Chatterjee, Partha - La Utopía de Anderson
Chatterjee, Partha - La Utopía de Anderson
Chatterjee, Partha - La Utopía de Anderson
EN TIEMPO
HETEROGÉNEO
y otros estudios subalternos
partha chatterjee
f U C O - E - 5* 5“
siglo veintiuno
CLACSO ^ ^ 1 editores
N6-. 7.41TX
y$ a
siglo veintiuno editores argentina s.a.
T ucum án 1 6 2 1 7 ° N ( C 1 0 5 0 A A G ) , B u en os Aires, A rgentina
3o l
La ed ición del presente volum en lia contado con el apoyo del South-South
E xchange Program m e for Research on History o f D evelopm ent (SEPHIS).
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C h a tteijee, Partha
La n a ció n en tiem p o h etero g én eo : y otros estudios subalternos -
l a ed . - B u en o s Aires: Siglo XX I Editores A rgentina, 2008.
296 p.; 21x 1 4 cm . (S ociología y política)
ISBN 978-987-629-040-1
ISBN 978-987-629-040-1
I. A P E R T U R A
II. N A C IÓ N Y N A C IO N A L IS M O
4. La utopía de Anderson
III. M O D E R N ID A D , S O C IE D A D , P O L ÍT IC A Y D E M O C R A C IA
JliBUOTECA - FLACSO - E C
Ifa lia : f7
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IV. E P ÍL O G O
9. H im no de batalla
***
del com ercio en la búsqueda que los europeos hacían de rutas m arí
timas y nuevos continentes d u ran te la llam ada “era de los descubri
m ientos”. De hecho, en los prim eros años del siglo xvi, después de la
apertura de la ruta del cabo de B uena Esperanza hacia Asia, la com
posición de las cargas de regreso a Lisboa m uestra el aplastante p re
dom inio de artículos com o la pim ienta, el je n g ib re , la canela y el
clavo, aun cu an d o esta com posición cam biaría radicalm ente muy
poco desp u és.1 Sin em bargo, en lo que respecta al otro objetivo de
la visita, podem os muy bien p reguntarnos p o r qué alguien enfrenta
ría el riesgo de navegar p o r peligrosos m ares no cartografiados para
buscar cristianos en India. Cabe aquí recordar el m undo ideológico
en que habitaban hom bres como Da Gama. N uestra percepción con
tem poránea, que vincula la expansión euro p ea con una actividad
económ ica racional y cort u n gobierno m oderno, suele ignorar el he
cho de que esa conexión sólo apareció gradualm ente a lo largo de
quinientos años, y que n o se aplica a la p rim era parte de este pe
riodo de la misma form a en que se podría aplicar a la última. U n ele
m ento central p ara explicar las expediciones portuguesas a India
son las leyendas y rum ores acerca de u n cierto A rcipreste Ju an , go
bernante cristiano que presu n tam en te viviría en algún lugar del
O riente, del cual se decía que estaba ávido de u n ir sus fuerzas con
los reyes de E uropa en su cruzada contra el Islam. En u n a atm ósfera
cargada con el recuerdo de la reciente “reconquista” de la Península
Ibérica de m anos de los llam ados “m oros”, y en u n a situación estra
tégica en la que los gobernantes y m ercaderes m usulm anes estableci
dos a lo largo de las costas de Africa, Arabia y Persia eran percibidos
com o los principales obstáculos para la expansión europea en el
O céano índico, resulta com prensible que la búsqueda de un aliado
cristiano en O riente fuera tan aprem iante para los grupos dom inan
tes en Lisboa. Pero historiadores recientes nos alertan sobre el he
cho de que los motivos del com ercio y de la religión no operaban de
2 V éase esp ecia lm en te Sanjay Subrahm anyam , The Caner and Legend of
Vasco da Gama, C am bridge, Cam bridge University Press, 1997,
pp. 24-75. H ay traducción al castellano: Vasco de Gama, B arcelona,
Critica, 1998.
3 Alvaro Velho, Roleiro da primera viagem de Vasco da Gama (1497-1499),
editada por A. Fontoura da Costa, 3a ed., Lisboa, A gencia Ge ral do
Ultramar, 1969, p. 41.
26 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
interna, dentro de la cual, según relatan los visitantes; “había una pe
queña imagen que ellos [la población local] dijeron ser Nuestra Se
ñora”. No se les permitió a los portugueses la entrada a esta cámara, por
lo que tuvieron que hacer sus oraciones fuera, después de que algunos
hombres que usaban collares con abalorios rociaran sobre ellos agua
bendita y ceniza blanca, la cual, según los visitantes observaron, “los cris
tianos de esta tierra tienen el hábito de colocar en sus frentes, y cuerpos,
y alrededor del cuello y en los antebrazos”. El informe m enciona que
Vasco da Gama tomó la ceniza que le ofrecían, pero consiguió evitar
que le fuese colocada en su cuerpo.4
R ecuerdo esta historia p a ra resaltar u n a cuestión p e rm a n e n te
m ente vinculada a las relaciones entre Europa e India en los últimos
cinco siglos: la cuestión de la incom prensión cultural. En este caso el
erro r es obvio. No hay que buscar muy lejos la explicación. Como nos
dice Sanjay Subrahmanyam, el más reciente biógrafo de Da Gama, los
portugueses esperaban encontrar cristianos en O riente cuyas prácticas
fuesen diferentes de las suyas propias.
al Din Ma’bari escribía largam ente sobre las “proezas infam es” de los
portugueses, que habían traído la ruina a la sociedad malabar: el in
cendio de ciudades y mezquitas, la interrupción del hajj y el asesinato
de nobles y hom bres instruidos. El objetivo de M a’bari era inspirar a
los m usulm anes de M alabar para lanzarse en yihad contra esos “viles y
odiosos infieles”.10 En el extrem o oriental del litoral indio, a lo largo
de la bahía de Bengala, en donde la presencia portuguesa se limitaba
habitualm ente a com erciantes privados y aventureros, dos palabras
entraron a form ar parte del vocabulario bengalí, com o sinónim os po
pulares para la noción de “pirata del m ar”: harmad (del portugués ar
mada) y bómbete (del portugués bombardeiro) . R esum iendo las reaccio
nes en aquella parte de India fren te a la llegada portuguesa, un
historiador nacionalista de Bengala ha escrito:
Hoy podría parecer que estas palabras fueron escritas por algún faná
tico m onje medieval, pero el historiador Charles Boxer nos asegura
que Barros era un hum anista y un destacado m iem bro del fallido rena
cimiento portugués del siglo XVI.13 No encuentro esta circunstancia
extraña o contradictoria. Por el contrario, veo en esta justificación de la
agresiva expansión ultram arina un ejemplo precoz de la estructura ar
gumentativa producida por lo que en otra parte he llamado la “regla
de la diferencia colonial”.14 Esta “regla” se aplica cuando se defiende
que una proposición normativa de supuesta validez universal (y mu-^
chas proposiciones de este tipo iban a ser enunciadas en los siglos que
nos separan de las primeras expediciones portuguesas) no se aplica a la
colonia en razón de alguna deficiencia moral inherente a esta última.
Así, a pesar de que los derechos del hom bre hayan sido declarados en
París en 1789, la revuelta en Santo Domingo (hoy Haití) fue reprim ida
15 Sanjay Subrahmanyam, The Portuguese Empire in Asia, op. cit., pp. 270-277.
32 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
II
Muzaffar Alam, Sanjay Subrahm anyam y Chris Bayly, entre otros, han
cuestionado la suposición de u n declive general de la economía y la po
lítica indias en el siglo x v i i i . En prim er lugar, según argum entan, se
trató de u n periodo de considerable dinamismo económico, con nue
vas reglas, nuevas fuentes de capital, nuevos métodos de recaudación
de tributos, un aum ento en el uso del dinero y una intensificación del
control sobre el trabajo. En segundo lugar, en este m om ento emergie
ron diversos gobiernos regionales de inspiración militarista, que des
arrollaron políticas mercantilistas enorm em ente dependientes del co
mercio exterior y de m étodos bancarios avanzados. En tercer lugar,
durante el siglo x v i i , las compañías europeas de com ercio eran piezas
im portantes en la política regional, gracias al control que ejercían so
bre el flujo de metales preciosos que llegaban del exterior. En cuarto
lugar, la Com pañía de las Indias Orientales consiguió sobrepujar estos
reinos regionales en el siglo x v i i i gracias a su hegem onía sobre las rutas
marítimas y su capacidad superior de financiar el esfuerzo de guerra.
En quinto lugar, com o consecuencia de esta progresiva adquisición
de poder, la com pañía inglesa h e red ó tam bién las instituciones y
prácticas en las cuales se basaban los regím enes anteriores, convir
tiéndose en u n gobierno indio más. En palabras de Chris Bayly: “La
com pañía se convirtió en u n m ercader asiático, u n g obernante asiá
tico y un recolector de tributos asiático”.15 Para resumir, según estos
historiadores argum entan, la ru p tu ra radical asociada al adveni
m iento del dom inio británico hab ría sido sobrestim ada. D urante el
siglo x v i i i , en realidad, hab ría habido mayor grado de continuidad
que de discontinuidad.17
16 C.A. Bayly, Imperial Mcridian: The British Empire and the World 1780-
1830, L ondres, L on gm an , 1989, p. 74.
