El Desierto Como Posibilidad Raul Zurita
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El desierto como posibilidad: Raúl Zurita y Hugo Mujica después del nihilismo
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All content following this page was uploaded by Mauricio Cheguhem Riani on 13 August 2020.
Resumen
“El desierto crece” afirma Nietzsche, pero ¿dónde está el desierto? Más allá de Chile o
Argentina el paisaje de las arenas ha cobrado un sentido ético y filosófico negativo a
instancias de la modernidad tardía. Öde (desierto) en alemán significa el vacío, la nada,
el nihilismo. Sin embargo, tras las ruinas de la modernidad podemos encontrar otra
posibilidad del desierto. Contraria a la tradición exegética se propone la desertificación
ya no como metáfora del nihilismo sino, en cambio, como una configuración de lo
posible tendiente a la vida, la esperanza y la escritura.
El presente análisis pretende estudiar los procesos de desertificación en la poesía de
Raúl Zurita y Hugo Mujica como clave para un recomenzar estético. Con la
intervención poética en Atacama (“Ni pena ni miedo”, 1993), Zurita pone en diálogo el
paisaje con la escritura de la memoria reciente en Chile. Por otra parte, el desierto
presenta en la poética de Hugo Mujica la posibilidad del destierro, del eremita, que sólo
allí, en las arenas del tiempo, encuentra el silencio. Por esta razón, en la poesía de Zurita
y Mujica no es suficiente la imagen de un desierto como final, como ocaso o noche; es
más bien un recomenzar desde las ruinas, un alba del desierto.
Palabras Clave:
Paisaje – Nihilismo – Desierto – Poesía Hispanoamericana – Hermenéutica
Abstract
“The deserts grow” says Nietzsche, but, where is the desert? Beyond Chile or Argentina
the landscape of sands has gained a negative ethical and philosophical sense at the
behest of late modernity. Öde (desert) in German means void, nothingness, nihilism.
Nevertheless, behind the ruins of modernity we can find other possibilities of the desert.
Contrary to the exegetical tradition, desertification is proposed no longer as a metaphor
for nihilism but, instead, as a configuration of the possible tending toward life, hope and
writing.
The present analysis means to study the process of desertification in the poetry of Raúl
Zurita and Hugo Mujica as a key to an aesthetic recommence. With the poetic
*Mag. Mauricio Cheguhem Riani. Candidato a Doctor en Filología por la Universidad de Salamanca.
1
Este artículo está hecho en el seno de ILICIA (Inscripciones literarias de la ciencia), nº FFI2017-83932-P,
a cuyo equipo de trabajo pertenece esta investigación. Correo electrónico: mauriche8@gmail.com.
Recibido el 18/3/2019. Aceptado el 13/5/2019.
intervention in Atacama (“Ni pena ni miedo”, 1993), Zurita puts into dialogue the
landscape with the writing of recent memory in Chile. On the other hand, the desert
presents in Hugo Mujica's poetics the possibility of exile, of the hermit, that only there,
in the sands of time, finds silence. Because of this, in Zurita’s and Mujica’s poetry it is
not enough the image of a desert as an ending, as dusk or night. It is rather a
recommence from the ruins, a dawn of the desert.
Key Words:
Landscape – Nihilism – Desert - Latinoamerican Poetry - Hermeneutics
1.
En la obra de Raúl Zurita y Hugo Mujica podemos comprobar aquella frase mítica
de Nietzsche: “el desierto crece” (Nietzsche, 2009: 355). La desertificación del paisaje
poético en ambas obras nos invita a reflexionar sobre la importancia de este fenómeno
desde una perspectiva poética, filosófica y material. Por paisaje entendemos
pensamiento, tal cual lo concibe Michel Collot: un espacio, una mirada, una imagen
(Collot, 2011: 17). Es decir, una acumulación de sentido, un encuentro semiótico,
hermenéutico, entre el poeta y la materia.1 Este trabajo pretende analizar
comparadamente el paisaje de las arenas entre los poetas latinoamericanos ya no sólo
como propagación del nihilismo sino más bien como resistencia, libertad y escritura.
Para ello, es necesario atender la dimensión histórica del desierto y su
configuración moderna. Nos referimos aquí a su posición marginal en el concierto de
los paisajes y su despertar tardío en los campos de la filosofía y la literatura. Puesto que
el desierto no es un fenómeno aislado en estas poéticas, requiere un análisis transversal
sobre las condiciones de este fenómeno desde una perspectiva estética.
