Cuatro Cosas Buenas
Cuatro Cosas Buenas
Cuatro Cosas Buenas
Summary
No se necesita que todo sea perfecto, sólo que haya suficientes cosas buenas. Severus tuvo
cuatro: una niña pelirroja, una pequeña salamandra de fuego, un extraño sangrepura y un
bebé de ojos verdes que no se preocupaba por si era "malo".
Notes
09.01. Cumpleaños de mi gruñón favorito de la saga. ¿Canon? No, gracias. Tal vez
comenzó siéndolo, pero luego lo torcí…literal y metafóricamente.
La luz titilaba de vez en cuando por la magia irritada y caótica que llenaba el aire. El niño se
encogió bajo la mesa, con los párpados apretados y las manos sobre las orejas. La puerta a la única
habitación de la casa se encontraba a unos pasos, frente a él. Después de que un par de objetos se
rompieron, las dos figuras dentro se movían de forma errática.
El niño intentó hacerse todavía más pequeño en el espacio bajo la mesa. No llores, se decía. No
llores. No grites. No llores. No grites. Silencio. Silencio. Silencio.
Pero justo en el momento en que el hombre se levantó y caminó hacia ella, para sostener el cabello
de la mujer entre los dedos y arrastrarla consigo, el niño recordó que a él también solía sujetarlo así
y entró en pánico. Ni siquiera supo que había emitido un débil sonido al envolverse con sus
propios brazos.
—¿Estás llorando, mocoso? ¿Acaso te he hecho algo para que empieces a llorar desde ahora...?
No se quedó a esperar lo que vendría después de esas palabras. Se escabulló por un lado de la mesa
y echó a correr hacia la salida. Gritó cuando su padre estuvo a punto de agarrarlo.
—¡Vuelve aquí!
—¡Severus!
Severus salió de la casa y atravesó la calle empedrada tan rápido como sus piernas le
permitían. Espera que se calmen, se repetía. Espera que se calmen. Se distraerán de nuevo. Espera
que se calmen, y no te verán a ti. Prefería mil veces cuando era tratado igual que una pared más.
No paró hasta haber abandonado el conjunto de casas a punto de caerse y entrar en un grupo de
calles más agradables a la vista. Las construcciones aún expandían el área residencial y había una
zona con césped y árboles en un costado. Severus caminó hacia allí y se tiró en el césped.
Respiró profundo varias veces e intentó ignorar el cosquilleo de las yemas de sus dedos. La magia.
Anochecía cuando regresó a la casa, arrastrando los pies. Su padre no estaba. Había algunos
fragmentos de vidrio en el suelo, pero no encontró ningún rastro de sangre, así que siguió
moviéndose y fingió no verlo.
Las luces estaban apagadas y su madre en la cama. Encendió sólo una, lo justo para moverse sin
tropezar. Luego escuchó uno de sus quejidos y se paralizó.
El niño carraspeó.
—Soy yo, mamá.
—Ah —Ella no sonó feliz. Agitó una mano, todavía tendida en el colchón—. Tráele a mamá la
poción de la botella azul, en el estante superior.
—Sí, mamá.
No era uno de sus peores momentos. Severus se dirigió a la cocina, utilizó un taburete para llegar
al estante más alto, y tomó el frasco. Cuando se lo llevó a su madre, que se bebió la mitad de un
trago, apenas recibió un débil pellizco en el dorso de la mano y un "vete de aquí". Después ella se
giró y se echó a dormir.
Severus regresó el frasco a medio vaciar a su puesto y sacó el taburete de la cocina. En la casa de
nuevo silenciosa, buscó la escoba y una pala y comenzó a recoger los vidrios rotos y otros objetos
que fueron arrojados antes. Tuvo especial cuidado de no cortarse, porque quedaban pocas pociones
medicinales en la casa, y podían necesitarlas más en otro momento.
Después de limpiar el desastre lo mejor que podía, volvió a la cocina y revisó la alacena. No había
mucho de dónde elegir, pero sacó un par de ingredientes que sus padres no extrañarían, y encendió
la hornilla.
Cocinó y comió solo. Luego limpió de nuevo para que pareciera que nadie había utilizado la
cocina ese día.
—0—
Los días de Severus Snape tenían pocas variaciones. Formaban un ciclo interminable, que por su
bien, con el tiempo, él determinó en tres "estados".
Frío. Los adultos en casa estaban de "buen" humor. Su madre había dejado algo para comer antes
de marcharse y su padre incluso podía llegar a darle una palmada en el hombro, sin intenciones de
tirarlo al suelo. No eran comunes.
Tibio. Los más usuales. Era poco más relevante que una pared. Caminaba directo desde la escuela
a la casa, se preparaba torpemente su almuerzo, y se escabullía a una zona del techo que iba a ceder
en cualquier momento, para hacer su tarea mientras comía y veía a la gente de la calle y al cielo.
Soñaba con volar en escoba un día, como otros niños magos.
Cuando cualquiera de sus padres aparecía, era tarde y no se molestaban en buscarlo. A veces,
Severus salía y paseaba por las zonas que aún no estaban pobladas durante largas horas, y ellos no
lo notarían, porque regresaba a la casa a través de una ventana que tenía las rejas sueltas.
Severus se hacía una vaga idea de qué podía molestarlos. Cierto tono de voz, cierta mirada, tal
comentario, una actitud. Reconocía el sonido de sus pasos, el humor en que estaban sólo con
moverse por la casa. Sabía si sería uno de esos días desde el instante en que la llave giraba en la
puerta; cuando se abría con demasiada brusquedad, cuando la puerta se estampaba en el marco,
Severus temblaba.
Su madre pensaba que era culpa del niño que tenían en casa.
Así, Severus creció solo. Si no entendía un tema de la escuela, visitaba la biblioteca pública. Si se
lastimaba, buscaba en el kit de primeros auxilios. Si se aburría, se escapaba. Si necesitaba huir, se
escondía.
Al principio, cuando se dio cuenta de su magia, quiso correr hacia sus padres para mostrarles.
Decirles "miren lo que hago", decirles "puedo hacer esto, puedo hacer algo". Pero no funcionó.
—Para de hacer tus cosas extrañas —gruñó su padre un par de veces—, tienes el mismo nivel
mediocre que tu madre, sigue su ejemplo y deja esa tontería de la magia.
—No molestes —respondía su madre, ahuyentándolo mediante gestos—, la magia nunca trae nada
bueno.
Entonces, con el tiempo, Severus dejó de enseñarles, sin importar si era un día frío, tibio o
caliente.
—0—
Tenía nueve años cuando aprendió a mover hojas que caían de las ramas. Alzaba los brazos por
encima de su cabeza y sus dedos jugaban con el aire. La magia era una corriente agradable, lo más
cercano que conocía a un arrullo, que se extendía por su cuerpo y empujaba esas hojas en las
direcciones en que él lo deseaba.
Severus había practicado mucho para lograr esto. No era una casualidad. Esos segundos de poder,
esos momentos de lograr algo por su cuenta, eran lo mejor de sus días. No la aburrida escuela, no
la casa de la que quería escapar. Sólo él, sus manos, la magia y hojas que levitaban de un lado a
otro.
Se sentía especial.
—¡Eres un fenómeno!
Las hojas cayeron sin control cuando sus manos vacilaron. El niño se estremeció de forma
desagradable al escuchar ese tono, ese grito. Esas palabras.
Severus caminó hacia el otro lado de la colina que ocupaba y se asomó por un costado del enorme
árbol que solía usar para jugar.
Una niña pelirroja avanzaba a zancadas hacia esa misma colina. Otra, un poco mayor y con el
rostro rojo por la rabia, era la que había hablado.
—¡No molestes, Petunia! —replicaba la más pequeña. El césped y las raíces de las flores se
movían y enredaban en sus pies, para soltarla después, a medida que avanzaba.
—¡Pues dile!
Cuando se acercó lo suficiente, Severus entró en pánico. Rodeó el árbol y se agachó lejos de su
campo de visión.
No se llevaba bien con otros niños. Los de la escuela eran gritones, tontos, no entendían de cosas
increíbles como la magia y se la pasaban diciendo que era raro. A las niñas sencillamente las
evitaba.
Lily, claro, se daría cuenta de que había alguien más cerca, después de un par de minutos
deambulando junto al árbol. Se asomó desde un costado y buscó a la otra figura que parecía
esconderse.
—¿Hola?
—0—
La siguiente vez que escuchó la discusión de ese par de niñas, entendió que a la mayor le
disgustaba la magia de la más pequeña, y se sintió especialmente irritado. No era diferente de sus
padres. Severus se agachó a un lado del árbol, tomó un puñado de hojas, y se concentró en
enviarlas hacia ella.
Petunia huyó, gritando que su hermana intentó asesinarla con hojas voladoras.
—0—
El día en que lo atrapó, Severus se alejó demasiado de su escondite, y consideraba lanzarle más
hojas a Petunia, cuando Lily lo vio.
Para mantener su dignidad, nunca le hablaría a nadie de cómo corría colina abajo, perseguido por
una niña que le preguntaba su nombre y qué hacía ahí.
Severus sentía que debía escapar más rápido mientras ella más elevase la voz. Era instintivo.
—0—
Como Lily Evans ya era consciente de su existencia, una tarde en que Severus quería jugar con las
hojas, una niña pelirroja irrumpió en su "lugar pacífico", y lo saludó.
Ella debió notar que algo andaba mal, ya fuese por su rostro, o porque aún no le respondía.
—¿Eres mudo? —Lily adoptó una expresión pensativa—. ¿Sordo? ¿Lees mis labios? Mamá me
enseñó lenguaje de señas…
A continuación, la niña utilizó señas para saludarlo y decirle su nombre y edad. Sonreía y lucía
feliz de poder "comunicarse" con él.
—¿Tú eres el que le lanza hojas voladoras a Petunia? Porque es algo increíble —La niña se rio.
En su cabeza, Severus entendía el significado del término "increíble". Lo que no comprendía era
cómo lo aplicaba a él.
—¿Lo es?
Desde que comenzó a jugar con hojas, asumió que sólo disfrutaba de esos "trucos tontos" porque
era un "estúpido", como tanto le gustaba recalcar a sus padres cuando intentó hablarles de la
magia.
Pero la niña frente a él no parecía tonta, ni lo decía en broma. Y también le agradaron. Eso era
extraño.
—Claro que sí —Lily asintió sin dudar—, quisiera hacer algo así- ¡pero sólo consigo que las cosas
exploten! Y eso molesta mucho a Petunia…
—Ah.
La buen noticia era que a la niña no le importaba que Severus no tuviese idea de cómo llevar una
conversación normal. Ella llenaba el vacío por los dos.
—Sí, bueno, yo lo intenté, ¿sabes? Pero acabé rompiendo una ventana de la escuela, entonces
cuando regresé a casa…
Lily Evans decidió que serían amigos. Él sólo estuvo ahí, pasmado, preguntándose por qué le
estaba hablando tanto y si debía empezar a responder (y en caso de que fuese un "sí", ¿qué debería
responder?).
—0—
Después de tomar una decisión, no había nada que frenase a Lily Evans. Cuando Severus todavía
no encontraba una forma de contestar antes de que ella ya hubiese cambiado de tema, Lily
regresaba al asunto anterior para esperar su respuesta. Si se animaba a explicarle de la magia, ella
lo escuchaba con atención, e intentaba jugar con las hojas y con él. Tenía un gran talento también.
Un día que estaba reticente, simplemente se arrojó sobre su espalda y lo tiró al suelo. Severus se
asustó. Lily se reía, hasta que vio su cara. Luego arrugó el entrecejo.
Severus había alzado los brazos para cubrirse la cabeza, sin pensar. Para Lily, cuando se sentó y lo
consideró bien, fue una postura demasiado defensiva.
—¿Qué hice?
La niña frunció más el ceño.
Severus se avergonzó.
Sólo no estaba acostumbrado. Lily quería ayudarlo a estar cómodo con los abrazos, pero tras varios
comentarios del niño diciendo que nadie lo abrazaría y que no quería, y por su actitud, entendió
que no sería bueno forzarlo.
Este proceso duró dos años. Para el momento en que hablaban sobre las cartas de Hogwarts que
recibieron ese mes, se encontraban tendidos uno al lado del otro, y Severus había tomado su
muñeca por iniciativa propia, para ayudarla a guiar el movimiento de una hoja que Lily levitaba.
La soltó después y siguió hablando. Ella estaba en una nube de felicidad, convencida de que
acababan de superar la fase de "amigos" y ahora eran "mejores amigos".
Severus no tenía la menor idea de la clase de pensamientos que ella tenía, así que sólo adoptó una
expresión pensativa cuando Lily se sentó en el césped y comenzó a gesticular deprisa.
—¡Hogwarts será muy divertido, Sev! Mejor que la escuela a la que vas ahora, ya vas a ver.
Estudiar magia no es como estudiar cosas aburridas…además, nos quedaremos allá. ¡No vas a tener
que ver a tus papás por varios meses! Puedes pasar navidad allá. No sé si te pueda acompañar. Voy
a preguntarle a mi mamá si te puedo acompañar, pero si no me dejan, te mandaré regalos igual- y
si alguien te molesta, yo…—Lily lo consideró un momento—. ¡Yo lo hechizo!
Lily lo apuntó con el índice, simulando que era su varita, y disparó con un sonido de "piu". Severus
apartó su mano.
—Será divertido —siguió diciendo ella, segura de esto—, le diremos a todos que eres el último
príncipe de una laaaaaaarga línea de magos, y luego todos querrán ser tus amigos y-
—Bueno, sí —Ella frunció el ceño—, pero mi mamá dice que es bueno tener más amigos.
Severus flexionó los brazos y los colocó bajo su cabeza, a manera de almohada.
—Los demás niños son malos y tontos, Lil.
