Michael Jordan El Rey Del Juego - Maximo Jose Tobias
Michael Jordan El Rey Del Juego - Maximo Jose Tobias
Michael Jordan El Rey Del Juego - Maximo Jose Tobias
Página 2
Máximo José Tobías
Página 3
Título original: Michael Jordan, el rey del juego
Máximo José Tobías, 2010
Editor digital: Verdugol
ePub base r2.1
Página 4
Índice de contenido
Prólogo
Wilmington, 1963-81
Indiana, 1984
Chicago, 1984
Chicago, 1985
Chicago, 1986
Chicago, 1987
Chicago, 1988
Chicago, 1989
Thalassa, 1990
Chicago, 1991
Barcelona, 1992
Chicago, 1992
Purgatorio, 1993-95
Chicago, 1993-95
Chicago, 1995
Página 5
Chicago, 1996
Chicago, 1997-99
Washington, 2000-03
Bibliografía comentada
Sobre el autor
Notas
Página 6
Prólogo
Tim Shea
Página 7
Cada vez que oía una crítica a su juego, trabajaba para demostrar que esa
crítica era errónea. Cuando los expertos dijeron que no era un buen defensor,
consiguió que lo incluyeran en el NBA All Defensive Team. Cuando dijeron
que era un mal tirador exterior, que sólo era un saltarín con buen físico, se
convirtió en un excelente tirador. Se convirtió en Michael Jordan porque es lo
que esperaba de sí mismo.
“Su ambición no se puede describir con una lista de números en un libro
de récords. Quería ser, en cualquier temporada, en cualquier ciudad, en
cualquier día, en cualquier estadio -en cada partido, en cada jugada, sin
importarle quién más estuviera presente- el mejor jugador en la cancha.
Quería ser el jugador en cuyas manos estuviera el destino del partido.
Esperaba entregar la victoria en ese partido, en cada partido, a su equipo.
Esperaba dominar, no por hacer algo bien sino por hacerlo todo bien… Su
ambición era aún más asombrosa: quería ser perfecto, no en algo sino en todo;
comportarse, en otras palabras, como un dios.”
Estas líneas no se escribieron sobre Michael Jordan, pero ¡qué bien se le
aplican! Proceden del libro Joe DiMaggio: The Hero’s Life, de Richard Ben
Cramer, que describe el primer héroe deportivo estadounidense, la estrella del
béisbol Joe DiMaggio de los NY Yankees. Joe también era conocido por
varios nombres… “DiMag” era uno de ellos. Cincuenta años después y en una
nueva era de las telecomunicaciones, MJ se convirtió en el nuevo DiMag y
mucho más, aunque a diferencia de Joe no se casó con otro icono americano,
como Marilyn Monroe.
Al final, la palabra que los define a ambos es Ganador.
Durante el cálido y húmedo verano de North Carolina del 2006 yo
formaba parte de los Charlotte Bobcats como director de scouting
internacional. En primavera MJ se había incorporado a la franquicia en
calidad de managing partner, después de un período en el que sólo había
actuado como “consejero” del orgulloso propietario de los Bobcats, Bob
Johnson. Pasamos tiempo en la war room y probando jugadores, codo con
codo, pero nunca aparecía sin un acompañante o alguien que le sirviera de
asistente. Su vestimenta diaria de trabajo era siempre hecha a medida y
rematada con una camisa o chaqueta deportiva de seda y lino (lo pregunté)
cuyo valor superaba ampliamente lo que yo pago de hipoteca. ¡Y eso por no
hablar del calzado! Además, MJ cultivaba un aire de divinidad que parecía el
del Papa. El poder y la elegancia que su presencia aportaba a esa sala del draft
color gris sucio era tremenda. Hacía que comprendieras la frase “es bueno ser
el Rey”.
Página 8
Así que, ¿cómo puedo describir a un icono? ¿Cómo se juzga a un icono?
Cada uno de nosotros tiene su propia escala personal de valores, esas
cualidades que usamos para medirnos a nosotros mismos y a los demás,
pero… ¿cómo puedo yo, un simple ser humano, describir a un hombre que
vive en un mundo muy diferente al del resto de nosotros? ¿Se pueden aplicar
las virtudes de la castidad, moderación, caridad, diligencia, paciencia,
amabilidad y humildad a Michael Jordan? Pensaba, ¿se pueden aplicar los
pecados de la ira, avaricia, pereza, orgullo, lujuria, envidia y gula a His
Airness?
Mi experiencia con MJ fue breve y tuvo un Comienzo y Final definidos.
El Comienzo se produjo cuando me encontré cara a cara con él, a distancia
suficiente para estrecharnos las manos. Bernie Bickerstaff, que le estaba
sirviendo de asistente, me presentó diciemdo: “Éste es Tim Shea, nuestro
hombre en Europa”. El Final llegó cuando MJ miró brevemente hacia mí y
dijo: “Sí, ya sé quién es”, y apartó la mirada. Sin apretones de manos ni
saludos, y sí ¡OUCH! Es lo que hay, como se suele decir. No guardo rencor y le
deseo suerte.
El resto es historia: “Nosotros” elegimos a Adam Morrison con el número
3 del draft. “Nosotros” descartamos elegir a Brandon Roy (n° 6), Rudy Gay
(n° 8) y Tyrus Thomas (n° 4). Sigo sin saber por qué. Fue el mismo draft en
el que Sergio Rodríguez fue elegido con el número 27 (me gustaba Sergio,
pero no para el n° 3).
Dentro de algún tiempo, cuando todo haya terminado, el legado de
Michael Jordan estará dividido en dos partes, una como jugador y la otra
como ejecutivo; en ésta última sin duda su elección de Kwame Brown en
Washington pesará en su contra (aunque muchos otros general managers de
la NBA tenían también una gran opinión de Kwame entonces), igual que la
elección de Adam Morrison. Por otra parte, contratar al entrenador Larry
Brown contará como un acierto.
Ahora MJ es un propietario en la NBA. Es el gran salto. MJ anunció que
convertirse en propietario de los Bobcats era “un sueño hecho realidad”. Sin
embargo, quedan preguntas por resolver. ¿Demostrará el mismo compromiso
y la misma capacidad de trabajo que tuvo como jugador? ¿Estará dispuesto a
afrontar los desafíos del scouting, los viajes, el tiempo, el control financiero
del día a día, los compromisos del equipo, los eventos cívicos y sociales, las
relaciones internas en el club y la plantilla, etcétera? ¿Fomentará sus
relaciones comerciales con los demás ejecutivos de la NBA? ¿Irá a vivir a
Charlotte? Son muchas preguntas.
Página 9
Ya veremos.
Disfruta de este libro y recuerda: el deseo de muchos es “Be like Mike”
(yo también). Pero diría que tengas cuidado con lo que deseas… porque
quizás sea sólo envidia.
Disfrútalo.
Tim Shea
Página 10
Wilmington, 1963-81
Cuando me ves jugar a mí, ves jugar a Larry.
Página 11
que James (de dieciocho años, tres más que ella) iba demasiado rápido.
Afortunadamente, pensaban, él terminará pronto el instituto, se marchará y
seguirán cada uno con su vida.
James Jordan no quería trabajar en el campo como sus padres, sino en la
fábrica de General Electrics situada en Wallace. Para ello, tomó uno de los
caminos clásicos en EE.UU. para los miembros de las minorías que buscan
salir de su pueblo y adquirir una formación: el Ejército. James Jordan se alistó
en la Fuerza Aérea, y fue destinado a la base de Langley (Virginia) donde lo
adiestraron como mecánico. Al marcharse le dijo a Deloris que volvería para
casarse con ella, pero en ese momento no parecía demasiado probable. Ella
también se iba a marchar, ya que se había matriculado en el prestigioso
Tuskegee Institute (Alabama). Pero la distancia y la nostalgia fueron
excesivas para Deloris, que abandonó sus estudios y volvió a casa después de
sólo un semestre. Allí se reencontró con James, de permiso, y él le pidió que
se casaran. Sus padres tendrían que aceptar que su niñita se había hecho
mayor.
El matrimonio tuvo un total de cinco hijos, en dos tandas: primero
llegaron Ronnie (1957) y Deloris (1958), mientras James Jordan aún estaba
en el Ejército; luego vinieron Larry (1962), Mike (1963) y Roslyn (1964).
Para entonces, James ya había completado su período de alistamiento, y se
disponía a buscar la manera de aprovechar su preparación en el sector civil,
que ofrecía mejores oportunidades que la vida militar. Así fue como nació
Michael Jordan en Brooklyn, donde residía temporalmente la familia mientras
James Jordan pasaba las noches en cursillos de mecánica (hidráulica y
transmisiones automáticas) ofrecidos por General Electrics, y de día se
ganaba la vida conduciendo un camión.
La intención de los Jordan había sido volver a su Carolina del Norte, y así
lo hicieron cuando Michael tenía apenas dos años. Su padre se incorporó al
trabajo que siempre había buscado, como operario de maquinaria en la fábrica
de General Electrics en Wallace, y la familia vivió de alquiler hasta que
pudieron comprar una parcelita para construirse una casa. Esa vivienda de dos
plantas situada en el barrio de Weavers Acres de Wilmington, la ciudad más
importante de la región, fue el hogar definitivo de los Jordan. Trabajando por
las tardes y los fines de semana, James Jordan la construyó en la calle Gordon
Road para que tuviera todo lo que deseaban: una casa grande, de dos plantas,
para una familia numerosa; un gran patio (the Rack, lo llamaron) en el que los
niños pudieran practicar cualquier deporte; enfrente la iglesia, y a pocos
Página 12
kilómetros la playa. Parecía el guión de la telecomedia de ambiente familiar
más corriente y vulgar.
Incluso los varones de la familia Jordan parecían hechos en serie sobre el
modelo del padre: no demasiado altos (alrededor de 1,70 m) pero fuertes y
atléticos, hábiles con las manos en cualquier labor mecánica, independientes y
trabajadores desde muy jóvenes, y atraídos por la disciplina de la vida militar.
Bueno, al menos dos de los tres. Ronnie y Larry disfrutaban ayudando a su
padre en cualquier arreglo o chapuza (empezaron trayendo los ladrillos para la
casa), y desde muy jóvenes fueron buscándose trabajos para ganarse un
dinero extra, recogiendo tabaco o conduciendo el autobús del instituto;
también se inscribieron en el Reserve Officer Training Corps, una especie de
milicia de instituto para los interesados en una futura carrera militar (Ronnie
se alistó en el ejército en 1975 y en 2005 se retiró con honores después de
treinta años de servicio).
Mike parecía hecho de otra pasta. Eludía cualquier labor doméstica,
llegando al extremo de gastar su asignación pagando a otros para que
cumplieran sus tareas, y prefería pasar el tiempo tumbado en el sofá viendo la
televisión. Tampoco mostraba inquietudes militares, y el trabajo no le atraía
lo más mínimo: probó a recoger tabaco como sus hermanos y duró un día, su
madre le buscó un trabajo en un hotel y no aguantó una semana en una de las
experiencias más vergonzosas de su infancia (primero pasó horas en el
vestíbulo del hotel esperando al encargado sin que nadie le avisara de que se
había marchado, y luego el trabajo consistía en barrer la acera con el miedo de
que algún conocido le viera). No es que la familia necesitara el dinero, más
bien al contrario; James Jordan iba ascendiendo en la fábrica hasta alcanzar el
cargo de supervisor, también contaba con su pensión militar y Deloris empezó
a trabajar en un banco en cuanto todos sus hijos estuvieron escolarizados.
Pero en casa de los Jordan se valoraba la independencia y la capacidad de
buscar recursos propios. El pecado cardinal del joven Mike a ojos de su padre,
sin embargo, era su torpeza. “Creía que yo nunca llegaría a nada porque no
tenía ninguna habilidad manual, ninguna habilidad mecánica”, escribiría
Michael Jordan años después. Para James Jordan, cualquiera capaz de trabajar
con sus manos tendría siempre un empleo asegurado; pero era más que eso,
esa capacidad manual y mecánica formaba parte intrínseca de lo que
significaba ser un hombre, especialmente en la familia Jordan. Era la herencia
que había transmitido a sus otros hijos, pero no a éste. En las reuniones
familiares en las que James intentaba compartir alguna tarea con sus hijos,
pronto llegaba la sentencia: “Vete a la cocina con las mujeres”.
Página 13
Posteriormente, Michael Jordan ha declarado que se sentía mucho más
cómodo fregando platos con las mujeres que trasteando herramientas con los
hombres. Al fin y al cabo, ¿a qué hijo le ha pesado decepcionar a su padre?
Como buen hijo menor, entre los varones, el pequeño Mike era más
inquieto y travieso que sus hermanos. Algunas biografías han presentado la
infancia de Jordan como una serie de dramáticos encuentros con la muerte,
empezando por la amenaza de aborto que sufrió Deloris cuando su madre
falleció durante el embarazo. Quizás el accidente más grave se produjo
cuando tenía dos años y echó mano a los cables con los que su padre había
llevado una luz hasta el coche para repararlo; el calambrazo se quedó en un
susto, pero pudo ser peor. En realidad, la mayoría de los incidentes carecen de
especial dramatismo y parecen las travesuras normales de un niño de su edad.
Siendo un bebé se quedó encajado entre su cama y la pared, con cinco años se
rebanó el dedo gordo del pie con un hacha cuando intentaba cortar leña como
sus hermanos, con doce, él y su hermano Larry cogieron la motocicleta de su
padre e intentaron imitar las acrobacias del famoso Evil Knievel, y terminaron
en una zanja con la boca llena de tierra. Pero había una actividad de las que
gustaban a su padre en la que el pequeño Mike no era ni perezoso ni torpe: el
deporte.
James Jordan había construido una pista de tierra para que sus hijos
pudieran jugar bajo la supervisión de sus padres, y fue el mejor regalo que
pudo hacerles. La genética había sido generosa con la transmisión de sus
virtudes atléticas, y así por ejemplo Ronnie completaría con 36 años el
durísimo curso de adiestramiento como paracaidista, mientras compañeros
suyos con la mitad de esa edad no podían resistirlo. Pero el gran atleta de esta
familia de deportistas era Larry: fútbol, béisbol, baloncesto, atletismo… Su
salto era aún mayor que el de Michael, y tenía la capacidad atlética y la
ambición de un deportista profesional atrapada en un cuerpo imposible para la
élite. “Larry era tan intenso y tan competitivo”, diría su entrenador de
instituto, “que si hubiera medido 1,90 m en lugar de 1,70 estoy seguro de que
Michael habría sido conocido como el hermano de Larry, y no al revés.”
Larry Jordan llegó a jugar profesionalmente en los Chicago Express de la
WBL, la liga para jugadores de menos de 6-4 (1,90 m), pero su fichaje fue por
motivos publicitarios, ya que el equipo era propiedad de los Bulls. Era el
último jugador de la plantilla, al que el público reclamaba cuando el partido
estaba sentenciado, y después de dos temporadas se retiró.
Pero en Wilmington Larry era el rey y Mike el aspirante al trono. A pesar
de que era más alto, el joven Michael no podía competir con las superlativas
Página 14
capacidades atléticas de su hermano mayor, que le derrotaba una y otra vez en
las canastas de the Rack en cientos de “uno contra uno” jugados durante años.
Sin embargo, esta lucha constante por la victoria deportiva (y quizá por el
aprecio paterno) no generó una enemistad entre los hermanos. Antes al
contrario, Mike profesaba por Larry una admiración sin límites. Incluso años
después en la universidad seguía hablando de las hazañas de su hermano a la
menor ocasión, llevando el número 23 en referencia a su 45, imitándolo
inconscientemente ante sus amigos. A pesar de que Michael Jordan ha
declarado varias veces que nunca tuvo ídolos, es más que probable que
hubiera un tiempo en el que su ídolo era su hermano Larry, y sus
enfrentamientos un largo rito iniciático. Porque la admiración y el cariño
nacían de la lucha sin cuartel de dos jóvenes deportistas incapaces de aceptar
la derrota.
Eso no significa que fueran los únicos que jugaban en esa cancha de
tierra, ni que sólo hubiera baloncesto. En cualquier momento podían
encontrarse allí una o dos docenas de chiquillos jugando, y el entretenimiento
favorito era el deporte nacional: el béisbol. Wilmington era, como toda
Carolina del Norte en esta época, un auténtico hervidero de tensión racial; en
febrero de 1971 se produjeron gravísimos disturbios durante los cuales grupos
de activistas negros y de supremacistas blancos se enfrentaron en las calles,
con el resultado de dos muertos, seis heridos y varias tiendas y locales
arrasados. La Guardia Nacional tomó la ciudad, y un discutido juicio envió a
la cárcel a un grupo de activistas conocidos como “los diez de Wilmington”.
En medio de este ambiente, el matrimonio Jordan abordó la difícil tarea de
enseñar a sus hijos a tratar a los demás con absoluta indiferencia hacia su
color de piel, y también a saber que el racismo era un signo de ignorancia y
ellos no debían rebajarse a ese nivel. Que su innegable éxito permitiera en el
futuro a Michael Jordan moverse con comodidad en cualquier ambiente es
quizá lo menos importante.
El primer amigo del pequeño Mike fue Dave Bridgers. Sí, era blanco. Y
no, no importó. Como los Jordan, los Bridgers eran recién llegados a la
ciudad (desde Dakota del Sur, en su caso) y eso unió a los niños. Pero, sobre
todo, lo que hizo fue que Dave Bridgers huyera de la tensión del inminente
divorcio de sus padres y pasara todo el tiempo que podía en casa de los
vecinos jugando al béisbol con Mike. Con doce años, el apodo de Mike
Jordan era Rabbit (conejo), y su ídolo no era David Thompson de N.C. State
sino Reggie Jackson de los Oakland A’s. Aunque jugaban al baloncesto y al
fútbol americano, la principal actividad de Jordan y Bridgers era el béisbol.
Página 15
Formaron parte de varios equipos destacados a nivel estatal, y llegaron a jugar
(y perder) la final regional que daba acceso al mayor campeonato nacional, la
Little League Baseball World Series. Pero su primer éxito deportivo fue la
victoria de su equipo (patrocinado por una tienda de alimentación local) en el
campeonato estatal de la Babe Ruth Baseball League, en el que además fue
designado Mr. Baseball por la Dixie Youth Baseball Association. “Fue la
primera victoria, y siempre recuerdas la primera.” Especialmente cuando
adquirió cierta notoriedad local después de un partido en el que hubo de hacer
de catcher porque el titular estaba sancionado y el suplente lesionado. Jordan
se ofreció para cubrir el puesto, pero cuando los rivales comprobaron que a
duras penas podía lanzar la bola a segunda base, amenazaron con pasarse el
partido robando bases. Durante mucho tiempo se recordó su respuesta: “You
run and I’ll gun”.
En Wilmington existía una ley no escrita: los jóvenes blancos jugaban al
béisbol y los jóvenes negros jugaban al baloncesto. Bill Billingsly, el
entrenador de su equipo de béisbol en DC Virgo Middle School, recuerda que
“Rabbit” Jordan no tenía problemas con sus compañeros, pero al final sólo
quedaban tres o cuatro afroamericanos en el equipo, y el campo de béisbol
estaba en medio de un barrio predominantemente blanco. Michael Jordan y
David Bridgers ya habían tenido algunos pequeños incidentes de corte racial:
Michael le estampó un polo en la cabeza a una niña que lo llamó “negro”, a
David lo llamaban white trash o “amigo de los negros”, y en una ocasión se
vieron involucrados en una pelea cuando estaban trazando las líneas del
campo de béisbol antes de un partido y un chico blanco los insultó. Nada serio
ni preocupante, pero que ayuda a imaginar por qué el joven Mike se fue
acercando más a los playgrounds de baloncesto de su ciudad. Fue allí donde
conoció al que sería su mejor amigo, Adolph Shiver, un descarado base que
botaba el balón con un palillo entre los dientes mientras mantenía una
inagotable corriente de trash-talking con los rivales. A pesar de que con los
12-13 años pasó una fase rebelde y de “sentimiento racial militante”
(generado en parte por la famosa serie de televisión Raíces), Jordan no era un
adolescente problemático. Pero tampoco estaba dispuesto a tolerar las
ofensas, vinieran de blancos o de negros: el día que Shiver insultó a la novia
de Bridgers, éste no tuvo ocasión de usar el palo que agarró antes de que
Jordan estampara a Shiver contra una pared y le explicara en términos
concluyentes la naturaleza inequívoca de su error.
También fue el momento en el que comenzó a superar a su hermano
Larry, algo que sin duda tuvo que ver en su mayor afición por el baloncesto.
Página 16
A pesar del temor de Michael a no crecer, que le llevó a realizar estiramientos
durante meses, su 1,80 de estatura ya superaba ampliamente a su hermano (y
al resto de miembros de su familia). Con esa ventaja de altura sumada a una
velocidad relampagueante, el joven Mike por fin alcanzó y superó a su
hermano en la cancha de juego y pudo empezar a practicar los espectaculares
mates de David “Skywalker” Thompson que veía en televisión. En 1978 él y
su compañero de clase Harvest Leroy Smith se matricularon en la Emsley A.
Laney High School, y ese verano acudieron al campamento de baloncesto
ofrecido por su entrenador, Clifton “Pop” Herring. El potencial de ambos
jugadores era evidente y el entrenador Herring los animó a presentarse a las
pruebas para el equipo de baloncesto. Lo que sucedió a continuación es uno
de los incidentes más famosos de la carrera de Michael Jordan, y sin embargo
nunca ha llegado a aclararse del todo ya que existen varias versiones
contrapuestas.
El resultado final es harto conocido: Michael Jordan fue cortado en favor
de Leroy Smith. Incluso puede verse al entrenador Fred Lynch admitiendo ser
quien cortó a Jordan en el vídeo comercial Come Fly With Me (1989). Sin
embargo, Lynch había sido su entrenador de baloncesto en la DC Virgo; en
Laney era sólo el ayudante, y tampoco puede llamarse realmente un “corte”.
A pesar de que el instituto había sido inaugurado apenas dos años antes, ya
tenía un muy buen equipo de baloncesto que terminaría la temporada 78/79
con un balance de 15-7, fuera del torneo estatal en el último momento. El
base y escolta titulares serían incluidos en el equipo ideal y recibirían becas
deportivas universitarias para baloncesto, mientras que otro recibiría una para
fútbol americano. Además de tener ya ocho jugadores para los puestos de
base y escolta, once seniors y tres juniors[2] repetían del curso anterior para
una plantilla de quince plazas. Sólo había sitio para uno más, y no era otro
base lo que necesitaban. Según el otro asistente, Ron Coley, “la única
cuestión era qué íbamos a hacer con Leroy Smith”. Tanto Smith como Jordan
eran sophomores, y como la mayoría de entrenadores de la época, “Pop”
Herring era contrario a incluir jugadores jóvenes en el equipo antes de tiempo
por miedo a que la diferencia física los abrumara, ya que a esas edades un par
de años se notaban demasiado. Pero Leroy Smith era enorme, y con sus dos
metros superaba en diez centímetros al jugador más alto que tenían (por no
hablar de Jordan, al que le sacaba la cabeza). Smith tenía más posibilidades de
aguantar el rigor de la competición, y fue elegido sin mucho debate. Se
trataba de seleccionar al último jugador del banquillo, que prácticamente no
pisaría la cancha. ¿Qué trascendencia podía tener?
Página 17
Michael Jordan no lo vio así. Si uno de sus rasgos conocidos es la
marcada diferencia entre los hechos que le suceden y el efecto emocional que
ejercen, quizás este día fuera el ejemplo más claro: durante décadas usó el
alias “Leroy Smith” para registrarse en los hoteles, en un gesto mitad
venganza pueril y mitad “memento mori” para recordar el sabor del fracaso.
Durante dos semanas había estado esperando el día que se anunciaba el
equipo, y cuando llegó a la lista de admitidos reaccionó con la incredulidad y
la racionalización fallida en la que todos hemos caído en circunstancias
similares: la lista era alfabética, y cuando no se encontró en la j volvió a
comprobarla entera, a ver si era una errata y estaba en la i, o en la m, si
faltaban nombres y la lista no estaba completa, si había otra página. Jordan
presume de poder evocar momentos pasados como guía para el presente, y ése
fue el día que mostró esa capacidad. Para colmo, tuvo que pasar horas en el
instituto hasta que terminaron las clases y pudo volver a casa. “Me metí en mi
cuarto, cerré la puerta y me puse a llorar. No podía parar. Aunque no había
nadie en casa dejé la puerta cerrada. Para mí era importante que nadie pudiera
verme u oírme.” Era la humillación definitiva, ser descartado en lo que creía
hacer mejor, en lo que podía convertirlo en alguien. Aunque Michael Jordan
era muy sociable y hacía amigos con facilidad, también era dolorosamente
tímido con las chicas. Ninguna se sentiría atraída por un chico a quien todos
gastaban bromas por su corte de pelo y sus grandes orejas, llamándolo
“calvito” o “cacahuete”. Le gustaba una niña mayor que él llamada Angela
West, y siempre le guardaba un asiento libre en el autobús; pero ella prefería
apretujarse con sus amigas y sólo tenía ojos para los jugadores del equipo del
instituto, siempre rodeados de chicas. El joven Mike, que asistía a clases de
cocina y hogar porque pensaba que tendría que vivir solo, sentía que había
perdido la oportunidad de ser alguien atractivo y admirado en el instituto.
Decidió dejar el baloncesto.
No era ese el plan del entrenador. “Pop” Herring era muy consciente del
nivel de Jordan, y le insistió para que se inscribiera en el equipo junior
varsity[3] que entrenaba Fred Lynch. Fueron sus padres quienes convencieron
a Jordan, y muy especialmente su madre. Deloris no estaba del todo
convencida de que fuera positiva la creciente obsesión de su hijo por el
baloncesto y temía que afectara a sus estudios. Michael Jordan terminaría
siendo sancionado con un día de expulsión por salir sin permiso del instituto
para irse a entrenar, y para su madre los estudios eran sagrados; Michael pasó
el día haciendo deberes en el coche de su madre, aparcado delante de la
ventana del puesto de trabajo de ésta. Pero aún más importante para ella era
Página 18
enseñar a sus hijos a no huir ante las dificultades, como Deloris había hecho
al volverse de la universidad. “Mi madre debió montarme directamente en el
primer tren de vuelta”, decía, y no iba a cometer el mismo error. Si lo habían
asignado al junior varsity, su obligación era ser el mejor del junior varsity.
La reacción de Michael Jordan a este contratiempo, objetivamente menor,
estableció el patrón que seguiría ante todos los desafíos y obstáculos de su
vida, sin posibilidad de variación: en primer lugar, la decepción personal se
transforma dentro de él en humillación pública, que genera sentimientos de
vergüenza. Jordan, consciente de su imagen, no quiere que nadie lo vea llorar
para que no lo vean retratado de fracaso. Cuando afirma que pocos son
conscientes de hasta qué punto lo impulsaba lograr atraer a las chicas, lo
relaciona con el convencimiento de que esa falta de éxito amoroso viene de
una imagen poco respetada o admirada, y saber que resulta simpático no es
suficiente. Por muy privada o intrascendente que sea esa decepción, Michael
Jordan la siente grabada a fuego en su frente ante los ojos de los demás.
“Quería demostrarle a ese tipo que yo valía para el equipo”, dirá del
entrenador que lo cortó, el mismo entrenador que fue el primero en reconocer
su capacidad y en trabajar con él de manera especial. Entonces esa
humillación, muchas veces inexistente, sustituye en sus pensamientos al
contratiempo personal; no tiene que superar un obstáculo, sino vengar una
afrenta. Y finalmente esa venganza será por definición desproporcionada, tan
excesiva que borre casi la propia existencia del ultraje. No basta con quedar
por encima, ha de quedar a una altura desde la que no se pueda vislumbrar al
otro; y no hablar nunca del tema sin señalar la penitencia eterna del
trasgresor: “[Lynch] trabaja ahora para mí en mis campamentos de
baloncesto. Siempre le encargo los trabajos más desagradables”. Eso escribe
veinte años después el jugador más laureado del baloncesto moderno, que
sigue usando el apodo “Leroy Smith”. Perdonar nunca, olvidar jamás.
Michael Jordan decidió que su madre tenía razón, y tomó al asalto el
equipo junior varsity (jayvee, en el argot). Los jayvees no participan en
ninguna competición, sino que hacen de “teloneros” de los mayores: antes de
cada partido del equipo oficial se juega un amistoso entre los juniors de cada
escuela, al que normalmente sólo asiste la familia de los jugadores ya que no
despierta demasiado interés. Pero cuando se empezó a correr la voz de que un
base rapidísimo apodado “Magic Jordan” había llegado a anotar 40 puntos,
los aficionados locales empezaron a llegar antes al pabellón para comprobar
qué había de cierto. Y no sólo los aficionados; Ron Coley, el otro entrenador
asistente, ni siquiera recordaba haber visto a Jordan en las pruebas para el
Página 19
equipo, pero la segunda vez ya no lo olvidó: “Llegué al pabellón cuando
estaba terminando el partido de los jayvees. Nueve de los jugadores sobre la
cancha estaban pasando el tiempo, pero había uno que se estaba dejando la
piel. Por su manera de jugar pensé que iban un punto abajo quedando dos
minutos, pero cuando miré el marcador vi que iban perdiendo de veinte en el
último minuto. Era Michael, y pronto supe que siempre jugaba así”. Jordan
promedió alrededor de 25 puntos, pero el éxito del equipo varsity sin él le
seguía escociendo. Aún quedaba una última oportunidad: antes del torneo
estatal que culminaba la temporada se abría un plazo en el que los equipos
podían inscribir a algún jugador procedente del junior varsity. Después de su
espectacular rendimiento con los junior, Michael Jordan tenía esperanzas de
ser convocado.
“Ni siquiera se discutió”, recuerda Coley. En un gesto inimaginable en el
Jordan adulto, el joven Mike suplicó viajar con el equipo. El resultado bastó
para convencerle de no volver a recurrir a las súplicas nunca más y de que lo
que deseara se lo tendría que ganar a pulso: la única posibilidad que le ofreció
el entrenador Herring fue como team manager, un cruce entre utillero y
ordenanza. “Lo hice. Entré en el pabellón llevando los uniformes de los
jugadores que sí estaban en el equipo. Lo que me hizo sentir peor fue que mis
padres habían venido a ver el torneo, y cuando me vieron llevando los
uniformes creyeron que me habían dado la oportunidad de jugar.” La
decepción fue mayúscula y Jordan no olvidó la mirada de sus padres. Una vez
más, la decepción personal como humillación pública. “Lo bueno es que me
hizo saber cómo se siente el fracaso. Y supe que no quería volver a sentirlo
nunca más.”
Cuando Michael Jordan volvió al instituto después del verano, se había
operado en él un cambio que lo hacía casi irreconocible. Lo más evidente era
el estirón que había pegado, entre cinco y diez centímetros, que provocaron su
pase al puesto de ala-pívot; pero el cambio en su juego era aún más
dramático. “No había sido capaz de superar a los seniors jugando uno-contra-
uno hasta el final de su año sophomore”, recordaría Michael Bragg, uno de
los jugadores del equipo que pudieron comprobar esa mutación de un año a
otro: “Se pudo ver una diferencia enorme. Mostraba una mayor
determinación, y también más capacidad”. Eso no pudo impedir el
debilitamiento inicial del instituto; once jugadores de la temporada anterior se
graduaron y el equipo pasó a depender de jóvenes menos experimentados.
Con Adolph Shiver como base y Leroy Smith y Mike Jordan por dentro, el
equipo pasó del 15-7 de la temporada anterior a un mediocre 13-10 ese año.
Página 20
Pero no había nada de mediocre en el juego de un Jordan que se convirtió en
el proyecto personal de su entrenador: “El entrenador Herring fue el primero
en ver en mí lo que yo veía en mí”.
“Pop” Herring vivía cerca de los Jordan, y los convenció de que si recogía
al joven Mike todas las mañanas y lo llevaba al instituto, él podría entrenar
antes de clase y sus padres tendrían la tranquilidad de que llegaba puntual.
También convenció a Michael Jordan de que dejara el equipo de fútbol
americano del instituto para concentrarse en el baloncesto, algo que Deloris
agradeció, ya que siempre había temido que se hiciera daño. “Me recogía a las
6:30. Practicábamos tiro, hacíamos uno-contra-uno y ejercicios de manejo de
balón porque yo no tenía manejo alguno. Trabajábamos una hora, y después
yo me duchaba para ir a clase. Hizo un enorme cartel con todos los ejercicios,
y cada mañana los hacíamos todos”. Jordan anotó 35 puntos en su primer
partido oficial y terminó la temporada 1979/80 con una media de más de 20
puntos por partido.
El mundillo del baloncesto descubrió a Mike Jordan en el verano de 1980.
Acudió al campus de Bobby Cremmins, luego al de Dean Smith y,
finalmente, al Five-Star Camp de Howie Garfinkle. Hasta entonces sólo se
habían puesto en contacto con él pequeñas universidades de la zona como
North Carolina-Wilmington, con equipos de baloncesto de segunda o tercera
fila. Pero ahora se interesaban universidades de primer nivel nacional, y la
posibilidad real de una carrera deportiva se abría ante Jordan. “Pop” Herring
decidió echar el resto. Le dijo a Michael que se centrara más en hacer sus
números en ataque, y cuando éste se resistió (quién lo iba a decir) pidió a
James Jordan que interviniera para convencer a su hijo. Insistió también en
que Michael Jordan mantuviera un récord impoluto de asistencia a clase y que
mejorara unas notas que no pasaban de correctas para hacerlo más atractivo a
las universidades. La naturaleza competitiva de Jordan vino aquí en su ayuda,
ya que si Larry era el desafío deportivo en su familia, su hermana Roslyn era
sin duda la mejor estudiante, hasta tal punto que había adelantado un curso y
compartía clase con su hermano mayor. Inmediatamente empezó una
competición por sacar las mejores notas, y aunque Michael no pudo alcanzar
el nivel de su hermana, sí que mejoró sus calificaciones. Por último, “Pop”
Herring sacrificó la oportunidad de optar al torneo estatal de baloncesto al
tomar la decisión de pasar a Jordan al perímetro: su altura (algo más de 1,90
entonces) podía ser suficiente en un jugador interior de instituto, pero no para
la universidad. Laney se pasó toda la temporada en el primer puesto de la
clasificación y terminó con un balance final de 19 victorias y sólo 4 derrotas,
Página 21
pero fueron eliminados del torneo tras ser derrotados 52-56 por el instituto de
New Hannover, donde jugaba otro futuro NBA como Kenny Gattison. El
entrenador de New Hannover declaró posteriormente que la derrota se había
debido a la preocupación de Herring por el futuro de Jordan: “Podía haberlo
puesto a jugar dentro y habría ganado el campeonato estatal, pero no lo hizo.
Lo único que le importaba era prepararlo para la universidad”.
Fue el principio del fin de su vida en Wilmington. Volvió muchas veces,
por supuesto: sus padres aún vivieron allí varios años y él mantiene
celosamente las amistades de su infancia. Cuando Michael Jordan recibió la
noticia de que “Magic” tenía el VIH y necesitó hablarlo con alguien, llamó al
remolque donde vivía un tendero llamado David Bridgers. Adolph Shivers
sigue siendo uno de sus mejores amigos. Con Leroy Smith, convertido en
representante de una marca de ropa deportiva, mantuvo el contacto durante
años. Pero fuera de ese círculo de íntimos, pocos de quienes conocieron a
Michael Jordan en el instituto quieren hablar de ello, y por eso circulan
infinitos rumores y leyendas como si fuera la muerte de Liberty Valance.
Algunos dicen que el número 23 que usó Jordan no representaba la mitad del
número 45 de su hermano Larry, sino que simplemente cuando se inscribió en
el equipo sólo quedaban disponibles el 23 y el 33. Algunos presumen de
haberlo humillado en la pista y otros de haberlo visto humillar a los
anteriores. Algunos dirán que Fred Lynch se atribuyó la decisión en el vídeo
movido por el afán de notoriedad, pero otros dicen que se interpuso entre el
escarnio público y un amigo. Cuando Clifton Herring recuerda esos días, lo
último que quiere es hablar de ello. No es frecuente; lo normal es que no sea
capaz de recordarlo, igual que es incapaz de reconocer a sus familiares o
amigos, debido a una enfermedad mental hereditaria que lo obligó a dejar su
puesto en 1982. Sus antiguos compañeros y discípulos lamentan que el único
recuerdo que quede de un buen entrenador y mejor educador sea el de haber
sido “el inútil que cortó a Michael Jordan”. Sabiendo lo doloroso que es, los
periodistas que han intentado localizarlo a través de sus amigos se han visto
frustrados una vez tras otra. No tuvieron más éxito quienes probaron a través
de Jordan.
En 1997, un reportero le preguntó directamente a Michael Jordan. “No
tengo tiempo para hablar de ‘Pop’ Herring”, contestó.
Página 22
Wilmington a Chapel Hill, 1980
Voy a ir a donde no ha ido nadie de mi ciudad.
Página 23
momento por la pista del Carmichael Gym, para que cada chaval pudiera
volver a su pueblo presumiendo de haber jugado en el mítico pabellón de los
Tar Heels. Pero los responsables se aseguraban también de que no faltaba
ninguno de los jugadores auténticamente destacados, como “Buzz” Peterson o
Lynwood Robinson, para reiterar el interés de la universidad e ir sembrando
las semillas que germinarían en una carta de compromiso firmada.
Finalmente, era la ocasión ideal de examinar en un entorno controlado a
aquellos jugadores cuyo potencial despertara curiosidad. Roy Williams no
había olvidado el soplo recibido meses antes, y llamó al entrenador Herring.
Así fue como Jordan llegó a Chapel Hill sin ser ni un absoluto
desconocido ni tampoco parte destacada de los planes de la universidad, y fue
asignado a unas habitaciones que iba a compartir con “Buzz” Peterson y
Randy Shepherd, de Asheville… y con Leroy Smith. Eso no significaba que
existiera la posibilidad de que se repitiera la historia de su primer año en el
instituto; en realidad, Smith y Shepherd habían sido invitados más como
acompañantes que como jugadores, para facilitar la integración de sus
compañeros más capacitados. Pero el campamento de Dean Smith no sólo
interesaba a North Carolina, y ambos jóvenes sabían que si ofrecían una
buena imagen era muy probable que recibieran ofertas de universidades de
menor nivel. Incluso los padres de Jordan cifraban sus esperanzas en una
oferta de ese tipo, que permitiera sufragar los elevados costes de una
educación universitaria. Sólo el propio Michael creía poder llegar a tener una
carrera deportiva de alto nivel, como la de ese nuevo compañero con el que
compartía el baño.
Robert “Buzz” Peterson sí era uno de los dos objetivos destacados (o blue
chips, en el argot) para Dean Smith, junto con el base Lynwood Robinson,
que venía de ganar el torneo estatal. Su nombre ya era conocido en todo el
país, y su buzón estaba lleno de invitaciones a los mejores campamentos de
verano y de ofertas de universidades de primerísimo nivel. Para más inri,
jugaba en la misma posición que Jordan, con lo que el contraste entre uno y
otro se hacía más evidente. No es necesario poseer la legendaria
competitividad de Michael Jordan para comprender que la viva imagen de lo
que quería llegar a ser estaba en el cuarto de al lado, y prácticamente lo
sometió a un interrogatorio para averiguar qué invitaciones había recibido,
cómo se conseguía entrar en esos campamentos, qué era lo que le faltaba.
Durante varios años, Jordan y Peterson chocaron de manera tan repetida como
inevitable, al coincidir en numerosas competiciones, partidos allstar,
campamentos de baloncesto y finalmente en el mismo equipo universitario. Y
Página 24
desde el primer día que compartieron dormitorio, se convirtieron en más que
amigos. Casi hermanos, como en los tiempos de Larry contra Mike.
Como Larry, “Buzz” Peterson partía con ventaja. Había empezado antes a
jugar en serio y su preparación había sido mucho más cuidadosa, así que en
esta época estaba por encima de su amigo y rival. Después del verano, en el
último año de instituto, Peterson fue elegido Mr. Basketball y mejor
deportista del estado; Jordan fue el finalista en ambas categorías. Peterson fue
titular en el McDonalds All Stars, y Jordan su suplente. Pero como sucediera
con Larry, Michael fue recortando la ventaja hasta que finalmente no hubo
discusión posible sobre quién era superior. Al igual que sucediera en el patio
de la casa de sus padres, esa competición encarnizada sólo sirvió para
cimentar una amistad en apariencia eterna: años después, de pie junto al altar
el día de su boda, “Buzz” Peterson le ganó diez dólares a su hermano
apostando que Jordan aparecería en la iglesia masticando chicle a pesar de ser
el padrino. “Lo hace siempre que está nervioso.”
Ese primer día sólo eran unos chicos procedentes de los dos extremos del
estado, que habían conectado apenas conocerse. Mientras, Roy Williams
apenas podía dar abasto para organizar los entrenamientos de centenares de
chavales. Los tenía que llevar al pabellón en grupos de treinta para que
jugaran tres partidillos simultáneamente, pero aún tuvo un momento para
echarle un ojo a ese tal Jordan. Cuando terminó el partido de su grupo,
Williams le pidió que se quedara con el grupo siguiente. Más tarde, el propio
Jordan consiguió colarse para una tercera sesión, lo cual era el tipo de
comportamiento que buscaban los entrenadores. Pero lo que más llamó la
atención de Roy Williams fue la desorbitada exhuberancia atlética del joven
Mike, esa velocidad y ese salto, esa intensidad y ese olfato para el balón.
Parecía demasiado bueno para ser verdad, una de esas historias que se oyen,
la gran promesa que de alguna manera ha permanecido escondida. “Creo que
acabo de conocer al mejor jugador de instituto de 1,90 que he visto en la
vida.”
A pesar del elevado número de asistentes, el campamento de Dean Smith
hacía honor a su nombre y podía presumir de una perfecta organización y una
total atención a los fundamentos baloncestísticos. Fue allí donde Jordan se vio
expuesto por primera vez a una preparación de auténtico nivel. Hay que tener
muy presente que Michael Jordan supone un caso muy extremo de evolución
como jugador, ya que sus circunstancias físicas y personales hicieron que su
trabajo de aprendizaje fuera muy por detrás de su desarrollo atlético. A pesar
de que la genética evidente en su padre y sus hermanos no era desdeñable, la
Página 25
manera en la que en el plazo de pocos meses pasó a convertirse en un
espécimen atlético de primera magnitud fue una sorpresa completa. Su
estatura se disparó de lo normal a lo adecuado para una carrera profesional,
pero mantuvo su velocidad y capacidad atlética. Su desarrollo muscular se
salía de cualquier escala, y antes incluso de llegar al deporte de élite su
porcentaje de grasa corporal era ridículamente bajo. Cuando años después se
le realizaron pruebas de velocidad de reflejos, agudeza visual y otros
elementos de percepción, los resultados fueron extraordinarios. Fue como si
apareciera de repente en un instituto un atleta de élite, desprovisto casi
totalmente de preparación. El trabajo estajanovista al que lo sometió el
entrenador Herring apenas si pudo bastar para familiarizar al Mike Jordan
adolescente con su nuevo cuerpo y para desarrollar unas capacidades básicas
de resistencia, colocación y desplazamiento. Virtualmente, la única habilidad
propiamente baloncestística que podía mostrar Jordan en aquel momento era
el tiro. Todo el resto de su juego se basaba en lo atlético, hasta el punto que su
jugada habitual era capturar el rebote en defensa, hacer el “costa a costa” y
finalizar en el aro. Lo que deslumbró a sus compañeros y a los entrenadores
de North Carolina fue su desarbolada capacidad atlética, tanto en velocidad y
salto como en control de su propio cuerpo. Randy Shepherd, que había sido
asignado al mismo grupo que Jordan, volvió al dormitorio casi en estado de
shock: “Buzz, tú y yo no hemos visto nunca a nadie así. Creo que podría jugar
en la NBA”.
Dean Smith no era muy aficionado a los mates, y los ejercicios de su
campamento hacían hincapié en el desarrollo de los fundamentos del juego.
No era el entorno ideal para desplegar todos los recursos atléticos de un
Michael Jordan, pero de vez en cuando se escapaba algún destello: “Buzz, no
te puedes imaginar lo que es jugar con él, sólo tienes que lanzar el alley-oop y
se acabó. No le gusta mucho jugar por fuera, pero por dentro es mortal con lo
rápido que es y cómo salta”. Finalmente, “Buzz” Peterson pudo verlo, aunque
fuera sólo en una pachanga; como era costumbre, varios antiguos Tar Heels
andaban por la universidad, y organizaron un partidillo que completaron con
algunos de los chavales. Michael Jordan fue invitado, al igual que su
inseparable Leroy Smith, y pudo jugar con auténticas estrellas universitarias,
como Mike O’Koren, Dudley Bradley o Al Wood. Al verlo, Peterson tuvo la
revelación del futuro que les esperaba: ese tal Jordan jugaría en la NBA, pero
por más que se esforzara él nunca podría. Era Peterson el que estaba mirando
entonces la viva imagen de lo que querría llegar a ser. Cuando terminó el
campamento, Shepherd y Smith estaban en el buen camino para ser becados
Página 26
por colleges subordinados de la UNC (Asheville y Charlotte,
respectivamente). Después de pasar por el “ABC Camp”, Peterson recibió la
oferta en firme de los Tar Heels. Pero el secreto mejor guardado del
baloncesto universitario era que Michael Jordan había adelantado a Lynwood
Robinson y “Buzz” Peterson para convertirse en el objetivo número uno de
North Carolina.
“Al terminar la semana, decidimos que si sólo pudiéramos reclutar a un
único jugador de todo el país, ese jugador sería Michael Jordan. Nos
esforzamos mucho para disimularlo, porque aún era casi desconocido y
queríamos que siguiera siendo así”, recordaría Roy Williams. A pesar de que
Dean Smith le otorgó la distinción de comer dos veces con él (algo reservado
a los blue chips de máximo nivel), los entrenadores de la UNC no terminaban
de creer que hubieran tenido tanta suerte y que Jordan fuera tan bueno como
parecía. Roy Williams decidió inscribir a Michael Jordan en el Five Star
Camp de Howie Garfinkle en Pittsburg. Desde su punto de vista, era la mejor
opción: el entrenador Herring podría decir que uno de sus jugadores había
llegado a, quizás, el mejor campamento de baloncesto del país, Jordan
recibiría el entrenamiento de alto nivel que tanto necesitaba y la universidad
podría comprobar el auténtico nivel de ese proyecto de jugador. Dean Smith,
sin embargo, montó en cólera al enterarse de que su arma secreta se iba a
exhibir ante los ojos de los principales entrenadores del país: “¿Cómo se te
ocurre hacer eso? Para nosotros sería mejor no enviarlo para allá a que todo el
mundo lo vea”. Williams sólo pudo defenderse argumentando que lo hecho,
hecho está; y que a fin de cuentas Jordan no iba a seguir siendo un secreto
eternamente.
Cuando Howie Garfinkle recibió la llamada solicitando una plaza para un
tal Michael Jordan, decidió hacer alguna pequeña comprobación por su cuenta
y llamó a su entrenador de instituto. “La única manera de entrar en el Five
Star Camp era ser uno de los jugadores mejor valorados del país, y yo no
aparecía en ningún ranquin. El entrenador Herring les dijo que yo estaba
promediando 35 puntos, 20 rebotes y ocho asistencias, o algo por el estilo.
Así es como pude entrar.” En realidad, Jordan había promediado “sólo” 20,8
puntos por partido, y ni siquiera alcanzaría esos números al año siguiente (sus
promedios como senior fueron 29,2 puntos, 11,6 rebotes y 10,1 asistencias).
Michael Jordan llegó a Pittsburg acompañado de su inseparable Leroy
Smith, y en apenas un solo día dejó de ser un secreto. El Five Star Camp
empezaba con la celebración de una especie de draft en el que los
entrenadores seleccionaban al equipo con el que trabajarían durante la
Página 27
semana. Uno de ellos, Brendan Malone de Syracuse, no podía asistir a dicho
draft y dejó instrucciones precisas a un amigo para que lo reemplazara.
Malone había insistido en que eligiera a Aubrey Sherrod, un escolta que era
una de las grandes promesas en aquel momento, pero se encontró con que su
amigo había decidido seleccionar a un absoluto desconocido. “¿Quién
demonios es ese Mike Jordan?” Confía en mí, respondió su amigo, y después
de jugar solamente tres posesiones del primer partido obtuvieron la respuesta:
Jordan robó el balón, corrió la pista y dejó suavemente la bandeja (los mates
estaban prohibidos por temor a las lesiones). Howie Garfinkle había acudido
discretamente a ver quién era ese jugador que le habían colocado, y quedó
boquiabierto. Michael Jordan era el jugador más atlético que Garfinkle había
visto en toda una vida dedicada a ojear talentos; no sólo poseía un salto y una
velocidad fuera de lo común, sino que además lo combinaba con un control
de sus movimientos impropio de su edad y de su escasa preparación. No había
precedentes de una situación como esa, en la que un jugador desconocido
apareciera con esa combinación de exuberancia atlética y control del juego.
Ese mismo día, Howie Garfinkle llamó a su amigo Dave Krider, de Street
& Smith’s. Esta publicación editaba un anuario que estaba considerado como
una especie de “quién es quién” del baloncesto de base estadounidense, y
Krider era el encargado de elegir a los jugadores de instituto que formarían
los tres quintetos ideales. “Dave, estoy viendo algo extraordinario. Tengo aquí
a un jugador tremendo. Se llama Mike Jordan. Es increíble. ¿Lo tienes en tu
lista?” Krider contestó que ni siquiera había oído hablar de él, y que era
demasiado tarde para incluirlo: la revista ya estaba en imprenta. Garfinkle no
pudo convencerlo, y nadie olvidaría jamás que la Street & Smith’s salió a la
calle con la lista de los jugadores de instituto más prometedores sin incluir a
Michael Jordan. Posteriormente, Dave Krider tuvo firmes sospechas de que
detrás de ese error hubo algo más que mala suerte, ya que a su ojeador en
Carolina del Norte lo unían fuertes lazos con Chapel Hill y a la universidad
no le desagradaba que Jordan permaneciera fuera de la prensa nacional. El
brazo de Dean Smith era muy largo.
Cuando “Buzz” Peterson llegó al campamento Five Star una semana más
tarde, Michael Jordan ya era una auténtica estrella. Había sido elegido MVP
de la primera semana, y Brendan Malone se moría de ganas de reclutarlo para
Syracuse. Pero era demasiado tarde; Jordan siempre estaba acompañado por
alguien de North Carolina, normalmente Roy Williams, que bloqueaba
cualquier intento de aproximación. Sólo había surgido un problema: el coste
del campamento era considerable, incluso para una familia de clase media
Página 28
como los Jordan, y no podían pagar otra semana más. Michael tendría que
dejar el campamento.
Howie Garfinkle se subía por las paredes, intentando explicar a los padres
de Jordan que habían subestimado las capacidades de su hijo. Que no estaban
hablando de un Leroy Smith, un buen jugador que podría usar el deporte para
conseguir una educación que no podría pagar de otra manera. Que no estaban
hablando de un futuro en la CBA o en el baloncesto europeo. “Gané cinco
trofeos la primera semana. Así que antes de que viniera mi padre a recogerme,
le llamaron para preguntar si podía quedarme otra semana. Howard Garfinkle,
el que llevaba el campamento, le dijo a mi padre: ‘Señor Jordan, si le deja
quedarse le garantizo que recibirá una beca completa para cuatro años. Podría
llegar a ser elegido McDonald’s All-American. Económicamente sería muy
beneficioso para ustedes que se quedara otra semana’.” Los padres de Jordan
respondieron que simplemente no tenían dinero para otra semana, y Garfinkle
llegó a su límite: “Lo pago yo”. Pero los Jordan no podían aceptar caridad de
un desconocido, y así se lo hicieron saber. Sin embargo, el gesto les
impresionó lo suficiente como para que aceptaran buscar una solución, y
finalmente se decidió que Michael Jordan cubriría el coste de la segunda
semana limpiando mesas y fregando platos (en realidad, Garfinkle usaba este
truco para disimular el hecho de que no se cobraba a las grandes promesas).