Cabe apuntar que este paisaje no tiene mayor relevancia hasta entrado el siglo XIX.
Mientras que el bosque, la montaña y el jardín se remontan a la antigüedad, el desierto
ha estado relegado del campo cultural. Charles Baudelaire ya había apuntado sobre este
aspecto: “Nuestros paisajistas son excesivamente herbívoros. No se alimentan con gusto
de las ruinas, y, salvo a un pequeño número de hombres […] el cielo y el desierto los
espantan” (Baudelaire, 1996: 279).
Independientemente del despertar estético que anuncia Baudelaire para el desierto
(a instancias de la modernidad) es necesario señalar las inscripciones literarias de su
historia. Una vez más, el destino trágico que enfrenta dicha geografía ha sido relevante
para la recepción estética del siglo XIX. De tal manera que tanto en Oriente Medio
como en América Latina el desierto se romantiza al servicio de la conquista. La
fascinación por este escenario ha marcado la estética de Napoleón en el desierto (Max
Ernst), pero también en la literatura argentina del siglo XIX el desierto se vinculó a la
experiencia de lontananza, de infinito; en el Facundo y en el Martín Fierro tienen
improntas positivas.
Este principio negativo que detecta la literatura sobre el desierto se configura a
través del vacío material y la violencia. La disposición objetual del sujeto se traduce en
una conmoción estética; similar al concepto de lo sublime terrorífico en Kant,2 pero que
asume ahora las características de la violencia histórica, la desolación y la ruina. Por
eso, siglo más tarde, el desierto ya no es un escenario topográfico sino más bien el
sentido de un vacío. Por ejemplo, la exégesis de La tierra baldía de T.S. Eliot ha girado
en torno al nihilismo de la mentalidad europea. De tal manera que el poema se convierte
en metáfora de la “sequía espiritual” de la modernidad en pleno período de entre-
guerras. Aquí desierto se entiende como crisis, devastación o incluso como fin de lo
moderno.3
2.
3.
Ahora bien, en las obras de Raúl Zurita y Hugo Mujica podemos presenciar la
desertificación en correspondencia con algunos de los elementos anteriores, ya sean
negativos o positivos. En este paisaje, por tanto, se fragua la aniquilación, el nihilismo,
la muerte: las ruinas dolientes de Chile en el caso de Zurita, y el paisaje del vacío
místico en Hugo Mujica. De esta manera, la naturaleza deshabitada del desierto exige
una aproximación sobre las propias condiciones de las voces poéticas que despuntan del
paisaje vacío.
Primariamente, cabe mencionar la dimensión topográfica (einöde) del desierto en la
obra de Zurita. En su poética: mar, acantilado y desierto configuran la identidad chilena
en clave nacional. Así, en Los poemas muertos, el escritor defiende la geografía del país
austral frente al arte europeo. “Es un sueño y no: no esculpimos el Moisés ni la Pietà, no
nos fue dada la cúpula de San Pedro, pero están los Andes, la vastedad del Pacífico y los
glaciares, la visión del desierto de Atacama transportándose frente al océano” (Zurita,
2014: 42).
El posicionamiento de Zurita respecto al espacio central que ocupa la geografía en
la cultura, insinúa la relevancia del paisaje tanto en su obra como en la constitución del
arte chileno. En este sentido: montaña, océano y desierto no trazan solamente los límites
naturales del territorio sino muy especialmente su identidad. Por tanto, desde una
perspectiva histórica, país y paisaje modelan la fibra íntima de la cultura e identidad de
Chile.7
Conviene destacar, en este sentido, las similitudes y diferencias entre país y
paisaje. En palabras de Alain Roger “El país es, en cierto modo, el grado cero del
paisaje” (Roger, 2017: 23). ¿Pero qué sucede justamente en aquel paisaje que reina por
sobre todas las cosas la nada? En definitiva, ¿cuál es el lugar del desierto? Al respecto,
Roger apunta: “lo que yo llamo el grado cero del paisaje, en este caso, el país más
ingrato, inhóspito y abandonado, salvo por los nómades y por algunos locos eremitas.
