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La Finalidad de La Cruz

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LA FINALIDAD DE LA CRUZ

December 1, 2014
Hunt, Dave

(Originalmente publicado en Octubre de 1995)  

 "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí..."
(Gálatas 2:20).

Existe en el mundo secular personas que están en contra del Cristianismo y quienes
estarían felices si pudieran eliminar todas las exhibiciones públicas de la cruz.  Sin
embargo todavía se ve en la cima de decenas de miles de iglesias y en las procesiones
religiosas, muy a menudo hechas de oro y hasta llenas de piedras preciosas. Más
frecuentemente, sin embargo, la cruz se muestra como joyería popular colgando
alrededor del cuello o colgando de las orejas. Uno se pregunta ¿por qué extraño
fenómeno esta cruz manchada de sangre, la cual es un áspero símbolo de tormento en la
cual Cristo sufrió y murió por nuestros pecados se haya convertido en un objeto tan
casual, tan informal y tan incidental?

No importa cómo se exhibe, como joyas o como grafiti, la cruz es universalmente


reconocida como el símbolo del Cristianismo — y ahí es donde radica el problema. La
cruz, es decir el objeto en sí, en vez de representar lo que ocurrió hace 19 siglos, se ha
convertido en el foco de atención, dando lugar a varios errores graves. Su misma forma,
aunque originalmente diseñada para castigar criminales, se ha convertido ahora en algo
sagrado y misteriosamente impregnada con poderes mágicos, fomentando la ilusión que
el sólo hecho de mostrar la cruz de alguna manera otorga cierta protección divina. 
Millones de personas supersticiosamente tienen una cruz en sus casas o en sus personas
o hacen "la señal de la cruz" para alejar al maligno y para asustar a los demonios.  Los
demonios temen a Cristo, no a la cruz y aquel quien no ha sido crucificado con Cristo
está mostrando la cruz en vano.

Pablo declaró, "Porque la palabra de la cruz es locura para los que se pierden; pero a los
que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios" (1 Corintios 1:18).  Por lo tanto, el
poder de la cruz no radica en su despliegue, sino en su predicación; y esa predicación no
tiene nada que ver con la forma peculiar de la Cruz, sino con la muerte de Cristo en esa
cruz, como lo es declarado en el evangelio. El evangelio es "el poder de Dios para
salvación a todo aquel que cree" (Romanos:1:16), no para aquellos que la usan, la
exhiben o los que hacen la señal de la Cruz.

¿Cuál es este evangelio que salva? Pablo afirma explícitamente: "Además os declaro,
hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual
también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado,
sois salvos, si no creísteis en vano.  Porque primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y
que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las escrituras..." (1 Corintios
15:1-4).  Es una sorpresa para muchos que el evangelio no incluye ninguna mención de
una cruz. ¿Por qué? Porque una cruz no era esencial para nuestra salvación. Cristo tuvo
que ser crucificado para que la profecía sea cumplida en lo que se refiere a la muerte del
Mesías (Salmo 22), no porque la Cruz en sí tenga algo que ver con nuestra redención.
Lo esencial era el derramamiento de la sangre de Cristo durante Su muerte en la cruz,
como fue profetizada en los sacrificios del Antiguo Testamento,  ya que "sin
derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos 9:22); porque "la misma sangre
hará expiación de la persona" (Levítico 17:11).

Esto no quiere decir que la Cruz en sí no tenga ningún significado. El que Cristo haya
sido clavado en una cruz revela las profundidades horripilantes de la maldad innata
dentro de cada corazón humano. El haber sido clavado desnudo a una cruz y mostrado
públicamente, y morir lentamente con insultos y gritos llenando el aire, ha debido ser la
muerte más atroz, dolorosa y humillante que podría formularse. Y eso es exactamente lo
que el hombre infeliz hizo a su Creador. Deberíamos postrarnos en el suelo
arrepentidos, llenos de vergüenza, porque no fue solamente la multitud sanguinaria con
su gritería y los soldados haciendo burla, sino que también fueron nuestros pecados que
crucificaron a nuestro Salvador en esa cruz.