Estuvo igual de impresionante que la semana anterior, y volvió a ser elegido
MVP. Él y Peterson terminaron de hacerse amigos, y hablaban de ir juntos a
North Carolina, compartir dormitorio y ganar un campeonato. Se
intercambiaron los números de teléfono, y durante ese año se llamaron
constantemente.
Curiosamente, North Carolina no había despertado las simpatías de
Michael Jordan hasta su primera visita, un viaje escolar con su instituto antes
de convertirse en promesa del baloncesto. Walter Davis le había parecido un
gran jugador durante su paso por los Tar Heels, pero su ídolo era David
Thompson de North Carolina State. Para cuando se fue acercando la hora de
que Jordan eligiera universidad, N.C. State estaba sumida en un proceso de
reconstrucción y acababa de despedir al entrenador. UCLA, que le atraía por
su historial de éxitos, no respondió a su solicitud; y Virginia, que ofrecía la
posibilidad de jugar con Ralph Sampson, le envió un impreso genérico. De las
demás posibilidades, “Buck” Williams de Maryland anunció que se iba a
presentar al draft, y South Carolina (que incluyó una visita al gobernador del
estado) no poseía suficiente nivel. Cuando Malone intentó sugerir una visita a
Página 29
Syracuse, Jordan fue tajante: “Entrenador, he disfrutado jugando para usted,
pero ya he decidido ir a otro sitio”.
No fueron pocos los que creyeron que Michael Jordan estaba cometiendo
un grave error al intentar abrirse hueco en North Carolina en lugar de aceptar
la oferta de la Air Force Academy. En una universidad menor como esa
tendría la titularidad garantizada y podría sacarse el título. Ningún deportista
de Wilmington había triunfado en la Division I (la máxima categoría del
deporte universitario), y en North Carolina permanecería atornillado al
banquillo como suplente del famoso “Buzz” Peterson. Acabaría perdiendo la
beca, o simplemente tirando la toalla para regresar con el rabo entre las
piernas. “Terminarás volviendo a Wilmington a trabajar en una gasolinera si
no vas a la Air Force Academy”, le dijo el director de su instituto. Pero
Michael Jordan ya había hecho su elección, y sus padres le apoyaban. James
Jordan creía que uno debía siempre aspirar a lo más alto, y si terminaba en el
banquillo por lo menos estaría sentado en el banquillo entre los mejores.
Deloris Jordan había quedado muy impresionada con el ambiente familiar y
de estudio de North Carolina, y con su entrenador. Dean Smith era el clásico
entrenador de la vieja escuela que compensaba su absoluta falta de carisma
mediante una sinceridad a toda prueba. Se limitaba a ofrecer atención
personalizada, una educación académica del máximo nivel y la mejor
preparación deportiva. Podía perder a algunos aspirantes por no prometerles
la titularidad o un trato especial, pero a estas alturas la reputación de la
universidad hacía que fueran los menos; y cuando trataba con familias como
los Jordan, que se enorgullecían de mantener unos valores, se convertía en
una ventaja. Además, su oferta estaba calculada para apelar al orgullo del
jugador: sólo te garantizo, decía, que los cinco mejores jugadores del equipo
serán titulares; depende de ti ser uno de ellos. ¿Qué joven estrella de instituto
se iba a considerar menos? Dean Smith poseía un valor añadido a los ojos de
la comunidad afroamericana, que no había olvidado su compromiso personal
con la causa de la integración racial. Desde los tiempos en que había sido un
recién llegado sin fama ni renombre, Smith se había distinguido por integrar
diversos establecimientos locales por la vía ejecutiva, mediante el
procedimiento de aparecer con estudiantes y profesores de cualquier raza y
pedir la carta. Fue él quien reclutó a los primeros jugadores negros en la
historia de la universidad, y Charlie Scott no olvidaría la imagen de Dean
Smith el día que un espectador llamó al jugador “chimpancé” e hicieron falta
tres personas para impedir que el entrenador saltara a la grada. Esa reputación
basada no en sus palabras sino en su propia vida había atraído a jugadores
Página 30
como James Worthy, la gran estrella del equipo en esa época: “Mi padre sabía
lo que Dean Smith había hecho en Chapel Hill, y cómo había tratado a
Charlie Scott, no sólo poniéndolo a jugar sino apoyándolo, y era el tipo de
persona para quien quería que yo jugara”.
North Carolina no dejaba cabos sueltos, y durante todo el último año de
Michael Jordan en el instituto los entrenadores asistentes se fueron dejando
caer periódicamente por Wilmington para comprobar qué tal iban las cosas, y
recordarles el interés de la universidad. El más habitual era Roy Williams,
que consideraba a Jordan algo así como su gran hallazgo, y que se convirtió
poco menos que en un miembro más de la familia. “Le caes muy bien a Ray
[Deloris siempre llamaba así a su marido] porque ve que te ganas la vida
trabajando duro, y eso siempre le gusta. Es como él ve su propia vida.” James
Jordan era consciente de que Williams estaba empezando su carrera de
entrenador y cobraba un salario minúsculo, pero aun así estaba dispuesto a
atravesar medio estado para echarle un ojo a un jugador de instituto. Decidió
hacerle un regalo como reconocimiento de ese sacrificio, pero sabía que
resultaría ofensivo ofrecerle dinero; así que a mitad de curso, James Jordan
apareció en la puerta de la casa de Roy Williams con una chimenea que le
había fabricado con sus propias manos y por la que no estaba dispuesto a
aceptar pago alguno: “Entrenador, ya vengo cansado de hacerla, transportarla
hasta aquí y traerla a la casa. Si tengo que volver a llevármela a Wilmington,
entonces sí que voy a terminar cabreándome”. Durante el otoño de 1980,
Michael Jordan visitó Chapel Hill junto con otros candidatos (entre ellos
“Buzz” Peterson), y luego Dean Smith descendió del olimpo para visitar la
casa de los Jordan, acompañado de dos de sus ayudantes. Cuando llegó,
Michael estaba en el patio con su padre hurgando en las tripas de un coche, y
durante la reunión permaneció en silencio, sentado en un sofá manoseando un
balón mientras los adultos hablaban de su futuro. La decisión estaba tomada
mucho antes de la rueda de prensa de noviembre de 1980 en la que Michael
Jordan anunció oficialmente que había firmado la carta de compromiso para
asistir a la Universidad de North Carolina.
Porque fue una rueda de prensa. El jugador anónimo de pocos meses antes
se había convertido en noticia a nivel estatal, a pesar de que su anuncio
coincidió con el de Lynwood Robinson. “Había periodistas en nuestro patio, y
se negaban a marcharse hasta que les hubiéramos concedido una entrevista”,
recordaría Deloris Jordan. Y eso no era nada comparado con el tumulto vivido
en casa de los Peterson, donde el padre de “Buzz” llegó a perder los nervios y
se encaró con la nube de reporteros que intentaban obtener confirmación del
Página 31
rumor de que “Buzz” Peterson, elegido Mr. Basketball de Carolina del Norte
y mejor deportista del estado por la marca Hersch, se había comprometido
verbalmente con la Universidad de Kentucky. Al final ese compromiso quedó
en nada, después de que el equipo de gestión de crisis de North Carolina
interviniera para evitar la “fuga”. Peterson recibió primero la llamada de su
entrenador del instituto y posteriormente la visita del propio Dean Smith, y
terminó firmando su compromiso con la UNC. Pero no antes de haber
recibido una llamada de Michael Jordan que contribuyó a su, digamos, vuelta
al redil.
“Me comprometí verbalmente, en privado, con la Universidad de
Kentucky. Michael me llamó y me dijo: ‘Eh, creía que íbamos a ir a la misma
universidad, a compartir habitación y ganar un campeonato’.” Posteriormente,
“Buzz” Peterson reflexionó sobre hasta qué punto fue una buena decisión
asistir a North Carolina: “Ahí estaba yo, comprometiéndome con una
universidad a la vez que otro jugador que ocupaba mi misma posición.
Supongo que se podría decir que no era una buena decisión de cara a
conseguir minutos de juego”. Aunque esto no era exactamente como lo
explica Peterson (en realidad, North Carolina era una de las pocas
universidades que no tenían a un veterano para su puesto, ya que el escolta
titular acababa de graduarse), provoca una reflexión a la inversa: ¿Por qué lo
llamó Jordan? ¿Qué llevó a Michael Jordan a llamar a Peterson, decepcionado
y dolido, pidiéndole que fuera con él a Chapel Hill? ¿Acaso no era consciente
de que sin Peterson sus opciones de juego se multiplicaban? Es más que
improbable que Jordan desconociera este extremo, cuando le habían estado
recomendando que eligiera otra universidad precisamente para evitar
coincidir con el mejor jugador del estado. Pese a ello, Michael Jordan le pidió
que fueran juntos.
Porque para Michael Jordan lo único más importante que su carrera era
sentirse arropado por personas que gozaran de su intimidad y su confianza.
Antes de aceptar comprometerse con North Carolina, necesitó la seguridad de
que con él acudirían su amigo Adolph Shiver y su hermana Roslyn (que se
graduó con un año de adelanto para poder matricularse a la vez que Mike).
Incluso si la ausencia de “Buzz” Peterson suponía una ventaja objetiva en sus
perspectivas deportivas, eso no compensaba perder al único amigo que iba a
tener en el equipo. La necesidad de sentirse rodeado por personas de su
confianza sería una constante en la vida de Michael Jordan, y por ello el
problema de equilibrar la barrera que suponía ese círculo de fieles con su
integración en un equipo sería una constante en su carrera. En caso de
Página 32
conflicto, Jordan optaría siempre por el mismo bando que eligió en 1980: por
encima del baloncesto, los suyos.
Tras finalizar el curso y graduarse en el instituto, Michael Jordan acudió a
varios torneos All Stars como el Capital Classic de Washington o el National
Sports Festival de Syracuse. Tal y como predijera Howie Garfinkle, Jordan
fue invitado al McDonald’s All-American Game, aunque fuera como suplente
de “Buzz” Peterson. Y fue en ese partido en el que se pudo comprobar que ya
había superado a su amigo; Peterson jugó bien y anotó diez puntos, pero
Jordan batió el récord de anotación del torneo con treinta puntos en una serie
de 13/17 tiros de campo. Sin embargo, el galardón de mejor jugador fue para
Adrian Branch, un anotador superlativo que posteriormente jugaría en
Maryland (y en el Caja de Ronda) y que había hecho 24 puntos y 8 rebotes
para decidir el partido. Fue quizá la primera ocasión en la que pudo verse en
acción a ese círculo de fieles que rodearía siempre a Michael Jordan: los
entrenadores de North Carolina tuvieron que formar un cordón humano para
proteger a los jueces de la ira de Deloris… y de la madre de Peterson, que ya
consideraba a Michael como parte de su propia familia. Jordan tendría
siempre muy claro en quiénes podía confiar.
Página 33
Chapel Hill, 1981
Tu vida no volverá a ser la misma después de ese tiro, hijo.
Uno de los rasgos de Michael Jordan que resultan más contradictorios con
su personalidad futura es la manera en la que mezcla arrogancia e inseguridad
durante la primera etapa de su carrera deportiva. El mismo Jordan que se
pasea ante las barbas de todo un James Worthy presumiendo de ir a marcar
una época en la universidad es el que luego llega atenazado por el miedo a no
dar la talla, a salir a jugar y hacer el ridículo delante de Dean Smith y los
suyos. “Temía llegar y estrellarme, porque todo el mundo esperaba
muchísimo de mí.” Aún era demasiado humano.
En cualquier caso, esa inseguridad le duró hasta la primera pachanga. En
North Carolina era tradición the Wall, el muro de ladrillo que rodeaba a la
biblioteca en el que se sentaban las antiguas estrellas de los Tar Heels cuando
venían de visita, y desde el que desafiaban a los universitarios a jugar unos
partidillos. En teoría servían para proporcionar un sentido de continuidad, de
historia y de familia a los jugadores, que veían simultáneamente el historial
glorioso de la institución y también el éxito que esperaba a quienes siguieran
el camino recto. A Jordan le sirvieron, además, para ponerse a prueba ante sus
mayores mediante el enfrentamiento directo en la pista. “Al Wood me estaba
defendiendo, estábamos empatados y el que metiera la siguiente canasta
ganaba. Yo tenía el balón. Todos me miraban y yo estaba nervioso porque no
estaba seguro de estar a la altura. Remonté la línea de fondo y él me siguió.
Cuando fui a tirar, Geoff Crompton vino a la ayuda. Me levanté con el balón
pensando que me habían encerrado. Pero cuando volví a bajar, me dije:
‘¿Realmente he hecho eso?’.” Jordan acababa de machacar por encima de
Wood, número 4 del draft, y de Crompton (de natural paquete, pero un
paquete de siete pies que jugaba en la NBA), y supo que estaba preparado.
Sólo faltaba que lo supieran los demás.
En contra de lo que muchos habían anticipado, el principal competidor de
Michael Jordan en su nuevo equipo no era “Buzz” Peterson. Es cierto que en
este momento de sus carreras respectivas Peterson llevaba clara ventaja en el
Página 34
tiro exterior, manejo de balón, bote y pase, colocación defensiva y ofensiva,
preparación, fundamentos… pero Dean Smith ya tenía a un jugador así, con la
ventaja añadida de llevar dos temporadas en el equipo. Se trataba de Jim
Braddock, el base suplente del equipo que perdiera la gran final de la NCAA
el año anterior frente a la Indiana de Bobby Knight e Isiah Thomas. Braddock
era el mismo tipo de jugador y podía aportar lo mismo que Peterson (tiro,
manejo de balón, colocación) pero sumando una mayor experiencia,
conocimiento del juego y de los compañeros e integración en el equipo. Era
difícil que Dean Smith optara por “Buzz” Peterson cuando tenía una versión
mejorada a su disposición. En cambio, Michael Jordan se presentaba como un
tipo de jugador diferente cuya aportación no se parecería en nada a la de los
demás candidatos.
North Carolina venía de jugar la finalísima en 1981 y eran los grandes
favoritos para la temporada 81-82 antes incluso de saber quién reemplazaría
al escolta Al Wood, su gran estrella. El punto más fuerte de los Tar Heels era
su pareja interior, James Worthy y Sam Perkins, considerada la mejor del país
y sabiamente alimentada por Jimmy Black, uno de esos grandes bases
universitarios que no tiraban sin receta médica, pero que eran la auténtica
prolongación del entrenador sobre la cancha. La última plaza fija en el
quinteto titular era para Matt Doherty, un alero blanco similar en líneas
generales a Braddock o Peterson: grandes fundamentos, sin ninguna habilidad
sobresaliente pero capaz de aportar en cualquier área (tiro, rebote, defensa,
circulación de balón) sin cometer errores. El único punto débil de este equipo
era la falta de estatura; los pívots grandes como Pat Ewing campaban por sus
respetos en la liga universitaria, y aunque Worthy y Perkins eran rápidos,
móviles y atléticos, ninguno de ellos pasaba del 2,05 de altura. Y no podían
esperar auxilio desde el banquillo, ya que los hombres altos suplentes
destacaban más por su buena disposición y voluntad de sacrificio que por su
calidad. Dean Smith temía que completar el quinteto con un escolta con
cuerpo de base, como Braddock o Peterson, sólo agravaría el problema.
Tampoco la aportación de éstos parecía tan necesaria con Black y Doherty.
Michael Jordan ofrecía la posibilidad de jugar con un escolta grande, con
estatura de alero universitario y mucho salto. Ningún rival podría tirar por
encima de él, y sería de gran ayuda en los tableros si Perkins y Worthy se
veían en apuros. Lo que quedaba por ver era si ese antiguo ala-pívot era capaz
de jugar en el perímetro de una universidad de primera fila. En ataque, Jordan
no mostraba ni el bote ni el pase normalmente asociados al puesto de escolta,
pero por lo menos su tiro de media distancia cubriría las necesidades del
Página 35
equipo (cuando lo vio por primera vez, Sam Perkins no se sintió
especialmente impresionado por el novato; al menos tiene buen tiro, pensó).
En defensa las dudas eran aún mayores, pero después de varias pruebas tanto
en entrenamientos como en partidos de preparación, Dean Smith decidió que
le inspiraba la suficiente seguridad como para confiar en él desde el arranque.
Michael Jordan no era ni de lejos un defensor del nivel exigible a un titular de
North Carolina, pero sí era intenso, activo y rápido de pies y manos. Tendría
que valer.
Especular es ocioso, pero es imposible no preguntarse qué efecto habría
tenido la decisión contraria para la carrera de Michael Jordan. Aunque Smith
era un partidario declarado de las plantillas largas y las rotaciones en la
temporada, su poca confianza en un banquillo compuesto casi exclusivamente
por jugadores de primer año lo llevó a exprimir al límite a su quinteto titular.
Dado que aún no se había implantado el reloj de posesión, el ritmo de juego
del baloncesto universitario no hacía imprescindibles los cambios. Además,
Dean Smith contaba con su famosa four corner offense (las “cuatro esquinas”
de toda la vida), en la cual el balón circulaba por el perímetro sin buscar la
canasta para dejar pasar el tiempo y descansar a los titulares. Los Tar Heels
jugaron toda la temporada con una rotación de seis jugadores, los cinco
titulares más Braddock, condenando a los demás a un exilio del que emergían
esporádicamente para disputar algún minutillo de relleno. La mayoría de los
suplentes lo aceptaron como resultado inevitable de la diferencia de nivel
entre unos y otros, pero resultó muy duro para quienes llegaban con vitola de
estrella y aspiraban a una carrera relevante. Lynwood Robinson y “Buzz”
Peterson se encontraron con que después de ser los fichajes más sonados del
verano quedaban relegados al ostracismo más absoluto, y no llegaron a
aceptarlo. Robinson terminó pidiendo el traslado a otra universidad de menor
nivel donde tuviera minutos garantizados, y el estado anímico de Peterson se
deterioró tanto que estuvo a punto de tirar la toalla y volverse a su casa. Si
Braddock hubiese sido elegido como titular, ¿se habría encontrado Jordan en
la misma situación que Robinson y Peterson? Quién lo sabe. Por una parte,
Michael Jordan era un jugador con características atléticas que destacaban por
encima del nivel medio de la liga universitaria, mientras que sus compañeros
habían llegado a su tope físico. Por otra parte, Jordan no dejaba de ser un
freshman (jugador de primer año). Y en North Carolina lo único bueno de ser
freshman era que se terminaba curando con el tiempo.
El sistema que había implantado Dean Smith en su universidad se basaba
en dos estructuras jerárquicas superpuestas: una gerontocracia y una
Página 36
meritocracia. El entrenador cumplía a rajatabla su compromiso de otorgar
tiempo de juego y relevancia atendiendo exclusivamente al rendimiento de
cada jugador, pero los aspectos no deportivos se regían por el principio de
antigüedad. En Chapel Hill los seniors (jugadores de último año) eran
tratados como adultos responsables, y el entrenador podía consultar con ellos
la hora de salida para acudir a un partido, por ejemplo. El último partido en
casa de la fase regular de la liga ACC era denominado el seniors game, ya
que era tradición que todos los jugadores que estuvieran en último curso
salieran de titulares independientemente de su nivel, como homenaje a su
contribución al equipo. Los freshmen, en cambio, ocupaban el último
escalafón del equipo, por detrás incluso de los team managers: si un balón
salía despedido durante un entrenamiento, el manager no iba a recogerlo sino
que llamaba a un freshman. Las pausas de un minuto para beber agua eran
escalonadas por cursos en cuatro intervalos (los seniors disponían del minuto
entero, los freshmen sólo de los últimos quince segundos). Cada año, los
seniors elegían por votación cuál era el freshman más descarado y bocazas, al
cual se premiaba con la tarea de trasladar el pesado proyector utilizado para
visualizar partidos de los rivales. Huelga decir que el agraciado fue Michael
Jordan, aunque “Buzz” Peterson le ayudaba con el altavoz.
Esa estratificación se hacía especialmente evidente en las facetas más
públicas. Como casi todas las universidades, el equipo de baloncesto de North
Carolina publicaba cada año su media guide, un librito con información
básica de referencia que como su nombre indica estaba dirigido a la prensa.
La guía correspondiente a la temporada 1981-82 llevaba en portada la foto de
los tres seniors de la plantilla, sin importar que a excepción de Jimmy Black
los otros dos jugadores tuvieran un papel marginal. En su interior, la guía
dedicaba una página a cada miembro del equipo… excepto a los freshmen,
claro, que eran despachados en un párrafo cada uno; tres por página, ya fueran
blue chips o jugadores sin beca que se limitaban a completar los
entrenamientos. El incidente más conocido se produjo cuando Michael Jordan
quedó fuera de la portada de la revista Sports Illustrated por orden directa de
Dean Smith. “Sports Illustrated nos había elegido como favoritos n° 1 en
pretemporada, debido a nuestros veteranos, y quería poner el quinteto titular
en la portada de su número especial de la temporada. Accedí a que
fotografiaran a James Worthy, Sam Perkins, Jimmy Black y Matt Doherty,
pero me negué a incluir al quinto jugador”, recordaría el entrenador. A la
revista sólo se le dijo que aún no se había tomado una decisión: “No voy a
incluir a un freshman cuando ni siquiera estoy seguro de que vaya a ser
Página 37
titular”. En realidad, Jordan sí que había sido elegido después de un par de
partidos Blue vs White, titulares contra suplentes, aunque no se anunció hasta
dos días antes de comenzar la temporada. La razón oficial fue una norma del
equipo según la cual ningún freshman (cómo no) podía conceder entrevistas
antes de su debut. Las normas eran las normas, y el mismísimo James Worthy
tuvo que afeitarse para la foto porque estaba prohibido que los jugadores se
dejaran barba. Había conseguido una dispensa especial debido a un problema
dermatológico que tuvo que acreditar mediante un certificado médico, pero ni
siquiera eso lo salvó cuando llegó el fotógrafo de la revista. Fuera cual fuese
la razón, no fue la que se le dio personalmente a Michael Jordan como
explicación. Dean Smith tenía mucha más experiencia que los entrenadores de
Laney, y supo darle la noticia de forma que el jugador no sólo se ahorraba una
humillación, sino que además se veía desafiado a reivindicar su valía:
“Michael, no has hecho nada para merecer ser portada de una revista. Aún no.
Pero ellos sí. Por eso creo que no deberías aparecer en la foto”.
Michael. No Mike, como había sido conocido hasta entonces y como
aparecía en la media guide. Dean Smith insistía en tratar a sus jugadores
como adultos, quizá para remarcar que ya no eran adolescentes a pesar de un
cierto infantilismo asociado al deporte, y no le gustaba usar diminutivos. Eso
había provocado una pequeña crisis un par de años antes, cuando los técnicos
se dieron cuenta de que iban a coincidir en el equipo tres jugadores llamados
James: Worthy, Black y Braddock. Sus compañeros no tenían problemas ya
que entre ellos usaban sus apodos (“Stick”, “Boss” y “Daddy”,
respectivamente), pero el entrenador Smith no iba a dirigirse a un jugador
llamándolo daddy. Finalmente alcanzaron una solución intermedia, y
quedaron como James Worthy, Jimmy Black y Jim Braddock. Jordan era
Mike para la mayoría de sus compañeros, pero Dean Smith lo llamaba
Michael y varios jugadores también empezaron a hacerlo. Mediada la
temporada, el jefe de prensa de los Tar Heels sugirió eliminar esa confusión y
elegir un nombre definitivo. Como al jugador le era indiferente, el jefe de
prensa se decidió por Michael Jordan.
¿Qué hay en un nombre? En toda la historia de North Carolina, sólo tres
jugadores habían sido titulares en su primer partido freshman. Michael
Jordan, con cualquier otro nombre, estaba destinado a ser el cuarto. Su actitud
desafiante no le granjeó la simpatía de los veteranos, para quienes un recién
llegado que presumía de los mates que les iba a hacer era lo más opuesto a las
tradición del equipo y la universidad. El propio “Buzz” Peterson confesaría
que más de una vez y más de dos estuvo a punto de perder los nervios ante los
Página 38
piques constantes de Jordan, pero igual que los demás también fue
aprendiendo a respetar al novato, aunque fuera a regañadientes, porque sus
bravatas estaban respaldadas por su juego. Worthy sabía reconocer el talento
cuando le golpeaba entre los ojos, y durante mucho tiempo recordó el
momento en el que comprendió que ese freshman era especial. Fue en un
entrenamiento, cuando Jordan penetró a canasta frente a Sam Perkins. Perkins
perdió movilidad muy pronto, y en su larga carrera profesional dejó la imagen
de jugador poco atlético que apenas despegaba las zapatillas del parqué; pero
en sus primeros años era un jugador con un salto prodigioso y un timing
perfecto, que lo convertían en uno de los mejores taponadores de su categoría.
Cuando Jordan lo vio venir, tuvo que cambiarse el balón a la mano izquierda
para eludirlo, pero eso lo dejó totalmente expuesto a un James Worthy que
venía a la ayuda. Worthy saltó dispuesto a taponar el tiro de ese novato
bocazas, cuando de alguna forma Jordan logró girar su cuerpo, interponerlo
entre el balón y el defensor, y soltar una bandeja altísima que entró
limpiamente en el aro. James Worthy era en ese momento el mejor jugador
universitario del país (o poco menos) gracias a la velocidad y el control de sus
movimientos, pero nunca había visto algo así.
Y eso no era todo. Más allá de sus acrobacias cerca del aro, el auténtico
rasgo distintivo del debutante Michael Jordan era su capacidad de trabajo y
aprendizaje. “Sinceramente, no había visto a nadie entender el juego tan
rápido. Michael no comete el mismo error dos veces”, declaró Worthy. En
uno de sus primeros entrenamientos, Dean Smith le explicó la manera en la
que defendían una “puerta atrás”, contraria a como él lo había aprendido en el
instituto; al día siguiente, Jordan ya estaba defendiendo en la postura correcta.
Eso era especialmente importante para remediar el retraso acumulado en su
preparación. “Yo no aprendí fundamentos hasta llegar a la universidad”,
escribiría posteriormente. “Recuerdo mi primer error. Remonté la línea de
fondo e intenté hacer un aro pasado, y me gritó: ‘¿Dónde te crees que estás?
¿Crees que sigues en el instituto Laney? Pues no. Estás en la universidad.
¿Crees que eso era un buen tiro?’.” (Jordan no contestó; en una ocasión
parecida, Jimmy Black respondió con un sí y el equipo entero fue castigado.)
No es fácil reconocer en este Michael Jordan al jugador que
posteriormente dominaría su deporte. Algunos gestos estaban ahí, como la
lengua o el arremangarse las calzonas al encarar a un rival en defensa, el
double pump o rectificado, la finalización alrededor del aro. Pero en su
primera temporada en un entorno verdaderamente competitivo, el juego de
Jordan sufría de unas limitaciones alarmantes, sobre todo con el balón;
Página 39
botarlo más de una vez era meterse en problemas, y en el juego de pases de
North Carolina era un defecto insoslayable. Su área de juego estaba definida
claramente: el lateral desde la esquina hasta la prolongación del tiro libre, a
ser posible en el lado débil, y nunca en la cabeza de la zona. En defensa
presionaba las líneas de pase y era rápido en el robo, pero con frecuencia no
lograba mantener la concentración y perdía su posición y la referencia de su
par. Durante muchos minutos, Michael Jordan vagaba por la pista sin influir
en el juego ni dejar recuerdo en el espectador.
No en todos los minutos. Eran sus limitaciones, pero enfrente estaba todo
lo que Jordan aportaba al equipo desde el mismo momento de su debut. Sus
virtudes no son más fáciles de reconocer, más allá de los vuelos para el mate
o la bandeja ya mencionados, pero estaban ahí. Michael Jordan se reveló
como un muy buen reboteador, y especialmente como un gran reboteador
ofensivo. Su tiro desde el lateral era un tanto irregular y de mecánica lenta,
pero martilleaba al rival cuando intentaba cerrarse en una zona alrededor de
Worthy y Perkins. En defensa era una preocupación constante para el rival,
amenazando permanentemente con el robo o el tapón gracias a su rapidez y su
salto. Pero, sobre todo, era el único jugador de la plantilla, además de Worthy,
capaz de crearse sus propias canastas. Sam Perkins podía presumir de una
muy buena mano, pero se encontraba mucho más cómodo finalizando que
creando, mientras que Black, Braddock y Doherty se centraban más en apoyar
al equipo que en la aportación individual. James Worthy había dado el salto al
estrellato y era quien se echaba el equipo a las espaldas noche tras noche y lo
llevaba a la victoria. Pero eso también lo sabían los rivales, y en los
momentos decisivos lo rodeaban de un cinturón de defensores para intentar
que no le llegara el balón. Lo cual no era precisamente una sorpresa para los
Tar Heels.
Durante años, Dean Smith había sido criticado por no lograr que el éxito
de su programa se tradujera en campeonatos. La opinión cada vez más
generalizada era que su estilo de juego rígido y reglamentado garantizaba un
buen número de victorias, pero se convertía en un obstáculo al llegar a los
partidos de máxima exigencia. En esos momentos, los rivales veían facilitada
su tarea al poder predecir las opciones que tomaría el equipo y centrarse en
defenderlas eficazmente. Dean Smith rechazaba públicamente las críticas, y
sostenía que el éxito de un programa como el suyo no se podía medir por el
resultado de un puñado de partidos finales. Además, ya había ganado un
campeonato (como jugador, algo poco conocido entonces) y afirmaba no
sentir esa supuesta presión. Al menos la plantilla sí que la sentía: bajo el
Página 40
liderazgo de Jimmy Black, auténtico corazón del equipo, el vestuario hizo
suya la tarea de redimir a su entrenador de una injusta etiqueta de perdedor, y
durante la temporada su grito de guerra sería “¡uno, dos, tres, TREINTA!”
para recordar que cuando llegara el día 30 de marzo serían campeones. En
realidad, el propio Dean Smith había terminado por escuchar a sus críticos,
aunque no le gustara. El año anterior había invitado a un amigo suyo a ver sus
entrenamientos y ofrecer una opinión externa, y el veredicto había sido que
efectivamente el equipo jugaba de manera demasiado predecible. Semanas
después, North Carolina eliminó contra pronóstico a Virginia en la Final Four
de 1981, y su entrenador tuvo que reconocer que Dean Smith le había pillado
totalmente por sorpresa al abandonar los esquemas y dar libertad ofensiva a
Al Wood. Algo parecido se esperaba de Michael Jordan y de su capacidad
aún embrionaria de finalizar las jugadas de maneras diferentes. En los
momentos apurados, Jordan optaría por salirse de los esquemas y entrar desde
las alas, bien por la línea de fondo o bien hacia el corazón de la zona, y
resolver confiando en su superioridad atlética, levantándose por encima de
defensores menos dotados o aguantando con el double pump, una especie de
rectificado que se convertiría en uno de sus recursos más típicos.
Dean Smith decidió no jugar amistosos de pretemporada, y eso sólo sirvió
para aumentar la expectación por ver a Michael Jordan. La agencia
Associated Press también había elegido a North Carolina como gran favorita
para la victoria, y eso significaba que Jordan debía de ser muy especial para
haber sido designado como titular siendo freshman. Algunos comentaristas
como Al McGuire eran un tanto escépticos, subrayando la dificultad de
alcanzar el campeonato con un novato como titular, y otros muchos no sabían
exactamente qué esperar. Se hablaba de que iba a ser el nuevo David
Thompson o Walter Davis, pero esas comparaciones sólo hacían referencia a
su origen geográfico y no a un juego que pocos habían visto. Jordan debutó el
28 de noviembre de 1981 en el Charlotte Coliseum contra Kansas,
precisamente la antigua universidad de Dean Smith. Se le veía nervioso, sin
encontrar su sitio. Falló su primer tiro, una suspensión desde el mismo lugar
que la canasta famosa en la final contra Georgetown, y luego anotó la primera
canasta de North Carolina en la temporada después de remontar la línea de
fondo. En el primer minuto capturó un rebote, corrió el contraataque y dio un
pase picado para que Worthy encestara un mate espectacular. La jugada fue
anulada por personal del defensor, pero Jordan fue recorriendo la pista
animando a los compañeros. Estaba excitado, y el equipo buscó jugar con el
nuevo en los primeros minutos. Kansas no tenía un gran equipo, y se encerró
Página 41
en una zona numantina que resistió tenazmente hasta desmoronarse a mitad
de la segunda parte. Michael Jordan anotó 12 puntos y dejó una buena
impresión, aunque falló varios lanzamientos exteriores. Fueron escasos los
destellos del jugador que sería en el futuro, pero estaban ahí: un palmeo
entrando al rebote demostrando su coordinación y capacidad de salto; una
penetración interrumpida para frenarse en un palmo de terreno, librarse del
defensor y anotar la suspensión; una entrada cerca del final del partido, en la
que un estallido de velocidad lo llevó desde medio campo hasta el aro y sólo
lograron frenar en falta. “Cuando llegué, pensaba que todos eran
superestrellas y que yo sería el último mono. Después del primer partido me
di cuenta de que era tan bueno como los demás.”
Dos días después, contra la universidad de South Carolina de Wayne
Carlander, Michael Jordan realizó su primer mate en la liga universitaria.
Sumó de nuevo 12 puntos en otro partido de anotación muy repartida y
colaboró de manera decisiva en el arreón final que terminó rompiendo el
partido en la segunda parte. Ya en esos partidos se iba viendo lo que serían las
líneas generales que marcarían la temporada del equipo: anotación muy baja,
la más baja de la carrera de Dean Smith, pero muy repartida y con altos
porcentajes de acierto; gran defensa y ventajas en el marcador cortas pero
imposibles de remontar. Eso hacía aún más destacable el hecho de que el
novato pudiera anotar cómodamente en dobles dígitos cada partido. En la
práctica, el gran debut de Jordan se produjo el 3 de diciembre, cuando por fin
jugaron su primer partido en casa. El público de Chapel Hill estaba deseando
ver por fin jugar a ese equipo del que tanto se esperaba, y muy especialmente
al freshman que tan buena imagen había dado por televisión. Y Michael
Jordan se convirtió en la gran estrella del partido contra Tulsa, anotando 22
puntos con una serie de 11/15 en tiros de campo (además de 5 rebotes, 3
asistencias y 4 robos) y provocando el entusiasmo de los espectadores con
varias jugadas espectaculares. Después de Navidad llegó la primera gran
prueba de la temporada, el partido contra la Universidad de Kentucky de Mel
Turpin. Aunque Kentucky había sufrido la baja por lesión de Sam Bowie
(sorpresa), era un buen equipo que ocupaba el puesto n° 2 en los ranquin,
justo detrás de North Carolina, y el enfrentamiento entre ambos serviría para
comprobar cuál presentaba las aspiraciones más sólidas. Después de una
primera parte igualada en la que James Worthy mantuvo a su equipo por
delante, los Tar Heels rompieron el partido tras el descanso con tres canastas
casi consecutivas de Jordan y terminaron barriendo al rival por 82-69. A pesar
de que tuvo un comienzo pésimo en el tiro, Michael terminó con 21 puntos y
Página 42
5 rebotes. Los Tar Heels sólo perdieron dos partidos en toda la temporada y
apenas pasaron apuros en otros tantos. La imagen de fortaleza del equipo era
incluso mayor de lo que indican los números, ya que en realidad sólo Virginia
(el otro gallito de la ACC) les había plantado cara: una gripe provocó la baja
de Perkins en la derrota contra Wake Forest, y Clemson hizo su mejor partido
del año; North Carolina batió cómodamente a esos rivales en los partidos de
vuelta.
Las tendencias apuntadas en los primeros partidos se fueron confirmando
a lo largo de la temporada. El equipo conseguía las victorias en defensa, y en
ataque aprovechaba la inexistencia del reloj de posesión para buscar
pacientemente el pase interior que ofreciera las mejores opciones de canasta.
Los rivales se encerraban en la zona y los desafiaban a batirlos mediante tiros
exteriores, y el resultado más habitual era un partido lento, elaborado, de
marcador bajo y ventajas cortas pero controlado en todo momento por los Tar
Heels con un James Worthy espectacular y un Jimmy Black totalmente
centrado. En el plano individual, Michael Jordan había sido elegido mejor
debutante de la ACC después de una magnífica temporada. En una época con
menos cobertura televisiva que la actual, corrían de boca en boca historias
sobre las jugadas que el amigo de un primo le había visto hacer en un
entrenamiento o en una pachanga. Se lo comparaba con Phil Ford por su
precocidad, y se hablaba ya de que el sistema rígidamente estructurado de
Dean Smith estaba limitando su desarrollo, otra crítica que tampoco era nueva
(los ojeadores profesionales se habían quejado en el pasado que el reparto de
responsabilidades en los equipos de Smith hacía difícil identificar a las
auténticas estrellas o descartar a los jugadores más limitados). “Hace de
todo”, declaraba Jimmy Black, “anota, defiende, lidera al equipo, rebotea,
tapona. ¿Qué más se le puede pedir?” Por contra, había otras opiniones menos
favorables. El propio Ford llamó a su antiguo entrenador para preguntarle en
broma si estaba siendo chantajeado para mantener de titular un escolta cuyo
tiro era tan irregular, cuando precisamente lo que necesitaba el equipo era
anotación desde el perímetro. Y no era el único, especialmente porque Jordan
pasó un cierto bache en su acierto en el tiro durante el tramo final de la
temporada. “Las defensas han cambiado. Antes los rivales me concedían el
tiro en suspensión contra la zona, pero ahora me salen en cuanto toco el
balón. No tengo tanto tiempo para armar el tiro.” Intentó resolverlo mediante
un truco usado por Walter Davis, que consistía en quedarse después de los
entrenamientos hasta conseguir anotar el número de lanzamientos en
suspensión correspondiente al año, 82 en este caso.
Página 43
Otro inconveniente añadido fue la amigdalitis contraída en el momento
más inconveniente. La competición universitaria se dividía en dos partes,
primero una fase regular y luego los torneos de postemporada. En la fase
regular los equipos se enfrentaban a ida y vuelta contra sus rivales de
conferencia (en este caso, la Atlantic Coast Conference o ACC), y contra
otros equipos según dispusieran. Luego, los equipos mejor clasificados de la
ACC jugaban ese torneo, y finalmente se disputaba el torneo de la NCAA a
nivel nacional. Los médicos recomendaban extirpar las amígdalas mediante
una operación menor que lo tendría de baja sólo unos días, pero esos días
coincidían con las primeras rondas del torneo final de la ACC. Jordan decidió
que las amígdalas tendrían que esperar.
Y menos mal, porque sin él las cosas podrían haberse complicado
tontamente para North Carolina en la primera ronda contra Georgia Tech, un
partido espeso de ínfima calidad en el que ninguno de los equipos dio una a
derechas y que Jordan sentenció con sus 18 puntos. En semifinales vencieron
con facilidad a la North Carolina State de Chuck Nevitt, y se plantaron así en
la final contra sus archienemigos de Virginia. El equipo de los Cavaliers, que
así se apodaban, se había convertido en el mayor rival de los Tar Heels en la
lucha por la supremacía en la ACC gracias a la presencia de Ralph Sampson.
Con sus 2,24 de estatura y su gran movilidad, Sampson era uno de los
jugadores más determinantes del baloncesto universitario del momento, y el
único por el que Dean Smith cambiaba su defensa. Además, una de las pocas
carencias de North Carolina era la falta de altura, así que provocaba serios
desequilibrios defensivos en sus enfrentamientos. Durante la liga regular, los
Tar Heels habían conseguido remontar en el último momento un partido muy
complicado en casa (en el que Smith había tomado el micrófono para pedirle
al público que recuperara la compostura), y luego habían sido derrotados con
claridad en Virginia. Con ambos equipos ocupando los puestos números 1 y 2
del ranquin nacional y con la elección conjunta de Worthy y Sampson como
“mejor jugador universitario del año”, muchos anticipaban la final de la ACC
como una especie de final universitaria no oficial, en la que se enfrentarían
los dos mejores equipos del país.
El partido respondió a la expectación, aunque más en términos de
emoción que de buen juego. En un extraño gesto premonitorio, Sampson se
lanzó a taponar los lanzamientos de los rivales aunque varios de sus tapones
fueran considerados ilegales y se concediera la canasta. James Worthy tuvo
un arranque espectacular y puso a su equipo cómodamente por delante, pero
los Cavaliers remontaron de la mano de Ralph Sampson hasta terminar la
Página 44
primera parte sólo 3 puntos abajo, a pesar de la ausencia por lesión de su
segundo mejor jugador. Las posesiones se alargaban y el ritmo se volvía más
espeso conforme los Tar Heels buscaban mantener su ventaja, pero Virginia
consiguió ponerse por delante. Michael Jordan había hecho una mala primera
mitad, en parte debido a su tendencia a cargarse de faltas, y apenas llevaba
dos puntos, pero en el momento decisivo tomó el mando del partido. Su
equipo llevaba una sola canasta en casi diez minutos e iba tres puntos por
detrás en el marcador cuando Jordan anotó dos tiros exteriores consecutivos,
seguidos de otras dos suspensiones en rectificado. En un momento había
sumado ocho de los diez puntos que llevaba su equipo en la segunda parte, y
Matt Doherty anotó tres de cuatro tiros libres finales para alzarse con el
campeonato de la ACC.
Michael Jordan había jugado su primera final, había identificado el
momento decisivo del partido y se había hecho con el control. Acababa de
decidir el primer título de su carrera, aunque pocos prestaron atención a ese
hecho: Dean Smith había ordenado que su equipo congelara el juego durante
los últimos 7:45 de partido, optando por las “cuatro esquinas” en lugar de
buscar canasta. Virginia sólo llevaba una personal de equipo, y su entrenador
decidió de manera un tanto sorprendente mantener la defensa atrás y no
presionar la circulación exterior. El resultado fueron minutos y minutos de
pases en medio campo, mientras los espectadores abucheaban desde la grada
y los comentaristas televisivos no sabían qué decir. La táctica del entrenador
Smith de congelar el balón en caso de ventaja ya había sido criticada en el
pasado, pero el convencimiento de que una repetición de semejante
espectáculo causaría un daño irreparable al baloncesto universitario llevó a la
adopción inmediata de medidas correctoras. A mediados de esa misma
temporada, la NCAA había remitido una circular a sus miembros pidiendo su
opinión sobre la posibilidad de introducir el uso del reloj de posesión y la
línea de tres puntos, y la respuesta fue negativa por amplia mayoría. Después
de la final, el teléfono del responsable de reglamentos de la NCAA sonó
ininterrumpidamente durante tres días y la ACC aprobó urgentemente ambas
medidas, con el voto favorable del propio Dean Smith, a quien no daba miedo
experimentar.
Nada de eso preocupaba a los jugadores de North Carolina, que
disfrutaron de su victoria sin preocuparse de lo que pensaran los demás. Sin
embargo, Jimmy Black puso rápido fin a la euforia. Aún no habían ganado
nada, la universidad acumulaba muchos trofeos como ese en sus vitrinas y su
auténtico objetivo era otro. No había margen de error en eliminatorias a
Página 45
partido único y la confianza podía ser fatal. Era el rol de Black, y así por
ejemplo había convocado una reunión de jugadores después de perder en
Virginia para que cada miembro de la plantilla admitiera un fallo y se
comprometiera a resolverlo. La combinación de la cerradura del vestuario
seguía siendo 1-2-3-30. “¡No hemos terminado!”
La primera en la frente. North Carolina estaba clasificada directamente
para segunda ronda de los playoffs regionales que daban acceso a la Final
Four de la NCAA, aunque Dean Smith hubiese preferido una primera ronda
facilita para ir calentando. Con razón, ya que los Tar Heels estuvieron a punto
de verse sorprendidos por los “Dukes” de James Madison con Linton Townes.
James Madison era una pequeña universidad con jugadores poco destacados,
pero con reputación de “matagigantes”. Durante todo el partido tuvieron
contra las cuerdas a North Carolina hasta que unos tiros libres de James
Worthy les concedieron la victoria por un apurado 52-50. “No nos los
tomamos en serio”, reconocería Worthy. “Se merecieron la victoria, porque
nos tenían controlados.” Pasado el susto, vencieron a Alabama en semifinales
y luego ganaron cómodamente la final regional contra la Villanova de John
Pinone. Cuando los jugadores subieron a cortar las redes de las canastas,
como es habitual después de ganar un campeonato, uno de ellos permaneció
en el suelo. Desde el parqué, James Worthy levantó la vista hacia sus
compañeros: “Ésas no son las redes que quiero”.
Por fin, el 30 de marzo. La fase final se jugó en el mastodóntico
Superdome de Nueva Orleans, un enorme estadio de fútbol americano en
cuyo centro se había instalado la cancha de baloncesto (entre los jugadores
circuló el chiste de que el equipo con mejor fondo físico sería el campeón,
debido a la distancia entre los vestuarios y la pista). Suponía la séptima Final
Four de Dean Smith, y eventualmente su tercer partido final, pero era la
primera vez en la que acudía como favorito. La semifinal contra los Houston
Cougars de Clyde Drexler reforzó esa opinión, aunque el marcador final fuera
un engañoso 68-63. En realidad, Drexler hizo un partido discreto en su primer
encuentro con Michael Jordan, y aunque hizo sus números no puso en peligro
la victoria. El otro puntal de Houston, el alero Michael Young, estuvo
desconocido, y los Tar Heels tomaron una cómoda ventaja inicial de 14-0 que
ya no cedieron con un magnífico Sam Perkins. La aparición desde el
banquillo de un prometedor freshman llamado Olajuwon junto con la
aportación de Larry Micheaux hizo reaccionar a su equipo, pero sólo sirvieron
para dejar un resultado final honroso. Por el otro lado del cuadro, una pequeña
universidad (Alabama-Birmingham) dio la campanada al eliminar
Página 46
sucesivamente a Indiana y Virginia. Sin los favoritos, los Georgetown Hoyas
aprovecharon la oportunidad tras derrotar a Louisville en semifinales. Los
Hoyas podían no ser los finalistas anticipados, pero daban sobradamente el
nivel. La característica más destacada del equipo de Georgetown era una
notable presencia física encarnada en el pívot Patrick Ewing. Su juego
buscaba abrumar a los rivales mediante una presión constante en todas las
áreas del campo, aprovechando la velocidad de sus jugadores de perímetro.
Incluso su entrenador, “Big John” Thompson, había sido pívot suplente de
Bill Russell en los Celtics campeones (después de ser descartado con
polémica para la selección olímpica de 1964), y se decía que usaba su casi
2,10 de estatura para intimidar a los árbitros. Por si fuera poco, Thompson era
un muy buen entrenador, y había sido asistente de Dean Smith en la selección
olímpica de 1976. North Carolina apostaba por su mejor circulación de balón
y la velocidad de sus hombres altos, pero nadie esperaba una victoria fácil.
El comienzo del partido es uno de los más recordados en la historia del
baloncesto colegial: cumpliendo la orden de no dejar pasar ningún tiro, Pat
Ewing se lanzó a por el balón como una pantera. En los primeros minutos
taponó todos los lanzamientos de los rivales, sin prestar atención a si se
encontraban en trayectoria ascendente o descendente, o si habían tocado
tablero. Los árbitros le señalizaban tapón ilegal una y otra vez, y de hecho las
cuatro primeras canastas de North Carolina vinieron de cuatro tapones
ilegales, mientras Ewing se volvía hacia su banquillo no se sabe si buscando
apoyo ante el acoso arbitral o queriendo confirmar que efectivamente estaba
haciendo lo que le había ordenado John Thompson. Esa táctica desconcertó
incluso a los comentaristas de televisión, pero sobre todo sembró de dudas a
los atacantes. A pesar de que los puntos habían subido al marcador, la
presencia de Ewing provocó tal inseguridad que el propio Jordan fue incapaz
de levantar un balón fácil debajo del aro. El único jugador que mantuvo la
compostura fue el incombustible James Worthy, que atacó el aro una y otra
vez frente a la amenaza del inmenso pívot rival. A pesar de sus 18 puntos, la
estrategia de Georgetown fue un éxito y les permitió llegar por delante al
descanso (32-31). Ninguno de sus compañeros había apoyado a Worthy, y
sólo la tradicional fortaleza mental de los equipos de Dean Smith había
evitado males mayores ante el acoso de Ewing y del base Eric “Sleepy”
Floyd.
Michael Jordan empezó la segunda parte mucho más activo. No siempre
acertado (uno de sus primeros tiros se quedó cortísimo), pero con una mayor
participación en ambos lados de la pista. Anotó una suspensión y dos tiros
Página 47
libres, y luego forzó una pérdida de balón del rival. Voló hasta el aro para
meter una canasta espectacular reboteando el fallo de Black y poner a su
equipo con tres puntos de ventaja. Georgetown volvió a remontar, y el partido
se mantuvo con ventajas mínimas. La fatiga empezó a hacer acto de presencia
ya que Dean Smith sólo confiaba a los suplentes unos pocos segundos de
juego, pero aun así North Carolina apostó por el juego en transición para
intentar recuperar la delantera a base de mates de James Worthy. Conforme el
partido se acercaba a su recta final, Michael Jordan iba teniendo una presencia
cada vez mayor en el juego. Ya era el máximo reboteador, y a pesar de no
estar considerado como un gran defensor su velocidad lo estaba convirtiendo
en una amenaza para las líneas de pase; si en la primera parte Ewing había
provocado la inseguridad en los tiros rivales, en la segunda Jordan y sus
compañeros hicieron vacilar a los jugadores exteriores de Georgetown
robando algunos pases y llegando a tocar muchos más. El enésimo rebote
ofensivo de Jordan provocó un mate de Worthy, y en la jugada siguiente robó
el balón y dio la asistencia en contraataque para otro más, poniendo a North
Carolina otra vez por delante en el marcador y provocando el tiempo muerto
de un John Thompson que amenazaba con comerse a los árbitros. Dean Smith
ordenó las “cuatro esquinas” para proteger su ventaja y descansar a los
jugadores, algo que no entusiasmó al público hasta que Michael Jordan la
remató con su mejor jugada del partido: a falta de tres minutos y medio
recibió el balón pegado a la banda, a la altura del tiro libre, y con uno de esos
estallidos de velocidad que empezaba a mostrar se escapó de su defensor,
marcó dos botes agresivos y delante de Pat Ewing dejó una bandeja tan alta
que Roy Williams llegó a temer que se perdiera por encima del tablero. Para
Dean Smith, ése fue el auténtico the shot en el partido por delante de la
canasta final, en parte porque Jordan la anotó con la mano izquierda. “No sé
por qué hice una bandeja con la izquierda, odiaba usar la izquierda. Mi mano
izquierda era la parte más floja de mi juego, pero la usé en ese momento. No
podía creerlo. Le dio la vuelta al partido.” Si en la final del torneo de la ACC
Jordan identificó por primera vez el momento decisivo y tomó el control, la
final de la NCAA Jordan manifestó su capacidad para finalizar la jugada con
la mejor opción posible, incluso si suponía emplear un recurso poco frecuente
y tomar esa decisión en el último momento. En palabras de algunos
aficionados, cuando empezó la penetración era aún “Mike”, pero cuando el
balón pasó por el aro ya era “Michael”.
A pesar de ir otra vez tres puntos abajo, Georgetown no iba a ceder. Una
canasta de Ewing y un rectificado de “Sleepy” Floyd volvieron a ponerlos por
Página 48
delante, y North Carolina pidió tiempo muerto a falta de 35 segundos. Con
otro entrenador hubiera sido rutinario pedir tiempo para organizar la última
jugada, pero Dean Smith era famoso por atesorarlos y sólo hizo la señal
después de decidir que no le gustaba la disposición del equipo en ataque.
