Aporte Mujer Al Mundo
Aporte Mujer Al Mundo
Aporte Mujer Al Mundo
Josefina Errázuriz A.
Al interior de este cambio social revolucionario las mujeres hemos ido buscando nuevas
formas de vivir nuestro ser femenino. Y lo hemos hecho por caminos muy diversos y, a veces, casi opuestos.
El abanico de actitudes se abre desde el conformismo con lo tradicional, en que el único rol femenino parece
ser su hogar y tener que trabajar fuera de él es percibido como algo negativo, hasta una postura de violenta
beligerancia feminista en la que la familia de desdibuja y parece quedar relegada a un plano casi sin relieves
ante el afán por abrirse camino en la vida pública. Pero, lo que más se percibe, y en forma bastante
generalizada, es un cansancio por el peso de los diversos roles asumidos, una inseguridad, un dolor, una
dificultad para compaginar armoniosamente la vida de familia con el trabajar para contribuir económicamente
en el hogar y aportar nuestros talentos fuera de casa. A veces sentimos casi doloroso el ser mujer en este
mundo complejo y desafiante que nos toca vivir, tironeadas y desgarradas entre la familia y nuestro aporte
profesional o político-social a la sociedad. Nos sentimos desorientadas por diversos tipos de actitudes que nos
proponen nuevas formas de mirarnos y afrontar la vida. Intuyo un ansia generalizada por descubrir maneras
de vivir nuestra femineidad que hagan vibrar nuestros corazones como con “buenas noticias” para nosotras
mismas y para todos: para la vida de pareja, para la vida de familia, para el crecimiento de la sociedad en
general.
que es un deber de todos en la Iglesia y en la sociedad el defender y promover con urgencia tanto la dignidad
personal de la mujer como su igualdad de oportunidades con el varón. Agrega que en esta lucha las mujeres
deben sentirse comprometidas como protagonistas en primera línea (N 49), porque tenemos un aporte
ireemplazable con que contribuir a la Iglesia y al mundo, aporte que es complementario con el del hombre y
que no puede faltar sin dejar trunco el deseo de Dios al crearnos hombres y mujeres. Llama a explorar la
riqueza de contenido y los muchos significados del “designio creador de Dios” para poder desentrañar aquello
que El se propuso al crearnos sexuados y cuáles son los aportes complementarios que podemos ofrecer al
mundo. Dice que esto es muy importante porque éste es un “designio que, al principio, ha sido impreso de
modo indeleble en el mismo ser de la persona humana – varón y mujer – y, por tanto, en sus estructuras
significativas y en sus profundos dinamismos” (Nº 50).
Pienso que, sólo desde un más amplio reconocimiento y fortalecimiento de la profunda veta
de humanidad que encierra nuestro ser femenino podrá brotar un mejor e irrenunciable aporte nuestro a la
sociedad y a la construcción de este tercer milenio. Tercer milenio de la “era cristiana” o “post-cristiana”,
como algunos la designan, que comienza y nos desafía con tantas potencialidades de intercomunicación
global, de adelantos científicos y tecnológicos, pero también con tanta violencia, carencias, desigualdades e
injusticias. Creo que es necesario buscar actitudes que nos ayuden a crecer sin rompernos, que nos capaciten
para amar apasionadamente sin dejarnos avasallar. Actitudes que nos lleven a afrontar los conflictos que
conlleva el cambio, con coraje pero sin agresividad competitiva ni rencores por un pasado de subvaloración.
Especialmente sin escondernos detrás de corazas o proclamas que castren nuestra más íntima sensibilidad.
Actitudes que nos abran cada vez más a participar en forma amplia en la sociedad pero sin recortar nuestras
raíces en la familia; que nos lleven a trabajar por construir nuestro mundo codo a codo con el aporte
masculino sin sentimientos de estar compitiendo sino de complementaria solidaridad y reciprocidad. Y, sobre
todo, creo que más allá de los aportes tan importantes con que pueden contribuir a esto las ciencias sociales,
nuestra fe cristiana tiene una “buena noticia” muy profunda que darnos respecto del ser mujer y su
contribución al mundo y a la sociedad.
Y nuestra fe nos agrega que, al llegar la plenitud de los tiempos, en los albores de la Nueva
Alianza, aparece la figura de María, la de Nazaret, la madre de Jesús y esposa de José el carpintero, como una
figura que, por ser proclamada por Dios como “la llena de gracia”, tiene mucho que decirnos respecto del
modo de ser mujer y encarnar, desde un ángulo femenino, ese ideal de llegar a ser “imagen y semejanza” de
nuestro Dios. Aún hoy, después de 20 siglos, si miramos en profundidad lo poco que de ella dicen los
Evangelios, descubrimos que sigue siendo novedoso su mensaje y desafiante para nosotros su vivencia.