La cruz pone al desnudo por toda la eternidad la horrible verdad que, aunque sea
camuflada  por la educada fachada de la cultura y de la educación, el corazón del
hombre es "engañoso sobre todas las cosas y perverso" (Jeremías17:9), capaz de maldad
incomprensible incluso contra el Dios que lo creó y quien lo ama y le proporciona
pacientemente todo lo que él necesite. ¿Hay alguien que dude de la maldad de su propio
corazón? Que él mire a la cruz y reconozca con repulsión sus actos malignos. ¡No es de
extrañar que el soberbio humanista odia la cruz!       

Al mismo tiempo que la cruz expone en forma desnuda la maldad en el hombre, sin
embargo, también revela la bondad, la misericordia y el amor de Dios como ningún otro
elemento lo pueda hacer. Frente a tanta maldad indescriptible, tal odio diabólico
expresado contra él, el Señor de gloria, que podría destruir la tierra y todo sobre ella con
una palabra, permitió que se burlaran y ser falsamente acusado, azotado y clavado en la
Cruz.  Cristo "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
Cruz" (Filipenses 2:8). Cuando el hombre estaba haciendo lo peor que podía hacer, Dios
respondió en amor, no solamente rindiéndose a sus verdugos, sino también cargando
nuestros pecados y tomando la sentencia que justamente nos merecíamos.

Aquí radica otro problema serio con el símbolo de la cruz y especialmente con el
crucifijo del Catolicismo, que retrata a Cristo perpetuamente en la cruz, como lo hace
también en la misa. El énfasis se centra en el sufrimiento físico de Cristo, como si tal
hecho hubiera sido lo que pagó por nuestros pecados. Por el contrario, eso fue lo que el
hombre le hizo y ese hecho nos condena a todos nosotros. Nuestra redención se produjo
a través de Cristo quien puso "su vida en expiación por el pecado" (Isaías 53:10); Dios
"cargó en Él el pecado de todos nosotros" (Isaías 53:6); Y fue Cristo "quien llevó Él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24).

La muerte de Cristo es evidencia irrefutable que Dios en Su justicia debe castigar el


pecado, la pena debe ser pagada o no puede haber perdón. Que el hijo de Dios haya
tenido que soportar la cruz, incluso después de haber clamado a Su Padre contemplando
con suma agonía la carga de nuestros pecados y pidiendo, "Padre mío, si es posible,
pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39). Eso es
prueba que no había otra manera en que la humanidad podía ser redimida.       Cuando
Cristo, el que no cometió pecado, el hombre perfecto y amado de Su padre, tomó
nuestro lugar, el juicio de Dios cayó sobre Él en toda su furia. ¡Qué tan severo debe ser
entonces el castigo para aquellos que rechazan a Cristo y rehúsan el indulto ofrecido en
Él!¡Nosotros como creyentes debemos advertirles!

Al mismo tiempo y con el mismo aliento en que sonamos la alarma del juicio venidero,
también debemos proclamar las buenas noticias que se nos ha dado, como es la
redención y también el perdón de Dios que es ofrecido aún para el más vil de los
pecadores. ¡No se puede concebir nada más malvado que el haber crucificado a Dios!
Sin embargo, fue desde la cruz, en infinito amor y en misericordia que Cristo oró,
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"(Lucas 23:34). Entonces la cruz
demuestra también, que hay perdón para el peor de los pecados y para el peor de los
pecadores.

Trágicamente, sin embargo, la gran mayoría de la humanidad rechaza a Cristo. Y es


aquí que encaramos otro peligro: que en nuestro sincero deseo de salvar almas
modificamos el mensaje de la Cruz,  para evitar ofender al mundo. Pablo nos advirtió
que deberíamos tener cuidado de predicar la cruz "no con sabiduría de palabras, para
que no se haga vana la cruz de Cristo" (1 Corintios 1:17).  Pero, algunos podrían decir,
que el evangelio podría predicarse en una manera nueva,  más atractiva para los impíos,
en vez de la manera en que predicadores de antaño lo presentan.

