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Chatterjee, Partha - La Utopía de Anderson

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LA NACION

EN TIEMPO
HETEROGÉNEO
y otros estudios subalternos

partha chatterjee

f U C O - E - 5* 5“

siglo veintiuno
CLACSO ^ ^ 1 editores
N6-. 7.41TX
y$ a
siglo veintiuno editores argentina s.a.
T ucum án 1 6 2 1 7 ° N ( C 1 0 5 0 A A G ) , B u en os Aires, A rgentina

siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


Cerro d el agua 248, D elegación C oyoacán (0 4 310 ), D.F., M éxico
siglo veintiuno de españa editores, s.a.
c /M e n é n d e z Pidal, 3 b i s ( 28006) M adrid, España

3o l

CLACSO cu en ta con el apoyo de la A gencia Sueca de Desarrollo


Internacional (ASDI)

La ed ición del presente volum en lia contado con el apoyo del South-South
E xchange Program m e for Research on History o f D evelopm ent (SEPHIS).

w w .c la c so .o r g / www.asdi.org / www.sephis.com

C h a tteijee, Partha
La n a ció n en tiem p o h etero g én eo : y otros estudios subalternos -
l a ed . - B u en o s Aires: Siglo XX I Editores A rgentina, 2008.
296 p.; 21x 1 4 cm . (S ociología y política)

T raducido por: Rosa Vera y Raúl H ern án d ez A sensio

ISBN 978-987-629-040-1

1. S o cio lo g ía . I. Vera, Rosa, trad. II. H ern án d ez A sen sio, Raúl,


trad. III. T ítu lo
CDD 301

Este libro fu e publicado originalmente por IEP Ediciones (Inslitxilo de Estudios


Puníanos), CLACSO y SEPHIS, en marzo de 2007.

D iseñ o d e interior: th olón kunst

D iseñ o d e cubierta: P eterT jeb b es

© 2008, S iglo X X I Editores A rgentina S. A.

ISBN 978-987-629-040-1

Im p reso en Grafmor, Lam adrid 1576, Villa Ballester,


en agosto d e 2008.

H e c h o el d ep ó sito q u e m arca la ley 11.723


Im p reso en la A rgen tin a / / M ade in A rgentina
A
Indice

Presentación, p o r Víctor Vich

I. A P E R T U R A

1. Q uinientos años de am or y m iedo

II. N A C IÓ N Y N A C IO N A L IS M O

2. La nación en tiem po heterogéneo

3. C om unidad imaginada: ¿por quién?

4. La utopía de Anderson

III. M O D E R N ID A D , S O C IE D A D , P O L ÍT IC A Y D E M O C R A C IA

5. La política de los gobernados

6. U na respuesta a los “m odelos de la sociedad


civil” de Taylor

7. G rupos de población y sociedad política

JliBUOTECA - FLACSO - E C
Ifa lia : f7
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Proveedor:
IV. E P ÍL O G O

8. ELI m undo después de la Gran Paz

9. H im no de batalla

10. Las contradicciones del secularism o

11. ¿Se están, p o r fin, aburguesando


las ciudades en India?

N ota sobre los textos


Presentación

P arth a C hatteijee (Calcuta, 1947) es u n o de los pensado­


res políticos más estim ulantes en la escena intelectual co n tem porá­
nea. F orm ado en ciencias políticas, C hatteijee se destaca p o r elegir
u n a perspectiva interdisciplinaria que lo conduce siem pre a incluir
en sus ensayos problem áticas filosóficas que parten de contextos espe­
cíficos previam ente descritos p o r el saber histórico o p o r la reflexión
antropológica. Com o m iem bro fundador del grupo de estudios subal­
ternos en India, la p reocupación central de su obra consiste en “re­
tar” la aplicación de las categorías teóricas p ro d u cid as p o r la aca­
d em ia o ccid en tal e n las sociedades periféricas d o n d e el pasado
colonial es todavía u n a dinám ica interna.
Es decir, el eje transversal de sus ensayos es el problem a de la m o­
d ernidad en las sociedades n o occidentales y en India específica­
m ente. C hatteijee sostiene la necesidad de fun d ar una epistem ología
que interprete la historia desde nuevas categorías y no desde el para­
digm a que se creó p ara in terp retar la historia occidental. Su trabajo
constata los peligros de tra n sp o n e r los resultados de u n desarrollo
histórico específico, el de E uropa occidental, a situaciones en otros
países que n o necesariam en te co m p arten las mismas precondicio­
nes. En sum a, su proyecto aspira a m irar más allá de la construcción
hegem ónica de la historia producida p o r las élites occidentales.
Tres son las ideas que han motivado la traducción y selección de es­
tos artículos para el público latinoam ericano: su posición frente al de­
bate sobre la form ación de las naciones y de los nacionalismos en el
m u n d o contem p o rán eo ; la crítica al concepto de sociedad civil (y su
reem plazo p o r el de sociedad política); y, finalm ente, la constitución de
ÍO L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

un nuevo sistema de dom inación global y las posibilidades de los in­


tereses subalternos ante tal condicionam iento. En lo que sigue -y de
m anera muy b rev e- in ten taré reseñ ar estas tres contribuciones.
Respecto de la form ación de los Estados nacionales, su principal
idea consiste en subrayar que en las sociedades poscoloniales el na­
cionalismo se construyó de u n a m an era m uy distinta al de las m etró­
polis. C hatteijee sostiene que en O ccidente el nacionalism o se cons­
tituyó apelando a categorías universales, m ientras que en la periferia
lo hizo refiriéndose a la diferencia, vale decir a la tradición, o particu­
laridad, del pasado histórico. P ro d u cto d el colonialism o, el Estado
que com enzó a su rg ir en los países poscoloniales in terp eló a la so­
ciedad a p artir de u n m odelo de n ación q u e estuvo basado en con­
ceptos universales com o ciudadanía, sociedad civil, democracia, etc.,
que n o existían previam ente en dichas sociedades. Estas ideas no te­
nían referentes autóctonos y p o r eso se term in ó p ro d u cien d o un
desencuentro muy fuerte en tre el Estado y la sociedad, que notam os
hasta la actualidad.
Es decir, C hatteijee sostiene q u e las sociedades poscoloniales ex­
ced en a dichos nacionalism os a razón del divorcio real en tre u n dis­
curso -y la form ación de u n Estado derivado de é l- que se form ó si­
guien d o el m odelo eu ro p eo y las características de sociedades que
no calzaban d e n tro de aquellos p arám etros. Su p o n en cia apunta,
entonces, a d esarro llar nuevas estrategias que nos p e rm itan pen sar
la diferencia a p a rtir de epistem ologías q u e no la evalúen con los
paradigm as de la ciencia política occidental.
La crítica al trabajo de B enedict A nderson es entonces fundam en­
tal. El debate reside en sostener que en sus orígenes la nación no ha­
bitó nunca en ese tiem po “vacío y hom ogéneo” al que A nderson se re­
fiere com o u n contundente signo de la m odernidad. Com o se sabe, la
propuesta de A nderson sobre la form ación de las naciones radica en
sostener que éstas fueron posibles gracias al'desarrollo de la im prenta
como el dispositivo clave para p o d er im aginar una com unidad. Gra­
cias a los periódicos y a las novelas, los sujetos im aginaron com partir
un espacio y u n tiem po com unes, y ésta fue la condición básica en el
PR E S E N T A C IÓ N 11

proceso de form ación de las naciones. De ahí la sensación de vivir en


el tiem po hom ogéneo de las com unidades imaginadas.
C hatterjee sostiene q u e aquélla es u n a descripción “ideal”, u n a
sim ple u to p ía de la razón m o d e rn a d o n d e el pasado parecería no
d e term in a r n ad a y d o n d e n o es visto com o u n agente in tern o a las
dinám icas sociales. En su p ropuesta, lo social siem pre es algo radi­
calm ente hetero g én eo y la nación es u n a especie de “significante va­
cío” que h a sido llenado con diferentes contenidos. El tiem po de la
nación, p o r tanto, es u n tiem po desigual que responde a las diferen­
tes experiencias de los distintos grupos sociales. Es decir, en la opi­
n ió n de C h atteijee, A nderson p resen ta u n a teoría interesante pero
finalm ente in c o rp o ra dem asiadas esencializaciones que hay que
cuestionar. Sostiene, en contraposición, q u e los subalternos imagi­
nan la nación de o tra m an era y que el reto académ ico radica en es­
tud iar las diferentes form as en la figuración de la misma. Propone,
entonces, u n a “política de la h e te ro g e n e id ad ” que no p ro p u g n a va­
lores esenciales sino estrategias contextúales, históricas y siem pre
provisionales. La radicalidad d e su crítica apuesta a rescatar la po­
tencialidad d el fragm ento an te la in ten ció n universalista o idealista
del discurso occidental sobre los nacionalism os.
La segun d a id ea de C h atteijee que articula la selección de estos
ensayos es la crítica al concepto de sociedad civil Sostiene que en el
m u n d o con tem p o rán eo la relación e n tre el Estado y la sociedad ha
cam biado y que esto se expresa en el h ech o de que los Estados na­
cionales h a n d ejado de in te rp e la r a los ciudadanos com o si fueran
u n todo ho m o g én eo (el “pueblo") y, más bien, h a n pasado a in ter­
pelarlos a p artir de p eq ueños grupos de interés. Es decir, a diferen­
cia de la categoría de sociedad civil, que h acía m ención a u n grupo
más o m enos unificado de intereses, C hatteijee p ro p o n e la catego­
ría de sociedad política, q u e refiere a la p resen cia n u n c a unificada
de los ciudadanos: a grupos fragm entados, con intereses particulares,
los cuales son tam bién in terpelados fragm entariam ente.
En su opinión, la sociedad civil com o m odelo m oderno que homo-
geneizaba a la pob lació n -b a sa d o en la afirm ación de que la ley es
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igual para to d o s- h a fracasado, y hoy en d ía son m uy claras sus ex­


clusiones, su violencia y sus vacíos. Sostiene C h atteijee que e n los
países poscoloniales n o ha habido “ciudadanos” sino “poblaciones”,
es decir, grupos de gente regulada y censada de acu erdo a sus “dife­
rencias”. En realidad, n o h a h abido b ien com ún, y la insistencia de
sus artículos consiste en sostener que el ideal m o d e rn o de articula­
ción entre el Estado y la sociedad n o h a sido posible. P or otra parte,
la m ediación en tre u n a y otra instancia es cada vez m ás débil y p o r
ello los Estados se ven obligados a desarrollar m ecanism os de nego­
ciación directa, que hay que saber aprovechar. E ntonces, la m an era
de sobrevivir (y quizá la m an era de im aginar u n “d esarrollo” dife­
rente) consiste en a te n d e r dem andas parciales. A p a rtir de los m úl­
tiples “casos de excep ció n ”, C hatteijee afirm a que las sociedades
contem poráneas h a n rebalsado dicho m odelo y sostiene que, m u­
cho más que p o r la ley, hoy en día el p o sicionam iento de los d e re ­
chos se efectúa a través del “reclam o”. E n ese sentido -y aq u í se abre
una polém ica in m e n sa - la lógica de la sociedad política parece ser la
conquista fragm entada de los derechos.
Para C hatteijee, este cam bio tiene u n co m p o n en te positivo pues
abre nuevas posibilidades de negociación p ara los grupos subalter­
nos y conlleva efectos sustanciales en la co nstrucción de sus id en ti­
dades políticas. En su lógica, nos en contram os an te u n a nueva m a­
nera de construir la m odernidad. C hatteijee sostiene que los grupos
subalternos tienen ah o ra más capacidad de negociación y que la so­
ciedad política es hoy en día el in terlo cu to r privilegiado a la h o ra de
definir políticas públicas. Esto im plica u n cam bio en las estrategias
y en las estructuras políticas. Además (o sobre tod o ), u n cam bio en
la form a en que los grupos interpelan al Estado.
Com o p u e d e su p o nerse, ello p ro d u c e com o co n secuencia la
desaparición de form as tradicionales de interm ediación política. Al
sustituir la ideología de los derechos universales p o r dem andas concre­
tas y particulares, se advierte el ocaso de las organizaciones configura­
das en torno al trabajo y un auge de los colectivos centrados en tom o
a los lugares en m uchas otras variables.
P R E S E N T A C IÓ N 13

U n ejem plo de la aplicación de la noción de sociedad política en el


caso latinoam ericano y p eru an o , sobre todo, son los vendedores de
DVD piratas de galerías q u e ab u n d a n en nuestras ciudades. En esta
polém ica se enfrentan, p o r ejem plo: (a) u n a visión legal desde el Es­
tado, basada en el d erech o a la p ro p ied ad intelectual (que es típica­
m ente m oderna ya que apela a la noción de leyes universales de obli­
gado cum plim iento para todos); (b) u n a defensa de la piratería en
clave m oderna, com o la esbozada p o r autores com o Carlos Monsiváis,
que apelan al derech o a consum ir bienes culturales a precios asequi­
bles (por tanto, es tam bién u n a defensa basada en principios univer­
sales: “la piratería es una venganza de los pobres an te una m o d ern i­
dad que sistem áticam ente los excluye”), y (c) u n colectivo de la
“sociedad política”, que busca d e fe n d e r sus intereses particulares
(vender d v d ) p e ro sin ap elar a n in g ú n tipo de d erech o universal,
p o r más que p u ed a aliarse coyunturalm ente con otros grupos invo­
lucrados. El Estado finalm ente debe reco n o cer la vigencia de la “so­
ciedad política” y n egociar con ellos, recono cién d o les “d erech o s”
que van más allá de la legalidad (es decir, en la práctica perm ite que
sigan vendiendo a la vista de to d o s).
U n segundo ejem plo es lo que ocurre con la defensa de los dere­
chos hum anos en el Perú. De m anera muy clara, se trata de una reivin­
dicación que proviene m ucho más de la sociedad civil que de la sociedad
política. Se trata de grupos de ciudadanos ilustrados, organizados en
o n g u otras asociaciones, que movilizan recursos (redes nacionales e

internacionales) y que poco a poco han venido teniendo u n a mayor


influencia en el p anoram a nacional. Sin em bargo, para el grueso de
la población, éste parece tratarse de u n a tem a que no está en las prio­
ridades políticas e, incluso, que p o d ría postergarse (o reprim irse) si
se trata de conseguir otro tipo de dem andas. Las reacciones ciuda­
danas luego del inform e de la C om isión de la V erdad y Reconcilia­
ción ( c v r ) y los resultados de las últim as elecciones electorales son
datos contundentes para pensar estos problemas.
En conclusión: la sociedad política es la ex p resió n directa de los
antagonism o s sociales. N o su n eg ació n , n o su invisibilización, no
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su inclusión en u n a agenda hom ogeneizadora. Para C hatteijee, en


efecto, a inicios del siglo xxi, los subalternos h a n sido forzados a re­
nunciar a su capacidad de g o b e rn a r p e ro h an g an ado m ayor in­
fluencia al m o m en to de d efin ir la form a en que son gobernados.
Por todo ello, el au to r p ro p o n e la necesidad de ab a n d o n ar la idea
de la universalidad política de los derechos y de sustituirla p o r la
aceptación de la h e tero g en eid ad de los derechos sociales.
Si C h atteijee descarta la posibilidad de p la n te a r u n a “ética u n i­
versal” p a ra celebrar sólo el “d e re c h o particu lar”, podem os p re g u n ­
tarnos d ó n d e q u ed a el “interés c o m ú n ” y la idea del “d e b e r” frente
al otro. Llevada a su extrem o lógico, la defensa del d erecho particu­
lar pu ed e term in ar en u n a h eg em o n ía del derech o del más fuerte o
del que tiene más acceso al poder. D entro de esa lógica, h abría que
analizar entonces los m ecanism os m ed ian te los cuales algunas d e­
m andas particulares se privilegian p o r encim a de otras. Lo que sabe­
mos, en el caso latinoam ericano, es que en la m ayoría de los casos la
p rioridad p ara a te n d e r las dem andas sociales responde a grupos de
presión, a u n a m ayor cercanía al p o d e r y a clientelism os de todo
tipo. ¿Qué h abría entonces que celebrar aquí?
Sin em bargo, en este p u n to es cen tral su polém ica con C harles
Taylor. La inclusión q u e éste hace de los actores del m ercad o
com o elem en to s de la sociedad civil le ofrece a C h atterjee u n a
o p o rtu n id a d p a ra crid car la fo rm u lació n de u n a falsa dicotom ía y
sostener q u e la oposición e n tre Estado y sociedad civil es u n a abs­
tracción m uy sim ple, a u n en el caso de las d em ocracias liberales,
pues Taylor ig n o ra el g rad o en q u e la sociedad civil y el Estado se
im plican m u tu am en te. En su o p in ió n , el v erd ad ero ch o q u e d e in­
tereses o c u rre n o e n tre am bos sino e n tre el Estado capitalista y las
comunidades locales, pues se afirm a q u e la “d estru cció n de la com u­
n id a d ” es lo fu n d a m e n ta l p a ra el capitalism o. C h atterjee observa
que las contradicciones e n tre la “narrativa de capitalism o” y la “n a­
rrativa de c o m u n id a d “ son rasgos p e rm a n e n te s en la h isto ria de
los m ovim ientos anticoloniales y nacionalistas y, según su parecer,
esta seg u n d a n arrativ a es la v e rd a d e ra altern ativ a al Estado que
P R E S E N T A C IÓ N 15

equivocadam en te Taylor h a p ro p u esto al resucitar el concepto de


sociedad civil.
Para Chatteijee, la comunidad h a sido disciplinada po r el Estado-na­
ción, y p o r ella se estaría apelando a un a especie de “nosotros prim or­
dial” fundad o en diferentes tipos de solidaridades o pasados com u­
nes. Esta d e fin ició n es m uy im p o rta n te en su o b ra p o rq u e
fin a lm e n te la comunidad se e n tie n d e com o u n resid u o o el rem a­
n e n te del E stado-nación capitalista. Es decir, la comunidad surge a ra­
zón de todo aquello que fue excluido de los paradigm as de los Esta­
dos nacionales contem poráneos. Los excluidos form an comunidades,
o se involucran con ellas, a partir de la constatación de u n poder que
los m argina. Sólo hay co m u n id a d en la m ed id a en que hay otro
que posee u n p o d e r q u e la excluye.
D icho de o tra m an era: la fo rm a c ió n de los Estados nacionales
co n te m p o rá n e o s h a causado u n a frag m en tació n en la sociedad, y
todos los g ru p o s excluidos (a veces llam ados “m in o rías”, au n q u e
en m u ch o s casos son m ayorías) y todas las m aneras distintas de
“im ag in ar la n a c ió n ” son los frag m en to s q u e resultan de la form a­
ció n del E stado-nación m o d ern o . Taylor espera reform arlos desde
u n a sociedad civil verd ad eram en te autónom a. Pero p ara C hatteijee,
sin em bargo, es la trad ició n o, m ejo r dicho, la historia de la comuni­
dad, la que ofrece la posibilidad d e im ag in ar y articu lar u n a alter­
nativa p o lítica fre n te al E stado y las fuerzas del capitalism o. En­
tonces, señ ala q u e m ás q u e p e n sa r en la sociedad civil com o
categ o ría d e u n a sola p a rte de la h u m a n id a d , es m ejo r p ensar en
el conflicto e n tre comunidad y capital: ese ch o q u e le p arece m ucho
más universal -y m ás im p o rta n te - que las tensiones e n tre Estado y
sociedad civil.
De esta m an era, p a ra C h a tte ije e la comunidad es u n a especie de
b astió n c o n tra el E stado y c o n tra el capitalism o en tan to sistem a
destin ad o a ro m p e r los vínculos del individuo con su tradición y a
p rovocar u n individualism o atom izante. La comunidad se en tien d e
com o aq uello q u e q u e d a al m arg en del d o m in io capitalista y que
se ofrece com o u n espacio de agencia p a ra el subalterno.
l6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

En ese sentido, C hatteijee afirm a nuevam ente que la oposición


sociedad civil y Estado n o es tan im p o rtan te p o rq u e finalm ente la
sociedad civil ha construido u n lenguaje m uy p arecido al del Es­
tado. Es decir, las retóricas de am bos están im bricadas m utuam ente,
son dem asiado parecidas y ya n o hay posibilidad de “e x tern alid ad ”
desde aquellas posiciones. Por el contrario, el lenguaje de la com u­
nidad sí es diferente. La com unidad es u n dom inio d o n d e destaca la
separación en tre lo “m aterial” y lo “espiritual”, lo “exterior” y lo “in­
terior”. El dom inio soberano de la cultura es declarado p o r C hatter­
je e el territo rio de la nación, m ientras que el E stado es el agen te
que dom ina lo p u ram en te exterior. D icho de otra m anera: sólo si sa­
limos de la categoría de sociedad civil'/ regresam os a la de comunidad,
podrem os establecer con el Estado u n diálogo diferente.
A nivel académ ico, este p u n to es fu n d am en tal, pues C hatteijee
desconfía de u n a ciencia política p u ram en te form al que se ha sepa­
rado dem asiado de la filosofía, la historia y la cultura; desconfía ade­
más de los proyectos de desarrollo basados en u n lenguaje p u ra ­
m ente politológico d o n d e la narrativa de la co m unidad es
sistem áticam ente evadida o reprim ida p o r decir lo m enos. Todo ese
lenguaje técnico y todo ese con ju n to de aproxim aciones que sitúan
la cultura en un plano secundario en las agendas p arecen estar ads­
critos a u n a nueva form a de dom inación.
Este p roblem a lo lleva a teorizar el m u n d o co n tem p o rán eo a par­
tir de la categoría de “G ran Paz”. Se en tien d e p o r “G ran Paz” al pe­
riodo posterior a la G uerra Fría, vale decir, al m om ento de la mayor
articulación de los m ercados globales y de la h egem onía absoluta de
una sola potencia m undial (los Estados U nidos). C om o p u ed e supo­
nerse, el au to r es muy crítico fren te a los optim istas discursos de la
globalización neoliberal, pues sostiene que ella n o rep resen ta ni un
verdadero “carnaval de capitales” ni tam poco u n a h erra m ie n ta ca­
paz de dism inuir la ineq u id ad e n tre ricos y pobres.
Según C hatterjee, la globalización co n tem p o rán ea se caracteriza
por u n sistem a de in form ación muy veloz, p o r u n m ercad o finan­
ciero d o m in ad o p o r com pañías d e seguros y de fondos m utuos de
P R E S E N T A C IÓ N 17

pensiones, y p o r u n a com plejidad técnica (respecto a la utilización


de instru m en to s financieros) a la que es m uy difícil acceder. N o se
trata (com o algunos h a n q u erid o sostener) de u na globalización
“descen trad a” d o n d e los capitales fluyen sin cen tro alguno. El con­
trol y el p o d e r se sigue ejerciendo desde las “ciudades globalizadas”
(Nueva York, L ondres, París o Tokio) y, sobre todo, desdé poderosas
com pañías que h a n com enzado a im ponerse sobre la soberanía de
los Estados nacionales.
Este h e ch o de carácter económ ico, m ás la constitución de la
U nión E uropea com o hech o político, p lan tea u n problem a teórico:
la so b eran ía se está transform ando y sus viejos significados se van
ab an d o n a n d o p oco a poco. Hoy, p o r ejem plo, hay que reco n o cer
que el Estado nacional no es el único agente capaz de garantizar los
derechos hum anos. Sucede, sin em bargo, que n in guno de los Esta­
dos europeos se erige sobre los dem ás com o garante de la G ran Paz.
Sólo hay u n a superpotencia: los Estados U nidos. A esta situación se
le da el n o m b re de “Im p erio ”, p o d e r q u e n o conquista territorios y
no se im p o n e sólo p o r la fuerza (a m enos que sea necesario). Es
u n a instancia que sí “reco n o ce” la so b eran ía de la gente, que no
tiene adversarios y que ejerce su p o d e r de otra m anera. En realidad,
su funció n es m a n te n e r la G ran Paz, q u e n o es o tra cosa que una
nueva form a de contro l social.
En este p u n to , su debate con H ard ty Negri es muy novedoso. Para
los autores de Impeiio, la globalización tam bién supone la posibilidad
de articular u n a especie de resistencia global desde la sociedad civil.
Ellos sostienen que la contradicción del Im perio es interna y por eso
caerá inevitablem ente. C hatteijee n o cree en dicha afirm ación; su­
giere, p o r el contrario, que n o existe posibilidad de resistencia en el
sentido de enfrentam iento y postulación de alternativas absolutas. Lo
único que existiría es u n m ayor n ú m ero de posibilidades concretas,
locales, para que los grupos subalternos obtengan mayores cuotas de
libertad y bienestar. Es decir, C hatteijee sostiene que la propuesta de
exigir un a “ciudadanía global” com o posibilidad de cambio y revuelta
es bastante inocente. En su visión, en el m undo contem poráneo no se
l8 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

encuentran demasiadas alternativas para p ro p o n er u n a ru p tu ra radi­


cal con el orden existente, y más bien nos encontram os en una época
de “dom inación sin hegem onía”.
Es decir, la p ropuesta de C hatteijee consiste en “olvidarse” p o r el
m om ento de un cam bio global (p o sp o n erlo), ya que hoy en día el
program a político n o consiste en acabar con el Im perio, sino en n e­
gociar con él de o tra m an era. N uevam ente reiteram os u n a de sus
más polém icas ideas: los subalternos h an p erd id o la capacidad de
g o b ern ar p ero van g anado espacios p a ra co n dicionar y definir la
form a en que q u ieren ser gobernados. Esto es algo m uy diferente
de la “resistencia global” com o la p lan tean H ard t y Negri. A cam bio
de h ab er qued ad o “fuera”, los grupos subalternos sólo tienen capa­
cidad de gan ar derechos concretos y de arrancarle algo al sistem a
p ero n u n ca cam biarlo en su totalidad. C hatteijee, sin em bargo, no
es u n intelectual conservador sino sólo un teórico astuto: lo cierto
-a firm a - es que la historia nos en señ a que todos los im perios han
caído y que éste -ta rd e o te m p ra n o - caerá igualm ente.

***

En realidad, esta presentación la he escrito yo pero las ideas y la m a­


nera de exponerlas no son únicam ente mías: son el trabajo de un
grupo de profesionales que durante seis meses decidimos reunim os a
leer los textos de Chatteijee y a confrontarlos con el P erú y con nues­
tras propias investigaciones. Trabajam os colectivam ente, y aquello
fue muy positivo y enriquecedor. El g ru p o estuvo form ado p o r Raúl
H ern án d ez Asensio, E duardo Toche, Cecilia Esparza, G onzalo Por-
to carrero , Leo G arófalo, M arcel Velásquez, M aría E ugenia Ulfe,
R am ón Pajuelo, S antiago L ópez M aguiña, R o b erto B ustam ante y
Rocío Silva Santisteban: las voces de todos (y algunos párrafos) están
recogidos p o r m í en esta presentación.
Pensam os q u e la lectu ra de estos textos e n el P erú y e n A m érica
L atin a p u ed e ser d esafiante y productiva. El objetivo no consiste
en adoptarlos pasivam ente sino que, sobre todo, se trata de e n tra r
PR E S E N T A C IÓ N 10

en contacto con u n pensam iento original d o n d e m uchas ideas pue­


den sernos muy útiles p ara repen sar n uestra tradición y nuestro pre­
sente. Tam poco se trata de evaluar estos textos desde los paradigmas
clásicos de las disciplinas tradicionales sino de recu p erar algunos
elem entos centrales en ellos: su riesgo teórico, su necesidad de com ­
p re n d e r qué sucede en los m árgenes (que son las tres cuartas partes
de la población m undial) y la opción política de recuperar algunos
fragm entos de la historia.
Los ensayos de P artha C hatterjee in ten tan com prender el m undo
con tem p o rán eo o, m ejor dicho, cóm o fu n cio n an las dem ocracias
poscoloniales en dicho contexto, y perte n e c en a u n tipo de discurso
que recu p era diversos intereses interdisciplinares. C hatteijee es­
cribe desde lo particular, y ese gesto es fundam ental, pues agrega un
lugar de enunciación diferenciado en el pan o ram a académ ico con­
tem poráneo. Detrás de sus ensayos, p odem os en c o n tra r los signos
de u n nuevo proyecto in telectu al fren te al conocim iento pero, so­
bre todo, u n a p ro p u e sta política d o n d e , más allá de las dudas o
entusiasm os, la n ecesid ad de observar la agencia de los grupos
subalternos se vuelve cada vez (o com o siem pre) más urgente.

V ÍC T O R V IC H , IEP IN S T IT U T O DE E STU D IO S PERU AN OS,


AGO STO, 2006
I. Apertura
1. Quinientos años de amor
y m iedo

La llegada de Vasco da Gama a Calcuta en 1498 y el con­


ju n to de procesos de enorm es consecuencias p ara los siglos siguien­
tes que este evento habría inaugurado constituyen u n campo ideoló­
gicam ente m inado. Hay, claro está, algunas rutas seguras a través de
este campo. Rutas que fueron exploradas y recorridas al m enos desde
el periodo de la descolonización, a m ediados del siglo XX. Quienes
desean hacer el recorrido de form a segura hablan de la hum anidad
y de la fratern id ad universales, de la falsedad de las distinciones en­
tre O riente y O ccidente, de la historia com o u n progreso ineludible
desde el atraso hasta la m o d ern id ad , el acceso universal a los bene­
ficios de la ciencia y la tecnología m odernas y, en años más recien­
tes, la en trad a sin tapujos en la tierra de los sueños del consum o
universal en el m ilenio de la globalización. Sin p re te n d e r am enazar
esa ru ta segura, en este texto revisarem os algunos de los aspectos
m orales y políticos de la h isto ria de las relaciones e n tre E uropa y
Asia m eridional en los últim os quinientos años.

C uando Vasco da Gama llegó a la costa m alabar en 1498 con cuatro


pequeñas em barcaciones, estaba, com o se acostum bra a decir, “en
busca de cristianos y especias”. El segundo de estos motivos, hoy en
día, nos parece obvio p o r todo lo que sabemos sobre la im portancia
24 LA NACIÓI\' LN T IE M P O H E T E R O G É N E O

del com ercio en la búsqueda que los europeos hacían de rutas m arí­
timas y nuevos continentes d u ran te la llam ada “era de los descubri­
m ientos”. De hecho, en los prim eros años del siglo xvi, después de la
apertura de la ruta del cabo de B uena Esperanza hacia Asia, la com ­
posición de las cargas de regreso a Lisboa m uestra el aplastante p re­
dom inio de artículos com o la pim ienta, el je n g ib re , la canela y el
clavo, aun cu an d o esta com posición cam biaría radicalm ente muy
poco desp u és.1 Sin em bargo, en lo que respecta al otro objetivo de
la visita, podem os muy bien p reguntarnos p o r qué alguien enfrenta­
ría el riesgo de navegar p o r peligrosos m ares no cartografiados para
buscar cristianos en India. Cabe aquí recordar el m undo ideológico
en que habitaban hom bres como Da Gama. N uestra percepción con­
tem poránea, que vincula la expansión euro p ea con una actividad
económ ica racional y cort u n gobierno m oderno, suele ignorar el he­
cho de que esa conexión sólo apareció gradualm ente a lo largo de
quinientos años, y que n o se aplica a la p rim era parte de este pe­
riodo de la misma form a en que se podría aplicar a la última. U n ele­
m ento central p ara explicar las expediciones portuguesas a India
son las leyendas y rum ores acerca de u n cierto A rcipreste Ju an , go­
bernante cristiano que presu n tam en te viviría en algún lugar del
O riente, del cual se decía que estaba ávido de u n ir sus fuerzas con
los reyes de E uropa en su cruzada contra el Islam. En u n a atm ósfera
cargada con el recuerdo de la reciente “reconquista” de la Península
Ibérica de m anos de los llam ados “m oros”, y en u n a situación estra­
tégica en la que los gobernantes y m ercaderes m usulm anes estableci­
dos a lo largo de las costas de Africa, Arabia y Persia eran percibidos
com o los principales obstáculos para la expansión europea en el
O céano índico, resulta com prensible que la búsqueda de un aliado
cristiano en O riente fuera tan aprem iante para los grupos dom inan­
tes en Lisboa. Pero historiadores recientes nos alertan sobre el he­
cho de que los motivos del com ercio y de la religión no operaban de

1 Sanjay Subrahm anyam , The Portuguese Empire in Asia, 1500-1700: A


Political and. Economic History, L ondres, L on gm an , 1992, p. 63.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 25

la misma m anera, ni con la misma fuerza, en todos los sectores con


influencia en la corte portuguesa. Sabemos ahora que hay un relato
político m ucho más com plejo de cómo Vasco da Gama fue finalmente
escogido para liderar la expedición hacia India.' La interacción de es­
tos dos motivos, de hecho, explica m uchos de los aspectos curiosos
que rodean la jo rn a d a del argonauta.
Los barcos de Vasco da Gama anclaron en la costa de Calcuta el do­
mingo 20 de mayo de 1498. El prim er portugués en desembarcar, un
día después, relata lo siguiente:

Esta ciudad de Calcuta es de cristianos, los cuales son hom ­


bres trigueños. Y andan [parte] de ellos con barbas grandes
l y los cabellos de la cabeza largos, y otros traen cabezas rapa­
das y otros trasquilados; y traen en la m ollera unos copetes,
como señal de que son cristianos; y en las barbas, bigoteras.
Traen las orejas agujereadas, y en los agujeros de éstas m u­
cho oro. Y and an desnudos de la cintura hacia arriba, y ha­
cia abajo llevan unos paños de algodón muy delgados; y estos
que an dan vestidos son más honrados que los otros, que se
visten com o p u ed en .3

En los siguientes días, los portugueses m ostraron una gran curiosidad


por la ciudad y fueron seguidos en sus paseos por grandes multitudes
que incluían mujeres y niños. En estos paseos vieron un gran edificio y
pensaron que era u n a iglesia. El edificio tenía un gran tanque al cos­
tado y una colum na en la entrada con la figura de un pájaro. Pequeñas
campanas estaban colgadas en el pórtico que conducía a una cámara

2 V éase esp ecia lm en te Sanjay Subrahm anyam , The Caner and Legend of
Vasco da Gama, C am bridge, Cam bridge University Press, 1997,
pp. 24-75. H ay traducción al castellano: Vasco de Gama, B arcelona,
Critica, 1998.
3 Alvaro Velho, Roleiro da primera viagem de Vasco da Gama (1497-1499),
editada por A. Fontoura da Costa, 3a ed., Lisboa, A gencia Ge ral do
Ultramar, 1969, p. 41.
26 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

interna, dentro de la cual, según relatan los visitantes; “había una pe­
queña imagen que ellos [la población local] dijeron ser Nuestra Se­
ñora”. No se les permitió a los portugueses la entrada a esta cámara, por
lo que tuvieron que hacer sus oraciones fuera, después de que algunos
hombres que usaban collares con abalorios rociaran sobre ellos agua
bendita y ceniza blanca, la cual, según los visitantes observaron, “los cris­
tianos de esta tierra tienen el hábito de colocar en sus frentes, y cuerpos,
y alrededor del cuello y en los antebrazos”. El informe m enciona que
Vasco da Gama tomó la ceniza que le ofrecían, pero consiguió evitar
que le fuese colocada en su cuerpo.4
R ecuerdo esta historia p a ra resaltar u n a cuestión p e rm a n e n te ­
m ente vinculada a las relaciones entre Europa e India en los últimos
cinco siglos: la cuestión de la incom prensión cultural. En este caso el
erro r es obvio. No hay que buscar muy lejos la explicación. Como nos
dice Sanjay Subrahmanyam, el más reciente biógrafo de Da Gama, los
portugueses esperaban encontrar cristianos en O riente cuyas prácticas
fuesen diferentes de las suyas propias.

Como estaban convencidos de que se en contraban en tie­


rras de algún tipo de cristianos excéntricos, cualquier cosa
que no fuese explícitam ente islámica parecía, p o r descarte,
ser cristiana.5

En la m edida en que los contactos se fueron volviendo más regulares


y cercanos a lo largo de los siguientes siglos, se produjo una gran acu­
m ulación de conocim ientos europeos sobre India. De hecho, de la
época de la Ilustración en adelante, los estudiosos y adm inistradores
europeos pasarían a reclam ar u n a posición privilegiada, com o intér­
pretes científicam ente autorizados de las inform aciones sobre los

4 Mi co n o cim ien to d e los d etalles d e la visita de Gam a p ro ced e por


co m p leto d e su más recien te biografía: Subrahm anyam , The Carrer
and Legend of Vasco da Gama, op. cit-, pp. 76-163.
5 Ibid., p. 133.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 27

recursos naturales y la vida social en India. Es innecesario decir que


los nuevos peritos no com etían los mismos errores que los prim eros
visitantes portugueses.
Pero, con todo, el interrogante aún está abierto: ¿de qué form a las
suposiciones culturales preconcebidas de los europeos sobre India
m oldearon, y quizá distorsionaron, el entendim iento supuestam ente
científico del país en las disciplinas m odernas del conocim iento so­
cial? Para continuar con el ejem plo provisto p o r el relato del prim er
portugués que visitó Calcuta, aun cuando ninguna investigación bien
inform ada va a com eter hoy el error de identificar com o cristianos a
sacerdotes que usen ceniza blanca en su frente y collares sagrados al­
rededor de su pecho, ¿qué validez tiene suponer que lo que aquellos
hombres representaban era u n a religión? ¿Podría ser u n mero prejui­
cio de la lúcida Europa, la suposición de que la religión es un univer­
sal cultural? ¿Por qué asumimos que todas las sociedades humanas, o,
en todo caso, cualquier sociedad con u n cierto grado de complejidad,
deben tener algo que responda al concepto de religión?6 El asunto es
más serio que u n m ero erro r de identificación. Es posible reírnos de
la equivocación com etida p o r los hom bres de Vasco da Gama. Pero
qué diríam os si sucediese que, después de ser educados durante ge­
neraciones en las disciplinas científicas m odernas, los descendientes
de los hom bres con collares sagrados d u d a ra n con sincera convic­
ción de que lo que ellos tienen, o, más precisam ente, de que lo que
ellos d eben tener, es u n a religión. Se trata de u n problem a central
para entender la complejidad de las relaciones entre Europa e India, y
tendrem os o portunidad de volver sobre ello más adelante.
¿Cómo reaccionaron los indios ante su encuentro con los primeros
visitantes europeos procedentes de ultram ar? No soy u n historiador
de este periodo y es posible que existan otras fuentes que respondan
m ejor a este interrogante. Sin em bargo, la literatura secundaria que
he revisado p arece estar e n teram en te basada en las evaluaciones

6 El in terrogan te fue p lan tead o p or S. N. Balagangadhara, The


Heathen in hh Blindness, L e id en , E. J. Brill, 1995.
28 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

portuguesas. Lo que pued e inferirse a través de ellas es que los visi­


tantes fu ero n saludados inicialm ente con u n a curiosidad em ocio­
nada, seguida p o r u n a precaución creciente a m edida que los p o r­
tugueses, alarm ados p o r el tem o r de caer en alguna abom inable
argucia oriental, com enzaban a com portarse con gran aprensión y
obstinación, hasta culm inar en u n a sensación de ultraje, cuando los
portugueses d ecidieron to m ar cautivos y b o m b ard ear la costa y las
em barcaciones no portuguesas situadas en el p u erto . Debe h ab er
transcurrido algún tiem po para que la verdad em ergiera y para que se
com prendiera que éste era el am anecer de u n a nueva era en los mares
indios. U na época que u n historiador contem poráneo ha denom i­
nado, delicadam ente, “la era del com ercio hostil”.7 K. N. Chaudhuri
resume los cambios ocurridos de la siguiente m anera:

La llegada de los portugueses al O céano índico puso fin


abruptam ente al sistema pacífico de navegación transoceá­
nico que había caracterizado a la región [...] La im portación
por los portugueses del estilo m editerráneo de comercio de
guerra era una violación de las convenciones establecidas y
ciertam ente una experiencia nueva.8

En la década posterior a la prim era visita de Vasco da Gama, los portu­


gueses trataron de ejercer m ediante la fuerza algún tipo de m onopolio
sobre el comercio en el O céano índico, obligando a las demás nacio­
nes a navegar sólo con su autorización.9 Hacia la década de 1580, Zain

7 Sanjay Subrham anyam , The Polilical Economy o f Comerse: Southern


India, 1500-1650, C am bridge, C am bridge University Press, 1990.
8 K. N. C haudhuri, Trade and Civilisation in the Indian Ocean: An Econo-
mic History from the Rise of Islam lo 1750, C am bridge, C am bridge
University Press, 1985, pp. 63-64.
9 Las em b arcacion es indias solam en te p od ían navegar co n un pase
em itid o p or los portugu eses. La n orm a se hacía cum plir, co n fre­
cu en cia bastante brutalm ente, p or barcos p ortu gu eses arm ados con
ca ñ o n es. Parece q u e los m ercad eres y gob ern an tes in d ios term ina­
ron p en sa n d o q u e era m ás barato aceptar el d o m in io p ortu gu és que
Q U IN IE N T O S A Ñ O S D E A M O R Y M IE D O 29

al Din Ma’bari escribía largam ente sobre las “proezas infam es” de los
portugueses, que habían traído la ruina a la sociedad malabar: el in­
cendio de ciudades y mezquitas, la interrupción del hajj y el asesinato
de nobles y hom bres instruidos. El objetivo de M a’bari era inspirar a
los m usulm anes de M alabar para lanzarse en yihad contra esos “viles y
odiosos infieles”.10 En el extrem o oriental del litoral indio, a lo largo
de la bahía de Bengala, en donde la presencia portuguesa se limitaba
habitualm ente a com erciantes privados y aventureros, dos palabras
entraron a form ar parte del vocabulario bengalí, com o sinónim os po­
pulares para la noción de “pirata del m ar”: harmad (del portugués ar­
mada) y bómbete (del portugués bombardeiro) . R esum iendo las reaccio­
nes en aquella parte de India fren te a la llegada portuguesa, un
historiador nacionalista de Bengala ha escrito:

Con u n a consistencia extraña y perversa, los portugueses


hirieron continuam ente la susceptibilidad de u n a sociedad
civilizada y de u n a corte culta, en su fracaso p o r atenerse a
los más altos patrones de conducta internacional prevale­
cientes en India.11

Podemos preguntam os cómo los europeos justificaban, entrado el si­


glo XVI, su violenta irrupción en un a región con comercio m arítim o re­
lativamente pacífico, cuando en la propia Europa los esfuerzos apunta­
ban a asegurar algún tipo de “ley de los m ares”. Joáo de Barros, un
erudito portugués, proporciona la respuesta en 1552, cuando afirma
claram ente:

em barcarse e n un proyecto p rop io d e con stru cción d e su propia


flota para luchar contra los ocu p an tes. M. N . Pearson, The Portuguese
in India, C am bridge, Cam bridge University Press, 1987, pp. 57-59.
10 Tuhfat at-M ujahidin, citado en S tep h en Frederic D ale, The M appilas
of M alabar 1498-1922: Islamic Society on South Asia Frontier, O xford,
C laren d on Press, 1980, pp. 50-53.
11 Surandra Nath S en , "The P ortu gu eses in B en gal”, e n ja d u n a th
Sarkar (e d .), The History o f Bengal, D haka, U niversity o f D haka, 1948,
vol. 2, p. 354.
30 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Porque aunque p o r derecho com ún los mares son comunes


y accesibles a los navegantes [...] esta ley se da solamente en
Europa en lo concerniente al pueblo cristiano, que así como
po r fe y bautismo está incluido en el rebaño de la iglesia ro­
mana, en el gobierno de su política se rige p o r el derecho ro­
m ano [...] Sin embargo, en lo que trae a los moros y paganos
que están fuera de la ley de Cristo Jesús, la cual es la verda­
dera que todo hom bre está obligado a tener y guardar, bajo
la p en a de ser condenado, no p u ed en ser privilegiados por
los beneficios de nuestras leyes, pues no son miembros de la
congregación evangélica, aunque sean próximos por ser ra­
cionales y estar, en tanto que viven, en potencia y camino de
poder entrar en ella.12

Hoy podría parecer que estas palabras fueron escritas por algún faná­
tico m onje medieval, pero el historiador Charles Boxer nos asegura
que Barros era un hum anista y un destacado m iem bro del fallido rena­
cimiento portugués del siglo XVI.13 No encuentro esta circunstancia
extraña o contradictoria. Por el contrario, veo en esta justificación de la
agresiva expansión ultram arina un ejemplo precoz de la estructura ar­
gumentativa producida por lo que en otra parte he llamado la “regla
de la diferencia colonial”.14 Esta “regla” se aplica cuando se defiende
que una proposición normativa de supuesta validez universal (y mu-^
chas proposiciones de este tipo iban a ser enunciadas en los siglos que
nos separan de las primeras expediciones portuguesas) no se aplica a la
colonia en razón de alguna deficiencia moral inherente a esta última.
Así, a pesar de que los derechos del hom bre hayan sido declarados en
París en 1789, la revuelta en Santo Domingo (hoy Haití) fue reprim ida

12 Citado en Charles R. Boxer, Jodo de Barros: Portuguese H um anist and


Historian o f Asia, N ueva D elh i, C on cep t P ub lishin g C om pany, 1981,
p. 100.
13 Ibid., pp. 99-100.
14 Partha C h atteijee, The Nation and Its Fragments: Colonial ánd
Post-colonial Histories, Princeton, Princeton University Press, pp. 16-18.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IED O 3 1

porque aquellos derechos no podían aplicarse a los esclavos negros.


John Stuart Mili expondría con gran elocuencia y precisión sus argu­
mentos que establecían el gobierno representativo como el mejor go­
bierno posible, pero inm ediatam ente añadía que esto no se aplicaba a
India. La excepción de los casos coloniales no invalida la universalidad
de la proposición. Al contrario, al especificar los presupuestos a través
de los cuales la hum anidad universal debería ser reconocida como tal,
la proposición fortalece su pod er moral. En el caso de las expediciones
portuguesas, la condición de inclusión venía dada por la religión. Más
tarde, sería proporcionada p o r las teorías biológicas sobre el carácter
racial, o por las teorías historicistas sobre la evolución de las civilizacio­
nes, o por las teorías socioeconómicas sobre el desarrollo de las institu­
ciones. En cada caso, la colonia sería convertida en la frontera del uni­
verso moral de la hum anidad norm al. Más allá de estas fronteras, las
normas universales podían m antenerse en suspenso.
A nteriorm ente me he referido al universo ideológico de los hom ­
bres que integraban las prim eras expediciones portuguesas. Hay un
cierto consenso en considerar este universo m arcado más por una tra­
dición m edieval eu ro p e a de fanatism o religioso que p o r u na ética
m oderna de innovación racional y búsqueda del lucro. En concor­
dancia con esto, se hace u n a distinción entre la prim era fase de la ex­
pansión u ltram arin a eu ro p ea, caracterizada p o r el vandalismo, la
intolerancia y la cru eld ad de los portugueses, que p o r causa de su
atraso no estaban p reparados p ara establecer u n im perio extenso y
perdurable en O riente, y u n a fase posterior de colonización holan­
desa, inglesa y francesa, en tre cuyos efectos, dosificados durante
más de doscientos años, supuestamente se encontraría la diseminación
del capitalism o, el p rogreso tecnológico y el g o b iern o m oderno.
Sanjay Subrahm anyam ha argum entado recien tem en te contra este
razonam iento.15 Si el atraso cultural h u b iera sido responsable d er
fracaso de los portugueses a la h o ra de establecer colonias en Asia,'
¿cómo p o d rían los mismos portugueses, en el mismo periodo, haber

15 Sanjay Subrahmanyam, The Portuguese Empire in Asia, op. cit., pp. 270-277.
32 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

sido capaces de establecer colonias en América? Si hubiesen encon­


trado una resistencia superior p o r parte de los poderes locales en In­
dia, entonces, ciertam ente, lo que les habría faltado no es una miste­
riosa ética de organización racional e innovación técnica, sino, antes
que todo ello, la capacidad de movilizar una fuerza m ilitar suficiente
para hacer frente a estos retos.
Este p u n to m erece ser analizado en detalle, ya que se trata de un
elem ento recurrente en la historia de la presencia europea en el sur
de Asia. Ya sea en la fase inicial o en la posterior, la fuerza m ilitar fue
siem pre un elem ento constitutivo de esta presencia. No fue el único
factor, pero sí u n a parte fundam ental y necesaria de la colonización
europea en India. A unque habían existido m uchos Estados indios an­
teriores a la conquista, ning u n o de ellos había m antenido colonias.
C uando los poderes imperiales previos a la presencia europea colap-
saron no hubo u n a “descolonización”, equiparable a la ocurrida a
mediados del siglo xx. Existe u n significado histórico profundo en el
hecho de que, en 1961, para la desaparición de la últim a colonia eu­
ropea en territorio indio, Goa, fuera necesaria la movilización de una
fuerza militar, au n cuando se tratara de u n a fuerza m ilitar relativa­
m ente p equeña para los patrones de nuestro siglo plagado de gue­
rras. No creo que el terro r y la violencia de las prim eras expediciones
portuguesas fuese un sobrante de la Edad Media, que luego sería su­
perado p o r el com ercio civilizado y p o r la educación m oderna. Lo
veo com o u n a anunciación, en térm inos algo groseros y brutales, de
una condición de la hegem onía europea en el m undo m oderno.

II

A pesar de los intentos recurrentes p o r contro lar u n territorio más


amplio, según el m odelo establecido p o r España en América, la p re­
sencia portuguesa en India se limitó al control de las rutas marítimas,
ejercido desde unos pocos em plazam ientos fortificados en las costas
¡FLAC50 - Blfcliofec
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 33

del m ar de Arabia y de la bahía de Bengala. Ya en la década de 1540,


según los historiadores, hubo una prim era “crisis” en la em presa por­
tuguesa en India. En la segunda m itad del siglo xvr se produjo el as­
censo y consolidación de u n gran im perio territorial, el de los m ogo­
les, que, aunque basado principalm ente en la econom ía agraria, no
se inhibía en el comercio marítimo.
Luego de la incorporación de Gujarat y de Bengala al im perio mo­
gol, estos territorios se convirtieron en una barrera intraspasable para
las ambiciones portuguesas, reducidas ahora a la ficticia esperanza de
que los jesuítas enviados a la corte de Agrá pudiesen convertir al em pe­
rador Akbar al cristianismo. Posteriormente, la propia hegem onía por­
tuguesa sobre los m ares fue am enazada p o r el ingreso de las com pa­
ñías holandesas e inglesas de com ercio. En la década de 1660, los
holandeses consiguieron desalojar a los portugueses de sus bases en
Sri Lanka, Cochim y Cananor, y se establecieron com o p o d er hege-
mónico en los m ares indios. De ahí en adelante, la historia de la pre­
sencia europea en India es el relato de la rivalidad m arítim a entre las
potencias europeas, su desenvolvimiento en la política local y la fun­
dación, a m ediados del siglo x v i i i , del im perio británico en India.
Todos conocemos esta historia, que ha sido contada muchas veces, a
pesar de que algunos recientes estudios hayan presentado nuevas pers­
pectivas al respecto. Según la versión imperialista de la historia, los in­
gleses, al principio interesados sólo en una buena oportunidad de lu­
cro comercial, casi accidentalm ente se vieron enredados en las intrigas
de los gobernantes indios y sus cortes decadentes, y term inaron por
asum irla responsabilidad de im poner justicia y establecer el im perio
de la ley. Lo que los ingleses construyeron a partir de ahí habría sido un
nuevo orden, caracterizado por la econom ía y las instituciones m oder­
nas de gobierno. En la versión nacionalista de esta misma historia, los
ingleses se apropiaron del poder de los gobernantes indios, a través de
la fuerza y de diversas artim añas, destruyendo las viejas estructuras
productivas y de control social. Al profundizar los procesos de explo­
tación colonial, p e rp e tu a ro n la pobreza y cerraron las posibilidades
de desarrollo industrial. H istoriadores recientes como Burton, Stein,
3 4 l a N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Muzaffar Alam, Sanjay Subrahm anyam y Chris Bayly, entre otros, han
cuestionado la suposición de u n declive general de la economía y la po­
lítica indias en el siglo x v i i i . En prim er lugar, según argum entan, se
trató de u n periodo de considerable dinamismo económico, con nue­
vas reglas, nuevas fuentes de capital, nuevos métodos de recaudación
de tributos, un aum ento en el uso del dinero y una intensificación del
control sobre el trabajo. En segundo lugar, en este m om ento emergie­
ron diversos gobiernos regionales de inspiración militarista, que des­
arrollaron políticas mercantilistas enorm em ente dependientes del co­
mercio exterior y de m étodos bancarios avanzados. En tercer lugar,
durante el siglo x v i i , las compañías europeas de com ercio eran piezas
im portantes en la política regional, gracias al control que ejercían so­
bre el flujo de metales preciosos que llegaban del exterior. En cuarto
lugar, la Com pañía de las Indias Orientales consiguió sobrepujar estos
reinos regionales en el siglo x v i i i gracias a su hegem onía sobre las rutas
marítimas y su capacidad superior de financiar el esfuerzo de guerra.
En quinto lugar, com o consecuencia de esta progresiva adquisición
de poder, la com pañía inglesa h e red ó tam bién las instituciones y
prácticas en las cuales se basaban los regím enes anteriores, convir­
tiéndose en u n gobierno indio más. En palabras de Chris Bayly: “La
com pañía se convirtió en u n m ercader asiático, u n g obernante asiá­
tico y un recolector de tributos asiático”.15 Para resumir, según estos
historiadores argum entan, la ru p tu ra radical asociada al adveni­
m iento del dom inio británico hab ría sido sobrestim ada. D urante el
siglo x v i i i , en realidad, hab ría habido mayor grado de continuidad
que de discontinuidad.17

16 C.A. Bayly, Imperial Mcridian: The British Empire and the World 1780-
1830, L ondres, L on gm an , 1989, p. 74.
17 Para un resum en d e este argum ento, véase Burton Stein, “E ighteenth
Century India: A n otber View”, en Studies in History, 5, n 9 1 (enero-
ju n io d e 1989), pp. 1-26. Otros en u n ciad os en Ch. Bayly, Indian Society
and. the Mahing of the British Empire, Cam bridge, Cam bridge University
Press, 1988; C. A. Bayly, o¡). cit.; D. A. Washbrook, “Progress and Pro-
blems: South Asían E conom ic and Social History, c. 1720-1860”,
Modem Asian Studies, 22, n° 1 (1988), pp. 57-96.
FLAC5G - Biblioteca
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 3 5

No deseo en trar aquí en los detalles em píricos de este debate. No


obstante, quiero señalar que hay motivos para disentir de esta sugeren­
cia revisionista. Pero, antes de construir mi argum ento, necesito traer
al relato un ejemplo más de la Europa del siglo xvi: una persona que te­
nía la misma edad que Vasco da Gama, p ero que, hasta donde yo sé,
no tuvo absolutam ente n ad a que ver con India.18

III

Nicolás Maquiavelo, com o Vasco da Gama, nació en 1469. En 1513,


cuando Alfonso de A lburquerque estaba consolidando el im perio
portugués en India y Da Gama estaba inm erso en sus llamados “años
yermos” en algún lugar próxim o a la frontera hispano-portuguesa, el
florentino escribió un m anual de gobierno para su príncipe. Allí, en­
tre m uchos otros aspectos que le granjearon ovaciones y notoriedad
por m uchos siglos, M aquiavelo p lan teó el siguiente interrogante:
¿qué es m ejo r p ara el p rín cip e: ser más am ado que tem ido o más
tem ido que am ado? Su respuesta fue:

[...] se deb e ser tan to am ado cu an to tem ido, p ero como


es difícil que las dos cosas a n d en ju n tas, es m ucho más se­
g u ro ser tem ido que ser am ado, si es que u n a de las dos
cosas tiene que ser p referid a. Pues se p u ed e d ecir de los

18 D espués de haber com en zad o a escribir esa conferencia, recibí una


cop ia d e la colección d e ensayos recien tem en te publicada de Ranajit
Guha, titulada Dominance without Hegemmy: Hislory and Power in Colonial
India, Cam bridge, Harvard University Press, 1997. Esta colección
incluye el epigram a con el fam oso consejo de M aquiavelo sobre si un
gobernante debería ser am ado o tem ido, lo que m e ha proporcionado
una form a d e introducir mi argum ento que n o había pensado antes.
A provecho la oportunidad para reconocer, u n a vez más, mi deuda
para co n Ranajit G uha por la inspiración con que continúa alim en­
tando una gen eración d e estudiosos que ya n o son jóvenes.
36 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

h om bres en general que [...] en cu an to los beneficias,


ellos son e n te ra m e n te tuyos [...] [Pero] los h om bres tie­
n en m enos escrúpulos en o fen d er a quien se hace am ado
que a q u ien se hace tem ido; pues el am o r se m an tien e
p o r u n a cadena de obligaciones que, siendo los hom bres
egoístas, se q uiebra toda vez que eso interesa a sus p ro p ó ­
sitos; p ero el m iedo se m an tien e p o r el m iedo al castigo,
que n u n ca falla.

Más aún, un príncipe debería hacerse tem ido de una forma


tal que si no gana am or de todas formas evite el odio; pues el
miedo y la ausencia de odio bien p ueden an d ar ju n to s [...]
Yo concluyo, p o r tanto, en cuanto al hecho de ser am ado o
temido, que los hom bres aman según su propia y libre volun­
tad, pero tem en según la voluntad del príncipe, y que un
príncipe sabio se debe sustentar sobre aquello que está en su
propio pod er y no en aquello que está en el p o d er de los
otros [...]19

Estos consejos form an p arte del análisis de M aquiavelo sobre las es­
trategias y técnicas del p o d e r y su relevancia p ara el desarrollo del
Estado en la E uropa posterior al R enacim iento, que ha sido objeto
de am plio debate. U na de las lecturas más perspicaces de los m a­
nuales de g o b iern o que surgieron en E uropa e n tre los siglos xvi y
xvii, algunos inspirados en M aquiavelo y otros d eclaradam ente con­
trarios, fue p lanteada p o r el filósofo francés Michel Foucault.20 Fou­
cault afirm a que, au n q u e el p ro p ó sito evidente de esos textos era

19 N iccolò Machiavelli, ThePrince, Nueva York, Mentor, 1952, pp. 98-100.


20 Véase especialm ente M ichel Foucault, “Governmentality", en Graham
Burchell, C ollin G ordon y P eter M iller (ed s.), The Foucault Effect:
tuclies in Governmentality, C hicago, University o f C hicago Press, 1991,
pp. 87-104; y “Politics and R eason ”, en M ichel F oucault (e d .), Politics,
Philosophy, Culture: Interviews and Other Writings, 1977-1984, N ueva
York, R ou tled ge, 1988, pp. 57-85.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 37

aconsejar al so b eran o sobre la form a de m a n te n e r su p o d e r sobre


su territorio, existía tam bién u n a p reocupación com pletam ente di­
ferente que igualm ente anim aba esa discusión: el d esarrollo del
arte de gobernar. Esta preocupación no gira en to rn o al control de
un territorio, sino, más pro p iam en te, en to rn o a las intervenciones
sobre personas y cosas para p ro d u cir una gam a de efectos deseados.
Foucault d em uestra que la noción de economía, originada en la idea
de u n m anejo a p ro p iad o de la u n id ad dom éstica, com ienza a fil­
trarse en las discusiones sobre el gobierno, p erm an ecien d o en trela­
zada al m odelo de familia hasta que, en la econom ía política de ini­
cios del siglo xix, se p ro d u ce el ascenso de la n oción de población.
Ésta em erge com o u n a categoría descriptiva y em pírica, distinta de
la idea m oral de “ciudadanos p ortadores de derechos, que com par­
ten la so b eran ía p o p u la r”, que supuestam en te d eb ería ser la base
de la nueva noción de Estado legítim o posrevolucionario. El co n o ­
cim iento creciente sobre las poblaciones revela sus aspectos carac­
terísticos y sus regularidades, los p adrones agregados de nacim ien­
tos y decesos, los ciclos de crecim iento y m engua, los m ovim ientos
de condición laboral y salud, y, sobre todo, las form as m ediante las
cuales, interv in ien d o en u n o o más de esos puntos, u n conjunto de
“políticas públicas”, el arte de la gubernam entalidad, p o d ría p ro d u ­
cir u n a constelación específica de efectos económ icos.2' La “pobla­
ción”, g rad u alm en te, se fue convirtiendo en el “fin últim o del go­
b iern o ”. Su bienestar, la m ejora de sus condiciones, es lo que
debería ser p ro d u c id o a través de las in tervenciones del p o d e r so­
bre ella, p o r m edio de políticas públicas adecuadas y aplicadas se­
gún las propias necesidades e inclinaciones de la p oblación, p ero
tendientes en ú ltim a instancia a p ro d u c ir los efectos deseados p o r
el poder.

21 El térm ino pohry fue traducido com o “políticas públicas”, o, cu an d o


aparece co n alguna especificación, c o m o “políticas” (co m o en “p olíti­
cas sociales”, “políticas econ óm icas”, etc.). El térm ino m ás general de
politics fue traducido co m o “la p olítica” o “lo p olítico”, para resaltar la
distinción bastante explorada p or el autor. (N. d e los Trad.)
38 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Foucault trazó la genealogía del m oderno arte de gobernar, hasta


llegar a las prácticas del pastor cristiano en Europa, que busca el bienes­
tar espiritual y m aterial de su rebaño, inmiscuyéndose en los más mí­
nimos detalles de sus vidas cotidianas y de su intim idad. Ese “p o der
pastoral”, si lo juzgam os según los térm inos de Maquiavelo, tiene más
que ver con el am or que con el m iedo. Es posible, estoy seguro, en­
contrar ideas similares, referidas a la cuestión de si u n gobernante
debe ser am ado p o r sus súbditos, en m uchas otras tradiciones de
signo paternalista, ya sean hindúes, budistas o islámicas, que circula­
ron po r el sur de Asia d urante siglos. Pero los antecedentes genealó­
gicos de estas tradiciones son distintos de las form as elaboradas en
Europa desde inicios del siglo xix hasta los m odernos regím enes gu­
bernam entales que describe Foucault. Es en ese contexto donde me
gustaría avanzar la hipótesis de que, en la elaboración del m oderno
arte de la gubernam entalidad (el m anejo de poblaciones a través de
políticas públicas, en sustitución de la representación basada en la so­
beranía ciudadana), los teatros coloniales de Africa y Asia fueron, al
menos, tan im portantes com o los propios territorios m etropolitanos
en cuanto escenarios de experim entación y teorización. El ideal re­
construido del p oder pastoral fue, estoy firm em ente convencido, un
tem a persistente en el m oderno proyecto colonial europeo y más
ejem plarm ente en el caso del dom inio británico en India. Por esta ra­
zón, argum entaré que la novedad introducida p o r los gobernantes in­
gleses de India, que los distingue de los gobiernos indios anteriores,
es su necesidad manifiesta desde finales del siglo xvm de ser amados
por sus súbditos extranjeros.
Esta es la segunda parte de mi relato sobre la relación en tre Eu­
ropa y el sur de Asia en los últimos quinientos años. La prim era parte
versaba sobre la dom inación del m iedo a través del ejercicio de una
fuerza superior. He insistido en el hecho de que éste es un elem ento
que no desaparece en las relaciones entre Europa y el sur de Asia a lo
largo de todo el periodo, aun después de que las formas de po d er su­
puestam ente más racionales y m odernas fueran introducidas por los
británicos. El nuevo elem ento, el amor, llega ju n to con el dom inio
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 39

británico. No nace en India y es p o r eso que no va a ser encontrado si


se lo busca en los archivos de la historia india anterior al siglo x v ii i . Su
genealogía reposa en ciertas form as radicalm ente nuevas de pensar
la sociedad y el p o d er en la E uropa de finales del siglo x v i i i . Afecta
la historia india en tan to el nuevo proyecto im perial debe ser pen­
sado en térm inos europeos y, muy frecu en tem en te, que pensado en
la propia E uropa. Por supuesto, lo que se proyecta no siem pre llega
a suceder, circunstancia que pued e llevar al h istoriador del m undo
colonial a c re e r que los grandes designios de los estadistas y filóso­
fos europ eo s fueron, en últim a instancia, irrelevantes, dado que lo
que de h ech o ocurrió en India lleva el sello inconfundible del arti­
ficio nativo. En efecto, los productos finales fueron siem pre transito­
rios, peligrosos e im perfectos. Al m ism o tiem po que el deseo de ser
amado p o r los colonizados perm aneció siem pre com o un objetivo
moral ansiado p o r el proyecto colonial, otras norm as m enos exalta­
das fu ero n aceptadas en el e n tre ta n to : “si [el p rín c ip e ]”, para re­
cordar a M aquiavelo, “no gana am or, de todas m aneras debe evitar
el odio”.
U sando u n leguaj'e gram sciano, podem os decir con Rajanit G uha
que lo construido p o r el p o d er colonial fue u n a “hegem onía espu­
ria”.'22 Pero tanto el deseo p o r la hegem onía como su sustituto espurio
son im portantes para co m p ren d er la historia colonial. Sin ellos, no
sabríamos p o r qué el dom inio británico en India, diferente de cual­
quiera de sus precursores indígenas, fue una “dominación sin hegemo­
nía”. Ningún régim en anterior había sentido la necesidad de pensar so­
bre el fundam ento moral de su dominio, de hacerlo hegemónico en ese
sentido. Sin analizar ambos elementos, sería imposible descubrir otro
secreto: el motivo p o r el cual nosotros, los una vez colonizados, conti­
nuamos hasta hoy sintiendo una necesidad aparentem ente insaciable
de am ar a Europa.