Continuaba pensando en esto el día en que fue a comprar sus materiales. Tobías Snape sentía tanta
repulsión hacia la magia que no puso un pie en el Callejón Diagón. Después de mucha insistencia y
recordatorios de Severus de que necesitaba ir por sus útiles escolares, su madre lo dejó en la
entrada al Callejón, con una lista y una bolsa de sickles.
Fiel a su idea de "los niños son malos y tontos", Severus mantuvo su distancia de los otros
pequeños magos que deambulaban por la calle. Se escabulló entre varios grupos, observó los
letreros de las tiendas con una expresión compleja, y tuvo que contar las monedas para estar seguro
de que su madre le dio suficiente.
Los vendedores no encontraban extraño a un niño que quería pagar los útiles por su cuenta, pero sí
a uno que entraba, salía y andaba completamente solo. Un par de veces, Severus tuvo que hacer fila
detrás de una familia, y se encogía para pasar tan desapercibido como fuese posible.
Luego descartó la idea. Ni en su mejor humor habría resultado bien para cualquiera de ellos. Si
tenía que elegir a alguien para hacer las compras, hubiese preferido a Lily; ella lo esperó el mayor
tiempo posible, pero como su madre no le daba las monedas y él no podía ir a Gringotts solo, la
familia Evans acabó por pasar por allí antes y buscarlo todo.
A media tarde, Severus comprobó que ya tuviese lo necesario de su lista, examinó la bolsa vacía, y
pensó en cómo regresar a casa.
Ese día, un niño de once años se paró en una tienda de varitas y le preguntó a Ollivander si podía
usar su chimenea. Terminó saliendo en la sala de los Evans, recién conectada a la red flu, ya que la
de su casa fue destruida porque su padre no quería magos entrando y saliendo.
—0—
La mañana en el andén del que saldría su tren, Eileen Prince no lucía particularmente feliz, aunque
era un día casi frío. Apartó un mechón de Severus de su cara, le pellizcó el rostro, y le dijo que se
comportase bien.
—Aprende algo al menos —masculló, rodando los ojos—, aunque sea inútil en el mundo real.
Severus acababa de tomar su carrito y no pudo evitar dirigirle una mirada sorprendida. No esperaba
que hablasen del tema hasta noviembre, por lo mínimo.
Tragó en seco. Antes de que hubiese respondido, Eileen resopló y echó un vistazo al reloj del
andén.
—Después me avisarás, supongo. Vete ya —Lo hizo darse la vuelta y le asestó un manotazo para
empujarlo hacia adelante—. No, espera —Lo jaló hacia atrás de nuevo, presionó en su frente algo
similar a un beso brusco, y lo empujó otra vez—. Ahora sí, vete.
—Si eso quieres —Eileen arrastró las palabras—, pero a tu padre no le gustarán las lechuzas
entrando y saliendo.
Entonces no escribiré, pensó Severus, resignado. Alcanzó la pared que servía de pasaje y echó un
vistazo por encima del hombro.
Eileen tenía los brazos cruzados y una expresión de fastidio que parecía decirle "entra ya para que
pueda irme de aquí".
Severus sabía que no estaba a discusión. No era algo que tuviese derecho a pedir. Simplemente se
giró y empujó su carrito hacia adelante para atravesar el pasaje.
El andén mágico estaba lleno de familias. Sangrepura, mestizos, incluso muggles. Era un caos
bullicioso donde niños gritaban, madres lloraban, las personas se abrazaban. Severus se hizo tan
pequeño como podía y se coló entre los demás. El tren estaba ahí, esperando, pero él buscaba una
cabecita pelirroja de la única bruja a la que se animaba a hablarle.
Empezó a sentir pánico cuando no la encontró. Lily le dijo que lo buscaría también. Sin ella, tenía
la sensación de que el número de personas era demasiado grande, el andén muy pequeño, y él se
asfixiaba porque su garganta se estaba cerrando.
Esa línea de pensamiento se cortó enseguida. Una mano atrapó su brazo y lo hizo saltar.
Ojitos grises lo observaron desde abajo cuando se giró. Un ceño fruncido acompañó un puchero.
Era un niño uno o dos años menor que él.
—Sirius me dijo que viniera hacia acá mientras él se despedía, pero se fue hacia otra parte —siguió
quejándose el pequeño.
Por sus vagos conocimientos del mundo mágico al que no tuvo suficiente acceso, sospechaba que
se trataba de un descendiente de una familia sangrepura. Probablemente de las importantes. Esa
actitud de "haré pucheros hasta que me ayudes" no tenía otra explicación.
Se escuchó el primer pitido del tren. Severus lo apuntó.
Eso no es problema mío, pensó. Sacudió su mano, pero el niño continuó aferrado a él.
Severus se ablandó de forma inconsciente al oír esas palabras. A él tampoco le gustaban, podía
entender esto. Pero no se quedaría ahí quién sabe cuánto tiempo.
El niño estaba triste de que no lo acompañase a la banca, pero Severus prometió mirarlo hasta que
se hubiese sentado. Cada pocos pasos, en medio de la multitud, su cabecita giraba y los ojos grises
regresaban a su posición para asegurarse de que seguía ahí.
Severus cumplió. Sólo cuando lo vio sentarse, exhaló con alivio, y subió al tren junto al segundo
llamado.
Se topó con Lily en el pasillo, preguntándole a unos niños de segundo si vieron a alguien con su
descripción. Apenas lo divisó, corrió hacia él preguntándole por qué tardó y hablando sobre
Petunia y su retraso por su culpa.
Cuando el tren partió, se percató de que el niño en la banca hablaba con un elfo doméstico y dos
magos adultos. Luego se Aparecieron. Severus no volvió a pensar en eso.
—0—
Hogwarts no fue el lugar agradable y tranquilo que él deseaba. Después de una llegada
impresionante y de estar aturdido por el tamaño, la gloria, la magia, fue enviado a Slytherin.
Lily lo saludó desde la mesa de Gryffindor, y él sólo pensó que estaba rodeado de personas que no
conocía, lo que era malo. Horrible, de hecho.
La Sala Común era helada, casi tanto como su casa durante el invierno. El calor de la chimenea no
sería suficiente, a menos que se metiese en el fuego. Los dormitorios eran mejores. Los sangrepura
se conocían entre sí desde antes, y pronto Severus pensó que no tenía nada de que hablarles que
pudiese interesarles.
Jamás estuvo tan irritado porque su madre no le hubiese enseñado más del mundo mágico.
Las primeras clases estuvieron bien. El siguiente problema, como ya sabía que sucedería, eran los
niños "malos y tontos".
—Yo los llevo —Severus maniobró para sostener los libros de ambos, de manera que ninguno se le
cayese—, tú empujarás la puerta cuando lleguemos al salón…
—Me quedo con este —Lily mantuvo uno en su mano y se lo mostró. Luego lo tocó con la varita,
pero nada sucedió—. Tengo que aprender a levitarlos, así no los tendremos que cargar, Sev.
Antes de que terminase de hablar, dos niños gritando se abrieron paso en medio de ellos,
empujando a un lado a Severus. Los libros cayeron al suelo. Uno siguió corriendo, riéndose, y el
otro giró para echarles un vistazo, pero no se detuvo.
—Niños —Severus resopló—, tienen el cerebro del tamaño de un maní, Lil, ¿ves lo que te digo?
—¿Un maní? ¿No es eso demasiado grande? —Lily se rio y le tocó la frente con la palma—. Por lo
menos, tú eres listo. Vamos, se nos hace tarde, ignora a Potter y a Black, son unos tontos.
—0—
Uno de los rasgos favoritos de Severus sobre Hogwarts fue la comida. Nunca tuvo platos tan
grandes al frente, ni tantas opciones, ni podía elegir lo que quisiera en casa. Cuando se quedó en el
colegio por las vacaciones de diciembre, descubrió que el banquete de navidad era incluso mejor
que el de Halloween.
Uno era más impresionante que el otro, aunque no podía decidir cuál. Igual de brillantes, igual de
fascinantes, rodeados de un aura elegante y grácil.
Lucius Malfoy curioseaba por encima de su hombro y Narcissa Black le decía que no fuese a
fastidiar a niños de primero.
—Eres más maduro que esto, Lucius —El tono de Narcissa parecía decirle un "más te vale serlo".
—Sí, sí —Lucius le contestó con un toque de diversión—, sólo vi que este es el niñito de la poción
de espejo.
—¿Es él? —Narcissa se inclinó por encima de su otro hombro. El cabello rubio de ambos llenó el
campo de visión de un aturdido Severus.
Unas semanas atrás, vencido por la curiosidad, Severus siguió las instrucciones de un libro de
pociones que no correspondía a su año. El resultado fue un líquido que lucía como un espejo. El
profesor Slughorn lo felicitó, diciéndole que era una poción compleja de quinto año. Incluso si le
hubiese preguntado cómo lo logró, Severus estaba seguro de que fue casualidad, y no habría
podido darle una respuesta.
Esa noticia se extendió entre los Slytherin. Ravenclaw y Hufflepuff no se lo creyeron, y los
Gryffindor sólo lo ignoraron.
Lucius tomó asiento junto al niño de primero, con el porte digno de un estudiante de último año
nombrado el mejor de su clase.
—Lucius…—advirtió Narcissa.
Severus tosió al oír el término afectuoso al final de su oración. Lucius tenía fama de ser frío,
incluso desde el primer año. La única forma de que soltase algo semejante, en un tono suave, es
que se dirigiese a Narcissa.
No tenía idea de qué hacían tan cerca de él. Debió mirar a Lucius Malfoy por demasiado tiempo,
absorto en esas ideas, porque este comenzó a dirigir la conversación a los temas que le interesaban.
Fue una experiencia extraña, pero no del todo desagradable. Después de superar su barrera inicial
de silencio, Narcissa hizo preguntas sobre la cultura muggle que tan rara le resultaba, y Lucius le
explicaba acerca de la importancia de que destacase en una materia, como pociones, si tenía la
oportunidad.
—0—
El vuelo en escoba tampoco fue como se lo esperaba. Podría haber ido mejor, si los dos Gryffindor
idiotas no lo hubiesen tirado de la escoba cuando consiguió elevarse.
—¡Potter! ¡Black! —Lily estaba roja de rabia, mientras lo ayudaba a pararse—. ¡Son unos tontos!
Severus fue a parar a la enfermería con un esguince de muñeca, y se dio cuenta de que no valía la
pena escribirle a su madre para contárselo. La enfermera le dio comida, pociones, y lo dejó dormir
allí.
—0—
No estuvo mal. Eso era lo único que podía decir al respecto, porque todo dependía del enfoque que
le diese.
Comparado a estar en casa, Hogwarts era lo mejor que le había sucedido. El escape perfecto. La
biblioteca era enorme, le gustaba el laboratorio, Lucius Malfoy intentó instruirlo en cuanto a cómo
comportarse igual que un "Sly" en su tiempo libre de las rondas de Prefecto y estudiar para sus
ÉXTASIS. También pasaba más tiempo con Lily, y no había gritos histéricos de Petunia de por
medio.
Los niños malos y tontos seguían siendo niños malos y tontos. Severus no esperaba que cambiasen.
El día en que el expreso regresó al andén 9¾, Lily le dijo adiós después de escuchar que su madre
iría por él, y le prometió que se verían durante el verano en el lugar de siempre. Severus empujó su
carrito hacia los bancos y se sentó.
Esperó durante poco más de tres horas. El tren ya no estaba y el lugar se encontraba casi vacío
cuando Eileen fue por él. Tomó algunos mechones de su cabello, le levantó el rostro para
comprobar su estado, y bufó. Luego le dio una palmadita en la mejilla y le dijo que se moviese. No
se quería quedar cerca de los magos mucho tiempo.
Severus corrió detrás de su madre, con el carrito, para que no lo dejase allí.
Una vez que estuvo de regreso en casa, se dio cuenta de que más que "volver", se sentía como un
castigo. Se contentó con que podía releer el contenido de los libros de ese año, conocía más de la
magia, y vería a Lily en la colina, como de costumbre. Así, escondiéndose en armarios y bajo la
mesa, cocinando para comer a solas y saliendo de la casa cuando era necesario, consiguió llegar al
mes de agosto.
Recibió su lista, su bolsa de sickles, y fue dejado de nuevo en el Callejón Diagón. Pero estaba bien
con eso.
—0—
Durante el segundo año, los niños malos y tontos se convirtieron en niños malos y tontos que
podían ejecutar algunos hechizos simples. Esto resultó en Severus tropezando por una zancadilla,
empujado hacia las paredes, y en una ocasión, levitado de cabeza. Lily le lanzó
un escupebabosas a Sirius Black por eso último.
Severus se sentía más humillado cada vez que Lily lo ayudaba a levantarse o empezaba a
preguntarle si se lastimó. Sabía que no tenía malas intenciones, y era la única persona que lo
escuchó quejarse del dolor en un par de ocasiones, pero eso no quitaba que se considerase inútil.
Para evitar estas situaciones, Severus se recluía durante largos períodos de tiempo en la biblioteca,
o la Sala Común de Slytherin. A veces incluso deambulaba por el patio. Llevaba siempre un
cuaderno consigo, y Lily solía hacer algunas bromas al respecto, diciéndole que era un diario
adorable.
—Un…cuaderno de notas —El niño intentó replicar en un tono de obviedad y sólo le arrancó más
risas a su mejor amiga.
No era del todo incorrecto, aunque el término "diario" también debería ser aceptable. Severus
escribía sobre los hechizos que esos estúpidos que se hacían llamar Merodeadores utilizaban, para
revisarlos después en busca de una contramedida, anotaba nombres de pociones o conceptos que
llamaban su atención y no quería olvidar, e ideas que se perderían si esperaba a usarlas.
Ese cuaderno también vio las primeras notas sobre aquella persona.