Tal vez también uno podría especular que con las técnicas modernas se podría presentar
la cruz empaquetada de tal manera que podrían vestirla con cierta música o con cierto
entretenimiento para así dar al evangelio una nueva relevancia o por lo menos con cierta
familiaridad.  También la  Psicología podría ser usada para dar un enfoque más positivo.
Tal vez, continúan diciendo algunos, no deberíamos confrontar a los pecadores con su
pecado, ni tampoco con amenazas de la penumbra y la perdición del juicio venidero,
sino explicarles que su comportamiento no es realmente culpa de ellos, sino que es el
resultado de los abusos que han sufrido. Después de todo, ¿no somos todos víctimas?
¿Y no fue Cristo quien vino a rescatarnos de tal victimización y de nuestra negativa
opinión de nosotros mismos y restaurar nuestra baja autoestima y confianza en nosotros
mismos? ¡Mezclemos la Cruz con la psicología y el mundo hallará un camino a nuestras
iglesias, llenándolos con nuevos miembros! - ¡Tal es el Evangelismo moderno en
nuestros días!

Confrontando tal perversión, A. W. Tozer escribió: "Si entiendo bien, la cruz del
evangelismo popular no es la cruz del Nuevo Testamento. Es más bien un adorno nuevo
y brillante en el pecho de un Cristianismo carnal y seguro de sí mismo...La antigua cruz
mató a los pecadores; la nueva cruz los divierte. La antigua cruz condena; la nueva cruz
entretiene. La antigua cruz destruyó la confianza en la carne; la nueva cruz alienta y
estimula tal confianza...La carne, sonriente y confiada, predica y canta acerca de la cruz;
y al frente de esa cruz se dirige con artimañas cuidadosamente organizadas, pero sobre
esa cruz no morirá, y se niega obstinadamente a soportar la reprobación que le da esa
antigua cruz."

Y aquí es donde encontramos la clave de este tema.  El evangelio está diseñado para
hacer de nosotros lo mismo que la cruz hizo a los que colgaron a Cristo: ponerlos
totalmente a la muerte. Estas son las buenas noticias que el apóstol Pablo manifestó:
"Yo estoy crucificado con Cristo". La cruz no es una escalera de incendios que sirve
como escape del infierno al cielo, sino un lugar donde nosotros morimos en Cristo. Sólo
entonces podemos experimentar "el poder de su resurrección" (Filipenses 3:10), pues
sólo los muertos pueden ser resucitados. Qué alegría es lo que esa promesa trae a
aquellos que desean escapar de la maldad de sus propios corazones y de sus vidas; y qué
fanatismo parece a aquellos que quieren aferrarse a ellos mismos y por lo tanto quieren
predicar lo que Tozer llamó la "Nueva Cruz".

Pablo declaró:  "el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gálatas 6:14). Es un


lenguaje fuerte. Este mundo odió y crucificó al Señor, a quien nosotros ahora amamos,
y en ese acto también fuimos crucificados. Como verdaderos creyentes hemos tomado
nuestra posición con Cristo.   Que el mundo haga con nosotros lo que hizo con Él, pero
nunca nos uniremos en sus ambiciones y deseos egoístas, sus normas de impíos, su
soberbia determinación de edificar una utopía sin Dios y su indiferencia y abandono de
la eternidad.  

El creer en Cristo es admitir que la muerte que sufrió por nosotros es exactamente lo
que nosotros merecemos. Por lo tanto, cuando Cristo murió, morimos en Él: "Porque el
amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos
murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para
aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Corintios 5: 14,15).