Smith creía firmemente que el baloncesto universitario permitía un grado
especialmente alto de control del partido por parte de los entrenadores, debido
a normas tales como la inexistencia del reloj de posesión o el 1 + 1 en tiros
libres si la personal no se producía en acción de tiro. Mientras la desventaja
no alcanzara los dobles dígitos, un entrenador que hubiera conservado sus
tiempos muertos aún tenía una oportunidad de remontar (el caso más famoso
se produjo en 1974, cuando remontó a Duke 8 puntos en 17 segundos y
ganaron en la prórroga). Uno de los ejercicios en los entrenamientos consistía
en definir escenarios en los que el equipo se encontraba por debajo en el
marcador en los últimos minutos, y debía remontar ejecutando al pie de la
letra las instrucciones que le daba el entrenador. “Aquí es donde queremos
estar. Esto es lo que queremos. Prefiero estar en nuestra situación que en la de
ellos. Somos los que vamos a decidir quién gana el partido.” No era más que
una aplicación de su filosofía, según la cual el futuro dependía de ellos
mismos. En tu mano estaba ser titular, portada de Sports Illustrated, campeón.
“El plan era en primer lugar que James se metiera al poste y que Sam cortara
por detrás de él”, recordaría Dean Smith. “Sabía que a John Thompson le
gustaban mucho esos dos jugadores, en especial Worthy. No dejaría que
ninguno de ellos los derrotara. Así que sabía que James no iba a poder recibir,
pero pensaba que Sam podría tener un tiro fácil.” Ordenó la jugada número 2,
corte desde el lado débil de Worthy seguido de Perkins. Si ninguno de ellos
podía recibir… “Podíamos buscar a Jimmy Black, o a Doherty, o a mí”, en
palabras de Jordan. Las dos claves eran que tirara el primero que tuviera tiro,
y cargar el rebote. Un ataque rápido, para que en caso de fallo aún se pudiera
hacer personal y recuperar el balón. “Si te llega, Michael, métela.”
“Cuando saqué de banda faltando 32 segundos, mi primera idea era buscar
a James o Sam”, escribiría Jimmy Black en su libro. “James cortó por la zona,
con Sam detrás. Lo busqué, pero nada. Georgetown no dejaba espacios, con
Ewing y su enorme cuerpo teniendo tanta presencia en el centro de su defensa
en zona 1-3-1. Tendríamos que hacer algo distinto.” El balón circulaba entre
Black, Doherty y Jordan, buscando un pase interior que no llegaba mientras
Dean Smith se impacientaba. “Hice un bote rápido a la izquierda, amagando
con la penetración, y la zona se cerró un poco hacia mí. Eso era lo que
necesitaba. Lancé un pase picado a Michael en el lado izquierdo, a unos cinco
Página 49
metros de la canasta. Realizó el lanzamiento inmediatamente, sin dudar.”
Después del partido, Worthy comentó que estaba bien colocado para el rebote
y que la hubiera palmeado en caso de fallo; Dean Smith, en cambio, señaló
que los pívots de Georgetown se cerraron tanto sobre él que dejaron libre a
Perkins en el lado débil. Jordan ha declarado después que había soñado con
ese tiro pero no quiso ni mirar para ver si entraba, aunque las imágenes
sugieren lo contrario. “Nadie podría quitarme eso. Estuve en esa situación, y
respondí. Ahora, cuando me veo en una situación parecida, no sopeso los pros
y los contras y espero que pesen más los aspectos positivos. Simplemente,
retrocedo a mis éxitos pasados, doy un paso al frente y respondo.”
Pero en aquel momento, sus pensamientos eran otros: “Aún quedaban
ocho o diez segundos. Tenía que bajar a defender”. Aunque John Thompson
no había podido guardar tantos tiempos muertos como su rival, todavía le
quedaba el último. Sin embargo, el entrenador de Georgetown prefirió no
darle a North Carolina la oportunidad de montar su defensa, e intentó
aprovechar que Worthy se había retrasado. “Bajé a defender todo lo rápido
que pude porque sabía que Patrick Ewing se metería al poste, pero de repente
vi a Ed Spriggs, el otro pívot de Georgetown, a mi derecha. Y Ewing estaba
justo delante de mí. ¿Cómo se suponía que iba a defenderlos a los dos?
¿Cómo los bloquearía en un rebote?”, declaró Sam Perkins después del
partido. “No sabía qué iba a hacer.” El mayor peligro lo representaba
“Sleepy” Floyd, que era muy capaz de repetir la penetración con la que había
anotado su última canasta. El escolta Fred Brown tenía el balón, e intentaba
buscar a Floyd o Ewing frente a la defensa de Jordan. “Dejé de botar y ése fue
mi error. Debería haber pedido tiempo muerto.” En opinión de Jimmy Black,
el mérito de la jugada defensiva tenía un responsable: “Jordan hizo una
jugada tan sutil que nadie la comentó después del partido. Michael dio un
paso rápido a la izquierda. Fue parte de una serie de buenas defensas por parte
de Michael y fue la primera vez en su carrera universitaria que nuestros
entrenadores le concedieron el título de “mejor defensor del partido”. Con ese
pasito de Michael, a Brown se le cerraron de golpe las líneas de pase y le
entró el pánico.” Al dejar de botar, Brown había amagado el pase en corto, y
Worthy se interpuso; intentó buscar a “Sleepy” Floyd junto a la línea de
fondo, pero Jordan lo estaba tapando. Ambos defensores habían aprovechado
su velocidad para robar varios balones en los últimos minutos, y Brown
intentó asegurar. “Todos estaban tapados, así que intenté pasársela a Eric
Smith. Pero no era él.” Posteriormente algunos especularían con que era el
primer partido que Georgetown jugaba con camiseta oscura, y eso pudo
Página 50
contribuir a la confusión. En cualquier caso, Brown le entregó el balón a
James Worthy, situado apenas a un par de metros, y no pudieron frenarlo en
falta hasta que quedaban dos segundos. Se acabaron las esperanzas de
Georgetown, a pesar de que Worthy falló los tiros libres. En medio de la pista,
el entrenador de North Carolina se fundía en un abrazo de lágrimas con
Jimmy Black, para quien reclamaba el último pedazo de red. En el vestuario,
Dean Smith sorprendió al senior Jeb Barlow al disculparse por no haber
podido sacarlo a jugar en el que era su último partido. “Al séptimo intento,
Dean Smith creó al equipo campeón”, titularía el periódico universitario.
Para Michael Jordan la final de la NCAA fue el siguiente eslabón de una
cadena que había empezado compitiendo con su hermano en el patio de su
casa, y había seguido en el instituto y hasta llegar una universidad de primer
nivel. “Lo vas haciendo a menor escala hasta llegar al último partido de la
final de la NBA. Lo haces en la liga infantil cuando tu equipo necesita un
home run y la sacas del parqué. Después en el instituto necesitas una canasta
para ganar el torneo de navidad y pum, ahí está. Después llegas a la
universidad. En cada nivel, la confianza se va volviendo más y más fuerte,
hasta que llegas al nivel más alto, donde estoy ahora, y piensas ‘Pasadme el
balón. Yo lo tiro. No hay problema’.”
Sus compañeros no lo veían así. “Ganamos de un punto, y yo anoté un
punto,” explicaba el suplente Chris Brust. “Sin mí aún estaríamos jugando
prórrogas.” Matt Doherty iba más lejos: “Yo estaba solo en la línea de tiros
libres, y fíjate, si me hubiera pasado el balón, yo habría metido la canasta y
ahora todo el mundo hablaría de ‘Air’ Doherty”.
Página 51
Chapel Hill, 1982
Nunca había visto una mejora como ésa en un jugador.
Página 52
terminara encasillado. David Russell, que curiosamente había nacido en
Carolina del Norte pero se había criado en Nueva York, era un muy buen
jugador que como segundo espada de Chris Mullin convertía a su universidad
en número uno del ranquin, pero sus limitaciones le impedirían dar el salto a
la NBA. Al igual que Jordan, se trataba de un alero de dos metros dotado de
una capacidad atlética sobresaliente que lo convertía en un gran finalizador
alrededor del aro; pero a diferencia de Jordan, no consiguió desarrollar un tiro
exterior fiable ni un manejo de balón que le permitiera jugar en el perímetro.
Exhibió su calidad en Estudiantes como uno de los primeros mitos de la ACB,
pero sus intentos en las ligas de verano de los Knicks nunca fructificaron.
Michael Jordan ya estaba por encima de Russell como jugador, pero el peligro
de limitarse a un estilo de juego que no podría aplicar en profesionales era
muy real.
La gira comenzó con dos partidos contra una selección europea entrenada
por Antonio Díaz-Miguel y en la que participaron jugadores de primer nivel:
Epi, Corbalán y De la Cruz de España, Dalipagic y Jerkov de Yugoslavia,
Tkachenko y Myshkin de la URSS, Marzorati de Italia, Berkowitz de Israel y
Kropilak de Checoslovaquia. La selección europea se apuntó dos victorias
holgadas, la primera el 18 de junio en Ginebra por 111-92 y la segunda el 20
de junio en Budapest por 103-88. El desarrollo de los dos partidos fue similar,
con un combinado estadounidense que ofreció su mejor cara en las primeras
mitades pero que tras el descanso terminó viniéndose abajo (especialmente en
el segundo encuentro, en el que llegaron a ir perdiendo por 26 puntos).
Destacaron como anotadores Dalipagic, Myshkin, Berkowitz y Epi. Aunque
Díaz-Miguel en Mi Baloncesto hace hincapié en la inexperiencia y poca
coordinación del joven equipo americano, es probable que la carencia de
pívots de calidad también les pasara factura. Russell y Jones aportaron
anotación interior, pero el equipo no consiguió dominar el rebote ni tampoco
frenar a Tkachenko, un defecto que también sufriría la selección mundialista
un par de meses después. Michael Jordan fue el mejor jugador de su equipo
en palabras de Díaz-Miguel, y obligó a buscar cambios de defensa que
pudieran frenarlo. Aun así, anotó de manera consistente unos 20 puntos cada
partido a pesar de las constantes rotaciones, y mostró un tiro exterior muy
mejorado. La primera experiencia de Jordan en su selección, y su primer viaje
a Europa, se completaron con una gira por Yugoslavia, durante la cual se
enfrentaron tres veces con esa selección nacional. Fueron partidos más
competidos, en los que el equipo estadounidense logró dos victorias frente a
una derrota, siempre con Jordan en sus números. Pero quizás el incidente más
Página 53
memorable se produjo en el primer encuentro, que ganaron por 92-90: un
joven base de la universidad de Notre Dame recibió el último balón y anotó el
tiro decisivo con total sangre fría. Se llamaba John Paxson, y hubo quien lo
guardó en la memoria.
La mejora en el tiro exterior era sólo uno de los aspectos que Michael
Jordan se esforzó en trabajar durante ese verano. Dean Smith no tenía
intención de que su titularidad como freshman se quedara en simple anécdota,
sino que debía suponer el primer paso hacia el estrellato. James Worthy había
dejado el equipo para dar el salto a la NBA, así que quedaba disponible una
plaza de estrella. Al terminar el curso anterior, el entrenador Smith había
hecho que Jordan viera un montaje con errores defensivos cometidos durante
la temporada. “Michael, ¿te das cuenta de lo bueno que podrías llegar a ser en
defensa?” Como deberes para el verano le pusieron el tiro de tres (la ACC iba
a experimentar con el triple a una distancia de sólo 5,80 metros), el bote con
la mano izquierda y la defensa. Cuando volvió ese otoño, Dean Smith hizo
una lista: “Defensa, confianza, rebote, posición, pase, manejo de balón”. Eran
los aspectos del juego en los que mostraba una mejora significativa. “No
estábamos preparados para el salto exponencial que dio.” Como todos los
años, antes del comienzo de la pretemporada se jugaban esos tradicionales
partidillos con antiguos jugadores del equipo, y ahí Michael Jordan mostró un
marcado cambio de actitud. Esa tendencia de la temporada anterior a
desaparecer durante fases enteras de juego había desaparecido por completo,
y se había convertido en una presencia constante durante todos sus minutos en
cancha. Jordan dominó los partidos de cabo a rabo a pesar de que muchos de
sus rivales venían de la NBA, y manifestaba una fe absoluta en sus
posibilidades. Creía que podía ganar siempre, con independencia de quién
tuviera delante, y con frecuencia así era. Billy Cunningham, una de las
primeras estrellas de la universidad y entonces entrenador de los Philadelphia
76ers, se atrevió a la herejía: “Va a ser el mejor jugador que haya pasado por
Carolina”. Dean Smith reaccionó inmediatamente: “¡No! ¡Hemos tenido
muchos grandes jugadores, y Michael es uno de ellos, nada más!” Como
postura pedagógica era impecable, pero no convenció a sus interlocutores y,
posiblemente, ni siquiera al propio Smith.
La pretemporada empezaba todos los años con una serie de pruebas físicas
generales, entre las que destacaba la carrera de 40 yardas. En su primera
temporada en la universidad, Michael Jordan marcó un tiempo de 4:55. Era
una buena marca, pero quedó tercero por detrás de James Worthy y de “Buzz”
Peterson. Perder contra Worthy (siempre el más rápido, a pesar de su estatura)
Página 54
era una cosa, perder contra Peterson otra muy diferente. Durante todo el curso
tuvo que soportar que su compañero de cuarto le recordara el resultado de la
carrera cada vez que Jordan presumía de su éxito deportivo, y había llegado la
hora de terminar con ello. El 15 de octubre de 1982, Michael Jordan mejoró
su marca hasta un 4:39, la mejor del equipo. También había vuelto a crecer
hasta alcanzar su altura definitiva de 1,98 m (oficial; descalzo es 1,95), y se
podía ver en sus hombros que había añadido más de 5 kg de músculo. Pero
fue en los ejercicios con balón en los que Jordan mostró el alcance real de su
progreso, y también que se había convertido en la parte del baloncesto que
más le llenaba, por encima incluso de los partidos. En su primer año, Roy
Williams había pasado infinidad de horas con él haciendo ejercicios
individuales, hasta que el jugador terminó harto. Era sin discusión el mejor de
los freshmen, y su recompensa era más trabajo. Cuando Williams le exigió
aún más esfuerzo, Jordan le respondió que estaba trabajando tanto como los
demás (que evidentemente lo necesitaban más que él, aunque no lo dijera).
“Pero Michael, eres tú el que ha dicho que quieres ser el mejor. Si quieres ser
el mejor, tienes que trabajar más duro que todos los demás.” Jordan guardó
silencio durante un momento. “Entrenador, lo he comprendido. Ya lo verá.
Fíjese.” No volvió a plantearse ese problema, ni apareció en ningún momento
del futuro.
En North Carolina Jordan desarrolló esa pasión por los entrenamientos
que le acompañaría toda su carrera. Dean Smith organizaba su trabajo de
manera meticulosa, ya que consideraba que durante ese tiempo los jugadores
le pertenecían y por tanto era necesario aprovecharlo al máximo. Además de
aspectos disciplinarios y morales, como sancionar a los compañeros y no al
jugador que recibiera una técnica, o la prohibición absoluta de usar
palabrotas, Smith hacía hincapié en la planificación de cada momento y en su
ejecución. Las normas, los conceptos y el programa de actividades debían ser
explícitos, y se esperaba que todos los jugadores lo conocieran y lo siguieran
al pie de la letra, no sólo para inculcar un sentido de la disciplina sino también
para que fueran conscientes en todo momento del proceso del que formaban
parte. Durante cada ejercicio había un team manager en la banda indicando
cuántos minutos faltaban para cambiar al siguiente; sumado a los escenarios
de finales de partido, servían para que los jugadores sintieran que el futuro no
les guardaba ninguna sorpresa, que lo que iba a suceder ya había sido
organizado y explicado por los entrenadores. Pero también había hueco para
la espontaneidad de los jugadores, como el “ejercicio de explosividad”: un
uno contra uno en el que el atacante recibía el balón a media pista y encaraba
Página 55
al defensor. Jordan adquirió la costumbre de ir a la pizarra al terminar los
entrenamientos, y escribir una lista de rivales con el número de mates que le
había clavado a cada uno.
Esta competitividad agresiva no era precisamente una novedad. Si este
año el base Steve Hale se sorprendió al ver a la estrella del equipo tirarse por
el suelo a pelear un balón suelto con un freshman, el año anterior había sido el
veterano Jimmy Black el que se había sorprendido al encontrarse a un novato
enzarzado en idéntica situación con un senior. Lo cierto era que en la primera
temporada Michael Jordan iba a por todas igual que en la segunda, y muy
probablemente igual que había disputado su primer balón con Larry años
atrás. Dean Smith empezó a aprovechar ese rasgo de Jordan para motivarlo en
los entrenamientos, poniendo sistemáticamente a Jordan a jugar con los
suplentes contra los titulares como desafío. Pero esa competitividad parecía ir
en aumento, y empezó a hacerse evidente en aspectos cotidianos alejados del
baloncesto, como cualquier tipo de juego o competición. A finales del año
2007 un periodista le recordó a Jordan la anécdota de que en el año 1982 el
entrenador Roy Williams le había ganado una partida al billar, lo que había
provocado que el jugador abandonara el local de mala manera protestando de
que la mesa no era reglamentaria; a pesar de haber transcurrido ya 25 años,
Michael Jordan no pudo evitar repetir varias veces durante la entrevista que
posteriormente había mejorado mucho y que había conseguido derrotar a
Williams varias veces jugando al billar. Uno de los incidentes más notables
tuvo lugar durante una vulgar partida de Monopoly en su primer año:
Peterson iba ganando y, cuando se hizo imposible remontar, Jordan tuvo un
arranque de furia durante el cual revoleó el tablero, las fichas y el dinero de
juguete por la habitación, y terminó marchándose de un portazo. Esa noche se
quedó a dormir en el cuarto de su hermana Roslyn, ya que cuando se enfrió, la
vergüenza no le permitió volver a la habitación que compartía con “Buzz”
Peterson: “No era capaz ni de mirarle a la cara”.
North Carolina iba a necesitar toda la competitividad y capacidad de
mejora de Michael Jordan. Aunque como vigentes campeones eran los
grandes favoritos para la temporada 1982-83, el equipo había perdido su
mejor jugada: “puño cuatro”, balón interior de Jimmy Black a James Worthy.
El primero había completado sus cuatro años en universidad y el segundo
había dado el salto a la NBA como número uno del draft, y no estaba del todo
claro cómo se iba a sustituirlos. El puesto de base no planteaba en teoría
demasiados problemas, con un Jim Braddock listo para saltar a la titularidad y
“Buzz” Peterson asentado en el equipo, pero completar un juego interior de
Página 56
garantías era otro cantar. La gran incorporación al equipo de este año era Brad
Daugherty, un pívot de calidad al que habían seguido desde que tenía 16 años
y que permitiría por fin a los Tar Heels tener un “siete pies” que oponer a los
Sampson, Olajuwon o Ewing; pero Daugherty estaba muy verde incluso para
lo normal en un freshman, y procedía de un pequeño instituto con el que no se
había enfrentado a rivales de entidad. Dean Smith temía que forzarlo a dar el
salto directamente a la titularidad en una conferencia tan dura como la ACC
podría ser contraproducente para un jugador cuya resistencia física y mental
aún no se había puesto a prueba. De manera temporal se decidió apostar por el
smallball, es decir, un quinteto titular pequeño formado por Braddock,
Peterson, Jordan, Doherty y Perkins. Nominalmente, Matt Doherty sería el
ala-pívot ya que era el alero más alto, pero en la práctica se contaba con la
ayuda de Michael Jordan en el rebote y la anotación interior mientras se iba
introduciendo a Brad Daugherty poco a poco.
Una temporada de transición suponía demasiados cambios para un equipo
basado en la ejecución precisa del juego colectivo, especialmente cuando ya
tenía que adaptarse al nuevo reloj de posesión (que para mayor confusión se
aplicaba sólo en los partidos de la ACC, y no contra otros equipos). Para
colmo, Michael Jordan se rompió la muñeca izquierda en un entrenamiento a
finales de octubre, y tuvo que llevar una escayola durante varias semanas. Los
Tar Heels empezaron aún peor de lo que anticipaban las peores predicciones,
y a punto estuvieron de encadenar tres derrotas consecutivas. El primer
partido fue el 20 de noviembre en Springfield, nada menos que el “Tip Off
Classic” a beneficio del Hall of Fame. El rival era la Universidad de St.
John’s de Chris Mullin, que ofrecía el aliciente de ver el reencuentro de
Jordan con David Russell (y con su futuro compañero Bill Wennington).
Antes de comenzar, un periodista le dijo a Mullin que iban a empezar la
temporada con un partido especialmente difícil. “Bueno, contestó el jugador,
ellos también”. No le faltaba razón, y North Carolina pudo comprobarlo a lo
largo de un partido muy competido, de ventajas mínimas y constantes
alternancias, que no se decidió hasta la prórroga. Michael Jordan anotó 25
puntos y dejó algunas acciones memorables, como un robo de balón en medio
campo a Chris Mullin culminado con un mate, pero sus fallos en el tiro libre
(quizá como consecuencia de la escayola) fueron decisivos con un marcador
tan ajustado. Fue Russell el que dominó la recta final del partido, primero con
un espectacular costa a costa a falta de quince segundos que prácticamente
forzó la prórroga, y luego anotando en el tiempo extra para darle la victoria a
St. John’s por 78-66.
Página 57
Una semana después salieron derrotados de Missouri, y a punto estuvieron
de perder también en su debut en casa. A priori, la Universidad de Tulane de
Paul Thompson no era rival peligroso, pero a falta de cuatro segundos North
Carolina iba dos puntos abajo cuando le señalaron a Michael Jordan personal
en ataque por empujar a su defensor. Dean Smith pidió tiempo muerto
mientras los jugadores de Tulane se abrazaban celebrando la victoria. En
palabras de Peterson: “El entrenador Smith sacó papel y lápiz. Me dijo:
‘Buzz, tú tienes que ir para allá; Michael, tú aquí; Matt (Doherty), tú allá.’
Dibujó un montón de líneas que iban para todas partes. Yo pensaba: ‘Vaya,
entiendo lo que se supone que tengo que hacer yo, pero fíjate en todas esas
líneas.’ Salimos del tiempo muerto y le pregunté a Matt: ‘¿Sabes qué es lo
que se supone que tienes que hacer?’ Me dijo que sí, y yo pensé: ‘Bueno, si
cada uno de nosotros sabe lo que tiene que hacer, supongo que lo
conseguiremos.’ Lo único que recuerdo es que yo me concentré en negarle el
pase a mi defendido, y cuando sacaron el balón pasó sobre mi cabeza. Me di
la vuelta, y ahí estaba Michael haciendo el tiro. Y pum, a la prórroga”.
Doherty y Peterson negaron el pase, el saque de fondo quedó corto, Jordan
robó el balón y anotó un tiro de siete metros a la media vuelta que forzó la
prórroga. La primera, en realidad, porque aún necesitaron tres prórrogas para
anotarse la victoria y evitar ponerse 0-3 en la temporada. Cuatro días después,
North Carolina venció a LSU, pero para ello tuvo que remontar un parcial de
21-9 al descanso. “Es la mitad de partido más bochornosa que hemos hecho
en mis 21 años al frente del equipo”, declaró Dean Smith.
“Nos acostumbramos a perder”, diría Jordan. “Lo odiaba. Empiezas a
hacerte preguntas, como cuándo terminarán las derrotas.” Tenían problemas.
Con suerte, algunos serían temporales, como las carencias del juego interior.
Brad Daugherty estaba progresando a ojos vista, y a mitad de temporada era
ya el pívot titular junto a Sam Perkins (con lo que “Buzz” Peterson volvió al
banquillo). Otros eran más preocupantes, como el rendimiento en el puesto de
base donde Jim Braddock no lograba hacer olvidar a su predecesor. El equipo
no mostraba la fluidez en ataque ni la precisión que aportaba Jimmy Black, y
sus problemas en la dirección hicieron que Braddock perdiera incluso la
confianza en el tiro, que había sido una de sus grandes virtudes. Pero algunos
defectos eran atribuibles directamente a Michael Jordan. La mejora
exponencial de varios aspectos esenciales de su juego hacía olvidar que en
realidad aún se encontraba muy por detrás de lo esperado en un jugador que
era ya una de las estrellas de la liga universitaria. Es cierto que había dejado
de ser un riesgo en la circulación de balón y que ahora se sentía tan cómodo
Página 58
en el perímetro que se produjo un cierto debate en los medios sobre si los
pasos de salida que le señalaban eran una violación o sólo un producto de su
velocidad, pero su capacidad de bote y pase no había alcanzado a sus
compañeros de backcourt y le hacía cometer demasiadas personales en
ataque. Una de sus grandes mejoras se había producido en defensa, y se
hicieron habituales sus tapones en la ayuda y los robos de balón al base rival.
Los entrenadores le concedieron una docena veces el título honorífico de
“mejor defensor del partido”, pero su búsqueda constante del “dos contra
uno” y del corte de las líneas de pase provocaba en ocasiones desequilibrios
en su propio equipo. Incluso su renovado tiro exterior tenía un aspecto
negativo, ya que sumado a la introducción de la línea de tres, a su lesión
inicial y a la notable repercusión de la canasta de la final del año anterior,
trajo como resultado lo que el propio Jordan describiría como
“enamoramiento” del tiro de tres, extensible a todo el equipo.
Claro que no resultaba fácil hacer objeciones al juego ofensivo de Michael
Jordan cuando estaba haciendo unos números impresionantes. Años después
se puso de moda un chascarrillo molesto según el cual el único capaz de dejar
a Jordan en menos de 20 puntos era Dean Smith, ya que su promedio de
anotación oficial en esta temporada estuvo unas décimas por debajo de esa
cifra. “Mucha gente me dice que Dean Smith me dejó en menos de 20 puntos
por partido. Dean Smith me aportó el conocimiento que me permitiría anotar
37 puntos por partido [en la NBA], y eso es algo que la gente no entiende.” El
propio entrenador iba más allá y negaba la mayor, señalando que las
estadísticas oficiales no incluían los puntos extras de los triples y que con
ellos el promedio quedaba algunas centésimas por encima de los veinte
puntos. En cualquier caso, sus cifras de anotación servían para disimular las
carencias del equipo y por tanto no resultaban fáciles de criticar. North
Carolina encadenó una serie ininterrumpida de victorias durante los dos
meses siguientes hasta volver al n° 1 del ranquin, un éxito algo engañoso
debido a la poca entidad de algunos de sus oponentes. Mientras el equipo
siguiera ganando pocos iban a prestar atención a las señales de alarma, como
cuando necesitó de una actuación superlativa de Michael Jordan (27 puntos,
siete en el último minuto) para vencer a un rival inferior como la pequeña
Universidad de Tennessee-Chattanooga liderada por Gerald Wilkins.
La temporada de la ACC empezó con otra victoria apurada, un partido en
casa contra Maryland decidido en la última jugada cuando el entrenador
“Lefty” Driesell puso en cancha a su hijo para que se jugara el último tiro.
“Chukie” Driesell, que no había jugado ni un minuto, intentó una bandeja que
Página 59
Michael Jordan taponó de manera espectacular con la ayuda de Sam Perkins.
“Me parece bien que un padre tenga confianza en su hijo, pero tanta…”,
comentó Smith tras el partido. North Carolina parecía haber enderezado el
rumbo después de vencer con autoridad a Virginia y encadenar siete victorias
en la ACC, pero los signos preocupantes no terminaban de desaparecer. En
casa contra la Georgia Tech de Mark Price no se pudo asegurar la victoria
hasta el último minuto, a pesar de que los visitantes llegaban con la baja por
lesión de John Salley, su gran bastión interior. Entonces llegó el partido de
vuelta contra Virginia el 10 de febrero, quizás el punto más alto de la
temporada.
Los Cavaliers aplicaron una buena defensa sobre Jordan y Perkins para
terminar la primera parte igualados, y empezaron la segunda con un parcial de
11-0. A falta de nueve minutos Virginia dominaba en el marcador por 42-58 y
el partido parecía decidido, pero una racha de 7-0 entre Jordan y un renacido
Braddock volvió a meter a North Carolina en el partido. Virginia aún iba por
delante 53-63, pero no volvería a anotar ni un punto. En el último minuto
Michael Jordan decidió el partido, primero palmeando un triple fallado de
Braddock y luego robando el balón al base Rick Carlisle para el mate que
supuso el definitivo 64-63 y que provocó una vez más el delirio en la grada.
Al día siguiente, Dean Smith lo llamó a su despacho y le reprendió por no
haber asegurado la bandeja en vez de arriesgar con el mate; Jordan le
respondió: “Entrenador, no tenía previsto fallar.” Fue una remontada épica de
las que hacen afición, pero que también oscurecía el hecho primero de que
Virginia había tomado una ventaja casi decisiva sin necesidad de una gran
actuación de Ralph Sampson.
Las malas noticias no esperaron siquiera al final del partido. Un minuto
antes del descanso Othell Wilson salió al contraataque, enfilando el aro
defendido por “Buzz” Peterson y Steve Hale. Éste se plantó en la zona para
forzar la falta en ataque, y Wilson intentó frenarse y tirar por encima del
defensor evitando la personal. Esa hazaña atlética estaba fuera de sus
posibilidades, más aún cuando Michael Jordan llegó por detrás y le colocó un
espectacular tapón. El base de Virginia arrastró al defensor en su caída como
si fueran bolos en una bolera, con tan mala fortuna que Steve Hale cayó sobre
la pierna derecha de “Buzz” Peterson. Algunos aficionados recordarán una
imagen parecida en la liga española, cuando Biriukov cayó encima de Romay
con resultados similares. Peterson sufrió la rotura de los ligamentos de la
rodilla, se perdió el resto de la temporada y virtualmente puso fin a su carrera
como jugador. Con el tiempo, sin embargo, Michael Jordan llegó a pensar que
Página 60
el efecto más negativo de esta lesión en su amigo no había sido físico sino
mental. Durante sus dos primeras temporadas universitarias, la rivalidad con
“Buzz” Peterson había sido uno de sus grandes alicientes para mejorar, igual
que antes lo fuera con su hermano Larry. Pero incluso cuando “Buzz” se
recuperó de su lesión, esa competitividad no volvió: “Te falta algo”, le dijo
Jordan. “Siento que si te diera con el puño en el lugar donde está tu corazón,
saldría por la espalda.” Es posible que fuera un miedo residual a volver a
romperse, o quizás fuera la excusa ideal para aceptar de manera subconsciente
que no podría alcanzar el nivel de Jordan, pero lo cierto es que Peterson
estaba acabado como jugador relevante.
En cualquier caso, a la baja de “Buzz” Peterson hubo que sumar la lesión
de Brad Daugherty, que se rompió un hueso del pie y tuvo que jugar
sensiblemente disminuido durante la recta final de la temporada. North
Carolina perdió los tres partidos siguientes, y aunque volvió a levantar cabeza
y terminó la liga regular en primer puesto después de apalizar a Duke, las
sensaciones no eran tan buenas como la temporada anterior. En semifinales
del torneo de la ACC llegó la primera decepción: Jordan volvió a cargarse de
faltas y fueron eliminados por North Carolina St. en un partido que tenían
ganado. Iban 80-74 a dos minutos del final de la prórroga, y Dean Smith
ordenó hacer faltas para evitar encajar triples. Pero NC State anotó los tiros
libres, los Tar Heels fueron incapaces de encestar ni un tiro y encajaron un
parcial de 4-11 que les costó el partido. Aun así se clasificaron para el torneo
de la NCAA, donde volvieron a encontrarse con la Universidad de James
Madison (a la que esta vez derrotaron con holgura) y llegaron a la final
regional contra Georgia.
Este partido se vio mediatizado por unas muy desafortunadas
declaraciones de Sam Perkins, que ante las preguntas de los periodistas
reconoció no saber nada del rival ni de la conferencia a la que pertenecía.
Sólo el legendario despiste de Perkins podía explicar semejante olvido, ya que
los aficionados de North Carolina recordaban perfectamente que uno de los
partidos más competidos de la temporada anterior había sido contra los
Bulldogs de Georgia, resuelto en el último minuto después de un espectacular
mano a mano entre James Worthy y la estrella rival, Dominique Wilkins (que,
en una curiosa acumulación de circunstancias, resultaba ser un acrobático
alero nacido fuera pero criado en Carolina del Norte, e hijo de un militar de la
fuerza aérea; no está mal como coincidencia). Wilkins había dado el salto a la
NBA, y sin él se suponía que Georgia no tenía suficiente potencial como para
acceder a la que sería primera Final Four de su historia, pero venía de dar la
Página 61
campanada al eliminar a la Universidad de St. John’s, que a priori era una de
las favoritas. Michael Jordan intentó limitar los daños declarando a
periodistas y rivales que él sí tenía constancia de la adscripción de Georgia y
de quiénes eran sus mejores jugadores, pero ya era demasiado tarde: los
Bulldogs utilizaron las declaraciones de Perkins como motivación añadida, y
liderados por el base Vern Fleming eliminaron a los Tar Heels. La derrota
rozó la humillación al llegar a los 15 puntos de diferencia a falta de minuto y
medio, antes de que una remontada final maquillara el resultado hasta el
definitivo 77-82.
A pesar de que la eliminación no era una sorpresa completa después de
una temporada tan irregular, el hecho de haber sido derrotados por un rival
inferior levantó ampollas en el equipo. De vuelta a Chapel Hill, Dean Smith
recordó a los jugadores que había llegado el momento de centrarse en los
estudios (el año anterior ni siquiera el campeonato impidió que al día
siguiente los entrenadores fueran por los dormitorios levantando a los
jugadores para que llegaran puntuales a clase). Michael Jordan le pidió a Roy
Williams unos días de descanso, pero por la tarde se lo encontró de nuevo en
la cancha con el balón: “No puedo permitirme parar, entrenador”. Jordan
había sido incluido en los quintetos all-american (es decir, miembro del
equipo ideal) de las dos agencias de prensa de EE.UU. “No hemos ganado, así
que tengo que seguir trabajando.” La revista The Sporting News le había
nombrado mejor jugador universitario del año. “Tengo que mejorar.”
Desde luego, Michael Jordan parecía refrendar la tesis de que el cansancio
es un estado mental. Durante sus tres años en North Carolina no paró ni en
invierno ni en verano, encadenando la competición universitaria con sus
participaciones en la selección nacional estadounidense. Si el año anterior
había acudido a la celebración del aniversario de la FIBA, ahora llegaba el
turno de los IX Juegos Panamericanos celebrados en Venezuela. El objetivo
último de ABAUSA era llevar a cabo una preparación tan cuidadosa como
fuera posible para encarar los Juegos Olímpicos de 1984 con las mayores
garantías de que la selección de EE.UU. haría el papel que cabía esperar de
los anfitriones. Para ello, a finales de mayo de 1983 se convocó una
preselección en Colorado Springs, de donde saldrían los equipos nacionales
que acudirían a los Panamericanos y a la Universiadad de ese año. La idea era
usar a esos equipos como ensayos, y probar a la posible base de la futura
selección olímpica. Además, era bien sabido que el comité olímpico no se
olvidaría de los jugadores que habían sacrificado sus veranos en
competiciones menores. Michael Jordan coincidió en Colorado con antiguos
Página 62
rivales como Pat Ewing, y fue allí donde conoció a cierto alero bocazas de la
Universidad de Auburn llamado Charles Barkley. Después de una semana de
entrenamientos se anunciaron los equipos seleccionados, y Jordan quedó
encuadrado junto con Ewing en la selección para los panamericanos, que era
una especie de “selección A”. Barkley, en cambio, quedó relegado al equipo
que acudiría a la Universiada, considerado como más débil.
Estados Unidos acudía como gran favorito, pero el seleccionador, Jack
Hartman de Kansas State, no las tenía todas consigo. En julio, la selección
estadounidense de la Universiada había sido objeto de fuertes críticas después
de quedar relegada a la medalla de bronce, y en agosto el equipo nacional
acudía a los Pan-Ams seriamente debilitado debido a la renuncia de Pat
Ewing, a la lesión de Chris Mullin y a la ausencia de Michael Cage por
problemas familiares (aún pudo ser peor, si el golpe que sufrió Mark Price
contra Argentina le hubiese dislocado la mandíbula como se temió en un
primer momento). El público venezolano demostraba con su hostilidad que no
habían olvidado los incidentes protagonizados cuatro años antes por Bobby
Knight, futuro seleccionador olímpico, y el desarrollo de la primera fase no
invitaba precisamente a la tranquilidad. En el partido inaugural, México
desbarató la defensa individual estadounidense y tomó una ventaja de 20-4
antes de que EE.UU. remontara gracias a la zona. Contra Brasil fueron
perdiendo todo el partido, hasta que Jordan se echó el equipo a las espaldas y
anotó 19 de los últimos 27 puntos para ganar por un apurado 72-69. Después
de cerrar esta primera fase con otra victoria apurada sobre los locales, las
críticas ya arreciaban. EE.UU. había vuelto a enviar a una selección de
segunda fila, igual que a la Universiada; tres victorias, pero ninguna cómoda.
“La gente tiene que hacerse a la idea de que esos días se han terminado”,
contestaba el seleccionador. Y quedaba la fase final.
El perímetro funcionaba, pero el juego interior no ofrecía el mismo
rendimiento, y para colmo Hartman tenía que afrontar la aparente pasividad
de Sam Perkins. Michael Jordan tranquilizó al entrenador asegurándole que
esa actitud era engañosa, y tenía razón. Spam & Michel (apodo que recibieron
Perkins y Jordan debido a una errata en la publicación oficial) eran los dos
bastiones de la selección, el primero gracias a su regularidad y el segundo con
sus acciones espectaculares y sus estallidos anotadores, y con la colaboración
de Wayman Tisdale la selección de EE.UU. fue elevando su nivel de juego.
Vencieron con holgura a Canadá, otra de las selecciones favoritas, en un
extraño partido plagado de confusiones y errores de los árbitros y
cronometradores, y luego otra vez a México y a Argentina. Otra victoria sobre
Página 63
Brasil aseguró el oro, y la selección cerró el torneo imbatida con un partido
intrascendente contra Puerto Rico.
Michael Jordan disfrutó plenamente de la experiencia y declaró que este
viaje le había influido a la hora de elegir especialidad académica: como
muchos otros grandes baloncestistas, Jordan estudió la carrera de Geografía.
Parece una decisión lógica, ya que en octubre estaba otra vez fuera del país,
en una gira por Grecia del equipo de North Carolina. Pero esos viajes no eran
nada comparados con el que le esperaba, el salto a la NBA.
Página 64
Chapel Hill, 1983
Pero yo creía que nos graduaríamos juntos.
Página 65
ellos dos se unió un tercero, Fred Glover, que también había pasado por el
campamento del Campbell College. Esta red de amigos permitía a Michael
Jordan moverse por la universidad disfrutando de sentirse al fin admirado
gracias a sus proezas deportivas, y de gozar de la clase de vida social
reservada a las estrellas. Sin embargo, su disfrute consistía en el placer de
disponer de esa vida, no en ejercerla. “De vez en cuando se tomaba una
cerveza, pero en general no le gustaba el alcohol. Otras veces le apetecía
algún cóctel, pero no era frecuente” recordaría Peterson. Acudía a muchas
fiestas y actividades, pero no permanecía demasiado tiempo. Hacía acto de
presencia, disfrutaba del efecto de la atención y se marchaba. Prefería ocupar
sus ratos de ocio en todo tipo de juegos, desde cartas a golf, o en el cine. “Era
la persona más competitiva que he conocido”, declaró posteriormente Kenny
Smith. “Billar, ping pong, videojuegos. Se esforzaba al límite. Se pasaba todo
el rato sudando y discutiendo cada punto. Era divertido.” Su vida amorosa
también parecía más propia de un estudiante corriente que de una estrella
deportiva. Según Peterson, tenía una novia formal con la que iba en serio. La
joven del agua.
Uno de los pocos rasgos personales conocidos de Michael Jordan es su
aversión al agua. No sólo no ha aprendido nunca a nadar, sino que se siente
incómodo en las cercanías de piscinas o ríos. Ese desagrado estuvo presente
desde su infancia, pero parece haberse ido acentuando con los años, ya que
algunos de los incidentes relacionados que se han comentado partieron de un
intento del joven Jordan por superar esa inseguridad: con Bridgers se coló de
niño en la piscina de unos vecinos, en el instituto se metió subido en una
pelota hinchable durante la celebración de una victoria en béisbol (hasta que
otro niño se zambulló y Jordan se cayó de la pelota), jugando a pillar durante
un campamento de verano persiguió a un rival hasta el interior de una piscina,
y en North Carolina insistió en intentar completar una prueba de natación, con
resultados hilarantes. En cambio, como adulto, cuando ha de participar en
algún acto público próximo al agua intenta mantenerse lo más lejos posible, y
sólo sube en embarcaciones de gran tamaño. Los intentos de Michael Jordan
por explicar el origen de esta antipatía nunca han llegado a ser plenamente
coherentes. Inicialmente, el jugador la puso en relación con un trágico
incidente de su infancia, según el cual un día estaba nadando en la playa con
un amigo que fue arrastrado por la corriente y se ahogó. En su famosa
entrevista para la revista Playboy en 1992, Jordan aportó detalles de este
suceso (ocurrido cuando tenía siete u ocho años) que aumentaban su carga
dramática: “Un día fui a nadar con un amigo muy cercano, y estábamos
Página 66
saltando las olas que venían. La corriente era tan fuerte que lo arrastró, y él se
agarró a mí. Lo llaman “el abrazo de la muerte”, cuando saben que están en
apuros y se van a ahogar. Casi tuve que romperle la mano. Me iba a llevar con
él.” La historia dio otro giro con la publicación del libro “For the Love of the
Game” (Michael Jordan y Mark Vancil, 1998), en el que hace su aparición la
novia y la historia del amigo vuelve a sus proporciones originales: “Cuando
estaba en la universidad, mi novia fue arrastrada por una inundación y se
ahogó. En otra ocasión, estaba nadando con un amigo cuando una fuerte
corriente nos arrastró mar adentro. Yo pude liberarme y volver a tierra. Él no
lo consiguió.”
El hecho de que hasta entonces nadie hubiera mencionado el dramático
fallecimiento de la novia de un deportista universitario que ya era famoso a
nivel nacional, sumado a los cambios en la historia de la playa, no puede
menos que despertar cierta suspicacia. Especialmente cuando se considera
que algunos de los intentos de Jordan por superar su reticencia al agua se
produjeron en fecha posterior a la que se atribuye a estos accidentes. Es
posible que todo sea cierto, por supuesto; también es posible que al menos
partes de estas historias hayan sido exageradas para explicar una limitación
atlética en uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos. A pesar
de que Michael Jordan ha afirmado que no lo considera una vergüenza, el
detalle de que se empeñara en realizar una prueba de natación para no aceptar
que había una disciplina que no dominaba, o su especial incomodidad cuando
tuvo que realizar ejercicios de rehabilitación en la piscina de un gimnasio
abierto al público sugieren que en realidad sí lo percibe como una limitación
que no puede superar. Puede volar como Superman, pero no puede nadar
como un niño de seis años. La manera en la que estas historias convierten una
debilidad vulgar en una tragedia es quizás indicativa de la manera en la que
Jordan afronta los desafíos y los fracasos reelaborando los hechos y
llevándolos a términos extremos. Si sus sentimientos son desproporcionados,
quizás haya que adaptar los recuerdos a esos sentimientos y no al revés.
Curiosamente, el mismo empeño que pone en diferenciarse del común de
los mortales en los aspectos que pueden compartir, lo pone también en
aproximarse a la cotidianeidad en lo que lo hace superior. Convertido al fin en
la estrella del equipo, Michael Jordan simultaneaba sus esfuerzos por
demostrar su superioridad con su afán por seguir siendo parte del grupo, uno
más de los muchachos. Volvió a la universidad en septiembre, prácticamente
sin haber descansado (su madre le requisó las llaves del coche para obligarlo a
dejar de jugar durante al menos dos semanas), dispuesto a redimir el fracaso
Página 67
de la temporada anterior y a enseñar a los nuevos quién era el mejor: “Los
freshmen ya habían empezado con el trash-talk[5]. Tenía que ver si tenían lo
que hay que tener”. Pero lo hacía desde un plano de igualdad en la condición:
“Ejercía de ejemplo más que de crítico. Creo que era su mayor virtud como
jugador”, recordaría años después Kenny Smith.
Ese año el equipo sí parecía tener lo que hay que tener. De entre los
freshmen destacaban Smith, un velocísimo base neoyorquino, y Joe Wolf, un
pívot grande y con buena mano. Con Dave Popson, un proyecto de hombre
alto por hacer, la plantilla de North Carolina era quizás la más potente de esta
etapa. Jim Braddock se había graduado, pero no faltaban candidatos para
cubrir su plaza: además de Smith estaba Steve Hale, un base poco
espectacular pero que organizaba muy bien el juego colectivo, y “Buzz”
Peterson, que estaba intentando adaptarse a esa posición. Una vez más, el
entrenador esperó a dos días antes del debut oficial para anunciar su decisión;
gracias en parte a su buena actuación en un amistoso contra la selección
yugoslava, Kenny Smith sería el quinto freshman que debutaría como titular.
Por dentro, Brad Daugherty estaba ya listo para tomar un papel protagonista,
y la llegada de Wolf y Popson permitiría a Dean Smith efectuar las rotaciones
necesarias. Con la presencia de los veteranos Jordan, Perkins y Doherty, los
Tar Heels eran los grandes favoritos para el campeonato y volvieron a la
portada de Sports Illustrated. Esta vez Michael Jordan pudo aparecer con todo
merecimiento, aunque fuera con Perkins.
Los cambios producidos durante el verano no se limitaban al resto del
equipo. También Jordan volvió muy cambiado, de manera menos dramática
que el curso anterior pero aun así muy significativa. Su desarrollo físico era
notable, y se había extendido desde los hombros para mostrar unos brazos
mucho más musculados, y también unas piernas más fuertes. Su manejo de
balón había mejorado para reducir los excesivos riesgos que provocaran el
nerviosismo de Dean Smith la temporada anterior. También había añadido
nuevos recursos, como una media vuelta en suspensión desde el poste que con
el tiempo iría desarrollando hasta convertirla en una de sus principales
herramientas. Por fin se empezó a ver al Michael Jordan que luego asombraría
en la NBA, e incluso su apariencia fue incorporando los rasgos distintivos que
mantendría durante su carrera. Ya hacía un año que había empezado a usar su
característica muñequera subida a mitad del antebrazo (según Rick Telander,
en homenaje a Peterson cuando se lesionó; en realidad empezó a llevarla
antes), y en esta temporada junior añadió unas calzonas dos tallas más
grandes de lo necesario. Después de empezar con los problemas de tendinitis
Página 68
en su rodilla izquierda en el arranque de temporada, una rodillera elástica
negra completó el conjunto.
Si su apariencia era ya la del jugador que arrasaría en la NBA, no se
puede decir lo mismo de su juego en el arranque de la temporada. Aunque
North Carolina ganó cómodamente los torneos Stanford Invitational y ECAC
Holiday Festival, la actuación individual de Jordan fue muy pobre. Sus
problemas de faltas y de pérdidas de balón oscurecieron sus aciertos
ocasionales, y su mal porcentaje de tiro lo dejó fuera del quinteto ideal de
ambos torneos. “No te preocupes por las expectativas de los demás”, insistía
Dean Smith. Varios periodistas habían elegido a Michael Jordan como el
jugador universitario más destacado del momento, y la presión de estar a la
altura hizo mella en el jugador. “Michael está jugando al mejor nivel de toda
su carrera. Es sólo que no está tirando bien”, intentaba explicar su entrenador.
Lo cierto es que tenía gran parte de razón, porque a pesar de los comentarios
negativos de la prensa y los aficionados, el equipo seguía ganando y con
holgura. Sin embargo, algunos temían una repetición de la temporada
anterior, en la cual los resultados ocultaron las graves carencias del equipo
hasta que fue demasiado tarde. Matt Doherty apenas tiraba, Michael Jordan
acumulaba errores y el equipo no terminaba a adaptarse a la dirección de
Kenny Smith, ya que era un tipo de base muy diferente al habitual en los Tar
Heels. Había sido apodado “Jet” con buen motivo, ya que su rasgo más
destacado era la velocidad con la que encaraba la zona rival buscando la
canasta. El equipo seguía estando demasiado acostumbrado a bases del estilo
de Jimmy Black, de estilo pausado y poca anotación; muchos pensaban que el
ataque era más fluido cuando estaba en cancha el base suplente, Steve Hale,
que sí encajaba en esa descripción. Por otra parte, Smith aportaba una
agresividad y un desequilibrio al rival del que habían carecido sus
predecesores. Si Doherty estaba lanzando menos a canasta, al menos en parte
se debía a que con Kenny Smith y Brad Daugherty la anotación estaba mucho
más repartida. También debían adaptarse a un nuevo cambio de normas, ya
que la ACC había decidido abolir el tiro de tres después de sólo una
temporada, además de modificar el reloj de posesión a 45 segundos. En enero
de 1984 North Carolina había ganado sus diez partidos, la mayoría con
ventajas cómodas y derrotando a rivales de entidad como St. John’s o el
vigente campeón North Carolina State. Entonces llegó Maryland.
Los Terrapins de la Universidad de Maryland siempre habían sido un
buen equipo y un rival correoso, gracias al buen hacer de su entrenador
“Lefty” Driesell. Pero ahora habían dado un paso más con el progreso de un
Página 69
espectacular alero llamado Len Bias[6], y se habían convertido en la gran
alternativa a North Carolina en la ACC después de que Sampson diera el salto
desde Virginia a la NBA. Los enfrentamientos entre los Tar Heels y los
Terrapins habían sido tradicionalmente muy competidos debido al estilo físico
y de contactos de estos últimos, y el hecho de disputarse el liderato de la
competencia aumentó su interés. Además, estos partidos suponían una
motivación especial para Michael Jordan: la otra estrella de Maryland era
Adrian Branch, el prolífico anotador que le arrebatara el galardón como mejor
jugador del partido McDonalds All-American en 1981. Jordan no lo había
olvidado, y muy probablemente ese recuerdo tuvo una influencia decisiva en
el famosísimo final del partido que jugaron el 3 de enero de 1984. El día del
rock-a-bye baby dunk.
El encuentro fue más interesante que bueno, con más tensión competitiva
que acierto. Jordan hizo una mala primera parte, y Perkins tuvo que
multiplicarse para evitar que Branch y Bias rompieran el partido. Pero como
tantas otras veces, Jordan resurgió en la segunda parte (“sentí la tensión
acumularse dentro de mí conforme se acercaba el final del partido; me gusta
ese momento”) y tuvo una racha anotadora que puso definitivamente a su
equipo por delante. Con el partido ya decidido, North Carolina robó el último
balón a falta de pocos segundos y Jordan se dirigió como una exhalación
hacia el aro rival para realizar el mate más importante de su carrera. En
términos puramente competitivos, ese mate realizado sobre la bocina en un
partido ya sentenciado ocupa el otro extremo de la escala presidida por the
shot, la canasta final contra Georgetown en 1982. En términos emocionales y
artísticos, el mate contra Maryland elevó a Michael Jordan a la categoría de
estrella. La victoria había establecido que era un buen jugador, pero este mate,
un mate que prácticamente nadie había visto antes y cuyo origen no supo
describir el propio Jordan, reveló que se trataba de un jugador diferente. Que
asistir a un partido suyo supondría no sólo una alta posibilidad de que ganara
su equipo, sino de contemplar algo nuevo y especial. Algo que no aparecería
en el marcador, y que después no se podría explicar a los ausentes más que
con la frase “tendrías que haberlo visto”. Lo inefable, en un sentido literal.
Como descripción aproximada, este mate era una variación sobre el
clásico windmill o “molinillo”, al que se añadía un balanceo del balón sujeto
entre la muñeca y el antebrazo. Era ese movimiento el que le dio nombre por
su semejanza con el acto de mecer a un bebé en la cuna, y periodistas o
aficionados le pusieron apodos como rock’a baby o rock the cradle. Por
supuesto, nada es completamente original; en una entrevista posterior, Jordan
Página 70
afirmó haberse inspirado en los movimientos que viera hacer a Al Wood en
sus partidillos veraniegos, y el Dr. J ya había realizado mates similares. Pero
en un mundo mucho menos televisivo que el actual ni compañeros, ni rivales,
ni espectadores lo habían visto antes, y por tanto se trataba de pura creación.