Fue una mañana de sábado común y corriente. Lily acababa de pasar junto a la mesa de los
Slytherin para saludarlo y se marchó hacia la que le correspondía, Severus leía durante el
desayuno, y sólo cuando bajó el libro, se percató de que había un pastelillo a su lado. Tenía una
nota que decía que era para él, con la caligrafía estándar de una vuelapluma, y no lucía como los
que se ofrecían en el Gran Comedor.
Después de un rápido hechizo para comprobar que no era un "regalo" envenenado de parte de los
tontos Gryffindor, se lo comió. Era el pastelillo más delicioso que había probado en sus doce años
de vida.
Por la tarde, en la biblioteca, se lo mencionó a Lily, mientras empujaba el carrito y ella colocaba
encima los libros que usarían para conseguir referencias para las tareas pendientes.
—No fui yo —Lily arrugó el entrecejo, después de que le hubiese agradecido—, ¿no recuerdas lo
que pasó cuando intenté cocinar en el verano?
Sí, lo recordaba. Esa masa negra y pegajosa debió ser un flan. Severus jamás entendió cómo pudo
quedarle así, pero ya que Lily le explicó que era un intento de regalo para él, se lo comió de todos
modos. Los ingredientes eran valiosos.
Le suplicó a Lily que no volviese a cocinarle ningún "regalo" y ella formó pucheros, diciendo que
mejoraría con la práctica. Creyó que ya había pasado la "práctica".
Severus adoptó una expresión pensativa. Estaba seguro de que era para él; la nota tenía su nombre.
No había otro con un nombre así.
De pronto, Lily se sobresaltó, bajó de un salto de la escalera a la que acababa de subir para llegar a
una repisa alta, y se acercó. Puso las manos en sus hombros y empezó a sacudir al confundido
Severus.
Severus la observó con un rostro en blanco que tenía escrito un "¿y eso qué?". Lily chasqueó la
lengua.
Por dentro, Severus comenzó a reírse de la idea tan ridícula que tuvo. Por fuera, tras superar el
shock, sólo retiró las manos de Lily de sus hombros con cuidado.
—No lo creo.
Por supuesto que Lily era Lily, y no había forma de sacar algo de su cabeza una vez que lo había
decidido. Se emocionó y empezó a hablarle de lo que debía hacer si había otro regalo, de quiénes
podían ser, según ella, de cómo reconocerla, y un montón de palabrería que Severus decidió
catalogar en su cajón mental de "absurdo".
Nadie perdería el tiempo dándole un regalo en secreto a él. Quizás fue un error. Tal vez un elfo lo
olvidó allí.
Sin embargo, por la noche, lo recordó y escribió una nota al pie de la página con fecha de ese día.
En San Valentín, siguiendo la convicción firme de Lily, apareció otro. En esa ocasión, lo guardó
para mostrárselo cuando se encontrasen.
Pronto descubriría que fue un error. Lily se entusiasmó aún más al tener la "prueba" de la
"admiradora" de Severus.
—No fue hecho por los elfos de la cocina —indicó, tras examinarlo bien—, así que puede que lo
haga ella, ¿no sería lindo? La verdad es que está muy bien, se parece a los que hace mi mamá los
fines de semana…
Severus se rindió y prefirió comérselo. Lily lo observaba con emoción mal disimulada.
—Deberías preguntar por ahí quién es.
—¡Para agradecerle! Sev, tú no lo entiendes —Lily comenzó a gesticular deprisa—, pero para
algunas chicas, admitir que les gusta un chico, puede ser muy vergonzoso, entonces esto es algo
muy valiente…
—Lil, a menos que sea de Mulciber o Avery…—Negó—. No tengo una admiradora secreta.
—Sí la tienes.
—No.
—Que sí.
—Que no.
—¡Sí!
—Hoy, Potter y Black recibieron cartas —explicó, colocando las manos en su cadera—. Si a esos
dos bobos los quieren, a ti te deberían querer el doble. No- ¡el triple!
Como Severus se limitó a darle una mirada escéptica que encerraba un "sabes que no funciona así",
Lily formó pucheros, y enganchó un brazo a uno de los suyos para arrastrarlo con ella.
—Te haré otro flan, le pediré la cocina prestada a los elfos, entonces veremos cómo reaccionan las
demás chicas del salón y…
—Por favor —Severus lloriqueó al pensar en el dolor de estómago de día y medio—, no. No
gastes ingredientes y dañes la cocina de los pobres elfos con eso…
—¡¿Cómo que dañarles la cocina?! Sólo necesito práctica, ¡un poco de práctica y…!
La buena noticia fue que pudo hacer que se olvidase de la idea, ya que no hubo más pastelillos
durante ese año escolar. Severus no supo quién se los dejaba, y no aparecieron más notas al
respecto en el cuaderno durante esos meses.
—0—
El tercer año comenzó de una forma desagradable. Su madre había enfermado antes de que él
regresase a Hogwarts, el dinero escaseaba y nadie más que Eileen podía cambiar la moneda
muggle por sickles.
Cuando le insinuó a su padre que podría necesitar que fuese con él al banco mágico, Tobías arrojó
una botella a los pies de Severus, que se partió al entrar en contacto con el suelo, y ahí acabó la
discusión.
Apenas su padre se fue, Severus fue por la escoba y la pala para recoger los pedazos de cristal y
echarlos a la basura. Seguía en esto en el momento en que la voz de su madre lo llamó desde el
cuarto.
Una Eileen enferma era una Eileen malhumorada. Las ojeras abarcaban la mayor parte de su rostro,
su piel estaba más pálida, y su boca formaba un rictus de desprecio. Le pidió a Severus que se
acercase a la cama y lo sorprendió dándole un pellizco al dorso de su mano.
—¿Cómo se te ocurre hablarle de ir al banco mágico contigo? ¿Estás loco? A tu padre no le gusta
la magia.
—¿Hay algo que le guste? —replicó Severus, más concentrado en rozar la zona recién lastimada
que en sus palabras.
Y un tercer golpe por quejarse del anterior. Luego su madre se tendió de nuevo, cruzada de brazos.
Se demoró en hablar.
—En la cocina, junto al armario, hay una tabla suelta. Sácala y tráeme la caja.
No hizo preguntas. Tenía que moverse mientras su madre aún estuviese de un humor relativamente
mejor.
Severus llegó a la cocina, comprobó la tabla suelta, y al levantarla, descubrió la caja. Era una
común caja de zapatos, con un peso impresionante. Regresó al cuarto sosteniéndola.
Eileen la puso en su regazo y la examinó con una expresión irritada. Severus quedó maravillado.
Las pocas monedas doradas sólo podían ser galeones. No había tenido uno tan cerca antes.
Además, tenía guardados allí un par de anillos, unos broches para cerrar la túnica, y una pluma que
podía adivinar que era costosa y especial sólo con un vistazo. Eileen ignoró todo esto y le lanzó las
monedas. Luego cerró la caja.
Ella le dirigió una mirada larga, como si quisiera comprobar que no la delataría fácilmente.
Después bufó.
Así, Severus consiguió un monto para administrarse y comprar los útiles. Sus peticiones surtieron
efecto en un par de locales y obtuvo buenos descuentos. Lo que le faltó era mínimo. Se aseguró de
ocultarlo en el baúl apenas llegó, y continuó esperando con ansias el día en que el expreso se iba.
Nadie lo acompañó. A pesar de que salió muy temprano, casi se pierde, y luego, en el andén, no
localizó a Lily.
Al despertar, Lily se encontraba a su lado, leyendo, y en el asiento frente a él, había un pastelillo.
—Estaba ahí cuando llegué —aclaró ella, de mala gana, porque no pudo ver quién los dejaba.
—0—
Durante el tercer año, una vez al mes, Severus encontraría otro pastelillo y agregaría una nota a su
cuaderno. Lily había usado un hechizo de rastreo en uno, sólo para que el resultado fuese que
quien lo dejó allí, no estaba en el colegio. Después se pasó un rato quejándose de que el hechizo no
servía.
En una oportunidad, Severus vio a un elfo doméstico dejarlo, cuando él recién despertaba de una
siesta no planeada en la biblioteca. Desapareció tan rápido que casi juró que era un sueño, pero lo
anotó en el cuaderno, de todos modos.
—0—
Para el cuarto año, su madre cada vez peor le dijo que tomase uno de los anillos de la caja
escondida en el suelo de la cocina. En el Callejón Diagón, se vendería al precio suficiente para que
pudiese comprar todos sus útiles y consiguiese un par de sickles de más.
Era una pieza hermosa de oro blanco, con un diseño complejo de flores en los lados, una corona, y
la palabra "Prince". El apellido de su madre. Severus no quería deshacerse de el.
—Bueno —Eileen se irritó al verlo tan aferrado al anillo—, lo vendes, o no tienes útiles, tú elige.
No aceptó que tomase nada más de la caja y Severus empeñó el anillo familiar en una tienda que
no le dio lo que valía, pero como era un niño, no podía saberlo. Lo que le importaba era tener
suficiente para los útiles.
Ese año, por primera vez, hizo sus compras con Lily. Había convencido a sus padres de que le
diesen el caldero y las monedas, y estos la esperarían en la heladería a determinada hora, mientras
ella corría de un lado a otro, arrastrando a un Severus que tenía tres años más de experiencia con
las compras que ella.
Fue divertido. Uno de esos momentos en que podía reírse y parar de pensar demasiado. Sólo chicos
comprando. No interesaban las razones.
El mayor inconveniente de ese año, y uno de los temas principales en sus notas en el cuaderno, fue
que se toparon con un grupo de Gryffindors idiotas en la librería, que hacían sus compras juntos.
A los catorce años, James decidió que le gustaba Lily. Lily decidió que James era demasiado
estúpido para considerarlo un ser humano.
Sirius Black decidió que esa opinión tan negativa de Lily, probablemente, era culpa de la constante
compañía de Severus.
—¿Para qué?
—Para mi entierro, después de que Potter y Black me hayan matado por ir de compras contigo.
No tenía idea de que dos Merodeadores estrenarían hechizos durante los próximos meses, como el
de la caída del cabello y el que hacía que la suela de los zapatos se resbalase en cualquier parte.
—0—
Cuarto año, por suerte, no fue sólo esquivar maldiciones y acabar en la enfermería, buscando otra
botella de poción para crecer el cabello. Cuando quiso investigar más sobre la familia de su madre,
descubrió que los Prince tenían cierta historia, y sus compañeros sangrepura en Slytherin fueron
más útiles que nunca.
A Lily no le agradaban, pero entendió que pasase tanto tiempo escuchando sus discursos
interminables cuando le explicó los motivos.
Así, Severus llenó las hojas de ese año con notas sobre costumbres sangrepura, conceptos de
pureza de sangre, contrahechizos, números de Aritmancia, y "otro pastelillo" cada vez que aparecía
uno. No vio de nuevo al elfo doméstico, pero los postres comenzaron a variar en sabor, y cuando
agregó al pie de página que los recibía, pronto notó que la dotación se hacía más común. De un
mes, pasó a tener uno cada dos semanas.
—0—
Fue el año en que todo cayó en picada. Cada cosa buena, cada cosa hermosa en su vida. Lo que
guardaba de forma más recelosa, se perdió.
Su madre murió en junio. No había nadie esperándolo en el andén, ni en casa. Severus regresó por
su cuenta, se preparó algo de comer con lo que encontró, desempacó, y se durmió en el colchón del
suelo.
Su padre llegó en la madrugada, tirando objetos al azar y apestando a alcohol. Severus prefirió
fingir que no lo notaba, y se escondió bajo las mantas. Probablemente porque no recordaba que era
el día de su regreso, se salvó durante esa noche.
El segundo golpe fue a mediados de agosto, cuando levantó la tabla del suelo para sacar la caja de
su madre.
Severus colocó la tabla en su sitio, se levantó, y caminó hacia el hombre que roncaba en el sillón
de la sala.
Parado frente a él, supo que nadie más podría haber tomado la caja. Tobías Snape no era sociable,
no invitaría a alguien a entrar, ni dejaría que toquen cosas relacionadas al mundo mágico.
Por primera vez, le pareció repulsivo. Sintió más rabia que miedo y quería saltar sobre él,
sostenerle el cuello, y apretar hasta que le hubiese dicho qué hizo con los tesoros de su familia, con
lo único que su madre le dejó, lo único, aparte de su magia, que le recordaba que no era igual a él.
Durante los próximos días, Severus aprovechó las largas horas solo para buscar por toda la casa
cualquier rastro de los tesoros de su madre, o dinero. Sacó sus ahorros de un par de knuts, odió no
poder comprarle el libro de poesía a Lily que quería darle por su cumpleaños, se ofreció a hacer
tareas menores para sus vecinos, y acabó cansado, todavía sin dinero para los útiles.
La calle en que vivían no era un buen lugar. No tenía preciosos jardines que mereciesen cuidados,
ni gente que pudiese costearlos. Si Severus se acercaba demasiado a la zona en que residían los
Evans, sólo conseguía miradas similares a la que le daba Petunia.
La siguiente vez que su padre cayó inconsciente en la sala, Severus se acercó despacio, lo llamó y
tocó con el pie, y comprobó que no había reacción. Luego se puso de cuclillas a su lado y le revisó
los bolsillos.
Seguramente sería más fácil convencer a un duende de Gringotts de cambiarle el dinero muggle,
teniendo quince años y llevando la varita de su madre como prueba de identidad.
Severus hizo esto en secreto varias veces durante el verano. En una ocasión, Tobías despertó y lo
tiró al suelo de un golpe, pero debió suponer que era un mal sueño, porque se arrastró hacia la
cama y se olvidó del chico.
Después de que su padre le hubiese quitado esa parte y se volviese más cauteloso con su dinero,
Severus contó lo que tenía, y descubrió que podía comprar gran parte de sus útiles. Se conformó
con eso.