"Pero yo no estoy muerto”, sería una respuesta. "Yo todavía está bien vivo".  Pablo,
también reconocía, "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso
hago" (Romanos 7:19).  Entonces ¿qué significa "Estoy crucificado con Cristo" en
nuestra vida diaria?  Lo que significa es que automáticamente no somos "muertos al
pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Romanos 6:11). Todavía
tenemos nuestra propia voluntad y la habilidad de tomar decisiones.

Entonces ¿qué poder tiene el Cristiano sobre el pecado que no tiene un Budista o una
buena persona moral? En primer lugar, tenemos paz para con Dios "a través de la sangre
de su cruz" (Colosenses 1:20). La pena o el castigo ya se ha pagado en su totalidad, así
que ya no tenemos que vivir una vida buena por temor que si no lo hacemos estaríamos
condenados, sino por amor a aquel quien nos ha salvado  "Nosotros le amamos a Él 
porque Él nos amó primero" (1 Juan 4:19); y el amor incita a la persona a amar al que lo
ama a todo costo. "El que me ama, mi palabra guardará" (Juan 14:23), nuestro Señor,
dijo. Mientras más contemplamos la cruz y más meditemos acerca del precio que
nuestro Señor tuvo que pagar por nuestra redención, más es nuestro amor hacia Él, y
más es nuestro deseo de complacerlo.

En segundo lugar, en vez de luchar en vencer al pecado, debemos aceptar por fe que
hemos muerto en Cristo. Los muertos no pueden ser tentados. Nuestra fe no está basada
en nuestra capacidad de actuar como personas crucificadas, sino en el hecho de que
Cristo fue crucificado una vez por todas, como pago total del castigo por nuestros
pecados.

En tercer lugar, después de declarar que fue "crucificado con Cristo", Pablo agregó:
"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo
que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20).  El justo solo "vive por fe" (Romanos1:17;
Gálatas3:11; Hebreos10:38) en Cristo, pero el que no es Cristiano sólo puede poner su
fe en sí mismo o en un programa de autoayuda o en un falso gurú.
Trágicamente, la fe Católica no está en la redención de lo que Cristo hizo una vez por
todas en la cruz, sino en la misa, que supuestamente es el mismo sacrificio que ocurrió
en la cruz y que imparte el perdón y vida nueva cada vez que se repite. Se afirma que el
sacerdote transforma la hostia y el vino en el cuerpo literal y sangre de Cristo, por lo
tanto haciendo el sacrificio de la cruz en algo presente y permanente. Es imposible, sin
embargo, que un evento pasado pueda hacerse presente. Por otra parte, si el evento
pasado ha logrado ya su propósito, entonces no hay razón para querer perpetuarlo en el
presente, aún si eso fuera posible. Por ejemplo, si un benefactor paga la deuda que
alguien tiene con un acreedor, eso indica que tal deuda ya ha sido pagada en su totalidad
y la deuda ha desaparecido para siempre. No tendría ningún sentido el hablar de re-
presentar o de perpetuar tal deuda en el tiempo presente.  Lo único que uno podría hacer
es recordar con gratitud el pago que ya se hizo, pero ninguna representación tendría
alguna virtud, puesto que ya no queda ninguna deuda que pagar.

Cuando Cristo murió, triunfantemente Él clamó, "consumado es", usando una expresión
griega que significa que la deuda había sido pagada en su totalidad. Sin embargo, el
Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice, "como sacrificio, la Eucaristía también se
ofrece en reparación por los pecados de los vivos y de los muertos y para obtener
beneficios espirituales o temporales de Dios" (par 1414, p 356). Es como tratar de
seguir pagando cuotas de una deuda que ya se ha pagado en su totalidad. ¡La Misa es
una negación de la suficiencia del pago por los pecados que Cristo hizo en la cruz!   El 
Católico vive con la incertidumbre de no saber cuántas misas más necesita para llevarlo
al cielo.

