Libro Ir Baal
Libro Ir Baal
Libro Ir Baal
ISBN: 978-84-09-25650-1
Noviembre de 2020
Año de la Pandemia
Por los tenebrosos rincones de mi cerebro,
acurrucados y desnudos, duermen los
extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en
silencio que el arte los vista de la palabra para
poderse presentar decentes en la escena del
mundo.
Gustavo Adolfo Bécquer
Advertencia
A lo largo de la presente novela, mientras narro las peripecias de los diferentes personajes que
la protagonizan, pretendo también jugar con maestros de la literatura (conocidos por mí) en un
intento de ofrecerles un humilde homenaje haciendo guiños a sus formas. Así, parafrasearé a los
autores cuando la narración de la historia me recuerde alguno de los pasajes escritos por ellos.
Las frases o palabras en cursiva las reservaré exclusivamente para este propósito. En las últimas
páginas aparecerán los textos originales, las obras y los autores.
La partida (parte I)
El cuerpo de Jezabel, hija de Ito Baal, prácticamente cubierto por el de su amado Ir Baal, se
rosas y jazmines, iluminaba y perfumaba la estancia. Las paredes, adornadas con tapices tejidos
en el Lejano Oriente, transmitían un ambiente de intimidad furtiva que envolvía los cuerpos de
Los ojos de Jezabel, desencajados por el placer, se clavaron en la pupila azul del sacerdote
regente Abi Baal. Inmóvil, majestuoso e impertérrito observaba la escena a muy poca distancia.
Ir Baal, ajeno a la situación, seguía inmerso en el profundo placer gozando con el amor furtivo
Justo en ese momento, Abi Baal se imaginó firmando la sentencia de muerte de su hijo
secreto Ir Baal. Hasta entonces había ocultado su verdadero lazo de parentesco. Solo él sabía que
era fruto de un hermoso amor furtivo con una virgen sagrada del sagrado templo que murió en
el parto. Jezabel parecía comprender los pensamientos del sacerdote regente y un escalofrío
insoportable sacudió su cuerpo de tal forma que Ir Baal se volvió bruscamente y su mirada
sustituyó en ese preciso instante al placer. La púrpura tiria de los vestidos del sacerdote
hijo. En realidad, había profanado el sagrado precepto, como hizo él, veinte años antes. No podía
ocultar lo que había presenciado. No podía aumentar la pesada carga que soportaba por haber
callado durante veinte años su propio pecado. Su moral, su ética y la responsabilidad de su actual
estatus no se lo permitían.
Hacía algo más de un año, Abi Baal fue nombrado regente por el Rey Hiram I de Tiro. El
monarca, debido a su avanzada edad, se había desplazado a un dorado retiro junto a su amigo el
Rey Salomón, hijo de David. Confió en Abi Baal, a la espera de la mayoría de edad de su nieto
Hiram II. Así, el sacerdote regente debía ineludiblemente dictar y firmar la sentencia de muerte
de los jóvenes amantes. Hiram I, también llamado «El Grande», había conseguido unir
definitivamente el poder religioso y el poder del Estado en la figura del rey. Abi Baal no podía
defraudarlo, no quería.
Una virgen sagrada era una mujer dedicada a favorecer la comunicación con los
dioses. Las vírgenes adivinaban sus deseos para evitar catástrofes o para solucionar problemas
como plagas, sequías, inundaciones u otros desastres naturales. Los dioses exigían sacrificios a
Existían dos tipos de sacrificios: los cruentos y los no cruentos. Con los no cruentos se
contentaba a los dioses con ofrendas de una cosecha o con ayuno por parte de la población o de
las vírgenes del templo dedicado a la deidad molesta. Los sacrificios cruentos exigían ofrenda de
sangre. Sangre que debía ser derramada, según la exigencia divina, por un animal, un recién
El motivo de adoración de las ciudades-Estado fenicias, Tiro, Sidón y Biblos, eran los dioses
Baal y Melkart y la diosa Astarté. Cada uno de ellos contaba con uno o más templos y cada templo
Los ciudadanos reconocían en esas mujeres la intermediación con los dioses y la protección que,
a través de ellas, obtenían de Baal, Melkart o Astarté. Gozaban de privilegios impensables para
el resto de la población. Las vírgenes sagradas se sentían orgullosas porque estaban convencidas
de que habían sido elegidas por los dioses. Pero no todo era privilegio, honor o reconocimiento,
estaban sujetas a unas reglas muy rígidas y a veces su propia vida se veía amenazada, bien por la
Llegar a ser una virgen sagrada de cualquier templo fenicio no era ni fácil ni rápido. Era
un proceso que al menos duraba nueve años. Este proceso estaba dividido en tres periodos, cada
uno de ellos de tres años como mínimo. Así, existían vírgenes de primer tercio, de segundo tercio
o de tercer tercio. Aunque a todas se las denominaba vírgenes, solo lo eran en plenitud de
privilegios las «completas», que habían superado los tres tercios. En cualquiera de los tercios, la
Cuando un templo, bien por expulsiones, bien por abandonos o bien por el paso a
menarquia. En principio esa era la única condición, la menarquia, y aunque se podía presentar
cualquier joven, por lo general eran elegidas aquellas pertenecientes a familias adineradas. La
joven elegida debía aportar para el templo una generosa dote. A veces, solo a veces, ingresaba
Pocas, muy pocas vírgenes pertenecientes a familias adineradas llegaban a completas. Las
que lo hacían era porque durante el proceso descubrían su vocación de entrega a los dioses,
contraviniendo así los intereses familiares de preservar su virginidad para desposarlas en las
mejores condiciones. Casi todas las vírgenes procedentes de familias humildes conseguían ser
completas y orgullosas de serlo. De esta forma quedaba de manifiesto la doble moral de las
Una de las reglas más importantes que debían observar las vírgenes, más allá del
aprendizaje de los ritos litúrgicos y religiosos, era la de no tener contacto con varón, excepto
sacerdotes y eruditos indispensables para su formación. Si alguna virgen infringía esta norma, se
le despojaba de sus vestidos y atravesaba la ciudad desnuda hacia una cueva donde la esperaba
una pequeña cantidad de agua y comida para que, una vez tapiada la entrada, sufriese una larga
Ito Baal, padre de Jezabel y monarca de Sidón, ofreció a su queridísima hija al templo de
Por suerte, un conocido acaudalado de Abi Baal, unos días antes, le había contado que
fletaría un barco con cien talentos (más de dos toneladas) de seda, marfil, ungüentos, vino y
especias. Aunque el patrón contratado era de Tiro, la tripulación era griega, con otra cultura y
otra forma de entender el episodio. Le contó que algunos aseguraban que más allá de Gadir, en
la tierra de las serpientes y conejos, habitaba un pueblo donde el cobre, el oro y especialmente
la plata eran tan abundantes que los intercambiaban por especies, sedas y abalorios. Decían que
los gobernaba un tal Argantonio, que contaba con ciento veinte años de vida, y lo hacía de forma
comerciante pidió tres mil monedas con la esfinge del caballo, la más valiosa de todas las
monedas. Abi Baal accedió sin dudar. No tenía otra solución más segura. El caluroso verano era
tiempo propicio para que grandes embarcaciones zarparan cubriendo las rutas que mantenían el
fructífero negocio con las lejanas colonias. Malaka o Gadir podrían ser destinos suficientemente
lejanos para que su querido Ir Baal se librase de una muerte segura por haber quebrado la
virginidad de Jezabel.
junto a su padre, que terminaría casándola con Acab, príncipe de los aliados israelitas. Ir Baal ya
había embarcado en el gran birreme. Abi Baal, tras la sentencia de muerte tuvo que redactar la
orden de captura, debido a la fuga de ambos infractores, para que se pudiese cumplir la
sentencia.
En plena noche, aprovechando la luna llena, el birreme largó amarras y pronto desplegó
su bellísima vela cuadrangular de franjas verticales púrpuras y blancas. El aire de popa permitía
que la nave no necesitara la ayuda de los remeros. El puerto de Tiro se desdibujó en la popa del
barco. Ir Baal, apoyado en la baranda de la amura de babor, observaba cómo la luna rielaba en
el Gran Mar y la imagen de su amada Jezabel seguía presente. Nada tenía sentido sin ella.
Hacía meses que se encontraban a escondidas. Una criada fiel de Jezabel hacía de recadera
con la máxima discreción. Ambos sabían que su amor era imposible. Ito Baal no lo habría
permitido. Ir Baal, aunque bien posicionado socialmente debido a la protección de su tío Abi Baal,
no gozaba del estatus social conveniente para desposar a la hija del rey.
Ir Baal había pasado sus veinte años de vida disfrutando de los favores de su tío y solo en
viendo cómo esas manos perfectamente descoordinadas con los pies, que movían rítmicamente
el torno, transformaban una masa amorfa de arcilla en bellas vasijas y figuras que, en ocasiones,
—Tendrías que dedicar más tiempo a esta labor. ¡Lo haces muy bien!
Pero su verdadera pasión era Jezabel. Contaba los días, horas y minutos hasta el próximo
encuentro y su vida giraba alrededor de esos momentos que, aunque breves y no tan frecuentes
como él desearía, le inundaban de felicidad. Era sublime la imagen de la criada con noticias de su
amada. Consciente de que algún día ocurriría algo irreversible y quizás tendría que sacrificar la
propia vida, nada de eso le impedía gozar inmensamente de los esporádicos y furtivos encuentros
Fue el claro amanecer el que le devolvió a la realidad. La estela de la luna rielando en el mar
se desdibujó con el alba y tomó conciencia de haber pasado la noche apoyado en la baranda de
la amura de babor.
Un grave silbido emitido por el aire al pasar por el laberinto interior de una enorme caracola
¿Cuál sería su destino? ¿Y el de Jezabel? ¿Cómo sería el resto de su vida? ¿Podría sobrevivir a la
A las 6 de la tarde la flota largó amarras. Atrás quedaban las palabras de aliento y despedida
del ministro Alonso, en representación de Su Majestad el Rey, y los acordes del himno Nacional.
soportaban ajenos la interminable despedida. La tropa y marinería desde la cubierta de las naves
alzaban los brazos, y familiares y amigos desde el muelle agitaban pañuelos y el aire que los
separaba se inundó de besos y lágrimas. Había pasado más de una hora cuando los buques
cruzaron uno tras otro la bocana y el puerto de Rota se desdibujó en la lejanía, debido a las ondas
producidas por el calor agobiante de aquel mes de septiembre. La flota, en perfecta formación,
ponía rumbo a la costa libanesa. Estaba comandada por el buque de asalto anfibio Galicia, donde
ese verano fue cediendo ante la agradable brisa marina. Desde el buque Galicia ya se divisaba el
Peñón de Gibraltar y pronto la flota cruzaría el estrecho para adentrarse en el Mediterráneo. Las
reglamentarias luces de navegación se encendieron y en pocos minutos una luminosa luna llena
El coronel Guirval claudicó una vez más y encendió un cigarrillo. Con los codos apoyados en
la baranda de la amura de estribor del buque Galicia, solo el reflejo de la luna en el mar
Dormía plácidamente cuando a las 7.30 horas el discreto zumbido del despertador activó la
conciencia del coronel Guirval. Rápidamente lo desconectó para no despertar a su joven esposa.
Lidia dormía a su lado. Aquellas curvas y esa piel tan suave despertaron definitivamente sus
sentidos y el coronel tuvo que reprimir sus impulsos. Se le ordenó que debía estar en el Estado
Mayor de la Defensa a las 8 de la mañana. Estaba invadido por un sentimiento de frustración, era
fiesta y podría haber retozado a placer aprovechando aquellos pensamientos lujuriosos que la
provocó la muerte de un soldado y debía partir hacia el teatro de operaciones para esclarecer
todos los extremos del suceso. Esto le mantendría fuera de Madrid el tiempo que durara la
investigación. Había acordado con Lidia que la llamaría desde Zaragoza cuando terminase la
misión.
A las 8.05 horas hacía caso omiso al saludo reglamentario del policía militar que custodiaba
la entrada al recinto. Accedió a su despacho y tras acomodarse pidió un café solo para esperar
las órdenes del traslado al lugar de los hechos. La puerta del despacho se abrió bruscamente y la
voz grave del jefe del Estado Mayor de la Defensa, su suegro, tronó provocando eco en la
estancia.
—¿Cómo abandonas a mi hija en un día como hoy? ¡Eso no es de ser un buen marido!
Vociferó sobreactuando, exhibiendo una amplia carcajada. Le explicó que ya había partido
el comandante Bellido con las órdenes concretas de la misión, con lo cual quedaba liberado de
su viaje a Zaragoza.
El trayecto de vuelta a casa fue rápido. La sorpresa que tramaba para Lidia sería mayúscula
y pensó adornar esa sorpresa haciéndole el amor, como a ella le gustaba, despacio, acariciando
suavemente cada centímetro de su piel. A ella le encantaba cuando se amaban así, pero no
siempre lo conseguían. La falta de tiempo, el contexto, las hormonas, el trabajo o los
desencuentros conyugales eran los motivos por los que esos momentos no se prodigaban. Era
Sin hacer ruido entró en la casa. Cuando abrió la puerta del dormitorio, la imagen lo dejó
inmóvil, perplejo. Los ojos de su esposa desencajados por el placer se clavaron en la pupila azul
de su marido. La mirada atónita no impedía que la escena continuase. Ella yacía sobre la cama.
Su piel blanca y suave, prácticamente cubierta por el cuerpo de su amante, contrastaba con la
piel oscura y curtida del hombre que, ajeno a la situación, continuaba con el
Paralizado por la visión, los segundos se hacían horas y los sentimientos y pulsiones
transitaban por caminos desconocidos. No solo Lidia lo engañaba, lo engañaba con el mejor
amigo del marido. En ese primer instante, la libido de Guirval despertó a la vez que despertaba
su sexo y un impulso morboso le empujaba a unirse al clímax. Casi de forma simultánea, una
contenido gástrico.
Con el mismo sigilo que la abrió, cerró la puerta de la alcoba y el coronel Guirval condujo
durante horas acompañado de sus sentimientos, pulsiones, frustraciones y deseos. Las imágenes
amargura. Pasó horas conduciendo sin rumbo y solo estacionaba en lugares solitarios hasta que
El seco calor estival de Madrid abofeteó el rostro del joven coronel cuando abandonó su
noqueado.
Los ojos de Lidia, enrojecidos por horas de llanto, evitaban los de su esposo. Ambos
sentados en el sofá a una incómoda distancia, soportaban estoicos una situación insoportable,
explorando cada uno de ellos la frase que comenzara el difícil diálogo. Ya anochecía y la
La frase estalló haciendo añicos el amargo silencio. Despacio y con fingida seguridad, el
coronel abandonó el salón para atrincherarse en el cuarto de invitados pertrechado con sus
pensamientos. El sordo zumbido del aire acondicionado tornó el sofocante calor estival en una
agradable temperatura. Permitió que Guirval, tumbado en la cama y con la mirada fija en una
sombra amorfa proyectada en el techo, se sumergiera en un plan que le permitiese una salida
Le invadió una extraña sensación de libertad. El vínculo «forzado» que consiguió fraguar
con Lidia para acercarse al jefe del Estado Mayor de la Defensa, se desmoronaba y era
precisamente ella quien lo deshacía. Ahora era el momento de centrarse en su carrera y esto le
proporcionaba una cierta sensación de independencia que le permitía, en cierto modo, liberar su
conciencia.
Inmerso en sus planes, el tiempo acabó por unir los cabos sueltos, otorgando fuerza y
credibilidad al plan que urdía.
9 de septiembre de 2006
Mar Mediterráneo
Fue el claro amanecer el que le devolvió a la realidad del aquí y ahora. La estela de luz de
luna en el mar se desdibujó con la claridad de la mañana y tomó conciencia de haber pasado la
Sin tiempo para reaccionar, los altavoces del buque llamaron a zafarrancho de combate y
una actividad frenética se apoderó de la tripulación y el coronel tuvo que correr a su puesto
privilegiado de observador. Solo tenía que acoplarse el chaleco salvavidas, el anti-flash y guantes
buques iniciaba la rutina de la travesía hasta las playas libanesas donde tendría lugar el
El coronel sostenía una doble actitud con Lidia. No había vuelto a dirigirse a ella en privado.
En público mantenía una apariencia absolutamente normal, de tal forma que nadie podía
sospechar del episodio vivido entre él su esposa y su amigo y, por ende, de la elaboración de los
planes que minuciosamente había trenzado aquella noche. Es a través de su padre (jefe del
Estado Mayor de la Defensa), por quien Lidia se enteró. Fue su marido quien convenció al padre
para que lo enviara a la inminente misión en El Líbano, que la ONU había encomendado a las
El jefe del Estado Mayor tuvo que emplearse a fondo para conseguir incluir a su yerno. La
misión estaba en esas fechas cerrada y perfectamente diseñada y tropa y mandos designados.
932 militares; 37 mujeres y 132 hombres no españoles. El alto mandatario consiguió que
nombrase al coronel Guirval la mismísima ONU como observador independiente, con la única
«Libre Hidalgo».
Bernardino Sánchez del Peral, Teniente General al mando de la flota, era investigado por el
jefe del Estado Mayor. El padre de Lidia llevaba meses tratando de reunir pruebas
incriminatorias. Estaba convencido que era un mando corrupto que se enriquecía a costa del
Ejército.
informar a la OTAN cuando fuera requerido. De otro lado, su suegro le ordena mantenerlo
teniente general. Para esto el coronel dispondría de dos líneas de comunicación estables,
continuas y seguras. Una con el Estado Mayor y otra con la OTAN. El inmaculado expediente del
coronel quedaba de esta forma enriquecido para futuras misiones y ascensos. Su plan se cumplía
a la perfección.
La travesía (parte I)
Ir Baal, siguiendo instrucciones de Abi Baal y del patrón de la nave, se proponía hacer la
travesía de forma discreta a pesar de que su patrón solo conocía parte de la historia y el resto de
la tripulación al completo era griega. Bajo la cubierta de popa entre fardos, ánforas, marfil y
agradables olores mezclados con el del salitre, acomodó un espacio que le serviría para descansar
y ocultarse si fuera necesario. Cubrió el suelo con algunas pieles para aislarse de la humedad y
distribuyó entre los huecos los pocos enseres de los que disponía debido a su precipitada partida.
No era un avezado navegante y esto le hacía temer por las posibles consecuencias de tantos
días de navegación. Había oído decir que el Gran Mar en esas fechas no era muy violento, pero
no eran pocas las historias de naufragio que se contaban en Tiro. Con condiciones favorables de
viento y mar, le había comentado el patrón que tardarían semanas en avistar las Pitiusas,
primeros islotes del archipiélago. Allí en Baal-Iaron harían su primer repostaje de agua y víveres.
surcando el mar. Cuando el patrón ordenaba desarmar remos porque el viento así lo permitía, Ir
Baal gozaba con aquel sonido ahora más limpio. El birreme se deslizaba ligero sobre el mar,
empujado por el viento que henchía su majestuosa vela cuadrangular de franjas verticales
púrpuras y blancas.
Oculto por las sombras de la noche, Ir Baal solía disfrutar tumbado en cubierta,
Dibujaban formas que la imaginación del condenado atribuía a animales y figuras inconexas pero
que le ayudaban a pasar las horas de forma agradable y así, por el día, podía dormitar largas
horas en su habitáculo.
El patrón, siempre discreto, le proporcionaba agua y alimentos. Intentaba distraerlo con
innecesarias tareas que aburrían a su invitado, ganándose de esta forma el montón de monedas
que recibió al respecto. Una mañana se aproximó al habitáculo y sorprendido descubrió que allí
no estaba su protegido polizonte. La sorpresa fue tornando a preocupación a medida que recorría
la cubierta e Ir Baal no aparecía. Bajó a los bancos de los remeros y buscó entre los fardos y
sus gestos. Con evidente nerviosismo y descontrolada preocupación volvió a revisar cada una de
las plataformas bajo cubierta y quedó estupefacto cuando, en la segunda bancada de remeros,
descubrió a Ir Baal absorto en la figura del remero que bogaba a su lado. Se relajó, aunque
Embelesado, Ir Baal escuchaba la historia que su nuevo amigo griego le contaba. Hablaba
sobre un país lejano, más allá de las Columnas de Hércules, que el sabio Platón refería en sus
escritos.
La Atlántida era un lugar idílico, rico y poderoso donde la vida era apacible y los habitantes
felices. Era una gran ciudad circular. En el centro un majestuoso templo dedicado al dios
Poseidón, rodeado por magníficos edificios revestidos de oro, plata y bronce. Cristales de cuarzo
pulidos con maestría reflejaban la luz del sol de tal forma que los metales preciosos que lo
rodeaban brillaban aun con más fuerza. Rodeando a esta estructura de edificios, se situaban
otros de menor categoría, pero no por eso menos confortables. Eran habitados por ciudadanos
de prestigio y, en sus calles también circulares, los cristales de cuarzo abundaban de tal forma
que cuando se ponía el sol se iluminaban con una luz blanca que las autoridades controlaban
A continuación, estas calles eran circundadas por otras que daban lugar a viviendas
unifamiliares que se agrupaban por gremios; así se podía encontrar la calle de los panaderos, la
de los herreros, la de los pescadores, de los curtidores, de los alfareros… El último anillo de
viviendas lo ocupaba el resto de los ciudadanos. Entre toda esta increíble organización, se
distribuían parques y jardines repletos de una exuberante flora que hacía las delicias de propios
y extraños.
La ciudad estaba rodeada de agua por un anillo de treinta brazas de ancho. En el sudeste,
exactamente por donde el sol se ocultaba, habían construido un puerto que servía de acceso y
partida de todo tipo de embarcaciones: comerciales, de pesca, militares y de recreo. Este anillo
acuático, a su vez, estaba limitado por una franja de tierra, también circular, que servía de
contención a otro nuevo anillo acuático. Esta secuencia se repetía, hasta terminar en la franja de
tierra que delimitaba la estructura con aspecto de gran isla. Las costas continentales situadas al
norte, este y sur obligaban a ciudadanos, viajeros, comerciantes y enemigos a acceder a la gran
ciudad solo por el oeste y solo por el mar y solo por el único canal que comunicaba el puerto con
el mar abierto.
Mas allá, en el continente, grandes colinas y verdes valles daban cobijo a un largo y
caudaloso río. Desde las cumbres de los montes que delimitaban esos valles, se podía divisar la
serpiente plateada que dibujaban los meandros. Era el rio Baitis. Diseminadas por esas colinas y
valles, se distinguían pequeñas aldeas de casas circulares rodeadas de frondosos bosques que
estación, transitaban desde el verde invernal al verde primaveral, pasando por el amarillo
anaranjado del otoño. El verde intenso del laurel se mezclaba con el verde claro de la araucaria,
las coníferas, el sicomoro o el árbol del dragón. La paleta de colores la aportaba el árbol del fuego,
la flor cónica púrpura de Tennessee, las atractivas plantas carnívoras o la flor de arlequín.
La fauna era abundante y diversa, aunque sobre todas las especies destacaban por su
cantidad y variedad los ofidios y los lepóridos, no sin razón era también conocida como la tierra
Le contaba el remero griego que sus hombres, gigantes de más de dos metros de altura, a
veces lucían formas híbridas entre animales y humanas. Le explicaba que eran criaturas
engendradas por el apareamiento con animales, ya que practicaban el sexo con bellísimas
por aire, mar y tierra a velocidades muy elevadas. Los sanadores podían aislar los órganos
comida era abundante y variada. Disponían de rebaños de enormes saurios herbívoros, que
hacían las delicias de los expertos culinarios. Allí la gente era feliz.
Ir Baal quedó encantado con aquellas historias que se le antojaban idílicas y pensaba que
quizás, algún día, él pudiera disfrutar de esa vida, que le ayudaría a soportar la ausencia de
Jezabel.
Desde la cubierta, mirando a babor, a lo lejos casi siempre se divisaba la costa africana. El
conocimiento que el patrón tenía de aquella costa garantizaba mantener el rumbo dentro de la
ruta prevista. Esta era la razón por la que navegaban con luz solar y eran muy pocas las horas que
navegaban sin luz. Atrás había quedado la navegación de cabotaje de sus abuelos. El viaje
transcurría con normalidad e incluso, cuando la imagen de Jezabel se lo permitía, se podría decir
Había decidido el patrón hacer una parada antes de lo planeado. La falta de víveres puso
de manifiesto el error en los cálculos que había previsto, especialmente de agua. El calor en aquel
final de verano se dilató y los remeros demandaban más agua de lo normal. En unas jornadas
avistarían los cabos que protegían a la ensenada que daba cobijo a un pequeño asentamiento
donde se avituallarían y que regentaba un buen amigo suyo. Era un lugar amable de la costa
africana, que más tarde se convertiría en Hadasht (“Ciudad Nueva”: Cartago). De allí pondrían
rumbo al paso entre Utica y Sulcis, dos colonias bien protegidas por Tiro.
El acceso a Hadasht y la corta estancia (solo estarían un día), trascurrió sin sobresaltos. Ir
Baal observaba cómo, de forma extraordinariamente eficaz, las grandes vasijas vacías eran
sustituidas por otras similares llenas, unas de agua, otras de grano y otras de arroz.
Especialmente celebrado por la tripulación fue el embarque de gallinas, conejos y un cerdo, todos
ellos vivos.