17 Para un resum en d e este argum ento, véase Burton Stein, “E ighteenth
Century India: A n otber View”, en Studies in History, 5, n 9 1 (enero-
ju n io d e 1989), pp. 1-26. Otros en u n ciad os en Ch. Bayly, Indian Society
and. the Mahing of the British Empire, Cam bridge, Cam bridge University
Press, 1988; C. A. Bayly, o¡). cit.; D. A. Washbrook, “Progress and Pro-
blems: South Asían E conom ic and Social History, c. 1720-1860”,
Modem Asian Studies, 22, n° 1 (1988), pp. 57-96.
FLAC5G - Biblioteca
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 3 5
III
Estos consejos form an p arte del análisis de M aquiavelo sobre las es
trategias y técnicas del p o d e r y su relevancia p ara el desarrollo del
Estado en la E uropa posterior al R enacim iento, que ha sido objeto
de am plio debate. U na de las lecturas más perspicaces de los m a
nuales de g o b iern o que surgieron en E uropa e n tre los siglos xvi y
xvii, algunos inspirados en M aquiavelo y otros d eclaradam ente con
trarios, fue p lanteada p o r el filósofo francés Michel Foucault.20 Fou
cault afirm a que, au n q u e el p ro p ó sito evidente de esos textos era
IV
2 4 Ranajit G uha, A Rule ofProperly for Bengal: An Essay on the Idea ofPer-
manent Settlement, París, M ou ton , 1963.
25 R. G uha, Dominance without Hegemony, op. cu., p. 32.
26 Citado en S. N. M u k h eijee, Sir William Jones, op. cit., pp. 122-123.
42 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
35 Id.
48 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
entre las clases medias indias. En ese periodo, las clases medias crea
ron conexiones con dem andas anticoloniales de otros sectores popu
lares, especialm ente campesinos y obreros, y encabezaron el proceso
que finalm ente llevó a la transferencia del pod er y, tam bién, a la divi
sión del país en 1947. Su oposición al dom inio británico de ninguna
m anera disminuyó su am or p o r el concepto de Europa que se había
instaurado en sus mentes: la E uropa de Shakespeare y de la m áquina
a vapor, de la Revolución Francesa y de la m ecánica cuántica. Recha
zaban la soberanía que los británicos reclam aban sobre India, pero
no cuestionaban la superioridad de E uropa en el cultivo de las artes
de la m odernidad. La sutileza de esta actitud estaba más allá de la
com prensión de m uchos de los últim os oficiales coloniales, quienes
tom aron el clima de oposición política de los últim os días del dom i
nio británico com o u n a señal del peligro que p endía sobre sus cabe
zas. Así, el mariscal de cam po A uchinleck aún insistía, en ju n io de
1947, en que el ejército británico debía perm an ecer en India hasta el
siguiente año para p ro teg er vidas británicas, sin co m p ren d er que,
una vez resuelta la cuestión de la soberanía, no habría ninguna razón
adicional para que los indios odiasen a los europeos.37
Aún no me he referido al otro sector de habitantes de India, aque
llos que n o colaboraron. Sobre ellos, seré breve. Creo que la masa del
pueblo indio, quienes estuvieron sujetos al yugo británico, ya sea en
la India británica t> en los Estados principescos, nunca colaboró. Esto
no quiere decir que no respetasen la autoridad de los británicos, que
no los obedeciesen, o que dejaran de acudir a ellos en busca de ju sti
cia y protección. A pesar de las m uchas revueltas tribales y campesi
nas, grandes y pequeñas, es posible decir que en la India británica,
casi siem pre, la reb elió n fue más u n a excepción que vina regla.
Pero el p u eb lo no les dio a los británicos el am or que ellos tanto
querían, el am or que fluiría de su propia y libre voluntad, porque, den
tro de la estructura del dominio colonial, los británicos nunca pudieron
37 L eonard Mosley, The Last Days o f the Britsh Raj, Bombay, Jaico, 1971,
pp. 155-166. La prim era ed ición es d e 1961.
50 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
como espacio, de form a que deberíam os más propiam ente hablar del
espacio-tiempo de la modernidad. La política, en este sentido, habita en
el espacio-tiempo hom ogéneo y vacío de la modernidad.
Estoy en desacuerdo con este enfoque. Creo que esta visión de la
m odernidad, o más precisam ente del capitalismo, está equivocada
porque la problem ática es vista desde u n solo lado. Esta concepción
observa únicam ente u n a dim ensión del espacio-tiempo de la vida mo
derna. Porque, aunque las personas p uedan im aginarse a sí mismas
en u n tiem po hom ogéneo y vacío, no viven en él. El espacio-tiempo
hom ogéneo y vacío es el tiem po utópico del capitalismo. Lineal
m ente conecta el pasado, el presente y el futuro, y se convierte en
condición de posibilidad p ara las im aginaciones historicistas de la
identidad, la nacionalidad, el progreso, etc., con las que A nderson y
otros autores nos han familiarizado. Pero el tiem po hom ogéneo y va
cío no existe com o tal en n inguna parte del m undo real. Es utópico.
El espacio real de la vida m od ern a es u n a heterotopía (en este punto,
mi d euda hacia Michel Foucault es obvia, a pesar de que no estoy
siempre de acuerdo con el uso que hace de ese concepto) .5 El tiem po
es heterogéneo, disparm ente denso. No todos los trabajadores indus
triales interiorizan la disciplina de trabajo del capitalismo, e incluso
cuando lo hacen, esto no ocurre de la misma m anera. En este con
texto, la política n o significa lo mismo para todas las personas. Creo
que ignorar esto implica desechar lo real p o r lo utópico.
H om i B habha, al d escribir el lugar de la n ación en el m arco de
la tem poralidad, señaló hace años que la narrativa de la nación se
en cu en tra obligada a afro n tar u n a inevitable ambivalencia, con dos
planos temporales que interactúan. En un plano temporal, el pueblo es
objeto de u n a pedagogía nacional ya que se encuentra siem pre en
II
III
IV
14 Citado en Gail O m vedt, D alits and the Demoa atic Revolution: Dr.
Ambedkar and th eD alit Movement in Colonial India, N ueva D elhi, Sage,
1994, p. 146.
72 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
entre las com u nid ad es h in dú y m usulm ana de este últim o país. (N. de
los Trad.)
19 H om i B habha, “D issem iN ation ”, op. cit.
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 77
tarea pedagógica aú n pen d ien te, que debería venir acom pañada de
una reform a social, si es necesario aplicando toda la fuerza de la ley,
pero la desigualdad de casta entre los hindúes n o debe ser discutida
delante de los adm inistradores británicos o de la m inoría musul
mana. La hom ogeneidad se desintegra en u n plano, tan sólo para re
aparecer en otro. La heterogeneidad, imposible de ser negada en un
punto, es forzosam ente suprim ida en otro.
Entretanto, nuestro héroe imaginario, Dhorai, continúa durante la
década de 1930 su educación en el nacionalismo. Liberado de sus ata
duras originales, se dirige a otra aldea y empieza una nueva vida entre
los koeri, una casta inferior de trabajadores rurales y obreros. Dhorai
em pieza a ap re n d e r la realidad de la vida cam pesina, de los señores
de tierra rajput y adhiars, y de los aparceros, koeri, y trabajadores san
tal, del cultivo del arroz y del yute, del tabaco y del maíz, en un
m undo de usureros y mercaderes. En enero de 1934, Bihar es asolada
por el más violento terrem oto registrado en su historia. Los funciona
rios del G obierno llegan a la región para registrar los daños ocurri
dos, acom pañados p o r voluntarios nacionalistas del Partido del Con
greso. D urante más de un año, los koeris les escuchan vagas promesas
de “asistencia”, hasta que, tras com enzar su trabajo de campo, los fun
cionarios estatales perciben que la reparación de las cabañas de los
koeris, fabricadas de barro y cubiertas de paja, ya ha sido realizada
p o r los propios campesinos. P or el contrario, las casas de ladrillo de
los rajput, los señores de la tierra, habían sufrido daños im portantes.
El inform e final de la expedición de ayuda recom ienda que la mayor
parte de la asistencia sea asignada a este colectivo.
Así comienza un nuevo capítulo en la educación de Dhorai: el descu
brimiento de que los distinguidos abogados bengalíes y los señores de
tierra rajptus estaban convirtiéndose rápidam ente en los principales se
guidores del Mahatma. Pero, a pesar de esta transformación de los viejos
explotadores en nuevos mensajeros de la libertad nacional, la mística del
Mahatma perm anecía impoluta. Un día, un voluntario llega a la aldea
con cartas del Mahatma. En ellas se les dice a los koeris que cada uno
debe, a su vez, responder con una carta. No, no, ellos no necesitan pagar
78 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
el franqueo del envío. Todo lo que tienen que hacer es ir hasta el funcio
nario que les dará una carta, que debe ser depositada en el buzón del
Mahatmaji: la caja blanca, recuerden, no las de colores. Se trataba de las
elecciones. El voluntario instruye a Dhorai: “Tu nom bre es Dhorai Ko-
eri, tu padre es Kirtu Koeri. Acuérdate de decirle esto al funcionario.