22 Ranajit G uha, Dominance without Hegemony, op. cit., p. 72.


40 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

IV

La historia de este am or pued e rem ontarse hasta finales del siglo


hasta William Jones y la Sociedad Asiática y el descubrim iento
x v iii,
europeo de la grandeza de la civilización india. Para am ar a India y
ser am ado p o r los indios, prim ero hay que conocer India. Pero yo di­
ría que la historia realm ente com ienza en un nivel m ucho más m un­
dano, con el relevam iento de las rentas de la tierra y el inventario de
la producción económ ica y de las características de la población. “Es­
tadística”, sabemos que significa literalm ente “la ciencia del Estado”.
Ya en el cambio de siglo, el térm ino estaba siendo usado en la India
colonial para describir la búsqueda sistemática de datos en temas di­
versos que podían ser de interés para el Estado. Puede que suene ex­
traño, pero podríam os decir que la estadística es u n nuevo lenguaje
de am or entre gobernantes y gobernados, y conozco pocos libros de
am or más notables que la gigantesca serie de reconocim ientos esta­
dístico-etnográficos de los distritos de India oriental realizados a co­
mienzos del siglo xix p o r Francis Buchanan H am ilton, hijo de la ilus­
tración escocesa, m édico, botánico e intrép id o viajero. Buchanan
Ham ilton fue el prim ero de u n a serie de estudiosos adm inistradores
británicos, quienes construyeron el masivo edificio del conocim iento
oficial sobre India, que p erm an ece aún hoy com o u n o de los más
valiosos archivos p ara los estudios históricos.
Si am ar es conocer, para ser am ado es necesario hacer el bien a al­
guien: “M ientras tú los beneficias”, decía Maquiavelo, “ellos son ente­
ram ente tuyos”. Hasta William Jones, quien se enam oró de un imagi­
nario m undo de O riente, creía que su trabajo profesional en las
cortes indias había generado “un bien muy grande y extenso a m illo­
nes de nativos indios, que m e ven no solam ente com o su juez, sino
como su legislador”.23 El térm ino más com únm ente usado en la India

23 Citado en S. N. M ukherjee, Sir Williams Jones: A Study in 19th Century


British Attitudes ío India, C am bridge, Cam bridge U niversity Press,
1968, p. 122.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 4 1

británica para describir ese trabajo de beneficiar a la población era


“m ejoram iento”, y aparece, com o ha señalado Ranajit G uha en su pri­
m er libro, en los prim eros debates sobre el “establecim iento perm a­
nente" en B engala.24 De h echo, según las cuentas de G uha, la pala­
bra “m ejo rar” aparece 19 veces en las dos breves notas escritas p o r
Cornwallis sobre el tem a entre 1789 y 1790.25 William Jones no tenía
dudas en cuanto al significado de su trabajo de com pilación de las le­
yes indias: “Los nativos están encantados con este trabajo. La idea de
hacer que su esclavitud sea más leve, dándoles sus propias leyes, es
más halagador p ara m í que los agradecim ientos del rey [de Inglate­
rra] que me fueron transm itidos”.26 Desde la época de Jones y Corn-
wallis, du ran te los ciento cincuenta años siguientes, a través de m u­
chos cambios políticos, del zamindari al ryotari, de éste al utilitarismo,
después a la reform a liberal y de allí a la política de bienestar, se vol­
vería com ún en la retórica colonial afirm ar que los británicos estaban
en India para m ejorarla, para civilizarla, para adecuarla al m undo
m oderno, para p ro p o rcio n ar a sus habitantes u n estado de derecho
y vías férreas, Shakespeare y la ciencia m oderna, hospitales y parla­
mentos, hasta que al final, en un vuelco casi ridículo de la ironía his­
tórica, se declarara que los británicos habían estado en la India a fin
de hacer que los indios fueran aptos para el autogobierno. Antes de
m erecer la autonom ía que les había sido arrebatada, debían calificar
para que les fuera otorgada p o r los ladrones mismos.
¿Y qué pasa en cuanto a los indios? ¿Serían capaces de retribuir el
amor que sus nuevos maestros tan generosam ente derram aban sobre
ellos? Por am or a la sim plicidad dividiré a la población india en dos
sectores. Sin em bargo, com o tam bién señalaré, las cosas resultan más
complicadas que esta simple división. U n sector estaba integrado por
quienes colaboraban. Es obvio, a pesar de que algunos historiadores

2 4 Ranajit G uha, A Rule ofProperly for Bengal: An Essay on the Idea ofPer-
manent Settlement, París, M ou ton , 1963.
25 R. G uha, Dominance without Hegemony, op. cu., p. 32.
26 Citado en S. N. M u k h eijee, Sir William Jones, op. cit., pp. 122-123.
42 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

crean necesario extenderse en este hecho con u n a reiteración m onó­


tona, que u n puñado de oficiales y soldados británicos no podrían ha­
ber dom inado India p o r casi doscientos años, si es que los propios in­
dios, de hecho m uchos indios, no hubiesen colaborado. ¿Quiénes
eran estos colaboradores? Al comienzo del periodo de ascensión de la
Com pañía de las Indias O rientales, sabemos de príncipes, nobles y
m ercaderes indios que se aliaron con los ingleses contra otros prínci­
pes, nobles y m ercaderes. Debemos e n ten d er estas alianzas situándo­
las en un contexto diplom ático-militar: eran relaciones estratégicas
cuya lógica M aquiavelo hab ría reconocido instantáneam ente, pues
no estaban im buidas de otro sentim iento que el cálculo del interés
propio. A m ediados de la década de 1830, cuando el p o der británico
era prácticam ente incontestable en el subcontinente, a estos grupos
se les dejó poco m argen de elección, excepto colaborar o perecer.
Esta disyuntiva quedó dem ostrada con u n a salvaje crueldad durante
la represión de la revolución de 1857. Los señores de la tierra y los
m ercaderes que colaboraban con el im perio colonial tardío, más allá
de su apego frecuentem ente exagerado p o r los productos de estatus
europeos, eran abyectos en su servilismo político, y se harían aún más
ridículos a m edida que se volvían cada vez más irrelevantes para las
nuevas formas de p oder político que em ergían en el ám bito del mo­
vimiento anticolonial. Para este grupo de colaboradores, ciertam ente,
sería absurdo decir que am aban a los británicos “p o r su libre y espon­
tánea voluntad”.
Pero había tam bién o tro g ru p o e n tre quienes colaboraban. Se
trata de u n grupo sobre el que se ha escrito m ucho, en ocasiones in­
cluso lo han hecho sus propios integrantes. Me estoy refiriendo, claro
está, a las nuevas clases medias indias, a la nueva clase letrada, intelli-
gentsia, o de cualquier otra m anera que se la quiera denom inar. Una
larga tradición de estudios históricos identificó la introducción de la
educación inglesa en India com o el proceso crucial que dio origen a
esa clase, infundió en ella los valores de la m odernidad europea y fo­
m en tó la traducción de esos valores a las lenguas vernáculas, dando
origen a los m ovim ientos nacionalistas m odernos, que en últim a
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IED O 4 3

instancia reclam arían el derech o de autogobierno. No es necesario


decir que este argum ento encaja perfectam ente en el punto de vista
colonial, según el cual fue el p ro p io dom inio británico el que pre­
paró el terren o p ara la in d ep en d en cia india. Pero, extrañam ente (o
de u n a m an era no tan extraña, si lo pensam os con cuidado), éste
tam bién es el tem a com ún de u n a larga tradición de historiografía
nacionalista liberal en India. Fue apenas en las últim as décadas que
se hizo u n esfuerzo serio, en la historiografía académ ica del sur de
Asia, p o r cuestio n ar la supuesta co nexión e n tre la educación in­
glesa, el ascenso de las clases m edias y los m ovim ientos anticolonia­
les. Se trata de u n debate que está abierto y en el cual yo mismo he
tenido alguna participación. Para evitar repeticiones, por tanto,
abordaré este tem a de las clases m edias indias y de su papel colabo­
racionista, exam inando u n conjunto de textos relativam ente menos
conocidos: los escritos de los visitantes indios en E uropa. Este abor­
daje pued e establecer u n contraste útil con el relato de los prim eros
viajeros portugueses en India, con el cual com encé este texto.
Desde la célebre visita de R am ohan Roy a Inglaterra en 1831, m u­
chos m iem bros de la nueva intelligentsia india, algunos ilustres y otros
relativamente desconocidos, visitaron Europa durante el siglo xix. Va­
rios escribieron diarios de viaje para inform ar y educar a sus compatrio­
tas sobre Europa, según ellos la habían visto. H aré algunas observacio­
nes sobre Bengala, con cuyos escritos tengo mayor familiaridad.27 Pero
antes me referiré a u n par de diarios de viaje escritos p o r visitantes in­
dios en la E uropa del siglo xvm, m iem bros de una clase letrada más
antigua, instruidos com pletam ente al m argen del m undo intelectual
europeo.
Mirza Shaikh Ihtisam uddin visitó Inglaterra con u n grupo de emisa­
rios enviados p o r el em perador mogol Xá Alam en 1765, época en que
la C om pañía de las Indias O rientales hab ía com enzado a establecer

27 Fui c o n d u cid o a ese tem a p or la tesis d e d octorad o d e Sim onti Sen,


“Views o f E urope o f Turn o f the C entury Bengaly Travellers, 1870-
1910”, tesis d octoral, U niversidad d e Calcuta, 1995.
4 4 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

firm em ente su control político sobre Bengala. Ihtisam uddin perm a­


neció en Inglaterra p o r tres años, y sólo m ucho tiem po después de su
regreso a Bengala escribió el relato de su travesía.2**Mirza Abu Talib,
de Lucknow, p o r su parte, visitó Europa entre 1799 y 1803 y también
escribió sobre ello.29 N inguno de los dos hablaba inglés, ni cualquier
otro idioma europeo, cuando m archaron con destino a Inglaterra. Nin­
guno de los dos tenía u n m apa m ental previo que les dijese cómo de­
bían ver Inglaterra. Digo esto porque los viajeros del siglo xix tendrían
una orientación com pletam ente diferente, tanto para sus visitas como
para la form a de describirlas.
Lo que resulta increíble en las descripciones de Ihtisam uddin y de
Abu Talib, sobre las “maravillas y curiosidades” que encontraron du­
rante sus viajes, es la pasión de ambos p o r descubrir cómo estaban he­
chas las cosas y de qué form a funcionaban. Ihtisam uddin com ienza
con una serie de descripciones detalladas de cóm o se regula la direc­
ción y la velocidad de un navio, cóm o se fabrica la brújula y sus fun­
ciones, cómo se m antiene u n a bitácora, cóm o son izadas y bajadas las
velas, cóm o lidiar con los diferentes tipos de viento. C ontinuam ente
Ihtisam uddin está realizando com paraciones con la form a en que es­
tas tareas se realizaban en los navios indios: “Las personas de Inglate­
rra son extrem adam ente hábiles en el arte de navegar y trabajan du­
ram ente para m ejorar aún más sus habilidades”.30 En Londres,
Ihtisam uddin se interesó m ucho en saber cóm o eran construidos los
techos de m adera de las casas, cóm o era sum inistrada el agua a través
de tuberías, qué tipo de plantas veía en los jard in es botánicos, cuáles
eran los animales y peces disecados y exhibidos en los museos, y en la
colección de libros árabes, persas y turcos de u n a facultad de O x­
ford donde, incidentalm ente, en co n tró a un cierto señor Jones que
estaba interesado en ir a India com o ju e z y que le pidió ayuda para

28 Mirza Shaikh Ihtisam uddin, Bilayetnama, D haka, M uktadhara, 1981.


El m anuscrito persa original se titula Shigraf-nama-e-vilayed.
29 Travels o f M irza A bu Talib K han, N u ev a D h e li, S o n a li, 1972. La
p rim era e d ició n es d e 1814.
30 M. S. Ihtisam uddin, Bilayetnama, op. cit., p. 37.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 4 5

leer algunos difíciles m anuscritos persas. (De h echo, Ihtisam uddin


llega a sugerir que sus traducciones fu ero n años más tarde usadas
por el estudioso de O xford, nuestro conocido William Jones, en un
libro con el cual ganó m ucho dinero.)
Tanto Ihtisam uddin com o Abu Talib apreciaron las cosas maravillo­
sas que los ingleses eran capaces de hacer o construir, pero sus escri­
tos en ningún m om ento dan la im presión de que esas cosas maravi­
llosas pudiesen ser ejemplos de u n a cultura o de una civilización que
hubiese alcanzado u n nivel superior de perfección. De hecho, nin­
guno de nuestros viajeros fue realm ente persuadido p o r las explica­
ciones teóricas recibidas. C uando el barco de Abu Talib se estaba
aproxim ando a las islas de Car Nicobar, en la bahía de Bengala,
quedó maravillado con el hecho de p o d er ver vegetación en el hori­
zonte, pero sin llegar a ver tierra firm e. El capitán del barco trató de
explicarle la esfericidad de la superficie del m ar y las propiedades de
refracción de la luz a través del agua, y llegó a demostrárselas dejando
caer u n anillo en u n a tina de agua, lo cual Abu Talib registró fiel­
mente. Pero, a pesar de estas explicaciones, mantuvo su convicción de
que, o bien el telescopio del barco tenía una falla, o bien los tripulantes
del barco le habían gastado u n a brom a.31
Podem os com parar estos detalles con u n típico diario de viaje de la
segunda m itad del siglo xix. El caballero de Bengala que pisa la cu­
bierta de un navio tiene ahora el concepto de Europa firm em ente di­
bujado en su m ente. De hecho, el barco es para él el prim er lugar en el
que se encuentra con la verdadera Europa. El ejercicio de comparación
con su E uropa conceptual com ienza ahí. Para él, el viaje adquiere el
significado m oral de u n ritual de paso:

El 12 de marzo de 1886 el vapor “N epaul” dejó Bombay con


dirección a Inglaterra. N unca un barco de correo había
sentido la pulsación de tantos corazones indios Tan or-
gullosa estaba ahora del resultado de la influencia m oral de

31 C itado e n S im on ti S en , “Vievvs o f E u rop e”, op. cit., p. 21.


46 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Inglaterra sobre su vasto im perio en India, que perm itió a


varios de sus hijos rom per los grilletes de casta, elevarse por
encim a de los viejos prejuicios y supersticiones y buscar la
edu cació n y el esclarecim iento en la fu e n te p rincipal de
la m o d e rn a civilización.32

Al pisar suelo inglés, nuestro caballero declararía: “Estoy ahora en la


gran Inglaterra, sobre la cual he leído desde mi infancia, y entre el
pueblo inglés, con quien la providencia tan fuertem ente nos u n ió ”.33
No todo lo que vería én Inglaterra m erecería necesariam ente su
aprobación. De hecho, con frecuencia se decepcionaría porque la In­
glaterra real, en ocasiones, no conseguía alcanzar su imagen concep­
tual. Pero, en su conjunto, no tendría dudas de que lo que estaba ex­
perim entando y lo que necesitaba llevar de vuelta a sus com patriotas
era una esencia m oral y civilizadora, expresada en las virtudes del mo­
derno pueblo inglés: el espíritu de independencia, el autorrespeto y
la disciplina, su am or p o r el arte, p o r la literatura y los deportes y, so­
bre todo, su cultivo del conocim iento. O bservando el éxito de la Ex­
posición Colonial de 1886, nuestro viajero de Bengala señalaría que:

[...] las m iradas de los visitantes que diariam ente van a la


exposición nos revelan la gran causa m isteriosa del pro­
greso europeo. Es la constante búsqueda de conocim iento
y una celeridad en aceptar u n estado de cosas mejor, apenas
sea descubierto y com prendido.34

Es este elemento, integrado en el corazón de la civilización europea mo­


derna, lo que la coloca por encima de los países colonizados, tales como
India. De hecho, es en el conocim iento adquirido p o r los europeos

32 Trailokyanath M ukherjee, A visil to Europe, Calcuta, A runodaya Roy,


1902, citado en Sim onti Sen, “Views o f E u rop e”, op. cit., p. 21.
33 Ibid., p. 98.
34 Ibid., p. 168.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 4 7

sobre los recursos naturales y sociales de India donde reside la clave


de su capacidad para gobernar sobre los “nativos”:

La desigualdad real en tre los europeos y los nativos no re­


side en el hecho de que estos últimos ocupen pocos cargos
im portantes en el país [...] el europeo sabe más sobre nues­
tras m ontañas y ríos que nosotros mismos; sabe más sobre
las plantas que crecen a nuestro alrededor, sus nombres,
sus propiedades, hasta el tam año y form a de sus hojas; sabe
más sobre lo que está en terrad o en nuestra tierra; sabe más
sobre las capacidades de nuestros suelos; acerca de todas las
cosas sabe más de lo que nosotros sabemos sobre nuestro
propio país. Entonces, sabe la m ejor form a de usar ese co­
no cim ien to p ara beneficio de los hom bres. N osotros no
sabem os de esas cosas, p o r eso somos “nativos”.35

Presento este texto com o u n a de las más sinceras declaraciones de


am or hechas p o r u n indio m o d ern o a la E uropa m oderna. Su autor,
el caballero bengalí que hem os seguido desde el m om ento en que
em barcó en su viaje a Inglaterra, es Trailokyanath M ukheijee, cura­
d o r de u n m useo en Calcuta, reconocido p erito en productos agrí­
colas y m anufacturados de diferentes partes de India, y un destacado
hum orista en el m undo de la ficción bengalí. Si n o escribió, como Ih-
tisam uddin u n siglo antes, sobre la brújula, las velas y las m áquinas
maravillosas que los europeos h abían inventado, n o era porque no
supiera cóm o estaban construidas o cóm o funcionaban. Por el con­
trario, sabía m ucho más. Para ese m om ento, ya había sido adm itido
en el m un d o del conocim iento europeo, convertido, disciplinado y
colm ado de adm iración. De hom bres y m ujeres com o Trailokyanath
podríam os decir, sin tem or a contradecirnos, que am aban a Europa
“p o r su libre y esp o n tán ea v oluntad”, pues en efecto sus voluntades
h abían sido adecu ad am en te m odeladas p ara pro p iciar esa elección.

35 Id.
48 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Tam bién estaríam os en lo correcto al a ñ ad ir que, a pesar de que


Trailokyanath hubiese sido adm itido en ese m undo, de todas formas
apenas pisaba sus m árgenes, agudam ente consciente del hecho de
que él y sus com patriotas tendrían ahora que ap ren d er ese nuevo co­
nocim iento de los europeos y, a partir de ahí, ap ren d er hasta sobre su
propio país.
Para evitar cualquier confusión, quisiera añadir que políticam ente
Trailokyanath era u n “lealista”. No cuestionaba el h echo de que los
británicos habían adquirido el derecho de g obernar India porque sa­
bían usar su conocim iento en beneficio de los indios. Pero no todos
los oriundos de las clases medias perm anecían “lealistas”. No, al m e­
nos, desde el tránsito al siglo xx. ¿Qué cambió? En este punto, es pre­
ciso volver a la discusión de Foucault sobre los tratados antimaquiave-
lianos y su distinción entre el p oder soberano del gobernante sobre su
territorio y el arte de gobernar pueblos. A diferencia de Trailokyanath,
muchos indios educados cuestionaron, basados en la fuerza de la pro ­
pia teoría política occidental, la legitim idad de u n p o d er extranjero
que no era representativo del pueblo y que n o estaba dispuesto a re­
conocer a este pueblo com o u n conjunto de ciudadanos con dere­
chos. N o solam ente eso. Algunos argum entaron tam bién que, en rea­
lidad, el pueblo no estaba siendo beneficiado como debía, p o r cuanto
no se trataba de un gobierno representativo: si la soberanía era traspa­
sada al pueblo indio, el arte m oderno de la gubem am entalidad podía
ser utilizado para generar mayores beneficios.36
Cuando este cuestionam iento se consolidó, en la prim era mitad del
siglo xx, creció con fuerza la oposición política al dom inio británico

36 La crítica eco n ó m ica d el d o m in io co lo n ia l en India fu e inaugurada


por Dadabhai Naoroji y R. C. Dutt en el tránsito al siglo xix, m ientras
que los fundam entos de una estrategia nacionalista d e industrializa­
ción para acabar con la pob reza y crear prosperidad fu eron lanzados
m ás o m en o s al m ism o tiem p o p o r G. V. Josh i, M. G. R anade y G. K.
G okhale. Estos autores estab lecieron u n cuadro teó rico para el p en ­
sam ien to e c o n ó m ic o nacion alista en India, q u e se m anten d ría
v igen te p or casi cien años.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 4 9

entre las clases medias indias. En ese periodo, las clases medias crea­
ron conexiones con dem andas anticoloniales de otros sectores popu­
lares, especialm ente campesinos y obreros, y encabezaron el proceso
que finalm ente llevó a la transferencia del pod er y, tam bién, a la divi­
sión del país en 1947. Su oposición al dom inio británico de ninguna
m anera disminuyó su am or p o r el concepto de Europa que se había
instaurado en sus mentes: la E uropa de Shakespeare y de la m áquina
a vapor, de la Revolución Francesa y de la m ecánica cuántica. Recha­
zaban la soberanía que los británicos reclam aban sobre India, pero
no cuestionaban la superioridad de E uropa en el cultivo de las artes
de la m odernidad. La sutileza de esta actitud estaba más allá de la
com prensión de m uchos de los últim os oficiales coloniales, quienes
tom aron el clima de oposición política de los últim os días del dom i­
nio británico com o u n a señal del peligro que p endía sobre sus cabe­
zas. Así, el mariscal de cam po A uchinleck aún insistía, en ju n io de
1947, en que el ejército británico debía perm an ecer en India hasta el
siguiente año para p ro teg er vidas británicas, sin co m p ren d er que,
una vez resuelta la cuestión de la soberanía, no habría ninguna razón
adicional para que los indios odiasen a los europeos.37
Aún no me he referido al otro sector de habitantes de India, aque­
llos que n o colaboraron. Sobre ellos, seré breve. Creo que la masa del
pueblo indio, quienes estuvieron sujetos al yugo británico, ya sea en
la India británica t> en los Estados principescos, nunca colaboró. Esto
no quiere decir que no respetasen la autoridad de los británicos, que
no los obedeciesen, o que dejaran de acudir a ellos en busca de ju sti­
cia y protección. A pesar de las m uchas revueltas tribales y campesi­
nas, grandes y pequeñas, es posible decir que en la India británica,
casi siem pre, la reb elió n fue más u n a excepción que vina regla.
Pero el p u eb lo no les dio a los británicos el am or que ellos tanto
querían, el am or que fluiría de su propia y libre voluntad, porque, den­
tro de la estructura del dominio colonial, los británicos nunca pudieron

37 L eonard Mosley, The Last Days o f the Britsh Raj, Bombay, Jaico, 1971,
pp. 155-166. La prim era ed ición es d e 1961.
50 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

reconocer a esos súbditos rebajados como poseedores de voluntad, de


forma que pudieran ungir su aparente docilidad con el aura del amor.
Ellos eran, en resumen, incapaces de am ar el concepto de Europa.
De los m uchos indios que colaboraron con el p o d er británico o
que reconocieron sil dom inio, apenas algunos se fám iliarizaron con
la com pleta gam a de conocim ientos y prácticas que constituían su
sustancia y aceptaron su racionalidad. Pero fueron éstos quienes tam­
bién rechazaron la pretensión colonial de dom inio político, en
cuanto elaboraban por sí mismos el proyecto de construir un Estado
y una sociedad modernos. Mohandas K aramchand Gandhi con su ca­
racterística sagacidad, percibió esta estrategia en el m om ento de su apa­
rición. Ya en 1909, en Hindj Sioaraj, describía este proyecto como el que­
rer tener “la ley inglesa sin los ingleses”.38 Quienes siguen a Gandhi
creen que esto fue exactamente lo que los gobernantes de la India inde­
pendiente han intentado hacer en los últimos cincuenta años.
Llego ahora a mi consideración final, que versa sobre las relaciones
contem poráneas entre Europa y el sur de Asia. El desplazamiento del
dominio m undial desde Europa hacia los Estados Unidos es una trans­
form ación de gran calado, ocurrida a m ediados del siglo xx, en pa­
ralelo al colapso de los imperios coloniales europeos. Para la mayoría
de las personas en gran parte del sur de Asia, el concepto de Europa,
hoy, parece circunscrito por el concepto de Occidente, del cual los Es­
tados Unidos es el foco dom inante. Hay poca discusión acerca de que
la fuerza perm anece com o un fundam ento de ese dominio, y, a pesar
de que un Maquiavelo m oderno podría decir que la amenaza del uso
de una fuerza devastadora es u n a garantía más eficiente de dom inio
que su uso efectivo, basta recordar el espectáculo televisivo de la Gue­
rra del Golfo (1991) para percibir el terror concentrado que pueden
desencadenar quienes se consideran los policías del m undo.
Mientras tanto, los gobernantes de los países recientem ente indepen­
dizados del sur de Asia continuarán con sus proyectos de construir

38 M. K.. G andhi, “Hindj Swaraj” en Collected Works of M aliatma Gandhi,


N ueva D elh i, Publications D ivisión, 1958, vol. 10.
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 5 1

Estados-nación modernos. O btener la soberanía frente a los poderes co­


loniales liberó los resortes del am or hacia el concepto de Occidente en­
tre las clases medias en expansión. No me refiero aquí a la alegada pa­
sión de losjóvenes indios p o r ropas de marca y música pop, que muchos
sienten como amenaza a nuestra tradición nacional. Mi percepción de
la historia del encuentro colonial en los últimos siglos me lleva a creer
que, aun si hubiese una im portación masiva de “cultura coca cola”, rá­
pidamente adquiriría u n carácter distintivamente indio y se mezclaría
im perceptiblem ente con la entidad, en constante mutación, llamada
tradición india. Estoy más preocupado con la nueva versión de la mo­
dernidad occidental que nos dice que, al practicar las más recientes ar­
tes del m anejo de poblaciones, estamos perdiendo la carrera, porque
estamos encerrados en la política. Hay una creciente impaciencia entre
las clases medias que sienten que no estamos alcanzando a Occidente
lo suficientemente rápido porque tenemos democracia,
i Al mismo tiempo, hay u n a tentativa renovada de im poner un ramo
particular de la cultura de casta alta brahm ánica, m odernizada, como
la verdadera cultura nacional, basándose en el hecho de que todas las
grandes naciones de Occidente fueron construidas a través de un pro­
ceso de hom ogeneización cultural. La misma lógica lleva a los medios
políticos de cada país del sur de Asia a considerar a sus vecinos como ri­
vales y enemigos potenciales. Y, no es necesario decirlo, es esta misma
lógica la que está llevando a una carrera nuclear, basada en la creencia
de que ésa es la única form a de obtener el respeto de las grandes po­
tencias de Occidente. Con la adecuada deferencia a los representantes
de nuestros medios políticos, puedo yo afirmar que esta orientación no
refleja la sabiduría del príncipe de Maquiavelo. Más que nada, refleja la
mentalidad del pequeño ladronzuelo, que cree que el m undo es gober­
nado por grandes bandidos y vive en la fantasía de que, im itando su es­
tilo e impetuosidad, u n día será invitado a entrar en el club. Es una pa­
rodia, una parodia patética del chauvinismo de las grandes potencias,
destinada a hacer que nuestras élites se sientan bien consigo mismas,
pero cuyo precio, como siempre, recaerá sobre los más pobres y sobre
quienes no tienen poder en nuestra sociedad.
52 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Ya dije que nuestro am or p o r O ccidente deriva de u n concepto de


Occidente. Ese concepto se solidificó en nuestras m entes durante los
últimos quinientos años. Sobrevivió a las brutalidades de la arm ada
portuguesa, a las intrigas de R obert Clive, a los vicios de la contrain-
surgencia en 1857-1858 y a la falta de hum anidad que causó la ham ­
b runa de 1943 en Bengala. El hecho de que las guerras más devasta­
doras de la historia de la hum anidad y que las atrocidades del nazismo,
del fascismo y del apartheid se hayan producido en el siglo xx, y que ha­
yan sido parte integrante de la dinám ica histórica de la E uropa m o­
derna, no hizo que para nosotros aquel concepto entrase en crisis.
Amplios sectores de nuestras élites aú n tienen la suficiente fe en él
como para insistir en que deberíam os esforzarnos más de lo que lo
hem os hecho hasta ahora para copiar, para nuestro propio país,
aquellos viejos m odelos de la m odernidad.
Creo que el concepto de O ccidente que nosotros conservamos tan
amorosam ente nutrido está en u n a profunda crisis en el mismo Occi­
dente. Las ideas de democracia participativa y de soberanía popular ac­
tiva, que fueron los fundam entos morales de la política m oderna desde
los tiempos de la Revolución Francesa, han sido largam ente erosiona­
das por la doctrina instrumentalista, según la cual cada elección polí­
tica solamente rem ite a cuánto beneficio puede ser alcanzado, para
cuántas personas y a qué costo. El consenso social sobre el que la idea
de identidad nacional fue construida en los países de Europa y América
del Norte se encuentra bajo presión severa con la entrada de nuevos in­
migrantes oriundos de otras culturas, que no eran parte del consenso
anterior. Y ahora que la tempestad neoliberal de los años ochenta pasó,
ha dejado tras de sí u n orden social capitalista con pocos recursos ide­
ológicos para lidiar con la vergüenza moral de la desigualdad de opor­
tunidades, del desempleo, de la enferm edad y del desam paro. No creo
que el colapso de los regím enes socialistas en Europa oriental y en la
Unión Soviética haya significado el triunfo del orden capitalista liberal,
que tanto conocemos. Al contrario, veo ese colapso como una señal más
de la crisis del viejo proyecto de m odernidad inaugurado en Europa en
el siglo xviii.
F L A C 5 0 - Bibliotec
Q U IN IE N T O S A Ñ O S DE A M O R Y M IE D O 53

Nos cabe a nosotros, y a quienes aún son marginales en el m undo


de la m odernidad, hacer uso de las oportunidades que todavía tene­
mos para inventar nuevas formas de orden social, económ ico y polí­
tico en el m arco de la m odernidad. En los últim os cien años hemos
ensayado varias experiencias. M uchas de las soluciones fueron consi­
deradas, p o r otros y p o r nosotros mismos, com o adaptaciones im per­
fectas del m odelo original, inacabadas, distorsionadas y hasta falsifica­
das. Vale la pena considerar si m uchas de esas formas supuestam ente
distorsionadas de instituciones económ icas, leyes, prácticas cultura­
les, no pod rían co n ten er la potencialidad de m odelos com pleta­
m ente nuevos de organización económ ica o de gobernabilidad de­
mocrática, nunca im aginados p o r las viejas formas de la m odernidad
occidental. Para eso, entretanto, tenem os que ten er el coraje de dar
la espalda a la historia de los últim os quinientos años y de encarar el
futuro, con u n a m adurez renovada y con u n a autoconfianza nueva,
nacidas ambas de la convicción de que Vasco da Gama nunca más
debe aparecer en nuestras costas.
II. Nación y nacionalismo
2. La nación en tiempo
heterogéneo

El objetivo de este texto es reflexionar sobre las form as de


la política popular, según ésta se desarrolla en la mayor parte del
m undo. C uando digo “p o p u lar” no presum o necesariam ente una
form a institucional o u n proceso político particular. Sugiero, p o r el
contrario, que en gran m edida la política que describo se encuentra
contenida en las funciones y actividades de los sistemas gubernam en­
tales m odernos, habiéndose convertido en parte de lo que se espera
que sean las funciones de los gobiernos en todo el m undo. Argu­
m ento, además, que estas expectativas han desem bocado en un tipo
concreto de relaciones entre gobiernos y pueblos. La política popular
que describiré crece a partir de estas relaciones y es conform ada por
ellas. Por su parte, espero que lo que quiero decir con “mayor parte
del m u n d o ” se vaya esclareciendo a lo largo del texto. De m anera ge­
neral, me refiero a aquellas regiones que no participaron de m anera
directa en la historia de la evolución institucional de la dem ocracia
capitalista m oderna, que pod rían ser consideradas com o parte de lo
que denom inam os, de form a imprecisa, el O ccidente m oderno. Pero,
como indicaré, hay u n a presencia significativa de este O ccidente mo­
derno en m uchas sociedades no occidentales, así com o hay, de he­
cho, amplios sectores de la sociedad occidental contem poránea que
no son necesariam ente parte de la entidad histórica conocida como
O ccidente m oderno. En todo caso, si tuviera que hacer u n a estima­
ción del nú m ero de personas en el m undo que están conceptual­
m ente incluidas en mi definición de política popular, yo diría que estoy
58 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

hablando de la vida política de algo más de tres cuartos de la hum a­


nidad contem poránea.
Mi propósito es revisar varios conceptos familiares de la teoría social:
los de sociedad civil y Estado, ciudadanía y derechos, afiliaciones universales e
identidades particulares. Ya que analizaré la política popular, debo tam­
bién considerar la cuestión de la democracia. Muchos de estos concep­
tos ya no nos parecerán tan familiares después de que haya puesto mi
foco sobre ellos con la intención de que se mire a través de esa lente. La
sociedad civil, por ejemplo, va a aparecer como una asociación cerrada
de grupos de élite m odernos, atrapada en enclaves de libertad cívica y
racionalidad legal, separada de la más amplia vida popular de las comu­
nidades. La ciudadanía va a tom ar dos formas diferenciadas: la ciudada­
nía formal y la ciudadanía efectiva. Y, a diferencia de la costumbre anti­
gua, conocida entre nosotros desde los griegos hasta Maquiavelo y
Marx, p ro p o n g o no hablar de dom inantes y dom inados, sino de
aquellos que gobiernan y de aquellos que son gobernados. “Gober-
nabilidad ”, la nueva llave en el estudio de las políticas públicas, es,
sugiero, el cuerpo de conocim ientos y el conjunto de técnicas usadas
p o r aquellos que gobiernan o en interés de ellos.1 La democracia, hoy
en día, no es el gobierno del pueblo p o r el pueblo para el pueblo. Antes
bien, debería ser vista com o la política de los gobernados.
Conform e avance, aclararé mis argum entos conceptuales y elabo­
raré interrogantes sobre estos temas. Para introducir la discusión so­
bre la política popular, me gustaría com enzar p ro p o n iendo un con­
flicto situado, en la mayor parte del m undo, en el m eollo de la
política m oderna. Se trata de la oposición en tre la idea de naciona­
lismo cívico, basado en las libertades individuales y en la igualdad de
derechos, in dependientem ente de distinciones de religión, raza, len­
gua o cultura, y las dem andas particulares basadas en la identidad cul­
tural, que reclam a u n trato diferenciado para determ inados grupos,

1 El n eo lo g ism o Govemance fue traducido co m o “g ob ern ab ilid ad ”, de


m anera q u e sea con sisten te co n la bibliografía de la recien te cien cia
p o lítica publicada en A m érica Latina. (N. d e los Trad.)
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 5g

basándose en su vulnerabilidad y atraso, en una real o supuesta injus­


ticia histórica, o en cualquier otro aspecto. Esta oposición, argum en­
taré, es sintom ática de la transición experim entada en la política mo­
derna du ran te el siglo XX, desde u n a concepción de la política
dem ocrática basada en la idea de soberanía popular, hacia una con­
cepción de la política dem ocrática m odelada p o r la práctica de la gu­
bernam entalidad (govemmentality) }
El ideal universal del nacionalism o cívico es captado de form a co­
rrecta p o r B enedict A nderson cu ando sostiene, en su ya clásico li­
bro Comunidades imaginadas, que la nación m o d ern a vive un tiem po
h om ogéneo vacío y que el espacio social se distribuye en ese
tiem po.3 Este argum ento de A nderson form a parte de u na corriente
d om inante en el pensam iento histórico m oderno. U n m arxista po­
dría d e n o m in ar a ese tiem po “el tiem po del capitalism o”. A nderson
ad o p ta explícitam ente la form ulación de W alter Benjamin y la usa
con el resultado brillante de dem ostrar las posibilidades materiales de
formas anónim as de sociabilidad de gran alcance, conformadas por la
experiencia sim ultánea de la lectura de periódicos y diarios o por la
experiencia de acom pañar las vidas privadas de los personajes popu­
lares de ficción (novelas, sobre to d o ). Es esta misma sim ultaneidad
experim entada en el tiem po hom ogéneo vacío la que nos perm ite ha­
blar de la existencia de categorías de econom ía política tales como
precios, salarios, mercados, etc. El tiem po hom ogéneo vacío, entonces,
es el tiem po del capitalismo. D entro de su dom inio, éste no tom a en
consideración n in g u n a resistencia. C uando e n cu en tra un im pedi­
m ento, lo in terp reta com o u n residuo precapitalista que pertenece al

2 El autor em p lea el n eo lo g ism o Govemmentality,


“gu b ern a m en ta lid ad ”, para indicar el cam p o y las estrategias de
a cció n de las agencias gu b ern am entales e n el terreno de la vida
social m un d an a. (N . d e lo s Trad.)
3 B e n e d ict A n d erson, Imagined Coinmunilies: Rejlections on the Origin
and Spread o f Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: B en ed ict A n d erson, Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, M éxico, F ondo de Cultura
E con óm ica, 1993.
6o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

tiem po de lo p rem o d ern o . Tales resistencias al capitalism o (o a la


m odernidad) son interpretadas com o rem anentes del pasado de la
hum anidad, algo que las personas d eb erían h ab er dejado atrás,
aunque p o r alguna razón no lo hicieron. Al im aginar al capitalism o
(o a la m odernidad) com o u n atributo pro p io de la contem poranei­
dad, esta perspectiva no sólo consigue categorizar las resistencias
que se le e n fren tan com o arcaicas y atrasadas: consigue tam bién
asegurar al capitalism o y a la m o d ern id ad su triunfo final, in d ep en ­
d ientem ente de las creencias y esperanzas que algunas personas pu­
dieran tener, p o rq u e a fin de cuentas, com o todo el m undo sabe, el
tiem po n o se detiene.
En The Spectre of Comparisons, A nderson c o n tin ú a el análisis ini­
ciado en Comunidades imaginadas, distinguiendo en tre nacionalism o
y políticas de la etnicidad. En este sentido, identifica dos tipos de se­
ries producidas p o r el im aginario m o d ern o de la com unidad. Por
un lado, están las series de adscripción abierta ( unbound series) plas­
madas en los conceptos universales característicos del pensam iento'
social m oderno: naciones, ciudadanos, revolucionarios, burócratas, traba­
jadores, intelectuales, etc. El otro tipo está constituido p o r las series de
adscripción cerrada (boundseries) de la gubernam entalidad: los tota­
les finitos de las clases de población producidas p o r los censos y p o r
los sistemas electorales m odernos. Las series abiertas son típica­
m ente im aginadas y n arradas p o r m edio de los instrum entos clási­
cos del “capitalismo de im prenta”, com o los periódicos y las novelas.
Estos instrum entos b rin d an a los individuos la o p o rtu n id ad de ima­
ginarse a sí mismos com o m iem bros de solidaridades más extensas
que las ejercidas cara a cara, de actuar en nom b re de esas solidari­
dades y de trascender, m ediante u n acto de im aginación política,
los límites im puestos p o r las prácticas y costum bres tradicionales.
Las series abiertas son potencialm ente liberadoras. Las series cerra­
das, por el contrario, solam ente p u ed en o p e ra r com o enteros. Esto
implica que, para cada categoría de clasificación, un individuo sólo
puede ser contado com o u n o o com o cero, n u n ca com o u n a frac­
ción, lo que a su vez significa que todas las filiaciones parciales o
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 6 l

mixtas son excluidas. U na persona pued e ser negra o no negra, m u­


sulm ana o no m usulm ana, m iem bro de u n a trib u o ajeno a ella,
nunca parcial-o co n textualm ente m iem bro de u n a de estas catego­
rías. Las series cerradas, sugiere A nderson, son lim itadoras y tal vez
in h eren te m e n te conflictivas. Son las que sirven com o fu n dam ento
para g en erar las herram ientas de las políticas de la etnicidad.
A nderson utiliza esta distinción e n tre series cerradas y abiertas
para con stru ir su arg u m en to sobre la b o n d a d relativa del naciona­
lismo y la sordidez irrem ediable de las políticas de la etnicidad. En
este p u n to se m uestra hábil para preservar lo g en u in am ente ético y
noble del p en sam ien to crítico universal ilustrado. E n frentado con
las evidencias innegables del conflicto histórico y del cam bio, su
an h elo pasa p o r afirm ar un universal ético, que n o n iegue la m ulti­
plicidad de los deseos y valores hum an o s y que no los aparte de sí,
co m o indignos o efím eros, sino que más bien los incluya e integre
com o el v erd ad ero sustento histórico sobre el cual este universal
ético afirm arse. A nderson, en la tradición de buen a p arte del p e n ­
sam iento historicista progresista del siglo xx, considera el universa­
lismo político com o algo in h e re n te a nuestro tiem po. H abla a m e­
nudo de la:

[...] rem arcable propagación planetaria, no sim plem ente


del nacionalismo, sino de una concepción profundam ente
estandarizada de la política, que en parte refleja las prácti­
cas diarias enraizadas en la civilización industrial, que ha
sustituido al cosmos para dar paso al m undo.4

Este argum ento requiere que previamente asumamos la idea de un


m undo que es único en esencia, para hacer factible la idea de una acti­
vidad com ún llamada política, extendida por todas partes. Se debe no­
tar, además, que el tiem po, en esa concepción, fácilmente se traduce

4 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons: Nalionalism Soulheast


Asia and ¡he World, Londres, Verso, 1998, p. 29.
62 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

como espacio, de form a que deberíam os más propiam ente hablar del
espacio-tiempo de la modernidad. La política, en este sentido, habita en
el espacio-tiempo hom ogéneo y vacío de la modernidad.
Estoy en desacuerdo con este enfoque. Creo que esta visión de la
m odernidad, o más precisam ente del capitalismo, está equivocada
porque la problem ática es vista desde u n solo lado. Esta concepción
observa únicam ente u n a dim ensión del espacio-tiempo de la vida mo­
derna. Porque, aunque las personas p uedan im aginarse a sí mismas
en u n tiem po hom ogéneo y vacío, no viven en él. El espacio-tiempo
hom ogéneo y vacío es el tiem po utópico del capitalismo. Lineal­
m ente conecta el pasado, el presente y el futuro, y se convierte en
condición de posibilidad p ara las im aginaciones historicistas de la
identidad, la nacionalidad, el progreso, etc., con las que A nderson y
otros autores nos han familiarizado. Pero el tiem po hom ogéneo y va­
cío no existe com o tal en n inguna parte del m undo real. Es utópico.
El espacio real de la vida m od ern a es u n a heterotopía (en este punto,
mi d euda hacia Michel Foucault es obvia, a pesar de que no estoy
siempre de acuerdo con el uso que hace de ese concepto) .5 El tiem po
es heterogéneo, disparm ente denso. No todos los trabajadores indus­
triales interiorizan la disciplina de trabajo del capitalismo, e incluso
cuando lo hacen, esto no ocurre de la misma m anera. En este con­
texto, la política n o significa lo mismo para todas las personas. Creo
que ignorar esto implica desechar lo real p o r lo utópico.
H om i B habha, al d escribir el lugar de la n ación en el m arco de
la tem poralidad, señaló hace años que la narrativa de la nación se
en cu en tra obligada a afro n tar u n a inevitable ambivalencia, con dos
planos temporales que interactúan. En un plano temporal, el pueblo es
objeto de u n a pedagogía nacional ya que se encuentra siem pre en

5 F o u ca u lt d esarrolla este c o n c e p to e n un d eb a te d esarrollad o en


m arzo d e 1967. A p esar d e q u e el tex to n o fu e revisado p o r el
autor, el m anu scrito se distribuyó en B erlín p o c o an tes d e su
m u erte, en 1984. En octu b re d e ese a ñ o , el tex to , titu lad o
“D es E sp ace Autres", fu e p u b lic a d o p o r la revista fran cesa
Architecture/ M ouvem ent/Continuité.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 6 3

construcción, en u n proceso de progreso histórico hacia un nunca


culm inado destino nacional. Pero en el otro plano, la unidad del
pueblo, su identificación perm anente (desde y hasta siempre) con la
nación, debe ser continuam ente significada, repetida y escenificada.6
Trataré de ilu strar algunos ejem plos de esta am bivalencia, argu­
m entand o que se trata de u n aspecto inevitable de la política m o­
derna. No co nsiderarlos im plicaría o b ien u n a p ied ad condescen­
diente, o bien asumir de m anera acrítica la estructura de dominación
existente.
■ Es posible citar m uchos ejemplos extraídos del m undo poscolonial
que sugieren la presencia de u n tiem po denso y heterogéneo. En esos
lugares, se puede observar a capitalistas industriales que postergan el
cierre de u n negocio porque no han consultado con sus respectivos as­
trólogos, o a ministros que abiertam ente se vanaglorian de haber ase­
gurado más em pleos para las personas de su clan y h aber m antenido
a los m iem bros de otro clan alejados de la adm inistración. Pero de­
finir estas situaciones com o p ro d u cto de la convivencia de varios
tiempos - e l tiem po de lo m o d ern o y el tiem po de lo p rem o d ern o -
supondría ú nicam ente ratificar el utopism o característico de la mo­
dernidad occidental. U n gran n ú m ero de trabajos etnográficos re­
cientes h a establecido que estos “otros” tiem pos n o son meras super­
vivencias de u n pasado prem odem o: son los nuevos productos del
encuentro con la propia m odernidad. Llevando el argumento un poco
más allá, agregaría, además, que el m undo poscolonial, fuera de Europa
occidental y América del Norte, constituye, en realidad, la mayoría del
m undo m oderno.
En el pró x im o ap artad o discutiré con algún detalle u n ejem plo
de la tensió n c o n tin u a en tre la dim ensión u tó p ica del tiem po ho­
m ogéneo del capitalismo y el espacio real constituido por el tiempo
heterogéneo de la gubem am entalidad, así como los efectos producidos
por esa tensión en los esfuerzos p o r narrar la nación.

6 H o m i B habha, “D issem iN atión ”, e n H om i Bhabha (ed .), Naíion and


Narration, Londres, R ou tled ge, 1990, pp. 291-322.
64 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

II

Bhimrao Ramji A m bedkar (1891-1956) fue uno de los más notables


estudiantes de la Universidad de Columbia. Nacido en la com unidad
de intocables, Mahar, en M aharashtra, India, luchó con grandes obs­
táculos antes de alcanzar una educación superior e iniciar su carrera
profesional. Obtuvo un doctorado en Ciencia Política p o r la Univer­
sidad de Colum bia en 1917 y siem pre recordó la influencia que ejer­
cieron sobre él los profesores Jo h n Dewey y Edwin Seligm an.7 Am­
bedkar es famoso en India p o r ser el líder político más destacado del
siglo xx entre los dalit, las antiguas castas de intocables. En ese papel
ha sido celebrado tanto com o vilipendiado, a causa de su activa lucha
en favor de una representación política separada para su casta, un sis­
tema de cuotas preferenciales y acción afirmativa en favor de ésta en
la educación y en la adm inistración, y la construcción de una identi­
dad cultural distinta, vinculada a su conversión a otra religión, el bu­
dismo. Al mismo tiem po, A m bedkar es tam bién famoso p o r haber
sido el principal arquitecto de la Constitución india, además de un ar­
duo defensor del Estado m odernizador intervencionista y de la p ro ­
tección legal de las virtudes m odernas de la ciudadanía igualitaria y
del secularismo. Pocas veces la tensión entre la hom ogeneidad utó­
pica y la heterogeneidad real ha desem peñado u n papel más dram á­
tico que en la carrera intelectual y política de B. R. Ambedkar.
No m e p ro p o n g o aquí en treg ar u n a biografía intelectual com ­
pleta de Ambedkar. A unque esto es algo que aún está pendiente,
creo que es u n a tarea para la cual no tengo la com petencia necesa­
ria. Lo que haré, en vez de eso, será resaltar ciertos m om entos de su
biografía, para subrayar las contradicciones existentes en la política
m oderna en tre las dem andas rivales de la ciudadanía universal, por
un lado, y la protección de los derechos particulares, p o r otro. Mi
objetivo aquí será dem ostrar que no existe, entre las disponibles, una

7 “A lum nus, A utor o f Indian C on stitution H o n o r e d ” e n Columbia


University Record, añ o 21, n “ 9, 3 d e noviem bre d e 1955, p. 3.
FLAC'üü -
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 6 5

narrativa histórica sobre la nación que p u ed a resolver estas contra­


dicciones.
A m bedkar era u n m odernizador puro. Creía en la ciencia, en la
historia, en la racionalidad, en el secularísmo y, p o r encim a de todo,
en el Estado m oderno como espacio para que la vida hum ana encon­
trara sentido y se realizara. P ero como intelectual dalit no podía es­
quivar la siguiente pregunta: ¿qué razón de ser tiene la particular
form a de desigualdad social practicada en el ám bito del llamado sis­
tem a de castas en India? En sus dos trabajos más im portantes, Who
Were theShudras (1946) y The Untouchables (1948), A m bedkar buscó el
origen histórico específico de la intocabilidad.8 Allí, concluyó que la
intocabilidad no se rem ontaba a tiem pos inm em oriales, sino que, por
el contrario, tiene una historia definida, cuyo inicio se puede establecer
científicam ente alrededor de hace mil quinientos años.
No es necesario, en este momento, juzgar la plausibilidad de la teoría
de Ambedkar. Lo más significativo para nuestro propósito es la estruc­
tura narrativa que subyace en ella. Según argum entaba Ambedkar,
existió en un inicio u n Estado de igualdad en tre los brahm anes, los
sudras y los intocables. Esa igualdad no se refiere únicam ente a un es­
tadio mitológico, sino que se trataría de un m om ento histórico defi­
nido, en el cual todas las tribus indoarias estaban integradas p o r pas­
tores nóm adas. La transición hacia la agricultura sedentaria y la
reacción, bajo la form a de budism o, contra la religión de sacrificios
de las tribus védicas, habría sido el siguiente paso histórico. A eso le
siguió el conflicto en tre los brahm anes y los budistas, que llevó a la
derrota política del budism o, a la degradación de los sudras y a que
los “hom bres mezclados”, com edores de carne, fuesen relegados a la
intocabilidad. La cuestión m oderna de la abolición de las castas era,
entonces, la búsqueda de u n reto rn o a aquella igualdad prim igenia,

8 B. R. Am bedkar, Who Were the Shudras? How they Carne to be theFourlh


Varna in the Indo Aryan Society, Bombay, Thackers, 1970 (prim era
ed ició n d e 1946); B. R. Am bedkar, The Untouchables: VV7io Were they
and Why they Became Untouchables. N ueva D elh i, Amrit B ook
Com pany, 1948.
66 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

que era la condición histórica original de la nación. De esta m anera,


la búsqueda utópica de la hom ogeneidad se vuelve un avatar histó­
rico. Como sabemos, ésta es u n a narrativa historicista muy familiar en
el nacionalism o m oderno.
Para dem ostrar cóm o esta narrativa es p ertu rb ad a p o r el tiem po
h eterogéneo de la gubernam entalidad colonial, es preciso analizar
las ficciones literarias producidas p o r el nacionalismo.

III

U na de las grandes novelas sobre el nacionalism o indio es Dhoraicha-


ritmanas (1949-1951), del escritor bengalí Satinath B haduri (1906-
1965).9 La novela está construida deliberadam ente para adecuarse a la
forma de los Ramcharitmanas, la versión hinduista, escrita en el siglo XVI
por el poeta santo Tulsidas (1532-1623), de la historia épica de Rama,
el rey mitológico que a través de su vida y de su conducta ejem plar ha­
bría creado el más perfecto reino en la tierra. El Ramayana de Tulsi­
das es, tal vez, el más largo y conocido trabajo literario de toda la am­
plia porción de India donde se habla hindi. El relato proviene del
discurso m oral oral y está escrito con u n vocabulario cotidiano que
atraviesa distinciones de casta, clase y secta. Según se dice, la obra fue
el más poderoso vehículo para la generalización de los valores cultu­
rales brahm ánicos provenientes del norte de India. La diferencia entre
la versión en clave m oderna de Satinath Bhaduri y la versión épica es
que su héroe, Dhorai, es oriundo de u n a de las castas degradadas.
Dhorai es u n tatma de Bihar, al norte de India (el distrito es Pernea,
pero Satinath usa el nom bre ficticio de Jiran ia). No se trata de un
grupo especializado en la agricultura, sino en la construcción de

9 Satinath Bhaduri, Dhorai Charitmanas (vol. 1, 1949; vol. 2, 1951), en


Satinath Granthabali, vol. 2. Editado p or Zanca G hosh y Nirm alya
Acharya, Calcuta, S ign et, 1973, pp. 1-296.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 6 7

techos de paja y en la perforación de pozos. C uando Dhorai es toda­


vía un niño, su padre m uere. Al q u erer casarse nuevam ente, su ma­
dre se ve obligada a dejarlo al cuidado de Bauka Bawa, el hom bre sa­
grado de la aldea. D horai crece yendo de puerta en puerta,
acom pañando al sadhu, con su tacita de limosna, cantando canciones,
la mayoría de ellas sobre el legendario Rey Rama y su reino perfecto.
El m undo m ental de D horai está anclado en el tiem po mítico. Nunca
ha frecuentado la escuela, pero sabe que aquellos que p ueden leer el
Ramayana son hom bres de gran m érito y autoridad social. Sus mayo­
res -aquellos que lo ro d e a n - conocen los asuntos de gobierno, por
supuesto, y tam bién los de los tribunales y la policía, y algunos en la
vecindad, que trabajan en los jard in es y cocinas de los oficiales, pue­
den contar historias de cuando el m agistrado del distrito estaba insa­
tisfecho con el presidente del consejo distrital, o cuando la nueva em­
pleada dom éstica se dem oraba u n poco más durante las tardes en el
bungalow del oficial de la policía. Pero su estrategia general de super­
vivencia, perfeccionada p o r la experiencia de generaciones, es ale­
jarse de los problem as vinculados al gobierno y a sus procedimientos.
En cierta ocasión, tras u n arrebato, los pobladores dhanghars de los
alrededores p re n d e n fuego a la cabaña de Bauka Bawa. La policía
llega a investigar y Dhorai, el único testigo ocular, es obligado a decir lo
que ha visto. C uando está a p unto de hablar, advierte la mirada de
Bauka Bawa. “No hables”, parece decirle el bawa. “Es la policía y se irá
en una hora. Los dhanghars son nuestros vecinos y tendremos que vivir
con ellos.” Dhorai com prende y le dice al policía que no ha visto nada,
y que no sabe quién ha prendido fuego a su casa.
U n día D horai, ju n to con otros vecinos de la aldea, oye hablar de
Ganhi Bawa, que según se dice es u n hom bre santo, mayor que su
propio Bauka Bawa o que cualquier otro bawa del que se haya tenido
noticia, porque es casi tan grande como el propio señor Rama. Ganhi
Bawa, se com enta, no come carne ni pescado, nunca se ha casado y
deam bula com pletam ente desnudo. Hasta el maestro de la escuela
bengalí, el hom bre más instruido en la aldea, se ha convertido en su
seguidor. U n m om ento culm inante, de gran exaltación, tiene lugar
68 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

cuando se descubre en la aldea que u n a im agen de G anhi Bawa ha


aparecido en u n a calabaza. Con grandes celebraciones, la milagrosa
calabaza es instalada en el tem plo, con ofrendas dignas del mayor
hom bre santo del país. G anhi Bawa, según los yatmas, era un gran
personaje, p o rq u e hasta los m usulm anes habían prom etido dejar de
com er carne y cebolla, y el cham án de la aldea, a quien nadie nunca
había visto sobrio, había ju ra d o solem n em en te b eb er a p artir de
aquel día el licor más suave y abstenerse co m p letam ente del opio.
Un tiem po después, algunos aldeanos re c o rre n el largo cam ino
hasta la sede del distrito p ara ver a G anhi Bawa en persona. Pero re­
gresan con el entusiasm o algo decaído. Las ingentes m ultitudes les
habían im pedido ver al gran ho m b re de cerca, p ero lo que habían
visto era descabellado. Según contaban, G anhi Bawa, com o los ex­
travagantes abogados y profesores de la ciudad, ¡usaba lentes!
¿Dónde se ha visto que u n h o m b re santo use lentes? E ntre quienes
regresan, algunos se p reg u n tan en voz baja si el h o m bre no podría,
a fin de cuentas, ser u n a farsa.
El relato in trincadam ente hábil de Satinath B haduri sobre la for­
mación de D horai entre los taim as d urante las prim eras décadas del
siglo xx p odría fácilm ente ser leído como una etnografía fiel del go­
bierno colonial y del surgim iento del m ovim iento nacionalista en el
norte de India. Nosotros sabemos, p o r ejem plo, a través de los estu­
dios de Shahid Amin, que la autoridad de M ahatma G andhi se conso­
lidó entre el cam pesinado indio a través del relato de sus poderes mi­
lagrosos y de rum ores sobre el destino de sus seguidores y
detractores. Sabemos tam bién que el program a del C ongreso10 y los
objetivos del movimiento fueron transm itidos en el interior del país a

10 El C on greso N acional In d io, tam bién c o n o c id o c o m o Partido d el


C on greso o sim p lem en te C on greso, fue cread o e n 1885 p o r in d ios
con ed u ca ció n occid en tal y fu n cio n ó c o m o aglu tin an te d e la
p olítica nacionalista en toda India. G ob ern ó el país d esp u és d e su
in d ep en d e n c ia d e Inglaterra en 1947, hasta in icios d e la d écad a d e
1990, co n un breve in term ed io a finales d e los años seten ta. (N . d e
los Trad.)
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 6 9

través del lenguaje del m ito y de la religión p o p u lar.11 Pero, si bien


la figura de G andhi y los m ovim ientos que lideró en las décadas de
1920 y 1930 se sustentaban en elem entos com unes que com partían
m illones de personas, tan to en las ciudades com o en las aldeas in ­
dias, la vivencia de estos elem entos no era idéntica en todos los ca­
sos. A un cu an d o las personas participaban en los mismos grandes
eventos, tal com o son descritos p o r los historiadores, sus diversas
percepciones eran narradas en lenguajes muy diferentes y habita­
ban tam bién universos vitales muy distintos. La nación, pese a estar
siendo constituida a través de tales eventos, vínicam ente existía en
tiem po h etero g én eo .
O bviam ente, se p u ede objetar que la nación es de h echo una abs­
tracción, o, p ara usar la expresión que B enedict A nderson hizo fa­
mosa, apenas “u n a com unidad im aginada”, y que, p o r lo tanto, esa
construcción ideal y vacía, oscilando com o estaba en el tiem po h e ­
terogéneo , p o d ía recibir contenidos diversos p o r p arte de diversos
grupos de personas, los cuales, a pesar de m a n te n e r en su aldea su
carácter específico, p o d ían de todas m aneras in teg rar la serie
abierta de ciudadanos nacionales. Sin duda, éste es el sueño de to­
dos los nacionalistas. S atinath B haduri, u n funcio n ario destacado
del P artido del C ongreso en el distrito de Pernea, com partía este
sueño. Era agu d am en te consciente de la estrechez y el particula­
rismo de las vidas cotidianas de sus personajes, que todavía no se ha­
bían convertido en ciudadanos nacionales. Pero B haduri estaba es­
peranzado en lo que respecta al cambio. Percibía que incluso entre
los rebajados tatm as y dhangars se p o d ían e n c o n tra r ciertas inquie­
tudes nuevas. Su héro e, D horai, conduce a los tatmas a desafiar a los
brahm anes locales y a ceñirse ellos mismos el hilo sagrado, repitiendo
un proceso que estaba ocurriendo en toda India en ese periodo, que

11 Shahid A m ia, “G andhi as M ahatm a”, en Ranajit G uha (ed .),


Subaltem Studies III, Del)]i, O xford Universiry Press, 1984, pp. 1-61;
Shahid Á inin, Event, Metaphor, Memory: Cluiuri Chaura, 1922-1992,
D elh i, O xford U niversíty Press, 1995.
7 0 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el sociólogo M. N. Srinivas describe com o “sanscritización”, pero


que el historiador David H ard im an h a m ostrado que estuvo m ar­
cado p o r u n a contestación am arga y u n a confrontación, p o r lo ge­
neral violenta, en tre la dom inación de la élite y la resistencia subal­
te rn a .'2 El intrincado grado de clasificaciones g u bernam entales de
castas y com unidades n u n ca está ausente en la narrativa de Sati-
nath. En u n a alusión delib erad a a la historia del legendario p rín ­
cipe Rama, involucra a su héro e, D horai, en u n a cruel conspiración
urdida contra él p o r sus propios parientes. D horai sospecha que su
m ujer h a m an ten id o u n a relación con u n h o m b re cristiano de la
circunscripción de D hangar. P or ello, ab an d o n a su aldea, parte al
exilio y reconstruye su vida en otra aldea, en tre otras com unidades.
D horai es desarraigado de la estrechez de su h o gar y lanzado al
m undo. El nuevo p u en te de m etal, a lo largo del cual los autom óvi­
les y cam iones pasan zum bando p o r lo que antes eran antiguos y p e­
sados cam inos de buey, abre su im aginación.

¿Dónde em pieza esta carretera? ¿Dónde desaparece? [Dho­


rai] no lo sabe. Tal vez nadie lo sepa. Algunas de las carro­
zas están cargadas con maíz, otras traen litigantes al tribu­
nal del distrito, otras más llevan pacientes al hospital. En
su m ente, D horai ve som bras que le sugieren algo sobre la
vastedad del país.13

12 M. N. Srinivas, Social Change in Modern India, B erkeley, U niversity


o f C aliforn ia Press, 1966; David H ard im an , The Corning o f the Devi:
A divasi Assertion in Western India, D e lh i, O x fo rd U niversity Press,
1987. El h ilo sagrado o Yajnopavila es u n e le m e n to cere m o n ia l
q u e se c iñ e e n torn o a la cin tu ra e n lo s m o m e n to s d e rezo.
In icia lm en te só lo lo s b rah m an es d e casta alta estab an au torizad os
a portarlo. El n iñ o brah m án recib ía este h ilo e n u n a c e r e m o n ia
e sp e c ia lm e n te sign ificativa en tre lo s 5 y 8 a ñ os. S ó lo a partir d e
ese m o m e n to se co n sid era b a q u e era p le n a m e n te un brahm án.
(N . d e los Trad.)
13 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cil., p. 70.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 71

La nación está tom ando forma. Satinath envía a su héroe, en unajor-


nada épica, en dirección a la m eta prom etida, no de realeza, pues ya
no estamos en la época m ítica de Rama, sino de ciudadanía.

IV

El sueño de Ambedkar de u n a ciudadanía igualitaria aún tenía que li­


diar con la realidad de las clasificaciones gubernamentales. Ya en 1920,
Ambedkar situó el problem a de representación que enfrentaban los in­
tocables en India:

El derech o de representación y el derech o a ocupar un


cargo público son dos de los más im portantes derechos que
com ponen la ciudadanía. Pero la intocabilidad coloca estos
derechos m ucho más allá del alcance de los intocables [...]
ellos [los intocables] sólo p o d rán ser efectivamente repre­
sentados p o r intocables.

La representación general de todos los ciudadanos no atendería las


necesidades especiales de los intocables, porque, dados los prejuicios
y las prácticas habituales entre las castas dom inantes, no había razón
para esperar que éstas usasen la ley para emanciparlos.

U n parlam ento com puesto p o r hom bres de casta alta no


aprobará una ley que remueva la intocabilidad, autorice los
casamientos entre castas, suspenda la exclusión del uso de
vías públicas, templos públicos y escuelas públicas. No porque
ellos no puedan, sino principalm ente porque no lo desean.14

14 Citado en Gail O m vedt, D alits and the Demoa atic Revolution: Dr.
Ambedkar and th eD alit Movement in Colonial India, N ueva D elhi, Sage,
1994, p. 146.
72 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Pero existían en ese m om ento alternativas diferentes p ara asegurar


las necesidades especiales de representación de los intocables, m u­
chas de las cuales habían sido ensayadas d u ran te la época colonial.
Una posibilidad consistía en la protección directa, p o r parte de auto­
ridades coloniales, de los intereses de las castas bajas contra las castas
altas políticam ente dom inantes. O tra posibilidad era el nom bra­
m iento p o r el gobierno colonial de personajes procedentes de los
grupos intocables para servir com o sus representantes. U na tercera
alternativa consistía en reservar u n cierto núm ero escaños en el legis­
lativo para los candidatos de las castas bajas. P or último, tam bién era
posible separar el electorado, p ara que los electores de las castas infe­
riores pudiesen elegir a sus propios representantes. En el m undo in­
m ensamente com plicado de la política colonial de la época tardía, to­
dos estos m étodos, con incontables variaciones, fueron debatidos y
experim entados. Además, la casta no era el único contencioso vi­
gente en ese m om ento acerca de la representación étnica. La cues­
tión aún más com plicada de las religiones m inoritarias vino a unirse,
inexorablem ente, a los debates sobre la ciudadanía en la India colo­
nial tardía.
Ambedkar renegaba especialm ente de u n o de estos m étodos de re­
presentación especial: la protección directa proporcionada p o r el ré­
gimen colonial. En 1930, cuando el Partido del C ongreso declaró
como objetivp político o b ten er la independencia o Swaraj, A m bedkar
declaró en una reunión de representantes de las castas inferiores:

[...] la actual form a de gobierno burocrático en India debe­


ría ser sustituida p o r u n gobierno que sea un gobierno del
pueblo, p o r el pueblo y para el pueblo [...] Sentim os que
nadie puede rem over nuestros grilletes m ejor que nosotros
mismos, y no podem os removerlos a no ser que tomemos el
p o der político en nuestras propias manos. N inguna frac­
ción de ese p o d er político puede, evidentem ente, llegar a
nosotros m ientras el gobierno británico perm anezca de la
form a que es hoy. Solam ente en u n a Constitución Swaraj
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 7 3

tendrem os u n a oportunidad de tom ar el p o d e r político en


nuestras propias m anos, sin el cual no podrem os traer la
salvación a nuestro pueblo [...] Sabemos que el poder polí­
tico está siendo transferido de los británicos a m anos de
quienes ejercen sobre nuestra existencia un trem endo po­
der económ ico, social y religioso. Nosotros deseamos que
eso ocurra, a pesar de que la idea del Swaraj nos trae a la
m em oria m uchas de las tiranías, opresiones e injusticias
practicadas contra nosotros en el pasado 15

El dilem a está aquí claram ente señalado. El gobierno colonial, a pe­


sar de todos sus discursos sobre la necesidad de elevar a quienes esta­
ban oprim idos bajo la tira n ía religiosa del h in d u ism o tradicional,
sólo p o d ía tratar a los intocables com o un objeto pasivo de atención.
No podía concederles la ciudadanía. Solam ente bajo una Constitu­
ción nacional in d ep en d ien te la ciudadanía era concebible para los
intocables. Pero si la independencia significaba el dom inio de las cas­
tas altas, ¿cómo pod rían los intocables ten er esperanzas de obtener
una ciudadanía igualitaria y conseguir el fin de la opresión que su­
frían desde hacía siglos? La posición de A m bedkar era clara: aun
cuando suponía el predom inio político de las castas altas, los intoca­
bles debían apoyar la independencia nacional y posteriorm ente p ro ­
seguir su lucha p o r la igualdad en el m arco de la nueva Constitución.
En 1932, el mecanismo para lograr la ciudadanía igualitaria de los in­
tocables se volvió un tema de dramático desencuentro entre Ambedkar
y Gandhi. En el transcurso de las negociaciones entre el gobierno britá­
nico y los líderes políticos indios sobre las reformas constitucionales,
Ambedkar, representando a las castas inferiores, defendió que éstas de­
bían constituir un electorado separado y elegir a sus propios represen­
tantes en el parlam ento central y en los parlam entos provinciales. El
Partido del Congreso, que previamente había concedido a los musulma­
nes una solicitud semejante de form ar electorado separado, rehusó

15 Citado en Gail O m vedt, Dalits, op. cil., pp. 168-169.


7 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

aceptar que los intocables fuesen u n a com unidad separada dentro de


los hindúes y se declaró dispuesto, en todo caso, a reservar determ inado
núm ero de asientos a los intocables que fuesen elegidos por el electo­
rado general. Ambedkar sugirió que podría aceptar esa fórmula si hu­
biese alguna esperanza de que los británicos otorgasen el sufragio uni­
versal a todos los ciudadanos indios adultos. Pero, en tanto el sufragio
permaneciese severamente limitado p o r cuestiones de educación y pro­
piedad, las castas inferiores, dispersas como una pequeña minoría, a di­
ferencia de la m inoría m usulm ana sin concentraciones territoriales sig­
nificativas, difícilmente tendrían alguna influencia sobre las elecciones.
La única m anera de garantizar que el parlam ento contara al menos con
algunos representantes efectivos de los intocables era permitirles ser ele­
gidos por u n electorado separado, com puesto exclusivamente por las
clases inferiores.
G andhi reaccionó con dureza contra la insinuación de A m bedkar
de que los líderes de casta alta del Congreso nunca podrían represen­
tar apropiadam ente a los intocables, diciendo de esta acusación que
era “el más rudo de todos los golpes”. Incurriendo en u n a jactancia
extraña a las grandes almas, declaró:16

Yo afirmo que represento, en mi persona, a la vasta masa de


los intocables. Aquí no hablo en nom bre del Congreso,
sino en mi propio nom bre, y afirm o que, si hubiese una
elección entre los intocables, yo o btendría sus votos y enca­
bezaría la lista de los elegidos.

G andhi insistió en que, a diferencia de la cuestión de las m inorías re­


ligiosas, la intocabilidad era un problem a in tern o del hinduism o y
tendría que resolverse en el m arco de éste.

16 El autor hace aq u í un ju e g o de palabras con el título atribuido a


G andhi, M ahatma, o gran alma. En el original: “In an
unm ah atm alik e b oast”. (N. d el los Trad.)
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 75

No m e im portaría que los intocables, si así lo deseasen, se


convirtieran al islamismo o al cristianismo. Esto lo toleraría.
Pero no hay n inguna posibilidad de que tolere lo que está
siendo pregonado en el in terio r del hinduism o sobre que
haya u n a división en dos d en tro de las aldeas. Quienes ha­
blan de derechos políticos p ara los intocables no conocen
su India, no conocen la form a en que la sociedad india está
construida hoy, y p o r tanto, quiero decir con todo énfasis,
pued o garantizar que aun si yo fuese la única persona en
oponerm e a esto, me o p o n d ría con mi propia vida.

Fiel a su palabra, G andhi am enazó con iniciar u n a huelga de ham ­


bre antes que transigir en la reivindicación de electorados separa­
dos para las castas inferiores. Puesto bajo u n a enorm e presión, Am­
bedkar cedió y, después de algunas negociaciones, firmó con Gandhi
lo que se conoce como el Pacto de Poona, p o r el cual se entregaba a
los dalits u n núm ero sustancial de asientos reservados, pero elegidos
dentro de u n único electorado h in d ú .17 Esta cuota quedó establecida
como el m ecanism o básico de representación para las antiguas castas
intocables en la C onstitución de la India independiente, pero, claro
está, para ese m om ento el país ya había sido dividido en dos Estados-
nación, soberanos e independientes en tre sí.18 El problem a de la ho­

17 Para el Pacto de Poona, véase Ravinder Kuma, “Gandhi, Ambedkar


and the P oona Pact, 1932”, e n Jim Masselos (ed .), Slruggling and
Ruling: The Iridian National Congress, 1885-1985, Nueva D elhi, Sterling,
1987; Gail O m vedt, Dalits, op. cit., pp. 161-189.
18 El autor se refiere al h ech o de que India, al hacerse in d ep en diente, fue
dividida en dos países soberanos: la U n ión India y Pakistan. La
división, basada en criterios religiosos, provocó el desplazam iento de
m illones d e personas y conflictos abiertos entre hindúes y
m usulm anes, que dejaron m illares de m uertos. Pakistán estaba
form ado por dos territorios separados por la propia India: Pakistan
O riental y Pakistan O ccidental. En 1971, Pakistan Oriental se convirtió
en un nuevo Estado in d ep en d ien te con el nom bre de Bangla Desh.’
Conflictos que im plican cu esüon es fronterizas aún hoy enfrentan a
Pakistan e India, y derivan en frecuentes enfrentam ientos religiosos
76 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

m ogeneidad nacional y de la ciudadanía de las m inorías fue discu­


tido, y tem p o ralm en te solucionado, en Ind ia en los prim eros años
de la década de 1930. Pero el carácter de la solución en contrada en
ese m om ento es instructivo. Ilustra de form a gráfica la am bivalen­
cia de la nación com o u n a estrategia narrativa y com o u n aparato
de p o d er que, tal com o H om i B habha señaló,

[...] produce u n continuo deslizamiento en dirección a las


categorías analógicas, y hasta metonímicas, como el pueblo,
m inorías, o “diferencia cu ltu ral”, que co n tin u am en te se
superponen al acto de escribir la n ación.19

Ambedkar, com o vimos, no veía problem a en la idea de u n a nación


hom ogénea en tendida com o categoría pedagógica -la nación como
progreso, la nación en el proceso de llegar a se r- excepto p o r el he­
cho de que habría insistido, ju n to con G andhi y otros líderes del Con­
greso, en que no eran sólo las masas ignorantes las que necesitaban
ser educadas para la ciudadanía, sino tam bién la élite de casta alta,
que aún no había adm itido que la igualdad d em ocrática e ra incom ­
patible con la desigualdad de casta. Pero Ambedkar rehusó alinearse
con Gandhi para hacer efectiva esta hom ogeneidad en las negociacio­
nes constitucionales sobre la ciudadanía. Los intocables, según insis­
tía, eran u n a m inoría d en tro de la nación y necesitaban u n a repre­
sentación especial en el aparato político. Por otro lado, G andhi y el
Congreso, al mismo tiem po en que afirm aban que la nación era una
e indivisible, ya habían adm itido que los m usulm anes eran u n a m ino­
ría dentro de la nación. ¿Y los intocables? Ellos representaban u n pro­
blema interno del hinduism o. Im perceptiblem ente, la hom ogenei­
dad de India deriva en la hom ogeneidad de los hindúes. La abolición
de la intocabilidad perm anece proyectada hacia el futuro com o una

entre las com u nid ad es h in dú y m usulm ana de este últim o país. (N. de
los Trad.)
19 H om i B habha, “D issem iN ation ”, op. cit.
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 77

tarea pedagógica aú n pen d ien te, que debería venir acom pañada de
una reform a social, si es necesario aplicando toda la fuerza de la ley,
pero la desigualdad de casta entre los hindúes n o debe ser discutida
delante de los adm inistradores británicos o de la m inoría musul­
mana. La hom ogeneidad se desintegra en u n plano, tan sólo para re­
aparecer en otro. La heterogeneidad, imposible de ser negada en un
punto, es forzosam ente suprim ida en otro.
Entretanto, nuestro héroe imaginario, Dhorai, continúa durante la
década de 1930 su educación en el nacionalismo. Liberado de sus ata­
duras originales, se dirige a otra aldea y empieza una nueva vida entre
los koeri, una casta inferior de trabajadores rurales y obreros. Dhorai
em pieza a ap re n d e r la realidad de la vida cam pesina, de los señores
de tierra rajput y adhiars, y de los aparceros, koeri, y trabajadores san­
tal, del cultivo del arroz y del yute, del tabaco y del maíz, en un
m undo de usureros y mercaderes. En enero de 1934, Bihar es asolada
por el más violento terrem oto registrado en su historia. Los funciona­
rios del G obierno llegan a la región para registrar los daños ocurri­
dos, acom pañados p o r voluntarios nacionalistas del Partido del Con­
greso. D urante más de un año, los koeris les escuchan vagas promesas
de “asistencia”, hasta que, tras com enzar su trabajo de campo, los fun­
cionarios estatales perciben que la reparación de las cabañas de los
koeris, fabricadas de barro y cubiertas de paja, ya ha sido realizada
p o r los propios campesinos. P or el contrario, las casas de ladrillo de
los rajput, los señores de la tierra, habían sufrido daños im portantes.
El inform e final de la expedición de ayuda recom ienda que la mayor
parte de la asistencia sea asignada a este colectivo.
Así comienza un nuevo capítulo en la educación de Dhorai: el descu­
brimiento de que los distinguidos abogados bengalíes y los señores de
tierra rajptus estaban convirtiéndose rápidam ente en los principales se­
guidores del Mahatma. Pero, a pesar de esta transformación de los viejos
explotadores en nuevos mensajeros de la libertad nacional, la mística del
Mahatma perm anecía impoluta. Un día, un voluntario llega a la aldea
con cartas del Mahatma. En ellas se les dice a los koeris que cada uno
debe, a su vez, responder con una carta. No, no, ellos no necesitan pagar
78 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el franqueo del envío. Todo lo que tienen que hacer es ir hasta el funcio­
nario que les dará una carta, que debe ser depositada en el buzón del
Mahatmaji: la caja blanca, recuerden, no las de colores. Se trataba de las
elecciones. El voluntario instruye a Dhorai: “Tu nom bre es Dhorai Ko-
eri, tu padre es Kirtu Koeri. Acuérdate de decirle esto al funcionario.
Tu padre es Kirtu Koeri”. Dhorai hace lo que se le ordena.

Dentro de la cabina electoral, Dhorai, de pie y con las manos


cruzadas, delante de la caja blanca, deposita su carta y des­
pués se queda quieto. Gloria a Mahatmaji, gloria al voluntario
del Congreso, que le había concedido u n pequeño papel de
horm iga en la gran tarea de construir el reino de Rama. Pero
su corazón se sobrecoge al pensar que, si hubiera sabido escri­
bir, podría haber escrito él mismo la carta para el Mahatma.
Imagínense, todas esas personas escribiendo cartas para el
Mahatma, desde u n extrem o de país al otro, todas juntas, al
mismo tiempo. Tatmatuli.Jirani, [...], Dhorai, [...] el volunta­
rio, [...] todos ellos querían lo mismo. Todos ellos m andaron
la misma carta para el Mahatma. El Gobierno, los funciona­
rios, la policía, los propietarios de las tierras [...] todos esta­
ban contra ellos. Ellos pertenecían a muchas castas diferentes
y, pese a esto, habían llegado muy cerca. [...] Estaban unidos
como si se tratara de la tela de una araña; el hilo era tan fino
que si intentabas agarrarlo, se rompía. De hecho, nunca po­
días decir si estaba allí o no estaba. Cuando se moviese grácil­
m ente en la brisa, o cuando las gotas de rocío de la m añana
colgasen de él, o cuando un súbito rayo de sol lo atravesase, lo
podrías ver, y, aun así, apenas por un momento. Esta era la tie­
rra de Ramji, p o r sobre la cual su reencarnación Mahatmaji
estaba tejiendo su fina tela [...] “¿Eh, qué es lo que estás ha­
ciendo dentro de la cabina?” La voz del funcionario rompió
su devaneo. Dhorai sale rápidam ente.20

20 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cit., pp. 222-223.


L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 7g

El voto es el gran ritual anónim o de la ciudadanía. Quizás por esto no


importaba m ucho que la introducción de Dhorai a este ritual tuviese lu­
gar a través de un acto de despersonificación. Pero esta circunstancia
no disim ula la cuestión de quién representa a quién en el ám bito de
la nación. A pesar de que los koeris habrían votado lealmente al Ma-
hatma, pronto se desanimaron al descubrir que el señor de tierra rajput,
contra q u ien h ab ían luchado p o r años, hab ía sido elegido presi­
dente del consejo distrital, con el apoyo del Congreso. Los hombres de
M ahatm aji, según escucharon, eran ahora m inistros del G obierno,
pero cuando una nueva carretera fuese construida, con toda seguridad,
pasaría cerca de las casas de los rajputs.
D horai com pró u n a copia del Ramayana. Algún día, prom etió,
aprendería a leerlo. El cam ino hacia el reino de Rama, entretanto, se
vio súbitam ente interrum pido cuando llegaron noticias de que el Ma-
hatm a había sido apresado p o r los británicos. Era la lucha final, el
mismo M ahatm a lo había anunciado. Cada verdadero seguidor de
Mahatmaji debería ahora sumarse al ejército de sus fieles. Sí, al ejér­
cito, el encargado de actuar con tra los tiranos, sin esperar hasta ser
arrestados. D horai es reclutado p o r el m ovim iento Q uit India en
1942. Esa era u n a guerra diferente de las otras; era, decían los volun­
tarios, una revolución. Juntos atacaron el puesto de policía y lo incen­
diaron. P or la m añana, el m agistrado del distrito, el su perinten­
d ente de policía y todos los dem ás funcionarios h abían huido.
¡Triunfo de M ahatm aji, triunfo de la revolución! El distrito había
obtenido la independencia. Eran libres.
No duró mucho. Pocas semanas después, las tropas invadieron el dis­
trito con camiones y armas poderosas. Ju n to con los voluntarios, Dho­
rai se lanza al m onte. Ahora era u n hom bre buscado, un rebelde. To­
dos ellos eran buscados: eran los soldados de Mahatmaji. En el monte,
una sorprendente igualdad reina entre ellos. Habían abandonado sus
nom bres originales y se llam aban entre sí G andhi, Jawahar, Patwel,
Azad. Se habían convertido en réplicas anónimas de los representantes
de la nación. Excepto po r el hecho de que se habían alejado de sus vidas
cotidianas. Poco después llega la noticia de que los británicos habían
8o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

vencido en su guerra contra los alemanes y losjaponeses, los líderes del


Congreso serían liberados y todos los revolucionarios debían rendirse.
¿Rendirse? ¿Ser juzgados y encarcelados? ¿Quién sabe si hasta ahorca­
dos? La partida de Dhorai decide no rendirse.