El hombre de tez oscura que organizaba el trasiego del avituallamiento, parecía que
disfrutaba de toda la confianza del patrón de la nave. Su relación era fluida y pasaban largas horas
bebiendo vino y contándose las noticias que cada uno disponía de los extremos oriental y
occidental del Gran Mar. Ir Baal pudo escuchar cómo el hombre de tez oscura prevenía al patrón.
Hacía dos semanas que una nave procedente de Malaka cargada de oro, plata y cobre, fue
abordada por dos barcos piratas. En el abordaje dos tripulantes murieron y se llevaron toda la
carga:
Tras una efusiva despedida y la entrega por parte del patrón de una buena bolsa repleta de
monedas, zarparon rumbo a las islas Ballein para los griegos y Baal-Iaron para los de Tiro.
Seguirían navegando dirección oeste, hasta el paso entre Utica y Sulcis, donde virarían hacia
noroeste buscando las Pitiusas. Zarparon cargados de víveres, animales vivos y una buena dosis
de preocupación.
Cuando Ir Baal comentó con su amigo griego la conversación que había oído en el puerto,
entre el patrón y el hombre de tez oscura, le sorprendió la poca importancia que el griego le dio.
Le explicaba que, para la tripulación prácticamente griega, era como una especie de
improbable encuentro con piratas, no habría problemas. Sin nombrarlo, dejaba entrever que
La conversación fue interrumpida por quien gobernaba la nave. Había escuchado parte del
relato del griego y ambos se enzarzaron en una discusión, que para Ir Baal era como un duelo de
quién tenía más y mejor información al respecto. Para el patrón, los piratas eran indeseables
griegos, seléucidas y gentes de mal vivir. Casi todos ellos prófugos de la justicia con graves delitos
a sus espaldas. Para el bogador, los mal llamados piratas no eran más que personas cabales que
se revelaban contra la tiranía de reyezuelos y señores de la guerra que aplastaban con sus
impuestos el menor intento de vida digna. Impuestos que servían para financiar guerras que a la
gente nada le importaban y que solo servían para que murieran inocentes y ampliar más su
feudo. Tuvo que admitir el tirio que algo de razón tenía el griego. No por azar, la tripulación era
prácticamente al completo griega, y sabía perfectamente y de primera mano que era así porque
le costaba menos que si contrataba a sus propios conciudadanos. Era así porque los griegos
Ir Baal, en un segundo plano, seguía con atención ambos puntos de vista. Le parecía
especialmente curiosa la disputa por el significado de la palabra que define a las islas que daban
cobijo a piratas. Para el griego, el nombre hacía mención a la habilidad que los hombres
autóctonos tenían lanzando piedras con la honda (Ballein). Para el patrón tirio, el nombre se lo
La preocupación del patrón sobre su próximo destino resultaba evidente. Aunque no era la
primera vez que repostaba en Nura, los comentarios de su amigo africano y sus propios
conocimientos de cómo los talayots con sus temibles hondas ayudaban a los piratas desde tierra,
lo mantenían en tensión. El remero griego, buen conocedor del Gran Mar y de sus rutas, trataba
de calmarlo. Le explicaba que los talayots solo ayudaban a que las naves que se negaban a pagar
sus tributos por el paso de sus costas lo hicieran. No actuaban fuera de su área de influencia y no
desvalijaban ni herían a nadie. Cobraban lo que consideraban suyo. El resto no era más que
historias deformadas de la realidad, y Nura era una isla bien protegida por Tiro.
Ir Baal se planteó la importancia de emitir una opinión. Los talayots eran los talayots. Como
pueblo tendrían sus costumbres y su cultura, y eran las que eran. Aquella realidad, vista por su
amigo y por el patrón, era distinta. ¿Con cuál habría de quedarse? Seguramente él no sabría qué
decir si alguien en algún momento le preguntara por los habitantes de aquellas islas.
aquellos pueblos. Seguramente ambos se habían formado la idea a partir de historias que le
habían contado a ellos. Inmerso en estos pensamientos, no fue consciente del momento en el
Los días transcurrían tranquilos y sin grandes sobresaltos. Los vientos de levante henchían
la vela y empujaban a la nave desde popa, haciendo el trabajo de los bogadores más llevadero.
Hubo un pequeño revuelo entre la tripulación. Resulta que, entre los animales vivos, había un
gallo que antes del amanecer ya exhibía sus llamadas nupciales. Eran sonidos muy estridentes y
realmente molestos. Hubo una protesta airada y el patrón tomó una sabia decisión. Aquel día
Ir Baal frecuentaba cada vez con más interés a su amigo el remero y pasaba largas horas
escuchando las historias de aquellos pueblos al otro lado de las Columnas de Hércules. Imaginaba
cómo podría ser su vida sin su amada, que tanto añoraba, en aquellos lugares y con aquella gente
tan diferente a lo ya conocido. En esa ocasión y ante la insistencia de Ir Baal, el remero le contó
—En un tiempo lejano, aquel pueblo estaba gobernado por el poderoso y temido Gerión.
Algunos lo describían como tricéfalo, con tres troncos corporales, cada uno con su
correspondiente cabeza. Otros lo describían como tres individuos con un increíble parecido en
forma, fuerza e inteligencia. De cualquier modo, Gerión era famoso entre los griegos porque
poseía un copioso rebaño de toros grandes, robustos y de amplia frente. Los magníficos bueyes
exhibían aquel aspecto porque pastaban a placer en aquellos amplios prados de yerbas altas,
tiernas y exuberantes. Aseguraban que la leche que daban era tan espesa que, para hacer queso
había que mezclarla con gran cantidad de agua. Estaba este ganado protegido día y noche por el
Ir Baal seguía aquella historia fascinado. Se planteaba seriamente que los griegos podrían
tener una tradición y una cultura superior a la de los estados fenicios. El remero ajeno a los
semidiós, encomendaba a este misiones muy arriesgadas y peligrosas con el fin de que muriera,
y así no le pudiera disputar el poder a su hermanastro, pero Hércules siempre salía indemne de
todas ellas. En esta ocasión, era la décima de las misiones, debía robar el ganado a Gerión, para
lo cual era necesario cruzar el Jardín de las Hespérides, donde las codiciadas manzanas doradas
eran custodiadas por las temibles «Hijas de la Noche». También debía traer consigo una de esas
codiciadas manzanas.
Hércules, obligado a cumplir las órdenes de su madrastra Hera, aprovechando la Copa del
Sol, viajó al extremo más occidental del mundo conocido. Tras inmovilizar, solo con su hipnótica
mirada, al fiero can Cerbero insobornable y capturarlo, dio muerte en triangular batalla a las tres
partes del todo Gerión. Partió triunfal el semidiós con su bóvido botín en dirección oriente. Ya en
las puertas del Jardín de las Hespérides, aprovechando la Copa del Sol, envió una potente luz
cegadora, de tal forma que las Hijas de la Noche, quedaron paralizadas mientras el rebaño
En el viaje de regreso, tuvo que pasar por los dominios de un magnánimo rey de aquella
región, conocido por su bondad, sabiduría y justicia. Hércules, conocedor de estos atributos del
buen rey, ofreció una parte del rebaño a su anfitrión. Este, agradecido sacrificó al mejor ejemplar
en honor al semidiós y así se estableció la costumbre de sacrificar cada año al mejor toro de la
manada.
Atardecía cuando por proa ya se avistaba tierra. Entre la tripulación, comentarios y actitudes
delataban la proximidad de los primeros islotes de las Baalliarun. Pasada una hora ya se divisaban
los altos riscos sobre los cuales flameaban los fuegos avivados por los temibles talayots. El patrón
decidió dar un amplio rodeo para evitar los asaltos de los barcos que navegaban cerca de sus
costas, donde incluso eran alcanzados por las certeras hondas de sus habitantes.
pretendía es que los barcos que pasaban cerca de su costa y atracaran en algunos de sus puertos
naturales, pagaran un tributo. Estos islotes carecían de recursos propios y de esta forma se
Ya entrada la noche, dejaron atrás esos primeros islotes y a estribor divisaron las costas de
Nura. Aquella sería una parada más larga, tres días sugería el patrón, y por supuesto algo más
incómoda para Ir Baal. Era una colonia dependiente, protegida y defendida por Tiro y por tanto
contaba con un buen número de colonos, soldados, guardias y comerciantes, todos ellos con
—Las noticias viajan más rápido que las naves —comentó en voz alta.
Ir Baal sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y a su mente afluyeron todas las
lágrimas fluyeron y la profunda pena lo recogió en el habitáculo, de donde no podría salir en los
próximos días. La noche le secó las lágrimas y el cansancio lo rindió y un profundo sueño se
Tuvo que reprimir el impulso de subir a cubierta para despejarse con la brisa de la mañana.
acordasen de él.
Pasaron horas interminables sin que nadie le reportara algo de comida o compañía. Ya
oscurecía cuando unos pasos alertaron al tirio. Alguien se acercaba… Era el patrón que, con gesto
preocupado, le ofrecía agua, unas tortitas de maíz y un puñado de algarrobas. Ir Baal lo agradeció
por el puerto que el condenado a muerte en la capital del Estado podría viajar como polizonte
en algún barco de mercancías, por lo cual estaba acelerando la reposición de víveres con la
Ir Baal tomó conciencia de la situación y de que realmente su vida corría peligro. No podía
hacer otra cosa que permanecer oculto y confiar en que nadie hablara más de la cuenta. Sabía
que en Tiro era muy conocido, por ser el sobrino de quien era, y cualquier tirio podría
reconocerlo.
Aquella noche el calafate trabajó sin descanso. Le habían dado orden de hacer un doble
fondo en una de las tinajas de mayor dimensión, de tal forma que cupiese una persona. Adaptó
la tapa de un barril, para acoplarla al diámetro de la tinaja, allí por donde empezaba a menguar.
Así la tinaja quedó dividida en dos partes desiguales, siendo la del fondo aproximadamente las
tres cuartas partes del total. Finalmente perforó el fondo con tres agujeros de un centímetro de
Un buen amigo del patrón, agradecido a este por lo bien remunerado que se sentía por
organizar el repostaje en los últimos cuatro años, lo despertó realmente alterado. Había oído que
Solo faltaba una hora para el alba y el patrón rápidamente despertó al calafate y a su
a oscuras y cubierto por la tapa que el calafate había fabricado y rellenado hasta el borde de
algarrobas.
Aún dormía la mayor parte de la tripulación, cuando un pelotón de diez soldados, dirigidos
por uno de grado superior, desfilaba por el pantalán que daba acceso a la embarcación.
El patrón se hizo el sorprendido y protestó airadamente al que mandaba a los soldados por
aquella intrusión en su nave sin previo aviso. Este entregó una orden de registro con el sello del
gobernador de la colonia. Los soldados abrían los sacos de granos y víveres hundiendo sus
que había tenido que adoptar, entorpecían su respiración, que cada vez era más forzada. El ruido
y los gritos del exterior alteraban su conciencia, de modo que solo se concentraba en percibir el
Uno de los soldados se acercó a la tinaja, blandiendo su espada en alto, y con la mano libre
entre él y la tinaja el remero griego. Con un gesto desafiante mantuvo la mirada fija a pocos
centímetros de la del soldado. El griego introdujo su mano en la tinaja, sin desviar su mirada de
la del soldado, y levantó un puñado de algarrobas. Tras unos segundos interminables, el soldado
no quiso comprobar la medida del desafío y siguió escudriñando el resto de los barriles, tinajas y
fardos.
Cuando la inspección terminó y los soldados saltaron a tierra, el griego rápidamente vació
el cuarto de tinaja relleno de algarrobas y descubrió la tapa que daba cobijo a su amigo. Ir Baal
se había desmayado, no pudo soportar la tensión y la falta de aire. Tuvo el griego que forzarse,
ya con la ayuda del patrón, en mover el cuerpo inerte de Ir Baal, que tardó en recuperar el aliento
oficial) con la intención de hacer una airada protesta para justificar su precipitada partida y así
consiguió la autorización de zarpar ese mismo día. De vuelta a la nave ordenó a la tripulación
El día era limpio, claro y la mar amable. En el fondo próximo a los embarcaderos, la
claridad de las aguas mostraba algunos barcos hundidos que ya en alta mar dejaron de verse. Ir
Baal decidió salir a cubierta para terminar de despejarse y olvidar las emociones sentidas en el
puerto. Los remos bogaban como con vida propia. El poco aire que soplaba lo hacía de estribor,
El patrón se acercó al prófugo con gesto de preocupación. Le explicó que sería más
conveniente que desembarcara en Malaka. Era un asentamiento menos transitado que Gadir y
por tanto menos concurrido. Allí disminuirían las posibilidades de que fuera descubierto. Tras el
Le explicaba que, viajando en dirección noroeste tierra adentro, podría encontrar poblados
de gentes que vivían en paz y que no mantenían contacto con las colonias administradas por Tiro.
Con suerte no volvería a encontrarse con ningún fenicio. Se forzaba en explicar que solo tendría
que seguir el curso del río que desembocaba cerca del asentamiento al que se dirigía desde las
Ir Baal se resistía a oír lo que oía y el desasosiego se apoderó de él, no podía articular
palabra, solo su gesto transmitía desolación. No podía aceptar lo que le estaba pasando y por
retirarse, le aconsejó que reflexionara sobre esa propuesta, ya que de ello podría depender su
vida.
la imagen recurrente de Jezabel para centrarse en su futuro inmediato, pero el esfuerzo era
Una mano grande y cálida se posó en su hombro y lo devolvió a la cubierta del barco. El
griego, grave pero cercano, le regaló una confortable sonrisa que desconcertó a Ir Baal. Sabía que
era el bogador una persona cabal pero seria, de rasgos duros pero de mirada limpia, de gestos
que estaba con su futuro próximo. El griego parecía estar en desacuerdo con esa alternativa, ya
que negaba con la cabeza durante el relato. Con tranquilizadora parsimonia le expuso la suya.
Estaba de acuerdo en desembarcar en Malaka, por los motivos que esgrimía el patrón, pero
disentía del camino que debía emprender. El de esta propuesta era menos duro y más seguro.
Tendría que caminar en dirección oeste, siempre paralelo a la costa y sin perder el sentido de
poniente. De esta forma se alejaría de las altas montañas y de los pueblos y gentes que la
habitaban.
Ir Baal protestó, ya que en esa dirección antes o después llegaría a Gadir, donde los peligros
polizonte. Por el camino indicado, a dos o tres semanas, encontraría un poblado justo a la orilla
del mar, un asentamiento poco frecuentado por fenicios que pudieran reconocerlo. Eran gente
sencilla del lugar que vivía de saladeros de grandes peces que se pescaban por aquellas costas.
Los salaban y conservaban, sirviendo de alimento tanto para la población como para naves que
se abastecían de este producto duradero a cambio de otras alternativas de las que carecían en
aquel lugar.
Ese poblado lo encontraría antes de Gadir y lo reconocería porque desde allí, en días claros,
podría ver las costas africanas. Era conocido como Bailo Baelokun. Desde ese lugar sería más fácil
Fue una larga noche para Ir Baal. Las alternativas, ambas desconocidas, lo desalentaban y
le impedían inclinarse por una u otra. En cualquier caso, era consciente de que se enfrentaba a
la decisión más importante para lo que habría de venir. Sin argumentos claros que le inclinasen
a ninguna de las alternativas, se centró más en las fuentes de donde provenían. Esto sí le ayudó,
a pesar de la buena voluntad de ambos, tuvo que reconocer que confiaba más en el griego que
en el patrón. Llegado a esta conclusión se entristeció. De una u otra forma, no volvería a ver a
inmersos en una acalorada discusión. Cada uno trataba de convencer al otro de que su alternativa
era la mejor. La presencia de Ir Baal provocó un tenso silencio entre ambos, que se prolongó
Ambos dirigieron su mirada hacia el desdichado tirio, que no obstante se sintió algo
vida.
Aquella mañana avistaron por primera vez las costas del extremo opuesto del Gran Mar
corazón. En algún lugar de aquella costa pisaría por primera vez una nueva tierra y una nueva
vida.
El patrón explicaba a Ir Baal los planes para el desembarco. Malaka estaba situada en la
desembocadura de un río, aquel que en su propuesta debía seguir. A unos doscientos estadios
frondoso delta repleto de aves migratorias, que incluía una isla deltaica rodeada de aguazales y
marismas. Puntualizó el marinero que buscarían una playa poco profunda, hacia el margen
derecho de este río, con la intención de que no tuviera que cruzarlo. Aunque no era época de
crecidas, evitaría tener que andar con el agua por la cintura al comienzo del camino. Le informó
de que, en su larga andadura, encontraría ríos cuya desembocadura podría atravesar por la playa,
y que en algunos casos tendría que remontarlos hasta encontrar un mejor lugar para cruzarlos.
Ir Baal escuchaba atento las indicaciones a la vez que su cuerpo y su mente se forzaban por
Al mediodía estaba la nave fondeada en una pequeña bahía de agua poco profunda y desde
donde se podía divisar con claridad cualquier presencia humana en tierra. Decidió el patrón que
aquel era un lugar seguro para el desembarco del polizonte. Una vez aprovisionado de la mejor
manera, al atardecer, lo aproximaría todo lo posible a tierra para que desde allí iniciara su
andadura.
Ir Baal recogió lo imprescindible de entre sus pertenencias, con unas de las pieles hizo un
hatillo, donde envolvió cuanto le cupo, y con una cuerda trenzada de pita ató los extremos de tal
forma que podía transportarla en bandolera. El patrón le preparó un buen pellejo hecho del
Ya los remeros bogaban en dirección a la playa, mientras un marinero largaba el cabo que
mantenía el ancla sujeta al fondo del mar. Suavemente el barco se frenó cuando la quilla de la
popa rozó la arena de la playa. Ir Baal se disponía a abandonar la nave cuando su amigo lo retuvo
por el brazo mostrándole un artilugio que él nunca había visto. Era una larga tripa de algún
animal, seca y muy bien engrasada. En uno de los extremos lucía un ojal perfectamente
engarzado. En el otro extremo llevaba una estaca bien afilada en la punta y rechoncha en la
cabeza debajo de la cual la tripa se acoplaba en una muesca esculpida a tal efecto. Le explicó
cómo funcionaba, a la vez que se lo mostraba. Debía pasar la estaca por el ojal del otro extremo
haciendo así un lazo corredizo, después clavaría la estaca en el suelo dejando en el otro extremo
un lazo de una palmada de diámetro. Una vez preparada la trampa, tenía que camuflarla entre
La vida en los buques durante la travesía oscilaba entre la rutina y la ansiedad por
desembarcar. La tripulación alternaba sus obligaciones asignadas propias del rango con el poco
tiempo libre que por lo general se dedicaba a mantener la forma física. Uno de los momentos del
día especialmente relajado, y aunque separados tropa y oficiales, era el de las comidas. Lo
dedicaban a la convivencia, comentarios y risas siempre que el «jefe» (así le llamaban todos
El coronel, desde su posición privilegiada, disfrutaba de más tiempo libre que el resto de la
tripulación. Sus misiones asignadas no requerían gran inversión de tiempo, al menos durante la
oficial responsable de los aspectos técnicos, que mantenía ambos canales de comunicación
firmes y seguros, era el teniente de navío Pablo Payá i Verdú, número uno de su promoción,
aspectos, a las órdenes directas del mando de la misión. Payá era con diferencia, la persona que
Desde que recibió la orden de mantener firmes y seguras las líneas de comunicación entre
la OTAN, El Estado Mayor y el coronel Guirval, la curiosidad debilitaba su ética y disciplina militar.
Era la única información que desconocería, la que se produjera entre aquellas líneas estables y
seguras.
de nuevo abordó su decisión de no fumar. Pensó en retomar su abstinencia, que había roto tras
los episodios vividos en Madrid. Sabía que el ejercicio físico le ayudaba en sus propósitos y decidió
bajar al gimnasio de oficiales. Solo una de las dos cintas estaba ocupada y decidió empezar con
diez minutos de carrera continua a modo de calentamiento. De inmediato recibió el obligado
El teniente de navío ya sudaba profusamente, cuando el coronel le dedicó una mueca que
pretendía ser una sonrisa, pero se quedó en un gesto anodino. Pablo Payá esperaba una situación
como esta para abordar al coronel e intentar un acercamiento estratégico, que le ayudara a
Casi sin solución de continuidad, la conversación pasó de los aspectos físicos del
Madrid, a la visión y conocimientos que tenían sobre el lugar a donde se dirigían. Coincidieron
que aquellas playas eran más propias de vacaciones estivales que de un desembarco de la
El coronel se sintió atraído por la cercanía y el trato agradable del teniente de navío (para
él, capitán) y pensó que alguien tan joven y con tan brillante currículo, que era además
«desenmascarar al jefe».
Los intereses cruzados de ambos propiciaron el acercamiento que más tarde se convertiría
estrategias y cualquier momento era aprovechado para intimar, intercambiar puntos de vista y
lo que más les interesaba a los dos, información. Al tercer día, el coronel y el teniente de navío
habían construido una relación tan fluida y cómplice que parecía que hubiese comenzado años
atrás.
solía comentar algunos aspectos de la información entre el «jefe» y el Estado Mayor. Le contó
una curiosidad que no alcanzaba a entender. El teniente general recibió un teletipo con una
detallada relación de lo que parecía un presupuesto de tejidos. Provenía de su oficina, pero no
pidió que informase al Estado Mayor, como habitualmente solía hacer. El teletipo rezaba así:
ACUERDO CERRADO: TEJIDO CRUDO (sin tratar, tal como sale del telar)
Género Metros Precio/metro Total
Popelín camisa …………………… 200.000 ………………… 1.5 ………… 300.000
Sarga pantalón ………………… 350.000 ………………… 2.1 ………… 735.000
Loneta petate ………………… 50.000 ………………… 1.2 ………… 60.000
Rizo toalla ……………………… 70.000 ……………… 1.5 ……… 105.000
Loneta impermeable ………… 30.000 ………………… 2.3 ………… 69.000
Sarga impermeable …………… 20.000 ………………… 2.0 ………… 40.000
Loneta alta resistencia ………… 50.000 ………………… 2.2 ………… 110.000
Tafetán lencería…………………… 250.000 ………………… 1.4 ………… 350.000
El coronel sintió un leve escalofrío y su mirada escudriñó en derredor, pensó que aquello
podría ser suficientemente importante como para evitar observadores ajenos. La tensión le hizo
claudicar de nuevo y encendió un cigarrillo. El teniente de navío, sorprendido por esa conducta,
La pregunta precedió a un incómodo silencio para ambos. El coronel entendió que era el
momento de devolver a Payá (así decidió llamar a su nuevo amigo) la confianza que había
depositado en él. «Quid pro quo», pensó. Así favorecería la relación de complicidad y confianza
que ya habían construido. Por otro lado, era la forma de justificarse y justificar su recaída.
Explicó a su nuevo amigo, parco en detalles, los episodios vividos en Madrid meses antes.
El teniente de navío Payá quedó sorprendido a la vez que atraído por aquella historia, que
contenido y origen de aquel teletipo y de su más que razonable intuición de que aquello se podría
convertir en una prueba indubitada de las pesquisas que el jefe del Estado Mayor de la Defensa
Guirado (amigo desleal de Guirval), investigar el origen y posterior desarrollo de aquel teletipo,
tenían a sus espaldas infinidad de maniobras en sus respectivos destinos y todos habían
entrenado su tarea en el desembarco y en las jornadas posteriores, incluso alguno de ellos había
noches del Mediterráneo a bordo de los buques, habían escuchado con interés las charlas que
les impartían de cómo tratar a la población autóctona, de su vida y costumbres. Los flamantes
cascos azules recibieron todo tipo de entrenamiento, incluido el de la defensa de ataque con
En la víspera del día señalado para el desembarco, Payá buscaba con verdadero afán a su
hacia el coronel Guirval, que no consiguió esconder el rubor que le produjo tal expectación.
instrucciones del ministro Moratinos, con las líneas de comunicación requeridas. Que sería
recibido y acogido como exigían esas mismas instrucciones para que pudiese realizar las delicadas
misiones encomendadas y que por supuesto contara con la mayor discreción por su parte.
Las imágenes se sucedían al mismo ritmo vertiginoso que las emociones. La imagen de su mujer,
Madrid, la de su familia en el cortijo andaluz se mezclaban con las indefinidas imágenes por venir.
¿Cómo sería su estancia en aquel país? ¿Y su clima? ¿Y su gente? ¿Y sus misiones? ¿Y su carrera?
¿Y su vida…?
Lidia pronunció: «Estoy enamorada de tu amigo». ¿Cómo pasó? ¿Qué sentía? Ahora le parecía
que no la dijo para lastimarlo a él, que no se sentía orgullosa y que incluso sufría. Ahora casi
estaba convencido que su mujer había sido leal y honesta. Estaba enamorada… como si le hubiese
verdadera intención era acercarse a su padre, más pensando en su carrera que en ella. ¿Habría
de alguna forma transmitido este mensaje sin ser consciente de ello? ¿Pudiera ser que hubiese
alguna lógica, desconocida para él, por medio de la cual no solo aquello pasó, sino que él hubiera
podido provocarlo? Inmerso en este estado de la conciencia, donde lo real se enturbia con lo
imaginario y lo onírico con los deseos, lo consciente se rindió definitivamente al mundo de los
sueños.
