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Los Presocráticos

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Los presocráticos:

Tales de Mileto (640-546 a.C. aproximadamente). No se conserva nada de sus obras.


Aristóteles en la Metafísica le atribuye los tres fragmentos siguientes, que ilustran su
posición con respecto al problema de la naturaleza.

 "El agua es la sustancia de la cual todo proviene y en la cual todo consiste."


 "Es agua es el principio de la naturaleza." Es monista.
 "Todo está lleno de dioses." (Afirmación más próxima al mito que a la filosofía)

Tales es el primer griego que propone un principio o sustancia


natural/material de las cosas. Sin embargo, su explicación mantiene todavía una clara con
tinuidad cultural con los mitos, como queda reflejado por el gran parecido que existe entre
la concepción de Tales de que todo procede del agua y el poema mítico-
cosmogónico Enunma Ellis, compuesto en Mesopotamia unos 1.500 ó 2.000 años antes
de Cristo, en el cual se representa el inicio del Universo como un caos acuoso donde se
entremezclaban tres clases de agua: la de los ríos, la de los mares y la de las nubes. 
Así pues, para Tales todas las cosas están formadas de agua, poseen una naturaleza
(physis) acuática. 

Anaximandro de Mileto (610-546 a.C. aproximadamente). Escribió una obra


titulada Sobre la naturaleza. Para Anaximandro el principio o arkhé no es un elemento
material concreto sino abstracto, ápeiron, que significa ilimitado, inmenso... Es la materia
indeterminada y sin forma, de la cual surgen todos los seres y en ella se disuelven tras su
fin. Es monista.
Confeccionó un mapa de la Tierra; realizó trabajos para determinar la distancia y el
tamaño de las estrellas; afirmó que la Tierra es esférica y ocupa el centro del mundo. 
Sostuvo que el principio (arjé) o sustancia de las cosas no puede ser ninguna realidad
material concreta, y de ahí que lo denominara ápeiron (ápeiron), es decir, lo
indeterminado, lo indefinido, a partir del cual se fue formando el Universo mediante un
proceso ordenado y necesario de equilibrio cósmico: un proceso de Justicia (d’kh=díke)
universal. El más antiguo texto de filosofía que se conoce es la siguiente frase de
Anaximandro: “De donde las cosas tienen origen, hacia allí tiene lugar también su
perecer, según la necesidad; pues dan justicia y dan pago unas a otras de la injusticia
según el orden del tiempo”.

Es el primero en plantear la idea de un acontecer universal.

Anaxímenes de Mileto (610-514 a.C. aproximadamente). Reconoció como principio el


aire, causa de la generación y el cambio, producidos mediante un doble proceso de
condensación y rarefacción. A partir del aire, por condensación, se produce el agua y la
tierra, mientras que por rarefacción se produce el fuego. De esta manera se habría
formado la tierra, que se concibe como una gran superficie plana extendida y flotando
sobre el aire. Es monista.
De Anaxímenes es la siguiente frase: “Como nuestra alma , siendo aire, nos rige, también
soplo y aire envuelve al mundo todo”.Esta frase viene a decir que de igual modo que el
aliento es lo que anima al hombre y lo mantiene vivo, un aliento/un aire es el principio
(arjé) que anima y da vida al Universo.

Pitágoras y los pitagóricos. 

Pitágoras de Samos (aprox. 572-496 a.C.): nació en la isla de Samos, pero hubo de huir
de allí bajo la tiranía de Polícrates, instalándose en Crotona (Italia) donde fundó la escuela
pitagórica. 
Los pitagóricos fueron una escuela a la vez científica y religiosa. Como
científicos observaron que muchas propiedades de los seres pueden formularse
matemáticamente; por ello afirmaron que los números son el principio (arjé)
o sustancia de todas las cosas. Un fragmento que nos ha llegado de la escuela pitagórica
dice: “Y todas las cosas que se conocen contienen un número, pues sin él nada sería
pensado ni conocido”. Concibieron los números espacialmente, es decir, identificaron el
‘uno’ aritmético con el ‘punto’ geométrico; de manera 
que la línea sería el producto de la unión de dos ‘unos’, la superficie estaría producida por
tres ‘unos’, y el volumen por cuatro ‘unos’.