En el escenario nacional, la Liga M usulmana había proclam ado en


marzo de 1940, en lo que llegó a ser conocido como la “resolución Pa­
kistán”, que cualquier plan constitucional de devolución del poder en
India debía incluir un arreglo para que las áreas geográficamente conti­
guas de mayoría musulmana pudiesen agruparse en un Estado indepen­
diente, autónom o y soberano. Ese mismo año, unos meses después, Am-
bedkar escribió u n extenso libro titulado Pakistan or Partition of India,
donde discutía en detalle los argum entos en favor y en contra de esta
propuesta.21 Se trata de un libro sorprendentem ente poco mencionado,
incluso hoy, en pleno redescubrim iento de su autor.22 Además de de­
mostrar sus soberbias habilidades como analista político y una presencia
de ánimo verdaderam ente extraordinaria, es u no de los textos donde
Ambedkar encara de m anera más original los dos objetivos de su acti­
vismo político: avanzar en la lucha por una ciudadanía igualitaria y uni­
versal en el ámbito de la nación y asegurar una representación especí­
fica en el aparato político para las castas inferiores.
El libro es casi socrático en su estructura dialógica. Presenta, pri­
mero, en los térm inos más fuertes posibles, el argum ento m usulm án
en favor del reco n o cim ien to de Pakistán. P o sterio rm ente, hace lo

21 B. R. Am bedkar, Pakistan or Ihe Partition of India, 2* ed., Bombay,


Thacker, 1945.
22 E xcep to p or ejem p los d e ign oran cia y prejuicio p olíticam en te
san cion ad o, tales c o m o Arun S h ou rie, Worshipping False Gods.
Ambedkar and theFacts Which H ave Been Erased, N ueva D elh i, ASA
P ublications, 1997.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 8 1

p ro p io con el a rg u m en to h in d ú co n tra la p artició n , para conside­


rar al final las alternativas disponibles p a ra m usulm anes e hindúes
en caso de n o p ro d u cirse tal división. Lo más notable es que Am­
bedkar, com o rep re se n ta n te oficioso de los intocables, adopta una
posición de p erfecta n e u tra lid a d en el debate, sin tom ar ningún
partid o respecto a la resolución del problem a. El n o p erten ece al
lado m usulm án ni al lado h in d ú . Su objetivo se lim ita a ju z g a r los
argum entos rivales y reco m en d ar la solución que le parece más re­
alista. Pero, claro está, esto es sólo u n a estrategia narrativa. Sabe­
mos que Am bedkar se involucró directam ente en la cuestión. El punto
clave, en este sentido, era considerar si la división sería positiva o nega­
tiva para los intocables. Lo significativo aquí es com prender que, en
Pakistan or Partition of India, A m bedkar está evaluando las reivindica­
ciones utópicas de la nacionalidad, en térm inos de estricta política
realista.
D espués de analizados los argum entos de am bos lados, A m bed­
kar concluye que, u n a vez p ro d u cid a, la división sería provechosa
tan to p a ra m usulm anes com o p ara hindúes. Los p rincipales argu­
m entos surgen al con sid erar las posibles alternativas frente a la di­
visión: ¿cómo p o d ría u n a In d ia in d e p e n d ie n te y u n id a, libre del
yugo britán ico , ser eficazm ente gobernada? D ada la hostilidad de
los m usulm anes hacia u n g o b iern o central único, d o m inado inevi­
tablem ente p o r la mayoría h in d ú , lo cierto era que, de no hab er di­
visión, el país te n d ría que vivir con u n g o b iern o central débil y am­
plios pod eres delegados a los g obiernos provinciales. Sería un
“Estado aném ico y enferm izo”. El en co n o y las suspicacias m utuas
perm anecerían: “enterrar Pakistán no es lo mismo que enterrar el fan­
tasma de Pakistán”.23 Más complicada aún era la cuestión de las fuerzas
arm adas de u n a India in d ep e n d ie n te . En u n extenso capítulo, Am­
b ed k ar discute la com posición p o r com unidades del ejército britá­
nico establecido en India, u n tem a tabú hasta ese m om ento. Según
señala, el h ech o era que casi el sesenta p o r ciento del ejército indio

23 B. R. Am bedkar, Pakistan, op. cit., p. 7.


82 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

estaba in teg rad o p o r soldados p ro ced en tes de Punjab, de la fro n ­


tera n oroeste y de C achem ira. E ntre ellos, más de la m itad eran
m usulm anes. ¿Podría u n g o b iern o cen tral débil, considerado sos­
pechoso p o r la población m usulm ana, garantizar la lealtad de estas
tropas? Por otro lado, en caso de que el nuevo g obierno intentase
m odificar la com posición del ejército, ¿sería esto aceptado sin p ro ­
testas p o r los m usulm anes del noroeste?24
M irándolo bien, el nuevo Estado de Pakistán p o d ía ser u n Es­
tado hom ogéneo. Las fronteras de Punjab y Bengala p o dían ser re­
tocadas p ara co n fo rm ar regiones m usulm anas e hin d ú es relativa­
m ente hom ogéneas, integradas respectivam ente en Pakistán e
India. M ucho antes de que nadie hubiese d e m an d ad o la división
de estas dos provincias, A m bedkar previo que h indúes y sijs no po­
d ría n vivir en u n país específicam ente creado p ara los m usulm a­
nes, deseando tarde o tem prano anexarse a India. En las provincias
de la F ro n tera N oroeste y Sind, d o n d e la m inoría h in d ú estaba muy
esparcida, la única solución realista era u n a transferencia de pobla­
ción supervisada oficialm ente, com o hab ía o cu rrido en Turquía,
G recia y Bulgaria. La fu tu ra India, o H industán, sería sin d u d a un
mosaico de pueblos, no u n Estado hom ogéneo. Pero, en estas con­
diciones, la cuestión de las m inorías p o d ía ser m anejada de form a
más razonable.

Me parece que, si Pakistán no resuelve el problem a com u­


nitario en el ámbito del H industán, al m enos reduce sustan­
cialm ente su proporción, dism inuyendo su am plitud y ha­
ciendo m ucho más fácil u n a solución pacífica.25

En una brillante concatenación de argumentos marcados por la lógica


de una visión política realista, Ambedkar dem uestra que en una India
unida, en la cual más de un tercio de la población sería musulmana, el
pred o m in io h in d ú significaría u n a am enaza seria. En un Estado

24 Ibid., pp. 55-87.


25 Ibid., p. 105.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 83

como ése, los m usulm anes, tem iendo la d ran ía de la mayoría, se or­
ganizarían en un partido com o la Liga M usulm ana y provocarían en
co n trap artid a el ascenso de partidos h indúes centrados en la bús­
queda de u n rajanato h in d ú .26 De producirse la división, los m usul­
m anes en el H industán serían sólo u n a m inoría p eq ueña y muy dis­
persa. Inevitablem ente, ten d rían que adherirse a este o aquel
partido político, in tegrándose en proyectos sociales y económ icos
más amplios. De la misma m anera, hab ría poco espacio para un par­
tido com o el fundam entalista M ahasabha, que se consum iría rápi­
d am ente. En cuanto a los estratos más bajos de la sociedad hindú,
harían causa com ún con la m inoría m usulm ana para luchar contra
las castas altas hindúes, p o r sus derechos de ciudadanía y dignidad
social.27
No perd erem o s tiem po evaluando los m éritos intrínsecos de los
argum ento s de A m bedkar a favor y en co n tra de la división de In­
dia, a pesar de que, en el contexto discursivo de inicios de la dé­
cada de 1940, fuesen notab lem en te perspicaces. Lo que quiero re­
saltar es el sustrato que fu n d am en ta sus argum entos. A m bedkar es
p len am en te consciente del valor de la ciu dadanía igualitaria y u n i­
versal, y asum e p o r com pleto el significado ético de las series abier­
tas. Pero, p o r o tra parte, percibe que el reclam o de la universalidad
es casi siem pre u n a m áscara p ara cu b rir la p erp etu ació n de las des­
igualdades. La política dem ocrática de la nación ofrece posibilida­
des sustantivas de o b te n e r m ayor igualdad, p ero sólo a través de
u n a rep resen tació n adecu ad a de los grupos no privilegiados en el
ap arato político. De esta m anera, u n a política estratégica de gru­
pos, clases, com unidades, etnias y series cerradas de todo tipo es in­
evitable. Pero la h o m o g en eid ad no es, a pesar de esto, abando­
nada. Al co n trario , en contextos específicos pued e ofrecer una
clave que p erm ita e n c o n tra r soluciones estratégicas p ara proble­

26 El autor se refiere aq u í a los antiguos rajas, señ ores absolutos d e sus


súbditos, y, p or analogía, a un go b iern o fuerte, con trolad o por los
h in dú es. (N. de losT rad .)
27 B. R. Am bedkar, Pakislan, op. cit., pp. 352-358.
8 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

mas de h etero g en eid ad irreconciliable, com o en el caso de la divi­


sión de India. A diferencia de las reivindicaciones utópicas del na­
cionalism o universalista, la política de h e te ro g e n e id ad nun ca
puede aspirar al prem io de en c o n tra r u n a fórm ula única que sirva
a todos los pueblos en todos los tiem pos: sus soluciones son siem ­
pre estratégicas, contextúales, históricam ente específicas e, inevita­
blem ente, provisionales.
En este punto, es útil retom ar el problem a de la diferenciación
planteada p o r A nderson entre nacionalismo y políticas de la etnicidad.
El está de acuerdo con que las series de adscripción cerrada de la guber­
namentalidad pueden crear un sentido de com unidad, que* es precisa­
mente el elem ento que alimenta las políticas de identidad étnica. Pero
ese sentido de comunidad, según cree, es ilusorio. En esos censos reales
e imaginados,

[...] gracias al capitalism o, a la m aquinaria del Estado y a


las m atem áticas, los sujetos definidos com o n ú m eros en ­
teros, n o fraccionables, llegan a ser idénticos, y, p o r lo
tanto, agregables en form a de series, com o com unidades
fantasm as.28

Por el contrario, las series de adscripción abierta del nacionalismo no


necesitan transform ar a los m iem bros individuales y libres de la co­
m unidad nacional en núm eros enteros. Pueden im aginar a la nación
habiendo existido de form a idéntica, desde los albores de los tiempos
históricos hasta hoy, sin requerir de verificación m ediante censo. Pue­
den, también, dar paso a la experiencia de la sim ultaneidad de la vida
colectiva imaginada de la nación, sin im poner u n criterio rígido y ar­
bitrario de pertenencia. ¿Pueden tales series abiertas existir, a no ser
en el espacio utópico?
Asumir estas series abiertas al mismo tiem po que se rechazan las se­
ries cerradas im plica im aginar el nacionalism o com o algo in d e p en ­

28 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons, op. cit., p. 40.


LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 85

diente del m o d ern o arte de la gubernam entalidad. ¿Qué política


m o derna podría haber existido com pletam ente al m argen del capita­
lismo, de la m aquinaria del Estado y de las matemáticas? El m om ento
histórico que A nderson y m uchos otros parecen q u erer preservar me­
lancólicam ente es el m om ento mítico de convergencia entre el nacio­
nalism o clásico y la m odernidad. En nuestros días, no creo que re­
sulte productivo tratar de restablecer este m arco político utópico. O
m ejor dicho, no creo que ésta sea una opción disponible en el m undo
poscolonial. En estos casos, el marco teórico debe considerar una tra­
yectoria que evite la oposición entre cosmopolitismo global y chauvi­
nismo étnico. Eso significa necesariam ente ensuciarse las m anos en el
com plicado m unSo de las políticas de la gubernam entalidad. En este
contexto, las asimetrías producidas y legitimadas p o r los universalis­
mos del nacionalism o m o d ern o no dan lugar a u n a elección ética­
m ente p u ra. P orq u e el teórico poscolonial, así com o el novelista
poscolonial, nacen cuando el espacio-tiem po épico (y m ítico) de la
m o d ern id ad ha quedado atrás. Para term inar, contaré el destino de
nu estro héro e D horai.
En su vida en el m o n te con su grupo de rebeldes fugitivos, D ho­
rai se ve obligado a e n fren tar los límites de sus sueños de igualdad
y libertad. N o son las seríes cerradas de casta y co m u n idad las que
se m u estran ilusorias, sino la prom esa de u n a ciu d ad anía igualita­
ria. Progresivam ente, la aspereza de la vida fugitiva rem ueve el ca­
parazón de cam aradería. Las viejas je ra rq u ía s reap arecen. Sospe­
chas, conspiraciones, vigilancia recíp ro ca y recrim inaciones se
convierten en los sentim ientos dom inantes. La copia del Ramayana
perm anece d e n tro del equipaje de D horai, cerrada, sin h ab er sido
leída. En m edio de todo esto, u n n iñ o que dice ser un d an g h ar cris­
tiano de una circunscripción próxim a a Tatmatuli, se une a la partida.
D horai siente u n extraño vínculo con el niño. ¿Podría ser su hijo, al
que nunca ha visto? Ambos conversan largam ente. Cuanto más con­
versa con él, más se convence Dhorai de que es realm ente su hijo. El
niño se enferm a y Dhorai decide llevarlo con su m adre. En cuanto se
aproxim a a Tatmatuli, apenas puede ocultar su excitación. ¿Será éste
86 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el anhelad o final épico de nuestro Ram a m o d ern o e intocable? ¿Se


reu n irá con su esposa y con su hijo? La m adre aparece. Después de
trasladar a su hijo al in te rio r de la choza, regresa afuera e invita al
gentil extraño a sentarse con ella. H abla sobre su hijo, sobre su m a­
rido m uerto. D horai la escucha, pero es otra persona, no su esposa.
El niño es otra persona, no su hijo. D horai m antiene una conversa­
ción educada durante algunos m inutos y después se va, sin que sepa­
mos hacia dónde. Lo hace dejando atrás su paquete de ropa, ju n to
con la copia del Ramayana, que ya no necesita. D horai ha perdido
para siem pre su lugar prom etido en el tiem po profético.
¿O no? D espués de la in d ep en d en cia, B. R. A m bedkar se convir­
tió en presidente del com ité encargado de elaborar la C onstitución
india y, posterio rm en te, en m inistro de Justicia. M ientras ocupa es­
tos cargos, se convierte en pieza clave en la elaboración de u n a de
las constituciones dem ocráticas más progresistas del m undo. U na
C onstitución que garantiza los derechos fundam entales de libertad
e igualdad, sin distinción de religión o casta, al m ism o tiem po que
p la n tea m odalidades de rep resen tació n especial p ara las antiguas
castas in tocables.29 Pero cam biar la ley es u n a cosa y cam biar las
prácticas sociales o tra m uy distinta. F rustrado p o r la incapacidad
del Estado p ara p o n e r fin a la discrim inación de casta en la socie­
dad h in d ú , A m bedkar decide en 1956 convertirse al budism o. Sin
d u d a se trataba de u n acto de deserción, pero , al m ism o tiem po,
com o A m bedkar señala, tam bién se tratab a de u n acto de afirm a­
ción, al afiliarse, en defensa de la igualdad social, a u n a religión
m ucho más universalista que el hinduism o.30 A m bedkar m urió ape­
nas algunas sem anas después de su conversión, p ara ren acer veinte

29 Para el relato sobre las op ortu n id ad es legales ofrecidas a las castas


in feriores en la India in d ep en d ie n te, véase Marc Galanter, Competing
Equalities: Law and the Bacliward Classes in India, D elh i, O xford
University Press, 1984.
30 Para una discusión recien te sobre la con versión d e Am bedkar, véase
Gauri Visw anathan, Outside the Fold: Conversión, Modemity, and Belief,
P rinceton , P rinceton U niversity Press, 1998, pp. 211-239.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 87

años más tard e com o el pro feta de la liberación de los dalits. Esto
es lo que significa ahora: u n a fu en te tan to de sabiduría realista
com o de sueños em ancipadores p ara las castas oprim idas de India.
Para finalizar mi relato sobre el conflicto no resuelto entre afilia­
ciones universales e identidades particulares en el m om ento de la
fundación de la nacionalidad dem ocrática en India, voy a señalar lo
que hoy está e n ju e g o . U n tiem po atrás, en u n en cu en tro organi­
zado en un instituto de investigación indio, después de que una dis­
tinguida m esa de académ icos y funcionarios lam entara el declive de
los ideales universalistas y de los valores m orales en la vida nacional,
u n activista dalit de la audiencia p reg u n tó p o r qué los intelectuales,
tanto liberales com o izquierdistas, eran tan pesimistas con el rum bo
que la historia estaba tom an d o en el cam bio de m ilenio. Hasta
do n d e él p o d ía percibir, la últim a m itad del siglo xx había sido el
p eriodo más brillante de toda la historia de los dalits, pues se ha­
bían librado de las peores form as de intocabilidad, movilizándose
políticam ente com o com unidad. Gracias a ello, se en co ntraban en
disposición de establecer alianzas estratégicas con otros grupos
oprim idos, p ara o b te n e r m ayores porciones de p o d er en el go­
bierno. Todo esto había sido posible gracias a que la dem ocracia de
masas había abierto la p u erta p ara u n cuestionam iento de los privi­
legios de casta p o r parte de los rep resentantes de los grupos oprim i­
dos, organizados en mayorías electorales. Los expositores quedaron
en silencio después de esta conm ovedora intervención. Salí del
evento persuadido, u n a vez más, de que es m oralm ente ilegítim o
sostener los ideales universalistas del nacionalism o sin, sim ultánea­
m ente, sostener que las políticas generadas p o r el arte de la guber­
nam entalid ad d eb en ser reconocidas tam bién com o una parte
igualm ente legítim a del espacio-tiem po real de la vida política mo­
d e rn a de la nación. De o tra m anera, las tecnologías gubernam enta­
les c o n tin u arán proliferan d o , sirviendo, com o sirvieron en gran
parte de la época colonial, com o instrum entos m anipulables de do­
m inio de clase, en u n o rd en capitalista global. Al inten tar encontrar
espacios éticos reales p ara su actuación en el espacio heterogéneo,
8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

las incipientes resistencias a este o rd en harían bien en esforzarse


para inventar nuevos térm inos de justicia política.
En el capítulo 7, “Grupos de población y sociedad política”, discutiré
las implicaciones conceptuales de lo que creo ha sido u n significativo
cambio en las tecnologías y form as de gobierno, derivado de la con­
solidación de la dem ocracia de masas en amplias regiones del m undo
durante el siglo xx. A rgum entaré que la vieja idea, canonizada po r la
Revolución Francesa, de la soberanía popular y de un orden político
y legal basado en la igualdad y en la libertad, ya no resulta adecuada
para la organización de las dem andas democráticas. En estos años vie­
nen em ergiendo nuevas form as de organización dem ocrática, m u­
chas veces contradictorias con los viejos principios de la sociedad ci­
vil liberal. Si bien se encu en tran todavía de m anera fragm entaria,
incipiente e inestable, esta em ergencia reclam a de nuestra parte nue­
vas concepciones teóricas, que sean apropiadas p ara describir las for­
mas de la política popular en la mayor parte del m undo.
3. Comunidad imaginada:
¿por quién?

De nuevo el nacionalism o se ha convertido en un tem a


central en la agenda m undial. Cotidianam ente, jefes de Estado y ana­
listas políticos de los países occidentales afirman que con “el colapso
del com unism o” (ése es el térm ino utilizado, aunque probablem ente
se quieran referir al colapso del socialismo soviético), el mayor peli­
gro para la paz m undial está representado p o r el resurgim iento del
nacionalism o en diferentes partes del m undo. En esta época en que
cualquier fenóm eno, antes de ser reconocido como un “problem a”,
debe atraer la atención de especialistas cuya función parece ser deci­
dir sobre lo que debe interesar al público, el nacionalismo ha recupe­
rado la notoriedad suficiente para librarse de la práctica limitada de los
estudios especializados, convirtiéndose cada vez más en u n tem a de
debate general.
Sin em bargo, la form a en que se ha producido este regreso a la
agenda m undial h a rodeado de prejuicios negativos la discusión so­
bre el tema. En los años cincuenta y sesenta, el nacionalismo aún era
considerado como un estandarte de las luchas anticoloniales en Asia
y Africa. Sin em bargo, a m edida que las nuevas prácticas instituciona­
les, políticas y económicas desarrolladas en los Estados poscoloniales
se disciplinaban y norm alizaban bajo las rúbricas conceptuales de
“desarrollo” y “m odernización”, el nacionalism o iba siendo relegado
al cam po de las historias especializadas de este o aquel im perio colo­
nial. Y en esas historias, construidas a partir de los contenidos poco
agradables de los archivos coloniales, los fundam entos emancipadores
go LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

del nacionalism o se vieron socavados p o r innum erables revelaciones


referidas a acuerdos secretos, m anipulaciones y cínica preem inencia
de intereses privados. En los años setenta, el nacionalismo se convir­
tió en tem a de políticas étnicas, u n a de las razones p o r las cuales la
gente en el T ercer M undo se m ataba en tre sí, algunas veces en gue­
rras entre ejércitos regulares, otras veces de m anera angustiosa, en
crueles y prolongadas guerras civiles, o incluso p o r actos de terro­
rismo, tecnológicam ente sofisticados y virtualm ente imposibles de de­
tener. Los líderes de las luchas africanas contra el colonialismo y el ra­
cismo fueron d eteriorando su im agen, al convertirse en cabezas de
gobiernos corruptos divisionistas y a m enudo brutales. En la actuali­
dad, cultos marginales, como el pacifismo y el vegetarianismo, se han
apropiado de la figura de Gandhi. H o Chi Minh, aun en sus m om en­
tos de gloria, se vio atrapado en las insuperables polarizaciones de la
G uerra Fría. Parece que no h ubiera quedado nada en el legado del
nacionalism o que hiciera que el m undo occidental se sintiera a gusto
con el concepto.
Esta genealogía explica p o r qué el nacionalism o es ahora visto
como una fuerza oscura, elem ental e im predecible, proveniente de la
naturaleza prim ordial de las sociedades, que am enaza el sosegado or­
den de la vida civilizada. Lo que alguna vez fue exitosam ente rele­
gado a la periferia es p ercibido ah o ra en cam ino de reto rn o hacia
Europa, a través de las largam ente olvidadas provincias de los im pe­
rios H absburgo, zarista y otom ano. Como las drogas, el terrorism o y
la inm igración ilegal, el nacionalism o es u n producto más del Tercer
M undo, que O ccidente rechaza pero que se siente im potente para
prohibir.
A la luz de las actuales discusiones mediáticas, sorprende observar
que no hace m uchos años el nacionalism o era generalm ente conside­
rado un o de los regalos más significativos aportados p o r los europeos
al resto del m undo. Muy a m enudo, tam poco se recuerda hoy que las
dos grandes guerras del siglo xx, que involucraron a casi todo el pla­
neta, fueron ocasionadas p o r la incapacidad de Europa para m anejar
sus propios nacionalismos étnicos. Ya sea en su variante “buena” o en
F L A C 5 0 - Biblioteca
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? g i

su variante “m ala”, el nacionalism o fue u n producto de la historia po­


lítica europea. Con poco m argen para la resistencia frente a la cele­
bración de las tendencias unificadoras actualm ente en curso en Eu­
ropa, parece h ab er en la reciente am nesia acerca de los orígenes del
nacionalism o u n vestigio de ansiedad respecto a la cuestión de si éste
ha sido o no dom esticado en la tierra que lo vio nacer.
En todo este tiempo, los “especialistas”, los historiadores del m undo
colonial que desarrollan su trabajo sin ovaciones, en los húmedos repo­
sitorios donde descansan los reportes administrativos y la correspon­
dencia oficial, en los archivos coloniales en Londres, París o Amster-
dam, no han olvidado cómo llegó el nacionalismo a las colonias. Todos
ellos concuerdan en recordar que fue una im portación proveniente de
Europa. Los debates de los años sesenta y setenta en las historiografías
de África, India e Indonesia intentaban determ inar en qué se había
convertido la idea original, quién había sido el responsable de su lle­
gada y de su transformación. Los debates entre una generación nueva
de historiadores nacionalistas y quienes fueron calificados como “colo­
nialistas” eran fuertes y a m enudo candentes, pero quedaban relegados
al m undo de los especialistas en estudios regionales y nunca más nadie
tenía noticia de ellos. H ace diez años, uno de esos especialistas fue el
encargado de cuestionar, con u n enfoque novedoso, el origen y ex­
pansión del nacionalism o d e n tro de la historia universal. B enedict
A nderson m ostró con m ucha originalidad y sutileza que las naciones
no eran el producto de condiciones sociológicas dadas, como la len­
gua, la raza o la religión. Las naciones han sido, en Europa y en cual­
quier parte del m undo, imaginadas en su existencia.1 Anderson tam­
bién describió algunas de las principales formas institucionales por
medio las cuales estas “comunidades imaginadas” adquirieron una
forma concreta, especialmente las instituciones de lo que, muy ingenio-

1 B en ed ict A n d erson, Imagined Communilies: Reflections 011 the Origin


and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: B en ed ict A n d erson, Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, M éxico, F ondo d e Cultura
E conóm ica, 1993.
9 2 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

sámente, denom inó el “capitalismo im preso”. Anderson argum entó


que la experiencia histórica del nacionalismo en Europa occidental, en
América y en Rusia proporcionó a los posteriores nacionalismos un
conjunto de formatos m odulares, a p artir de los cuales las élites na­
cionalistas en Asia y África escogieron sus respectivas trayectorias.
El trabajo de A nderson ha sido el más influyente en los últimos
años en el em peño de generar nuevos enfoques teóricos sobre el na­
cionalismo. U na influencia que, de todos modos, se restringe casi ex­
clusivamente a los espacios académicos. Al contrario de la ola de exo-
tización tergiversadora del nacionalism o que prevalece en los medios
populares de com unicación en O ccidente, la corriente teórica inau­
gurada p o r A nderson trata de abordar el fenóm eno como parte de la
historia universal del m undo m oderno. Pero tengo que hacerle una
objeción a esta argum entación. Si los nacionalism os en el resto del
m undo tenían que escoger su “com unidad im aginada” a p artir de
ciertos form atos m odulares que E uropa y América Ies proporciona­
ban, entonces ¿qué se le dejaba a su imaginación? Parece que la his­
toria ya hubiese decretado que nosotros, en el m undo poscolonial,
deberíam os ser solam ente unos consum idores perpetuos de' la mo­
dernidad. E uropa y América, los únicos sujetos verdaderos de la his­
toria, habrían elaborado ya, en nuestro nom bre, no sólo el guión de
la Ilustración y la explotación colonial, sino tam bién el de nuestra re­
sistencia anticolonial. Y tam bién el de nuestra miseria poscolonial. In­
cluso nuestras im aginaciones deben p erm an ecer colonizadas para
siempre.
No objeto esta propuesta p o r razones sentimentales. La objeto por­
que no la puedo conciliar con la evidencia de la existencia de un na­
cionalismo anticolonial. Los más poderosos, así corno los más creati­
vos resultados de la imaginación nacionalista en Asia y África, radican
no solam ente en una identidad diferente, sino más bien en una dife­
rencia respecto a los form atos m odulares conform adores de socieda­
des nacionales propagados p o r el O ccidente m oderno. ¿Cómo po d e­
mos ign o rar esto, sin red u cir la experiencia del nacionalism o
anticolonial a u n a caricatura de sí misma?
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? g 3

Para ser justos, no se debe culpar únicam ente a A nderson. El pro­


blem a surge, estoy convencido, p o rq u e hem os in terp retad o las de­
m andas del nacionalism o entendido com o m ovim iento político dem a­
siado literalm ente y demasiado en serio. En India cualquier historia
estándar nacionalista nos dirá que el nacionalismo com enzó propia­
m ente en 1885, con la form ación del Congreso Nacional Indio. Tam­
bién nos dirá que la década precedente fue un periodo de prepara­
ción, en el cual se form aron diversas asociaciones políticas provinciales.
Previo a ello, desde la década de 1820 hasta la de 1870, habríam os asis­
tido a un periodo de “reform a social”. La Ilustración colonial comenzó
a “m odernizar” las costum bres e instituciones de vina sociedad tradi­
cional, pero el espíritu político era todavía de am plia colaboración
con el régim en colonial: el nacionalismo todavía no había em ergido.
Esta historia, cuando se som ete a u n análisis sociológico sofisticado,
no puede sino converger con los planteamientos de Anderson. En rea­
lidad, desde el m om ento en que procura replicar en su propia histo­
ria la historia del Estado m oderno en Europa, la autorrepresentación
del nacionalismo, inevitablem ente, corroborará la decodificación que
A nderson hace de ese mito. Pienso, sin em bargo, que desde el punto
de vista historiográfico la autobiografía del nacionalism o es funda­
m entalm ente incorrecta.
Según mi lectura, el nacionalismo anticolonial foija su propio espa­
cio de soberanía dentro de la sociedad colonial m ucho antes de iniciar
su batalla política con el poder imperial. Lo hace dividiendo el m undo
de las instituciones y las prácticas sociales en dos campos: el material y
el espiritual. El material es el campo de lo “exterior”, de la econom ía y
de lo estatal, de la ciencia y de la tecnología, un campo en el cual Oc­
cidente ha ratificado su superioridad y O riente ha sucumbido. En este
campo, la superioridad occidental ha sido reconocida, y sus logros cui­
dadosam ente estudiados e imitados. Lo espiritual, por el contrario, es
u n campo “interior”, que soporta los aspectos “esenciales” de la identi­
dad cultural. Cuanto más se triunfe en im itar los logros occidentales en
el campo material, mayor será la necesidad de preservar las caracterís­
ticas de la cultura espiritual propia. Esta fórmula es, según pienso, un
9 4 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

rasgo fu n d am en tal de los nacionalism os anticoloniales en Asia y


África.2
De ello derivan diversas implicaciones. En prim er lugar, el naciona­
lismo declara el cam po de lo espiritual com o su territorio soberano y
se niega a perm itir que el pod er colonial intervenga en él. Si retom o
el ejem plo de India, el periodo de la “reform a social” estuvo en reali­
dad conform ado p o r dos fases distintas. En la prim era, los reform ado­
res indios buscaron a las autoridades coloniales p ara que llevaran a
cabo, por m edio de u n a acción estatal, las reform as de las institucio­
nes y costum bres tradicionales. En la segunda, a pesar de que no se
discutía la necesidad de cam bio, existía u n a fuerte resistencia para
perm itir que el Estado colonial interviniera en asuntos que afectaran
a “la cultura nacional”. La segunda fase, según mi planteam iento, era
ya el m om ento del nacionalismo.
En otras palabras, el Estado colonial se m antiene fuera del campo
“in terio r” de la cultura nacional. Pero no es, com o se piensa, que el
llamado ám bito de lo espiritual perm anezca inalterable. De hecho, es
desde aquí que el nacionalism o lanza su proyecto más poderoso,
más creativo e histó ricam en te significativo: m o d elar u n a cultura
nacional “m o d e rn a ”, que n o sea de n in g u n a m an era occidental. Si
la nación es u n a co m u n id ad im aginada, es en el cam po in te rio r
(de lo espiritual) d o n d e adquiere razón de ser. En su dom inio ver­
dadero y esencial, la nación p u ede ser soberana, aun cuando el Es­
tado esté en m anos del p o d er colonial. La dinám ica de este proyecto
histórico está com pletam ente olvidada en las historias convenciona­
les, en las cuales el nacionalism o com ienza con la lucha p o r el p o der
político.
Para precisar este argum ento, voy a anticipar algunos puntos que
más adelante serán discutidos con mayor detalle. Deseo resaltar aquí
varios aspectos d en tro del llam ado cam po de lo espiritual, donde el

2 Este es un argu m en to central d e m i libro Nationalist Thought and the


Colonial World. A Derivative Discourse, M innesota, University o f M inne­
sota Press, 1986.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? 9 5

nacionalismo muestra su lado creativo. Me remitiré en mis ilustraciones


a Bengala, cuya historia me es m ucho más familiar.
El prim er pu n to se refiere a la lengua. A nderson señala que el “ca­
pitalism o im preso” provee el espacio institucional necesario para el
desarrollo de la m oderna lengua “nacional”.3 Sin embargo, las singula­
ridades de la situación colonial no perm iten u n a transposición tan sen­
cilla de los patrones europeos de desarrollo del nacionalismo. En Ben­
gala es po r iniciativa de la Com pañía de las Indias Orientales y de los
misioneros europeos que los primeros libros son traducidos al bengalí,
a finales del siglo xviii. La prim era narrativa en prosa data de inicios del
siglo xix. Pero, tam bién, al mismo tíempo, es en la prim era mitad del
siglo xix cuando el inglés desplaza com pletam ente al persa como len­
gua de la burocracia, em ergiendo como el medio más poderoso de in­
fluencia intelectual sobre la nueva élite bengalí. El m om ento crucial en
el desarrollo de la lengua bengalí m oderna tiene lugar a mediados de
siglo, cuando esta élite bilingüe recurre a dicha lengua como parte de
su proyecto cultural, proveyendo al bengalí del aparato lingüístico ne­
cesario para convertirse en u n idiom a apropiado para la cultura “mo­
derna”. U na vasta red de im prentas, editoriales, periódicos, revistas y
sociedades literarias com ienza a aparecer en ese m om ento, fuera del
control del Estado y de los misioneros europeos. A través de esta red, la
nueva lengua, m odernizada y estandarizada, va tom ando forma. La in-
telligentsia bilingüe com ienza a pensar su propia lengua con un sen­
tido de p erten en cia e id entidad cultural, com o u n a lengua a la cual
había que m antener apartada del colonizador intruso. La lengua es el
prim er espacio sobre el que la nación tuvo que reafirmar su soberanía,
pero, al mismo tiempo, transform ándola con la finalidad de adaptarla
al m undo m oderno.
En este punto, la influencia de los modelos proporcionados por las
lenguas y literaturas m odernas europeas no necesariamente se tradujo
en un resultado similar. En el caso de los nuevos géneros literarios y las
convenciones estéticas, donde ese influjo indudablem ente delineaba

3 B en ed ict A n d erson, Imagined Communities, op. cit., pp. 17-49.


96 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el discurso crítico, se consideraba, sin em bargo, que las convenciones


europeas eran inapropiadas y engañosas para analizar la evolución de
las producciones literarias en bengali m oderno. Hasta hoy existen to­
davía algunos hiatos evidentes en este campo, entre los térm inos de la
crítica académ ica y los de la práctica literaria. Para d ar un ejemplo,
analizaré brevem ente el teatro bengali.
El teatro constituye el género literario m oderno m enos elogiado
en lo estético p o r los críticos de literatura bengali. Sin em bargo, es el
género a través del cual la élite bilingüe ha encontrado su audiencia
más amplia. C uando apareció en su form a m oderna, a m ediados del
siglo xix, el nuevo teatro bengali disponía de dos m odelos: p o r un
lado, el teatro m oderno europeo, según había sido desarrollado
desde Shakespeare y Molière; p o r otro, la tradición del teatro sáns­
crito, desparecido en la práctica pero engrandecido gracias a los elo­
gios provenientes de los eruditos orientalistas europeos. Los criterios
literarios que presum iblem ente incorporaron al nuevo teatro dentro
del dom inio privilegiado de la cultura nacional m oderna fueron, por
lo tanto, claram ente establecidos p o r los form atos m odulares pro p o r­
cionados p o r Europa. Pero las prácticas representativas hicieron im­
posible que esos criterios se aplicaran a las obras escritas para su re­
presentación. Las convenciones que perm itían que u n a obra
triunfara en los escenarios de Calcuta eran muy diferentes de las con­
venciones aprobadas p o r los críticos educados en las tradiciones del
teatro europeo. Hasta hoy esas tensiones no han sido resueltas. Lo
que funge com o la corriente teatral oficial en Bengala O ccidental y
en Bangla Desh es el teatro u rbano m oderno, nacional y claram ente
diferenciado del “teatro popular". Este teatro oficial es producido y
consistentem ente auspiciado p o r literatos urbanos de la clase media.
Aun así, sus convenciones estéticas no se adecúan com pletam ente a
los estándares establecidos p o r los form atos literarios adoptados de
Europa.
En el caso de la novela, ese celebrado artificio de la im aginación
nacionalista, donde la com unidad tom a cuerpo para vivir y am ar den­
tro de un tiem po “hom ogéneo”, los form atos m odulares descritos por
C O M U N ID A D IM A G IN A D A ! ¿P O R Q U IÉ N ? 9 7

Anderson no necesariam ente cum plen su papel.4 La novela fue el prin­


cipal género a través del cual la élite bilingüe bengalí produjo una
nueva narrativa en prosa. En los orígenes de esta prosa, la influencia de
los dos modelos disponibles, el inglés m oderno y el sánscrito clásico,
era obvia. Pero, a m edida que el género ganaba mayor popularidad,
frecuentem ente los novelistas bengalíes se veían obligados a cam biar
las formas canónicas de la prosa de autor, para incorporar elem entos
provenientes del registro oral. Al leer algunas de las novelas bengalíes
más populares, a m enudo es difícil determ inar si se está leyendo una
novela o u n a obra de teatro. Pese a haber creado un lenguaje en prosa
m oderno, acorde con los formatos modulares convencionales, los auto­
res que buscaban verosimilitud para su arte se veían en la necesidad de
escapar como fuese de la rigidez de esa prosa canónica.
El deseo p o r construir u n a form a estética m oderna, nacional y, al
mismo tiem po, diferente de O ccidente alcanza su paroxism o en las
iniciativas desarrolladas d urante el siglo XX den tro la denom inada
“escuela de arte de Bengala”. Estos esfuerzos generan u n espacio ins­
titucional para los artistas profesionales m odernos diferente de la ar­
tesanía tradicional, u n canal para la disem inación del arte m oderno a
través de su exhibición y, en últim a instancia, la aparición de u n pú­
blico versado en las nuevas norm as estéticas. Esta agenda para la
construcción de u n espacio artístico m odernizado estuvo acom pa­
ñada de u n fervor ideológico orientado a la generación de u n arte
que fuera verdaderam ente “indio”, diferente de “lo occidental”.5 Aun
cuando el estilo peculiar desarrollado p o r la escuela de Bengala en su
búsqueda de un nuevo arte indio n o logró m an ten er su vigencia por
m ucho tiem po, el anhelo de fondo continúa presente hasta nuestros
días: la búsqueda de u n arte que pued a considerarse m oderno y, al
mismo tiem po, reconocerse com o indio.

4 Ibid., pp. 28-40.


5 La historia de este m ovim ien to artístico ha sid o estudiada en d etalle
p o rT a p a ti Guha-Thakurta, The M akin gof a New “Indian" Art: Artists,
Aesthetics a n d Nationalism in Bengal, 1850-1920, C am b ridge,
C am b rid ge Üniversity Press, 1992.
98 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

En paralelo a las instituciones del capitalismo im preso, asistimos a


la aparición de u n a creciente red de escuelas secundarias. El naciona­
lismo procuró en todo m om ento m an ten er esta responsabilidad bajo
su jurisdicción, incluso m ucho antes de que el p o d er estatal se h u ­
biese convertido en tem a de discordia. Desde la segunda m itad del si­
glo xix, la nueva élite bengalí orienta el esfuerzo “nacional” para
abrir escuelas en toda la provincia y g enerar así u n a educación litera­
ria conveniente a sus intereses. Al igual que el capitalismo im preso,
las instituciones de educación secundaria se convirtieron en instru­
m entos para la extensión y estandarización de la nueva lengua y de la
nueva literatura, fuera del dom inio del Estado. Sólo cuando este es­
pacio se abrió, fuera de la influencia del Estado colonial y de las mi­
siones europeas, se consideró legítim o que las m ujeres fuesen'en-
viadas a la escuela. Fue tam bién d u ran te este p erio d o, a finales del
siglo xix, que la U niversidad de C alcuta pasó de ser u n a institución
de educación colonial a ser u n a institución m arcad am en te nacio­
nal, con su p ro p io pro g ram a de estudios, sus propias facultades y
sus propios recursos.6
O tra área del “dom inio in tern o ” de la cultura nacional es la fami­
lia. Aquí, la afirm ación de autonom ía era aún más dramática. La crí­
tica europea, que consideraba la “tradición” india com o bárbara, se
centró p o r m ucho tiem po en sus prácticas y creencias religiosas, espe­
cialmente en aquellas relacionadas con el trato dado a las mujeres. La
fase inicial de la “reform a social” llevada a cabo p o r interm edio del
poder colonial tam bién se centró en estos mismos aspectos. D urante
la segunda fase, el ám bito fam iliar fue considerado esencial para la
“tradición india”. Pero, a diferencia de los prim eros reform adores in­
dios, los nacionalistas de esta segunda etapa no estaban dispuestos a

6 V éan se A n ilch an dra B a n eijee, “Years o f C onsolidation: 1883-1904”;


Tripurari Chakravarti, “T h e University and the G overm ent: 1904-24”
y Pram athanath B anerjee, “R eform and R eorganization: 1904-24”,
to d o s e n Niharranjan Ray y Pratulchandra G upta (ed s.), Hundred
Years of the University of Calcutta, Calcuta, U niversidad d e Calcuta,
1957, pp. 129-78, 179-210 y 211-318.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉN ? 9 9

adm itir que el p o d er colonial legislara sobre las reformas de la socie­


dad “tradicional”. Según afirm aban, sólo la misma nación tenía el de­
recho de intervenir en tales aspectos, fundam entales para m antener
su identidad cultural. D urante esta época, el ámbito familiar y la pro­
pia posición de la m ujer experim entaron cambios sustanciales en el
m undo de la clase m edia nacionalista. Se consolidó un nuevo tipo de
patriarcado, diferente del ord en “tradicional”, pero cuya reivindica­
ción explícita era ser d iferen te de la fam ilia “occidental”. La “nueva
m u je r” ten ía que ser m o d ern a, p ero tam bién d ebía m an te n er los
caracteres de la tradición nacional y, p o r lo tanto, debía ser esencial­
m ente d iferen te de la m u jer “o ccid en tal”.
La historia del nacionalism o com o movimiento político ha tendido
a centrarse principalm ente en su lucha con el p o d er colonial p o r el
dom inio de lo exterior, esto es, en el dom inio m aterial del Estado.
Esta es u n a historia diferente de la que yo he subrayado. Una historia
en la que el nacionalism o no tenía otra opción que la de escoger sus
form atos en tre la galería de “m odelos” ofrecidos p o r los Estados-na­
ción europeos y am ericanos: la “diferencia” no es u n criterio viable
en el dom inio de lo m aterial. En este cam po exterior (lo m aterial), el
nacionalism o inició su cam ino (recordem os que para ese m om ento
ya había proclam ado su soberanía en el cam po interior o espiritual)
insertándose en la nueva esfera pública conform ada por los procesos
y form as del Estado m o d ern o (en este caso colonial). En sus inicios,
la tarea del nacionalism o consistía en vencer la subordinación de las
clases medias colonizadas, esto es, en desafiar la “regla de la diferen­
cia colonial” en el ám bito del Estado. Debemos recordar que el Es­
tado colonial no fue solam ente la institución que trajo los formatos
m odulares del Estado m oderno a las colonias. También fue una, insti­
tución destinada a no cum plir n u nca la misión de “norm alización”
del Estado m oderno, p orque la prem isa de su p oder era la “regla de
la diferencia colonial”, es decir, la preservación de la particularidad
del grupo dom inante.
Com o las instituciones del Estado m o d ern o fueron creadas du­
rante la colonia, específicam ente en la segunda m itad del siglo xix,
lo o U N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

los grupos dom inantes europeos encontraron necesario establecer,


por medio de la promulgación de leyes, de la burocracia, de la adminis­
tración de justicia y del reconocim iento p o r parte del Estado de un es­
pacio legítimo de opinión pública, la diferencia entre gobernantes y
gobernados. Si se les iba a perm itir a los indios legislar, ¿podrían juzgar
a los europeos? ¿Estaba bien que los indios ingresaran al servicio civil,
tomándoles los mismos exámenes que a los británicos graduados? Si los
periódicos europeos en India poseían libertad de prensa, ¿se podría
aplicar lo mismo a los periódicos locales? Irónicam ente, se convirtió en
una tarea histórica del nacionalismo, que la vez insistía en las marcas
de diferencia cultural con respecto a O ccidente, reivindicar que no
existiera ninguna regla diferenciadora en el dom inio del Estado.
Con la creciente fuerza de los políticos nacionalistas, este dom inio se
hizo más extensivo e internam ente diferenciado, hasta tom ar la form a
del Estado nacional, es decir, poscolonial. Los elementos dom inantes de
su autodefinición, al menos en India poscolonial, provenían de la ideo­
logía del Estado m oderno dem ocrático-liberal. De acuerdo con esta
ideología, lo público se distinguía del dom inio de lo privado. Se le exi­
gía al Estado que protegiera la inviolabilidad de la privacidad del sujeto
respecto a otras privacidades. La legitimidad del Estado al desem peñar
esta función tenía que verse garantizada p o r su negativa a establecer di­
ferencias entre privacidades, es decir, diferencias de raza, lengua, reli­
giosa, de clase, casta, etcétera.
Pero existía un problem a, en tanto el liderazgo m oral e intelectual
de la élite nacionalista operaba en u n cam po constituido p o r un con­
ju n to bastante particular de diferencias: entre lo espiritual y lo m ate­
rial, lo interior y lo exterior, lo esencial y lo no esencial. Ese espacio tan
controvertido sobre el cual el nacionalismo había proclam ado su sobe­
ranía y dentro del cual había im aginado su verdadera com unidad (el
campo interno), no necesariamente coincidía con la demarcación esta­
blecida por la distinción entre lo público y lo privado. En este sentido,
el proyecto hegemónico del nacionalismo difícilmente podía hacer “in­
diferentes” las distinciones de lengua, religión, casta o clase. El pro­
yecto era una “norm alización” cultural, com o A nderson plantea, es
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? ÍO I

decir, un proyecto liegem ónico burgués, sin duda, pero con una gran
diferencia: el proyecto hegem ónico del nacionalismo indio tenía que
escoger su espacio de autonom ía desde una posición de subordinación
a un régim en colonial, que tenía de su lado los recursos legitimadores
más universales generados por el pensam iento social posterior a la Ilus­
tración. Como resultado de ello, las formas autónom as de imaginar la
com unidad fueron, y continúan siendo, oprimidas y desestimadas por
la historia del Estado poscolonial. He aquí las raíces de nuestra miseria
poscolonial: no radican en nuestra incapacidad para pensar nuevas for­
mas de com unidad m oderna, sino en nuestro som etim iento a las viejas
formas de Estado m oderno. Si la nación es una com unidad imaginada,
y si las naciones deben a su vez asum ir la form a de Estados, entonces
nuestro lenguaje teórico deberá perm itirnos hablar sobre com unidad
y Estado al mismo tiem po. Pero, según creo, nuestro lenguaje teórico
actual no lo perm ite.
Un poco antes de su m uerte, B ipinchandra Pal (1858-1932), líder
del m ovim iento Swadeshi en Bengala y protagonista del Congreso
Nacional In d io en el perio d o an terio r a G andhi, describió de la si­
guiente m anera las residencias d o n d e se alojaban los estudiantes de
Calcuta d u ran te su juventud:

Las residencias de los estudiantes en Calcuta, en mis tiempos


de estudiante, hace cincuenta o sesenta años, eran como pe­
queñas repúblicas y se m anejaban con normas estrictamente
democráticas. Todo era decidido p o r el voto de la mayoría de
los miembros de la residencia. AI final de cada mes un direc­
tor era elegido p o r toda la “Casa”, por decir así, y se le encar­
gaba tram itar todos los deberes de los residentes, y la supervi­
sión general de los alimentos y del establecimiento de la
residencia [...] A un buen administrador se le rogaba frecuen­
tem ente que aceptara su reelección, mientras que los miem­
bros más descuidados y flojos, quienes generalm ente tenían
que pagar de su propio bolsillo p o r su mala administración,
evitaban ocupar esta posición de honor.
1 0 2 LA N A C IÓ N E N T IE M P O H E TE R O G É N E O

Cualquier disputa entre u n m iem bro y otro era zanjada por


una “C orte” de toda la “Casa”; y nos sentábam os, recuerdo,
noche tras noche, a analizar esos casos. Y nunca era cuestio­
nada o desobedecida, p o r n in g ú n m iem bro, la decisión de
esta “C orte”. Tampoco eran, en absoluto, los m iem bros de
la residencia, incapaces en la tarea de hacer cum plir en el
m om ento debido su veredicto sobre un colega transgresor.
Para ello am enazaban siem pre al m iem bro recalcitrante
con la expulsión de la residencia o, si rehusaba irse, con la
responsabilidad de hacerse cargo p o r com pleto de la renta
[...]. Y tal era la fuerza de la opinión pública en esas peque­
ñas repúblicas, que he sabido de casos de castigo a m iem ­
bros transgresores, que después de u n a sem ana de haber
sido expulsados, su sem blante parecía com o si se estuviese
recuperando de u n a grave enferm edad.

La com posición de n u estra residencia p re su p o n ía u n a


suerte de com prom iso e n tre los llam ados ortodoxos, los
brahm ánicos, y o tros m iem bros h etero d o x o s de n u e stra
república. Entonces, se estableció u n a n o rm a, p o r voto
unánim e de toda la “Casa”, que o rd e n a b a que n in g ú n
m iem bro deb ía tra e r com ida a la “Casa” [...] [una
norm a] que ultrajó los sentim ientos de los ortodoxos h in ­
dúes; sin em bargo, q u ed ab a claram en te en te n d id o que
los m iem bros de la residencia, ya sea com o g ru p o o indi­
vidualm ente, n o in te rfe riría n con lo que cada u n o to­
mase fuera de la casa. Así, nosotros éram os libres de ir y
ten er todo tipo de com ida p rohibida, au n p ara ir al G reat
Eastern H otel, el cual m uchos de nosotros em pezábam os
a frecu en tar ocasionalm ente, u otro lug ar cualq u iera.7

7 Bipinchandra Pal, Memories of My Life and Times, Calcuta, Bipinchandra


Pal Institute, 1973 (1932), pp. 157-160.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿PO R Q U IÉ N ? 10 3

Lo interesante de esta descripción no es la visión exageradam ente ro­


m ántica de u n esquem a en m iniatura de u n a form a política imagi­
nada de autogobierno de la nación, sino el uso repetitivo de los térmi­
nos institucionales de la m oderna vida cívica y política europea
(“república”, “dem ocracia”, “mayoría”, “unanim idad”, “elección”,
“casa”, “corte”, etc.) para describir u n conjunto de actividades desarro­
lladas en otro contexto, absolutam ente incongruente con ese tipo de
sociedad civil. El tem a de u n “com prom iso” en los hábitos alimenticios
de los miem bros se basaba realm ente no en u n principio de delimita­
ción entre lo “privado” y lo “público”, sino en la separación de los do­
minios de lo “interior” y lo “exterior”. Lo interior, espiritual, era enten­
dido com o u n espacio donde la “u nanim idad” tenía que prevalecer,
mientras que lo exterior, m aterial, era sólo u n a muestra de la libertad
individual. A pesar del “voto unánim e de toda la Casa”, la fuerza que
determ inaba la unanim idad en el cam po interior no era el procedi­
m iento de votación (que implica un cuerpo constituido por miembros
individuales), sino el consenso de u n a com unidad. U na com unidad
institucionalm ente novedosa, porque después de todo la residencia de
Calcuta era algo sin p reced en tes en la “trad ició n ”, e in ternam ente
diferenciada. U na co m unidad, sin d u d a, cuyas dem andas tenían
preferencia sobre las propias de los miem bros individuales.
El uso de térm inos que rem iten al proceso parlam entario por parte
de B ipinchandra para describir las actividades “com unitarias” de una
residencia com o si fuese u n a nación no debe ser considerado como
una m era anom alía. Su lenguaje constituye u n indicativo de la im bri­
cación entre los dos discursos y los dos dom inios correspondientes de
la política. Existe u n intento, perceptible en la reciente historiografía
india, por abordar estos dos dominios com o los ámbitos de la política
de la “élite” y de la política de los “subalternos”.8 Sin embargo, uno de

8 R epresentado por los diversos ensayos incluidos en Ranajit Guha (ed .),
Subaltem Studies, vols. 1-6, D elhi, O xford University Press, 1982-1990.
La declaración program ática de esta aproxim ación está en Ranajit
G uha, “O n Som e Aspects o f the H istoriography o f Colonial India”, en
Ranajit G uha (ed .), op. cit., vol. 1, pp. 1-8.
10 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

los resultados im portantes de este enfoque historiográfico ha sido pa­


radójicam ente dem ostrar que cada dom inio no solam ente actúa en
oposición al otro, sino que, a través de este proceso de confrontación,
modela tam bién las formas em ergentes del otro. Por lo tanto, la pre­
sencia de lo popular o de elem entos com unitarios integrados en el
orden liberal del Estado poscolonial no debe asumirse como un signo
de falta de autenticidad o de deshonestidad de la élite política. Es,
más bien, u n reconocim iento p o r parte de ésta de la presencia tangi­
ble de un espacio para la política de los subalternos, a partir del cual
existe la necesidad de negociar acuerdos. P or su parte, la política de
los subalternos se ha familiarizado cada vez más con las formas insti­
tucionales características de la élite dom inante, hasta llegar a adap­
tarse a ellas en ocasiones. P or lo tanto, el p u n to aquí n o es la simple
demarcación e identificación de dos espacios diferenciados, que es lo
que en un prim er m om ento se requería para ro m p er con los clamo­
res totalizadores de la historiografía nacionalista. La tarea consiste en
rastrear, en sus historicidades m utuam ente condicionadas, las formas
específicas que surgieron, p o r un lado, en el espacio definido por el
proyecto hegemónico de la modernidad nacionalista, y, por el otro lado,
en las innum erables resistencias fragm entadas hacia ese proyecto
normalizador.
Este es el ejercicio que deseo realizar en este libro. Dado que el
problem a apunta a los límites de la supuesta universalidad de las dis­
ciplinas del conocim iento posterior a la Ilustración, p odría parecer
que este trabajo se trata de otro ejem plo más del excepcionalismo in­
dio (u oriental). Sin em bargo, el propósito de mi trabajo es m ucho
más complejo y considerablem ente más ambicioso. No solam ente
abarca la identificación de las condiciones discursivas que hicieron
posibles tales teorías sobre el excepcionalism o indio. Incluye, tam ­
bién, una dem ostración de estas presuntas excepciones com o lo que
realm ente son: elem entos reprim idos p o r la fuerza, situados más allá
de la supuesta form a universal del régim en m oderno de poder. Esta
última dem ostración nos perm itirá argum entar que las pretensiones
universalistas de la filosofía social occidental m oderna se encuentran
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? 10 5

en sí mismas limitadas p o r las contingencias del p o d er global. En


otras palabras, “el universalismo occidental”, no m enos que el “excep-
cionalismo oriental”, puede ser identificado com o una form a particu­
lar de una conceptuación más compleja, diversa y diferenciada de
una nueva idea universal. Este enfoque n o solam ente hace posible
pensar en nuevas formas de com unidad m oderna, las cuales, como yo
lo planteo, h an protagonizado desde sus inicios la experiencia nacio­
nalista en Asia y África, sino, más decididam ente, perm ite tam bién
pensar en nuevas formas de Estado m oderno. El proyecto, entonces,
consiste en reclam ar p ara nosotros, los u n a vez colonizados, la liber­
tad de imaginación. Pretensión que, como bien sabemos, sólo puede
tom ar cuerpo como respuesta a un cam po de poder. Los estudios de
este libro dejarán necesariamente la impresión de una pregunta no con­
testada. A bogar en nom bre del fragm ento es tam bién, no debe sor­
prender, generar u n discurso que es en sí mismo fragm entario. Pedir
disculpas p o r ello sería redundante.
4. La utopía de Anderson

Comunidades imaginadas ha sido, sin duda, u n o de los li­


bros más influyentes del pasado siglo x x .1 D esde el m om ento en
que fue publicado, a m edida que el nacionalism o era considerado
cada vez más com o u n p ro b lem a p eligrosam ente irresoluble, Bene-
dict A nderson co n tin u ó analizando y reflex io n an d o sobre la cues­
tión, añ ad ie n d o dos brillantes capítulos a su aclam ado libro y escri­
b ien d o otros m uchos ensayos y artículos. Algunos de estos trabajos
h an sido recopilados, ju n to con u n a serie de ensayos sobre historia
y política del sudeste asiático, en The Spectre o f Comparisons} La pu­
blicación de este volum en b rin d a u n a o p o rtu n id ad p ara que sus co­
legas en el cam po de los estudios del nacionalism o reconozcam os a
u n o de los p rincipales intelectuales de nuestro tiem po.

El ap o rte teórico más im p o rtan te q u e A nderson realiza en Comuni­


dades imaginadas es su esfuerzo p o r distinguir en tre “nacionalism o”

1 B enedict A nderson, Imagined Communities: Reflections an the Origin and


Spread o f Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
Castellano: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión
del nacionalismo, M éxico, F ondo d e Cultura Económ ica, 1993.
2 Citado en B enedict A nderson, The Spectre of Comparisons, Londres,
Verso, 1998, p. 41. El título proced e d e la u'aducción al inglés de una
expresión, “el d em o n io de las com paraciones”, atribuida a finales del
siglo xix a José Rizal, el padre d e la in d ep en d en cia filipina.
1 0 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

y “políticas de la etnicidad" (politics of ethnicily). P ara ello, tal com o


analizamos en el capítulo 2, A nderson identifica dos tipos de series
producidas p o r el im aginario m o d e rn o de la com unidad. P or un
lado, las series de adscripción abierta ( unbound series) que se corres­
p o n d en con los conceptos universales p ropios de la teo ría social
m oderna: naciones, ciudadanos, revolucionarios, burócratas, traba­
jadores, intelectuales, etc. P or o tro lado, las series de adscripción
cerrada ( bound series) de la g u b ern am en talíd ad , que rem iten a los
grupos de población p roducidos p o r los censos y p o r los sistemas
electorales m odernos. Las series abiertas se im aginan y se n arra n
p o r m edio de los in stru m en to s clásicos del “capitalism o de im ­
p ren ta ”, com o los periódicos y las novelas, que p erm iten a los indi­
viduos im aginarse a sí mismos com o m iem bros de solidaridades
que van más allá del contacto inm ediato, actu ar en n o m b re de es­
tas solidaridades y su p erar los lím ites im puestos p o r las prácticas y
costum bres tradicionales. Las series abiertas son p o tencialm ente li­
bertadoras. Para ilustrar este p u n to , A nderson recoge la siguiente
cita de la novela de Pram odeya A nanta Toer, D ia Jang Menjerah, que
describe el m o m en to de em ancipación ex p erim en tado p o r u n o de
los personajes:

Es conocida la sociedad en que ella estaba ingresando. H a­


bía hallado un círculo de conocim ientos m ucho más am ­
plio que el círculo de sus herm anos, herm anas y padres.
Ocupaba, ahora, una posición definida en aquella sociedad:
como una mujer, como una mecanógrafa en una oficina gu­
bernamental, como u n individuo libre. Se había convertido
en un nuevo ser hum ano, con una nueva com prensión, con
nuevas historias que contar, con nuevas perspectivas, nuevas
actitudes, nuevos intereses: novedades que ella debía
adap tar y ensam blar a sus conocimientos.3

3 Citado e n B e n e d ict A n d erson, The Spectre, op. cit., p. 41.


LA U T O P ÍA DE A N D E R S O N ÍO Q

Las series cerradas, en cambio, solam ente pueden operar com o ente­
ros: así, para cada categoría de clasificación, u n individuo sólo vale
com o u n o o com o cero, nunca com o u n a fracción, lo que a su vez sig­
nifica que todas las filiaciones parciales o mixtas quedan excluidas.
U na persona puede ser blanca o no blanca, m usulm ana o no musul­
m ana, m iem bro de u n a tribu o ajeno a ella, n u nca parcial o contex-
tualm ente integrante de u n a de estas categorías. Las series cerradas,
sugiere A nderson, son lim itadoras e in h eren tem en te conflictivas
(opuestas unas a otras), y sirven com o fundam ento para gen erar las
herram ientas de las políticas de la etnicidad.
N o estoy seguro de que la distinción e n tre las series cerradas y
abiertas, a p esar de su ap arien cia de precisión m atem ática, sea la
m an era ap ro p iad a de d escribir las diferencias e n tre las m odalida­
des políticas q u e A nderson q u iere destacar. N o está claro p o r qué
las “abiertas” series de la im aginación nacionalista no p u ed en , bajo
condiciones específicas, p ro d u c ir categorías cerradas y factibles de
contabilizar. Al explicar las series abiertas, A nderson señala que
son éstas las que “h acen de las N aciones U nidas u n a institución
norm al y n o paradójica”.4 Pero seguram ente, en cualquier m om ento
dado, las Naciones Unidas tendrán únicam ente u n núm ero concreto
de miembros. Esto ocurre porque, con sus procedim ientos explícita­
m ente establecidos y su criterio de m em bresía, la im aginación de lo
que es una nación ha sido reducida al ám bito institucional de lo gu­
bern am en tal. P or p o n e r o tro caso, si p o r revolucionarios e n te n d e ­
m os a quien es son m iem bros de p artid o s políticos de esa te n d e n ­
cia, en to n ces el n ú m e ro de revolucionarios en u n país, o au n en
todo el m u n d o , tam bién será finito y factible de contabilizar, de la
misma form a que un censo reclam a proveer una cifra exacta acerca
de, digamos, el núm ero de indios en India. Tam poco está claro en
qué sentido las series de lo gubernam ental están “cerradas”. La serie
para cristianos o personas de habla inglesa en el m undo es, en princi­
pio, abierta, debido a que p o r cada total que nosotros contam os hoy,

4 Ibid., p. 29.
1 Í O LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

uno más puede agregarse m añana. Pero, p o r supuesto, la serie es facti­


ble de contabilizar com o una serie de enteros positivos, pues en cual­
quier p u n to dado en el tiem po tal con ju n to c o n te n d rá u n núm ero
concreto de m iem bros.
Algunos años atrás, Ben A nderson m e p re g u n tó qué pensaba yo
acerca de la idea de H egel sobre el "infinito negativo”. D ebo adm i­
tir mi confusión an te la su gerencia de que u n a observación un
tanto extrañ a de u n filósofo alem án m u erto hacía tanto tiem po p u ­
diera dem an d ar algún tipo de respuesta m oral p o r m i parte. Luego
de releer cuidadosam ente la “lógica de la serialidad” de A nderson,
p u ed o ver ah o ra lo que se m e solicitaba. Las series contables pero
infinitas, al estilo de u n a secuencia de en tero s positivos, que es la
form a básica de conteo usada p o r los sistemas g u bernam entales, ta­
les com o el censo, tien en , p a ra A nderson, el m ism o estatus filosó­
fico dudoso que les atrib u ía Fíegel. Al in te n ta r describir el cam bio
o “el desenvolvim iento” p o r m edio de u n a secuencia de cantidades
finitas, que es lo que la lógica estadística de lo g u b ernam ental debe
pretender, no es posible trascender lo finito, y la operación realizada
se limita entonces a o p o n er u n finito contra otro: u no sim plem ente
reaparece en la form a de otro.

La progresión hacia la infinidad n u nca va más allá de una


declaración de la contradicción co ntenida en lo finito, es
decir, que está en lo u no así como en lo otro. Ello establece,
con u n a repetición infinita, la alternación entre estos dos
térm inos, en donde el u no llama al otro.5

Este es el “infinito equivocado o negativo”. H egel hace un com en­


tario fulm inante sobre aquellos que tratan de c o m p ren d er el carác­
ter infinito del espacio o del tiem po siguiendo, de esta m anera, la
progresión sin fin de cantidades finitas:

5 G. W. F. H e g e l, Encyclopaedia of the Philosophical Sciences, Parte I.


Traducida p or W illiam W allace, O xford, C larendon, 1975, p. 137.
LA U T O P ÍA DE A N D E R SO N 111

En el intento de contem plar tal infinito, o de pensarlo, tal


com o nosotros estamos com únm ente informados, debe
hundirse agotado. Es verdad, ciertam ente, que nosotros de­
bem os ab an d o n ar la contem plación sin fin, sin embargo,
no p o rq u e la ocupación sea dem asiado sublime, sino por­
que es dem asiado tediosa. Es tedioso explayarse en la con­
tem plación de esta progresión infinita, porque la misma
cosa está constantem ente repitiéndose. Nosotros ponem os
un límite: después lo pasamos: y luego tenem os un límite
u na vez más, y así para siempre. Todo esto no es sino una al­
ternación superficial, la cual nunca deja atrás la región del
finito.6

El verdadero infinito, p o r contraste, no niega simplem ente un finito


m ediante su opuesto, sino que tam bién niega a este otro y, al hacerlo,
“regresa a sí m ism o”, volviéndose autorreferencial. La verdadera infi­
nidad no establece u n abismo entre este-m undo finito y otro-m undo
infinito. Más bien expresa la verdad del finito, el cual, para Hegel, es
el ideal. Encapsula en su ideal la infinita variabilidad de lo finito.
No he traído a colación este obtuso pun to hegeliano simplemente
para oscurecer la distinción en tre las series cerradas y abiertas sobre
la que A nderson sustenta su argum ento acerca de la bondad relativa
del nacionalism o y la com pleta inm undicia de las políticas de la etni-
cidad. P or el contrario, pienso que la idea de Hegel sobre el infinito
verdadero es u n ejem plo del tipo de pensam iento crítico universalista
característico de la Ilustración, que A nderson está interesado en pre­
servar. Es la m arca de lo g enuinam ente ético y efectivamente (uso
esta palabra con sincera adm iración) noble en su trabajo.
El infinito verdadero de Hegel, com o he dicho, es sólo un ejemplo.
U no puede encontrar posiciones similares en Kant y (al menos en sus

6 Ibid., p. 138. H e g e l h a ce u n uso esp e c ífic o d e su d istin ció n en tre


e l in fin ito v erd ad ero y el in fin ito falso para criticar el argu m en to
d e F ichte so b re la valid ez leg a l y m oral d e un con trato.
112 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

lecturas estándares) en Marx. E nfrentado con las evidencias innega­


bles del conflicto histórico y el cambio, su anhelo pasa por afirm ar un
universal ético que no niegue la m ultiplicidad de los deseos y valores
hum anos y que no los eche a un lado como indignos o efímeros, sino
que más bien los abarque e integre, com o el verdadero sustento his­
tórico sobre el cual este universal ético debe edificarse. M ucha sangre
filosófica fue derram ada en el siglo xix sobre las versiones idealista y
m aterialista de esta aspiración y sobre cuál de ellas era la más cer­
tera. Después, pocos to m aro n esos debates en serio. Sin em bargo,
du ran te el siglo XX, a m edida que las ciencias y tecnologías de la gu-
bernam entalidad esparcían sus tentáculos p o r todo el m undo habi­
tado, el pensam iento crítico filosófico giró hacia la cuestión del univer­
salismo ético y el relativismo cultural. El creciente fortalecimiento de las
políticas nacionalistas anticoloniales, a m ediados de ese siglo, contri­
buyó al reconocim iento de este problem a. Aun cuando los éxitos mis­
mos del nacionalismo tam bién pudieron h a b e r conducido a la espe­
ranza quim érica de que los conflictos culturales eran sim plem ente los
signos superficiales del proceso de producción de u n a m odernidad
más rica y más universal, la descolonización, sin em bargo, fue muy
pronto seguida p o r la crisis del Estado en el Tercer M undo. Las gue­
rras culturales se identificaron con el chauvinismo, el odio étnico y
los regím enes cínicam ente m anipuladores y corruptos. Por todo ello,
las aspiraciones y anhelos del nacionalism o se vieron incurablem ente
contam inados p o r las políticas de la etnicidad.
Ben A nderson se ha negado a aceptar este diagnóstico. C ontinúa
creyendo que las políticas del nacionalism o y las de la etn icid ad
surgen en lugares d iferentes, crecen gracias a n u trie n tes específi­
cos de cada uno, se m ueven a través de redes distintas, m ovilizan
sentim ientos diferen tes y pelean p o r causas diversas. A diferencia
de m uchos otros d e n tro de la academ ia occidental, se ha negado a
calm ar la m ala conciencia liberal con el bálsam o del m ulticultura-
lismo. Igualm ente, ha persistido en u n a crítica abierta contra los ob­
tusos desarrollistas de la escuela “realista”, cuyas recetas para los pa­
íses del Tercer M undo fluyen de u n cínico doble rasero que dice
L A U T O P ÌA DE A N D E R S O N 113

“ética p ara nosotros, eco n o m ía p ara ellos”. A nderson cierra The


Spectre of Comparisons con u n evocativo listado de algunos de los ideales
y aspectos sensibles del nacionalism o y rem arca:

Hay algo de valor en todo esto, p o r raro que pueda parecer


[...] Cada u n o de nosotros siente, de u n a m anera diferente
pero relacionada, que, no im porta qué crím enes un go­
bierno de u n a nación com eta y aun cuando su ciudadanía
lo apoye, mi país es, en últim a instancia, bu en o . En estos
ajustados tiem pos de fin de m ilenio, ¿puede tal bondad ser
desechada?7
\

¿Idealista? Creo que no tiene dem asiado sentido hacer esta pregunta,
especialm ente cuando sabemos que A nderson, más que nadie en los
últim os años, h a inspirado el estudio de los instrum entos m ateriales
de la literatura y de la producción cultural que hacen posible la ima­
ginación de las com unidades políticas m odernas en, virtualm ente, to­
das las regiones del m undo. ¿Romántico? Tal vez, pero desde luego
m ucho de lo que es bueno y noble en el pensam iento social m oderno
ha tenido su origen en impulsos rom ánticos. ¿Utópico? Sí. Y ahí yace,
creo yó, su principal problem a teórico y político. Esta es la principal
fuente de mi desacuerdo con A nderson.

II

Tal como planteamos en el capímlo 2, la corriente dom inante en el pen­


samiento histórico m oderno imagina el espacio social de la contem po­
raneidad como si estuviese distribuido en un tiem po hom ogéneo vacío.
Un m arxista lo llam aría “el tiem po del capitalism o”. En este punto,
A nderson adopta la form ulación de W alter Benjam ín, utilizándola

7 B en ed ict A n d erson, The Spectre, op. cit., p. 368.


114 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

para dem ostrar de m anera lúcida las posibilidades m ateriales de for­


mas anónim as de sociabilidad que se configuran y se difunden por la
experiencia sim ultánea de la lectura de la prensa escrita o al acom pa­
ñar las vidas privadas de los personajes populares de ficción (en par­
ticular de las novelas). Es esta sim ultaneidad experim entada en el
tiempo hom ogéneo vacío la que nos perm ite identificar categorías de
econom ía política tales co m o precios, salarios, mercados, etc. El tiem po
hom ogéneo vacío es el tiem po del capitalismo. D entro de su dom i­
nio, éste no contem pla ninguna resistencia a su libre movilidad.
C uando encuentra u n im pedim ento, lo interp reta como un residuo
precapitalista o prem oderno. Tales resistencias al capitalismo (o a la
m odernidad) son interpretadas como rem anentes de un pasado supe­
rado que sin embargo, por algún motivo, persiste. Al imaginar el capi­
talismo (o la m odernidad) como u n atributo propio de la contem pora­
neidad, esta perspectiva no sólo logra im pugnar las resistencias que se
le enfrentan como arcaicas y atrasadas: tam bién garantiza al capita­
lismo y a la m odernidad su triunfo final, al margen de las creencias y es­
peranzas contrarias que algunas personas pudieran tener, porque a fin
de cuentas, como todos saben, el tiempo no se detiene.
Sería u n tanto tedioso sum ar ejem plos de este tipo de pensa­
m iento progresivo historicista. Es posible en co n trarlos esparcidos
en toda la literatura histórica y sociológica de, p o r lo m enos, el úl­
tim o siglo y m edio. Pero quisiera citar aquí el ejem plo de un histo­
riador m arxista que fue con justicia aplaudido p o r su visión antirre-
duccionista de la capacidad de acción (agency) de los sujetos
históricos y que u n a vez encabezó u n am argo debate contra el pro­
yecto althusseriano de escribir un a “historia sin tem a”. En un famoso
ensayo sobre el tiem po y la disciplina del trabajo en la era del capi­
talismo industrial, E. P. T hom pson habló de la p érdida, inevitable
para los trabajadores de todo el m undo, de los hábitos de trabajo
precapitalistas:

Sin la disciplina del tiempo no tendríam os la perenne ener­


gía del hom bre industrial. Ya sea que provenga del meto-

I
L A U T O P ÍA DE AN D E R SO N 115

dismo, del estalinismo o del nacionalismo, esta disciplina


llegará al m undo en desarrollo.8

Creo que A nderson tiene u n a visión similar de la política m oderna


como algo que pertenece de m anera implícita al corazón mismo del
tiem po en el cual vivimos. Es inútil compartir, simpatizar o incluso
dar crédito a los esfuerzos para resistir su dom inio. En Comunidades
imaginadas, escribió sobre las formas modulares de nacionalismo des­
arrolladas en América, en Europa y en Rusia, que posteriorm ente es­
tuvieron disponibles para su reproducción por parte de los naciona­
lismos anticoloniales de Asia y Africa. En The Spectre, habla a m enudo
de la

rem arcable propagación planetaria, no simplem ente del


nacionalism o, sino de una concepción profundam ente es­
tandarizada de la política, que en parte refleja las prácticas
diarias enraizadas en la civilización industrial, que ha susti­
tuido al cosmos para darle paso al m undo.9

Dicha concepción requiere previam ente la idea de u n m undo único


en esencia, para hacer posible que u n a actividad com ún llamada po­
lítica pueda ser reconocida por todas partes. La política, en este sen­
tido, se instala en el tiem po hom ogéneo vacío de la m odernidad.
No com parto este enfoque, p o rq u e la problem ática del capita­
lismo y la m odernidad es abordada desde u n a sola perspectiva. Esta
concepción observa únicam ente u n a dim ensión del espacio-tiempo
de la vida m oderna: p ara decirlo con más claridad, las personas so­
lam ente p u e d e n imaginarse a sí mismas en u n tiem po hom ogéneo
vacío, no es que vivan en él. El espacio tiem po hom ogéneo vacío es

8 E. P. T h o m p so n , “T im e, W ork-Discipline and Industrial Capitalism”,


en Custonis in Common, Londres, P enguin, 1991, pp. 352-403. Hay
traducción al castellano: E. P. T h om p son , Costumbres en común,
Barcelona, Crítica, 2000.
9 B en ed ict A n d erson, The Spectre, op. cit., p. 29.
1 1 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

el tiem po utópico del capital. L inealm ente conecta el pasado, el


presente y el futuro, y crea la condición de posibilidad para todas
aquellas im aginaciones historicistas de la identidad, la nacionali­
dad, el progreso, etc., que A nderson, ju n to con otros, nos han h e­
cho conocer. Pero el tiem po hom ogéneo vacío no está ubicado en
parte alguna en el espacio real: es utópico. El espacio real de la
vida m od ern a es u n a h e te ro to p ía (debo reco n o cer aquí mi deuda
con Michel Foucault). El tiem po real es h etero g éneo, desigual­
m ente denso. No todos los trabajadores industriales interiorizan la
disciplina de trabajo del capitalism o, e incluso cuando lo hacen,
esto no ocurre de la misma m an era en todos los casos. Tam poco la
política significa lo m ism o p ara todas las personas. Ig norar esto es,
según creo, desechar lo real p o r lo utópico.
Obviamente, podría defender m ejor este argum ento apelando a
ejemplos tomados del m undo poscolonial. Estos casos se encuentran
aquí más que en cualquier otra parte del m undo m oderno, y con tanta
nitidez y frecuencia que uno podría demostrar, casi con la inmediatez
de lo palpable, la presencia de un tiempo denso y heterogéneo. En el
mundo poscolonial se puede observar a los empresarios que dem oran
el cierre de un negocio porque no consultaron aún con sus astrólogos.
O a trabajadores industriales que no tocarán una nueva m áquina hasta
que no haya sido consagrada con los ritos religiosos apropiados. O a
electores que se prenderán fuego para llorar la derrota de su líder favo­
rito. O a ministros que abiertamente se jactan de haber conseguido em­
pleos para las personas de su clan y haber excluido a los miembros de
otro clan. Pero postular que estas situaciones son el producto de la con­
vivencia de varios tiempos -e l tiempo de lo m oderno y los tiempos de
lo prem odem o- supondría únicamente ratificar el utopismo propio de
la m odernidad occidental. Yo prefiero definir esta situación como el
tiempo heterogéneo de la m odernidad. Y agregaría que el m undo pos-
colonial, fuera de Europa occidental y América del Norte, constituye
en realidad la mayoría del m undo m oderno.
Volvamos a la distinción planteada por Anderson entre naciona­
lismo y políticas de la etnicidad. El admite que las “series cerradas” de
L A U T O P ÍA DE A N D E R S O N 117

la giibernamentaliclad pueden crear un sentido de com unidad, del


cual, precisam ente, se alim entan las políticas de la identidad étnica.
Pero este sentido de com unidad es ilusorio. En los censos imaginados
“gracias al capitalismo, a la m aquinaria del Estado y a las matemáticas,
los cuerpos integrales se hacen idénticos, y de esta m anera serialmente
agregables en form a de com unidades fantasmas”.10 Por contraste, las
“series abiertas” del nacionalismo, según se deduce, no necesitan con­
vertir a los miembros individuales libres de la com unidad nacional en
enteros agregables. Pueden im aginar la nación como habiendo exis­
tido en form a idéntica desde el alba del tiempo histórico hasta el pre­
sente, sin requerir de una verificación de su identidad a la m anera del
censo. Pueden, también, experim entar la sim ultaneidad de la imagi­
nada vida colectiva de la nación, sin im poner un criterio rígido y arbi­
trario de membresía. En estas condiciones, ¿pueden estas “series abier­
tas” existir en alguna parte, excepto en el espacio utópico?
Asumir estas “series abiertas” mientras se rechaza las “cerradas” es,
de hecho, imaginar el nacionalismo como exento o al m argen de la gu-
bernam entalidad m oderna. ¿Qué políticas m odernas podem os tener
que no estén vinculadas al capitalismo, a la maquinaria del Estado o a
las matemáticas? El m om ento histórico que Anderson parece intere­
sado en preservar es el m om ento del nacionalismo clásico. Refirién­
dose a las políticas étnicas actuales en Estados U nidos y en otros anti­
guos Estados-nación, las denom ina (tal vez pasando por alto la
profunda ambivalencia moral de las caracterizaciones de Dostoievski)
“un bastardo Smerdiakov del Dimitri Karamazov del nacionalismo clá­
sico”. 11 C uando A nderson rechaza el “nacionalism o de larga distan­
cia” de los irlandeses americanos, p o r estar tan alejado del que corres­
pondería al “verdadero” irlandés, ignora el h echo de que “Irlanda",
en esta argum entación, sólo existe verdaderam ente en un espacio
utópico, dado que el ámbito real de esta política es la heterotopía de
la contem poránea vida social americana.