La diana y la actividad no cotidiana, que despertó a la flotilla aquel día, despertó también
al coronel empapado en sudor y con sus atributos de género enervados. La ducha devolvió a
Guirval la conciencia real del momento que vivía y salió de su camarote intentando aparentar
Ya amanecía y en lontananza se adivinaba, más que se veía, una silueta que rompía la línea
monótona del horizonte. En las costas del sur del Líbano se dibujaba un perfil montañoso poco
órdenes del mando, el sonido de los motores de los helicópteros hacía aún más tenso el
momento y pronto sobrevolaban los buques que los habían transportado. La actividad
Desde la cubierta del Galicia, el coronel ya podía divisar la línea de una hermosa playa y las
instalaciones del lujoso hotel Rest House, donde habían improvisado un exiguo helipuerto. En la
seguridad del desembarco. Se preguntaba el coronel si allí moriría o nacería la célebre «Blue
a tropa y vehículos hacia la playa, comenzaron a bajar y las popas de los barcos mostraron la
verdadera envergadura de aquel desembarco. No en vano era el mayor que se producía desde el
Allí, en el margen occidental del río Saduce, se podían divisar a lo lejos los destellos de las
hogueras del pequeño asentamiento humano en las cercanías del delta que dibujaba el río en su
desembocadura. Allí, Ir Baal se enfrentó cara a cara con sus sentimientos. En principio pena y
tristeza por las pérdidas de su amada Jezabel y de sus amigos y protectores el griego y el patrón.
torácica pidiendo más espacio vital. Sus piernas y su soledad acordaron que el desdichado Ir Baal
se acurrucara en la arena de la playa donde solo el incontenible llanto daba fe de vida. Las horas,
El monótono y suave sonido de las pequeñas olas rompiendo en la orilla despertó al tirio.
Inmóvil para no romper el hechizo, observaba cómo el disco solar emergía de las profundidades
del Gran Mar. Con el ánimo renacido, así como el sol renacía de las negras profundidades
marinas, se puso en pie decidido a dar el primer paso hacia una nueva vida.
en caminar hacia la dirección acordada. Era fácil, a su izquierda siempre el mar, a su derecha
disputándole el espacio al mar. Así, solo debía transitar entre el mar y la montaña por aquella
franja costera interrumpida, de vez en cuando, por pequeñas elevaciones que servían al fenicio
para otear el camino y así asegurarse de no ser visto. Caminaba tranquilo, aquella franja de
piedemonte estaba poblada por extensos bosques de coníferas que en ocasiones llegaban
prácticamente hasta la orilla. Aprovechaba Ir Baal aquellas pequeñas lomas para descansar,
partir unos piñones y comer alguna baya. Con frecuencia podía observar cómo alguna liebre
exhibía descarada su carrera saltarina, en dirección contraria a la madriguera con objeto de
Aquello le hizo salivar y de forma concatenada se acordó del artilugio que su amigo le regaló
usar aquella cosa extraña que él nunca había visto antes. Se adentró un poco en el bosque y
pronto descubrió un lugar que le pareció adecuado. Era una pequeña llanura poblada de más
matorral que piedemonte. Con esmero, más que con experiencia, camufló el lazo como le explicó
el griego. Se retiró unos metros escondiéndose entre los árboles para no ser visto por las posibles
presas. Más pronto que tarde escuchó unos chillidos no humanos que procedían del lugar donde
había ocultado la trampa que resultó la mar de eficaz. Con una destreza para él desconocida,
despellejó a la hermosa liebre y en breve espacio de tiempo ya se deleitaba con aquella carne
asada, jugosa y exquisita. Su estómago y su ánimo se regocijaron y ahora el camino parecía más
liviano.
A cada poco encontraba en el camino pequeños ríos y arroyos de torrentera que, en aquella
época del año, solo se veían regados por las incipientes lluvias del otoño. Hasta entonces, todos
ellos los había podido cruzar por la playa sin grandes dificultades, aunque en una ocasión tuvo
que remontar alguno hasta encontrar un paso fiable. Había ya caminado varias jornadas sin
toparse con presencia humana. Pero esto no le pesaba. Parecía como si empezase a disfrutar de
con un río ancho y caudaloso. Dudó por un momento si sería mejor atravesarlo por la
desembocadura, pero el delta que dibujaba era suficientemente ancho como para disuadirlo de
esta alternativa y decidió remontarlo hacia una colina que parecía cercana. Además, si la noche
se cerraba podría pernoctar cerca del río y a la mañana siguiente encontraría un paso posible y
seguro. Así fue, la noche se iba cerrando cuando se encontraba en lo más alto de la loma y buscó
otro fuego en un cerro cercano algo más alto que el suyo, al otro lado del río. Decidió no hacer
fuego para pasar desapercibido. De día, con luz solar exploraría por dónde continuar sin ser visto.
A la mañana siguiente tuvo que remontar durante un buen rato el río hasta encontrar un
paso que le permitió no solo atravesarlo, sino también vadear el asentamiento avistado la noche
anterior con relativa seguridad. Perfectamente mimetizado con el contexto, la imagen del
poblado se mostró visible y a una distancia que permitía a Ir Baal observar los movimientos de
El pequeño poblado estaba situado en la ladera sur del cerro. Ladera de una suave
pendiente y de no más de cien brazas de extensión. Pudo contar hasta dieciséis chozas, casi todas
ellas de planta circular, que ocupaban prácticamente la falsa llanura, falsa porque en realidad
tenía una imperceptible inclinación hacia el valle, lo cual, facilitaba el drenaje del agua de lluvia.
Desde allí se podía divisar la costa, a pocos cientos de brazas de distancia. Le pareció un lugar
torrenteras, protegido de los vientos del norte y con fácil acceso a los recursos marítimos y
agrarios.
Le llamó la atención cómo un grupo de media docena de chavales correteaban entre las
casas seguidos por un cachorro de lobo que parecía disfrutar como un componente más del
grupo. Pero de repente se preguntó dónde estarían las personas adultas, solo alguna mujer se
desplazaba de una de las chozas a otra algo más alejada. No había visto a ningún hombre y no
Desde su posición privilegiada como observador, lo que menos podía imaginar Ir Baal es
que estaba siendo observado. Un grupo de hombres situados a su espalda y otro en su flanco
izquierdo, le habían seguido a una prudente distancia desde que cruzó el río, con el objetivo de
habitantes del poblado conocían el entorno como las palmas de sus manos y detectaban
a los pocos movimientos de las pocas mujeres que los hacían. Quedó petrificado cuando una
mano enorme y ruda se posó suavemente en su hombro. Giró lentamente la cabeza y su vista se
topó con un rostro de mirada amable que esbozaba una serena sonrisa. Tras él, un grupo de
siluetas humanas hicieron que el fenicio se tensara, su piel se erizó, sus pupilas empequeñecieron
y su primer impulso de huida se desvaneció de golpe ante la evidente inutilidad que se deducía
de la escena que estaba contemplando. Su sentido común le aconsejó mostrar muy lentamente
La sonrisa del hombre que tenía delante se desdibujó para emitir un sonido ininteligible
para Ir Baal.
Estaba muy claro, el hombre se estaba presentando. Lentamente el sorprendido viajero repitió
—Ir-Ba-al.
La situación estaba clara e Ir Baal no pudo por más que relajarse y asumir que se había
equivocado. Aquella gente no pretendía dañarlo, muy por el contrario, hacía gala de una gran
hospitalidad. Bartal, con gestos que el tirio entendió sin dificultad, invitó a Ir Baal a seguirlo hacia
aquellos hombres era ligeramente menor que la suya, los cuerpos eran más robustos y la piel de
aquellas personas no tenía el tono aceitunado que tenía la suya. Los vestidos con los que se
cubrían en realidad eran pieles que, aunque bien curtidas, estaban cosidas de forma muy burda.
La curiosidad era recíproca, prácticamente el grupo en su totalidad se acercaba al fenicio y de
La comitiva fue recibida en el poblado con gran alborozo por parte de la chiquillería que Ir
Baal había visto desde su escondite, incluido el lobezno. Las mujeres salieron todas sorprendidas
por el personaje y especialmente por sus vestidos. Cruzaron parte del asentamiento hasta
situarse frente a una de las chozas que exhibía en su entrada una piel de toro perfectamente
curtida y teñida de rojo. La parte superior de la techumbre estaba coronada por una majestuosa
La roja piel de toro que cubría la entrada se apartó, y en el oscuro interior de la cabaña se
dibujó la silueta de lo que parecía una persona. Cuando la luz del sol iluminó por completo la
imagen, Ir Baal quedó sobrecogido con aquella visión. Lo que con esfuerzo y mucha imaginación
parecía una mujer anciana, se apoyaba sobre un cayado del que colgaba un pequeño recipiente
horadado y esférico. Por sus orificios se liberaban ondas de un humo blanco que despedían un
intenso olor que el tirio no pudo reconocer, pero que se quedó fuertemente adherido a su
pituitaria.
Tenía la cabeza cubierta con la piel de una hermosa liebre, inmaculadamente blanca, que
contrastaba con las rojas pinturas que adornaban su rostro. Las pieles que cubrían su cuerpo eran
diferentes a las que portaba la gente del poblado. El color oscuro y el espesor de las lanas
conformaban una imagen un tanto amorfa que cubría en su totalidad el cuerpo de aquella
respetuoso silencio, que la gente certificó con una rodilla en tierra y una reverente inclinación de
cabeza. Ir Baal imitó el gesto de los presentes convencido de que era lo que debía hacer. La que
cada vez más parecía una mujer anciana agitó su cayado durante unos segundos y el humo dibujó
formas en el aire. Una vez examinadas esas etéreas formas por su hacedora, la vieja de la cara
roja impuso su mano libre sobre la cabeza de Ir Baal y el júbilo y el griterío se apoderaron del
Poco a poco la normalidad se fue instalando en el poblado. Ir Baal se mostraba cada vez
más relajado y parecía entender la situación, que era la bienvenida a un viajero extraño, que
despertaba especial interés entre aquella gente, precisamente por lo extraño, por lo distinto y
Bartal era el encargado de atender al viajero, aunque siempre estaba acompañado por
otros dos hombres. Los cuatro personajes se sentaron en círculo sobre confortables pieles
extendidas en el suelo de una cabaña de planta circular algo más extensa que el resto de las
primitivas casas. Estaba la estancia repleta de enormes vasijas y recipientes de barro, todos bien
cubiertos. Del techo colgaban trozos de carne curada, tanto de bóvidos como de peces.
No fue tan difícil superar las dificultades del lenguaje. Ayudados por la comunicación
gestual y la escritura jeroglífica y simbólica, Ir Baal pudo explicar a sus interlocutores de dónde
presencia en aquel lugar. Los hombres atendían embelesados las explicaciones del tirio que a su
vez provocaban más y más preguntas. No encontraba Ir Baal la forma de satisfacer sus propias
dirección a su espalda, apuntando su dedo a unas pieles apiladas en el suelo. Ir Baal frunció el
ceño intentando encontrar significado a aquel gesto. Fijó la vista sobre los montones de pieles,
de distintos colores y tamaños y no le extrañaba verlas en aquel lugar, ya que había concluido
que estaban en un almacén. El que llevaba la voz cantante se incorporó y todos le siguieron.
Caminaron en dirección norte, hasta coronar la pequeña loma que protegía el poblado. En la cara
norte de la cima, había otra pequeña llanura similar a la que acogía al poblado. Ir Baal no podía
dar crédito a lo que estaba contemplando. La falsa llanura era un gran prado verde y frondoso,
que estaba dividido por rudimentarias vallas construidas de ramas y cuerdas en parcelas de
distinto tamaño. En una de ellas pastaban a placer ocho o diez toros y vacas, algunas de ellas
seguidas de cerca por sus terneras; en otra hacían lo propio una pequeña piara de cabras; otra
estaba ocupada por ovejas de espesa lana. Bartal hizo que se acercaran a un pequeño habitáculo
con el cerco mejor construido, donde el sorprendido invitado pudo descubrir tres hermosísimos
marranos y una hembra tumbada plácidamente al sol amamantando a cinco retoños que se
De vuelta al poblado, caminaron hacia su extremo más occidental. Allí el anfitrión mostró
con orgullo cómo las mujeres se afanaban en el proceso de curtido de las pieles. Una de ellas
raspaba una piel de cabra, extendida en un rudimentario bastidor, limpiando los restos de carne
y sangre adheridos a la piel. Otra, en un arroyo cercano, lavaba con esmero una hermosa piel de
liebre. En una cabaña próxima, otra mujer exprimía el cerebro de un animal extrayendo el aceite
con el que untaba la piel ya seca tras el lavado. En el exterior, un trípode de algo más de una
braza de altura sostenía las pieles tensas y flexibles que se impregnaban del humo que
Ir Baal quiso llamar la atención de Bartal, ocupado en dar la vuelta a las pieles sostenidas
—¡Voor tal!
Amplias carcajadas afloraron entre los presentes al escuchar el nombre del indígena
distintas, Ir Baal consiguió hacerse entender y expresar sus inquietudes sobre el camino que se
había propuesto seguir cuando inició su andadura tras el desembarco del birreme. Ayudado por
una de las pieles, Bartal alisó la arena en el suelo y de forma parsimoniosa elaboró este dibujo.
Apoyado en el esquema que había dibujado en el suelo, Bartal explicó a Ir Baal cómo se
relacionaban las distintas aldeas y cuáles eran los acuerdos que permitían a todos vivir sin
sobresaltos y en paz.
Los asentamientos señalados con mayor intensidad en el esquema eran en realidad clanes
de familia más o menos extensa. Estos clanes familiares estaban a su vez emparentados entre sí
y formaban entre todos ellos una comunidad donde se distribuían el trabajo para sobrevivir. Cada
de cada producto. Así, ellos se encargaban de aportar pieles con un acabado que otros clanes no
conseguían, y a cambio, recibían de otros clanes utensilios y comida con una calidad que ellos
de fiesta donde se reforzaban vínculos e intercambiaban los productos. Eran los momentos
El límite más oriental de esta estructura de clanes lo marcaban el rio Saduce y los muchos
asentamientos que se distribuían por su amplia desembocadura. Malaka era el nombre con el
que se nombraba a todos esos pueblos que mantenían otra organización y estructura que los
población a los clanes a los que él pertenecía. Las relaciones con Malaka eran de respeto, pero
distantes. Habían tenido años atrás un problema con un burro que desató un verdadero conflicto
El límite occidental se situaba en Baelo Baelokum y las aldeas de su influencia. Con estos
vecinos la relación era más fluida que con Malaka, pero mantenían estructuras y normas
diferenciadoras. Por el norte Acinipo, debido a su abrupta geografía, se hacía más inaccesible y
prácticamente no tenían contacto con sus habitantes. Refería Bartal que su padre había viajado
a esa población y contaba historias fantásticas de una ciudad más lejana situada en el valle de un
Ir Baal se preguntó si aquellas historias fantásticas podrían referirse al lugar descrito por su
amigo el remero griego. Por ese motivo se despertó en él un poderoso deseo de visitar aquellas
tierras.
Ya oscurecía y los hogares de las cabañas se habían avivado. Bartal sugirió a su distinguido
invitado caminar hacia lo más alto de la loma donde se asentaba el clan. Allí pudo descubrir cómo
se comunicaban los distintos clanes emparentados. Una de las mujeres alimentaba un fuego con
ramas verdes, por lo que empezaba a desprender un denso humo blanco. La mujer, con una
habilidad digna de mención, cubría y descubría ese fuego, liberando de forma secuencial el denso
humo blanco que dibujaba formas en el aire. Ir Baal miró hacia donde su anfitrión le señalaba
para descubrir que, sobre el quinto o sexto monte en dirección poniente, otras figuras de humo
blanco se dibujaban en el aire. A pesar de que Ir Baal sólo podía ver humo blanco, entendió
Ya se había acomodado entre las pieles de aquel confortable almacén y ya disfrutaba de una
paz que hacía tiempo no sentía. Trataba de poner orden en sus ideas, que fluían como ríos de
aluvión. Las imágenes de aquella comunidad tan primitiva, hospitalaria y feliz, se mezclaban con
Aquella paz explotó en mil añicos cuando la piel que cubría la entrada a modo de
cortina se desplazó a un lado para mostrar la imagen. Ir Baal tuvo que hacer un esfuerzo para
aceptar que esa imagen era real y no producto de su estado semionírico. Definitivamente estaba
Tenía delante a una mujer joven y bellísima. Los ojos del desorientado Ir Baal escudriñaban
los de aquella mujer, buscando respuesta a su perplejidad. Eran unos ojos verdes aceitunados,
decorados deliciosamente con colores púrpuras, que le recordaban los colores de su infancia en
Tiro. La mirada, entre tímida y serena, relajaba la tensión del fenicio. El pelo, negro azabache, se
deslizaba por sus hombros y espalda, contrastando con el blanco nieve de la túnica que cubría
íntegramente el cuerpo de la joven. Con un gesto exquisito, la mujer retiró el pelo de su hombro
izquierdo, descubriendo así una elegante fíbula de oro con forma de serpiente y cuya cabeza era
una gran esmeralda, que competía en belleza con el verde de sus pupilas. Con un movimiento
pleno de sensualidad, desalojó el precioso pasador de sus ojales y la túnica blanca se posó en el
El coronel Guirval, desde la cubierta del Galicia, provisto de unos potentes anteojos
dotados con visión nocturna, contemplaba la escena. Helicópteros del Tercio de la Armada,
sobrevolaban las playas del sur del Líbano, una de las más bellas del país. Desde el aire podían
divisar los buques Galicia, Pizarro, Patiño y Juan de Borbón fondeados en la bahía. En el lado
opuesto lucía al fondo la ciudad de Tiro con los minaretes de las mezquitas emergiendo sobre los
FINUL. En la orilla y en la arena, banderas y señales amarillas se mezclan con civiles que
sorprendidos disfrutan de un día de playa. Entre las banderas y señales amarillas, Guirval enfoca
una bandera española que ondea rodeada de un reducido grupo de jóvenes que vitoreaban a los
cascos y boinas azules. Es la única señal del Estado, el protocolo sugería banderas azules de la
ONU.
Los primeros vehículos anfibios de asalto desembarcaron junto al Hotel Rest House. Era el
comienzo de una maniobra no simulada donde los flamantes cascos azules se enfrentarían a
misiones inciertas. A los anfibios le siguieron los blindados «Hammer» y los «Pirañas», palas
vehículos, era lo que habría de desembarcar. Algunos pertrechos militares transportados por los
helicópteros que aterrizaban en un improvisado helipuerto, en los jardines del lujoso hotel,
conformaban el contingente.
Se prolongaría durante dos largas jornadas el desembarco. Los primeros hombres y mujeres
por seguridad, había ocultado el cambio de ubicación definitiva de la base Miguel de Cervantes,
donde se acuartelarían definitivamente las tropas. En principio, y lo que todos creían, era que se
asentarían en Marjayún, muy cerca de la milenaria ciudad de Tiro, pero el destino final era Taibe,
a unos ochenta kilómetros de Marjayún. Esto suponía una doble dificultad: de un lado, la mayoría
de la población en Marjayún era cristiana, mientras en Taibe era chií. De otro lado, esta ciudad
estaba situada prácticamente en la frontera con Israel y esto elevaba el riesgo. Todo sin contar
los ochenta kilómetros que separaban Taibe del lugar de desembarco y los riesgos que suponía
trasladar tamaña columna, considerando las deficiencias en infraestructuras con las que contaba
este país.
El coronel Guirval había recibido la orden de embarcar con sus pertenencias en un helicóptero
El teniente de navío se disponía a embarcar en una de las últimas barcazas, junto a sus equipos
de transmisiones más delicados. La despedida de los nuevos amigos fue rápida pero emotiva. Se
Los vehículos de asalto AAV-7, los Pirañas y los Hummer se fueron alineando en la playa a
medida que acostaban dirigidos por boinas azules encargados del tráfico.
dirigía hacia su ubicación definitiva encabezada por los zapadores que adaptarían las precarias
Pasado el mediodía, ya avistaban los Altos del Golán, que anunciaban la proximidad donde
se establecería el Cuartel General del contingente hasta su sustitución en el mes de octubre por
mil cien legionarios de la Brigada Alfonso XIII de Almería. Este sería el germen que más tarde
A unos dos kilómetros de la ciudad de Taibe, junto a un extenso olivar, se detiene la primera
Pronto, desde el aire, el coronel Guirval ya divisaba Beirut. A esa distancia bien
podría ser una gran ciudad europea y costera. Los grandes edificios, sus playas y el trazado de
sus calles y avenidas, hacían que Guirval entendiese que en un pasado no muy lejano se
comparase a Beirut con la Suiza del Próximo Oriente. Los altos minaretes de la gran mezquita de
cúpulas azules, tan cerca de la catedral de San Jorge, situaban a Beirut en el mapa de la
embajada. Tenía un aspecto de fortaleza medieval, con altas murallas de piedra, pequeñas
curiosidades tanto de la travesía como del diario vivir en Beirut. Se despidieron quedando
Al quedarse solo, el coronel pudo escudriñar el lugar que le fue asignado. Solo le habían
entregado un llavero con tres llaves y señalado la puerta a la que debía dirigirse. Cuando la abrió,
sus pertenencias estaban en mitad de la estancia, una especie de salón no demasiado grande con
un sofá de tres piezas que rodeaba una mesa baja de cristal. En frente, una percha de pie labrada
con gusto flanqueaba el lado derecho de un mueble bajo del mismo estilo que la percha y que
escondía un pequeño frigorífico y una lujosa cristalería. Sobre el mueble, una bandeja de cobre
sostenía una tetera con media docena de vasos que parecían tener la misión de recordar al
coronel que se hallaba en un país árabe. En la pared, frente a la entrada, un gran tapiz dejaba al
descubierto la puerta que daba acceso a su dormitorio. Le sorprendió que la cabecera de la cama
y las mesitas de noche fueran de la misma madera y estilo que la percha y el mueble bajo que
adornaban el salón de la entrada. Disponía la alcoba de otra puerta que comunicaba con el
Una vez examinadas todas las dependencias, no pudo hacer otra cosa que relajarse en
aquella espléndida bañera que ocupaba gran parte del lujoso cuarto de baño y sumergirse en la
embajada. El coronel seguía impresionado por la buena acogida que le brindaban, no había
imaginado que fuese así, pensaba que sería algo más rutinario. Ya en el despacho del embajador,
distendida le comentaron los extremos que podrían interesarle, aquellos relacionados con los
protocolos de seguridad, los relativos a la población y los aspectos destacados de la “Blue Line”.
El coronel se interesó por las relaciones con la población y las informaciones de inteligencia sobre
posibles atentados.
El comandante le informó de la buena relación que había con las autoridades locales, las
cuales facilitaban de forma fluida todo tipo de datos respecto a los grupos más radicales y sus
líderes, que por supuesto tenía controlados. Contaban con la inestimable ayuda de los treinta y
dos funcionarios de los cuerpos y fuerzas de seguridad, dieciséis policías nacionales y dieciséis
trabajo magnífico.
—Cuéntale lo que tienes en casa —dijo dirigiéndose al comandante Picornell y con gesto
serio.
Picornell, tras un dilatado silencio y con la mirada perdida, explicó a Guirval que hacía tres
días habían diagnosticado en Madrid un cáncer de mama a su mujer. Le contó que con treinta y
ocho años le hicieron una revisión rutinaria y detectaron un nódulo en uno de los senos. Su mujer
tuvo que pedir a la familia que le ayudaran con sus dos hijos de tres y cinco años. Cabizbajo,
El coronel no supo articular palabra ante aquel trágico relato. El embajador apostilló que la
momentos. Le pidió a Picornell que preparase al coronel para que pudiera sustituirlo durante su
Cuando por fin estuvo solo en su despacho, quedó inmóvil y en silencio, reflexionando
sobre todo lo acontecido desde que dejó Madrid. Su vida había dado un cambio increíble, y
aunque era consciente de que su carrera militar incluiría alteraciones importantes en su vida,
Al poco reaccionó y decidió comunicar con su suegro. Esta vez más como jefe del Estado
Mayor de la Defensa que como suegro. Le informó de todo lo que había sucedido y quedó
estupefacto cuando el teniente general le explicó que había sido él mismo quien había propuesto
Unos suaves golpes en la puerta hicieron reaccionar a Guirval, quien invitó a pasar al
preocupado Picornell. Este le explicó que no había participado en la decisión y se ofreció para
Cuando Ir Baal despertó aquella mañana tuvo una sensación de bienestar que casi había
olvidado. Las luces del nuevo día solo se adivinaban en el interior del almacén, de tal forma que
al tirio le costó ubicarse en aquel lugar. Estaba cansado pero pletórico. Rápidamente recordó lo
vivido la noche anterior e inmediatamente giró la cabeza a ambos lados buscando a esa mujer
que le había regalado aquella velada tan mágica. No estaba. Se incorporó y con su mente cargada
de preguntas y con su cuerpo rebosando satisfacción, descorrió la piel que cubría la entrada. La
cantidad de luz que se coló por sus pupilas no le impidió ver lo que allí delante ocurría.
felicitaciones invadieron a Ir Baal de una profunda satisfacción mezclada con una buena dosis de
extrañeza. No terminaba de entender lo que estaba pasando. El fuerte y efusivo abrazo de Bartal
le hizo entender que, aun sin saberlo, algo bueno para aquella buena gente había hecho. Se
No fue fácil para Bartal explicar al fenicio la causa de aquellas manifestaciones de júbilo. Ir
que era para aquellos clanes familiares la aportación genética de otros clanes y otras poblaciones
para la supervivencia de cada familia y por ende del propio clan. La fiesta continuó a lo largo del
día e Ir Baal se preguntó si todo aquello serviría de algo. Se resignó a que al final aquella mujer
pudiera tener un hijo que él jamás conocería. Explicó a sus acogedores anfitriones que debía
seguir su camino hacia Bailo Baelokum y que al alba partiría en esa dirección.
