Caperucita Ari
Caperucita Ari
Caperucita Ari
Los cuentos tradicionales serán breves relatos que transmitiremos en forma oral, así,
habiendo nacido de tiempos prehistóricos, se nos posibilita registrarlos, reelaborarlos o
reagruparlos gracias a la invención de la escritura y la difusión de la imprenta.
Claro que, originalmente, no eran destinados a niños/as. Pero sin embargo, los oían con
atención.
Así es como brota nuestra etapa donde nos volvemos recopiladoras o adaptadoras,
modificando/transformando textos originales para así recuperar las infancias y su
construcción histórica, es decir, lo que se haya pretendido lograr.
Por ello, haciendo hincapié sobre la finalidad de los cuentos seleccionados, incluso
alguno que otro incluyendo moralejas, hemos buscado que contengan elementos ricos
en información y minuciosas narraciones y/o descripciones para estimular la
imaginación de los niños, ofrecerles ese nuevo mundo, que no llegue a tornarse
aburrido, rutinario. Nos compensaría mucho notar sus emociones, que sigan oyendo
atentos la lectura por placer. Los imaginamos cuando llegasen a la sala,
instantáneamente preguntando por el cuento a seguir, y además pidiendo nuevos, no
tanto por el contenido, sino porque hay algo atrapante en la forma de relatar de la seño.
Ser un motor que los motive a incluso, con altas expectativas, ofrecerse a leer del
mismo modo o que les sirva, que recuerden y persista en el tiempo la forma de
sugerirles y emplearles el imaginar los escenarios que vayan creando. Nuestra idea es no
sólo leer dichos cuentos, lo acompañaríamos de inculcarles o transmitirles con pasión la
idea de ser lectores.
Hemos de lograrlo mediante esta selección de relatos recopilados (éstos están cargados
de una concepción histórica, pero a su vez ligados a versiones borrosas en ella.
Tratándose de adaptaciones que realizaban individuos pertenecientes a clases
intelectuales, y que han llevado lo oral hacia la escritura, donde sobrevive lo que hoy
llamamos literatura infantil, y lo que conocemos de aquellos relatos son adaptaciones).
Adaptación Caperucita Roja, Hermanos Grimm.
Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo
el mundo quería, con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela,
que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de
terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa,
todos la llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja.
Un buen día la madre le dijo:
- Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una
botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la
reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda
con cuidado y no te apartes del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa la
botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides
de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón.
- Lo haré todo muy bien, seguro - asintió Caperucita Roja,
besando a su madre.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea.
Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la
niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó.
- ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo.
- ¡Buenos días, lobo!
- ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo.
- A ver a la abuela.
- ¿Qué llevas en tu canastillo?
- Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno;
la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.
- Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
- Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el
bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los
avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja.
El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento
bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si
quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego
le dijo :
- Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean;
sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando
el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si
fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!
Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos
del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas
flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y
como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró
en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que
más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el
bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la
puerta.
- ¿Quién es?
- Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme.
- No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo
estoy muy débil y no puedo levantarme.
El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin
pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la
tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de
la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.
Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores,
y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo
de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta
y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío,
qué miedo siento hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la abuela!". Y
dijo:
- Buenos días, abuela.
Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y
volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada
en la cabeza, y un aspecto extraño.
- Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
- Para así, poder oírte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
- Para así, poder verte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
- Para así, poder agarrarte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué boca tan grande y tan horrible tienes!
- Para comerte mejor.
No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera
de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.
Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de
nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador
por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar,
no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la
cama, vio tumbado en ella al lobo.
- ¡Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! – dijo -; hace
tiempo que te busco.
Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le
ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría
salvarla todavía. Así es que no disparó, sino que cogió unas tijeras y comenzó a
abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio
otros cortes más y saltó la niña diciendo:
- ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre
del lobo!
Y después salió la vieja abuela, también viva, aunque casi sin
respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la
barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir
corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se
mató.
Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a
casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había
traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y adentraré
en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido."
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su
madre
estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había
mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita
Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
—Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una
torta y
este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar
por un
bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero
no se
atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La
pobre
niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le
envía.
—¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo.
—¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera
casita
del pueblo.
—Pues bien, dijo el lobo, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por
aquél,
y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se
fue por
el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer
ramos
con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela;
golpea:
Toc, toc.
—¿Quién es?
—Es su nieta, Caperucita Roja, dijo el lobo, disfrazando la voz, le traigo una torta y un
tarrito
de mantequilla que mi madre le envía.
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró
en un
santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a
acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después,
llegó a
golpear la puerta: Toc, toc.
—¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su
abuela
estaba resfriada, contestó:
—Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi
madre le
envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo,
mientras se
escondía en la cama bajo la frazada:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma
de su
abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
—Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
—Es para abrazarte mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
—Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
—Es para oír mejor, hija mía.
—Abuela, ¡que ojos tan grandes tiene!
—Es para ver mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
—¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la
comió.
MORALEJA
Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.
FIN.
