyo supuesto deberán exigirse como pruebas prevalentes a los demás indicios.
En el caso de que la comprobación o demostración de la efectividad del fallecimiento de un
afectado se manifieste inviable, conviene aceptar el paso del término de los cincuenta años,
aunque procurando dilatar cuanto se pueda el plazo de silencio de los documentos hasta etapas
en que el hecho de la muerte del afectado se suponga presumible (que el afectado, de vivir,
contara ya con noventa y tantos años, por ejemplo); O no esperar a plazos superiores a los
cincuenta años, cuando fuera hecho conocido que el titular de los documentos despareció sin
rastro, o en circunstancias de riesgo o catastróficas.
c).‐ Amoldar la autorización para acceder a los documentos cuando falta el
consentimiento del titular al medio en que éste habitó o quizá todavía habite. No es lo mismo
revelar datos de un individuo potencialmente vivo en una población de tamaño medio o bajo, en
que todos los ciudadanos se conocen y en que además cabe obtener prontas referencias de la
vida de un sujeto, que en un núcleo inmenso en que los nombres pueden repetirse con gran
frecuencia y en que seguir vidas ajenas se presenta más difícil. Y modular la autorización,
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I Jornadas sobre Acceso a los Documentos Públicos y Oficiales 26 de febrero de 2009
igualmente, al grado de actividad y conocimiento público del titular de los datos o de la
trascendencia histórica de las circunstancias que vivió.
d).‐ No dar paso, sin una serie de medidas de prudencia, a investigaciones masivas e
indiscriminadas sobre una pluralidad de sujetos, de los cuales unos puedan haber fallecido y otros
continuar incluso una vida activa. Y si se hace, nunca antes de haber permitido cumplir el derecho
de disconformidad de los interesados que recoge el artº 6.4 de la Ley 15/1999.
e).‐ Por supuesto y aunque hayan transcurrido cincuenta años, no conceder el acceso
cuando los funcionarios o trabajadores que gestionan el centro (archivo, servicios y órganos
directivos de que dependa) o los tribunales que valoren el acceso sepan o tengan indicios
razonables de que el afectado no ha fallecido.
f).‐ Existen varios medios de orientar las habituales vacilaciones que se presentan a los
archiveros en la decisión sobre casos concretos de acceso.
‐ En primer lugar, hubiera sido deseable un texto reglamentario que completara la LPHE,
desentrañando, entre otras muchas cuestiones, los términos del acceso que brinda el artº
57.1.c). Son precisas aclaraciones sobre el concepto jurídico de “afectado”, “legítimo interesado”,
sobre el acceso parcial, sobre la intimidad personal y familiar, sobre la diferenciación entre el
derecho al honor, el derecho a la intimidad, el derecho a la propia imagen, los problemas
planteados por las solicitudes masivas de documentos que afectan a sujetos de distinta
caracterización ante el derecho de acceso, el procedimiento a seguir en las solicitudes de
expedientes de la Administración de Justicia en combinación con las secretarías de los tribunales,
la forma de otorgamiento del consentimiento por parte de los afectados, etc., etc. Bien es verdad
que estas peculiaridades se irán subsanando, al menos en parte, por la Jurisprudencia y las
resoluciones de unos y otros tribunales, que, sin llegar a crear en muchos casos por su grado
doctrina jurisprudencial, delimitarán mecanismos y conceptos jurídicos precisos para la correcta
aplicación de la LPHE en consonancia con las demás disposiciones circunscritas al ámbito de la
documentación y su manejo y consulta. El único inconveniente dimana de la lentitud del proceso
de formación de la jurisprudencia: cuando hipotéticamente se hubiera podido llegar al suficiente
volumen de acumulación de sentencias, con toda seguridad habrá sufrido no se sabe qué cambios
la ley que rija los archivos, especialmente en este mundo enloquecido de las transferencias
autonómicas nunca perfeccionadas. Parece ser que en la actualidad se prepara una nueva norma
sobre el patrimonio documental y que esperan nuevas entregas de competencias, quizá de
titularidad, sobre los archivos a las CCAA.
‐ Una ocasión desperdiciada ha sido la de conformación de la Comisión Superior
Calificadora de Documentos Administrativos, en cuyo seno debiera haberse albergado una
subcomisión para el dictamen del acceso de los documentos de los archivos centrales e históricos
–tal vez con la excepción de los fondos judiciales en fase intermedia en tantos depósitos
históricos‐ en una variedad de la CADA francesa, aunque con menor alcance. Podía haberse
constituido como alternativa a la espera de una lenta jurisprudencia o de un reglamento aún más
diferido. O si se hubiera preferido, implantar algo semejante en las comisiones calificadoras de los
distintos ministerios y administraciones, aunque contando de antemano con el inconveniente de
las contradicciones en que los dictámenes de unas y otras incurrirían. En cualquier caso, la
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comisión de que se tratara tendría que actuar en un procedimiento rápido de no más de dos
meses.
Aunque a la Agencia Española de Protección de Datos se le señala en el artº 36.4.d) de
la Ley 15/1999 la potestad de “atender las peticiones y reclamaciones formuladas por las personas
afectadas”, la misma falta de concreción del precepto lo convierte en inoperante cuando se
pretende un asesoramiento sobre casos puntuales de acceso. El Reglamento de desarrollo de la
Ley, siguiendo en la desatención de este problema, no formula ningún procedimiento para
tramitar en la Agencia una solicitud de asesoramiento referida a la conveniencia o inoportunidad
de un acceso a ficheros o documentos concretos. Lo más conexo, aunque sea lejanamente, con el
acceso a ficheros sin autorización del titular es el procedimiento previsto por los arts. 153 a 156
de exención del deber de información al interesado, pero no parece pensado para nada similar al
problema que nos ocupa.
Vistas por otro lado las competencias de agencias autonómicas de protección de datos,
como las de Madrid y Cataluña –se han creado también, al menos, las del País Vasco, Valencia y
Galicia‐ nada indica que el asesoramiento o dictamen sobre acceso a ficheros y documentos
personales entre en sus funciones.
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