Ya despuntaba el sol cuando Ir Baal giró la cabeza para dar el último adiós a aquella colina
y a aquel primer encuentro con aquella gente. Ya había rebajado considerablemente sus niveles
de miedo y desconfianza a pesar de las evidentes diferencias. Su caminar ahora era menos cauto,
sabía que ya lo esperaban en los siguientes asentamientos. Los clanes conocían de su existencia.
El día era claro, la temperatura agradable y el color azul del cielo se mezclaba en lontananza con
los verdes caminos cubiertos de verde pino. Por un momento pensó que nada tenía que envidiar
Los días y los poblados se sucedían con sosiego. Con el mar siempre a su izquierda,
igualmente se sucedían los valles, las colinas y los ríos que debía vadear. Grandes manadas de
hermosos toros pastaban plácidamente en la fresca hierba disfrutando de la increíble luz azul
que irradiaba su cielo. Los bosques y especialmente el bajo monte albergaban gran cantidad de
conejos y no menos cantidad de serpientes a las que el fenicio se cuidaba de no acercarse. Y cada
Había pasado más de una semana cuando el forastero se despidió del último asentamiento
del ámbito de influencia al que pertenecía el clan de Bartal. Los siguientes clanes ya estaban bajo
la influencia de la ciudad llamada Bailo Baelokum. Antes tendría que divisar el lugar donde
Hércules plantó aquellas famosas columnas. Siempre que podía caminaba cerca del mar, allí las
desembocadura de algunos ríos, tenía que remontarlos para buscar un lugar que le permitiera
cruzarlos con relativa facilidad. Estaba el sol en su zenit cuando Ir Baal coronó una elevación que
algunas viandas que aún le quedaban en su hatillo. Cuando levantó la cabeza para respirar y
reponerse del esfuerzo tuvo que frotarse los ojos para entender lo que la vista le proponía.
Sorprendentemente, el horizonte se mostraba distinto. De forma nítida podía ver el final. Allí, en
frente, había tierra firme. Podía divisar con claridad montes similares a los que él estaba
ocupando en ese momento. El mar ahora era extenso pero finito. Era el mar, nunca había dejado
de verlo. Era demasiado ancho como para ser un río. El color era el color del mar, pero allí estaba
el litoral frente a él. Podría ser el mismo litoral que observaba frecuentemente durante su
travesía y donde se avituallaron por primera vez. ¡Qué cerca estaba aquella costa! Se preguntaba
si era allí donde se sustentaban las enormes columnas que el semidiós derribó. Se preguntaba si
aquellos hermosos toros que había visto durante su camino eran descendientes de los que el
cancerbero guardaba para Gerión. Se preguntaba por la verdad de las historias que le contaba su
la vista se perdía en dirección poniente. La arena era más blanca y parecía más abundante. El
bosque de coníferas, precedido a menudo por el bajo monte, le disputaba a esa arena el espacio
como queriendo besar el mar, y el mar se defendía con sus olas y su salitre. En ocasiones la arena
caprichosa existencia. Aquella mañana, tras dos jornadas de incierto caminar empezó a notar
cómo el aire, soplando a su espalda, le ayudaba a desplazarse. Esbozó una ligera sonrisa y
abriendo sus brazos se dejaba empujar y casi jugaba a volar con el viento. La sonrisa se desdibujó
cuando Ir Baal sintió que la arena empezaba a volar con el viento para impactar en su espalda
formando una densa nube que le impedía ver. Tuvo que correr hacia el interior del bosque
buscando protección. No fue hasta el atardecer cuando el viento amainó y pudo seguir su camino.
Divisó una pequeña colina y resolvió pasar allí la noche. En caso de que al día siguiente volviese
Por la mañana solo una ligera brisa soplaba de poniente. Cauto, pero más seguro, descendió
por aquella colina en dirección al asentamiento que desde la cima había divisado. Era bastante
más extenso que los anteriores. Le sorprendió que, aunque la mayoría de las casas eran de planta
circular, había algunas ovaladas e incluso algunas cuadradas. Estaban bien dispuestas dibujando
lo que parecía una organización a modo de ciudad. Los habitantes, de aspecto similar a los de los
clanes anteriores, se desplazaban por sus callejas haciendo gala de una actividad frenética y en
un número muy elevado de individuos. Aquello nada tenía que ver con lo que había visto en los
para albergar dos plantas. Estaba el conjunto situado muy cerca del mar, contaba con un precario
considerable profundidad. Una de sus paredes laterales estaba provista de una escalera que
concluía en el fondo, lo que le hizo descartar la primera impresión. No se trataba de fosas para
Se mezcló Ir Baal con el gentío y esto le produjo cierta tranquilidad. Pasaba desapercibido.
visitadas, aunque las pieles se repetían con frecuencia, algunas túnicas y otros estilos les
En el primer pantalán estaban abarloados dos birremes y pudo observar a parte de su tripulación
que se afanaba en acarrear bultos. Era inconfundiblemente griega y podría proceder de Tiro. Ya
atardecía y el sol comenzaba a esconderse tras las lomas occidentales. Con prisas poco
disimuladas, se alejó de aquel lugar y se dirigió hacia las casas situadas al norte. Semioculto entre
las chozas más distantes del puerto, evitando así el contacto con la gente, pretendía pasar
Alguien caminó decidido hacia él y en voz baja, pero afable, preguntó con una palabra muy
—¿Sirval?
Ir Baal asintió con la cabeza. Obedeció al desconocido que con gestos lo invitaba a seguirlo.
Ortro, que así se llamaba el desconocido, lo condujo entre las sombras del atardecer a su choza
al norte de la población. Era de planta ovalada y casi duplicaba en tamaño a las de alrededor. Con
gestos elocuentes y extraños sonidos guturales, inentendibles para Ir Baal, presentó a los que
parecían componer su familia. Supuso el tirio que la mujer de mediana edad debía ser la esposa
de Ortro. Una joven y tres chicos de estatura decreciente debían ser sus cuatro hijos. La estancia
constaba de un solo espacio, aunque bastante más amplio que los visitados en poblaciones
un ambiente cálido y agradable. A ambos lados, dos grandes leñeras de esparto contenían
endurecida que pavimentaba el suelo. A la izquierda del hogar, bien separadas de este, tres
grandes orzas bruñidas de color grisáceo (evidentemente no habían conocido el torno con el que
de forma cónica, mantenía una abertura circular en lo más alto, por donde el humo encontraba
su salida al exterior. La noche cerrada, el cansancio y el estrés de la jornada, la poca comida que
sobre su costado izquierdo y casi en posición fetal se dejó seducir por los brazos de Morfeo
Los intentos de controlar a los más pequeños por parte de sus padres despertaron al
invitado que se desperezaba tras haber dormido plácidamente toda la noche. La familia comía
con evidente apetito. Tiras de pescado ahumado y de carne sazonada, multitud de bayas,
aderezados con garum (salsa elaborada con la fermentación de las vísceras de pescado, algunas
especies y plantas aromáticas), abrieron el apetito de Ir Baal. Le costó trabajo recordar la última
vez que vio tantas y tan apetitosas viandas y su estómago respondió silenciosamente. Sin permiso
previo se unió a lo que consideró un festín. Mientras disfrutaba de alimentos y compañía, Ir Baal
no dejaba de reflexionar sobre sus vivencias en aquellas lejanas tierras. Nada tenían que ver con
sus expectativas. Cuando partió de Tiro de forma tan precipitada no pensó en el lugar a donde se
dirigía, ni en la gente que lo habitaba, pero durante la larga travesía, debido a las historias,
¿Cómo había podido equivocarse tanto…? Allí, con aquella compañía, tomaba conciencia
clara de que ahora habían desaparecido sus miedos, su desconfianza, su incertidumbre y de que
sus expectativas habían cambiado. Aquella gente era amable, confiada, acogedora y a él se le
antojaba más feliz que sus compatriotas. Pensaba que en Tiro, a pesar de poseer más
comodidades y riqueza, sus habitantes no disponían de las cualidades que en esos momentos
observaba en aquella buena gente. Debía empezar a desprenderse de sus prejuicios, entender
que esta nueva forma de vida no sería posible si continuaba observando con los presupuestos de
su propia cultura.
Disfrutaba ya de las tareas que Ortro le encomendaba y algunas incógnitas se fueron despejando.
rellenar de sal las capas de pescado que habían capturado por la mañana en aquella precaria
embarcación que, por cierto, ya manejaba con soltura. Observaba con perplejidad esas otras
Eran momentos especialmente agradables los que compartía con toda la familia tras las
faenas matutinas. Se situaban alrededor del hogar en cuyo centro permanecía siempre una
trébede de hierro que soportaba una olla de tamaño considerable. Allí hervía casi continuamente
un caldo de color blanco y olor característico que contenía trozos de carne, huesos y algunos
tubérculos desconocidos para él. De esa misma olla, con un cazo de madera, extraían raciones
que cada uno vertía en su escudilla también de madera. Saborear aquel alimento, aquel ambiente
y aquella paz reportaba a Ir Baal un estado casi onírico con el que se sentía cada vez más
mimetizado. Esta situación concluía con toda la familia recostados de cualquier manera,
Aquella mañana el coronel, tras despedir al compañero y desearle suerte con la operación
de su mujer, decidió reunirse con los mandos responsables de la seguridad de la embajada. Tuvo
una sensación extraña al comprobar que la seguridad de los intereses españoles en un lugar tan
sensible como aquel, estaba en manos de tres personas: un inspector jefe de la Policía Nacional,
Ya se había informado de que atendían casi todas las peticiones de las autoridades locales,
Estaban preparando una salida al barrio Hamra. El director de una escuela había pedido
ayuda. Debían allanar un extenso solar contiguo al colegio para hacer un campo de fútbol. El
coronel quiso sumarse a esa salida para conocer sobre el terreno cómo eran las relaciones con
los civiles.
dificultad por el paseo de La Corniche debido al caos circulatorio que imperaba en la ciudad.
Cláxones y ruidos estridentes de tubos de escape en mal estado se mezclaban con el canto del
almuecín distorsionado por los rudimentarios altavoces que afeaban el alminar de la mezquita, y
con el sonido grave y monótono que emitía el doblar de las campanas de la torre de la catedral.
Por fin, en el corazón del barrio Hamra, se detuvieron en la escuela y pronto fueron rodeados por
de fútbol. Allí, en el corazón de la ciudad, convivían las profundas heridas de los años de guerra
ayuntamiento y con la ayuda de un intérprete de la embajada. Tuvo que aceptar, una y otra vez,
las insistentes muestras de gratitud que repetían de forma incansable los libaneses. En un
la población tenía de los cascos azules españoles. El director insistió en que él y todos los
ciudadanos estaban muy agradecidos. Uno de los tertulianos, percatándose del gesto de hastío
del coronel y mirándole fijamente a los ojos confesó que alguna gente pensaba que colaboraban
con el tan odiado Mossad. El inspector jefe quiso recriminar la actitud de aquel hombre. La
tensión creció en el ambiente. Guirval lo detuvo haciendo un gesto de stop con la mano. Sin dejar
—También hay quien piensa que grupos afines a Al Qaeda creen que protegemos los intereses
El director del centro educativo intervino de forma decidida, y con voz serena pero firme
sentenció:
—Mañana nuestros menores y los niños del barrio tendrán un espacio amplio y seguro para
jugar.
las últimas semanas e intentando incorporarlo a su nueva vida y a sus nuevos objetivos. Tras el
pertinente permiso la puerta se abrió y la imagen que apareció lo dejó perplejo. Guirval tuvo que
hacer un esfuerzo para aceptar que aquella imagen era real y no un engaño de su imaginación.
Tenía delante una mujer bellísima, sus ojos grandes y verdes contrastaban con la tez aceitunada
y el pelo, negro azabache, se deslizaba tímido entre sus hombros e impedía adivinar la forma de
los senos que escondían. Un traje rojo de dos piezas esculpía un cuerpo con curvas que casi
atentaban contra las leyes de la naturaleza. La falda concluía sobre las rodillas, permitiendo
adivinar lo que tapaba. La altura de sus zapatos bermejos, de fino, pero no exagerado tacón,
—Con su permiso, mi coronel, aquí tiene los informes que había solicitado.
El coronel intentó disimular, conduciendo su mirada hacia la carpeta que le entregaba. Con
un gruñido ininteligible dio las gracias a su inesperada aparición que, dándose la vuelta, se dirigió
con pasos cortos y elegantes hacia la puerta, obligando a Guirval a admirar su atractiva lordosis
lumbar.
Con evidente indiscreta curiosidad, se interesó tanto por aquella mujer que aquello corrió
comentarios, bromas y cotilleos. ¿Cuál era su trabajo?, ¿cómo llegó a la embajada?, ¿a qué
inspector jefe, consultó los archivos de personal y cuanto más conocía de ella, más interés
despertaba en él.
Era hija única de un acaudalado libanés que le había procurado una extensa y profunda
formación, para lo que desde muy temprana edad había interesado a su queridísima hija. Se
secretaria del Departamento de Archivo y Documentación. Su buena y leal disposición hacían que
el diplomático contase con ella para casi todo. Pero todo el mundo tenía claro que su verdadera
Guirval había conseguido dejarse un día libre con la intención de visitar a su amigo Payá.
Ahora esa visita tenía un valor añadido, necesitaba contarle que había conocido a Nasila y
necesitaba hacerle partícipe de cómo los extravagantes hijos de su fantasía, de sus proyectos y
de su futuro, se retorcían en su cerebro de tal forma que le costaba conciliar el sueño, y a veces
lo despertaban pesadillas horribles que le hacían su vida incómoda y desagradable. Todo esto se
había magnificado desde que conoció a Nasila. La excusa formal que dio al embajador para
desplazarse a la base Miguel de Cervantes fue una tarea pendiente de la operación Libre Hidalgo.
las secuelas de la guerra vivida años antes. Poco, muy poco tiempo transcurrió, hasta que a lo
lejos se divisaron los Altos del Golán, tan tristemente famosos por los conflictos árabes-israelíes.
El río Litani serpenteaba en derredor de los Altos, donde se adivinaba un hermoso valle.
La vista aérea de la base le recordaba aquellas maquetas que construía en su infancia con
piezas de Lego y que su imaginación convertía en otras construcciones más atractivas para él. Los
vida, rodeada por los corimec (grandes contenedores convertidos en dormitorios con literas y
letrinas para la tropa), que ocupaban el área central de la superficie, y se apreciaba con claridad
la zona de mando. Dos altas torretas de comunicaciones y una gran antena parabólica invitaban
abrazo que puso de manifiesto el aprecio mutuo que forjaron durante la travesía. Tras
presentarse al mando en plaza, que aseguró que se alegraba de su presencia, el teniente de navío
lo condujo a su despacho y ambos compartieron una cerveza muy fría y muchos deseos de
contarse las novedades que cada uno pensaba que podrían interesar al otro.
Guirval se tomó unos segundos, mientras saboreaba el frio de su cerveza, para poner en
orden sus ideas y decidir por dónde empezar a contarle a su amigo ese marasmo de sentimientos
y planes que bullían en su mente. Payá no le dio ninguna oportunidad a su interlocutor y «en
escopetazo» le soltó que por fin habían descubierto al mando corrupto y fue gracias a las
informaciones que habían intercambiado. Le explicó que había tenido una conversación con el
escuchaba a su amigo. Esas ideas estaban cada vez menos confusas y su cerebro parecía
acercarse a su corazón. Se preguntaba cómo podían ser las realidades tan distintas, vistas desde
Madrid (donde no conocían toda la historia) y desde él mismo. ¿Cómo justificaría sus decisiones
que cada vez tomaban más formas en su cabeza? ¿Cómo sería la realidad desde Lidia?
palabras en el coronel y brindó unos segundos de silencio a Guirval. El coronel se tomó el tiempo
que le ofrecía su amigo y prefirió empezar a contarle las novedades que habían tenido lugar en
la embajada desde que desembarcaron. Le resultaba más fácil contar la enfermedad de la esposa
de Picornell, y las consecuencias derivadas para él, que otros aspectos más vitales que eran los
Payá no hizo más que animarlo, convencido de que el jefe del Estado Mayor, su suegro,
llevaba razón y Guirval gozaba de un halagüeño futuro en las fuerzas armadas y la vida le sonreía.
El coronel tuvo que interrumpir con un gesto de incomodidad. Guirval necesitaba compartir con
alguien sus inquietudes y decidió que Payá era la persona y aquel era el momento. El teniente de
navío entendió el mensaje del gesto y ofreció al coronel el silencio que reclamaba. Se tomó un
tiempo para poner un poco de orden en todo aquello que bullía en su mente y con gesto grave y
—Yo tenía una vida tranquila y confortable. Estaba razonablemente satisfecho de lo que
amigo.
»En el cortijo de Alcalá de Guadaira, en Sevilla, donde nací y me crie, fui feliz. Mis padres
pudieron ofrecerme una niñez plácida y mis recuerdos son todos agradables. Los valores con los
que crecí giraban fundamentalmente en torno al respeto. El respeto a las personas, a su forma
de pensar y entender, a la familia y a la libertad que todos tenemos de elegir nuestros destinos.
La frase que repetía mi padre cuando le contaba algún desencuentro con alguien era: «Quien la
lleva la entiende». Entonces yo no lo entendía muy bien. Hoy no solo comprendo la frase, sino
repetía con frecuencia que aquel cortijo fue de su abuelo y del abuelo de su abuelo, y guardaba
con esmero los primeros papeles manuscritos, ajados ya por el tiempo, que certificaban la
propiedad, y los guardaba junto con otros más actuales que atestiguaban la adaptación del
legado a los nuevos tiempos y nuevas leyes. Fantaseaba mi padre con la antigüedad de aquellas
tierras y su propiedad, pensando que nuestros antepasados pudieron ser los habitantes de los
Tras unos segundos de silencio, tomó conciencia del interés y la gran atención que su
»Pero fue la universidad y la edad de rebeldía juvenil las que me hicieron descubrir que yo
quería conocer otras verdades, otras tierras y otras culturas. Comprendí que el ejército me podría
satisfacer aquellos anhelos. En eso me centré y desde entonces encaucé todos mis esfuerzos en
alcanzar el objetivo que me había propuesto. Conseguí ingresar en la Academia General Militar,
y mis buenas aptitudes y actitudes me dieron acceso a las vacantes mejor valoradas, y en solo
dos años ya estaba muy cerca del Estado Mayor de la Defensa, donde conocí a mi mujer. Es
verdad que, siguiendo mis impulsos para ascender, me interesó por ser la hija de quien era, pero
no es menos verdad que también me gustaba. Tras algo más de un año de relación nos casamos,
y así me convertí en el yerno del «jefe». De nuevo mi vida era cómoda, me gustaba lo que hacía
y me gustaba con quién lo hacía, tenía amigos y sin duda tenía un suegro que me blindaba de
Uno de esos días que el jefe me evitó tener que desplazarme a Zaragoza para instruir un
accidente mortal en unas maniobras, volví a casa con la ilusión de dar una sorpresa a mi mujer.
Volvió a invadir la estancia el silencio, pero esta vez cargado de amargura. Una lágrima se
»Esta fue la razón por la que supliqué a mi suegro que me enrolara en esta misión. Mi
objetivo era huir de una situación que me desbordaba y que no podía compartir con nadie. Tú
eres la primera persona que por mí conoce la historia. Creo y espero que ella lo haya mantenido
en silencio.
Payá no consiguió articular una sola palabra, pero se acercó a su amigo posando sus manos
sobre las rodillas de Guirval. Su actitud empática reconfortó al coronel, que en esos momentos
sentía cómo la carga que había soportado estos meses se hacía más liviana. Continuó
Los ojos se le iluminaron cuando le contó con detalles que había conocido a una mujer
libanesa empleada en la embajada, Nasila. Se había enamorado solo con verla, y desde su primer
encuentro sus pensamientos dejaron de ser libres, para convertirse en esclavos de aquella mujer.
Le explicaba con verdadero entusiasmo que nunca había sentido nada igual por nadie y que no
descabellada la posibilidad, aunque fuese remota, de iniciar una nueva vida, cuando la
conversación fue bruscamente interrumpida. El sargento, tras pedir el reglamentario permiso y
programada para esa tarde. La cara de sorpresa de Guirval fue en aumento cuando su amigo le
A bordo del BMR, Payá le explicó al coronel que un destacamento hindú, situado a
cinco kilómetros al noroeste de la base, había pedido ayuda rogando que incluyesen en la
expedición a un veterinario. No tenía mucha más información, pero intuía que sería una misión
distinta, aunque no exenta de riesgos. Cada vez que abandonaban la base Miguel de Cervantes
pronto tomaron contacto con los oficiales responsables de aquel destacamento hindú. Lo
primero que llamó la atención de Guirval fueron los turbantes de color azul que cubrían las
cabezas de aquellos soldados, sustituyendo de esa forma a los habituales cascos azules.
Se desplazaron a pie unos doscientos metros monte arriba, hasta que llegaron a una zona
medio llana por donde deambulaban ocho o diez vacas cuyo aspecto desvelaba la falta de
sustento. El oficial hindú señaló a uno de esos bóvidos. El animal estaba tumbado en el suelo y
presentaba peor aspecto que los demás. No hicieron falta más explicaciones por parte del oficial
hindú y tras retirarse los portadores de los turbantes azules el capitán veterinario aclaró,
mientras inyectaba una sustancia letal en el corazón de la vaca, que aquel animal era sagrado
para ellos y su moral y religiosidad los tenían atrapado en aquella situación que para los
occidentales era quizás poco importante, ya que sus liturgias religiosas eran otras. Guirval sintió
que un escalofrío recorría su cuerpo cuando entendió la escena en toda su dimensión. Cuando
entendió el dilema al que se enfrentaban aquellos soldados. Su religión les prohibía matar a la
vaca, matar a la representación de la madre tierra y, por otro lado, su sensibilidad les impedía
Era aproximadamente la sexta hora desde que el sol asomaba entre las colinas más
orientales. Había podido comprobar que a esa hora la actividad de los habitantes de Bailo
Baelokum disminuía casi hasta la inactividad. El bullicio de las primeras horas del día se tornaba
en silencio y tranquilidad, hasta los perros dormitaban escogiendo los lugares donde la
Esta situación se solía dilatar alrededor de una hora. Entonces la gente resurgía de su corto
letargo y se retomaban las actividades vespertinas. Por las tardes, Ortro solía invitar a Ir Baal a
limpiar algo parecido a un corral. Cercaba dos hermosos toros y tres cabras. Estaba situado en
una verde colina próxima al poblado. El pequeño altiplano de la verde colina contenía otros
corrales más o menos extensos y con más o menos animales. Para esta tarea, Ortro siempre se
el inferior estaba bastante afilado y endurecido con el fuego. Había podido comprobar Ir Baal
que no solo se servía de él para caminar, también lo usaba para varear a los toros e incluso
Tras varios meses, Ir Baal prácticamente estaba mimetizado con aquella rutina. Esa
familia había conseguido que el forastero sintiese que ahora era menos forastero, ahora se
consideraba parte de esa familia, ahora habían desaparecido los miedos. Reflexionaba al
respecto y le costaba entender cómo un desconocido podía ser tan bien acogido y se le
permitiese con aquella naturalidad compartir su comida, su trabajo, sus bienes y en definitiva su
vida. Concluía siempre sus reflexiones con una idea que cada vez tenía más clara: sus
afectuosa terminaron por conformar en Ir Baal aquel fuerte sentimiento de pertenencia hacía
aquella familia.
Ese día, ese fatídico día, estaba siendo especialmente caluroso. Ir Baal comentaba con
Ortro los acontecimientos de la jornada, sentados en las cercanías de la casa. La noche mostraba
un cielo azul salpicado de estrellas y una brillante luna creciente. Los hijos de Ortro ya se habían
despedido antes de ocupar sus lechos de pieles. El agobiante calor cedió y una agradable brisa,
humedecida por la cercanía del mar, hacía que los interlocutores disfrutaran de esos momentos
que, aunque breves, eran especialmente agradables. La mujer asomó la cabeza por la cortina de
la entrada para comunicarle su intención de retirarse a descansar. Ortro e Ir Baal cruzaron sus
miradas y con un gesto cómplice decidieron entrar en la casa para sumarse al descanso con el
resto de la familia.