Quisiera, en estas líneas, esbozar una reflexión acerca de algunas actitudes, eternamente femeninas, de esa
mujer de quien creemos que, por ser “la llena de gracia”, encarnó mejor que nadie el rostro femenino de Dios
Si leemos los evangelios buscando a María descubrimos que se trata de una mujer del
pueblo, sencilla, con la cultura propia de su pueblo y raza. Vive en un pequeño poblado montañés de
horizontes estrechos en una nación sin mayor importancia en su época. Vive como cualquier otra mujer
israelita, inserta en un marco de costumbres bastante inalterables, cumpliendo fielmente lo que considera
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bueno y propio de su ser mujer y es así como está comprometida para casarse con José, el carpintero (Lc 1, 27
y Mt 1, 18). Y esto, seguramente, llena las aspiraciones de su corazón femenino enamorado.
Si nos fijamos bien, lo que la enraíza sólidamenete al pueblo de Israel y sus costumbres y lo
que, al mismo tiempo, abre su mundo interior a lo insólito e impredecible que puede traerle el futuro, es su fe.
Cree firmemente en el Dios de la Alianza, en ese Dios que se comunica y compromete con su pueblo para
darle vida, historia y plenitud. Por eso está atenta y a la escucha de lo que su Dios quiere y puede
comunicarle. Ella confía en que todo lo que viene de su Dios y Señor es vida, crecimiento, apertura al futuro
en continuidad con sus raíces; puede así estar abierta a “lo nuevo”, a lo insospechado. Puede, por eso,
escuchar, discernir y acoger pedidos que le rompen los esquemas de vida (Lc 1, 26 – 38).
En este su estar en actitud de escucha se siente llamada a algo inconcebible: ¡a ser la madre
virginal del Hijo de Dios! Aceptar supone riesgos que ella conoce y discierne, como ser repudiada por su
novio y posiblemente condenada a morir lapidada. Pero, a pesar es esto, se arriesga dando un SI radical para
ser fiel al llamado de Aquel que llama de las tinieblas a la luz, del caos al cosmos, de la nada a la vida, del
cautiverio a una libertad plena y abierta al futuro. Por eso no teme arriesgar todo lo que asegura
humanamente su vida, como son su honra y su futuro matrimonio. Acepta el llamado y la promesa de Dios y
todos los problemas que esto puede acarrearle los confía a Aquel que todo lo puede y cuyo nombre es Santo.
Esto la hace libre. Libre para seguir escuchando, para seguir discerniendo y para seguir acogiendo las
propuestas de su Dios en el día a día de su vida. Propuestas de Dios que la llaman a crecer cada vez más en el
amor hacia El y hacia los de El; que la llevan a emplear todo su “ser mujer” al servicio de la salvación de su
pueblo con total olvido de sus propias seguridades humanas. Propuestas de Dios que la llaman a mostrar, en
forma femenina, el inmenso amor de Dios por el mundo hasta lo inimaginable de acoger y encarnar al propio
Hijo de Dios que desea hacerse hombre en sus entrañas.
Su forma de escuchar, acoger y discernir la vida; su atreverse a dar los pasos necesarios
imaginando gestos, signos y palabras que promuevan “lo nuevo” en la vida concreta, en el acontecer
cotidiano, en lo simple y sencillo, nos muestra a María ejerciendo una siempre novedosa y, yo diría, eterna
forma de ser mujer y de reflejar de modo femenino la “imagen y semejanza” de nuestro Dios.
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María muestra el rostro femenino del amor de Dios porque encarna en su vida actitudes
femeninas muy hondas y con profunda raigambre en lo que Dios soñó para nosotras al crearnos mujeres.
Estas actitudes pueden iluminar nuestras búsquedas acerca de la forma de ser y actuar como mujeres abiertas
al amor en la familia y, también, pueden potenciar nuestra contribución en la articulación de un mundo más
humano, mostrando el rostro femenino del amor de Dios. Veamos algunas:
• Estar atentas a escuchar… a escuchar lo que nos dice la vida a nuestro alrededor, tanto en la familia
como en la sociedad más amplia. Estar atentas a tomar en cuenta en forma muy especial y preferente las
necesidades de los más débiles, de los que son marginados y despreciaddos, de los que todo lo necesitan
y que casi no tienen voz. Estar dispuestas a pasar por la vida tratando de descubrir las necesidades de
cariño de todos los que nos rodean y las necesidades de libertad y justicia tanto de los que tenemos cerca
como las de nuestro pueblo que pide ser tomado en cuenta y que clama por una sociedad más justa,
acogedora, participativa, solidaria y humana. Querer ser, en todos los ambientes, receptoras de los
profundos anhelos de vida que nuestro Dios suscita y promueve abundantemente, en forma siempre
novedosa en este convulsionado tiempo nuestro.
• Acoger, “re-cordar” y discernir… Acoger en el corazón lo escuchado, percibido y vivido, sin rechazar
lo que nos descoloca, asusta o molesta. Luego, “re-cordar-lo”, es decir volver a pasarlo por el cedazo del
corazón para sentirlo en profundidad y poder entonces discernir mejor hacia dónde apuntan las fuerzas de
vida, de generosidad y de creatividad escondidas en toda relación y en todo acontecimiento. Esto es muy
importante para no dejarnos engañar por las fuerzas de muerte, egoísmo y chatura que están siempre
actuantes y oponiéndose a las fuerzas de vida.