Muchos Protestantes viven en una incertidumbre similar, temerosos de que todavía


pueden estar perdidos, si no logran vivir una buena vida o con el temor de perder su fe o
el dar la espalda a Cristo. Hay una finalidad bendita en la Cruz que nos libera de tanta
inseguridad. No hay necesidad de que Cristo sea crucificado otra vez; ni tampoco
aquellos que han sido "crucificados con Cristo" puedan ser "descrucificados" para ser
nuevamente "crucificados”. Pablo declaró: "Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:3). ¡Qué garantía maravillosa para nuestro
tiempo presente y para toda la eternidad! TBC

LA FINALIDAD DE LA CRUZ

Dave Hunt

Diciembre 2014 (Originalmente publicado en Octubre de 1995) 

Título en inglés: “The Finality of the Cross”


Una vida crucificada con Cristo

 Gálatas 2:20 Con Cristo estoy juntamente


crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Permítame hablarle de Sara, una mujer que recibió a Cristo cuando era niña, y que ha
tratado de caminar con Él desde entonces. A pesar de que asiste fielmente a la iglesia y
sirve al Señor de diversas maneras, tiene un problema que la ha acosado durante los
últimos veinte años. Es un pecado que no puede controlar. Cada mañana, comienza el
día con la promesa de no ceder a la tentación.

Pero en la noche baja la cabeza avergonzada y otra vez confiesa su fracaso al Señor.
Estos pensamientos siguen fluyendo en su mente: ¿Por qué no puedo vencer esto? ¿Qué
pasa conmigo? Pensé que la vida cristiana era diferente. Esta situación es muy común
para muchos creyentes. Sara tiene razón en una cosa: esta no es la manera como el
Señor quiere que vivamos.

"Con Cristo estoy juntamente crucificado", escribió el apóstol Pablo, "y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2.20).

Tal vez usted haya escuchado este versículo antes. E incluso, lo haya memorizado, pero
¿lo está viviendo? ¿Ha sido revelado a su corazón? Puesto que esta es la clave de la vida
cristiana fructífera, necesitamos encontrar la manera de ponerla en práctica.

¿Qué significa estar crucificado con Cristo?

Romanos 8: 3 La ley de Moisés no podía salvarnos, porque nuestra naturaleza


pecaminosa es débil. Así que Dios hizo lo que la ley no podía hacer. Él envió a su
propio Hijo en un cuerpo como el que nosotros los pecadores tenemos; y en ese cuerpo,
mediante la entrega de su Hijo como sacrificio por nuestros pecados, Dios declaró el fin
del dominio que el pecado tenía sobre nosotros. 4 Lo hizo para que se cumpliera
totalmente la exigencia justa de la ley a favor de nosotros, que ya no seguimos a nuestra
naturaleza pecaminosa sino que seguimos al Espíritu.(NTV)

Antes de recibir a Cristo como Salvador, estábamos gobernados por la naturaleza de


pecado. Pero, cuando recibimos a Cristo, la autoridad del pecado sobre nosotros fue
destruida. Aunque todavía tenemos el mismo cuerpo, Jesús vive en nosotros por medio
del Espíritu Santo. Lo que no podemos hacer con nuestras propias fuerzas, el Espíritu lo
hace por nosotros cuando nos rendimos a Él. La victoria sobre el pecado se logra al
permitir que el poder de Cristo fluya en nosotros.

Dios a través de su Espíritu que nos revela todas las cosas nos da el poder para poseer y
permanecer libres del pecado. 1 Corintios 6:12 Todas las cosas me son lícitas, mas no
todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de
ninguna.

Cuando vivimos bajo el dominio de nuestra Alma y de nuestra carne somos fluctuantes,
pero el dejar que el Espíritu Santo revele en nuestro corazón la verdad de Dios nos hará
vivir en la firmeza de su palabra. 2 Timoteo 1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.

¿Qué sucede cuando vivimos crucificados con Cristo?