Ir Baal no conseguía conciliar el sueño, dentro de la choza y con el hogar tan cerca, el calor
volvía a ser agobiante. Vueltas y vueltas en el lecho, ahora nada confortable, y el sudor, y el
desvelo, lo llevaron afuera buscando en la intemperie algo de sosiego. Se recostó entre unas
yerbas secas. El cielo estrellado, la agradable brisa y la serenidad de sus sentimientos hacia
aquella familia condujeron al fenicio a un profundo relajo que difuminó su nivel de conciencia
Pero el sueño se volvió inquieto, soplaba aire, mucho aire, era viento, mucho viento, se
despierta, abre los ojos, no puede, la arena se clava como agujas en su piel, se cubre la cara con
sus manos, camina con dificultad, no entiende, no puede, ¿qué pasa?, ¿qué está pasando?, y el
viento soplando, silbando, y las hojas volando, y las ramas quebradas, y la desorientación, y la
dificultad para moverse, y las hojas volando, y las ramas volando, y la oscuridad, el temor, el
miedo, y la dificultad para andar, ¿adónde?, ¿hacia dónde?, busca refugio, protección, entra en
la casa, blanco, humo blanco, humo denso, se asfixia, tose, humo blanco, humo denso, niños,
familia, asfixia, asfixia, muerte, desesperación, asfixia, tose, tose, llora, sale para respirar y
encontrarse con la ausencia de su familia, con la muerte de su familia, con la soledad. El viento
El desolado Ir Baal comienza a deambular de aquí para allá. No sabía que pensar, qué decir,
ni qué hacer. Solo una inmensa tristeza invadía su alma y su existencia. Irremisiblemente estaba
invadido por un profundo sentimiento de orfandad. Aquel vendaval había acabado con su familia.
Nunca habría imaginado que las hojas y las ramas hubieran taponado la salida del humo, ese
humo blanco asesino de sus seres queridos… «Al menos murieron dormidos», trataba de
Por suerte aquella comunidad entendía al antes forastero y se le ofrecía todo tipo de
ayuda. Ir Baal solo permitió que liberasen el agujero de la techumbre que había sido cubierto por
comida, consejos e invitaciones hacían difícil el único objetivo del fenicio. Sólo quería estar solo.
Sólo quería llorar su pérdida. Sólo quería sumergirse en las negras profundidades de su soledad.
La emisaria de las ancianas propuso a Ir Baal que las pompas funerarias se hicieran al modo
de las actuales costumbres del poblado y no como las celebraban sus antepasados. Dejaron bien
claro que así lo harían si el doliente no quisiera celebrarlas según las costumbres de Tiro, su
ciudad natal. Ir Baal asintió con la cabeza y dejó hacer. Al fin y al cabo, su nueva y fallecida familia
era de Bailo y como tal debía tratarse. En Tiro hacía muchos años que no usaban la incineración,
consideraban que era una costumbre poco evolucionada e incluso poco higiénica. Solo pidió no
utilizar en la cremación la ustrina pública. Se comprometió a preparar una específica para todos
Recordó que cerca de la verde colina donde guardaban los animales, por donde las cabras
pastaban mientras se limpiaba el corral, le había llamado la atención una ancha hendidura que
la erosión había construido en una formación caliza. Pensó en ese accidente geológico como una
excelente ustrina que permitiese la cremación de los cinco cadáveres. Entonces sí pidió ayuda.
Vecinos y conocidos pasaron gran parte del día rellenando aquella oquedad natural con troncos
y ramas secas, para convertirla en una ustrina digna y adecuada para la familia fallecida.
Todo estaba preparado. Ir Baal solo cubrió los cadáveres con una túnica púrpura como
solían hacer en Tiro. Los últimos rayos de sol desaparecieron por poniente, casi a la vez que el
fuego comenzaba su inexorable misión: consumir los cinco cuerpos que habían sido portadores
de cinco vidas. Ir Baal, sentado en una piedra, quizás demasiado cerca de la abyecta hoguera,
miraba sin mirar ese todo del que se consideraba parte. Sus ojos, secos por tanto dolor, no podían
humedecer el páramo en el que se había convertido su alma. El olor a carne humana quemada
se gravó (con uve de gravedad) en lo más profundo de su rinencéfalo, ese lugar del cerebro que
conserva de forma inconsciente pero indemne todo el recuerdo filogénico de la especie humana.
Pasó la noche inmóvil esperando sin esperar que las llamas cumpliesen a la perfección el
papel que se les había asignado en esa representación macabra. Con las claras del día,
prácticamente hasta los rescoldos habían desaparecido, como habían desaparecido los cuerpos
de los difuntos, como había desaparecido aquel todo del que se consideraba parte; una parte
que volvía a ser eso, una parte, otra vez solo, otra vez triste y otra vez abatido.
Descendió hacia lo que hasta entonces había sido su hogar. Eligió la orza de mayor tamaño
e introdujo una a una las que él creyó que eran las pertenencias más representativas de la familia.
Fíbulas y brazaletes de la mujer. Arpón, anzuelos y honda de su amigo. Algunas figuras pequeñas
que el padre había tallado con esmero para sus hijos. Incluso ese arpón de hueso que él mismo
Cargó con la vasija hasta la ustrina y con sus propias manos entresacó los restos óseos que
el fuego no había hecho desaparecer. Uno a uno fue depositándolos en el interior de la orza,
propias manos la arena cubierta por esas hojas secas de los pinos. Consiguió un agujero
suficientemente profundo como para albergar la grisácea vasija bruñida, que contenía todo su
pasado reciente. Reforzó las paredes del agujero con piedras e introdujo la orza. La tapó con una
piedra plana moldeada por la erosión del mar cercano y terminó de cubrirla con la misma arena
que antes había extraído. Coronó la tumba con una rama en forma de Y donde colgó el amuleto
Acompañado de su soledad, pero esta vez despojado de sus temores por el encuentro con
gente desconocida, se dirigió hacia los caminos del norte de la ciudad que lo había acogido, por
donde desaparecían las carretas y las bestias cargadas con los enseres que desembarcaban en
aquellos rudimentarios pantalanes y que sin duda procedían de su ciudad natal, Tiro. De nuevo
Aferrado al cayado de Ortro y con el lazo que le regaló su amigo el remero griego atado a
sueño. La conversación con Payá había despertado en él una necesidad imperiosa. Debía hacer
partícipe de sus sentimientos a su amada Nasila. Elaboraba mil y un planes para construir las
condiciones idóneas. Elaboraba mil y un discursos con los que transmitir sus sentimientos a esa
preciosa mujer. Él nunca había comenzado una relación así, hablando directamente de sus
sentimientos, siempre había sabido manejar las relaciones de tal forma que los signos no verbales
de ella le mostraban el camino hacia el acercamiento o hacia la distancia. Sabía cuándo insistir y
cuándo desistir. Con Nasila estaba perdido, no acertaba a diferenciar entre la cortesía
horas había invertido enredado entre las formas, los proyectos, las ideas, los sentimientos, los
temores y las fantasías que modulaban su auténtica realidad. Aunque le pesaba el cansancio, el
desasosiego interior le hizo levantarse de la cama como si se le hiciese tarde para llegar a tiempo
a su vida.
órdenes y la visita del embajador interesándose por cómo se adaptaba a sus nuevas tareas,
fueron más que suficientes para que Guirval saliese de su laberinto mental y se topara de bruces
con su realidad cotidiana. Acompañaba al embajador a la salida cuando unos suaves golpes
anunciaron otra visita. El coronel abrió la puerta con la doble intención de despedir al embajador
y atender a la persona que solicitaba ser recibida. La imagen al abrir la puerta lo dejó perplejo,
sin palabras. El olor de esa mujer ya se había convertido en característico. Balbuceó algo parecido
a una despedida mezclado con algo parecido a un «adelante». Por más que se esforzaba en
aparentar normalidad, su actitud, sus gestos y su cara evidenciaban todo lo contrario. Nasila
saludó al embajador y accedió a acomodarse en el despacho mientras Guirval cerraba la puerta
y se disponía a ocupar su lugar. Estaba bellísima, un vestido de seda verdemar cubría su cuerpo
sin disimular la silueta. Le llamó especialmente la atención el hiyab que cubría el pelo, del mismo
color que el vestido. No era frecuente que Nasila usara esta prenda. Guirval pensó que
armonizaba su belleza.
Con una sonrisa forzada y tratando de obviar, sin conseguirlo, la sequedad de su boca y el
acondicionado, el coronel se interesó por el motivo de su visita. Nasila no advirtió los signos de
inquietud que mostraba su interlocutor porque ella se concentraba en ocultar los suyos propios.
No sabía cómo hacerlo a pesar de haberlo ensayado en el espejo en repetidas ocasiones. Como
pudo explicó de forma poco entendible el motivo de la invitación que ofrecía al coronel
embajada. Había sido invitado como señor Guirval, como amigo de Nasila, como hombre, como
hombre cercano a la hija del anfitrión, el padre de ella. ¿Como acompañante?, se preguntaba y
se repetía una y otra vez. Inmerso en este pensamiento, casi no prestaba atención a las
porque ella le había hablado de él y de su interés por él. Le explicaba que su padre era el dueño
de una empresa de seguridad que a lo largo de los últimos seis años había conseguido abrir
mercado en varios países árabes, en algún otro país balcánico e incluso en algún país europeo, y
esto le había reportado pingües beneficios y fama más allá de las fronteras del Líbano. El coronel
Los diez días que faltaban para la recepción parecían una eternidad. Los días no pasaban y
las horas se enlentecían a la vez que aumentaba la ansiedad en el coronel. Los encuentros en la
embajada eran cada vez más cercanos y los cruces de miradas más cómplices. Convenció a Nasila
para que lo acompañara a comprar un traje adecuado para la ocasión. Los contactos físicos eran
cada vez más frecuentes y el espacio vital entre ambos se redujo considerablemente.
El boato, el dorado, los grandes tapices y el color azul competían por sobresalir en
aquella mansión donde no cabía el más mínimo descuido que empañara la excelencia que
imponía el anfitrión. El salón principal, iluminado por una majestuosa lámpara de araña, lucía en
Los invitados que ocupaban el salón en número considerable departían en un tono de voz
forma muy especial. Prácticamente no había hecho otra cosa desde que llegó. Guirval saludaba
a las personas que les presentaba Nasila, que parecía encantada de mostrar a amigos y familiares
a su acompañante el coronel. Estaba pletórica, bellísima y sin duda brillaba con luz propia. Guirval
Faruk Shaid (así se llamaba el padre de Nasila), llamó la atención de su hija y esta hizo lo
propio con una ligera presión en la mano de Guirval, que quedó momentáneamente confundido.
Solo unos segundos después y mediante una sonrisa cómplice de su compañera, se pudo percatar
de la invitación que Faruk les hacía señalando con su mano la puerta de doble hoja a donde se
dirigía y que estaba custodiada por lo que sin duda parecía un miembro de seguridad del
anfitrión. La hija y su acompañante lo siguieron. Sus miradas se cruzaron dejando de manifiesto
su sorpresa.
La magnifica puerta, tallada con gusto en madera de cedro, daba acceso a una estancia
que el coronel no tuvo nada fácil definir. La primera impresión fue que estaba ante una
espléndida biblioteca, pero pronto observó con gran perplejidad algo similar a una exposición de
datadas que daban al contexto un aire entre biblioteca y museo que despertó en el coronel
preguntas, asombros, sorpresa y admiración. Todo se disipó cuando ella le dijo al oído que era
allí donde pasaba la mayor parte del tiempo que no estaba en la embajada.
Faruk Shaid, con una amplia sonrisa, invitó a la pareja a acomodarse en un sofá tresillo que
rodeaba a una mesita de nuevo magníficamente tallada, esta vez en madera de abedul. Con un
gesto sugirió al sirviente que abandonara la sala. El anfitrión, mientras servía el té, explicaba a
Guirval lo que este ya sabía: la inauguración de la primera sucursal en Estados Unidos. Con voz
grave, pausada y en perfecto castellano, le relató con todo lujo de detalles cómo la empresa se
Orgulloso le confesó que ya contaba por cientos el número de empleados. La dimensión de las
finanzas, los protocolos, la logística, la organización y la posible expansión, hacían que el que
hablaba se sintiese cansado, abrumado y en cierto modo desbordado. Le aclaró que siempre
pensó en su única hija para dirigir todo este proyecto. Aseguró que no le faltaba ni inteligencia
ni capacidad, pero señalando con las manos la estancia, afirmó que no había podido convencerla,
y con tono resignado confesó que aceptaba la entrega de Nasila a su verdadera pasión: la arqueo-
antropología y el interesante estudio de sus ancestros. Relató que desde que murió la madre,
cuando Nasila solo contaba con doce años, él se había sentido muy solo y procuró dar a su hija la
que no quería nombrar otros aspectos de esa atracción por respeto a ambos.
Guirval exhibió una amplia sonrisa mientras sentía cómo mil hormigas recorrían todo su
cuerpo y confesó que Nasila había entrado sin anunciarse, como un soplo de aire límpido en su
vida y en su corazón. Nasila, con los ojos vidriosos embargados por la emoción, no pudo por más
que tenderle su mano, buscando la suya para regalarle un hermoso beso en la mejilla, que hizo
enrojecer a Guirval y reaccionar al padre cogiendo la taza de té para apartar la mirada. Faruk
Shaid, no quería desviar el tema de su verdadero objetivo, que era ofrecer al coronel la gerencia
—Le aseguro, coronel, que me interesa más este encuentro que todo lo que está pasando ahí
fuera en la celebración.
Faruk Shaid, con parsimonia, explicó a la pareja el motivo de su interés. Había decidido
ofrecer a Guirval la gerencia de la empresa y lo quería hacer en presencia de su propia hija. Hizo
hincapié en que la oferta no estaba ligada, de ninguna manera, al futuro de la relación que
pudiera tener con su hija. Eso sería cosa de ellos y él no iba a opinar al respecto. Pensaba que la
oferta era vital para su futuro y por tanto le pedía que se tomase el tiempo que considerara
necesario.
La recepción concluyó. A la vez se abría una puerta que daba entrada a un espacio
militar le provocaba verdadero desasosiego. De otro lado, la relación con Nasila cambió de forma
ostensible. Había pasado de las dudas sobre si era correspondido en sus sentimientos a la certeza
Un impulso irrefrenable llevó a Guirval a organizar una visita oficial a la base Miguel de
Cervantes para encontrarse con su amigo Payá. Conocía la historia y necesitaba ponerle al día de
todas las novedades. No solo las entendería y opinaría, sabía que el hecho de escucharse a sí
mismo, sus propias dudas y en definitiva la encrucijada en la que estaba envuelto, le ayudaría a
El helicóptero tigre se posó en la zona adaptada para esta maniobra en la base militar y el
coronel fue recibido por Payá que, tras un afectuoso saludo, lo acompañó al encuentro con el
mando de las instalaciones. Entregó las misivas que le habían confiado el mando de la OTAN, el
jefe del Estado Mayor de la Defensa y el embajador de España en El Líbano, su actual jefe.
Al fin consiguieron encontrar un lugar tranquilo en donde, solo los dos, frente a frente
pudieran mantener sus confidencias a salvo. Guirval, de forma ansiosa pero no atropellada, contó
con todo lujo de detalles la recepción a la que fue invitado por el padre de Nasila, Faruk Shaid.
Precisó, no con menos detalles, la oferta del padre de Nasila, y sin profundizar en momentos
Payá aprovechó una larga pausa que entendió como un silencio reflexivo y se explayó.
—Mi querido amigo —dijo en tono suave, dando tiempo a ese mecanismo lógico-
primer lugar, creo que debieras reflexionar detenidamente sobre tu futuro profesional. De un
lado tienes una carrera militar impecable e imparable que te asegura un brillante futuro. De otro
lado, la dirección y gerencia de una empresa de seguridad de esa envergadura te permitirá vivir
más que desahogadamente y tu prestigio internacional te abrirá puertas solo al alcance de unos
pocos.
El coronel seguía en silencio las palabras de su amigo tratando de ordenar sus propios
entiendo que la relación con mercenarios y la idiosincrasia que los define será inevitable —hizo
una pausa consciente permitiendo a su interlocutor el tiempo que consideraba necesario—. Igual
me equivoco, pero estoy convencido de que algunas de las actividades de este tipo de empresas
discurren por caminos demasiado cercanos a veces de las líneas que separan lo lícito de lo ilícito.
Guirval seguía con su mirada perdida pero su atención centrada. Asentía rítmicamente con
la cabeza como descubriendo aspectos en los que hasta entonces no había pensado.
—Veo con satisfacción que la relación con Nasila se está convirtiendo en algo más serio, y
créeme que me alegro por ti, pero… —hizo Payá un silencio medido y continuó— esa cuestión
tiene algunas derivadas. Uno —dijo mostrando el dedo índice—, tendrás que abordar tu vínculo
formal con Lidia y por tanto con tu suegro. Dos —mostrando ahora dos dedos, prosiguió—, ¿tu
nuevo jefe será tu nuevo suegro? —evidentemente era una pregunta retórica y así lo entendió
El coronel seguía las palabras de su amigo con toda atención, pero solo provocaban en él
—No puedes olvidarte, aunque sea menos importante, de la embajada, del embajador y
de tus misiones oficiales. Por último —dijo abriendo de par en par sus dos manos—, tendrás que
diseñar una estrategia. Son decisiones concatenadas. Cada una de ellas te llevará a la siguiente y
dudas y reflexiones que tenían lugar en la cabeza de Guirval. Payá rompió ese silencio.
—Hay algo que nunca quiero que olvides. Siempre estaré a tu lado decidas lo que decidas.
El coronel no pudo por más que agradecer a su buen amigo la acogida, la comprensión y
Payá, por su lado, se preguntaba si habría ayudado a su amigo. Era su propósito, pero no
tenía claro si su intervención generó aún más dudas en el coronel de las que ya tenía antes de la
charla.
Tras el largo y efusivo abrazo de los amigos, el helicóptero tigre se elevó suavemente
acompañado del sonido característico del motor, agitando las hélices y el rotor de cola.
Aquella noche resultó difícil para Guirval conciliar el sueño. Sus ideas se desplazaban por su
cabeza casi a la misma velocidad que las manillas del reloj se desplazaban por su monótono
recorrido. Solo reaccionó cuando el alba saludaba al nuevo día. Le había pasado desapercibida la
lejana llamada a oración del almuédano desde el minarete, que tanto le molestaba en los
primeros días.
Guirval ya había decidido. El primer paso sería compartir con la bella Nasila sus dudas y
preocupaciones. De algo casi no tenía dudas, ambos compartían la misma atracción. A pesar de
todo, las palabras de Payá resonaban con fuerza: «¿Tu nuevo jefe será tu nuevo suegro?».
Marabouta, en pleno Hamra Street, se sonrojaba pensando en la otra reserva que solo él conocía.
Había imaginado que la velada bien podría concluir en una romántica habitación de hotel, y así
podría comprobar «los límites» de la moral sexual de la atractiva Nasila. Esbozó una leve sonrisa
imaginándose en esa habitación del hotel Le Bristol Beyrouth, situado a unos cuatrocientos
encontrar la ubicación del coronel. Cuando sus miradas se encontraron, Nasila pudo comprobar
que su esmero en arreglarse para la ocasión consiguió el resultado apetecido. Daba por bien
empleado el tiempo que invertía en arreglarse tras el tiempo invertido en su higiene personal.
de tus partes íntimas hablará por ti», repetía la madre. Guirval aún seguía impactado al
contemplar aquella bellísima imagen. Un vestido rojo cubría hasta los pies su cuerpo dejando al
descubierto solo su hombro derecho, pero sin disimular aquellas curvas que atentaban contra la
naturaleza. Una infinita abertura en la parte delantera del vestido no solo permitía caminar a
Nasila, además mostraba desde los tobillos hasta donde permitiese la imaginación del
impresionado observador. El pelo negro que la mujer acabó de descubrir transformando el hiyab
en fular, impecablemente recogido, resaltaba aún más esos ojos aceitunados de mirada límpida
y profunda.
Tuvo Nasila que caminar hasta el borde de la mesa para que Guirval reaccionara y al fin se
Durante la cena los camareros, los otros comensales, el restaurante y la avenida Hamra
Street se difuminaron y poco a poco dejaron de existir para la pareja. Solo sus miradas y solo a
Tras la cena, pasearon por la avenida con sus brazos acoplados en la cintura del otro,
armonizando su caminar como si de un solo ser se tratase. La marcha solo se detenía cuando sus
Que fácil para Nasila no hacer preguntas. Que fácil para el coronel no dar explicaciones.
Que fácil para la pareja culminar la velada con una noche inolvidable de sexo, lujuria, ternura,
encuentro dispuesto a celebrar con su amigo las decisiones que él consideraba dignas de
compartir. Cambiaría su vida como habían cambiado sus sentimientos. Ahora sí estaba seguro y
En su despacho el coronel gestionaba los asuntos con otra disposición. Daba las órdenes y
atendía llamadas y requerimientos siempre con una sonrisa y de muy buen grado. La vida le
sonreía, lo paseaba en volandas y se sentía en buenas manos. De vez en cuando la vida te ofrece
salidas amables y sanadoras, pensó. El teléfono sonó, pero esta vez parpadeaba la luz que
—A sus órdenes —contestó, pero solo respondió el silencio—. Dígame, señor embajador
—insistió.
teniente de navío Pablo Payá viajaba en uno de los cuatro BMR que formaban el convoy. No
Guirval no pudo articular palabra. La imagen amable de su amigo inundó toda su conciencia
y no le permitía ver nada más. Como con un impulso descontrolado saltó de su asiento para
dirigirse al despacho del embajador que invadió bruscamente para informarle, sin solicitarle el
preceptivo permiso, de que en ese instante se desplazaría a la base. El embajador se ofreció para
acompañarle, pero el coronel lo disuadió esgrimiendo que la base en esos momentos era una
zona caliente.
proteger a los compañeros que habían sufrido el atentado. Se sumó a la expedición y por el
camino le informaron de los hechos. El destacamento hindú que visitaron en otra ocasión con el
veterinario había sido atacado y las torres de comunicación fueron destruidas, por lo que estaban
aislados. El teniente de navío Payá transportaba el material necesario para restablecer las
comunicaciones cuando fue atacado. El BMR en el que viajaba Payá fue alcanzado por una
Cuando llegó Guirval al lugar del atentado, los supervivientes del convoy siniestrado se
afanaban por rescatar de entre los retorcidos restos del vehículo los trozos humanos amputados
por la metralla de los tres ocupantes del BMR alcanzado. Guirval buscaba como un poseso entre
los fragmentos humanos aquellos que pudieran pertenecer a Payá. Con la cabeza de su amigo
entre sus manos y con la mirada fija en la cara desfigurada, Guirval se arrodilló y su búsqueda
cesó.
Qué injusta, qué desigual y qué cruel la batalla entre esas dos guerreras implacables: la vida
y la muerte. La una abriéndose paso hacia la supervivencia a dentelladas secas y calientes; la otra
con su guadaña asesina, separando parte a parte lo vivo de lo inerte. La vida seduciendo, amando,
una y la otra, entre lo por venir y lo acabado, entre lo discreto y lo exagerado y tu ahí, muerto y
acabado.
tropa, mandos y oficiales de la base militar Miguel de Cervantes, cuya bandera ondeaba a media
asta en señal de luto por la pérdida de los tres militares. Las agudas y castrenses notas de la
formación militar. Las lágrimas de Guirval no conseguían deshacer la posición de firmes que
mantenía.
Cuando las salvas sonaron tras el final del toque de silencio, el silencio se volvió a instaurar
Había pasado un año desde que abandonó su tierra natal y… ¡parecía tan lejano! La imagen de
Jezabel se había difuminado tanto que casi había desaparecido. No era así con la familia de
Ortro… ¡estaba tan presente! La monotonía de su caminar sin el desasosiego de sus primeros
pasos por estas tierras y el monótono camino, ayudaban a que Ir Baal se perdiera entre sus
recuerdos lejanos y recientes sin tener conciencia clara de hacia dónde le conducían aquellos
monótonos pasos.
Tras dos días de aburrido caminar, solo se había cruzado en una ocasión con una caravana
de porteadores que volvían con su carga a Bailo. Su estómago empezó a protestar por la falta de
alimentos y los pensamientos del caminante se volvieron carnívoros. Decidió apartarse del
camino y aproximarse al monte bajo que precedía a un bosque cercano. Con todo el esmero que
pudo, preparó el lazo corredizo que portaba en la cintura y con empeño hundió la estaca en el
suelo mientras se acordaba, con nostalgia, de su amigo el remero griego. Simuló la trampa lo
mejor que pudo y se escondió a una prudente distancia. Esperaba agazapado el paso de cualquier
retorciéndose en el suelo e intentando liberarse del lazo trampa. Ir Baal corrió hacia la incómoda
escena para terminar con el sufrimiento del animal, pero… el sufrimiento terminó con el animal.
Cuando llegó al lugar no podía salir de su asombro. Ir Baal miraba alternativamente en un intento
de descifrar aquello que le proponían sus ojos: en el suelo, el animal inerte sujeto por el lazo y
con una pequeña saeta clavada en el lomo. De pie, a un par de brazas del jabato, un muchacho
El muchacho fue transformando su gesto de sorpresa en una amplia sonrisa. Llevaba atadas
su cintura cuatro hermosas liebres, y con un gesto amable separó sus dos brazos con las palmas
de las manos hacia fuera, mostrando de esa forma que entendía bien lo ocurrido. El fenicio
devolvió el gesto y la sonrisa se convirtió en carcajada. Entre los dos habían capturado la presa
Ir Baal, con soltura en el lenguaje que tras un año ya casi dominaba, explicó al joven su
situación y este lo invitó a compartir la comida con su familia. Su poblado no estaba a más de
media hora de camino. Aceptó la invitación, cargaron la «pieza» y se dirigieron hacia la aldea.