De este modo, las cosas resultan ser diferentes agregados de unidades-puntos. 


Como escuela religiosa, los pitagóricos profesaban: 
-la creencia en que el alma es de origen divino e inmortal, tiene sucesivas
reencarnaciones y puede ser purificada por el conocimiento; 
-un sistema de vida ascético basado en principios morales estrictos, cuyo
objetivo era también la purificación (catarsis) del alma; tal 
purificación persigue que el alma alcance una armonía interior capaz de integrarle en la
armonía cósmica y evitarle el doloroso ciclo de las 
reencarnaciones. 
Por otra parte, los pitagóricos admitieron la existencia del no-ser, del vacío,
que identificaron con el ‘cero’ matemático. Asimismo, su cosmología afirmaba que el
Universo era el producto de una armonía matemática y que el movimiento de las estrellas
produce una música 
perfecta que no oímos por estar acostumbrados a ella desde nuestro nacimiento. 

Son pluralistas.

Heráclito de Éfeso (544-484 a.C.). Afirma que el testimonio de los sentidos nos muestra
una naturaleza en permanente proceso de cambio: no es posible descender dos veces el
mismo río. El mundo es un fluir constante e irreversible de seres, en la naturaleza todo
fluye. El elemento material del que todo brota y al que todo retorna es el fuego. Ahora
bien, el cambio material no es azaroso ni arbitrario, el devenir no es algo puramente
irracional e ininteligible, sino que está sometido a un orden interno, que Heráclito identifica
con el logos, la razón o ley universal. Es monista.

Es decir, para Heráclito todo lo que existe, existe un instante y al instante siguiente ya no
existe, sino que deviene otra cosa, y ello porque todo lo real está compuesto de
contrarios, los cuales se hallan en lucha/guerra constante, produciendo en las cosas
existentes una tensión eterna hacia el cambio. Tal es la dialéctica de lo real. Esta
comprensión dinámica de la realidad es un claro precedente de la dialéctica socrática y
platónica.

Decía Heráclito que la guerra (pólemos) es el Padre de Todas las Cosas: “La guerra es el
padre y el rey de todas las cosas; a unos los muestra como dioses y a otros como
hombres; a unos los hace esclavos y a otros libres”. De esta guerra entendida como
enfrentamiento perpetuo de fuerzas contrarias, surge la armonía del Cosmos: el equilibrio
que presenta lo real es efecto de tendencias opuestas que luchan y se neutralizan entre
sí, que vencen un instante para ser a continuación vencidas.

Parménides de Elea (540-470 a.C.). Con Parménides la reflexión física o matemática


sobre la naturaleza característica de los presocráticos se convierte en metafísica, en
reflexión sobre el ser. A Parménides, en contra de Heráclito, no le interesa el testimonio
cambiante de los sentidos, ya que carecen de fundamento para alcanzar un conocimiento
verdadero de la realidad. Solo existe realmente lo que permanece siempre idéntico a sí
mismo (ser) y no está sujeto a cambio (no ser). Solo lo que es fundamento, el ser, puede
además ser objeto de conocimiento verdadero. A Parménides ya no le interesa el
testimonio de los sentidos ni el cambio, sino la realidad plena y verdadera del ser que solo
puede ser completada por la razón. 