Chantal Dagron y Mohamed Kacimi han descrito magníficamente la repulsión que […]
se ha sentido por el desierto” (Roger, 2017: 115).
En concordancia con la evolución belicista del paisaje de las arenas en la
modernidad tardía, la geografía del Atacama se convierte en escenario histórico y
literario de la última dictadura militar. Por tanto, el desierto se ajusta aquí al wüste de
Nietzsche; “en el cual a causa de su sequedad o extremas temperaturas de calor y frío
sólo una vegetación muy especial y resistente puede sobrevivir” (Royo, 2008: 2). De
este modo, país y paisaje se anudan en el desierto como “zona de dolor”.8 Por tanto, el
desierto es, en definitiva, el grado 0 de país; es decir, el espacio más ingrato, inhóspito y
violento de la geografía chilena. De tal manera que la obra de Zurita está atravesada por
el desierto de Atacama en tanto öde o nihilismo, pero también como wildnis y, por lo
tanto, escenario de la barbarie civilizatoria. En Cuadernos de guerra el poeta lo ilustra
como territorio en disputa:
Poeta es, en esta clave, aquel vidente que percibe a través de las presencias,
la ausencia que las sostiene y las revela: la ausencia de la cual toda
presencia es testimonio. Poeta es, en definitiva, el auscultante que escucha
en y a través de las palabras que dice, el silencio que las dice y en ellas se
dice. Frente a la metafísica, al «peligro de los peligros», Heidegger hace
suyas las palabras de Hölderlin, Heidegger hace suya la misma esperanza:
«Cercano, difícil de captar es el dios. Pero donde abunda el peligro, crece lo
que salva» (Mujica, 1987: 37).
Por esta razón, el vacío territorial ya no es percibido como öde o einöde, sino
justamente como einsamkeit: retiro espiritual en clave mística. En este sentido, Hugo
Mujica, heredero de la teología de la negatividad (Meister Eckhart, San Juan de la Cruz,
Angelus Silesius), contempla el desierto como la posibilidad del vacío teológico en
connotación positiva. Así, el pensamiento apofático que atraviesa su literatura colisiona
directamente con los principios racionales y lógicos de la modernidad.16 La
incognoscibilidad de dios se palpa, por tanto, en la arena del desierto: “(Alquimia del
desierto de la fe, en fe en el desierto. / Pasaje de la ausencia de fe, a la fe en la
ausencia)” (Mujica, 2014: 563).
Finalmente, cabe destacar las implicancias teológicas de esta desertificación como
paisaje de un “dios ausente”. Hay que estar vacío (internamente) para poder recibir el
dios desconocido que cobra imagen con la representación de Dionisos.17 “En el desierto
el hombre enfrenta lo otro: nada” (Mujica, 2014: 561). Para ilustrar mejor son
necesarias las palabras de Jürgen Habermas: “Simultáneamente, Heidegger toma de sus
modelos románticos, sobre todo de Hölderlin, la figura del pensamiento del dios
ausente, para poder entender el final de la metafísica como «consumación» y con ello
como infalible señal de un «nuevo comienzo»” (Habermas, 2012: 153). Podemos
asegurar, en este sentido, que el desierto se consolida como el paisaje de este dios
ausente: como consumación y comienzo de una nueva poética. Por esta razón, el paisaje
de las arenas es concebido por Mujica como destrucción, pero a su vez como
posibilidad mística y de escritura.
5.
Como afirma Amelia Gamoneda, “el espejismo es, en cierta manera, fruto de la
crueldad del desierto; una crueldad que niega a los ojos lo que estos pretenden”
(Gamoneda, 1989: 60). De este modo, el horizonte de Zurita se ve manipulado por una
conciencia de la desesperanza. El infinito, por tanto, atiende a la crueldad de un
horizonte invencible donde sólo una clase de supervivientes puede enfrentarlo (wüste).