Era un poblado pequeño, bastante más pequeño que Bailo, pero no tanto como los
primeros que encontró tras su desembarco cerca de Malaca. Las casas, de estructuras similares
a las que ya conocía, presentaban una distribución entre ellas un tanto irregular. La familia del
joven muchacho, como ya había previsto Ir Baal, era amable y acogedora, y pronto compartieron
Bailo y permaneció en silencio y pensativo. El que sin duda era el cabeza de familia invitó al
visitante a desplazarse hacia un lugar más adecuado donde poder ilustrar al caminante sobre los
posibles destinos. Alisó el suelo, ya liso, y con una rama bien seca y adaptada dibujó en la arena
duda hasta llegar a Iripo. Parecía, según las explicaciones, que se trataba más de una intersección
de caminos que de una población. Sería allí donde tendría que decidir definitivamente sobre su
destino.
Tras descansar esa noche sobre pieles y comer por la mañana algunas viandas, se despidió
del joven y su familia agradeciendo su hospitalidad. Inició la marcha esta vez con un caminar más
animado.
actividad y el trasiego que tenían lugar por aquellos lares. Personas cargadas de fardos, carretas
de distintos tamaños y animales de carga transitaban por los caminos en todas direcciones. Para
terminar de situarse preguntó hacia dónde se dirigían los distintos caminos. En realidad, desde
que dejó Bailo pensaba en ese fantástico lugar que describió su amigo el remero griego.
Le explicaron que aquella ciudad no era un destino posible para la estancia de ningún
forastero. La gente se acercaba para cualquier asunto de negocio pactado previamente o salía de
la población con las mismas intenciones comerciales. El trueque se realizaba siempre en las
cercanías de la ciudad para evitar que accediese a ella nadie que no fuera ciudadano de Tarsis.
Tras recibir aquella información, no tuvo dudas. Hacia allí dirigiría sus pasos.
al tercer día prácticamente viajaba solo. Los esporádicos grupos con los que se cruzaba en nada
cuanto al número de personas, los vestidos que portaban y la actitud que mantenían. Se le
Para Ir Baal, pasaba el tiempo convirtiendo los días en rutina. Caminar de día, descansar
cuando el sol se pone y cazar al alba, cuando los animales acuden a sus abrevaderos naturales,
pequeño río de tres o cuatro brazas de ancho. Era un valle suave y agradable. Las elevaciones
montañosas que daban lugar a dicho valle, a ambos lados del río, permitían el tranquilo discurrir
bosques de sauces, olmos y chopos adornaban y pintaban de verde las suaves laderas y los
meandros aportaban, a veces, verdes praderas de un verde más vivo que el verde de las laderas.
Habían pasado ya casi dos semanas desde que dejó atrás Iripo, y no encontraba ningún
ese lugar con el agua tan cerca y lo agradable del entorno se sentía tranquilo y seguro. En una
curva del camino que acompañaba a un meandro del río, le pareció escuchar algo parecido a los
sollozos de una mujer. Aceleró el paso para ver lo que sucedía tras aquella curva. Los árboles no
le dejaban ver. Cuando consigue ver, la sorpresa lo paralizó, el miedo lo alertó y la ira lo desbocó.
Cogió un canto rodado, bien pulido por la acción de la corriente y del tamaño casi de una naranja.
Lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el hombre que, de cara a él, sujetaba el cuerpo de la mujer
que casi no se movía. Con un grito desgarrador, exhalado por la ira, corrió enloquecido con el
cayado en ristre hacia un segundo hombre que, de espaldas a él y sobre el cuerpo medio desnudo
de la mujer, se volvía para descubrir el origen de ese grito casi animal. Justo en el momento en
que se giraba, Ir Baal acometía con la punta del cayado de su amigo Ortro que penetró en el
cerebro de aquel hombre por el agujero óptico tras explotar el globo ocular. La mujer, en el suelo,
se giró para adoptar una posición fetal, mostrando así su absoluta indefensión.
Ir Baal, de pie, inmóvil y con la piel erizada por la acción de la adrenalina, trataba de
entender la escena. Cinco o seis hombres esparcidos por el suelo con posturas antinaturales
vestían ropajes similares de color verde que sugerían uniformidad. Evidentemente estaban
muertos. El rojo de las manchas de sangre, menos roja de lo que él pensaba, salpicaban como
tulipanes negros el verde prado. Una carreta, distinta a las que hasta entonces había visto, con
dos hermosas bestias que la sujetaban, resoplando inquietas con gráciles movimientos de sus
cabezas, lucía espléndida junto a los cuerpos. Seis varales verticales sujetaban una especie de
palio de seda turquesa. El interior de la carreta forrado de pieles muy bien curtidas y el exterior,
A su lado derecho, en el suelo, un cadáver con los ojos exageradamente abiertos mostraba
su hueso frontal quebrado, por donde se podía ver su masa encefálica. A su izquierda, otro
hombre yacía boca arriba con el cayado firmemente insertado en su cerebro. A su espalda, en el
suelo y en posición fetal, la mujer esperaba con un sordo sollozo el fatal desenlace.
segundos, minutos, el tiempo se detuvo y la escena se congeló. El resoplido de las bestias que
— ¿Qué quieres de mí? —preguntó la mujer elevando un poco el tono de su voz, pero sin
Ir Baal no podía pensar en nada. No quería. Edereta cambió los sollozos por la extrañeza.
No sabía qué decir, qué pensar y qué esperar. Intuía al hombre inmóvil, meditabundo, y muy
lentamente deshizo la posición fetal para comprobar la presencia inerte y así entender algo mejor
la inactividad de aquel hombre, que la había liberado de aquella situación tan indeseable.
Edereta, aún con su voluntad quebrada y su autoestima desvencijada, intuyó que, entre las
intenciones de aquel hombre desconocido no estaba la de dañarla aún más. Insistió y rozando su
—¿Quién eres?
Ir Baal se giró lentamente sin deshacer las cuclillas hasta que sus miradas se encontraron e
—Jirbal, de Tiro.
¿Quién era aquel hombre tan parco en palabras y de nombre extraño?, pensó Edereta.
Cuando se cruzaron las miradas, intuyó que estaba tan impactado como ella.
—¿De dónde eres? ¿Hacia dónde te diriges? —preguntó con voz tremulosa.
Edereta, casi en un intento de animarlo, sin pensar que quizás ella era quien debía ser
animada, le explicó que volvía de Iripo. Fue a conocer a su sobrino. Hacía seis meses que su
hermana gemela tuvo su primer hijo. Se dirigía hacia Tarsis, donde vivía en el palacio real junto
al resto de su familia. Ante la cara de extrañeza del fenicio, aclaró que su padre era Argantonio,
hijo de Argantonio, y esto fue lo que terminó de desorientar a Ir Baal. En un intento de resolver
la situación en lo posible, ofreció a la mujer subir a la carreta para continuar camino a su hogar
fuera el que fuere. Ella negó rotundamente explicando que volvería a estar en peligro y esta vez
sin la protección de la guardia real. A cambio propuso que marcharan evitando el camino y sus
peligros. Ir Baal pensó que sabía lo que decía y que era mejor conocedora de aquellos caminos
que él.
Así caminaron durante dos jornadas evitando el sendero y evitando el contacto con otros
caminantes. Escondidos y atemorizados escogían los lugares más ocultos para descansar y así
evitar a los salteadores de caminos. Tuvieron que sortear lomas y arroyos de torrentera que
confluían en el río al que se acomodaba el camino. Edereta explicó al Tirio que, tras la elevación
montañosa que lucía al frente, podrían divisar por primera vez Tarsis.
Hacia allí se dirigieron y con no poco esfuerzo consiguieron coronar la elevación montañosa
a la que se refería Edereta. El sol ya había superado el zenit y comenzaba su inexorable caída.
—Aquello es Tarsis. Allí está mi casa. Ya estamos a salvo –dijo Edereta mientras se sentaba
El ángulo de incidencia de los rayos del sol sobre Tarsis emitía un ángulo de reflexión hacia
la posición de Ir Baal que ofrecía una imagen espectacular. Era un círculo dorado muy brillante,
tanto que parecía de oro. Estaba rodeado de otro círculo plateado que se perdía por su parte
suroeste en el mar abierto. Por el noroeste conectaba con el ancho río que se escondía entre los
valles.
Consciente Edereta del impacto que la imagen había provocado en Ir Baal, se forzó en
—Como ves, la ciudad de Tarsis es una isla rodeada por los dos grandes brazos en los que
—La gente que no conoce bien la ciudad cree que es de oro porque solo ha visto esta
imagen. Lo cuentan a otras personas y estas a otras y así Tarsis termina siendo la ciudad de oro.
El tirio asentía aún incrédulo, sin apartar la vista de la espectacular imagen. La mujer
—La realidad es que los tejados de las casas están fabricados con planchas de dura arcilla
muy resistente al agua por su acabado vítreo. Esta arcilla es muy rica en pirita y calcopirita, dos
minerales que reflejan la luz solar de la forma que estás viendo. Cuando el sol o el observador
Beirut
14 de febrero, año 2007
El coronel Guirval ya no era el coronel Guirval. Se había convertido en el señor Guirval, gerente
de Faruk Security. Al menos así lo corregía cada vez que en la agencia le llamaban coronel. La
construyó un magnifico edificio que albergaba su gran mansión y la sede central de Faruk
Security.
Guirval caminaba cada día unos doscientos metros por La Corniche para adentrarse en el
campus de la Universidad Americana de Beirut, que conectaba con el barrio de Hamra. Unos
salón, amplio y funcional, conectaba con una luminosa terraza donde diariamente Guirval podía
contemplar cómo el mar Mediterráneo engullía el sol de poniente dando sentido al nombre de
la torre de apartamentos. Se imaginaba Guirval que allí donde desaparecía el sol, en el otro
extremo del Mediterráneo estaba su Sevilla natal, su cortijo infantil, la tierra que lo vio nacer. Era
un momento nostálgico que a veces humedecía sus ojos, pero siempre resultaba placentero.
Podía sentir que la distancia que lo separaba de sus orígenes no era tan insalvable.
Aquella mañana, Nasila despertó tras una noche poco reparadora. No tenía claro lo que le
estaba pasando. No se podía concentrar en lo que realmente llenaba su vida hasta que conoció
al coronel. Esa noche habían quedado para cenar juntos en el apartamento de La Corniche y por
la mañana tenía una entrevista con la doctora Aubet para dar forma al museo arqueológico que
de Al Bass. Esta entrevista era especialmente importante para Nasila. Era un proyecto donde se
implicaban los arqueólogos más reconocidos en el estudio de las primeras poblaciones del
sentirse ilusionada y orgullosa. Y lo estaba, pero ahora no podía apartar de su cabeza la cita con
No tenía dudas de que se había enamorado, pero sí tenía dudas de lo que esto supondría
para su vida. ¿Cuáles serían los planes de Guirval? ¿Vivirían juntos? ¿Se lo pediría? ¿Quería ella
que se lo pidiese? ¿Pondría en cuestión su vocación profesional? Todo esto lo podía pensar
cuando no estaban juntos. Cuando sí lo estaban, ella solo lo deseaba. Vibraba con el contacto de
sus cuerpos desnudos y se emocionaba con las delicadas caricias que discretamente le
dispensaba cuando la situación exigía compostura. Siempre, estando juntos o separados, debía
llevar repuesto en el bolso de su prenda más íntima empujada por esa tendencia, casi obsesiva,
a la higiene de su cuerpo que su madre le había inculcado desde su infancia. Cualquier recuerdo,
imagen, olor, lugar o visión que implicara al coronel podía humedecer su intimidad.
Especialmente cuando se imaginaba esas piernas largas y bien formadas o esas manos grandes y
cálidas o esos glúteos discretamente globulosos y compactos. En esos momentos, Nasila no podía
él lo llevaba imaginando durante días. Debía quitarse el delantal y ponerse la chaqueta que
completaba el elegante traje azul marino. Cuando se abrió la puerta del ascensor para Nasila, allí
estaba él, que le ofrecía una delicada rosa roja y una seductora sonrisa. Ella desbordada le
arrebató la flor y se abalanzó a su cuello para responder con un beso poco apropiado para el
lugar donde se encontraban. Cuando llegaron al apartamento, en el salón les esperaba Mohamed
Cabernet-Sauvignon. Guirval presentó al afamado chef Reshuan, que sugirió a Nasila que
descubriera el delicado olor a pimienta que desprendía la bebida. Guirval explicó a Nasila que le
había ayudado a preparar una cena con la que pretendía simbolizar su unión. Era una comida
donde lo libanés y lo andaluz se unían. El chef se esmeraba en los platos libaneses y el propio
Cogidos de la mano, condujo Guirval a Nasila hasta la terraza. Los ojos de ella se empañaban
de emoción. La terraza estaba iluminada con una luz ambiental que no desmerecía el delicado
parpadeo de las velas que adornaban la mesa de los dos comensales. El centro floral, elaborado
minuciosamente con la flor del origami (flor autóctona libanesa), estaba rodeado de botellas de
vino. Los de Jumilla, los del valle del Bekaa, los de Jerez o el Syrah representaban la tradición
que escondía cada cubre-plato. El tabulah, con ese colorido de las distintas verduras que lo
conformaban y aderezado con los aromas de la yerbabuena y el perejil, componía una suerte de
ensalada la mar de apetitosa. El ajoblanco, con el contraste del verde de las uvas sobre el blanco
de la sopa fría, daba al tazón un aspecto que hacía la boca agua. El humus, con sus matices de
sésamo y tomillo, acompañado de tortitas de pan de pita, daban al plato una presentación
magnífica. O los maimones, que recordaban la infancia de Guirval en el cortijo, mantenían a
Nasila embobada a la vez que halagada e interesada. Sin duda, aquella se perfilaba como una
noche mágica. Por lo que conocía a Guirval, aquella noche tendría con toda certeza una
Ya en los postres, tras degustar un delicioso pastel de naranja endulzado con un Pedro
Ximénez, el chef se despidió de la pareja deseándole un feliz fin de la velada. Nasila esperaba
ansiosa este momento para agradecer en la intimidad a su amado coronel aquella inolvidable
cena. No tuvo tiempo. Guirval posó sobre la mesa, delante de ella, una caja de terciopelo negro,
de esas que suelen esconder alguna joya. A su lado depositó un pequeño sobre de color azul que
contenía una tarjeta. Nasila, abrumada por la situación, tomó la cajita y como quien abre un
tesoro la destapó. No pudo ocultar su sorpresa. Estaba convencida que encontraría un anillo de
pedida y no fue así. Su mirada, como una espectadora de un partido de ping-pong, se dirigía
alternativamente a la caja y a la cara de Guirval. Con toda la delicadeza que pudo, extrajo el
objeto de su sorpresa. Una fina gargantilla sujetaba un pequeño aro que actuaba como llavero
de tres preciosas llavecitas. Era bastante evidente que el conjunto estaba construido en oro y por
manos expertas. Nasila no entendía. ¿Cuál era el significado? Si hubiese sido un anillo habría
tenido sentido, pero aquello… Guirval señaló con su mirada el sobre azul. Nasila depositó la
gargantilla en su caja, abrió el sobre y extrajo la tarjeta que desvelaba el misterio. Allí pudo leer:
de mi hacienda y de mi vida
llamar
noche no pudo evitar lo que cada uno tenía previsto para aquella mañana. A ella la esperaban
como siempre en la embajada. Él había citado en la sala de juntas de la agencia a sus directores
Logística esperaban relajados en la sala de reuniones de la agencia al coronel, que llegó azorado
—El jefe ha recibido la petición de proteger a un jeque de Emiratos, cliente habitual de esta
agencia y signatario de suculentos contratos, por lo que huelga justificar el interés de esta
reunión.
Guirval ya controlaba mejor la situación, a la vez que captaba la atención de los cinco
—Poco sabemos del objeto y motivos de nuestra intervención. Se nos pide que protejamos
al jeque durante un encuentro que tendrá lugar en Abu Dabi. Será un encuentro de negocios en
el que nuestro cliente espera obtener pingües beneficios, pero a la vez teme que pueda ser
objetivo de un atentado.
del lugar, de las personas, del tipo de negocio y de todo aquello que nos oriente para programar
nuestra intervención.
—Planos, lugares, material, comunicaciones o distancias serán necesarios para diseñar con
—Selecciona y prepara a cuatro de nuestros mejores hombres. Sabemos que contamos con
cinco componentes de la seguridad del jeque que estarán a nuestras órdenes. Sin más, quedo a
de despedida. Al día siguiente partiría hacia Abu Dabi. Era su primera misión y quedaban algunos
inolvidable cena, su vida había dado un vuelco vertiginoso. Estaba enamorada y era
vida y necesitaba compartirlo con su amado coronel, porque para ella siempre sería su coronel.
Cuando se encontraron, Guirval no tuvo ni ocasión para saludarla, no pudo decir ni una sola
palabra. Nasila lo abrazó fuertemente y solo tenía lágrimas de felicidad. Ni una palabra, solo
lágrimas. Guirval, un tanto desconcertado, también la abrazaba sin saber exactamente lo que
estaba pasando. Al fin, entre lágrimas y con voz entrecortada Nasila repetía:
—Mi amor, tienes ante ti a la flamante comisionada para representar al gobierno libanés
en los trabajos arqueológicos de Tiro. Voy a trabajar con los profesionales más reconocidos
Bajaron sin dificultad la última loma, y cuando llegaron al canal que los separaba cuatro o
cinco brazas del portón de entrada, Ir Baal miró alternativamente a Edereta y a dicho portón
mostrando cierta perplejidad. Los vigilantes que observaban desde las almenas de la muralla
hacían gestos a la pareja exhortándolos a que volviesen por donde habían venido. Tuvo Edereta
que despojarse de las telas con las que estaba cubierta desde el incidente y gritó:
—Soy Edereta.
convertiría en puente por donde cruzó el canal la pareja. Ir Baal seguía a Edereta y sus
acompañantes por la ciudad, embelesado con las construcciones, sus colores, la distribución de
las casas, su gente, sus vestidos… Era todo tan desconocido y tan increíblemente esplendoroso
que bien podría parecer un sueño. Cuando llegaron a la escalinata que daba acceso al palacio
real, Edereta le pidió que la esperase allí para que ella pudiese contar a su familia lo sucedido
La escalinata daba acceso a la planta alta del palacio. Sus paredes estaban revestidas por
piezas arcillosas de acabado vítreo. La cara vista de estas piezas tenía la forma de una sutil
pirámide, responsable de reflejar los rayos solares desde casi cualquier dirección, inundando al
conjunto de luz.
La fachada central del palacio, orientada al sur, estaba flanqueada por otras dos laterales,
formando cada una de ellas con la central un ángulo de más de noventa grados. La orientación
del magnífico edificio conseguía que, independientemente de la posición del sol, luciera siempre
espléndido.
Los jardines que rodeaban la escalera y daban acceso a la planta baja conjugaban el verde
con el colorido floral de forma virtuosa. Inundaban el ambiente de un agradable olor y la música
la aportaba el sonido del agua de las distintas fuentes que los salpicaban.
La planta baja del palacio estaba ocupada por las caballerizas, que albergaban formidables
ejemplares y magníficos carruajes cuidados con esmero. Todo ello para uso y disfrute de la familia
real. Edereta bajó las escaleras acompañada de su hermano Culcas y de su madre Kara. Se los
Cuando despertó aquella mañana, Ir Baal seguía impresionado con todo lo que había vivido
y con todo lo que estaba viviendo. La estancia era amplia, lujosa y muy cómoda. Se rebozaba en
esa plácida comodidad cuando se giró hacia la puerta que daba entrada al aposento. Aún no
estaba del todo despierto. Aquella bellísima orza junto a la puerta no estaba allí la noche anterior
cuando lo acomodaron en aquel lugar. Ir Baal conocía bien los acabados en la cerámica, pero
aquello no lo había visto antes. Los adornos multicolores y las figuras allí representadas eran
realmente preciosas. La vasija medía más de una braza de alta. Con movimientos que recordaban
a los de un felino acechando a su presa, se acercó a la orza para examinarla más de cerca y palpar
Atónito quedó Ir Baal cuando descubrió el contenido de aquella pieza magistral. ¡Oro!, era
oro lo que contenía. Era una cantidad de oro que él no sólo no había visto nunca sino que nunca
había imaginado. Necesitaba explicaciones. Pensó que alguien debía haber cometido un gran
error.
Edereta no parecía Edereta. Estaba espléndida. Sus magníficos ropajes y su porte dejaban bien a
las claras que se trataba de la princesa Edereta. Con una sonrisa, y advirtiendo el impacto que
había causado, invitó a Ir Baal a seguirla mientras le explicaba que su madre Kara y su hermano
Culcas deseaban saber más de él. Ya conocían la historia. Ella misma le había explicado con
ocasiones había aconsejado a Edereta que no hiciese ese viaje porque podría ser peligroso.
Ir Baal, abrumado, trataba de quitar importancia a los hechos exponiendo que cualquiera
habría actuado igual en aquella situación, pero eso no evitaba que lo vieran como un héroe.
Pasaron los días e Ir Baal prácticamente ni salía de palacio ni se separaba de Edereta. Pudo
conocer mejor a la princesa. Le quedó muy claro su gusto por los caballos. Con verdadera pasión
explicaba al tirio las diferencias entre los ejemplares que le mostraba en las caballerizas, donde
apéndice del animal—. Siempre está alta y es más frondosa que las del resto de ejemplares.
Observa la cabeza, pequeña y sostenida por un cuello largo y fino que le permite mayor amplitud
de movimientos. Observa también las orejas, como verás son algo más pequeñas que las de las
otras yeguas.
Edereta se estaba refiriendo a una yegua negra, elegante y esbelta que había traído del
Medio Oriente. La comparaba con otras que eran autóctonas del lugar y que tenían el cuello más
conocimiento y la pasión con que Edereta explicaba sus características. Diría que los trataba con
amor.
consejo de su madre, a dar largos paseos por la playa. Siempre aprovechando la bajamar y
siempre escoltados por un grupo de seis guardias reales y todos a caballo. En aquellos paseos,
Edereta conseguía que su yegua preferida, a la que montaba con verdadera destreza,
emprendiese un veloz galope imposible de seguir por ninguno de los acompañantes. Era
Habían pasado más de dos semanas desde que llegaron a palacio. En las caballerizas
contemplaba embelesado. Pensaba que cada vez se sentía más cerca de la princesa, más
cómplice, más unido a ella. Edereta dejó de cepillar al animal y se volvió con gesto serio hacia Ir
Baal.
—Cuando me libraste del que tenía encima, el otro ya había acabado. Tu llegaste después.
La muerte de los guardias y la agresividad de aquel grupo de diez hombres fue brutal. Ocho de
entereza o la salvaje experiencia que vivió la princesa y que él desconocía en toda su amplitud.
Edereta contenía las lágrimas y las ganas de abrazarlo. Necesitaba sentir el afecto y la
comprensión de Ir Baal. En más de una ocasión dudaba de sus sentimientos hacia el fenicio.
Ir Baal contuvo sus ganas de abrazarla. Cada vez se consideraba más ligado a aquella mujer.
Todo esto pululaba por sus mentes mientras sus cuerpos, frente a frente, permanecían
inmóviles y sus bocas mudas. La yegua giró el largo cuello hacia Edereta e inclinó la cabeza hasta
situar la testuz a la altura de la espalda de la mujer. Con una suave presión empujó a la princesa
hacia los brazos del tirio. Edereta e Ir Baal se fundieron en un beso infinito donde no cabían
Sus labios se despegaron, pero no así sus cuerpos. Susurrando en el oído de Edereta y
Pasaron los días y la pareja mostraba en público sus sentimientos sin ningún pudor.
Pareciera que lo exhibían orgullosos. Culcas estaba encantado de ver a su hermana feliz al lado
oficiar de cicerone ofreciendo todo tipo de información. Las calles, los oficios, las casas… La gente
parecía feliz y saludaba con respeto y admiración. Para Ir Baal era muy llamativo cómo la sonrisa
—Culcas, ¿por qué están esos cuatro barcos fondeados si los pantalanes están libres? —
preguntó Ir Baal.
—Esos barcos son griegos, fenicios, foceos… Están esperando nuestros barcos que vienen
desde las cuencas de los ríos más al norte cargados de mineral de oro, plata y cobre. Tienen que
hacerlo por mar porque, como bien sabes, los caminos no son demasiados seguros. Esos barcos
vienen de todos los lugares del Gran Mar e incluso algunos desde la Atlántida. Son los famosos
barcos de Tarsis.
Edereta intervino para informar al tirio de cómo funcionaban en Tarsis los intercambios.
—Esos barcos fondeados ya han descargado y medido las mercancías que transportaban
desde sus lugares de origen. Son productos que aquí no tenemos. Ungüentos, seda, marfil o
especias se intercambian por minerales que en las cuencas de nuestros ríos son muy abundantes
y apreciados por los habitantes de aquellos lugares. Embarcarán en cada uno de ellos lo que
Aquella tarde Ir Baal pidió a Edereta que lo acompañara a su aposento. Quería conocer su
opinión sobre algunas ideas que rondaban por su cabeza. La princesa aceptó encantada porque
La noche fue larga y productiva, intensa y lujuriosa, furtiva y vertiginosa. La noche fue feliz.