Tu padre es Kirtu Koeri”. Dhorai hace lo que se le ordena.
como ése, los m usulm anes, tem iendo la d ran ía de la mayoría, se or
ganizarían en un partido com o la Liga M usulm ana y provocarían en
co n trap artid a el ascenso de partidos h indúes centrados en la bús
queda de u n rajanato h in d ú .26 De producirse la división, los m usul
m anes en el H industán serían sólo u n a m inoría p eq ueña y muy dis
persa. Inevitablem ente, ten d rían que adherirse a este o aquel
partido político, in tegrándose en proyectos sociales y económ icos
más amplios. De la misma m anera, hab ría poco espacio para un par
tido com o el fundam entalista M ahasabha, que se consum iría rápi
d am ente. En cuanto a los estratos más bajos de la sociedad hindú,
harían causa com ún con la m inoría m usulm ana para luchar contra
las castas altas hindúes, p o r sus derechos de ciudadanía y dignidad
social.27
No perd erem o s tiem po evaluando los m éritos intrínsecos de los
argum ento s de A m bedkar a favor y en co n tra de la división de In
dia, a pesar de que, en el contexto discursivo de inicios de la dé
cada de 1940, fuesen notab lem en te perspicaces. Lo que quiero re
saltar es el sustrato que fu n d am en ta sus argum entos. A m bedkar es
p len am en te consciente del valor de la ciu dadanía igualitaria y u n i
versal, y asum e p o r com pleto el significado ético de las series abier
tas. Pero, p o r o tra parte, percibe que el reclam o de la universalidad
es casi siem pre u n a m áscara p ara cu b rir la p erp etu ació n de las des
igualdades. La política dem ocrática de la nación ofrece posibilida
des sustantivas de o b te n e r m ayor igualdad, p ero sólo a través de
u n a rep resen tació n adecu ad a de los grupos no privilegiados en el
ap arato político. De esta m anera, u n a política estratégica de gru
pos, clases, com unidades, etnias y series cerradas de todo tipo es in
evitable. Pero la h o m o g en eid ad no es, a pesar de esto, abando
nada. Al co n trario , en contextos específicos pued e ofrecer una
clave que p erm ita e n c o n tra r soluciones estratégicas p ara proble
años más tard e com o el pro feta de la liberación de los dalits. Esto
es lo que significa ahora: u n a fu en te tan to de sabiduría realista
com o de sueños em ancipadores p ara las castas oprim idas de India.
Para finalizar mi relato sobre el conflicto no resuelto entre afilia
ciones universales e identidades particulares en el m om ento de la
fundación de la nacionalidad dem ocrática en India, voy a señalar lo
que hoy está e n ju e g o . U n tiem po atrás, en u n en cu en tro organi
zado en un instituto de investigación indio, después de que una dis
tinguida m esa de académ icos y funcionarios lam entara el declive de
los ideales universalistas y de los valores m orales en la vida nacional,
u n activista dalit de la audiencia p reg u n tó p o r qué los intelectuales,
tanto liberales com o izquierdistas, eran tan pesimistas con el rum bo
que la historia estaba tom an d o en el cam bio de m ilenio. Hasta
do n d e él p o d ía percibir, la últim a m itad del siglo xx había sido el
p eriodo más brillante de toda la historia de los dalits, pues se ha
bían librado de las peores form as de intocabilidad, movilizándose
políticam ente com o com unidad. Gracias a ello, se en co ntraban en
disposición de establecer alianzas estratégicas con otros grupos
oprim idos, p ara o b te n e r m ayores porciones de p o d er en el go
bierno. Todo esto había sido posible gracias a que la dem ocracia de
masas había abierto la p u erta p ara u n cuestionam iento de los privi
legios de casta p o r parte de los rep resentantes de los grupos oprim i
dos, organizados en mayorías electorales. Los expositores quedaron
en silencio después de esta conm ovedora intervención. Salí del
evento persuadido, u n a vez más, de que es m oralm ente ilegítim o
sostener los ideales universalistas del nacionalism o sin, sim ultánea
m ente, sostener que las políticas generadas p o r el arte de la guber
nam entalid ad d eb en ser reconocidas tam bién com o una parte
igualm ente legítim a del espacio-tiem po real de la vida política mo
d e rn a de la nación. De o tra m anera, las tecnologías gubernam enta
les c o n tin u arán proliferan d o , sirviendo, com o sirvieron en gran
parte de la época colonial, com o instrum entos m anipulables de do
m inio de clase, en u n o rd en capitalista global. Al inten tar encontrar
espacios éticos reales p ara su actuación en el espacio heterogéneo,
8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
decir, un proyecto liegem ónico burgués, sin duda, pero con una gran
diferencia: el proyecto hegem ónico del nacionalismo indio tenía que
escoger su espacio de autonom ía desde una posición de subordinación
a un régim en colonial, que tenía de su lado los recursos legitimadores
más universales generados por el pensam iento social posterior a la Ilus
tración. Como resultado de ello, las formas autónom as de imaginar la
com unidad fueron, y continúan siendo, oprimidas y desestimadas por
la historia del Estado poscolonial. He aquí las raíces de nuestra miseria
poscolonial: no radican en nuestra incapacidad para pensar nuevas for
mas de com unidad m oderna, sino en nuestro som etim iento a las viejas
formas de Estado m oderno. Si la nación es una com unidad imaginada,
y si las naciones deben a su vez asum ir la form a de Estados, entonces
nuestro lenguaje teórico deberá perm itirnos hablar sobre com unidad
y Estado al mismo tiem po. Pero, según creo, nuestro lenguaje teórico
actual no lo perm ite.
Un poco antes de su m uerte, B ipinchandra Pal (1858-1932), líder
del m ovim iento Swadeshi en Bengala y protagonista del Congreso
Nacional In d io en el perio d o an terio r a G andhi, describió de la si
guiente m anera las residencias d o n d e se alojaban los estudiantes de
Calcuta d u ran te su juventud:
8 R epresentado por los diversos ensayos incluidos en Ranajit Guha (ed .),
Subaltem Studies, vols. 1-6, D elhi, O xford University Press, 1982-1990.
La declaración program ática de esta aproxim ación está en Ranajit
G uha, “O n Som e Aspects o f the H istoriography o f Colonial India”, en
Ranajit G uha (ed .), op. cit., vol. 1, pp. 1-8.
10 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
Las series cerradas, en cambio, solam ente pueden operar com o ente
ros: así, para cada categoría de clasificación, u n individuo sólo vale
com o u n o o com o cero, nunca com o u n a fracción, lo que a su vez sig
nifica que todas las filiaciones parciales o mixtas quedan excluidas.
U na persona puede ser blanca o no blanca, m usulm ana o no musul
m ana, m iem bro de u n a tribu o ajeno a ella, n u nca parcial o contex-
tualm ente integrante de u n a de estas categorías. Las series cerradas,
sugiere A nderson, son lim itadoras e in h eren tem en te conflictivas
(opuestas unas a otras), y sirven com o fundam ento para gen erar las
herram ientas de las políticas de la etnicidad.
N o estoy seguro de que la distinción e n tre las series cerradas y
abiertas, a p esar de su ap arien cia de precisión m atem ática, sea la
m an era ap ro p iad a de d escribir las diferencias e n tre las m odalida
des políticas q u e A nderson q u iere destacar. N o está claro p o r qué
las “abiertas” series de la im aginación nacionalista no p u ed en , bajo
condiciones específicas, p ro d u c ir categorías cerradas y factibles de
contabilizar. Al explicar las series abiertas, A nderson señala que
son éstas las que “h acen de las N aciones U nidas u n a institución
norm al y n o paradójica”.4 Pero seguram ente, en cualquier m om ento
dado, las Naciones Unidas tendrán únicam ente u n núm ero concreto
de miembros. Esto ocurre porque, con sus procedim ientos explícita
m ente establecidos y su criterio de m em bresía, la im aginación de lo
que es una nación ha sido reducida al ám bito institucional de lo gu
bern am en tal. P or p o n e r o tro caso, si p o r revolucionarios e n te n d e
m os a quien es son m iem bros de p artid o s políticos de esa te n d e n
cia, en to n ces el n ú m e ro de revolucionarios en u n país, o au n en
todo el m u n d o , tam bién será finito y factible de contabilizar, de la
misma form a que un censo reclam a proveer una cifra exacta acerca
de, digamos, el núm ero de indios en India. Tam poco está claro en
qué sentido las series de lo gubernam ental están “cerradas”. La serie
para cristianos o personas de habla inglesa en el m undo es, en princi
pio, abierta, debido a que p o r cada total que nosotros contam os hoy,
4 Ibid., p. 29.
1 Í O LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
¿Idealista? Creo que no tiene dem asiado sentido hacer esta pregunta,
especialm ente cuando sabemos que A nderson, más que nadie en los
últim os años, h a inspirado el estudio de los instrum entos m ateriales
de la literatura y de la producción cultural que hacen posible la ima
ginación de las com unidades políticas m odernas en, virtualm ente, to
das las regiones del m undo. ¿Romántico? Tal vez, pero desde luego
m ucho de lo que es bueno y noble en el pensam iento social m oderno
ha tenido su origen en impulsos rom ánticos. ¿Utópico? Sí. Y ahí yace,
creo yó, su principal problem a teórico y político. Esta es la principal
fuente de mi desacuerdo con A nderson.