Se conservan de Parménides, gracias a Simplicio, fragmentos extensos de un poema


construido en hexámetros que consta de un “Proemio” y dos partes: “La Vía de la Verdad”
y “La Vía de la Opinión”. El “Proemio”, que guarda alguna similitud con la Teogonía de
Hesíodo, consiste en una invocación a las Musas, la descripción de un viaje a la morada
de la Diosa y el encuentro con ésta, quien le anuncia su voluntad de hacerle alguna
revelación. La primera de las revelaciones de la diosa consiste en la indicación de la
existencia de dos vías o caminos de conocimiento, y la necesidad de elegir uno de ellos:
el de la Verdad y el de la Opinión. En la primera parte (la que habla de la vía de la verdad)
se recoge su célebre discurso sobre el Ser (to ón=to ón), del que se ha escrito: “ofrece
una ejercitación sin precedentes de la deducción lógica: partiendo de la premisa estí (estí
=existe/es) llega Parménides, mediante el solo uso de la razón y sin la ayuda de los
sentidos, a deducir todo lo que podemos conocer sobre el Ser, acabando por negarle a
los sentidos validez alguna o realidad a lo que ellos pueden percibir”. En la segunda parte
(la que contiene la vía de la opinión), Parménides pasa de “las cosas pensables a las
sensibles” y los fragmentos que conservamos permiten suponer que era un compendio de
cosmología de la época. 

La Vía de la Verdad tiene como punto de partida una exigencia lógica de nuestro
pensamiento: el principio de identidad, formulado de la siguiente manera: El ser es y el
no-ser no es. Este principio, que resulta evidente, le sirvió para deducir como propiedades
del “ser” lo siguiente:

--En primer lugar, que el Ser es Uno o único, pues si afirmamos que hay dos Seres,
entonces ¿qué hay entre ellos? ¿El no-ser? Pero decir esto significa afirmar que el no-ser,
es; y esto es contradictorio. Por tanto, concluimos que el Ser es único, Uno, y que no
existe el vacío, la nada, el no-ser. 
--En segundo lugar, que es Eterno. Pues si no lo fuera, tendría principio y tendría fin. Y si
tiene principio es que antes de principiar el Ser, había el no-ser, lo cual significa afirmar la
contradicción de que el no-ser, en algún momento, es. Por consiguiente, no tiene
principio. Y por la misma razón no tiene fin; porque si lo tiene, es que llega un momento
en que el Ser deja de ser, o lo que es lo mismo, en que el no-ser, es, lo cual es una
contradicción. Así pues, el Ser, además de Único, es eterno. 

--En tercer lugar, es Infinito: el Ser no puede tener límites, porque si los tuviera, ¿qué
habría más allá de ellos? ¿El no-ser? Por tanto, el Ser es único, eterno e infinito. 

--Y en cuarto lugar, el Ser es Inmóvil, no se mueve, porque moverse es dejar de estar en
un lugar para estar en otro, pero, como sabemos, el ser es infinito y no podría moverse
hacia donde ya está.

(Por todo esto se le representa, además, como una Esfera.)

En fin, la verdadera realidad de las cosas, su Ser esencial, es, según Parménides, Uno,
Eterno, Infinito e Inmutable. 

Ahora bien, Parménides es consciente de que la realidad que nos muestran los sentidos
es plural, caduca, finita y en continua transformación y movimiento, es decir,
completamente distinta de ese Ser Inmutable y Único que nuestro pensamiento racional
concibe con lógica implacable. Entonces, consecuentemente, Parménides concluye que la
abigarrada pluralidad y movimiento del mundo sensible (el que nos muestran los
sentidos), es una apariencia, una ilusión, una especie de sueño irreal. E inmediatamente
saca otra conclusión: la de que además de este mundo sensible que percibimos, existe un
mundo inteligible, que no percibimos con los sentidos, pero que es el verdadero y que
comprendemos con nuestra razón o logos, pues está sujeto a las mismas leyes lógicas
que nuestro pensar. Escribe Parménides: “Una y la misma cosa son ser y pensar”, es
decir, el ser de las cosas es exactamente idéntico a mi pensar lógico, no contradictorio,
sobre él.