Nuestra identificación con la muerte y la resurrección de Jesús es la respuesta a cada


lucha que enfrentemos. De manera que, cuando aceptamos realmente por fe que Cristo
vive a través de nosotros, cada aspecto de la vida será transformado.

Expresaremos una nueva lealtad a Dios. Una vez que somos salvos, la vida no gira
más alrededor de nuestros intereses, placeres y deseos. Jesús es ahora nuestro dueño.
Aunque a menudo nos resistimos a la idea de ceder el control, rendir nuestra voluntad al
Señor es una de las decisiones más liberadoras que tomaremos en toda la vida, porque
Dios asume toda la responsabilidad en cuanto a nuestras necesidades.

Entre descansar nuestra vida en las manos de Dios y las nuestras. ¿Quién cree usted será
más capaz de sostenerla?

El apóstol Pablo nos dice en: 2 Corintios 12:7 Y para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un
mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; 12:8
respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. 12:9 Y me ha dicho:
Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de
Cristo.

Una tranquila dependencia. Cuando permitimos que Cristo gobierne en nosotros,


nuestra manera de manejar las presiones de cada día cambiará. Aunque es posible que
Dios permita que sigan las dificultades, Él nunca quiere que seamos aplastados por
ellas.

Una buena pregunta para hacernos es: ¿Está Jesús preocupado por todas estas cosas que
nos aquejan? Hay que recordar que cuando la vida de uno se convierte en la de Cristo,
como creyentes ya no tenemos ninguna razón por la que angustiarnos, porque nada es
demasiado grande para que Jesús no pueda manejarlo. Cuando reflexionamos en esto, y
dejamos que Cristo viva a través de nosotros, seremos transformados. A pesar de que las
circunstancias difíciles continuaron, en lugar de reaccionar con ansiedad, confiaremos
en el Señor y descansaremos en Él.
Hebreos 4:15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero
sin pecado. 4:16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Una buena manera para determinar si estamos dejando que Cristo viva a través de
nosotros, es examinar la forma en que manejamos las cargas. ¿No cree que Jesús ya
sabe todo lo que se necesita para vivir en este mundo, con todas sus responsabilidades y
tensiones? ¡Por supuesto que lo sabe!. Es por eso que nos invita a venir a Él y tomar su
yugo, para hallar descanso para nuestras almas (Mt 11.29). Recuerde que la paz que
usted necesita no depende de las circunstancias. Puesto que el Espíritu Santo vive dentro
en cada creyente, la paz se tiene fácilmente si decidimos apropiarnos de ella por fe
(Gálatas 5.22, 23).

El poder de la resurrección. Quienes participan de la vida crucificada con Cristo,


experimentan una nueva vida. El poder sin límites de Cristo fluye a través de su pueblo,
para que puedan lograr todo lo que Él les ha llamado a hacer. Ya sean humildes o
importantes nuestras tareas, Él nos fortalecerá para llevarlas acabo.

Sin embargo, en vez de depender de Él, muchas veces confiamos en nuestras


capacidades y conocimientos. Pero todo lo que se logra con nuestras propias fuerzas
viene a ser nada en la eternidad. Cada vez que usted piense que es capaz de hacer algo,
sea humilde y confíe en el Señor. Y si una tarea le parece demasiado grande, láncese
con fe a realizarla: pídale a Dios que Él actúe por medio de usted, y tenga fe en que lo
hará.

La victoria sobre el pecado. El poder de la resurrección nunca es más evidente que


cuando Cristo nos libera de la esclavitud del pecado. Cada vez que los creyentes somos
engañados por las mentiras de Satanás y nos rendimos a sus tentaciones, el único
recurso para ser libres es tomar nuestra propia cruz y negarnos a nosotros mismos (Mt
16.24).