Comprar con Lily fue lo mejor de su verano. Ella seguía insistiendo en que encontró un hechizo de
rastreo mejor para saber quién le enviaba pastelillos, que le prestaría los materiales que él no
pudiese comprar, y que debía dejar de poner cara de grumpy.
—No soy un grumpy —replicó Severus, ignorando de forma magistral el hecho de que Lily le
pinchase la mejilla con el dedo mientras lo oía.
—0—
Debido a esto, Severus estuvo aún más ocupado ese año. Se rodeaba de niños de mami y
papi sangrepuras que tenían pereza de realizar sus propias investigaciones y preferían arrojarle
sickles para obtener un resumen de su parte, vagos que se colocaban a su alrededor en los
exámenes para copiarse, elitistas de poco coeficiente intelectual, y unos pocos que casi le hicieron
recuperar la fe en los demás adolescentes.
Regulus poseía una habilidad innata para no seguir instrucciones en las pociones. Después de la
tercera explosión de su caldero, Severus comenzó a preguntarse si sería un problema mágico. O
mental. Siendo hermano de Sirius, no le sorprendería lo segundo.
Era curioso, porque Regulus tenía excelentes notas, relaciones cordiales con sus compañeros, e
incluso la coordinación suficiente para jugar de Buscador para el equipo de Quidditch de Slytherin.
Él jamás escuchó que un estudiante del año inferior tuviese tantos problemas en el laboratorio,
hasta que el mismo Regulus se le acercó vacilante, y le preguntó cuánto costaba una tutoría.
Severus no resolvió sus problemas con tutorías por tres razones simples.
Sus compañeros no tenían ganas de aprender. Él carecía de paciencia. Las monedas no valdrían el
estrés.
Sin embargo, Regulus se sentaba detrás del mesón, a escuchar cada palabra que saliese de su boca
como si fuese Merlín conversando sobre la magia, y realizaba notas en un pergamino. Era un
estudiante ejemplar.
Cuando otro caldero estallaba, Severus se quitaba la mezcla de encima de mal humor, y no tenía
oportunidad de soltar un "ah" audible, en medio de las disculpas del angustiado chico.
Regulus se aseguraba de que la mezcla no fuese a dañar nada, desaparecía el caldero antes de que
Slughorn pudiese descubrir lo que sucedía en su laboratorio cuando él deambulaba por ahí, y
utilizaba un pañuelo para ayudar a un irritado Severus a limpiarse.
Aceptaba cada queja con una facilidad sorprendente. Si esos desastres eran comunes, Severus
asumió que debía estar acostumbrado.
Precisamente por esto, intentó no ser tan duro. Después de una diatriba predecible, resoplaba varias
veces y se obligaba a regresar a una expresión más calmada.
Odiaba cuando su padre lo llamaba "inútil". No quería imitarlo. Todavía tenía un débil control
sobre eso en aquella época.
Regulus nunca se enojó por sus regaños, ni intentó excusar los accidentes que causaba. Le pagaba
por adelantado con un galeón a la vez y lo acompañaba al Gran Comedor cuando terminaban.
—0—
Lo que rebasó su límite sucedió alrededor de marzo o abril. Era difícil decirlo, porque Severus
luego arrancaría y destruiría las páginas de su cuaderno que hablaban de esto.
En una ocasión, James Potter estuvo a punto de fracturarle la muñeca, de nuevo, por un hechizo
que le salió un poco más fuerte de lo que pretendía. Lily se enojó tanto que le gritó que los enviaría
a la enfermería y que no volviese a hablarle, porque no toleraba a los idiotas abusivos.
Él no se lo tomó muy bien. En ese momento, por la vergüenza y la rabia, su objetivo regresó a
Severus. Sin Severus de por medio, ¿no se habría llevado mejor con Lily? Era una cuestión de
lógica para James. También estaba el otro idiota Gryffindor acostumbrado a solucionar su
aburrimiento probando hechizos en los Slytherin, y en uno, en particular, que apoyaba cada
decisión.
Así, una tarde en que Severus intentaba camuflarse con el entorno para regresar al castillo lo más
rápido posible, percibió unas presencias a su espalda.
Esos dos podían ser idiotas, pero también eran de los mejores estudiantes de su generación.
Severus estaba cargado de libros, con la varita en el bolsillo, y cuando los notó, el hechizo ya
viajaba hacia él.
No, no, no, no. Los libros se le cayeron y Severus ahogó un grito cuando notó que el mundo frente
a él se ponía de cabeza.
Ese hechizo. Había buscado tanto una contramedida para ese hechizo. Creía haber conseguido una
que podía funcionar, aunque no la pudo probar antes, y con el movimiento, la varita también
escapó de sus dedos y quedó en el suelo. No, no, no. Por favor, no. Severus extendió los brazos y
agitó los dedos, llamando a la varita, como solía hacer con las hojas de los árboles.
La varita se levantó algunos centímetros y cayó de nuevo. La frustración causó que su control
vacilase, por lo que la pieza no quiso obedecerlo de nuevo, a pesar de sus esfuerzos.
No prestó atención a las voces de Black y Potter, así que sólo descubrió lo que andaba mal cuando
otro hechizo le quitó los pantalones. Severus se alarmó y peleó con la prenda, todavía flotando
cabeza abajo, mientras sus ganas de huir y esconderse aumentaban.
No, no, no. El pico de la humillación fue reconocer la voz que los regañaba.
—¡James Potter!
Sirius tuvo que apartar a James del trayecto de una maldición. A Lily no le importó. Con el rostro
tan rojo como su cabello, avanzó hacia ellos dando zancadas, con la varita en alto y la punta
revelando el brillo de otro hechizo que pensaba destinar a ese par de Gryffindor.
—¡Ven aquí! ¡Ven aquí, Potter! ¡Te dije que detuvieses esto!
Ni siquiera cuando su padre lo agarraba del cabello y presionaba su cara contra el suelo, dándole
una amenaza tras otra, se había sentido tan humillado. Lily se fijó en él por un instante y Severus
sólo quería gritar "¡vete! ¡No me veas!".
—Evans, esto es sólo un jueguito que tenemos con Snivellus, tú no puedes entender…
—¿Qué te parece si te pongo cabeza abajo y te quito los pantalones en pleno patio, Black?
¿Estaremos jugando? Bájalo, Potter. ¡Ahora!
La mirada de James Potter en él era de odio absoluto. Si hubiese sido al revés, estaba seguro de que
Lily no lo habría defendido con tanta insistencia, y no mostró ninguna intención de bajarlo.
¿Qué te hice?
Desde que se conocieron en el tren, esos dos decidieron que era un buen objetivo para molestar.
¿Por qué? ¿Porque le daban miedo los sitios llenos de gente? ¿Porque tenía problemas para hablar
con otras personas? ¿Por su aspecto?
¿Era su culpa?
¿Qué hizo?
—¡Ya vete!
Tres cabezas se giraron hacia él, sus rostros mostrando diferentes grados de sorpresa.
Si Severus supiese cómo llorar, si sus padres no hubiesen presionado una y otra vez desde que era
un niño cuando lo hacía, a tal punto de que ya no sabía de qué manera dejar escapar las lágrimas,
en ese momento, Severus habría estado sollozando, y habría sido sencillo entender que lo que en
realidad quería era ayuda. Ser sacado de ahí.
Ser sacado de cualquier lugar en que las personas actuaban así y él no podía entender por qué.
—¡Vete!
Bájame, Lily.
Potter lo tiró al suelo y Severus ahogó un quejido por el golpe que recibió. Antes de que pudiese
recuperarse, James ya estaba listo para atacarlo, gritando.
—¡¿Cómo la llamaste…?!
Sino hubiese sido porque Lily empujó su brazo, el rayo rojo le habría dado a un asustado Severus
que intentaba fundirse con el césped, mientras buscaba su varita por el piso.
—¡Te llamó…!
—¡Los dos son iguales! —replicó Lily, después de mirar al uno al otro—. ¡Son igual de horribles!
Lily se alejó tan rápidamente como llegó. James la siguió corriendo, y Severus entró en pánico.
Justo un instante atrás, la mirada que le echó, fue todavía peor que la humillación de Potter. Los
argumentos, las disculpas, se mezclaban en su cabeza, y las palabras se le atascaban en la garganta.
Al levantar la cabeza, se percató de que todavía tenía que lidiar con Sirius Black.
Si a nadie más le importaba, habría sido ingenuo pensar que algún estudiante o profesor se
acercaría a ayudar.
—0—
Severus tenía un secreto que nadie en el colegio debía conocer. Sabía dónde quedaba la entrada a
la Sala Común de Gryffindor. Lily se lo dijo; ese era el grado de confianza que le tenía.
Esa misma noche, Severus la esperó afuera de la entrada, y cuando pensó en esto, se sintió aún más
culpable y sólo quiso golpear su cabeza contra un muro. Tal vez así se arreglase lo que andaba mal
en él.
Lily no lució sorprendida de que la hubiese buscado, pero apretó los labios, formó puños con las
manos, e intentó pasarle por un lado. Severus tuvo que meterse en su camino para frenarla.
—Lo siento, lo siento, lo siento, Lil, sé que estás molesta, tienes derecho a estar molesta, lo siento,
yo no-
—¿Por qué te estás disculpando exactamente? —Lily se cruzó de brazos y le dedicó una mirada
seca, que hasta entonces, sólo le daba a Potter y Black cuando lo fastidiaban.
Severus se encogió bajo esos ojos verdes e iracundos, reconociendo lo grave que fue su error.
—Te llamé de una forma horrible, y lo siento, no- yo no- tú sólo estabas ayudándome como
siempre y yo-
Severus asintió dos veces, con una expresión culpable. No me odies, continuaba pensando. Por
favor, por favor, no me odies.
—Me humillaste —Lily avanzó un paso, la misma distancia que él retrocedió sin pensar— me
despreciaste frente a todos los que estaban en el patio cuando intentaba ayudarte- ¡lo habría
esperado de cualquiera, menos de ti!
Yo quería que te fueras. Yo no quería que me vieras así, porque has sido la única persona que se
preocupa por mí, y siempre tienes que estar ayudándome. Salvándome.
Y él completamente inútil.
—¡Ese es el problema! —replicó Lily—. ¡No lo pensaste! ¡No tuviste que hacerlo! Sabes lo que
significa- no me importa, Severus, que me llamen así, no me importa que haya sangrepuras
estúpidos que piensan que su linaje los hace superiores, me importa que se están reuniendo las
personas que creen eso, que han lastimado a hijos de muggles sólo por esa razón, ¡y tú te la pasas
con esas personas! ¡Te la pasas con sus familias, te la pasas con chicos que quieren ser así, hacer
eso! ¡No tuviste que pensarlo, porque es algo que tú también crees!
Severus se sintió en el fondo de un pozo. Cada palabra lo hundía más y cerraba la única abertura en
la parte superior.
—No- yo-
—¡Te he oído decirle "sangresucia" a otros hijos de muggles! ¡He oído lo que dicen tus "amigos"!
¡Nunca les dijiste nada al respecto!
—¿Y cuál es la diferencia entre otros hijos de muggles y yo? —Lily volvió a avanzar y él siguió
alejándose, sin entender cómo la situación se le escapaba de las manos—. ¡Dime! ¿Cuál se supone
que es la diferencia?
—Pero ya lo hiciste.
Cuando Lily dejó caer los hombros, ya no sonaba enojada, sólo exhausta.
—Tú siempre has querido ser un sangrepura, bien —Lily meneó la cabeza—, felicidades. Actúas
igual que uno, Sev.
—Perdóname.
Lily lo meditó un momento, con el ceño fruncido y los brazos todavía alrededor de sí misma.
Después sacudió la cabeza. Severus se sintió peor que con cualquiera de los hechizos o golpes que
había recibido en su vida.
—Perdón, yo-
—No quiero estar cerca de una persona que piensa como tú, Sev. Lo siento —Cuando levantó la
cabeza y se concentró en él, estaba decidida—, no creo que haya una diferencia entre otros hijos de
muggles o yo, sólo porque sea tu amiga. Yo…no quiero ser amiga de alguien que piensa así de lo
que soy.
Incluso después de que Lily hubiese entrado a la Sala Común de Gryffindor, Severus todavía
estuvo parado allí por largo rato, con los brazos colgándole a los costados y una expresión aturdida.
Cuando reaccionó, se dio cuenta de algo. Había estado durante mucho tiempo aferrándose a la
única cuerda que tenía.
—0—
Severus se sentó frente a la chimenea inútil de la Sala Común de Slytherin, envuelto en una manta
delgada, con un cuaderno y una pluma que no tocó, y analizó la situación.
Él nunca esperó que alguien lo tratase bien, para empezar. No tenía la menor esperanza de que
sucediese de nuevo. En su mundo, una persona que se preocupaba, que ayudaba, era un tesoro
extraño e imposible de hallar.
De cualquier manera, ¿no habría sido ese un final predecible? Severus se regañó a sí mismo
diciéndose esto. No había ninguna razón para que otra persona fuese buena con él.
Su madre decía que la magia no traía nada bueno, pero creía que se había equivocado. Los muggles
eran los que no traían nada bueno.
Los vecinos, las personas de su calle, siempre conscientes de lo que sucedía en su casa, siempre
ignorando los gritos que provenían de allí, los golpes del niño que veían huyendo de allí, sus
peticiones de ayuda. Esos también eran muggles.
Severus puso sus ojos en el fuego y repasó sus quince años de vida, lentamente. Desde el primer
recuerdo, una discusión de sus padres, hasta ese día.
Los golpes, las burlas, el tiempo deambulando solo. ¿Por qué creyó que sería diferente?
Mientras más lo pensaba, más resentimiento se acumulaba. Más odio, más rabia, más indignación.
No lo merecía.
Lo único que le hizo a sus padres fue nacer. Lo único que le hizo a sus compañeros de clase fue no
saber cómo hablar con otras personas.