II
I
L A U T O P ÍA DE AN D E R SO N 115
Sentí algo de vértigo. Por prim era vez en mi joven vida ha
bía sido invitado ver mi E uropa a través de u n telescopio
invertido. Sukarno [...] era perfectam ente consciente de
los horrores del gobierno de Hitler. Pero parecía que des
estimaba esos horrores [...] con la misma distancia desde la
cual mis profesores de escuela habían hablado de Genghis
Khan, de la Inquisición, de N erón o de Pizarro. Iba a ser
difícil, a partir de ahora, pensar en “m i” H itler de la vieja
m anera.
L A U T O P ÍA DE A N D E R SO N 1 19
1 Asok Sen, Life and Labour in a Squalters' Colony, Calcuta, C entre for
Studies in Social Sciences, Occaúonal Papers, n° 138, 1992.
126 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
2 Por razones obvias, los verdaderos nom bres de los ocu p an tes han
sid o m odificad os en este trabajo.
LA P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 127
II
sociedad política.8 Los pobres del m undo rural que se movilizan para
reivindicar los beneficios derivados de los program as gubernam enta
les no lo hacen como m iem bros de la sociedad civil. Para conseguir
orientar en su favor estos beneficios, deben aplicar la presión ade
cuada en los puntos adecuados del aparato gubernam ental. Muchas
veces, esto significa forzar o eludir las reglam entaciones, ya que los
procedim ientos existentes frecuentem ente im plican su exclusión y
marginación. T ener éxito implica movilizar grupos de población para
contrarrestar en el ámbito local la distribución de p o d e r existente en la
sociedad considerada com o u n todo. Esta posibilidad se abre paso
trabajando con la sociedad política. C uando los profesores ganan, al
mismo tiem po, la confianza de la com unidad rural para representar
su causa y la confianza de los adm inistradores para asegurar el con
senso local, lo que observamos no es u n proceso de generación de
confianza entre iguales, propio de la sociedad civil. Al contrario, los
profesores actúan como m ediadores entre dos campos con profundas
desigualdades de poder, cada u n o de ellos históricam ente atrinche
rado en su posición. M edian entre quienes gobiernan y quienes son
gobernados.
H abría que agregar, además, que cuando asistimos a una moviliza
ción exitosa de la sociedad política en su em peño p o r asegurar los be
neficios de los program as gubernam entales para grupos de población
pobres y no privilegiados, estamos asistiendo a u n a expansión efectiva
de la libertad de los más pobres, algo que no habría sido posible en el
ámbito de la sociedad civil. Las funciones de gobierno se desarrollan
en el contexto de u n a estructura social profundam ente estratificada.
Los beneficios que deberían estar disponibles para toda la población
con frecuencia son monopolizados p o r quienes poseen mayor conoci
miento e influencia sobre el sistema. Esto no se debe únicam ente a lo
que denom inamos corrupción, es decir, a la tergiversación criminal de
III
civil actúa com o referen te ideal p ara las fuerzas favorables al cam
bio político, pero es a través de la luch a cotidiana p o r el reconoci
m iento de derechos legales y derechos adquiridos com o se pued en
producir, a largo plazo, redeñniciones sustanciales de la pro p ied ad
y de la ley en el ám bito del Estado m o d ern o realm ente existente.
Lo paralegal, a pesar de su estatus am biguo, no es u n a condición
patológica de la m o d ern id ad tardía: en la mayor p arte del m undo
es parte integral del proceso de construcción histórica de la m o
dernidad.
La com unidad, p o r su parte, adquiere legitim idad d entro del do
minio del Estado m oderno sólo a través de la “nación”. Otras solidarida
des que potencialm ente puedan entrar en conflicto con la comunidad
política de la nación son percibidas con sospecha. Sin embargo, hemos
visto que, en la práctica, las políticas públicas generan numerosos gru
pos de población “de hecho”, que pueden o no tener significado polí
tico. Para alcanzar sus reivindicaciones en la sociedad política, un grupo
de población generado por la gubernam entalidad debe ungirse con el
barniz moral de la comunidad. Este es un elemento fundamental en las
políticas de la gubernam entalidad. Hay muchas posibilidades imagina
tivas para transform ar un grupo de población generado em pírica
m ente en u n a com unidad m oralm ente constituida. Como he argu
m entado en otro lugar, no es realista ni tam poco responsable
condenar todas estas transform aciones políticas, acusándolas de sec
tarias y peligrosas,.
En estos textos no he hablado dem asiado del lado oscuro de la
sociedad política. Esto no im plica que no sea consciente de su exis
tencia. Pero aún n o tengo claro de qué m anera la crim inalidad y la
violencia están conectadas con las estrategias de los grupos de po
blación m enos favorecidos, obligados a luch ar p ara que atiendan
sus reivindicaciones de acceso a los program as públicos. Creo que
he dicho lo suficiente sobre la sociedad política com o para sugerir
que, en el cam po de la práctica pop u lar dem ocrática, crim en y vio
lencia no son categorías cerradas, sino que, p o r el contrario, se en
cu en tran abiertas a un alto grado de negociación política. Es un
L A P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 155
Según señala Taylor, estas cinco ideas fueron trabajadas de dos m ane
ras diferentes p o r Locke y M ontesquieu, lo que dio lugar a dos con
cepciones diferentes de la relación entre Estado y sociedad civil. En el
caso de Locke, el significado de la idea “A” se matiza de m anera tal
162 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
II
4 Ibid., p. 262.
LO S “ M O D E LO S DE LA SO C IE D A D C IV IL ” 16 7
III
Ram m ohun fue trasladado a las em barcaciones y les contó a sus anfi
triones:
3 Jam es Sutherland, citado en Sophia D ob son Collet, The Lije and Let-
íers of Raja Rammohun Roy. Editado por Dilip Kumar Biswas y
Prabhat C handra G anguli, Calcuta, Sadharan Brahm o Samaj, 1962
[1 9 0 0 ], p. 308.
4 C. L. R. Jam es, The Black Jacobins: Toussaint L'Ouverture and the San
Domingo Revolulion, N u eva York, V in tage B ooks, 1963. Existe tra
d u cció n al castellano: Los jacobinos negros. Toussaint l ’Ouverlure y la
revolución de H aití, Madrid, Turner, 2003.
18 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
India.10 Pero más tarde se volvió escéptico en cuanto a los efectos revo
lucionarios del dominio colonial en sociedades agrarias como India, lle
gando a especular sobre la posibilidad de que la comunidad campesina
rusa transitara directamente hacia una forma socialista de vida colectiva,
sin pasar por la fase destructiva de una transición capitalista.11 A pesar
de este escepticismo, y de la ironía que encierra, los marxistas del siglo
xx, generalmente, han celebrado la abolición de la propiedad precapi-
talista y la creación de grandes unidades políticas homogéneas, como
los Estados-nación. Allí donde el capitalismo era visto como artífice en
la tarea histórica de acelerar la transición hacia formas de producción
social más modernas y desarrolladas, recibió, aunque de forma reluc
tante y ambivalente, la aprobación de la historiografía marxista.
Cuando hablamos de igualdad y libertad, propiedad y comunidad en
relación con el Estado m oderno, estamos, en realidad, hablando de la
historia política del capitalismo. El reciente debate entre liberales y co-
munitaristas en el seno de la filosofía política angloamericana me pa
rece la confirmación del papel crucial que desem peñan en la historia
política los conceptos mediadores de propiedad y comunidad, en la de
terminación del arco de posibilidades institucionales potencialmente in
cluidas dentro del campo constituido por los conceptos de libertad e
igualdad. Los comunitaristas no han podido rechazar el valor de la liber
tad individual, pues si enfatizasen en exceso sus reivindicaciones de
identidad comunal, podrían ser acusados de negar el derecho funda
m ental del individuo a escoger, poseer, usar y cambiar productos libre
mente. Por otro lado, los liberales tampoco han descartado la identifica
ción con la com unidad como fuente importante de significado moral
10 Karl Marx y Frederich Engels, Collected Works, op. cil., vol. 12, p. 125.
Publicado o rigin alm en te en el New York Daily Tribune (25 d e ju n io de
1853).
11 “C orresp on d en cia co n Vera Zasulich”, e n T eodor SUanin, Late Marx
and the Ritssian Road: Marx and “the Peripheries o f Capitalism ”,
L ondres, R ou tledge y Kegan Paul, 1983. Véase tam bién Lawrence
Krader (e d .), Karl Marx. The Ethnological Notebooks, Assen, Van
G orcum , 1974. D e este ú llinio existe traducción al castellano: Karl
Marx. Apuntes etnológicos, Madrid, E diciones Pablo Iglesias, 1988.