La prensa intentó que el jugador aclarara de dónde le había venido la idea de
rematar el partido con una jugada así, y cuando Jordan sólo acertó a explicar
que para él había sido una culminación natural y no consciente de la jugada
pasaron a especular con la posibilidad de que hubiera intentado mandar algún
tipo de mensaje a uno de sus rivales, quizás a Branch. “No es ningún
mensaje”, declaró Jordan. “No estaba intentando lucirme, sólo quería celebrar
la victoria.” Incluso el normalmente impávido Dean Smith se vio obligado a
comentar la jugada con él: “Michael, ¿no te diste cuenta de que Kenny Smith
estaba desmarcado?”.
El efecto de esta jugada fue un cambio permanente en la actitud del
público y en la del propio jugador. La crisis quedó olvidada y Jordan recuperó
su juego atlético y espectacular cerca del aro, después de una larga etapa de lo
que él mismo definió como “enamoramiento” del tiro exterior. Por su parte,
los espectadores empezaron a mostrar un interés aún mayor hacia él,
anticipando las acciones espectaculares que sin duda iba a realizar y
respondiendo a las mismas. Maryland se dio de bruces con esa nueva
situación apenas un mes después, en el partido de vuelta que Michael Jordan
dominó mucho más allá de lo que indican los 25 puntos que anotó con una
serie de 10 de 14 tiros. Ben Coleman, un musculoso pívot que posteriormente
pasaría por la ACB, era el encargado de intimidar físicamente a los rivales, y
en un momento de distracción golpeó a Matt Doherty sin que lo advirtieran
los árbitros. La reacción normal hubiera sido el contraataque por parte de uno
de los hombres altos de North Carolina, pero fue Jordan quien respondió al
desafío en sus propios términos. Con el partido ya decidido, Michael Jordan
encaró a Coleman y anotó un espectacular mate dejando en evidencia al pívot
rival. “¡No vuelvas a tocar nunca a uno de nuestros jugadores!”, dijo
señalándole a la cara. Después, Dean Smith y Roy Williams contemplaron
estupefactos cómo Jordan botaba el balón tranquilamente mientras los aleros
de Maryland discutían a voces en medio de la pista quién debía defenderlo.
“¿Quieres que lo marque? Pues mueve el culo y márcalo tú”, gritó Herman
Veal a Adrian Branch. Nadie recordaba una quiebra semejante de la disciplina
de un equipo de la ACC.
Desgraciadamente, Jordan había adquirido esa agresividad en
circunstancias no muy afortunadas: un par de semanas antes del segundo
Página 71
partido contra Maryland, Kenny Smith se había lesionado de gravedad. Fue
cerca del final de su enfrentamiento contra LSU, cuando Smith robó un balón
y se dirigió a toda velocidad hacia el aro rival. Cuando iba por el aire, un
jugador de LSU llamado John Tudor le metió el brazo y lo desequilibró, y
Kenny Smith sufrió una aparatosa caída. Fue entonces cuando Jordan llegó
para defender agresivamente a su compañero, y mandó a Tudor a la grada de
un empujón. Los árbitros intervinieron para impedir que la situación fuera a
más y Jordan terminó disculpándose con el rival, pero nada de todo ello
cambió el hecho de que Kenny Smith se había fracturado la muñeca
izquierda. Inicialmente no parecía un problema insoluble, al fin y al cabo
muchos opinaban que el equipo jugaba mejor con Steve Hale. También
“Buzz” Peterson había jugado de base en la gira por Grecia en pretemporada,
y podría ayudar desde el banquillo. Michael Jordan subió su aportación
anotadora para compensar la baja de Smith, y con el magnífico rendimiento
de Hale como titular el equipo continuó su buena marcha. La serie de
victorias de quedó en 21 después de perder en Arkansas por un punto, pero a
continuación empezaron una nueva racha que llegó a las siete victorias.
Rivales de entidad como Maryland o NC State fueron derrotados con holgura,
y North Carolina se afianzó en el n° 1 del ranquin nacional.
Pero Dean Smith no las tenía todas consigo. Pensaba que el equipo
necesitaba la velocidad de Kenny Smith, y el jugador estaba dispuesto a
volver a las canchas llevando una especie de escayola flexible. En
retrospectiva, el entrenador admitió que cometió un error: “No debería
haberlo sacado a jugar. No podía botar con la izquierda. Estábamos jugando
bien pero no muy bien, y lo hice volver. Creo que afectó a la química del
equipo, y no era ni de lejos el jugador que había sido.” Posteriormente, Kenny
Smith coincidió con él: “No podía botar mucho con la mano izquierda, así
que fintaba a la izquierda; daba un par de botes con esa mano y luego volvía a
la derecha. Eso limitaba el juego que podía desarrollar.” A pesar de terminar
la temporada de la ACC como líderes imbatidos, algo que nadie había
conseguido en décadas, North Carolina empezaba a mostrar señales de
vulnerabilidad.
Kenny Smith volvió en el penúltimo partido de la fase regular, una fácil
victoria en la que jugó pocos minutos. Pero menos de una semana después,
contra Duke se pudo ver el problema que había surgido en el puesto de base
para los Tar Heels: Smith no estaba al cien por cien, y al volver a la suplencia
la aportación de Steve Hale disminuyó de manera alarmante. El base de Duke,
Johnny Dawkins, aprovechó la circunstancia para anotar 25 puntos y a punto
Página 72
estuvo de lograr la victoria. A falta de ocho segundos North Carolina iba dos
puntos abajo, pero Duke se obcecó tanto en defender a Jordan y Perkins que
permitieron a Matt Doherty subir tranquilamente el balón y anotar un tiro
cómodo de cinco metros. Michael Jordan falló la canasta que les hubiera dado
la victoria al final de la primera prórroga, pero en la segunda Duke se
desmoronó y el marcador final fue un engañoso 96-83 que no reflejaba lo que
había sido el partido.
A pesar del esfuerzo de Jordan, el rendimiento ofensivo de su equipo se
había desplomado como consecuencia de la inestabilidad en el puesto de base.
Sin contar prórrogas, los Tar Heels estaban anotando unos 10 puntos por
debajo de la media de la temporada justo cuando empezaba la fase decisiva y
las eliminatorias a partido único. Pasaron la primera ronda del torneo de la
ACC sin excesivos agobios, pero en semifinales volvieron a encontrarse con
Duke. Sus dos enfrentamientos en la temporada se habían decidido por
márgenes muy estrechos, y este tercer partido no fue una excepción. El juego
ofensivo de North Carolina se desplomó en la primera parte, y se convirtió en
un festival de pérdidas de balón y tiros fallados que propiciaron innumerables
contraataques del rival. Pillados una y otra vez en transición, los hombres
altos se fueron cargando de faltas, y Duke tomó una cómoda ventaja que
rondaba los 10 puntos. Michael Jordan martilleaba incansablemente el aro de
los “Blue Devils”, pero ninguno de sus compañeros lo apoyó. En la segunda
parte el equipo de North Carolina reaccionó, y gracias a la aportación de Matt
Doherty pudo remontar e incluso ponerse por encima. Sin embargo, una racha
de errores de Perkins volvió a poner por delante a Duke, y los tiros libres
finales certificaron la derrota. Jordan aún logró una canasta a falta de 5
segundos que ponía el 75-77 e incluso recuperaron el balón, pero Doherty no
logró conectar con Jordan en el saque y el marcador no se movió.
No fue agradable quedar eliminados del torneo de la ACC (que terminó
ganando Maryland), pero el objetivo importante seguía siendo el campeonato
nacional de la NCAA, para el que estaban clasificados. A pesar de la derrota,
seguían siendo los máximos favoritos; “Carolina ha reunido el mejor equipo
de la historia del baloncesto universitario”, declaró el entrenador de Virginia,
y numerosos medios daban por segura su presencia en la Final Four. Sin
embargo, ya el partido de segunda ronda contra Temple aumentó las dudas
generadas por Duke. Los Owls de Temple eran un buen equipo que venía de
eliminar a St. John’s, pero de un nivel decididamente inferior al de North
Carolina. Su estrella era Terence Stansbury, cuyo brillante paso por los
concursos de mates de la NBA ha hecho que se lo recuerde como el típico
Página 73
alero atlético, pero en realidad era un base muy completo con un mortífero
tiro en suspensión. El resto de la plantilla era poco destacable, con la posible
excepción de Granger Hall, un pívot de mucha clase pero limitado por una
grave lesión de rodilla (que no le impidió desarrollar una larguísima carrera
en la ACB). Sin embargo, el partido resultó más complicado de lo que cabía
esperar y no se decidió hasta los últimos minutos, después de un memorable
mano a mano entre las dos estrellas de cada equipo. Michael Jordan desarmó
la zona de Temple y se fue a los 27 puntos con una serie de 11 de 15 tiros de
campo, pero Terence Stansbury abusó de los bases de North Carolina y anotó
26 puntos, 18 de ellos en la primera parte. Dean Smith tuvo que modificar sus
asignaciones defensivas y poner a Matt Doherty sobre Stansbury para detener
la hemorragia, y por fin los Tar Heels lograron despegarse en los últimos
minutos.
Han pasado veinticinco años desde el partido contra Indiana, pero sigue
siendo un recuerdo doloroso para quienes participaron en aquel equipo de
North Carolina. En principio, el equipo de los Hoosiers aún estaba en
construcción y su potencial era limitado. Contaban con la anotación del
freshman Steve Alford, un magnífico tirador, y con el inmenso Uwe Blab, un
torpe pívot alemán que a base de trabajo había adquirido algunas habilidades.
Pero Bobby Knight, el polémico entrenador de Indiana, había analizado
correctamente las limitaciones ofensivas de su rival y su dependencia de la
anotación de Jordan. Después de discutir las posibles variantes defensivas con
Pete Newell, una auténtica leyenda de los banquillos, Knight tomó una de
esas decisiones que hacen famoso a un entrenador, y encargó la tarea a Dan
Dakich. Dakich era un especialista defensivo que destacaba por su fuerza y no
por su velocidad, pero nadie pretendía que igualara el nivel atlético de Jordan.
Las instrucciones de Knight eran claras: “Tienes que impedir las puertas atrás
y las penetraciones para lograr canastas fáciles, y negarle el rebote. Que no
tenga jugadas fáciles. Si hace falta, concédele el tiro exterior”. Con el tiempo,
Dan Dakich creó un pequeño negocio basado en recorrer el país dando
conferencias en las que explicaba cómo al recibir la noticia de que tenía que
defender a Jordan su primera reacción fue correr al baño y vomitar, pero
luego reaccionó y supo salir airoso de una misión casi imposible. Incluso
tiene ensayada una pequeña broma: “A veces uno se tiene que enfrentar a
alguien que es más alto, más fuerte, más atlético, más duro, tira mejor, es más
rápido… desgraciadamente, ese día Michael se tuvo que enfrentar a ese
alguien”. Sin embargo, Jordan cree que con los años se fue exagerando la
aportación individual de Dakich: “No quiero desmerecer lo que hizo. Creo
Página 74
que consiguió hacer exactamente lo que el entrenador Knight quería que
hiciera. Pero fueron los medios los que lo convirtieron en un uno contra uno”.
El plan de Knight iba mucho más allá de que a Dakich le dieran arcadas.
En defensa debían cerrarse atrás e impedir las penetraciones y los balones
interiores a costa de conceder el tiro exterior. “Rodearon a Perkins y Jordan, y
no les importaba pagar el precio. Podríamos haber hecho todos los tiros de
cinco metros que quisiéramos, pero tendrían que ser con los jugadores a los
que ellos decidieran dejar tirar”, declaró Dean Smith tras el partido. En
ataque, Bobby Knight abandonó su tradicional motion offense (estrategia
basada en el pase y el movimiento constante) para evitar los dos contra uno, y
dio luz verde a Alford para tirar todo lo que le llegara a las manos. “Hizo un
gran trabajo convenciéndonos de que podíamos hacerlo”, recuerda el jugador.
Indiana tomó las primeras ventajas, y Michael Jordan en particular parecía
desconcertado por la manera en la que lo flotaba Dakich: “Yo permanecía a
tres metros de distancia hasta que se levantaba para tirar, y entonces me
acercaba a puntearlo.” Para terminarlo de arreglar, Jordan sumó su segunda
falta cuando no se llevaban diez minutos de juego. Cuando se daba esa
situación, Dean Smith tenía la costumbre de sentarlo hasta la segunda parte ya
que conocía su tendencia a cargarse de faltas. “Todo el mundo pensó que el
entrenador Smith se equivocó al dejarme en el banquillo, pero incluso sin mí
teníamos un equipo potente.”
Gracias a Sam Perkins, North Carolina consiguió llegar al descanso con
sólo cuatro puntos de desventaja, 28-32, y cabía esperar la remontada con la
vuelta de Jordan a la cancha. En lugar de eso, Indiana fue aumentando su
ventaja: “Cuando volví en la segunda parte, me sentí como si estuviera
intentando comprimir 40 minutos en 20. No pude encontrar mi ritmo”. A falta
de cinco minutos y medio, Steve Alford anotó la bandeja que ponía a su
equipo 12 puntos arriba; era la primera vez en la temporada que North
Carolina se veía con esa desventaja. No hubieran sido un equipo de Dean
Smith si no hubieran remontado: empezaron a hacer faltas deliberadamente, y
gracias a cuatro fallos consecutivos en los tiros libres Indiana encajó un
parcial de 10-0 que puso a los Tar Heels a sólo dos puntos quedando dos
minutos. Pero tampoco los Hoosiers hubieran sido un equipo de Bobby
Knight si se hubieran hundido bajo la presión, y Steve Alford anotó seis tiros
libres consecutivos para terminar con 27 puntos y sellar la victoria de su
equipo por 72-68. Michael Jordan se quedó en trece puntos y un rebote, con
una serie de 6/14 en el tiro.
Página 75
“Era la última oportunidad para Sam y Michael”, recordaría Kenny Smith.
“A mí me quedaban tres cursos por delante, así que no comprendí la
trascendencia de la derrota hasta que llegamos al vestuario y vi lo duro que
era para ellos. Sentí que les había fallado.” No era el único; era la segunda vez
que Dean Smith creía tener el mejor equipo del país y no lograba conquistar
el campeonato (la primera fue en 1976). “Pensábamos que, con ese equipo, si
nos enfrentáramos diez veces contra cualquier rival de todo el país, les
ganaríamos nueve”, dijo Steve Hale. La sensación de fracaso fue aún mayor
cuando Indiana fue eliminada al siguiente partido por Virginia con el ridículo
marcador de 50-48. “Me habría sentido mejor si después Indiana hubiera
ganado el campeonato”, comentaría Jordan.
Muchos estudiantes de North Carolina comprendieron las lágrimas de
Matt Doherty en televisión. Al día siguiente, Michael Jordan estaba de nuevo
en la cancha, intentando mejorar; pero esa mejora ya no tendría lugar
vistiendo el uniforme de los Tar Heels. Hacía semanas que la decisión de
presentarse al draft de la NBA estaba tomada. Claro que es más facil sacar a
un chico de Chapel Hill que sacar a Chapel Hill del interior de un chico.
Durante toda su carrera, Michael Jordan llevó debajo de su uniforme las
calzonas celestes de los Tar Heels como símbolo tangible de su identidad.
Varios años después, durante la retransmisión de las finales de la NBA de
1991 la televisión estadounidense entrevistó al entrenador Dean Smith, que
tenía a cuatro jugadores en esa final (Worthy y Perkins en Lakers, Jordan y
Scott Williams en Bulls). Al entrar en el vestuario, Michael Jordan lo vio
casualmente en un televisor y se paró en seco. “¿Es el entrenador? ¿De qué
está hablando?”, preguntó a Williams, que estaba siguiendo la entrevista. “De
ti”, le contestó. “No, venga, en serio”, dijo el jugador que acababa de recibir
su segundo MVP. “¿De qué está hablando?”
Página 76
Indiana, 1984
El día que decidí presentarme al draft sabía que iba a
Philadelphia.
Página 77
habían traspasado sus opciones, y en su lugar aparecían los potentes Sixers o
los prometedores Mavs.
El deporte profesional vive de vender esperanzas futuras para sobrellevar
decepciones presentes, pero incluso en la historia de la NBA es difícil
encontrar otro año en el que hubiera tantas esperanzas puestas en el draft
como en 1984. “El año pasado, Ralph Sampson de Virginia era la única
superestrella del draft”, escribió David Dupree en el Washington Post. “Este
año, sin embargo, hay no menos de 10 jugadores que según los expertos están
destinados a hacer una carrera próspera en la NBA.” Las dos mayores
estrellas universitarias del momento eran los pívots Pat Ewing, de
Georgetown, y Hakeem Olajuwon de Houston. Dado que ambos optaban al
primer puesto sin competencia, se daba por hecho que uno se presentaría este
año y el otro al siguiente para no coincidir. Durante meses se especuló sobre
cuál daría el paso al frente, y esa incertidumbre estuvo a punto de arruinar a
los Portland Trail Blazers (que aspiraban a disponer de una de las primeras
elecciones del draft): los Blazers contactaron con ambos jugadores a través
del propietario de los Clippers, para explicarles la situación creada por el
nuevo tope salarial que acababa de implantar la NBA y en qué les iba a
afectar. La liga consideró que se trataba de contactos ilegales previos al draft,
y por un momento se temió que fueran sancionados con la pérdida de su
elección. Finalmente todo se quedó en una multa considerable, pero ilustra
claramente la importancia que daban los equipos al draft de junio de 1984.
Por detrás de Ewing y Olajuwon se encontraba una lista de jugadores de los
que se esperaba mucho: el primero era Jordan, pero también estaban Sam
Bowie o Perkins, pívots menos esplendorosos que los dos “grandes” pero aun
así valiosos, o jugadores exteriores muy completos como Leon Wood,
Lancaster Gordon o Alvin Robertson. También había apuestas más
arriesgadas, como Mel Turpin o Charles Barkley, que podían terminar siendo
estrellas o fracasos; y por detrás una sucesión de nombres menos conocidos
como Michael Cage, Terence Stansbury o John Stockton, pero de entre
quienes se anticipaba que saldrían jugadores interesantes. Fue precisamente el
convencimiento de encontrarse ante todo un bufet de talento lo que espoleó a
muchos equipos a intentar mejorar sus posibilidades de cara al draft.
En principio, los cuatro peores equipos de la NBA en la temporada 1983-
84 eran los Chicago Bulls, los Indiana Pacers, los Cleveland Cavaliers y Los
Angeles Clippers. Pero sólo los Bulls conservaban los derechos de su elección
de draft para 1984, ya que el resto los habían intercambiado con los Portland
Trail Blazers, los Dallas Mavericks y los Philadelphia 76ers, respectivamente.
Página 78
Sin embargo, conforme avanzaba la temporada las posiciones fueron
cambiando. Los Cavaliers acababan de cambiar de dueño gracias a la
intervención de la NBA para liberarlos de la tiranía de Ted Stepien, el
enloquecido propietario que con sus absurdas maniobras había llegado a
poner en peligro a la propia liga. Para convencer a los posibles compradores,
la NBA había ofrecido el regalo de varias rondas de draft que vinieron a
reforzar la plantilla. Los Cavs mejoraron lo suficiente como para que su
elección, propiedad de Dallas, cayera hasta el número 4. Por su parte, los
Chicago Bulls estaban pasando por su propia travesía del desierto, y el
enfrentamiento entre su entrenador Kevin Loughery y su estrella Reggie
Theus había terminado con el traspaso de éste. Sin Theus, los Bulls
empezaron a perder más partidos de la cuenta, lo que provocó sospechas
generalizadas de que estaban dejándose ganar deliberadamente para escalar
posiciones en el draft. Claro que en ese terreno los mejores eran los Houston
Rockets de Bill Fitch, que ya lo habían hecho el año anterior para conseguir a
Ralph Sampson. El equipo no terminaba de levantar cabeza a pesar de la
aportación de Sampson, así que a mitad de temporada la gerencia tomó la
decisión de dar el año por perdido e intentar volver a pescar algo en el draft.
En esta época sólo se sorteaba el orden de las dos primeras elecciones, a cara
o cruz entre los dos peores equipos; el resto se realizaban en orden inverso a
la clasificación final. Pero el lamentable espectáculo de la temporada 1983-
84, con espectadores abucheando a sus equipos y entrenadores cruzando
acusaciones de dejarse ganar, obligó a la NBA a intervenir de manera
inmediata y establecer un sistema de lotería en el que se sorteaban las
primeras elecciones. Pero ese sistema no se empezaría a aplicar hasta 1985.
En 1984 la única duda era si el número 1 sería para los Rockets o para los
Blazers, y por detrás irían Bulls, Mavs y Sixers.
Los jugadores no eran ajenos a esas maniobras, y también entre los
futuros drafteados se producían movimientos orientados a alcanzar una mejor
posición. Para ello, la principal herramienta eran las pruebas que Bobby
Knight efectuó en Indiana para seleccionar al equipo que iba a acudir a los
Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Casi todos los jugadores universitarios
relevantes fueron invitados, y muchos acudieron buscando no conseguir una
plaza en la selección olímpica, sino promocionarse ante la nube de
entrenadores que rodeaba a las pruebas. Para quienes procedían de
universidades menores o poco prestigiosas suponía la gran oportunidad de
mostrar que podían jugar de tú a tú con los mejores. El caso más exagerado
fue el de Charles Barkley, que en las semanas previas al draft se esforzó al
Página 79
límite para demostrar su auténtico nivel y que su rendimiento en la
Universidad de Auburn no había sido casual… sólo para dar un giro
copernicano cuando supo que se había convertido en el objetivo predilecto
para ese número 4 que poseían los Sixers. El nuevo tope salarial hacía
improbable que esta franquicia pudiera ofrecerle el dinero que estaba
buscando, así que Barkley se embarcó en una orgía gastronómica para
confirmar los rumores sobre su falta de disciplina y tendencia al sobrepeso,
bajar posiciones en el draft y recalar en otro equipo.
Michael Jordan pudo agradecer a Dean Smith el poder mantenerse al
margen de ese chalaneo. “Cuando terminé mi temporada junior, el entrenador
Smith hizo unas llamadas a la NBA para ver en qué puesto me cogerían si me
presentara al draft. Era a finales de marzo o principios de abril, y los 76ers le
dijeron que me escogerían con la segunda o tercera elección, dependiendo de
la que tuvieran. Pero conforme pasaron las semanas, Chicago fue perdiendo
partidos y subiendo puestos en el draft.” La regla de oro sobre ser elegido en
uno de los cinco primeros puestos había quedado asegurada mucho antes, ya
que Philadelphia (con la elección correspondiente a los Clippers) no caería
más allá del quinto lugar en ningún caso, y su entrenador era Billy
Cunnigham, un miembro destacado de la fraternidad de los Tar Heels que
había expresado varias veces su admiración por el juego de Jordan. En
general, Dean Smith fue recibiendo respuestas muy parecidas de todas las
franquicias: si los rumores se confirmaban y Olajuwon se presentaba al draft,
sería elegido con el número uno fuera quien fuera el que dispusiera de esa
elección; pero si Ewing no se presentaba al draft, el número dos sería para
Michael Jordan, ya que ningún otro de los pívots disponibles ofrecía un
potencial similar. Sólo hubo un equipo que manifestó una intención diferente,
y fueron los Portland Trail Blazers. “Nos encanta Jordan”, le contestó el
general manager[7] Stu Inman, “pero creemos que necesitamos un hombre
alto. Cogeremos a Olajuwon si tenemos el número uno y a Bowie si tenemos
el número dos”. Dean Smith intentó convencer a Inman de que se estaba
equivocando, pero los Blazers estaban más que servidos en anotación
exterior. No sólo tenían ya a un escolta atlético y espectacular como Clyde
Drexler, sino también a un tirador como Jim Paxson; incluso habían tenido
que traspasar al base “Fat” Lever para aliviar su superpoblación de jugadores
de perímetro. Mientras, su único jugador interior de cierta relevancia era
Mychal Thompson, un pívot correcto pero lejos del nivel de estrella. Ni
siquiera Bobby Knight pudo convencerlos después de entrenar a Jordan en las
Página 80
pruebas para la selección olímpica. “Necesitamos un pívot”, insistía Inman.
“¡Pues draftealo y ponlo de pívot!”, le contestó Knight.
Michael Jordan supo que sería el número dos o el número tres del draft
mucho antes, pero eso no significa que se librara de dudas, controversias y
decisiones difíciles. Dean Smith o James Worthy podían recomendarle que
diera el salto ya, pero en último término era el propio Jordan el que tenía que
tomar esa decisión. Durante meses le estuvo dando vueltas de manera
constante, sopesando pros y contras y pidiendo opinión a personas de su
confianza. No era fácil para Jordan cambiar de rutina, especialmente cuando
se encontraba tan a gusto. Le atraía disfrutar por fin del grado de senior, y la
derrota frente a Indiana le hacía sentir que dejaría cabos sueltos. Muy
especialmente, su madre se oponía a que abandonara la universidad sin haber
terminado la carrera: “Pueden quitarte la ropa, pueden quitarte los zapatos,
pero lo que no pueden quitarte es lo que tienes dentro de tu cabeza”, decía
Deloris. Su sueño era ver a Michael y Roslyn graduarse el mismo día, pero
tenía en contra a su marido, a su hijo y a Dean Smith: “Los tres pensaban que
ya estaba listo. Me dijeron: ‘¿Y si el año que viene no se presentan las
mismas oportunidades que este año?’”. Finalmente, Dean Smith la convenció
al explicarle que el único requisito que ponía a sus jugadores para dar el salto
a la NBA era comprometerse a volver y terminar la carrera cuando pudieran:
“Señora, no le estoy pidiendo que renuncie a su carrera universitaria, le estoy
pidiendo que renuncie a su elegibilidad universitaria”.
La tensión era excesiva, y Michael Jordan buscó un pasatiempo que lo
alejara del baloncesto y de las especulaciones sobre su futuro, y lo encontró
en el golf. “Eso sí que es una adicción”, reconocería posteriormente. Jordan lo
había aprendido en 1983, cuando jugó una partida con su compañero de
cuarto contra la pareja formada por “Buzz” Peterson y Matt Doherty. Jordan
logró la victoria con un difícil golpe final, que provocó las alabanzas de su
compañero. “En realidad, no golpeé la bola. La cogí y la arrojé al green”,
confesó. No era algo infrecuente en Jordan, a quien Peterson sorprendió una
vez haciéndole trampas a su madre en una partida de cartas, pero como
afición quedó en eso hasta un año después. “Empecé a jugar el verano de
1984”, recordaría. “Fui con un buen amigo mío, John Simpkins, que estaba en
el equipo de golf de entonces con Al Wood, y jugamos 18 hoyos con Davis
Love III, que también estaba en North Carolina. Hice par en uno de los hoyos,
y llevo enganchado desde entonces.” Con el tiempo, el golf fue
convirtiéndose para Michael Jordan en el desafío definitivo, en el cual se
enfrentaba al propio terreno representado por el par del campo. “Buzz”
Página 81
Peterson era compañero de clase de Davis Love III y empezaron a quedar
regularmente para jugar acompañados por John Inman, que posteriormente se
convertiría en el entrenador del equipo de golf de North Carolina. Davis Love
era una figura del golf amateur y con el tiempo se convertiría en una estrella
del circuito profesional, pero Jordan era incapaz de admitir que un deportista
como él no pudiera golpear la bola con tanta potencia como Love. Debe de
ser cosa de los palos, pensó, y aprovechando un momento de distracción
cogió uno de sus drives y golpeó la bola con tan poco acierto que rompió la
cabeza del palo. A Davis Love no le hizo demasiada gracia, y posteriormente
comentó a Dean Smith que Jordan no podría llegar a ser un buen jugador de
golf debido a su estatura.
Es posible que esos ratos sirvieran para aliviar su conciencia de la
sensación de estar traicionando al equipo, a la universidad y a sus
compañeros, pero la fecha del draft se acercaba inexorable y la prensa
especulaba abiertamente con la posible inscripción de Michael Jordan. El 26
de marzo volvió de las primeras pruebas para la selección olímpica y ofreció
una rueda de prensa en la que negó haber decidido su marcha: “Mi plan es
quedarme aquí, estoy ilusionado pensando en la temporada que viene”. Los
periodistas le preguntaron por Olajuwon, Ewing y los 76ers, aunque a estas
alturas ya se sabía quién se presentaría y quién no, y que si Jordan se
presentaba al draft sería elegido antes de que llegara el turno de Philadelphia.
“No me gustan los Sixers”, respondió. “Me gustan los Lakers.” A pesar de
que Dean Smith confirmó sus palabras (“Ya ha dicho que seguirá aquí”), en
realidad ya estaba trabajando para la inminente carrera profesional de sus
jugadores. Ese mismo día se reunió con el agente Donald Dell, para quien
trabajaba un ejecutivo llamado David Falk, y poco después vino Dick Motta
de Dallas para hablar con Sam Perkins. La decisión había sido tomada
semanas o meses antes, pero Jordan aún era incapaz de admitirlo.
El sábado 5 de mayo de 1984 estaba convocada una rueda de prensa a las
11 de la mañana, en la que Michael Jordan anunciaría su decisión irrevocable
(el plazo para presentarse al draft expiraba a medianoche). Mientras se vestía,
le dijo a Peterson que “aún no sé lo que voy a hacer”. Kenny Smith aún creía
que no daría el salto, que si tuviera un pie en la NBA no seguiría estudiando
para los exámenes; “Buzz” Peterson tenía la intuición de que ya había
decidido marcharse. Hakeem Olajuwon y Charles Barkley ya se habían
presentado formalmente al draft, Pat Ewing había anunciado que seguiría en
Georgetown, sólo faltaban Jordan y Wayman Tisdale. A la hora en punto,
Dean Smith declaró de manera oficial lo que ya todos suponían: “Anunciamos
Página 82
en este momento que Michael renunciará a su elegibilidad universitaria”. El
22 de mayo los Trail Blazers escogieron cruz y salió cara; mientras los
representantes de los Rockets celebraban haber ganado el número uno, su
entrenador Bill Fitch telefoneaba a Dean Smith para darle la noticia. “Si
Portland hubiera ganado, iban a elegir a Hakeem Olajuwon. Yo habría ido a
Houston y Sam Bowie habría terminado en Chicago” rememoraría Jordan
años después. “¿No es increíble? Un simple cara o cruz.”
Así, las seis primeras elecciones habían quedado definidas con tanta
claridad que la prensa pudo publicarlas en detalle con antelación. “Un antiguo
jugador de fútbol de siete pies procedente de Nigeria, un universitario de
quinto año y 2,15 de estatura que se ha perdido dos de las tres últimas
temporadas por una fractura en la pierna, y un dinámico junior que dicen que
es la reencarnación de Julius Erving serán los tres primeros elegidos”,
publicaba el Washington Post junto con unas declaraciones del entrenador de
Chicago: “¿Cómo se puede no elegir a un Jordan?”. El 19 de junio de 1984 se
celebró la ceremonia del draft, que por primera vez tuvo lugar en el Madison
Square Garden. El público asistente abucheó la elección de Sam Bowie con el
número dos (siete horas de exámenes médicos habían asegurado a los Blazers
que estaba completamente recuperado de sus lesiones) y aplaudió la de
Michael Jordan con el número tres. El momento tuvo mucho de anticlimático,
ya que ninguno de sus protagonistas hizo acto de presencia: los Chicago Bulls
estaban representados por dos ejecutivos de bajo nivel que recibían órdenes
del general manager Rod Thorn por vía telefónica, y Jordan estaba en
Bloomington (Indiana) entrenando con la selección olímpica. Bobby Knight
se negó a interrumpir los entrenamientos para que los jugadores pudieran
seguir el draft, así que no supieron lo que había pasado hasta después. Al fin,
Michael Jordan apareció en directo desde Indiana para agradecer a los Bulls
la confianza depositada en él y pronunciar las típicas generalidades sobre su
futuro: “No me importa jugar de alero o escolta, lo que necesite el equipo”,
afirmó (uno de los pocos defectos mencionados antes del draft era que carecía
de una posición de juego definida). “No estoy pensando en ir y estar a la
altura de las expectativas, sino de hacerlo lo mejor que pueda. Tengo muchas
ganas de conocer al entrenador Loughery, y muchas expectativas en su
capacidad como entrenador. Espero poder contribuir a levantar al equipo.”
Eso sería en otoño. De momento, Michael Jordan tenía bastante con
sobrevivir a Bobby Knight y su preselección en Bloomington.
El Comité Olímpico de EE.UU. (USOC) había afrontado los preparativos
de los XXIII Juegos Olímpicos de 1984 en Los Ángeles como una especie de
Página 83
reválida del modo de vida americano, después de los JJ.OO. de Moscú 1980.
La preparación debía ser tan cuidadosa que rozara lo paranoico, y el boicot
del bloque comunista[8] hacía aún más necesario no sólo triunfar, sino arrasar
de forma que dicha ausencia no restara valor a la victoria. Y si hablamos de
llevar un método de trabajo hasta la obsesión entonces no cabe duda de que
Bobby Knight era el entrenador idóneo. De hecho, la primera vez que Knight
oyó hablar de Michael Jordan fue antes de que llegara a la universidad, y
precisamente a través del programa preolímpico. Como parte de la
preparación para 1984, el USOC creó el National Sports Festival en 1978. Se
trataba de una especie de miniolimpiada juvenil de ámbito nacional donde se
enfrentaban equipos por regiones, y sus dos primeras ediciones se celebraron
en Colorado Springs. El baloncesto fue uno de los deportes más destacados
del III National Sports Festival (Syracuse, 1981) debido a la presencia del
joven Patrick Ewing, pero no fue el único jugador que llamó la atención. Tim,
uno de los hijos de Bobby Knight, formó parte de la organización del festival,
y le dijo a su padre que había visto al que iba a ser el mejor jugador
universitario del país: “Un chaval que se llama Michael Jordan, que acaba de
firmar con North Carolina”. Bobby Knight llamó a Dean Smith para obtener
más información, pero éste prefirió echar balones fuera: “Es de aquí cerca, de
Wilmington; sólo lo hemos escogido porque es de la zona”. En uno de sus
párrafos majestuosos, David Halberstam cuenta cómo en 1984 ambos
entrenadores estaban examinando candidatos para la selección y se
encontraron con un informe firmado por Tim. “No sé si conoces a Tim
Knight”, dijo Dean Smith, “pero si él dice que estos jugadores no valen, es
que no valen.”
También las competiciones internacionales de años anteriores habían
servido como ensayos para los juegos: el seleccionador nacional de EE.UU.
en el Mundial de 1982 en Cali fue un antiguo ayudante de Knight y el de los
Juegos Panamericanos de 1983 se había incorporado al staff técnico de la
selección olímpica. Bobby Knight estableció un sistema casi darwiniano para
elegir a los miembros del equipo, según el cual se invitó a 73 jugadores
universitarios que fueron pasando por una serie de cribas hasta llegar a los 12
que formaron parte de la plantilla definitiva. Teóricamente la selección debía
realizarse basándose en los entrenamientos y partidillos realizados entre los
candidatos, lo cual fomentaba la competitividad de los jugadores,
especialmente tan cerca del draft. En la práctica, sin embargo, se aplicaba una
combinación de criterios diferentes. Las estrellas como Michael Jordan o Pat
Ewing tenían plaza virtualmente asegurada, mientras que en otros casos
Página 84
contaban los servicios prestados en el pasado por jugadores que habían
sacrificado sus veranos acudiendo a competiciones de menor repercusión. Eso
sucedía con el base Leon Wood, por ejemplo, que había corrido al rescate
cuando fue convocado en el último momento para incorporarse a los
Panamericanos de 1983 en sustitución de un lesionado. El comité de selección
no lo había olvidado, y sin duda tuvo mucho que ver en su inclusión en el
equipo olímpico (al igual que su brillante defensa sobre Steve Alford durante
la preparación). En general, el criterio más importante fue la opinión del
propio Bobby Knight, al que gracias a la necesidad angustiosa de alcanzar la
victoria se le otorgó un grado de autoridad y autonomía casi sin precedentes
en la historia de la selección estadounidense de baloncesto, nido tradicional
de camarillas y politiqueos. Así Knight pudo incluir a una serie de pívots
grandes y toscos como los que solía tener en Indiana, y también a la pareja
exterior formada por Vern Fleming y Alvin Robertson, dos buenos defensores
pero que inicialmente no entraban en las quinielas (“del estilo de Bobby”, dijo
textualmente uno de los presentes). Sobre todo, el entrenador de los Hoosiers
pudo permitirse el favoritismo de convocar a Steve Alford a pesar de que sólo
era un freshman.
La decisión más polémica de todas fue cortar a Charles Barkley.
Buscando ascender puestos en el draft, Barkley había tomado la cancha al
asalto, y junto con Jordan se había convertido en la sensación de las pruebas
para el equipo. Después de ver cómo partía un tablero al hacer un mate sobre
un rival, pocos pudieron entender que no formara parte de la lista final. Aún
menos fueron los que creyeron las explicaciones “oficiales” sobre necesidades
tácticas o carencias de tiro, ya que la sospecha generalizada es que el
auténtico motivo era la incompatibilidad entre el carácter autoritario de
Bobby Knight y el espíritu contestatario de Charles Barkley. Los modales del
entrenador habían levantado ampollas a casi todos los jugadores; Jordan
prefería destacar las similitudes entre Knight y Dean Smith (aunque
puntualizando que el segundo no usaba palabrotas), pero Wayman Tisdale
declaró que después de la experiencia sentía la necesidad de volver a
Oklahoma, buscar a todas las personas a las que había considerado groseras y
darles un abrazo. Bobby Knight había decidido sacrificar el talento puro a la
disciplina y al trabajo en equipo, y Charles Barkley fue la “víctima” más
conocida pero no la única. Después de uno de los últimos cortes, una
furgoneta llevó a los seis jugadores descartados al aeropuerto de Indianápolis:
Terry Porter, John Stockton, Karl Malone, Joe Dumars, A.C. Green y Charles
Barkley. Todos ellos llegarían a la final de la NBA como titulares. Stockton
Página 85
miró a su alrededor: “Me gustaría poder coger a los seis que vamos aquí y
enfrentarnos a seis jugadores de los que vayan a la selección”.
Para Michael Jordan y el resto de los doce elegidos el día 14 de julio, la
preparación continuaba. Bobby Knight había programado una serie de
partidos contra jugadores de la NBA y había pedido especialmente a los
profesionales que fueran agresivos para que la selección estuviera preparada
para enfrentarse a rivales como los yugoslavos o los argentinos. En realidad,
los combinados NBA no suponían un desafío real, ya que la denominación de
allstars ocultaba el hecho de que apenas contaban con dos o tres estrellas y el
resto eran suplentes o marginales; además, llegaban en baja forma física y sin
la menor conjunción (Billy Cunnigham, que actuó de entrenador de uno de
esos combinados, se encontró totalmente solo en el pabellón a la hora a la que
se había fijado el entrenamiento). La selección olímpica los venció con
facilidad, pero ese mismo hecho sirvió para sacar a la luz una cierta
competitividad entre los profesionales, a quienes no gustó en absoluto ver que
un puñado de universitarios los dejaban en evidencia. Los partidos tuvieron
momentos de tensión cuando los NBA sacaron los trucos de los veteranos, y a
punto estuvieron Jordan e Ewing de llegar a las manos con sus rivales. En un
curioso avance del futuro, “Magic” Johnson e Isiah Thomas parecieron no
tener la mejor opinión de la actitud descarada de ese joven Michael Jordan al
que gustaba exhibirse haciendo mates.
En comparación, el torneo oficial resultó casi tedioso. La superioridad de
los anfitriones fue tan evidente que la revista Sports Illustrated otorgó al
baloncesto el título de “Aburrimiento Oficial de los Juegos Olímpicos de
1984”. El convencimiento generalizado de que las demás selecciones
competían por la plata quedó ilustrado en un famosísimo artículo del
entrenador Aíto García Reneses escrito en 1999: “La primera vez que me
impresionó Michael Jordan fue en San Diego (California) unos días antes del
comienzo de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. Una selección de
los jugadores profesionales de la NBA que estaban jugando una Liga de
Verano se enfrentó a la selección olímpica de Estados Unidos. Faltando dos
minutos para terminar el partido Jordan penetró junto a la línea de fondo y
cuando iba a tirar, ante el peligro de un tapón, continuó su vuelo para hacer un
tiro a canasta pasada. A pesar de ser frío como espectador, terminé el partido
sin volver a sentarme en mi asiento, asombrado, como muchos de los allí
presentes. Recuerdo que antes de acudir a Estados Unidos le había comentado
a Antonio Díaz Miguel, por entonces seleccionador español, que se debía
acudir a los Juegos con la ambición de ganar a todos. ‘¿Por qué no se puede
Página 86
ganar a Estados Unidos si el equipo estará compuesto por jóvenes de 21 años
que es posible que se pongan nerviosos?’. Menos mal que tuve ocasión de
verle el día anterior al comienzo de los Juegos para decirle que se olvidase de
mi comentario: no les íbamos a ganar.” Eso no impidió que Bobby Knight
invocara la justicia divina ante los atropellos que se veía obligado a superar,
por supuesto, pero sí hicieron que se le prestara menos atención. El
entrenador estadounidense protestó por haber sido encuadrado en el grupo
más difícil (a pesar de que antes del torneo había dicho que los rivales más
peligrosos eran Yugoslavia e Italia, que estaban en la otra parte del cuadro),
se enfrentó con todos los árbitros con los que se cruzó y obligó a Michael
Jordan a disculparse ante sus compañeros por su mala actuación contra
Alemania aunque se le saltaran las lágrimas. Pero cuando Bobby Knight giró
la pizarra en la que iba a anotar sus últimos comentarios antes de la final, se
encontró con una nota escrita por el jugador: “Entrenador, después de toda la
mierda que hemos tenido que pasar, no hay forma de que perdamos hoy”.
No era arrogancia. La selección estadounidense arrasó a casi todos sus
rivales a pesar de que Bobby Knight mantenía un férreo control del juego y se
negaba a dar libertad o continuidad a sus mejores anotadores. Incluso el
marcador del partido contra Alemania fue engañoso, ya que para remontar
hasta una diferencia honrosa los germanos se limitaron a encerrarse y abdicar
de cualquier intento de ir a por la victoria. Sólo España pudo plantarles cara, y
llegó incluso a ir por delante en la primera parte de su enfrentamiento en la
fase de grupos. Pero Bobby Knight arengó a sus “tropas” durante el descanso,
y con un dominio abrumador del rebote destrozaron a los españoles en la
segunda parte. En la final no hubo partido, ya que la selección española se lo
tomó como una celebración de su medalla de plata, aunque Díaz Miguel
intentó protestar por un arbitraje que, en su opinión, se había amedrentado
después de señalarle una técnica al incendiario técnico local. Bobby Knight
había intentado inculcar a sus jugadores una perspectiva histórica sobre lo que
significaba representar a su país, y para ello había recurrido a grandes figuras
del pasado como Pete Newell (entrenador de la legendaria selección de 1960
en Roma) o a los primeros medallistas de 1936 en Berlín. Cuando terminó la
final y sus jugadores intentaron alzarlo en hombros, señaló a uno de sus
asesores: Hank Iba, seleccionador nacional de Munich’72.
Página 87
Chicago, 1984
Dios sabe que ¡vaya si necesitamos refuerzos!
Los Chicago Bulls eran una franquicia cuya mejor época se remontaba a
mediados de los setenta con Dick Motta, cuando llegaron a aspirar al anillo de
la mano de Chet Walker, Norm Van Lier y Jerry Sloan. Pero una combinación
de malas temporadas y peores elecciones en el draft los habían atrapado en un
ciclo de derrotas que duraba ya diez años. El mejor ejemplo de la mala suerte
que parecía perseguirles se produjo en 1979, cuando participaron en el cara o
cruz que determinaría el número uno del draft. Los Lakers ganaron y
escogieron a “Magic” Johnson, los Bulls perdieron y se quedaron con David
Greenwood, un ala-pívot de fama universitaria pero rendimiento mediocre.
Algunas elecciones fracasaron debido a lesiones, como Ronnie Lester; otras
por problemas de disciplina, como Quintin Dailey, y la mayoría por no ser
capaces de dar el salto al baloncesto profesional, como Greenwood, Ennis
Whatley o Sidney Green. Para colmo, una de las pocas que sí rindió como se
esperaba también trajo más disgustos que alegrías. Reggie Theus era la
estrella del equipo, un escolta anotador de talento indudable pero también
indisciplinado y poco defensor, que prefería pasar la pretemporada exigiendo
una mejora de contrato en lugar de trabajar. El entrenador Kevin Loughery se
enfrentó con el jugador, y a pesar de que éste contaba con el apoyo de los
propietarios y de la grada primero lo relegó a la suplencia y luego terminó
traspasándolo. Algunos lo interpretaron como una señal de que el equipo
buscaba el remedio del draft, ya los únicos jugadores destacados que
quedaban eran el acrobático alero Orlando Woolridge y el escolta Quintin
Dailey, que pasaba más tiempo de baja que en la cancha.
Irónicamente los Bulls terminaron viéndose beneficiados de estar en peor
situación que Sixers o Blazers, ya que en su caso necesitaban refuerzos en
casi todas las posiciones y sólo debían buscar al mejor jugador a su alcance.
Eso no significa que no fueran agudamente conscientes de que el equipo
necesitaba un pívot desde la marcha de Artis Gilmore y que la colección de
jornaleros que tenían no daba la talla, pero el general manager Rod Thorn
Página 88
tenía pocas esperanzas de encontrar alivio en el draft. Incluso si Olajuwon y
Ewing decidieran presentarse a la vez en ningún caso caerían hasta la elección
de los Bulls, y los demás hombres altos disponibles no le ofrecían confianza.
Sam Bowie no le parecía una futura estrella y la mala experiencia con Lester
le hacía desconfiar de seleccionar a universitarios con historial de lesiones;
Turpin y Barkley amenazaban con repetir los problemas extradeportivos de
Dailey, y la actitud de Perkins recordaba demasiado a la de Sid Green. Los
Bulls intentaron usar su elección de draft para conseguir a un buen pívot en
un intercambio, pero los Sonics rechazaron la oferta por Jack Sikma. Una
posibilidad que estuvo a punto de realizarse estuvo relacionada con Terry
Cummings, un alero de gran nivel al que una cardiomiopatía había puesto en
el mercado. En principio iba a venir a cambio de Dailey y Greenwood, pero la
gerencia de los Bulls tuvo dudas y fue entonces cuando se habló de un
traspaso a tres bandas por el cual recibirían al alero Terry Cummings y al
pívot James Donaldson a cambio de la primera ronda del draft. Los Bulls se
salvaron en el último momento cuando los Clippers se echaron atrás al recibir
una oferta de nada menos que Julius Erving. Los Bulls siguieron buscando
incluso después del draft, e intentaron sin éxito conseguir a “Tree” Rollins de
los Hawks o contratar al agente libre Joe Barry Carroll.
La situación dio un giro radical después del cara o cruz, cuando se hizo
público que los Blazers optaban por Bowie y que por tanto Michael Jordan
estaría disponible para unos Bulls que ya habían puesto proa al número 3
sentando a Woolridge por una supuesta lesión y perdiendo 14 de sus últimos
15 partidos. No es que no existieran dudas sobre Jordan, en particular sobre su
posición (le faltaba tiro para jugar de escolta y altura para jugar de alero, se
decía) o la dificultad de evaluarlo viniendo de un sistema tan estructurado que
hacía que algunos jugadores parecieran mejores o peores de lo que eran en
realidad. “Había jugado en North Carolina con Dean Smith, y su talento
quedó oculto allí”, intentaría explicar Stu Inman. “Incluso en la selección
estaba tapado. Nunca dudamos de que era muy bueno, pero yo me preguntaba
¿dónde va a jugar?” Rod Thorn tenía la ventaja de ser amigo de Billy
Cunningham y conocía su opinión al respecto. De hecho, Thorn y el
entrenador Kevin Loughery pertenecían al reducido grupo de individuos que
habían sido invitados a North Carolina en varias ocasiones a pesar de no
pertenecer a “la familia”. Si Dean Smith había considerado a Chicago como
un buen destino para Jordan era porque creía que una franquicia situada en
una de las principales ciudades del país terminaría repuntando antes o
después, especialmente con gente como Thorn. Smith le proporcionó cintas
Página 89
de partidos de los Tar Heels y su visionado tuvo un efecto similar al de una
máquina del tiempo. Volvía a ser 1973, Kevin Loughery era el entrenador de
los New York Nets de la ABA y Rod Thorn su ayudante, y acababan de
conseguir a Julius Erving, el Dr. J. A pesar de que no estaban seguros de que
Jordan fuera a convertirse en una estrella de ese calibre, sí que quedaron
convencidos de que era un jugador especial, que atraería al público y podría
sacar a los Bulls de la oscuridad. Aún no sabían que los propietarios de la
franquicia habían alcanzado un acuerdo secreto para vendérsela a un
millonario llamado Jerry Reinsdorf, pero los ejecutivos sabían que la
situación era desesperada y no tenían tiempo de seleccionar a un proyecto de
hombre alto que no cuajaría hasta que todos ellos hubieran sido despedidos.
Fue ese convencimiento el que llevó a Rod Thorn a rechazar todas las
ofertas que recibió por los derechos sobre Michael Jordan, por muy tentadoras
que fueran. Y lo eran, ya que Dallas ofrecía a Mark Aguirre, una estrella local
de Chicago que venía de ser el segundo máximo anotador de la NBA. “Rod
nos dijo: ‘Es una oferta más que justa, pero tengo una intuición especial sobre
Michael Jordan’”, declaró Rick Sund, entonces general manager de los
Dallas Mavericks. “Rod ni siquiera dudó. Estaba seguro.” Los Sixers de Billy
Cunningham también fueron a por Jordan, y ofrecieron a Andrew Toney más
su propia elección de primera ronda. Toney era un escolta allstar que aún no
había empezado con las lesiones que acabarían con su carrera, y con ese
número 5 del draft permitiría que los Bulls se reforzaran con dos titulares.
Pero cada nueva oferta hacía que Thorn se aferrara con más fuerza a su
elección, convencido de que demostraban que Michael Jordan valía aún más
de lo que pensaban. “Mi opinión y la opinión generalizada era que Michael
sería un muy buen jugador, pero nunca imaginé que sería tan bueno.
Queríamos a Olajuwon. Ése era el que queríamos”, recordaría. Quizá la clave
de su “heroica resistencia” residiera en un rumor de la prensa tejana según el
cual los Rockets se podrían plantear ofrecer a Ralph Sampson (redundante
con la llegada de Olajuwon) a cambio de Jordan. Rod Thorn admite que
hubiera aceptado de inmediato, pero no pasó de ser una especulación que
Houston no llegó a considerar en serio.
Los Sixers hicieron un último intento, poniendo sobre la mesa una oferta
próxima a la desesperación. Poco antes del draft se había filtrado a la prensa
que estaban en tratos con los Clippers para cambiar a Terry Cummings por
Julius Erving, y la reacción popular había sido tan negativa que les obligó a
dar marcha atrás. El Dr. J era un mito en Philadelphia, aún jugaba a nivel de
estrella y cambiarlo por otro jugador sólo porque fuera más joven era
Página 90
inaceptable. Pese a ello, pocos días después el propietario de los Sixers se
arriesgó a incurrir de nuevo en la ira de la ciudad cuando se puso en contacto
con el de los Bulls para ofrecerle a Erving más una futura primera ronda a
cambio de Jordan. En términos deportivos al Dr. J sólo le quedaban un par de
temporadas, pero en términos publicitarios se trataba de una de las estrellas
con mayor tirón. No está claro si fue Rod Thorn el que rechazó la oferta o
fueron directamente los propietarios de la franquicia, pero la respuesta fue
inequívoca: Michael Jordan jugaría en los Bulls. En cambio, la elección de
segunda ronda no llegaría a firmar con el club; curiosamente, se trataba de un
viejo conocido de Jordan, el pívot Ben Coleman de Maryland, con el que
tuviera más que palabras. Coleman terminó en Italia, aunque la causa más
probable fue la baja definitiva de Ronnie Lester y la necesidad de fichar un
base.