Pero su padre repetía cada vez que podía que era un inútil y un estúpido.
Pero…
Cuando Severus llegó a esta fatídica conclusión, estaba cansado, y su ira se había convertido en
una piscina fría en su interior, sobre la que arrojar cada evento desagradable, cada noche ahogando
el llanto para no empeorar su situación.
Uno de sus compañeros se acercó para avisarle que ya pasaban de las once de la noche, pensando
que Severus no se había dado cuenta. Su respuesta fue inmediata y escueta.
Mulciber, acostumbrado a su mal humor, no lo tomó en serio y sólo decidió dejarlo ahí para que se
congelase durante la madrugada.
Severus continuó solo, contemplando el fuego. En cierto punto, se imaginó que lo sacaba de ahí.
Las llamas crecían, se movían por la Sala Común, y lo consumían todo. Cada centímetro. Seguirían
hacia el castillo y más allá, arrasando, destruyendo.
Disfrutar de esta fantasía le hizo pensar que no había nada rescatable en él. Y probablemente esa
fuese la razón por la que tenía ese tipo de vida.
Severus seguía sumido en esta clase de pensamientos cuando alguien tocó su hombro. Se apartó
por reflejo, con un gruñido.
Los ojos grises lo pusieron en guardia al instante. Aún temblaba al pensar en la última "broma" de
Black. Pero sólo era Regulus.
Estaba tan enfocado en su rabia contra el mundo, que no se dio cuenta de que todavía no se
cumplían dos semanas desde el último, ni que Regulus no tenía ninguna razón para estar a
medianoche en la Sala Común, diciéndole sobre un pastelillo que, tarde o temprano, él vería por sí
mismo.
—0—
Curiosamente, Potter paró de molestarlo poco después de ese evento. En su lugar, se dedicó a
perseguir a Lily, en un alarde de dignidad inexistente. Severus recordó que ya no podía hacer una
broma sobre su cerebro del tamaño de un maní con Lily, y su humor fue de mal en peor.
En esos días, odiaba Hogwarts tanto como su propia casa. No había nada bueno allí. No había nada
bueno en ninguna parte.
Continuó escuchando a los estúpidos sangrepura con sus aún más estúpidos discursos y planes a
futuro, recibiendo sickles por explicarles los temas para que rindiesen en sus exámenes, y
estudiando para sus propios TIMO's. De vez en cuando, en una tutoría, Regulus haría estallar otro
caldero, y él le diría que mejor se resignase a elegir una carrera que estuviese tan alejada de las
pociones como fuese posible. Quizás banquero.
Los pastelillos luego aparecieron cada semana, hasta el último día en Hogwarts. Al notar que no
desaparecieron a lo largo de esos meses, Severus se preguntó por qué, pero no pudo encontrar
ninguna respuesta.
Tomó el tren, se metió a un compartimiento lleno de Slytherin a los que ya aguantaba durante el
año escolar, y fingió estar dormido la mayor parte del tiempo.
—0—
Severus no estaba feliz de volver a Hogwarts para el sexto año, pero si tenía que elegir entre eso y
quedarse en casa con su padre, tenía claro que lo primero, al menos, ofrecía buena comida y libros
de magia.
El primer pastelillo del año llegó la misma noche del Banquete de Bienvenida. Severus lo anotó en
su cuaderno, se lo comió, y después se dedicó a leer sobre cómo se creaban los hechizos, en un
libro que consiguió en el peor sitio del Callejón Diagón. Era muy interesante.
Sexto año significaba materias de su elección, clases avanzadas, y por intervención de Lily durante
los meses anteriores, no ser molestado por Gryffindors idiotas.
Las tutorías con Regulus Black también continuaron. Severus no creía que pudiesen ocultarle por
mucho tiempo las explosiones a Slughorn.
Una tarde en que el humo de un caldero lo hizo toser con particular fuerza, Severus preparó dos
viales de una poción que desintoxicase sus pulmones, y se la bebieron en torno al mesón.
—En serio —masculló, entre dientes—, consíguete un trabajo en que jamás vuelvas a tocar un
caldero en tu vida.
Regulus sólo esbozó una sonrisita, detrás del frasco del que bebía. Severus le frunció el ceño.
—Lo sé —contestó Regulus, aunque sonaba demasiado divertido, y eso lo fastidió más.
—Te inventarían una sección con seis "x" para advertirle a todos del desastre que haces.
Regulus flexionó los codos, apoyó los brazos en la mesa ya limpia, y balanceó el frasco vacío en
sus manos. Parecía encantado. Severus no entendía por qué.
Severus murmuró algo en respuesta y él se inclinó hacia adelante, arqueando las cejas.
—¿Qué dijiste?
—Que los problemas mentales de los Black parecen genéticos —replicó Severus, muy seguro de
que podría lidiar con un estudiante menor si se enojaba, incluso si era uno tan talentoso.
Sin embargo, Regulus movió la cabeza en un gesto que sólo pudo ser interpretado como un "más o
menos".
—¿Nunca te molestas?
—¿Qué te hace creer eso? —Regulus apoyó la mejilla en su mano libre y actuó como si una plática
entre ellos, después de terminar la tutoría, fuese cosa de todos los días.
—Ayer te dije que un kelpie podría haber hecho un mejor Filtro de Paz, y tú sólo me respondiste
que los kelpies son criaturas muy listas.
—Si comparases mis habilidades con las de un kelpie, pondría una poción en tu comida durante la
cena —alegó Severus.
—Creo que mi enojo vale un poco más que eso, Severus. Lo reservo para cosas más…
impresionantes.
—¿Eres demasiado para mostrarte molesto frente a otras personas, o crees que nadie en el mundo
va a aguantar si te enojas?
Severus creía haber entendido un par de cosas sobre los sangrepuras en los últimos dos años. Su
necesidad de aparentar, de ocultarse, de deslumbrar a los demás. En la Sala Común de Slytherin,
era más duro un buen golpe en el ego de un sangrepura, que retarlo a un duelo.
Por eso, lo descolocó que Regulus se riese.
Se dio cuenta de que no lo había escuchado reír y la situación se tornó aún más extraña. Ya que los
sangrepura que conocía no actuaban así, llegó a una conclusión que lo resolvió todo.
—De verdad que no es eso —Regulus arrastró las palabras, junto a la media sonrisa en su rostro,
mientras sacudía la cabeza—. Qué ideas tan extrañas tienes.
Severus elevó una ceja. ¿Él era el extraño? Resopló y Regulus paró de reír; en su lugar, volvió a
inclinarse hacia adelante.
Algo desagradable se retorció en su pecho cuando escuchó el apodo. No se percató de que fruncía
el ceño, sólo sintió que se le quitaban las ganas de conversar, y la persona frente a él lo observaba
con atención, reparando en esas microexpresiones que Severus creía controlar.
—¿Mañana también?
—El viernes —Severus le contestó sin mirarlo, al tiempo que recogía sus cosas—, y practica un
poco, por lo que más quieras. Mi vida vale más que los galeones que te cobro por estas tardes.
Las charlas a las que estaba acostumbrado con otros Slytherin eran más bien unilaterales. Se
cuestionó por un rato qué sacó de esa experiencia, y terminó por descartarlo.
—0—
Ya que él siguió rechazando las invitaciones de Regulus al final de sus tutorías, un par de semanas
más tarde, el Slytherin decidió que, si no podía hacer que Severus fuese con él, traería eso a
Severus.
Sin embargo, su previsión fue inútil. Regulus revolvía con una varilla de cristal y el contenido
emitía un resplandor rojo que cambiaba las tonalidades de su rostro. Miró de reojo al aturdido
Severus, sacó la varilla del caldero, y sonrió.
Severus sintió que sucedía algo muy, muy extraño allí. Luego de ver del caldero al chico y
viceversa, tuvo un mal presentimiento.
—Me adelanté haciendo algo que quería ver —explicó Regulus, con aparente calma—. ¿Podemos
comenzar?
Después de sopesarlo un momento, Severus asintió y se colocó al otro lado de la mesa. Ignoraron
el caldero ya preparado durante su lección; Regulus actuaba como sino existiese, y Severus,
aunque miraba de vez en cuando hacia allí, no encontró una manera de sacar el tema.
Al menos, hasta que algo burbujeó dentro. Severus perdió el hilo de lo que decía, y un instante más
tarde, el caldero se balanceaba y el contenido rojo se movía.
Regulus lucía bastante satisfecho cuando lo observó acercarse por su cuenta para averiguar qué era.
—Si haces que nos maten, volveré como un fantasma sólo para arrastrar tu espíritu a…oh.
Hermoso. A pesar de que no era una palabra que utilizase con frecuencia, fue la única que pasó por
su cabeza.
—¿Cómo se llama?
No quería despegar sus ojos de la salamandra de fuego. Apenas medía unos centímetros, a lo
mucho superaría uno de sus dedos. Yacía sobre el líquido caliente de enorme parecido al fuego,
con su cuerpo que irradiaba calor propio.
Cuando era más pequeño y su padre aún no destruía su chimenea, veía criaturitas como esa
jugando en la madera que se quemaba. Siempre quiso que se quedasen para acompañarlo, así no
tendría que estar solo allí. Pero las salamandras nunca se quedaban.
La salamandra giró su cabecita y saltó hacia el borde del caldero. Severus casi chocó con su
compañero al sobresaltarse.
Hermosa. Hermosa. Severus la contempló por un rato, en silencio. Regulus lo veía a él.
—Puede estar durante seis horas fuera del fuego, mientras lo alimentes con pimienta —explicó
Regulus, su tono suave llenando el laboratorio—. Es un regalo…por aguantar que explote algo tres
veces por semana.
Él giró el rostro y se preparó para contestarle que esa era su naturaleza, cuando las palabras se
atascaron en su garganta.
Regulus parecía bastante seguro de lo que le dijo.
—¿La quieres tocar? —Regulus se acercó al caldero, varita en mano—. Si usas un hechizo
envolvente en tu mano, no te quemará. Además, Salazar es muy obediente y baja la temperatura de
su exterior cuando alguien quiere hacerle cariños…
Así, Severus Snape acarició una salamandra de fuego sin quemarse ni dejar de sentir su calor, y
adquirió una nueva mascota. Lo último fue casi accidental. Regulus simplemente se la dejó en el
caldero.
Incluso cuando sostenía las asas y veía a la pequeña salamandra, Severus se preguntaba qué
acababa de pasar.
—0—
Regulus pareció decidir que aceptar una salamandra doméstica de su parte, era similar a aceptar su
amistad, siguiendo alguna lógica incomprensible.
Las palabras comenzaron a fluir durante las horas de tutorías. Incluso cuando Severus intentaba
oponerse.
—Concéntrate —Severus le tocó la cabeza con su versión de El Profeta enrollada—, vas a quemar
todo.
—Bien —Era la respuesta escueta de Severus, que no pensaba explicarle que dormía con el hábitat
miniatura de la criaturita en su mesa de noche para sentir un poco más de calor en las mazmorras
—. Concéntrate.
—¿Qué clases avanzadas tomas? —preguntó Regulus otro día, mientras cortaba unas raíces de
forma tan desigual que, por dentro, Severus quería llorar.
Otro estallido. Salazar disfrutaba cuando Severus lo llevaba a las tutorías, ya que las explosiones lo
hacían sentir "en casa". Su cabecita y cola se movían sin cesar por la emoción, y a veces, incluso
exhalaba una pequeña flama.
—¿Por qué "príncipe mestizo"?
Regulus había observado unos apuntes que hacía en su libro de pociones y la parte delantera de su
cuaderno, así que la cuestión no era tan extraña. Severus se tomó un momento para considerar si
merecía una respuesta o no.
Terminó por tocarle la cabeza con el periódico del día para recordarle que debía concentrarse.
—Mi madre era de la familia Prince —Fue lo único que Severus le respondió. No valía la pena
añadir nada más.
Jamás se le ocurrió que Regulus lo recordaría tiempo después, en una joyería mágica, donde se
ofrecían piezas para ser fundidas y utilizar los materiales en algo nuevo. Allí encontraría el único
legado de Eileen Prince que pasó por las manos de Severus.
—0—
Navidad llegó y se fue igual de rápido. A Severus sólo le preocupó el banquete y regresar
temprano a la cama, con pimienta suficiente para Salazar. Se había acostumbrado a
esa cosita cálida.
Las clases se reanudaron sin que él notase grandes cambios y la estación continuó avanzando.
Cuando el hielo se derretía, Severus llevó a cabo un acto de buena voluntad que le recordaría por
qué no podía hacer cosas para ayudar a otros.
Tuvo una conversación con Slughorn sobre los TIMO's de ese año. Él ya los había superado, por lo
que la única razón por la que preguntaría al respecto sería si estaba pensando en un estudiante
menor.
La verdad era que, cuando imaginaba el examen, sólo podía visualizar a Regulus estallando su
caldero en la cara del examinador. Y a ningún examinador le gustaría esto.
Slughorn le enseñó una sonrisa incómoda y tonta, al tiempo que su frente se arrugaba.
—Black, Black…qué gracioso —soltó, después de considerarlo bien—. Pensé que sólo le daba
clases a dos Black en este momento, Regulus y Sirius, ¿no son esos?
Severus asintió, sin entender cómo podía dejar pasar el desastre que era Regulus en su materia,
hasta que prosiguió.
—Son dos jóvenes prometedores- francamente prometedores. De los mejores del curso. No
entraron al club sólo porque no tuvieron ganas.
Slughorn no notó ni el más mínimo cambio en su tono o expresión, ya fuese porque era un hombre
despistado, porque Severus no quería que viese nada, o porque sus prácticas de oclumancia por fin
daban buenos resultados. El chico abandonó el laboratorio con un paso tranquilo y se dirigió a la
Sala Común.