Ir Baal tuvo la ocasión de contar a Edereta lo que pensaba hacer con la orza de oro que su padre
le había regalado. Le explicó que podría utilizarla para «limpiar» los caminos de peligros y
hacerlos seguro para personas y mercancías. A la princesa le pareció una idea magnífica, pero le
Edereta se atrevió a hablar sin tapujos del embarazo y de sus consecuencias. Explicó que su
familia lo entendería y no sería rechazada, pero estaba convencida de que ese hijo o hija estaba
creer que era fruto del vínculo que habían creado entre ambos. Le aseguró que lo asumiría como
propio y sería el mejor padre. A Edereta le pareció una buena idea e hizo hincapié en que nadie
Cada vez estaban más unidos y cada vez más cómodos en esa complicidad. La noche
avanzaba como lo hacían sus emociones. Cuando los dedos de Ir Baal acariciaron su mejilla,
Edereta sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Esas manos grandes y cálidas excitaban
a la princesa. Cuando esos dedos llegaron a la comisura de sus labios, Edereta intentaba controlar
el temblor que sacudía sus piernas. Cuando esos dedos delimitaron sus labios, Edereta...
Pasaron algunas semanas y el palacio se vio obligado a engalanarse. El perfil del vientre de
la princesa era cada vez más difícil de disimular. Los preparativos para las nupcias reales se
extendieron prácticamente por todo Tarsis. El anuncio sorprendió a familiares y amigos. Edereta
siempre había mostrado una personalidad rebelde e independiente. El único amor que se le
conocía a la princesa era el que profesaba a los caballos. El hecho de que Ir Baal fuese extranjero
Pasaron los meses y mientras el embarazo de la princesa se hacía evidente, Ir Baal y Culcas
ultimaban los preparativos para «limpiar» los caminos de peligros y salteadores. Argantonio, hijo
de Argantonio, no sólo había autorizado la idea, sino que la aplaudió. Puso a disposición de Culcas
e Ir Baal diez hombres bien armados y muy diestros. Culcas, por su lado, reclutó otros diez
hombres. Ir Baal prestó especial interés en que tanto las personas que componían esa empresa
que preparaban, así como los lugares y enseres, estuviesen bien identificados y diferenciados.
la ocasión vio salir al majestuoso Argantonio acompañado de Kara, que en muy contadas
ocasiones lo abandonaba para acercarse a sus ciudadanos. Los tartesios se inclinaban al paso del
Ir Baal, a pesar de estar acostumbrado al boato por la protección que recibía del sacerdote
regente en su tierra natal, nunca lo había vivido de una forma tan protagonista. Había conseguido
mantener una forzada sonrisa para la ocasión, como la que enmarcaba las relaciones personales
toros fueron sacrificados y la sangre de cada uno de ellos fue vertida en cada uno de los cinco
reflexionaba sobre la diferencia entre la cultura religiosa que motivaba a su pueblo y aquella otra
de la que en ese momento formaba parte. Se preguntaba por la eficacia de estos sacrificios y
rogaciones, se preguntaba si Astarté sufriría de celos al no sentirse aludida, y lo que es aún peor,
se preguntaba si Astarté, invadida por la ira, terminaría impidiendo que Edereta pudiera
procrear.
— Edereta —le dijo en voz baja acercándose a su oído—, creo que deberíamos hacer
fenicio. La princesa habló con su madre Kara y ésta hizo lo propio con Argantonio. El resultado
honor de Astarté. El pueblo de Tarsis era eminentemente animista y sus dioses se referían a la
naturaleza como la Madre Tierra, el Sol, la Luna… pero la influencia comercial de los fenicios,
griegos y los pueblos micénicos le permitían aceptar otras deidades que no entraban en conflicto
Pasaron los meses y Edereta parió un hermoso varón, que para todo el mundo era el hijo
de la feliz pareja. La princesa estaba encantada con la discusión que mantenían su madre Kara,
—Lo llamaremos Jirval, que es como suena mi nombre pronunciado por los tartessos —
defendía Ir Baal.
—Que decida Edereta, que es la que más ha sufrido —esgrimía Culcas mientras acariciaba
Edereta no tenía fuerza más que para sonreír. En realidad, no había prisas, ya que era
costumbre que hasta los seis meses de vida no se llamara por su nombre al recién nacido, debido
se lo ponía fácil. Se fletó un pequeño avión privado en donde embarcaron el coronel, sus cuatro
directores (se quedó en Beirut el de formación), y los cuatro hombres seleccionados. Dos
pequeñas maletas y un maletín guardaban el material y los documentos previstos. Tras tres largas
horas de vuelo, pudo ver Guirval por la ventanilla del avión la isla donde se asentaba Abu Dhabi.
En cierto modo le recordaba la isla donde estaba construida la ciudad de Tiro. Eran Abu Dhabi y
Tiro más islas que penínsulas. El istmo en ambos casos había sido ensanchado artificialmente.
El calor de tan bajas latitudes abofeteó el rostro del coronel cuando desembarcaron.
Durante el traslado del equipo de Faruk Security a la residencia del jeque, Guirval pudo
comprobar de primera mano que Emiratos Árabes Unidos era aún más ostentoso de lo que él
imaginaba.
entrada, las magníficas lámparas de arañas fabricadas con cristal de Murano competían en
ostentación con los adornos dorados que afiligranaban el mármol de Carrara de la solería. Fueron
recibidos por el jefe de seguridad del jeque, quien acomodó a los invitados en un ala de la primera
planta del edificio principal. Guirval pidió al jefe de seguridad que se reunieran para diseñar la
inmaculadamente blanca, así como la kufiya solo rota por el negro agal que rodeaba su cabeza y
sujetaba el pañuelo. No hubiese podido describir Guirval la diferencia entre la vestimenta del
jeque y la de su séquito, pero francamente era diferente, o al menos el alto mandatario la lucía
de forma diferente. Diferente, sin duda alguna, era Guirval. Su elegante traje gris oscuro era la
pero con el impacto de tanta ceremonia y tanta túnica, no pudo recordar a quién se parecía.
Durante ese día y los siguientes, la comitiva de tres vehículos que trasladaría al jeque desde
su residencia al lugar del encuentro repitió el itinerario decenas de veces. Llegarían al Holiday Inn
Abu Dhabi por la Avenida Sheikh Rashid Bin Saeed. Simularon una y otra vez la vía de escape en
caso de emergencia rodeando la Capital Tower, situada frente al hotel. El vehículo central,
blindado, circularía entre los otros dos. El jeque, acompañado por el jefe de seguridad y Guirval,
Con no poco esfuerzo e insistencia consiguió Guirval enterarse del motivo de la operación.
El jeque se entrevistaría con un militar sudanés de alto rango para terminar de definir los
términos del contrato. Todo parecía legal, aunque el montante del negocio era muy elevado, la
única cuestión que no quedó demasiado clara fue la procedencia de los diamantes que el jeque
pretendía comprar. Le aseguraba el jefe de seguridad del alto mandatario que no era ilegal,
aunque aportaba pocos detalles y se mostraba reticente ante las preguntas del coronel.
Llegó el día y todo estaba previsto. No se había dejado nada a la improvisación. El coronel
vehículos hizo el recorrido que decenas de veces habían repetido. Cuando giraron por la Avenida
Sheikh Rashid Bin Saeed, se detuvieron en la puerta que daba entrada al hotel Holiday Inn Abu
Dhabi. Uno de los escoltas abrió la puerta del vehículo donde se encontraba el jeque, quien ya se
desplomó mientras hacía una brusca flexión de su cuello. El caos se apoderó de la situación, el
calculada por el coronel en el último instante hizo su efecto. Aquella característica que dejó
confuso a Guirval al conocer al jeque se trataba de un increíble parecido con uno de sus propios
hombres que le acompañaban desde Beirut, y fue justo antes de subir al convoy que el coronel
decidió intercambiar las identidades de ambos, un señuelo. De tal modo, si se perpetraba algún
lo que había pasado. Un negro agujero en el pañuelo que cubría la cabeza del falso jeque seguido
por un hilo de sangre que contrastaba con el blanco atuendo y la ausencia de explosión o sonido
alcance y silenciador había abatido al impostor. Inmediatamente dedujo que el disparo se hizo
El coronel y cinco escoltas corrieron entre los jardines que separaban el hotel de la torre.
Cuando irrumpieron en la Blumon Capital, Guirval ordenó que cerrasen todas las puertas e
portaba un maletín. El ciudadano de Emiratos resultó ser un primo-hermano del jeque, primero
Security hicieron que el padre de Nasila se deshiciera en elogios al coronel a pesar de la pérdida
de uno de sus mejores hombres. Faruk Security y su gente salieron muy reforzados en el
las excavaciones y el estudio de hallazgos arqueológicos era valorado y respetado tanto por su
excavaciones y ella, siempre que podía, acompañaba al coronel en los diversos viajes que debía
realizar por prácticamente todo el mundo. Mostraba especial interés en los desplazamientos a
Europa.
Guirval se interesó por una pequeña figura de terracota que estaba situada en un lugar
privilegiado de la sala.
—Esta figura corresponde a un pecio que encontraron unos pescadores cerca de las
costas de Tiro.
—Los pecios son restos de naufragios que se encuentran en el fondo del mar. Es una
Guirval estaba encantado con las historias que Nasila le contaba y disfrutaba con la pasión
que transmitía su amada al contarlas. Ella percibía el interés del coronel y se forzaba y adornaba
—Cuando Alejandro Magno sometió a Tiro a un sitio interminable (duró siete largos
meses), el último rey de Tiro, Hiram I, que sucedió a su padre Abibaal, decidió salvar las ofrendas
que los ciudadanos de Tiro realizaron a la diosa de la fertilidad Astarté a lo largo de casi un milenio
—Guirval escuchaba con interés el relato de Nasila, a la vez que aprendía la historia de los fenicios
de llevarlas a sus colonias más lejanas como Malaka o Gadir, y así salvarlos de la segura
destrucción a la que Tiro se vería sometida tras la invasión del joven general macedonio. La
leyenda de ese templo de Astarté te la contaré en otro momento, seguro que te va a interesar.
—Pero… ¿qué pasó? —se interesó Guirval tras una breve pausa de Nasila.
—Los tres barcos se hundieron. Zozobraron cerca de las costas debido a un gran temporal
—dijo Nasila cabizbaja y sintiendo realmente aquel episodio de la historia de su propio pueblo.
EE. UU. extrajeron todo el tesoro que durante más de un milenio reposaba en el fondo del mar.
Esa figura que ves fue la que encontraron los pescadores enredada en sus artes de pesca. El resto
de las figuras se encuentra repartido por todo el mundo, son vendidas al mejor postor.
Entre viajes por medio mundo e historias de la antigua civilización fenicia, pasaron los
meses y la relación de la pareja se fue consolidando y la agencia Faruk Security siguió creciendo
y el coronel se ocupaba cada vez de más asuntos y Faruk Shaid cada vez de menos asuntos, en la
El viaje que debía emprender al día siguiente tenía un significado muy especial para la
pareja. Viajarían a Madrid. Por fin se presentaba la posibilidad de abrir una sucursal de la agencia
Nasila estaba muy ilusionada porque disfrutaba con los viajes a Europa y en esta ocasión
visitaría Madrid con su coronel. Se imaginaba paseando por los lugares donde Guirval vivió gran
parte de su vida. Habían hablado de que, si fuera posible, visitarían su ciudad natal, Sevilla, y el
El coronel estaba ambivalente. Por un lado le apetecía viajar a Madrid con Nasila, pero
por otro, le producía desasosiego pensar que por primera vez tenía que enfrentarse a su pasado
reciente: a su exmujer, a su antiguo suegro, a su propia familia, a sus amigos… No estaba seguro
de lo que estas personas sabrían de todo lo acontecido. Estaba convencido de que tendría que
enfrentarse a preguntas que lo incomodarían. ¿Cuáles serían las personas con las que podía y
debía reestablecer la relación? ¿A quién tendría que evitar a toda costa? Si bien Nasila conocía
Culcas e Ir Baal habían decidido comenzar su misión por los caminos situados al norte de
la ciudad y que se dirigían hacia las cuencas de los ríos más al noroeste, tan ricas en los preciados
minerales. El cobre, el oro y especialmente la plata eran el objeto del deseo tanto de las
poblaciones más orientales como de los salteadores de caminos. Realmente impresionaba ver a
Culcas e Ir Baal cabalgando, seguidos por cinco jinetes y quince hombres a pie, todos ellos
perfectamente armados y uniformados de verde con una franja blanca en el pectoral y otra en el
dorsal.
de la piedra, pertrechados con sus herramientas de trabajo. Culcas e Ir Baal habían decidido que,
a unas ochocientas brazas del inicio del camino, construirían el primer puesto de control y
plantarían la primera estela. Ese puesto debería albergar a cinco hombres que cubrirían ese
tramo del camino durante cinco días, tras los cuales serían relevados por otros cinco hombres.
No tuvo Culcas ningún problema ante la sugerencia de Ir Baal de construir un pequeño templete
al lado del control para que albergara una pequeña figura de Melkar. Culcas conocía ese dios
avanzaba a un ritmo mayor del que habían previsto, unos guardias reales obligaban a dos familias
a abandonar la ciudad ante las súplicas de los adultos y el llanto de los niños. Ir Baal quedó
sorprendido y confundido.
—Culcas, ¿me puedes explicar lo que está pasando? —preguntó el desorientado Ir Baal.
—Mi querido cuñado, estas familias habrán discutido y por eso los guardias las están
—A ver, Ir Baal, una cosa es discutir en el seno familiar de forma respetuosa y controlada
Ir Baal seguía confundido, las aclaraciones de Culcas no solo no le aclaraban nada, sino
que lo desconcertaban aún más. Decidió no seguir preguntando para evitar conclusiones
precipitadas. Encontraría el momento para hablarlo con Edereta y se propuso seguir observando.
Pasaron los seis meses de espera, y Jirval de Argantonio era como se debía nombrar al
hijo de Edereta e Ir Baal. Kara estaba feliz con su nieto y Culcas no podía estar más orgulloso de
su sobrino. Edereta prácticamente normalizó su vida, aunque hubo algo a lo que no renunció. Se
negó a que una ama de leche alimentara a Jirval de Argantonio, como era habitual en su clase
social. A pesar del consejo de su madre, Edereta se negaba a perder esos momentos mágicos que
tenían lugar cuando la desdentada boca de Jirval succionaba vida de su propio pezón.
Ir Baal, por su parte, había coronado su misión y en el camino hacia el norte que
conectaba Tarsis con el río Luxia, construyó nueve puestos de control. El río Luxia desembocaba
a muy poca distancia del río Urium, y este en su desembocadura daba forma a un amplio delta
Estaba construyendo una fortaleza en una de las siete colinas que rodeaban a un
asentamiento de dimensiones similares a Baelo Baelokum. Tenía la intención de que esa fortaleza
albergara a los vigilantes del camino y sus familias, así como un palacio en honor a Edereta, en
cuyo interior edificaría un templo dedicado a Astarté y por supuesto unas magníficas caballerizas
para que Edereta pudiera seguir disfrutando de su pasión, que en nada había cambiado.
Ir Baal ya había acordado con Edereta que vivirían fuera de Tarsis. El tirio se negaba a
que sus hijos se educaran en esa felicidad tan ficticia. Era una realidad impuesta, una felicidad
falsa que se sustentaba en el miedo que tenía la población a ser expulsada de la ciudad. Ir Baal
entendía que los límites que imponía el río en su desembocadura impedían que la ciudad
creciera, pero eso no podía ser la excusa para exigir a sus ciudadanos que fueran felices.
Ir Baal dormía plácidamente, cuando a media noche Culcas lo despertó con sigilo, para
no despertar a Edereta y a Jirval, y le pidió que lo acompañara. El puesto de control número cinco
había sido atacado y solo un vigilante logró huir para avisar al puesto más cercano. El ataque se
produjo por sorpresa y los vigilantes no tuvieron tiempo de defenderse ni de avisar a nadie.
Había que solucionar ese problema. Tendrían que aumentar la seguridad y facilitar la
comunicación entre los puestos de control y así lo hicieron. Los puestos se reforzarían con un
vigilante más, de tal forma que pudieran patrullar su zona asignada siempre por parejas, dejando
a cuatro custodiando el control, una pareja fuera y otra dentro descansando; así las tres parejas
rotarían durante las cinco horas. Al uniforme de los guardianes del camino se le asignó un
elemento más. Un cuerno de llamada se situaría a la altura del pecho del guardián, colgado en
Edereta estaba encantada con Jirval e ilusionada con la construcción del palacio en las
proximidades del río Luxia. Por su parte, Ir Baal se encontraba pletórico con la buena nueva:
Edereta volvía a estar embarazada y esta vez sería suyo, aunque esto solo él y Edereta lo supieran.
La celebración del solsticio de aquel verano iba a ser muy especial en Tarsis. No solo se
harían ofrendas a la Madre Tierra y al Dios Sol, sino que se sacrificarían animales en honor a
Astarté, Baal y Melkar. El rey Argantonio, para celebrar los acontecimientos, ordenó que se
Otro de los hechos que se proponían celebrar era que había llegado sin dificultad la
primera carreta cargada de mineral procedente de las cuencas mineras y esto se lo debía el rey
a su hijo Culcas y a Ir Baal. Ya se estudiaba la forma de cobrar los impuestos de paso para que se
mantuviese el sistema de puestos de control. Por si fuera poco, Edereta anunciaba nueva
descendencia para el monarca. Argantonio había prometido a Edereta e Ir Baal que cuando
terminasen la fortaleza, él mismo la visitaría con la tranquilidad de transitar por aquellos caminos
de forma segura.
Tras los ampulosos fastos de aquel solsticio de verano, Ir Baal se centró especialmente
desplazaban con frecuencia desde Tarsis, cruzándose por los caminos con carretas cargadas de
mineral. Estaba Edereta tan ilusionada con su nuevo palacio que no le importaba pasar días sin
ver a Ir Baal.
Pasaron cinco años y Jirval de Argantonio ya desparramaba sus seis años por las
dependencias del palacio. Su hermana Kara de Ir Baal, de cuatro, se quejaba enfurruñada por no
poder seguir a su hermano. Culcas de Ir Baal, tercer vástago de la pareja, lo pasaba en grande
viendo corretear a sus hermanos. El abultado abdomen de Edereta estaba tan bajo que ya se
El comercio de los minerales era tan fructífero y prolijo que a su calor fueron creciendo
los alrededores de la fortaleza de tal forma que casi ocupaban la colina completa y algunas casas
Se corrió la voz entre los navegantes fenicios de que Ir Baal acogía y ayudaba de buen
grado a los compatriotas tirios que desearan establecerse en sus tierras, y cada vez eran más los
entretenido con sus hijos. Se abrieron las puertas de la estancia y un sirviente hizo el gesto
de los pequeños. Cuando esas puertas se abrieron de nuevo, Ir Baal estaba sentado en el suelo,
rodeado de sus hijos y de espalda a la entrada. Edereta se acercó a ellos y cubriendo los ojos del
tirio con sus manos lo invitó a levantarse del suelo a la vez que lo giraba hacia la puerta. Cuando
la princesa liberó los ojos de Ir Baal, estos se humedecieron hasta hacer resbalar por sus pómulos
Culcas y Edereta llevaban semanas urdiendo el plan. La princesa conocía con detalles
toda la historia de Ir Baal; porqué tuvo que escapar de Tiro y de su vida anterior, el porqué de sus
temores, los peligros de la travesía, de los primeros contactos con los clanes tartessos y por
supuesto, de la pérdida tan dolorosa de la familia de Ortro que ya la consideraba suya. Culcas
había conseguido encontrar al patrón de la embarcación que trajo al fenicio desde Tiro, le rogó y
le pagó para que encontrara al remero griego y al maestro alfarero con el que Ir Baal pasaba
Y allí estaba Ir Baal, con su emoción desbocada y frente a sus recuerdos escondidos. El
presente y el pasado, caprichosos, jugaban con el futuro y no buscaba palabras porque no las
necesitaba y solo el llanto descontrolado hablaba por los cuatro hombres fundidos en un abrazo
—Yo pensaba que vuestros recuerdos estaban conmigo, destinados a morir conmigo —
hacedor de los deseos de la princesa y de su hermano Culcas, pero vuelvo a mi vida de navegante,
¿Qué le está pasando a mi amado coronel?, se preguntaba Nasila. Hacía dos días que habían
llegado a Madrid, y Guirval no era el mismo, se mostraba serio, distante, evitaba el contacto
visual. Parecía que ya no era feliz. Cuando Nasila le preguntaba al respecto, Guirval siempre
respondía con evasivas. Insistía en que los asuntos de la nueva sucursal evolucionaban
favorablemente y los problemas se estaban superando, pero no era de eso de lo que quería
hablar Nasila. Añoraba los momentos de intensa felicidad que vivió con el coronel en Beirut desde
que se conocieron.
Aquella tarde, el coronel había cedido a la insistencia de Lidia para tomar café en un bar
que frecuentaban en tiempos pasados. La exmujer conocía de su estancia en Madrid por amigos
comunes.
La imagen de Lidia sentada en el bar esperándolo fue impactante para Guirval. Aquella
imagen que tenía enfrente representaba su fracaso vital, la frustración y la impotencia, lo que
Ahora, todas esas emociones debían concentrarse en un solo gesto, en una sola mirada.
Ahora debía saludar a Lidia. ¿Un beso en la mejilla? ¿Un hola? ¿Una mueca a modo de sonrisa?
Ante la indecisión, fue ella la que tomó la iniciativa acercando su cara a la de Guirval, las mejillas
Con la mirada fija en la taza de café, como buscando allí las palabras más adecuadas, Lidia
comenzó:
—Ya había decidido contártelo todo a la vuelta de tu viaje a Zaragoza —dijo esta vez
Guirval tomó un sorbo del café que le había pedido Lidia, exactamente como a él le
gustaba.
—Para pedirte perdón. Para decirte cara a cara que tú no hiciste nada que me empujara
El silencio apagaba cualquier ruido, anulaba los sentidos. Guirval estaba ahora en un
búnker sin poder hacer otra cosa más que esperar que la próxima bomba no le hiciese saltar por
los aires.
—Para decirte —continuó Lidia mientras se desmaquillaba la cara con sus propias
equilibrista entre la ira y la ternura, entre la culpa y el alivio, entre lo que fue y dejó de ser.
—Para contarte que mi corazón se equivocó y la llama del amor se extinguió en solo dos
meses.
Lidia se levantó y se marchó sin más, sin un gesto, sin un adiós y Guirval se quedó solo
Nasila, en el hotel, seguía desorientada. Guirval no era el mismo que partió de Beirut. Su
gesto, su mirada huidiza, sus evasivas la tenían confundida. Un Guirval introvertido, parco en
la sucursal.
cada día contemplando la caída del sol desde la terraza de su apartamento. Seguía imaginando
que el sol se ponía allí en su cortijo infantil. Las imágenes de Lidia, de Payá, de Madrid o del
Nasila llegó aquella noche, y como siempre desde que volvieron de Madrid, se encontró
con la misma escena, pero esta vez no hizo lo de siempre. Nasila esta vez se sentó a contemplar
empezó a preguntarse por la actitud que mantenía Nasila, por su silencio. Evidentemente con
ese silencio, con su actitud de estatua y con su mirada perdida, Nasila le estaba enviando un
mensaje. Él era consciente de que Nasila estaba molesta con su actitud. Guirval ya no estaba
comunicación no es posible, siempre se comunica algo con el silencio, con el gesto, con la
—Entiendo —dijo el coronel tomando el tiempo y el aliento para expresar lo que hasta
ahora le había sido tan difícil. Sabía que su tendencia era huir de las situaciones emocionales que
ponían en tela de juicio su zona de confort, pero también era consciente de que el tiempo, por sí
esposa, con todo lo que me vinculaba con mi vida anterior y tú fuiste mi acicate, mi tabla de
salvación —con una leve sonrisa extendió su mano ofreciéndosela a Nasila de forma amorosa y
continuó—.
»Volver a Madrid ha supuesto tener que enfrentarme a todo aquello de lo que escapé, a
todo lo que hasta entonces había evitado. Lo cerré con tres faxes, lo cerré en falso —giró su sillón
para situarse frente a Nasila y ahora, con sus dos manos cogidas continuó—.
»Nasila, amor, sentarme frente a Lidia ha sido muy difícil, ha removido sentimientos que
yo tenía tapados bajo la alfombra, pero ha sido necesario para que ahora te pueda decir que he
pasado página y ahora sé que quiero compartir mi vida contigo, simplemente porque te amo
trabajos, Nasila tenía otra sensación. Volvieron a pasar otra noche inolvidable, de las que hacía
tiempo no disfrutaban. Guirval caminaba por el campus en dirección a Hamra Street con la
sensación de haberse quitado un peso de encima. La amplia sonrisa y los buenos días que regaló
la vez que celebraban con gestos semiocultos el buen humor del jefe.
internacional, Nasila estaba cada vez más inmersa en su trabajo. Aunque sus obligaciones
estaban dispersas por toda la geografía del Líbano, donde ponía especial atención y pasión era
largas jornadas e incluso tras varios días, debido a los viajes del coronel y a la cantidad de horas
que Nasila dedicaba a su trabajo, que le obligaban a pasar alguna que otra noche fuera de Beirut,
Guirval prácticamente no podía hacer otra cosa que escuchar a Nasila. Su pasión, emoción y
Nasila, en aquella ocasión, exponía a Guirval indignada la discusión que en aquel día había
forma apasionada.
involucrada en su relato, mantenía en una mano la botella de rioja y con la otra abría y cerraba
—Te conté que los ritos funerarios de mis antepasados consistían en una liturgia en la que
quemaban el cuerpo y algunas pertenencias valiosas, acto seguido introducían los restos óseos y
el ajuar en dos vasijas y enterraban ambas para hacer más liviano su «viaje».