La actitud inicial de la franquicia reflejaba la mezcla de miedo y
esperanza que representaba la llegada del jugador y el temor de levantar unas
expectativas irreales que aún no estaba preparado para sobrellevar. “Nos
gustaría que midiera siete pies, pero no los mide. Sencillamente, no había
ningún pívot disponible. ¿Qué podíamos hacer?”, declaró Rod Thorn,
intentando mantener un tono de normalidad. “Si hubiéramos podido elegir
entre Bowie y Jordan, aun así hubiéramos escogido a Jordan. Pero el gran
premio era Olajuwon. Jordan es muy bueno en ataque, pero aún no es
determinante.” Esa llamada a la cordura contrastaba con la campaña
publicitaria a toda página que lanzó el equipo, basada en una antigua película
titulada Aquí llega el Sr. Jordan (conocida como El cielo puede esperar en un
remake posterior). Michael Jordan llegó a Chicago sin saber más que era una
gran ciudad, desconocida y amenazadora para un chico de pueblo como él. Su
madre tuvo que venir los primeros meses para prepararle la casa, y
posteriormente vivió durante una temporada con su primer amigo en Chicago,
George Koestler. Koestler era el propietario y chófer de un diminuto negocio
de limusinas que recogía viajeros del aeropuerto y que tuvo la fortuna de que
un cliente lo dejara colgado una noche. “Fui al aeropuerto a recoger a un
cliente y no se presentó. Recibí una llamada para esperarlo en el vuelo de las
5 y luego en el de las 7:30. Cuando salió el piloto del avión de las 7:30
pregunté si quedaban más pasajeros. Me dijo que sólo quedaba uno.” Esperó a
ver si era su cliente, pero resultó ser ese jugador de baloncesto del que
hablaban las noticias. “Eres Larry Jordan, el rookie[9] de North Carolina,
¿verdad?”. Michael, le corrigió, no Larry. “Estaba esperando a un cliente que
no se ha presentado. Te llevo a donde quieras por $25.” Jordan aceptó, y al
Página 91
despedirse George Koestler le dejó su tarjeta por si necesitaba sus servicios.
Unas semanas después Michael Jordan lo llamó para que fuera a recoger a su
madre al aeropuerto, y Koestler terminó convirtiéndose en una mezcla de
chófer, guardaespaldas y amigo, cuya labor era servir de separación entre
Jordan y la nube de desconocidos que intentaban aproximarse a la estrella.
La pretemporada estuvo llena de sorpresas para Michael Jordan, como el
famoso hotel Lincolnwood Hyatt (“Nunca antes había visto un edificio
púrpura”) o las miserias de la NBA de la época, como los entrenamientos en
el Guardian Angel High School, un orfanato transformado en instituto. La
mayor sorpresa pudo ser que apenas llegar fue designado como estrella del
equipo. Durante el resto de su carrera, después incluso de ganar anillos de la
mano de Phil Jackson, Jordan siguió diciendo que el mejor entrenador que
había tenido en la NBA era Kevin Loughery[10]: “Me dio la confianza
necesaria para jugar a este nivel. En mi primer año me dio el balón y me dijo
‘chico, sé que sabes jugar, sal y juega.’ No creo que hubiera pasado lo mismo
con otro entrenador”. Al igual que en la universidad, Jordan llegó a la NBA
inseguro de sus capacidades y agradeció esa confianza por parte de su
entrenador. También le sorprendió cómo sus compañeros más veteranos
aceptaron ese reconocimiento de un recién llegado, especialmente Orlando
Woolridge o Steve Johnson. Jordan llegaba de North Carolina donde la
veteranía era un grado, pero aprendió que en la liga profesional lo único
importante eran las habilidades y el rendimiento. Desde el primer día Kevin
Loughery aplicó un sistema diseñado para que Michael Jordan recibiera el
balón cada jugada, aunque también tuvo que bregar con la desbordante
competitividad del recién llegado. Después de cada sesión, entrenador y
jugador se quedaban jugando al “burro” para mejorar su tiro exterior, pero las
partidas se eternizaban porque normalmente ganaba Loughery, que había sido
un muy buen tirador, y Jordan se negaba a irse hasta remontar. Los primeros
días hubo que dar por terminado el entrenamiento antes de hora porque
Michael Jordan imprimía un ritmo que los dejaba agotados. Para alargar los
entrenamientos Loughery recurrió a un truco que otros entrenadores habían
usado: cambiar de equipo a Jordan cuando estaba a punto de ganar para que
tuviera que remontar la ventaja que acababa de conseguir. Eso enfurecía al
jugador, pero enfocaba su ira para terminar ganando. “Si le pongo con los
titulares, ganan. Si le pongo con la segunda unidad, ganan. Si le pongo en el
quinteto atacante, anotan. Si le pongo en el quinteto defensivo, frenan a los
atacantes. No importa lo que haga con Michael, su equipo gana siempre.”
Años después, durante un partido contra un equipo entrenado por Kevin
Página 92
Loughery, Jordan lideró la remontada para llevarse la victoria. “Es como estar
de vuelta en Guardian Angel ¿verdad, entrenador?”, dijo al pasar por delante
del banquillo.
Incluso los compañeros menos predispuestos a aceptar su llegada, como
Quintin Dailey, tuvieron que rendirse a la evidencia. Dailey venía de ser el
escolta titular y veía cómo ese recién llegado iba a mandarlo al banquillo, así
que durante los entrenamientos se empleó a fondo intentando usar su fuerza y
experiencia para castigar físicamente al novato. Lo único que consiguió fue
que la reputación de Jordan saliera reforzada después de superar el desafío a
base de jugadas brillantes, como saltar y machacar su propio tiro fallado. Una
de ellas fue un avance del movimiento que se convertiría en su canasta más
publicitada: Michael Jordan volaba hacia el aro para el mate cuando recibió el
contacto de la defensa, así que hizo un giro de 180° y anotó la bandeja en aro
pasado. “Michael es buenísimo”, declaró Dailey, “pero no le contéis que os lo
he dicho.” Por su parte, Jordan intentaba rebajar las expectativas de la prensa:
“Me gustaría llegar a jugar al menos un All Star”.
A pesar de que la llegada de Jordan había disparado las expectativas entre
los aficionados que seguían al equipo, la atención de la ciudad estaba centrada
en los playoffs de béisbol de los Chicago Cubs. Apenas 2.100 fans acudieron
al debut de Michael Jordan en el primer partido de pretemporada, jugado en el
Peoria Civic Center frente a los Indiana Pacers. Jordan empezó en el
banquillo y terminó jugando 29 minutos alternando las posiciones de base,
escolta, alero y ala-pívot. Kevin Loughery le pidió que se centrara en ayudar
en los tableros, y terminó con unos números interesantes pero “terrenales”: 18
puntos y 8 rebotes en una victoria por 102-98. Fue en el segundo partido de
exhibición, en St. Louis contra los Kansas City Kings, en el que se produjo el
primer avistamiento del Michael Jordan que había llegado a la NBA. Anotó
10 de sus 11 tiros de campo, y terminó con 32 puntos para derrotar a los
Kings por 107-100. “No lleva ni un mes en la liga y los árbitros ya lo tratan
como si fuera un dios”, protestó el base Larry Drew en referencia a una
supuesta tolerancia arbitral para con sus pasos de salida. La vuelta a Chicago
después de esa exhibición desató la jordanmanía. Una muchedumbre de
aficionados asistió a los dos partidos contra los Milwaukee Bucks jugados en
el instituto East Chicago Washington High School (ganaron el primero y
perdieron el segundo). A continuación vino la gira por Nueva York contra los
Knicks, primero en Glens Falls ante 6.500 espectadores y luego en el
Madison Square Garden con 16.000 aficionados en las gradas, para terminar
con el debut en el Chicago Stadium con una decepcionante derrota contra los
Página 93
Kings. “Lo que diferencia a Michael Jordan es su elevación, la capacidad de
pasar el balón estando en el aire”, declaró el entrenador de los Knicks, Hubie
Brown. “En los doce años que llevo en la liga no había visto a nadie capaz de
pasar el balón desde esa altura.” Durante los Juegos, Bobby Knight había
intentado corregir su costumbre de saltar primero y decidir después, hasta que
comprobó su capacidad de pase en el salto.
Para entonces ya importaba poco si Jordan había jugado bien como frente
a los Knicks o mal como frente a los Kings. Prensa y aficionados se habían
rendido a sus pies, y cada partido y entrenamiento suponía encontrar a una
nube de chavales pidiendo autógrafos y una cola de periodistas esperando
turno. Un día era un fotógrafo del Washington Post, al siguiente la portada del
número de The Sporting News dedicado a la NBA y al otro un reportaje con el
que la CBS inauguraría las retransmisiones de la temporada. Luego había que
encontrar un momento para filmar un anuncio o recibir su nuevo y flamante
BMW, y siempre las masas de aficionados a la entrada del hotel, a la salida
del pabellón o alrededor del autobús. “Escolta policial, cámaras de
televisión… es como formar parte del tour de Michael Jackson, él es Michael
y nosotros los otros Jacksons”, declaró Orlando Woolridge después de la gira
por Nueva York. Esta situación fue aumentando el distanciamiento entre
Jordan y sus compañeros que había estado presente casi desde el comienzo.
Después del primer amistoso que jugaron contra los Pacers, Jordan fue
invitado a una fiesta en la habitación de hotel de uno de los miembros de la
plantilla. El ambiente que se encontró, con jugadores borrachos consumiendo
cocaína a plena vista, le repelió hasta el extremo de no volver a intentar
socializar con sus compañeros. Michael Jordan consideraba ese
comportamiento como la mayor falta de profesionalidad de un deportista, una
ausencia de compromiso con la búsqueda de la victoria que debía presidir sus
vidas. No se trataba de un prejuicio moral (Jordan no ponía reparos a la
promiscuidad sexual, por ejemplo), sino del convencimiento de que incluso
vicios socialmente aceptados como el alcohol y el tabaco suponían un
abandono para un deportista, una deserción en la lucha por el triunfo. Para sus
compañeros esa actitud suponía asumir una especie de superioridad moral
cercana a la hipocresía. Admiraban su actitud en los entrenamientos y su
superioridad era incontestable, pero en lo personal sus compañeros sentían
que la lejanía aumentaba con cada entrevista, contrato publicitario y
autógrafo. Jordan parecía presumir hasta de su apariencia diferente, con sus
estrafalarias zapatillas Nike y su costumbre de llevar las calzonas de North
Carolina debajo del uniforme de los Bulls. “Tanto rojo es el color del diablo”,
Página 94
bromeaba. “El azul es el color del cielo.” El rojo era también el color de su
nuevo equipo y el de sus compañeros.
Tampoco ayudaba la presencia constante de Howard “H” White, un ex
jugador asignado por Nike para proteger su inversión. Su trabajo (al que
posteriormente se sumaría el chófer George Koehler) era servir de
intermediario entre Jordan y todos aquellos que intentaban aproximarse a él,
especialmente quienes venían a pedirle dinero o a solicitar su participación en
empresas de resultado dudoso. White era el encargado de poner mala cara y
ser cortante si era necesario, haciendo preguntas directas y comprobando la
solidez de los proyectos. La popularidad inesperada agobiaba a Michael
Jordan, aunque también tenía aspectos más agradables, como por ejemplo su
éxito entre las mujeres. Ya había descubierto su atractivo durante los Juegos
Olímpicos, cuando tuvo que esconder a la medallista Kim Gallagher en un
armario para evitar que Bobby Knight la descubriera en su cuarto, pero no
estaba preparado para la vida nocturna en la NBA. “Estamos hablando de que
te persiguen algunas de las mujeres más hermosas del mundo”, explicaba
Howard White. Jordan empezó a tener que organizarse antes de los partidos
para comprobar que las chicas a las que había invitado recibían entradas para
zonas diferentes del pabellón, y en un famoso incidente que provocó chistes
durante meses una joven se tumbó delante de su coche exigiéndole un beso.
Sin embargo, sí hubo un jugador de los Bulls que atravesó la barrera
formada por la insistencia de los fans, el favoritismo de los medios y la
presencia de Howard White. Lo primero que llamó la atención de Rod
Higgins fue lo mismo que había sorprendido a los demás: la actitud de Jordan
en los entrenamientos. “No podías evitar darte cuenta de que era diferente de
los que ya formábamos parte de los Bulls. Sus hábitos de entrenamiento no
tenían parangón.” Rod Higgins era un alero suplente elegido en segunda
ronda del draft, así que había tenido que ganarse su presencia en la plantilla a
base de trabajo y constancia. También era una persona con profundos valores
religiosos que lo mantenían al margen del ambiente de desenfreno que había
hecho famosos a los Bulls, aunque le gustaba el billar y había instalado una
mesa en el sótano de su casa. Eran almas gemelas. A pesar de la pompa y
circunstancia que lo rodeaba, Higgins veía a Jordan como una persona normal
a la que aún no le había afectado la fama y la riqueza. Por su parte, Jordan
veía a Higgins como un jugador de talento limitado pero dispuesto a
entregarse, con el que derrotaba a los titulares en los partidos de
entrenamiento. En menos de una semana Rod Higgins lo había invitado a
cenar con su familia, un gesto poco habitual en el entorno profesional. “Lo
Página 95
que más necesito ahora mismo es una cena casera”, confesó Michael Jordan.
Buscó su primera casa en la misma zona residencial que Higgins y se compró
también una mesa de billar.
Por fin, la NBA. El 26 de octubre de 1984 Michael Jordan jugó su primer
partido con los Chicago Bulls, en casa contra los Washington Bullets
(posteriormente cambiaron su nombre a Wizards, la franquicia en la que
terminaría su carrera). Al igual que en su debut universitario, Jordan parecía
nervioso, con ganas de agradar hasta el extremo de pasar el balón en varias
ocasiones cuando tenía posición de tiro. Como en tantas pachangas jugadas en
Chapel Hill, enfrente estaba Dudley Bradley, un ex jugador de North Carolina
con fama de gran defensor. Entre los nervios y el rival su actuación no pasó
de mediocre, con demasiados fallos en el tiro (5 de 16) y cinco pérdidas de
balón para terminar con 16 puntos y 6 rebotes. La jugada más destacada fue
una penetración frenada en falta por el rocoso pívot Jeff Ruland[11], que lo
dejó tendido sobre el parqué mientras el estadio entero contenía el aliento.
Jordan se levantó, anotó los tiros libres y en el siguiente ataque volvió a
encarar a Ruland. Los Bulls ganaron cómodamente por 109-93 gracias a
Orlando Woolridge y Steve Johnson, pero después del partido vieron cómo
todos los aplausos del público y las alabanzas de los periódicos fueron para
Michael Jordan, que notó que cuando Ruland lo derribó, ninguno de sus
compañeros dio un paso adelante para defenderle.
La noche siguiente en Milwaukee empezó como había terminado el
primer partido, con un Jordan dubitativo buscando más el pase que la canasta
y viéndose superado por el rival, en este caso Sidney Moncrieff. Hasta que en
el segundo cuarto se produjo una jugada que cambió totalmente su actitud:
Michael Jordan capturó un rebote en defensa, corrió el contraataque y penetró
a canasta ejecutando una serie de cambios de mano que dejaron clavado al
defensor. La bandeja no entró, pero los Bulls recuperaron el rebote y el balón
volvió a Jordan, que remontó la línea de fondo y anotó de manera
espectacular a aro pasado. Esa jugada no sólo puso en pie a los espectadores,
sino que además hizo despertar al mejor Michael Jordan. A partir de entonces
se sucedieron las bandejas, los mates y los alley-oops hasta sumar 21 puntos.
Aunque los Bucks remontaron de la mano de Terry Cummings y terminaron
venciendo por 106-108 cuando el último tiro de Jordan no tocó ni aro, todos
los presentes pudieron comprobar que el rookie había desembarcado en la
NBA. En el último cuarto, con el marcador en un puño, Jordan robó un balón
en defensa y voló hacia el aro sin oposición. En el banquillo local estaba Mike
Dunleavy[12], un veterano escolta que apuraba los últimos momentos de su
Página 96
carrera como jugador antes de dar el salto a un puesto como técnico (en la
primera final de los Bulls, 1991, contra Lakers, el entrenador rival sería
precisamente Dunleavy), y cuando vio que Jordan saltaba casi desde el tiro
libre le comentó a un compañero: “Va a cometer su primer error de novato”.
El espectacular mate que culminó la jugada le hizo plantearse que quizás el
error no lo había cometido el novato.
Estos dos partidos fueron el prólogo del auténtico debut de Michael
Jordan el 29 de octubre, de vuelta en Chicago y otra vez contra los Bucks. Se
había corrido la voz de su vistosa actuación en Milwaukee y estaba prevista la
asistencia nada menos que de David Stern, el flamante nuevo comisionado de
la NBA, a quien entrevistó el comentarista Johnny “Red” Kerr en el descanso.
“¿Que para qué he venido a Chicago?”, declaró Stern, “para lo mismo que los
demás, para ver a Michael Jordan”. El partido no decepcionó, y la primera
parte fue un constante toma y daca entre Woolridge y Jordan por parte de los
locales, frente a Cummings y Moncrieff por los visitantes. Pero en el tercer
cuarto Jordan hubo de irse al banquillo para protegerse debido a sus cuatro
faltas personales, y los Bucks tomaron la delantera. A pesar de su vuelta a la
cancha en el último cuarto, a falta de cinco minutos la desventaja de los Bulls
oscilaba entre los seis y ocho puntos. Fue entonces cuando Michael Jordan
tomó el control absoluto del partido por primera vez en su joven carrera
profesional; empezó a multiplicarse en defensa usando su velocidad para
robar pases y su salto para capturar rebotes, y en ataque comenzó a bajar para
recibir el balón directamente del saque, subirlo y hacer jugada. “Vi que
Sidney Moncrieff estaba cojeando un poco, y eso me daba la oportunidad de
penetrar y anotar”, declaró tras el partido. Sumó la friolera de 18 puntos en
esos últimos cinco minutos, y dos jugadas muy parecidas en el último minuto
provocaron una explosión de entusiasmo del público de Chicago: estando dos
puntos abajo, Jordan atravesó todo el quinteto rival, recibió bajo el aro la
sexta falta de Alton Lister (un inmenso pívot taponador de siete pies) y anotó
de manera acrobática para sumar un 2+1 que ponía a los Bulls por delante; en
la jugada siguiente Jordan volvió a atravesar la zona a pesar de que los cinco
jugadores de los Bucks se cerraron sobre él, recibió la falta y consiguió anotar
ante la desesperación de Don Nelson, el entrenador de Milwaukee. Una
crónica del partido describiría este último minuto como una rueda de
reconocimiento por la que Nelson hizo desfilar a toda su plantilla buscando
un quinteto que fuera capaz de frenar a Michael Jordan. Al final, victoria por
116-110 con 37 puntos, 5 rebotes, 4 asistencias y 2 tapones de un Jordan que
había batido el récord de la franquicia al anotar veintidós puntos en un cuarto.
Página 97
Más allá de los fríos números, superados dos semanas después con 45
puntos frente a los Spurs, la trascendencia del partido vino del dominio que
había exhibido Jordan, tomando el control del juego sin que pudieran hacer
nada ni Sidney Moncrieff (elegido mejor defensor de la NBA pocos meses
antes), ni todos sus compañeros juntos. “No pudimos hacer nada con él”, se
lamentaba Nelson. “Intentamos hacerle un dos contra uno y saltaba por
encima de la defensa.” El propio Jordan lo recordaría posteriormente como el
momento en el que anunció que los días de aceptar las derrotas como
inevitables habían terminado para los Chicago Bulls. “Cuando vine a Chicago
para el examen físico, Rod y Orlando me hablaron de la actitud derrotista del
equipo. Decían que cada vez que lograban una ventaja de 10-12 puntos
empezaban a pensar que el rival les iba a remontar”, recordó Jordan. El
partido contra los Bucks era de ese tipo. “Íbamos nueve puntos abajo en el
último cuarto, y todo el mundo daba el partido por perdido. Entonces
Loughery me puso a prueba igual que en los entrenamientos, para ver si yo
era capaz de aplicar ese mismo nivel de energía a un partido que parecía estar
fuera de alcance. Empezó a marcar todas las jugadas para mí, y se podía sentir
que el partido estaba cambiando. Los fans empezaron a animarse, y los nueve
puntos se convirtieron en seis, y los seis en dos. Antes de darte cuenta
estábamos por delante, y terminamos ganando por seis puntos. Puedo decir
con sinceridad que es cuando sentí que me había ganado los galones y la
ciudad de Chicago empezó a creer que podíamos cambiar la suerte de los
Bulls. Ningún partido estaba perdido mientras yo estuviera en la cancha.”
El fugaz liderato de los Bulls en la NBA era una anécdota, pero esa
costumbre de ganar partidos no. Habían pasado del segundo peor récord de la
liga la temporada anterior a verse firmemente atrincherados en el 50% de
victorias. La franquicia no tardó en lanzar una campaña en televisión basada
en la figura de Jordan avanzando hacia el aro con el eslogan “Una nueva raza
de toros” para indicar la nueva etapa, y la presencia del equipo en los medios
se multiplicó debido al florecimiento de la televisión por cable en el país.
Además del nuevo contrato que había firmado la NBA con la TBS y que
cubría casi el doble de partidos que el anterior, en Chicago se había iniciado
una extraña aventura televisiva llamada SportsVision. Esta televisión de pago
era casualmente una creación de Jerry Reinsdorf, el propietario del equipo de
béisbol que había acordado ya la compra de los Bulls, y ambos equipos
figuraban de manera destacada en su programación. De hecho, fueron los
locutores de esta cadena quienes pusieron a Jordan su primer apodo en la
NBA: captain marvel (afortunadamente no llegó a cuajar y el lanzamiento de
Página 98
las air jordan de Nike zanjó el tema). Aunque la aventura de SportVision
tuvo un final poco satisfactorio, durante su existencia sirvió para que estos
“nuevos y mejorados” Bulls llegaran a una audiencia considerable. No era un
caso aislado, sino que por todo el país estaban arrancando iniciativas similares
que apostaban por las retransmisiones deportivas como reclamo. Por ejemplo,
para el debut oficial de Michael Jordan en el Madison Square Garden la
cadena local de cable preparó un programa especial que incluía un reportaje
sobre su carrera universitaria y una entrevista que se emitió durante el
descanso. Eso provocó que el comisionado David Stern pidiera a la TBS que
modificara su planificación para incluir más partidos de los Bulls y competir
así con las emisoras locales. La asistencia al Chicago Stadium se duplicó,
aunque considerando las cifras anteriores tampoco era tan difícil; incluso con
Jordan, el pabellón sólo se llenaba cuando jugaban los grandes de la NBA, y a
veces ni siquiera se llegaban a cubrir las promociones en las que se ofrecían
obsequios o descuentos a los primeros 10.000 asistentes. Pero aun así suponía
una mejora dramática en comparación con la temporada 83-84, y además el
signo más esperanzador era el cambio de actitud de los aficionados, que de la
resignación y la desesperanza habían pasado al entusiasmo y a la aclamación.
Esa respuesta de la grada no se limitaba a Chicago. Su primera visita a
Detroit supuso un espectacular mano a mano entre Isiah Thomas y Michael
Jordan que terminó con victoria para los Bulls por 122-118, y lo más
llamativo fue la manera en la que el público local terminó aclamando las
acciones más brillantes del rookie incluyendo un salvaje tapón sobre Isiah.
“Después del mate sobre Terry Tyler”, comentó el trainer de los Bulls, “tíos
en chaqueta y corbata se levantaron para chocar los cinco.” La noche
siguiente fueron 33 puntos en una paliza a los Knicks, y el tercer cuarto
terminó con el público del Garden puesto en pie después de que Jordan
rematara su gran actuación con su ya famoso rock-a-bye-baby dunk (este mate
era tan conocido que Jordan lo llamaba su magazine dunk). En Oakland los
aficionados corearon el nombre de Jordan para que su entrenador lo volviera a
sacar a la cancha mientras los Warriors intentaban, y el 30 de noviembre en
Los Ángeles fue lo nunca visto: a pesar de que los Bulls visitarían a los
Lakers sólo 48 horas después, Jack Nicholson fue incapaz de esperar y
desertó del Forum de Inglewood (donde jugaban George Gervin y los Spurs)
para asistir al partido de Jordan contra los Clippers. No fue una de sus
mejores actuaciones y se vio superado en ambos lados de la cancha por Derek
Smith, que se fue a los 33 puntos. Pero Nicholson no se vio decepcionado
cuando Jordan empezó el partido con una bandeja a tablero por encima de Bill
Página 99
Walton, y lo sentenció en el último minuto con una jugada marca de la casa,
en la que culminó un contraataque con una bandeja a pesar del abrazo de
Smith para sumar así un 2+1. Después de eso, tuvo que salir del pabellón en
una furgoneta para esquivar a la muchedumbre de fans que rodeaba el estadio.
Dos días después los Bulls vencieron a los Lakers de “Magic” Johnson y
Abdul-Jabbar en su propio pabellón, y Jerry West declaró: “Es el único
jugador que me recuerda a mí”.
A principios de diciembre de 1984 los Chicago Bulls iban 13-9 empatados
con los Milwaukee Bucks en la cabeza de la División Central. El equipo
explotaba su velocidad en todas las posiciones, y en estático recurrían a la
jugada número 1, llamada “cuatro abajo”: un aclarado en la cabeza de la zona
con los otros cuatro jugadores alineados cerca de la línea de fondo. Los más
veteranos la recordaban como una de las favoritas de Kevin Loughery desde
sus tiempos en la ABA, cuando el espectacular “Super” John Williamson la
usaba para encarar a su defensor. En los Bulls la podía ejecutar cualquiera de
los exteriores ya que todos penetraban bien, pero normalmente el elegido era
Michael Jordan. Podía atacar el aro y culminar el mate si la defensa no le
cerraba el paso, o aguantar el contacto y aun así soltar una bandeja que con
frecuencia suponía un 2+1 (según el comentarista “Red” Kerr, Jordan usaba el
truco de darse una palmada en el muslo con la mano izquierda mientras
dejaba el balón con la derecha, para que el sonido engañara al árbitro si no
tenía buena visión de la jugada). Y si el rival se cerraba sobre él, aun quedaba
su notable capacidad de pase en el aire. Stan Albeck, entonces en los Nets y
pocos meses después entrenador de los Bulls, reconocía su sorpresa por esta
faceta de Jordan: “Es capaz de aguantar en el aire para superar el dos contra
uno, y tiene una habilidad innata para hacer llegar el balón al jugador
desmarcado sin importar dónde se encuentre. Apenas se habla de esta parte de
su juego”. La mayor sorpresa residía en su tiro exterior, que superó las dudas
con las que llegó a la liga y resultó ser un arma casi infalible desde cinco
metros. A pesar de que Olajuwon prometía llegar aún más lejos de lo que
esperaban los Rockets y de que Bowie se había adaptado bien a los Blazers,
nadie discutía que Chicago había sido el gran triunfador del draft.
El sueño terminó ahí. Cinco derrotas consecutivas cercenaron las
esperanzas de disputarles a los Bucks el título de la División y devolvieron a
los Bulls a la lucha por mantener el 50% de victorias. Esta racha negativa no
era casual, y se debía en buena parte a que los rivales habían tenido tiempo
para reponerse de la sorpresa inicial e ir explotando los puntos débiles de
Chicago. Loughery había estado jugando con fuego al apostar por el juego
Página 100
rápido y los marcadores abultados con un equipo que no destacaba por su
defensa ni por su fortaleza reboteadora. La idea era maquillar esas carencias
mediante una defensa presionante que buscara los robos de balón y evitara
depender del juego en estático, pero que los demás equipos se dieran cuenta
era cuestión de tiempo. Especialmente dramática era la situación de los Bulls
en la zona, que llegó a provocar un desafío público por parte de Michael
Jordan cuando anunció a la prensa que iba a intentar liderar al equipo en
rebotes en un intento de sacar a la luz el amor propio de los hombres altos de
la plantilla. Pero no era una cuestión ni de táctica ni de amor propio, sino de
falta de mimbres: el veterano Caldwell Jones, un especialista en rebotes y
tapones que había sido titular en tres finales de la NBA, se partió la mano y
fue baja muchos partidos; Steve Johnson era un buen anotador interior, pero
apenas tenía presencia en la zona y se cargaba de faltas demasiado rápido; en
el banquillo, Sidney Green era un jugador extremadamente irregular, David
Greenwood se pasó la temporada entrando y saliendo de la lista de lesionados
con una tendinitis en el tendón de Aquiles, y Jawann Oldham tenía físico y
recursos para brillar si no se lo impidiera una cabeza llena de pájaros. Eso
dejaba a David Corzine, un clásico gran armario blanco con buena muñeca.
Jordan respetaba a Corzine, un honrado trabajador que daba la cara todos los
días, pero seguía siendo un jugador limitado que ocupaba espacio en defensa
aunque no dominaba el rebote y carecía de movilidad. “Big Dave” era un
secundario cumplidor, pero como gran argumento interior sólo servía para dar
testimonio de los problemas de los Bulls.
Como suele suceder, con las derrotas llegaron los problemas internos. El
rápido ascenso de Michael Jordan había sido difícil de asimilar para sus
compañeros, y no sabían cómo reaccionar. Un ejemplo era Orlando
Woolridge, que era consciente de estar haciendo la mejor temporada de su
carrera gracias en buena medida a las asistencias de Jordan y al hecho de que
las defensas rivales se centraban sobre él. Nadie dudaba de que su admiración
era sincera: “Se me queda mirando muchas veces”, declaraba Jordan, “a pesar
de ser capaz de hacer los mates que él hace, se asombra de los que hacemos
los demás”. Pero por otra parte era evidente que nadie prestaba la menor
atención a la gran temporada de Woolridge. Cuando quiso describir la
influencia de la actitud competitiva de Jordan, sus palabras fueron “un cáncer,
pero en bueno”. Michael Jordan seguía intentando ser aceptado como “uno de
los muchachos” e intentaba atribuir el liderazgo a los veteranos del equipo,
pero la situación escapaba a su control. El gran damnificado era Quintin
Dailey, máximo anotador de la temporada anterior y relegado al banquillo por
Página 101
el rookie. A finales de enero un periódico local publicó una entrevista a
Dailey en la que éste se quejaba de su situación en el equipo y de la actitud
del entrenador. Aunque no atacaba a Jordan sino a lo que describía como
favoritismo de Loughery, el artículo sacó a la luz la mala disposición del
vestuario, en el que algunos jugadores se sentían ensombrecidos y otros
estaban molestos con el entrenador. Era de temer que esa reacción negativa no
se limitara a su propio equipo, algo que Jordan ya anticipó cuando la revista
The Sporting News le pidió que posara vestido de cirujano para una portada
con el título “El nuevo Dr. J” antes de su primer enfrentamiento con los
Sixers. Le parecía presuntuoso ser comparado con una leyenda del baloncesto
cuando apenas llevaba unas semanas en la NBA, pero la elegancia con la que
Julius Erving aceptó las comparaciones dejó una marca indeleble en el joven
Jordan.
Desde luego, no era el ambiente que hubiera deseado para su primera
presencia en un All Star. Michael Jordan había sido votado por los
aficionados para ser titular en el equipo del Este para el partido del All Star
que se iba a jugar en Indiana el 10 de febrero de 1985. “Vine con mi familia a
Indianápolis y lo único que tenía planeado era disfrutar del ambiente, conocer
a otros jugadores y jugar el partido.” Además del éxito que suponía ser titular
en el partido de las estrellas siendo rookie, quizá la mayor expectación se
centraba en su participación en el concurso de mates que se iba a celebrar el
día anterior. La NBA había terminado por copiar a la ABA en 1984,
celebrando una primera edición en la que Larry Nance dio la sorpresa al batir
al Dr. J, el gran favorito. No tenía aún el renombre que alcanzaría
posteriormente (por ejemplo, se emitía en diferido), pero había resultado un
rotundo éxito entre los aficionados. Para esta segunda edición habían invitado
a seis candidatos pertenecientes a la “nueva generación de matadores”, como
Darrell Griffith (apodado “Dr. Dunkenstein” en la universidad), Clyde
Drexler (de la fraternidad “Phi Slamma Jamma”) o el propio Woolridge. En
una primera ronda se clasificarían dos de esos seis jugadores, que pasarían a
la semifinal contra Nance y Erving, los finalistas del año anterior.
Esa primera ronda sirvió para que Dominique Wilkins presentara
formalmente su candidatura al triunfo, basada en su poderosa batida con
ambas piernas. Aunque ya se podía percibir que la variedad de Jordan era
mayor, la descomunal potencia de Wilkins lo ponía claramente por encima de
sus rivales. La gran sorpresa fue Terence Stansbury, un rookie de los Pacers
anfitriones convocado en el último momento para cubrir la renuncia de
Charles Barkley. Stansbury fue el único que obtuvo el máximo de 50 puntos
Página 102
en la primera ronda, gracias a un espectacular mate de 360°, y sólo un error en
el tercer mate permitió que Jordan le empatara. La ronda terminó de manera
confusa debido a unos supuestos “problemas informáticos” no especificados;
hubo un desempate entre Jordan y Stansbury que ganó este último, pero
finalmente se decidió que ambos pasaran a la siguiente fase. En semifinales
Nance y Erving se limitaban a cumplir de manera un poco anticlimática,
mientras que Michael Jordan iba por detrás de Wilkins y Stansbury antes del
tercer y último mate. Sin embargo, ese tercer intento se convirtió en su primer
momento de gloria en un All Star: en la primera ronda Griffith había marcado
con cinta el punto cercano a la línea del tiro libre desde donde iba a saltar y
luego Stansbury intentó retrasarlo sin éxito; Erving los superó a ambos
aunque sin llegar a su mejor marca, y finalmente fue Jordan el que puso un
trozo de cinta sobre la misma línea de tiros libres. Ese mate, tan superior a los
intentos de otros, clasificó a Jordan para la final y se convirtió en la imagen
de su temporada de novato. Fue el ejemplo perfecto de su capacidad para
conjurar momentos únicos que permanecieran en la memoria de los
espectadores como representación de un momento y un lugar. El All Star de
1984 sería para siempre la vez que Jordan puso un trozo de cinta en el tiro
libre y saltó desde él.
En la final Wilkins no dio opción, aunque Jordan aprovechó para dejar
otra gran imagen con su último mate del concurso, un rock the cradle
pletórico de fuerza y autoridad. El premio y el trofeo fueron para Dominique
Wilkins, pero Michael Jordan había cumplido con las expectativas; era el
primer avance de una serie de duelos que configurarían la edad de oro del
concurso de mates de la NBA. Al día siguiente, su participación en el partido
de las estrellas sólo fue destacable por el reconocimiento que suponía su
titularidad. Jugó 22 minutos y anotó sólo 7 puntos con un 2/9 en tiros de
campo, aunque dejó algún detalle de espectacularidad en forma de mate o de
un tapón a Ralph Sampson. Con todo, el balance global del fin de ese primer
All Star fue más que positivo. “Fue el peor de todos. En el momento creí que
me lo estaba pasando bien, pero después se convirtió en algo desagradable.”
Michael Jordan había vuelto a Chicago satisfecho, pero cuando terminaba el
entrenamiento en la bicicleta estática un periodista se acercó para preguntarle
sobre los rumores de una supuesta conspiración para “enseñarle modales” al
novato. La ira y la vergüenza atraparon a un Jordan que iba pedaleando más y
más rápido conforme le explicaban los detalles de la historia. “Quería
meterme en un agujero y no volver a salir.”
Página 103
Una vez más, la realidad de la historia es múltiple y contradictoria. El
origen primero se encuentra en el Dr. Charles Tucker, un psicólogo escolar
que había aprovechado su posición como consejero de “Magic” Johnson para
convertirse en agente de jugadores, entre ellos Isiah Thomas. El Dr. Tucker
habría presumido delante de algunos periodistas de la manera en la que los
veteranos habían conspirado para poner en su lugar a ese rookie presumido, y
algunos rumores sin confirmar hablaban incluso de una reunión en el
aeropuerto en la que Tucker, “Magic” y Gervin se habrían estado riendo de
Jordan a la vista de todos. “Me contaron que Isiah, George Gervin y otros
jugadores se estaban riendo sobre cómo habían intentado dejarme en
evidencia mediante un freeze-out, es decir evitando pasarme el balón.”
Específicamente, el rumor establecía que Isiah Thomas había convencido a
sus compañeros de no pasarle el balón a Jordan; a partir de ahí las
acusaciones se hacían más difusas y menos creíbles, como un supuesto plan
para no ir en su ayuda cuando Gervin le atacara en el uno contra uno o una
orden de “Magic” para que el equipo del Oeste defendiera al novato con
especial intensidad. Los implicados lo han negado siempre, y con el tiempo la
supuesta participación de otros jugadores se fue olvidando para centrar las
acusaciones en Thomas. “Nunca ocurrió”, ha declarado muchas veces Isiah.
“Si alguien se ha dejado manipular por David Falk para creerse esa historia,
es cosa suya.” Muchos años después, convertido ya en entrenador de uno de
los equipos del All Star, ofrecía una grabación del partido a quien quisiera
comprobarlo. “Podéis verlo por vosotros mismos.”
Es difícil saber en realidad qué sucedió. El periodista Jack McCallum
creyó percibir cierta renuencia en Isiah Thomas hacia Michael Jordan, pero es
posible que se debiera más al mantenimiento de una cierta jerarquía aceptada
de manera implícita (los veteranos debían disfrutar de más minutos y tiros que
los novatos, por ejemplo) que a una conspiración contra un jugador concreto.
Algunos periodistas señalaron que nadie, incluido el propio Jordan, se dio
cuenta de nada durante el partido, hasta que Charles Tucker filtró el rumor a
la prensa. Uno de los supuestos “desplantes” de Jordan que habrían
provocado el incidente consistía precisamente en rechazar los consejos del
psicólogo metido a representante, así que cabe preguntarse si los jugadores
estaban molestos o si es posible que en realidad el Dr. Tucker hubiera
intentado en vano captar a Jordan y estuviera buscando venganza. Cuando un
par de años después tanto “Magic” como Isiah cambiaron de representante,
una de las razones sugeridas fue precisamente que Tucker había sido incapaz
de evitar que se vieran superados por Jordan en presencia publicitaria. En el
Página 104
fondo daba ya igual, porque para Michael Jordan la historia era muy real.
Aunque en ocasiones prefirió un tono conciliador, cada vez que se extendía
sobre el tema su opinión quedaba bien clara: “Si miras la grabación, puedes
ver que realmente Isiah lo hizo”, afirmó durante su famosa entrevista a la
revista Playboy en 1992. Tampoco “Magic” Johnson escapó a su ira: “No
tengo nada contra él. Creo que sencillamente no le gustan los jugadores de
North Carolina”, declaró en referencia al rumor sobre un posible intento de
“Magic” por conseguir que los Lakers traspasaran a James Worthy a cambio
de su amigo Mark Aguirre (según Jordan, porque Worthy había resultado ser
“demasiado bueno” y amenazaba su posición dominante en el equipo).
“Magic organiza un partido benéfico en Los Ángeles cada verano al que me
ha invitado, pero no acudiré.” Sin embargo, finalmente sí que acudió, ya que
se trataba de uno de los principales acontecimientos del mundo del
baloncesto, y tuvieron ocasión de hacer las paces. “Resolvimos nuestras
diferencias en el vestuario, en privado, y empezamos de cero nuestra
relación”. Con Isiah Thomas, en cambio, nunca llegó la reconciliación.
Una vez más, Michael Jordan cortó el nudo gordiano de una realidad
compleja y la reescribió en blancos y negros. La traición era un hecho y sólo
quedaba la venganza. El primer paso era identificar o atribuir las causas de
ese resentimiento provocado según decían por su actitud. “Yo era muy joven
cuando llegué a la NBA, y para mí el éxito significaba tener un cochazo,
joyas y un abrigo de pieles”, recordaría mucho después. “Así que el primer
año hice todo eso. Me compré un abrigo de pieles, de perro mapache, y
llevaba todos esos collares y cadenas.” De hecho, el primer consejo que le dio
el asesor de imagen de Nike fue precisamente que se deshiciera de ese disfraz
de “imitador de Mr. T”[13]. “Yo creía que era el aspecto que debía tener
alguien de éxito. Veía a los demás jugadores, a los veteranos, la ropa y el
aspecto que tenían, e hice lo mismo. Abrigos, anillos, collares.” Se repetía el
temor a no verse aceptado a pesar de su esfuerzo para integrarse y ser como
los demás.
Había un cierto grado de autocompasión en ello, porque Michael Jordan
sabía que el problema no era su abrigo ni los llamativos collares que exhibió
en el All Star. Ni siquiera su actitud durante los partidos, en los que celebraba
cada acción destacada con una exuberancia que contrasta con el gesto
hermético que se convertirá en su game face cuando alcance la madurez. Es
cierto que precisamente Isiah Thomas había reaccionado con especial desdén
ante esa efusividad tanto en los amistosos contra la selección olímpica como
en los partidos de la NBA, pero no era un caso único; al deportista millonario
Página 105
el atuendo estrafalario y la actitud displicente se le presuponen como el valor
al militar. La ropa que había provocado comentarios era otra: “Hice la
presentación del primer chándal Air Jordan de Nike durante el concurso de
mates, y algunos jugadores como Isiah Thomas, Dominique Wilkins y otros
consideraron que era una falta de respeto”. La imagen de Jordan realizando la
primera ronda del concurso vestido con las llamativas prendas de Nike en
lugar de la vestimenta oficial de su equipo supuso recordar a los demás
jugadores que el recién llegado había tomado una porción del pastel
publicitario mucho mayor que la de la mayoría de las estrellas consagradas de
la liga. “Llevar las prendas de Air Jordan, los collares, el concurso de mates,
todo parecía muy inofensivo desde mi punto de vista. Pero parece que sí fue
un problema para los veteranos.” Por ejemplo, el segundo mayor fabricante de
balones de baloncesto (después de Spalding) era Wilson Sporting Goods, con
sede en Chicago. Dicha empresa basaba sus campañas publicitarias en
estrellas locales, y en 1984 sus dos principales contratos publicitarios eran
con Isiah Thomas y Mark Aguirre; pero cuando los Bulls ficharon a Michael
Jordan, Wilson decidió no renovarles y contrató a Jordan en lo que suponía un
duro golpe para el orgullo de un Isiah Thomas, nacido y crecido a la sombra
del Chicago Stadium. “Hubo otros incidentes, si quieres llamarlos así”,
recordaría Jordan más adelante. “Alguien dijo que yo no había saludado a
Isiah en un ascensor.” En la revista Playboy ofreció más detalles: “Sólo salí
de mi habitación una vez, para acudir a una reunión de la liga, y coincidí con
Isiah en un ascensor. Era la primera vez que coincidía con él. Le dije ‘hola,
qué tal.’ Es lo único que dije. Me intimidaba porque no lo conocía y no quería
agobiarlo. No quería parecer un novato, ¿sabes?, o parecer estúpido. Así que
me quedé callado en una esquina. Cuando entramos en la sala para la reunión
tampoco dije nada. Después del fin de semana, oí que decían que yo era tan
arrogante y presumido que ni siquiera había querido dirigirle la palabra a
Isiah.” Quizás el mayor peso de este incidente, desmentido por Isiah Thomas,
era cómo incidía en inseguridades del propio Jordan cuando se había negado a
convertirse en el líder del vestuario de los Bulls por delante de los veteranos a
pesar de que se lo pidiera el entrenador. Es posible que el jugador estuviera
siendo consciente de que recibía una atención de los medios, aficionados y
patrocinadores que no estaba en proporción con la que recibían estrellas
consagradas de la liga, y estos rumores confirmaban sus miedos. Además,
esta interpretación concedía la superioridad moral a un Jordan cuyo error
habría sido involuntario y fruto de la inexperiencia, frente a la reacción
vengativa, deliberada y desproporcionada de Isiah Thomas y su camarilla.
Página 106
Con la nube de rumores e inseguridades reducida así a términos simples y
directos, ya sólo quedaba responder. “No olvidaré lo que ha pasado ni quién
me lo ha hecho.”
No habría tiempo para olvidar: el martes 12 de febrero, sólo 48 horas
después del All Star, los Pistons visitaban el Chicago Stadium en plena fiebre
de rumores. La prensa especulaba con una posible venganza del novato, y la
retransmisión televisiva comenzaba preguntando por este tema a Dave Bing,
antigua estrella de Detroit que había estado en Indianapolis para participar en
el partido de las leyendas. Sobre el parqué, Michael Jordan e Isiah Thomas
conversaron brevemente. Oficialmente se dijo que el tema había quedado
resuelto, pero Jordan fue tajante en un comentario a periodistas de su
confianza: “Ha sido un paripé”. Así lo manifestó desde el salto inicial, cuando
persiguió el balón como una pantera y a continuación presionó hasta forzar
una pérdida. Michael Jordan parecía poseído, yendo a por cada rebote y
atacando el aro rival sin contemplaciones. Enfrente, Isiah Thomas se veía
limitado por una lesión en el muslo, que le hacía fallar una bandeja solo o le
impedía salir a los tiros de Wes Matthews. Varias veces quedaron
emparejados, y parecería que fue a petición de los interesados. Jordan atacaba
a Isiah una y otra vez, y tanto el primer como el segundo cuarto terminaron
con espectaculares penetraciones hasta el aro rival. Los Bulls tomaron clara
ventaja en la primera parte y los Pistons tuvieron que sentar a Isiah Thomas
para conseguir remontar de la mano de Vinnie “microondas” Johnson y John
Long. En la prórroga un Jordan visiblemente fatigado dio la ventaja definitiva
a los locales con uno de sus clásicos contraataques en los que consiguió
anotar la canasta a pesar del abrazo desinhibido de Vinnie Johnson. De ahí al
final, un carrusel de errores por ambas partes y algunos tiros libres para
certificar la victoria de los Bulls por 139-126. Grandes titulares en prensa
destacaban la venganza de Michael Jordan con 49 puntos, 15 rebotes, 5
asistencias y 4 balones robados, pero el jugador prefirió no echar leña al
fuego: “Me pareció que a Isiah le afectaba la lesión”, declaró. Pocos prestaron
atención a un detalle del último ataque de los Pistons, cuando con el partido
ya sentenciado Bill Laimbeer montó un bloqueo ciego y sacó la cadera para
dejar a Jordan doblado de dolor. Archívese para referencia, parecía decir.
Pero después de la venganza y de la victoria épica sobre los Pistons, los
Bulls encadenaron cuatro derrotas consecutivas y se fueron alejando más y
más de la marca del 50% de victorias. A pesar de las carencias al pívot, de los
problemas con Dailey y de la inestabilidad de Kevin Loughery, parte de la
responsabilidad correspondía también a Michael Jordan. Durante los primeros
Página 107
meses, Jordan se había sorprendido por las inexactitudes contenidas en el
scouting que le hacían los rivales, tales como que era incapaz de salir a la
izquierda o que se le podía conceder el tiro de cinco metros sin miedo.
Desconocían casi totalmente el peligro de su primer paso o su capacidad de
asistir en el aire, y Jordan había aprovechado esas semanas de licencia para
sumar victorias y asegurarse el galardón de “rookie del año”. Pero los rivales
habían terminado por ajustar sus defensas y se habían dejado sentir en su
rendimiento. Cuando le empezaron a defender el tiro exterior su porcentaje de
acierto se desplomó, y en las penetraciones se encontraba rodeado de
defensores que cerraban las líneas de pase. También intentaban aprovechar
sus limitaciones defensivas, que el entrenador de los Bulls ya había
identificado: “Tiende a flotar demasiado en defensa, porque en la universidad
hacían muchos dos contra uno”. Los rivales descubrieron que atacarle en
defensa era una buena manera de sumar puntos y de explotar su tendencia a
cargarse de faltas. Loughery intentó facilitarle el juego de ataque, realizando
cambios constantes en la rotación e introduciendo una nueva jugada en la que
Jordan salía desde el poste bajo hacia la línea de tiros libres aprovechando el
bloqueo del inmenso Dave Corzine, pero estos cambios tuvieron un efecto
limitado. Además, el cansancio empezaba a hacer mella en el novato. Mark
Pfeil, el trainer de los Bulls, había intentado convencer a Jordan para que
dosificara sus minutos, pero el jugador se había burlado de esas
consideraciones. “Pensábamos que tendría que reducir a mitad de temporada,
y cuando seguía igual dijimos que cuando llevara tres cuartos le pesarían las
piernas, pero a tres cuartos de temporada parecía aún más fuerte”, declaró
Sidney Green. “Michael Jordan es la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad, con la ayuda de Dios.”
Sin embargo, el cansancio llegó. Su entrenador afirmaba públicamente
que lo veía fatigado, algo que Jordan achacaba a la frustración de las derrotas.
Por primera vez en su carrera estaba en un equipo que perdía y ante unos
espectadores que en ocasiones abucheaban a sus propios jugadores (en
particular a Corzine). El 11 de marzo contra los Bullets, Kevin Loughery
decidió dar descanso a Jordan y Woolridge cuando se vio 17 puntos abajo en
lugar de intentar la remontada, y eso provocó las primeras críticas públicas
por parte del jugador. “Es su decisión y no la discuto, pero yo no me rindo”,
declaró Jordan. “De donde yo vengo me enseñaron que uno intenta ganar
todos los partidos que juega. Lo único que quería era volver a la pista, no
estaba contento en el banquillo.” Esa frustración se acentuó durante las
últimas semanas de competición, cuando unos Bulls en caída libre lograron a
Página 108
duras penas entrar en playoffs con un balance de 38 victorias por 44 derrotas.
Con todo, el equipo afrontaba con cierto optimismo la eliminatoria de primera
ronda contra Milwaukee a pesar de la diferencia en la clasificación, ya que
durante la temporada regular habían empatado su serie particular con tres
victorias y tres derrotas. Sin embargo, el resultado de la eliminatoria fue
decepcionante.
La falta de experiencia le pasó factura a Michael Jordan cuando anotó 19
puntos en la primera parte pero sólo cuatro tiros libres en la segunda,
permitiendo una victoria de los Bucks más cómoda de lo que el 100-109 final
sugeriría. Milwaukee volvió a ganar en el segundo partido pese al intento de
remontada de los Bulls, y la serie volvió a Chicago con los locales al borde de
la eliminación. Milwaukee había tenido buenos porcentajes de tiro gracias a la
débil defensa de los Bulls y a frenar a la estrella rival en momentos decisivos.
Jordan consiguió salvar el primer match-ball con 35 puntos, siete de ellos en
los últimos tres minutos, en un vibrante mano a mano con Terry Cummings
que decidió una canasta de Jordan desde la esquina a falta de veinte segundos
para ganar por un apurado 109-107. La primera participación de Michael
Jordan en playoffs terminó en el cuarto partido, cuando Cummings anotó 15
puntos en el primer cuarto y los Bucks se escaparon antes del descanso. Una
remontada desesperada en los dos últimos minutos llegó a poner a los Bulls a
sólo un punto, pero les faltó tiempo para culminar la hazaña. En su primera
rueda de prensa en Chicago se había metido a los periodistas en el bolsillo
con una broma que hacía referencia a su último año en North Carolina y su
imbatibilidad en la ACC: “No creo que esta temporada terminemos
imbatidos”. Pero después de perder más partidos de los que habían ganado la
broma ya no le parecía graciosa. Que los Bulls no lograran plantar cara a un
rival contra el que habían demostrado poder competir durante la fase regular
supuso el remate de la escalada de frustración que estaba experimentando
Michael Jordan. Con gran esfuerzo había logrado superar a la estrella de los
Bucks, el base Sidney Moncrieff, y sólo había servido para ver cómo Terry
Cummings tomaba el control del partido una y otra vez sin que nadie fuera
capaz de frenarlo. Enfadado, Jordan abandonó Chicago con tanta
precipitación que cuando la NBA lo designó oficialmente “novato del año”,
tuvo que traerlo en avión a toda prisa desde Chapel Hill (donde continuaba
con sus estudios) para que recibiera el trofeo correspondiente.