Regulus hacía su tarea de Astronomía en una de las mesas a los lados de la sala. Contuvo un
bostezo, dibujó una línea que conectaba dos estrellas, y pareció percatarse de que era observado,
porque levantó la cabeza y reparó en Severus.
Antes de que pudiese saludarlo, Severus fue hacia él y lo apuntó con la varita.
Regulus vio la varita que lo apuntaba y luego a Severus. Su respuesta fue tan simple que lo irritó
más.
—Ah, ya te enteraste.
Luego dobló con cuidado el mapa que era su tarea e hizo ademán de guardarlo, hasta que Severus,
sintiéndose ignorado y burlado, presionó la varita contra el papel y lo empujó de vuelta a la mesa,
en una amenaza silenciosa de quemar el mapa si no le daba una respuesta.
—Aunque parezca sorprendente —alegó Regulus, sin preocuparse porque su trabajo de la última
hora estuviese bajo la varita del otro—, yo no suelo hacer exactamente lo que le gustaría a Sirius
que hiciese. Más bien, tiendo a hacer lo contrario.
—¿Entonces qué? —insistió Severus, comenzando a desesperarse—. ¿Por qué fingiste ser malo en
pociones por tanto tiempo?
—No fue del todo fingido —murmuró él, pasándose una mano por el cabello—. Es difícil destacar
en la materia frente a ti, y he mejorado un poco desde que oigo tus recomendaciones…
Severus se cansó de que desviase el tema y encendió el fuego en la punta de su varita, a unos
centímetros del mapa.
—Sería una pena perder ese mapa —dijo Regulus, casi con aburrimiento—, Leo me quedó muy
bien.
—Regulus…
El agarre de Severus en la varita vaciló frente a esa mirada seria y tranquila que le dedicó. Por un
momento, incluso tuvo la absurda impresión de que el que estaba en problemas era él.
—Quieres oírme decir que acercarme a ti fue parte de un plan de Sirius para que bajases la guardia
y llevarte a un nuevo nivel de humillación…mi hermano es listo y un cretino, pero no es tan listo,
ni tan cretino. La segunda opción probablemente sea que la broma te la quiero hacer yo. Yo no
hago bromas de ese tipo —puntualizó Regulus—; si alguien me la hiciera a mí, sí que me enojaría.
Si no es uno ni lo otro, apuesto a que empezarás a divagar entre alternativas cada vez peores, y no
tomarías en cuenta la única acertada. Pero, incluso si te la dijera, no creo que la aceptarías.
—Cuando tenía diez años, estuve con Sirius en el andén, y me hizo perderme como parte de una de
sus bromas tontas. Entonces me pegué a un niño que me pareció lindo —Regulus se encogió de
hombros—, pero él no me tuvo mucha paciencia. Después me lo encontré cuando entré al colegio-
ah, pero definitivamente no podía hablarle, así que le pedí a Kreacher, mi elfo, que le enviase mis
pastelillos favoritos. A mi "yo" de once años le pareció que cualquiera querría hacerse amigo de
alguien que le daba pastelillos.
Debido a la impresión, Severus había bajado la varita, y sus labios permanecían entreabiertos. Sus
pensamientos eran un caos al seguir ese orden cronológico de eventos.
—Claro que no se me ocurrió que me pondría demasiado nervioso presentarme frente a él después
de lo de los pastelillos —siguió Regulus, más tímido—, pero tampoco podía parar de enviarlos,
porque era un lindo detalle, y luego esa persona podría pensar que me olvide de él o perdí interés.
Así que…en algún momento, decidí que había que encontrar otra manera de acercarme, pero que
no fuese forzado, y como se nota que no te agradan los que se copian de ti o te pagan por las
tareas, eso no me hubiese servido porque me habrías tachado de "vago" y "oportunista" de
inmediato. Entonces, fingir lo de las pociones…no se me ocurrió nada más.
—Todo esto fue porque tenía interés en ti —Regulus lo admitió con sencillez—. ¿Nunca te ha
pasado que ves a una persona que te resulta interesante y sólo puedes pensar "quiero conocerla"?
Cuando algo en la cabeza de Severus hizo clic, sintió el pánico de que hubiese una persona
intentando acercarse más allá del límite claramente permitido. No podía mantener a todos a la
misma distancia de esa manera.
—No —contestó Severus, con un poco más de dureza de la que pretendía—, nunca me ha pasado.
Luego huyó.
—0—
Regulus le concedió su tiempo y espacio, pero de algún modo, no paró de enviarle leves señales de
su presencia. Como los pastelillos cada semana.
Severus había tenido un desagradable enfrentamiento con Sirius Black, después de seguir a los
"Merodeadores" por los pasillos de noche. El imbécil Gryffindor le habló de la Casa de los Gritos.
Odiaba a James Potter más que nunca luego de que lo hubiese ayudado a salir de ahí y huir del
hombre lobo en la casa.
El resentimiento se mezclaba con ese profundo temor de haber estado frente a frente a un hombre
lobo enloquecido en plena noche de luna llena, y sus manos aún temblaban. Cuando irrumpió en la
enfermería, por su apariencia demacrada y alterada, consiguió una poción calmante y una camilla
para pasar la noche.
Severus no podía dejar de mirar alrededor e imaginar que el hombre lobo iba por él. Porque lo vio.
Porque lo sintió. Iría y lo despedazaría para que no hablase.
Todas las sombras podían ser su sombra. Todos los ruidos podían ser sus pasos acercándose.
Severus estuvo a punto de ocultarse bajo las mantas cuando escuchó la puerta. Encogido en la
camilla, su corazón latía fuera de control, al fijarse en la persona que entraba.
Persona.
Persona, no monstruo.
—Las pociones calmantes no funcionan igual si no tienes nada en el estómago, a menos que sean
para el dolor físico —mencionó, en voz baja—; tú mismo me lo dijiste.
Sacudió la cabeza. Regulus lo comprendió y puso la comida en la mesa de noche, bajo un hechizo
de conservación.
—Estará ahí para cuando te dé hambre —Luego sacó un libro de su bolso, con un marcapáginas
que iluminaba la hoja que leía.
Por la mirada que Severus le echaba, Regulus decidió contestar a lo que no le preguntaba.
—En mi casa, hay un entrepiso, es…un pedazo que sirve de soporte para una modificación más
reciente, probablemente porque algo no cuadraba. Es muy pequeño, de unos- treinta centímetros,
tal vez. Cuando mi madre se enojaba, se ponía como loca, y con el tiempo, entendí que si actuaba
como sino me importase, ella se detenía. Hasta que un día comenzó a castigarme metiéndome en el
entrepiso —Regulus carraspeó—. Cada una de esas veces, han sido la experiencia más aterradora
de mi vida, y cuando pasaba junto al espejo de mi cuarto, tenía la misma cara que tú ahora. No me
hagas irme. No quiero irme, si te ves así. Realmente…hubiese querido tanto que alguien se
quedase conmigo cuando salía de ahí, para no sentir que volvería a estar atrapado en cualquier
momento.
Severus no supo cómo pedirle que lo dejase solo, o si en verdad quería hacerlo. Tenía algo de
verdad en el último punto: si se marchaba, se pasaría toda la noche esperando al hombre lobo.
Como Regulus no fue echado, relajó los músculos y se inclinó hacia adelante.
No sonaba como si pensase que estaba mal no hacerlo, así que Severus negó.
—Está bien —aceptó Regulus, reclinándose en el respaldar de su asiento—. Hago buenos hechizos
de límite circular, ¿quieres uno?
Al entender lo que decía, la vergüenza se unió al desastre que eran sus emociones. Los hechizos de
límite circular eran los que se le ponían a los niños en torno a las camas para protegerlos de
pesadillas, criaturas débiles o monstruos imaginarios. También funcionaban como alarma.
Lo intentó. En serio lo intentó. Cada vez que cerraba los ojos, revivía la huida del lobo, y cuando
los tenía abiertos, esperaba que entrase por la puerta.
No importaba cuánto se enrollase en la manta, aún tenía frío, y la poción calmante era inútil.
—Pon el hechizo.
Regulus colocó un hechizo límite circular doble, sin hacer ninguna pregunta.
Pero se durmió.
—0—
Cuando despertó, era de día. No recordó los detalles del evento de la Casa de los Gritos durante
los primeros minutos, la cama estaba cálida y cómoda, los hechizos a su alrededor le brindaban
confort. Severus se acostó boca arriba y observó al chico sentado junto a la cama, leyendo,
mientras se preguntaba por qué todavía estaba ahí.
Severus aceptó la bandeja de la noche anterior, seguida de una poción calmante. Regulus le
explicó que el director fue a verlo, pero él seguía dormido y no quiso despertarlo, así que le pidió
que le avisase cuando reaccionase.
Era claro que pensaba discutir el tema de lo sucedido durante la noche. Lo que Severus no sabía
era si pensaba expulsar o al menos castigar a un hombre lobo y a alguien que delataba su ubicación
en plena transformación tan fácilmente, o si le pediría guardar el secreto.
Conociéndolo, se inclinaría hacia los Gryffindor. ¿Qué importaba que cada estudiante estuviese en
riesgo, si sus preciados leones estaban felices?
—Sea lo que sea que quiera discutir contigo —susurró Regulus, buscando alguna señal en su
expresión—, ten cuidado.
Después de que terminó de desayunar, como el chico seguía ahí, Severus volvió a verlo. Regulus
detuvo su lectura y le regresó la mirada. Severus se rindió primero, girando el rostro en otra
dirección.
—0—
El sexto año fueron largas horas oyendo a los idiotas de su Casa presumiendo de que se unirían
pronto a las filas de Mortífagos, tiempo libre de sus clases que pasaba perfeccionando hechizos o
buscándole trucos a las recetas de pociones, pasar desapercibido la mayor parte del tiempo, darle
pimienta a Salazar para que pasease un rato fuera del fuego, y tutorías.
En un principio, había rechazado por completo la propuesta de Regulus sobre continuar dándole
clases. No fingiría ser inepto, sólo le pediría consejos para las pociones que aparecerían en sus
TIMO's.
Severus terminó resignado. Los galeones de Regulus bastaban para cubrir sus materiales del
siguiente año, no tenía que ayudar a ningún imbécil con su tarea, y tampoco pensar en aceptar dar
tutorías a alguien que no tuviese la suficiente materia gris para diferenciar las semillas de fuego
trituradas de un gusarajo.
En realidad, no era malo. Sólo fue su instinto de autopreservación el que se opuso. Una vez que se
encontraron en el laboratorio y Regulus le mostró que sí podía cortar ingredientes del mismo
tamaño, tomar tiempos y revolver, sin que nada estallase, Severus se olvidó de ser tan cauteloso.
Sexto año concluyó sin grandes sorpresas y Severus pretendía ignorar el ambiente tenso en el tren.
Hubo un par de ataques de Mortífagos las semanas previas al fin del año escolar. Él lo leyó en El
Profeta, bajó con su baúl en el andén, y aprovechó que ya podía Aparecerse para ahorrarse la
caminata a casa.
—0—
Severus fue casi invisible durante su verano previo al último año en Hogwarts. El día en que iba a
visitar el Callejón Diagón, se inclinó un segundo sobre el cuerpo tendido en el desastre de la sala,
lo tocó con la punta del pie, y comprobó que Tobías Snape estaba tan dormido que no reaccionaría
ni a un hechizo.
Después de una breve consideración, decidió que no valía la pena, y se Apareció cerca del
Callejón.
—0—
Vio a Regulus en el andén el día en que regresaban al colegio. Su rostro se iluminó al descubrir a
Severus en el pasillo del tren.
Severus estaba más concentrado en su apariencia. Tenía vendajes en las manos, unos rastros de
lesiones a punto de sanar que bajaban por su cuello, y el labio roto, rodeado por un hematoma más
reciente en la barbilla.
Severus agarró su brazo y lo arrastró dentro de un compartimiento. Por primera vez, era él quien
insistía, y Regulus se retorcía para que lo soltase, evitando mirarlo.
—No es que-
—¿Qué te pasó?
—¿Qué pasó? —Severus lo pronunció despacio, con una breve pausa entre ambas palabras.
—Sirius ya no regresó a casa después del año pasado —murmuró, sin verlo—, mi madre pensó que
se arrepentiría y regresaría en el verano, pero no pasó. Ella, uhm, no estaba de buen humor estas
semanas.
Severus tuvo un mal presentimiento y cambió su agarre de la túnica del otro a sus muñecas.
Levantó sus manos, y al tenerlas más cerca, percibió el olor característico de una poción para
quemaduras.
Realmente no sabía qué pensar de la cantidad de personas sin escrúpulos que existían en el mundo.
Durante largo tiempo, creyó que lo que sucedía en su casa era "normal", que no había otro modo.
Luego que se lo merecía de alguna manera. Quizás porque era él, y él no fue bueno, entonces le
sucedía eso; así fue su lógica.
Severus se sintió tan frustrado que no se percató de que, después de evitar cualquier contacto físico
con quien sea por varios meses, se encontraba desenvolviendo el vendaje en las manos de otro
chico, mientras refunfuñaba.
—¿Dejaste hervir la poción por el tiempo establecido y la enfriaste hasta que adquirió color
amarillo?
—Kreacher la hizo por mí —admitió Regulus, observando sus movimientos con atención—, no
estoy seguro de qué tan exacto fue, estaba muy apurado e intentó enfriarla con su magia…
—Las pociones hechas por los elfos no tienen los mismos resultados que las de magos, te lo he
dicho.
Si hubiese tenido cerca El Profeta de ese día, lo habría enrollado para golpear su frente, como
hacía en las tutorías.
Las manos de Severus temblaron al sostener el vendaje y perdió de inmediato cualquier impulso de
reprenderlo. Pero la rabia siguió allí, ardiendo por todo su cuerpo.
¿Qué culpa podía tener un niño de que le tocase vivir con ese tipo de personas?