Es fundamental entender que los creyentes andamos con el Todopoderoso viviendo en


nosotros. No hay nada que Satanás pueda lanzarle, que Jesús no pueda vencer. Al
decidir usted dejar que Dios maneje la tentación, experimentará la victoria del Señor.
Tratar de luchar en sus propias fuerzas terminará en fracaso. Pero si usted confía en
Cristo, Él vendrá pronto en su ayuda con su poder, para darle la victoria sobre cualquier
tentación que esté enfrentando.

La estabilidad en su andar cristiano. A pesar de que la vida está llena de altibajos, no


tenemos que vivir en una montaña rusa de victorias y derrotas. Al dejar que Cristo viva
a través de nosotros, nuestra alma no es gobernada por las circunstancias, sino por
Aquel que vive dentro de nosotros. Si usted pone en actividad la vida que Jesús le ha
dado, Él le dará la estabilidad que va más allá de las situaciones a su alrededor.

¿Cómo vivo crucificado con Cristo?

Hay dos aspectos de nuestra identificación con la muerte y la resurrección de Cristo:


hemos muerto al pecado y resucitado a una vida nueva. Sin embargo, la experiencia real
de esta verdad dependerá de que pongamos en práctica nuestra cooperación con Cristo.
Esto en medio de la libertad termina siendo nuestra elección.

Tome su cruz cada día. Vivir la vida crucificada con Cristo no es una decisión de una
sola vez, sino la práctica permanente de tomar la cruz cada día para seguir a Jesús (Lc
9.23). Minuto a minuto, usted debe elegir esta difícil pero santificadora actitud, para
obedecerle.

Reconozca su insuficiencia. Los creyentes que se han rendido al Señor Jesús, se dan
cuenta de que no pueden experimentar la vida cristiana sin su ayuda. Todos nuestros
nuevos esfuerzos para cambiar y mejorar, resultan solo en fracaso. Esto es así, porque el
viejo yo jamás puede ser mejorado. La solución está en crucificarlo y dejar que Cristo
viva en nosotros. Él es nuestra única esperanza para tener una vida fructífera y
victoriosa.

Pídale a Dios que venza las áreas de derrota continua. ¿Qué hábitos o prácticas
controlan su vida? Dios quiere que usted tenga la victoria, y Él le ha dado todo lo que
necesita para ser libre en Cristo. Si está luchando en un área particular hoy, haga la
siguiente oración, y observe lo que Dios hará en su vida.

Padre celestial, por la autoridad de tu Palabra, he sido crucificado con Cristo y


resucitado a una vida nueva. Acepto esto por fe, y hoy elijo morir a ese pecado que me
domina. El poder del pecado ha sido destruido, y ya no me controla. Voy a dejar hoy
que el Señor Jesucristo se encargue de esto que me derrota. Por fe, haré uso de la vida y
el poder que me pertenecen en Cristo.

Conclusión

En Gálatas 2.20, Pablo nos dice que la vida crucificada con Cristo se vive por fe y en
Romanos 6: 5 al 14, él nos da pasos prácticos para poner nuestra fe en acción.

Romanos 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su


muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; 6:6 sabiendo esto, que nuestro
viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. 6:7 Porque el que ha muerto, ha sido
justificado del pecado. 6:8 Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos
con él; 6:9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la
muerte no se enseñorea más de él. 6:10 Porque en cuanto murió, al pecado murió una
vez por todas; más en cuanto vive, para Dios vive. 6:11 Así también vosotros
consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
6:12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en
sus concupiscencias; 6:13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como
instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre
los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 6:14 Porque el
pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

¿Qué verdad fundamental debemos saber (v. 6)? Sabiendo esto, que nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido,
a fin de que no sirvamos más al pecado.
¿Cómo se expresa esta verdad en la manera como nos consideramos a nosotros
mismos (v. 11)? Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

¿Qué pasos están implicados en los versos 12-14? No reine, pues, el pecado en
vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; 6:13 ni
tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino
presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia. 6:14 Porque el pecado no se
enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Pastor: David Bayuelo E.

Julio 5 de 2015

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