Es posible que Michael Jordan se hubiera sentido más optimista si hubiera
pensado que el cambio de propietario en febrero de 1985 iba a significar una
mejora, pero la opinión generalizada era que no suponía más que otro giro del
Página 109
carrusel de un equipo sin continuidad. Esa visión se veía confirmada por el
despido de Rod Thorn como general manager del equipo el 26 de marzo sin
esperar a que terminara la temporada y su sustitución por un Jerry Krause
cuyo principal mérito parecía ser la amistad con el nuevo dueño. Al menos
supondría el fin de la etapa de descontrol por la falta de un único responsable,
ya que hasta entonces las decisiones habían dependido de un comité de
propietarios. También cabía esperar una mejora de la situación económica que
permitiera olvidar las pretemporadas en el Guardian Angel y miserias
semejantes (los Bulls pasaron a entrenar en el Deerfield Multiplex, un
gimnasio de alto nivel; pero por increíble que parezca lo hacían en calidad de
clientes, es decir, compartiendo el uso de las instalaciones con los demás
socios que podían encontrarse al lado de Michael Jordan en la ducha). La
situación financiera de los Bulls era tan dramática que los anteriores
propietarios prácticamente habían regalado la franquicia a cambio de librarse
de sus deudas; Jerry Reinsdorf terminó pagando unos dieciséis millones de
dólares a cambio de un paquete de acciones que le garantizaba el control
absoluto de la empresa, pero con la condición de que los vendedores
establecieran un fondo de garantía de trece millones para hacer frente a la
compensaciones judiciales que había pendientes[14].
La compra se formalizó el 9 de febrero, entró en vigor el 11 de marzo y el
día 13 Jerry Reinsdorf tomó posesión como nuevo presidente de la junta
directiva. Su primer partido en el palco del Chicago Stadium fue contra los
Detroit Pistons, una victoria épica marcada por una tangana que iniciaron Bill
Laimbeer y Jawann Oldham y luego se generalizó. Bajo la mirada de
Reinsdorf, Oldham levantó a Isiah Thomas sobre sus hombros en un
movimiento más propio del pressing catch que fue una especie de metáfora
de lo que estaba por llegar. “Supongo que se podría decir que de golpe nuestra
rivalidad con Detroit tuvo unos cimientos. Durante los siete años siguientes
yo hice todo lo que pude para construir sobre esos cimientos. Estoy seguro de
que Isiah y Laimbeer tenían la misma idea.”
Página 110
Chicago, 1985
No creía que nadie le pudiera hacer eso a los Celtics.
Página 111
fue una de las decisiones más desagradables de su carrera: “Obviamente, Rod
Thorn es una magnífica persona, con mucha clase. Ojalá no me cayera tan
bien. Entonces la decisión sería más fácil”. El despido de Thorn fue un
momento doloroso hasta lo físico para el nuevo propietario, pero consideraba
necesario hacerlo de manera inmediata y cara a cara. Afortunadamente a
partir de entonces tendría a Krause para que se encargara del trabajo sucio.
Jerry Krause era un rollizo ojeador de béisbol y baloncesto que llevaba
veinte años pateándose el país arriba y abajo en busca de jugadores poco
conocidos (uno de sus chistes era que el título de su autobiografía debería ser
“Un millón de himnos nacionales”, en referencia a todos los partidos a los que
había asistido). No pertenecía al círculo de ex jugadores y ex entrenadores
que podían encontrar un hueco gracias a sus contactos, así que la única
manera de abrirse camino fue a base de trabajo. Así conoció en los sesenta a
Tex Winter, entonces entrenador de Kansas State, y a un prometedor alero de
Dakota del Norte llamado Phil Jackson. Fueron de los pocos que manifestaron
simpatía hacia ese excéntrico hombrecito, y éste no lo olvidó. Cuando se creó
la franquicia de los Chicago Bulls en 1966, Krause vino desde los Baltimore
Bullets y fue ascendiendo dentro de la organización hasta ser nombrado
director of player personnel, equivalente a general manager. Sin embargo,
apenas tres meses después fue despedido en medio de un desastre mediático
que hundió su carrera: su primer trabajo era contratar a un nuevo entrenador,
y por un malentendido Ray Meyer, de la Universidad de De-Paul, anunció a la
prensa que le habían ofrecido el puesto. Krause lo desmintió inmediatamente,
y la imagen de la franquicia sufrió un serio descrédito. Meyer era una
auténtica leyenda en Illinois, mientras que los Bulls eran un equipillo de tres
al cuarto que apenas llevaba diez años en Chicago, así que la idea de que se
permitieran jugar con las expectativas de uno de los entrenadores
universitarios más prestigiosos provocó una avalancha de críticas que
desembocó en el despido fulminante de Jerry Krause. En 1978 volvió a
Chicago para ser ojeador de los White Sox, y fue allí donde lo conoció
Reinsdorf cuando adquirió la franquicia tres años después. En 1985 Krause
había logrado volver a estar al frente de los Bulls, y su primer trabajo era
contratar a un nuevo entrenador.
A diferencia de la salida de Rod Thorn de la franquicia, el despido de
Kevin Loughery fue amargo y controvertido, algo que se repetiría con cada
uno de los entrenadores siguientes. En principio no faltaban motivos, ya que
Loughery no había logrado corregir el rumbo derrotista del equipo, tampoco
había aportado estabilidad con sus cambios constantes de la rotación, y
Página 112
presentaba un largo historial de enfrentamientos con varios jugadores. Sin
embargo, para Jerry Krause su sustitución se debía a la costumbre del
entrenador de dejarse ganar, algo de lo que Jordan se había quejado (aunque
en un sentido diferente) y que según rumores ya había sucedido en la
temporada 1983-84 para mejorar la posición en el draft. En la temporada
recién terminada los Bulls habían asegurado matemáticamente su puesto en
playoffs tras ganar en Washington el 3 de abril, y a falta de cinco partidos
estaban empatados con los Bullets en la sexta plaza de la Conferencia Este.
Eran ocho los equipos que entraban en playoffs, y al sexto clasificado le
correspondía emparejarse con el tercero, en este caso los Philadelphia 76ers.
Mientras, el séptimo clasificado se emparejaría con los Milwaukee Bucks,
que ocupaban la segunda plaza. En teoría la idea es que cuanto más baja sea
la clasificación, más difícil resulte ser el cruce; pero en este caso concreto los
Bulls habían perdido sus cinco enfrentamientos contra los 76ers, mientras que
habían logrado un meritorio 3-3 contra los Bucks. Según los rumores, Kevin
Loughery se habría planteado que si lograban caer a la séptima plaza entonces
se cruzarían contra los Bucks, un rival más asequible a la luz de lo sucedido
en la fase regular. Y el hecho fue que los Bulls perdieron esos cinco últimos
partidos (incluyendo una humillante derrota en casa contra los Hawks en la
que los aficionados abuchearon al equipo), fueron séptimos y se cruzaron con
los Bucks.
Kevin Loughery tenía una explicación muy diferente, que se basaba en la
época en la que coincidieron en Baltimore cuando uno era jugador y el otro
scout. “El día que lo nombraron supe que estaba despedido. Lo sé todo sobre
Jerry Krause y él sabe que lo sé, así que no podía dejar que me quedara.” Con
independencia de la causa real, había que elegir a un nuevo responsable del
equipo. Después de la desastrosa experiencia con Ray Meyer, Krause decidió
que los experimentos se hacen con gaseosa y buscó un entrenador con
experiencia contrastada en la NBA: Stan Albeck, un técnico muy
recomendado con un historial de buenas temporadas en San Antonio y New
Jersey. No era particularmente del agrado de Krause, pero eso no le
preocupaba ya que lo consideraba un entrenador de transición mientras se iba
dando forma a la franquicia. Para alcanzar los objetivos a largo plazo, Krause
confiaba en Tex Winter y esa filosofía de juego que el veterano entrenador le
había ido enseñando a lo largo de los años en infinitas tardes de ver partidos
grabados y charlar durante horas. Jerry Krause consideraba que el “triángulo
ofensivo” de Winter era el estilo de juego que más se aproximaba a su ideal, y
le intrigaban sus posibilidades si alguna vez se lograba aplicarlo con
Página 113
jugadores de primer nivel. Más allá de la táctica pura y dura, la inteligencia e
integridad de Tex Winter dejó una marca indeleble en Krause, que años
después dimitió del comité de honores del Hall of Fame de Springfield al
considerar que su sistema de selección hacía virtualmente imposible otorgar a
Winter el reconocimiento que merecía. “Yo siempre decía que iba a
contratarlo como asistente y no me voy a preocupar de quién será el
entrenador jefe”, recordaba Krause en 2008. “Quiero que vengas conmigo,
quiero que enseñes a los hombres altos y que entrenes a los entrenadores.” Y
lo hizo al margen del propio Albeck, que apenas llegar a la franquicia se
encontró con un jefe que estaba eligiendo a sus asistentes sin contar con la
opinión del entrenador que se suponía iba a tratar con ellos. A Tex Winter
tuvo que aceptarlo ya que se trataba de una condición irrenunciable para
Krause, pero lo de Phil Jackson ya era demasiado. Krause había conocido a
Jackson cuando éste estaba en la universidad, y luego mantuvo el contacto
mientras formaba parte de los Knicks, un equipo que representaba también el
estilo de juego que Krause buscaba. Kevin Loughery fue quien convenció a
Phil Jackson de probar la aventura de los banquillos, pero su reputación como
“bala perdida” (a medio camino entre hippie que experimentaba con las
drogas e intelectual obsesionado con las religiones) lo había relegado al
infierno de la CBA. Allí había llevado a los Albany Patroons al campeonato
con jugadores como Larry Spriggs o Ralph McPherson en plantilla, pero la
NBA no prestaba la menor atención a los triunfos obtenidos en la liga
comercial. Cuando recibió la llamada de Krause, uno de los pocos que habían
mantenido contacto con él durante su viaje por el sótano del baloncesto
profesional estadounidense, Phil Jackson estaba entrenando en Puerto Rico y
acudió directamente de allí a la entrevista con Stan Albeck. No fue una
decisión acertada. “Cuando vives en el subtrópico vistes de cierta manera. Yo
llevaba sandalias la mayor parte del tiempo. Usaba pantalones chinos debido
a las normas sociales del lugar, y un polo. Llevaba un sombrero de paja de
Ecuador. Como detalle excéntrico, en el sombrero llevaba una pluma de un
loro que arranqué en un restaurante”, recuerda Phil Jackson. Según Krause, la
entrevista fue breve y poco satisfactoria: “Stan vino a verme después de la
entrevista y me dijo que no aceptaría a ese tipo bajo ninguna circunstancia”.
Posteriormente, Phil Jackson sospechó que su aspecto había sido una excusa,
y que el auténtico motivo por el que fue descartado era que Krause había
rechazado al candidato de Albeck, John Killilea.
Después de dejar encaminado el tema de los entrenadores, era el momento
de afrontar la renovación del equipo. Posiblemente el punto de mayor
Página 114
coincidencia teórica entre Jordan y Krause sea la configuración de plantilla, y
también la causa de sus peores enfrentamientos a la hora de llevarla a la
práctica. En palabras de un miembro de la franquicia, Michael Jordan estaba
convencido de ser capaz de ganar cualquier partido acompañado de cuatro
monjas de clausura, siempre que esas monjas jugaran con agresividad y
confianza. Jerry Krause, por su parte, tenía muy claro que le importaba el
carácter por delante de la calidad intrínseca: “Los comienzos fueron brutales.
Tenía a nueve jugadores que no quería y a sólo tres que quería. Quería a Dave
Corzine, a Rod Higgins y a Michael. Los demás no podrían darme más igual.
Y tenían talento, todos tenían mucho talento. Pero no era una cuestión de
talento”. En el libro Good to Great, un clásico en estrategia empresarial, el
autor, Jim Collins utiliza, un autobús como metáfora de la clave para pasar de
bueno a genial; lo importante no es decidir a dónde va a ir el autobús, sino
asegurarse de que se han subido las personas correctas. “Jerry eliminó muchas
cosas que esta franquicia no necesitaba”, reconoció Phil Jackson. “Este club
no necesitaba a cierto tipo de jugadores. Tenía una idea definida del tipo de
jugador que quería. Trajo jugadores con carácter o que él creía que tenían
carácter. Gente sólida, dispuesta a trabajar.”
La limpieza del vestuario empezó inmediatamente. Jugadores que habían
sido titulares la temporada anterior fueron cortados sin ceremonia, como
“Wild Wild” Wes Matthews (un errático base fichado por Loughery) o
Caldwell Jones, un excéntrico pívot que afirmaba que sus mejores amigos
eran Miller y Michelob (dos marcas de cerveza). Steve Johnson fue
traspasado a cambio de Gene Banks, una antigua estrella universitaria que no
había brillado en profesionales pero que era un alero rocoso y esforzado.
Aprovechando que los problemas del base Ennis Whatley con el alcohol y las
drogas aún no eran conocidos, Jerry Krause lo usó para escalar posiciones en
el draft y seleccionar a Charles Oakley, un musculoso ala-pívot de una
pequeña universidad. Oakley, inmediatamente apodado oak tree (roble) por
sus compañeros, era el tipo de elección arriesgada que tendía a hacer Krause:
un jugador poco conocido que según las proyecciones saldría al final de la
primera ronda, pero que se convirtió en la apuesta personal del directivo de
los Bulls cuando lo escogió con el número nueve. Quizá sea aún más
revelador el fichaje de John Paxson, que había coincidido con Michael Jordan
en aquella gira por Europa en 1982. Los Bulls querían aliviar la presión a la
que se veía sometido un Jordan que había liderado al equipo en casi todas las
categorías estadísticas, y para ello buscaban a un base tirador que impidiera
que los rivales se cerraran sobre él impunemente. Paxson era ese tipo de
Página 115
jugador inteligente y con buena mano aunque poco atlético, y había
demostrado buenas maneras en San Antonio antes de que la superpoblación
en el perímetro de los Spurs lo dejara sin hueco. Krause se puso en contacto
con su agente, pero durante las negociaciones se anunció que el equipo de
Chicago había fichado a Kyle Macy, otro base blanco tirador con las mismas
virtudes y defectos pero más experiencia en la liga. John Paxson asumió que
eso significaba el fin del interés de los Bulls, ya que habían cubierto sus
necesidades, pero para su sorpresa Krause mejoró su oferta garantizándole los
tres años de contrato. Macy era un veterano que venía a cubrir una carencia
del equipo, pero en Paxson tenían un interés a más largo plazo. Krause había
creído ver en él la clase de jugador que buscaba, y fue contratado por delante
de viejos conocidos (que no amigos) de Jordan como Aubrey Sherrod o
Adrian Branch.
Michael Jordan tuvo sus dudas sobre esa supuesta nueva etapa de la
franquicia desde el primer día, cuando hicieron caso omiso de su petición de
que escogieran en el draft a “Buzz” Peterson. Aunque Peterson no tenía
posibilidades en la NBA y de hecho cayó hasta la séptima ronda, tampoco
hubiera costado tanto tener un gesto para con la estrella del equipo; pero no
fue el único incidente. “Traspasamos a Rod Higgins”, explicó Krause.
“Aunque volvimos a contratarlo dos veces, eso molestó a Michael.” La raíz
del problema fue Quintin Dailey, que en plena pretemporada ingresó de
manera voluntaria en una clínica de desintoxicación para intentar solucionar
sus problemas de drogas. Librarse de la distracción permanente de las
circunstancias extradeportivas de Dailey era casi un alivio, pero necesitaban
un anotador que saliera desde el banquillo. Jerry Krause tuvo que encontrar
un sustituto a toda prisa, y traspasó a David Greenwood a los Spurs a cambio
del veterano George Gervin. Fue un traspaso controvertido, ya que a los
aficionados de San Antonio no les gustó ver que malvendían a “Iceman”
Gervin sólo por tener ya cierta edad. En Chicago, Jordan no acogió de buen
grado la llegada de uno de los jugadores que supuestamente habían
conspirado contra él en el All Star, pero lo que más le molestó fue que para
poder cuadrar el traspaso sin superar el tope salarial los Bulls tuvieron que
cortar a su amigo Rod Higgins. Krause declaró repetidas veces que no fue una
decisión fácil ni agradable, ya que Higgins era el tipo de jugador que le
gustaba, y lo demostró volviéndolo a fichar desde la CBA con dos contratos
temporales, pero los negocios son los negocios. Para Jordan la realidad era
que dijera lo que dijera Krause, habían cortado a un jugador sacrificado y
profesional para traer a una estrella anotadora en horas bajas. ¿Dónde
Página 116
quedaba lo del carácter por delante del talento? “No tengo ningún comentario
que hacer sobre el traspaso”, declaró a la prensa. “Digamos solamente que no
me ha hecho feliz.”
Pero el enfrentamiento que marcaría para siempre la relación entre
Michael Jordan y Jerry Krause se produjo apenas comenzada la liga. Los
Bulls no habían empezado con muy buen pie, perdiendo los ocho partidos de
pretemporada y luego sufriendo la baja de Dailey, pero lo peor estaba por
llegar. Michael Jordan tuvo un arranque esperanzador, anotando el tiro libre
que permitió a los Bulls derrotar a los Cleveland Cavaliers en la prórroga del
primer partido y sumando 33 en la victoria sobre Detroit en el segundo a
pesar de una nueva tangana iniciada cuando Bill Laimbeer placó sin
contemplaciones a la estrella de los Bulls en una penetración. “Yo iba hacia el
aro y él no intentó taponarme, directamente me tiró al suelo”, declaró Jordan.
“Después se alejó. No intentó ayudarme a levantarme ni se disculpó. Creo que
lo hizo intencionadamente.” La novedad fue que por fin uno de sus
compañeros dio un paso al frente para apoyarle: “No se puede consentir que
revoleen a tu mejor jugador. Le dije que me pondría delante de él para
protegerle de cualquier cosa, excepto de una bala”, declaró Charles Oakley.
Michael Jordan ya había tomado buena cuenta del temperamento y
habilidades del novato, un fiero estajanovista del rebote, y Oakley se fue
convirtiendo en ese amigo dentro de la plantilla del que carecía desde la
marcha de Higgins.
En el tercer partido de liga, el 29 de octubre contra los Warriors, Jordan
cayó en mala postura y se fracturó el hueso navicular tarsal del pie izquierdo.
Era su primera lesión relevante, aunque inicialmente las radiografías no
indicaron ningún daño y se hablaba de un par de partidos de baja. Sin
embargo, una resonancia magnética (tecnología entonces muy novedosa)
reveló la situación real y ese plazo se amplió primero a seis semanas y luego a
enero de 1986. El pie no mostraba síntomas de mejora, y el 12 de diciembre el
Dr. John Hefferon, médico de los Bulls, anunció que la baja se prolongaría al
menos otro mes, quizás más. Se sugirió que podría regresar el 1 de febrero,
luego el 13 de febrero y finalmente se reconoció que podría perderse toda la
temporada. El propio jugador no entendía por qué no mejoraba y perdía la
paciencia ante la falta de progresos. El All Star llegó y pasó con Jordan
sentado en la banda de paisano recibiendo las condolencias de otras figuras de
la liga, aunque por lo menos lo aprovechó para profundizar en su amistad con
Charles Oakley. A pesar de su lesión Jordan había sido votado como titular
para el partido de las estrellas, y como herramienta publicitaria la liga se
Página 117
había ofrecido a pagarle el viaje a él y a un acompañante. “Le dije que viniera
conmigo y que no tendría que pagar nada”, declaró Jordan. “Es mi
guardaespaldas, y yo voy a ser como su hermano mayor.” Lo cierto es que
este período estaba provocando un aumento de la fricción entre Jordan y el
equipo. Quizá fuera motivado por una cierta desconfianza hacia Mark Pfeil, el
trainer de los Bulls, que tenía fama entre los jugadores de orientar sus
dictámenes según el interés de la gerencia, pero el hecho fue que Jordan
volvió a Carolina del Norte, primero a casa de sus padres en Wilmington y
luego con Adolph Shiver a un piso que tenía en Chapel Hill. Además de la
preocupación por el estado de su pie, que le llevaba a pasarse el día mirando
radiografías e informes, Jordan sufrió la inquietud adicional de ver a su padre
ante un tribunal acusado de estafa. Según los documentos presentados en el
juzgado, en 1983 James Jordan había gestionado una orden de compra por
valor de unos $11.000 a un proveedor local por materiales que no habían sido
entregados, y dicho proveedor le había pagado $7.000. Durante esa época los
padres de Jordan habían recorrido el país asistiendo a todos los partidos de
Michael y eso había despertado suspicacias, ya que su situación económica
parecía desahogada pero no para tanto. La familia sostuvo que James Jordan
se declaró culpable para proteger a otros, y al final terminó recibiendo una
sentencia suspendida. Mientras, su ausencia de Chicago provocó críticas de la
franquicia, que terminó por ordenarle que se reuniera con sus compañeros en
Phoenix. Jordan se negó alegando que estaba siguiendo un programa de pesas
que añadiría cinco kilos de músculo a su tren superior, y no volvió hasta
después del All Star. A su vuelta aprovechó para criticar públicamente a sus
compañeros, cuyo mal juego había hundido a los Bulls en la clasificación, y
especialmente a Quintin Dailey. Cuando se lesionó Jordan, el club presionó a
Dailey para que finalizara de manera anticipada su tratamiento antidrogas y se
reincorporara al equipo, y a mitad de temporada el jugador sufrió una recaída
que puso fin a su etapa en la franquicia.
Después de que tres especialistas recomendaran volver a retrasar su
reaparición, Michael Jordan solicitó y obtuvo permiso para volver a Chapel
Hill, con la excusa de completar los créditos que le faltaban para su
licenciatura en geografía. Aunque Deloris Jordan pudo por fin ver terminar la
carrera a su hijo, el auténtico plan de Michael era llevar a cabo su
recuperación según su propia opinión. Michael Jordan estaba convencido de
conocer su cuerpo mejor que ningún médico, y confiaba plenamente en unas
capacidades de recuperación extraordinarias que ya había manifestado
durante su año rookie cuando fue capaz de ganarle un partido a los Pacers con
Página 118
el tobillo hinchado como si fuera una naranja, y volver a jugar al día siguiente
como si no pasara nada. Su plan consistía en esconderse en la Universidad de
North Carolina, donde nadie revelaría su secreto, y ejercitarse en contra de la
recomendación de los médicos aprovechando que la escayola había sido al fin
reemplazada por una férula. Michael Jordan se empeñó en que George
Koehler lo llevara al gimnasio para poner a prueba el pie. “Vamos, echemos
un uno contra uno”, le dijo a su chófer. “Michael, te han quitado la escayola
hace hora y media. Ni siquiera deberías apoyar el pie.” Jordan insistió hasta
convencerle de jugar a diez canastas. Koehler no había jugado al baloncesto
desde el instituto, pero Jordan apenas podía moverse sobre un solo pie, y
antes de poder reaccionar iba perdiendo 4-1. “Yo lo único que pensaba era en
si se volvía a lesionar”, recuerda George Koehler. “Metí otra canasta y me
puse 5-1 arriba. Me devolvió y me dijo: ‘Ni una más’. ‘¿Cómo?’ ‘No vas a
meter ni una más.’ Le dije: ‘Tienes que estar de broma.’ Lo rodeé y me
levanté para tirar. Pero él surgió de la nada y cogió el balón en el aire.”
Koehler no metió ni una más, y Jordan ganó 10-5. Antes de terminar febrero
ya circulaban rumores de que estaba jugando partidillos de cinco contra cinco.
El conflicto llegó cuando Jordan volvió a Chicago el 10 de marzo, recibió
la noticia de que al fin su pie izquierdo daba señales de haberse recuperado y
expresó su intención de volver a jugar. Una fractura ósea limpia como la que
había sufrido no necesitaba de una rehabilitación demasiado compleja ni
amenazaba con afectar a sus capacidades en el futuro (como sí lo habría
hecho una lesión de ligamentos, por ejemplo); pero el riesgo es que se tratara
de una debilidad estructural crónica, que sus pies demostraran ser incapaces
de soportar la presión y fuera el principio de una serie de fracturas que
terminaran poniendo un fin prematuro a su carrera como había sucedido con
otros jugadores. Michael Jordan argumentaba que el peligro de una recaída
hacía más aconsejable su retorno inmediato a las canchas, ya que si se
reproducía la lesión y había que operar entonces podría aprovechar el verano
para eso y empezar la temporada siguiente recuperado; si esperaba hasta
entonces para volver y al final resultaba que tenía que pasar por el quirófano,
eso supondría perderse dos temporadas casi enteras. La oposición de la
gerencia tomó un cariz desagradable para el jugador cuando llegó a la
conclusión de que la franquicia daba el año por perdido y prefería buscar un
buen puesto en el draft antes que forzar sólo para terminar cayendo en
primera ronda. En palabras de Jordan, estaban protegiendo su inversión ante
una aventura que no ofrecía suficientes dividendos. “No quería pasar a la
historia como el fulano que hizo volver demasiado pronto a Michael Jordan”,
Página 119
recordaba Jerry Krause. “Para mí, la proporción entre riesgo y recompensa no
era aceptable. La recompensa era volver a un equipo que ya había hecho una
mala temporada. ¿Para qué ibas a arriesgar tu carrera por eso?”
Finalmente se convocó una reunión el 13 de marzo para zanjar el tema y
participaron Jerry Reinsdorf y el otro principal accionista de los Chicago
Bulls, Michael Jordan y David Falk, Jerry Krause, el entrenador Stan Albeck
y los tres especialistas consultados sobre el caso. Los tres médicos señalaron
que la resonancia aún mostraba daños en el hueso, coincidían en calcular que
la probabilidad de recaída estaba entre un 10% y un 20%, lo que para la
franquicia suponía un riesgo inaceptable (si esperaba a la temporada
siguiente, el riesgo calculado descendía hasta un 1%). Jordan, en cambio, lo
veía como casi un 90% de probabilidades de éxito. Reinsdorf intentó explicar
su posición con poco acierto, mediante el ejemplo de un bote de analgésicos
que contuviera diez pastillas, pero una de las cuales estaría envenenada. Si
tuvieras una jaqueca, ¿aceptarías el riesgo de tomarte una de las pastillas del
tarro? “Me parece un ejemplo muy desafortunado”, respondió Jordan, “pero
supongo que dependería de lo malo que fuera el dolor de cabeza”. Resultaba
evidente que el dolor causado por la ausencia de las canchas le había llevado
a un punto en el que no seguiría aceptando las instrucciones médicas más
conservadoras. “Si me hubieran dicho que no iba a jugar, aún estaríamos
reunidos discutiéndolo”, declaró Jordan poco después. “Por si acaso, yo me
había llevado el almuerzo a la reunión.” La discusión se centró en una frase
que Michael Jordan siempre creyó haber oído y que Jerry Krause siempre
negó haber pronunciado: ‘Eres propiedad nuestra y jugarás cuando nosotros
lo decidamos’. Más allá de las palabras que se dijeran o se dejaran de
decir[15], el significado último de la posición oficial de la franquicia era ése y
Jordan se sintió utilizado como una mercancía con un valor comercial
definido. El contrato de Michael Jordan incluía una cláusula que le permitía
tomar parte en cualquier partido de baloncesto que deseara sin necesidad de la
aprobación previa de la franquicia, siempre que no se tratara de una actividad
remunerada. Era la famosa cláusula for the love of the game (por amor al
baloncesto), y después de esta experiencia tuvo buen cuidado de asegurarse
de que se incluía en sus contratos siguientes. Pudo ver confirmada su
importancia un par de años después, cuando Gene Banks sufrió una grave
lesión mientras participaba en una liga de verano de Philadelphia y los Bulls
cancelaron inmediatamente su contrato. Banks recurrió a los tribunales
alegando que la franquicia no sólo conocía sino que alentaba su participación
en esa liga (normalmente, los equipos veían con muy buenos ojos que los
Página 120
jugadores tomaran la iniciativa de trabajar por su cuenta durante el verano), y
consiguió que el tribunal fallara a su favor. Sin embargo, Banks descubrió que
ningún otro equipo estaba interesado en contratar a un suplente ya entrado en
años, que venía de una lesión y con fama de “problemático”. No volvió a
jugar en la NBA, y los demás jugadores de la liga tomaron buena nota de lo
que le había ocurrido.
Ante la imposibilidad de convencer a Jordan para que prolongara su baja,
los Bulls tuvieron que ceder para no llegar a la ruptura total con la estrella del
equipo. Se decidió que Michael Jordan podría volver a jugar, pero dentro de
unos límites temporales estrictos: seis minutos en la primera parte y otros seis
en la segunda. Al día siguiente, Stan Albeck recibió una carta firmada por
Jerry Reinsdorf en la cual se le exponían las condiciones por escrito, y el
entrenador supo leer entre líneas el inminente fin de su relación con la
franquicia. Su contratación había resultado una auténtica decepción para
Krause (“Supe que era un error prácticamente en cuanto lo hice”), ya que
Albeck había ignorado las opiniones de Tex Winter y basaba su juego de
ataque en aclarados y dos contra dos en lugar de imitar a los Knicks de Red
Holzman como deseaban sus jefes. Varias veces durante la temporada se
produjeron choques entre Krause y Albeck, que terminó expulsando al
ejecutivo de los entrenamientos. Además, el entrenador había declarado
públicamente su admiración por el intento de Jordan de volver a las canchas,
algo que según Krause podría deberse a que un entrenador tendría más
posibilidades de encontrar nuevo equipo cuando mejor fuera su porcentaje de
victorias. Desde el punto de vista de Stan Albeck, la orden de limitar los
minutos de juego de Jordan era absurda y además lo colocaba en el centro del
conflicto entre el jugador y la franquicia. Era imposible salir airoso de esa
situación.
Michael Jordan volvió a jugar el 15 de marzo de 1986 contra sus viejos
rivales de Milwaukee. Anotó 12 puntos en 12 minutos, pero los Bulls
perdieron en la prórroga. Jordan había pedido jugarla, pero Albeck se negó
remitiéndose a las órdenes recibidas. El jugador recurrió a la gerencia,
solicitando que se aumentara su tiempo de juego a diez minutos por parte, y
alcanzaron el acuerdo de ir aumentando medio minuto cada partido. Dos días
después, los Bulls iban ganando cuando se terminó el tiempo de Jordan, y los
Hawks encadenaron un parcial de 18-0 para llevarse la victoria. Algo
parecido sucedió en los partidos siguientes, y el equipo de Chicago encadenó
cinco derrotas consecutivas cuando venía de sumar tres victorias seguidas
antes del retorno de Jordan. Durante su ausencia, los Bulls habían adoptado
Página 121
un estilo de juego deliberadamente lento, pero con él en cancha la tendencia
era intentar correr, y varios de sus compañeros se perdían debido a la falta de
continuidad. “Estoy estropeando la química del equipo”, tuvo que admitir.
“Este reparto de minutos hace daño al equipo, que me dejen jugar el partido
entero o que me prohíban jugar.” Sin embargo, la franquicia se negaba a
ceder, y sus minutos de juego iban aumentando con cuentagotas. En un
partido, Michael Jordan jugó cinco segundos más de lo estipulado, y en las
estadísticas oficiales eso aparecía como un minuto completo. Jerry Krause
llamó a Stan Albeck a su despacho y le comunicó que a partir de entonces el
jefe de prensa Tim Hallam permanecería detrás de la mesa de anotadores con
un cronómetro, y si volvía a superar el tiempo de juego asignado sería
despedido de manera fulminante.
La situación se deterioraba a ojos vista, y terminó de estallar el 2 de abril
con un cruce de declaraciones en las que Jordan afirmaba que los médicos le
habían dado el alta definitiva mientras que Krause declaraba todo lo contrario.
Al día siguiente contra los Pacers llegaron a ir perdiendo por 15 puntos, pero
una espectacular remontada liderada por Michael Jordan puso a los Bulls por
delante 107-106. Indiana anotó para recuperar la ventaja y Chicago pidió
tiempo muerto a falta de 28 segundos. Durante el tiempo muerto, Stan Albeck
informó a Jordan de que había gastado los minutos de juego asignado y no
volvería a la cancha. “¡No puedes hacerme esto! ¡Tenemos que meternos en
playoffs!”, bramó el jugador. Sentado justo detrás del banquillo, Jerry Krause
estaba convencido de que se trataba de una maniobra del entrenador para
poner en evidencia lo absurdo de las órdenes que había recibido: “Yo estaba
justo detrás de él, y si se hubiera girado le hubiera dicho que lo sacara a
jugar”. (Krause no parece ser consciente de lo que suponía para un entrenador
veterano de la NBA tener que mirar por encima del hombro para saber si le
dan permiso para sacar a un jugador o no.) Irónicamente, los Bulls ganaron
gracias a un tiro a la desesperada de John Paxson, pero el resultado final ya no
era lo más importante. Después del partido Jordan declaró a la prensa que
había quedado demostrado que la gerencia del club deseaba dar por perdida la
temporada, mientras los periodistas acosaban al entrenador: “¿Cómo puedes
hacerle esto?”. Cuando preguntaron a Jerry Krause, éste contestó que el único
problema era que Stan Albeck no sabía contar. Su cese a final de temporada
era un hecho, y ya se sabía incluso quién sería el sustituto: Doug Collins, una
antigua estrella universitaria cuya carrera se había visto limitada por las
lesiones. Collins acababa de incorporarse a la cadena de televisión CBS para
aportar comentarios técnicos durante las retransmisiones y no ocultaba su
Página 122
intención de dar el salto a los banquillos en cuanto pudiera. Jerry Krause lo
contrató como consultor externo y le encargó la elaboración de un informe
sobre el equipo. Durante varias semanas Doug Collins viajó con la plantilla y
asistió a los entrenamientos tomando notas, y Stan Albeck tuvo que trabajar
bajo la mirada de quien lo iba a reemplazar.
A pesar de esta situación, los Bulls encadenaron tres victorias y
empataron con Cleveland en la pugna por la última plaza de playoffs. El nivel
de Jordan era aún irregular, pero promediaba más puntos que minutos de
juego y el equipo se iba adaptando mejor a su vuelta. Los Bulls se jugaron el
pase a playoffs el penúltimo partido, en casa contra los Bullets, y llegaron al
descanso perdiendo 48-56. Por fin, antes del comienzo de la segunda parte
Reinsdorf anunció que se eliminaban todas las restricciones a los minutos de
juego de Michael Jordan. “Pues sí tiene corazón”, respondió el jugador. Aun a
costa de forzar muchos tiros, Jordan anotó 31 puntos en la remontada de unos
Bulls que terminaron ganando por 105-103 y certificando su pase a playoffs,
donde los esperaban los Boston Celtics.
Ser aficionado a un deporte consiste sobre todo en hacer listas, y no se
puede hacer una lista de candidatos a “mejor equipo de la historia de la NBA”
sin incluir a los Boston Celtics de la temporada 1985-86. El Big Three
compuesto por Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish antes de que los
años y las lesiones les robaran su fortaleza; Dennis Johnson y Danny Ainge
formando el perímetro más impenetrable de la liga; y en el banquillo una serie
de infalibles tiradores blanquitos liderados por Bill Walton, recuperado lo
suficiente como para recibir el galardón de mejor sexto hombre. Tenían
defensa, rebote, pase, anotación interior y tiro exterior, y atravesaron los
playoffs como una apisonadora. Enfrente, los Chicago Bulls llegaban con 30
victorias y 52 derrotas, un entrenador que ya estaba haciendo las maletas y
una estrella recién salida de una lesión. En cierto sentido Jerry Krause tenía
razón: Jordan arriesgó su carrera a cambio de ser barrido en primera ronda sin
opciones. Stan Albeck era consciente de que no podía competir con la
profundidad de banquillo y la amplitud de recursos de los Celtics, así que
decidió plantear la eliminatoria reduciéndola a un “dos contra dos”, Bird y
McHale contra Jordan y Woolridge. Ralentizando el juego esperaba frenar el
devastador contraataque bostoniano, y canalizar el ataque a través de sus
estrellas limitaría los daños causados por la debilidad del juego interior de
Chicago.
En otro sentido, Michael Jordan tenía razón aunque pocos recuerdan hoy
que anotó 49 puntos en el primer partido de la eliminatoria. Los Celtics
Página 123
habían decidido marcarle con un único defensor, y el trabajo de Dennis
Johnson fue irreprochable desde un punto de vista académico: en todo
momento intentaba forzarlo a salir a la izquierda y negarle la penetración a
cambio de concederle el tiro exterior. Sin embargo, Michael Jordan lograba
superarlo una y otra vez, y los Bulls tomaron unas ventajas iniciales que
rondaban los diez puntos. Incluso cuando los locales aprovecharon su paso
por el banco para remontar, los de Chicago consiguieron mantenerse en el
partido y llegar al descanso con una desventaja mínima (59-61). Pero Dennis
Johnson anotó 16 puntos en el tercer cuarto y forzó a la defensa de los Bulls a
abrirse, permitiendo a los pívots locales dominar la pintura. “DJ cogió la
racha”, explicó Jordan. “Mi misión era bajar a doblar sobre los hombres altos,
pero cuando cogió la racha eso cambió.” Los Celtics empezaron a correr el
contraataque y mantuvieron una ventaja cómoda durante toda la segunda
parte, aunque el marcador final de 104-123 era excesivo para los méritos de
uno y otro. Larry Bird había elogiado la voluntad de Jordan por volver a jugar
después de su lesión, pero a diferencia de sus compañeros fue muy crítico con
su juego en este primer partido y con la manera en la que Chicago recurría
constantemente al uno contra uno. Ya durante la temporada anterior se había
creado una cierta rivalidad entre ambos equipos a pesar de la diferencia de
nivel: los Celtics respetaban y admiraban los recursos del rookie Michael
Jordan, pero no una actitud que consideraban demasiado arrogante para una
franquicia que no había ganado nada y a la que empezaron a denominar “los
campeones Chicago Bulls” de manera irónica. La estrategia de Albeck les
había cogido por sorpresa, Larry Bird había dado la apariencia de encontrarse
incómodo al ver que la defensa prefería negarle el pase, y eso le pasó factura
en algunas acciones (como un intento de robo en el que terminó cometiendo
una falta un tanto agresiva sobre Jordan).
Esa rivalidad no era obstáculo para que los jugadores de ambos equipos se
relacionaran de manera social; Michael Jordan y Danny Ainge jugaron una
partida de golf con dos periodistas el día antes del segundo partido de la
eliminatoria, y fue ahí donde se intuyó que algo especial iba a suceder.
“Mañana te vas a llevar una sorpresa”, comentó Jordan. “La sorpresa no me la
voy a llevar yo”, respondió Ainge, “porque el que te va a defender es DJ”.
“Bueno, pues dile a DJ que se va a llevar una sorpresa mañana”, terminó
Jordan. “Que procure venir bien descansado.” “DJ” era el apodo de Dennis
Johnson, un base alto y fuerte que era fundamental para los Celtics al ser uno
de los pocos jugadores capaces de defender a grandes estrellas exteriores
como “Magic” Johnson o Andrew Toney.
Página 124
Un día Stan Albeck le preguntó a Michael Jordan qué pasaba por su
cabeza cuando el rival le hacía una defensa de ayudas. “Creo que tengo entre
medio segundo y un segundo para tomar una decisión: botar el balón y rodear
o dividir el dos contra uno, o efectuar el lanzamiento antes de que llegue el
segundo defensor. Si divido la defensa puedo ir directo a la canasta. ¿Quieres
saber qué pasa a continuación? Que hay un pívot de siete pies esperando para
detenerme, pero voy a machacar por encima de él de todas formas.” Esta
mezcla de razonamiento analítico y exceso de confianza ilustra a la perfección
el que quizás sea su partido más famoso, inmortalizado por la frase de Larry
Bird repetida hasta el hastío de “Dios disfrazado de Michael Jordan”.
Periodistas y aficionados especulaban sobre si sería capaz de repetir la hazaña
anotadora del primer partido y sobre qué habrían previsto los Celtics para
impedirlo. En realidad, el comienzo del segundo encuentro fue muy similar al
del primero, con los Bulls imponiendo su ritmo y tomando ventajas de unos
diez puntos y unos Celtics que no terminaban de encontrarse cómodos. A
pesar de que posteriormente se pretendería diferenciar este partido del
anterior haciendo énfasis en una mayor integración en el juego colectivo, esa
diferencia no es demasiado evidente. Charles Oakley tuvo un comienzo
brillante en ataque pero se cargó de personales muy pronto, y el resto
oscilaron entre la impotencia y la irregularidad. Quizá la mayor contribución
se produjo en defensa, donde Larry Bird terminó descargando sus
frustraciones sobre Gene Banks. Como en el primer partido, los Celtics
igualaron en el segundo cuarto aprovechando los minutos de descanso de
Jordan, pero esta vez los Bulls no se desplomaron sino que volvieron a
recuperar la ventaja cuando volvió a la cancha. En la segunda parte Larry
Bird consiguió al fin entrar en juego, y el partido se convirtió en un toma y
daca constante con acciones intensas y espectaculares como la canasta de
McHale sentado encima de Corzine.
La figura de Michael Jordan iba creciendo conforme pasaban los minutos.
En los primeros cuartos había intentado (demasiadas veces en vano) buscar a
sus compañeros, o había recibido un descanso que le sería muy necesario más
adelante; pero en el tramo decisivo asumió el control total del partido. Para
evitar cansarlo en exceso, Stan Albeck alternaba las jugadas en las que recibía
directamente el saque para subir el balón con otras en las que esperaba
agazapado en el lateral, normalmente el derecho, o cortaba a través de los
bloqueos. Los Bulls usaron durante muchos minutos un quinteto atípico, con
Oakley como único hombre alto y los demás muy abiertos para dejar espacios
en la zona rival. En cualquier caso, el juego de Jordan en ataque era más
Página 125
cerebral que espectacular, a pesar de incluir suficientes muestras de su
capacidad atlética. Cuando Dennis Johnson intentó negarle el centro de la
zona, atacó desde el lateral aprovechando las mismas ayudas de los hombres
altos para forzar personales a base de velocidad y control del propio cuerpo.
Pronto, los Celtics se vieron obligados a rotar incesantemente a sus jugadores,
amenazados con la eliminación cuando aún faltaban muchos minutos. Danny
Ainge había declarado socarronamente a la televisión que su plan para
defender a Jordan era “hacerle falta para que fuera otro el que tuviera que
encargarse de él”, y a punto estuvo de hacerse realidad. Más en serio, cuando
Ainge tuvo que relevar a Dennis Johnson intentó atacar a Jordan en el otro
aro, intentando anotar para obligarle a desgastarse en defensa. Nada parecía
funcionar, los Celtics ejecutaban un juego de ataque brillante con
aportaciones de todos sus jugadores mientras los Bulls se encomendaban a lo
que años después el entrenador Doug Collins describiría como The Archangel
Offense: sálvanos, Michael. Sus canastas no eran espectaculares mates
saltando por encima de los rivales, sino prodigios del control y la toma de
decisiones, suspensiones a media distancia, dribling cuando se quedaba
emparejado con un pívot, penetraciones en contacto permanente con los
defensores que no conseguían deformar la mecánica de su tiro. Al ver la
estadística después del partido, Larry Bird se sorprendió del número de tiros
que había fallado Jordan, al que creía recordar infalible.
En la última jugada del tiempo reglamentario, con el reloj descontando a
cero y dos puntos abajo, Michael Jordan se levantó para un triple larguísimo
mientras Kevin McHale saltaba a por él. No entró, pero los árbitros señalaron
una discutidísima personal de McHale que el propio Jordan dejó entrever que
consideraba más que dudosa. “Danny Ainge no paraba de decirme ‘diecisiete
segundos’ para desconcentrarme, porque durante la partida de golf yo había
bromeado con él algo sobre unos 17 segundos.” Anotó los dos tiros libres sin
tiempo en el marcador, y abrió la puerta a una prórroga que sirvió de
continuación al ritmo de juego y la igualdad que había presidido el último
cuarto. De nuevo empatados, esta vez el último tiro de Jordan hubiera sido
para ganar. Desde un punto muy cercano a donde anotara la canasta final
contra Georgetown, un poco más cerca y con menos tiempo, el lanzamiento
se estrelló contra el aro y los envió a una segunda prórroga que los Celtics
terminaron ganando por cuatro puntos en el último minuto. Habían tocado
con la punta de los dedos la gloria de ganar en el Boston Garden el año que
los Celtics establecieron el récord (aún vigente) de 40 victorias y sólo una
derrota, estaban empatados después de 57 minutos pero al final habían
Página 126
perdido. Muchos de los jugadores no fueron conscientes hasta después del
partido de que Jordan había batido el récord de anotación en playoffs con 63
puntos, pero más allá de los números su presencia había terminado ocupando
toda la pista, exigiendo el esfuerzo combinado de una de las mejores plantillas
de la historia de la NBA para batir a un solo jugador. Al sonar la bocina final,
Orlando Woolridge se acercó a Larry Bird para estrecharle la mano y darle las
gracias por haber podido compartir ese partido. Para Michael Jordan, sin
embargo, se quedó uno de sus tiros: el que falló al final de la primera
prórroga. Fiel a su creencia de que cualquier partido se podía ganar mientras
estuviera él en pista, estaba convencido que de haber logrado esa victoria los
Chicago Bulls habrían terminado eliminando a los Boston Celtics. Había
visualizado el éxito, había llegado a sentir su presencia cercana, pero no lo
había hecho real. Esta vez, no.
La serie volvió a Chicago en un ambiente de gran expectación. Los
aficionados acudieron en masa al Chicago Stadium, y fue el día que Michael
Jordan dejó de poder oír su nombre durante la presentación del quinteto
titular: a partir de entonces, cada vez que se oyeran las palabras “…
procedente de North Carolina…” de los altavoces, el rugido del público se
tragaría todo lo demás. Sin embargo, Kevin McHale había llegado
presumiendo de traer solamente unas zapatillas y una maquinilla de afeitar
porque no iban a quedarse más tiempo, y el tercer partido supuso una seria
decepción para los Bulls y sus seguidores. Los Celtics salieron decididos a
enfriar las aspiraciones locales, tomaron ventaja en el arranque y se
mantuvieron cómodamente por delante hasta el descanso de la mano de un
Kevin McHale espectacular. El partido se rompió definitivamente en el tercer
cuarto, con Bird distribuyendo desde el lateral para romper los dos-contra-
uno, y los últimos dos cuartos casi íntegros fueron “minutos de la basura”[16].
Los Celtics habían aprendido la lección, y Michael Jordan se encontró con
que las ayudas defensivas llegaban mucho antes que en los partidos
anteriores. El dos-contra-uno se iniciaba en cuanto recibía el balón en la zona
de ataque, y le obligaba a elegir entre intentar forzar la jugada individual o
pasárselo a un compañero. Jordan anotó 14 puntos en el primer cuarto a base
de forzar tiros en malas posiciones, pero sólo anotó 5 en el resto del partido,
ya que los Bulls intentaron imprimir mayor velocidad a su juego para superar
la férrea defensa de los Celtics. No funcionó nada, y esta vez fue el turno de
que Jordan sintiera la frustración que antes había tenido que pasar Larry Bird.
Se fue cargando de faltas con un juego cada vez más nervioso y apresurado, y
la quinta personal vino acompañada de una técnica. A mediados del último
Página 127
cuarto Michael Jordan fue eliminado, y mientras el público le dedicaba una
ovación en pie por los grandes partidos que había hecho en la serie, un
desconsolado Jordan hundía la cabeza en la toalla. Se había quedado en unos
mundanos 19 puntos, pero aún así estuvo al borde de otra hazaña estadística:
con diez rebotes y nueve asistencias sólo le faltó un pase de canasta para el
triple-doble.
Muchos años después el segundo partido de la serie aún seguía siendo
objeto de preguntas por parte de periodistas y aficionados. Sólo recuerdo que
ganamos, decía Bird. Michael Jordan no lo incluía entre sus grandes partidos,
y afirmaba que lo único que recordaba era ese tiro fallado y que habían
perdido. No quiso verlo grabado porque sabía que siempre terminaba igual, en
derrota. Era, en el fondo, la misma postura de Krause cuando intentaba
convencer a Jordan de que apresurar su vuelta a las canchas era un esfuerzo
inútil. Pero la misma persistencia de la memoria de los aficionados
demostraba que existe otra forma de ver el baloncesto, paralela e
independiente al marcador final. Y que puede que hoy hayas perdido, chico,
pero no tiene por qué gustarte.
Página 128
Chicago, 1986
Entrenador, no voy a dejar que pierdas tu primer partido.
Página 129
Doug Collins a pedir a Johnny Bach como asistente fue traer a alguien que le
vigilara la espalda y tuviera controlado a Tex Winter.
Johnny Bach tenía muchos puntos de contacto con Tex Winter: era un
veterano en el amplio sentido de la palabra (jugador de los Boston Celtics en
los albores de la NBA, soldado en la Segunda Guerra Mundial durante la cual
su hermano gemelo desapareció en combate), y su carrera como entrenador
universitario podía no ser tan legendaria como la de Winter, pero sí digna de
respeto. Doug Collins lo había conocido cuando acudió a la famosa selección
olímpica de 1972, en la que Bach era uno de los asistentes, y desde entonces
se había convertido en su mentor. Johnny Bach era un especialista defensivo
conocido por su retórica belicista, y frecuentemente servía como puente entre
los entrenadores y unos jugadores que se sentían próximos a ese hombre
directo y sincero. Bach se sintió fascinado por los recursos de un jugador
como Michael Jordan y fantaseaba con la idea de verlo aplicar sus tácticas.
Resuelto el tema del banquillo, era el momento de continuar con la
limpieza del vestuario. La eliminatoria contra los Celtics había trazado una
línea divisoria entre quienes intentaron pelear los partidos con mayor o menor
éxito (Oakley, Paxson, Banks) y quienes abdicaron de esa responsabilidad. El
caso más evidente era el de un George Gervin que no logró adaptarse a la
vuelta de Jordan y a quien Jerry Sichting de los Celtics no dejó ni lanzar a
canasta a pesar de que el “Iceman” le sacaba la cabeza. Los Bulls intentaron
aprovechar ese emparejamiento en vano y Gervin ni siquiera asistió al tercer
partido alegando una gripe. Tampoco tuvo una salida airosa Orlando
Woolridge, que terminaba contrato y se había pasado la temporada intentando
presionar a la franquicia para que le renovaran. Woolridge se ausentó de
varios partidos poniendo excusas poco creíbles que dejaban clara su
intención, y esa falta de profesionalidad terminó de sentenciarlo a los ojos de
Jerry Krause. Además, contra los Celtics su mayor aportación había sido una
falta antideportiva sobre Sichting después de que éste empujara a Charles
Oakley en la lucha por un rebote. Los Bulls también renunciaron a prorrogar
el contrato del atribulado Quintin Dailey, y traspasaron a Kyle Macy y Sidney
Green, todos ellos de características ofensivas. A cambio llegaron al equipo
especialistas defensivos como Earl Cureton, Elston Turner o el ínclito
Granville Waiters (años después campeón de la liga ACB con el Barcelona),
lo cual provocó que la prensa de Chicago describiera a los Bulls como un
equipo formado por “Jordan más once pívots suplentes”.
