Los Presocráticos
Los Presocráticos
Los Presocráticos
Pitágoras de Samos (aprox. 572-496 a.C.): nació en la isla de Samos, pero hubo de huir
de allí bajo la tiranía de Polícrates, instalándose en Crotona (Italia) donde fundó la escuela
pitagórica.
Los pitagóricos fueron una escuela a la vez científica y religiosa. Como
científicos observaron que muchas propiedades de los seres pueden formularse
matemáticamente; por ello afirmaron que los números son el principio (arjé)
o sustancia de todas las cosas. Un fragmento que nos ha llegado de la escuela pitagórica
dice: “Y todas las cosas que se conocen contienen un número, pues sin él nada sería
pensado ni conocido”. Concibieron los números espacialmente, es decir, identificaron el
‘uno’ aritmético con el ‘punto’ geométrico; de manera
que la línea sería el producto de la unión de dos ‘unos’, la superficie estaría producida por
tres ‘unos’, y el volumen por cuatro ‘unos’.
Son pluralistas.
Heráclito de Éfeso (544-484 a.C.). Afirma que el testimonio de los sentidos nos muestra
una naturaleza en permanente proceso de cambio: no es posible descender dos veces el
mismo río. El mundo es un fluir constante e irreversible de seres, en la naturaleza todo
fluye. El elemento material del que todo brota y al que todo retorna es el fuego. Ahora
bien, el cambio material no es azaroso ni arbitrario, el devenir no es algo puramente
irracional e ininteligible, sino que está sometido a un orden interno, que Heráclito identifica
con el logos, la razón o ley universal. Es monista.
Es decir, para Heráclito todo lo que existe, existe un instante y al instante siguiente ya no
existe, sino que deviene otra cosa, y ello porque todo lo real está compuesto de
contrarios, los cuales se hallan en lucha/guerra constante, produciendo en las cosas
existentes una tensión eterna hacia el cambio. Tal es la dialéctica de lo real. Esta
comprensión dinámica de la realidad es un claro precedente de la dialéctica socrática y
platónica.
Decía Heráclito que la guerra (pólemos) es el Padre de Todas las Cosas: “La guerra es el
padre y el rey de todas las cosas; a unos los muestra como dioses y a otros como
hombres; a unos los hace esclavos y a otros libres”. De esta guerra entendida como
enfrentamiento perpetuo de fuerzas contrarias, surge la armonía del Cosmos: el equilibrio
que presenta lo real es efecto de tendencias opuestas que luchan y se neutralizan entre
sí, que vencen un instante para ser a continuación vencidas.
La Vía de la Verdad tiene como punto de partida una exigencia lógica de nuestro
pensamiento: el principio de identidad, formulado de la siguiente manera: El ser es y el
no-ser no es. Este principio, que resulta evidente, le sirvió para deducir como propiedades
del “ser” lo siguiente:
--En primer lugar, que el Ser es Uno o único, pues si afirmamos que hay dos Seres,
entonces ¿qué hay entre ellos? ¿El no-ser? Pero decir esto significa afirmar que el no-ser,
es; y esto es contradictorio. Por tanto, concluimos que el Ser es único, Uno, y que no
existe el vacío, la nada, el no-ser.
--En segundo lugar, que es Eterno. Pues si no lo fuera, tendría principio y tendría fin. Y si
tiene principio es que antes de principiar el Ser, había el no-ser, lo cual significa afirmar la
contradicción de que el no-ser, en algún momento, es. Por consiguiente, no tiene
principio. Y por la misma razón no tiene fin; porque si lo tiene, es que llega un momento
en que el Ser deja de ser, o lo que es lo mismo, en que el no-ser, es, lo cual es una
contradicción. Así pues, el Ser, además de Único, es eterno.
--En tercer lugar, es Infinito: el Ser no puede tener límites, porque si los tuviera, ¿qué
habría más allá de ellos? ¿El no-ser? Por tanto, el Ser es único, eterno e infinito.
--Y en cuarto lugar, el Ser es Inmóvil, no se mueve, porque moverse es dejar de estar en
un lugar para estar en otro, pero, como sabemos, el ser es infinito y no podría moverse
hacia donde ya está.
En fin, la verdadera realidad de las cosas, su Ser esencial, es, según Parménides, Uno,
Eterno, Infinito e Inmutable.