10 Ibid., A nderson, The Spectre, p. 44.


11 Ibid., p. 71.
1 1 8 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

La posición de A nderson al o p o n er nacionalism o y políticas de la


etnicidad puede ser interpretada a partir de la distinción entre sobe­
ranía popular, enaltecida en la ecuación clásica del nacionalismo
como el vínculo entre las personas y la nación, y la gubernam entali-
dacl, según ésta se fue desarrollando en la práctica durante la se­
gunda m itad del siglo xx. Pero ¿cómo debem os nosotros entender
esta oposición? ¿Como u n a oposición entre el bien y el mal? ¿Entre
algo que debe ser preservado y algo de lo que se debe abjurar? ¿O de­
bemos decir, siguiendo el curso de la m odernidad capitalista del siglo
xx, que la oposición entre la soberanía popular y la gubernam entali-
dad expresa u n nuevo conjunto de contradicciones, en un orden ca­
pitalista que ahora tiene que m an ten er el dom inio de clase bajo las
condiciones de la dem ocracia de masas?
Reafirmar la política utópica del nacionalismo clásico, según creo,
ha dejado de ser rentable. O, m ejor dicho, no creo que ésta siga
siendo u n a opción disponible en el m arco teórico del m undo posco-
lonial. En este punto, voy a introducir u n breve com entario sobre la
perspectiva de Anderson acerca de las comparaciones.
A nderson comienza The Spectre of Comparisons reseñando una expe­
riencia de 1963, cuando actuó com o in térp rete improvisado de un
discurso de Sukarno, en el cual el presidente indonesio elogió a Hi-
tler por hab er sido tan “hábil” para despertar los sentimientos patrió­
ticos de los alemanes. A ludiendo a los ideales del nacionalismo, An­
derson señala:

Sentí algo de vértigo. Por prim era vez en mi joven vida ha­
bía sido invitado ver mi E uropa a través de u n telescopio
invertido. Sukarno [...] era perfectam ente consciente de
los horrores del gobierno de Hitler. Pero parecía que des­
estimaba esos horrores [...] con la misma distancia desde la
cual mis profesores de escuela habían hablado de Genghis
Khan, de la Inquisición, de N erón o de Pizarro. Iba a ser
difícil, a partir de ahora, pensar en “m i” H itler de la vieja
m anera.
L A U T O P ÍA DE A N D E R SO N 1 19

Esta “doble m irada”, “a través de un telescopio invertido”, es lo que An­


derson, tom ando el térm ino prestado de José Rizal, tan felizmente ha
llamado “el dem onio de las comparaciones”. Esta experiencia lo forzó
a mirar “su” Europa y a “su” Hitler a través de los ojos y la mente de Su-
karno, tal como el propio Sukamo había aprendido a ver Europa a tra­
vés de los ojos y las mentes de sus profesores alemanes. Se trata de la vi­
sión crítica propia de u n antropólogo, que no reniega de la perspectiva
de u n relativismo fundam ental en cuanto a las visiones del m undo. El
trabajo de Ben Anderson, incluyendo todos los ensayos contenidos en
este libro, es un grandioso ejemplo de su lucha por encarar esta doble
mirada. Una lucha llevada a cabo, en este caso, con una aguda destreza
analítica, comprensión intelectual e integridad política.
Lo que Anderson parece no reconocer es que, como comparativis-
tas, al m irar el m undo del siglo xx, la perspectiva de los indonesios
nunca podrá ser sim étrica a la m irada de los irlandeses. La visión
comparativa de uno no es la im agen del espejo del otro. El universa­
lismo, que en el caso de A nderson está disponible para ser refinado
y enriquecido a través de su práctica antropológica, nunca podrá es­
tar disponible para Sukarno, a pesar del poder político que haya po­
dido acum ular como líder de una im portante nación poscolonial. El
ideal universalista, al que pertenece A nderson com o parte de la
misma herencia que le perm ite decir “mi Europa”, puede continuar
abarcando a sus otros a m edida que se evoluciona desde los antiguos
constreñim ientos nacionales hacia el nuevo estilo de vida cosmopo­
lita. Para quienes no p ueden decir “mi Europa”, la elección parece li­
mitarse a perm itir ser abarcado d en tro dé las hibridaciones globales
cosmopolitas, o bien a caer dentro de las detestables particularidades
étnicas. Para Anderson, y para otros com o él, defender el universa­
lismo del nacionalismo clásico es todavía un privilegio éticamente le­
gítimo. Para quienes viven en naciones poscoloniales fundadas por la
generación de Bandung, trazar u n a ruta que conduzca fuera de am­
bos (tanto del cosmopolitismo global como del chauvinismo étnico) sig­
nifica necesariamente ensuciarse las manos en el complicado mundo de
las políticas de la g u bernam entalidad. Las asimetrías producidas y
1 2 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

legitimadas p o r los universalismos del nacionalism o clásico no han


dejado espacio para ninguna elección éticam ente ingeniosa. Incluso
los absurdos patrióticos de las com unidades diaspóricas, que a Ander­
son tanto le disgustan, aparecerán, bajo este prisma, m enos como
ejemplos de nacionalismo perverso que como ejemplos de un cosmo­
politismo fracasado.
Me parece necesario retom ar una situación, ya descripta en el capí­
tulo 2, que considero especialm ente reveladora: en un reciente en­
cuentro en u n instituto de investigación de India, después de que un
distinguido panel de académicos y políticos hubiera lam entado el de­
clive de los ideales universalistas y de los valores morales en la vida na­
cional, un activista dalit, la casta inferior en la sociedad india, se pre­
guntó por qué los intelectuales liberales e izquierdistas eran tan
pesimistas respecto de hacia dónde se estaba moviendo la historia a fi­
nales del siglo xx. Hasta donde él podía ver, la últim a m itad del siglo
xx había sido el periodo más brillante de toda la historia de los dalits,
que habían dejado atrás las peores consecuencias de su intocabilidad,
se habían movilizado políticam ente como com unidad, y estaban esta­
bleciendo alianzas estratégicas con otros grupos oprim idos, para lo­
grar al menos una fracción del p oder gubernam ental. Todo esto ha­
bía podido suceder gracias a que las condiciones de la dem ocracia de
masas habían abierto la posibilidad a los representantes de los grupos
oprimidos, organizados en mayorías electorales, para diluir progresi­
vamente los bastiones de privilegio de las castas dom inantes. Los pa-
nelistas se callaron ante esta apasionada intervención, aunque a uno
o dos aún se les podía oír m urm urando algo acerca de la inevitable
recurrencia al problem a tocquevilliano. Yo salí persuadido, una vez
más, de que es m oralm ente ilegítimo defender los ideales universalis­
tas del nacionalismo sin exigir sim ultáneam ente que las políticas ge­
neradas por la gubernam entalidad sean reconocidas como una parte
igualmente legítima del verdadero tiempo-espacio de la vida política
m oderna de la nación. Si esto no ocurre, las tecnologías guberna­
mentales continuarán proliferando y sirviendo como instrum entos
m anipulables de la clase gobernante en un orden capitalista global.
LA U T O P ÌA DE A N D E R SO N 121

Al tratar de encontrar verdaderos espacios éticos para su actuación, a las


incipientes resistencias levantadas contra ese orden se les puede permi­
tir inventar nuevos términos de justicia política. Por mi parte, como con­
trapunto a lo que pienso que es una visión parcializada de la m oderni­
dad capitalista, sostenida por Anderson, continúo adhiriendo a la
premisa metodológica de Marx:

[...] el capital avanza más allá de las barreras nacionales y de


los prejuicios, también va más allá del culto a la naturaleza, así
como de todas las satisfacciones tradicionales, confinadas,
complacientes, incrustadas de las necesidades presentes, y de
las reproducciones de antiguos modos de vida [...].
Pero del hecho de que el capital sitúe todo lím ite com o
barrera y, p o r lo tanto, se proyecte “id ealm en te” más allá
de ellas, no se deduce que “realm en te” las haya superado,
y, puesto que toda b arrera contradice su carácter, su p ro ­
ducción se mueve entre contradicciones, las cuales son
constantem ente superadas, p ero sólo si están constante­
m ente situadas. La universalidad hacia la cual irresistible­
m ente tiende el capital tropieza con barreras en su misma
naturaleza, que, en cierto estadio de su desarrollo, le per­
m itirá reconocerse a sí mismo com o la mayor b arrera ha­
cia esa tendencia, y p o r lo tanto avanzará más allá de su
propia suspensión.12

12 Karl Marx, Gmndrisse, traducción d e Martín N icolaus,


H arm ondsw orth, P enguin, 1973. Estoy en d eu d a con una lectura
recien te de D ipesh Cliakrabartv, "Two H istories o f Capital”, en D.
Chakrabarty, Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical
Difference, P rinceton, P rinceton University Press, 2000, que m e
recordó esta op ortun a cita de Marx, así co m o el artículo d e E. P.
T h om p son citado anteriorm ente.
F L A C 5 0 - Biblioteca

III. Modernidad, sociedad, política


y democracia
5. La política de los gobernados

Me gustaría comenzar este texto con un rápido viaje por la so­


ciedad política. O, por lo menos, p o r aquellas m anifestaciones de la
sociedad política que me son familiares, pues existen otras muchas re­
alidades d en tro de este m undo de las que apenas sé nada. Nuestra
prim era parada se encuentra ju n to a la vía del tren que atraviesa el
sur de Calcuta, no muy lejos del lugar donde vivo y trabajo. Se trata
de una línea de considerable im portancia. O bservando desde el
puente que la cruza, es posible vislumbrar en la distancia un gran nú­
m ero de edificios residenciales, un lujoso centro comercial y las ofici­
nas de u n a im portante com pañía petrolera. Pero, m irando hacia
abajo, lo que encontram os es u n oscuro m undo de chabolas, con te­
chos irregulares de calamina y adobe, cubiertas p o r lonas sucias, si­
tuadas peligrosam ente cerca de los rieles. Las personas que las habi­
tan han vivido aquí por más de cincuenta años. D urante la década de
1990, algunos de mis colegas del C entro de Estudios en Ciencias So­
ciales de Calcuta, bajo la dirección de Asok Sen, estudiaron este
m u n d o .1 El barrio donde han trabajado se denom ina oficialmente
Colonia Ferroviaria de G obindapur Acceso N úm ero U no y cuenta en
la actualidad con una población aproxim ada de 1.500 personas.
La ocupación perm anente de este espacio data de finales de la dé­
cada de 1940, cuando un pequeño grupo de campesinos del sur de
Bengala, que había perdido sus tierras com o consecuencia de la gran

1 Asok Sen, Life and Labour in a Squalters' Colony, Calcuta, C entre for
Studies in Social Sciences, Occaúonal Papers, n° 138, 1992.
126 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

ham bruna de 1943, llegó a la ciudad en busca de sustento. Posterior­


m ente, miles de nuevos cam pesinos se sum arían a ellos. Estos emi­
grantes de segunda ola provenían del este de Bengala, la región que
entonces se denom inaba Pakistán O riental y actualm ente corres­
ponde a Bangla Desh. Muchos de ellos eran refugiados, producto de
la división de India. A lo largo de la década siguiente, los suburbios
de Calcuta acogieron u n a m area de refugiados que triplicaba la po­
blación original de la ciudad. En su mayoría se establecieron en pro­
piedades públicas y privadas, de m anera ilegal pero con la anuencia
tácita de las autoridades. Porque, en caso contrario, ¿adonde iban a
ir? Estos asentam ientos de refugiados recibieron el nom bre oficial, y
popular, de “colonias”.
Los relatos de los prim eros ocupantes de nuestra colonia ferrovia­
ria parecen provenir de u n asentam iento en tierras de frontera. Cua­
tro o cinco hom bres, encargados de dirigir las operaciones, acabaron
convirtiéndose en líderes del grupo. Ellos organizaban a los nuevos
pobladores, distribuían los lotes de tierra, ayudaban en la construc­
ción de cabañas y barracas, etc. Tam bién eran los encargados de co­
brar el alquiler a los nuevos ocupantes. Adhir Mandal y H arén M anna
eran dos de estos hom bres clave en la historia de la colonia hasta m e­
diados de la década de 1970.2 Ambos habían establecido conexiones
con el Partido Comunista, p o r entonces una fuerza de oposición en
ascenso, con amplio apoyo entre los refugiados asentados en la ciu­
dad. Desde su posición, hacían frente a las autoridades ferroviarias, a
la policía y a otras agencias gubernam entales, actuando siempre en
nom bre de la colonia. Adhir Mandal poseía cerca de doscientas chabo­
las en alquiler y era conocido en esa época como el zamindar de la colo­
nia ferroviaria, el dueño del lugar. A pesar de encontrarse vinculados a
la organización, los líderes del Partido Com unista dicen ahora que
A dhir y algunos otros líderes expresaban “nocivos intereses locales”.

2 Por razones obvias, los verdaderos nom bres de los ocu p an tes han
sid o m odificad os en este trabajo.
LA P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 127

Se com portaban como tiranos [...] estaban mezclados en


fraudes m ezquinos y en extorsiones. A dhir era muy listo
[...] H arén Manna, con frecuencia, robaba parte del dinero
que recolectaba para el partido. Nosotros hacíamos la vista
gorda, porque era difícil encontrarle un sustituto [...] ¿Cómo
podíam os esperar en c o n tra r en la colonia u n a persona
hon esta con el liderazgo e iniciativa de Harén?

Cada cierto tiempo, las autoridades ferroviarias trataban de expulsar


a los ocupantes, reclam ando la propiedad del suelo donde se asenta­
ban. En 1965 se intentó levantar un m uro para cercar la zona. En res­
puesta a ello, los pobladores se constituyeron como muralla humana,
con las m ujeres al frente, e im pidieron el paso a los camiones que
transportaban los m ateriales de construcción. D urante la em ergen­
cia, en 1975, se produjo la amenaza más seria. Algunas viviendas fue­
ron totalm ente demolidas po r tractores. Para evitar que continuara la
dem olición, los habitantes de la colonia ferroviaria acudieron a un
m iem bro del parlam ento estatal, integrante del Partido Comunista
prosoviético, en ese m om ento aliado coyuntural del Partido del Con­
greso de Indira Gandhi, para que intercediera ante la Primera Minis­
tra, y así lograron disuadir a las autoridades ferroviarias de llevar a
cabo su em peño. La am enaza pasó.
Esta narración no sorprenderá a quienes han leído sobre el pro­
ceso de movilización política derivado de la consolidación de la de­
mocracia electoral en la India poscolonial. Existen centenares de re­
latos similares, procedentes de m últiples ciudades y aldeas de toda
India. Estos sucesos han sido explicados en un marco teórico que in­
sistía en la existencia de relaciones de clientelismo entre los potencia­
les votantes y los líderes locales de las distintas facciones. Un ele­
m ento singular, en nuestro caso, sería la presencia del Partido
Comunista. Se trataba, en esa época, de u n partido profundam ente
ideológico, basado en una militancia muy comprometida. Pero, como
se percibe en las declaraciones antes reproducidas, provenientes de
un líder partidario, tam bién en el caso del PC prim aban muchas veces
1 2 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

arreglos de conveniencia, que favorecían a todos los implicados. El


partido nunca sostuvo que A dhir Mandal o H arén M anna fuesen re­
volucionarios com unistas capaces de movilizar al pueblo para la ac­
ción política. Sin embargo, tampoco se trata, todavía, de la “sociedad
política”, tal como la quiero describir en este artículo.
Las cosas com ienzan a cam biar a partir de la década de 1980. Ad­
hir Mandal, el llam ado zamindar, había m uerto. En 1983 asistimos a
un nuevo intento de las autoridades ferroviarias p o r cercar el asenta­
miento. O tra vez, los pobladores se organizan para resistir. Ahora te­
nían un nuevo líder, u n personaje sorprendente, llam ado “el maes­
tro” por haber com pletado sus estudios prim arios al otro lado de la
calle, fuera de la colonia ferroviaria. A unque ni siquiera había reci­
bido enseñanza secundaria, Anadi Bera enseñaba a los niños pobres
de los alrededores a leer y escribir. Era, además, u n personaje popu­
lar, entusiasta del teatro, que organizaba espectáculos jatra (forma de
teatro al aire libre muy popular en Bengala) en los cuales actuaba.
Fue precisam ente a través de sus actividades teatrales como entró en
contacto con los habitantes de la colonia ferroviaria. Poco después,
debido a problem as que no nos incum ben, alquiló una barraca y se
m udó a la colonia.
Anadi Bera fue el principal organizador de la resistencia de los
ocupantes en 1983. En 1986 fundó u n a nueva asociación de los habi­
tantes de la colonia, la ja n a Kalyan Samiti (Asociación para el Bienes­
tar del Pueblo), con el objetivo de inaugurar un centro de salud y una
biblioteca. Funcionarios municipales, líderes de partidos políticos,
oficiales de la comisaría de la policía local y prom inentes habitantes
de clase m edia de los barrios vecinos eran regularm ente requeridos
para aportar fondos a la asociación o para participar en sus activida­
des. En aquellos años, el G obierno había iniciado u n amplio pro­
grama de salud y educación para los niños de las barriadas urbanas
marginales, denom inado Esquema de Desarrollo Integrado del Niño
[ i c d s , p o r sus siglas en inglés]. Por iniciativa de Anadi Bera, el i c d s

abrió una unidad de cuidado infantil en la colonia ferroviaria, ubicada


en la oficina de la asociación. El i c d s ayudaba a enfrentar enfermedades
LA P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 129

como la poliomelitis, la tuberculosis y el tétanos, ofrecía un aporte ali­


m enticio diario y proporcionaba una guardería y personal capacitado
para aconsejar a los padres sobre el control de la natalidad. Igual­
m ente, estaba encargado de m antener un registro detallado de los in­
gresos, el consumo y el estado de salud de cada familia de la colonia.
El i c d s es un ejemplo de cómo los habitantes de nuestra colonia de
otupantes consiguieron organizarse para ser identificados como un
grupo de población singular, distinto de los demás, que podía y debía
recibir los beneficios de u n program a gubernam ental concreto. Pero
éste no es el único ejemplo. La asociación dem ostró su funcionalidad
para lidiar con otras agencias gubernamentales, con la autoridad ferro­
viaria, las autoridades policiales o municipales, con ong, líderes y par­
tidos políticos, etc. Si alguien pregunta cómo la colonia obtuvo la elec­
tricidad, al constatar que los ventiladores y los televisores abundan en
los barracones, los habitantes son generalm ente evasivos. Por lo menos,
así era durante el tiempo del trabajo de campo del profesor Asok Sen.
Es posible que, en este caso concreto, las conexiones eléctricas tengan
un origen ilegal, pero en muchas ciudades india s las compañías eléctri­
cas, enfrentadas al persistente robo de electricidad y a la dificultad le­
gal para reconocer a los ocupantes ilegales como legítimos consum i­
dores individuales, negociaron soluciones de alquiler colectivo con
asentam ientos ilegales, representados como grupo de población por
asociaciones similares a esta que hem os descrito. Más allá de este
caso, encontram os todo u n conjunto de soluciones paralegales uti­
lizadas para ofrecer servicios a grupos de población cuya vivienda y
formas de vida no se ajustaban a la legalidad. A finales de la década
de 1980 la colonia, de hecho, obtuvo u n a conexión eléctrica legal, a
través de seis m edidores com unitarios organizados p o r su Asocia­
ción de Bienestar. No solam ente eso: desde 1996 los habitantes tie­
nen acceso a conexiones eléctricas individuales. La autoridad m uni­
cipal tam bién sum inistra agua y m antiene letrinas públicas. Todo
esto en un terren o público ocupado ilegalm ente, a u n a distancia de
tan sólo u n o o dos m etros de los rieles de la vía del tren. Pero sigo
adelante con mi relato.
13 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

El elem ento crucial de esta historia es el esfuerzo de nuestros ocu­


pantes p o r buscar y o b ten er su reconocim iento como un grupo de
población singular, susceptible de convertirse, desde el punto de vista
de la gubernam entalidad, en u n a categoría em pírica funcional para
definir e im plem entar políticas públicas. Pero es igualm ente im por­
tante resaltar que en este proceso los pobladores se vieron obligados
a reinventar su identidad colectiva, dotándola de u n carácter moral
que antes no poseía. Este es u n elem ento crucial de la política de los
gobernados: “revestir la form a em pírica de u n grupo de población
(tal o cual asentamiento, por ejemplo) con los atributos morales de una
com unidad”. En el caso de nuestra colonia ferroviaria, no existía nin­
guna forma de identidad com unitaria previa que estuviera disponible.
Algunos pobladores provenían del sur de Bengala, otros de Pakistán
Oriental, la actual Bangla Desh. Pertenecían a diferentes castas medias
y bajas, e incluían también una presencia dispersa de castas altas. Una
investigación realizada a m ediados de los años noventa descubrió
que el 56 p o r ciento de los habitantes del asentam iento pertenecía a
las “castas registradas” (Scheduled Costes), categoría legal que acoge a
las antiguas castas intocables, favorecidas p o r las políticas estatales de
acción afirmativa. El cuatro p o r ciento pertenecía a las “tribus regis­
tradas” (Scheduled Tribes)y el resto integraba otras castas hindúes.3 La
com unidad, tal com o existe hoy, fue construida a p artir de cero.
Cuando los líderes de la asociación hablan acerca de la colonia y sus
luchas, no hablan de intereses com partidos p o r m iem bros de una
simple asociación. Al contrario, ellos describen la com unidad en tér­
minos más conmovedores, cercanos a los de u n parentesco com par­
tido. La m etáfora más com ún es la de la familia. “Somos todos una
gran familia”, dijo Ashu Das, un m iem bro activo de la asociación.

3 Investigación coord in ad a por la s a v e r a , una organización n o guber­


n am ental d e p rom oción d el desarrollo que m antien e una escuela
n o form al, un cen tro d e salud y un cen tro d e capacitación e n la
co lo n ia ferroviaria. A gradezco a Saugata Roy por haberm e p erm i­
tido a cced er a esta investigación y co n o cer la evolu ción recien te de
la ocu p ación .
L A P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 13 1

No distinguimos a los refugiados del este de Bengala de


aquellos que vinieron de aldeas de Bengala Occidental. No
tenem os otro lugar para construir nuestras casas, por lo
que hemos ocupado colectivamente estos terrenos por mu­
chos años. Esta es la base de nuestra reivindicación de vi­
vienda propia.

Badal Das, otro poblador, explica la razón de su unidad como fami­


lia. “Estamos fren te a fren te con el tigre”, dice, recu rriendo a una
expresión com ú n en el su r de Bengala, donde hom bres y tigres han
vivido largo tiem po u n o al lado del otro com o adversarios, para re­
ferirse, de form a figurada, a la siem pre presente am enaza de expul­
sión. No es n inguna afinidad biológica preexistente (ni siquiera cul­
tural) la que define a esta familia. Su argam asa es la experiencia
com partida: la ocupación colectiva de u n pedazo de tierra, u n terri­
torio claram ente definido en el tiem po y en el espacio, y la situación
de am enaza bajo la cual esta experiencia se desarrolla. Es notable
observar cómo los habitantes del asentam iento definen los límites
de su así llam ada familia. Estas fronteras de identidad vienen dadas
p o r los lím ites territoriales de la colonia. Ashu Das explica: "al otro
lado del p u en te es otro vecindario. Esa zona queda para sus habi­
tantes. N osotros ño cruzam os las fronteras”. Estos límites son casi
siem pre cruciales a la h o ra de d eterm in ar y articular reivindicacio­
nes: a la h o ra de definir quién p u ede hacerse m iem bro de la asocia­
ción y quién no, quién debe contribuir para las festividades colecti­
vas y quién no, quién p u ed e buscar em pleo como vigilante en los
edificios vecinos y quién no.
Con todo, en el ám bito de la “familia” existe una gran diversidad
interna. Pocos pobladores tienen habilidades especializadas o empleo
estable. La mayoría sale en busca de trabajo tem poral como obreros
en la construcción civil. Las mujeres, p o r lo general, trabajan como
empleadas domésticas en los hogares de clase media de los alrededo­
res y proveen, muchas veces, la mayor parte de la renta familiar. A co­
mienzos de la década de 1990, cuando el estudio se realizó, la renta
13 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

mensual per cápita de los habitantes de la colonia variaba entre tres


y treinta dólares estadounidenses. U na investigación realizada años
después descubrió que más de la m itad de las familias seguía te­
niendo una renta total m ensual inferior a sesenta dólares, situándose
el prom edio del asentam iento en quince dólares. Algunos pobladores
alquilaban las barracas de su propiedad a otros pobladores, todo ello
fuera de la ley, p o r supuesto, ya que nadie tenía ningún título legal.
Pero, entre propietarios e inquilinos, parecía h aber pocos conflictos.
La mayor parte de las disputas entre vecinos (e incluso entre cón­
yuges) se resolvía a través de la asociación, aunque no todos los po­
bladores estaban de acuerdo con este tipo de introm isión. U na m u­
je r que se había m udado a la colonia después de su m atrim onio
señaló que pensaba que sus vecinos eran entrom etidos y dados a la
m aledicencia. Pero, en general, existía u n a activa vida com unitaria
que estaba sustentada en m últiples elem entos: actividades d ep o rti­
vas, la costum bre de asistir a la proyección de program as de televi­
sión o de videos de m anera colectiva, festividades religiosas, etc. La
principal fiesta religiosa organizada p o r la asociación es el culto
anual a la diosa Sítala, cuya historia es muy curiosa. Sus orígenes se
encuentran en la zona rural del sur de Bengala, d o n d e se conside­
raba que curaba la viruela o, al m enos, prevenía su disem inación.
En años recientes, ah o ra que la viruela está erradicada, ha em er­
gido en las barriadas populares de Calcuta com o una diosa que vela
de m anera integral p o r la salud de los niños. Se le rinde culto en
fiestas que duran una sem ana, financiadas p o r p equeñas donacio­
nes de habitantes de las barriadas, en una im itación desafiante de
las fiestas de clase m edia en hom enaje a la m ucho más conocida, e
infinitam ente más glam orosa, diosa brahm ánica Durga. D urante el
festival de Sítala, la asociación organiza espectáculos musicales y pie­
zas de jaira, en las que su “m aestro” Anadi Bera tiene, por supuesto,
un papel central. U na festividad m enor es la de la diosa Kali, donde
los hom bres jóvenes de la colonia son dejados a su libre albedrío,
con espectáculos de video, ab u n d an te consum o de carne y bebidas
alcohólicas para todos.
LA P O L ÍT IC A D E LO S G O B E R N A D O S 13 3

La Asociación para el Bienestar del Pueblo, creada p or los habitan­


tes de la Colonia Ferroviaria Acceso N úm ero U no, no es u n a asocia­
ción de la sociedad civil. Su origen se encuentra en una violación colec­
tiva de las leyes de propiedad y de las normas cívicas de conducta. El
Estado no puede reconocerla como si tuviese la misma legitimidad que
otras asociaciones cívicas que persiguen objetivos más ajustados a la ley.
Los ocupantes, p o r su parte, adm iten que su apropiación del terreno
público es ilegal y contraria al ideal cívico. Sin embargo, ellos articulan
su reivindicación de vivienda y acceso a medios de vida en términos de
derechos, utilizando su asociación como instrum ento colectivo para ob­
tener sus reivindicaciones. En una de sus solicitudes a las autoridades
ferroviarias, la asociación escribió:

E ntre nosotros hay refugiados provenientes de Pakistán


O riental y gente sin tierra del sur de Bengala. H abiendo
p erd id o todo, m edios de vida, tierra y hasta nuestros hoga­
res, tuvimos que venir a Calcuta para rehacer nuestras vidas y
buscar am paro [...] somos, en su mayoría, trabajadores even­
tuales y em pleados domésticos, que vivimos bajo la línea de
pobreza. De alguna form a hem os conseguido construir un
refugio para nosotros. Si nuestros hogares son destruidos y
somos expulsados de nuestras barracas, no tendrem os nin­
gún lugar a donde ir.

Refugiados, cam pesinos sin tierra, trabajadores eventuales, personas


sin techo bajo la línea de la pobreza: todas éstas son categorías dem o­
gráficas propias de la gubernam entalidad. Éste es el cim iento a par­
tir del cual los pobladores definen y articulan sus reivindicaciones. En
la misma petición, la asociación, que asegura contar con el apoyo de
“otros ciudadanos de Calcuta”, señala su com promiso con la mejora y
la ampliación de los servicios ferroviarios de la ciudad. Si para conse­
guir estos beneficios fuese “absolutam ente necesario removernos de
nuestras viviendas”, la asociación solicita u n a “alternativa adecuada”.
En paralelo a la obligación del G obierno de cuidar de los grupos de
1 3 4 LA n a c i ó n EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

población más pobres, la asociación apela a u n a retórica m oral que


busca presentarse a sí misma como u n a com unidad luchando por
construir una vida social decente, bajo condiciones extrem adam ente
duras y, al mismo tiem po, reconociendo sus obligaciones de buena
ciudadanía. Las categorías de la gubernam entalidad, como podem os
observar, están siendo confrontadas con las posibilidades imaginativas
de la com unidad, incluyendo su capacidad de inventar relaciones de
parentesco, para producir una nueva, aunque algo titubeante, retórica
de demandas políticas.
En realidad, se trata de reivindicaciones que son innegablem ente
políticas, dado que sólo p u ed en articularse en el terreno de la polí­
tica, donde las reglas son flexibles y pueden ser eludidas. No pueden
esperar atención en el estricto cam po de ju eg o definido por la ley y
por los procedim ientos administrativos. El éxito de estas reivindica­
ciones depende p o r completo de la habilidad de los grupos particula­
res de población que las articulan para movilizar apoyos e influir en
la im plem entación de las políticas públicas en favor suyo. Pero este
éxito es necesariamente tem poral y coyuntural. El balance estratégico
de las fuerzas políticas puede cambiar y las reglas p ueden dejar de ser
flexibles. Como ya señalé, la gubernam entalidad opera sobre un
cuerpo social heterogéneo, actuando sobre m últiples grupos de po­
blación y desarrollando diversas estrategias. No hay espacio aquí para el
ejercicio igualitario y uniform e de los derechos, derivado de la noción
de ciudadanía.
Siempre es posible que el equilibrio estratégico cambie lo suficiente
como para que los ocupantes de nuestra colonia sean expulsados ma­
ñana.4 Para ilustrar cómo una variación en el balance estratégico de las

4 D e h ech o , a inicios d e 2002, d esp u és d e la escritura d e este texto, un


grupo de ciudadanos interpuso co n éxito una acción d e interés
p ú b lico e n la Corte Suprem a d e Calcuta, para pedir la exp u lsión de
los ocu p an tes d e la colon ia ferroviaria, alegan d o que estaban con ta­
m inan d o las aguas d el lago Rabindra Sarobar, al sur de Calcuta. U n a
parte im portante d e los ocu p an tes, entretanto, había ab an d onad o
su alianza co n la coalición d e izquierdas en e l G obierno y había
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 135

fuerzas políticas puede afectar de form a dram ática la vida de miles


de personas que sobreviven en los m árgenes de la vida urbana, va­
mos a continuar nuestro cam ino, p o r casi 800 m etros, siguiendo en
dirección norte el trayecto de la vía del ferrocarril. Estamos en Garia-
hat, el corazón de la zona sur de clase m edia de Calcuta. Se está
construyendo aquí u n nuevo paso elevado sobre u n transitado cruce
de calles. Desde hace u n año las avenidas aparecen despejadas, con
aceras amplias y vitrinas brillantem ente ilum inadas. Los habitantes
de clase m edia están felices de ver que la belleza y la elegancia origi­
nales de su ciudad están siendo restauradas, como era antes de que
calzadas y aceras hubiesen sido tom adas p o r miles de vendedores
am bulantes. D urante casi trein ta años, desde m ediados de los años
sesenta, las principales calles de la ciudad habían estado bloqueadas
por hileras de tenderetes envejecidos, que ocupaban la mayor parte
de las aceras y con frecuencia se esparcían hacia las calzadas. Los ten­
deretes desem peñaban, claro está, u n a im portante función econó­
mica y brindaban u n a fuente de ingresos, reducida pero vital, para
miles de personas. Los vendedores habían actuado estratégicam ente
en el m arco de la sociedad política, movilizando con éxito, en su
apoyo, a ciudadanos y partidos políticos, para establecer y m antener
su ocupación claram ente ilegal de las calles. Pero a m ediados de los
años noventa la m area cambió, y creció la presión para que el go­
bierno de Bengala O ccidental, liderado p o r los comunistas, limpiara
Calcuta y atrajera inversiones extranjeras hacia los sectores de mayor
crecim iento, com o las industrias petroquím ica y electrónica. El
apoyo del G obierno entre la clase m edia urbana era cada vez menor.

pasado a apoyar al Partido d el C ongreso. A principios de marzo, los


ocu p an tes con sigu ieron rep eler físicam ente un con tin gen te de poli­
cía enviado por el G ob iern o para cum plir la ord en d el tribunal. En
el añ o 2003, esperaban an h elan tes que el líder de su partido vol­
viera a ser n om brado m inistro de Ferrocarriles en el gobierno
n acional. D e esta m anera, segú n creían, podrían ser reubicados
antes de su exp u lsión forzosa. A sí fun cion a la lógica sutil d e la polí­
tica estratégica en la socied ad política.
13 6 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

En 1996, Subhas Chakrabarti, el m inistro que m anejó exitosam ente


la crisis posterior a la m uerte de Balak Brahmachari, fue comisionado
para limpiar las calles de Calcuta. D urante dos semanas, en una ac­
ción muy coordinada y bien planificada, denom inada Sol Radiante
(Sunshine Operation), las autoridades municipales y la policía dem olie­
ron todos los tenderetes que existían en las calles de Calcuta, limpia­
ron las aceras, expandieron las calzadas y plantaron árboles. Los ven­
dedores se encontraban, en ese m omento, desorganizados. Sintiendo
que habían sido abandonados por la izquierda, empezaron a m irar ha­
cia los partidos de oposición. No ofrecieron resistencia ni hubo enfren­
tamientos violentos. Como el balance político se había vuelto contra
ellos, tuvieron que ceder su lugar en la calle y esperar hasta que las
promesas de reubicación se materializasen.
No todos los grupos de población consiguen actuar con éxito en la
sociedad política. Como acabamos de ver, incluso cuando lo logran, se
trata de un éxito que siempre es temporal. Para observar un ejemplo
de un grupo organizado que h a fracasado claram ente en su em peño
por obtener cualquier mejora en el marco de la sociedad política, va­
yamos más hacia el norte, hasta la parte más antigua de la ciudad, en
la calle College, donde aún se conserva la vieja universidad y donde se
concentra la industria editorial bengalí. Se trata de un barrio lleno de
callejuelas y recovecos laberínticos, donde la principal actividad es la
impresión, elaboración y venta de libros. Encontram os aquí una inte­
resante mezcla de negocios de diferentes tipos, con tecnologías anti­
guas y modernas, desde las grandes cooperativas editoriales, con equi­
pos m odernos de fotocomposición, hasta pequeñas im prentas
manejadas por sus propios dueños, donde los textos son preparados a
mano y todavía se puede encontrar una im prenta manual en perfecto
estado, con la inscripción “Fabricada en Manchester, 1882”. En la dé­
cada de 1990, las im prentas manuales fueron virtualmente barridas de
Calcuta, debido a la difusión global de las formas de im presión elec­
trónica en cualquier alfabeto concebible. Sin embargo, otro segmento
de la industria editorial, la encuadem ación, m antiene todavía un estilo
de trabajo y una tecnología tradicionales, que apenas han cambiado en
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 137

ciento veinte años. Podríamos entrar en una de estas encuadernadoras


y, salvo p o r las lámparas eléctricas incandescentes y p o r la música del
transistor, imaginar que estamos en un negocio de encuadem ación del
siglo xix. Existe aquí u n barrio d en o m in ad o D aftapirara, la “m an­
zana de los en cu a d e rn ad o re s”, d o n d e 500 talleres de en cu ad ern a­
ción em plean a 4.000 trabajadores. Mis colegas del C entro de Estu­
dios en Ciencias Sociales han trabajado con ellos d u rante la década
de 1990.5
Había, entonces, m uchos y diferentes tipos de talleres de encua­
dem ación y de trabajadores, que coexistían y com petían entre sí, con
u n m argen de viabilidad em presarial muy reducido. Pocas encuader­
nadoras contaban con más de veinte trabajadores y con un espacio
superior a 300 m etros cuadrados. Los operarios de estas empresas
“grandes” ganaban en 1990 alrededor de 18 dólares estadounidenses
al mes. A dicionalm ente, disfrutaban de derechos com o el descanso
rem unerado y una pensión al final de su vida productiva. La gran ma­
yoría de los talleres, sin embargo, era de tam año m ediano o pequeño.
En ellos, los dueños tam bién eran trabajadores y, con frecuencia, no
ocupaban a más de dos o tres em pleados adicionales. Casi un tercio
de los trabajadores estaba em pleado únicam ente d urante los meses
de tem porada alta. La renta m edia mensual de los trabajadores hom ­
bres, generalm ente más cualificados, en 1990 estaba alrededor de 15
dólares. La de las m ujeres trabajadoras, m enos cualificadas, rondaba
los 12 dólares, p o r u n a jo rn a d a de ocho horas. Los niños empleados
como ayudantes en todo tipo de materias (in dependientem ente del
género, aquí son todos “niños”), desde servir el té hasta cargar y
descargar las pilas de libros, podían ganar cerca de cuatro dólares y
m edio al mes. Esto en caso de recibir el pago en dinero, porque fre­
cuentem ente su rem uneración se lim itaba a comida, ropa y un lugar
donde dorm ir. Estos salarios, en su conjunto, son extrem adam ente

5 Asok Sen, The Bindery Workers of Dafiaripara: 1. Fonns and Fragtnents,


Calcuta, C enter for Studies in Social S cien ce, O ccasional Paper,
na 127, 1991.
138 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

bajos según los patrones de empleo industrial en India. Pero, claro


está, se trata de una industria desorganizada, profundam ente inmersa
en lo que se llama el “sector inform al” de la economía.
Entre 1970 y 1990 asistimos a varios intentos de sindicalización de
los trabajadores de las encuadernadoras, con el objetivo de negociar
con los dueños m ejores sueldos. Activistas del Partido Com unista
(Marxista) ju g aro n un papel fundam ental en este em peño, especial­
m ente después de que su partido obtuviera el gobierno estatal en
1977. En 1990, se convocó a u n a huelga de tres días en las encuader­
nadoras de Daftaripara. Este proceso y sus resultados son instructivos.
Los trabajadores dem andaban u n aum ento de tres dólares m ensua­
les. Pero el 90 p o r ciento de las encuadernadoras eran talleres cuyos
dueños eran tam bién trabajadores. Todos sabían que la mayor parte
de los dueños nunca sería capaz de pagar el aum ento. El movimiento
se transform ó, entonces, en u n a huelga m ediante la cual toda la in­
dustria de Daftaripara, dueños y trabajadores juntos, buscaba presio­
nar a los editores para aum entar el precio de los servicios de encua­
dernación. En respuesta al desafío, las principales editoriales
am enazaron con encom endar sus trabajos a otros talleres en otras
partes de Bengala, o incluso fuera del estado. Finalmente, cuando las
mayores encuadernadoras de Daftaripara acordaron aum entar los sa­
larios en algo más de dos dólares p o r mes, los huelguistas sintieron
que habían alcanzado u n a gran victoria y pusieron fin al movimiento
de protesta. Tras la huelga, la vitalidad del sindicato de Daftaripara
nuevam ente decayó.
Al contrario de lo observado al estudiar la colonia ferroviaria, existe
muy poco sentido de identidad colectiva entre los encuadernadores de
Daftaripara. Cuatro mil personas realizan la misma actividad en un pe­
queño barrio urbano. La mayoría de los hom bres duerm en en sus ofi­
cinas y regresan a sus hogares aldeanos los fines de sem ana y los días
no laborables. Las m ujeres que trabajan aquí provienen de los subur­
bios, norm alm ente de colonias de refugiados u ocupantes como la
que vimos anteriorm ente ju n to a la vía del tren. Para llegar a su tra­
bajo, utilizan este medio, pero, al no poder pagar el precio del pasaje,
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 139

deben huir cuando los revisores se acercan. Los trabajadores de Daf­


taripara, en general, votan p o r partidos de izquierdas, pero ellos in­
terpretan la política a partir de sus referentes rurales. Sus vidas como
obreros no los han conducido a la política. Por el contrario, articulan
discursos que hablan de lazos de lealtad entre propietario y trabaja­
dor, de actitudes m utuas de bondad o de cuidado paternal. Un traba­
ja d o r jubilado, el venerable Habib Mia, habla del inqilab, revolución
ocurrida en el país después de la salida de los británicos, de m odo
que ahora ni siquiera los ricos y poderosos p u eden cuidar de los po­
bres.6 No hay aquí ningún tipo de engarzam iento con el aparato de
la gubernam entalidad. Los encuadernadores de D aftaripara no han
tom ado el cam ino de la sociedad política. Su ejem plo nos muestra,
una vez más, las dificultades que encu en tran las organizaciones de
clase en el llam ado sector inform al, donde el capital limitado y la li­
viandad de los m odos de p roducción se retroalim entan de m anera
recíproca. Aquí, a pesar de los esfuerzos sinceros de m uchos activis­
tas, las estrategias leninistas de organización obrera han naufragado.
Los activistas de izquierdas, de hecho, han term inado p or m irar ha­
cia otro lado, donde su éxito ha sido m ucho mayor: hacia la sociedad
política.

II

La verdadera historia de la sociedad política debe partir de la zona


rural de Bengala Occidental. Fue allí donde los partidos de izquierdas
convirtieron el desenvolvimiento de la gubernamentalidad en el origen
de un apoyo sostenido por parte de la mayoría de los grupos de pobla­
ción. Mucho se ha escrito sobre los elementos que influyeron en ello:

6 A sok Sen, The Bindery Workers of Daftaripara: 2. Their Own Lifestories,


Calcuta, C enter for Studies in Social Scien ce, O ccasional Papers, n'J
128, 1991.
14 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

reformas en el ám bito agrario, el papel de los gobiernos locales de­


mocráticos, la existencia de u n a organización partidaria fuertem ente
disciplinada e, incluso, según señalan algunos críticos, una violencia
selectiva y cuidadosam ente aplicada. Por mi parte, quiero retom ar
aquí un problem a que ya fue planteado: ¿pueden las reivindicaciones
particulares, m uchas veces más allá del m arco de la ley, articuladas
por grupos de población marginales, ser consistentes con los valores
cívicos y con el anhelo de vina ciudadanía igualitaria?
En prim er lugar, una “política de los gobernados” viable y con ca­
pacidad para o b ten er resultados implica u n a considerable dosis de
mediación. Pero, en estas circunstancias, ¿quién puede mediar? Re­
cordemos la figura clave en la exitosa movilización de nuestra colo­
nia ferroviaria, el m aestro (y el entusiasta del teatro) Anabi Bera. El
hecho de que debiera su popularidad a su trabajo com o profesor en
una escuela p rim aria es u n elem ento im portante. El profesor ha
sido, probablem ente, la figura clave en la reciente expansión de la
sociedad política en la zona ru ral de Bengala O ccidental. En este
sentido, en 1997 Dwaipayan B hattacharya, u n o de mis colegas en
Calcuta, estudió el papel político de los profesores en dos distritos
de Bengala O ccidental.7 Según descubrió, en el distrito de Purulia
la mayor parte de los profesores de enseñanza prim aria eran m iem ­
bros del sindicato de profesores com unistas. M uchos de ellos, ade­
más, desem peñaban cargos de elección popu lar en diferentes nive­
les del gobierno local. O cupaban posiciones significativas en el
partido y en la organización cam pesina y habían sido elegidos como
representantes en los parlam entos regional y nacional. En su mayo­
ría, habían estado vinculados, en el pasado, a las organizaciones de
trabajo social inspiradas p o r G andhi. Esto no es casual. Desde la dé­
cada de 1980, cuando los com unistas com enzaron con los pro g ra­
mas de reform a agraria y desarrollo agrícola, este partido incentivó

7 Dwaipayan Bhattacharya, “Civic Com m unity and its Margins: School


Teachers in Rural West B engal”, en Econmnic and Political Weekly,
vol. 36, nQ8, 24 de febrero de 2001, pp. 673-683.
L A P O L ÍT IC A D E L O S G O B E R N A D O S 141

a los profesores de las aldeas a unírseles. Con la clase tradicional de


propietarios de tierras expulsada del escenario político, los profeso­
res se volvieron cruciales p ara el nuevo consenso político que la iz­
quierda estaba tratan d o de construir en la zona rural de Bengala
Occidental.
En esa época, hacia 1980, cristalizó la costumbre de delegar en los
profesores la resolución de las disputas locales. Al ser asalariados y no
dep en d er de las rentas agrícolas, se consideraba que los profesores
no tenían intereses particulares vinculados a la posesión de tierras.
En su mayoría, procedían de familias de pequeños agricultores, por
lo que eran considerados bastante cercanos a la población. El len­
guaje campesino les era familiar, pero al mismo tiempo dom inaban la
jerg a propia del partido y eran buenos conocedores de los procedi­
mientos legales y administrativos. Además, en su papel de profesores,
form aban parte de la vida orgánica de la com unidad. Desde el punto
de vista del Partido Com unista en el poder, como líderes locales vin­
culados al partido eran una herram ienta crucial para la aplicación de
las políticas públicas en el m undo rural. Su interm ediación era una
labor orientada en dos direcciones. Interpelaban a la administración,
usando su propio lenguaje burocrático, en nom bre de los pobres, y,
al mismo tiem po, explicaban las políticas públicas del G obierno y las
decisiones administrativas a los pobladores de las aldeas. Sus puntos
de vista eran frecuentem ente considerados p o r las autoridades guber­
nam entales como representativos del consenso local. Los profesores
recom endaban adaptaciones locales antes de aplicar los programas
estatales, convalidaban las listas de beneficiarios en cada aldea y ofre­
cían la confianza de que, a través suyo, se podía conocer la opinión
de los campesinos. D urante los años ochenta, los profesores detenta­
ban un p o d er y u n prestigio sin rival en los distritos rurales. Era co­
m ún oír a u n aldeano decir que su profesor era la persona en quien
más confiaba.
Pero, antes de que los adm iradores de Robert Putnam se apropien
del caso en apoyo de sus teorías sobre el capital social, quisiera en­
fatizar, un a vez más, la diferencia entre u n a sociedad civil liberal y la
142 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

sociedad política.8 Los pobres del m undo rural que se movilizan para
reivindicar los beneficios derivados de los program as gubernam enta­
les no lo hacen como m iem bros de la sociedad civil. Para conseguir
orientar en su favor estos beneficios, deben aplicar la presión ade­
cuada en los puntos adecuados del aparato gubernam ental. Muchas
veces, esto significa forzar o eludir las reglam entaciones, ya que los
procedim ientos existentes frecuentem ente im plican su exclusión y
marginación. T ener éxito implica movilizar grupos de población para
contrarrestar en el ámbito local la distribución de p o d e r existente en la
sociedad considerada com o u n todo. Esta posibilidad se abre paso
trabajando con la sociedad política. C uando los profesores ganan, al
mismo tiem po, la confianza de la com unidad rural para representar
su causa y la confianza de los adm inistradores para asegurar el con­
senso local, lo que observamos no es u n proceso de generación de
confianza entre iguales, propio de la sociedad civil. Al contrario, los
profesores actúan como m ediadores entre dos campos con profundas
desigualdades de poder, cada u n o de ellos históricam ente atrinche­
rado en su posición. M edian entre quienes gobiernan y quienes son
gobernados.
H abría que agregar, además, que cuando asistimos a una moviliza­
ción exitosa de la sociedad política en su em peño p o r asegurar los be­
neficios de los program as gubernam entales para grupos de población
pobres y no privilegiados, estamos asistiendo a u n a expansión efectiva
de la libertad de los más pobres, algo que no habría sido posible en el
ámbito de la sociedad civil. Las funciones de gobierno se desarrollan
en el contexto de u n a estructura social profundam ente estratificada.
Los beneficios que deberían estar disponibles para toda la población
con frecuencia son monopolizados p o r quienes poseen mayor conoci­
miento e influencia sobre el sistema. Esto no se debe únicam ente a lo
que denom inamos corrupción, es decir, a la tergiversación criminal de

8 R obert D. Putnam , Robert L eonardi y Raffaella Y. N anetti, M aking


Democracy Work: Civic Tradiiions in Modemity Italy, Princeton, Princeton
University Press, 1993.
L A P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 14 3

poderes legales y adm inistrativos. Con frecuencia o curre dentro


del ám bito de lo p erfectam ente legal, ya que amplios sectores de la
población sim plem ente no tien en capacidad p ara reclam ar lo que
les corresp o n d e p o r derecho. Esto no sólo ocurre en países como
India, dond e la sociedad civil realm ente existente está confinada al
pequeño sector de quienes son “en sentido estricto" ciudadanos. Se
trata, tam bién, de u n fenóm eno re c u rre n te en los servicios públi­
cos de salud y educación éln las dem ocracias occidentales, donde la
clase m edia ilustrada está más capacitada p ara aprovechar las opor­
tunidades del sistem a que los sectores más pobres de la población.
En países com o India, cuando los pobres, conform ados com o so­
ciedad política, consiguen influir en su favor en la im plem entación
de políticas públicas, podem os (y debemos) decir que han expandido
sus libertades p o r cam inos que no estaban disponibles para ellos en
la sociedad civil.9
Sin em bargo, la historia de los profesores de Bengala no tiene un
final com pletam ente feliz. Casi ninguna historia sobre la sociedad po­
lítica lo tiene. El estudio realizado p o r Bhattacharya encontró num e­
rosos casos de profesores de la zona rural de Bengala Occidental que
gradualm ente fueron perdiendo la confianza popular. En un deter­
m inado m om ento, el gobierno estatal concedió grandes aumentos sa­
lariales a los profesores de prim aria, apelando a la necesidad de me­
jo ra r la calidad de la educación. En u n a familia en la que los dos
esposos trabajaban como profesores, lo que no era nada raro, la renta
disponible podía llegar a ser tan alta como la del más rico comer­
ciante de la aldea. Hacia 1990, era vox pópuli que los profesores gas­
taban todo su tiem po en funciones políticas, descuidando la ense­
ñanza. El trabajo de prófesor se convirtió en una profesión lucrativa
en la sociedad rural y com enzaron a extenderse las denuncias de so­
borno en los nom bram ientos. Los profesores, que una vez habían
sido m ediadores reputados, term inaron p o r defender intereses pro­
pios, atrincherados en la estructura estatal. A finales de la década, el

9 A gradezco a A keel Bilgram i p or sus sugerencias sobre este punto.


1 4 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Partido Comunista consideraba a sus camaradas profesores como un


serio problema. Ahora, la gran pregunta es: ¿podrá la sociedad política
reciclarse a sí misma? ¿Quién será el siguiente mediador?

III

La correcta adm inistración de los servicios públicos es un tem a am ­


pliamente discutido por los especialistas en desarrollo. No me refiero
a las críticas neoliberales al estado de bienestar existente en las dem o­
cracias occidentales, que en m uchos casos han tenido como conse­
cuencia una significativa reorganización de la esfera de la guberna-
m entalidad. Más bien quiero centrar mi atención en una serie de
nuevas tecnologías de la gubernam entalidad, im plem entadas a escala
global con el objetivo de asegurar que los beneficios del crecim iento
alcancen a todos, evitando que los más pobres y excluidos queden al
margen. Este es un problem a que las agencias de desarrollo interna­
cional han encarado en los últimos tiempos, reform ulando sus estra­
tegias a la luz de los fracasos anteriores y de las resistencias encontra­
das. Me centraré, en concreto, en la cuestión de la reubicación de
poblaciones desplazadas p o r las necesidades de los grandes proyectos
de desarrollo.
El Banco M undial ha jug ad o en las últimas décadas un papel fun­
damental en la formulación de políticas de indemnización y en el tra­
tam iento de otras cuestiones relacionadas con la rem oción y reubica­
ción de la población afectada p o r los proyectos de desarrollo.
Naturalmente, una parte im portante del análisis de los costos de estas
medidas se ha realizado a través de m étodos económ icos de costo y
beneficio. Pero, al mismo tiem po, se ha ido extendiendo la acepta­
ción de un conjunto de derechos adquiridos ( entitlements) para las per­
sonas afectadas p o r esos proyectos y para las unidades domésticas que
pierden sus viviendas o ven menoscabadas sus condiciones de supervi­
vencia. También se definieron ciertos derechos adquiridos, basados en
LA P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 145

la noción de comunidad, para grupos que pierden recursos comunes o


que se ven perjudicados en el ejercicio de sus prácticas culturales
(pérdida de locales de culto, territorios considerados sagrados, etc.).
Estos derechos adquiridos deberían ser respetados p o r los gobiernos
y por las agencias ejecutoras de los proyectos. En los últimos años ha
crecido significativamente la tendencia que busca am pliar el foco de
análisis, para salir de lo estrecham ente económ ico y considerar otros
elem entos asociados con la reubicación forzada y sus posibles conse­
cuencias.10 Esto incluye temas como la pérdida de tierras y viviendas,
el aum ento del desem pleo y la m arginalidad social, las carencias nu­
tritivas, el crecim iento de la m orbilidad y la mortalidad, la pérdida de
acceso a propiedades colectivas y la desarticulación social.
D esde el p u n to de vista teórico, esta reform ulación supone un
enfoque diferente en cuanto a la evaluación de las políticas públi­
cas, ya que incluye el análisis de u n conjunto de derechos sustanti­
vos que van más allá de los ingresos o del acceso a bienes prim a­
rios, tal com o h a p lan tead o el econom ista Amartya S en.11 Pero
desarrollar instrum entos prácticos y p rocedim ientos de m edición
operativos p ara id entificar y llegar hasta los potenciales beneficia­
rios no es sencillo. Un problem a recu rren te gira en to rno a qué ha­
cer con las reivindicaciones de quienes, com o los ocupantes de
nuestro asentam iento ju n to a la vía del tren, no tienen ningún de­
recho legal sobre el suelo que ocupan sus viviendas. U na propuesta
interesan te p ara encarar la m araña de situaciones paralegales exis­
tente en este ámbito es la distinción entre derechos sustentados legal­
m ente ( rigths) y derechos adquiridos por el uso continuo ( enlitlements).
Los derechos sustentados corresponden a quienes poseen un título de

10 V éase, en particular, M ichael M. C ernea, The Economía oflnvoluntary


Resettlement: Qiteslion and Challenger, W ashington, D.C., World Bank,
1999.
11 Para una form ulación más general, véase Amartya Sen, Develo/unen/
asFreedom, N ueva York, R andom H ou se, 1999. Existe traducción al
castellano d e este texto: Desarrollo y libertad, Barcelona, Planeta,
2000 .
14 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

propiedad legal de las tierras y bienes inmuebles susceptibles de ser ex­


propiados por las autoridades. Ellos son, podríamos decir, propiamente
ciudadanos a quienes se les debe pagar la com pensación estipulada.
Actúan en el marco de la ley y son protegidos p o r ella. Quienes no po­
seen tales derechos sustentados pueden, no obstante, poseer derechos
adquiridos. En este sentido, no les correspondería compensación, pero
quizás sí asistencia para reconstruir su hogar o para encontrar una
nueva fuente de sustento. Q ueda pendiente, sin embargo, resolver
cómo estos diferentes tipos de derechos pueden ser identificados y con­
validados, y cómo asegurar que la compensación o la asistencia lleguen
a las personas correctas.12
Para hacer frente a la oposición de quienes se sienten afectados
por los proyectos, y al fracaso de las estrategias de reubicación dirigi­
das por el Estado, u n recurso bastante habitual consiste en apelar a la
“participación” de las personas perjudicadas p o r los procesos de reu­
bicación. Diversos estudios señalan que, si se lleva a cabo con sinceri­
dad, esta estrategia podría convertir en voluntario el traslado. Tam­
bién se ha señalado que, a pesar de que los costos de reubicación
puedan crecer, estos proyectos participativos tienden a ser más efi­
cientes y exitosos, ya que, en últim a instancia, p ueden completarse
dentro de los plazos establecidos, minim izando los problem as políti­
cos y sociales asociados con la reubicación. Este argum ento h a lle­
gado a ser u n tópico habitual en la literatura especializada, conver­
tido en poco menos que u n m antra p o r agencias gubernam entales,
instituciones financieras, consultores especializados y activistas. Casi
todos los discursos sobre el tem a term inan p o r repetir el nuevo
dogm a liberal: participación de la sociedad civil a través de las ONG.
Pero participación significa una cosa cuando es vista desde el punto de
vista de quienes gobiernan y otra cosa, muy distinta, cuando es mirada

12 Para un ejem plo d e las discusiones en India sobre la cu estión d e la


reubicación, véase Jean Dréze y Veena Das (ed s.), “Papers o n Displa-
cem en t and R esettlem ent, presented at w orkshop at the D elhi
S ch ool o f E conom ics”, en Economic and Political Weekly, 15 d e ju n io
de 1996, pp. 1453-1540.
LA P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 147

desde quienes son gobernados. En el prim er caso estamos, mera­


m ente, ante una estrategia de gobernabilidad. Para los gobernados,
sin embargo, se trata de u n ejercicio práctico de democracia.
Para com prender las condiciones de posibilidad de la democracia
entendida como “política de los gobernados”, voy a mencionar tres ca­
sos de reubicación que tuve ocasión de estudiar en el año 2000.13
El prim er caso se desarrolla en la ciudad m inera de Raniganj, cerca
de la frontera occidental entre Bengala y Bihar. Aquí, durante el día,
el aire cargado de hum o gris se cierne pesadam ente, mientras que
por la noche se pueden ver las llamas que arden en los cercanos cam­
pos de extracción de carbón vegetal. Amplias zonas, incluyendo áreas
urbanas densam ente pobladas, corren el riesgo de hundirse, pues
tanto la superficie como el subsuelo son inestables debido a décadas
de m inería indiscriminada. Después de innum erables (pequeños y no
tan pequeños) desastres, se están desarrollando esfuerzos para estabi­
lizar la superficie y prevenir hundim ientos. Sin embargo, los métodos
para lograrlo son técnicam ente complejos, lentos y demasiado caros.
La alternativa consiste en reubicar a la población del lugar en áreas
más seguras. Tras prolongadas discusiones y algunos conflictos lega­
les, el gobierno de India designó en 1996 una comisión especializada,
que contabilizó más de 34.000 casas situadas en 151 localidades con
suelos críticam ente inestables. El costo de la reubicación de cerca de
300.000 personas, incluyendo construcción de nuevas viviendas, la
com pra de tierras y la infraestructura necesaria, sin ningún tipo de
com pensación para quienes no poseyeran títulos legales de propie­
dad, ron d ab a los 500 millones de dólares. El inform e advertía que,
en vista de la “urgencia” del problem a, la reubicación debía com en­
zar inm ediatam ente, sin esperar a culm inar todos los detalles de los
procedim ientos administrativos y legales.

13 Partha C h atteijee, Recent Strategies of Resettkment and Rehabililation in


West Bengal, com u nicación presentada en el Taller sobre Desarrollo
Social en Bengala O ccidental, organizado por el Centre for Studies
in Social S cien ces d e Calcuta, en ju n io de 2000.
148 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

Form alm ente, la reubicación está en trance de culminar. Sin em ­


bargo, nadie en el área ha sido capaz de m ostrarm e ninguna prueba
visible de que el trabajo haya al m enos com enzado. La mayor parte
de las personas ni siquiera parecía saber de qué se trataba. Existe una
vaga conciencia acerca de la posibilidad de que se produzca un desas­
tre de grandes proporciones, pero los residentes en el área, que han
vivido con este peligro p o r décadas, no parecen estar muy preocupa­
dos. La reubicación no está vinculada a ninguna estrategia de desarrollo
novedosa, ni a nuevas oportunidades económicas para los vecinos.
Por parte del G obierno y de las agencias del sector público, existe la
idea de que es necesaria para evitar un desastre, pero hay poca urgen­
cia entre la población. N o parece haber ninguna evidencia de un mo­
vimiento “voluntario” en favor de la reubicación. La sociedad polí­
tica no se ha movilizado aquí p ara o b ten er beneficios a favor de la
población.
El segundo caso corresponde a la m oderna ciudad industrial y por­
tuaria de Haldia, situada al otro lado del río, al sur de Calcuta. La reu-
bicación de Haldia ha tenido lugar en dos fases, a través de dos proyec­
tos muy distintos. El contraste entre las dos experiencias es instructivo.
En un prim er m om ento, fueron expropiadas tierras para la cons­
trucción del p u erto de Haldia, entre 1963 y 1984. El proceso de ex­
propiación y reubicación fue largo, lento y m arcado por u n sinnú­
m ero de dificultades y pleitos, algunos de los cuales acabaron en los
tribunales. Ni siquiera todos los beneficiarios que calificaban para ello
se interesaron en ocupar los lotes que tenían asignados, pues éstos no
estaban convenientem ente situados en relación con sus parcelas agrí­
colas. Sin embargo, hacia 1990, con el rápido aum ento de los precios
del suelo, p ro d u cto de la urbanización del área de H aldia, se p ro ­
dujo una lluvia de peticiones p ara recibir la asignación de estos lo­
tes. Algunas eran presentadas por personas que habían sido removidas
un cuarto de siglo atrás, o por sus descendientes, hijos o nietos. En el
año 2000, más de 1.400 familias, de las 2.600 inicialmente programadas,
aún no habían sido reubicadas, más de veinte años después de que sus
tierras fuesen expropiadas.
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 149

La siguiente etapa en la expropiación de tierras está relacionada con


la industrialización de Haldia, entre 1988 y 1991, y trajo consigo una
agitación bastante organizada en dem anda de la reubicación. En 1995,
se decidió que estos casos serían resueltos m ediante un Comité Consul­
tivo de Reubicación, conform ado por dos administradores, dos funcio­
narios del departam ento encargado de la expropiación de tierras y cua­
tro representantes políticos del G obierno y de los partidos de
oposición. Q uedó establecido que los pedidos de reubicación, las au­
diencias de los casos, el reparto de los lotes y la resolución de posibles
quejas se realizarían a través de este Comité.
La impresión general entre funcionarios, líderes políticos y afecta­
dos parece ser que se trató de un procedim iento acertado. La formula­
ción de norm as específicas, de acuerdo con el contexto local, para
la calificación de quienes debían ser reubicados, se llevó a cabo sobre la
base de u n acuerdo entre representantes políticos, form ulado consi­
derando una realidad concreta y sus características singulares. Ya que
el acuerdo involucraba tanto al Gobierno como a los partidos de oposi­
ción, puede admitirse que se trataba de un consenso local efectivo. Una
vez obtenido el acuerdo en este nivel, la tarea de los funcionarios se
lim itaba a ejecutar las decisiones sobre el terreno.
Bajo este argum ento subyace la premisa, obviam ente, de que los
partidos políticos cubren en efecto todo el espectro de intereses y
opiniones locales. Dada la naturaleza altam ente politizada, organi­
zada y polarizada de la sociedad rural en la mayor parte de Bengala
Occidental, esta suposición no carece de fundam ento. En todo caso,
si existiese una tercera fuerza política organizada en el área, que re­
presentase a u n conjunto distinto de voces, tam bién tendría que ser
acom odada dentro del Comité, para lograr que éste fuese eficaz.
El Comité decidió que el lote m ínim o en la zona de reubicación
debía ser de 160 m etros cuadrados, que las familias con mayor nú­
m ero de dependientes obtendrían lotes mayores, que nadie podría
recibir dinero en lugar de lotes, que quienes poseyeran casas en otro
lugar no serían beneficiados, que quienes estuvieran construyendo
estructuras adicionales en sus hogares, esperando más beneficios de
l $0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

la expropiación, no serían considerados, etc. Todas estas cuestiones


fueron decididas sobre la base de pesquisas realizadas in situ. La sen­
sación era que si ambos partidos políticos estaban representados se
eliminaría la posibilidad de que los criterios de elección de los bene­
ficiados fuesen mal aplicados. El Comité tam bién decidió que los lo­
tes particulares en las áreas de reubicación serían distribuidos m e­
diante u n sorteo en el que intervendrían los propios beneficiarios,
para evitar suspicacias referidas a que individuos concretos hubiesen
sido favorecidos con lotes m ejor ubicados. Exam inando las decisiones
tomadas por el Comité, pude encontrar algunas que fueron modifica­
das debido a la aparición de nuevas inform aciones dadas a conocer
por parte de los representantes políticos. En u n a ocasión, incluso,
una m ujer obtuvo un lote p o r razones hum anitarias, a pesar de que
su caso no se adecuaba a las normas estipuladas.
Mi tercer ejemplo de reubicación se desarrolla en Rajarhat, al nor­
este de Calcuta, donde una nueva ciudad está en trance de confor­
marse, con la extensión de la m etrópoli urbana de Calcuta hacia lo
que hasta hace poco era u n área agrícola rural. Como resultado de
este cambio de situación, los precios del suelo se h an m ultiplicado.
Cuando las noticias sobre la nueva ciudad se difundieron, constructo­
res y especuladores inmobiliarios se abalanzaron sobre los pequeños
propietarios de tierras, para tratar de com prarles su parcela antes de
que el proceso de expropiación comenzara. A pesar de que los pre­
cios del suelo se estaban disparando, existía un problema: sistemática­
m ente el valor de venta de las propiedades en áreas urbanas y periur-
banas se registra subvaluado, para evitar el pago de impuestos. La
decisión oficial pasaba p o r incentivar la reubicación voluntaria, a tra­
vés de la oferta de precios de m ercado como com pensación. Pero si
para establecer este “precio de m ercado” se tom aban como referen­
cia los registros legales de venta de tierras, difícilmente se conseguiría
incentivar a nadie a dejarlas voluntariam ente.
Finalmente se tomó la decisión de expropiar las tierras a precios “ne­
gociados” y se creó para ello un Comité de Adquisición de Tierras. De
m odo poco so rp ren d en te, el Comité incluía representantes locales
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 15 1

del Gobierno y de los partidos políticos de oposición. El resultado, se­


gún se afirma, fue una expropiación virtualmente libre de problemas,
con casi ningún caso llevado a los tribunales. Los dueños recibieron el
pago de la compensación en tres meses, en vista de que no había nin­
gún p ro ced im ien to legal asociado a la fijación de precios que p u ­
diera retrasar la operación. C om parado con cualquier otro caso, se
trata de un récord. Es verdad que el costo total de la expropiación fue
mayor de lo que habría sido si el procedim iento legal norm al se hu­
biese seguido. Pero, en caso de haberse hecho esto, el proyecto se ha­
bría retrasado muchos meses. Dado que el objetivo pasaba por urbani­
zar la zona y p o n e r las viviendas en el m ercado, el aum ento de los
costos del proyecto podía ser absorbido sin demasiados problemas,
subiendo levemente el precio del suelo una vez urbanizado.14
Encontram os aquí a la sociedad política involucrada én una fructí­
fera relación con los procedim ientos de la gubernam entalidad. En un
sentido amplio, podem os decir que la sociedad política ha encon­
trado un lugar d entro de la cultura política. Quienes están implica­
dos en las disputas no desconocen sus posibles derechos adquiridos
(entitlements) , ni tam poco carecen de recursos para hacerse oír. Por el
contrario, cuentan con representantes políticos formalmente recono­
cidos, que p u eden ser utilizados en su favor. Sin em bargo, esta fór­
m ula sólo funcionará si todas las partes implicadas obtienen algún be­
neficio. En caso contrario, es previsible que algunos de los mediadores
implicados harán naufragar el consenso. Más im portante aún: la fór­
mula sólo funcionará si las autoridades gubernam entales son capaces
de asumir las recom endaciones de los representantes políticos y de
m antener el tema fuera del ámbito de la política electoral. Esto quiere
decir que el aparato g u b ernam ental y el aparato político deben

14 El caso d e la ex p rop iación de Rajarahat ha sido recien tem en te dis­


cu tid o en d etalle p or Sanjay Mitra, u n o de los funcionarios que
adm inistraban el proyecto, en el artículo “Planned Urbanization
through Public Participation: Case o f the New Town, Kolkata", en
Economic and Political Weekly, vol. 37, iv1 1 1 ,1 6 de m arzo de 2002, pp.
1048-1054.
152 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

m antenerse diferentes, pero con la suficiente cercanía como para


que este último pueda influir en el prim ero.
Las decisiones sancionadas p o r las autoridades gubernam entales
esconden la verdadera negociación desarrollada en el ám bito de la
sociedad política. No estamos inform ados sobre los criterios específi­
cos adoptados p o r los representantes políticos para elaborar la lista
de beneficiarios. Es posible que las negociaciones llevadas a cabo no
hayan respetado la racionalidad burocrática o incluso que superen lo
dispuesto en la ley. Al m enos en un caso, u n a persona fue incluida en
la lista de beneficiarios porque los representantes sintieron que m ere­
cía estar allí, aunque no se adecuase com pletam ente a las norm as
prescritas. En Rajahat sabemos, por otras fuentes, que el consenso lo­
cal fue posible gracias al acuerdo de que u n a parte de la com pensa­
ción pagada a los dueños de las tierras sería entregada a los arrenda­
tarios y a los trabajadores que perdían con la expropiación su fuente
de sustento. Estos son elem entos que se sitúan más allá de lo que la
autoridad gubernam ental necesita “saber” de m anera explícita, pero
el hecho de que estos acuerdos hayan existido y hayan sido operativos
presupone la aceptación p o r parte de las autoridades de las recom en­
daciones procedentes de los representantes políticos.
Un consenso local en tre rep resentantes políticos rivales refleja
supuestam ente los intereses y valores dom inantes en ese ám bito lo­
cal. Sin duda, este consenso recoge las dem andas de quienes son ca­
paces de en co n trar apoyo político organizado, pero, al mismo
tiem po, podría estar ignorando los intereses de quienes se encuen­
tran localm ente m arginados. No podem os olvidar, tam poco, que
cualquier consenso político local tiende a ser conservador y tenden-
cialm ente insensible, p o r ejem plo, a cuestiones de género o relati­
vas a las m inorías étnicas o religiosas. En este sentido, es cierto que
la sociedad política supone asum ir en los corredores del po d er algo
de la suciedad y la violencia im plícitas en la vida popular. Pero, si
verdaderam ente se valoran la libertad y la igualdad que la dem ocra­
cia prom ete, no se puede lim itar estos derechos a la higiénica torre
de marfil de la sociedad civil.
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S I53