1 8 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
II
16 Ian H acking, The Tam ingof Chances, Cam bridge, Cam bridge Univer
sity Press, 1990. Mar)' Poovey, M aking a Social Body, C hicago,
University o f C h icago Press, 1995, y A History of the Modem Fact,
C hicago, University o f C hicago Press, 1998. Existe traducción
al castellano d el texto de H acking: La domesticación del azar,
Barcelona, G edisa, 1995.
17 V éanse, en particular: Nikolas Rose, Powers ofFreedom: Rejraming
Political Thoughl, Cam bridge, Cam brige University Press, 1999; Peter
M iller y Nikolas Rose, “Production, Identity and D em ocracy”, Theory
and Sociely, 24 (1 9 9 5 ), pp. 427-467, y T hom as O sb orn e, Aspects of
Enlightenment: Social Theory and IheEthics ofTrulh, L ondres, UCL
Press, 1998.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O CIE D A D P O L ÍT IC A íg i
22 Para argum entos d e este tipo, véase Jean L. C ohén y Andrew Arato,
Civil Society and Political Theory, Cam bridge, M1T Press, 2002. Existe
traducción al castellano: Sociedad civil y teoría política, M éxico, F ondo
d e Cultura E conóm ica, 2001.
196 L A N A C IÓ N E N T IE M P O H E T E R O G É N E O
m
En la m adrugada del 5 de mayo de 1993 u n hom bre murió en un hos
pital de Calcuta. H abía sido internado algunos días antes y estaba
siendo tratado de diabetes mellitus, deficiencia renal y derram e cere
bral. Su condición se había deteriorado rápidam ente en las veinticua
tro horas anteriores. A pesar de que los médicos que lo atendían lucha
ron denodadam ente durante toda la noche, sus esfuerzos fueron en
vano. Un médico titular del hospital firmó su certificado de defunción.
El fallecido se llam aba B irendra Chakrabarti, pero era más cono
cido como Balak B rahm achari, líder del Santal Dal, una secta reli
giosa con gran núm ero de seguidores en los distritos del sur y centro
de Bengala O ccidental. La secta como tal no contaba, en ese mo
m ento, con más de cincuenta años de existencia. Sin embargo, es po
sible rastrear sus antecedentes en otros movimientos sectarios ante
riores de gran predicam ento entre las castas bajas, especialmente
entre los nam asudra, campesinos de Bengala Central. La doctrina re
ligiosa del Dal es altam ente ecléctica, desarrollada a partir de las visio
nes del propio Balak Brahm achari y expresada en form a de refranes.
Pero a pesar de este eclecticismo, la secta se había involucrado repe
tidam ente en la vida política local. El órgano de divulgación del
grupo, Kara Chabuk (El Látigo Vigoroso), publicaba regularm ente co
m entarios de su líder sobre cuestiones políticas, en las que con fre
cuencia aparecía el tem a de la “revolución”, entendida como una
convulsión cataclísmica que sanaría quirúrgicam ente u n orden social
corrupto y podrido. La secta se había dado a conocer por prim era vez
entre 1967 y 1971, cuando participó en m anifestaciones políticas de
apoyo a los partidos de izquierdas, en contra del gobierno del Partido
del Congreso. Los activistas del Santal Dal, muchos de ellos mujeres,
vestidos con ropas de color azafrán, alzaban sus tridentes y gritaban
su lema “Ram Narayan Ram”; eran, en ese m om ento, un elem ento
incongruente en las m anifestaciones izquierdistas, p o r lo que no
consiguieron llam ar dem asiado la atención. N adie acusó a la secta
de am biciones políticas oportunistas, toda vez que no trató de obte
ner representación electoral p ropia o reconocim iento com o par
tido político. Pero desde entonces, muchos seguidores de la secta han
sido de manera abierta simpatizantes y hasta activistas de izquierda, es
pecialmente cercanos al c p i ( m ) [Partido Com unista de India (Mar-
xista)], el principal co m p o n en te de la coalición izquierdista que
gobierna Bengala O ccidental desde 1977.25
En esa m añ an a de mayo de 1993, los seguidores de Balak Brah-
m achari se n egaron a acep tar que su líd er espiritual hubiera
m uerto. Ellos reco rdab an que m uchos años antes, en 1960, Brah-
m achari había perm anecido en samadhi d u ran te veintidós días, en
los cuales, a ju z g a r p o r todas las señales externas, estaba m uerto,
pero luego había despertado de su trance y vuelto a la vida norm al.
Ahora, u n a vez más, decían que su Baba había en trad o en nirvi-
kalpa samadhi, u n estado de suspensión de las funciones corporales
que sólo podía ser alcanzado p o r quienes poseían los más altos po
deres espirituales. In tegrantes del Santal Dal trasladaron el cuerpo
de Brahmachari desde el hospital hacia su ashram en Sukhchar, un su
burbio del norte de Calcuta, y comenzaron lo que para ellos sería una
larga vigilia.26
28 A jk a l, 21 de ju n io d e 1993.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y SO C IE D A D P O L ÍT IC A 203
29 A jk a l, 26 d e junio de 1993.
30 Id.
2 0 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
33 A jk a l, 13 d e ju lio d e 1993.
34 Dainik Pratibedan, 5 d e febrero d e 1994.
2 0 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O
mos este hecho desde otro ángulo, podríam os decir que para hom
bres como Naoroji o Gokhale, la democracia era una buena forma de
gobierno solam ente cuando podía ser adecuadam ente controlada
por hom bres de adecuada sabiduría. Con el ascenso de los llamados
“extremistas” en la política nacionalista, especialmente con los movi
mientos Khilafat y de no cooperación, ingresaron a la vida política or
ganizada nuevas fuerzas e ideas a las que no im portaban m ucho las
delicadezas de la política parlam entaria.36 Fue G andhi quien en
aquel periodo condicionó decisivamente el cam po político generado
p or las nuevas instituciones representativas del orden colonial tardío.
Aunque proclam ara su rechazo a las instituciones parlam entarias,
ju n to con todos los dem ás adornos de la civilización m oderna,
Ganhdi resultó trem endam ente funcional para catalizar la moviliza
ción que term inaría p o r hacer del Congreso Nacional Indio la orga
nización política conductora de la India independiente. Como han
dem ostrado varios estudios, las palabras y las acciones de G andhi es
taban atravesadas p o r las preocupaciones paralelas de cómo promo-
cionar la iniciativa popular y, al mismo tiem po, de cómo contro
larla.37 Con la consolidación del dom inio del Congreso en los
prim eros quince años posteriores a la independencia, el control se
volvió el tem a dom inante, dados los cerrados vínculos entre el desem
peño estatal y la aprobación electoral en el llamado “sistema del Con
greso” del periodo Nehru.
El periodo com prendido entre el gobierno de N ehru, la crisis de
m ediados de la década de 1960 y el restablecim iento de la suprem a
cía del Congreso, m ediante el populism o de Estado del prim er go
bierno de Indira G andhi, refleja u n a evolución com ún en la expe
riencia histórica de m uchos países del Tercer M undo. El elem ento
distintivo de la dem ocracia india, según creo, hay que buscarlo en la
derrota del régim en de em ergencia de Indira G andhi a través de una
elección parlam entaria.38 Esta derrota evidenció un cambio funda
m ental en todas las discusiones posteriores, entre la esencia y la apa
riencia de la dem ocracia, su form a y su contenido, su naturaleza in
trínseca y su apariencia exterior. Cualquiera que sea el juicio de los
historiadores sobre las “reales” causas del colapso del régim en de
em ergencia, las elecciones de 1977 supusieron la constatación en la
arena política del carácter determ inante de las movilizaciones popu
lares, de la im portancia estratégica del derecho de voto y de la im por
tancia que los órganos representativos de gobierno tenían para dar
voz a las dem andas populares de todo tipo, a las cuales nunca antes se
estoy seguro de que un juicio tan negativo sobre nuestros contem po
ráneos sea exacto, pero, en cualquier caso, trataré de seguir el ejem
plo de Susobhan Sarkar, y aprovecharé la oportunidad para hablar de
la historia mundial de nuestros días.
El título de este capítulo rem ite al prim er libro publicado por Sar
kar, escrito en bengalí y titulado en inglés Europe After the Great War
(1939).3 En nuestros días es un libro difícil de encontrar, pero, aun
que hace ya treinta años que tuve la oportunidad de leerlo, lo re
cuerdo muy bien. En este libro, Sarkar analiza las políticas europeas
desde el final de la Prim era G uerra M undial hasta 1938. Desde nues
tra perspectiva contem poránea, fácilmente el libro podría haberse ti
tulado “Europa antes de la Segunda Gran G uerra”, ya que el análisis
de Sarkar contenía una clara prem onición del inm inente conflicto.
Comenzaré con un balance del m om ento actual de la historia pla
netaria. Sobre el particular, circulan dos evaluaciones en conflicto.