Parménides no sólo reflexiona sobre el Ser de las cosas, inaugurando así la Ontología,
sino que también reflexiona de un modo explícito sobre cómo llegamos al conocimiento
del Ser de las cosas, inaugurando también la Gnoseología o Epistemología. Para
Parménides sólo la Razón nos da acceso a la verdad (=alethéia=descubrir lo oculto), a un
conocimiento no engañoso del ser de las cosas, pues sólo ella nos permite conocer el
mundo inteligible (=verdadera realidad). Por primera vez aparece en la historia de la
filosofía la distinción ‘mundo sensible/mundo inteligible’ que más tarde será recogida por
Platón. La primacía dada al conocimiento racional inclinará a la filosofía griega hacia el
camino de la especulación abstracta y metafísica, abandonando en buena medida los
aspectos empíricos de la realidad, es decir, aquellos que podemos conocer gracias a los
sentidos.

Es monista.

Empédocles de Agrigento (492-430 a. C.). Para Empédocles los permanentes estados


de cambio que se dan en la naturaleza se reducen a una continua mezcla y separación de
elementos: aire, agua, tierra y fuego. Es pluralista. A su vez, estos cuatro elementos,
están sujetos a dos fuerzas cósmicas opuestas: el amor, que tiende a unirlas, y la
discordia, que tiende a separarlas, en un interminable ciclo cósmico.

Conoció el pitagorismo y la doctrina de Heráclito, pero fue Parménides quien más le


influyó. Llegó a ser un médico famoso e intervino activamente en la política a favor de la
democracia. Se dice de él que fue el primero en llevar a cabo un experimento, tratando de
explicar el mecanismo de la respiración y la circulación de la sangre. Aristóteles le
considera también el inventor de la Retórica (el arte de hablar bien y persuasivamente en
público). Conservamos dos obras suyas en verso: las Purificaciones, obra de influencia
pitagórica, y Sobre la naturaleza, en la que trata de conciliar el antagonismo entre Ser y
Devenir, afirmando que las cosas están constituidas por cuatro elementos materiales o
sustancias que son eternas e indestructibles. Tales elementos al combinarse dan lugar a
las diferentes cosas junto con sus continuos cambios.

Esta doctrina será mantenida hasta que Lavoisier en el siglo XVIII establezca la Química
moderna.

Así pues, según Empédocles y el pitagorismo cada elemento físico-material está hecho
con una forma geométrica pura y eterna. Concepción que será recogida más tarde por
Platón en su diálogo de vejez Timeo, una de las obras más influyentes en ciencia y
filosofía hasta bien entrada la Edad Moderna. 

Por último, decir que para Empédocles las cosas son diferentes debido a la diversa
proporción que contienen en su interior de cada una de las cuatro sustancias materiales
eternas. Y que además de esos cuatro elementos, hay dos fuerzas naturales causantes
del nacer y morir de las cosas, es decir, de sus continuos cambios y transformaciones: el
Amor (que atrae y une los elementos) y el Odio o Discordia (que los separa). El dominio
del Amor y del Odio se alterna dentro del eterno ciclo cósmico. Además, Empédocles
explicó el conocimiento que tenemos de las cosas acudiendo a la tesis de la simpatía. Así
escribe: “Vemos la tierra por la tierra (que hay en nosotros), el agua por el agua, el aire
divino por el aire y el fuego destructor por el fuego”; y también: “Sólo lo semejante conoce
lo semejante”.

Anaxágoras de Clazomene (500-428 a.C.). Cualquier ser de la naturaleza está


compuesto por mezclas proporcionales y variables de unas partículas elementales,
primeros principios de la materia, a las que denominó semillas u homeomerías. Es
pluralista. Las semillas son ilimitadas en su número y diferentes según la cualidad material
de que estén compuestas. Las innumerables mezclas están sujetas a un orden externo, la
Inteligencia o nous, principio racional de las mezclas.

Fue el primer pensador jonio que, atraído por las reformas democráticas de Pericles, se
trasladó a Atenas, inaugurando el periodo de esplendor y hegemonía cultural de esta
ciudad durante el siglo V. Sócrates le escuchó, pero quedó decepcionado porque
Anaxágoras era un filósofo al que no le preocupaban los asuntos de la polis, dedicándose
exclusivamente a la investigación y contemplación de la naturaleza. Uno de los
fragmentos que nos han llegado de Anaxágoras dice: “Vivir para contemplar el Sol, la
Luna y el Cielo”. 

