Grimm Caperucita Roja ORIG
Grimm Caperucita Roja ORIG
Grimm Caperucita Roja ORIG
(Traducción de la versión original de los hermanos Grimm, realizada por M. Teresa Zurdo para Hermanos
Grimm: Cuentos. Madrid, Cátedra, 1994.)
Érase una vez una muchachita encantadora a la que todo el mundo tomaba cariño con
sólo mirarla. Pero la persona que más la quería era su abuela, a quien todo parecía poco
para su nieta. En cierta ocasión le regaló una capuchita de terciopelo rojo, y como le
sentaba muy bien y la niña no se quería poner otra cosa, desde entonces la llamaron
Caperucita Roja. Un buen día le dijo su madre:
―Ven, Caperucita, toma este trozo de tarta y esta botella de vino y llévaselos a la
abuela. Porque está enferma y débil y esto la reanimará. Ponte en camino antes de que
haga calor, y cuando salgas a la calle ve formalita y no te desvíes de tu camino. Porque si
no, puedes caerte y se romperá la botella, y entonces la abuela se quedará sin nada. Y
cuando entres en su cuarto no te olvides de darle los buenos días y no te dediques a
curiosear por toda la casa.
―Creo que sabré hacerlo bien ―dijo Caperucita a su madre, y la tranquilizó con un
beso.
Pero la abuela vivía lejos, en el bosque, a una media hora del pueblo. En cuanto
Caperucita llegó al bosque se encontró con el lobo. Pero Caperucita no sabía que era un
animal muy peligroso, y no se asustó.
―Buenos días, Caperucita ―dijo.
―Gracias, lobo, igualmente.
―¿Dónde vas tan temprano, Caperucita?
―A casa de mi abuelita.
―¿Y qué llevas bajo el delantal?
―Tarta y vino, pues ayer hicimos tartas y pasteles en casa y le sentarán bien a la abuela,
que está enferma y débil, y con esto recuperará fuerzas.
―Caperucita, ¿dónde vive tu abuelita?
―Siguiendo por el bosque como un cuarto de hora, bajo las tres encinas grandes, allí
está su casa, la que tiene la cerca de nogal. Seguro que la conoces ―explicó Caperucita.
El lobo se dijo: “Esta criatura tan joven seguro que es mucho más sabrosa que la vieja.
Tienes que actuar con astucia para pescarte a las dos”. Y fue andando un trecho junto a
Caperucita, y entonces dijo:
―Caperucita, fíjate en las flores tan bonitas que hay por todas partes. ¿Por qué no echas
una mirada? Creo que ni siquiera oyes el delicioso canto de los pájaros. Vas
completamente ensimismada, como si fueras a la escuela y, sin embargo, se puede pasar
muy bien aquí fuera, en el bosque.
Caperucita alzó la vista, y cuando vio cómo bailaban aquí y allá los rayos del sol por entre
los árboles, y qué cuajado estaba el suelo de preciosas flores, pensó: “Si llevo a la abuela
un ramillete de flores frescas, seguro que le daré una alegría. Todavía es temprano, así
que llegaré a tiempo”. Y se apartó del camino y se puso a coger flores. Y cuando había
cortado una, le parecía que un poco más allá había otra aun más bonita, y se iba a por ella,
y cada vez se adentraba más y más en el bosque. En cambio, el lobo se fue derecho a casa
de la abuela y llamó a la puerta.
―¿Quién está ahí fuera?
―Caperucita, que te trae tarta y vino. Ábreme.
―Baja el picaporte ―exclamó la abuela―, estoy demasiado débil y no me puedo
levantar.
El lobo bajó el picaporte y, sin decir una palabra se dirigió hacia la cama de la abuela y se
la tragó. Luego se puso sus ropas, se colocó la cofia en la cabeza, se metió en la cama y
corrió las cortinas.
Entre tanto Caperucita había estado corriendo de un lado a otro buscando flores, y
cuando hubo cogido tantas que ya no podía llevar ni una más, volvió a acordarse de la
abuela, y se puso en camino hacia su casa. Se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y
cuando entró en la habitación tuvo una sensación tan extraña que pensó: “¡Ay, Dios mío!
Siempre me encuentro tan a gusto con la abuela, pero hoy tengo una rara sensación de
miedo”. Entonces exclamó:
―Buenos días ―pero nadie le contestó.