La prim era señala que en el m om ento presente la m odernidad y su
estilo de vida basado en la industrialización, el avance de la ciencia
y la celebración de la libertad de espíritu de los individuos, deberían
haberse propagado p o r todo el orbe. Q ue esto no sea así se atribuye
a la persistencia de ciertos regím enes e ideologías, excesivamente
com prom etidos con el control estatal, que han arraigado en diferen
tes países del m undo. Esta pugna habría conducido en el siglo xx a
dos guerras m undiales y a una terrible “G uerra Fría” (aunque algu
nas veces la G uerra Fría se calentó un poco, como en V ietnam ). A
millones de personas les fueron negados los beneficios de la m oder
nidad, hasta que, en la últim a década del m ilenio, estos regím enes
opresores colapsaron bajo el peso de sus propias ineficiencias y llega
ron a su fin los días oscuros de la G uerra Fría. El m undo entero se
habría regocijado con la vigorizante luz del libre m ercado y las polí
ticas liberales, a m edida que la historia de la hum anidad entraba en
la era de la Gran Paz.
II
sino en cada rincón del p laneta.4 Esto fue escrito en 1848. Al leerlo,
podríam os pensar que para ese entonces la globalización ya estaba
en m archa. ¿Dónde está la novedad de la situación actual?
Existe un debate actualm ente en curso sobre esta cuestión.5 La evi
dencia histórica m uestra que a finales del siglo xix existió un grado
de globalización mayor que el actual. Enorm es cantidades de capital
se exportaron desde Europa hacia el resto del m undo, especialmente
hacia América (del N orte y del Sur) y hacia las colonias británicas y
francesas. Fue el increm ento del flujo internacional de capitales lo
que impulsó a los principales países a adoptar, a partir de 1870, el pa
trón oro para establecer los tipos de cambio de sus monedas. Muchos
estudiosos han señalado que la tasa de exportación de capital a fina
les del siglo xx es, en realidad, más baja que a finales del siglo xix.
Considerando los 15 países más desarrollados, en 1880 el capital ex
tranjero suponía más del cinco p o r ciento de los ingresos nacionales.
En los años treinta este porcentaje había bajado al 1,5 por ciento. En
los años cincuenta y sesenta, apenas era de uno por ciento. En 1996,
cuando las fanfarrias de la globalización nos ensordecían, la propor
ción del capital extranjero sobre el total del ingreso nacional de los
15 países más desarrollados apenas representaba el 2,5 p o r ciento, es
decir, la m itad del nivel alcanzado en 1880. Si tomamos únicam ente
el caso del Reino U nido, vemos que entre 1895 y 1899 alrededor del
21 por ciento de las reservas estaban invertidas en el extranjero. En
tre 1910 y 1913 la cifra había ascendido a u n 53 por ciento. En ese
tiempo, alrededor de una cuarta parte de todo el capital británico es
taba invertido en el extranjero. N ingún país desarrollado es hoy tan
m ente: las com unicaciones y los viajes. Ambos son com ponentes cru
ciales a la hora de evaluar las consecuencias culturales de la globaliza
ción. Sin duda, el movim iento de personas más allá de las fronteras
nacionales se ha increm entado enorm em ente gracias a las mejoras en
los medios de transporte. Los viajes internacionales ya no están res
tringidos a grandes em presarios y m aharajás. Sin em bargo, si nos
centram os específicam ente en la em igración in tern acional (que
im plica algo más que u n simple viaje), com probam os que p ro p o r
cionalm ente es m ayor el n ú m ero de personas que em igraron y se
establecieron en otros países en el siglo xix que el nú m ero de quie
nes lo h iciero n a finales del siglo xx. E ntre la década de 1820 y la
Prim era G uerra M undial, sesenta m illones de europeos em igraron
a América. Sobra decir que la mayoría de los actuales pobladores de
los Estados Unidos, Canadá, A rgentina, Australia y Nueva Zelanda
son descendientes de aquellos inm igrantes del siglo xix. Adicional
m ente, en esos mismos años, entre veinte y treinta millones de perso
nas salieron de India con destino a Malasia, Fidji, M auricio, diferen
tes países africanos y las colonias europeas de las Indias occidentales,
en calidad de trabajadores contratados. Los datos disponibles muestran
que en la primera década del siglo xx, un millón de personas emigraron
cada año de un país a otro. Tras la Segunda Guerra Mundial, la de
m anda de trabajadores inmigrantes que ocuparan empleos poco remu
nerados creció en los países industrializados de Occidente. Como resul
tado de ello, el flujo de emigrantes hacia esos países continúa aún hoy,
tanto por vía legal como ilegal. Pero, en cuanto a números y proporcio
nes, el volum en de la em igración internacional es actualm ente infe
rior al nivel alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial.
La evidencia histórica muestra, por lo tanto, que en varios aspectos,
al menos en términos cuantitativos, la globalización estaba más desarro
llada en el periodo anterior a la Prim era G uerra M undial que hoy en
día. La época previa al conflicto es un capítulo im portante en la histo
ria de la evolución del capitalismo global. Sabemos, gracias a los escri
tos de Lenin sobre todo, que se trató de una coyuntura caracterizada
por la influencia del capitalismo financiero y por la rivalidad entre los
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N PA Z 2 2 3
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N PA Z 2 2 5
6 Saskia Sassen, The Global City: New York, London, Tokyo, P rinceton,
Princeton U nivesity Press, 1991. Existe traducción al castellano de
este texto: La ciudad global, B u en os Aires, U niversidad de B u en os
Aires, 1999.
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G R A N PAZ 2 2 7
III
está diciendo que ingleses, franceses y alem anes vayan a unirse den
tro de un solo cuerpo político. La cuestión no pasa p o r la desapari
ción de los Estados nacionales y su sustitución p o r algún tipo de es
tructura federal paneuropea. La p regunta central que debemos
plantearnos es si el axioma histórico m oderno, que presenta el Es
tado-nación com o el único d eten tad o r legítimo de soberanía, está
siendo abandonado en Europa. Quienes hablan de nociones radical
m ente nuevas de soberanía señalan que eso es, exactam ente, lo que
está ocurriendo, que es algo bueno y que debería extenderse, no sólo
a toda Europa, sino tam bién a otros espacios regionales. Esta inter
pretación señala que el actual proceso europeo no se detiene en el
surgim iento de u n a estructura federal supranacional, sino que tam
bién implica la em ergencia de nuevas estructuras de poder por debajo
del Estado-nación. Un ejem plo de ello es la facilidad con que Escocia
y País de Gales h an establecido sus parlam entos regionales hace po
cos años, una cuestión que treinta años atrás podría haber llevado a
u na guerra civil.
Los nuevos teóricos liberales alegan que, ju n to a la soberanía, la
noción de ciudadanía tam bién está experim entando u n cambio radi
cal. Según señalan, la idea de que el Estado-nación es el único hogar
verdadero de los ciudadanos, el único garante de sus derechos y el
único objeto legítim o de su lealtad está cam biando rápidam ente. En
la E uropa de hoy no es difícil en c o n tra r a u n a persona natural de
un determ inado país que trabaja en otro, es dueña de una casa en un
tercero y tiene derechos electorales en los tres. U no supondría que
esto debería ser algo norm al en todo el m undo, gracias a la globaliza
ción. Sin em bargo, cuando cosas similares ocurren en India, Bangla
Desh, Nepal y Sri Lanka, no pensamos en ellas como normales. Por el
contrario, protestam os, reclamamos. “Miren, gente de otro país está
votando en nuestras elecciones. ¡Deténganlos!”. Ante esta actitud, los
liberales europeos alegan que, si fuera posible liberar la noción de ciu
dadanía de la prisión del Estado-nación, fragmentándola entre diferen
tes tipos de afiliaciones políticas, contaríam os con medios para tratar
más eficaz y dem ocráticam ente problemas como los derechos de los
2 3 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
IV
soberanía sobre otro pueblo? Sin duda esto tiene algo del colonia
lismo al viejo estilo, propio del siglo xix. ¿Qué tiene, entonces, de
nuevo? Puede que, después de todo, no sea como lo hemos plante
ado. C uando miles de misiles volaban desde barcos de guerra norte
americanos, reduciendo Belgrado a escombros, nadie pensaba que el
pueblo norteam ericano estaba a pun to de reclam ar soberanía sobre
el pueblo serbio. De hecho, cuando el gobierno serbio aceptó su de
rrota militar, nadie en el lado norteam ericano pensó en establecer
una adm inistración propia en Serbia, en izar la bandera de barras y
estrellas sobre la capital enemiga, o en hacer patrullar a los soldados
norteam ericanos p o r las calles de Belgrado. La principal preocupa
ción consistía en retirar las tropas norteam ericanas lo más rápido po
sible. Este nuevo imperio no compite con ningún imperio rival. Es un
im perio global. Bajo su dom inio, ningún Estado ejerce soberanía so
bre otro. Es el im perio el que es soberano.
Algunos autores liberales europeos resaltan que el sueño ilustrado
de Kant se encuentra próxim o a concretarse. Reconociendo que cada
Estado actúa de acuerdo con sus propias leyes e intereses, Kant, sin em
bargo, especuló con la posibilidad de que un único código universal y
racional de conducta que regulara las relaciones internacionales pu
diera dar paso a una paz perpetua, extendida por todo el globo. Nues
tros liberales contem poráneos señalan que ha llegado el m omento de
establecer y aplicar ese código global. La ley internacional y los dere
chos hum anos deberán ser respetados en todo el m undo. Allí donde
sean violados, el culpable deberá ser castigado, sin consideración hacia
los privilegios de la soberanía nacional. Si los líderes de una nación tie
nen en poca estima el imperio de la ley, si ellos mismos atropellan los de
rechos humanos de sus conciudadanos, ¿por qué se les debería permitir
apelar a la soberanía nacional para justificar sus desmanes? En caso con
trario, los derechos hum anos nunca llegarán a ser un código universal
de conducta. Se debe avanzar hacia la elaboración de este código uni
versal de conducta respetado por todos los Estados y hacia la creación de
instituciones internacionales con capacidad para aplicarlo. ¿Bajo qué
autoridad deberán desem peñarse estas instituciones internacionales?