Severus se alivió al ver las quemaduras. No eran nada que no pudiese curarse, seguramente
producto de algún hechizo que le lanzó como castigo.
—Yo-
Regulus se sentó y lo vio buscar en el baúl la bolsa sin fondo de los ingredientes con que
practicaba en el verano y sus instrumentos para pociones.
El único Slytherin que se atrevió a asomarse en su compartimiento, fue echado por Severus,
sentado en el suelo, trabajando en la masa espesa en el interior de un caldero.
Cuando llegasen al colegio, Regulus ya tendría otro vendaje y hechizos para ocultar cada marca, y
el compartimiento estaría impecable. Después de cumplir su tarea autoimpuesta, Severus se quedó
dormido, hecho un ovillo junto a la ventana.
Regulus se había cambiado de asiento para ponerse a su lado, sujetó su cabeza, hizo que Severus se
apoyase en su hombro, y se dedicó a leer con una sonrisita de que acababa de cometer una
travesura.
—Gracias —musitó, recargándose a medias también en el chico que dormía—. Me gusta mucho
que seas así.
—0—
La única palabra que Severus tenía para definir su último año en Hogwarts era "extraño".
Ya que Regulus había superado sus TIMO's y no haría los EXTASIS todavía, se quedó sin su
excusa del año anterior y tuvo que idear otra. Ese año, tocaba la de "podrías ayudarme con algunas
tareas, ¿no necesitarás dinero cuando salgas de Hogwarts, independientemente de lo que quieras
hacer?". Severus seguía sintiendo debilidad frente a la palabra "galeones", cuando pensaba en que
tendría que regresar a esa vieja casa en el verano, y ya no habría más "tiempo fuera" en el colegio.
Le aterrorizaba la idea de lo que pudiese pasarle al finalizar Hogwarts, pero Regulus hablaba como
si él jamás se fuese a ir, y las tardes eran tranquilas sentados uno frente al otro con sus apuntes.
Algunas preguntas, varias correcciones, Salazar les hacía compañía desde el fuego permanente en
su caldero, y cuando Regulus se quedaba sin ideas para intentar que se riese, ponía a prueba su
paciencia enviándole notitas voladoras a través de la distancia que los separaba.
Severus pretendía estar más irritado de lo que se sentía. Pensó que uno terminaba por
acostumbrarse a cualquier tontería.
Sus clases trataban temas más complejos, pero no los percibía especialmente complicados. El
acceso a la Sección Prohibida de la biblioteca trajo consigo muchas noches leyendo sobre magia
oscura y haciendo notas en su cuaderno, o en su defecto, en el libro de pociones avanzadas.
Una tarde, en el Gran Comedor, vio a Sirius Black saltar sobre la espalda de Remus Lupin, girarlo,
y besarlo. Demasiado predecible. Cuando otros estudiantes enloquecieron por la "repentina"
escena, Severus consideró abandonar el comedor para huir del ruido, y se topó con la verdadera
noticia perturbadora.
James Potter le dio un beso a Lily Evans. Y no recibió una maldición a cambio.
—Es más maduro —Lily se apoyaba en la pared junto a uno de los ventanales de la biblioteca, y
tocó el tema con tanta delicadeza como era capaz.
Antes de alejarse, Lily se fijó de nuevo en los libros que él había tomado, y exhaló.
—Promételo, Sev.
—Tendré cuidado —juró él, de mala gana—. Soy un Sly, Lil. No me meteré en nada en que no
pueda sacar algo.
Ella lo aceptó de esa manera y se marchó. Fue su primera conversación en casi dos años.
Severus se sentía de un especial buen humor (tan bueno como podía ser en él) después de eso, y en
la siguiente tarde de tareas con Regulus, se lo mencionó mientras corregía un ensayo de Herbología
que estaba cerca de ser perfecto, pero no lo suficiente.
Regulus estuvo escribiendo por alrededor de un minuto, con una expresión pensativa. De pronto, la
pluma paró.
Varios de sus compañeros de Slytherin se reunieron con Mortífagos durante el verano. Mulciber
incluso presumía de haber visto a Voldemort en persona, aunque Avery lo desmentía, alegando que
era un exagerado.
Cualquier Black decente seguramente sería invitado y aceptaría. Su familia era el ideal de los
principios de los Mortífagos.
Ese era uno de los motivos por los que Severus vacilaba.
¿Un mundo lleno de Walburga Black? No, gracias. El mundo ya era una mierda sin más como ella.
—Estoy de acuerdo con que se necesita separar el mundo mágico del muggle —Regulus se explicó
despacio, como si no quisiese ofenderlo por su sangre mestiza—. No fuimos nosotros los que
persiguieron a los otros, los cazaron y quemaron, hay registros de demasiados Black que murieron
en esos siglos, y…la verdad es que intento pensar en algo más allá de la "gloria de la sangre" de la
que siempre me hablaron mis padres, pero cuando lo piensas bien, los muggles no sirven para tener
hijos con magia. ¿No sería una cuestión de supervivencia poner límites ahora?
Severus entendió en ese punto el por qué lo intentaba decir con tanto tacto.
Lo consideró con cuidado y se le ocurrió que le hubiese gustado crecer más sumergido en el
mundo mágico. Lejos de los muggles. Lejos de sus padres que odiaban la magia.
El resentimiento que ardía dentro de él no se había apagado con el tiempo en Hogwarts, ni con el
estado cada vez más deplorable que adoptaba su padre al estar solo en casa.
Una parte de Severus anhelaba que el mundo entero se quemase y destruyese, porque no valía
nada.
Luego pensaba que Lily, la única amiga que tuvo alguna vez, era hija de muggles. Y recordaba a
Salazar, que era la mascota que siempre quiso.
Esa ira desmedida que nació de las noches temblando de miedo en su casa, ese odio que quería
hacer pagar por igual a culpables e inocentes, no era lo único que había. Existía un pedacito en su
mente que esperaba algo más. Que quería algo más. Que suplicaba que hubiese más en el mundo.
Sólo que la otra parte era más grande, y tenía más razones. La fe ciega no era útil. Incluso si
hubiese algo así en ese mundo de mierda, ¿por qué habría de tocarle a él?
Pero era joven, no tan maduro como le gustaba creer. Impresionable. Los magos en la reunión
fueron poderosos, elegantes, capaces y elocuentes. Reconoció a Lucius Malfoy, escuchó la
emoción absurda en las voces de Avery y Mulciber, y las palabras hermosas que tendían trampas
de los Mortífagos.
Y cayó.
Su séptimo año fue tan extraño porque, una vez que cayó, la vida en el colegio fue como un sueño
emborronado. Una pintura que no podía apreciar. Las clases, los exámenes, sus compañeros.
Los momentos en que sentía que volvía en sí, que el mundo a su alrededor no era irreal, fueron
esas pláticas en torno a la mesa, con Regulus.
—No estás loco por sentirte indiferente —argumentaba Regulus en una ocasión—, créeme, sé
cómo se ven los locos.
—El colegio siempre ha sido un poco aburrido —le dijo otro día, encogiéndose de hombros frente
a un aturdido Severus—, sólo no lo habías notado, porque, no sé, te fijabas en otras cosas.
—Si te arrepientes —repitió varias veces al final de sus razonamientos—, siempre queda la opción
de huir.
Resultó curioso que el menos preocupado en el exterior fuese el primero en rendirse y buscar una
salida.
—0—
Severus abandonó Hogwarts con buenas notas, varios EXTASIS aprobados, algunos galeones en
los bolsillos, y ninguna meta concreta.
Lo que experimentó frente a la muerte de su padre durante ese verano, fue una emoción tan
apagada que ni siquiera pudo reconocerla. ¿Era odio? ¿Rabia, decepción, rencor? ¿Alivio?
Parado en medio de la casa ahora desierta, Severus todavía se sentía en un sueño, sin entender lo
que pasaba. Podría jurar que su alma flotaría fuera de su cuerpo en cualquier instante y descubriría
que las cosas que veía carecían de sentido.
Cuando tuvo ante sí una dotación ilimitada de ingredientes y posibilidades de crear lo que quisiera,
Severus encontró que no valía la pena ensuciarse las manos con duelos y torturas. Voldemort, que
conservaba cierta cordura por aquel entonces, compartió parte de sus bastos conocimientos en
pociones y magia oscura con él, al notar que tenía habilidades.
Por supuesto que la mayoría de los Mortífagos no eran tan sutiles, ni tomaban la magia oscura
como un arte.
—No, Bella —repitió Severus, por quinta vez—, no voy a hacer una poción que replique el efecto
del crucio, porque para eso, ya tienes el crucio.
Bellatrix se preparó para protestar, y Avery la apartó del mesón en que Severus trabajaba, a tiempo
para evitar el estallido de gas verde tóxico que brotaba del caldero.
—Ya déjenlo —pidió Mulciber, en la esquina más alejada—, o nos matará a todos antes de que
pongamos un pie fuera, con esa…cosa.
—¿Qué es esa cosa? —indagó Rosier, inclinándose hacia adelante, como sólo alguien que no
valoraba su vida podía hacer en el mesón de un pocionista.
—Si está bien hecha, debería quemar los órganos internos uno a uno a medida que pase por el
sistema digestivo —Severus recogió un poco con un cucharón—. ¿Tienes ganas de probarla?
—Pues si no dejas de fastidiar cuando estoy trabajando en los pedidos del Señor Tenebroso, te la
haré tragar —gruñó Severus. Luego regresó a su tarea.
—Creo que esa amenaza surtirá más efecto que la última —mencionó Lucius, en tono aburrido.
—Sólo si Rosier no se la encuentra en un frasco y la bebe por error, como la que hacía salir la
sangre por cada orificio del cuerpo…
—Ya déjenlo, ¿por qué no aprenden a no acercarse a Severus cuando está frente a un caldero…? —
lloriqueaba Avery.
—Pero no lo somos y…
Severus rodó los ojos y los siguió ignorando. Cuando se cansó del ruido, salpicó unas gotas hacia
el otro lado de la mesa. Después Avery entró en pánico y despejó el área.
—¡Está loco, loco! ¿Por qué creen que le agrada tanto al Señor Tenebroso? A Severus no le
importa la vida de nadie-
Severus estaba decepcionado del nulo profesionalismo de los Mortífagos. Si le contase al bando
opuesto lo que había oído de sus pláticas, jamás le creerían.
—0—
Regulus cedió a la presión una tarde en que el sonido de gritos era amortiguado por los hechizos en
las paredes del cuartel de Voldemort. Se escabulló hasta el laboratorio, y descubrió que Severus le
daba pimienta a su salamandra de fuego para que permaneciese escondida dentro de las llamas bajo
el caldero.
—¿Qué quier…?
Sus palabras quedaron en el aire cuando levantó la vista hacia él. Regulus estaba pálido, se
envolvió con sus propios brazos, y arrastró los pies al ir hacia la mesa de Severus.
En ese ambiente oscuro, lleno de vapor de las pociones, con los lejanos gritos de la tortura, y esa
expresión mortificada, Severus recordó de pronto que el chico frente a él recién había cumplido los
dieciocho años.
—¿No los escuchas?
Tardó en comprender que se refería a los gritos. Severus miró en dirección a la puerta y se preguntó
por qué los ignoraba tan fácilmente. Tal vez su oclumancia en serio había mejorado. Tal vez era el
instinto desarrollado en casa, por sus padres.
Tal vez realmente era tan desinteresado como los otros se atrevían a decir.
—Al menos, no es Bellatrix —Fue lo único que se le ocurrió. Sus torturas eran las peores.
La expresión de Regulus se contrajo y él observó el caldero por un rato. Severus ya no podía seguir
trabajando, mientras lo tuviese al frente, luciendo así. Era incómodo.
Severus reaccionó deprisa, lanzando un hechizo de silencio y de cerradura al laboratorio. Una señal
de alarma se encendió en su cabeza. Regulus levantó la mirada y aguardó cualquier reacción, pero
él se limitó a observarlo, preguntándose si alguien entraría y sabría, de alguna manera, lo que dijo.
—Vi cómo metían a dos niños en un ataúd para asustar a sus padres —Regulus se recargó en el
borde de la mesa—, lloraban y gritaban, golpeando la tapa…¿qué estoy haciendo, Sev? Soy peor
que mi madre.
—Sev —Regulus se agachó lo suficiente para regresar dentro de su campo de visión cuando
pretendió evadirlo—, no quiero ser un monstruo. No quiero que tú seas un monstruo. Las…las
cosas…incluso las cosas imperdonables que hemos hecho hasta ahora…todavía no es tarde.
Los dos sabían lo que eran, como muchos otros magos aficionados a las Artes Oscuras. Y ambos
creían que eran un mito.
—Esto se está saliendo de control —continuó Regulus—, y será horrible, será aún peor, y luego…
luego estaremos tan- tan abajo, y habremos- habremos hecho tantas cosas- que ya no podremos
salir.
—0—
Era de noche cuando Regulus irrumpió en su casa. Jamás esperó verlo en Spinner's End. Kreacher
lo ayudaba a estabilizarse, mientras él temblaba, con la boca llena de sangre y el rostro manchado
por las lágrimas.
—Sácame, sácame, sácame, no le diré- no le diré que me sacaste- juro que no voy a decir que me
sacaste- no respiro- no respiro- sácame- por favor, por favor- por favor- no respiro-
La noche fue larga y desesperante, mientras Severus desordenaba su sala, intentando cualquier
método para aliviar el efecto. Falló. Cuando Regulus tiró de su ropa y le pidió que lo matase, las
manos le temblaron demasiado para cortar los ingredientes o sostener lo que fuese.
El preocupado elfo se aseguró de resguardar la casa para que su amo no fuese rastreado, pero sólo
podía permanecer cerca de la puerta, asqueado y horrorizado por toda la situación. Severus lo
ignoró y se obligó a recordar cada componente de la poción, cada rasgo que le añadieron, cada
explicación que escuchó de boca del propio Voldemort.