Ahora bien, Parménides es consciente de que la realidad que nos muestran los sentidos
es plural, caduca, finita y en continua transformación y movimiento, es decir,
completamente distinta de ese Ser Inmutable y Único que nuestro pensamiento racional
concibe con lógica implacable. Entonces, consecuentemente, Parménides concluye que la
abigarrada pluralidad y movimiento del mundo sensible (el que nos muestran los
sentidos), es una apariencia, una ilusión, una especie de sueño irreal. E inmediatamente
saca otra conclusión: la de que además de este mundo sensible que percibimos, existe un
mundo inteligible, que no percibimos con los sentidos, pero que es el verdadero y que
comprendemos con nuestra razón o logos, pues está sujeto a las mismas leyes lógicas
que nuestro pensar. Escribe Parménides: “Una y la misma cosa son ser y pensar”, es
decir, el ser de las cosas es exactamente idéntico a mi pensar lógico, no contradictorio,
sobre él.
Parménides no sólo reflexiona sobre el Ser de las cosas, inaugurando así la Ontología,
sino que también reflexiona de un modo explícito sobre cómo llegamos al conocimiento
del Ser de las cosas, inaugurando también la Gnoseología o Epistemología. Para
Parménides sólo la Razón nos da acceso a la verdad (=alethéia=descubrir lo oculto), a un
conocimiento no engañoso del ser de las cosas, pues sólo ella nos permite conocer el
mundo inteligible (=verdadera realidad). Por primera vez aparece en la historia de la
filosofía la distinción ‘mundo sensible/mundo inteligible’ que más tarde será recogida por
Platón. La primacía dada al conocimiento racional inclinará a la filosofía griega hacia el
camino de la especulación abstracta y metafísica, abandonando en buena medida los
aspectos empíricos de la realidad, es decir, aquellos que podemos conocer gracias a los
sentidos.
Es monista.
Esta doctrina será mantenida hasta que Lavoisier en el siglo XVIII establezca la Química
moderna.
Así pues, según Empédocles y el pitagorismo cada elemento físico-material está hecho
con una forma geométrica pura y eterna. Concepción que será recogida más tarde por
Platón en su diálogo de vejez Timeo, una de las obras más influyentes en ciencia y
filosofía hasta bien entrada la Edad Moderna.
Por último, decir que para Empédocles las cosas son diferentes debido a la diversa
proporción que contienen en su interior de cada una de las cuatro sustancias materiales
eternas. Y que además de esos cuatro elementos, hay dos fuerzas naturales causantes
del nacer y morir de las cosas, es decir, de sus continuos cambios y transformaciones: el
Amor (que atrae y une los elementos) y el Odio o Discordia (que los separa). El dominio
del Amor y del Odio se alterna dentro del eterno ciclo cósmico. Además, Empédocles
explicó el conocimiento que tenemos de las cosas acudiendo a la tesis de la simpatía. Así
escribe: “Vemos la tierra por la tierra (que hay en nosotros), el agua por el agua, el aire
divino por el aire y el fuego destructor por el fuego”; y también: “Sólo lo semejante conoce
lo semejante”.
Fue el primer pensador jonio que, atraído por las reformas democráticas de Pericles, se
trasladó a Atenas, inaugurando el periodo de esplendor y hegemonía cultural de esta
ciudad durante el siglo V. Sócrates le escuchó, pero quedó decepcionado porque
Anaxágoras era un filósofo al que no le preocupaban los asuntos de la polis, dedicándose
exclusivamente a la investigación y contemplación de la naturaleza. Uno de los
fragmentos que nos han llegado de Anaxágoras dice: “Vivir para contemplar el Sol, la
Luna y el Cielo”.
A comienzos de la llamada Guerra del Peloponeso (Atenas contra Esparta) fue expulsado
de Atenas por impiedad (ser irrespetuoso con los dioses), a causa de haber afirmado que
el Sol era una piedra ardiente, no un dios, lo que dedujo de la observación de un
meteorito caído en Egospótamos hacia los años 468-66. Es el primero que añade a la
materia, como causa del movimiento y cambios que en ella se dan, una realidad
inmaterial/espiritual a la que llamó Nous, es decir, Inteligencia.
Ahora bien, para que sea posible el movimiento de los átomos, Demócrito ha de afirmar
que entre ellos existe el vacío, espacio donde no existe nada de materia, es decir, ha de
afirmar que el no-ser, es/existe de algún modo.
Demócrito también formuló una teoría para explicar la sensación: el ver tiene lugar porque
algo está presente en la pupila; todas las cosas visibles emanan de sí imágenes (eídola)
que tienen la misma forma que aquello de lo cual emanan, estas imágenes oprimen el aire
que hay entre la cosa y el ojo, dándole así su misma forma, y haciendo que el ojo sienta
tal ‘opresión’ como una imagen (eídola) con la forma de la cosa.