236 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
Sin duda, los organismos que funcionan bajo el principio “un país/un
voto”, como la Asamblea General de Naciones Unidas, no son adecua
dos para esta tarea. Los países democráticos liberales deberán asumir
la iniciativa, aceptando su responsabilidad para la creación de un es
pacio institucional donde hacer operativo el ideal de u n a soberanía
global. El nom bre para esa esfera de soberanía, ya lo h e dicho antes,
es imperio.
Por supuesto, no todos en Europa y en los Estados U nidos son li
berales. Hay quienes prefieren llam arse “realistas" y n o sueñan con
establecer los derechos hum anos como p atrón universal. Para ellos,
no cabe ninguna duda respecto a la total precedencia del interés na
cional a la h o ra de diseñar las políticas internacionales. Sin em
bargo, incluso los “realistas” h an com enzado a darse cuenta de los
atractivos del im perio. El motivo de su nuevo encanto reside en la
principal función de todo im perio: preservar la paz. Los días en que
la Guerra Fría aseguraba la paz m ediante el equilibrio del terror han
pasado. ¿Quién tiene, en nuestros días, capacidad para m antener la
paz en el m undo? El único p oder legítimo, racional, universalm ente
reconocido que puede establecer la paz en todo el planeta es el im
perio soberano. Este im perio no irá a la guerra. N o tiene rival, no
tiene enemigos. ¿Contra quién luchará? Usará su pod er m ilitar sólo
para m antener la paz. En otras palabras, en vez de ir a la guerra, las
fuerzas arm adas del im perio ejercerán com o policía en todo el pla
neta. Si es necesario, usarán la fuerza. Después de todo, la policía
tam bién debe en ocasiones usar la fuerza. Pero lo h ará legítim a
m ente, dentro del m arco de la ley, para establecer y asegurar el res
peto a esa ley. Ejercerá solam ente la fuerza necesaria. Así como se le
reprocha a la policía cuando aplica una fuerza excesiva, la misma re
gla sirve tam bién para calibrar el uso de la fuerza p o r parte del im pe
rio. Debemos tener en m ente que el público norteam ericano no está
preparado para aceptar la m uerte de sus soldados en operaciones
militares en el extranjero. Ellos consideran a Saddam Hussein o Mi-
losevic ladrones y criminales, no enem igos de la nación am ericana.
Para lidiar con ladrones y crim inales u n o envía a la policía, con el
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N P A Z 2 3 7
concreto ni tiene fronteras. No hay blancos obvios que puedan ser ata
cados. Podría tomar largo tiempo construir una coalición internacional
y atacar eficazmente al enemigo. Esta no es una guerra contra un país
o contra una persona. Es u n a guerra contra el terrorismo. Pero habién
doles dicho que ésta era una guerra, las personas están consternadas
por la ausencia de una respuesta reconocible en términos de guerra. Se
está produciendo una acumulación de cólera y frustración. Las perso
nas no están de hum or para guerras metafóricas. Están, por usar tam
bién yo un lenguaje simple, clamando por sangre.
Ante la ausencia de un enemigo o un objetivo claros, la retórica se
está deslizando con frecuencia hacia un odio religioso, étnico y cultural.
Esto sí que no es m era retórica, puesto que se han producido ataques a
mezquitas y templos, agresiones a quienes se ven como extranjeros,
hombres o mujeres, y existen, al menos, dos muertos. Los principales lí
deres de la nación, incluyendo el Presidente, han intentado tranquilizar
a los árabes americanos, pero la retórica de la intolerancia cultural con
tinúa. Los líderes de opinión hablan en la televisión y en la radio sobre
cómo actuar en las porciones no civilizadas del mundo, sobre la necesi
dad de vigilar a los vecinos con nom bres árabes y a las personas que
“llevan pañuelos en la cabeza”. H ablan de “acabar” con Estados como
Afganistán, Irak, Siria y Libia, y de “liquidar” a los militantes islámicos
en el Líbano y Palestina. Si la élite se expresa de esta manera, ¿pode
mos culpar a las personas comunes por leer esta guerra como si se tra
tara de un enfrentam iento entre civilizaciones?
En estas circunstancias, creo, podemos (y debemos) hacernos algu
nas preguntas sobre responsabilidad y rendición de cuentas. Si la guerra
contra el terrorismo es una guerra diferente a cualquier otra guerra en
la que este país haya luchado, tal como se nos está diciendo ahora,
eso debió quedar claro desde el prim er día. Entonces, ¿por qué enga
ñar a todos., invocando el lenguaje popular, asociado a represalias
contra países enemigos y personas enemigas? Si asumimos que los Es
tados Unidos son la única superpotencia en un nuevo m undo sin
fronteras, debemos asumir también que los recursos culturales de la
guerra tradicional resultan inadecuados para este nuevo papel imperial.
248 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
II
Esta controversia perm ite ver tanto las posibilidades como los límites
de una política secular de Estado dirigida hacia m inorías religiosas.
La coalición izquierdista que gobierna en Bengala Occidental, y el
c p i ( m ) en particular, siem pre se han enorgullecido de que, a pesar
de contar con u n a activa m inoría m usulm ana y con una larga histo
ria de conflicto en tre com unidades anterior a 1960, la región ha dis
frutado de una paz imperturbable en el último cuarto de siglo. Excepto
un breve estallido controlado rápidam ente por la acción administrativa
y política en 1992, relacionado con la demolición del Babri Masjid y con
los ataques a los templos hindúes en Bangla Desh, no ha habido nin
gún disturbio entre com unidades religiosas en Bengala Occidental
El debate bengalí puso en prim era línea un elem ento que consi
dero crucial para calibrar las posibilidades de una política secular de
mocrática. La cuestión no se puede reducir a la disyuntiva entre un
Estado secularizador y una com unidad religiosa m inoritaria que
busca preservar su identidad cultural. A pesar de que hubo quienes
trataron de plantear el tem a de esta m anera, no fueron ellos los que
m arcaron la agenda. Varias intervenciones centraron el nudo del de
bate en la opción por la reforma social que estaba em ergiendo desde el
in terior de la p ropia com unidad m usulm ana y, vinculado a ello, en
el tem a de quién debía representar a esta com unidad. La cuestión
fue lúcidam ente planteada en un artículo escrito p o r Mainul Hasan,
parlam entario del c p i ( m ) p o r el distrito electoral de M urshidabad.23
Tras repasar la historia de la labor educativa de las madrazas y tratar
sobre los recientes cambios ocurridos en los programas, Mainul Hasan
discute el argum ento que asociaba el crecimiento de las madrazas pri
vadas al núm ero insuficiente de escuelas secundarias de la región.
Desde su posición como m iembro de la com unidad, Hasan argum enta
que la principal razón que explica esta tendencia es la necesidad de
proveer de trabajo a los jóvenes musulmanes. La mayoría de las m adra
zas han sido creadas como resultado de iniciativas provenientes de la
com unidad local, a m enudo con el apoyo de los partidos políticos. Esto
hace que sea posible reunir fondos a través de donaciones de caridad
(zaquat, fitra, etc.). Aunque funcionan con presupuestos pequeños, las
madrazas proporcionan empleo para muchos musulmanes con educa
ción, que se convierten en profesores. Los estudiantes, posteriormente,
llegan a desempeñarse como maulvis en las mezquitas y como asesores
especializados en las congregaciones religiosas. Se trata de empleos
que, si bien no son muy lucrativos, suponen una de las pocas oportuni
dades abiertas a los musulmanes con educación.
El resto del artículo es un llamado a la necesaria modernización de
las madrazas. Ningún musulmán puede pensar que la educación mo-
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 267
derna no sea necesaria. Si todo el m undo está de acuerdo con que las
madrazas privadas no son capaces de proporcionar este tipo de edu
cación a sus estudiantes, entonces ¿por qué no puede el Gobierno in
tervenir en ellas, para m odernizarlas y evitar que sigan siendo meras
“fábricas de m ulás”? La com unidad m usulm ana no sólo debe apoyar
estas iniciativas, sino tam bién contribuir activamente para dotarse de
madrazas que ofrezcan una educación m oderna.