Después se acercó a la cama y descorrió las cortinas. Entonces vio a la abuela acostada,
con la cofia metida hasta la barbilla y con un aspecto realmente singular.
―iAy, abuela! ¡Qué orejas más grandes tienes!
―Para oírte mejor.
―iAy, abuela! ¡Qué ojos tan grandes tienes!
―Para verte mejor.
―iAy, abuela! ¡Qué manos tan grandes tienes!
―Para poder cogerte mejor.
―Pero abuela, ¡qué boca tan enorme y horrible tienes!
―iPara poder comerte mejor!
Nada más decir esto, saltó de la cama y se tragó a la pobre Caperucita.
Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, volvió a acostarse en la cama y empezó a
dar unos sonoros ronquidos. Justo en ese momento pasaba un cazador por delante de la
casa y pensó: “¡Hay que ver cómo ronca esta vieja! Deberías entrar a ver si necesita algo”.
Y entró en el cuarto, y al acercarse a la cama vio que en ella estaba el lobo. “Por fin te
encuentro, viejo pecador, ¡con el tiempo que llevaba buscándote!”. Cuando estaba
preparando la carabina para disparar, se le ocurrió pensar que el lobo podría haberse
comido a la abuela, y que a lo mejor todavía estaba a tiempo de salvarla. Y no disparó,
sino que cogió unas tijeras y empezó a cortarle la panza al lobo. No había dado más que
un par de cortes cuando advirtió el brillo de la roja capita, y con dos cortes más pudo salir
de un salto la muchacha, que dijo:
―iAy!, ¡qué asustada estaba!, ¡qué oscuridad había en la tripa del lobo!
Y después salió la anciana abuela, que estaba aún viva pero apenas si podía respirar.
Caperucita fue entonces a buscar unos pedruscos, con los que rellenaron la panza del
lobo, y cuando este se despertó intentó levantarse de un salto, pero las piedras pesaban
tanto que cayó como un saco y se mató.
Y entonces los tres se pusieron muy contentos. El cazador le quitó la piel al lobo y se la
llevó a casa. La abuela se comió la tarta y se bebió el vino que le había llevado Caperucita,
y se sintió mejor enseguida. Y Caperucita pensaba para sus adentros: “Jamás en tu vida
volverás a apartarte de tu camino cuando vayas sola por el bosque, si tu madre te lo ha
prohibido”.
*****
También se cuenta que, en cierta ocasión en que Caperucita llevaba a la abuela otra vez
unos dulces hechos por su madre, otro lobo pretendió entablar conversación con ella y
quiso también apartarla de su camino. Pero Caperucita no le hizo caso y siguió adelante,
sin desviarse. Y le contó a la abuela que se había encontrado con el lobo y este la había
saludado mientras la miraba con ojos malignos. Si no hubieran estado en medio de un
camino bastante frecuentado, seguro que se la había comido allí mismo.
―Ven ―dijo la abuela―, cerraremos la puerta para que ese animal no pueda entrar
aquí.
Poco después llamó el lobo y dijo:
―Ábreme abuela, que soy Caperucita y te traigo unos dulces hechos por mi madre.
Pero ellas guardaron silencio y no abrieron la puerta. Entonces el lobo dio varias vueltas
a la casa, hasta que al final saltó al tejado y se dispuso a esperar hasta que Caperucita se
fuera a su casa por la noche. En ese momento podría seguirla sigilosamente y se la
comería en la oscuridad.
Pero la abuela se dio cuenta de sus intenciones. Ante la puerta había una gran artesa de
piedra, y le dijo a la niña:
―Coge el cubo, Caperucita; ayer estuve cociendo embutido, así que trae el agua que
utilicé y échala en la artesa.
Caperucita estuvo llevando agua hasta que la enorme artesa estuvo completamente
llena. Entonces el olor del embutido llegó a la nariz del lobo. Este olfateó y miró hacia
abajo, y estiró tanto el cuello que perdió el equilibrio y empezó a resbalarse por el tejado.
Y siguió resbalando hasta caer en la artesa, y se ahogó. Y Caperucita volvió alegre y feliz a
su casa, sin que nadie le hiciera daño.
Fuente:
Los cuentos de hadas clásicos.
Edición prologada y anotada por María Tatar.
Barcelona, Ares y Mares, 2004.
1ª ed.: Nueva York, 2002.