• Hacer propio, apasionadamente, todo lo que descubramos que promueve la “vida” y la ayuda a crecer.
Sólo aquellas relaciones y emprendimientos que descubramos como queridos por Dios para nosotros y a
los que podamos entregarnos de corazón para establecer en ellos lazos duraderos y compromisos vitales
dejarán huella y valdrán la pena.
• Atreverse a dar los pasos necesarios para responder al llamado y para ser fieles a la “encarnación” y al
crecimiento de esa semilla de nueva vida que nos ha sido regalada a cada una por nuestro Dios. Para ello
es importante recurrir a la imaginación del amor que nos inspira gestos y signos eficaces que colaboren a
ayudar a crecer esa nueva vida y a renovar nuestros códigos simbólicos adecuándolos a las nuevas
necesidades que, sin duda, se irán generando. Así contribuiremos a encarnar y hacer eficientes los
cambios a que invita esa vida al desplegarse, aunque esto sea difícil y hasta riesgoso porque puede
implicar oponerse a patrones sociales injustos.
María, como madre del Hijo de Dios puede ser nuestra maestra en el arte de ir poniéndole
carne a los llamados del Espíritu de Dios en nuestra vida concreta, tanto al interior de las familias como en la
vida laboral y socio-política-económica. Porque ella es “maestra” de Encarnación. Veamos algunos aspectos
de esta dimensión:
* En la tendencia profundamente femenina de “re-cordar”, conservar en el corazón las vivencias, las personas
y los acontecimientos para ahondarlos, amarlos, y hacerlos carne de la propia carne, descubrimos una honda
capacidad femenina a ser memoria de la humanidad. Por siglos las mujeres han sido las que conservan en
sus corazones y transmiten a sus hijos, con palabras pero sobre todo con gestos y actitudes, las tradiciones y la
sabiduría acumulada. Han sido y es indispensable que sigan siendo las que velan por la fe en la vida,
verdadera raíz que alimenta toda sociedad; las que cuidan de que esas raíces arraiguen cálida y sólidamente en
los corazones para que las nuevas generaciones puedan abrirse, confiadas, a la novedad del futuro sin perder
identidad ni autodestruirse por falta de raíces.
* El discernir las fuerzas de vida de las fuerza de muerte que nos mueven y zarandean para hacer propias,
apasionadamente, todas las que vengan de Dios como María, nos llevará a atrevernos a dar los pasos
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necesarios para abrir, codo a codo con el varón, un futuro más pleno para nuestras familias y para nuestra
sociedad. En el permitir la “encarnación” de esas fuerzas de vida y en el cuidar de su crecimiento creando
signos concretos y novedosos que las expresen y les permitan desarrollarse, se fortalece nuestro carisma
creacional femenino de concebir futuro. Así somos fieles a nuestra más honda vocación y misión femenina
de ponerle carne al Espíritu. Y la imaginación del amor podrá dinamizar esos gestos e implementar esas
actitudes que promuevan los cambios inspirados por Dios en las relaciones humanas, en la sociedad, en el
mundo.
Si las mujeres cristianas, iluminadas por el ejemplo de María, vivimos con profundidad
nuestra fe de sólidas raíces históricas no nos asustaremos ante los desafíos actuales de esa historia y los
cambios a que llama. No nos dejaremos encandilar por ideologías o posiciones radicales que nos quiebren.
No nos dejaremos arrastrar por el aparente brillo de este mundo global, materialista, individualista, hedonista,
egoísta, tremendamente injusto y encasillador de las personas y las realidades. Descubriremos que es Dios
mismo quien, en la historia, nos está contínuamente desafiando a romper los esquemas tras los cuales
congelamos nuestras vivencias y nos escondemos para no crecer. Es el mismo Señor de la historia, a quien
hemos conocido actuante y haciendo maravillas en el pasado (que hay que recordar), al que percibiremos
llamándonos y desafiándonos en el presente a “ponerle carne al espíritu” y a vivir “la imagen y semejanza” en
forma femenina para contribuir a gestar un futuro mejor.
Y nos gozaremos de que este llamado a trabajar aquí y ahora en la construcción de Su Reino,
en la construcción de un futuro más plenamente humano, sea un llamado donde hombres y mujeres podamos
disfrutar de la profunda magia creacional que conlleva el ser hombres y mujeres. Sólo haciéndolo así, y no
encasillándonos en roles preestablecidos, descubriremos la tremenda fuerza de creatividad que se activa al
trabajar unidos hombres y mujeres. Y estaremos respondiendo en forma más plena al desafío fascinante a que
aportemos, cada uno a su modo y en forma complementaria, nuestras capacidades para hacer avanzar nuestra
civilización y nuestra historia. Mostraremos entonces, en forma más plena, gozosa, creativa y exuberante
tanto los rasgos femeninos como los rasgos masculinos del infinito amor de Dios por nuestro mundo y su
historia.