Respecto a la cuestión de la p ro p ag an d a subversiva y el terro
rismo, M ainul H asan se en cu en tra en tre quienes señalan que apli
car la ley y p ro teg er la seguridad nacional son responsabilidades
que com peten al G obierno. Sería infantil p reten d er que la com uni
dad, y no la policía, actúe con tra las organizaciones involucradas en
actividades subversivas. El d eb er de la com unidad consiste en pro
veer el contexto necesario para el desarrollo de políticas adecuadas
y para su aplicación exitosa. Im aginem os a u n im án, querido y res
petado p o r su com unidad, que ha estado guiando a sus fieles du
rante m uchos años. En u n m om ento dado, se descubre que este
im án procede de Bangla Desh y que carece de los permisos necesa
rios para residir y trabajar en India. N adie puede discutir el hecho
de que su situación es ilegal. Pero p o d ría ser que u n a acción polí
tica adecuada p ersuadiera a las autoridades para ayudarlo a ade
cuarse a los requisitos legales. La acción de la com unidad debería
ap u n tar hacia ello, hacia su legalización, y no insistir en que el Es
tado ignore la situación de ilegalidad, actuando como si no se estu
viese prod u cien d o u n a violación de la ley.
IV
Estas com unidades mixtas en térm inos de clase casi siempre eran,
sin embargo, en cierta m anera hom ogéneas en cuanto a idioma, reli
gión o grupo étnico. Nirmal Kumar Bose, al estudiar este fenóm eno
en la década de 1960, encontró que los grupos étnicos de Calcuta ten
dían a desarrollar fuertes lazos sociales, si bien esto no siempre se tra
ducía en térm inos de residencia. Cada com unidad étnica, definida
por la religión o el idioma, aunque mezclada espacialmente con otras
comunidades, era independiente en cuanto a su vida social. Cada co
m unidad poseía su propia red de asociaciones, bengalíes, marwaris,
oriyas, m usulm anes de lengua urdu, indios de origen inglés, gujara-
tíes, punjabíes, chinos, etc. La conclusión de Bose, un tanto'descora-
zonadora, era que “los diversos grupos étnicos que pueblan la ciudad
han llegado a desarrollar, unos con otros, el mismo tipo de relación
que tienen entre sí las castas en India".4 D ada la am plia mayoría de
quienes hablaban bengalí, casi el 63 p o r ciento de la población u r
bana en 1961, los únicos vecindarios étnicam ente hom ogéneos eran
los suyos. Su posición en la ciudad de Calcuta, se podría decir, era si
milar a la que disfrutaba la casta dom inante en los ámbitos rurales. La
mayor densidad y visibilidad de la vida pública en los vecindarios ben
galíes se tradujo en la imagen de Calcuta como una ciudad em inente
mente bengalí.
Pero una vida asociativa con matices de casta, dom inada por rela
ciones de patronazgo, no es exactam ente com patible con la defini
ción de lo que debe ser la vida pública al estilo burgués, propia de
una ciudad m oderna. Es evidente que Calcuta, como otras ciudades
indias de las décadas de 1950 y 1960, fracasó en su intento de transi
tar hacia la m odernidad urbana. Nirmal Bose, en un famoso artículo
publicado en Scientific American en 1965, definió Calcuta como:
[...] una m etrópoli p rem atura [...] surgida en una fase de
masiado tem prana de la historia [...] en un contexto de
n
Esta estructura sociopolítica de dom inación se vio brutalm ente trans
form ada en las décadas de 1970 y 1980, p o r causa de los efectos com
binados de la dem ocracia y el desarrollo económico. Por un lado, los
diferentes partidos políticos intensificaron sus esfuerzos para movili
zar el voto urbano. En paralelo, el increm ento de la población en las
grandes ciudades, debido a la emigración proveniente del área rural,
generó condiciones sociales explosivas, disturbios políticos, aum ento
de la crim inalidad, déficit habitacional de viviendas, invasiones y de
sastres naturales. P roporcionar hogar, desagüe, agua, electricidad,
transporte, educación,'servicios de salud, etc., a estos nuevos sectores
de pobres urbanos, se convirtió en la principal preocupación de un
III
cada rincón del m undo urbano, dando form a al tipo dé com unidad
moral basado en la noción de barrio que hemos encontrado en la Cal
cuta de m ediados del siglo pasado.
Pero, a pesar de todo, seguían existiendo elementos fuera de con
trol. En este contexto, podem os preguntarnos por la morfología ima
ginada de las grandes ciudades industriales indias. Por su mapa mo
ral, sí se prefiere. Con el auspicio del poder colonial, en un principio
se asumió que la ciudad india reflejaba los modelos occidentales, aun
que con matices propios. Cuando los resultados se alejaban de lo pre
visto, se term inaba p o r aceptar que se trataba de copias imperfectas
del m odelo occidental, con reacciones similares al lam ento de Nirmal
Bose sobre la “m etrópoli antes de tiem po”. Pero no ha existido nin
gún tipo de reflexión respecto al carácter propio de nuestras grandes
ciudades. C uando Jawaharlal N ehru invitó a Le Corbusier para cons
truir en Chandigarh u n a ciudad del futuro, ajena a las ligaduras de la
historia y la tradición indias, su anhelo no estaba inspirado en un
sueño utópico, sino en una simple desesperación ante la ausencia de
un m odelo orgánico de ciudad india m oderna.
D urante la crisis de crecim iento de la década de 1970, se trató de
contener el impacto y atenuar las nuevas amenazas m ediante políticas
públicas dirigidas específicamente a los grupos urbanos menos favo
recidos. Esto implicaba tolerar num erosas violaciones de las normas
de conducta cívica y de las regulaciones legales, para acom odar en la
ciudad a los grupos de población sin recursos. Como consecuencia
de ello, los servicios urbanos eran a m enudo presionados hasta casi
colapsar, mientras la calidad del ambiente urbano se deterioraba rápida
mente. La mayoría de la población aceptaba la superpoblación y la insa
lubridad como elementos inevitables de la industrialización en el Tercer
Mundo. Era poco realista, se señalaba, esperar una calidad de vida simi
lar a la disfrutada en las ciudades occidentales. Después de todo, lo
mismo ocurría en otras ciudades del Tercer Mundo: Ciudad de México,
San Pablo, Lagos, El Cairo, Bangkok, Manila, etcétera.
El desem peño de los grupos menos favorecidos en el terreno de la
sociedad política durante las décadas de 1970 y 1980, significó el final
2 8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
del dom inio tradicional de la clase alta sobre las políticas urbanas.
Adicionalmente supuso, también, la desconexión de las clases medias
respecto de este enrevesado m undo. Hasta donde puedo ver, en am
bos casos se trata de precondiciones para explicar la transformación
ocurrida en la últim a década. Mientras el turbio m undo de acuerdos
entre autoridades municipales, policía, prom otores inmobiliarios,
bandas criminales, habitantes de los suburbios y vendedores am bu
lantes era progresivam ente dejado de lado como algo que sólo com
petía a la “clase política” local, los verdaderos ciudadanos se refugia
ban en el terreno de la sociedad civil. El activismo de la clase media,
aun cuando sus vidas en la práctica estaban vinculadas, como siempre
lo han estado, a los sectores marginales urbanos, deliberadam ente
quedó confinado al universo no político de las ONG.
En la década de 1990 em erge un nuevo m odelo de ciudad postin
dustrial, progresivamente disponible en todo el m undo para su em u
lación. Se trata de una ciudad en la que el universo fabril heredado
de la Revolución Industrial ha perdido su centralidad. El ritm o de la
nueva ciudad está m arcado p o r las finanzas y p o r el sector servicios.
Con las economías nacionales integradas en un m undo globalizado,
el sector secundario de la econom ía, e incluso muchos servicios, han
ido deslocalizándose desde las antiguas ciudades industriales de Eu
ropa y América del Norte hacia otras partes del m undo. Esto implica
una creciente necesidad de tecnologías de centralización de la infor
mación, que perm itan m antener un control directo sobre la produc
ción. El nuevo m odelo de ciudad se caracteriza p o r la existencia de
un centro de negocios, equipado con m odernas tecnologías de trans
porte y comunicación a distancia. Cada uno de estos centros de nego
cios ultram odernos es u n nodo dentro de una red global de procesa
m iento de inform ación y control de la producción. Ju n to con estas
actividades, otros servicios asociados a ellas contribuyen a conform ar
los centros de negocios característicos del nuevo m odelo urbano: ase-
soramiento, contabilidad, servicios legales, banca, etcétera.
El nuevo m odelo de gestión em presarial genera una gran de
m anda de nuevos servicios no necesariam ente localizados en las sedes
Í-LAC.SO - Bibliotecr-
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 289
Himno de batalla
Texto d e la charla presentada en un debate organizado p or los
estudiantes d e la U niversidad de Colum bia, en N ueva York,
el 21 d e septiem b re d e 2001. El título hace referencia al canto
funerario co m p u esto p or Julia W. H ow e en 1861, a partir de la
m úsica d e la tonad a pop u lar “Joh n Brown’s Body”, durante la
Guerra de S ecesión norteam ericana, en m em oria d e los soldados
caídos p or la U n ió n . El h im n o fue utilizado posteriorm ente en los
2 9 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O
Cambio de época
Movimientos sociales
y poder político
Maristella Svampa
Ética posmoderna
Zygmunt Bauman
Homo academicus
Pierre Bourdieu
Espejos
partha chatterjee
Una historia casi universal
la nación
Eduardo Galeano
en tiempo
heterogéneo Nunca fuimos modernos
Ensayo de antropología simétrica
Bruno Latour