A comienzos de la llamada Guerra del Peloponeso (Atenas contra Esparta) fue expulsado
de Atenas por impiedad (ser irrespetuoso con los dioses), a causa de haber afirmado que
el Sol era una piedra ardiente, no un dios, lo que dedujo de la observación de un
meteorito caído en Egospótamos hacia los años 468-66. Es el primero que añade a la
materia, como causa del movimiento y cambios que en ella se dan, una realidad
inmaterial/espiritual a la que llamó Nous, es decir, Inteligencia.

Las homeomerías, originalmente, se encontraban mezcladas sin orden alguno en un Caos


compacto e inmóvil. Este Caos entró en movimiento por la acción de una causa exterior,
el Nous o Inteligencia, que le imprimió un movimiento circular, de “rotación”, del que
fueron engendrándose por agregación/disgregación los distintos entes. El Nous es, por
tanto, a diferencia de las homeomerías, que son partículas de materia, una realidad no
material o espiritual capaz de ordenar la materia, es decir, arrancarla del Caos, pero no es
su creador (el concepto de ‘creación’ de algo a partir de la nada es desconocido para los
griegos; será introducido por el cristianismo, que a su vez lo toma del judaísmo).

Demócrito de Abdera (460-370 a.C.). Es el principal filósofo atomista. Para Demócrito


todo ser natural está formado por un número determinado de partículas elementales,
simples y no perceptibles, a las que llamó átomos, que literalmente significa indivisibles.
Es pluralista. Los átomos son elementos materiales eternos, inmutables e indestructibles.
Todos son cualitativamente iguales, pero se diferencian por su forma, posición, peso o
cohesión. El cambio resulta del perpetuo movimiento de los átomos en el vacío. Los
átomos se mueven espontáneamente, por azar. Del choque azaroso de los átomos surge
la realidad.

Tales átomos, a diferencia de las homeomerías de Anaxágoras que reciben el movimiento


de una causa exterior, poseen movimiento propio y espontáneo (autómaton), chocando
entre sí y formando agregados más o menos duraderos, es decir, los entes del universo
en su orden actual. Según Demócrito, ese torbellino de choques y entrelazamientos es a
la vez producto del azar y de la necesidad.

Ahora bien, para que sea posible el movimiento de los átomos, Demócrito ha de afirmar
que entre ellos existe el vacío, espacio donde no existe nada de materia, es decir, ha de
afirmar que el no-ser, es/existe de algún modo.

Un fragmento conservado de Demócrito dice: “Lo dulce y lo amargo, lo caliente y lo frío, lo


amarillo y lo verde, etc., no son más que opiniones; sólo los átomos y el vacío son
verdaderos.”

El atomismo de Demócrito alumbró un modelo mecanicista de la Naturaleza: ésta no es el


resultado de un ordenamiento inteligente trazado por un Espíritu o Inteligencia exterior
(así el modelo físico de Anaxágoras, que es un modelo finalista, en el que todo está
organizado/ordenado de acuerdo con ciertos fines {télos} que el Nous ha imprimido en la
materia/cosas), sino que la Naturaleza y todos sus movimientos/cambios son fruto de una
necesidad ciega, mecánica, sin ningún fin predeterminado, y de un ciego azar. Este
modelo, para explicar los movimientos físicos, sólo necesita una serie de
partículas/puntos materiales y el desplazamiento de éstas en el espacio vacío. Tal modelo
físico se impondrá definitivamente a partir del Renacimiento y será
perfeccionado/desarrollado un poco más tarde por Descartes con sus ‘coordenadas
cartesianas’. 

Demócrito también formuló una teoría para explicar la sensación: el ver tiene lugar porque
algo está presente en la pupila; todas las cosas visibles emanan de sí imágenes (eídola)
que tienen la misma forma que aquello de lo cual emanan, estas imágenes oprimen el aire
que hay entre la cosa y el ojo, dándole así su misma forma, y haciendo que el ojo sienta
tal ‘opresión’ como una imagen (eídola) con la forma de la cosa.

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