Todo ello encajaba en el plan de Krause, que pretendía traer obreros
mediante los traspasos y buscar la calidad y el talento en el draft. El candidato
Página 130
ideal ese año era Johnny Dawkins de Duke, un base al que Jordan respetaba
después de haberse enfrentado a él en su etapa universitaria y cuyo agente era
David Falk. Sin embargo, Jerry Krause se sentía fascinado por las
posibilidades de Brad Sellers de Ohio State. Sellers era un alero altísimo con
una muñeca de seda, y Krause creía que con su 2,13 de estatura y su
capacidad para jugar en el perímetro podía convertirse en un jugador
desequilibrante. Además, los Bulls ya habían fichado a un base, Steve Colter,
y sin Woolridge necesitaban un tres capaz de anotar si los rivales intentaban
doblar la ayuda sobre Jordan. Aunque el debate en la sede de los Bulls se
prolongó hasta el último minuto, finalmente se impusieron los galones y el
elegido fue Brad Sellers. Los Spurs cogieron a Dawkins con la elección
siguiente, y casi inmediatamente se convirtió en un titular de nivel hasta que
se rompió los ligamentos de la rodilla en una jugada desgraciada en 1990; no
se puede decir lo mismo de la carrera de Sellers. Resultaba además irónico
que Krause afirmara haber descartado a Dawkins porque dudaba de que
tuviera el físico para aguantar los contactos en la NBA y luego seleccionara a
un siete pies con el aspecto de un palillo al que podías derribar de un soplido.
Cuando se argumentó la necesidad de un alero anotador para jugar a su lado,
Jordan recordó que acababan de deshacerse de Orlando Woolridge, con el que
había mantenido una muy buena relación. Michael Jordan no quería más
hombres altos que rehuyeran el contacto y la elección de Sellers hizo que no
volviera a confiar en las capacidades de Jerry Krause como ojeador.
Jordan sospechaba que esta selección ilustraba un rasgo negativo de
Krause, que era su tendencia a tomar la decisión menos convencional. Si una
elección evidente resultaba un éxito eso no suponía un mérito especial para el
responsable, pero su inagotable necesidad de reconocimiento hacía que Jerry
Krause prefiriera a jugadores menos conocidos cuyo éxito vendría asociado
necesariamente al visionario que había sido capaz de adivinar su verdadero
valor. Además, las circunstancias que rodearon al draft fueron
particularmente humillantes: Michael Jordan había coincidido con Dawkins
en los playgrounds de North Carolina ese verano y le había dicho que los
Bulls iban a apostar por él; igualmente, la noche antes del draft Doug Collins
creyó que la elección era ya segura, y telefoneó a Mike Krzyzewski,
entrenador de Duke, para comunicárselo. Cuando Brad Sellers fue elegido,
indirectamente quedó en evidencia ante todo el mundillo del baloncesto la
nula influencia que tenían Jordan y su entrenador en la toma de decisiones de
la franquicia. Krause no tomaría jamás en consideración las opiniones del
entrenador o de Michael Jordan a la hora de tomar una decisión sobre la
Página 131
plantilla. Su círculo de confianza era muy reducido y sólo prestaba atención a
quienes había conocido en sus días de ojeador, como el entrenador Clarence
Gaines o los jugadores Robert Parish de Boston y Brad Davis de Dallas.
Mantenía ese hermetismo incluso con amigos y subordinados, a quienes no
comunicaba sus intenciones hasta el último momento. Es corriente que
muchos ejecutivos estadounidenses adornen sus oficinas con citas famosas
que condensen su filosofía, y así Jerry Reinsdorf tenía sobre su escritorio una
placa que decía “nada está escrito en piedra”; la que Krause había colocado en
su despacho decía “verlo todo, oírlo todo, no decir nada.” El autor había sido
omitido por prudencia, pero John Bach era un gran aficionado a la historia y
el día que entró en el despacho se quedó helado. “Jerry, vaya cita has elegido
para colgar de la pared siendo como eres un judío de Skokie.” La frase era del
almirante Canaris, jefe de inteligencia de la Alemania nazi.
No se puede decir que Doug Collins y Michael Jordan empezaran con
buen pie. En su primera reunión como entrenador de los Bulls, en junio de
1986, Collins intentó conectar con Jordan hablándole de su propio historial de
fracturas en los pies y cómo volver a jugar sin estar del todo recuperado había
arruinado su carrera. Jordan se limitó a responder: “Eso fue tu pie, éste es el
mío”. Se negó a guardar reposo como deseaba la franquicia, y durante el
verano siguió ejercitándose y jugando partidos amistosos. Ni siquiera quiso
reservar fuerzas o protegerse de una recaída, sino que más bien parecía estarse
poniendo a prueba cuando destrozó un tablero en un mate durante un partido
de exhibición organizado por Nike el 25 de agosto en Trieste (Italia). En el
amistoso entre ex alumnos de North Carolina y Nevada-Las Vegas terminó
como máximo anotador, y después del partido él y Collins cenaron juntos.
Jordan le explicó que estaba harto de la gente que opinaba sobre su cuerpo o
le daba consejos “por su propio bien” cuando en realidad estaban pensando en
el interés de la franquicia. “En este tema no hablo en nombre de la directiva”,
le respondió Collins. “Sólo soy una persona a la que le encantaba jugar y
perdió gran parte de su carrera por esa misma lesión. No quiero que te pase lo
que me pasó a mí.” De esa cena nació una conexión que aumentó después de
que Jordan visitara a Collins y echaran unas partidas de golf.
Michael Jordan se incorporó al equipo en inmejorable forma física, con
menos de un 3,5% de grasa corporal y capaz de correr una milla en menos de
cinco minutos y medio. Y la iba a necesitar, considerando las carencias
ofensivas del equipo. Como Loughery y Thorn, Doug Collins también había
vivido lo que era compartir equipo con Julius Erving (en los Philadelphia
76ers, en su caso) y sabía reconocer la calidad trascendente cuando la tenía
Página 132
delante. Pero es que aunque no hubiera sido su deseo conceder libertad
absoluta a Jordan, con ese equipo no tenía más remedio. Pocos les
pronosticaban 30 victorias, y alguno las rebajó a 25 después de una
pretemporada en la que fueron apalizados por Lakers o Blazers y terminaron
con un balance de 3-5. Pero cuando empezó la liga, fue como si sólo hubieran
pasado unos días desde la noche mágica de los 63 puntos. El primer partido
era en el Madison contra unos Knicks que por fin habían recuperado de sus
lesiones a Pat Ewing y Bill Cartwright, unas “torres gemelas” que Collins
temía que aplastaran a su colección de pívots de saldo. Jordan empezó
acelerado, y al descanso había anotado solamente tres canastas de doce
intentos. Sin embargo, conforme el partido fue avanzando el nivel de juego de
Jordan fue multiplicándose, anotando canasta tras canasta y poniendo a los
Bulls por delante. A falta de dos minutos una remontada de los Knicks puso a
los locales en ventaja 90-85, y los Bulls pidieron tiempo muerto. En el
banquillo, un frenético Doug Collins intentaba trazar jugada tras jugada en la
pizarra; el sudor le había atravesado la camisa, y se había mezclado con los
restos de la goma de mascar que llevaba horas rumiando hasta convertirse en
una especie de pasta blanca que le manchaba la cara. Parecía un enajenado
arrojando espumarajos por la boca, cuando Michael Jordan llenó
tranquilamente un vaso de agua y se lo puso en la mano. “Entrenador, bébete
esto y límpiate esa mierda de la cara. No voy a permitir que pierdas tu primer
partido.” Jordan anotó 21 puntos en el cuarto, incluyendo los últimos 11
puntos de los Bulls en el partido, mientras el entrenador Hubie Brown
ordenaba en vano que más y más defensores acudieran a la ayuda. A falta de
22 segundos superó a su defensor, anotó frente a Ewing y Cartwright, y
sentenció el partido. Los Bulls ganaron 108-103, y Doug Collins declaró:
“Nunca había visto nada como Michael Jordan. Nunca. Jamás”.
No fue un caso aislado. Al día siguiente le metió 41 puntos a los Cavs, dos
noches después fue una canasta a falta de 19 segundos para derrotar a los
Hawks, y 48 puntos a los Celtics. Luego anotó los últimos 18 puntos de su
equipo para derrotar a los Knicks en los últimos segundos a pesar de los
intentos por defenderle en dos contra uno. Cuando anotó 41 puntos frente a
los Lakers el 28 de noviembre empezó una racha en la que superó los 40
puntos once veces en doce partidos (la excepción se produjo contra los Bucks,
cuando sufrió una aparatosa caída y apenas jugó en la segunda parte).
Después, 44 a los Pacers a pesar de la fiebre, 47 a los Pistons, 43 a los
Rockets. Contra los Blazers, un rival que jugaba a correr, se fue hasta los 50
puntos a base de mates, suspensiones y aros pasados. Machacó por encima de
Página 133
Kareem Abdul-Jabbar, Mark Eaton, Pat Ewing, “Tree” Rollins. Fue elegido
jugador del mes de noviembre, y en diciembre lideraba la tabla de anotadores
con tanta ventaja que podría haber descansado cinco partidos y habría seguido
primero.
A pesar de que el nivel del equipo había descendido, Jordan se encontraba
a gusto. Además de gozar de una libertad comparable a la que había
disfrutado con Loughery (y alejada de las limitaciones que tuvo que soportar
después de la lesión), Jordan por fin se veía rodeado por unos compañeros en
los que podía confiar. “Siempre he dicho que la plantilla con más talento en la
que he jugado fue la de mi primer año en los Bulls, pero yo los llamaba los
‘dibujos animados’. Físicamente eran los mejores; mentalmente, ni de lejos.”
En Rare Air escribió: “Si me dan a cuatro jugadores de talento medio pero
con buenos fundamentos y gran corazón, puedo ganarle a cualquiera. Los
grandes partidos se deciden en esos dos aspectos. El equipo que ejecuta mejor
suele ser el que es capaz de encontrar dentro de sí ese pequeño extra. Ésos son
los jugadores que quiero a mi alrededor”. Los miembros de la plantilla de los
Bulls eran conscientes de que su trabajo era defender e ir al rebote, y
cumplían a rajatabla. El equipo empezó con siete victorias por tres derrotas, e
incluso cuando se fueron perdiendo partidos lograron mantenerse en el 50%.
Pocas derrotas fueron abultadas, excepto el 12 de diciembre cuando
Dominique Wilkins alcanzó la mayor anotación de la temporada en un partido
que los Hawks dominaron de principio a fin. Se fue creando una cierta rutina
de empezar los partidos perdiendo para luego remontar en la segunda parte y
acabar con un recital de Michael Jordan en el último cuarto. Con el tiempo
terminaría convirtiéndose en el concepto de partido ideal para Phil Jackson,
en el cual los secundarios debían mantener a los Bulls durante los tres
primeros cuartos y luego dejar espacio libre a Jordan para tomar el control en
la recta final.
Conforme avanzaba la temporada y se sucedían las exhibiciones
anotadoras de Michael Jordan, empezó a surgir una cierta corriente crítica
hacia la manera en la que toda la anotación se centraba en él. Larry Bird
declaró que Jordan había dejado de jugar dentro del ritmo del equipo y que le
parecía aburrido ver a un solo jugador tirar a canasta una y otra vez. Doug
Collins se sentía cada vez más identificado con Jordan, y reaccionó
recordando al propio Bird su papel similar durante su etapa universitaria en
Indiana State. Es posible que algunas de las críticas estuvieran motivadas por
la envidia, pero también era cierto que el juego de Jordan desafiaba las
convenciones aceptadas de lo que constituía la manera correcta de jugar. “Es
Página 134
casi demasiado bueno, y con ello quiero decir que obliga a reevaluar muchas
ideas que se han enseñado siempre en baloncesto, sobre todo relativas al
concepto de equipo”, reflexionaba Tex Winter. “Yo mismo estoy
cuestionándome estos aspectos, y llevo entrenando 40 años.” Jordan realizaba
acciones descritas durante décadas como ejemplo de decisiones erróneas,
como saltar sin haber decidido jugada y hacerlo en el aire, o efectuar el
lanzamiento frente a una defensa de dos contra uno en lugar de buscar al
hombre libre, o penetrar a canasta contra pívots de siete pies forzando el
rectificado. Se suponía que ese juego era la receta perfecta para el fracaso,
pero los Bulls obtenían unos resultados que superaban las previsiones más
optimistas y el público acudía en masa para ver al prodigio.
Michael Jordan volvió a ser votado como titular para el All Star del 8 de
febrero de 1987 en Seattle, aunque su segunda participación en el partido de
las estrellas pasó casi inadvertida. Tuvo que hacer de base ya que compartía
perímetro con Julius Erving, que en su última temporada en activo figuraba
nominalmente como escolta en los Sixers, y no tuvo una actuación destacada:
sólo once puntos con 5/12 en tiros de campo, y ni siquiera hubo una triste
polémica que llevarse a la boca. Pero en esta edición el partido quedó
ensombrecido por el éxito que alcanzaron los eventos del día anterior, y el
recuerdo que ha quedado del fin de semana de las estrellas de 1987 es el
concurso de triples de Larry Bird y los mates de Michael Jordan. La victoria
del diminuto “Spud” Webb sobre Dominique Wilkins el año anterior había
disparado la popularidad del concurso de mates, de forma que en 1987 la TBS
tomó la decisión de emitir el concurso de mates íntegro y en directo por
primera vez, incluyendo además el uso de una cámara superlenta (super slow
motion o SSM) que capturaba imágenes a tal velocidad que permitía
reproducirlas a una velocidad muy baja sin perder definición o fluidez. Es
posible que la cadena se planteara si esa apuesta se veía justificada cuando
primero “Spud” Webb cayó lesionado y después Dominique Wilkins se retiró
en el último momento alegando unas molestias de espalda. Sin los dos
finalistas del año anterior, el único reclamo era la vuelta de Michael Jordan
después de su lesión.
Su primera ronda fue decepcionante, dos mates bien ejecutados pero no
destacables que hicieron que los comentaristas llegaran a poner en duda su
clasificación. No fue el caso, ya que la mitad de los participantes se
eliminaron ellos solos, pero despertó menos interés que un poderoso Jerome
Kersey o incluso Clyde Drexler. Como en 1986, el gran aliciente era un
Terence Stansbury que comenzó su participación anunciando su primer mate,
Página 135
una “estatua de la libertad” con giro de 360° que lo convirtió en el favorito del
público y de los jueces, y continuó con una serie de mates variados e
imaginativos. Sin embargo, ni la destreza de Stansbury ni la potencia de
Kersey pudieron competir con la exhibición de Jordan en la semifinal, tres
mates prodigiosos que virtualmente le aseguraron el trofeo antes de la ronda
final. El primero fue una repetición del mate desde la línea de personal,
ejecutado desde menos distancia pero con una doble articulación sorprendente
que destacaba aún más cuando Drexler intentó imitarlo con resultado
mediocre. Los otros dos mates fueron casi simétricos, remontando la línea de
fondo y elevándose hasta el aro para machacar en rectificado: el segundo una
versión del rock the cradle y el tercero colocando el cuerpo casi horizontal a
la altura del aro en un mate bautizado como kiss the rim (“beso al aro”, por la
altura aproximada de la cara). Michael Jordan parecía haber diseñado sus
mates pensando en la SSM, una tecnología que había conocido poco antes
cuando se usó en la campaña publicitaria de las zapatillas Air Jordan II
(Imagination). La cámara superlenta situada en el lateral de la cancha
capturaba perfectamente los movimientos articulados de Jordan, que parecía
subir por una escalera invisible como en el anuncio. Era la definición de la
capacidad de volar, en la que mostraba una capacidad de movimiento
autónomo después de elevarse que parecía desafiar a la gravedad. Hasta ver la
repetición superlenta los espectadores no percibían en su totalidad la
ejecución de los cambios y rectificados, la manera en la que el balón se
acercaba y se alejaba del cuerpo hasta terminar en la canasta. Lo esencial era
invisible para los ojos.
Después de esos tres mates, el concurso tenía ya ganador. La ronda final
sólo sirvió para confirmar el despliegue visual que suponía el ejercicio por
parte de Michael Jordan de esa capacidad para controlar simultáneamente sus
diferentes extremidades, que resaltaba la falta de variedad de Jerome Kersey a
pesar de toda su potencia. El gran triunfador del All Star no fue el MVP del
partido, un afortunado Tom Chambers, sino Michael Jordan, cuyos tres mates
de semifinales fueron reproducidos inmediatamente en vídeos, revistas y
pósters. En un gesto de aprecio a sus compañeros, Jordan repartió el dinero
del premio con los demás jugadores de los Bulls como reconocimiento a su
contribución al éxito del equipo.
Eso no suponía que el vestuario del equipo de Chicago fuera una especie
de jardín del Edén. No era fácil convivir con la intensidad de Doug Collins, y
algunos jugadores no terminaban de adaptarse. Charles Oakley se había
aficionado al tiro en suspensión de media distancia en vez de jugar cerca del
Página 136
aro como quería el entrenador, y eso generó fricciones. Pero Oakley era el
segundo máximo reboteador de la liga y lo más parecido a un bastión en la
zona que tenían los Bulls, así que hubo que contemporizar. Cuando un
secundario como Earl Cureton dio problemas, fue traspasado inmediatamente
a cambio de Ben Poquette, un pívot al borde de la retirada con un largo
historial de profesionalismo especializado en crear buen ambiente. Pero los
problemas no sólo tenían que ver con el entrenador. El esfuerzo de Krause por
limpiar el club hizo que sólo quedara David Corzine de la plantilla con la que
debutó Michael Jordan apenas dos años antes. Jordan se había negado a
ejercer un papel de líder como tal, ya que consideraba que correspondía a
jugadores con más experiencia, pero la ausencia de esos jugadores hizo que se
sintiera legitimado para tomar el mando del vestuario: “Cuando llegó un
momento en el que me convertí en el veterano de los Bulls, el jugador que
llevaba más tiempo en el equipo, empecé a ejercer mi liderato de manera
verbal. Supongo que algunos dirían que me convertí en un tirano”.
Pese a su insistencia en que unos buenos fundamentos y una actitud
competitiva eran más importantes que las habilidades físicas o técnicas,
parecía manifestar cierto prejuicio para un determinado tipo de jugadores.
Jordan podía burlarse de las limitaciones atléticas de Paxson o Corzine, pero
consideraba que su empeño en jugar bien las superaba y los convertía en
jugadores secundarios muy válidos. El pecado era, en su opinión, haber sido
bendecido con grandes cualidades físicas y no aprovecharlas por falta de
actitud. “Si yo tuviera un cuerpo como el tuyo”, le dijo a Orlando Woolridge
en un entrenamiento, “los rivales saldrían volando cada jugada”. El prejuicio
consistía en identificar falta de fortaleza física con ausencia de agresividad o
de espíritu competitivo. Cuando los Bulls ficharon a Steve Colter, un primer
vistazo bastó para convencer a Jordan de que con esas piernas como alambres
no sería capaz de aguantar los contactos necesarios para triunfar en el
baloncesto. A pesar de su aspecto desconcertante, Colter era un base rápido y
con tiro, un buen profesional y una persona con profundos valores religiosos.
No daba la talla como titular, pero durante toda su carrera demostró ser un
suplente digno. Jordan ya se había formado su opinión, y durante los
entrenamientos se dedicó a comprobar su teoría, anotando constantemente
sobre la defensa de Colter y burlándose de él. “Echó de aquí a Steve Colter.
Salió disparado. Colter no pudo aguantar a Jordan y tuvo que irse”, declaró
Jerry Krause. “Lo fiché creyendo que Steve Colter sería lo bastante fuerte,
pero me equivoqué.” Sólo duró dos meses en el equipo, y en diciembre lo
enviaron a Philadelphia a cambio de Sedale Threatt.
Página 137
Fue sólo el primer caso. El más conocido fue Brad Sellers, otro jugador
con piernas como palillos a pesar de su 2,13 de estatura y un aspecto aniñado
que no inspiraba confianza. A diferencia de Colter, Sellers había sido la gran
apuesta de Krause, lo cual significaba que la franquicia no se iba a deshacer
de él a las primeras de cambio, pero aumentaba la inquina de un Jordan que
no podía olvidar que habían pasado por alto a su amigo Johnny Dawkins para
traerle a semejante espantapájaros como refuerzo. Sellers tampoco hizo
mucho por ganarse el respeto, ya que al igual que Colter era de natural tímido
y los desafíos de Michael Jordan le intimidaban. A veces dejaba destellos de
su potencial en los partidos, especialmente cuando lograba encadenar un par
de acciones positivas. Entonces parecía coger confianza, y mostraba su buena
mano o sus capacidades taponadoras. Sin embargo, lo más habitual era verlo
dubitativo y confuso, sin saber jugar sin balón y fallando tiros fáciles o
cargándose de personales. Su paso por Chicago se fue convirtiendo en una
tortura para él, una decepción para Collins y Krause, y poco menos que un
insulto personal para Jordan. La situación de Brad Sellers quedó representada
en una jugada contra los Knicks, en la que intentó impedir el avance del
escolta Gerald Wilkins y el contacto lo derribó a pesar de que Wilkins medía
veinte centímetros menos. Tuvo que venir Jordan desde el otro lado para
colocar un espectacular tapón, y no es difícil imaginar lo que pasó por su
cabeza al ver que además de su trabajo tenía que hacerse cargo también del
gran fichaje de Krause.
Si un par de años después Michael Jordan se desesperaría por la lentitud
del progreso de Scottie Pippen, la incapacidad de Sellers para hacer realidad
su potencial le sacaba de sus casillas. Especialmente cuando coincidía con un
momento en el que el propio Jordan comenzaba a trabajar algunas de las
carencias que, por sorprendente que parezca, aún presentaba en su juego. Su
primera temporada había sido de adaptación a la NBA y la segunda se la
había pasado en blanco, pero ya era momento de retomar el trabajo con unos
técnicos de categoría. El primer objetivo era mejorar la denominada “defensa
estilo universitario” de Michael Jordan, que en realidad no era más que la
típica “defensa de estrella”: vagar por la zona buscando el tapón o el robo
aprovechando su velocidad y salto, pero perdiendo la marca del rival
asignado. Inicialmente no intentaron convencer a Jordan de que renunciara a
esas vistosas acciones defensivas, y sobre todo a su costumbre de desafiar a
los hombres altos rivales aprovechando los ángulos ciegos para sorprenderles
con un tapón por detrás o un robo por la línea de fondo. En las primeras
Página 138
semanas de competición Ewing, Malone y Cartwright sufrieron en sus carnes
las ansias taponadoras de Jordan.
El desafío era simultanear esas “excursiones” con una buena defensa de
fundamentos en la que frenara al rival. El mérito de esa transformación se
debía a Johnny Bach, que no sólo era un gran entrenador defensivo sino que
además poseía un carácter competitivo y unos modos agresivos con los que
Jordan conectó desde el primer momento. Doug Collins había llegado a
remediar el relajo defensivo que había caracterizado a los Bulls de Kevin
Loughery y Stan Albeck, y Bach vino a enseñarles el orgullo de una buena
defensa. Esa clase de orgullo era el concepto que un jugador tan competitivo
como Jordan podía comprender. “En mis primeros años me comparaba con
Magic y con Larry. ¿Qué podía hacer para elevar mi juego a una altura
superior a la suya? Eran grandes jugadores en todos los sentidos, pero nunca
fueron considerados grandes defensores. Comprendí que la defensa podía ser
la manera de diferenciarme de ellos. Decidí que quería ser reconocido como
alguien capaz de influir en el juego en ambos lados de la cancha.” La lección
de Roy Williams no había sido olvidada. Cuando Sports Illustrated le
preguntó cuál era su partido favorito de la temporada, Jordan eligió el del 4 de
marzo de 1987 en el que anotó 61 puntos frente a Detroit. “Porque ganamos.
Y porque en los últimos minutos cambiamos y pasé a defender a Adrian
Dantley, robé tres balones y no dejé que anotara ni una canasta. Una victoria
de la defensa.”
Jordan tomó el control del partido en la recta final con 26 puntos en el
último cuarto, pero lo más comentado no fueron sus 61 puntos sino su
emparejamiento con el alero Adrian Dantley. La primera parte había sido un
duelo anotador entre ambos, y poco antes del descanso se vieron emparejados
cuando los Bulls pusieron a Michael Jordan a jugar de “tres” (algo que Doug
Collins estaba haciendo cada vez con más frecuencia para usar a la vez a los
bases John Paxson y Sedale Threatt). Jordan frenó en seco a Dantley, que no
volvió a coger la racha en todo el partido, y volvieron a emparejarse en
diferentes momentos de la segunda parte. La secuencia que decidió el partido
se produjo en el último minuto: Michael Jordan fintó a Isiah Thomas y anotó
por encima de Laimbeer para empatar, y en la defensa siguiente interceptó el
pase de Isiah a Dantley y forzó una prórroga que terminaron ganando los
Bulls. Jordan e Isiah abandonaron juntos la cancha, y en la rueda de prensa
posterior éste destacó lo divertido y emocionante que había resultado el
partido. Una vez más se trataba de un intento de mostrar una imagen positiva
Página 139
cara el público, que no se correspondía con la rivalidad que seguía existiendo
entre ambos jugadores y sus equipos respectivos.
No era la única rivalidad de Michael Jordan. Esos 61 puntos batieron el
récord de anotación en la temporada, establecido por el propio Jordan poco
antes con 58 puntos. Una combinación de lesiones y problemas
extradeportivos habían diezmado a los Nets, y los Bulls publicitaron el detalle
de Michael Jordan al pedir el cambio sólo un ataque después de batir el récord
cuando aún quedaban casi tres minutos de juego. “Quería batir el récord de
los Bulls, pero no ir más allá”, declaró. El entrenador Doug Collins afirmó
que al pedir el cambio le había ahorrado tomar él la decisión: “Yo no lo
dejaría seguir para que se batiera un récord cuando el partido ya está ganado.
New Jersey lo está pasando mal, y algún día yo podría verme en su caso. Fue
un gesto de mucha clase”. En realidad, Jordan, Collins y los Bulls ya se
habían visto en ese caso un par de meses antes cuando Dominique Wilkins
anotó 57 puntos contra los Chicago Bulls en diciembre. A pesar de los 41
puntos de Jordan los Hawks consiguieron romper el partido antes del
descanso, pero los Hawks mantuvieron en el partido a Wilkins y siguieron
haciendo jugadas para que engordara sus números hasta el último minuto.
Michael Jordan sintió que a Dominique Wilkins le molestaba su fama, y como
máximo anotador de la temporada pasada había querido darle una lección al
advenedizo. Jordan no sólo quiso resaltar una supuesta superioridad moral en
el partido contra los Nets, sino que en la última semana de fase regular igualó
su récord endosándole a los Hawks otros 61 puntos, 23 de ellos de manera
consecutiva para superar los 3.000 puntos en la temporada. Sin embargo, los
Hawks remontaron en el último cuarto gracias a un gran marcaje de “Doc”
Rivers, y a falta de 11 segundos Dominique Wilkins anotó por encima de
Jordan una suspensión larguísima que le dio la victoria.
Michael Jordan terminó la temporada como máximo anotador con unos
números que se creían inalcanzables en el baloncesto moderno, ya que el
único jugador que había sumado 3.000 puntos había sido Wilt Chamberlain
25 años antes. También fue incluido en el quinteto ideal de la NBA y quedó
segundo en la votación para el MVP, pero sufrió la decepción de ver cómo
Michael Cooper ocupaba su puesto en el quinteto defensivo del año. Cooper
era un gran defensor especializado en impedir la recepción del balón, pero sus
bajos números en tapones y robos hacían pensar a Jordan que había sido
elegido por su reputación.
Los Bulls terminaron con un balance de 40 victorias y 42 derrotas, y
volvieron a cruzarse con los Boston Celtics. Jordan empezó mal el primer
Página 140
partido de la eliminatoria, con un 0-6 en tiros que dejó a los Bulls 19 puntos
abajo. En la segunda parte Chicago realizó una remontada épica de la mano
de Jordan y Threatt, y consiguieron empatar en el último minuto antes de que
un error del novato Brad Sellers, que cortó por la línea de fondo y recibió el
pase sin darse cuenta de que seguía fuera de la cancha, hiciera perder a los
Bulls la oportunidad de dar la sorpresa. En el segundo partido las diferencias
no fueron tan destacadas, y a pesar de los constantes dos contra uno Jordan
anotó 11 puntos seguidos en el último cuarto para poner por delante a los
Bulls. Los Celtics terminaron remontando y llevándose la victoria a pesar de
los 42 puntos de Jordan, y como sucediera la temporada anterior, cerraron la
serie en Chicago con un decisivo 0-3. Los Bulls aprovecharon la ausencia del
lesionado Kevin McHale para llevar la delantera durante casi todo el
encuentro, pero en el último cuarto los Celtics aumentaron la intensidad
defensiva y los frenaron en seco. Jordan anotó 30 puntos, pero no llegó a
tomarle el pulso a un partido dominado por Larry Bird.
A pesar de la derrota, Jerry Reinsdorf estaba más que satisfecho. Habían
superado lo peor de la reconstrucción manteniéndose al borde del 50% de
victorias y la figura de Michael Jordan seguía creciendo. El draft traería los
refuerzos que necesitaban, aunque en ese proceso se comprobaría si Danny
Ainge tenía razón cuando ofreció su opinión sobre Jordan: “Es el jugador que
prefieres ver en televisión, pero no sé si sería divertido jugar con él”.
Página 141
Chicago, 1987
Michael Jordan lleva años aterrorizándonos.
Página 142
acudiera a más torneos ofreciéndose a prolongar su estancia en Hawai con
cargo a los Bulls, pero el joven estaba disfrutando de poder competir al fin
con los jugadores más destacados en los mejores pabellones, así que Krause
intentó acordar con su agente que no acudiera a las entrevistas personales que
se habían vuelto casi obligatorias después de la muerte de Len Bias (todas las
franquicias exigían conocer personalmente a los jugadores para intentar
asegurarse de que no estaban poniendo su futuro en manos de algún chaval
problemático o descarriado). Scottie Pippen ofreció un rendimiento
extraordinario en las pruebas físicas a las que fue sometido, y después de la
entrevista con Doug Collins renunció a visitar más equipos, atraído por la
posibilidad de jugar junto a Jordan y aspirar al anillo. Aún así, Portland y
Sacramento seguían interesados, y fue necesario un traspaso para poder
asegurar que lo eligirían con el n° 5.
Los Bulls disponían de otra elección de primera ronda gracias a la astucia
de Krause, que la había conseguido de los Knicks a cambio de la eterna
promesa Jawann Oldham, que fue la que provocó más discusiones. El jugador
con más posibilidades de ser escogido era Joe Wolf, un ala-pívot blanco de
North Carolina que había sido compañero de Michael Jordan. Fue Johnny
Bach el que descubrió a Horace Grant, precisamente en un partido de North
Carolina contra Clemson. Bach no se llevó la mejor opinión de Wolf, que era
demasiado lento y parecía haber alcanzado su techo, pero estaba emparejado
con un jugador que despertó su interés. Grant estaba totalmente por formar
tanto física como técnicamente, le faltaba peso y se notaba que no había
pasado por las manos de un entrenador como Dean Smith. Pero por otra parte
parecía rápido, elástico y atlético, y su anchura de hombros sugería una
espalda poderosa en el futuro. En las pruebas físicas antes del draft, Horace
Grant demostró que era aún más rápido de lo que parecía, y también que tenía
una muy buena mano de cara al aro. El único problema era Jordan.
Michael Jordan y Dean Smith se habían embarcado en una campaña para
convencer a Krause de que el jugador que necesitaban para reforzar el
endeble juego interior de los Bulls era Joe Wolf. En realidad, Jordan quería
que las dos elecciones de primera ronda fueran para antiguos compañeros
suyos, una para Wolf y la otra para el base Kenny Smith, pero podía llegar a
entender la apuesta por Scottie Pippen. Sin embargo, Grant le parecía el
nuevo Sellers, otro jugador interior con aspecto de “tirillas”, sin músculo ni
voluntad para pelear en la zona. El propio Jerry Krause tenía sus dudas al
respecto, algo nada propio de una personalidad como la suya. Aunque aún
mantenía la esperanza de que Brad Sellers terminara cuajando, su evolución
Página 143
hasta ese momento había sido decepcionante. ¿Y si Horace Grant tampoco
llegaba a desarrollar su físico? Se habría opuesto a Dean Smith y ganado la
enemistad de Jordan para nada. Pero había una diferencia respecto del año
anterior: Krause había sido el único valedor de Brad Sellers, mientras que la
apuesta por Horace Grant era unánime. Con la excepción de Jordan, claro;
ignoró a Doug Collins cuando éste intentó transmitirle su entusiasmo por las
dos jóvenes promesas que habían obtenido en el draft, y cortó de raíz a
Krause: “Tú eres el que nos trajo a Brad Sellers, ¿no?”.
Justo antes de iniciarse la pretemporada se produjo otro pequeño cambio
en los Bulls, casi intrascendente entonces. Los Charlotte Hornets ficharon al
entrenador asistente Gene Littles, y hubo que reemplazarlo. Doug Collins
propuso a Don Buse, una antigua estrella universitaria que había coincidido
con él en la preparación de los Juegos Olímpicos de 1972 y que había sido
asistente durante varias temporadas, pero Buse rechazó la oferta, ya que se
había retirado. Entonces Jerry Krause sugirió el nombre de su viejo conocido
Phil Jackson, que poco antes le había llamado ofreciéndose como scout. Doug
Collins ya había tenido sus primeros roces con Krause, y quizá fue para
mejorar su relación que aceptó incorporar a su equipo al amigo del
vicepresidente. Jackson siempre ha agradecido la oportunidad que le dio
Collins y su valor al integrar sin recelos a un posible rival; sin embargo, Tex
Winter estaba seguro de que fue decisión exclusiva de Krause: “Sé
positivamente que Doug no quería contratarlo”, declaró. “Yo conocía a Jerry
lo suficiente como para saber que tenía algún tipo de plan cuando trajo a Phil.
En realidad, estoy convencido de que Jerry consideraba a Phil su póliza de
seguros por si Doug no cuajaba.”
Winter y Jackson se hicieron cargo del equipo en la liga de verano de Los
Ángeles, que se jugaba en la Universidad de Loyola Marymount, y Phil
Jackson descubrió el triángulo ofensivo de Tex Winter. Jackson era un
especialista en defensa que detestaba el juego de ataque de la NBA y buscaba
algo parecido al sistema que habían aplicado los Knicks en sus días de
jugador. Quedó convencido de que el triángulo era lo que había estado
buscando, pero Doug Collins ya lo había probado y descartado
definitivamente. Durante la temporada, Phil Jackson sustituyó a Johnny Bach
como ojeador de rivales, y también se encargaba de los hombres altos. Eso
significa que pasaba mucho tiempo con Pippen y Grant, que habían
establecido una relación tan estrecha que eran casi hermanos. Buscaron casa
uno cerca del otro, cada uno fue el padrino de la boda del otro y un día Bach
recibió una llamada en la que Horace Grant le explicaba que no podían acudir
Página 144
al entrenamiento: el gato de Scottie Pippen había muerto, y Grant lo estaba
consolando. Ambos se hicieron también muy amigos de Sedale Threatt, algo
que Jerry Krause no veía con buenos ojos. Threatt gozaba de una bien ganada
fama de juerguista, hasta el punto de que terminó emigrando a Australia para
eludir el pago de la manutención de los catorce hijos que según parece tuvo
con diferentes mujeres, aunque de alguna manera lograba que no repercutiera
nunca en su trabajo (en Seattle dormía a veces en el coche de su compañero
Gary Payton para asegurarse de que no llegaba tarde a los entrenamientos).
De todas formas, no era la influencia que deseaban para los jóvenes del
equipo, y en cuanto pudo, Krause se libró de él en un traspaso. En los
entrenamientos Doug Collins representaba el papel de duro, presionándolos
para mejorar y criticando sus errores, mientras Phil Jackson era la figura
paternal que les daba ánimos y consuelo. Johnny Bach trabajó su defensa, y
mejoraron hasta ganarse el apodo de “los Dobermans”. Al final de cada
entrenamiento, Doug Collins pasaba media hora practicando tiro con Jordan,
y después otra media hora con Pippen. Cuando terminaban, Jordan y Pippen
se reunían con Paxson y echaban otro rato más compitiendo unos contra otros
en ejercicios de tiro. A posteriori, Doug Collins recordaría que estos
entrenamientos habían sido uno de los períodos más satisfactorios de su
carrera.
A pesar de ello, los Bulls daban muestras de acusar la presión de las
expectativas ya que se les exigía pasar a ser competitivos en playoffs. A Doug
Collins le había sonado la flauta por casualidad, se decía, y Michael Jordan
podía acumular todos los partidos de cincuenta puntos que quisiera, pero
seguiría sin ser capaz de hacer mejores a sus compañeros. Aunque en general
el ambiente era bueno y las esperanzas estaban por todo lo alto, hubo
momentos en los que esta presión sacó a la luz lo peor de cada uno. Doug
Collins había tenido problemas desde el principio con Tex Winter, que se
encaraba con los jugadores durante los tiempos muertos hasta que hubo que
pedirle que dejara de sentarse en el banquillo. Luego, Collins lo retiró de los
entrenamientos y lo envió a la grada, donde Winter tomaba notas con lo que
él llamaba “críticas” de los sistemas del entrenador. Esto fue la gota que
colmó el vaso de la paciencia de Collins, que después de la entrevista inicial
lo consideraba poco menos que un espía de Krause y exigió no volver a tratar
con él. No podía despedirlo, así que lo reasignaron a ojeador de rivales en
sustitución de Phil Jackson.
Al menos, esa confrontación tuvo lugar en privado. No sucedió lo mismo
con el enfrentamiento entre Doug Collins y Michael Jordan en la
Página 145
pretemporada de 1987. La causa, una disputa sobre un punto más o menos en
un partidillo, pudo parecer ridícula, pero para Jordan esas pachanguitas
demostraban cada día a sus compañeros que no iba a rebajar su intensidad en
ningún momento. Ya se había molestado con Loughery por cambiarlo de
bando cada vez que estaba a punto de ganar, pero ese truco ponía a prueba su
competitividad y suponía una especie de reconocimiento de su superioridad.
“La gente puede creer que es una trivialidad. Pero cuando eres tan
competitivo y te gusta ganar, nada es trivial”, declaró. “Siempre sé cómo va la
puntuación en todo, pachangas, partidos, a las cartas o lo que sea, y sé que
íbamos 4-4. Doug dijo que íbamos perdiendo 3-4. Sé que después de un duro
entrenamiento, el equipo perdedor tiene que correr, y me pareció que estaba
manipulando el marcador deliberadamente.” Jordan paró el entrenamiento y
se encaró con Collins, la discusión fue subiendo de tono y finalmente Jordan
abandonó el pabellón en un gesto de enfado. Al día siguiente el equipo tenía
que tomar un avión, y Jordan los mantuvo en vilo hasta aparecer en el último
minuto sin disculpa ni excusa. La franquicia le puso una pequeña multa, y
Doug Collins tuvo que dejarlo pasar después de escenificar una reconciliación
coronada con un beso del jugador a su entrenador. En realidad, el resultado de
ese pulso entre ambos representó un punto de no retorno en la relación de
Collins con su estrella y, por extensión, con toda la plantilla. A pesar de lo
irreflexivo de su reacción, en el fondo Michael Jordan sabía que había
actuado mal al abandonar el entrenamiento y que, como dijo Collins, él nunca
se habría atrevido a hablarle en ese tono a Dean Smith. Algunos jugadores
son un poco como niños que se rebelan contra las normas, pero necesitan
sentir que existen, y que Doug Collins tuviera que aceptar el comportamiento
de Jordan supuso una pérdida de autoridad que no pudo volver a recuperar
jamás, ni ante él ni ante el resto de jugadores.
Michael Jordan no perdonaba las muestras de debilidad, como bien sabían
Sellers, Pippen y Grant. Jordan era implacable con ellos, y lo peor que podían
hacer era dar muestras de que les afectaba. Scottie Pippen hubo de sufrir sus
ironías y burlas hirientes como los demás, pero era casi el único jugador del
equipo al que motivaba jugar con y contra Jordan. Normalmente era difícil
encontrar a alguien dispuesto a marcar a Jordan en los partidillos de
entrenamiento, ya que éste se empeñaba en quedar por encima hasta la
humillación, pero a Pippen le motivaba y eso terminó ganándole el respeto de
la estrella. Sin embargo, a Horace Grant no le sirvió de nada trabajar de firme
en los entrenamientos, ni pedir a los entrenadores un plan de pesas para
aumentar músculo, ni jugar bien desde el primer día: a Jordan no se le
Página 146
olvidaba que había llegado en lugar de Joe Wolf, un miembro de la
“hermandad” de los Tar Heels. Michael Jordan era muy aficionado a poner
motes ofensivos a los jugadores que no le convencían, pero con Horace Grant
llegó al extremo de no usar su nombre durante la primera temporada que
compartieron vestuario. Era simplemente rookie en el mejor de los casos, y
según Krause en muchas ocasiones Jordan lo llamaba directamente “tonto” a
la cara (además de su timidez, Grant tartamudeaba en momentos de tensión).
La prensa hablaba de los Bulls como Team Jordan, y comparaba a su estrella
con Dominique Wilkins, otro jugador capaz de sumar muchos puntos y dar
espectáculo pero que no pasaba de media tabla. Se repetía que era incapaz de
hacer mejores a sus compañeros, y Doug Collins hizo que Phil Jackson le
hablara a Jordan de cómo “Red” Holzman, el legendario entrenador de los
Knicks campeones, consideraba que ése era el baremo que separaba a los
buenos jugadores de las grandes estrellas. Jordan lo escuchó educadamente,
pero no pareció hacerle mucho caso. Consideraba injusto que se comparara
los mimbres con los que contaban unos y otros. “Magic” o Bird tampoco
podrían hacer mejor a un Granville Waiters.
Michael Jordan inauguró la temporada con 36 puntos ante los Sixers, y
cuando terminó el primer mes ya era máximo anotador de la NBA y había
sido elegido mejor jugador de noviembre, a la vez que Collins fue elegido
mejor entrenador. Una vez más los Bulls tuvieron un arranque espectacular, y
después de ganar en Utah se pusieron con una marca de 12 victorias por sólo
tres derrotas (dos de ellas por un solo punto, y la tercera en la prórroga).
Precisamente contra los Jazz se produjo una de las anécdotas de la temporada,
cuando pusieron al base John Stockton a defender a Jordan y éste pivotó para
anotar un espectacular mate. “¡Métete con alguien de tu tamaño!”, gritó Larry
Miller, el propietario de los Utah Jazz. En el siguiente ataque Michael Jordan
encaró en velocidad a Mel Turpin, un inmenso pívot de siete pies, y anotó un
mate aún más espectacular. Al bajar a defender, Jordan se volvió hacia Miller
con sorna: “¿Es ése lo bastante grande para ti?”.
A pesar de las dudas de Michael Jordan, Horace Grant empezó a ayudar al
equipo desde el primer día, y aunque de manera más irregular, también
Scottie Pippen iba mostrando su calidad. Sin embargo, las carencias
estructurales de los Bulls terminaron por aflorar, especialmente en los puestos
de uno y de cinco. Habían fichado al veteranísimo pívot Artis Gilmore, una
antigua estrella de la franquicia, esperando que aportara minutos de calidad,
rebotes y anotación interior; pero Gilmore ya no estaba en disposición de
ayudar y fue cortado antes de Navidad. También ficharon a Rory Sparrow,
Página 147
base titular de los Knicks durante varias temporadas, pero no terminó de
convencer a Doug Collins y trajeron a Sam Vincent, un rapidísimo base que
no había gozado de oportunidades en Boston. Como todos los años, al final
fueron Dave Corzine y John Paxson quienes terminaron jugando en esas
posiciones. Además, la baja definitiva de Gene Banks por lesión había
debilitado el puesto de alero, donde el rendimiento de Brad Sellers se
desplomó definitivamente después de un comienzo esperanzador. Los Bulls
perdieron nueve de sus siguientes doce partidos, y la tensión explotó el
partido del 16 de enero contra los Detroit Pistons: al comienzo de la segunda
parte Rick Mahorn agarró a Michael Jordan y lo derribó, Charles Oakley se
enfrentó a Mahorn, y la pelea se desplazó hasta el banquillo de los Bulls.
Intentando separar a Mahorn de Johnny Bach, Doug Collins saltó sobre el ala-
pívot de los Pistons por la espalda, y éste lanzó al entrenador de los Bulls
sobre la mesa de anotadores. Mahorn se estaba encarando con Phil Jackson
cuando Collins volvió a saltar sobre él y revoleó en una de las secuencias más
surrealistas de la temporada. “Entiendo que tenía que pararme, pero no hasta
el extremo de derribarme sin importarme si me lesionaba o no”, declaró
Jordan. Mahorn y Oakley fueron expulsados, y varios jugadores de los Bulls
fueron multados. Michael Jordan pagó todas las multas de su bolsillo como
muestra de aprecio a sus compañeros por haber salido en su defensa, pero
quizá la consecuencia más negativa fue que Doug Collins alimentó su imagen
de entrenador que no sabía controlar su temperamento.
A pesar de estos altibajos, gracias al espectacular juego de Jordan y a la
aportación de Pippen y Grant los Bulls llegaron al All Star con un balance de
27 victorias por 18 derrotas. El All Star de 1988 se iba a celebrar
precisamente en Chicago, y se convirtió en una auténtica celebración de
Michael Jordan. El fin de semana de las estrellas empezó con una nueva
exhibición de dominio por parte de Larry Bird en el concurso de triples, pero
el gran aliciente era el concurso de mates que por fin iba a reunir a los
campeones de las tres ediciones anteriores: Michael Jordan, Dominique
Wilkins y “Spud” Webb, más otros matadores destacados como Clyde
Drexler o Jerome Kersey. “Es la primera vez que tendremos la oportunidad de
competir los tres”, destacó Jordan. “Spud” Webb no pudo volver al nivel que
alcanzara antes de operarse la rodilla, y sumado a la ausencia de Terence
Stansbury el resultado fue un torneo en el que la fuerza se impuso sobre la
variedad. Hubo pocas novedades, y el propio Jordan repitió mates en el
mismo concurso. Sin embargo, la potencia en la ejecución que demostraron
los candidatos y la emoción del duelo mano a mano entre Jordan y Wilkins lo
Página 148
compensó de sobra, y el concurso de mates de 1988 pasó a la historia como
quizás el más espectacular de todos a pesar de su polémico desenlace.
Muchos pensaron (y con razón) que el último mate de Dominique Wilkins
merecía bastante más que los 45 puntos que le concedió el jurado, pero en
realidad las puntuaciones habían sido bajas durante todo el concurso. Parecía
notarse una especie de consigna para evitar los entusiasmos calificadores de
ediciones anteriores, y posiblemente se les fue la mano cuando sólo puntuaron
con un 47 el segundo mate de Jordan en la ronda final. Wilkins había sumado
50 (la puntuación máxima) en sus dos primeros mates, así que sólo un golpe
de tijera podía dejar con opciones de triunfo a la estrella local. Es posible que
la victoria de Jordan, obtenida mediante un mate desde la línea de tiros libres
después de muchas vacilaciones, fuera merecida en términos globales, pero el
propio ganador tuvo que reconocer que no se había alcanzado de la manera
correcta. “Yo le habría dado un 50”, dijo Jordan sobre el mate de Wilkins.
“Creo que si no hubiésemos estado en Chicago, habría ganado él.”
La fiesta continuó el domingo. Fue todo un espectáculo en el que “Magic”
y Olajuwon se lucieron por el equipo del Oeste, mientras que Isiah Thomas se
subordinaba al lucimiento personal de un Michael Jordan que sumó 40
puntos, 8 rebotes y 4 tapones, y fue elegido MVP (jugador más valioso) del
All Star. Un público ansioso de ver a su estrella batir el récord de 42 puntos
establecido por Wilt Chamberlain en 1962 pedía su vuelta a la cancha cada
vez que se sentaba, pero Jordan se negó a tirar a canasta en los últimos
segundos. “Todo el mundo había venido a ver el show de Michael Jordan”,
dijo Isiah, “y yo sólo quise colaborar”. “No quería que me regalaran nada”,
declaró Jordan. “Los primeros 36 puntos me los gané, los últimos 4 me los
concedieron.” El All Star de 1988 fue el primero que se emitió en España en
1988, lo que le confirió un aura especial para los aficionados de Cerca de las
Estrellas. Anécdotas intrascendentes como la del comentarista que antes del
partido opinaba que “Fat” Lever era un jugador más completo que Jordan se
convirtieron en leyenda. Creíamos que la NBA era eso todo el tiempo, y
pasaría mucho tiempo antes de que se comprendiera que un espectáculo como
ése era casi irrepetible.
Los Bulls salieron con una especie de resaca del fin de semana de
celebraciones. Perdieron tres de sus primeros cuatro partidos después del All
Star, y la racha negativa duró hasta principios de marzo. Una de las causas
fue el descenso del rendimiento de Scottie Pippen, especialmente en ataque.
Jordan seguía liderando la NBA en anotación, pero gracias a Grant y Pippen
había aumentado mucho su número de asistencias, lo cual indicaba una
Página 149
mejora en el juego de ataque global de los Bulls. Sin embargo, conforme
avanzaba la temporada Scottie Pippen fue notando unas molestias en la
espalda que se fueron incrementando hasta limitar seriamente su movilidad.
Como siempre, el fisio Mark Pfeil descartó una lesión, y como Pippen tenía
fama de no estar acostumbrado a esforzarse, le conminó a trabajar más duro
en vez de quejarse. No sería hasta el verano cuando descubrieran que en
realidad se trataba de una hernia discal que requería cirugía inmediata.
Doug Collins volvió a modificar la rotación, insertando a Sam Vincent en
el quinteto titular y buscando descargar de trabajo a un fatigado Jordan, y el
equipo reaccionó. Vincent imprimió un ritmo más rápido que encajaba
perfectamente con el juego de Jordan, los Bulls recuperaron el camino del
éxito y de nuevo las anotaciones espectaculares de Michael Jordan se
convertían en victorias: 50 puntos a los Celtics, 49 a los Sixers, 44 a los
Bucks y 47 a los Knicks, incluyendo un espectacular alley-oop que
proporcionó otra de las imágenes de la temporada con las piernas de Jordan
balanceándose sobre la cara de Pat Ewing. El 3 de abril en Detroit los Pistons
intentaron por última vez marcarle en uno contra uno, y Chuck Daly tuvo que
dar su brazo a torcer cuando llegó al descanso con 32 puntos. A pesar de que
intentaron defenderle con ayudas, ya era demasiado tarde para evitar que
Michael Jordan se fuera a los 59 puntos con 21 canastas y sólo 6 fallos. El
partido iba empatado a falta de dos minutos con unos Pistons que no lograban
anotar, pero recuperaban cada rebote ofensivo, y en ese plazo Jordan colocó
un tapón a Adrian Dantley, otro a Isiah Thomas y finalmente le robó el balón
decisivo a Bill Laimbeer para anotar los dos tiros libres de la victoria. Jordan
tenía una racha imparable cada noche, y los Bulls terminaron la temporada
con 12 victorias en los últimos 15 partidos, coronados por 46 puntos de
Jordan a los Celtics.
Los Chicago Bulls alcanzaron las 50 victorias empatados con los Atlanta
Hawks en el segundo puesto de la División Central, y volvieron a playoffs por
la puerta grande. Su eliminatoria contra los Cleveland Cavaliers se anticipaba
como el enfrentamiento entre dos de los equipos más prometedores de toda la
NBA. La acertada política de fichajes de Wayne Embry había rescatado a los
Cavs, y presentaban una plantilla inexperta pero repleta de buenos jugadores:
por dentro tenían al pívot Brad Daugherty, un antiguo compañero de Jordan
convertido en estrella profesional, acompañado de dos ala-pívots como Larry
Nance y John “Hot Rod” Williams; por fuera a Mark Price, un base que sabía
pasar, tirar, penetrar y defender, acompañado por un escolta atlético como
Ron Harper (descrito como un “Michael Jordan de bolsillo”) y Craig Ehlo, un
Página 150
especialista defensivo. Su entrenador Lenny Wilkens disfrutaba de las
posibilidades que le concedía un equipo en el que había muchos jugadores
distintos capaces de anotar, rebotear o defender, y que según “Magic”
Johnson tenía todas las papeletas para dominar la siguiente década. Ambos
equipos se habían repartido los triunfos en liga regular, así que se anticipaba
una serie disputada. Los Bulls no habían ganado ningún partido de playoffs
desde el año rookie de Jordan, pero jugaban contra un rival asequible y con el
factor cancha a favor. Cabía esperar que cambiara su suerte.