Al describir la sociedad política com o un espacio de negociación


y contestación generado a partir de la actuación de las agencias gu­
bernam entales, con frecuencia tenem os que hablar de procesos ad­
ministrativos paralegales y de reivindicaciones colectivas que apelan
a lazos de solidaridad moral. P or ello, es im portante enfatizar la rela­
ción existente en tre la sociedad política y las form as político-lega-
les del Estado m oderno. Los ideales de soberanía p o p ular y ciuda­
danía igualitaria que éste consagra ad q u ieren form a concreta a
través de dos ejes: propiedad y comunidad. P ropiedad es el nom bre
conceptual de la regulación p o r ley de las relaciones entre indivi­
duos den tro del m arco de la sociedad civil. Aun cuando las relacio­
nes sociales realm ente existentes no se ajusten al m odelo ideal de
sociedad civil, el Estado debe, no obstante, m an ten er la ficción de
que todos sus ciudadanos p erte n e c en a esa sociedad civil. La fic­
ción de que todos los habitantes de u n a nación son iguales ante la
ley. Sin em bargo, en la adm inistración de los servicios públicos,
com o ya hem os señalado repetidam ente, el carácter ficticio de esta
construcción legal se convierte en u n hech o innegable, que no
puede ser obviado al diseñar las políticas. De esta contradicción re­
sulta u n a doble estrategia com plem entaria, de negación y afirm a­
ción sim ultánea. E ncontram os acuerdos paralegales que m odifi­
can, m atizan o com plem entan, en el ám bito co n tingente de la
sociedad política, unas estructuras form ales de p ro p ied ad que ne­
cesitan, sin em bargo, seguir siendo afirm adas y protegidas den tro
del dom inio legalm ente constituido de la sociedad civil. Como sa­
bem os, la p ro p ied ad es el eje de la relación en tre capitalism o y Es­
tado m oderno. Es en las disputas sobre la p ro p ied ad donde encon­
tram os, en el terren o de la sociedad política, úna dinám ica de
transform ación de las estructuras precapitalistas y de las culturas
prem odern as dentro del Estado m oderno. Es aquí d o nde podem os
observar una lucha p o r el reconocim iento de derechos, que va más
allá de lo m eram ente form al. En la m ayor parte del m undo, es en
la sociedad política d o n d e podem os d iscernir el h orizonte histó­
rico de cam bio asociado con la m o d ern id ad política. La sociedad
154 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

civil actúa com o referen te ideal p ara las fuerzas favorables al cam ­
bio político, pero es a través de la luch a cotidiana p o r el reconoci­
m iento de derechos legales y derechos adquiridos com o se pued en
producir, a largo plazo, redeñniciones sustanciales de la pro p ied ad
y de la ley en el ám bito del Estado m o d ern o realm ente existente.
Lo paralegal, a pesar de su estatus am biguo, no es u n a condición
patológica de la m o d ern id ad tardía: en la mayor p arte del m undo
es parte integral del proceso de construcción histórica de la m o­
dernidad.
La com unidad, p o r su parte, adquiere legitim idad d entro del do­
minio del Estado m oderno sólo a través de la “nación”. Otras solidarida­
des que potencialm ente puedan entrar en conflicto con la comunidad
política de la nación son percibidas con sospecha. Sin embargo, hemos
visto que, en la práctica, las políticas públicas generan numerosos gru­
pos de población “de hecho”, que pueden o no tener significado polí­
tico. Para alcanzar sus reivindicaciones en la sociedad política, un grupo
de población generado por la gubernam entalidad debe ungirse con el
barniz moral de la comunidad. Este es un elemento fundamental en las
políticas de la gubernam entalidad. Hay muchas posibilidades imagina­
tivas para transform ar un grupo de población generado em pírica­
m ente en u n a com unidad m oralm ente constituida. Como he argu­
m entado en otro lugar, no es realista ni tam poco responsable
condenar todas estas transform aciones políticas, acusándolas de sec­
tarias y peligrosas,.
En estos textos no he hablado dem asiado del lado oscuro de la
sociedad política. Esto no im plica que no sea consciente de su exis­
tencia. Pero aún n o tengo claro de qué m anera la crim inalidad y la
violencia están conectadas con las estrategias de los grupos de po­
blación m enos favorecidos, obligados a luch ar p ara que atiendan
sus reivindicaciones de acceso a los program as públicos. Creo que
he dicho lo suficiente sobre la sociedad política com o para sugerir
que, en el cam po de la práctica pop u lar dem ocrática, crim en y vio­
lencia no son categorías cerradas, sino que, p o r el contrario, se en ­
cu en tran abiertas a un alto grado de negociación política. Es un
L A P O L ÍT IC A DE LOS G O B E R N A D O S 155

hecho, p o r ejem plo, que en el últim o cuarto de siglo se ha produ­


cido un sensible aum ento de la violencia de casta en India (y de su
proyección p ú b lica), y que esto coincide con el periodo de más am­
plia afirm ación dem ocrática p o r p arte de las castas oprim idas. Te­
nem os, tam bién, num erosos ejem plos de m ovimientos violentos de
grupos m arginales, regionales, tribales o de cualquier otro tipo, se­
guidos de u n a rápida y con frecuencia generosa extensión del
cam po de acción de la gubernam entalidad. ¿Es posible hablar, en­
tonces, de u n uso estratégico de la ilegalidad y de la violencia en el
terren o de la sociedad política, tal com o lo ha señalado un recono­
cido escritor, al describir la dem ocracia india com o “u n m illón de
m otines al m ism o tiem po”? No tengo respuesta para esta pregunta.
U n reciente estudio, lleno de agudas intuiciones sobre el tema, ha
sido publicado p o r T hom as Blom H ansen acerca del m ovim iento
Shiv Sena en Bombay. Aditya Nigam tam bién ha publicado algunos
artículos recientes sobre el “sub m u n d o ” de la sociedad civil. Por el
m om ento, únicam ente puedo citar estos dos trabajos.15
En mis textos he utilizado únicam ente ejemplos provenientes de
la p eq u eñ a región de Ind ia que m ejor conozco. Según creo, se
trata tam bién de u n a región d o n d e la sociedad política ha adqui­
rido un carácter singular d e n tro de la evolución de la cultura po­
pular. A la luz de estas experiencias, he in tentado reflexionar sobre
las condiciones en las cuales la gubernam entalidad puede derivar,
no en la contracción, sino en u n a expansión del carácter participa-
tivo y dem ocrático de la política. Significativam ente, India es la
única dem ocracia del m u n d o d o n d e la participación electoral ha
seguido au m en tan d o en años recientes. De hecho, esta participa­
ción dem ocrática está creciendo, sobre todo, entre los pobres, las
minorías y los grupos de población no privilegiados. Por el contrario,

15 T h om as Blom H an sen , Wages ofViotence: Naming an Ideiitity in Post-


Colonial Bombay, P rinceton, P rinceton Untversity Press, 2001; Aditya
N igam , “Secularism , M odernity, Nation: Epistem ology o f the Dalit
Critic”, en Economk an d Polilicai Weehly, vol. 35, nB 48, 25 de noviem ­
bre d e 2000.
156 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

algunas evidencias recientes ap u n tan a una dism inución de la par­


ticipación en tre Jos ricos y las clases m edias u rb an as.lr> Esto sugiere
una respuesta política a la práctica de la gubernam entalidad, muy
diferente de la p roducida en la m ayoría de las dem ocracias occi­
dentales.
Tam poco he hablado nada sobre el género. Felizm ente, en el
caso de la dem ocracia india, existe sobre este tem a u na literatura
abundante en cantidad y en calidad.17 Casi siem pre es el lado más
oscuro de la sociedad política el que está en ju e g o aquí. En los
años ochenta, u n gran n ú m ero de leyes propuestas p o r grupos de
m ujeres fueron rápid am en te aprobadas p o r el parlam ento, para
asegurar mayores derechos a aquéllas. Pensam os si no fue una vic­
toria dem asiado fácil, conseguida a través de u n a acción-legislativa,
de arriba hacia abajo. La vida de la m ayoría de las m ujeres tiene lu­
gar en familias y com unidades donde las prácticas cotidianas n o es­
tán reguladas p o r la ley, sino p o r otras fuentes de autoridad. Según
se ha señalado, p ara conseguir u n a efectiva protección de los d ere­
chos de las m ujeres se debería recu rrir a legislaciones estatales es­
pecíficas, aun a costa de violar los derechos de las minorías. En este
sentido, se h a p lan tead o incluso si la única alternativa no se trans­
form aría con las creencias y prácticas tradicionales en las mismas
com unidades m inoritarias. La p ro p u esta de reservar u n tercio de
los asientos en el parlam en to p ara m ujeres ha sido recientem ente
rechazada p o r la ro tu n d a oposición de los líderes de las castas infe­
riores, que alegaban que esto supondría red u cir su representación,
tan arduam ente conquistada, para sustituirla p o r congresistas m u­
jeres provenientes de castas altas. En esto, com o en otras m uchas

16 Yogendra Yadav, “U n d erstan d in g the S econ d D em ocratic Upsurge:


Trends o f Bahujan Participation in Electoral Politic in the 1990s",
en F. Frankel, Z. H asan, R. Bhargava y B. Arora (ed s.), Tmnsfonning
bidia: Social and Political Dynamics o f Democracy, D elhi, O xford Uni-
versity Press, 2000.
17V éase, por ejem plo, Nivedita M enon (ed .), Gender andsPolilics in
India, D elhi, O xford University Press, 1999.
L A P O L ÍT IC A DE LO S G O B E R N A D O S 157

cuestiones acerca de los derechos de las mujeres, se puede discernir


el conflicto en tre los deseos ilustrados de la sociedad civil y las p re ­
ocupaciones confusas, contenciosas y a m en u d o poco agradables
de la sociedad política.
A m odo de conclusión, me gustaría recordar el m om ento funda­
dor de la teoría política de la dem ocracia, en la antigua Grecia. Mu­
cho antes de que la sociedad civil y el liberalismo fuesen inventados,
Aristóteles concluyó que no todas las personas eran aptas para form ar
parte de la clase gobernante, porque no todos tenían la sabiduría
práctica o la virtud ética necesarias para ello. Pero su m ente empírica,
astuta, no excluyó la posibilidad de que, en algunas sociedades, para
algunos tipos de pueblos, bajo ciertas condiciones, la democracia
fuese una buena form a de gobierno. Nuestra teoría política actual no
acepta los criterios de Aristóteles acerca de la Constitución ideal.
Pero nuestras prácticas gubernam entales reales están aún basadas en
la premisa de que no todo el m undo puede gobernar. Lo que he in­
tentado dem ostrar es que, ju n to a la prom esa abstracta de la sobera­
nía popular, las personas en la mayor parte del m undo están vislum­
brando nuevas m aneras a través de las cuales elegir cómo quieren ser
gobernadas. Muchas de las formas de la sociedad política que he des­
crito no contarían, sospecho, con la aprobación de Aristóteles, pues
perm iten que líderes populares tengan precedencia sobre la ley. Pero
podríam os, creo yo, ser capaces de convencerlo de que de esa ma­
nera las personas están aprendiendo, y forzando a sus gobernantes a
aprender, cóm o prefieren ser gobernadas. Esta -e l sabio griego tal
vez coincidiría con nosotros- es una buena justificación ética para la
democracia.
6. Una respuesta a los “modelos
de la sociedad civil” de Taylor

U n gran núm ero de intelectuales y analistas del este de Eu­


ropa han apelado recientem ente al concepto de sociedad civil, enten­
dida como u n campo de iniciativas y organizaciones independientes,
tendencialm ente opuestas al Estado. Charles Taylor, sin embargo, nos
ha advertido de los peligros de extrapolar autom áticam ente los resul­
tados de un desarrollo histórico específico, aplicable a Europa occi­
dental, a contextos geográficos que no necesariamente com parten las
mismas condiciones.1 Taylor ha señalado que la oposición entre Es­
tado y sociedad civil es una abstracción demasiado simplificadora aun
en el caso de las dem ocracias liberales occidentales, y subestima los
estrechos vínculos y la dependencia recíproca entre ambas esferas en
los países del este europeo.
Q uiero analizar el argum ento relativo a la presunta especificidad
del pensam iento de Europa occidental. Taylor propone considerar
los eslabonam ientos lógicos que conform an el concepto de sociedad
civil en Europa occidental, y la posible ampliación del campo semán­
tico de esta noción para incluir procesos de interacción entre Estado
y sociedad en otros contextos. Esta propuesta, implícitamente, asume
que sólo los conceptos de la filosofía social europea son susceptibles
de universalización. La expansión y el enriquecim iento de estos con­
ceptos es la única alternativa posible para com prender y englobar los
procesos no europeos, entendidos como variantes locales de una histo­
ria universal cuyo núcleo teórico se alimenta, y se alimentará siempre,

1 Charles Taylor, “M odes o f Civil Society”, en Public Culture, vol. 3,


ns 1, 1990.
l6 o L A N A C IÓ N E N T IE M P O H E T E R O G É N E O

de los procesos europeos. El objetivo de este artículo es discutir e


im pugnar esa suposición.
Para comenzar, debo aclarar que no estoy acusando a Taylor de
ningún tipo de eurocentrism o que conscientem ente pudiera haber
evitado. N inguno de nosotros, los involucrados en el universo acadé­
mico de las ciencias sociales, puede realizar esta operación. El pro­
ceso de conform ación de las disciplinas científicas sociales y su plas-
mación institucional en universidades y centros académicos
determ inan que en la actualidad hablar en el lenguaje de la filosofía
europea sea u n a prem isa central de nuestro discurso. Un intelectual
“tradicional” de Ghana, Irán o Tailandia puede tener la opción de ha­
blar en un lenguaje diferente, pero al hacerlo se condenará a un pro­
vincianismo irrevocable. Los intelectuales “m odernos” de estos países
ni siquiera tienen esa alternativa.
Si aspiramos a contribuir al campo de la filosofía política desde un
punto de vista académico, no podemos pretender plantear una posición
alternativa que representa posiciones subalternas simplemente privile­
giando los conceptos propios de las filosofías ghanesa, iraní o tailan­
desa. Las posiciones alternativas, si efectivamente deben emerger, pasan
por superar los marcos de la filosofía europea, trasladando los términos
del debate más allá de sus fronteras discursivas. Esto es lo que deseo in­
tentar. Para ello, expondré brevemente los argumentos de Taylor acerca
de la especificidad del concepto eu ro p eo de sociedad civil, explo­
rando sus condiciones y límites, y analizaré su presu n ta potenciali­
dad como la form a local de u n concepto universal. Mi objetivo, en
este sentido, es situar el concepto sociedad civil en su lugar correcto:
com o un p ro d u cto del provincianismo de la filosofía social europea.

¿Qué es sociedad civil? Taylor distingue tres sentidos diferentes para


este concepto dentro de la tradición política europea:
¡FLAC50 - SiWiotec?
LO S “ M O D E LO S DE LA S O C IE D A D C IV IL ” l6 l

- En sentido amplio, sociedad civil existe cuando existen


asociaciones autónom as de ciudadanos, que no están bajo
la tutela del pod er del Estado.
- Más concretam ente, sociedad civil existe sólo en aquellos
casos en que la sociedad es capaz de estructurarse y
coordinar acciones como un todo, a través de asociaciones
autónom as, sin la tutela del Estado.
- Como alternativa o com plem ento de esta segunda
acepción, podem os hablar de sociedad civil allí donde este
conjunto de asociaciones autónom as cuenta con
capacidad significativa para influir en las políticas
públicas.

A partir de aquí, Taylor enum era cinco antecedentes intelectuales


que históricam ente habrían contribuido en Europa a forjar la noción
de una sociedad civil autónom a del Estado:

a. La idea medieval de que sociedad no necesariam ente


equivale a organización política, y que la autoridad
política es solam ente u n órgano entre otros.
b.La idea cristiana de la Iglesia como sociedad
independiente.
c. El desarrollo d entro del marco del feudalismo de una
noción legal de derechos individuales.
d.El surgim iento, en la Europa medieval, de ciudades con
gobierno propio relativamente autónomas.
e. El dualismo tradicional de la política medieval, que
presuponía un m onarca que gobernaba con el apoyo
inestable de u n conjunto de estamentos sociales.

Según señala Taylor, estas cinco ideas fueron trabajadas de dos m ane­
ras diferentes p o r Locke y M ontesquieu, lo que dio lugar a dos con­
cepciones diferentes de la relación entre Estado y sociedad civil. En el
caso de Locke, el significado de la idea “A” se matiza de m anera tal
162 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

que la sociedad aparece como u n elem ento anterior a la existencia


del gobierno. M ediante u n contrato prim igenio, los individuos hasta
entonces en estado natural se habrían conform ado en sociedad. Pos­
teriorm ente, conform e a un acuerdo m utuo entre sus integrantes,
esta sociedad se habría dotado de gobierno. Si éste violase la con­
fianza depositada en él, la sociedad recobraría su libertad de acción.
La idea “B”, tam bién reinterpretada, implica la existencia de una co­
m unidad prepolítica, constituida a partir de la ley natural recibida de
Dios. En la argum entación de Locke, esto se convierte en el funda­
m ento para los derechos individuales contenidos en la idea “C”: nin­
guna ley positiva puede ser válida si contraviene estos derechos. Esta
combinación particular de “A”, “B” y “C” desemboca, para Locke, en
la noción de una sociedad civil diferenciada de la autoridad política.
La mayoría de cuanto es valioso y creativo en la vida social, especial­
m ente en la esfera de la producción social, pertenece al dom inio de
la sociedad civil, más allá de la dirección o intervención de la autori­
dad política. Es fácil percibir la centralidad de estos argum entos en la
autorrepresentación ideológica del capitalismo inglés.
M ontesquieu, p o r su parte, no presupone la existencia de una co­
m unidad natural prepolítica, por lo que no necesita apelar a las ideas
“A” y “B”. Para él, sociedad y autoridad política son contem poráneas
en su generación. Para fundam entar su doctrina antiabsolutista com­
bina las ideas “C”, “D” y “E”, lo que le perm ite hacer una distinción
entre autoridad política, p o r un lado, y derechos inalienables, por
otro. Su noción de sociedad es un balance entre estos dos elementos,
ninguno de los cuales antecede al otro, que están en perpetua ten­
sión creativa, buscando u n equilibrio en el que ambos retienen su
identidad, sin destruirse recíprocam ente.
Lo significativo de la distinción realizada por Taylor entre las dos
com en tes de pensam iento que conducen a la diferenciación entre
Estado y sociedad civil, representadas cada u n a de ellas por Locke y
M ontesquieu, es la existencia de u n elem ento com ún que ambas
comparten. Se trata de la idea “C”, es decir, la noción de derechos indivi­
duales, central en ambos casos para determ inar la relación entre Estado
LO S “ M O D E LO S DE LA SO C IE D A D C IV IL ” 16 3

y sociedad civil, fundam ento de las doctrinas antiabsolutistas. Creo


que este elem ento com ún es especialmente im portante, teniendo en
cuenta la vinculación de esta tradición intelectual con otra historia,
diferente pero com plem entaria: la historia del capitalismo. Retomaré
este punto más adelante.
Antes de ello, quiero resaltar otra característica com partida por
ambas corrientes. Locke y M ontesquieu defienden los derechos indi­
viduales apelando a u n a noción de comunidad,. En Locke, esto es evi­
dente. Los derechos individuales tienen su origen en la com unidad
natural prepolítica: la idea “C” está enraizada en la idea “B”. Antes de
la aparición de la sociedad, cuando se encuentran todavía en un es­
tado natural, los hom bres están constituidos como individuos en el
marco de la ley natural. Como individuos preconstituidos proceden a
crear, prim ero, una sociedad, y posteriorm ente un gobierno, entendi­
dos ambos como instituciones necesarias para la defensa de sus dere­
chos individuales.
En M ontesquieu, au n q u e relacionada en térm inos instituciona­
les con las fuerzas en equilibrio derivadas de las ideas “D” y “E”, la
defensa de los derechos individuales adquiere la form a de vertu: el
espíritu p atriótico de los ciudadanos que “sienten vergüenza al
obedecer cualquier o rden que no proced a de las leyes”, y que “de­
fienden las leyes hasta la m u erte con tra amenazas internas y exter­
nas”. Es posible p ensar de m anera justificada en la vertu como un
sentido de com unidad que no es previo sino contem poráneo al esta­
blecim iento de la autoridad política, pero que, sin embargo, se con­
cibe a sí mismo como p o rtad o r de u n a identidad distinta de la pro­
pia de la autoridad política. ¿Por qué, si no, sería “patriótica” la defensa
de los derechos individuales con tra su vulneración p o r parte de los
reyes?
Los derechos individuales y su arraigo en la comunidad son dos ele­
mentos comunes en los argumentos de Locke y Montesquieu. Los pro­
blemas que Taylor describe al trazar la historia posterior de la relación
entre Estado y sociedad civil derivan fundam entalm ente de divergen­
cias en cuanto a la relación entre derechos individuales y comunidad.
1 6 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

Existen dos posiciones extremas, en este sentido. De un lado, encon­


tramos a los partidarios de abolir com pletam ente la com unidad y asu­
m ir los derechos del individuo como em anados de la autodeterm ina­
ción individual. Por otro lado, encontram os a quienes atribuyen a la
com unidad una form a única predeterm inada, deslegitim ando todas
las otras formas de com unidad. Esta historia, según quiero señalar,
se encuentra íntim am ente vinculada a la historia del capitalismo.

II

Las posiciones de Locke y M ontesquieu fueron glosadas y sintetizadas


por Hegel. Taylor acertadam ente señala que es posible encontrar am­
bas corrientes “incóm odam ente ju n ta s” en el nuevo concepto de so­
ciedad civil propuesto p o r Hegel. Perm ítanm e explorar el origen de
esta tensión.
Como sabemos, Hegel era reticente a pensar el origen del Estado
como un contrato, por cuanto un contrato implica un acuerdo acciden­
tal, enteramente contingente, entre voluntades individuales. Los contra­
tos se enmarcan dentro del dom inio de las necesidades, ineludibles
pero demasiado cambiantes para convertirse en la base sustentadora del
derecho. Hegel tampoco acepta que la familia, ese prim er m om ento
elemental de la vida social, haya sido fundada mediante contrato. Admi­
tir esto significaría reconocer que los miembros de una familia, ya sean
adultos o niños, poseen derechos unos frente a los otros, incluido el de
disolver la familia según su voluntad. Este tipo de enfoque, según Hegel,
supondría asumir que los elementos primarios de la vida social se en­
cuentran sujetos a eventos caóticos y al carácter transitorio de los acuer­
dos contingentes. Los contratos, para Hegel, no pertenecen a los domi­
nios del Estado y la familia: pertenecen al dominio de la sociedad civil.
¿Cómo se conform a la familia? Hegel comienza la Filosofía del Dere­
cho estableciendo la prim acía de la voluntad individual en el derecho
abstracto. Pero, al trasladar la reflexión hacia la materialización de la
LO S “ M O D E LO S DE LA S O C IE D A D C IV IL ” 165

voluntad individual en las formas concretas de la vida ética, funda­


m enta el prim er m om ento de esa vida, la familia, en el amor, una
fuerza situada más allá de la voluntad y de la individualidad. La fami­
lia es pensam iento ético “en su fase natural o inm ediata”, “específica­
m ente caracterizada p o r el amor, com o percepción de su propia uni­
dad. Cada individuo se integra en la familia, no como persona
independiente, sino com o un m iem bro”.2 Estos pasajes se pueden
leer como u n a narrativa reprim ida de la com unidad, que fluye a tra­
vés del sustrato de u n capitalista liberal, donde quienes celebran la so­
beranía absoluta y natural de la individualidad rehúsan aceptar explí­
citam ente estas ideas. Hegel dice:

Amor significa, en términos generales, la conciencia de mi


unión con otro, asumiendo que no soy un ser aislado, egoísta,
sino que adquiero conciencia en tanto renuncia de mí in­
dependencia y asunción de que mi identidad lo es tanto mi
unió n con otro com o del otro conmigo. Amor, sin em­
bargo, es sentim iento, en otras palabras, es vida ética en la
form a de natural [...] El prim er m om ento en el am or es
aquel en el que no deseo ser una persona autorreferente,
pues, en tanto lo fuera, me sentiría defectuoso e incom ­
pleto. El segundo m om ento es aquel en el que me encuen­
tro a m í mismo en otra persona, de quien encuentro algu­
nas cosas en mí. Amor, p o r lo tanto, es la mayor
contradicción. El E ntendim iento no puede resolverla dado
que n o existe nada más persistente que este aspecto de la
autoconciencia, negado pero al mismo tiem po afirmado. El
am or es al mismo tiem po proposición y solución a esta con­
tradicción. En tanto solución, el am or es una unión de tipo
ético.3

2 G eorg W ilhelm Friedrich H egel, Philosophy of Righls, Londres,


O xford University Press, 1967, p. 110.
3 Ibid., pp. 261-262.
166 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

El derecho de la familia consiste propiam ente en el hecho


de que su sustancialidad determ ina su existencia. Entonces,
es u n derecho contra la injerencia externa y contra las sece­
siones de la unidad de la familia. Por otro lado, repito, el
am or es u n sentim iento, algo subjetivo, contra el cual la
unidad no puede hacerse efectiva. La dem anda de unidad
puede ser sostenida, entonces, sólo en relación con tales co­
sas cuando son p o r naturaleza externa y no condicionada
por el sentim iento.4

Hegel, por supuesto, restringe a esta unidad sustancial a la familia nu­


clear, cuyo derecho de resistencia contra las injerencias externas y
contra cualquier tipo de secesión o enajenación se plasma de m anera
concreta, prim ero, en la propiedad familiar, y, segundo, en el cabeza
de familia, esposo y padre. Al hacer esto, Hegel se desliza hacia una
posición precaria. A pesar de su presunta determ inación en contra de
la noción de familia basada en u n acuerdo contractual, cuyos signata­
rios retienen sus derechos individuales, no puede evitar que la co­
rriente individualista se filtre en instituciones como el m atrim onio y
la herencia, tal como se encuentran recogidas en la ley positiva de las
sociedades occidentales modernas.
Leyendo estos pasajes, los argum entos de Hegel sobre el m atrim o­
nio, las relaciones de género y la herencia nos pueden parecer pinto­
rescos, si los observamos con mirada caritativa, o sim plemente conser­
vadores. Q uiero señalar, sin em bargo, que existe otra perspectiva
desde la cual las ideas de Hegel sobre el am or no parecen estar tan
desfasadas. Se trata, no de la narrativa de la familia burguesa, sino de
la narrativa de la com unidad. En nuestros días, a pesar del predom i­
nio de una retórica m arcada por la exaltación del individualismo, to­
dos los movimientos que apelan a la solidaridad “natural” de la comu­
nidad dialogan con Hegel. Estos movimientos reclam an los derechos
de la com unidad contra las ingerencias externas y contra los intentos

4 Ibid., p. 262.
LO S “ M O D E LO S DE LA SO C IE D A D C IV IL ” 16 7

de enajenación. Buscando fundam entar su existencia en una serie de


elem entos materiales y representaciones clave reconocidas colectiva­
m ente, están hablando en el lenguaje del “am or”, del autorreconoci-
m iento com o individuo a través de la subsunción espontánea de la
voluntad individual en el conjunto de la com unidad.
Podríam os objetar que esta idea de afiliación “natural” a una co­
m unidad (o a u n conjunto interrelacionado de com unidades) vio­
lenta la libertad de elección in herente a la voluntad individual. Den­
tro de la teoría sociológica europea (alim entada con una gran dosis
de literatura orientalista y de antropología colonial), esta objeción se
ha convertido en la base para la diferenciación entre los gemeinschaf-
ten precapitalistas, basados en la adscripción no libre, y las modernas
asociaciones, donde la libertad y la capacidad de elección pueden flo­
recer. Los argum entos de Hegel sobre la familia recuerdan los condi­
cionantes irreducibles con que los seres hum anos nacen en tanto
seres sociales. N o se trata de individuos inm aculados, libres de ele­
gir sus afiliaciones sociales, de género, etnia o clase, sino de inte­
grantes adscritos desde el m om ento de su nacim iento a un conjunto
de referentes sociales concretos.
El individualismo liberal procura b orrar estos condicionantes deri­
vados del hecho de que las personas no son libres de elegir el bcus so­
cial de su nacim iento. El liberalismo desea olvidar que la cuestión de
la elección es en sí misma falaz, porque los seres hum anos no pueden
existir como individuos antes de su nacim iento, y cuando nacen se
encuentran condicionados como miembros concretos de la sociedad.
La teoría liberal sólo puede lidiar con este fenóm eno tratándolo
como un accidente de “inequidad natural”, que las políticas sociales
de asistencia e igualdad de oportunidades deben tratar de mitigar.
Sólo puede, en otras palabras, lidiar con esta mala conciencia.
Si se me perm ite la presunción de leer a Hegel de m anera hetero­
doxa, creo que es posible in terp retar sus reflexiones sobre la “vida
ética” como una narrativa de la com unidad, donde los derechos indi­
viduales deben ser negociados dentro del campo de la vida ética de la
com unidad. Hegel convierte la familia en el campo de acción para el
168 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

proceso de negociación entre las subjetividades individualidades y la


sociedad, es decir, para la educación de los individuos.5 No está dis­
puesto a defender la educación como un campo autónom o frente al
implacable dom inio de los m odernos regím enes disciplinarios, enca­
minados a producir un individuo “norm alizado”. Sin em bargo, en
contra de lo habitual en la sociología liberal, prefiero una lectura de
Hegel que sitúa la educación como parte integral de la vida ética de
la com unidad, y no en el marco de la disciplina compulsiva de la es­
cuela, la prisión, el hospital y la clínica psiquiátrica. No pretendo des­
cribir el campo de la vida ética de la com unidad como algo suscepti­
ble de elección, ni tam poco como u n a etapa perteneciente a algún
estadio tem prano del desarrollo de la familia nuclear burguesa.6 Más
bien quiero leerlo com o una narrativa vigente en nuestros días, en
contra de lo que presupone el enfoque del individualismo burgués.
Regresando a Hegel y a la sociedad civil, las familias, unidas inter­
nam ente contra la injerencia externa de otras familias, representadas
cada una de ellas p o r su cabeza de familia (el burgués, el bourgeois),
constituyen el dom inio de la sociedad civil. Éste es el ámbito de los in­
tereses particulares, basado en necesidades particulares y en la satis­
facción recíproca de las necesidades de todos, a través del intercambio
contractualmente mediado de los productos del trabajo. Es, también, el
dominio donde la propiedad de cada familia está protegida mediante la
administración de justicia. La sociedad civil, en otras palabras, es el bien
conocido dominio de la economía de mercado y de la ley civil.
Hegel incluye d entro de la sociedad civil una categoría residual
vinculada a las “contingencias que perm anecen al acecho” dentro del

5 Ibiil., pp. 117-118.


6 R ecuerdo aq u í la crítica de Marx al tratam iento d ad o por H e im
M aine a las “antiguas form as de p aren tesco”, in clu yen d o “las
com u nid ad es aldeanas de India", co m o la prehistoria d e la fam ilia
m oderna. Al respecto, véase Lavvrence Krader, The Ethnological
Notebooks of Karl Marx, A ssen, Van G orcum , 1974, pp. 287-336. Existe
traducción al castellano d e este texto: Apuntes etnológicos, Madrid,
F undación Pablo Iglesias, 1988.
LO S “ M O D E LO S DE LA S O C IE D A D C IV IL ” 169

sistema de necesidades, en la adm inistración de justicia y en el “cui­


dado de intereses particulares convertidos en un interés com ún”. Esta
categoría residual abarca la policía y la corporación. Lo curioso es
que en la dem arcación de los límites del espacio público de supervi­
sión articulado p o r la sociedad civil (presum iblem ente pensando en
funciones de baja policía), Hegel adm ite que “no existe ninguna
frontera objetiva”. En otras palabras, en esta interacción entre familia
y sociedad civil no existe ninguna frontera objetiva que separe lo pú­
blico y lo privado. Esta separación es m eram ente contextual, toma en
cuenta contingencias. Según señala Hegel, “estos detalles están deter­
minados p o r la costumbre, por el espíritu del resto de la constitución,
por condiciones contem poráneas, po r la coyuntura, etcétera”.' ¿Cómo
podemos in terpretar esta ausencia de fronteras objetivas entre lo civil
y lo familiar, entre lo público y lo privado? ¿Cuál es la razón de esta
zona de contingencia e indeterm inación, donde “todo es subjetivo”?
¿Podemos interpretarlo como otro testimonio de la existencia de una
narrativa suprim ida de la com unidad, filtrada a través de los intersti­
cios de la estructura objetivam ente construida y contractualm ente
regulada de la sociedad civil?
Existe otro elem ento a considerar. Respecto a la sociedad civil y su
función de interpretar intereses particulares como si se tratara de in­
tereses comunes, Hegel señala:

En su condición de familia universal, la sociedad civil tiene


el derecho y el deber de vigilar e influir en la educación,
puesto que de la educación proviene la capacidad del niño
para convertirse en m iem bro de la sociedad. Este derecho
de la sociedad se encuentra p o r sobre las preferencias arbi­
trarias y contingentes de los padres [...] Los padres, gene­
ralm ente, presuponen que en m ateria de educación tienen
u na total libertad y pueden disponer de todo según deseen
[...]. Sin excepción alguna, la sociedad tiene el derecho

7 G. W. F. H eg el, Philosophy of Rights, op. cit., p. 146.


1 7 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

[...] de obligar a los padres a que m anden a sus hijos a la es­


cuela, de tenerlos vacunados, etc. Las disputas que han sur­
gido en Francia entre los defensores de la supervisión esta­
tal y quienes dem andan que la educación debe ser libre,
estas disputas surgidas sobre la opción de los padres, son
aquí relevantes.8

U na vez más la narrativa suprim ida de la com unidad aparece como


trasfondo. ¿Se puede in terp retar de otra m anera la equivalencia he-
geliana en tre sociedad civil y familia universal? ¿Cómo puede la so­
ciedad civil representarse a sí m isma com o u n a familia que, de
acuerdo con el pro p io H egel, no tiene su origen en un contrato,
sino en la fuerza del am or ajena a la libre voluntad del individuo? Al
reducir la fam ilia al esquem a de fam ilia nuclear burguesa, Hegel
em pobrece irrem ediablem ente el concepto. El vacío que esta opera­
ción produce a la h o ra de in te rp re ta r las form as sociales debe ser
llenado con la noción de u n a sociedad civil que asum e para sí el pa­
pel de fam ilia universal. Irónicam ente, al adm itir esto H egel se
vuelve susceptible de apropiación p o r parte de quienes dem andan
que este papel de fam ilia universal debe ser rep resentado p o r la
única com unidad legitim ada en la sociedad m oderna, la nación. Un
papel cuyo fortalecim iento corresponderá a los mecanismos discipli­
narios del Estado-nación. H^gel, de m anera no del todo inocente, se
convierte en cóm plice de este acto de apropiación, com o conse­
cuencia inevitable de su p ro p ia construcción del derecho. El dom i­
nio contin g en te y contractual de la sociedad civil debe unificarse,
después de todo, al nivel más alto y universal de la idea absoluta de
derecho, e in corporarse al Estado en ten d id o com o la com unidad
política.

8Ib id ., pp. 148 y 227.


LO S “ M O D E LO S DE LA S O CIE D A D C IV IL ” 17 I

III

Como vemos, d en tro de la m oderna teoría social europea, la repre­


sión de una narrativa independiente de la com unidad se encuentra
en la base tanto de la distinción entre el Estado y la sociedad civil,
como de la disolución de esta distinción. Por u n lado, encontram os
argum entos relativos a la soberanía de la voluntad individual, que in­
sisten en que el Estado carece de legitimidad para interferir en el do­
minio de la libertad individual de elección y en el m undo de los
acuerdos contractuales entre individuos. Por otro lado, encontram os
tam bién argum entos que presentan a la única com unidad política po­
sible con la form a singular, p redeterm inada y dem ográficam ente
cuantificable, del Estado-nación, que asume el papel regulador de la
sociedad y usurpa esta función a los dominios de la sociedad civil y de
la familia, desdibujando con ello la distinción entre lo público y lo
privado. Taylor se refiere a esta variedad de posibilidades cuando se­
ñala que la relación entre el Estado y la sociedad civil en el pensa­
m iento occidental no es una simple oposición. Por mi parte, sostengo
que estas posibilidades aparentem ente contradictorias de oposición y
subsunción aparecen porque los conceptos de individualidad y Estado-
nación se encu en tran insertos en u n a nueva gran narrativa: la narra­
tiva del capitalismo. Esta busca suprim ir la narrativa de com unidad
y produce en su desarrollo tanto el individuo norm alizado como los
regím enes m odernos del pod er disciplinario.
La especificidad histórica del pensam iento social europeo no
puede describirse sim plem ente p o r las condiciones expuestas, desde
“A” hasta “E”, p o r Taylor. Por u n lado, no sería sorprendente encon­
trar en las historias prem odernas de otros Estados no europeos rasgos
similares en las relaciones entre el Estado y la sociedad. Por otra
parte, resulta difícil explicar p o r qué, si el pensam iento europeo se
encuentra determ inado p o r estos elem entos particulares, los pensa­
dores procedentes de Polonia, Filipinas, Nicaragua, etc., deben recu­
rrir a filósofos ingleses, franceses o alem anes para pensar y justificar
los com portam ientos de sus propias sociedades y Estados. Si hay un
1 7 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

elemento que determ ina la conversión del pensam iento provinciano


europeo en una filosofía universal, la transición entre la historia pa­
rroquial europea y la historia universal, éste es el capitalismo: un ca­
pitalismo que es global en su alcance territorial y universal en su do­
minio conceptual. La narrativa del capitalismo convierte la violencia
inherente al comercio mercantilista, la guerra, el genocidio, la con­
quista y el colonialismo en una historia de progreso, desarrollo, mo­
dernización y libertad universales.
Para que esta narrativa tome form a, la destrucción de la com uni­
dad es fundam ental. Marx percibió claram ente este punto, al identi­
ficar como condición necesaria para la producción capitalista la sepa­
ración de las masas de obreros de sus m edios de producción. La
llamada acum ulación primitiva n o es sino la destrucción de la comu­
nidad precapitalista, caracterizada po r la unid ad social de los trabaja­
dores con sus medios de producción. En la narrativa del capitalismo,
la com unidad es relegada a la prehistoria del capital, u n estadio natu­
ral, prepolítico y prim ordial en la evolución social, que debe ser supe­
rado para dar paso a la libertad y el progreso. Desde que la historia
del capitalismo es universal, “com unidad" se ha convertido en la pre­
historia del progreso, identificada con la Edad Media en Europa y
con el presente estancado, atrasado y subdesarrollado en el resto del
mundo.
Sin embargo, la com unidad no ha podido ser suprim ida por com ­
pleto. El dom inio de la sociedad civil, regulado en palabras de Marx
por las nociones de “libertad, igualdad, propiedad y B entham ”, no
puede justificar adecuadam ente las carencias de libertad e igualdad
en el proceso de producción industrial, ni tam poco la persistente di­
visión entre las clases derivadas del capital y el trabajo/1Pero Marx no
fue capaz ap reh en d er la capacidad de la sociedad capitalista para
compatibilizar, ideológicam ente, capital y trabajo en el m arco de la
com unidad política de la nación, gracias a la narrativa del amor, del

9 La cita en trecom illad a p roced e de Karl Marx, El capital,


H arm ondsw orth, P en guin , 1976, vol. 1, p. 280.
L O S “ M O D E LO S DE LA SO C IE D A D C IV IL ” 173

deber, de la ayuda social, etc. Incluso una vez alcanzada su proyección


planetaria, el capitalismo ha continuado siendo parasitario del tipo
de particularismo (re) construido sobre el concepto de nación. En este
sentido, sería u n interesante ejercicio tratar de identificar en El capi­
tal los pasajes donde la narrativa suprim ida de la com unidad hace su
aparición furtiva. En prim era instancia, subyace en la cuestión del di­
nero, el interm ediario universal que, no obstante, retiene la forma de
m oneda “nacional”, con u n valor de cambio asignado p o r el Estado
nacional. Tam bién aparece en la asignación de valor al trabajo, de
acuerdo con un patrón hom ogéneo y norm alizado, que no obstante
está determ inado p o r especificidades particulares, histórica y cultu­
ralm ente condicionadas.
Debem os reco rd ar que la aparición de una esfera pública en Eu­
ropa, que Taylor define com o u n espacio más allá de la supervisión
de la auto rid ad política, donde la “opinión p u ed e presentarse a sí
misma com o em anada de la sociedad”, fue u n elem ento crucial
para la identificación en tre una identidad cultural reconstruida y la
jurisdicción legitim ada del Estado. En este espacio público, a través
de la m ediación de lo que B enedict A nderson d en o m ina “capita­
lismo de im p ren ta”, se configuran las form as homogeneizaclas de
u na cultura nacional, m ediante la estandarización de la lengua, de
las norm as estéticas y de los gustos del consum idor.10 Pero la esfera
pública no se limita a establecer la diferencia entre el Estado y la so­
ciedad civil, m ediante la generación de las herram ientas culturales
que hacen posible la aparición de una opinión pública susceptible
de atribuirse la voz de la nación. Tam bién genera nuevas formas de
vinculación en tre el Estado y la sociedad civil. Esta se convierte en
el territo rio d o n d e se proyecta la vida singular de los individuos,
p ero siem pre en el m arco de la nación. El Estado, p o r su parte, se

10 B enedict A n d erson, Imagined Comnmnities: Reflections on Ihe Origin and


Spread of Nalionalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: Comunidades imaginadas. Reflexiones solm el origen y la
difusión del nacionalismo, M éxico, F ond o d e Cultura Económ ica,
1993.
1 7 4 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

convierte en la form a encapsuladora de la nación: la única form a le­


gítima de com unidad.
Con todo, la noción de com unidad no es susceptible de una fácil
incorporación d en tro de la narrativa del capitalismo. Com unidad,
por definición, pertenece al dom inio de lo natural, de lo prim ordial.
Sólo en su form a dom esticada puede convertirse en un sentim iento
subjetivo com partido, que protege y nutre (el nacionalismo
“bueno”). Pero conserva la potencialidad am enazante de convertirse
en algo violento, segregacionista, irracional (el nacionalismo “m alo”) .
La gran contradicción n o superada d entro de la filosofía social occi­
dental no parece ser entre Estado y sociedad civil, sino, más bien, entre
capitalismo y comunidad. El Estado y las instituciones de la sociedad ci­
vil han encontrado cabida dentro de la narrativa del capitalismo. Sin
embargo, la noción de comunidad,, que idealm ente debió ser deste­
rrada del reino del capital, se rehúsa a desaparecer. Continúa llevando
una vida subterránea y potencialm ente subversiva en su interior.
La tensión entre las narrativas del capital y de la com unidad es fá­
cilm ente perceptible en la historia de los m ovimientos nacionalistas
anticoloniales. El m odelo de Estado m oderno se introduce en estos
países bajo el dom inio colonial. Las instituciones de sociedad civil,
debido a su peculiar historia arraigada en la tradición filosófica euro­
pea, hacen su aparición en las colonias, precisam ente, para crear un
dom inio público susceptible de legitim ar esta dom inación. Se trata,
sin em bargo, de u n proceso con límites precisos, p o r cuanto el Es­
tado colonial sólo puede conceder el título de súbditos a los coloniza­
dos: no puede concederles ciudadanía. La ruptura crucial en la histo­
ria del nacionalismo anticolonial tiene lugar cuando los colonizados
se niegan a form ar parte de esa sociedad civil de súbditos. Esta situa­
ción explica p o r qué los movimientos nacionalistas anticoloniales han
construido sus identidades nacionales p a rtie n d o de u n a narrativa
diferente: la narrativa de la com unidad. Era inevitable que así
fuera, ya que no existía la opción de co n stru ir narrativas propias
d e n tro del dom inio de las instituciones de la sociedad civil b u r­
guesa. De ahí que gen eraran u n dom inio diferente, m arcadam ente
LO S “ M O D E LO S DE L A SO CIE D AD C IV IL ” 175

cultural, caracterizado por la distinción entre lo material y lo espiri­


tual, lo exterior y lo in terio r." Esto es algo que Anderson no llega a
percibir. El dom inio interior, propio de la cultura, es declarado el te­
rritorio soberano de la nación. Al Estado colonial no le está perm i­
tido el ingreso en este campo, aun cuando el dom inio exterior per­
m anezca som etido al pod er colonial. El ejemplo de Gandhi es
particularm ente bueno respecto a este punto. La retórica apela aquí
a las nociones de amor, parentesco, austeridad, sacrificio, etc. Se trata, de
hecho, de u n a retórica antim odpm a, antiindividualista e incluso anti­
capitalista. El reto, siguiendo con el caso de Gandhi, consistía en
identificar, frente a la gran narrativa de la historia, lo s recursos cultu­
rales necesarios para negociar térm inos que perm itieran a personas
procedentes de com unidades diferentes, contextualm ente definidas,
coexistir en paz, de m anera productiva y creativa, dentro de grandes
unidades políticas.
Existe, sin embargo, un a ironía de fondo que atraviesa todo el pro­
ceso. Esta o tra narrativa sufre u n corte brutal u n a vez que el Es­
tado-nación poscolonial in ten ta proyectar su existencia dentro del
contexto definido p o r el desarrollo histórico m undial. El Estado
m oderno , encajado d e n tro de la narrativa universal del capita­
lismo, n o p u ede reco n o cer d e n tro de su jurisdicción ninguna
form a de com unidad, excepto la form a singular, p redeterm inada y
dem ográficam ente cuantificable de la nación. Debe, p o r lo tanto,
subyugar, h aciendo uso de la violencia de Estado si fuese necesario,
todas las aspiraciones paralelas de id en tid ad de la com unidad. Es­
tas otras aspiraciones, a su vez, únicam ente p ueden dotarse a sí mis­
mas de una justificación históricam ente válida a través de la dem anda
de una nacionalidad alternativa, susceptible de transformarse en un
Estado alternativo.
La concepción de la relación entre Estado y sociedad nacida en el
m arco de la historia parroquial de Europa occidental, universalizada

11 El autor profundiza este p u n to en el ensayo “Com unidad imaginada:


¿por q uién?”, in clu id o en este libro. (N. de los Trad.)
1 76 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

m ediante el capitalismo, acosa a la historia contem poránea del


m undo. No creo que la invocación de la oposición entre Estado y so­
ciedad civil en el contexto de las luchas contra los regím enes socialis­
tas de Europa oriental, las antiguas repúblicas soviéticas o China
pueda redundar en nada productivo, más allá de estrategias que bus­
can replicar la historia de Europa occidental. Hemos visto esta histo­
ria repetida cientos de veces. El provincialismo de la experiencia eu­
ropea será tom ado com o la historia universal del progreso. En
comparación, la historia del resto del m undo aparecerá como la his­
toria de una carencia, la historia de u n a insuficiencia: una historia in­
ferior. Las apelaciones rem itirán a ideas filosóficas desarrolladas en
Inglaterra, Francia o Alemania. Poco im portará que estas doctrinas
no tuvieran en cuenta, en el m om ento de su enunciación, la expe­
riencia de lo ocurrido en otras partes del m undo: igualm ente serán
consideradas útiles e ilum inadoras. En el caso de estos países, la iro­
nía será superlativa, al inscribir la historia de la industrialización so­
cialista dentro de la narrativa del capitalismo. Leídos como una fase
previa del desarrollo de la libertad, a los regím enes de socialismo bu­
rocrático les habría correspondido la “acum ulación primitiva”, nece­
saria para abrir el camino y perm itir el reacom odo del capitalismo se­
gún el curso “norm al” de la historia hum ana.
Pero, mientras tanto, la lucha entre com unidad y capitalismo, no­
ciones irreconciliables d en tro de esta gran narrativa, continuará.
Cada vez más, las formas del Estado m oderno quedarán constreñidas
dentro de la prisión de la identidad nacional. Esto significará una
esencialización de las diferencias culturales, excluyendo las ten d en ­
cias m inoritarias que n o se ajusten a las características elegidas como
rasgos de la nacionalidad. Nuevamente veremos aparecer la lucha en­
tre los nacionalismos “buenos” y “malos”.
¿Cuáles son las verdaderas categorías de la historia universal?,
¿Estado y sociedad civil?, ¿públicoy privado?, ¿regulaciones socialesy dere­
chos individuales ? ¿Todas estas categorías tien en significado d e n tro
de la gran narrativa del capital, en ten d id a com o historia de la liber­
tad, la m odernidad y el progreso? ¿O quizá debamos prestar atención
L O S “ M O D E LO S DE L A SO C IE D A D C I V IL " 177

a la narrativa de la com unidad, no teorizada, relegada a la zona pri­


mordial de lo natural, que niega cualquier subjetividad, 110 domesti­
cada por los requerim ientos del Estado m oderno y aún persistente en
su invocación de la retórica del am or y el parentesco ante la exalta­
ción hom ogeneizante del individuo normalizado?
Como queda claro, la lucha por provincializar la historia europea es,
en realidad, una lucha contra la propia idea de una historia universal.
7. Grupos de población y sociedad
política

El m omento de convergencia entre la modernidad ilustrada y


los anhelos de una ciudadanía extendida a todos en el marco de la na­
ción debe buscarse, sin duda, en la Revolución Francesa. Este evento ha
sido celebrado y canonizado de muchas maneras en los últimos doscien­
tos años, pero tal vez el hom enaje más ferviente sea la aceptación casi
universal de la fórmula que establece la identidad entre pueblo y na­
ción, por un lado, y, por otro, entre nación y Estado. La legitimidad del
Estado m oderno está hoy firme y claramente anclada en el concepto de
soberanía popular. Esta es, p o r supuesto, la base de la democracia mo­
derna. Pero la idea de soberanía popular es más universal que la propia
idea de democracia. Hasta los regímenes contemporáneos más antide­
mocráticos se ven obligados a defender su legitimidad apelando a la vo­
luntad del pueblo, sea cual sea la manera en que esta voluntad se mani­
fieste, y no al derecho divino, a la sucesión dinástica o al derecho de
conquista. Autocracias, dictaduras militares, regímenes de partido
único, todos gobiernan, o afirman gobernar, en nom bre del pueblo.
La fuerza de la idea de soberanía popular y su influencia en los mo­
vimientos democráticos y nacionalistas en Europa y en América du­
rante el siglo xix son bien conocidas.1 Sin embargo, esa influencia se

1 Por ejem plo, en Ibrahim A bu-L ughod, Arab Rediscover of Europe: A


Study in Cultural Encounters, P rinceton , Princeton University Press,
1963, y e n T im othy M itchel, ColonizingEgypt, Cam bridge,
Cam bridge University Press, 1988.
1 8 o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

ha extendido p o r un área que supera p o r m ucho lo que hoy conoce­


mos como el “Occidente moderno". En este sentido, las consecuencias
de la expedición de Napoleón a Egipto, en 1798, han sido amplia­
mente discutidas. En esos mismos años, m ucho más al este, el sultán
Tipu, príncipe de Misore, encabezaba una encarnizada lucha contra
los ingleses en el sur de India y entablaba negociaciones con el go­
bierno revolucionario francés, en 1797, al que proponía un tratado de
alianza y amistad “fundado sobre los principios republicanos de since­
ridad y buena fe, con el fin de que vosotros y vuestra nación, y mi pue­
blo y yo, podamos convertirnos en una familia”. Se dice que el príncipe
se estremeció cuando recibió u n a respuesta dirigida al “ciudadano sul­
tán Tipu”.2 Obviamente, es más que presumible que las simpatías repu­
blicanas de Tipu no fuesen más allá de la invocación, en la carta diri­
gida al “caballero del Directorio”, del principio táctico de “que vuestros
enemigos sean los míos y los de mí pueblo, y que mis enemigos sean
considerados como los vuestros”. Pero ninguna de esas reservas se
aplica a los sentimientos experim entados p o r la nueva generación de
reformadores m odernizadores que vivió en la India del siglo xix. En la
escuela, en Calcuta, aprendíam os sobre el viaje a Inglaterra realizado
en 1830 por Ram m ohun Roy, considerado el padre de la m odernidad
india. Cuando el navio que lo transportaba atracó en el puerto de Mar­
sella, nos decían que Ram m ohun se puso tan ansioso por saludar a la
tricolore, restaurada p o r la m onarquía de julio, que al bajar corriendo
por la pasarela se cayó y se rom pió u n a pierna. Supe más tarde, a
través de biografías más confiables, que su accidente había ocurrido
antes, en Ciudad del Cabo. Pero la lesión no consiguió disminuir el en­
tusiasmo de Ram mohun p o r la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Otro pasajero, según descubrí, escribió lo siguiente:

[...] dos fragatas francesas, bajo la bandera revolucionaria, la


gloriosa tricolor, estaban ancladas en Table Bay [el puerto de

2 Kabir Kausar, Secrel Correspondence of Tipu Sultán, N ueva D elh i, Light


and Life, 1980, pp. 165 y 219.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 18 1

Ciudad del Cabo] e, im pedido como estaba, insistía en visi­


tarlas. La visión de esos colores parecía encender en él la
llama del entusiasmo y hacerlo insensible al dolor.

Ram m ohun fue trasladado a las em barcaciones y les contó a sus anfi­
triones:

[...] cuán deleitado se sentía p o r estar bajo la bandera que


ondeaba sobre sus cubiertas, una evidencia del glorioso
triunfo del derecho sobre la fuerza; y al salir de las em bar­
caciones repetía enfáticam ente: “¡Gloria, gloria, gloria a
Francia!”.3

Pero en otra parte del m undo, en el Caribe, otro pueblo colonizado


había descubierto en esos mismos años que existía un lím ite para la
prom esa de ciudadanía universal, y en su aprendizaje llegó a sufrir
bastante más que el dolor de u n a pierna fracturada. Los líderes de la
revolución haitiana habían tom ado en serio el mensaje de libertad e
igualdad escuchado de París y se habían sublevado para declarar el
fin de la esclavitud. Para su sorpresa fueron inform ados por el go­
bierno revolucionario de Francia de que los derechos del hom bre y
del ciudadano n o se extendían a los negros, aun en el caso de que és­
tos se hubiesen declarado libres, toda vez que ellos no eran (o todavía
no eran) ciudadanos.4 El gran Mirabeau pidió a la Asamblea Nacional
que se les recordase a los colonos que “al calcular el núm ero de diputa­
dos que corresponden proporcionalm ente a la población de Francia,

3 Jam es Sutherland, citado en Sophia D ob son Collet, The Lije and Let-
íers of Raja Rammohun Roy. Editado por Dilip Kumar Biswas y
Prabhat C handra G anguli, Calcuta, Sadharan Brahm o Samaj, 1962
[1 9 0 0 ], p. 308.
4 C. L. R. Jam es, The Black Jacobins: Toussaint L'Ouverture and the San
Domingo Revolulion, N u eva York, V in tage B ooks, 1963. Existe tra­
d u cció n al castellano: Los jacobinos negros. Toussaint l ’Ouverlure y la
revolución de H aití, Madrid, Turner, 2003.
18 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

no tomamos en consideración ni el núm ero de nuestros caballos ni el


de nuestras muías”.5 Después de que los revolucionarios haitianos hu­
biesen declarado su in d ep en d en cia fren te a la opresión colonial,
los franceses enviaron en 1802 u n a fuerza expedicionaria a Santo
D om ingo, con el fin de restablecer tanto el control colonial como la
esclavitud. El historiador Michel-Rolph Trouillot ha señalado que la
revolución haitiana ocurrió antes de tiempo. En el discurso occiden­
tal de la era de la Ilustración, no había lugar para esclavos negros que
alzaban sus armas reivindicando el autogobierno: la idea era, simple­
m ente, inconcebible.6
Mientras los nacionalismos criollos instauraban repúblicas indepen­
dientes en la América española a comienzos del siglo xix, esta posibili­
dad les era negada a losjacobinos negros de Santo Domingo. El mundo
tendría que esperar u n siglo y medio hasta que se permitiese que los de­
rechos del hom bre y del ciudadano llegaran hasta ellos. De m anera gra­
dual, gracias al éxito de las luchas democráticas y nacionales, las restric­
ciones de clase, posición, género, raza, casta, etc., serían consideradas
incompatibles con la noción de soberanía popular, hasta que la ciuda­
danía universal fuese reconocida, tal como hoy ocurre, como parte del
derecho general de autodeterm inación de los pueblos. Junto al Estado
moderno, el concepto de pueblo y el “discurso de los derechos” han pa­
sado a form ar parte de la idea de nación. Pero, al mismo tiempo que
esto venía ocurriendo, un abismo se ha abierto entre las naciones demo­
cráticas avanzadas de Occidente y el resto del mundo.
La noción m oderna de nación es tanto universal como particular.
La dim ensión universal está representada, en prim er lugar, por la
idea del pueblo com o locus original de la soberanía del Estado mo­
derno y, en segundo lugar, por la idea de que todos los seres humanos
son portadores de derechos. Pero, aun si esto fuese universalmente vá­
lido, ¿cómo p odría plasmarse de m anera concreta? La respuesta es:

5 C itado en M ichel-R olph T rouillot, Silencing the Past: Power an d the


Production o/History, B oston, B eacon Press, 1995, p. 79.
6 Ibid., pp. 70-107.
G R U P O S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 183

sacralizando los derechos específicos del ciudadano en un Estado


constituido p o r un pueblo particular, bajo la form a autoasum ida de
una nación. El Estado-nación se ha convertido en la forma particular
(y normalizada) del Estado m oderno.
La estructuración de los “derechos” en el contexto del Estado mo­
derno fue definida, en la teoría política, por las ideas gemelas de libertad
e igualdad Pero en la práctica, frecuentem ente, ellas han m archado
en direcciones opuestas. Como Etienne Balibar ha señalado acertada­
mente, estas dos ideas han tenido que ser mediadas por otros dos con­
ceptos: propiedad y comunidadP El concepto de propiedad parecía resol­
ver la tensión entre libertad e igualdad en el nivel de la relación del
individuo con otros individuos. Por su parte, la noción de comunidad
hacía factible resolver esta tensión libertad-igualdad en el nivel de la co­
lectividad considerada como un todo. Articuladas en tom o a la noción
de propiedad, las soluciones podían ser más o menos “liberales”; articu­
ladas sobre la noción de comunidad, podían ser más o menos “comuni-
taristas”. En todo caso, el Estado-nación, soberano y homogéneo, era la
forma específica donde se esperaba la realización del ideal moderno de
ciudadanía universal (extendida a todos los habitantes).
P ropiedad y com unidad definieron los parám etros conceptuales
del discurso político del capitalismo. En este sentido, las ideas de li­
b ertad e igualdad que d iero n form a a los derechos universales del
ciudadano fueron cruciales no solam ente para la lucha contra regí­
m enes absolutistas, sino tam bién p ara abolir las prácticas precapi-
talistas que restringían la m ovilidad individual y la libertad de elec­
ción a marcos tradicionales definidos p o r nacimiento y estatus.
También fueron cruciales, como percibió el joven Carlos Marx, para la
separación entre el dom inio abstracto del derecho y el dom inio real
de la práctica de la sociedad.8 Para la teoría político-legal, los derechos

7 E tien n e Balibar, Masses, Classes, Ideas: Studies on Politics and Philosophy


Before and After Marx, N ueva York, R outledge, 1994.
8 E sp ecialm ente en Karl Marx, “O n th ejew ish Q u estion ” (1843), en
Karl Marx y Frederich Engels, Collected Works, M oscú, Progress
Publishers, 1975, vol. 3, pp. 146-174.
1 8 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

del ciudadano no estaban restringidos p o r consideraciones de raza,


religión, etnia o clase. A com ienzos del siglo xx, estos mismos dere­
chos fueron extendidos a las mujeres. Pero esto no significaba, en la
práctica, la abolición de las distinciones efectivas entre los hom bres
(y mujeres) que eran parte de la sociedad. Al contrario, el universa­
lismo de la teoría de los derechos p resuponía y hacía posible un
nuevo ordenam iento de las relaciones de p o d er en la sociedad, ba­
sado necesariam ente en esas mismas distinciones de clase, raza, re­
ligión, género, etc. Sin em bargo, la prom esa em ancipadora susten­
tada po r la idea de la igualdad universal de los derechos tam bién
actuó com o u n a constante fuente para las teorías críticas frente a la
sociedad civil real. En los dos últim os siglos, esa prom esa im pulsó
num erosas luchas en todo el m undo, que buscaban revertir diferen­
cias sociales injustas, basadas en criterios de raza, religión, casta,
clase o género.
Los m arxistas, g en eralm en te, h a n sostenido que la influencia
del capitalism o sobre la com unidad tradicional es u n a señal indu­
dable de p rogreso histórico. Pero este ju ic io en cierra una p ro ­
funda am bigüedad. Si la com unidad tradicional era una form a so­
cial caracterizada p o r la u n id ad en tre la fuerza de trabajo y los
m edios de producción, entonces la destrucción de esta u n idad por
la llam ada acum ulación prim itiva del capital hab ría p ro ducido un
nuevo tipo de trabajador, libre de vender su trabajo com o m ercan­
cía, pero tam bién caren te de toda p ro p ied ad , excepto su propia
fuerza de trabajo. Marx escribió con am arga ironía acerca de esta
“doble lib ertad ” del trabajador asalariado, liberado de los lazos de
la com unidad precapitalista.9 En 1853, al consid erar el dom inio
británico en India, había señalado que se trataba de una etapa ne­
cesaria, im prescindible p ara la revolución social. “Cualesquiera
que hayan sido sus crím enes”, señaló, Inglaterra “ha sido el instru­
m ento inconsciente de la historia para realizar esa revolución” en

9 Karl Marx, “T h e So-called Primitive A ccu m u lation ”, en Karl Marx,


Capital, M oscú, Progress Publishers, vol. 1, pp. 667-724.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 18 5

India.10 Pero más tarde se volvió escéptico en cuanto a los efectos revo­
lucionarios del dominio colonial en sociedades agrarias como India, lle­
gando a especular sobre la posibilidad de que la comunidad campesina
rusa transitara directamente hacia una forma socialista de vida colectiva,
sin pasar por la fase destructiva de una transición capitalista.11 A pesar
de este escepticismo, y de la ironía que encierra, los marxistas del siglo
xx, generalmente, han celebrado la abolición de la propiedad precapi-
talista y la creación de grandes unidades políticas homogéneas, como
los Estados-nación. Allí donde el capitalismo era visto como artífice en
la tarea histórica de acelerar la transición hacia formas de producción
social más modernas y desarrolladas, recibió, aunque de forma reluc­
tante y ambivalente, la aprobación de la historiografía marxista.
Cuando hablamos de igualdad y libertad, propiedad y comunidad en
relación con el Estado m oderno, estamos, en realidad, hablando de la
historia política del capitalismo. El reciente debate entre liberales y co-
munitaristas en el seno de la filosofía política angloamericana me pa­
rece la confirmación del papel crucial que desem peñan en la historia
política los conceptos mediadores de propiedad y comunidad, en la de­
terminación del arco de posibilidades institucionales potencialmente in­
cluidas dentro del campo constituido por los conceptos de libertad e
igualdad. Los comunitaristas no han podido rechazar el valor de la liber­
tad individual, pues si enfatizasen en exceso sus reivindicaciones de
identidad comunal, podrían ser acusados de negar el derecho funda­
m ental del individuo a escoger, poseer, usar y cambiar productos libre­
mente. Por otro lado, los liberales tampoco han descartado la identifica­
ción con la com unidad como fuente importante de significado moral

10 Karl Marx y Frederich Engels, Collected Works, op. cil., vol. 12, p. 125.
Publicado o rigin alm en te en el New York Daily Tribune (25 d e ju n io de
1853).
11 “C orresp on d en cia co n Vera Zasulich”, e n T eodor SUanin, Late Marx
and the Ritssian Road: Marx and “the Peripheries o f Capitalism ”,
L ondres, R ou tledge y Kegan Paul, 1983. Véase tam bién Lawrence
Krader (e d .), Karl Marx. The Ethnological Notebooks, Assen, Van
G orcum , 1974. D e este ú llinio existe traducción al castellano: Karl
Marx. Apuntes etnológicos, Madrid, E diciones Pablo Iglesias, 1988.
1 8 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

para las vidas individuales. Su argumento, en este sentido, señada que, al


minar el sistema liberal de derechos y el principio liberal de neutralidad
en cuestiones que afectan al bien común, los comunitaristas están
abriendo camino para la intolerancia de la mayoría, para la perpetua­
ción de prácticas conservadoras y para un conformismo potencialmente
tiránico. Pero pocos liberales han negado el hecho empírico de que la
mayor parte de los individuos, hasta en las democracias liberales indus­
trialmente avanzadas, viven sus vidas en el espacio de una red heredada
de vínculos sociales, que podría describirse como comunidad. En todo
caso, existe un convencimiento generalizado de que no todas las comu­
nidades son m erecedoras de aprobación en la vida política moderna.
Aquellos vínculos que enfatizan lo heredado, lo prim ordial, lo parro­
quial y lo tradicional son considerados p o r la mayoría de los teóricos
indicios de prácticas intolerantes y conservadoras y, p o r lo tanto, con­
trarios a los valores de la ciudadanía m oderna. Por el contrario, la co­
m unidad política que merece mayor aprobación es la nación moderna,
capaz de conceder igualdad y libertad a todos los ciudadanos, indepen­
dientem ente de sus diferencias biológicas o culturales.12
Esta parte del discurso político, definida p o r los parámetros de pro­
piedad y comunidad, se enfatiza aún más en la nueva corriente filosófica
autodenom inada “republicanismo”, que afirma querer superar el de­
bate entre liberales y comunitaristas. Siguiendo las investigaciones histó­
ricas de Jo h n Pocock, esta corriente ha sido elocuentem ente desarro­
llada por Q uentin Skinner y Philip Pettit.13 En lugar de definir la

12 D os coleccion es con ejem plos abundantes de esos argum entos son


M ichael Sandel (ed .), Liberalism and lis Critics, N ueva York, New York
University Press, 1984, y Shlom o Avinari y Avner de-Shalit (eds.), Com-
munitarianism and Itidividuatism, O xford, O xford University Press, 1992.
13 Véase especialm ente Q uentin Skinner, Liberty Befare Liberalism, Cam­
bridge, Cambridge University Press, 1997, y Philip Pettit, Republicanism:
A Tlieory of Freedom end Government, O xford, O xford University Press,
1997. D e am bos libros existe traducción al castellano: Q uentin Skinner,
Libertad antes del liberalismo, B uenos Aires, F ondo de Cultura Económ ica,
2000, y Philip Pettit, Republicanismo: una teoría sobre la libertad y el gobierno,
Barcelona, Paidós, 1999.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O CIE D A D P O L ÍT IC A 18 7

libertad como independencia negativa, esto es, como la ausencia de


interferencias externas, el objetivo del republicanism o pasa por asu­
m ir el gesto de afirmación antiabsolutista, proclam ando que la liber­
tad es libertad, en prim er lugar, frente a la dom inación. Esta defini­
ción supone que el am ante de la libertad debe luchar, a diferencia de
lo planteado p o r los liberales, contra todas las formas de dominación,
incluso cuando éstas son benignas y no implican interferencia en su
accionar individual. En paralelo a ello, perm itiría al am ante de la li­
bertad asum ir formas de interferencia no consideradas como domi­
nación. Según argum entan los teóricos del republicanism o, tanto el
desinterés derivado de un régim en liberal que se limita a insistir en la
no interferencia, com o los peligros provenientes del comunitarismo
descontrolado, deben y p u ed en ser evitados. Las estructuras de pro­
piedad no son amenazadas, m ientras que la com unidad, en sus for­
mas higienizadas y digeribles, está autorizada a existir.
No quiero en trar aquí en el análisis de si los matices republicanis-
tas conducen en efecto a conclusiones sustantivamente diferentes de
las proclam adas por la teoría liberal clásica. Más bien me gustaría
centrarm e en los presupuestos institucionales que ambas doctrinas
com parten. Sean individualistas, comunitaristas o republicanistas, to­
dos estos pensadores concuerdan en u n hecho: legislar en favor de
u na institución política no es suficiente para explicar y garantizar su
existencia. Las instituciones deben, como Philip Pettit plantea de ma­
nera aguda, “conquistar un lugar en los corazones del pueblo”.14 De­
ben, en otras palabras, encontrar su espacio en la red de normas y valo­
res propios de la sociedad, que, generados de manera autónoma frente
al Estado, son el sustento de las leyes de la nación. Unicamente esta so­
ciedad podría proveer, usando el lenguaje tradicional, la base social ne­
cesaria para sustentar la democracia capitalista.
Este argum ento fue el eje central de casi todas las teorías sociológi­
cas europeas del siglo xix. En el siglo XX, cuando se planteó el pro­
blem a de la transición al capitalismo en el m undo no occidental, los

14 P. Pettit, Republicanism, op. cit., p. 241.


1 8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

mismos presupuestos brindaron los fundam entos de las teorías de la


m odernización, en sus versiones m arxista y w eberiana. El plantea­
m iento, de m anera resum ida, suponía que sin una transform ación
de las instituciones y prácticas de la sociedad, producida ya fuera de
arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba, sería imposible generar y
m antener condiciones de libertad e igualdad en el ám bito político.
Para que existieran com unidades políticas m odernas y libres, en pri­
m er lugar se debía contar con poblaciones integradas p o r ciudada­
nos. A pesar de que en nuestros días nadie utiliza ya las duras m etá­
foras acuñadas p o r los liberales del siglo xvin, el consenso general
sigue m anteniendo que los caballos y las muías no son capaces de re­
presentarse a sí mismos en el gobierno. Para muchos, este argum ento
aún proporciona el fundam ento ético de sus proyectos de m oderniza­
ción del m undo no occidental: transform ar antiguos “sujetos”, no fa­
miliarizados con las posibilidades de la igualdad y de la libertad, en
ciudadanos m odernos. En el capítulo 2, “La nación en tiem po hete­
rogéneo”, describí los sueños y frustraciones de uno de estos moder-
nizadores, B. R. Ambedkar.