—Bien, pues en una de esas fosas —continuó Nasila, que ahora con sus manos libres podía
gesticular a placer— en vez de ánforas había dos ollas con el mismo contenido que en las otras
urnas. A la espera del estudio exhaustivo de estos restos mi colega cree que son restos óseos de
—Claro que no. Verás cuando se estudien esos restos como llegaremos a la conclusión de
que son enterramientos de personas que contaban con pocos recursos como para adquirir una
urna funeraria.
Aquella velada se vistió de arqueología, antropología, del esplendor de la ciudad-estado
de Tiro, de color púrpura. Observaba Guirval cómo Nasila, emocionada, saltaba de los
escarabeos, botones, fíbulas, o huesos de aceitunas que aparecían en las urnas de la necrópolis,
sus ancestros.
Explicaba con todo lujo de detalles el molusco carnívoro marítimo llamado Murex y cómo
de sus glándulas hipobranquiales extraían una gelatina que servía para tintar las telas y así
conseguir la famosa púrpura tiria. Era tan valioso porque para un gramo de púrpura necesitaban
nueve mil moluscos. Lo explicaba todo con tanta emoción que Guirval terminaba embelesado y
admirado de la facilidad con la que Nasila exponía cuestiones que para él eran muy complejas.
Guirval se esforzaba en explicar a Nasila que en esta ocasión el viaje a Madrid sería distinto. Le
prometió que esta vez seguro que visitarían su cortijo en Alcalá de Guadaira. Nasila, por su parte,
no terminaba de estar tranquila. Había recuperado a su coronel tras el turbulento viaje anterior
Pasaron los meses y Culcas transformó al griego de remero a jefe de los guardianes del
camino. Ir Baal se esforzaba en recrear, lo más fielmente posible, el taller que tenía el alfarero en
Tiro, allí donde pasaba largas horas. El torno hizo milagros entre los alfareros y ceramistas tanto
de la emergente ciudad construida a la sombra de la fortaleza como en Tarsis. El alfarero tirio era
requerido en palacio por el rey para que instruyera a los artesanos en el manejo del torno. Parecía
milagroso cómo el alfarero, con sus manos, transformaba el cuerpo ovalado de una vasija en un
cuerpo campaniforme en pocos minutos. El acabado del bruñido con la ayuda del torno era
bastante más brillante que el bruñido a mano. Por su lado, el maestro aprendió a decorar las
y la ciudad de la fortaleza era cada vez más extensa y compleja, y los caminos más seguros, y el
comercio más floreciente e Ir Baal más poderoso. No era un poder heredado, porque el fenicio
no pertenecía a ninguna estirpe regia. No era un poder impuesto, porque Ir Baal no promulgaba
leyes. No era un poder pretendido, porque el tirio nunca se lo propuso. No era un poder
acordado, porque en la ciudad de la fortaleza nunca hubo un sufragio. No era un poder añadido,
porque a lo completo nada se le puede añadir. Era un poder otorgado, discretamente otorgado.
Era el poder que se le otorga a esa persona que, sin pedirlo, se le ruega que lo ejerza. Era ese
poder que se otorga a quien media justamente en conflictos solo cuando se le pide que medie.
Era ese poder que emanaba del respeto con el que Ir Baal trataba a todos sus vecinos. Era el
Tarsis dormía cuando la Madre Tierra vomitó muerte y destrucción. Tarsis despertó con
un estruendo sobrecogedor que hizo barruntar a sus ciudadanos muerte y destrucción. Cuando
se desató la barahúnda, algunos vecinos de la ciudad dorada vieron cómo en el mar abierto se
levantaba una gigantesca muralla de agua que se dirigía de forma inexorable hacia ellos, mientras
en caos, y la gigantesca ola seguía avanzando hacia la ciudad y la madre tierra seguía amenazando
con tragedia. Los gritos de pánico y las carreras alocadas de los vecinos de Tarsis no impidieron
que esa enorme ola mortal cubriese la ciudad y arrastrase tierra adentro todo lo que encontraba
a su paso. Personas, animales, enseres y trozos de jardín navegaban a una velocidad endiablada
a lomos de la ola maldita. Y navegaron muchas, muchas brazas tierra adentro hasta que la ola
fue perdiendo fuerza y los enseres, cadáveres y árboles arrancados de cuajo se fueron varando
mientras el agua retrocedía al encuentro del sosiego del océano. Cuando todo acabó, el litoral
dibujaba un nuevo contorno y la desembocadura del río no estaba donde antes y la ciudad de
sensación extraña lo despertó, parecía que la tierra temblaba a sus pies. Rápidamente se acercó
a la ventana que daba al patio de armas y pudo observar cómo guardianes y familiares corrían
de un lado para otro mostrando en conjunto un evidente desconcierto. Los vigías que guardaban
las murallas de la fortaleza gritaban y agitaban sus brazos haciendo señales incomprensibles.
saber de qué los tenía que proteger. Salió al patio y entre las carreras de la gente se dirigió hacia
la muralla de la fortaleza orientada al oeste, subió a una de sus almenas, desde donde pensó que
podía divisar el llano. El llano, otrora invadido por casas, ahora estaba invadido por agua, agua
sucia, agua negra, agua que se desgañitaba gritando devastación. Las gentes de las casas más
elevadas, que no habían sido inundadas, corrían despavoridas hacia la fortaleza buscando
protección. Ir Baal ordenó que se abriesen las puertas de la fortaleza y en pocos minutos el patio
superado la falda del cerro que soportaba a la fortaleza de Ir Baal. Al tercer día, el paisaje desde
las almenas de la fortaleza era negro, sin agua, pero negro. Negro cieno, negro luto. Los canales
navegables, negros. Los verdes humedales del delta fluvial, negros. Las noticias que llegaban de
Tarsis, negras. La pena de Edereta por la pérdida de su amado hermano Culcas y de toda su
de lo devastado. Había mucho que reparar, las cicatrices de las casas y de las almas aún no
estaban cerradas del todo. Las aguas de los ríos se habían aclarado y los caudales se
nuevos humedales y nuevos canales. La vida salpicaba de verde el negro cieno de la tierra, así
como la esperanza salpicaba de verde las almas hasta entonces ennegrecidas por la pena.
Ir Baal y su amigo, el antes remero griego y ahora jefe de los guardianes (de cuyo
nombre no quiero acordarme) se afanaban en diseñar y planificar Onuba. Así es como comenzó
tragedia vivida en Tarsis y sus alrededores desató un éxodo de los supervivientes que, a
decenas, llegaban a la fortaleza en busca de protección. Ir Baal no podía consentir que la falta
de espacio volviese a crear otra sociedad con aquella falsa apariencia de bienestar. Con su
amigo el alfarero tirio, Ir Baal construyó dos grandes hornos que podían cocer casi un centenar
Desde que ocurrió la tragedia, los birremes fenicios no se atrevían a navegar más allá de
Gadir, y ese asentamiento se fue convirtiendo en una floreciente colonia fenicia. Entre la
Gran Mar.
nave que lo condujo desde Tiro hasta el que ahora era su hogar. Estaba empeñado en
restablecer el comercio con los fenicios aprovechando el nuevo perfil del litoral y la cercanía de
las cuencas mineras. En uno de los canales que dibujó la confluencia de los dos ríos en su
llegada al océano se construían pantalanes que pudieran acoger a los barcos al abrigo del mar
minerales.
Conocía Ir Baal la existencia de un gran río llamado Anas situado al oeste de Onuba. Su
cuenca era rica en recursos naturales y disponía de extensas praderas y frondosos bosques,
hasta allí enviaba ojeadores para que proporcionaran información certera sobre la posibilidad
de unir con caminos seguros la desembocadura de los ríos Luxia y Orion con la del gran río
proliferaban en las zonas más altas y alejadas de la desembocadura del río que concluía en la
desaparecida Tarsis. Ir Baal fantaseaba con que, en años venideros, su prole pudiera
establecerse al este y al oeste de Onuba y así asegurar el comercio estable y seguro que
el «Alto Tartesso».
El reencuentro (parte II)
Aquella noche Nasila llegó eufórica al apartamento de La Corniche. Tras una larga y
productiva jornada de trabajo, había conseguido diez días de permiso para el viaje a Madrid, que
en principio estaba proyectado para tres días. Atropelladamente se lo contaba a Guirval la mar
de contenta.
—Amor, si con tres días tenemos suficiente —dijo el coronel un tanto desconcertado.
—Sí, dos días para la inauguración en Madrid y siete en Sevilla… Bueno, en Andalucía
—¿Y para qué queremos estar siete días en Andalucía? Mi cortijo no es tan grande
mis antepasados vivieron y murieron. ¿Recuerdas que te dije, a propósito de aquella estatuilla
lugar, la lista de invitados y la organización en manos del director de logística y, aunque confiaba
en él, hasta que no reconociera el lugar no quedaría tranquilo. Ella no podía dejar de pensar en
las «turbulencias» del anterior viaje a Madrid y hasta que no viera a su coronel en la ciudad no
quedaría tranquila.
Llevaban más de una hora de vuelo y Nasila no pudo seguir ocultando a Guirval la sorpresa
que le tenía reservada para cuando llegaran a Sevilla. Sabía que aquello significaba más para ella
que para Guirval y la Agencia, pero estaba convencida de que el coronel se alegraría por ella y
por la Agencia.
Nasila había pedido a su padre, aprovechando la buena relación de este con el embajador
de España en El Líbano y sus excelentes contactos internacionales, que hiciera gestiones para
conseguir algo que para ella era muy emocionante. Se trataba de un tesoro que muy poca gente
había tenido ocasión de contemplar, fuera de las réplicas más o menos fieles que se exhibían en
los museos. El Ayuntamiento de Sevilla era el propietario de aquel tesoro y compartía la custodia
y exhibición con Patrimonio Nacional, un ente estatal que costeaba la custodia del tesoro en un
banco anónimo rodeado de exigentes medidas de seguridad y que habían contratado con una
El tesoro era un conjunto de veintiuna piezas de oro y cerámica que en 1958 se encontró
en un pueblo de Sevilla. El tesoro estaba datado entre los siglos VIII y VI antes de Cristo y los
investigadores apostaban por la hipótesis de que eran ofrendas a Baal y Astarté, dioses fenicios
—¿Te he hablado alguna vez del Tesoro del Carambolo? —dijo Nasila casi sin
mirarlo.
—No recuerdo que me hablases de eso, pero sí me suena ese Tesoro del Carambolo. Creo
recordar.
—Bueno, Nasila, ¿por qué me preguntas esto ahora? —dijo Guirval con gesto de
extrañeza.
Nasila, con una sonrisa de pilla y ojos traviesos, se giró hacia el coronel y cogiéndolo de
una semana. Mi padre te ha conseguido una entrevista con un alto funcionario de Patrimonio de
la Junta de Andalucía.
La cara de sorpresa de Guirval invitaba a Nasila a jugar con la atención del coronel
—El Tesoro del Carambolo está custodiado en un banco anónimo y su seguridad la tiene
asignada una empresa. En seis meses ese contrato concluye y en esa entrevista esperan que tú
hagas una oferta que mejore las condiciones económicas manteniendo el nivel de seguridad.
Faruk Security.
—Joder, amor mío, tendrías que habérmelo dicho antes. Ahora tendré que prepararme a
—No tienes nada de qué preocuparte. Ese tesoro es historia viva de mis antepasados, que
estuvieron asentados en estos lares. Aquí tienes a la persona que mejor te puede preparar para
esa entrevista.
orgulloso de pasear ese símbolo corporativo por las calles de Madrid. Cuando paró el vehículo en
la entrada del hotel donde se celebraría la inauguración, Guirval quedó realmente impresionado,
lugar del evento reunía todos los requisitos que había sugerido el coronel. Perfectamente situado
en el centro de la capital, a muy pocos minutos del parque del Retiro, de la Gran Vía o de la plaza
director para acomodarse en la habitación que había reservado para él y Nasila. Estaba ansioso
por conocer el espacio donde tendría lugar el acto de inauguración. Cuando el director de
logística abrió las puertas de doble hoja que daban acceso al lugar, Guirval no pudo por más que
Llegó el día del evento, y aquella noche, el coronel y su querida Nasila durmieron
tranquilos. Él porque pudo comprobar el buen trabajo que había realizado su director de
logística. Ella porque parecía que su amado coronel no había cambiado ni un ápice su actitud
para con ella. Habían madrugado, y tras un desayuno mediterráneo servido en la habitación, se
despidieron. Nasila pasaría la mañana en el museo arqueológico de la capital, que casi conocía
como su propia casa. El tiempo que pasó estudiando en la Complutense invirtió más horas en el
museo que en la universidad. Guirval se dispuso a implicarse y emplearse en los últimos detalles
Los invitados estaban citados a las ocho de la tarde, y las horas habían volado para Guirval
de tal forma que se había olvidado hasta de comer. Pasaban ya las siete y el coronel repasaba,
con el director, la lista de invitados y el tratamiento que debía recibir cada uno de ellos en el caso
—Amigo, ese vestido, ese vestido rojo cambió mi vida —balbuceó Guirval mientras el
Avanzaba Nasila por el salón hacia los dos hombres, consciente del impacto que había
provocado en ambos.
—Mi coronel, terminemos de repasar la lista —dijo el director tras saludar a Nasila,
—Sigue tú, amigo, yo ahora voy a dedicar unos minutos a esta espectacular dama
—respondió Guirval con una sonrisa socarrona.
Comenzaron a llegar los invitados y el acto transcurría con fluidez no exenta de un punto
de glamur. Guirval y Nasila departían con los invitados, entre los que se encontraban amigos y
de Guardia Civil y Policía o el alcalde de Madrid. El coronel presentaba con orgullo a Nasila como
su pareja, y Nasila se mostraba cada vez más relajada, especialmente por la actitud que Guirval
considerablemente cuando las miradas se dirigieron hacia la puerta de entrada, y los militares
coronel también lo hizo cuando por la puerta de doble hoja accedían al salón el jefe del Estado
Mayor de la Defensa acompañado de su hija Lidia, del embajador del Líbano en España y del
Nasila debía poner orden en sus emociones yuxtapuestas y lo tenía que hacer pronto, tan
pronto como debía relajar los músculos de su cara para impedir que su rictus la delatase. La
presencia del jefe del Estado Mayor la tensaba, la de Lidia la atemorizaba y la de su padre la
aquel contexto y en aquel momento de sus dos «suegros» y de Lidia. Desde su anterior viaje a
Madrid, Guirval había pensado, reflexionado y decidido. No daría un airado portazo a su pasado,
no cerraría esa puerta a cal y canto para que con el tiempo los sentimientos se ennegreciesen y
pudiera ser que se volviesen contra él. Su relación con Nasila discurría por senderos frescos y
verdes. Ahora se presentaba la oportunidad de allanar ese camino y evitar que la mala hierba
—A sus órdenes, mi general —dijo el coronel, a la vez que con el gesto reglamentario
señalando a su hija.
—Mi general, quiero presentarle a mi pareja que, como creo que ya conoce, es la hija del
Señor Sahid —dirigiéndose a Lidia continuó. —Nasila, ella es Lidia, hija del jefe del Estado Mayor
y con la cual compartí algunos años gratificantes de mi vida y bueno… algunos momentos no tan
gratificantes.
Nasila aceptó el gesto de besar su mano por parte del general. Las más elementales
normas de cortesía exigen un gesto, pero nunca un beso. Acercó su mejilla a la de Lidia con el
—Amor, a estos dos señores ya los conoces y creo que estás deseando abrazar a tu padre,
Nasila tras disfrutar de su coronel como siempre lo había conocido. Inenarrable la satisfacción de
decidido viajar de Madrid a Sevilla de esa manera. Guirval estaba orgulloso de pasear el logotipo
de la empresa, y Nasila evitó un chófer porque quería disfrutar de la intimidad en esos días que
parecía tan alta y allí estaban las sillas y las hamacas de enea. Nasila observaba al coronel, que
permanecía inmóvil frente a la fachada del cortijo y quizás con la mirada perdida en otra época.
Hacía años, muchos años que Guirval no visitaba el cortijo, que ahora cobraba un significado
especial.
El gruñido que hizo el portón del cortijo al abrirse despojó a Guirval del ensimismamiento.
En el umbral de la puerta se dibujó la silueta del casero, que ahora era el hijo del casero. El casero,
padre del casero, ahora compartía recuerdos y manzanilla con el padre de Guirval, y lo hacían
contaban sus abuelos antes de dormir y que el niño Guirval interpretaba a su antojo.
Nasila y Guirval pasaron la noche unidos. Unidos por esos lazos invisibles que el diario
vivir les había regalado con los últimos acontecimientos y unidos por el empeño del coronel de
pasar la noche en la cama donde durmió su infancia. Era una cama estrecha, amorosamente
estrecha para sus actuales ocupantes. Durmieron poco, se abrazaron mucho y hablaron más.
Partieron del cortijo en dirección a Camas, donde se encontraba el Cerro del Carambolo.
Por la mañana visitarían el cerro donde se encontró el valioso tesoro y por la tarde tendría lugar
la entrevista, y al fin Nasila podría contemplar directamente aquellas piezas de tan incalculable
valor. Ya en Camas, no fue fácil para la pareja encontrar el pretendido cerro. Guirval se sorprendía
cuando preguntaba a algún vecino de la localidad, quien aseguraba no conocer ese lugar. Se había
imaginado que algo tan importante sería conocido por todos los lugareños. Efectivamente era
una pequeña elevación que Nasila, embargada por la emoción, comenzó a caminar por un
pequeño sendero que daba acceso a la cima. Le explicaba al coronel, con verdadera pasión, los
motivos del incalculable valor de aquel tesoro. Eran piezas que fueron elaboradas con materiales
Guirval no podía dar crédito a la emoción, apenas contenida, de Nasila. Aquel lugar no lo
merecía. Era una pequeña elevación salpicada por algunos pinos e invadida por un evidente
abandono que no hablaba bien de los servicios de limpieza de la ciudad. Parecía un lugar de
recreo con mesas y bancos poco mantenidos. Las latas y botellas de cerveza y refrescos, los
plásticos y restos de comida esparcidos por doquier, hacían pensar a Guirval en la poca
Nasila parecía no ver lo que el coronel veía. Ella, en la cima de la pequeña colina se
imaginaba la visión que los pobladores de aquel asentamiento tendrían del lugar. Le explicaba al
coronel que aquellas placas de hormigón cubrían y preservaban los restos arqueológicos donde
se encontraron el tesoro. Con lo que tenía delante, Guirval contrastó de forma evidente cómo
Nasila trataba de evitar el nudo de su garganta y contener sus lágrimas. La presencia del
alto funcionario, más que la de su querido coronel, así se lo sugería. No pudo, no quiso. Decidió
historia viva de su pueblo, de su gente, de sus antepasados. Aquellas piezas de oro habían sido
labradas por manos de orfebres por donde corría la misma sangre que le corría a ella por sus
venas. El llanto descontrolado e incontenible que fluía desde el corazón de Nasila impresionaba
Ya conocía Guirval las necesidades de seguridad exigidas por las autoridades para
custodiar aquel tesoro y los límites presupuestarios de los que disponían. Se despidieron del alto
funcionario con el compromiso formal de que en una semana recibiría la propuesta de Faruk
Security para competir en la próxima licitación tras la expiración del actual contrato.
Durante el camino hacia Huelva, Nasila parecía seguir sumergida en sus profundas raíces.
Habían decidido dormir en Huelva para Guirval y Onuba para Nasila. Lo harían en un hotel situado
—Nasila, ¿por qué insistes en llamar Onuba a Huelva? —preguntaba el coronel durante
—Amor, ¿por qué uno de Huelva no se llama huelvetense? —hizo Nasila una pregunta
El coronel ofreció a Nasila otra sonrisa mientras asentía con la cabeza. Admiraba a esa
mujer también por esa capacidad de que disponía para explicar cuestiones complejas de forma
—Onuba es el nombre primitivo de esta ciudad y significa «la fortaleza del dios Baal». Se
cree que fue fundada entre los siglos X y IX antes de Cristo, y que en los primeros asentamientos
ya se mezclaban fenicios y tartessos. Yo, personalmente, creo que fueron los pioneros de ese
—¿Recuerdas que tengo pendiente contarte la historia del templo donde estaba esa
estatuilla antes de que se hundiese el barco que intentaba liberarla del asedio a Tiro?
—Bien, mi amor. La historia que te voy a contar no tiene ninguna reseña historiográfica
ni escrita ni arqueológica, solo ha sido parte de ese acervo cultural que hemos dado en llamar
transmisión oral, por tanto, no te puedo asegurar que sea una leyenda más o menos
distorsionada por esa transmisión oral o realmente sea una parte más o menos real de la historia
de mis antepasados.
—El Templo de Astarté en la ciudad-Estado de Tiro, era también el palacio donde habitaba
el sacerdote regente Abi Baal. Como sacerdote, Abi Baal debía mantenerse célibe, pero en su
juventud, el amor furtivo con una virgen sagrada de ese templo concluyó con el nacimiento de
—¡Joder! —interrumpió Guirval cada vez más interesado. —¿Qué pasó? —impelió el
coronel.
—Bien, este hijo fue un hijo secreto para todo Tiro, pero Abi Baal lo mantuvo en el palacio-
»Este hijo secreto creció entre lisonjeros cuidados que le proporcionaban vírgenes,
sacerdote y consejeros del templo de Astarté. Creció hasta repetir su propia historia, quizás por
desconocimiento de esta.
—No me lo digas, ¿se enamoró de una de las vírgenes sagradas? —intervino el coronel
con avidez.
Efectivamente —respondió Nasila, que continuaba con la historia—, pero en este caso
fue el mismísimo Abi Baal quien descubrió ese inocente amor furtivo. Su conciencia y el cargo
que ostentaba no le permitían mantener oculto aquel delito castigado con la pena de muerte.
—¿Y qué hizo el sacerdote regente? —preguntó Guirval, cada vez más interesado en la
historia.
—Con profundo pesar, Abi Baal no tuvo más alternativa que firmar la sentencia de muerte
—Pero tranquilo, amor —continuó Nasila—. Fue el mismo Abi Baal quien facilitó la huida
de su hijo embarcándolo como polizón en un birreme rumbo a las incipientes colonias más
—No solo sobrevivió. Cuenta la leyenda que se hizo poderoso por estas tierras y que
A la mañana siguiente, Nasila llevó a su coronel a una pequeña elevación montañosa que
a Guirval le recordó al cerro del Carambolo que habían visitado en Camas. Se lo recordó
especialmente por el estado de abandono que presentaba el lugar. Desde la cima se podía divisar
toda la ciudad, y a pesar de que los edificios construidos eran un verdadero atentado a la
fisionomía de esa ciudad, también se observaban cómo las cuencas de los ríos Tinto y Odiel
Le explicaba Nasila que esos cerros que se adivinaban desde la cima, a derecha e
izquierda, casi conformando una corona para la ciudad, los lugareños los conocían como «los
cabezos». Estaban en el cabezo de la Joya, y a su lado el cabezo Roma, y así hasta siete. En alguna
ocasión se había comparado a Huelva con la ciudad de las siete colinas por excelencia.
»Imagínate que aquí donde estamos, borrando de tu vista todo tipo de construcción,
vieras una extensa vega flanqueada por los ríos Luxia y Urium, y a nuestra espalda, el delta que
formaban esos dos ríos para entregar al Atlántico toda esa fuente de vida recogida desde tierras
más altas.
»Imagínate que aquí donde estamos Ir Baal, el hijo secreto de Abi Baal, construyó una
fortaleza que albergaba el palacio dedicado a su amada Edereta y un templo en honor de la diosa
Astarté. Imagínatelo: Ir Baal y Edereta disfrutando de su decendencia, cuyo primogénito se
»Imagínate que al abrigo de esa gran fortaleza fue creciendo esta ciudad que ahora tienes
a tus pies.
—¿Ir Baal? ¿Jirval? ¿Guirval? —se preguntaba en voz alta el coronel buscando respuestas
imposibles.
FIN
Nota
Esta es la lista de fragmentos literarios que aparecen en letra cursiva a lo largo de la novela, con
sus respectivos autores y las obras de donde se han extraído:
«…la momia que me apretaba la nuca con las manos y, sincronizada con la cópula, metió su
cabeza fría y sucia y vieja…»
«… juegan, matan, claridad, nada, nada, nada, nada, sonríe, vieja cabeza, chilla, pégale, no,
sangre, baba mala, se limpia, pega, borracho, viejo borracho, viejo borracho, puta, digo, ríe, ríe,
sonido, me encojo, viejo borracho, la ropa, salgo, la calle, la noche, una esquina, me inclino,
vomito, unas palmadas, unas palmadas en mi espalda, miro: la momia, sonríe…»
«…Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja
un sueño de media noche…»
«Pensé primero que acaso la momia podría tener, por una lógica, desconocida por mí, algún
derecho para yacer a mi lado…»
la armadura,
espaldar,
va cargado de amargura…»
dientes,
a parte
a dentelladas secas y
calientes…»
Miguel de Cervantes y Saavedra, «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» (capítulo 35,
primera parte)
«…No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio.»
Joan Manuel Serrat, «De vez en cuando la vida»
Miguel de Cervantes y Saavedra, «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» (inicio)