Se tragó el orgullo, y en un momento de pánico en que no pudo pensar en nada más, rodeó a
Regulus con los brazos.
—Mátame- mátame- quiero salir de aquí- mátame- sácame de aquí, mátame para que pueda- salir-
—No te voy a matar —contestó Severus, entre dientes, aunque sabía que no podía oírlo.
—No te voy a matar —repitió, con un hilo de voz—. No te puedo matar. Aguanta.
Colocó su mano en la espalda de Regulus y se concentró en pasarle su magia. Cuánta hiciera falta
para que soportase.
—No, no, estás respirando. Estás respirando —Severus murmuraba contra su oído—. Estás afuera,
estás respirando. Aguanta.
Tomó horas poder estabilizarlo. Kreacher se dio cuenta de lo que pretendía y ofreció parte de su
magia también; fue útil, pero era algo tarde, y Severus acabó colapsando de todos modos.
Cuando Regulus volvió en sí, demasiado débil para moverse, Kreacher apenas se sostenía en pie, y
Severus ya estaba inconsciente.
—0—
Cuando Regulus Black desapareció, junto a un objeto importante para el Señor Tenebroso, Severus
fue el primer sospechoso de complicidad. Prácticamente lo arrastraron fuera de su laboratorio para
ponerlo de rodillas frente al mismo Voldemort.
—Difícilmente se puede dudar de la lealtad de alguien como Severus —Lucius arrastraba las
palabras para darse tiempo de pensar en un argumento—, ha sido, desde el principio, bastante
racional, y cometer un acto como este sería…abrupto, imprudente, incluso estúpido de su parte. Si
puedo sugerir algo, yo diría que lo más rápido y eficaz sería, tal vez, observar dentro de su mente si
tiene alguna relación con…
Severus lo escuchaba, atónito. Lucius le dedicó una mirada de reojo que parecía advertirle que él
mismo lo iba a maldecir, si tenía algo que ver.
Antes de que hubiese reaccionado, Voldemort empujó contra sus escudos de oclumancia. Tuvo que
bajarlos y darle paso.
Regulus había hecho un buen trabajo borrando lo que podía relacionarlo a su "problema".
—0—
La revelación lo volvió insoportable. Un día, entre las filas de los Mortífagos, divisó un rostro que
le era familiar de Hogwarts y nuevo en lo que respectaba a magos oscuros.
Peter Pettigrew.
Tenían diecinueve años. Y Severus era consciente de que, si él pudo ser encandilado, personas más
idiotas seguramente sucumbirían bajo el mismo destino.
En casa, después de pensarlo durante largo rato y dar vueltas de un lado al otro, tomó una decisión.
Petunia torció la boca cuando lo vio aparecer en la puerta de los Evans. Severus la imitó en un
gesto que denotaba el mismo desagrado. Esperaba que esa mujer insoportable ya se hubiese ido.
Cuando hizo ademán de cerrarle la puerta en la cara, Severus la apuntó con la varita.
—Es- es ilegal lastimar a los que no tienen magia —Petunia tartamudeó, pálida.
—¿Y?
Aterrorizada, corrió dentro de la casa. Severus rodó los ojos, guardó la varita, y llamó a Lily en voz
alta.
Lily, por supuesto, primero pensó en regañarlo porque era obvio que algo le había sucedido a su
hermana.
—Pettigrew es un traidor que le está dando información de la Orden al Señor Oscuro, y dijo algo
relacionado a Potter y Black.
—¿Pet? ¿Peter? ¿El Peter que sigue a James a todas partes? ¿Ese Peter?
Severus asintió.
—No más que los Mortífagos —Cuando Lily le replicó, cayó en cuenta de un detalle, y se acercó a
él—. Sev, por decírmelo…
Esa pregunta quedó flotando en el espacio entre ellos. Severus se sacudió cuando intentó tomar su
brazo.
—No soy noble ni idiota, no habría venido a contártelo si no hubiese preparado antes una manera
de escapar de los problemas.
Era mentira. Severus estaba aterrado por dentro, imaginándose las mil formas en que podían
torturarlo por delatar a un espía en la Orden.
—No.
Su oclumancia había mejorado lo suficiente para que incluso ella, quien lo conocía desde pequeño,
vacilase en ese momento.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—A Potter primero —Severus casi se atragantó al pensar en que le confiaría algo tan importante
como esa información y la seguridad de Lily a aquel Gryffindor.
No dejó la casa hasta estar seguro de que Lily le avisaría primero a James. Cuando regresó a
Spinner's End, se topó con un huraño elfo en la entrada.
—El amo le pidió a Kreacher que vigilase si el señor —Escupió la palabra, aunque con un poco
menos de desagrado de lo usual— Severus Snape mostraba algún indicio de traición hacia los
Mortífagos.
—¿Para qué?
—Las palabras del amo de Kreacher fueron "si quiere salir, sácalo de ahí".
—0—
Al final de la guerra, la primera parada de Severus en Gran Bretaña fue en una casa de Godric's
Hollow. Salió de la chimenea a trompicones y enseguida estuvo atrapado en un abrazo.
—Estoy embarazada. Cuando una mujer embarazada te abraza, te quedas quieto y aguantas —
contestó ella, bastante satisfecha consigo misma—. ¿Dónde estabas?
La opción del elfo implicó varios saltos de Aparición y un traslador para llegar allí. No tenía idea
de qué le gustaba tanto de ese sitio, pero había una cabaña tranquila cuando él arribó, y Regulus
estaba casi del todo recuperado del efecto de la poción de la cueva del Horrocrux.
Descubrir a Peter llevó a desenmarañar algunos otros planes de los Mortífagos y la guerra acabó en
unos años más. Cuando estaba seguro de que no existía gran peligro, Regulus le preguntó si quería
visitarlos.
Lily se mantuvo colgada de él, mientras lo arrastraba hacia el centro de la sala y le contaba los
detalles de la derrota de Voldemort.
—Y por supuesto, fue mucho más sencillo sin los Horrocruxes, aunque las misiones para
encontrarlos fueron muy difíciles, casi perdimos a Sirius y Remus dos veces, pero cuando intentó
atacar el cuartel de la Orden, los Longbottom hicieron un espléndido trabajo al defenderla de…
En la entrada a la sala, estaba parado James Potter. Sostenía a un bebé con su mismo tono de piel,
rasgos y cabello desordenado, sólo que sus ojos eran verdes.
Lily soltó a Severus, tomó al bebé de año y medio en brazos, y volvió junto a él para presentarlos.
—Harry, este es Sev —susurró al niño—, el mejor amigo de mami. Parece amargado, pero de vez
en cuando se comporta de forma casi decente…
Él negó. Lily asintió. Severus negó, de nuevo. Discutieron en base a gestos, hasta que, de algún
modo, el bebé acabó en sus manos.
Harry se echó a reír y extendió los brazos, intentando tocar la cara de Severus.
Lily le dirigió una mirada de reprimenda por el apodo. James sonrió en señal de disculpa, intentó
besarla, y ella lo apartó de inmediato.
Severus estaba más preocupado por la frase que vino antes del apodo.
—¿Que yo qué?
—Serás su padrino —Lily volvió a concentrarse en él, escapando del abrazo de James, que volvió
a disculparse y formó pucheros—. Me ayudarás a elegir su nombre, vamos a hacer una lista de
opciones para niña y una para niño, y luego…
Severus permaneció inmóvil, mientras el pequeño Harry se echaba a reír otra vez y le jalaba el
cabello.
—¿Qué?
Lily se rio.
—¡Ya lo hablamos, Sev! Serás un gran padrino, y yo quiero que seas tú-
—¿Por qué me quieres cerca de un niño? —Severus estaba horrorizado, intentando descubrir cómo
sostener al bebé Harry sin que se le cayese—. ¿Qué te hace creer que sé cómo tratar a uno?
—Nada —contestó James, burlón—, pero si el bebé se lastima por tu culpa, Lily te hechizará. Es
un buen incentivo, no te imaginas los hechizos que aprendió durante la guerra…
—Serás un gran padrino —insistió ella—, sólo…haz lo que te hubiese gustado que hicieran
contigo de bebé. Todo lo bueno.
Severus se fijó en el niño en sus brazos. Los ojitos verdes de Harry eran brillantes y estaba tan feliz
que no paraba de retorcerse en su agarre.
—0—
Después de superar el pánico inicial, Severus se encontraba sentado en la alfombra, moviendo un
par de escobas mágicas miniatura frente a un emocionado Harry de año y medio. Lily acababa de
terminar su lista de opciones para nombres del futuro bebé, y James se escabulló con la llegada de
Remus.
—¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar? ¿Has considerado lo de tu cosa con Regulus?
Las escobas que levitaba casi se cayeron cuando perdió el control por un instante. Harry movió la
cabeza abajo y luego arriba, impresionado. Pensando que era un tipo de maniobra, el niño comenzó
a aplaudir y celebrarla.
Ella resopló.
—No te hagas el tonto, Sev, no aguantarías un par de años con alguien en medio de la nada, si no
tuviesen…
—¿Esto se puede discutir frente a Harry? —En pánico, Severus no pudo pensar en otro argumento
para frenar la plática.
—Harry, ¿verdad que quieres que Sev salga con alguien? —Y empezó a mover la cabeza, lo que
Harry imitó, asintiendo.
Antes de que encontrase una oportunidad para huir, la chimenea sonó dos veces, y Sirius Black
irrumpió en la sala. Enseguida se agachó, recogió al niño de la alfombra, y lo lanzó hacia arriba.
Envuelto en hechizos de seguridad, Harry casi tocó el techo, quedó suspendido, y cayó hacia los
brazos de su padrino, riéndose.
—¡Sirius Black, deja de tirar a Harry como una Quaffle cada vez que lo ves! ¡Le vas a romper la
cabeza un día de estos!
—¡Atrapa, Reg!
Regulus se asustó y agarró al niño, que seguía envuelto en hechizos de seguridad, y lo encontraba
divertidísimo.
—Sirius, no puedes intentar que quede igual de loco que tú lanzándolo de un lado a otro —regañó
a su hermano mayor.
—¡Todos son unos aburridos! —Sirius recuperó al bebé, lo cargó como si fuese un bolso en uno de
sus brazos, y se lo llevó de la sala. Él refunfuñaba y Harry agitaba los bracitos y piernitas,
pensando que jugaban—. Sólo quiero presumirles a mi lindo cachorro, pero no, ellos no ven lo
lindo que es mi cachorro, ellos dicen que no te puedo lanzar, y que eres delicado, y que…
Los tres observaron a Sirius hasta que desapareció, buscando a James y Remus. Después Lily
saludó a Regulus y se inventó una excusa tan absurda para dejarlos un momento, que ambos
Slytherin tenían expresiones estupefactas cuando se quedaron a solas.
Regulus carraspeó, metió las manos en sus bolsillos, y cambió su peso de un pie al otro.
—Sirius me contó que habrá otro bebé y te pedirían ser el padrino. Estaba un poco indignado, pero
al estilo Sirius…ya se le pasará.
—No lo he decidido.
—Ah.
Pasaron unos segundos en silencio, antes de que Regulus sacase un paquete de su bolsillo y se lo
ofreciese.
—Sirius estaba buscando un anillo de compromiso para Lupin, y encontré esto en la tienda —
informó, en voz muy baja—. Parece que estaba disponible para fundir y usar los materiales en algo
nuevo…
Cuando Severus lo abrió, encontró el anillo de la familia Prince que tuvo que empeñar durante su
época de estudiante. El pecho se le apretó.
Sacó el anillo del paquete, lo examinó con cuidado, y pensó que era hermoso. En serio hermoso.
Maravilloso, en realidad.
Miró a Regulus de reojo, notó que él lo observaba ya, y el agradecimiento quedó atorado en su
garganta.
La luz principal de la sala se encontraba detrás de él, por lo que delineaba la figura de Regulus, y lo
hacía ver como el tipo de imagen que querría captar con una cámara. Una ilusión. Un sueño.
Oh.
Era agradable.
Tal vez el mundo entero no tendría que acabarse. Tal vez dejar salir todo el resentimiento para
desquitarse no fuese la solución.
Tal vez sí le hubiesen tocado más cosas hermosas de las que esperaba.
Tal vez hubiese algo realmente maravilloso en ese mundo que tanto odiaba. Y luego podía odiarlo
un poco menos.
Severus le hizo un gesto para que se acercase. Regulus caminó hacia él.
—¿Te ayudo a ponértelo? Hay algunos anillos de familias mágicas que pueden mostrar cierta
resistencia sino han sido usados en largo tiempo, o no conocen a la-
No permitió que terminase de hablar. Severus sujetó el cuello de su ropa, tiró de él, y lo besó.
Regulus parpadeaba, aturdido, cuando se apartó. Antes de que pudiese alejarse demasiado, llevó
ambas manos a la parte de atrás del cuello de Severus, y lo jaló de vuelta.
Escucharon el grito agudo de Sirius cuando regresó a la sala a buscarlos y los encontró así. Y la
respuesta de Lily.
—¡Mis ojos…!
—¡Escuchen a Lily!
Regulus y Severus se observaron, divertidos, y el primero volvió a acercar al segundo para otro
beso.
Luego dos magos y una pequeña salamandra de fuego vivirían felices a las afueras de Londres,
mientras trabajaban con pociones.
Después todavía eran dos magos y una pequeña salamandra, pero el niño travieso que los visitaba
con frecuencia intentaba meterse en un caldero. Regulus tomaba fotografías que le pasaría a su
hermano, y Severus entraba en pánico, mientras le pedía a Salazar que apagase el fuego y Gavin se
reía. Y eso sucedió más de cinco veces.
No era nada que no pudiese arreglarse con un par de barreras para niños, ¿no?
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