II

Mientras las discusiones filosóficas sobre los derechos del ciudadano


en el contexto del Estado m oderno gravitaban alrededor de los con­
ceptos de libertad y com unidad, el surgim iento de democracias de
masas en los países industriales desarrollados del O ccidente dio paso
a una distinción com pletam ente nueva: la distinción entre ciudadanos
y población. Los ciudadanos habitan el dom inio de la teoría; los gru­
pos de población, el dom inio de las políticas públicas. A diferencia
del concepto de ciudadano, el concepto de población es totalm ente
descriptivo y empírico; no trae aparejada ninguna carga normativa. Los
grupos de población son identificables, clasificables y descriptibles, me­
diante criterios empíricos o bien atendiendo a su com portam iento, y
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y SO C IE D A D P O L ÍT IC A 18 9

están abiertos a técnicas estadísticas, tales como censos y encuestas. A


diferencia del concepto de ciudadano, que conlleva u n a connotación
ética de participación en la soberanía del Estado, el concepto de po­
blación perm ite a los funcionarios gubernam entales acceder a un
conjunto de instrum entos racionalm ente m anipulables para trabajar
sobre los habitantes de u n país, considerados com o blanco de sus
“políticas” económicas, administrativas, judiciales, etc. Como Michel
Foucault señaló, una característica central del poder contem poráneo
es la “gubernam entalización del Estado”.15 Este nuevo poder no ci­
m enta su legitim idad a través de la participación de los ciudadanos
en las cuestiones de Estado, sino en su papel com o garante y provee­
d or del bienestar de la población. La racionalidad que lo orienta no
tiene su eje en la discusión abierta, sino en un cálculo instrum ental
de costos y beneficios. El aparato a partir del cual interviene 110 es la
asamblea republicana, sino una elaborada red de supervisión, que
perm ite recolectar inform ación sobre cada aspecto de la vida de la
población que es objeto de la intervención.
Durante el siglo xx las nociones de ciudadanía participativa, que fue­
ron parte fundam ental en la idea de “política” de la Ilustración, se han
retraído ante el avance triunfal de las tecnologías de gobierno que pro­
meten proporcionar mayor bienestar a un núm ero más grande de per­
sonas y a un costo menor. De hecho, se podría decir que la verdadera
historia política del capitalismo ha sobrepasado los límites normativos de
la teoría política liberal, para salir y conquistar el m undo a través de sus
tecnologías de gobierno. Gran parte de la carga emocional de las críticas
comunitaristas o republicanistas a la vida política occidental contempo­
ránea tienen su origen en la conciencia de que el quehacer del gobierno
progresivamente ha ido quedando al margen, en la práctica, de cual­
quier vínculo con “lo político”. Esto queda claro, de forma expresiva,
al observar, p o r un lado, el descenso constante en la participación

15 Véase, en particular, M ichel Foucault, “Governmentality", en Graham


Burchell, Collin G ordon y Peter Miller (eds.), The Foucault Effecl: Studies
in Govemmentality, Chicago, University o f Chicago Press, 1991, pp. 87-104.
190 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

electoral en todas las democracias occidentales y, por otro, el reciente


pánico en los círculos de la izquierda liberal europea frente al inespe­
rado triunfo electoral de los populistas de derecha.
¿Cómo es que la enum eración y clasificación de grupos de pobla­
ción con la finalidad de adm inistrar el b ienestar ha tenido este
efecto sobre la esencia de la política dem ocrática en los países capi­
talistas avanzados? D iferentes autores, desde distintos puntos de
vista, han arrojado luz sobre estas cuestiones en los últim os años,
desde el filósofo Ian H acking hasta la historiadora de la literatura
Mary Poovey.16 Más relevante p ara nosotros es la explicación que
p ro p o n e n sociólogos británicos com o Nikolas Rose, P eter M iller o
Thom as O sborne acerca del fu ncionam iento real de la guberna-
m entalidad en el Reino U nido y en los Estados U nidos.17 Estos auto­
res han estudiado el origen de lo que se ha den o m inado “el go­
bierno desde el p u n to de vista social”, particularm ente en las áreas
de lo laboral, la educación y la salud, en los siglos xix y xx: el surgi­
m iento de los sistemas de protección social para m inim izar el im­
pacto diferencial del desarrollo de la econom ía en los diferentes gru­
pos e individuos; la conversión de la familia, sujeto de num erosos
discursos pedagógicos, médicos, económ icos y éticos, en un espacio
de la gubernam entalidad; la proliferación de censos e investigacio­
nes dem ográficas que buscaban traducir el trabajo gubernam ental
en térm inos de núm eros y generar la noción de u n a representación

16 Ian H acking, The Tam ingof Chances, Cam bridge, Cam bridge Univer­
sity Press, 1990. Mar)' Poovey, M aking a Social Body, C hicago,
University o f C h icago Press, 1995, y A History of the Modem Fact,
C hicago, University o f C hicago Press, 1998. Existe traducción
al castellano d el texto de H acking: La domesticación del azar,
Barcelona, G edisa, 1995.
17 V éanse, en particular: Nikolas Rose, Powers ofFreedom: Rejraming
Political Thoughl, Cam bridge, Cam brige University Press, 1999; Peter
M iller y Nikolas Rose, “Production, Identity and D em ocracy”, Theory
and Sociely, 24 (1 9 9 5 ), pp. 427-467, y T hom as O sb orn e, Aspects of
Enlightenment: Social Theory and IheEthics ofTrulh, L ondres, UCL
Press, 1998.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O CIE D A D P O L ÍT IC A íg i

basada en proporciones numéricas, etc. La administración de los movi­


mientos migratorios, del crimen, de la guerra y de la enfermedad, pro­
gresivamente convirtió la propia identidad personal en una cuestión de
orden público, sujeta, por lo tanto, a registro y constante verificación.
(El tema reapareció súbitamente en los Estados Unidos y el Reino
Unido, en el contexto de la ola de pánico vinculada al terrorismo, pero,
de hecho, ambos países tenían desde hacía décadas una gran cantidad
de agencias, tanto estatales como no estatales, que registraban, verifica­
ban y validaban detalles biológicos, sociales y culturales de la identidad
personal.) Todo esto convirtió el arte de gobernar en una cuestión cada
vez menos vinculada a lo político y cada vez más cercana al diseño y eje­
cución de políticas administrativas: un trabajo de tecnócratas más que
de representantes políticos. Esto.implica una diferencia importante.
Mientras la fraternidad política de los ciudadanos debe ser constante­
mente reafirmada como una sola e indivisible, no existe, sin embargo,
una única entidad de gobernados. Existe, por el contrario, una multipli­
cidad de grupos de población objetivo de la gubernamentalidad: blan­
cos múltiples con características múltiples, d em an d an d o m últiples
técnicas de adm inistración.
La idea clásica de soberanía popular, corporeizada a través del entra­
mado legal vinculado a la noción de ciudadanía igualitaria, derivó en la
construcción hom ogénea de la nación. Por el contrario, el accionar de
la gubernamentalidad requiere de clasificaciones múltiples, entrecruza­
das y variables de una población entendida como blanco de políticas pú­
blicas diversas. Esto produce, necesariamente, una construcción hetero­
génea de lo social. Existe u n quiebre entre el muy poderoso imaginario
político de la soberanía popular y la realidad administrativa m undana
de la gubernamentalidad: el quiebre entre lo nacional homogéneo y lo
social heterogéneo. En este sentido, cuando T. H. Marshall desarrolló
en 1949 su clásica interpretación de la expansión de la ciudadanía
desde lo cívico hacia lo político y, desde allí, hacia los derechos sociales,
dio lugar a lo que ahora podemos percibir como confusión entre cate­
gorías. Al destacar el progreso del estado de bienestar en el Reino
Unido, Marshall creyó estar asistiendo al perfeccionamiento progresivo
1Q 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

de la soberanía popu lar y de la ciudadanía igualitaria. Pero a lo que


se estaba asistiendo, en realidad, era a u n a proliferación sin prece­
dentes de la gubernam entalidad y, como consecuencia de ello, a la
emergencia de una intrincada realidad social heterogénea.18
En lo que Marshall no estaba equivocado es en la secuencia plan­
teada en su argumento. La historia de la ciudadanía en el Occidente
moderno evoluciona desde la noción de derechos civiles, proyectada so­
bre la sociedad civil, hacia la institución de los derechos políticos en el
marco del Estado-nación plenamente desarrollado. Sólo una vez llegado
a este punto, se transita hacia la fase, relativamente reciente, protagoni­
zada por el “gobierno desde el punto de vista social”. En los países de
Asia y de Africa, por el contrario, la secuencia cronológica es bastante di­
ferente. En estos países, la trayectoria del Estado-nación es más corta.
Las tecnologías de la gubernam entalidad casi siempre preceden al Es­
tado-nación, especialmente allí donde existió un dominio colonial euro­
peo relativamente prolongado. En el sur de Asia, por ejemplo, la clasifi­
cación, descripción y enumeración de grupos de población con el fin de
implementar políticas públicas relacionadas con la demarcación de tie­
rras, el cobro de impuestos, el reclutamiento militar, la prevención de
delitos, la salud pública, la administración de malas cosechas y sequías,
la reglamentación de los establecimientos religiosos, la moralidad pú­
blica, la educación y muchas otras funciones gubernamentales, tiene
una larga historia, que antecede al menos un siglo y medio al naci­
miento de los Estados-nación independientes de India, Pakistán y Sri
Lanka. El Estado colonial resultó ser lo que Nicholas Dirks ha llamado
“Estado etnográfico”.1'1Las poblaciones tenían el estatuto de “sujetos de
políticas públicas”, no de ciudadanos.
Como es obvio, la dominación colonial no reconocía la noción de so­
beranía aplicada a estas poblaciones. Sin embargo, éste era un concepto

18 T. H. Marshall (editado por T. B ottom ore), Citizenship and Social Class


(1949), Londres, Pluto Press, 1992, pp. 3-51. Existe traducción al caste­
llano: Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza Editorial, 1998.
19 N ich olas B. Dirks, Costes on M ind: Colonialism and the M aking of
Modem India, P rinceton, P rinceton University Press, 2001.
Ü -L Á C ü O - B ih ü o t f
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 19 3

que encendía la imaginación de los revolucionarios nacionalistas. El


anhelo de una ciudadanía republicana siempre estuvo presente en las
estrategias de liberación nacional. Pero, sin ninguna excepción (éste
es u n punto crucial en nuestro argum ento sobre las formas de la polí­
tica en la mayor parte del m undo), estos anhelos se vieron condiciona­
dos por el Estado desarrollista, fundado en la promesa de acabar con la
pobreza a través de la adopción de políticas públicas adecuadas, de cre­
cimiento económico y de reforma social. Con éxito diferente, y en algu­
nos casos con u n fracaso desastroso, los Estados poscoloniales pusie­
ron en m archa las más avanzadas tecnologías gubernam entales para
prom over el bienestar de sus pobladores, incitados y auxiliados por
las instituciones multilaterales y p o r organizaciones no gubernam en­
tales de diversa índole. En el proceso de im plem entar las estrategias
de m odernización y desarrollo, los viejos conceptos etnográficos han
penetrado en el campo del conocimiento acerca de los grupos de po­
blación, como categorías descriptivas funcionales susceptibles de ser
utilizadas para clasificar los grupos de personas que son el blanco po­
tencial de las políticas administrativas, legales, económicas o electora­
les. En m uchos casos, criterios clasificatorios usados por la adminis­
tración colonial han perm anecido vigentes en la época poscolonial,
definiendo tanto el m odo concreto de articular las dem andas políti­
cas de la población como las estrategias de las políticas desarrollistas
de los gobiernos. Casta y religión en India, grupos étnicos en el sud­
este asiático y tribus en África, han perm anecido como criterios domi­
nantes para la identificación de com unidades entre los grupos de po­
blación que son objeto de las políticas públicas. Tanto es esto así, que
una gran investigación etnográfica recientem ente llevada a cabo por
una agencia gubernam ental india, publicada en 43 volúmenes, ha re­
saltado haber identificado y descrito u n total de 4.635 comunidades,
susceptibles de ser utilizadas para clasificar el total de la población de
India.20

20 K. Suresh Singh ( e d .) , People of India, Calcuta, A nthropological


Survey o f India, 1995, 43 vols.
194 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Tenemos, hasta aquí, dos conjuntos de conexiones conceptuales.


Por un lado, la línea que conecta la sociedad con el Estado-nación,
fundada sobre la soberanía popular y la concesión de derechos igua­
les a todos los ciudadanos. La otra línea conecta, a través de las m últi­
ples políticas de bienestar aplicadas, los grupos de población con las
agencias gubernam entales. La prim era línea apunta hacia el tipo de
esfera política descrita con gran detalle p o r la teoría política dem o­
crática en los últimos siglos, protagonizada p o r la interacción de la so­
ciedad y el Estado: lo que denom inam os sociedad civil. ¿Apuntaría la
otra línea a u n dom inio de lo político configurado de m anera dife­
rente? Creo que sí. Para diferenciarlo de las formas asociativas clási­
cas de la sociedad civil, denom inaré a este nuevo patrón de asociativi-
dad e interpelación entre Estado y sociedad como “sociedad política”.
En una serie de artículos recientes, he tratado de esbozar el campo
conceptual que rodea este concepto {sociedad política) en el contexto de
la política democrática en India.2! Prefiero m antener la vieja idea de so­
ciedad civil entendida com o sociedad burguesa, en el sentido usado
por Hegel y Marx, y aplicarla para definir al conjunto realm ente exis­
tente de instituciones y prácticas desarrolladas por un sector más bien
pequeño de los habitantes del país, perfectam ente identificable. En
térm inos de la estructura “form al” del Estado, proporcionada p o r la
Constitución y p o r las leyes, toda la sociedad es sociedad civil: todos
somos ciudadanos con iguales derechos y, por tanto, considerados
como m iem bros de la sociedad civil. El ju eg o político, idealm ente,
consiste en la interacción entre las instituciones del Estado y los
miembros de esta sociedad civil, considerados en form a individual o

21 Parha Chatterjee, “Tow Poets and Death: O n Civil and Political


Society in the Non-Christian W orld”, en Tim M itchell y Lila Abu-
L ughod (ed s.), Qiiestions o f Modernity, M inneapolis, University o f
M innesota Press, 2000; “B eyond the Nation? Or W ithin?”, en Social
Text,'\ol. 56, n° 16 (o to ñ o d e 1998), pp. 57-69; “C om m unity in the
East”, en Economic and Political Weekly, vol. 33, n g 6 (en ero d e 1998),
pp. 277-282; “T h e W ages o f F reed om ”, en Partha Chatterjee (ed .),
The Woges ojFreedom: Fifty Years of the Indian Nation-State, D elhi,
O xford University Press, 1998.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y SO CIE D AD P O L ÍT IC A 195

como m iem bros de asociaciones. Pero, en la práctica, las cosas no


son así. La m ayor p arte de los habitantes de India apenas pueden
ser definidos vaga, am bigua y contextualm ente como ciudadanos
portadores de derechos, en el sentido im aginado p o r la C onstitu­
ción. Por lo tanto, no p u ed en ser considerados, propiam ente,
m iem bros de la sociedad civil, y n o son reconocidos como tales por
las instituciones públicas. Pero esto n o quiere decir que se encuen­
tren fuera del alcance del Estado o que estén excluidos de la esfera
de lo político. Como pobladores incluidos d entro de la jurisdicción
del Estado, son supervisados y controlados p o r las agencias guber­
nam entales. Estas actividades co n d u cen a esas poblaciones hacia
un cierto vínculo político con el Estado, que no siempre se desarro­
lla conforme a lo establecido idealmente por el paradigma de la repre­
sentación que se afirm a en las leyes (basado en la noción de socie­
dad civil). N o sólo son diferentes. Se trata, además, de vínculos
políticos que han adquirido, en contextos específicos históricamente
definidos, u n carácter sistemático, y que incluyen en ocasiones cier­
tas normas “éticas”, convencionalmente reconocidas. ¿Cómo podemos
com prender estos procesos?
Enfrentados a este problem a, algunos analistas han optado por ex­
p andir la noción de sociedad civil, para incluir en ella virtualmente
cualquier institución social situada fuera del dom inio estricto del Es­
tado.22 Esta práctica se ha hecho extensiva a la retórica de las institu­
ciones financieras multilaterales, la cooperación para el desarrollo y
las organizaciones no gubernam entales. La universalización de la po­
lítica neoliberal ha perm itido consagrar a toda (y cualquier) organi­
zación no estatal como una delicada flor producto del em peño asocia­
tivo de miembros libres de la sociedad civil. Por mi parte, prefiero
resistirme a estos gestos teóricos inescrupulosam ente cariñosos,

22 Para argum entos d e este tipo, véase Jean L. C ohén y Andrew Arato,
Civil Society and Political Theory, Cam bridge, M1T Press, 2002. Existe
traducción al castellano: Sociedad civil y teoría política, M éxico, F ondo
d e Cultura E conóm ica, 2001.
196 L A N A C IÓ N E N T IE M P O H E T E R O G É N E O

principalm ente porque siento que es im portante no perder de vista


el proyecto vital que aún inform a a muchas de las instituciones estata­
les en países como India, que pretende trasformar las prácticas sociales
tradicionales en formas modulares adaptadas al patrón de la sociedad
civil burguesa. La sociedad civil, como ideal, continúa impulsando un
proyecto politico intervencionista, pero como form a social realm ente
existente es un fenóm eno demográficam ente limitado. Esto es algo
que no se puede olvidar, al considerar la relación entre m odernidad y
democracia en países como India.
Muchos quizá recuerden que, en un p rim er m om ento, los estudios
subalternos hablaban de u n a división en la esfera de la política entre
un campo estructurado de la élite y un cam po subalterno no estruc­
turado.23 Esta división quería expresar las diferencias perceptibles en
las políticas nacionalistas en las tres décadas anteriores a la indepen­
dencia, durante las cuales las masas indias, especialm ente el campe­
sinado, se vieron atraídas hacia los m ovimientos políticos organiza­
dos, pero sin llegar a com partir las formas más evolucionadas de
imaginación del Estado poscolonial. Señalar la existencia de esta di­
visión en el dom inio de la política significaba rechazar la noción, co­
m ún tanto a la historiografía liberal com o a la marxista, de que ej
cam pesinado vivía en u n estadio “p repolítico”. Significaba resaltar
que los campesinos, en sus acciones colectivas, tam bién estaban
siendo políticos, aunque de u n a m anera diferente de la planteada
por la élite. Desde las prim eras experiencias de im bricación entre las
políticas de la élite y las políticas de los subalternos, en el contexto
de los movimientos anticoloniales, el proceso dem ocrático en India
ha avanzando, extendiendo su influencia sobre la vida de los grupos
subalternos. Para e n te n d e r las formas recientes de entrelazam iento
entre la política de la élite y la política subalterna, he propuesto en
otras ocasiones adoptar el concepto de sociedad política.

23 Véase, en particular, Ranajit G uha, “O n S om e A spects o f the H isto­


riography o f C olonial India”, Subaltern Studies J, D elh i, O xford
University Press, 1982, pp. 1-8.
G R U P O S D E P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 19 7

Para ilustrar el significado que atribuyo al concepto de sociedad


política y a su funcionam iento, en el capítulo 5, “La política de los
g o bernad o s”, describo algunos de los casos que he tenido ocasión
de estudiar en u n recien te trabajo de cam po. Allí podem os obser­
var u n a nueva form a de e n te n d e r la acción política, derivada de las
políticas desarrollistas basadas en la focalización de las acciones en
grupos de población específicos. M uchos de estos grupos, organiza­
dos en asociaciones, tran sg red en la legalidad en su lu cha por lo­
g rar m ejores condiciones de vida. P u ed en vivir en asentam ientos
clandestinos, hacer u n uso ilegal del abastecim iento de agua y elec­
tricidad, viajar sin pagar su pasaje en el transporte público, etc. Al
in te ra ctu a r con ellos, las auto rid ad es no p u ed en tratarlos de la
misma m anera que a otras asociaciones cívicas que persiguen p ro ­
pósitos sociales más legitim ados. P ero las agencias g u b ern am en ta­
les y las organizaciones no gubernam entales tam poco p u ed en igno­
rarlos, ya que existen, virtualm ente, miles de grupos similares, que
represen tan a sectores de la población cuyas estrategias de supervi­
vencia y acceso a la vivienda im plican transgresiones legales. Los
organism os estatales, p or lo tanto, in teractú an con estas asociacio­
nes. Pero no lo hacen en su calidad de agrupaciones de ciudadanos
(como en el caso de la sociedad civil), sino com o instrum entos fun­
cionales para la adm inistración de las políticas de alivio a la pobreza
dirigidas a grupos de población m arginados.
Los grupos que conform an la sociedad política, p o r su parte, son
conscientes de que sus actividades m uchas veces son ilegales y con­
trarias al b u en co m p o rtam ien to cívico, p ero enfatizan sus dem an­
das de acceso a la vivienda y a formas de ganarse la vida, señalando
que se trata de u n a cuestión “de d erech o s”. P or esta razón, se en­
c u en tran dispuestos a a b a n d o n a r su situación (o sus prácticas) de
ilegalidad si se les ofrecen alternativas. Las agencias estatales reco­
nocen que esos g rupos de población articulan realm ente las de­
m andas referidas a los program as sociales, p ero estas reivindicacio­
nes no p u ed en ser reconocidas com o aspiraciones legítimas por
cuanto el Estado no puede extender a la totalidad de la población los
19 8 L A N A C IÓ N E N T IE M P O H E T E R O G É N E O

mismos beneficios. Considerar estas reivindicaciones como derechos


incentivaría un mayor núm ero de violaciones a la propiedad pública
y a las leyes.
Lo que encontram os en estas situaciones es u n a negociación de
las reivindicaciones donde, p o r u n lado, las agencias g u bernam en­
tales tienen la obligación de cuidar de los pobres, y, p o r otro, gru­
pos de población particulares reciben atención focalizada p o r parte
de estas agencias, de acuerdo con cálculos políticos concretos. Los
grupos que actúan en la sociedad política están obligados a encon­
trar su cam ino a través de ese terren o irregular, construyendo redes
de conexiones externas, con otros colectivos en situaciones simila­
res, con grupos más privilegiados e influyentes, con funcionarios gu­
bernam entales, quizás con partidos o líderes políticos concretos.
Esos grupos, g eneralm ente, desarrollan u n uso instrum ental de su
derecho de voto, u n aspecto en el que sí es posible decir que la ciu­
dadanía se yuxtapone con la gubernam entalidad. El uso instrum en­
tal del voto sólo puede ser leído en u n m undo d o n d e predom inan
las estrategias políticas. Esta es la cara real de la política dem ocrá­
tica, tal como se practica en India. La dem ocracia “real” envuelve lo
que parece ser u n com prom iso inestable, entre los valores de la m o­
dernidad, plasm ados en leyes, y las dem andas populares, revestidas
de argum entos morales.
La sociedad civil restringida a u n p eq u eñ o sector de ciudadanos
ilustrados rep resen ta en países com o India el p u n to culm inante de
la m odernidad, lo m ism o que el m odelo constitucional de Estado.
Pero en la práctica real, las agencias gubernam entales están obliga­
das a descender hasta el terren o de la sociedad política, para ren o ­
var su legitim idad com o proveedoras de bienestar, co n frontando
las dem andas políticam ente movilizadas. De m an era paradójica, en
este proceso es posible escuchar a rep resen tan tes de la sociedad ci­
vil y del Estado quejarse de que la m o d ern id ad está en fren tan d o a
un rival inesperado, que ha adoptado las form as de la dem ocracia.
Me interesa señalar aquí el significado político, diferente en cada
caso y contradictorio, de la sociedad civil y de la sociedad política.
G R U P O S D E P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 199

Puesto que a lo largo de estas páginas he contado varias historias, con­


taré una más, esta vez referida al campo de la política popular en India.24

m
En la m adrugada del 5 de mayo de 1993 u n hom bre murió en un hos­
pital de Calcuta. H abía sido internado algunos días antes y estaba
siendo tratado de diabetes mellitus, deficiencia renal y derram e cere­
bral. Su condición se había deteriorado rápidam ente en las veinticua­
tro horas anteriores. A pesar de que los médicos que lo atendían lucha­
ron denodadam ente durante toda la noche, sus esfuerzos fueron en
vano. Un médico titular del hospital firmó su certificado de defunción.
El fallecido se llam aba B irendra Chakrabarti, pero era más cono­
cido como Balak B rahm achari, líder del Santal Dal, una secta reli­
giosa con gran núm ero de seguidores en los distritos del sur y centro
de Bengala O ccidental. La secta como tal no contaba, en ese mo­
m ento, con más de cincuenta años de existencia. Sin embargo, es po­
sible rastrear sus antecedentes en otros movimientos sectarios ante­
riores de gran predicam ento entre las castas bajas, especialmente
entre los nam asudra, campesinos de Bengala Central. La doctrina re­
ligiosa del Dal es altam ente ecléctica, desarrollada a partir de las visio­
nes del propio Balak Brahm achari y expresada en form a de refranes.
Pero a pesar de este eclecticismo, la secta se había involucrado repe­
tidam ente en la vida política local. El órgano de divulgación del
grupo, Kara Chabuk (El Látigo Vigoroso), publicaba regularm ente co­
m entarios de su líder sobre cuestiones políticas, en las que con fre­
cuencia aparecía el tem a de la “revolución”, entendida como una
convulsión cataclísmica que sanaría quirúrgicam ente u n orden social

2 4 A gradezco a A shok D asgupla y D ebashis Bhattacharya, personal del


diario Ajkal, por su ayuda g en erosa en la investigación d el relato de
la m uerte de Balak Brahm achari.
2 0 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

corrupto y podrido. La secta se había dado a conocer por prim era vez
entre 1967 y 1971, cuando participó en m anifestaciones políticas de
apoyo a los partidos de izquierdas, en contra del gobierno del Partido
del Congreso. Los activistas del Santal Dal, muchos de ellos mujeres,
vestidos con ropas de color azafrán, alzaban sus tridentes y gritaban
su lema “Ram Narayan Ram”; eran, en ese m om ento, un elem ento
incongruente en las m anifestaciones izquierdistas, p o r lo que no
consiguieron llam ar dem asiado la atención. N adie acusó a la secta
de am biciones políticas oportunistas, toda vez que no trató de obte­
ner representación electoral p ropia o reconocim iento com o par­
tido político. Pero desde entonces, muchos seguidores de la secta han
sido de manera abierta simpatizantes y hasta activistas de izquierda, es­
pecialmente cercanos al c p i ( m ) [Partido Com unista de India (Mar-
xista)], el principal co m p o n en te de la coalición izquierdista que
gobierna Bengala O ccidental desde 1977.25
En esa m añ an a de mayo de 1993, los seguidores de Balak Brah-
m achari se n egaron a acep tar que su líd er espiritual hubiera
m uerto. Ellos reco rdab an que m uchos años antes, en 1960, Brah-
m achari había perm anecido en samadhi d u ran te veintidós días, en
los cuales, a ju z g a r p o r todas las señales externas, estaba m uerto,
pero luego había despertado de su trance y vuelto a la vida norm al.
Ahora, u n a vez más, decían que su Baba había en trad o en nirvi-
kalpa samadhi, u n estado de suspensión de las funciones corporales
que sólo podía ser alcanzado p o r quienes poseían los más altos po­
deres espirituales. In tegrantes del Santal Dal trasladaron el cuerpo
de Brahmachari desde el hospital hacia su ashram en Sukhchar, un su­
burbio del norte de Calcuta, y comenzaron lo que para ellos sería una
larga vigilia.26

25 El CPI(M ) [Partido C om unista d e India (M arxista)] logró en mayo


de 2006 su séptim a reelección consecutiva al frente del g ob iern o
estatal d e Bengala O ccid en tal. (N . de los Trad.)
26 Los ashram, en la tradición hindú, son lugares d e culto, m editación y
en señ a n za , e n los q u e con viven en régim en d e in tern a d o alu m n os
y m aestros. (N. de los Trad.)
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 201

El problem a se volvió una cause célebre en Calcuta. Los medios de


com unicación se interesaron p o r el caso y publicaron relatos que se­
ñalaban que el cuerpo estaba siendo conservado con barras de hielo,
en un recinto refrigerado. Un diario bengalí, Ajkal, siguió la historia
con particular em peño, transform ándola en una lucha en favor del
im perio de los valores racionales en la vida pública y en contra de las
creencias y prácticas oscurantistas. El periódico acusaba a las autori­
dades locales y al departam ento de salud de Bengala O ccidental de
no hacer cum plir sus propias disposiciones concernientes al manejo
de cadáveres y de ser cómplices en una seria am enaza para la salud
pública. Ante esta acusación, las autoridades se vieron forzadas a in­
tervenir. En el día decim otercero de vigilia, la m unicipalidad de Pani-
hati hizo público que había entregado a los líderes del Santal Dal una
notificación en la cual solicitaba la crem ación inm ediata del cuerpo,
pero que bajo la ley m unicipal no tenía poderes suficientes para eje­
cutar una crem ación forzosa.27 Por el lado del Santal Dal, Chitta Shik-
dar, el secretario de la organización, desarrolló a través de los medios
una cam paña continuada en defensa de su posición, sosteniendo que
el fenóm eno espiritual del nirvikalpa samadhi estaba más allá de la
com prensión de la ciencia m édica y que Balak Brahm achari, pasado
un tiempo, retornaría a su vida física normal.
La confrontación continuó. Ajkal intensificó el ritm o de su cam­
paña, abriendo sus páginas a intelectuales prom inentes y a figuras pú­
blicas que deploraban la persistencia de tales creencias, consideradas
supersticiosas y no científicas. Grupos de activistas de las organizacio­
nes culturales progresistas, el m ovimiento científico popular y la so­
ciedad racionalista em pezaron a organizar m anifestaciones frente al
cuartel general del Santal Dal, en Sukhchar. Ajkal no escatimó esfuer­
zos para provocar al portavoz del Dal y ridiculizar su posición, negán­
dose a m encionar al líder m uerto p o r su nom bre sectario, Balak
Brahm achari, denom inándolo en cambio “Balak Babu”, una expre­
sión sin sentido, traducible como “señor Balak”. Frente a las puertas

27 Ajkal, 18 d e m ayo d e 1993.


202 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

del ashram del Santal Dal se p rodujeron algunos incidentes acalora­


dos y, según consta, los seguidores del Dal alm acenaron armas, prepa­
rándose p ara u n enfrentam iento. U na noche, algunos petardos y
bombas caseras explotaron en los exteriores del edificio y un grupo
de activistas del Dal com enzó a gritar: “la revolución ha em pezado”.28
Cerca de u n mes después de la m uerte oficial de Balak Brahm a­
chari, su cuerpo aún perm anecía sobre bloques de hielo en el recinto
refrigerado y sus seguidores continuaban esperando su despertar del
samadhi. Ajkal afirmó que u n h ed o r insoportable se había extendido
por todo el vecindario de Sukhchar y que los m oradores del área em­
pezaban a estar cansados. A biertam ente, com enzó a señalarse que el
Gobierno rehusaba intervenir p o r razones electorales. Las elecciones
locales en la zona rural de Bengala Occidental, los denom inados pan-
chayats, que se habían convertido en la espina dorsal que sostenía a la
coalición izquierdista, estaban program adas para finales de mayo.
Cualquier acción en contra del Dal podía irritar a gran núm ero de
potenciales votantes favorables al G obierno en, p o r lo menos, cuatro
distritos de Bengala O ccidental. Tam bién se sugirió que algunos im­
portantes líderes del CPI(M) [Partido C om unista de India (Mar-
xista) ] estaban vinculados al Santal Dal y que un m inistro en particu­
lar, Subhas Chakrabarti, encargado de Turismo y Deportes, era
considerado p o r los miem bros del Dal como u n aliado estratégico.
El 25 de ju n io de 1993, cincuenta y u n días después de la m uerte
oficial de Balak Brahm achari, el m inistro de Salud de Bengala Occi­
dental anunció que u n equipo médico integrado por especialistas de
prim era fila en neurología y m edicina forense exam inaría el cuerpo
de Balak Brahmachari. La Asociación Médica India, el más alto orga­
nismo profesional del rubro, protestó inm ediatam ente, argum en­
tando que realizar u n nuevo exam en significaba cuestionar el certifi­
cado de defunción em itido p o r el hospital. La asociación apuntaba al
hecho de que no existía ningún fundam ento científico para poner en
duda el juicio original de los médicos del hospital. No obstante, los

28 A jk a l, 21 de ju n io d e 1993.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y SO C IE D A D P O L ÍT IC A 203

médicos del G obierno persistieron en su intento, pero a su regreso


de Sukhchar señalaron que no habían obtenido permiso para tocar el
cuerpo. Según afirmaban, éste había comenzado a descomponerse y
presentaba signos de momificación, a causa de la temperatura extrema­
damente baja en que se conservaba.29
En estas circunstancias, Subhas Chakrabarti fue comisionado por
la dirección del CPI(M) para en co n trar una salida al problema.
Acom pañado p o r los líderes locales del Partido, visitó el ashram de
Sukhchar, y más tarde refirió a los periodistas que estaba tratando de
persuadir a los seguidores del Baba para que perm itieran crem ar el
cuerpo. Chakrabarti se m ostró de acuerdo con que no había razón
científica para que los médicos reexam inaran un cuerpo cuya m uerte
ya había sido certificada, pero insistió en que ésa era una parte nece­
saria del proceso de persuasión. El m inistro resaltó que el gurú tenía
gran ascendiente en el país y que miles de personas eran seguidoras
de líderes religiosos similares, y adviritió acerca del peligro de no to­
m ar en serio el fanatismo religioso. El em pleo de la fuerza, desde el
punto de vista del Gobierno, podía suponer u n incentivo para ese fa­
natismo. C uando le preg u n taro n si era consciente de la amenaza
para la salud que se había creado en Sukhchar, Chakrabarti respon­
dió que no había percibido n in g ú n olor, p ero que esto se debía
probablem ente al hecho de que habitualm ente inhalaba rapé.30
El 30 de ju n io , en u n a operación que d uró cuatro horas y que co­
menzó a las dos de la m añana, una fuerza de 5.000 policías ocupó el
cuartel general del Santal Dal, se apoderó del cuerpo y lo trasladó a
un crem atorio de los alrededores. Según The Tekgraph, los ritos fune­
rarios fueron finalm ente oficiados p o r un herm ano del gurú, “mien­
tras una barrera de seguridad m antenía alejadas a las mujeres en
llanto, que aún creían que su líder fallecido resucitaría”. El gobierno
del Estado, severam ente criticado p o r haber m anejado el tem a con
m ucha blandura, suspiró de alivio. D urante la operación, la fuerza

29 A jk a l, 26 d e junio de 1993.
30 Id.
2 0 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

policial, atacada p o r activistas del Dal con bolsas de ácido, cuchillos,


tridentes, botellas de vidrio y pim ienta en polvo, se vio obligada a usar
gas lacrimógeno para contener a los defensores y a utilizar máscaras
antigás durante su incursión p o r las ventanas y por las estrechas puer­
tas del cuartel general del Dal, concienzudam ente fortificado, Pero
no recurrió a las balas. Muchos activistas del Dal, así como policías,
resultaron heridos, pero, según el com unicado oficial recogido por la
prensa, “no hubo bajas”.31
El m inistro Subhas Chakrabarti felicitó a la policía y a la adminis­
tración local por haber resuelto con éxito una operación tan difícil y
sensible. En este sentido, se refirió a la popular película india Jugnu,
señalando que la misión había resultado ser más difícil que la enfren­
tada por el actor D harm endra en este largom etraje. “Está claro”, dijo
a los periodistas, “que ustedes creen que todo esto es cultura lumpen,
pero yo creo que es un ejem plo adecuado”. Al día siguiente, Ajkal es­
cribió en su editorial: “En Bengala O ccidental, hem os llegado al final
de una época en que la cultura lumpen podía ser llamada cultura lum­
pen. Una Bengala Occidental progresista ha asistido al final de la edad
de la razón. Comienza ahora la era de Jugnu ”.32
A pesar de la aparentem ente afortunada resolución del problema, la
controversia no quedó ahí. C hitta Sikdar, secretario del Santal Dal,
protestó ante el Prim er Ministro contra lo que describió como una ac­
ción autoritaria y antidem ocrática por parte del Gobierno. Sikdar se­
ñaló que el trato recibido por Balak Brahm achari p o r parte de quie­
nes gobernaban sería recordado p o r la historia de la misma forma
que los juicios de Jesucristo, Galileo y Sócrates. En el frente contrario,
Ajkal insistía en el oportunism o del G obierno y del partido en el po­
der, al hacer responsables a líderes de segundo nivel del Dal, por haber
manipulado a los seguidores del grupo para beneficiarse de sus senti­
mientos religiosos sin criticar directamente a la secta y a los así llamados
“hombres de Dios”, por alentar posiciones irracionales y supersticiosas.

31 The Telegraph, 1 de ju lio de 1993, y The Slalesnian, 1 d e ju lio de 1993.


32 A jk a l, 2 d e ju lio de 1993.
G R U P O S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 205

Doce días después de la crem ación de Balak Brahmachari, el secreta­


rio del Santal Dal y otras 82 personas fueron detenidas, acusadas de
incitar a la revuelta, de obstrucción a la justicia y otras violaciones.:!:i
D urante muchos meses, m iem bros del Santal Dal continuaron es­
cribiendo cartas a los diarios, retratándose como víctimas de una ac­
ción policial ilegal y antidem ocrática. En estas cartas se preguntaban
qué leyes habían violado los seguidores del Baba al creer en su resu­
rrección. ¿Una creencia religiosa, relativa a unos supuestos poderes
espirituales extraordinarios, m erecía ser respondida con disparos de
las armas de los policías? ¿No sería que los seguidores del Dal habían
sufrido la acción policial porque, en su mayor parte, eran campesinos
de casta baja, cuyo valor político marginal se había evaporado para el
gobierno local después de las elecciones? Si la m em oria colectiva po­
día ser corta, advertía u n a carta, la m em oria de las víctimas no ten­
dría piedad. Los perpetradores de la injusticia encararían algún día
su juicio.34
Este caso ilustra, creo yo, m uchos de los p untos arriba señalados
sobre la relación en tre sociedad civil y dem ocracia en u n país como
India. U na sociedad civil m o d ern a, co h eren te con las ideas de li­
b ertad e igualdad, es u n proyecto localizado en los deseos históri­
cos de ciertos sectores de la élite. El relato específico del surgi­
m iento y florecim iento de esos deseos y de sus raíces en los
proyectos coloniales ya ha sido discutido. C uando el país estaba
bajo el dom inio colonial, estas élites apostaban p o r m an ten er los
procesos cruciales de trasform ación, que debían cam biar las creen­
cias y prácticas populares tradicionales para d ar origen a una nueva
identidad nacional m oderna, al m argen del aparato del Estado co­
lonial. Con el final del dom inio colonial y la llegada de estas clases
al poder, ese proyecto de transform ación se instaló firm em ente en
el corazón de los órganos del nuevo Estado nacional poscolonial. El
hecho de que éstos fueran ahora parte de un sistema constitucional

33 A jk a l, 13 d e ju lio d e 1993.
34 Dainik Pratibedan, 5 d e febrero d e 1994.
2 0 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

de dem ocracia representativa hizo del proyecto m o dernizador una


expresión de los deseos del pueblo y, de esta m anera, lo convirtió
en algo gloriosam ente consistente con los patrones de legitim ación
propios de la m odernidad.
A pesar de que m uchos elem entos característicos de lo que he de­
nom inado sociedad política p uedan ser vistos com o algo derivado de
las movilizaciones políticas nacionalistas del periodo colonial, creo
que a partir de la década de 1980 las cosas han tom ado un camino di­
ferente. Dos condiciones han hecho posible esta evolución. Por un
lado, el consenso alcanzado p o r u n a interpretación del desem peño
gubernam ental que enfatiza el bienestar y la protección de la pobla­
ción, las funciones “pastorales” del gobierno, com o fueron denom i­
nadas p o r Michel Foucault. Siguiendo esta interpretación de lo que
debía hacer u n gobierno, se desarrollaron tecnologías gubernam en­
tales similares en todo el m undo, de m anera independiente de con­
sideraciones acerca de u n a participación efectiva de los ciudadanos
en la soberanía del Estado. Esto hizo posible u n reconocim iento com­
partido p o r parte de las agencias estatales y de los grupos de pobla­
ción, respecto a la obligación del Estado de proporcionar ciertos be­
neficios a toda esa población, incluyendo la porción que no puede
ser considerada propiam ente integrante de la sociedad civil o del
cuerpo republicano de ciudadanos. Si el Estado-nación no está en
condiciones de encarar esta tarea, esos beneficios deben ser propor­
cionados por organizaciones no gubernam entales o, incluso, si es ne­
cesario, p o r la cooperación internacional. El segundo elem ento a
considerar es el ensancham iento del cam po de la movilización polí­
tica estimulado p o r las nuevas reglas electorales. Los protagonistas de
este ensanchamiento son tanto estructuras formalmente organizadas, ta­
les como partidos políticos, con una dinámica interna bien consolidada,
program a y doctrina coherentes, como organizaciones mucho más pre­
carias, generadas en el curso de movilizaciones específicas, muchas ve­
ces transitorias y construidas sobre arquitecturas discursivas que ordina­
riamente no serían reconocidas como políticas (por ejemplo, asambleas
religiosas y festivales culturales, o incluso los clubes de adm iradores de
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y SO C IE D A D P O L ÍT IC A 2 0 7

estrellas cinematográficas, com o ocurre en algunos estados del sur de


India).
En los últim os años, el activismo creciente de la sociedad política
ha causado incom odidad y aprensión en ciertos círculos progresistas
de la élite. El com entario acerca de la “cultura lum pen” recogido en
el editorial de Ajkal que cité anteriorm ente es típico. En nuestros días
es habitual escuchar en círculos de clase m edia lamentos acerca de
cómo las turbas y elem entos seudocrim inales se han apoderado de la
política. El resultado de esta apropiación habría sido el abandono del
em peño m odem izador del Estado, que pretendía revertir el atraso so­
cial, introduciendo pautas m odernas de com portam iento. Lejos de
conseguirlo, observamos la extensión de las prácticas irracionales, co­
rruptas y desordenadas, propias de la cultura popular no reformada,
hacia el ámbito de la vida cívica, todo ello en función de cálculos elec­
torales. Los nobles anhelos de la m odernidad parecen estar seria­
m ente com prom etidos p o r culpa de los condicionamientos derivados
de la dem ocracia parlam entaria.
Las instituciones representativas tienen ahora más de u n siglo de
vida en India, lo que perm ite observar un patrón evolutivo de este fa­
miliar problem a tocquevilliano.35 Los prim eros liberales indios, como
Dadabhai Naoroji, Gomal Krishna Gokhale e incluso M uhammad Ali
Gina, en la prim era fase de su vida política, estaban p o r completo
convencidos del valor inherente de estas instituciones, pero también
m ostraban cierto escepticismo en cuanto a las condiciones para su
funcionam iento. Como buenos liberales decimonónicos, eran los pri­
meros en especificar la importancia de requisitos como la educación o
una extensión de los formatos de vida civil propios del capitalismo, ne­
cesarios para que un pueblo pudiese ser considerado preparado para,
según sus palabras, “recibir instituciones parlamentarias”. Si observa­

35 Sudipta Kaviraj ha form ulado explícitam ente esta cuestión com o un


problem a tocquevilliano en “T ile Culture o f Representative Demo-
cracy”, en Partha Chatteijee (ed .), The Wages of Frecdom: Fifly Yearsofthe
Indian Nation-State, D elhi, Oxford University Press, 1998, pp. 174-175.
208 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

mos este hecho desde otro ángulo, podríam os decir que para hom ­
bres como Naoroji o Gokhale, la democracia era una buena forma de
gobierno solam ente cuando podía ser adecuadam ente controlada
por hom bres de adecuada sabiduría. Con el ascenso de los llamados
“extremistas” en la política nacionalista, especialmente con los movi­
mientos Khilafat y de no cooperación, ingresaron a la vida política or­
ganizada nuevas fuerzas e ideas a las que no im portaban m ucho las
delicadezas de la política parlam entaria.36 Fue G andhi quien en
aquel periodo condicionó decisivamente el cam po político generado
p or las nuevas instituciones representativas del orden colonial tardío.
Aunque proclam ara su rechazo a las instituciones parlam entarias,
ju n to con todos los dem ás adornos de la civilización m oderna,
Ganhdi resultó trem endam ente funcional para catalizar la moviliza­
ción que term inaría p o r hacer del Congreso Nacional Indio la orga­
nización política conductora de la India independiente. Como han
dem ostrado varios estudios, las palabras y las acciones de G andhi es­
taban atravesadas p o r las preocupaciones paralelas de cómo promo-
cionar la iniciativa popular y, al mismo tiem po, de cómo contro­
larla.37 Con la consolidación del dom inio del Congreso en los
prim eros quince años posteriores a la independencia, el control se

36 En la historiografía india se d en om in a Khilafat al m ovim iento d e res­


tauración islám ico surgido com o consecuencia de la disolución del
Imperio O tom ano a finales de la Primera Guerra Mundial, h ech o
interpretado com o una agresión occidental contra la unidad de los
m usulm anes de todo el m undo. El m ovim iento buscaba un repudio
masivo de la lealtad m usulm ana a los británicos. Hacia 1920, los líderes
del m ovim iento se unieron a Ghandi en su cam paña de d esobediencia
civil y en desacato a las norm as británicas en respuesta por la masacre
de Amritsar. A pesar de haber tenido diversos logros, el M ovim iento
Khilafat term inó fracasando. Turquía rechazó el califato y se convirtió
en una nación secular. Por otra parte, el carácter m arcadam ente reli­
gioso del m ovim iento hizo que m uchos de sus líderes iniciales
terminaran apartándose del m ism o. (N. de los Trad.)
37 Los escritos del grupo d e historiadores d el “Subaltern Studies”
exploran esos tem as d e form a m ás elaborada. V éase, en particular,
Ranajit G uha, Dominance Wiíhout Hegemony, Cam bridge, Harvard
University Press, 1998.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O C IE D A D P O L ÍT IC A 200

volvió el tem a dom inante, dados los cerrados vínculos entre el desem­
peño estatal y la aprobación electoral en el llamado “sistema del Con­
greso” del periodo Nehru.
El periodo com prendido entre el gobierno de N ehru, la crisis de
m ediados de la década de 1960 y el restablecim iento de la suprem a­
cía del Congreso, m ediante el populism o de Estado del prim er go­
bierno de Indira G andhi, refleja u n a evolución com ún en la expe­
riencia histórica de m uchos países del Tercer M undo. El elem ento
distintivo de la dem ocracia india, según creo, hay que buscarlo en la
derrota del régim en de em ergencia de Indira G andhi a través de una
elección parlam entaria.38 Esta derrota evidenció un cambio funda­
m ental en todas las discusiones posteriores, entre la esencia y la apa­
riencia de la dem ocracia, su form a y su contenido, su naturaleza in­
trínseca y su apariencia exterior. Cualquiera que sea el juicio de los
historiadores sobre las “reales” causas del colapso del régim en de
em ergencia, las elecciones de 1977 supusieron la constatación en la
arena política del carácter determ inante de las movilizaciones popu­
lares, de la im portancia estratégica del derecho de voto y de la im por­
tancia que los órganos representativos de gobierno tenían para dar
voz a las dem andas populares de todo tipo, a las cuales nunca antes se

38 En ju n io de 1975, Indira G andhi, prim era m inistra d esd e 1969, fue


declarada culpable d e prácticas corruptas durante la cam paña elec­
toral d e 1971, v ién d ose obligada a abandonar su asiento en el
p arlam ento. En lugar d e ello, sin em bargo, declaró el estado de
em ergen cia, co n cen tran d o todo el p od er y p o n ien d o en m archa
duras m edidas d e co n ten ció n d e la op osición . Es el d en om in ad o
“régim en d e em erg en cia ”, q u e se p rolon ga durante d iecio ch o
m eses. A co m ien zo s d e 1977, con fian d o en el férreo control
im pu esto a la prensa, G andhi con vocó a eleccio n es generales, con la
esperanza d e o b ten er una am plia mayoría en el nuevo parlam ento.
Pero contra todas las previsiones, co sech ó una derrota total: n o sola­
m en te perdió su p rop io escañ o en el parlam ento, sin o que, además,
p or prim era vez el Partido d el C on greso p erd ió la mayoría parla­
m entaria, d an d o paso al prim er g ob iern o in d io in d ep en d ien te
presidid o por otra fuerza política, el conservador Partido Baharatiya
Janata (Partido d el P ueblo Indio, bjp). (N. d e los Trad.)
2 ÍO LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

les había perm itido perturbar el orden y la tranquilidad de los prover­


biales corredores del poder. Sin duda, ésta es una experiencia crucial
para com prender las diferencias en las percepciones populares de la
dem ocracia predom inantes en India y en Pakistán, donde, en tiem ­
pos recientes, tanto las élites com o los subalternos se han m ostrado
de acuerdo en afirmar que la dem ocracia electoral es una farsa y que
el camino hacia la verdadera dem ocracia debe necesariam ente pasar
por una fase de dictadura militar.
Pero antes de felicitarnos p o r el caso indio insisto en lo que tanto
he argum entado en este texto. La tensión entre legitim idad popular
y control de las élites, el problem a eterno de la propia teoría de la de­
mocracia, representado p o r los conceptos m ediadores de comunidad
y propiedad, es un elem ento presente desde la concepción misma de la
dem ocracia india. Esta tensión no ha desaparecido, ni ha sido re­
suelta o superada. Apenas ha adquirido u n a nueva form a, com o re­
sultado de los constantes enfrentam ientos entre las concepciones po­
pular y elitista de la democracia. El tem a ha aparecido nuevam ente
en los recientes debates sobre la m odernización dem ocrática en In­
dia. Por u n lado, las titubeantes dem andas populares de reconoci­
m iento han llevado a los m odernizadores a lam entar que la edad de
la razón haya llegado a su fin, m ediante la contam inación de la polí­
tica por las fuerzas del desorden y la irracionalidad. Estos sectores in­
terpretan los diversos compromisos alcanzados a partir de los condi­
cionam ientos electorales com o señales de abandono de la política
ilustrada. En general tenem os m enos inform ación respecto a los
efectos transform adores de esta tensión entre los sectores de pobla­
ción supuestam ente no ilustrados. En vista de que ésta es un área que
apenas em pieza a ser estudiada, sólo puedo hacer algunas observa­
ciones prelim inares al respecto. Pero, según creo, se trata del más
profundo y significativo conjunto de cambios sociales actualm ente
en m archa de cuantos afectan al proceso dem ocrático en países
como India.
En este sentido, puedo percibir cómo viene ferm entando, entre las
clases gobernantes de India, u n a respuesta a estos cambios sociales.
G R U PO S DE P O B L A C IÓ N Y S O CIE D A D P O L ÍT IC A 211

La percibo com o u n a variación de la estrategia colonial de adminis­


tración indirecta. Esta respuesta implica la suspensión del proyecto
m odem izador, construyendo'defensas alrededor de las zonas protegi­
das de la sociedad civil burguesa y diluyendo las funciones guberna­
mentales de ley, orden y bienestar entre los “líderes naturales” de las
poblaciones gobernadas. Esa estrategia, en otras palabras, busca preser­
var las virtudes cívicas de la vida burguesa de los potenciales excesos de
la dem ocracia electoral.
O tra respuesta, tam bién en proceso, es menos cínica, aun cuando
sea más pragm ática. En este caso no se trata de abandonar el pro­
yecto ilustrado, sino de intentar guiarlo a través de la m araña de res­
puestas provenientes de lo que he denom inado sociedad política.
Esta respuesta considera seriamente las funciones de dirección y lide­
razgo de una vanguardia, pero adm ite que el brazo legal del Estado
en u n país como India no consigue proyectarse sobre una amplia
gama de prácticas sociales, que continúan siendo reguladas por otras
creencias y adm inistradas p o r otras autoridades. Esta propuesta es
consciente de que estas zonas oscuras son, sin embargo, receptivas
frente al papel del Estado como proveedor de bienestar, provocando
con ello el aum ento de las reivindicaciones y las dem andas de repre­
sentación que son parte del proceso que he denom inado “ansia por
la dem ocratización”. Es en esta zona de interacción donde el pro­
yecto de la m odernidad dem ocrática debe operar: lenta, dolorosa,
desconfiadam ente.
Al traer aquí el ejem plo de las negociaciones sobre el destino de
u n cadáver en Calcuta, no he tratado de perfilar un argum ento sobre
la form a correcta de m anejar las contradicciones entre sectores socia­
les. Tampoco he tratado de describir un caso ejem plar de ejercicio
del poder. M ucho menos, p retendía afirm ar que la estrategia con­
creta de resolución del conflicto entre m odernidad y democracia
puesta en m archa en aquella ocasión fuera el resultado de un pro­
yecto político consciente de transform ación social, en el cual los par­
tidos dom inantes en Bengala O ccidental estuvieran involucrados. Mi
intención, por el contrario, era señalar las posibilidades que existen
2 1 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

en el espacio teóricam ente ambiguo, en la nebulosa de lo que he de­


nom inado sociedad política. C uando utilizo este térm ino, siempre
tengo en m ente que, en los Cuadernos de la cárcel, Antonio Gramsci co­
mienza vinculando la sociedad política con el Estado, para deslizarse
posteriorm ente hacia una amplia gama de intervenciones sociales y
culturales situadas al m argen del dom inio estatal. Está claro que, al
llevar adelante el proyecto de transform ar sujetos subalternos en ciu­
dadanos nacionales, los modernizadores encontrarán resistencias que
son impulsadas p o r las actividades de la sociedad política. Pero he in­
tentado enfatizar que, a pesar de resistir u n proyecto m odernizador
que consideran impuesto, las clases subalternas también se encuentran
embarcadas en un sendero de transform ación interna. Al llevar ade­
lante su misión pedagógica respecto a la sociedad política, los educado­
res, personas ilustradas com o nosotros, quizás tam bién p o drían
ap render algo y educarse a sí mismos. Esto, lo adm ito, sería el resul­
tado más en riquecedor e históricam ente significativo del encuentro
entre m odernidad y democracia en la mayor parte del m undo.
IV. Epílogo
8. El mundo después
de la Gran Paz

C uando ingresé al Presidency College de Calcuta en 1964,


aunque el profesor Susobhan Sarkar se había trasladado a la Univer­
sidad Jadavpur, seguía siendo u n a leyenda entre los estudiantes. La­
m ento como estudiante y com o investigador haberlo visto apenas
unas pocas veces, a distancia y sin haber tenido la oportunidad de co­
nocerlo bien. Sin em bargo, ya entonces me percaté del inconfundi­
ble sello que su influencia im prim ía entre mis colegas historiadores
de mayor edad. A unque sus trabajos más reconocidos versan sobre el
renacim iento bengalí, Sarkar era realm ente u n profesor de historia
europea.1 Curso tras curso, fueron sus lecciones sobre la historia y la
política europeas las que le granjearon su enorm e reputación entre
los estudiantes. En u n discurso de hom enaje, el profesor Barun De
resaltó que los intelectuales bengalíes de las décadas de 1930 y 1940
estaban m enos interesados en la econom ía agraria bengalí o en los
movimientos campesinos que en la política internacional o en la filo­
sofía y literatura europeas. Sus m entes, al contrario de los intelectua­
les de nuestros días, que prefieren vivir “como ranas en su propia
charca”, habrían estado m ucho más abiertas al m undo exterior.2 No

1 Susobhan C handra Sarkar, Bengal Renaissance and Other Essays, Nueva


D elh i, P e o p le ’s P ublishing H ou se, 1970.
2 Barum D e, “Susobhan C handra Sarkar”, e n Essays in Honour of
Professor S.C.Sarkar, N ueva D elh i, P e o p le ’s Publishing H ou se, 1976.
2 1 6 LA N A CIÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

estoy seguro de que un juicio tan negativo sobre nuestros contem po­
ráneos sea exacto, pero, en cualquier caso, trataré de seguir el ejem­
plo de Susobhan Sarkar, y aprovecharé la oportunidad para hablar de
la historia mundial de nuestros días.
El título de este capítulo rem ite al prim er libro publicado por Sar­
kar, escrito en bengalí y titulado en inglés Europe After the Great War
(1939).3 En nuestros días es un libro difícil de encontrar, pero, aun­
que hace ya treinta años que tuve la oportunidad de leerlo, lo re­
cuerdo muy bien. En este libro, Sarkar analiza las políticas europeas
desde el final de la Prim era G uerra M undial hasta 1938. Desde nues­
tra perspectiva contem poránea, fácilmente el libro podría haberse ti­
tulado “Europa antes de la Segunda Gran G uerra”, ya que el análisis
de Sarkar contenía una clara prem onición del inm inente conflicto.
Comenzaré con un balance del m om ento actual de la historia pla­
netaria. Sobre el particular, circulan dos evaluaciones en conflicto.
La prim era señala que en el m om ento presente la m odernidad y su
estilo de vida basado en la industrialización, el avance de la ciencia
y la celebración de la libertad de espíritu de los individuos, deberían
haberse propagado p o r todo el orbe. Q ue esto no sea así se atribuye
a la persistencia de ciertos regím enes e ideologías, excesivamente
com prom etidos con el control estatal, que han arraigado en diferen­
tes países del m undo. Esta pugna habría conducido en el siglo xx a
dos guerras m undiales y a una terrible “G uerra Fría” (aunque algu­
nas veces la G uerra Fría se calentó un poco, como en V ietnam ). A
millones de personas les fueron negados los beneficios de la m oder­
nidad, hasta que, en la últim a década del m ilenio, estos regím enes
opresores colapsaron bajo el peso de sus propias ineficiencias y llega­
ron a su fin los días oscuros de la G uerra Fría. El m undo entero se
habría regocijado con la vigorizante luz del libre m ercado y las polí­
ticas liberales, a m edida que la historia de la hum anidad entraba en
la era de la Gran Paz.

3 Susobhanchandra Sarkar, Mahayuddherpare iyorop, Calcuta,


U niversidad de Calcuta, 1939.
E L M U N D O DESPUÉS DE L A G R A N PA Z 2 1 7

La segunda evaluación, no es necesario decirlo, no pinta un cua­


dro tan agradable. La historia es como sigue. D urante el siglo xx, di­
versas formas de socialismo fueron ensayadas en diferentes partes del
Segundo y del Tercer M undo, en la creencia de que un progreso so­
cioeconóm ico independiente, más allá del capitalismo m onopólico y
del imperialismo, era posible. N inguna de estas tentativas tuvo éxito.
El principal obstáculo que impidió su consolidación fue la incesante
oposición p o r parte del capitalismo m onopólico y del imperialismo.
Encubierto por la Guerra Fría, el capitalismo se habría expandido, con­
quistando nuevos mercados en su ansia de grandes beneficios, hasta la
victoria final. La lucha entre el capitalismo consumista y el sueño de
emancipación es ahora sólo un recuerdo del pasado. Una sombra os­
cura, la Gran Paz, ha descendido sobre la tierra.
Se trata de dos historias opuestas. Pero, en el fondo, el debate
queda reducido a cóm o denom inar aquello que ambas describen.
Cualquiera que sea el juicio normativo, todos parecen concordar en
el análisis de lo ocurrido en los últimos años: la llam ada globaliza-
ción. Según creo, la palabra “globalización” apareció por prim era vez
a m ediados de la década de 1970, utilizada p o r American Express en
una propaganda para sus tarjetas de crédito. Entre nosotros hubo
quienes creyeron, en su inexperiencia, que los años setenta serían la
década de la liberación. Según parece, tam bién los bancos norteam e­
ricanos tenían ese sueño. Un sueño que sí se hizo realidad. Teniendo
u na taijeta de crédito American Express en tu bolsillo, te puedes sen­
tir lo suficientemente libre como para com prar tu propia felicidad en
cualquier parte del m undo.
Pero red u cir a esto la globalización im plica no e n te n d e r el pro­
ceso subyacente. P or o tro lado, el nom bre com únm ente adoptado
para su descripción tam poco nos inform a respecto a qué debem os
o podem os hacer en esta nueva situación. ¿Rendirnos? ¿Saltar de
alegría? ¿Darle la espalda? ¿O, quizás, rem angam os la camisa y prepa­
rarnos para el combate? Sobra decir que la respuesta depende de
cómo entendam os y evaluemos el proceso llamado globalización. Las
dos evaluaciones que antes he resumido parecen ser diam etralm ente
2 1 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

opuestas. Sin duda, el balance correcto se en c u e n tra en algún


p u n to interm edio. Pero ¿dónde exactam ente? U n gran n úm ero de
pensadores ha reflexionado sobre el tem a y co n tin ú a haciéndolo.
In ten taré d ar mi visión sobre lo que ellos h an dicho. No sólo los li­
berales al estilo lai.ssez-faire han escrito sobre esta cuestión. Muchos
pensadores marxistas y de izquierdas h an encarad o seriam ente el
estudio del fenóm eno llam ado globalización: geógrafos com o Ma­
nuel Castels y David Harvey, sociólogos com o Saskia Sassen y David
H eld, incluso críticos literarios com o Fredric Jam eson y Gayatri
Chakravorty Spivak. En este contexto es inútil p re te n d e r un cono­
cim iento definitivo sobre la cuestión. Q uienes proclam an conocer
toda la verdad, p ro bablem ente estén guiados p o r motivos dudosos.

II

Me gustaría com enzar con u n a p reg u n ta de carácter histórico: ¿qué


es lo novedoso de la globalización? Si el proceso significa que dife­
rentes regiones geográficas del m u n d o se h an vuelto interdepen-
dientes unas de otras, que se han enredado en u n a gran telaraña de
circulación de bienes y servicios, entonces se trata de u n proceso en
m archa desde hace, p o r lo m enos, doscientos años. H ace m ucho
tiem po que Marx y Engels previeron en El manifiesto comunista que
los dueños del capital asolarían el m undo en busca de nuevos m er­
cados. “El capital está com pelido a acom odarse p o r todas partes, a
asentarse en todas partes, a establecer conexiones con todas las par­
tes.” Las antiguas industrias nacionales serán destruidas. La produc­
ción y el consum o, en todos los países, se volverán cosm opolitas y
globales. “Para gran pesar de los reaccionarios, la industria crece so­
cavando los cim ientos de la base nacional sobre la que se levantó.”
Las nuevas industrias n u nca más usarán insum os locales. Sus insu-
mos llegarán desde los lugares más rem otos de la tierra. De la
misma m anera, sus productos serán consum idos no sólo en casa,
EL M U N D O D ESPU ÉS DE LA G R A N PA Z 2 i g

sino en cada rincón del p laneta.4 Esto fue escrito en 1848. Al leerlo,
podríam os pensar que para ese entonces la globalización ya estaba
en m archa. ¿Dónde está la novedad de la situación actual?
Existe un debate actualm ente en curso sobre esta cuestión.5 La evi­
dencia histórica m uestra que a finales del siglo xix existió un grado
de globalización mayor que el actual. Enorm es cantidades de capital
se exportaron desde Europa hacia el resto del m undo, especialmente
hacia América (del N orte y del Sur) y hacia las colonias británicas y
francesas. Fue el increm ento del flujo internacional de capitales lo
que impulsó a los principales países a adoptar, a partir de 1870, el pa­
trón oro para establecer los tipos de cambio de sus monedas. Muchos
estudiosos han señalado que la tasa de exportación de capital a fina­
les del siglo xx es, en realidad, más baja que a finales del siglo xix.
Considerando los 15 países más desarrollados, en 1880 el capital ex­
tranjero suponía más del cinco p o r ciento de los ingresos nacionales.
En los años treinta este porcentaje había bajado al 1,5 por ciento. En
los años cincuenta y sesenta, apenas era de uno por ciento. En 1996,
cuando las fanfarrias de la globalización nos ensordecían, la propor­
ción del capital extranjero sobre el total del ingreso nacional de los
15 países más desarrollados apenas representaba el 2,5 p o r ciento, es
decir, la m itad del nivel alcanzado en 1880. Si tomamos únicam ente
el caso del Reino U nido, vemos que entre 1895 y 1899 alrededor del
21 por ciento de las reservas estaban invertidas en el extranjero. En­
tre 1910 y 1913 la cifra había ascendido a u n 53 por ciento. En ese
tiempo, alrededor de una cuarta parte de todo el capital británico es­
taba invertido en el extranjero. N ingún país desarrollado es hoy tan

4 Karl Marx y Friedrich Engels, The Communisl Manifestó, N ueva York,


M onthly Review Press, 1998. Existen m últiples versiones en
castellano d e este texto, la m ás reciente: El manifiesto comunista,
B arcelona, Akal, 2004.
5 Los sigu ien tes párrafos están basados en una lectura libre de Saskia
Sassen, Losing Control? Sovereignty in an Age of Globalization, Nueva
York, C olum bia University Press, 1996. Existe traducción al
castellano d e este texto: ¿Perdiendo el control? La soberanía en la era de
la globalización, Barcelona, E d icion es Bellaterra S.A., 2001.
2 2 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

dependiente de las transacciones de capital internacional. Incluso Ar­


gentina, que a finales del siglo xix tenía la m itad de su econom ía en
posesión de extranjeros, hoy tiene sólo entre el 20 y el 22 por ciento,
aun cuando escuchamos continuam ente noticias relativas al peso de
su deuda externa.
En otras palabras, si consideramos el flujo de capitales internacio­
nales, en realidad hay m enos globalización hoy en día que a finales
del siglo xix. Sobra decir que la exportación del capital y la evolución
de los mercados financieros internacionales se vieron interrum pidas
durante la Prim era Guerra Mundial y la subsiguiente depresión de los
años treinta. El patrón oro, a efectos prácticos, no pudo aguantar el
desafío. Aunque el acuerdo de Bretton Woods, tras la Segunda Guerra
Mundial, intentó poner algo de orden en los intercambios financieros
internacionales, hasta 1970 podemos hablar de un reflujo en la globa­
lización. Recién en los años ochenta la m area empezó a subir nueva­
mente. La actual celebración de la globalización puede ser cierta en
comparación con la situación imperante a mediados del siglo xx, pero
no es nada extraordinario en comparación con el siglo XIX.
Estudiando la evolución del com ercio internacional, enco n tra­
mos un paisaje similar. El com ercio internacional se expandió du­
rante todo el siglo xix hasta la Prim era G uerra M undial, se contrajo
a m ediados d,el siglo xx y com enzó a crecer nuevam ente alrededor
de 1975. Países com o el Reino U nido, Francia, Jap ó n , A lem ania,
Estados Unidos y Canadá dependían más del comercio internacional
antes de la Primera Guerra Mundial que en 1970, aunque en los años
ochenta todos ellos alcanzaron los niveles anteriores, e incluso los supe­
raron en ocasiones.
Esto en lo que se refiere a los países industrializados de Europa y
América del Norte. El panoram a es m enos claro para otras partes del
m undo. Algunos países de Asia se han vuelto profundam ente depen­
dientes de la econom ía global en los últimos diez o quince años, en
tanto que en este mismo periodo alrededor de la mitad de los países
africanos parece haber perdido su conexión con el comercio internacio­
nal. Sólo una cosa está clara: la globalización no es el gran carnaval del
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G R A N P A Z 2 2 1

capital, la tecnología y las mercancías, donde todos somos libres de to­


mar lo que deseemos. Qué es lo que cada uno consigue, dónde encuen­
tra su lugar propio en la red global de intercambios, y si es que llega a
hacerlo, son temas que dependen de múltiples variables económicas y
políticas.
Los apologistas de la globalización señalan que al insertarse en la
econom ía global los países más pobres pueden revertir su situación y
que así disminuyen las inequidades entre unos Estados y otros. Pero,
¿realm ente ha sucedido algo similar? La evidencia disponible sobre
este punto no es concluyente. Según la orientación de los investiga­
dores, es posible encontrar gráficos y tablas que supuestam ente de­
m uestran conclusiones en ambos sentidos. Si por un lado se reconoce
el aum ento de las inequidades, p o r otro se indica que no sólo no han
aum entado, sino que, incluso, com ienzan a disminuir. A nosotros,
personas ignorantes en la materia, no nos queda otra opción que
asentir. En todo caso, mi im presión a partir de lo que he escuchado y
visto es que las inequidades entre países ricos y pobres no han dismi­
nuido en los últimos diez o quince años. P or el contrario, es posible
que hayan aum entado. Incluso, algunos países que aparentem ente
habían logrado acelerar su desarrollo, han vuelto a tropezar en fecha
reciente, ralentizando su ritm o de crecimiento.
En los años setenta algunos países en América del Sur parecían estar
avanzando hacia la Gran Paz, precisamente gracias a su compromiso
con el comercio internacional. Sin embargo, en los ochenta fueron
quedando rezagados, hundidos bajo el peso de sus deudas externas. El
desarrollo económico del Extremo O riente en esos mismos años de cri­
sis sudamericana se ha convertido en una leyenda contem poránea.
Pero, de forma inesperada, en 1997 u n cataclismo financiero puso en
jaque estas pujantes economías. El análisis de este tipo de crisis aún está
pendiente. ¿Qué origina estos repentinos cambios en la ruleta de la for­
tuna de la globalización? ¿Son inevitables? Se trata de cuestiones cuyo
estudio deberem os encarar en algún momento.
Además de los aspectos financieros y comerciales, existen otros dos
elementos en la globalización de los que se escucha hablar favorable­
222 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

m ente: las com unicaciones y los viajes. Ambos son com ponentes cru­
ciales a la hora de evaluar las consecuencias culturales de la globaliza­
ción. Sin duda, el movim iento de personas más allá de las fronteras
nacionales se ha increm entado enorm em ente gracias a las mejoras en
los medios de transporte. Los viajes internacionales ya no están res­
tringidos a grandes em presarios y m aharajás. Sin em bargo, si nos
centram os específicam ente en la em igración in tern acional (que
im plica algo más que u n simple viaje), com probam os que p ro p o r­
cionalm ente es m ayor el n ú m ero de personas que em igraron y se
establecieron en otros países en el siglo xix que el nú m ero de quie­
nes lo h iciero n a finales del siglo xx. E ntre la década de 1820 y la
Prim era G uerra M undial, sesenta m illones de europeos em igraron
a América. Sobra decir que la mayoría de los actuales pobladores de
los Estados Unidos, Canadá, A rgentina, Australia y Nueva Zelanda
son descendientes de aquellos inm igrantes del siglo xix. Adicional­
m ente, en esos mismos años, entre veinte y treinta millones de perso­
nas salieron de India con destino a Malasia, Fidji, M auricio, diferen­
tes países africanos y las colonias europeas de las Indias occidentales,
en calidad de trabajadores contratados. Los datos disponibles muestran
que en la primera década del siglo xx, un millón de personas emigraron
cada año de un país a otro. Tras la Segunda Guerra Mundial, la de­
m anda de trabajadores inmigrantes que ocuparan empleos poco remu­
nerados creció en los países industrializados de Occidente. Como resul­
tado de ello, el flujo de emigrantes hacia esos países continúa aún hoy,
tanto por vía legal como ilegal. Pero, en cuanto a números y proporcio­
nes, el volum en de la em igración internacional es actualm ente infe­
rior al nivel alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial.
La evidencia histórica muestra, por lo tanto, que en varios aspectos,
al menos en términos cuantitativos, la globalización estaba más desarro­
llada en el periodo anterior a la Prim era G uerra M undial que hoy en
día. La época previa al conflicto es un capítulo im portante en la histo­
ria de la evolución del capitalismo global. Sabemos, gracias a los escri­
tos de Lenin sobre todo, que se trató de una coyuntura caracterizada
por la influencia del capitalismo financiero y por la rivalidad entre los
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N PA Z 2 2 3

poderes imperiales europeos. ¿Será que la noria de la historia mundial


nos está llevando de regreso a esta fase tem prana del desarrollo capi­
talista? ¿O, p o r el contrario, se han producido, entre tanto, tales tras-
form aciones en la naturaleza del capitalismo y del Estado que las si­
militudes entre ambas “globalizaciones” son sólo aparentes? Antes de
responder, quisiera detenerm e en estas diferencias.
Para com prender la naturaleza del capitalismo a comienzos del si­
glo xxi nuestra atención debe centrarse, no en el capitalismo industrial,
sino en los mercados financieros internacionales. Un elemento central
de la globalización contem poránea es la presión de quienes defienden
el proceso para limitar el control estatal sobre los sistemas financieros
nacionales, agilizar la circulación de capitales internacionales y moder­
nizar la infraestructura de telecomunicaciones. Esto se ha traducido en
una expansión increíblemente rápida de los mercados internacionales
de capitales, y en una auténtica revolución en las formas de capitalismo.
Desde la década de 1980, el capitalismo financiero en los países indus­
trializados ha crecido a un ritmo dos veces y medio superior al creci­
miento del p i b (Producto Bruto Interno). El mercado de divisas, bonos
y acciones se ha expandido cinco veces más deprisa que el p i b . Cada vez
se invierte más y más capital en el mercado de reseñas, bonos y divisas,
y menos en la manufacturación, presumiblemente debido a que los be­
neficios son más rápidos y mayores. De hecho, el gran mercado finan­
ciero hoy en día es el mercado de divisas, verdaderamente global en su
alcance y en sus formas de operar. En 1983, el volumen del comercio de
divisas era diez veces mayor que el comercio internacional de bienes de
consumo. Pero en 1992 era sesenta veces mayor. La inversión anual en
bonos del tesoro de Estados Unidos, que a comienzos de la década de
1980 sumaba alrededor de 30.000 millones de dólares, una década des­
pués había crecido hasta 500.000 millones. La com pra de bonos del
tesoro norteam ericano ha continuado creciendo y, ju n to con ello, la
deuda externa del país. Pero por el m om ento esto no supone un pro­
blema para los líderes norteamericanos. La única superpotencia m un­
dial puede transformar su deuda externa, que para otros países es una
pesada carga, en u n instrum ento más para el ejercicio de su poder.
2 2 4 LA N A CIÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

¿Existe un límite para el crecim iento de los m ercados financieros


internacionales? ¿Puede el flujo del capital a través de las fronteras
nacionales expandirse indefinidam ente? Muchos expertos piensan
que el crecim iento de los m ercados continuará p o r algún tiem po
más. En 1992, el m ercado financiero duplicaba el pib conjunto de los
23 países más ricos del m undo. En el año 2000 era tres veces mayor.
El MacKinsey Global Institute predice que los m ercados financieros
continuarán creciendo a este mismo ritm o por lo m enos otros veinte
años más, ya que varios mercados nacionales aún están pendientes de
integrarse al sistema financiero global.
Por supuesto, existen riesgos derivados de la especulación con bonos
y divisas. Un ejemplo de ello lo proporciona la Baring Company, una
venerable institución quebrada debido a una arriesgada transacción fi­
nanciera, em prendida por un empleado demasiado entusiasta e ines­
crupuloso. Con el final del auge del m ercado de reservas de los años
noventa parecían existir razones para que el capital descansara. Sin em­
bargo, nuevam ente lo encontram os activo en la actualidad, im buido
del mismo espíritu conquistador que lo caracterizara d u ran te el si­
glo xix. Pero, aun si este espíritu conquistador remite a un impulso
atávico, sus habilidades contem poráneas están más refinadas y sofistica­
das. Economistas de todo el m undo trabajan día y noche a fin de en­
contrar nuevas fórmulas “científicas" para gestionar el riesgo en los
mercados financieros. Un par de ellos, incluso, han ganado el Premio
Nobel por sus esfuerzos. ¿Quién dice que el capitalismo no tiene res­
peto por el saber? Tiene un gran respeto por el saber que contribuye a
su propio beneficio. A puntando a la influencia del capital financiero
antes de la Primera Guerra Mundial, Keynes señaló que se estaba con­
virtiendo a las economías nacionales en casinos. Pero hoy en día los
economistas responden: “No tenga miedo, sabih Keynes. Dominamos la
ciencia del juego. Los mercados crecerán, nuestros beneficios aum en­
tarán, el capitalismo florecerá, todos debemos estar felices”.
Comparando los mercados financieros contem poráneos con los de
hace un siglo, encontramos tres diferencias significativas. En prim er lu­
gar, gracias a las actuales tecnologías de la información y al desarrollo
¡FLÁCCO - Biblioteca

E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N PA Z 2 2 5

de las telecomunicaciones, las divisas y las reservas nacionales pueden


ser instantáneam ente transform adas y vendidas en todo el planeta.
Existen hoy grandes oportunidades de obtener beneficios a partir de
las fluctuaciones del precio de las reservas, bonos y divisas en los di­
ferentes m ercados mundiales. El volumen total de transacciones dia­
rias es infinitam ente superior. En segundo lugar, los mercados de ca­
pital financiero están dom inados p o r unas pocas instituciones
importantes, compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos mu­
tuos, etc. Estas instituciones gestionan los pequeños ahorros de perso­
nas comunes, inviniéndolos en empresas rentables. En tercer lugar,
nuevas m odalidades de transacciones financieras han aparecido en
las últimas dos o tres décadas. Productos financieros inimaginables
hace veinte años generan en la actualidad millones de dólares. Por
ejemplo, los derivados. Frecuentemente he pedido a mis amigos econo­
mistas que me expliquen la naturaleza de este misterioso bien de con­
sumo. A pesar de sus mejores esfuerzos, debo confesar que este tema
aún escapa a mi anticuada capacidad de com prensión de profesor
universitario.
Ju n to a estos cambios revolucionarios en los m ercados financieros,
durante los últimos treinta años la globalización de la industria m anu­
facturera ha seguido un curso paralelo. La elaboración de los com po­
nentes de un producto en factorías situadas en países distintos y su
ensamblaje en un tercer país, diferente de los dos anteriores, es ahora
algo habitual. La globalización de los procesos industriales está parti­
cularm ente desarrollada en campos com o el autom otor, el químico-
farm acéutico y el electrónico. Incluso algo tan tradicional como la
elaboración de textiles puede estar disperso en varios países. En Ban-
gla Desh, p o r ejemplo, el térm ino garment (prenda) se ha convertido
en una palabra bengalí de uso cotidiano y familiar, asociada a la ma­
nufactura de ropa para la exportación. Este tipo de globalización de
las actividades de m anufactura ha venido dándose desde hace algu­
nas décadas. Lo realm ente novedoso en nuestros días es la dispersión
de servicios como la contabilidad y la adm inistración de empresas.
U na com pañía puede ten er su sede central en Londres, mientras su
2 2 Ô LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

nóm ina de trabajadores se administra en Bangalore, las llamadas tele­


fónicas se atienden en Singapur y los albaranes se actualizan en Bue­
nos Aires. No se trata de ciencia ficción. Incluso alguien tan igno­
rante en m ateria empresarial como yo ha leído y escuchado acerca de
este tipo de compañías. Pero el hecho de que la producción y los ser­
vicios de u n a em presa estén dispersos por todo el m undo no implica
una com pañía descentralizada. U n elem ento fundam ental del pro­
ceso de globalización radica en el alto grado de control y centraliza­
ción de los beneficios. C uanto más se atom izan la producción y los
servicios, mayor será la necesidad de un control centralizado. Lo im­
portante aquí, desde nuestro p unto de vista, es que el control centra­
lizado está invariablem ente localizado en las ciudades-m etrópoli del
m undo industrializado. U na de las consecuencias de la globalización
es la enorm e im portancia adquirida por lo que Saskia Sassen deno­
m ina “ciudades globales”, como Nueva York, Londres, París y Tokio.6
En resum en, encontram os, p o r u n lado, u n a gran dispersión de
la producció n y los servicios, y, por otro lado, u n creciente control
sobre todas esas actividades, a partir de oficinas centrales situadas en
las ciudades globales. En este contexto, ¿qué ocurre con el control
del Estado sobre la econom ía nacional? Hasta ahora hem os pensado
que las econom ías nacionales m odernas debían estar enm arcadas y
reguladas por leyes creadas p o r el Estado. ¿Sigue siendo válido este
enfoque? ¿Quién establecerá las nuevas leyes que deben regular la
nueva economía? Quizás ésta sea la cuestión más im portante a la que
nos enfrentam os hoy en día en relación con los aspectos políticos de
la globalización.