Caperucita no era muy buena en el arte de la cocina, pero si en las estrategias de venta
de los productos. Pero un día quiso intentar preparar unos bizcochos de chocolate con
unos ingredientes secretos…solo ella los conocía así que no se los puedo decir.
Mezcló todos los ingredientes cuidadosamente y los puso en los moldes, llevándolos al
horno listos para en unos minutos obtener un delicioso resultado. Ya su mamá había
probado los bizcochos antes y no le habían parecido deliciosos. Es más: ¡Eran horribles!
Y ese día, sin que su mamá supiera, salió con sus bizcochitos a la casa de su abuela para
que fuera ella quien le diera una opinión imparcial.
En el camino, como era de esperar, se encontró con el lobo que simplemente quería
robarse todos los bizcochos. El lobo era el espía de la competencia de Caperucita y su
mamá, unos hermanos que preparaban dulces y vivían en un lugar no muy alejado.
Hacía tiempo que merodeaba por la casa de Caperucita tratando de obtener las recetas,
observando cómo preparaban los pasteles. El lobo sabía que esos bizcochitos eran una
novedad y tenía que conseguirlos.
Como Caperucita no se detenía, el lobo se fue por el camino más corto a la casa de su
abuela. Era un espía que conocía todos los lugares y rutas a la perfección.
Cuando el lobo le iba a contestar, le puso todos los bizcochos en la boca de manera que
el lobo no tuvo más remedio que comerlos. Al instante le dio tamaño dolor de estómago
que empezó a aullar lastimosamente.
Así que Caperucita comprendió que sus bizcochos en verdad no eran del todo
agradables y con su abuelita le prepararon un té de hierbas al lobo que al final prometió
no espiar nunca más.
Fin
- Porque vosotros, las personas, estáis cortando los árboles y los pájaros ya no pueden
hacer los nidos. También ensuciáis los campos, y los animales pequeños tienen que
comer basuras, se ponen enfermos y mueren envenenados. Si nosotros, los lobos, nos
comemos los animales enfermos, entonces también nos moriremos.
- Pues sí - contestó el lobo. Además, las personas se creen que nosotros somos malos y
también nos quieren cazar.
La Caperucita Azul se puso muy triste y le dijo al lobo que tenían que pensar alguna
cosa. Finalmente decidieron que la Caperucita explicaría a todos los niños y niñas lo
que estaba pasando:
− Yo, cuando vaya al colegio les diré a mis amigos lo que está pasando en el bosque y,
además, también les diré que expliquen a sus padres que en el bosque ya no hay pájaros,
ni conejos, ni insectos. ¿Tenemos que defender a todos los animales, empezando por los
más próximos a nosotros, no te parece?
− ¡Creo que es muy buena idea! Yo también lo explicaré a todos los habitantes del
bosque - acabó diciendo el lobo.
Así, el lobo, la Caperucita y sus amigos empezaron a hablar con todo el mundo; los
padres de los niños, sin embargo, no les hicieron nada de caso. Los fines de semana
todo el mundo iba al bosque, unos cazaban, otros buscaban hierbas y setas y otros
paseaban... Pronto, los padres se dieron cuenta de que lo que habían dicho sus hijos era
verdad: en el bosque no había pájaros, ni conejos, ni erizos, ni hormigas, ni mariposas,
ni moscas. Así, empezaron también a hablar entre ellos de aquello que vieron en el
bosque: ningún animal. Entonces se pusieron de acuerdo para defender el bosque y sus
animales. Cuando volvieron a casa, todos los padres se encontraron y empezaron a
hablar sobre cómo podrían solucionar el problema. Recordaron como, cuando ellos eran
pequeños, siempre que iban a jugar al bosque encontraban animales. Querían recuperar
el bosque para que todo estuviera como antes y empezaron a organizarse: unos se
encargarían de limpiar las basuras que la gente había ido tirando, otros plantarían
árboles, etc. Y así, poco a poco, el trabajo de toda la gente se empezó a notar. Al cabo de
unos días, el bosque volvió a ser un sitio agradable, limpio y respetado y los animales
empezaron a volver. El agua de los ríos cada vez bajaba más limpia de la montaña y,
poco a poco, los peces regresaron porque volvía a haber plantas acuáticas, también los
pájaros a hacer sus nidos en los árboles que se habían vuelto a plantar y se volvieron a
ver conejos comiendo las plantas que volvieron a vivir porque todo estaba bien limpio.
Poco a poco el bosque volvió a ser como antes y la Caperucita y el lobo se volvieron a
encontrar. ¡Los dos estaban muy contentos y orgullosos de lo que habían conseguido
juntos y Caperucita pensó que tenían que explicarlo al mundo entero! De repente tuvo
una idea y le propuso al lobo:
- Escucha lobo, tú que corres tanto y conoces muchos animales podrías ir a otro bosque
y explicar nuestra experiencia, como todo ha vuelto a ser verde y como han vuelto todos
los animales. Después, podrías ir a otro bosque, a otro y a otro ... y así los bosques de
todas partes se irían recuperando. Todavía no había acabado de hablar y el lobo salió
deprisa en dirección al bosque más próximo.