El ejemplo de “Ni pena ni miedo” ilumina una nueva clase de mensaje en sintonía con
la memoria y supervivencia de un espacio infinito:
Por otra parte, en Hugo Mujica el horizonte está preñado por la mística del dios
ausente a partir de las imágenes del vacío. Contrario a la esperanza/espejismo de Zurita,
la poética del argentino se asienta sobre lo desfondado del horizonte, sobre la aceptación
mística del vacío interno: “Toda situación límite se fundamenta en el derrumbe de los
límites: es su desfundamentarse” (Mujica, 2014: 560). Por ello, la infinitud del paisaje
no implica una prisión, sino más bien la potencia de su libertad: “Sin techo ni umbrales,
sin apoyos ni espejos / lo opuesto a lo limitado es lo ilimitado, lo abierto” (Mujica,
2014: 561)
Esta apertura filosófica de Mujica está sujeta por el pensamiento apofático de la
teología de la negatividad (Meister Eckhart) que encuentra en el desierto su radicalidad
poética. Por tanto, Mujica no celebra tan sólo el barrido metafísico de Occidente a partir
de las palabras de Nietzsche, sino que encuentra en el pensamiento meditativo la fuente
de su conocimiento poético y místico. La desertificación atiende, por tanto, a la
incapacidad por nombrar aquello que es, por definición, incognoscible. Así, la poesía de
Mujica pendula entre la experiencia mística y la negación de toda forma gnoseológica.
Puesto que no hay -como afirma el poeta- mayor fe que la fe sin esperanza, es decir: la
fe del desierto. “El desierto es una apuesta, un brinco: una esperanza sin fe” (Mujica,
2014: 565).
Aún más, la poesía del argentino, deudora de la metafísica de Heidegger, encuentra
en el horizonte del desierto el paisaje ontológico del silencio. En concordancia con la
negatividad del conocimiento teológico, la arena se convierte en metáfora de la palabra:
“imposibilidad de esculpir estatuas, de aferrar imágenes. Símbolos, aún palabras”
(Mujica, 2014: 562). Por esta razón, la poética del silencio se encuentra reflejada en la
arena en tanto materia inefable. De tal manera que el horizonte es la ausencia de
horizonte, sobre esta máxima se teje su pensamiento místico y poético. El silencio, por
tanto, es silencio del propio horizonte: su reposar infinito.
Por último, cabe destacar que el horizonte del desierto se configura como un largo
exilio. En Mujica, el desierto se consolida como einsamkeit: eremía. El exilio es en
verdad un vaciamiento interno en un paisaje donde reina lo abierto. Por tanto, el
horizonte infinito es en verdad la apertura infinita de un sujeto poético. Es la escucha,
como sugiere Heidegger, la piedra angular del desierto.
Finalmente, el vaciamiento del sujeto frente a dios, como podemos encontrar
recurrentemente en su obra, responde directamente a una carencia: tajo que se imprime
en la palabra poética ante la imposibilidad de decir aquello que es imposible. 22 “El
gesto supremamente humano: el abandono” (Mujica, 2014: 565). El pensamiento
teológico, por tanto, desciende a la propia materialidad de la palabra. El despojamiento
por conocer a dios se traduce en el despojamiento de la propia condición poética. Por
ello el desierto se interpreta como abandono, vacío y tajo que adquiere la presencia de
una asunción mística y de un silencio ontológico.
6. Conclusiones
Por último, cabe apuntar que el ascenso estético del desierto en el imaginario
cultural responde a su poder metafórico: desertificar es devastar, destruir. Los distintos
campos del saber y las artes han sido artífices de esta evolución, ya sea por cuestiones
éticas, metafísicas o estéticas. El desierto, como pensamiento-paisaje, se consagra como
territorio universal del öde: es la violencia (Zurita) y devastación de los principios
modernos (Mujica).
Sin embargo, mientras que para Zurita se concibe desde una perspectiva topográfica
y material, Mujica lo proyecta hacia la profundidad mística de lo íntimo. En ambos
casos, como es evidente, el desierto parte de una connotación negativa. En cambio, la
desertificación abandona aquí toda finitud y permite otro hollar de la mirada.
El estruendoso silencio del horizonte infinito abriéndose sobre el vacío evoluciona
hacia una disposición apofática o negativa de la palabra poética. Aún más, el arte
poético del desierto, en tanto refugio, soledad y eremía, recorre las vías de la memoria y
la mística en respectivos poetas. Por ello, desertificar el paisaje poético no es tan sólo
una aniquilación de la modernidad, sino la posibilidad de una escucha metafísica que
concilie el paisaje con la palabra poética. Como se certifica en la propia obra de
Nietzsche, en ambos casos no se trata ya del desierto como final, como ocaso o noche;
es más bien un recomenzar desde las ruinas, un alba del desierto.
Bibliografía