6 Saskia Sassen, The Global City: New York, London, Tokyo, P rinceton,
Princeton U nivesity Press, 1991. Existe traducción al castellano de
este texto: La ciudad global, B u en os Aires, U niversidad de B u en os
Aires, 1999.
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G R A N PAZ 2 2 7

III

La econom ía global ejerce u n a profunda influencia sobre la política


interna de todos los Estados-nación. U n elem ento articulador de esta
influencia son las instituciones encargadas de controlar el flujo inter­
nacional de capitales, que p u eden viajar a gran velocidad de un país
a otro. En países particularm ente dependientes del capital internacio­
nal, esto im plica que las instituciones financieras globales pueden
m odelar las políticas locales, am enazando con retirar su dinero. Los
países inmersos en crisis financieras son, p o r lo general, forzados a
aceptar las condiciones impuestas p o r instituciones crediticias inter­
nacionales a cambio de ayuda, en peijuicio de la soberanía nacional.
La cuestión es: ¿pueden estas am enazas a la soberanía nacional im­
pulsar a los países a optar p o r perm anecer al m argen del proceso de
globalización? Los costos de esta decisión serían enorm es y pocos Es­
tados cuentan con los recursos necesarios para asumirlos. El Estado
podría usar su capacidad legal para fortificar la econom ía nacional,
protegiéndola de las incertidum bres del m ercado global y de la pe­
ligrosa influencia del capitalism o financiero internacional. Pero,
inevitablem ente, el resultado de ello sería u n elevado déficit presu­
puestario, inflación, increm ento de la deuda, escasez de divisas y, fi­
nalm ente, u n a im p o rtan te crisis financiera. Para enfrentarla, este
hipotético gobierno ten d ría que acercarse a las instituciones finan­
cieras internacionales en busca de préstamos. Las puertas de su hasta
entonces am urallada econom ía com enzarían a abrirse una tras otra.
U na vez abierta la prim era rendija, es difícil ocultar el seductor atrac­
tivo de la globalización. La élite y las clases medias son las primeras en
protestar, preguntándose por qué el nivel de vida y la calidad de los
productos deben ser inferiores dentro del país. “¿Por qué los estándares
de vida y la calidad de nuestros bienes y servicios deben ser tan bajos?
Abramos nuestros mercados, estrechemos lazos con el m undo exterior,
importemos nuevas tecnologías. Acabemos con el miserable aburri­
miento de nuestra vida de consumidores.” En los últimos veinte años,
prácticamente ningún país en el m undo ha escapado a este proceso,
228 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

que condujo al colapso de los Estados socialistas en la U nión Sovié­


tica y en Europa oriental. Incluso la econom ía china está hoy en día
profundam ente inserta en la red de la globalización. A unque el Par­
tido Comunista perm anece en el poder, nadie habla de socialismo.
Cuba, por su parte, se m antiene fuera de esta red, pero no por propia
voluntad, sino debido al bloqueo económ ico p o r parte de los Estados
Unidos. Tam bién Corea del N orte m antiene sus puertas cerradas.
Pero no se puede decir que éstos sean ejemplos alentadores.
En otras palabras, la globalización es algo parecido al proverbial lad-
dus de Delhi: quienes lo prueban term inan en problemas; quienes no
lo prueban tam bién term inan en problemas.7 Sin duda, m antenerse al
margen de la econom ía global conduce a serias dificultades. Hasta
dónde es posible hablar de u n a m ejor situación después de ingresar
en la econom ía global depende de la m edida en que valoremos la so­
beranía del Estado nacional. Muchos autores contem poráneos seña­
lan que la soberanía es cosa del pasado. ¿Para qué apegam os a ella, si
no nos perm ite alim entar y vestir decentem ente a nuestra gente? Por
otro lado, no cabe duda de que, en manos de los grupos gobernantes,
en muchas ocasiones es utilizada como pretexto para im poner despia­
dadas tiranías. En esos casos, la presunta inviolabilidad de la soberanía
se convierte en un argum ento a favor de los sectores conservadores y
reaccionarios. En estas circunstancias, ¿debemos defenderla como un
valor positivo absoluto, sin considerar las circunstancias específicas de
cada contexto? Esta es una cuestión que ha sido planteada en los últi­
mos años desde diferentes puntos de vista p o r pensadores de todo el
mundo. Antes de dictar sentencia, escuchemos lo que cada uno tiene
para decirnos.

7 Existe una historia apócrifa, atribuida al p eriod o d e la Gran


Revolución d e 1857, sobre los luddus (du lces d e harina de
garbanzo) d e D elh i q u e, ap aren tem ente, fun cion ab an com o m ed io
d e com u nicación para propagar el m ensaje d e revuelta. Si el
receptor aceptaba el ob seq u io, esto significaba su ad h esión a la
revuelta, co n lo q u e provocaba la ira d e los británicos. Si los
rechazaba se arriesgaba disgustar a los rebeldes. (N. d e los Trad.)
E L M U N D O D ESPU ÉS DE L A G R A N PA Z 2 2 0

El Estado soberano, en el sentido m oderno, tiene su origen en Eu­


ropa en los siglos xvn y x v i i i . El elem ento distintivo de este tipo de
form ación estatal es la dem anda de un p o d er soberano absoluto den­
tro de sus límites territoriales: en cada país debe haber u n a única ins­
titución soberana, el Estado. Sólo él puede adm inistrar justicia y de­
clarar la guerra. En sustitución de la m araña de autoridades con
jurisdicciones diferentes, m uchas veces solapadas entre sí, y de la
compleja red de relaciones de señorío y vasallaje característica del or­
den medieval, surgen en el siglo XIX las nociones de nacionalidad y
soberanía popular. El m oderno Estado-nación soberano em erge en
una forma que ya está com pletam ente desarrollada. Pero en los siglos
x v i i y x v i i i , es de todos sabido, sólo los Estados europeos reconocían
recíprocam ente su derecho de soberanía. Firm aban tratados y delimi­
taban sus fronteras en los mapas, con la finalidad de establecer, de
m utuo acuerdo, los lím ites territoriales de la so beranía de cada
cual. La negativa a reco n o cer esta so beranía o la violación de las
fronteras convenidas p o d ían llevar a la guerra, que a su vez daba lu­
gar a u n nuevo tratado, con nuevas líneas dibujadas en el mapa.
Q uienes h an tenido la m ala suerte de estudiar la historia de la di­
plom acia eu ro p ea en la universidad reco rd arán largas noches sin
dormir, tratando de m em orizar los im pronunciables nom bres de las
rem otas provincias transferidas, quién sabe en qué fecha, de un poder
europeo a otro. Es así com o nos han enseñado a gozar de la sublime
belleza de la soberanía.
C uando los europeos se lanzaron al m ar en busca de imperios, por
supuesto, no se p reocuparon dem asiado p o r su posible violación de
la soberanía de los países conquistados. En m uchos casos sin mayores
ambages, declaraban que en aquellas zonas del planeta ajenas a la ci­
vilización no había ningún tipo de ley internacional a la cual ate­
nerse. La única ley reconocida en estos territorios venía dada por la
fuerza y el derecho de conquista. En India, leyendo la historia del im­
perialism o europeo, se nos revuelven las tripas pensando en las razo­
nes de nuestra incapacidad para proteger nuestra soberanía. ¿Será
debido a este fracaso que estamos obligados a enfrentar tanta miseria
230 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

y tanta humillación? En este sentido, las diferentes corrientes dentro


del movimiento nacionalista estaban de acuerdo con un único obje­
tivo: construir el Estado nacional, soberano e independiente. Algo si­
milar ocurre en todos los países colonizados de Asia, Africa y Amé­
rica. Se trata del principal acontecim iento en la historia internacional
después de la Segunda G uerra M undial. Lo que hasta entonces era
un derecho especial, reservado únicam ente para las naciones euro­
peas, pasa a ser reconocido com o u n derecho universal y fundam en­
tal: el derecho a la autodeterm inación de cada nación del planeta.
Con excepción de la A ntártida, todas las tierras emergidas de la su­
perficie terrestre han sido reconocidas com o parte integrante de la
jurisdicción soberana de uno u otro Estado-nación.
En India, el precio de la soberanía ha sido alto. Ni siquiera en
nuestras peores pesadillas podem os pensar en renunciar a ella. Pero
los europeos, condescendientem ente, nos dicen:

Acabáis de o btener vuestra independencia, p o r eso creéis


que no existe nada más precioso que la soberanía. Pero
nosotros hemos visto tam bién su lado malo. Después de dos
grandes guerras, sabemos que p erd er cierta parte de la so­
beranía nacional no es tan malo. Incluso puede generar co­
sas buenas. Haríais bien en m editar sobre este punto.

Las propuestas más radicales para redefinir las formas de gobierno y


la noción de ciudadanía más allá de los límites del Estado-nación pro­
vienen de Europa. La Unión Europea restringe la soberanía de los Es-
tados-nación que la integran en los campos legislativo, administrativo
y judicial. Existe u n a m oneda com ún europea en circulación. Cada
Estado m iem bro está obligado a aceptar un m arco constitucional co­
m ún, que circunscribe su propia capacidad de gobierno. D entro de
Europa, apenas existen regulaciones nacionales restrictivas en m ate­
rias como el comercio, los viajes internacionales y la búsqueda de em­
pleo. Esto no quiere decir que exista una com pleta unanim idad sobre
el grado de cohesión deseable d entro de la U nión Europea. Nadie
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G R A N PAZ 23 1

está diciendo que ingleses, franceses y alem anes vayan a unirse den­
tro de un solo cuerpo político. La cuestión no pasa p o r la desapari­
ción de los Estados nacionales y su sustitución p o r algún tipo de es­
tructura federal paneuropea. La p regunta central que debemos
plantearnos es si el axioma histórico m oderno, que presenta el Es­
tado-nación com o el único d eten tad o r legítimo de soberanía, está
siendo abandonado en Europa. Quienes hablan de nociones radical­
m ente nuevas de soberanía señalan que eso es, exactam ente, lo que
está ocurriendo, que es algo bueno y que debería extenderse, no sólo
a toda Europa, sino tam bién a otros espacios regionales. Esta inter­
pretación señala que el actual proceso europeo no se detiene en el
surgim iento de u n a estructura federal supranacional, sino que tam­
bién implica la em ergencia de nuevas estructuras de poder por debajo
del Estado-nación. Un ejem plo de ello es la facilidad con que Escocia
y País de Gales h an establecido sus parlam entos regionales hace po­
cos años, una cuestión que treinta años atrás podría haber llevado a
u na guerra civil.
Los nuevos teóricos liberales alegan que, ju n to a la soberanía, la
noción de ciudadanía tam bién está experim entando u n cambio radi­
cal. Según señalan, la idea de que el Estado-nación es el único hogar
verdadero de los ciudadanos, el único garante de sus derechos y el
único objeto legítim o de su lealtad está cam biando rápidam ente. En
la E uropa de hoy no es difícil en c o n tra r a u n a persona natural de
un determ inado país que trabaja en otro, es dueña de una casa en un
tercero y tiene derechos electorales en los tres. U no supondría que
esto debería ser algo norm al en todo el m undo, gracias a la globaliza­
ción. Sin em bargo, cuando cosas similares ocurren en India, Bangla
Desh, Nepal y Sri Lanka, no pensamos en ellas como normales. Por el
contrario, protestam os, reclamamos. “Miren, gente de otro país está
votando en nuestras elecciones. ¡Deténganlos!”. Ante esta actitud, los
liberales europeos alegan que, si fuera posible liberar la noción de ciu­
dadanía de la prisión del Estado-nación, fragmentándola entre diferen­
tes tipos de afiliaciones políticas, contaríam os con medios para tratar
más eficaz y dem ocráticam ente problemas como los derechos de los
2 3 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

emigrantes, los derechos de las m inorías, la diversidad cultural den­


tro de la nación y la libertad individual. Existiría un escaso m argen
para el separatismo, el terrorism o o las guerras civiles.
Por supuesto, desde nuestra posición podemos encontrar objeciones
válidas frente a estos argumentos. Podríamos decir que los conceptos
de soberanía y ciudadanía se han diluido tan fácilmente en Europa gra­
cias a las peculiares condiciones históricas del continente, que no se
repiten en ninguna otra parte del m undo. La historia de Europa oc­
cidental en la segunda m itad del siglo, xx es una historia única de
prosperidad, democracia y paz. D urante más de m edio siglo no ha ha­
bido guerras entre los países europeos. En la actualidad, ni siquiera
existe tal posibilidad. Las condiciones esenciales para que esto ocu­
rriera han sido dos: la cooperación entre el capitalismo europeo y el
norteamericano, por un lado, y, po r otro, la función que han desempe­
ñado los Estados Unidos y la Unión Soviética en el contexto de la Gue­
rra Fría. No ha habido ninguna guerra en Europa en los últimos cin­
cuenta años porque una guerra, cualquier guerra europea, podía
conducir a un intercam bio nuclear. No existía más alternativa que la
paz o la destrucción m utua asegurada. Esta situación generó la condi­
ción de posibilidad para un lento y paciente proceso de cooperación
económica y política. El concepto de soberanía nacional se ha diluido
porque los Estados europeos no se han visto obligados a enfrentar re­
tos importantes a su soberanía. H an sido capaces de asumir que nin­
gún Estado europeo em pezará una guerra por su cuenta y, cierta­
mente, que no lo hará contra otro Estado europeo. Cada Estado ha
realizado su propio cálculo de beneficios frente al costo de ceder un
poco más de su soberanía para obtener mayor cooperación. Los resul­
tados de este cálculo difieren en cada caso y no hay unanim idad res­
pecto al balance entre cuánta soberanía ceder y cuánta mantener. Pero
lo im portante es que la cuestión no se plantea en términos abstractos,
como el fin de la soberanía o la existencia de ciudadanía fragmentada.
Nunca se ha convertido el proceso en u n a cuestión de principios. Los
debates se han desarrollado sobre propuestas concretas y cada Estado
ha tomado su decisión tras evaluar costos y beneficios específicos.
E L M U N D O DESPUÉS DE LA G RA N PA Z 2 3 3

U na de las razones que explica la reiteración de las nociones de so­


ciedad global, democracia global, etc., en la teoría social europea, reside
en el trem endo p o d er persuasivo de la idea, tan apreciada por la po­
lítica liberal, casi u n sueño utópico, de que es posible resolver todas
las diferencias m ediante la discusión en el marco de reglas institucio­
nalizadas, sin apelar al uso de la fuerza. En este m undo imaginario,
un ideal basado en la universalización de lo que hoy es Europa, nadie
am enazaría con usar la violencia, nadie se levantaría de la mesa de
negociación para tom ar las armas, nadie acum ularía tanques y solda­
dos en sus fronteras, nadie enviaría bom barderos a los cielos ajenos.
Estas suposiciones se dan p o r sentadas en Europa. En este conti­
n ente, la soberanía se ha diluido con la aquiescencia de los Estados-
nación y no contra ellos. Los Estados europeos no tem en una ruptura
de la paz, porque el garante de la paz en Europa no es ninguno de los
Estados-nación europeos. El garante son los Estados Unidos, la única
superpotencia del planeta. Es gracias a la supervisión de este gran po­
der que hoy existe en Europa la “G ran Paz”. O tro nom bre para la
Gran Paz es “imperialism o”.

IV

Q uienes vivimos en India conocem os dem asiado bien el im peria­


lismo. Por ello, cuando observamos los efectos del dom inio nortea­
m ericano en el m undo contem poráneo, apenas tenem os problemas
para reconocer su rostro. A pesar de ello, es necesario en tender que,
com parado con los im perios precedentes, el imperialismo norteam e­
ricano posee un carácter fundam entalm ente diferente.
El imperialismo en la historia del m undo m oderno ha significado la
conquista de tierras extranjeras, su control y anexión al dominio terri­
torial propio. La rivalidad entre imperios se basaba en la superficie que
cada uno de ellos era capaz de controlar. Austria, Rusia y Turquía po­
seyeron imperios territoriales en Europa. España, Portugal, Inglaterra,
234 LA N A C IÓ N e n t i e m p o h e t e r o g é n e o

Francia y H olanda los consiguieron en ultramar. Todos estos imperios


llegaron a su fin en la segunda m itad del siglo xx. Como he dicho an­
tes, ésta fue la edad de oro de la autodeterm inación de los pueblos y de
la soberanía de las naciones. También fue la época de la competencia
por el dom inio mundial entre los Estados Unidos y la U nión Soviética.
Muchos estudiosos de la naturaleza del sistema capitalista en aquellas
décadas han popularizado la expresión “neocolonialismo” para definir
esta pugna p o r el dom inio m undial. A los norteam ericanos no les
agrada esta descripción. Como nación independiente, Estados Unidos
hunde sus orígenes en u n a revolución contra u n poder imperial. Fue
en esta revolución donde, por vez primera, la soberanía popular fue in­
cluida en una Constitución. Es natural que los norteam ericanos se mo­
lesten cuando se los llama imperialistas.
Sin em bargo, los últim os diez años han supuesto u n giro brutal.
Ahora, en los Estados Unidos, políticos, funcionarios y líderes de opi­
nión adm iten abiertam ente la situación. “Admitamos los hechos”, pa­
recen decir, “somos u n im perio. Debemos librarnos de las antiguas
rémoras ideológicas y decidir cómo afrontar la cuestión”. Este cambio
de enfoque no se limita a la derecha conservadora. De hecho, en esta
esquina parece que aún se en cuentran lidiando para en ten d er la
nueva política global. Son los liberales quienes con más frecuencia
encaran la realidad de un nuevo pod er imperial. También el revolu­
cionario y teórico marxista italiano A ntonio N egri y su colaborador
norteam ericano Michael H ardt han escrito detalladam ente sobre el
nuevo imperialismo.8
¿Qué tipo de imperialismo es éste? Sin duda, este im perio no con­
quista territorios, ni tam poco im pone su propia adm inistración, ni
cobra tributos al país vencido. Si puede evitarlo, ni siquiera envía sus
soldados a la guerra. Este imperio es democrático. Reconoce la sobera­
nía popular. ¿No se tratará, quizá, de un pueblo soberano que ejerce

8 A n to n io N egri y M ichael Hardt, Empire, C am bridge, Harvard


University Press, 2000. Existe traducción al castellano d e este texto:
Impelió, Barcelona, Paidós, 2005.
E L M U N D O D E SPU É S DE LA G R A N PA Z 2 3 5

soberanía sobre otro pueblo? Sin duda esto tiene algo del colonia­
lismo al viejo estilo, propio del siglo xix. ¿Qué tiene, entonces, de
nuevo? Puede que, después de todo, no sea como lo hemos plante­
ado. C uando miles de misiles volaban desde barcos de guerra norte­
americanos, reduciendo Belgrado a escombros, nadie pensaba que el
pueblo norteam ericano estaba a pun to de reclam ar soberanía sobre
el pueblo serbio. De hecho, cuando el gobierno serbio aceptó su de­
rrota militar, nadie en el lado norteam ericano pensó en establecer
una adm inistración propia en Serbia, en izar la bandera de barras y
estrellas sobre la capital enemiga, o en hacer patrullar a los soldados
norteam ericanos p o r las calles de Belgrado. La principal preocupa­
ción consistía en retirar las tropas norteam ericanas lo más rápido po­
sible. Este nuevo imperio no compite con ningún imperio rival. Es un
im perio global. Bajo su dom inio, ningún Estado ejerce soberanía so­
bre otro. Es el im perio el que es soberano.
Algunos autores liberales europeos resaltan que el sueño ilustrado
de Kant se encuentra próxim o a concretarse. Reconociendo que cada
Estado actúa de acuerdo con sus propias leyes e intereses, Kant, sin em­
bargo, especuló con la posibilidad de que un único código universal y
racional de conducta que regulara las relaciones internacionales pu­
diera dar paso a una paz perpetua, extendida por todo el globo. Nues­
tros liberales contem poráneos señalan que ha llegado el m omento de
establecer y aplicar ese código global. La ley internacional y los dere­
chos hum anos deberán ser respetados en todo el m undo. Allí donde
sean violados, el culpable deberá ser castigado, sin consideración hacia
los privilegios de la soberanía nacional. Si los líderes de una nación tie­
nen en poca estima el imperio de la ley, si ellos mismos atropellan los de­
rechos humanos de sus conciudadanos, ¿por qué se les debería permitir
apelar a la soberanía nacional para justificar sus desmanes? En caso con­
trario, los derechos hum anos nunca llegarán a ser un código universal
de conducta. Se debe avanzar hacia la elaboración de este código uni­
versal de conducta respetado por todos los Estados y hacia la creación de
instituciones internacionales con capacidad para aplicarlo. ¿Bajo qué
autoridad deberán desem peñarse estas instituciones internacionales?
236 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

Sin duda, los organismos que funcionan bajo el principio “un país/un
voto”, como la Asamblea General de Naciones Unidas, no son adecua­
dos para esta tarea. Los países democráticos liberales deberán asumir
la iniciativa, aceptando su responsabilidad para la creación de un es­
pacio institucional donde hacer operativo el ideal de u n a soberanía
global. El nom bre para esa esfera de soberanía, ya lo h e dicho antes,
es imperio.
Por supuesto, no todos en Europa y en los Estados U nidos son li­
berales. Hay quienes prefieren llam arse “realistas" y n o sueñan con
establecer los derechos hum anos como p atrón universal. Para ellos,
no cabe ninguna duda respecto a la total precedencia del interés na­
cional a la h o ra de diseñar las políticas internacionales. Sin em­
bargo, incluso los “realistas” h an com enzado a darse cuenta de los
atractivos del im perio. El motivo de su nuevo encanto reside en la
principal función de todo im perio: preservar la paz. Los días en que
la Guerra Fría aseguraba la paz m ediante el equilibrio del terror han
pasado. ¿Quién tiene, en nuestros días, capacidad para m antener la
paz en el m undo? El único p oder legítimo, racional, universalm ente
reconocido que puede establecer la paz en todo el planeta es el im­
perio soberano. Este im perio no irá a la guerra. N o tiene rival, no
tiene enemigos. ¿Contra quién luchará? Usará su pod er m ilitar sólo
para m antener la paz. En otras palabras, en vez de ir a la guerra, las
fuerzas arm adas del im perio ejercerán com o policía en todo el pla­
neta. Si es necesario, usarán la fuerza. Después de todo, la policía
tam bién debe en ocasiones usar la fuerza. Pero lo h ará legítim a­
m ente, dentro del m arco de la ley, para establecer y asegurar el res­
peto a esa ley. Ejercerá solam ente la fuerza necesaria. Así como se le
reprocha a la policía cuando aplica una fuerza excesiva, la misma re­
gla sirve tam bién para calibrar el uso de la fuerza p o r parte del im pe­
rio. Debemos tener en m ente que el público norteam ericano no está
preparado para aceptar la m uerte de sus soldados en operaciones
militares en el extranjero. Ellos consideran a Saddam Hussein o Mi-
losevic ladrones y criminales, no enem igos de la nación am ericana.
Para lidiar con ladrones y crim inales u n o envía a la policía, con el
E L M U N D O D ESPU ÉS DE LA G RA N P A Z 2 3 7

objetivo de arrestarlos y ponerlos entre rejas. No espera que la poli­


cía entregue su vida p o r el país. Las fuerzas arm adas norteam erica­
nas están ahora preparándose para actuar como la fuerza policial del
m undo. Sólo unos pocos soldados norteam ericanos m urieron en la
[Prim era] Guerra del Golfo Pérsico y, probablem ente, ninguno murió
en la operación contra Serbia.
Muchas personas, incluso quienes no tienen un gusto particular
por la política norteam ericana o p o r Occidente, concuerdan en que
la prim era tarea del imperio pasa por m antener la paz. Tomemos el
caso del conflicto entre Israel y el pueblo palestino. Personas de ambos
bandos argum entarán que no hay ninguna posibilidad de una solución
pacífica, o incluso de una propuesta de paz seria, sin el respaldo activo
de los Estados Unidos. Existen nuevos conflictos que emergen todos los
días sobre los fragmentos de lo que una vez fue Yugoslavia. En cada
caso, uno escucha hablar sobre la necesidad de una intervención inter­
nacional, lo que, inicialmente, significa tropas europeas y, si esto no fun­
ciona, bom barderos norteam ericanos, misiles norteam ericanos, tro­
pas norteam ericanas. Incluso en la disputa de Cachemira, sin resolver
durante m edio siglo, escuchamos a ambos bandos, indios y paquista­
níes, reconocer que el esquem a de solución es claro y obvio: todo lo
que hace falta es un poder soberano, capaz de forzar a los conten­
dientes a sentarse a la mesa y firm ar el acuerdo. El único problem a es
que los líderes del imperio están tan ocupados en otras partes que no
encuentran tiem po para m irar en esta dirección.
Los teóricos del nuevo imperialismo han hablado de cosas aún más
maravillosas. Este im perio, dicen, es democrático. Es un imperio sin
emperador. Aquí, el pueblo es soberano, com o corresponde a una de­
mocracia. Ésta es, precisamente, la razón que explica por qué este im­
perio no tiene límites geográficos. No es un imperio como sus prede­
cesores, donde los nuevos territorios tuvieron que ser conquistados
violentam ente para proceder a su anexión. Ahora el imperio se ex­
pande porque más y más personas, e incluso más y más gobiernos, que
buscan paz y prosperidad económica, quieren cobijarse bajo su para­
guas protector. De esta m anera, el im perio no conqvústa territorios ni
238 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

destruye propiedades. Se limita a abarcar nuevos países dentro de su


red de poder. La clave del nuevo im perio no es la fuerza, sino el con­
trol. Siempre hay un límite para la fuerza, pero no hay un límite para
el control. La perspectiva de este im perio es u n a dem ocracia global.
Podem os observar cóm o este control se ejerce delante de nues­
tros propios ojos. Al principio de este artículo, he hablado del con­
trol global ejercido sobre las econom ías nacionales gracias a la glo-
balización económ ica y financiera. La reescritura de las leyes que
regulan los intercam bios com erciales internacionales, y la creación
de nuevas instituciones p ara hacerlas cum plir, avanzan rápida­
m ente. Incluso u n a m ateria tan p ro fu n d am en te política com o el
castigo de las presuntas violaciones de los derechos hum anos, se ha
convertido en m ateria de jurisdicción de las nuevas instituciones in­
ternacionales. El juicio contra el ex presidente yugoslavo Slovodan
Milosevic es el ejem plo más dram ático. Los liberales esperan que
otros violadores de derechos hum anos, igualm ente im portantes y
notorios, sean juzgados ante tales cortes internacionales. U na nueva
ley, recien tem en te ap robada en Bélgica, establece que cualquier
violación de los derechos hum anos ocurrida en cualquier parte del
m undo pu ede ser som etida a ju ic io en u n a corte belga. Esta ley ha
servido para co n d en ar a cuatro personas culpables de participar en
el genocidio tutsi, en Ruanda. Existe u n a p ro fu n d a ironía en el he­
cho de que Bélgica, responsable hace cien años de uno de los regí­
m enes coloniales más brutales del m undo, en Congo, dem ande
ahora el derecho de ju zg ar a cualquier violador de los derechos hu­
m anos, pro ced en te de cualquier p arte del m undo. Pero éstos son
sólo algunos ejem plos. Quizás los más so rp ren d en tes, pero no los
únicos. La protección de los derechos hum anos es u n a función del
im perio, p ero esa tarea no sólo la desarrollan las cortes internacio­
nales. Diaria y diligentem ente, colaboran en ello num erosas ONG in­
ternacionales, com o A m nistía Internacional, Médicos Sin Fronteras
y Oxfam, cuyos hábiles y com prom etidos activistas p robablem ente
nunca han pensado en sí mismos com o ardillitas que cargan las pe­
queñas piedras que constituyen la im p o n en te fortaleza m ilitar del
E L M U N D O DESPUÉS DE LA G R A N PA Z 2 3 9

im perio.9 Sin em bargo, a través de ellos los fundam entos ideológi­


cos del im perio se van asentando.
Tenemos, entonces, u n im perio global y soberano. Pero quisiera
destacar que sería un e rro r pensar en la soberanía de este imperio
dentro del antiguo esquem a de soberanía nacional. Este imperio no
está reclam ando para sí la propiedad de todo el planeta. Reconoce el
principio de que cada país y sus habitantes deben ser gobernados
p o r gobiernos representativos de las personas de ese país. Este im­
perio no dem anda que todos los países deban tener la misma Cons­
titución o el mismo sistema administrativo. No demanda ningún tipo de
hom ogeneidad para todo el globo. Su principal elemento es el control,
no la ocupación, ni tampoco la apropiación. En su naturaleza, el impe­
rio de nuestros días es coherente con las recientes transformaciones del
capitalismo.
Analizando la naturaleza del capitalismo industrial decimonónico,
Marx dem ostró que, a pesar de la incidental y efímera incorporación
de elem entos procedentes de m odelos de producción precapitalistas
den tro de la nueva red capitalista de circulación de bienes de con­
sumo, la tendencia histórica señalaba u n inevitable colapso de la pro­
ducción precapitalista y la consagración de un modelo de producción
propiam ente capitalista. H aciendo una distinción entre estos dos mo­
m entos, Marx habló de u n a etapa “form al” y una “real” de subsun-
ción del trabajo en el capitalismo. U n siglo y medio después de Marx,
los teóricos señalan que el capitalismo ya no dem anda que toda pro­
ducción deba darse en grandes fábricas ensambladoras. De hecho,
m uchos de los bienes de consumo producidos en las grandes fábricas
de países industriales desarrollados hace treinta años se producen
ahora, bajo la supervisión de compañías multinacionales, en pequeñas
industrias domésticas de aldeas del Tercer M undo. Diversos factores,

9 El autor h ace referen cia a la historia d el Ramayana sobre una ardilla


que, por su am or a Rama, lleva un p eq u eñ o guijarro para ayudar en
la con stru cción d el gran p u en te a través d el océan o hacia Sri Lanka.
(N. d e lo s Trad.)
240 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

como las nuevas tecnologías, la reingeniería institucional de las em ­


presas capitalistas, las nuevas técnicas de control de la m ano de obra,
la expansión de nuevos instrum entos financieros y nuevos mecanis­
mos de crédito, etc., han hecho al capitalismo contem poráneo m u­
cho más flexible. D entro del sistema, es posible ahora m ucha más va­
riación e hibridación que hace cincuenta o cien años. El capitalismo
ha aprendido, al mismo tiempo, de tecnologías y prácticas proceden­
tes de tradiciones precapitalistas. Hoy es posible encontrar empresas
capitalistas desarrolladas donde los trabajadores no tienen horarios
de trabajo, p ueden continuar sus labores en casa o trabajar entre
doce y catorce horas diarias para ganar más. U na de las consecuen­
cias de la globalización es que, p o r prim era vez después de la Revolu­
ción Industrial, existe u n gran núm ero de trabajadores desorganiza­
dos, especialm ente mujeres, d en tro del universo productivo del
capitalismo a gran escala. Leyendo sobre historia de la Revolución In­
dustrial, encontram os leyes laborales que regulaban el máximo de
horas de trabajo, los salarios m ínim os y otros aspectos de la produc­
ción, promulgadas para favorecer, a largo plazo, la expansión del ca­
pitalismo. Sin em bargo, el capitalismo contem poráneo, en su bús­
queda de nuevas fronteras para su expansión, está com enzando a
pensar en aquellas leyes como grilletes impuestos p o r la historia. Aun
cuando no es posible desecharlas com pletam ente, se trata en lo posi­
ble de escurrirse entre sus intersticios
De esa m anera, un capitalismo flexible se com bina con una sobera­
nía flexible, para producir un im perio que es lo suficientem ente elás­
tico para ajustarse a las situaciones coyunturales y, de esta m anera, ge­
nerar nuevas formas de gobernabilidad ad hoc. Los teóricos del nuevo
imperio, ya sean conservadores, liberales o izquierdistas, afirm an que
éste es el único m odo de establecer y m an ten er la paz en el m undo
contem poráneo. Es posible que entre los líderes políticos no todos es­
tén igualmente convencidos de ello. Durante la administración Clinton
parecía existir una política consciente, diseñada para dirigir un im pe­
rio. Por el contrario, los liberales critican a la actual administración
Bush, por perm anecer entram pada en estructuras de pensam iento
E L M U N D O DESPUÉS DE LA G R A N PAZ 2 4 1

propias de la G uerra Fría, poco atentas a la cam biante realidad y a las


nuevas necesidades del m undo contem poráneo.
Para finalizar, q u iero p lan tear algunos tem as actualm ente en el
candelero en tre los pensadores de izquierda de todo el m undo.
M uchos de estos autores están tan pen d ien tes estos días de la con­
sagración universál de los derechos hum anos que es difícil distin­
guirlos de los autores liberales de form ato estándar. D urante las
operaciones m ilitares en Serbia, era difícil e n c o n tra r diferencias
en tre sus declaraciones y las opiniones m anifestadas p o r los porta­
voces de la o t a n . Es cierto que existen, tam bién, algunos autores
de izquierdas involucrados en la tarea de su p erar las estructuras
del Estado-nación soberano, p ara crear form as más dem ocráticas
de gobierno. Sus ideas, sin em bargo, se lim itan p o r el m om ento a
Europa. C om o ya he dicho, sólo en el excepcional caso europeo es
posible p ensar en u n a liberación respecto a la camisa de fuerza de
la soberanía nacional. En otras partes es m ucho más difícil tratar la
soberanía nacional tan a la ligera. En todo caso, la p ropuesta más
original proviene de A ntonio N egri, quien señala que, así como el
capitalism o co n tem p o rán eo es diferente del capitalism o industrial
de los siglos xix y xx, el im perialism o co n tem p o rán eo es diferente
del descrito p o r Lenin. En nuestros días, la idea de u n a clase traba­
ja d o ra industrial organizada que conduce la batalla contra el capi­
talism o es absolutam ente inverosím il. Lo m ism o o curre con la per­
cepción de la burguesía nacional y la soberanía del Estado-nación
en el Tercer M undo, com o baluartes en la lucha contra el im peria­
lismo. La globalización no pued e ser contrarrestada a través de los
instrum entos legales del Estado-nación. Son necesarias nuevas estra­
tegias revolucionarias, apropiadas para el tiem po de la globalización.
Negri señala que los explotados, en todo el m undo, no solamente
deben dem andar la universalización de los derechos humanos: tam­
bién deb en co n stru ir u n a ciu d ad an ía universal. Si el capitalism o
pued e ser global, si la soberanía p u ed e reclam arse global, ¿por qué
los trabajadores n o p u ed en reclam ar su derech o a buscar trabajo, a
establecerse y a ejercer la ciudadanía en cualquier país del m undo?
242 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

Únicamente esta dem anda, continúa Negri, podrá articular un desafío


revolucionario al capitalismo global y al imperialismo.
Obviam ente, las estrategias políticas no p u ed en deducirse de los
diagnósticos, como si se tratara de teoremas geométricos. El sueño de
Negri, m ultitudes alrededor del m undo que a través de sus luchas
desorganizadas algún día, espontáneam ente, destruirán los funda­
m entos del capitalismo global, parece más bien u n a pequeña historia
de esperanza, contada en u n día lluvioso a nosotros, los tantas veces
derrotados en desiguales batallas. La celebración de H ardt y Negri de
la ruptura supuestam ente radical entre el antiguo o rden del capita­
lismo industrial y de la soberanía nacional y la nueva realidad de un
im perio global descentrado es, sin duda alguna, precipitada e inge­
nua. Esto es así porque no podem os ignorar lo que los teóricos de la
globalización nos han dicho tantas veces: que es imposible evitar sus
tentáculos elevando muros alrededor de la econom ía nacional. Por el
contrario, es necesario plantear una respuesta adecuada a las flexibles
estrategias de gobierno desarrolladas p o r el imperialismo: políticas
antiimperialistas igualm ente flexibles, mixtas y variables.
“Adelante con globalización” no sólo es u n lem a poco ingenioso.
Este deseo de dejarse llevar p o r la corriente globalizadora es igual­
m ente absurdo y falto de realismo. En India podem os escuchar este
tipo de proclaméis provenientes de derecha e izquierda. Es la tenden­
cia de fondo que percibimos todos los días en los medios impresos y
en la televisión. Hasta donde les com pete, los líderes indios parecen
haber com prendido los intrincados misterios del im perialismo, pos­
trándose en W ashington para ser designados gobernadores provincia­
les de esta región de Asia. No es necesario decir que cuestiones como
el dom inio global del capitalismo, los intereses de los trabajadores y
la lucha de los oprim idos resultan poco relevantes para ellos. En
nuestros días, según señalan, la hegem onía norteam ericana es incues­
tionable. Lo más inteligente es cooperar.
Pero no es así. Lo más notable de esta historia es que, conform e el
imperio adquiere una soberanía cada vez más incuestionablemente he-
gemónica, más resistencia hay en el m undo. Cada vez que los líderes
E L M U N D O DESPUÉS DE LA G RA N PAZ 2 4 3

de los gobiernos occidentales, los directivos de las compañías multi­


nacionales o los directores de instituciones financieras internaciona­
les tratan de reunirse en algún lugar, miles de manifestantes llegan a
esas ciudades para protestar y alterar el program a oficial. Eso ha ocu­
rrido recientem ente en las ciudades de Europa y América del Norte,
de m anera aparentem ente espontánea, sin ningún tipo de organiza­
ción dirigiendo las protestas. Sería absurdo sugerir que esos manifes­
tantes están socavando los cimientos del capitalismo o del im peria­
lismo. Sin em bargo, sí es probable que a su paso vayan quedando
marcas y abolladuras. Es indiscutible que, debido a la globalización,
amplios sectores están perdiendo el control sobre su hábitat y sobre
sus formas de vida. Este control, cada vez más, converge en los cuarte­
les generales del capitalismo y del imperialismo, sobre los que nadie
tiene control alguno, porque sus dirigentes no son elegidos por nin­
gún cuerpo ciudadano, ni tam poco responden ante ninguna institu­
ción representativa. Esta es la principal contradicción del imperialismo
contem poráneo. Un imperialismo que se apoya en la democracia pero,
sin embargo, no ha sido capaz de establecer ningún tipo de estructura
dem ocrática global. De ahí que, si bien la mayoría de las personas
aceptan la realidad del p o d er imperial, no existe ninguna legitima­
ción m oral para su dom inio. C itando la frase acuñada por Ranajit
Guha, u no de los estudiantes más distinguidos del profesor Susobhan
Sarkar, podemos decir que estamos ante u n “dominio sin hegemonía”.10
Como todos los imperios, éste también colapsará algún día. Su crisis ter­
minal provendrá precisam ente del terren o de la democracia: de las
luchas que existen en diferentes partes del m undo para ensanchar y
profundizar las prácticas de la democracia.

10 Ranajit G uha, Dominance Without Hegemony: History and Power in


Colonial India, Cam bridge, Harvard University Press, 1998.
9. Himno de batalla*

Considero que los ataques ocurridos en Nueva York el 11 de


eptiembre de 2001 son atroces y bárbaros. No estoy entre quienes
proclam an la no violencia com o política. Como estudioso de la polí­
tica en los países coloniales y poscoloniales, me he convencido de
que, cuando las estructuras de dom inación en el m undo m oderno es­
tán vinculadas a la capacidad de ejercer una violencia masiva y eficaz,
no es posible, ni tiene justificación, insistir en que quienes pelean
contra un a dom inación injusta deben, en todo m om ento, evitar el
uso de la violencia. Pero no conozco ninguna política antiimperialista
o anticolonial que justifique la m atanza de 5.000 hom bres y mujeres,
en un acto de violencia dirigido deliberadam ente contra un blanco
civil. Este suceso sería difícil de justificar, incluso como acto de gue­
rra, en caso de que, p o r m edio de alguna lógica política retorcida,
un o pueda asumirse en guerra contra los Estados Unidos. Creo que
estos actos deliberados y calculados de terror masivo derivan de una
política y de una ideología que están radicalmente equivocadas, y que
deben ser rechazadas y condenadas. Estas ideologías, de raíz religiosa
o vinculadas al fundam entalism o étnico, se encuentran hoy en día di­
seminadas p o r todo el m undo y no están, en m odo alguno, limitadas
a ninguna com unidad en concreto. Estoy entre quienes argum entan
que debemos tratar de com prender las razones que impulsan a tantas
personas, en todo el m undo, hacia estas ideologías de fanatismo. Sin

* Este texto es la versión revisada de una charla que dio el autor en


N ueva York el 21 de septiem bre de 2001, apenas diez días después
de los atentados contra las Torres G em elas.
246 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

em bargo, esto no quiere decir que nosotros debam os sim patizar o


adherirnos a estas opciones políticas.
H abiendo dicho esto, a continuación me centraré en el análisis de
la respuesta a estos actos de terror. Pocas horas después de los aten­
tados, el Presidente de los Estados U nidos anunció que su nación se
encontraba en guerra. La analogía con Pearl H arbor es inmediata. Se
nos ha dicho que desde la Segunda G uerra M undial Estados Unidos
nunca había sido atacado de esta m anera. Desde que escuché estas
palabras, me he estado preguntando p o r qué ha sido necesario hacer
este anuncio. ¿Cómo se ha tom ado esa decisión tan rápidam ente?
¿Ha sido porque la guerra es una m etáfora recurrente en la m em oria
pública de los países occidentales? Desde la ficción a los libros de his­
toria y de allí al cine, innumerables fuentes de cultura popular en Occi­
dente han enseñado a las personas el significado de la guerra y lo que
uno debe hacer cuando su patria se encuentra en esta situación. En
este país lo hem os visto cuando las personas ondeaban la bandera,
cuando hacían cola para don ar sangre o cuando cantaban el Battle
Hymn of the Republic, en m em oria de los caídos, en las iglesias de todo
el país. Un acto de violencia sin precedentes se ha vuelto inteligible al
traducirlo como una declaración de guerra. Tal vez George W. Bush,
inexperto en asuntos de Estado, haya estado más cerca del senti­
m iento popular que los experim entados veteranos del D epartam ento
de Estado, al anunciar que capturaría a Osama Bin Laden “vivo o
m uerto”. Venganza y represalia son sentim ientos recurrentes en la
guerra. Cuando el presidente Bush señaló, con su vocabulario polí­
tico algo limitado, que “los convertiría en hum o y los cazaría” (smoke-
’em out and hunt’em down) , estaba usando u n a retórica muy familiar en
el lenguaje norteam ericano de la guerra.
Queda claro, ahora, que, al declarar la guerra tan rápidam ente,
quienes tom an las decisiones en los Estados Unidos se han visto arrin­
conados en una esquina de la cual les será difícil salir. Diez días después
del ataque no ha habido ninguna respuesta militar visible. Los exper­
tos están tratando de decirles a las personas que éste no es un enemigo
convencional, que no tiene país, que no se asienta en un territorio
H IM N O DE B A T A L L A 247

concreto ni tiene fronteras. No hay blancos obvios que puedan ser ata­
cados. Podría tomar largo tiempo construir una coalición internacional
y atacar eficazmente al enemigo. Esta no es una guerra contra un país
o contra una persona. Es u n a guerra contra el terrorismo. Pero habién­
doles dicho que ésta era una guerra, las personas están consternadas
por la ausencia de una respuesta reconocible en términos de guerra. Se
está produciendo una acumulación de cólera y frustración. Las perso­
nas no están de hum or para guerras metafóricas. Están, por usar tam­
bién yo un lenguaje simple, clamando por sangre.
Ante la ausencia de un enemigo o un objetivo claros, la retórica se
está deslizando con frecuencia hacia un odio religioso, étnico y cultural.
Esto sí que no es m era retórica, puesto que se han producido ataques a
mezquitas y templos, agresiones a quienes se ven como extranjeros,
hombres o mujeres, y existen, al menos, dos muertos. Los principales lí­
deres de la nación, incluyendo el Presidente, han intentado tranquilizar
a los árabes americanos, pero la retórica de la intolerancia cultural con­
tinúa. Los líderes de opinión hablan en la televisión y en la radio sobre
cómo actuar en las porciones no civilizadas del mundo, sobre la necesi­
dad de vigilar a los vecinos con nom bres árabes y a las personas que
“llevan pañuelos en la cabeza”. H ablan de “acabar” con Estados como
Afganistán, Irak, Siria y Libia, y de “liquidar” a los militantes islámicos
en el Líbano y Palestina. Si la élite se expresa de esta manera, ¿pode­
mos culpar a las personas comunes por leer esta guerra como si se tra­
tara de un enfrentam iento entre civilizaciones?
En estas circunstancias, creo, podemos (y debemos) hacernos algu­
nas preguntas sobre responsabilidad y rendición de cuentas. Si la guerra
contra el terrorismo es una guerra diferente a cualquier otra guerra en
la que este país haya luchado, tal como se nos está diciendo ahora,
eso debió quedar claro desde el prim er día. Entonces, ¿por qué enga­
ñar a todos., invocando el lenguaje popular, asociado a represalias
contra países enemigos y personas enemigas? Si asumimos que los Es­
tados Unidos son la única superpotencia en un nuevo m undo sin
fronteras, debemos asumir también que los recursos culturales de la
guerra tradicional resultan inadecuados para este nuevo papel imperial.
248 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

¿Han actuado los líderes responsablemente, preparándose ellos y prepa­


rando al país para su nuevo papel?
Pero existe también otro elem ento asociado a la responsabilidad de­
rivada del papel de los Estados Unidos en el resto del m undo. Debido
a su abrum adora superioridad militar y económica, cualquier iniciativa
de este país en cualquier parte del m undo tiene una enorm e repercu­
sión sobre los Estados y las sociedades afectadas. ¿Ha actuado Estados
Unidos de m anera responsable al sopesar las consecuencias de sus ac­
tos a largo plazo? No voy a hablar aquí de O riente Medio, donde la po­
lítica norteam ericana ha tenido un enorm e im pacto histórico. Más
bien, voy a hablar de Afganistán, donde a comienzos de la década de
1980 los Estados Unidos enfrentaron una agria disputa por la hegem o­
nía contra la U nión Soviética. Se ha dicho que ésta ha sido la mayor
operación de la CIA en toda su historia. Los Estados Unidos, con la co­
laboración del gobierno militar paquistaní y de la conservadora m onar­
quía saudí, organizaron, entrenaron, financiaron y arm aron a los mili­
tantes afganos, fom entaron su ideología islámica y aplaudieron cuando
triunfalmente éstos lograron expulsar a las tropas soviéticas. He escu­
chado a Zbigniew Bzrezinski, una figura conocida en los corredores de
la Universidad de Columbia, decir en televisión, la pasada noche, que
cuando los últimos soldados soviéticos cruzaron el Amu Daría de re­
greso a la U nión Soviética se sintió más que feliz. Dijo también que se
habría sentido aun m ucho mejor, de haber sabido en aquel m om ento
que este hecho sería el comienzo del colapso de la U nión Soviética.
Quiero suponer que no había pensado en ningún m om ento en las de­
sastrosas consecuencias que la intervención norteam ericana tendría
para la región. El movimiento talibán nació hacia 1980 en los campa­
mentos mujaidines de Pakistán. Fue entonces cuando Osama Bin La-
den se convirtió en un héroe de la militancia islámica. El ejército pa­
quistaní, en sí mismo, llegó a estar profundam ente afectado por la
extensión de la ideología islámica radical. Los resultados son evidentes
para quien quiera verlos. ¿Alguna vez aceptó Estados U nidos que te­
nía algo de responsabilidad p o r lo ocurrido en la región y p o r lo
que la región le está haciendo ahora al resto del mundo?
H IM N O DE B A T A L L A 249

Debemos hacernos esta pregunta hoy en día, cuando navios de


guerra, bom barderos y tropas especiales están tom ando posiciones
para em p ren d er una cam paña m ilitar.1 ¿Alguien ha pensado cuáles
podrían ser las consecuencias de otra guerra en Afganistán? ¿Se han
pensado las consecuencias para Pakistán? ¿Y en las consecuencias
para todo el sur de Asia, donde hay dos países con arm as nucleares y
una atmósfera política a punto de estallar, plagada de conflictos reli­
giosos y sectarios?
Les guste o no, lo entiendan o no, los Estados Unidos son hoy el
único pod er im perial del m undo. Por eso, todo lo que hagan tiene
consecuencias p ara todo el planeta. No es únicam ente en los daños
colaterales vinculados a las operaciones en lo que deben pensar los
analistas de defensa norteam ericanos. Los líderes de este país están
obligados, tam bién, a pensar en el daño colateral que pueden sufrir
la historia de las sociedades y las personas de todo el m undo. Si Esta­
dos Unidos es la única superpotencia m undial, debe ser responsable
de sus actos para con las personas de todo el m undo.
No estoy convencido de que tanto los líderes norteam ericanos
como las demás personas de este país sean conscientes de la enorm e
responsabilidad m oral que la historia contem poránea ha puesto so­
bre ellos. Después de los ataques contra el World Trade Center, el
presidente Bush sólo podía pensar en los carteles de “se busca”, pro­
pios de los western. Mientras todos en el m undo em pujamos en favor
de una política norteam ericana que sea flexible, sensible y armoniosa
con los grandes cambios producidos en el m undo en la última dé­
cada, lo más probable es que consigamos otra ración de la conocida
arrogancia estadounidense, más golpes y más insensibilidad. Por des­
gracia, lo más probable es que la prim era guerra del siglo xxi no con­
cluya de una m anera dem asiado diferente de las habituales guerras
del siglo xx.

1 Las op era cio n es m ilitares e n Afganistán com en zaron en octubre de


2 0 0 1 , es decir, con posterioridad a la con feren cia que d io origen a
este texto. (N. d e los Trad.)
10. Las contradicciones
del secularismo

Con todo lo que viene ocurriendo en el sur de Asia en los


últimos meses, no resulta fácil hablar desapasionadam ente sobre las
perspectivas del secularismo. Sin duda, no es u n buen m om ento para
la política convencional en los países de esta parte del m undo. En Af­
ganistán, la guerra civil y la intervención militar extranjera han
puesto fin al esquem a político anterior. Nuevas formas políticas están
surgiendo en m edio de u n escenario bélico, aunque aún es dem a­
siado tem prano para decir si el nuevo orden tendrá cimientos sólidos.
En Pakistán, según se nos dice, asistimos a una cerrada disputa entre
quienes desean que el país se u n a al selecto club de las democracias
liberales y los fundam entalistas que desean crear su propia sociedad
islámica. Sin em bargo, hay suficientes razones para pensar que la ver­
dadera historia del Pakistán contem poráneo es m ucho más compli­
cada que esta simple dicotomía. En Nepal, p o r su parte, tras la extra­
vagante masacre de la familia real, se ha recrudecido la guerra entre
las fuerzas de seguridad y los rebeldes maoístas. En Sri Lanka, aunque
es posible percibir pasos hacia la paz tras un prolongado y sangriento
conflicto étnico, esperanzas semejantes h an sido frustradas tantas ve­
ces en el pasado que sería precipitado predecir la transición del país
hacia formas políticas internacionalm ente homologables. Incluso en
Bangla Desh, donde la introducción de criterios religiosos en la arena
política no es frecuente, hemos presenciado una oleada de ataques con­
tra comunidades minoritarias poco antes de las recientes elecciones,
252 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

aunque, afortunadam ente, una intervención oportuna de los grupos


civiles y políticos ha logrado contener el daño. Por el contrario, en va­
rias partes del norte y oeste de India, en Gujarat en particular, los ata­
ques perpetrados contra comunidades minoritarias han alcanzado tal
escala de violencia, que la sola idea de un Estado constitucional que
garantice la seguridad física de todos los ciudadanos está bajo ame­
naza. No creo que esté siendo excesivamente alarmista al sugerir que
un nuevo elem ento está ingresando a la arena de lo que es conside­
rado políticamente legítimo en India: la idea, pregonada ahora desde
el mismo corazón de las instituciones representativas, ya no sólo
por extremistas, de que los derechos constitucionales de las m ino­
rías, garantizados en la teoría, deben ser, en la práctica, constante­
m ente renegociados. Este enfoque, cada vez más extendido, supone
insertar la cuestión del secularismo en India en u n nuevo contexto,
emocionalm ente muy cargado.
Para complicar aún más la situación, existe un nuevo elem ento que
en los últimos años se ha vuelto en extrem o relevante. Después del 11
de septiembre, los Estados Unidos han adoptado un nuevo papel im­
perial en la política mundial, al reclam ar para sí el liderazgo en una
pretendida guerra m undial contra el terrorism o. No es m om ento de
analizar la conexión entre la llamada “guerra contra el terrorismo" y
la simple persecución de lo que el gobierno norteam ericano consi­
dera su interés nacional. Pero sí tenem os que señalar que este enfo­
que ha producido, al menos, dos consecuencias inm ediatas para las
“políticas del secularismo” en los países del sur de Asia. Por un lado,
los instrum entos legales que lim itan las libertades civiles apelando a
argum entos de seguridad nacional y lucha contra el terrorism o han
adquirido una nueva legitimidad. En India, por ejemplo, se han apro­
bado nuevas leyes que perm iten la detención sin juicio y am plían la
capacidad de vigilancia de las fuerzas del orden. El balance positivo
de largos años de lucha en favor de las libertades civiles, gracias a los
movimientos democráticos, ha sido revertido de un solo golpe. Según
señalan sin som bra de duda los portavoces del Gobierno, si dem ocra­
cias liberales avanzadas com o los Estados U nidos y el Reino U nido
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 253

pueden dotarse de nuevas leyes para luchar contra el terrorism o,


¿por qué no podríam os hacerlo nosotros también?
El segundo y más sutil efecto del 11 de septiem bre sobre las políti­
cas del secularismo está relacionado con el nuevo conjunto de signifi­
cados asociado al térm ino “terrorista”. Es verdad que, enfrentados a
la inquietud general, los gobernantes norteam ericanos siguen insis­
tiendo en que la guerra contra el terrorism o no es una guerra contra
el Islam. Sin em bargo, la falta de claridad y la ausencia d e consenso
sobre el significado otorgado al térm ino “terrorism o”, ju n to con la
percepción generalizada sobre la existencia de otros fines ocultos de­
trás de las políticas norteam ericanas, han llevado a que la mayoría de
las personas haya sacado sus propias conclusiones acerca de quién
puede ser llam ado terrorista en estos tiempos tumultuosos. Existe un
nuevo matiz de legitimidad, por ejemplo, en la reciente acusación del
líder de una organización derechista hinduista, que ha señalado que
“puede que no todos los m usulm anes sean terroristas, pero lo cierto
es que la mayoría de los terroristas son m usulmanes”.1 Tiem po atrás
esta afirmación habría sido rechazada p o r absurda. Pero no ahora,
cuando parece contar con una aprobación general. Incluso el Primer
Ministro de India, en un mitin del gubernam ental Baharatiya Janata
Party (Partido del Pueblo Indio, iíxp) , en Goa, ha señalado práctica­
m ente lo mismo.2
Existe algo, en nuestro contexto actual, que nos hace sentir indig­
nados, molestos y agitados. Sin embargo, creo que, como científicos y
analistas sociales profesionales, tenem os la responsabilidad de conti­
nuar los debates acerca del secularismo d en tro de los m árgenes del

1 Madhav G ovinda Vaidya, portavoz d e Rashtriya Swayamsevak Sangh


( r s s ) en la rueda d e prensa celebrada en N ueva D elhi e l 27 d e marzo
d e 2002, citado en A nandabajar Patrika (C alcuta), 28 d e m arzo de
2002 .
2 El b n p , partido nacionalista d e orien tación hinduista antisecular, h a
sido tradicionalm ente la segun d a fuerza política d el país, tras el Par­
tido del Congreso. N o obstante, tras ganar las eleccion es de 1999,
form ó gobierno hasta que en 2004 nuevam ente el Partido del Congreso
se alzó co n la mayoría. (N . d e los Trad.)
254 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

discurso científico. Para hacer esto, he elegido alejarme de los cam­


pos de batalla de Afganistán, Pakistán o Gujarat, hacia regiones rela­
tivamente más calmadas del este de India. Mi intuición es que, en este
caso, al trabajar u n lugar com o Bengala O ccidental, gobernado du­
rante el último cuarto de siglo p o r una coalición de izquierdas de ma­
yoría com unista, podrem os hablar provechosam ente sobre los ele­
m entos centrales de u n a política dem ocrática del secularism o. En
particular, quiero centrarm e en las estrategias de gestión de lo que,
según creo, son las principales contradicciones de las políticas del
secularism o en India.

II

En un ensayo publicado hace unos años, he identificado lo que, se­


gún creo, son dos contradicciones centrales en las políticas del secu­
larismo en India.3 En prim er lugar, aunque u n a parte considerable
de los líderes políticos com parte el deseo de separar los dominios de
la religión y la política, el Estado indio independiente, por diferentes
razones históricas, no ha tenido otra opción que verse involucrado en
la regulación, financiación e, incluso, en la adm inistración de institu­
ciones religiosas. En segundo lugar, aunque m uchos ciudadanos for­
man parte de com unidades religiosas minoritarias, con el derecho re­
conocido a vivir bajo sus propias norm as y a adm inistrar sus propias
instituciones educativas, no existe u n procedim iento estándar para
determ inar quién debe representar a estas com unidades en sus rela­
ciones con el Estado.
Tanto las políticas del secularismo como las políticas enfocadas a las
comunidades minoritarias han tenido una historia turbulenta en India
durante las últimas dos décadas. Sin embargo, no creo que estas dos

3 “Secularism and Toleration”, en Partlia Chatterjee, A Possible India: Essays


in Political Ciiticism, Delhi, Oxford University Press, 1997, pp. 228-262.
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 255

contradicciones hayan encontrado una solución adecuada. No gene­


rarem os condiciones para u n a política del secularismo más dem ocrá­
tica hasta que lo consigamos. Como veremos al analizar la denom i­
nada “controversia de las madrazas”, ocurrida en Bengala Occidental,
no se trata de u n a tarea sencilla.
El 19 de enero de 2002, en un m itin público en Siliguri, Buddha-
deb Bhattacharya, prim er ministro de Bengala Occidental, denunció
la existencia de un gran núm ero de madrazas (escuelas religiosas mu­
sulmanas) no afiliadas al Consejo de Madrazas de Bengala O cciden­
tal, en las que pululaban terroristas contrarios a los intereses naciona­
les, incluyendo agentes de los servicios secretos paquistaníes. Según
Bhattacharya, éste era motivo más que suficiente para cerrar estas ma­
drazas no autorizadas. El com entario habría pasado desapercibido si
u n incidente mayor no hubiese ocurrido en Calcuta tres días después.
En la m añana del 22 de enero de 2002, dos motocicletas se acerca­
ron al C entro A mericano de Calcuta, m ientras se producía el relevo
en la seguridad del local. Desde los asientos traseros de los vehículos,
dos personas com enzaron a disparar con rifles automáticos. Descon­
certados por la sorpresa, los policías encargados de la vigilancia, en
u n prim er m om ento, fueron incapaces de responder al ataque. Tras
cuarenta segundos de tiroteo y sesenta descargas, los motociclistas hu­
yeron, dejando cinco policías m uertos y varios más heridos graves. El
incidente se convirtió rápidam ente en una noticia internacional. Apa­
rentem ente, se trataba de otro ataque perpetrado por militantes islá­
micos contra intereses norteam ericanos. Sin embargo, según trascen­
dió más tarde, el ataque había sido realizado p o r una banda criminal
con base en Dubai, que buscaba vengar la m uerte de uno de sus mili­
tantes en un enfrentam iento con la policía. La red criminal quedó di-
fum inada tras la sospecha generalizada que recaía sobre los militan­
tes islámicos que operaban en diferentes partes de India. Uno de los
prim eros sospechosos arrestados era un profesor de matemáticas de
una madraza situada en Parganas Norte, unos 45 kilómetros al norte
de Calcuta, quien, según se decía, era m iem bro del s im i , una organi­
zación islámica de estudiantes perseguida p o r las autoridades. Otro
256 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

profesor de madraza, natural de Bangla Desh y, según se dijo, conec­


tado con los servicios de inteligencia paquistaníes, fue arrestado en el
distrito de Murshidabad.
El 24 de enero, Buddhadeb Bhattacharya volvió a declarar a la
prensa de Calcuta: “Algunas madrazas, no todas, repito, algunas madra­
zas, están involucradas en actividades de p ropaganda antiindia. Te­
nemos inform ación concluyente sobre ello y es algo que no pode­
mos perm itir”. C uatro días después, en u n acto público en Domkal,
M urshidabad, el Prim er M inistro señaló que todas las madrazas de­
bían ser obligadas a afiliarse al Consejo de Madrazas. “No perm itire­
mos que las madrazas no afiliadas sigan funcionando", declaró, tras ins­
truir a la administración municipal para elaborar u n registro de todas
las madrazas que operaban en M urshidabad, estableciendo el núm ero
de sus estudiantes, profesores e internos, y sus fuentes de financiación.4
Los comentarios del Prim er Ministro originaron u n a agria contro­
versia. Por un lado, se argumentó que, al sugerir una vigilancia policial
de las madrazas, Bhattacharya estaba difamando a toda la com unidad
musulmana de Bengala Occidental. En caso de existir acusaciones espe­
cíficas contra instituciones concretas, se debía sancionar a los responsa­
bles, pero ¿debía incluirse en el mismo saco a todo el sistema educativo
de la com unidad m usulm ana? En u n a m anifestación celebrada en
Calcuta, los estudiantes de m adrazas exigieron u n a disculpa al Pri­
m er M inistro. Sus profesores eran hostigados, m ientras se extendía
una atm ósfera de caza de brujas, originada en la “desinform ación y
nula co m prensión” del m odelo educativo de las madrazas. La
prensa u rdu com paró a B hattacharya n o sólo con los líderes de la
derech a hinduista, com o L. K. Advani y Bal Thackeray, sino tam ­
bién con “M usharraf, el d ictad o r m ilitar de Pakistán”.5 E ntre los
disconform es tam bién se contaba con u n a p arte de los integrantes
de la coalición izquierdista de gobierno, p ara quienes los co m enta­
rios del Prim er M inistro e ra n tan alarm istas com o los proferidos

4 The Telegraph (C alcu ta), 29 d e en ero d e 2002.


5 Tunes o f India (C alcuta), 31 d e en ero d e 2002.
L A S C O N T R A D IC C IO N E S D E L S E C U LA R ISM O 2 5 7

p o r los dirigentes del nacionalista b jp en Delhi. Su actitud enviaba se­


ñales erróneas a una de las com unidades minoritarias más im portan­
tes del Estado. Para aclarar la posición del gabinete, se convocó una
reunión de em ergencia para el 6 de febrero.6
Antes de ello, el 31 de enero, en un encuentro con intelectuales y aca­
démicos musulmanes organizado por la Comisión de Minorías del Es­
tado, M oham m ed Salim, m inistro p ara Asuntos de las M inorías, del
C P I(m ) [Partido Com unista Indio (Marxista)], explicó que el Prim er
Ministro no había hecho u n a acusación general contra todas las ma­
drazas. Aclaró que no habría caza de brujas, llegando, incluso, a elo­
giar la capacidad de iniciativa de los líderes com unitarios al organizar
las madrazas. “Estas instituciones son un bien nacional. Es laudable que
hayan llegado a áreas remotas rurales para difundir algún tipo de edu­
cación, incluso antes de que el Gobierno pudiera abrir escuelas en estos
distritos alejados”. Con todo, Salim también defendió al Primer Ministro
al señalar que el Gobierno estaba obligado a actuar contra:

Las fuerzas antinacionales que operan en la frontera entre


India y Bangla Desh, convertida en u n segundo frente para
las fuerzas antiindias. El terrorism o no es u n elem ento aso­
ciado a u n a religión específica. La severidad será la misma,
ya se trate de u n a m adraza, una mezquita, \m tem plo o un
club social.7

La aclaración no puso fin a la agitación entre los musulmanes por lo


que consideraban una acusación sin fundam ento, lanzada contra
toda una com unidad, acusada de complicidad con el terrorismo. Va­
rios profesores de m adraza fueron detenidos p o r la policía tras los
asesinatos del C entro A m ericano y, posteriorm ente, liberados por
falta de pruebas.8 La policía, según se señaló, estaba actuando sobre

6 Times of India, 30 d e en ero d e 2002.


7 Times o f India, 1 d e febrero de 2002.
8 Times o f India, 2 de febrero d e 2002.
258 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

la base de estereotipos preconcebidos. Integrantes del c p i ( m ) perte­


necientes a la com unidad musulmana, procedentes de los distritos de
Parganas N orte y Nadia, se quejaron de que las declaraciones del Pri­
m er Ministro sonaban muy parecidas a las del ministro Advani del b j p .
Waris Sheik, militante p o r más de cuarenta años, señaló que “estas de­
claraciones reforzarán a los terroristas, que encontrarán terreno abo­
nado entre los indignados musulmanes para extender su influencia”.9
El 4 de febrero, u n a m ultitud reunida en Calcuta por el Jam iate-
Ulema-e-Hind, una vez más, exigió u n a disculpa pública por parte de
B uddhadeb Bhattacharya, tildándolo de agente al servicio de los Esta­
dos Unidos e Israel.10
El asunto claram ente había llegado demasiado lejos. El Prim er Mi­
nistro convocó a organizaciones e intelectuales m usulmanes el 7 de
febrero para explicar su posición.11 Según señaló, sus declaraciones
en Siliguri habían sido distorsionadas p o r la prensa, incluido Ganas-
hakti, el periódico del c p i ( m ) . El día anterior, en una reunión de la co­
alición izquierdista, Bhattacharya había sido criticado con dureza por
sus compañeros, incluido el antiguo prim er m inistro Jyoti Basu.12
A partir de este m om ento, la estrategia puesta en m archa para ma­
nejar la situación fue separar el tem a del terrorism o de la función
educativa de las madrazas. Según se señaló, ni el Prim er Ministro ni el
Gobierno habían sugerido que todas las madrazas estaban involucra­
das en actividades de propaganda o reclutam iento de terroristas. Sólo
cuando existieran evidencias concretas de esta relación, el Gobierno
actuaría contra organizaciones o individuos concretos, ateniéndose
siempre a lo establecido por la ley. La labor educativa de las madrazas
era otra cuestión. La prensa había distorsionado las declaraciones del
Prim er Ministro sobre este tema, al vincularlas con el terrorismo. En
lo que respecta a la educación, el gobierno izquierdista de Bengala

9 Times of India, 3 d e febrero de 2002.


10 Times of India, 5 de febrero de 2002.
11 Ganashakti (C alcuta), 5 de febrero d e 2002.
12 Times o f India, 7 d e febrero de 2002.
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D EL SE CU LA R ISM O 25g

Occidental había avanzado más que cualquier otro gobierno en In­


dia. Biman Bose, presidente del Frente de Izquierdas, declaró que en
los dos siglos transcurridos desde la década de 1780, cuando Warren
Hastings fundó la m adraza Alia en Calcuta, hasta 1977, cuando el
Frente había llegado al poder, se creó un total de 238 madrazas en
Bengala O ccidental con autorización estatal. Desde 1977, en un
cuarto de siglo, esta cifra se había m ultiplicado por dos. En 1977, el
gasto del Gobierno para apoyar la labor educativa de las madrazas era
de 500.000 rupias, mientras que en 2001 se había multiplicado más de
2.000 veces, hasta alcanzar los 1.150 millones. El Gobierno asumía toda
la responsabilidad financiera de las madrazas afiliadas al consejo esta­
tal, incluyendo los salarios de los profesores y el personal administra­
tivo. En Bengala Occidental, los estudiantes que se graduaban en estas
madrazas oficiales tenían el derecho de admisión a todas las universida­
des y a todos los cursos profesionales, lo que era algo sin precedentes
en la historia independiente de India.13
El 7 de febrero, el Prim er Ministro se reunió con un grupo de líde­
res e intelectuales musulm anes, incluyendo escritores, periodistas,
profesores, doctores e imanes de las mezquitas. Bhattacharya aceptó
que sus palabras, según fueron recogidas por la prensa, podían haber
causado confusión y ansiedad. Estaba preparado para asumir su res­
ponsabilidad en este sentido, y ped ir disculpas. Señaló además que,
aunque existían elem entos antinacionales activos en Bengala, estas
actividades no se lim itaban a las madrazas, pues incluían también or­
ganizaciones fundam entalistas hindúes, involucradas en actos terro­
ristas. Bhattacharya indicó que nunca había sugerido que todas las
madrazas estuvieran bajo sospecha. No existía ninguna obligación le­
gal para que las madrazas buscaran el reconocim iento oficial. Nin­
guna ley otorgaba al G obierno el derecho a cerrar escuelas privadas,
sin im portar quién las dirigiera. “La Constitución garantiza a las mi­
norías el derecho a dirigir sus propias instituciones educativas”, se­
ñaló. “Los misioneros cristianos y las organizaciones hindúes también

13 Ganashakti, 7 de febrero de 2002.


260 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

están dirigiendo sus propias escuelas.” Sin em bargo, la m oderniza­


ción de los program as educativos de las madrazas era un asunto ur­
gente. El Gobierno designó para ello a u n comité encabezado por el
profesor A. R. Kidwai, antiguo gobernador:

Intentarem os persuadir a las madrazas no reconocidas para


que revisen sus programas, introduciendo cuestiones actua­
les ju n to con los estudios religiosos. Las exhortarem os a
que se u nan a la corriente predom inante en la educación
bengalí.

Bhattacharya pidió a los líderes de la com unidad m usulm ana que


pensaran seriam ente en cóm o educar a los niños m usulm anes para
que adquirieran m ejores habilidades y p udieran acceder a trabajos
profesionales, sin quedar aislados del resto de la nación. Al final de la
reunión, los imanes de las dos principales mezquitas de la ciudad de­
clararon que la tensión generada p o r las declaraciones del Prim er Mi­
nistro se había superado.14
Los medios de com unicación, en general, interpretaron las decla­
raciones del Prim er M inistro com o u n a rectificación forzada p o r la
reacción contraria d entro y fuera de su partido y del Frente de Iz­
quierdas. Varios com entaristas alegaron que la implacable presión
por parte de las com unidades minoritarias había neutralizado una va­
liente iniciativa para hacer frente al problem a del fundam entalism o
islámico, a partir de los parám etros de la política secularizadora. En
este contexto, hay que ten er en cuenta que el tratam iento del pro­
blem a dio lugar a dos cambios en el ám bito administrativo. Por un
lado, se sugirió que en vista de la controversia generada, la adminis­
tración de las madrazas debía pasar al Ministerio para Asuntos de las
Minorías, en ese m om ento dirigido p o r M oham m ed Salim, en lugar

14 The Telegraph, 8 d e feb rero d e 2002; A n an dabajar Palrika, 8 d e fe ­


brero d e 2002; Ganashaki, 8 d e feb rero d e 2002; Times o f India, 8 d e
feb rero d e 2002.
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 261

de quedar bajo el M inisterio de Educación Básica, a cargo de Kanti


Biswas. Según se señaló, Biswas había adoptado una línea dura en lo
que respecta a la reform a de las m adrazas, presionando para la con­
versión de las m adrazas tradicionales, m antenidas p o r el G obierno
pero orientadas a la educación religiosa, en m adrazas reform adas,
con u n program a estrictam ente secular. “¿Por qué el G obierno debe
pagar los salarios de profesores que proveen educación religiosa en
las m adrazas cuando no lo hace en otras escuelas religiosas?”, p re­
guntó Biswas.15 El segundo cam bio tuvo lugar en el interior del dia­
rio Ganashakti, propied ad del c p i ( m ) . El Prim er M inistro alegó que
sus declaraciones h ab ían sido tergiversadas en u n reportaje publi­
cado p o r este diario, solicitando a D ipen G hosh, sindicalista y
m iem bro del p arlam ento d u ran te m uchos años, que renunciara a
su cargo de director. El 25 de febrero fue sustituido p o r Narayan
D utta, u n m iem bro relativam ente discreto de la dirección regional
del partido.

Esta controversia perm ite ver tanto las posibilidades como los límites
de una política secular de Estado dirigida hacia m inorías religiosas.
La coalición izquierdista que gobierna en Bengala Occidental, y el
c p i ( m ) en particular, siem pre se han enorgullecido de que, a pesar

de contar con u n a activa m inoría m usulm ana y con una larga histo­
ria de conflicto en tre com unidades anterior a 1960, la región ha dis­
frutado de una paz imperturbable en el último cuarto de siglo. Excepto
un breve estallido controlado rápidam ente por la acción administrativa
y política en 1992, relacionado con la demolición del Babri Masjid y con
los ataques a los templos hindúes en Bangla Desh, no ha habido nin­
gún disturbio entre com unidades religiosas en Bengala Occidental

15. Times of India, 12 de febrero de 2002.


26a LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

durante el gobierno del Frente de Izquierdas.16 Según la mayoría de


los analistas, el triunfo reiterado de la izquierda en Bengala se debe en
gran medida al voto musulmán. Los partidos de izquierdas, sobre todo
el c p i ( m ) , han reclutado a muchos de sus líderes entre esta com unidad
minoritaria. Es probable que muchos de esos jóvenes líderes se sintie­
ran atraídos hacia los partidos de izquierdas gracias a su imagen como
organizaciones seculares, m odernas y progresistas.
Si bien el tem a de la m odernización de las madrazas surgió repen­
tinam ente debido a su asociación con u n evento terrorista, existen ra­
zones para creer que el c p i ( m ) se verá afectado por el tema durante al­
gún tiempo. Ju n to con el aum ento de la financiación gubernam ental
a las madrazas afiliadas al Consejo de Madrazas, el Frente también ini­
ció en 1980 u n proceso de asimilación de estas instituciones (unas
cuatrocientas, entre básicas y superiores) a los program as de las es­
cuelas secundarias regulares, excepto p o r la existencia de un único
curso obligatorio de árabe. De hecho, u n argum ento esgrimido du­
rante la controversia era que madrazas superiores estatales tenían un
significativo núm ero de profesores y estudiantes no musulmanes. Te­
nían, además, más alumnas que alumnos, ya que muchas familias mu­
sulmanas preferían enviar a sus hijas a las madrazas y no a las escuelas
secundarias regulares. Los profesores eran reclutados a través de la
misma instancia estatal que elegía a los profesores de las demás escue­
las secundarias. Las aproxim adam ente cien madrazas superiores afi­
liadas al Consejo de Madrazas, financiadas p o r el G obierno, im par­
tían un program a revisado, con dos tercios de los cursos dedicados a
inglés, bengalí, ciencias naturales, matemáticas, historia y geografía.

16 El autor h a ce referen cia a la m u erte d e casi 2.000 p ersonas e n 1992


a causa d e los en fren tam ien tos provocados por el derribo d e la m ez­
quita Babri, d el siglo xvi, e n Ayodhya, in d u c id o p or los n acion alis­
tas h in d u istas d e l Bharatiya ja n a ta Party (BJP), e n to n c e s e n la o p o ­
sició n , para con stru ir e n su lugar un tem p lo d e cu lto h in d ú . El
su ceso fue seg u id o de in cid en tes que afectaron los tem p los de este
cred o en el v ecin o país d e Bangla D esh , d e m ayoría m usulm ana.
(N . d e los Trad.)
L A S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 263

Sólo un tercio de los cursos se refería a religión y ley islámicas. De h e­


cho, según se alegó, estas madrazas superiores se habían convertido
en una anom alía d en tro del sistema, ya que no preparaban a aus
alum nos adecuadam ente, ni p ara la profesión religiosa, ni para nin­
guna profesión secular. Debido a ello, contaban con cada vez menos
estudiantes. Quienes deseaban una educación religiosa, preferían di­
rigirse a alguna de las m uchas madrazas privadas, fuera del sistema
del Consejo de M adrazas.17 Después de la polém ica se puso en mar­
cha una iniciativa renovada para m odernizar el program a de estas ins­
tituciones. La tarea se encom endó a u n comité presidido por el pro­
fesor A. R. Kidwai, quien en u n a entrevista concedida poco después
de la controversia sugirió que tanto la tradicional m edicina yunani
como el árabe m oderno deberían incluirse en los programas de las
m adrazas, para lograr una educación más apropiada a las nuevas
oportunidades de trabajo.18
No podem os olvidar, sin em bargo, que la vinculación entre las ma­
drazas no afiliadas y las actividades de los grupos militantes islámicos
preocupaba al liderazgo del Partido incluso antes de la matanza en el
C entro Americano. Esto no sólo se debía a los inform es sobre posi­
bles actos arm ados. Los líderes m usulm anes del Partido eran cons­
cientes del im pacto que la propaganda fundam entalista tenía en su
com unidad. Un ejem plo de ello lo aporta Anisur Rajaman, un minis­
tro vinculado al c p i ( m ) , en un artículo de opinión publicado en Ga-
nashakli.19 Titulado “Ayunando p o r Bin L aden”, el artículo describe
la visita del m inistro a una aldea m usulm ana, donde varias personas

17 M ilán Datta, “Madrasar b iru d d h e parchar: A ge satyata je n e n in ”,


Anandabajar Patrika, 29 de en ero d e 2002; The Telegraph, 30 d e en ero
d e 2002.
18 Anandabajar Patrika, 29 d e en ero d e 2002. La m ed icina yunani es la
práctica tradicional d e los curanderos m usulm anes de India, basada
en versiones d e la m ed icin a griega clásica, transmitidas por todo
O rien te durante la ép o ca h elen ística (en tre el siglo iv y el siglo I a.
C.) y, posteriorm en te, en la Edad M edia, durante la edad de oro de la
m ed icin a árabe clásica (ss. Xl-Xlll d. C .). (N. d e los Trad.)
19 A nisar Atvw.n, "Ladener roja”, Ganashahli, 29 d e en ero de 2002.
264 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

se encontraban ayunando. Cuando, dado que no era tiempo de rama-


dán, Rajaman preguntó a los pobladores de la aldea la razón de este
ayuno, le explicaron que estaban rezando p o r la seguridad de Osama
Bin Laden, a quien consideraban objeto de ataque p o r parte del im­
perialismo norteam ericano. El discurso del ministro tuvo que com en­
zar con retraso, esperando hasta que al atardecer los habitantes de la
aldea rom pieran el ayuno. El resto del artículo es un resum en del dis­
curso de un tal Rahm an Chacha, un anciano de la aldea, que, ape­
lando tanto a razones de ética política com o de estrategia, explicaba
por qué los musulmanes indios no debían apoyar a Bin Laden. El he­
cho de que estos argum entos se presentaran en el artículo como ex­
presados por un “hom bre sabio” (no político) de la com unidad, y no
por el propio m inistro comunista, es interesante. Pero lo más sor­
prendente es el reconocim iento im plícito de la influencia de unos
pocos “hom bres jóvenes, exaltados y faltos de consideración” sobre el
común de los musulmanes.
En la polémica de Bengala el tema más conflictivo era el de m adra­
zas privadas, en rápido crecim iento según concordaban todos los in­
volucrados, aunque nadie fuera capaz de presentar un estimado razo­
nable sobre su núm ero. Según algunas estimaciones, podían ser hasta
diez veces más que las madrazas financiadas p o r el Estado. U no de los
argumentos señalados para explicar este crecim iento era el hecho de
que proporcionaban alim entación, asistencia y a m enudo tam bién
hospedaje a sus estudiantes. “Quienes no p ueden m antener a sus hi­
jo s”, señalaba M oham m ad Salim, el M inistro del c p i ( m ) , “preferirán
estas madrazas, que les proveen de comida, cobijo y algún tipo de
educación”.20 En este sentido, un argum ento reiterado señalaba que
las madrazas privadas no eran la prim era opción de las familias m u­
sulmanas, que en caso de pod er pagarlas preferían enviar sus hijos a
las escuelas secundarias regulares. La profesión religiosa no resultaba
atractiva para la mayoría de los jóvenes. Quienes ingresaban a las ma­
drazas, lo hacían porque la única alternativa consistía en puestos de

20 Times o f India, 1 de febrero de 2002.


LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 265

trabajo poco cualificados y mal pagados. Incluso quienes reclamaban


defender ardorosam ente el derecho de las minorías a contar con sus
propias escuelas, no enviaban a sus hijos a las madrazas. Las madrazas
privadas estaban en crecim iento porque respondían a una necesidad
social que el Estado era incapaz de atender. La com unidad actuaba
allí donde el G obierno había fracasado.
¿Cómo obtenían los fondos necesarios para funcionar las madrazas
privadas? Los líderes de la com unidad insistían en que la caridad era
un deber religioso, tom ado en serio por m uchos musulmanes practi­
cantes. Las madrazas privadas utilizaban dinero y comida provenientes
de las familias del vecindario. Por supuesto, existían también algunas
grandes instituciones islámicas, receptoras de fondos provenientes de
fundaciones internacionales con base en Arabia Saudita y en los Esta­
dos del Golfo Pérsico, que subvencionaban el sistema privado de ma­
drazas. Algunas eran propietarias de grandes edificios y proveían pen­
sión com pleta a trescientos o cuatrocientos estudiantes. Es evidente
que los fondos necesarios para ello no pod ían h ab er sido reunidos
en el ámbito local, pero sus administradores rechazaban indignados
que se tratase de dinero negro. Todas las subvenciones, insistían, eran
legales y habían sido autorizadas por los ministerios correspondientes
en Delhi.21
¿Qué decir sobre el contenido de los cursos que se im partían en las
madrazas privadas? Algunas historias sensacionalistas aparecidas en la
prensa citaban textos donde se glorificaba a los combatientes de \zyihad
y se dem andaba la sustitución del Código Civil por la sharia.'¿i Pero,
una vez más, queda claro que la mayoría de los representantes musul­
manes, independientem ente de sus lealtades políticas, tenían una po­
bre opinión sobre la calidad de la educación ofrecida por las m adra­
zas privadas. Sus dem andas señalaban que el apoyo estatal era escaso
y no siem pre estaba bien dirigido, m ientras que la alternativa era una
educación privada y secular, dem asiado cara.

21 The Telegraph, 1 d e febrero de 2002.


22 Anandabajar Patrika, 1 d e febrero de 2002.
266 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

El debate bengalí puso en prim era línea un elem ento que consi­
dero crucial para calibrar las posibilidades de una política secular de­
mocrática. La cuestión no se puede reducir a la disyuntiva entre un
Estado secularizador y una com unidad religiosa m inoritaria que
busca preservar su identidad cultural. A pesar de que hubo quienes
trataron de plantear el tem a de esta m anera, no fueron ellos los que
m arcaron la agenda. Varias intervenciones centraron el nudo del de­
bate en la opción por la reforma social que estaba em ergiendo desde el
in terior de la p ropia com unidad m usulm ana y, vinculado a ello, en
el tem a de quién debía representar a esta com unidad. La cuestión
fue lúcidam ente planteada en un artículo escrito p o r Mainul Hasan,
parlam entario del c p i ( m ) p o r el distrito electoral de M urshidabad.23
Tras repasar la historia de la labor educativa de las madrazas y tratar
sobre los recientes cambios ocurridos en los programas, Mainul Hasan
discute el argum ento que asociaba el crecimiento de las madrazas pri­
vadas al núm ero insuficiente de escuelas secundarias de la región.
Desde su posición como m iembro de la com unidad, Hasan argum enta
que la principal razón que explica esta tendencia es la necesidad de
proveer de trabajo a los jóvenes musulmanes. La mayoría de las m adra­
zas han sido creadas como resultado de iniciativas provenientes de la
com unidad local, a m enudo con el apoyo de los partidos políticos. Esto
hace que sea posible reunir fondos a través de donaciones de caridad
(zaquat, fitra, etc.). Aunque funcionan con presupuestos pequeños, las
madrazas proporcionan empleo para muchos musulmanes con educa­
ción, que se convierten en profesores. Los estudiantes, posteriormente,
llegan a desempeñarse como maulvis en las mezquitas y como asesores
especializados en las congregaciones religiosas. Se trata de empleos
que, si bien no son muy lucrativos, suponen una de las pocas oportuni­
dades abiertas a los musulmanes con educación.
El resto del artículo es un llamado a la necesaria modernización de
las madrazas. Ningún musulmán puede pensar que la educación mo-

23 M ainul H asan, “Madrasah shiksha: bartaman, samay o M uslim samaj”,


Ganashakli, 6 d e febrero de 2002.
FLA C 5 0 - Biblioteca

LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 267

derna no sea necesaria. Si todo el m undo está de acuerdo con que las
madrazas privadas no son capaces de proporcionar este tipo de edu­
cación a sus estudiantes, entonces ¿por qué no puede el Gobierno in­
tervenir en ellas, para m odernizarlas y evitar que sigan siendo meras
“fábricas de m ulás”? La com unidad m usulm ana no sólo debe apoyar
estas iniciativas, sino tam bién contribuir activamente para dotarse de
madrazas que ofrezcan una educación m oderna.
Respecto a la cuestión de la p ro p ag an d a subversiva y el terro­
rismo, M ainul H asan se en cu en tra en tre quienes señalan que apli­
car la ley y p ro teg er la seguridad nacional son responsabilidades
que com peten al G obierno. Sería infantil p reten d er que la com uni­
dad, y no la policía, actúe con tra las organizaciones involucradas en
actividades subversivas. El d eb er de la com unidad consiste en pro­
veer el contexto necesario para el desarrollo de políticas adecuadas
y para su aplicación exitosa. Im aginem os a u n im án, querido y res­
petado p o r su com unidad, que ha estado guiando a sus fieles du­
rante m uchos años. En u n m om ento dado, se descubre que este
im án procede de Bangla Desh y que carece de los permisos necesa­
rios para residir y trabajar en India. N adie puede discutir el hecho
de que su situación es ilegal. Pero p o d ría ser que u n a acción polí­
tica adecuada p ersuadiera a las autoridades para ayudarlo a ade­
cuarse a los requisitos legales. La acción de la com unidad debería
ap u n tar hacia ello, hacia su legalización, y no insistir en que el Es­
tado ignore la situación de ilegalidad, actuando como si no se estu­
viese prod u cien d o u n a violación de la ley.

IV

¿Quién representa a las minorías? Esta cuestión se encuentra en el co­


razón del debate sobre las madrazas. Tras la reunión del Primer Minis­
tro con los intelectuales musulmanes y los profesores de las madrazas,
se pudieron escuchar quejas entre los miembros del Partido respecto
268 LA N A C IÓ N EN T IE M PO H E TE R O G É N E O

de la lectura cerem onial del Corán ocurrida durante la misma.24 ¿Por


qué una reunión con representantes de la com unidad m usulm ana
debe inevitablemente convertirse en u n a reunión con imanes y mu-
lás? La respuesta más frecuente señala que existen pocos foros orga­
nizados en la esfera pública, más allá de las instituciones religiosas,
susceptibles de reivindicar para sí la condición de representantes de
una com unidad que, precisam ente, adquiere carta de naturaleza en
tanto m inoría religiosa. Podem os preguntarnos la razón de este p ro ­
blema en Bengala Occidental, donde la quinta parte de la población
es musulmana y donde existe una creciente clase m edia musulmana.
Las organizaciones de la com unidad tienden a estar dom inadas por
quienes detentan funciones religiosas, recelosos y resentidos de los
musulmanes que han logrado insertarse en los círculos profesionales
urbanos. La abrum adora mayoría de los musulmanes de Bengala Oc­
cidental vive en áreas rurales, con niveles de renta muy bajos. Los m u­
sulmanes de clase media urbana no están disponibles para represen­
tarlos. Quizá, ni siquiera lo desean. Como u n funcionario musulmán
ha señalado, “el grueso de los no educados y de los poco educados es
intolerante, fanático y peligroso”.
Los profesionales musulmanes con opiniones liberales casi siempre
son mal considerados por las organizaciones de su com unidad. En con­
secuencia, prefieren m antenerse alejados de ellas, sin objetar su con­
trol por parte de quienes hacen ostentación de sus creencias religio­
sas. Tal como señalaba la carta enviada p o r una lectora a un
im portante diario bengalí, casi el veinte p o r ciento de los estudiantes
en las escuelas secundarias regulares en Bengala Occidental son m u­
sulmanes. Sin em bargo, la cuestión de la enseñanza en las madrazas
privadas, que involucra únicam ente a unos pocos miles de estudian­
tes, moviliza a la com unidad. “¿Hasta cu án d o ”, se p reg u n tab a la
carta, “los líderes políticos cederán ante los imanes, postergando las
reform as d en tro de la sociedad m usulm ana?”. Los políticos m usul­
manes de Bengala, y de todo el país, han disfrutado casi siem pre de

24 The Telegraph, 12 de febrero de 2002.


LA S C O N T R A D IC C IO N E S D E L SE CU LA R ISM O 269

una educación im partida en instituciones regulares, p or profesores


seculares. La mayoría se desem peña en profesiones seglares. Sin em­
bargo, cada vez que se abre el debate sobre la reform a en la sociedad
m usulmana, son los imanes quienes se convierten en interlocutores y
son escuchados como representantes de la com unidad. “El principal
obstáculo", continuaba la corresponsal, “en la lucha contra el funda-
m entalismo m usulm án y el fanatismo religioso, es el silencio del cada
vez más amplio sector educado y culto de la sociedad m usulm ana”.M
Surge, entonces, la pregunta: ¿qué instituciones son apropiadas
para conducir el debate sobre el cambio d entro de las comunidades
m inoritarias en el m arco de u n a política secular? Desde la indepen­
dencia, m ientras el Estado m odernizador indio, p o r medios legales y
administrativos, ha tratado de intervenir en las instituciones y prácti­
cas sociales tradicionales, se ha m antenido constante p or parte de las
m inorías religiosas una dem anda respecto a la protección de su iden­
tidad, considerada a m erced de una posible homogeneización impul­
sada p o r u n a mayoría cultural hindú. El Estado indio, p o r lo general,
ha evitado una agenda de intervención directa para la modernización
de estas com unidades minoritarias.
En los últimos años, esta renuncia a la intervención directa ha pro­
vocado u n a feroz cam paña p o r parte de la derecha hinduista, que ha
acusado al Estado indio y a los partidos de centro e izquierda de estar
alim entados p o r u n espíritu “pseudosecular”, contem porizador con
las minorías. En Bengala Occidental, la sugerencia de que las m adra­
zas privadas debían quedar bajo supervisión estatal provocó una pro­
testa po r parte de quienes decían representar a la com unidad musul­
m ana, lo suficientem ente agria com o para forzar al G obierno a lo
que muchos consideraron una “rendición”. La alternativa a esta inter­
vención directa, trabajar p o r la reform a desde el interior de las insti­
tuciones de la com unidad, es vista p o r quienes apoyan este em peño
como algo prácticam ente imposible. Como hem os visto en el caso

25 Carta de Fatem a B egum , Bagnan, Hovvrah, en AnandabajarPalrika, 28


de febrero d e 2002.
270 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

analizado, factores de clase, ocupación y orientación ideológica difi­


cultan la integración de la clase m edia liberal m usulm ana en las insti­
tuciones propias de su com unidad.
Creo, sin embargo, que existe una tercera posibilidad, implícita en el
contexto del reciente debate desarrollado en Bengala. Sin duda, no se
trata todavía de la tendencia dom inante, pero su existencia ya es per­
ceptible. Aquí, la intervención reformista no tiene lugar dentro del
aparato legal administrativo del Estado ni tampoco en la zona “no polí­
tica” de la sociedad civil. Más bien, se articula a partir de la región
donde se entrecruzan las funciones gubernam entales vinculadas a la
promoción del bienestar de la población, por un lado, y, por otro lado,
el quehacer de lo que en otro punto he llamado la “sociedad política”.
Se trata de una región donde im peran las prácticas paralegales, opues­
tas al imperio de las normas cívico-legales, característico del universo
de la ciudadanía clásica. En esta región podem os apreciar el esfuerzo
por generar nuevas ideas y soluciones, contextúales y transitorias, nue­
vas reglas y procedimientos para asegurar que el papel de proveedor de
bienestar que corresponde al Estado alcance realmente a los sectores me­
nos privilegiados. Las dem andas de representación deben ser trabaja­
das en este territorio fronterizo donde se solapan las funciones guber­
namentales y las instituciones de la comunidad.
En el caso de Bengala Occidental percibo que la posibilidad de con­
tinuar el proceso de reform a pasa p o r la capacidad de iniciativa
( agency) de estos representantes “de la sociedad política”, y no por la in­
tervención estatal o por la acción de la sociedad civil clásica. Los repre­
sentantes políticos de los partidos de izquierdas en Bengala Occidental,
muchas veces musulmanes ellos mismos, cuentan con gran apoyo popu­
lar entre la com unidad musulmana debido a su habilidad para gestio­
nar beneficios concretos, tales como puestos de trabajo, salud, educa­
ción, agua, carreteras, electricidad, etc. Como representantes políticos
procedentes de las minorías religiosas, ellos no renuncian a su derecho
a opinar en los asuntos internos de la comunidad, aunque sólo sea por­
que las mismas instituciones de la com unidad se encuentran involucra­
das dentro de la red de la gubemam entalidad. Es en este campo donde
LA S C O N T R A D IC C IO N E S D EL SE CU LA R ISM O 271

una modalidad diferente de intervención reformista puede tomar


curso, articulando gobierno y comunidad, contribuyendo a democra­
tizar la cuestión de quién representa a las minorías.
Se trata únicam ente de u n a sugerencia respecto a una m anera di­
ferente de encarar la política secular. Q uiero acentuar su potenciali­
dad, sin llegar a exagerar sus posibilidades reales. Como estudioso de
las relaciones entre hindúes y m usulm anes en Bengala durante el si­
glo xx, he constatado los efectos de la violencia religiosa, por lo que
me resulta imposible asum ir la existencia de ningún tipo de secula-
rismo innato, ya sea entre hindúes o entre musulmanes. En este sen­
tido, me preocupa la com placencia de izquierdistas y liberales, quie­
nes piensan que la tensión entre com unidades es algo superado en
Bengala O ccidental y Bangla Desh. Pero, a pesar de todo, creo que
existe u n impulso dem ocratizador profundo en la masiva moviliza­
ción política ocurrida en el m undo rural bengalí en las últimas tres
décadas. Es bien sabido que la dem ocracia p o r sí misma no es garan­
tía de secularismo. Las mayorías electorales pueden ser movilizadas
contra las com unidades m inoritarias, tal estamos viendo en Gujarat.
La protección de los derechos de las m inorías potencia en la práctica
a los tradicionalistas, e incluso a los fundam entalistas, dentro de las
com unidades m inoritarias. La única solución pasa por una negocia­
ción de la representación dentro de un proceso democrático efi­
ciente. Tal como lo veo, algo de todo esto viene ocurriendo dentro (y
a través) de la sociedad política en Bengala Occidental.
El otro pun to enfatizado en esta controversia es el límite estable­
cido p o r los parám etros de la política global a las posibilidades polí­
ticas que p ueden ser desarrolladas a escala local. Las tendencias pla­
netarias tras los sucesos del 11 de septiem bre de 2001 suponen
nuevas restricciones para la sociedad política en la mayor parte del
m undo. Los privilegios im periales reafirm ados m ediante la llamada
“guerra contra el terrorism o”, su indiferente arrogancia frente a las
leyes y los procedim ientos internacionales, la conculcación de los de­
rechos civiles de ciudadanos y residentes extranjeros en nom bre de la
seguridad del suelo patrio y, sobre todo, la diseminación global de los
2 7 2 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

ubicuos e infinitam ente maleables conceptos de “terrorism o” y “quie­


nes simpatizan con el terrorism o”, que p ueden ser atribuidos a casi
cualquier individuo, grupo, etnia o nacionalidad cuyo proyecto polí­
tico cause incom odidad en los gobiernos, sólo p ueden tener un im­
pacto negativo en la política popular. Com o he señalado frecuente­
m ente, la sociedad política no es un club de caballeros. Puede ser, y
es a m enudo, un lugar repugnante y peligroso. En un contexto en
que las violentas y detestables movilizaciones en la sociedad política
deben confrontar su legitimidad frente a la posición cínica y la violen­
cia de Estado desatada p o r quienes reclam an hablar en nom bre de
la sociedad libre y la m odernidad, los proyectos m enos glamorosos
y m ucho más pacientes de transform ación social y dem ocrática es­
tán bajo severa presión. Sólo espero que, m ientras los prim eros co­
pan los titulares de la prensa, la v erdadera historia de nuestro
tiem po esté siendo construida p o r el infinito esfuerzo cotidiano de
quienes recorren el o tro camino.
11. ¿Se están, por fin,
aburguesando las ciudades
en India?

O, si lo prefieren, ¿se están volviendo,


p o r desgracia, burguesas las ciudades
indias?

Más allá de cómo se plantee la pregunta, lo cierto es que exis­


ten razones para hacerla. Para empezar, es evidente que en la última dé­
cada hemos asistido a un proceso más o menos concertado de sanea­
miento urbano, que incluye limpieza de calles, expulsión de vendedores
ambulantes y desalojos de ocupantes ilegales de terrenos públicos o
privados. Este proceso se ha desarrollado en el m arco de crecientes
reclamos para recuperar el espacio público a favor de los “verdaderos
ciudadanos”. Se trata de un proceso im pulsado p o r grupos civiles e
incondicionalm ente apoyado p o r sectores de la judicatura, que seña­
lan actuar en defensa de los derechos de los ciudadanos, en busca de
un ambiente sano, marcado por el respeto a la ley. En paralelo a ello, a
pesar de que el proceso de emigración de la clase media hacia áreas su­
burbanas no se ha detenido, es posible percibir una creciente preocupa­
ción, expresada en iniciativas ciudadanas y disposiciones legales, en fa­
vor de la preservación del patrimonio arquitectónico y el acervo cultural
de los centros históricos, coloniales o anteriores a la época colonial. En
274 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

tercer lugar, aun cuando asistimos a una revalorización de la noción de


uso ciudadano de los espacios públicos, esto se conjuga con la prolife­
ración de espacios segregados y protegidos, adecuados al estilo de vida
de las élites, y a sus necesidades culturales y de consumo.
Por varios motivos, se trata de procesos contrarios a la tendencia ge­
neral de las ciudades indias en el periodo posterior a la independencia.
En las décadas de 1950 y 1960, la élite urbana originada en los días del
gobierno colonial ejercía su dominio social y político sobre la ciudad,
sustituyendo a los europeos en las funciones de gobierno y desarro­
llando diferentes estrategias de control sobre las nuevas instituciones re­
presentativas, propias de la democracia electoral de masas. En Calcuta,
por ejemplo, los principales propietarios y los profesionales más desta­
cados financiaban al gobernante del Partido del Congreso. En ocasio­
nes, incluso, eran elegidos para cargos públicos en las listas de esta agru­
pación. Ellos eran la punta de lanza de una participación política que,
en general, alcanzaba a toda la clase media, generando liderazgo social,
cultural y moral en las grandes urbes. Esto se complementaba con una
compacta red de instituciones vecinales, escuelas, clubes deportivos,
mercados, casas de té, bibliotecas, parques, comunidades religiosas, or­
ganizaciones de caridad, etc., organizadas y financiadas por las clases
alta y media. A través de esta red, se fomentaba la participación vecinal
y adquiría forma un activo sentido de comunidad urbana. En esos años
no era raro que niños de clase media fuesen a la escuela de su barrio y
jugasen en el parque vecino. Tampoco lo era que los jóvenes se reunie­
sen para la adda en un club de la zona o en una casa de té, que las espo­
sas consultasen libros en la biblioteca del barrio y comprasen su ropa en
el mismo mercado, ni que los ancianos se reuniesen en algún lugar cer­
cano para escuchar sermones y música religiosa. Casi todos los vecinda­
rios eran mixtos en términos de clase. Un prim er plano formado por
grandes mansiones y elegantes casas de clase media, invariablemente,
escondía suburbios atestados, donde vivía la población de servicio. Las
áreas industriales de la ciudad, por supuesto, incluían barrios dormito­
rios, sin otra función que servir de alojamiento a los trabajadores. Sin
embargo, los pobres urbanos casi siempre m antenían vínculos con las
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LAS C IU D A D E S EN IN D IA ? 2 7 5

clases altas, en una relación de patronazgo que no era necesariamente


personal, sino que muchas veces estaba mediada por organizaciones de
caridad o, en ocasiones, por protosindicatos, como Dipesh Chakrabarty
ha dem ostrado en su libro sobre los trabajadores del yute de Calcuta.1
En aquellos casos en que los obreros industriales estaban organizados
por activistas políticos, los sindicatos proveían un enlace entre la intelli-
gentsia de clase media y los trabajadores de los barrios dormitorios de los
suburbios.
Al menos en Calcuta, podríamos señalar que el dominio social y po­
lítico de la clase alta y el liderazgo cultural de la clase media se sostuvie­
ron en las primeras dos décadas posteriores a la independencia, gracias
a un entram ado de organizaciones barriales que creaban y fomentaban
un espíritu de com unidad urbana. Los vecindarios de Calcuta no eran
homogéneos en términos de clase, ni tampoco en lo que se refiere a
idioma, religión o grupo étnico.2 Aunque las fronteras sociales estaban
claramente delimitadas en otros contextos, el sentido de comunidad ur­
bana atravesaba los distintos grupos, aterrizando en la noción de barrio
o para. Además del sustento cotidiano que la red vecinal proporcionaba
a este espíritu comunitario, existían ocasiones especiales para el encuen­
tro entre vecinos, tales como partidos de fútbol entre equipos de dife­
rentes para, teatro al aire libre, eventos lúdicos en los parques o el Durga
Puja anual.3

1 D ipesh Chakrabarty, Rethinking Working-Class History: Bengal 1890-


1940, D elh i, O xford University Press, 1989.
2 Para un análisis estadístico basado en el censo de 1961, véase Arabinda
Biswas, Partha Chatteijee y Shibanikinkar Chaube, “T h e Ethnic Com-
position o f Calcutta and the Residential Pattern o f Minorities”, en
Geographical Revimi of India, vol. 38, ng 2, 1976, pp. 140-166.
3 El Durga Puja (literalm ente “ofrendas a D urga”) es una de las princi­
pales fiestas hinduistas d e India. Se trata de un festival de diez días
d e duración, en el que se realizan ofrendas en tem plos y ríos sagra­
d os y se llevan a cabo m iles de sacrificios de anim ales en h on or a la
diosa Durga. La fiesta con m em ora la victoria del bien (representado
por la diosa D urga y los diversos dioses que com baten al d em on io)
sobre el mal. Cada hogar se d ecora cerem on ialm ente y se realizan
m últiples visitas en tre vecinos. (N . de los Trad.)
276 LA N A CIÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

Estas com unidades mixtas en térm inos de clase casi siempre eran,
sin embargo, en cierta m anera hom ogéneas en cuanto a idioma, reli­
gión o grupo étnico. Nirmal Kumar Bose, al estudiar este fenóm eno
en la década de 1960, encontró que los grupos étnicos de Calcuta ten­
dían a desarrollar fuertes lazos sociales, si bien esto no siempre se tra­
ducía en térm inos de residencia. Cada com unidad étnica, definida
por la religión o el idioma, aunque mezclada espacialmente con otras
comunidades, era independiente en cuanto a su vida social. Cada co­
m unidad poseía su propia red de asociaciones, bengalíes, marwaris,
oriyas, m usulm anes de lengua urdu, indios de origen inglés, gujara-
tíes, punjabíes, chinos, etc. La conclusión de Bose, un tanto'descora-
zonadora, era que “los diversos grupos étnicos que pueblan la ciudad
han llegado a desarrollar, unos con otros, el mismo tipo de relación
que tienen entre sí las castas en India".4 D ada la am plia mayoría de
quienes hablaban bengalí, casi el 63 p o r ciento de la población u r­
bana en 1961, los únicos vecindarios étnicam ente hom ogéneos eran
los suyos. Su posición en la ciudad de Calcuta, se podría decir, era si­
milar a la que disfrutaba la casta dom inante en los ámbitos rurales. La
mayor densidad y visibilidad de la vida pública en los vecindarios ben­
galíes se tradujo en la imagen de Calcuta como una ciudad em inente­
mente bengalí.
Pero una vida asociativa con matices de casta, dom inada por rela­
ciones de patronazgo, no es exactam ente com patible con la defini­
ción de lo que debe ser la vida pública al estilo burgués, propia de
una ciudad m oderna. Es evidente que Calcuta, como otras ciudades
indias de las décadas de 1950 y 1960, fracasó en su intento de transi­
tar hacia la m odernidad urbana. Nirmal Bose, en un famoso artículo
publicado en Scientific American en 1965, definió Calcuta como:

[...] una m etrópoli p rem atura [...] surgida en una fase de­
masiado tem prana de la historia [...] en un contexto de

4 Nirmal Kumar Bose, Cakutta 1964: A Social Suruey, Bombay, Lalvani,


1968.
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LAS CIU D A D E S EN IN D IA ? 2 7 7

econom ía tradicional agrícola, anterior a la Revolución In­


dustrial que, se supone, debía engendrar la m etrópoli.5

La conclusión de Dipesh Chakrabarty sobre el proceso de organiza­


ción de la clase obrera y su tom a de conciencia en la Calcuta indus­
trial es similar: la persistencia de las formas preburguesas de sociabili­
dad en fábricas y suburbios, según ha señalado, arruinó la capacidad
de los trabajadores de actuar com o clase.6 En relación con esto, re­
cuerdo h ab er sentido, d urante mi prim era visita a Bombay en los
años setenta, envidia respecto a lo que consideraba una relación ma­
ravillosamente m oderna y orgánica entre la ciudad y su burguesía.
Posteriormente, u n mejor conocimiento de la historia de Bombay me
ha llevado a desechar esta idea. Si Calcuta no era m oderna y burguesa,
tampoco lo era Bombay. Un descubrimiento, sin duda, reconfortante.

n
Esta estructura sociopolítica de dom inación se vio brutalm ente trans­
form ada en las décadas de 1970 y 1980, p o r causa de los efectos com­
binados de la dem ocracia y el desarrollo económico. Por un lado, los
diferentes partidos políticos intensificaron sus esfuerzos para movili­
zar el voto urbano. En paralelo, el increm ento de la población en las
grandes ciudades, debido a la emigración proveniente del área rural,
generó condiciones sociales explosivas, disturbios políticos, aum ento
de la crim inalidad, déficit habitacional de viviendas, invasiones y de­
sastres naturales. P roporcionar hogar, desagüe, agua, electricidad,
transporte, educación,'servicios de salud, etc., a estos nuevos sectores
de pobres urbanos, se convirtió en la principal preocupación de un

5 N irnial Kumar Bose, “Calcutta: A Prem ature M etrópolis”, en Scieníi-


fic American, vol. 213, n 8 3, 1965, pp. 91-102.
6 D ipesh Chakrabarty, Rethinking Working-Class History, op. cit.
278 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

núm ero creciente de planes de desarrollo, casi siem pre financiados


con fondos del gobierno central, en ocasiones con apoyo sustancial
de instituciones internacionales como el Banco Mundial. El objetivo
era acom odar a la creciente población de bajos recursos dentro de las
estructuras de la vida urbana, aun cuando estas estructuras, en reali­
dad, estaban siendo presionadas hasta el límite de su capacidad de
absorción.
Las dem andas vinculadas a la movilización electoral, por un lado, y
la lógica de distribución del bienestar, p o r otro, convergen en ese mo­
m ento para dar origen a lo que, para establecer una diferencia con la
noción clásica de sociedad civil, he denom inado “sociedad política”.
La adm inistración práctica p o r parte de los gobernantes de los servi­
cios enfocados en la población urbana de bajos recursos, necesaria­
m ente tuvo que seguir una lógica nueva, diferente de las formas de
interpelación tradicionales entre el Estado y los ciudadanos organiza­
dos en lo que denom inam os sociedad civil. Los pobres urbanos fre­
cuentem ente vivían como invasores en terrenos públicos, viajaban en
transporte público sin pagar el costo del trayecto, robaban agua y
electricidad, usurpaban parques y calles, etc. Con los recursos dispo­
nibles, resultaba poco realista insistir en que debían solventar su si­
tuación legal, enm endar sus actitudes y convertirse en verdaderos ciu­
dadanos, antes de volverse elegibles para la extensión de los servicios
gubernam entales. D urante las décadas de 1970 y 1980, los proyectos
urbanos de desarrollo tuvieron que asumir que grandes sectores de
esta población de escasos recursos vivían, y seguirían viviendo, sin tí­
tulos legítimos sobre sus viviendas, ni sobre el terreno eix que éstas se
asentaban. Las autoridades se vieron obligadas a proveer a esta pobla­
ción con servicios de agua y desagüe, escuelas y centros de salud. Las
compañías eléctricas, en un ejercicio de realismo, se vieron obligadas
a negociar con ellos tarifas colectivas, con el objetivo de dism inuir las
pérdidas por robo de energía. Las autoridades ferroviarias, en Bom-
bay y en Calcuta, debieron calcular sus presupuestos asum iendo que
una amplísima porción de los usuarios no com praría sus billetes. La
población urb an a de bajos recursos, sin im portar su situación legal,
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 279

debía ser controlada y asistida p o r dos razones: porque proporcio­


naba mano de obra y servicios imprescindibles para la economía urbana
y porque, en caso contrario, podía pon er en peligro la seguridad y el
bienestar de los demás ciudadanos.
Este estado de ánim o aparece em blem áticam ente reflejado en la
reticencia generalizada, extendida en esos años en todo el país, ante
posibles demoliciones forzadas en áreas marginales, especialmente
en el caso del desalojo del área de Turkman Gate, en Delhi, durante
el periodo de em ergencia, a m ediados de la década de 1970.7 En el
marco de la cultura dem ocrática de la ciudad poscolonial, el em peño
de Sanjay G andhi p o r “lim piar” la ciudad era percibido como algo
poco ético. Esta actitud de tolerancia se reflejaba tam bién en la ten­
dencia de la judicatura, en la década siguiente, a reconocer en la
práctica el derecho de los m enos favorecidos a m antener sus vivien­
das y sus fuentes de ingresos, sin que las autoridades pudieran des­
ahuciarlos en caso de no proveerles a cambio algún tipo de reubica­
ción alternativa.
Pero sería equivocado, sin embargo, pensar que este proceso re­
presentó una “extensión de ciudadanía” para los grupos menos favo­
recidos. Esto no fue así. Como ya hemos visto en otros capítulos, el pro­
ceso se sostiene sobre una sutil distinción conceptual entre
“ciudadanos” y “grupos de población”. Los grupos de población son ca­
tegorías empíricas de personas, con atributos sociales o económicos es­
pecíficos, relevantes para la administración de las políticas de bienestar.
Los grupos de población derivan su existencia del diseño de proyectos
específicos enfocados hacia, por ejemplo, los menores sin hogar de los
suburbios, las madres trabajadoras con pocos ingresos o los residentes

7 El autor hace referencia a la op eración de lim pieza del centro histó­


rico de D elhi (esp ecialm en te en las zonas d el pu en te Turkman y los
aledaños de la centenaria m ezq u itajam Masjid) por parte de la
D elh i D ev elo p m en t Authority, actuando bajo las órd en es directas de
Sanjay G andhi. La op eración en con tró fuerte resistencia, causando
un núm ero n u n ca precisado d e m uertos, p rob ab lem ente varios cen ­
tenares, y d ecen as d e m iles de desplazados dentro de la ciudad. (N.
d e los Trad.)
2 8 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

en zonas con riesgo estacional de inundación. Cada proyecto con­


creto (o la política d entro de la cual se enm arca) identificará y con­
vertirá en categoría a grupos de población diferentes, cuyo tam año y
características estarán determ inados em píricam ente, registrados a
través de censos y otras herram ientas administrativas. Los grupos de
población adquieren vida en el marco de los esquemas de clasifica­
ción generados por las necesidades gubernam entales. Esto es muy di­
ferente de la noción de ciudadanía, que lleva im plícita la connota­
ción moral de “com partir la soberanía” y, p o r lo tanto, la capacidad
de reclamar derechos al Estado. Los grupos de población, por el con­
trario, no com portan u n valor moral intrínseco, susceptible de articu­
lar la reclamación de derechos. C uando son interpelados p o r las
agencias gubernam entales, se convierten en beneficiarios de una po­
lítica en razón m eram ente de un cálculo de costos y beneficios, en
términos de resultados económicos, políticos o sociales. Cuando estos
cálculos cambian, la política cambia. Y tam bién lo hace la estructura
de los grupos objetivo. Planteando el argum ento en un marco general
abstracto, diríamos que la administración gubernam ental del desarro­
llo ha tenido como resultado un cuerpo social heterogéneo, integrado
por múltiples grupos de población diferentes, interpelados a través de
estrategias políticas variadas y flexibles. Esto supone un claro, evidente
y brutal contraste con la noción de ciudadanía, basada en la idea de
una comunidad nacional hom ogénea en derechos y deberes.
Existen razones obvias que explican p o r qué los grupos de pobla­
ción integrados p o r habitantes de las áreas m arginales urbanas no
han sido tratados como verdaderos ciudadanos. Si a los ocupantes ile­
gales les fuera concedido algún tipo de legitim idad por parte de las
autoridades, toda la estnictura legal de la propiedad se vería am ena­
zada. Estos sectores no p ueden ser tratados com o ciudadanos legíti­
mos, precisam ente porque su modalidad de acceso a la vivienda y sus
formas de ganarse la vida a m enudo implican transgresiones legales.
Como he señalado, existían, sin embargo, poderosas razones sociales
y políticas para incluirlos dentro de la cobertura de las políticas socia­
les, como habitantes indispensables que eran de la ciudad. Por ello,
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S CIU D A D E S EN IN D IA ? 281

las agencias estatales, las autoridades municipales, la policía, los servi­


cios de salud, las agencias de transporte, las compañías de suministro
de energía, etc., fueron ideando diferentes m odalidades para facilitar
su acceso a los beneficios sociales, sobre la base de estrategias ad huc,
caso por caso, sin p oner en peligro la arquitectura legal. Este fue, sin
duda, el cambio más significativo ocurrido en las formas de gobierno en
India en las décadas de 1970 y 1980: la consolidación de toda una
subestructura de disposiciones judiciales creadas, o por lo menos reco­
nocidas por las autoridades gubernam entales, para integrar a los gru­
pos de población con pocos ingresos en la vida pública de la ciudad.
Estas disposiciones no tenían su origen (no podían tenerlo) en el
terreno dé la interpelación entre la sociedad civil y el Estado. Este es
un territorio habitado por los verdaderos ciudadanos, cuya relación
con el Estado está enm arcada dentro de una estructura de derechos
constitucionalm ente reconocidos. Las asociaciones de ciudadanos
que integran la sociedad civil pueden reclamar la atención de autorida­
des gubernamentales apelando a sus “derechos”, puesto que represen­
tan a ciudadanos que actúan conforme a lo establecido por las leyes, res­
petándolas y adecuando sus iniciativas a los límites establecidos. Las
autoridades no p u ed en tratar a las asociaciones de invasores o a los
vendedores am bulantes de la misma m anera que a las asociaciones
legítimas de la sociedad civil.
Las relaciones de las agencias gubernam entales con los grupos de
población urbana menos favorecidos, no se articulan en el terreno de
la sociedad civil, sino en el terreno de la sociedad política. Se trata de
un campo de ju eg o que adquiere forma a partir de un cuerpo social
heterogéneo, a través de la aplicación de m últiples y flexibles políti­
cas, que a su vez p roducen repuestas m últiples y estratégicas por
parte de grupos de población que buscan adaptarse a esas políticas,
ser favorecidos p o r ellas, integrarse dentro del conjunto de sus bene­
ficiarios. Pero es im portante en ten d er que, en este contexto, las po­
líticas desarrolladas p o r la g ubernam entalidad no se lim itan a sim­
ples desem bolsos caritativos. Com o trasfondo existe siem pre el
objetivo de p ro d u c ir u n conjunto de resultados deseados, a partir
282 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

del análisis de recom pensas y costos, incentivos y castigos. U n deter­


m inado suburbio puede ser dotado de desagüe con la expectativa de
que sus habitantes no ensucien las calles o los parques. Si esto no fun­
ciona como se espera, u n a diferente estructura de recompensas y cos­
tos se pondría en marcha. Este tipo de gubernam entalidad genera un
campo de negociación continuo entre las autoridades y los grupos de
población. Los beneficios que serán concedidos, tos grupos destinata­
rios y sus plazos dependen de negociaciones estratégicas en constante
y perpetua renegociación.
La sociedad política adquiere form a en este terreno de juego. No
estamos hablando aquí de la interpelación entre el Estado y los ciuda­
danos que es propia de la sociedad civil. Las formas concretas como
las políticas públicas se desarrollan sobre el terreno, dependen de las
relaciones entre los grupos de población y las agencias gubernam en­
tales encargadas de su ejecución. Por ello, para en trar en el juego de
la negociación estratégica con las autoridades, los grupos de pobla­
ción deben organizarse. La gubernam entalidad buscará siem pre in­
terpelarlos en tanto com ponentes específicos d entro de un cuerpo
social heterogéneo. El reto para las organizaciones de la sociedad po­
lítica pasa p o r transform ar los orígenes empírico-administrativos de
los grupos de población en formas de solidaridad moral, al estilo de
una com unidad. Esto es algo que ha ocurrido muy frecuentem ente
en la sociedad política urbana en India en las décadas de 1970 y 1980.
Para líderes y partidos políticos, todo esto implica la apertura de
un nuevo campo para sus actividades de movilización y mediación. La
vieja estructura de las relaciones de patronazgo entre las clases alta y
media, p o r u n lado, y los colectivos m enos favorecidos, por otro, se
fue transform ando rápidam ente. Las nuevas formas de la guberna­
m entalidad generaron nuevas oportunidades para la movilización
competitiva por parte de partidos y líderes políticos. Uno de los más
significativos procesos ocurridos en este periodo en las antiguas ciu­
dades industriales, com o Bombay y Calcuta, es la dism inución de la
im portancia de los sindicatos obreros organizados en torno al m undo
de la fábrica y la reactivación, en contrapartida, de los movimientos
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 2 8 3

articulados en torno al lugar de residencia. En Bombay, los sindicatos


obreros de tendencia com unista fueron opacados, prim ero, por los
movimientos dirigidos p o r Datta Samant, u n activista independiente,
y, posteriorm ente, p o r la red de comités locales levantada por el par­
tido hinduista de extrem a derecha Shiv Sena. En Calcuta, una cam­
paña de terro r dirigida p o r el Estado entre 1971 y 1972 supuso la
m uerte, prisión o deportación de más de mil activistas del Partido Co­
m unista Indio (Marxista-Leninista) y del Partido Comunista Indio
(M arxista). Hasta el final del periodo de emergencia, en 1977, la acti­
vidad política de los partidos comunistas estaba prácticam ente prohi­
bida en la ciudad. Fue durante este periodo que, aprovechando la co­
yuntura, los líderes más jóvenes del Partido del Congreso de Indira
Gandhi pusieron en pie la estructura de la nueva sociedad política ur­
bana. Se trataba de u n a estructura basada en el lugar de residencia, a
m enudo m eticulosam ente dem arcado para identificar lo más clara­
m ente posible a qué asociación local deb ía p erten ecer cada cual.
Estas agrupaciones locales buscaban la m ediación de los líderes o
partidos políticos, tanto para protegerse de acciones punitivas por
parte de las autoridades com o para buscar los beneficios de la polí­
tica gubernam en tal. C uando los com unistas re to rn aro n a la vida
política de la ciudad después de 1977, tam bién ellos organizaron a
los habitantes de los suburbios siguiendo el mismo m odelo. No es
casualidad que, au n cuando los p artidos de izquierdas h an gober­
nado en Bengala O ccidental p o r más de tres décadas, m uchas de
las estructuras de apoyo construidas p o r los líderes del Congreso
en los sectores antiguos de C alcuta a principios de la década de
1970 co n tin ú en intactas.
La inserción de los pobres en la movilización electoral competitiva
en los años setenta y ochenta les perm itió contar con un nuevo re­
curso estratégico. Tenían la oportu n id ad de convertir su derecho al
voto en una potencial arm a de negociación. Si un líder o un partido
no conseguían hacer cosas p o r ellos, podían amenazarlos con cam­
biar de bando y votar p o r el partido rival en las siguientes elecciones.
Este tipo de negociación se ha convertido en algo habitual en las
2 8 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

grandes ciudades indias. Por supuesto, m uchas de estas negociacio­


nes en el terreno de la sociedad política involucran actividades que
transgreden la ley. En ocasiones, la violencia form a parte de ellas. De
hecho, muchas veces una eficiente movilización en el campo de la so­
ciedad política implica el ejercicio de una violencia organizada y, más
o menos, controlada. La seguridad y la paz que proporciona la lega­
lidad en el cam po de la sociedad civil no siem pre están disponibles
aquí. Ejemplos de ello, podem os encontrarlos en los chawlsy juggis de
Bombay, Delhi, Calcuta o Madrás.8 El reciente libro de Thom as Blom
Hansen sobre el partido Shiv Sena en Bombay contiene al respecto
un estudio más que sistemático.9

III

Pero en los últimos años la situación ha vuelto a cambiar. Desde 1990,


aproxim adam ente, y de form a más dram ática en los últimos cinco
años, se observa un aparente cambio en la actitud de los partidos go­
bernantes hacia el fenóm eno de la “gran ciudad” en India. De ahí la
pregunta con la que abríam os el artículo: ¿se están aburguesando,
por fin, las ciudades indias? No es que se haya producido un replie­
gue de la sociedad política, tal como ésta existía durante la década de
1980. Lo más probable es que, simplem ente, ju n to con el cambio de
las políticas gubernam entales hacia la ciudad, los grupos de pobla­
ción organizados en el cam po de la sociedad política también hayan
cambiado. En todo caso, de lo que no hay duda es de que se ha pro­

8 Los chawls son ed ificios de varias plantas extrem ad am en te com parti-


m entados, sin servicios básicos y su p erp ob lad os, utilizados com o
residencia por la p ob lación d e bajos recursos d e las ciudades indias.
En un chawl p u ed en llegar a vivir hasta 600 personas. Los juggis, por
su parte, son chozas d e m aterial p ereced ero, instaladas en zonas
estacion alm en te inundables. (N. d e los Trad.)
9 T hom as Blom H ansen, Wages of Violence: Nam ing and Jdentity in Postco-
lonial Bombay, P rinceton, P rinceton University Press, 2001.
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S CIU D A D E S EN IN D IA ? 2 8 5

ducido un increm ento en las actividades de la sociedad civil y en su


repercusión. En las grandes urbes sucesoras de la m etrópoli india clá­
sica del periodo poscolonial, los grupos de la sociedad civil se han or­
ganizado para dem andar a la administración y a la judicatura el esta­
blecimiento de leyes y normas que garanticen un uso adecuado de los
espacios públicos, y para asegurar que sean estrictam ente cumplidas
las disposiciones existentes para m ejorar la calidad de vida de los ciu­
dadanos. Por todas partes, el clamor dom inante reivindica la “libera­
ción" de la ciudad respecto de quienes ocupan ilegalmente su suelo y
de quienes lo contam inan. Por así decirlo, reclam an la devolución de
la ciudad a los verdaderos ciudadanos.
Para en ten d er las razones de este cambio de énfasis es necesario
considerar el lugar de la ciudad en las formas de im aginar la m oder­
nidad en India. A diferencia de los numerosos proyectos reformistas,
profundam ente ideológicos, encam inados a preservar o transform ar
el m undo rural, el periodo del nacionalismo apenas produjo reflexio­
nes sobre la deseada ciudad india del futuro. Gyan Prakash ha consi­
derado recientem ente esta cuestión.10 Se trata, sin duda, de una para­
doja. El escenario de la m odernidad en la India colonial, durante los
siglos xix y XX, es obviamente la ciudad. Es aquí donde tiene sus orí­
genes la élite nacionalista india. Sin em bargo, las dos o tres genera­
ciones de pensadores sociales y políticos, eruditos y artistas, poetas y
novelistas que vivieron durante los años más fecundos del pensa­
m iento nacionalista, dedicaron la mayor parte de sus energías a la ta­
rea de im aginar una India rural adecuada para la edad m oderna. La
reflexión sobre la futura ciudad india es mínima.
La razón de esta paradoja hay que buscarla en la falta de incentivos
por parte de la élite india para pensar la ciudad. La ciudad industrial,
como la propia industria m oderna, es una creación de la m odernidad
occidental. Las ciudades indias coloniales eran creaciones de los go­
bernantes británicos. Por parte de las clases medias urbanas, siempre

10 Gyan Prakash, “T h e Urban Turn”, en Sarai Reader 02: The Cities of


Everyday Life, D elhi, Sarai, 2002, pp. 2-7.
286 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

estuvo presente la sensación de no controlar su propio espacio cir­


cundante. Ram akrishna Param aham sa, un pensador con considera­
ble influencia espiritual sobre la clase m edia de Calcuta a finales del
siglo xx, narraba la historia de una supuesta em pleada doméstica que
había pasado toda su vida trabajando en un hogar de clase alta en la
ciudad. A unque en ocasiones llamaba “mí hogar” a la casa de sus em ­
pleadores, en el fondo de su corazón sabía que ésa no era su casa. Su
hogar estaba lejos, en la aldea.11 D urante m ucho tiempo, quizá hasta
mediados del siglo X X, las grandes urbes no han adquirido, en la per­
cepción de la clase m edia india, el hálito de estabilidad y seguridad
moral que envuelve la noción de hogar.
Incluso cuando sus vidas y su futuro estaban atados sin rem edio al
destino de la ciudad, las clases medias siguieron siendo profunda­
m ente ambivalentes. Algo de esta actitud renuente hacia la gran ciu­
dad, propia de los grupos populares, que la consideraban un lugar
profundam ente profano, corrom pido p o r el dinero y el comercio y
plagado de seductoras tentaciones, era com partido p or las clases me­
dias urbanas. Esto se percibe ya en 1820, cuando Bhabanicharan
Bandyopadhyay escribe Kalikata kamalalay, posiblemente el prim er re­
ferente de la sociología urbana en India.12 En ese m om ento, mientras
la familia extensa se desm oronaba bajo las presiones de los cambios
económicos, una nueva ética, basada en la familia nuclear, se encon­
traba en ciernes. Esta nueva ética veía el m undo exterior propio de la
ciudad, sus escuelas, calles, parques, m ercados y teatros, como una
amenaza potencial para la familia, y especialmente para los niños que
crecían en ese ambiente.13 Para hacer frente a estos peligros, progresiva­
m ente la clase m edia fue m odelando con su propia im pronta moral

11 Ma [M ahendranath G ubia], Srisriramkrishna kalhamrila, Calcuta,


A nanda, 1983 (1902-1932).
12 Bhabanicharan Bandyopadhyay, Kalikata kamalalay, Calcuta, Nabapatra,
1987 (1832).
13 V éase, por ejem plo, la discusión presentada en Pradip Kumar Bose,
“Sons o f the N ation ”, en Partha C h atteijee (ed .), Texis of Power: Emer-
gingDisciplines in Colonial Bengal, M inneapolis, University o f
M innesota Press, 1995, pp. 118-144.
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 2 8 7

cada rincón del m undo urbano, dando form a al tipo dé com unidad
moral basado en la noción de barrio que hemos encontrado en la Cal­
cuta de m ediados del siglo pasado.
Pero, a pesar de todo, seguían existiendo elementos fuera de con­
trol. En este contexto, podem os preguntarnos por la morfología ima­
ginada de las grandes ciudades industriales indias. Por su mapa mo­
ral, sí se prefiere. Con el auspicio del poder colonial, en un principio
se asumió que la ciudad india reflejaba los modelos occidentales, aun­
que con matices propios. Cuando los resultados se alejaban de lo pre­
visto, se term inaba p o r aceptar que se trataba de copias imperfectas
del m odelo occidental, con reacciones similares al lam ento de Nirmal
Bose sobre la “m etrópoli antes de tiem po”. Pero no ha existido nin­
gún tipo de reflexión respecto al carácter propio de nuestras grandes
ciudades. C uando Jawaharlal N ehru invitó a Le Corbusier para cons­
truir en Chandigarh u n a ciudad del futuro, ajena a las ligaduras de la
historia y la tradición indias, su anhelo no estaba inspirado en un
sueño utópico, sino en una simple desesperación ante la ausencia de
un m odelo orgánico de ciudad india m oderna.
D urante la crisis de crecim iento de la década de 1970, se trató de
contener el impacto y atenuar las nuevas amenazas m ediante políticas
públicas dirigidas específicamente a los grupos urbanos menos favo­
recidos. Esto implicaba tolerar num erosas violaciones de las normas
de conducta cívica y de las regulaciones legales, para acom odar en la
ciudad a los grupos de población sin recursos. Como consecuencia
de ello, los servicios urbanos eran a m enudo presionados hasta casi
colapsar, mientras la calidad del ambiente urbano se deterioraba rápida­
mente. La mayoría de la población aceptaba la superpoblación y la insa­
lubridad como elementos inevitables de la industrialización en el Tercer
Mundo. Era poco realista, se señalaba, esperar una calidad de vida simi­
lar a la disfrutada en las ciudades occidentales. Después de todo, lo
mismo ocurría en otras ciudades del Tercer Mundo: Ciudad de México,
San Pablo, Lagos, El Cairo, Bangkok, Manila, etcétera.
El desem peño de los grupos menos favorecidos en el terreno de la
sociedad política durante las décadas de 1970 y 1980, significó el final
2 8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

del dom inio tradicional de la clase alta sobre las políticas urbanas.
Adicionalmente supuso, también, la desconexión de las clases medias
respecto de este enrevesado m undo. Hasta donde puedo ver, en am ­
bos casos se trata de precondiciones para explicar la transformación
ocurrida en la últim a década. Mientras el turbio m undo de acuerdos
entre autoridades municipales, policía, prom otores inmobiliarios,
bandas criminales, habitantes de los suburbios y vendedores am bu­
lantes era progresivam ente dejado de lado como algo que sólo com­
petía a la “clase política” local, los verdaderos ciudadanos se refugia­
ban en el terreno de la sociedad civil. El activismo de la clase media,
aun cuando sus vidas en la práctica estaban vinculadas, como siempre
lo han estado, a los sectores marginales urbanos, deliberadam ente
quedó confinado al universo no político de las ONG.
En la década de 1990 em erge un nuevo m odelo de ciudad postin­
dustrial, progresivamente disponible en todo el m undo para su em u­
lación. Se trata de una ciudad en la que el universo fabril heredado
de la Revolución Industrial ha perdido su centralidad. El ritm o de la
nueva ciudad está m arcado p o r las finanzas y p o r el sector servicios.
Con las economías nacionales integradas en un m undo globalizado,
el sector secundario de la econom ía, e incluso muchos servicios, han
ido deslocalizándose desde las antiguas ciudades industriales de Eu­
ropa y América del Norte hacia otras partes del m undo. Esto implica
una creciente necesidad de tecnologías de centralización de la infor­
mación, que perm itan m antener un control directo sobre la produc­
ción. El nuevo m odelo de ciudad se caracteriza p o r la existencia de
un centro de negocios, equipado con m odernas tecnologías de trans­
porte y comunicación a distancia. Cada uno de estos centros de nego­
cios ultram odernos es u n nodo dentro de una red global de procesa­
m iento de inform ación y control de la producción. Ju n to con estas
actividades, otros servicios asociados a ellas contribuyen a conform ar
los centros de negocios característicos del nuevo m odelo urbano: ase-
soramiento, contabilidad, servicios legales, banca, etcétera.
El nuevo m odelo de gestión em presarial genera una gran de­
m anda de nuevos servicios no necesariam ente localizados en las sedes
Í-LAC.SO - Bibliotecr-

¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 289

centrales. El crecim iento de las nuevas m etrópolis está caracterizado


por el paso de la m anufactura industrial a u n a econom ía urbana do­
m inada por los servicios. Más allá del centro de negocios, el resto de
la ciudad se caracteriza p o r un espacio urbano cada vez más segmen­
tado en térm inos sociales. En distintas partes de la ciudad, aparecen
territorios segregados, exclusivos para la élite vinculada a los centros
de negocios, que pueden estar situados en zonas concretas de los su­
burbios, como ocurre en las ciudades norteam ericanas, o en sectores
renovados de la ciudad histórica, como en París, Amsterdam, Bruse­
las, Roma o Milán. Por su parte, las nuevas industrias de alta tecnolo­
gía tienden a situarse en las nuevas y am bientalm ente más atractivas
periferias de las grandes urbes. Mientras la nueva m etrópoli está glo­
balm ente conectada con otras ciudades similares, casi siempre se en­
cuentra desconectada de grandes sectores de la población urbana lo­
cal, funcionalm ente innecesaria y con frecuencia percibida como
social o políticam ente perjudicial.14
Esta imagen de las nuevas urbes postindustriales globalizadas co­
m enzó a circular en India en algún m om ento de la década de 1990.
En un prim er m om ento, Bangalore era la ciudad que m ejor parecía
adecuarse a este m odelo, pero muy p ro n to tam bién Hyderabad se
unió al grupo. En nuestros días, en general, entre las clases medias
urbanas de India, la noción sobre lo que una ciudad debe ser y cómo
debe lucir se encuentra influida de m anera determ inante por esta
imagen global postindustrial. A unque la atmósfera producida p o r la
liberalización económica ha tenido algo que ver en ello, m ucho más
influyente ha sido la circulación del m odelo de ciudades globales a
través del cine, la televisión y la Internet, así como la multiplicación
de la experiencia internacional de las clases medias indias. Las políti­
cas gubernam entales, en los ámbitos nacional, regional y local, se han

14 Existe e n la actualidad « n a am plía literatura sobre las nuevas ciuda­


des globales. V éase, por ejem plo, Saskia Sassen, The Global City: New
York, London, Tokio, P rinceton, P rinceton University Press, 1991.
Existe traducción al castellano d e este texto: La ciudad global,
B u en os Aires, Universidad d e B u en os Aires, 1999.
2 0 0 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

visto afectadas por la creciente presión por conectarse con la econo­


mía global y atraer inversión extranjera. Esto se traduce en una cre­
ciente receptividad p o r parte de las autoridades a la presión de gru­
pos de ciudadanos de clase m edia en favor de su “derecho” a acceder
sin obstáculos a los espacios públicos, y en favor de u n am biente ur­
bano limpio y saludable, percibidos como elem entos indispensables
del nuevo m odelo de ciudad.
Desde el pun to de vista de las políticas públicas, estas nuevas pre­
siones postergan el énfasis en la necesidad de ayudar a los grupos me­
nos favorecidos a encontrar su lugar d entro del entram ado urbano,
en favor de una mayor atención a la creación de las infraestructuras ne­
cesarias para el manejo de la alta tecnología y el desarrollo de las nuevas
industrias de servicios. En consonancia con ello, m ientras las indus­
trias m anufactureras tradicionales se desplazan más allá de los límites
urbanos, los antiguos grupos de ocupantes informales, que ya no son
percibidos com o necesarios para la econom ía .urbana, son expulsa­
dos. Las leyes de la propiedad privada y el usufructo de los espacios
públicos están siendo resucitadas, para transform ar las congestiona­
das calles de la antigua ciudad industrial en distritos de alto valor co­
mercial y residencial. Si realm ente éste va a ser el nuevo m odelo de
urbanism o burgués del siglo xxi, entonces esta vez sí los indios pode­
mos im plem entarlo de m odo correcto.
Los costos sociales y políticos de esta transform ación aún no han
sido estimados. Sin duda, las nuevas ciudades generarán nuevas dife­
rencias sociales. La industrialización impulsada p o r el Estado a través
de la sustitución de im portaciones dio lugar a la aparición de una
nueva clase media, pero es im probable que la nueva econom ía u r­
bana produzca algo semejante. El éxito del nuevo m odelo depende,
sobre todo, de las exportaciones colocadas en el m ercado internacio­
nal y del consumo de servicios por parte de empresas e instituciones
financieras, más que propiam ente del consum o individual. Las nue­
vas urbes son el territorio de la élite vinculada a la tecnocracia tec­
nológica y al nuevo m odelo de gestión em presarial. Se trata de una
nueva clase de trabajadores altam ente rem unerados, profesionales
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O LA S C IU D A D E S EN IN D IA ? 2 9 1

liberales, gerentes de diferentes niveles, interm ediarios financieros,


etc. Esta élite g enera su propia com unidad, con límites espaciales
muy definidos y redes personales construidas alrededor de centros de
negocios, áreas residenciales segregadas, restaurantes exclusivos, clu­
bes sociales de acceso restringido, centros de consumo cultural y, de
m anera fundam ental, un acceso directo a los aeropuertos que permi­
ten la conexión entre las diferentes m etrópolis globales. Aun cuando
la administración de la ciudad continuará en manos de representan­
tes dem ocráticam ente elegidos, la nueva élite resistirá cualquier tipo
de interferencia del ám bito político en las decisiones empresariales
estratégicas. El sector más dinámico de la producción dejará de estar
enfocado a las ahorrativas familias de clase media, como ocurría en
las décadas pasadas, p ara centrarse en el nicho de asalariados con
gran capacidad de consum o. Progresivamente irá arraigando un
nuevo estilo de vida urbano, global, consumista y esteta, con espacios
exclusivos para centros comerciales, restaurantes, galerías de arte y es­
pacios lúdicos dirigidos a esta nueva clientela. Sin duda, la nueva eco­
nom ía urb an a tam bién necesitará u n segm ento de trabajadores de
bajos ingresos. Ellos, probablem ente, se verán obligados a viajar lar­
gas distancias hasta sus centros de trabajo, ya que sin la protección del
antiguo estado desarrollista difícilmente podrán enfrentar los costos
de vivir en la ciudad. Mas allá de estos trabajadores escasamente re­
m unerados, m uchos de los antiguos habitantes del m undo urbano
poscolonial se habrán vuelto innecesarios en el nuevo esquem a de
desarrollo. ¿Aceptarán su inutilidad sin protestar? ¿Reaccionarán
ante las nuevas y brutales diferencias sociales? Si la dem ocracia de
masas, com o efectivamente parece, ha arraigado en las ciudades in­
dias, ¿será capaz la sociedad política de desarrollar estrategias de ne­
gociación en el proceso de transición hacia el nuevo m odelo urbano?
¿O, por el contrario, nos enfrentarem os a u n a resistencia anárquica
y atomizada?
Por el m om ento éstas son preguntas sin respuesta. Tal vez no ocu­
rra nada catastrófico. Tal vez ocurra, com o Ashis Nandi señala con
frecuencia, lo mismo que en su m om ento sucedió con la ciencia, el
2 g 2 LA N ACIÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

criquet, el cine, la medicina, e incluso con el terrorismo. Nuestro par­


ticular genius nativo corrom perá, modificará y adaptará el modelo im­
portado de ciudad postindustrial, transform ándolo en un híbrido im­
puro, probablem ente ineficiente pero, en últim a instancia, menos
dramático. Quizá ocurra esto, pero, desde mi punto de vista, la evi­
dencia disponible no parece dem asiado reconfortante. En Calcuta,
ciudad cuyas áreas rurales han sido testigos de algunos de los casos
más afortunados de intervención de la sociedad política, las nuevas con­
diciones históricas auguran una m uerte dolorosa de la industria urbana
tradicional. Combinado con las nuevas fuerzas dominantes en el m er­
cado, esto supone una continua dism inución de población en m u­
chos distritos del norte y centro de la ciudad. Cada vez más, la clase
m edia de cultura bengalí se desplaza hacia áreas periféricas, de ma­
nera que hoy en día apenas el 51 p o r ciento de la población del dis­
trito m etropolitano habla esta lengua. En el núcleo histórico de la
ciudad, el abandono es aún más perceptible: se verifica una disminu­
ción que va desde el 63 p o r ciento, en 1981, hasta el 40 p or ciento ac­
tual. El 22 p o r ciento de la población de la ciudad está integrado
por inm igrantes procedentes de otros estados de India, pero sólo el
12 por ciento procede de otras regiones de Bengala Occidental.
Mientras en los años sesenta y setenta la dem anda de em pleo urbano
de baja rem uneración era cubierta por inm igrantes procedentes del
área circundante, en nuestros días esto ya no es así. El cambio viene
corroborado p o r otro hecho sorprendente: una parte significativa de
la población de lengua bengalí, hom bres y mujeres, cuenta con un tí­
tulo universitario.15 Se trata de un cam bio positivo vinculado al
éxito de las reform as en el m undo rural y al desarrollo agrícola en
Bengala O ccidental, que ha frenado el em pobrecim iento de los p e­
queños cam pesinos y ha p ro p o rcio n ad o em pleo p erm an en te a

15 Todos los datos señalad os p roced en d e la Calcutta M etropolitan


D evelop m en t Authority: N andita C hatteijee, N ikhilesh Bhattacharya
y A nim esh H aider, Socioeconomic Profile of Households in Calcutta Metro­
politan Area, Calcuta, Calcutta M etropolitan D evelop m en t Authority,
1999.
¿SE E S T Á N A B U R G U E S A N D O L A S C IU D A D E S EN IN D IA ? 2 Q ‘¿

quienes n o poseen tierras. Sin em bargo, en su am ada ciudad estos


éxitos, paradójicam ente, se han traducido en nuevas amenazas para
el liderazgo cultural de la clase m edia bengalí.
Por el m om ento, las respuestas que podem os percibir son confu­
sas. Tras superar las reticencias de carácter ideológico, el liderazgo
político de la ciudad ha adm itido que el resurgimiento económico de
Calcuta depende de la industria de alta tecnología, ligada a la inver­
sión extranjera y el m ercado global. Se adm ite ahora que para lograr
este renacim iento la ciudad debe cambiar, dotándose de una nueva
infraestructura. Todos los procesos descritos en este artículo, vincula­
dos al nuevo espacio urbano propio de la ciudad postindustrial, pue­
den observarse en Calcuta. Auspiciados por el Gobierno, estos proce­
sos incluyen el desalojo de ocupantes ilegales y vendedores
ambulantes, la destrucción de barrios de chabolas, sustituidos por
edificios de apartam entos y oficinas, la aparición de exclusivos cen­
tros comerciales y de áreas residenciales segregadas y rigurosam ente
vigiladas, etc. Si existe un plan detrás de estas políticas para convertir
Calcuta en una urbe global, esto implica una nueva ciudad, domi­
nada por la élite empresarial tecnócrata y por su acom pañam iento de
profesionales auxiliares de clase media, que aspiran a integrarse en
una cultura cosmopolita globalizada. Sin embargo, a contracorriente
de ello, observamos tam bién u n esfuerzo p o r reafirm ar el carácter
bengalí de la ciudad, com enzando con el cambio de nom bre de la
urbe, que oficialmente es ahora Kolkata, en lengua bengalí, en lugar
de la antigua denom inación Calcuta, de origen inglés. Esta y otras
medidas similares apuntan a reforzar el dom inio cultural de los inte­
grantes de la clase media bengalí sobre una ciudad que, sin embargo,
físicamente están abandonando.
Es posible que esta ausencia de plan, m apa moral o morfología
imaginada no sea del todo negativa. Tal vez éste sea el camino de las
resistencias locales al impulso de lo global. Sin embargo, me preo­
cupa la capacidad de estas “prácticas locales no conscientes” para ha­
cer frente a los formidables retos de la globalización en el terreno de
lo material y en el campo de los imaginarios. Quizá sólo sean anhelos
294 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

producto de mis obsesiones profesionales, p ero no p uedo dejar de


pensar que en la actitud de estas m uchedum bres, cuando se vuelven
conscientes de sí mismas, se en cu en tran las claves para pensar de
m anera proactiva el futuro de las ciudades indias. Si estoy equivo­
cado, nada nuevo sucederá. Pero si acierto, estos esfuerzos tendrán
resultados significativos.
Nota sobre los textos

Quinientos años de amor y miedo


Este texto fue p u b licado origin alm en te co m o “Five H undred
Years o f Fears and Love”, Economic and Political Weekly, añ o 33,
n° 22, 30 d e m ayo d e 1998, pp. 1330-1336.

L a nación en tiempo heterogéneo, Comunidad imaginada, ¿por quién?y


L a utopía de Anderson
Estos textos form an parte de un ciclo de tres conferencias
titulado “La política d e los gobernados: con sid eraciones sobre la
socied ad p olítica en la m ayor parte d el m u n d o ”, dictado en el
L eonard H astings S ch off M em orial d e la Universidad de
Colum bia, en N ueva York, en n oviem bre d e 2001.

Una respuesta a los “modelos de la sociedad civil” de Taylor


Este ensayo fue p resen tad o en el C enter for Pyschosocial Studies
(C h ic a g o ). C orresp on d e al n° 39 d e los Working Papers and
P roceed in gs d e esta institución, ed itado por Grez Urban y
Benjam ín Lee, co n el título “R esp onse (o Taylor’s Invocation o f
Civil Society”.

El mundo después de la Gran Paz


C on feren cia o rigin alm en te leíd a en la Susobhan Sarkar M emorial
Lecture de 2001, organizada por el Paschim Banga Itihas Samsat.
P osteriorm en te reescrita para su p resen tación en el Presidency
C ollage, Calcuta, en agosto d el m ism o año. La conferencia
original fue escrita y leíd a en b en galí. La traducción al castellano
p ro ced e de la previa traducción al inglés realizada por el autor.

Himno de batalla
Texto d e la charla presentada en un debate organizado p or los
estudiantes d e la U niversidad de Colum bia, en N ueva York,
el 21 d e septiem b re d e 2001. El título hace referencia al canto
funerario co m p u esto p or Julia W. H ow e en 1861, a partir de la
m úsica d e la tonad a pop u lar “Joh n Brown’s Body”, durante la
Guerra de S ecesión norteam ericana, en m em oria d e los soldados
caídos p or la U n ió n . El h im n o fue utilizado posteriorm ente en los
2 9 6 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O

funerales d e grandes h om b res d e Estado, com o W inston Churchill y el


senador Robert Kennedy, y se convirtió en un h om enaje a q u ien es se
consideraba caídos por la libertad y los valores norteam ericanos.

Las contradicciones del secularismo


C onferencia de clausura p ronunciada en el Sem inario “Siting Secularism ”,
en el Oberlin Collage, O berlin, O h io, 21 d e abril d e 2002.

¿Se están, por fin , aburguesando las ciudades en India?


C onferencia p ronunciada en la sesión plenaria de la City O n e C on feren ce,
organizada por Sarai en el C entre for the Study o f D evelop in g Societies, en
D elhi, los días 11,12 y 13 d e en ero de 2003.
Otros títulos publicados:

Cambio de época
Movimientos sociales
y poder político
Maristella Svampa

La educación más allá del capital


István Mészáros

Ética posmoderna
Zygmunt Bauman

Homo academicus
Pierre Bourdieu

Espejos
partha chatterjee
Una historia casi universal
la nación
Eduardo Galeano
en tiempo
heterogéneo Nunca fuimos modernos
Ensayo de antropología simétrica
Bruno Latour

La invención del pueblo


El surgimiento de la soberanía
popular en Inglaterra y
Estados Unidos
Edmund S. Morgan

Los condenados de la ciudad


Gueto, periferias y Estado
Loíc Wacquant

v v v i siglo veintiuno w w w .s ig lo x x ie d ito re s .c o m .a r


.a X n J editores le cto re s@ s¡g lo xxíe d ito re s.co m .a r

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