Michael Jordan creía que sólo los perdedores confían en la suerte. Ambos
equipos se habían enfrentado pocos días antes de terminar la fase regular y
Cleveland había conseguido la victoria al dejar a Jordan en sólo 26 puntos, su
peor anotación del mes. Lenny Wilkens creía haber encontrado la manera de
frenarlo, cerrándole la línea de fondo para que tuviera que entrar por el centro
ante sus pívots. Los Cavs jugaban muchos minutos con tres postes, y hasta
Michael Jordan tendría problemas para anotar por encima de dos taponadores
como Nance y Williams más un siete pies como Daugherty. Aunque el escolta
titular, Ron Harper, iba a ser baja en el primer partido debido a unas molestias
en el tobillo, su sustituto, Craig Ehlo, estaba considerado como aún mejor
defensor, así que Wilkens confiaba en sus posibilidades. La estrategia pareció
funcionar en principio, y los Cavs tomaron ventaja en el primer cuarto del
partido inaugural. Pero Jordan comenzó el segundo con un alley-oop
adelantándose a Ehlo, siguió con un mate remontando la línea de fondo y
terminó con una explosión anotadora de 20 puntos en el cuarto. Los Cavs
remontaron y el marcador permaneció igualado hasta mediados del último
cuarto, cuando un parcial de 14-0 en favor de los Bulls rompió el partido. A
punto estuvieron de pagar un alto precio por ello, cuando a falta de siete
minutos Michael Jordan se desplomó sobre el parqué sujetándose la rodilla
derecha. Jordan se había elevado en uno de sus espectaculares saltos para
alcanzar un pase largo, y al caer sufrió lo que resultaría ser sólo un tirón en la
rodilla, pero que puso el corazón en un puño a unos aficionados que se temían
algo mucho peor. A pesar de que Jordan necesitó ayuda para llegar hasta el
banquillo, pudo volver a la cancha gracias a su asombrosa capacidad de
recuperación y siguió en el partido. Durante varios minutos se le vio falto de
seguridad, y más tarde reconoció que el dolor de la rodilla le hizo dudar de su
estado hasta que en la recta final consiguió por fin anotar una canasta con un
magnífico rectificado ante Larry Nance, que tranquilizó a los presentes.
Michael Jordan terminó con 50 puntos, y los Bulls se adelantaron en la
eliminatoria gracias al resultado final de 104-93.
Página 151
Craig Ehlo también sufrió las consecuencias del incidente. Aunque el
daño se lo produjo en el salto, antes de que Jordan sintiera el dolor de la
rodilla Ehlo cometió personal sobre él, y el público atribuyó la lesión de su
estrella a dicha falta. Aún peor, el jugador de los Cavs protestó la decisión
arbitral y recibió una técnica, sin darse cuenta de que a sus espaldas Jordan
estaba lesionado y lo estaban atendiendo. La grada tomó su comportamiento
como una falta de deportividad, y durante el resto del partido fue abucheado
sin misericordia. Visiblemente afectado, Craig Ehlo erró dos tiros libres y
perdió un balón en los minutos siguientes, y el mismo Jordan se sintió
obligado a pronunciar algunas palabras de apoyo: “Sentí un ligero empujón en
la espalda, pero no fue la causa de la lesión”. También alabó el trabajo de
Ehlo en defensa, que consideró mejor que el de Ron Harper a pesar de haberle
anotado cincuenta puntos. Esas declaraciones cogieron por sorpresa a Harper,
que había cenado con Jordan después de su último enfrentamiento y
consideraba que mantenían una relación amistosa. No entendía por qué le
hacía de menos, y no imaginaba que estaba ante uno de los trucos
psicológicos que Jordan usaría durante toda su carrera. Quizá si lo hubiera
sabido habría evitado echar más leña al fuego, pero cuando los periodistas le
preguntaron por su opinión sobre las declaraciones de Jordan, el pobre Ron
Harper se metió en la boca del lobo: “Bueno, Michael nunca me ha metido
cincuenta puntos a mí”. “Para todo hay una primera vez”, sentenció Jordan.
Lo siguiente que supo Harper fue que el segundo partido había terminado, y
Michael Jordan había anotado 55 puntos.
Ron Harper empezó con ganas, anotando la primera canasta e impidiendo
las penetraciones de Jordan. Después de los 50 puntos en el primer partido
Lenny Wilkens se había visto obligado a cambiar su defensa, ya que al
concentrarse en cerrar la línea de fondo le habían dejado vía libre hacia el aro.
Michael Jordan no encontraba espacios para entrar en la zona, así que recurrió
al tiro en suspensión. En los laterales de la cancha del Chicago Stadium
estaban pintadas unas cabezas de toro, y desde ellas Jordan se dedicó a anotar
de media distancia por encima de Harper. Pero aunque los tiros entraban, eso
significaba que los hombres altos de Cleveland estaban controlando ambas
zonas y los Cavs se escaparon en el marcador para terminar el primer cuarto
con una ventaja de 13 puntos. El interés se centraba en ver si Jordan sería
capaz de repetir su estallido anotador en el segundo cuarto como hiciera en el
partido anterior, y los espectadores no se vieron decepcionados: Michael
Jordan penetró una y otra vez la defensa de Cleveland para anotar una serie de
mates y bandejas que metieron a los Bulls en el partido. La secuencia que
Página 152
definió el partido vino en el tercer cuarto, cuando superó a Ehlo en un
aclarado con un primer paso brutal para culminar en un mate, y en la jugada
siguiente se escapó de Ehlo y Mike Sanders cuando intentaban cerrarlo contra
la línea de banda y anotó la canasta más tiro adicional. Pese a todo, los Cavs
aguantaban en el partido gracias a su poderoso juego interior, y llegaron
empatados a los últimos dos minutos. Ahí fue cuando Jordan decidió el
partido, primero con una canasta remontando la línea de fondo contra tres
rivales, luego con un tiro exterior y finalmente capturando el rebote decisivo a
falta de 14 segundos. Los Bulls ganaron 106-101 gracias a los 55 puntos de
Jordan, y viajaron a Cleveland con la idea de cerrar la serie.
No eran pocos los que consideraban que el 2-0 de ventaja de Chicago en
la serie no respondía al verdadero nivel demostrado por ambos contendientes
en la cancha. Era cierto que, en palabras de Rick Barry (antigua estrella de la
NBA convertida en comentarista de televisión), “quienes escribieron que
todos los hombres nacen iguales no sabían que iba a aparecer Michael
Jordan”, pero su aportación individual tapaba el hecho de que apenas había
recibido apoyo de sus compañeros. Mientras, Cleveland practicaba un juego
más equilibrado en el que la anotación se repartía entre Mark Price, Larry
Nance y Brad Daugherty, y además había dejado indicios de tener muy
estudiada la defensa sobre Jordan. Con todo su escándalo anotador, las
diferencias en el marcador habían sido muy cortas.
Los partidos en Cleveland ratificaron estas intuiciones, y los Bulls
mostraron sus carencias cuando Michael Jordan no era capaz de dominar el
juego. Jordan anotó 38 y 40 puntos con buenos porcentajes, pero no logró
reproducir esos momentos de control absoluto del partido que se habían visto
en Chicago. Los Cavs seguían intentando cerrarle el camino hacia el aro y
lanzando pelotones de hombres altos cada vez que entraba en la zona
(ayudados por un arbitraje que los Bulls consideraban casero y los Cavs
describían como justo). Además, a las molestias en la rodilla derecha debido a
la caída del primer partido hubo que añadir un tirón en la espalda que le hizo
perder explosividad. Anotaba puntos pero no lograba imponerse, y Mark
Price hacía el resto. Al igual que en los dos primeros partidos, los Cavaliers
tomaron las ventajas iniciales, pero en esta ocasión los Bulls no lograron
remontar. Jordan sólo conseguía mantenerlos dentro del partido, pero la ayuda
de sus compañeros brillaba por su ausencia. El único que dio la cara fue,
sorprendentemente, Brad Sellers, que despertó en el tercer partido con 12
puntos en el primer cuarto y 19 al descanso, pero que no volvió a dar señales
Página 153
de vida. Con Michael Jordan renqueante, Charles Oakley protestando por su
falta de tiros y un banquillo casi inexistente, la serie regresó a Chicago.
La serie estaba ilustrando la paradoja de los Bulls, que Dave Corzine
explicaba como el inconveniente de jugar con Michael Jordan: si perdías, la
culpa era tuya porque él había anotado 40 puntos. Doug Collins suplicaba a
los demás jugadores que acudieran en su ayuda (y de manera inconveniente
también lo declaraba a la prensa), pero Oakley tenía su parte de razón cuando
contestaba que era difícil que otros intervinieran cuando el ataque estaba
focalizado en Jordan. Collins introdujo varios cambios en la rotación
buscando mayor fluidez ofensiva, dando más minutos a Rory Sparrow en
lugar de Paxson, pero la gran sorpresa se produjo pocos minutos antes de
saltar a la cancha cuando anunció que Scottie Pippen sería titular en
detrimento de Brad Sellers. La presencia de Sellers había pasado totalmente
inadvertida excepto en el tercer partido, pero Pippen tampoco había dado muy
buena imagen. A pesar de ello, Collins había notado su aportación en defensa
y rebote, y confiaba en su versatilidad para ayudar a Michael Jordan. Durante
un momento pareció que no iba a servir de nada ante unos Cavs que llegaron
a ponerse 18 puntos por delante. Jordan seguía encontrando dificultades para
penetrar en la zona y muchos de sus puntos tenían que llegar desde el tiro
libre. Aun así, volvió a liderar la ya clásica remontada de los Bulls en el
segundo cuarto y consiguió meter a su equipo en el partido. Sin embargo, no
lograba coger el ritmo y tuvo que ser sustituido después de una cadena de
errores en cuatro ataques consecutivos durante los cuales perdió tres balones y
efectuó un lanzamiento que no tocó aro.
Entonces llegó Pippen. Con Jordan en el banquillo y el partido igualado al
final del tercer cuarto, Scottie Pippen interceptó un pase de Ron Harper,
corrió el contraataque y anotó una bandeja para poner por delante a los Bulls
por primera vez. En la jugada siguiente fue Sam Vincent el que robó otro
balón, pero fue Pippen el que machacó al rebote. Aunque Michael Jordan
terminó con 39 puntos, los que llevaron a los Bulls a la victoria en el último
cuarto fueron Scottie Pippen (24 puntos, 6 rebotes, 5 asistencias, 3 robos) y
Dave Corzine, con unos sorprendentes 14 puntos y 8 rebotes. Bulls 107-Cavs
101, y el vestuario de Chicago fue una fiesta en la que Johnny Bach exhibía
un as de picas (el símbolo de los francotiradores para indicar enemigo
abatido), Jordan aseguraba que siempre supo que Pippen era capaz de eso y
más, y Jerry Krause iba de un lado a otro preguntando si alguien seguía
creyendo que los Bulls eran “Jordan y otros cuatro”. La franquicia había
encargado unas camisetas conmemorativas y los jugadores se las pusieron
Página 154
festejando el lema impreso: “¿Qué piensas de nosotros ahora?”. En segunda
ronda les esperaban los Pistons, que habían ganando cuatro de los seis
partidos que habían jugado en la temporada. Sin embargo, los Bulls habían
demostrado ser capaces de ganar en Detroit y de competir hasta el final
incluso en las derrotas, así que estaban convencidos de tener una posibilidad
de dar la sorpresa.
Chuck Daly no quería sorpresas. Después del partido del 3 de abril,
cuando Michael Jordan derrotó a los Pistons con 59 puntos en el Pontiac
Silverdome, Daly había creado el concepto de astro points. Siempre habían
existido grandes anotadores en la NBA, pero Jordan sembraba el terror por su
capacidad de ganar partidos casi sin apoyo. La respuesta habitual ante ese tipo
de jugadores era dejar que anotaran y centrarse en sus compañeros, pero como
habían comprobado los Cavs contra Jordan eso era un desastre. En anteriores
playoffs, Bucks y Celtics le habían negado el centro de la zona para empujarlo
a los laterales hasta comprimirlo contra el fondo de la pista, pero ahí Jordan se
encontraba muy cómodo y podía anotar en suspensión o remontar la línea de
fondo para mates y bandejas en aro pasado. Había que negarle la línea de
fondo aun a costa de dejarle camino hacia la zona, esperando que si llegaba
hasta la pintura los pívots podrían acudir a la ayuda. Los técnicos de Detroit
pasaban horas revisando vídeos intentando encontrar las claves para frenar a
Michael Jordan: en un despacho el asistente Dick Versace repasaba el último
partido de los Pistons frente a los Bulls; en otro, Ron Rothstein estudiaba el
quinto partido de la serie contra Cleveland; mientras, Chuck Daly dirigía la
elaboración de un montaje de jugadas de Jordan frente a los Pistons. El
objetivo era desarrollar una estrategia defensiva personalizada más elaborada
de lo habitual, combinando las posibilidades de la amplísima plantilla de
Detroit con los recursos que habían demostrado ser eficaces contra Jordan.
Esta estrategia aún tardaría una temporada más en completarse, pero Daly,
Versace y Rothstein habían establecido ya las bases: en primer lugar, el
defensor principal debía mantener una presión constante (los Pistons contaban
con Joe Dumars, un gran defensor en la posición de escolta). También se
usarían constantes doscontra-uno, que para confundir a Jordan vendrían desde
diferentes posiciones y con duración variable. Finalmente estaban los
hombres altos, que se cerrarían sobre la zona en caso de penetración como
habían hecho los Cavaliers, además de un taponador rápido (Rodman o
Salley) que acudiría desde el lado débil al rescate. Además, también en ataque
era posible desgastar a Jordan, obligándolo a esforzarse en labores defensivas.
Michael Jordan había señalado a Jeff Malone de los Washington Bullets como
Página 155
uno de los jugadores que mejor lo defendía, y eso se debía al menos en parte a
que Malone se pasaba los ataques cortando por la zona y llevándolo a través
de un bosque de bloqueos de sus compañeros, mientras desde la banda el
entrenador Wes Unseld bramaba “¡Dadle!”.
Michael Jordan se sintió como si el equipo entero de los Pistons cargara
contra él desde el salto inicial. Joe Dumars no se despegaba de su camiseta,
las ayudas venían unas veces del lado de Isiah Thomas y otras del lado de
Billy Laimbeer, y si lograba llegar hasta la zona Dennis Rodman salía de la
nada para taponarle. En defensa, Dumars lo dirigía constantemente hacia
bloqueos donde Laimbeer o Mahorn aprovechaban para clavarle un codo, una
rodilla, una cadera. Jordan no encontraba posiciones claras y se veía obligado
a elegir entre forzar sus tiros o pasar el balón a sus compañeros. Pero Chuck
Daly también había pensado en eso, no en vano uno de sus principios era que
una defensa no se desequilibra en las ayudas, sino en las recuperaciones. Así
que se cerraban sobre Jordan, pero cuando doblaba el balón rotaban
rápidamente para recuperar sus posiciones. Los demás Bulls tenían fama de
no saber soportar la presión, y con los Pistons punteándolos apenas lograban
anotar el 30% de sus tiros. Chicago se mantuvo en el partido gracias a la
defensa, pero no pudieron impedir que los Pistons se anotaran la victoria por
un cómodo 82-93.
La sorpresa que temía Daly llegó en el segundo partido. Michael Jordan
ofreció un recital de mates y tiros en suspensión para alcanzar los 36 puntos,
pero eso no era nuevo; la novedad fue que esta vez Sam Vincent entró en
racha y empezó a anotar todos los balones doblados que le llegaban. Anotó 29
puntos en la primera parte y, aunque sólo pudo sumar una canasta más en el
resto del partido, fue más que suficiente: los Pistons seguían negados cara al
aro, especialmente en los tiros libres, y los Bulls robaron el factor cancha con
una sorprendente victoria por 106-95. “No puedo entender lo que ha pasado”,
se lamentaba Chuck Daly. La serie viajaba a Chicago, donde los Bulls
contaban con aprovechar el apoyo de su público para ganar los dos partidos
siguientes y ponerse 3-1 arriba.
Una de las claves de la rivalidad entre los Detroit Pistons y los Chicago
Bulls, entre Isiah Thomas y Michael Jordan, residía en un rasgo común: la
competitividad como desafío personal. Isiah convocó una reunión de
jugadores en la que estableció que lo del segundo partido no se podía volver a
repetir, y por si hacía falta remarcar la provocación tuvo un roce con Rory
Sparrow antes del tercer partido. Durante el calentamiento Isiah Thomas
estaba charlando con Ron Harper, que había acudido al partido como
Página 156
espectador, y Sparrow se acercó a ellos. Los tres jugadores intercambiaron las
clásicas bromas sobre quién le había ganado a quién, pero Rory Sparrow
cometió el error de decir la última palabra: “¿Sabes por qué no nos ganaréis?
Porque tenéis demasiados egos en el equipo”. Isiah repitió sus palabras en el
vestuario y los Pistons salieron a morder. No eran los únicos; en una de las
primeras jugadas Michael Jordan se quedó atrapado en un bloqueo de Bill
Laimbeer, y fue la gota que colmó el vaso. Se revolvió lanzando un puñetazo
y Rick Mahorn lo apartó de un empujón mientras Isiah Thomas impedía que
Charles Oakley cargara sobre Laimbeer. Después del partido Jordan admitiría
sentirse avergonzado por iniciar una de las pocas peleas de su carrera,
mientras Laimbeer sacaba a pasear su encanto personal: “Yo me limité a
hacer un bloqueo, supongo que no estaría mirando”. Pocos minutos después,
la lucha por un rebote se convertía en otro enfrentamiento, y el veterano
árbitro Earl Strom se veía obligado a convocar una conferencia de paz al más
alto nivel: mientras los entrenadores discutían en la mesa de anotadores, los
árbitros reunían a ambos equipos en el centro de la pista y ordenaban un
inmediato cese de hostilidades. El partido se reanudó, puntuado por incidentes
de menor calibre, pero los Detroit Pistons habían conseguido sacar a los
Chicago Bulls del partido. “Las distracciones nos sacaron de nuestras
casillas”, reconoció Doug Collins. Michael Jordan no anotó su primer punto
hasta mediados del segundo cuarto, mientras Isiah Thomas lideraba a unos
Pistons que se llevaron la victoria para recuperar el factor cancha. Los Bulls
encajaron la peor derrota en casa de la temporada, 79-101, y aún fue corto
para lo que se vio sobre el parqué.
El cuarto partido fue más de lo mismo para unos Bulls incapaces de
atravesar la defensa de los Pistons. “Detroit está haciendo un gran trabajo”,
reconocía Jordan. “No me dejan penetrar y me obligan a soltar el balón.”
Collins probó a usar dos bases con Michael Jordan (que pasaba así a la
posición de tres) para que buscaran devolverle el balón, pero tampoco
funcionó. La frustración del equipo local era evidente, y a mediados del tercer
cuarto una jugada poco clara culminó con el codo de Jordan impactando en el
pómulo de Isiah en lo que parecía una acción involuntaria, pero bien podía ser
producto de la impotencia. Isiah Thomas quedó tendido sobre la cancha y
tuvo que retirarse, aunque la victoria de su equipo parecía asegurada. Sin
embargo, en el último cuarto apareció John Paxson con un 2+1 más un triple
que puso a los Bulls a tiro de piedra, 76-81 a falta de cinco minutos. Fue el
canto del cisne de Chicago, y Isiah Thomas volvió al partido para sentenciarlo
con 9 puntos consecutivos, camino de la victoria por 77-96.
Página 157
Se acabó. Los Bulls no habían conseguido llegar a los 80 puntos en los
dos partidos jugados en casa y habían puesto en evidencia su ausencia de
anotación interior. Corzine, Oakley y Grant se sentían más cómodos tirando
en suspensión desde el perímetro que trabajando el poste bajo, y esta vez
Jordan no había podido compensarlo con sus penetraciones (se quedó en 23 y
24 puntos). Con un ataque anclado en el perímetro y serias dificultades para
poner el balón en las manos de su jugador estrella, los Bulls no afrontaban el
partido decisivo en la mejor disposición. No bajaron los brazos cuando Isiah
Thomas y Adrian Dantley dieron las primeras ventajas a los Pistons, y
resistieron a rueda hasta el último cuarto. Michael Jordan volvió a quedarse
muy por debajo de sus números habituales con 25 puntos, pero esta vez sus
compañeros sí dieron un paso adelante e intentaron arroparlo mejor que en
otras ocasiones. Al final fue la variedad de opciones de Detroit lo que les dio
la victoria, a través de Bill Laimbeer y sus 13 puntos en el último cuarto. 95-
102 para los Pistons, que ponían fin a la temporada de los Bulls con un 1-4 en
la eliminatoria.
A pesar de la derrota, particularmente dolorosa por sus circunstancias, la
temporada se podía considerar un éxito para Michael Jordan. No sólo había
vuelto a liderar la NBA en anotación, sino que habían ganado 50 partidos y
llegado a segunda ronda en playoffs. Los tiempos de sumar estadística con
más derrotas que victorias habían terminado, y así lo reconoció la misma liga
concediéndole el mayor galardón individual: el título de jugador más valioso
o MVP de la temporada 1987-88.
Sin embargo, ese premio no pareció entusiasmar a Jordan, que
modestamente lo describió como una consecuencia natural de ser el mejor
jugador de un equipo que había ganado más partidos de lo esperado. Era un
reconocimiento, pero Michael Jordan dejó entrever su opinión de que estos
galardones se otorgaban basándose más en la reputación que en el
rendimiento real, y en cualquier caso se trataba de un trofeo que alguien
decidía regalar. Como dejó claro durante el partido del All Star, Jordan estaba
interesado en lo que podía conquistar, no en lo que otro decidía concederle.
Muchos años después, cuando quería recordar a su interlocutor sus mayores
éxitos individuales no citaba los MVPs ni las presencias en el All Star, sino
sus grandes actuaciones como la vez que anotó 53, 50 y 61 puntos en tres
partidos consecutivos. Esos sí eran éxitos de los que se podía sentir orgulloso,
conquistados personalmente frente a un rival que intentaba negárselos. Jordan
ya sabía que estaba a la altura de “Magic” o Bird, y no necesitaba que se lo
dijera una estatuilla.
Página 158
Más ilusión le hizo el título de Mejor Defensor de la NBA, probablemente
porque suponía el reconocimiento a su afán de superación. Había decidido
convertirse en un gran defensor, y ese galardón certificaba su éxito. “Así se
demuestra la versatilidad de un jugador, al ser capaz de jugar en ambos lados
de la pista”, declaró. “Me gusta defender. Quiero que se reconozca mi
defensa. Si a cambio hay que otorgar menos reconocimiento a mi anotación,
perfecto.” (No llegó a explicar en detalle cómo otorgar menos reconocimiento
a la anotación de un jugador que había promediado 35 puntos por partido con
más de un 50% de acierto en el tiro.) La defensa había sido su objetivo porque
era la gran carencia que incluso sus mayores fans reconocían en “Magic” y
Bird. El MVP podía sugerir que estaba a su altura, pero el título de mejor
defensor insinuaba que estaba por encima.
Así lo había reconocido la franquicia cuando le firmó una extensión de su
contrato que lo convertía (fugazmente, al ritmo que crecían los sueldos de los
jugadores) en el jugador mejor pagado de la NBA. Michael Jordan y su
agente, David Falk, habían intentado conseguir cuatro millones al año,
mientras que Jerry Reinsdorf ofrecía tres; finalmente firmaron veintisiete
millones por ocho temporadas. Como sucedería con sorprendente frecuencia,
los dos Jerries consiguieron encontrar una manera de firmar un contrato por el
que iban a pagar una gran cantidad de dinero a un jugador, y ofenderlo en el
mismo acto. Jerry Krause (elegido ejecutivo del año de la NBA) necesitaba
sentir que salía ganando en todas las negociaciones, a veces en aspectos
triviales, y en este caso se empecinó en la idea de anunciar la duración del
contrato pero no su importe, para dar la imagen de que la franquicia había
conseguido atar a Jordan durante el grueso de su carrera como jugador
(ocultando el coste que había supuesto). David Falk se negó, y finalmente
Reinsdorf decidió que o se informaba de todos los aspectos del contrato o de
ninguno. Así que Jerry Krause dio una rueda de prensa en la que anunció que
Jordan había firmado una larga renovación, y se negó a dar detalles. Hasta
que la prensa le recordó su propio comunicado de prensa, en el cual había
olvidado eliminar la referencia a la duración.
Página 159
Chicago, 1988
No voy a multarle, Mr. Embry. Ha tenido un día duro: he visto
The Shot.
Página 160
una penetración, y mientras Oakley enseñaba los dientes a cinco centímetros
de la cara de Williams, Grant acudía a levantar a Jordan como un buen
samaritano. Sin embargo, deportivamente el progreso de Horace Grant había
hecho prescindible a Oakley. Grant no era tan buen reboteador, pero con
Jordan y Pippen podía cubrir ese aspecto; en defensa era un buen taponador, y
en ataque era más eficiente y disciplinado. El baloncesto está lleno de
jugadores interiores empeñados en jugar fuera, y Charles Oakley era uno de
ellos. Desde su llegada al equipo Oakley había mantenido un pulso constante
con los entrenadores reivindicando el aprovechamiento de su tiro exterior, que
él consideraba una herramienta ofensiva básica, mientras que los técnicos
veían como un recurso puntual. “Trabajo duro y nunca hacen jugada para mí.
Soy el mejor reboteador de la liga, peleo en los tableros todas las noches y
hago lo que sea por el equipo. Pero deberían hacer algo ellos por mí”, declaró
durante los playoffs. Oakley era el único jugador que se atrevía a discutir
públicamente la distribución de tiros en el equipo, y lo hacía criticando no a
Jordan por aprovecharlo sino a Collins por permitirlo o favorecerlo.
Jerry Krause intentó ofrecer a Oakley a cambio de una elección de lotería
que le permitiera draftear a Rik Smits, pero nadie estaba dispuesto a
renunciar a un pívot de más de 2,20 de estatura con una muñeca de seda.
Krause recurrió al mercado de traspasos, a pesar de que no era fácil encontrar
a un equipo dispuesto a deshacerse de un pívot válido. De entre las escasas
opciones disponibles destacaba la de Bill Cartwright, a quien Krause había
conocido cuando era una gran promesa del baloncesto universitario. Su
carrera profesional en los Knicks no había estado a la altura de las
expectativas, y una racha de lesiones en los pies lo había mantenido alejado
de las pistas durante dos años. Para cuando consiguió recuperarse, el equipo
había conseguido a Pat Ewing, un pívot más joven y más prometedor que
ocupaba su puesto. Durante un tiempo los Knicks jugaron con la idea de crear
sus propias “torres gemelas” a imitación de los Houston Rockets que habían
llegado a la final de la NBA con Ralph Sampson y Hakeem Olajuwon, pero
no llegó a cuajar. Ewing no estaba interesado en reconvertirse a ala-pívot, y el
intento le costó el puesto al entrenador Hubie Brown. Rick Pitino probó a
invertir el concepto, pero no tuvo más éxito con Cartwright como ala-pívot y
era conocido que los Knicks llevaban meses intentando traspasarlo. En sus
mejores temporadas Bill Cartwright había sido considerado un buen anotador
interior, pero poco interesado en el trabajo sucio en defensa y rebote; sin
embargo, a estas alturas de su carrera sólo buscaba un equipo en el que poder
jugar lejos de la hiriente prensa neoyorquina. Krause apreciaba a Cartwright y
Página 161
pensaba que podía desempeñar el papel que necesitaban los Bulls, pero tenía
dudas sobre su estado físico. Los médicos del equipo lo sometieron a una
batería de pruebas para confirmar que estaba recuperado de sus numerosas
lesiones, pero Krause no se atrevía a dar el paso sin algún tipo de respaldo.
Como parte del intercambio de Oakley por Cartwright los Bulls recibirían
además la elección de draft de los Knicks (con el número 11) a cambio de su
número 19. Krause soñaba con que eso le permitiera elegir a Rony Seikaly,
cuyos recursos ofensivos eran evidentes, pero siendo realistas era muy
improbable que el pívot de Syracuse cayera hasta ese puesto. El siguiente
pívot en el draft era Will Perdue de Vanderbilt, a quien la mayoría de los
ojeadores consideraba demasiado lento y torpe para llegar a ser algo más que
un suplente en la NBA y que en principio no entraba en los planes de los
Bulls. Sin embargo, cuanto más lo estudiaba Krause más se convencía que
podía convertirse en el pívot de futuro del equipo, y la idea de descubrir a otro
diamante en bruto iba tomando forma en su mente. A pesar del escepticismo
de los entrenadores y de sus propios ojeadores, Jerry Krause hizo que Perdue
viniera a Chicago para una sesión de entrenamiento tan secreta que el jugador
se perdió al ser incapaz de recordar con qué nombre falso se tenía que
registrar en el hotel (de esta anécdota surgió uno de los apodos de Krause, “el
espía”). Para cuando terminó esa sesión, Krause se había convencido de que
Will Perdue iba a convertirse en el futuro pívot titular de los Chicago Bulls
gracias a su capacidad de pase y bloqueo.
La sorpresa en las oficinas de la franquicia fue mayúscula, ya que hasta
poco antes Krause había pregonado a los cuatro vientos las capacidades de
Dan Majerle, un explosivo alero apodado Thunder Dan. Uno de los defectos
de Jerry Krause era su insistencia en alabar las virtudes del último jugador
que estuviera intentando fichar, sin percibir que eso hacía que los jugadores
del equipo se sintieran minusvalorados. Krause había insistido tanto en la
alabanza a Majerle que cuando Michael Jordan se enfrentó a él en la final de
1993 esperó al final del primer partido (en el que anotó 31 puntos) para
detenerse delante de la fila de periodistas y exclamar un clarísimo Fuck
Thunder Dan. Krause podría haber conseguido a Majerle con la elección que
recibió de los Knicks, pero ya se había decidido por Perdue. Aún hizo un
último intento, una idea descabellada que demostraba la nula capacidad de
Jerry Krause para ponerse en el lugar de su interlocutor. Le dijo a Dan
Majerle que los Bulls habían decidido elegir a otro jugador en primera ronda
y no tenían elección de segunda ronda; pero si Dan Majerle se retirara de los
torneos pre-draft alegando una lesión, era posible que cayera hasta tercera
Página 162
ronda y así los Chicago Bulls podrían seleccionarlo. El jugador apenas pudo
creer lo que estaba oyendo y se negó en redondo.
Fue el final de cualquier posibilidad de entendimiento entre Michael
Jordan y Jerry Krause. Para colmo, Jordan y Oakley habían ido con Charles
Barkley a ver un combate de Mike Tyson, y el jugador sufrió la humillación
de enterarse de que había sido traspasado cuando los periodistas le
preguntaron por su reacción. “Creo que ‘Oak’ estaba en Atlantic City con
Michael en un combate, y no pude localizarlo para decírselo”, recordaba
Krause. “Se enteró cuando alguien se acercó a decírselo en medio del
combate. Se lo contó a Michael, y Michael se volvió loco.” Jordan volvió
inmediatamente a Chicago y celebró una reunión con Krause en la que exigió
que nunca más se volviera a realizar un traspaso sin consultarle. Le resultaba
especialmente doloroso que la prensa relacionara el traspaso de Oakley con
sus quejas por el reparto de tiros y lo considerara una prueba de que criticar a
Jordan en los Bulls era un crimen capital castigado con el destierro. Tampoco
le convencieron los argumentos de los entrenadores de que Grant podría
cubrir el puesto de Oakley. “Incluso yo puedo canear a Horace. ¿Se supone
que él me va a proteger a mí?”, le espetó a Johnny Bach.
Michael Jordan nunca terminó de aceptar aquellas decisiones de Jerry
Krause que no le gustaron en su momento. No llegó a reconocer que tuvo
razón al draftear a Grant por delante de Joe Wolf, e incluso cuando
racionalmente tuvo que admitir que el traspaso de Cartwright había sido un
éxito, lo hizo remarcando que también la prensa lo criticó en su día. Dentro
del equipo, eso significaba que Jordan no aceptaba a los recién llegados.
Siguiendo con su costumbre se refería a Perdue como “Will Vanderbilt”, ya
que decía que era demasiado malo como para usar el nombre de una
universidad prestigiosa, y cuando en un entrenamiento Jordan se fue al suelo
por un bloqueo de Perdue, le arreó un puñetazo al pívot. “¿Por qué no pones
bloqueos como ése en los partidos?”, le gritó. “No lo entiendo. Siempre le
hago bloqueos cuando estoy jugado y sé que nadie más que Ed lo hace”,
declaró Perdue, en referencia a Ed Nealy (un pívot marginal de dos metros de
alto por dos de ancho). “Sé que Bill nunca lo hacía. Pero sé que Michael nos
odiaba a mí y a Bill.”
Jordan reservaba sus dardos más afilados para Bill Cartwright, que había
llegado a cambio de su amigo. Cartwright era un jugador de capacidades muy
definidas, que necesitaba recibir el balón en un lugar y de una manera
concreta para ser efectivo. Jordan estaba acostumbrado a levantarse del suelo
y una vez en el aire decidirse por el tiro o el pase, y sus compañeros debían
Página 163
estar preparados para recibir el balón en cualquier momento y anotar, porque
el primer mandamiento de Jordan era que el jugador que no aprovechara un
pase no recibiría otro. Brad Sellers ya lo había experimentado en sus carnes
cuando Jordan se cansó de verlo titubear, y sucedió lo mismo con un Bill
Cartwright cuyas manos parecían de cemento. Perdía tantos balones que
algunos sospechaban que Jordan le lanzaba deliberadamente pases que no
podría controlar para dejarlo en evidencia, y se llegó a rumorear que había
prohibido al resto de los titulares jugar con Cartwright. Si alguno se atrevía a
darle un balón, Michael Jordan se aseguraría de que ellos tampoco recibían
más pases. El rumor llegó a oídos de Bill Cartwright, que pidió los vídeos de
los partidos para comprobar si era cierto que Jordan evitaba pasarle el balón.
Hay diferentes versiones sobre lo que sucedió a continuación, aunque la base
fundamental es que Cartwright abordó a Jordan y le informó de lo que podía
pasarle al que jugara con el pan de sus hijos. Según algunos la amenaza fue
velada y referida a los problemas que podía encontrar Jordan en su carrera
futura, según otros fue muy específica y referida a la integridad de la
estructura ósea de sus piernas. En cualquier caso, Cartwright había dado sin
saberlo con la única manera de ganarse el respeto de Michael Jordan, que era
plantándole cara sin miedo.
La situación interna de los Chicago Bulls se estaba complicando por
momentos. Con Pippen recuperándose de su operación y un juego más lento
para aprovechar la presencia de Cartwright, los Bulls tuvieron un arranque de
temporada por debajo de lo esperado. Fueron batidos cómodamente en casa
por los Pistons en su debut, y en Navidades andaban por un triste 50% de
victorias que a esas alturas suponía una decepción. Las derrotas trajeron
tensiones en el vestuario, como la falta de confianza de Jordan en Grant o
Cartwright, y también en el banquillo. Doug Collins y Jerry Krause habían
tenido fricciones desde los primeros meses, en parte por ese talento que tenía
el vicepresidente para la ofensa involuntaria. El deseo de Krause por sentirse
parte del equipo le llevaba a estar presente en el día a día del equipo, y un
entrenador tan nervioso como Collins no podía evitar reaccionar ante su falta
de respeto hacia el espacio ajeno que llegaba a lo ridículo. Una anécdota
relataba cómo en un viaje del equipo ambos subieron juntos en ascensor a la
planta del hotel en la que estaban sus habitaciones, y mientras Collins abría la
puerta Krause anunció que le había dado un apretón que no admitía espera.
Ante la estupefacción del entrenador, Jerry Krause entró en su cuarto de baño
y se alivió sin el menor reparo, dejando a Collins tan ofendido en su dignidad
como en su olfato. Esas faltas de consideración fueron agriando el trato entre
Página 164
ambos, y Doug Collins empezó a reaccionar a la presencia fiscalizadora de
Krause en los entrenamientos: “¿Qué haces aquí? ¿Qué estás haciendo en la
pista?”. La situación en los entrenamientos se volvía cada vez más incómoda,
con el entrenador echando de la pista al responsable del equipo y uno de los
asistentes, Tex Winter, aislado en la grada sin poder tener contacto con los
jugadores por orden de Collins. “Doug, para ser una persona tan inteligente”,
le dijo Winter, “a veces me pregunto si sabes lo que estás haciendo.”
No todo eran defectos en Jerry Krause. Una de sus virtudes era la
capacidad de soportar cualquier enfrentamiento personal mientras creyera que
la franquicia se beneficiaba de la presencia de su enemigo. En la temporada
1988-89, sin embargo, se empezó a sospechar que la utilidad de Doug Collins
estaba llegando a su fin. El mayor defecto de Collins era la ausencia de un
estilo de juego definido, ya que había rechazado el triángulo y lo había
reemplazado por un libro de jugadas en constante expansión que le había
granjeado el apodo A Play A Day (“Una jugada al día”). Había convertido a
los Bulls en uno de los equipos más peligrosos en finales de partido gracias a
su capacidad para diseñar jugadas, y los entrenadores rivales resaltaban que
sus equipos anotaban casi invariablemente a la salida de un tiempo muerto.
“Si se pudieran pedir veinte tiempos muertos, Doug jamás habría perdido un
partido”, resumía Johnny Bach. Pero en el desarrollo normal del juego el
equipo era incapaz de encontrar su ritmo con un entrenador que estaba
permanentemente marcando jugada y ladrando instrucciones. Esa costumbre
era especialmente incómoda para los bases, que debían jugar con un ojo en el
balón y otro en la banda hasta que terminaban derrumbándose bajo la presión.
Cada temporada fichaban a un base que se convertía en el ideal para Collins
durante varios meses, hasta que caía en desgracia y era sustituido por un
nuevo base revelación. Doug Collins había conectado con Michael Jordan
debido a su afán competitivo, pero las victorias y las derrotas le afectaban
cada vez más. Durante el All Star un grupo de jugadores estaban charlando,
compartiendo las típicas quejas sobre sus entrenadores. “Vosotros podéis
creer que tenéis problemas con vuestros entrenadores, pero es que el mío llora
todos los días”, sentenció Jordan. En cuestión de días Doug Collins podía
poner por las nubes a un jugador después de una victoria y exigir su traspaso
después de una derrota. Jerry Krause empezó a negarse a fichar más bases que
duraban tres meses, y sospechaba que Collins se vengó condenando a Will
Perdue al ostracismo más absoluto. Krause reconocía que Perdue era un
jugador aún por hacer, pero que su gran apuesta fuera el novato con menos
minutos de toda la NBA parecía demasiada casualidad. Doug Collins llegó a
Página 165
intentar tratar directamente con el propietario, Jerry Reinsdorf, a pesar de que
no podía ignorar que con ello le estaba obligando a elegir entre el entrenador
y el ejecutivo.
Michael Jordan afrontó la crisis anunciando al resto de la plantilla que se
iba a encargar personalmente de compensar la marcha de Oakley y pasando
por alto las instrucciones de buscar un juego más estático apoyado en
Cartwright. Había decidido afrontar lo que Bach definía como su incapacidad
para jugar más allá del tiro libre, que había permitido que Detroit le negara el
balón reiteradamente, y para ello era necesario que mejorara su manejo de
balón y su lanzamiento exterior. Jordan había desarrollado el foot jab, una
finta de primer paso que se convertiría en su movimiento característico, pero
lo solía utilizar desde el lateral para desbordar cuando lo defendían sin
ayudas. El objetivo era transformarlo en la posición que se describiría como
“la triple amenaza”, en la que Jordan podía amagar con la penetración por
ambos lados y con efectuar el lanzamiento triple dependiendo de la respuesta
del defensor. Si lo realizaba en la cabeza de la zona, en un espacio tan abierto
que el rival no podía enviar a un segundo defensor, ese movimiento era
imparable. Jerry Krause había encontrado al jugador capaz de enfrentarse a
Jordan en los entrenamientos, un alero más conocido por su colaboración en
numerosas obras sociales que por su buen juego llamado Charlie Davis. No
era un prodigio físico ni técnico y a duras penas había conseguido mantenerse
en la NBA cobrando el mínimo, pero Davis era un profesional que sabía que
su trabajo era darlo todo en los entrenamientos para ayudar a Jordan.
El punto más bajo de la temporada se alcanzó justo antes de Navidades.
Los Bulls apenas lograban mantenerse en mitad de la tabla mientras Pistons y
Cavs competían por el mejor récord de la NBA, y Michael Jordan había
perdido la paciencia con Sellers, Cartwright y Grant. Se reunió con Krause
para pedirle el fichaje de algún refuerzo anotador, y éste le respondió que no
tenían espacio salarial; entonces Jordan sugirió el traspaso de Horace Grant
por Buck Williams, un jugador mucho más físico e intenso al que los Nets
habían puesto en el mercado, pero Krause también se negó. En medio de esa
tensión, el 17 de diciembre en Milwaukee los Bulls parecían encaminados a
una nueva derrota cuando Doug Collins fue expulsado en los primeros
minutos. Antes de abandonar el banquillo Collins dejó instrucciones
detalladas a Phil Jackson sobre qué jugadas concretas debía ejecutar, pero
Jackson decidió ignorarlas. Puso al equipo a presionar en defensa y dio
libertad en ataque, y los Bulls remontaron para ganar el partido cómodamente.
Mientras Doug Collins veía por televisión desde el vestuario cómo el equipo
Página 166
ganaba ignorando sus órdenes, la cámara enfocó a la zona de las gradas donde
se encontraba sentado Jerry Krause. Junto a él estaba su esposa, y con ellos se
encontraba June Jackson, la mujer de Phil. Al día siguiente, Collins acusó a
Phil Jackson de conspirar con Krause para sustituirlo, y aunque una reunión
de todos los implicados logró acordar una tregua, la relación entre ambos
quedó muy deteriorada.
Apenas una semana después, un palmeo de Kurt Rambis en el último
segundo certificó la derrota de los Bulls en Charlotte, uno de los equipos más
flojos de la liga al tratarse de una franquicia de nueva creación. Era el 23 de
diciembre, y normalmente al día siguiente se permitía que los jugadores
pudieran celebrar la Nochebuena con sus familias. Sin embargo, Collins
estaba tan enfadado por la derrota que programó una sesión de entrenamientos
para la mañana del 24. Al día siguiente el equipo estaba en el aeropuerto para
coger el avión de vuelta a Chicago, y Michael Jordan no apareció. No
contestaba al teléfono, y cuando el fisio fue a su casa Jordan le dijo que no
pensaba volar a Chicago, entrenar y volver a Charlotte donde vivía su familia
sólo porque el entrenador tuviera un berrinche. Doug Collins había perdido el
control de la situación, ya que si la estrella no se presentaba el escándalo le
costaría el puesto, mientras que si cedía sería imposible mantener la
disciplina. Collins consiguió resolver la situación pidiéndole a Jordan que
acudiera al aeropuerto con la promesa de que el entrenamiento sería
cancelado y no tendría que subir al avión. “Sólo estaré cinco minutos”, exigió
Jordan. Efectivamente, cuando apareció en el aeropuerto Doug Collins
anunció que considerando el carácter familiar de la fiesta, el entrenamiento
quedaba suspendido. El entrenador volvió a Chicago creyendo que su treta
había dado resultado, pero en realidad toda la plantilla supo lo que había
sucedido en cuanto se dieron cuenta de que Jordan se había presentado sin
calcetines a pesar de la crudeza del invierno en Illinois. Nunca había tenido la
menor intención de subirse a ese avión.
Entonces, con el vestuario dividido y el entrenador cuestionado, los Bulls
empezaron a ganar. Primero tres partidos, luego un racha de 9-2, y finalmente
19 victorias en 27 partidos. Fue como si el año nuevo hubiera producido un
cambio en varios jugadores que los hizo casi irreconocibles. Scottie Pippen
volvió a la titularidad plenamente recuperado, John Paxson empezó a anotar
mejor que nunca y en un traspaso llegó Craig Hodges, un escolta especialista
en tiro de tres que solventaba una de las carencias de la plantilla. Pero quizás
el mayor responsable de este cambio era Bill Cartwright, que por fin se había
enfrentado a Jordan para reclamar su lugar en el equipo. Los jugadores más
Página 167
jóvenes apreciaban su presencia silenciosa en el vestuario y su ayuda en los
entrenamientos, por lo que terminaron apodándolo “Teach” (profesor). Los
más veteranos descubrieron que detrás de su apariencia estoica se escondía un
luchador indomable con codos como punzones.
Desde sus primeras temporadas en la liga se había discutido si era casual
el extraño magnetismo que parecía atraer los codos de Cartwright hacia el
rostro de los rivales, como pudieron comprobar sucesivamente Greg Kite,
Fred Roberts y Robert Parish en enero de 1989. Cartwright no era un prodigio
de coordinación, pero se las arreglaba para tropezar siempre con los pómulos
de los rivales. El 31 de enero Isiah Thomas se encontró con un bloqueo de
Bill Cartwright y salió de él con una brecha en la ceja que necesitó seis puntos
de sutura. Isiah estaba convencido de que había sido deliberado, y el asistente
Brendan Malone tuvo que sujetarlo para evitar que volviera a la cancha a
enfrentarse con el rival. El 7 de abril volvieron a jugar, y en una jugada en la
que Isiah Thomas le robó el balón Bill Cartwright le encajó accidentalmente
un codazo en la cabeza. Isiah ya había tenido suficiente y lanzó una serie de
puñetazos a los que Cartwright respondió con fiereza. Mark Aguirre saltó
sobre el pívot de los Bulls y la tangana se hizo generalizada. A pesar de la
cascada de multas y suspensiones que la liga repartió entre los participantes
en la pelea, el mayor perjudicado fue Isiah Thomas, que se había roto un
hueso de la mano al golpear el rostro de Cartwright y corría el peligro de no
estar recuperado para playoffs. Michael Jordan había encontrado al jugador
capaz de infligir dolor a los Detroit Pistons.
Las victorias maquillaron las tensiones internas del equipo, pero no las
hicieron desaparecer. El Chicago Tribune, un importante periódico local,
informó del rumor de que algunos jugadores de la plantilla estaban
conspirando para provocar una crisis que desencadenara el despido del
entrenador, y esa noticia provocó el enfrenamiento de Doug Collins con el
periódico. Los periodistas apreciaban a un Collins que siempre estaba
dispuesto a atenderlos, pero en su estado de nervios no fue capaz de
controlarse. Decidió no volver a dirigir la palabra a Sam Smith, el
corresponsal del Tribune, y en respuesta éste no volvió a mencionar el
nombre de Collins en sus crónicas. La situación del equipo se estaba
volviendo ridícula por momentos, con un asistente apartado, el entrenador que
no se hablaba con el principal periódico de la ciudad y una plantilla dividida.
Algunos jugadores intentaron convencer a Michael Jordan de que interviniera
en el asunto, ya que una simple crítica suya terminaría de sentenciar a Collins.
Jordan se negó en redondo: aunque hubiera adoptado un papel de estrella muy
Página 168
alejado de sus días en North Carolina, el entrenador seguía siendo sagrado.
Además, Michael Jordan recordaba perfectamente que incluso un jugador tan
popular como “Magic” Johnson había necesitado años y campeonatos para
hacerse perdonar su rebelión contra un entrenador. Él no cometería ese error,
ni con Albeck ni con Collins.
Lo que sí hizo fue asumir el papel de líder del vestuario. El 9 de marzo
Michael Jordan celebró una reunión de dos horas con Doug Collins en la que
ambos expresaron sus quejas e intentaron alcanzar un acuerdo para
resolverlas. Jordan estaba descontento por la manera en la que el entrenador
intentaba reservarle durante los primeros cuartos ya que le costaba más coger
su ritmo, mientras que Collins necesitaba su apoyo para controlar el vestuario.
También fue en esa reunión en la que diseñaron el experimento que sería
conocido como “Jordan de base”. A pesar de que muchos entrenadores
anunciaron inmediatamente que era una alternativa obvia que debiera haber
sido explorada mucho antes, lo cierto es que el juego de Jordan como base y
como escolta no era radicalmente diferente. Al fin y al cabo ya había jugado
con un base más tirador que director como John Paxson, y en playoffs no era
extraño ver a los Bulls sacar de fondo directamente a Jordan. Aun así, la
apuesta por entregarle a Michael Jordan el balón en propiedad a tiempo
completo era lo suficientemente diferente como para cambiar el estilo de
juego. Jordan parecía encontrarse más cómodo con esa responsabilidad y
empezó a sumar asistencias con una facilidad pasmosa: 9 o más asistencias en
19 partidos seguidos, 11 triples-dobles en el último mes de competición, 34
puntos, 17 asistencias y 6 robos a los Blazers, 47 puntos 13 asistencias y 11
rebotes a los Pacers. Jordan había renunciado al concurso de mates, que ya le
había dado todo lo que podía sacar de él, Karl Malone había sido elegido
mejor jugador del All Star y repetir MVP de la NBA parecía fuera de su
alcance por la mala temporada del equipo. Pero esta cascada de triples-dobles,
hasta entonces patrimonio de “Magic” Johnson, le ofrecían una última
oportunidad de adelantar al base de los Lakers en la carrera por el título de
jugador más valioso de la temporada. Cada interrupción del juego, Jordan se
acercaba a la mesa de anotadores a consultar sus estadísticas, hasta que la
NBA se vio obligada a prohibirlo. (Michael Jordan terminó segundo en la
votación por el MVP, a poca distancia de “Magic”.)
Al principio el cambio de estilo de juego fue todo un éxito. Los Bulls
ganaron tres de los cuatro primeros partidos con Jordan de base, y el
rendimiento mejoró aún más cuando Doug Collins se sintió con la suficiente
confianza como para poner de titular a Craig Hodges, un escolta tirador, en
Página 169
lugar de Sam Vincent, un base al que había mantenido por si Jordan
necesitaba ayuda. Con Hodges anotando casi cuatro triples por partido los
Chicago Bulls ganaron ocho de sus nueve partidos, y parecían tener las 50
victorias al alcance de la mano. Pero Hodges se lesionó en el tobillo a finales
de marzo y se perdió las últimas semanas de liga. Una vez más, los Chicago
Bulls insistían en que el tobillo estaba bien, y presionaron a Craig Hodges
para que volviera a tiempo para los playoffs. En realidad, Hodges pasaría los
siguientes dos años con molestias sin poder ofrecer su mejor nivel y terminó
teniendo que pasar por el quirófano después de soportar durante meses que se
insinuara que todo era invención suya. De cualquier forma, en 1989 la lesión
de Craig Hodges reveló las limitaciones de la táctica de usar a Jordan como
base. Los Bulls aún pudieron mantener la inercia ganadora algunos partidos
más, pero en abril se desplomaron y apenas sumaron dos victorias por ocho
derrotas. El objetivo de las cincuenta victorias y el factor cancha favorable en
playoffs se desvaneció, y los Chicago Bulls parecían ir en caída libre.
En rumbo de colisión con los Cleveland Cavaliers, por segundo año
consecutivo. Los Cavs tampoco llegaban en su mejor momento, ya que
después de ser uno de los mejores equipos de la NBA durante casi toda la
temporada las lesiones de jugadores básicos como Mark Price, Brad
Daugherty y Larry Nance les habían hecho perder puestos y terminar con una
racha de cuatro derrotas en los últimos seis partidos. Claro que esas dos
victorias las habían logrado precisamente contra los Bulls, a quienes habían
vencido en sus seis enfrentamientos. Chicago había sufrido la humillación de
ser derrotado en casa en el último partido de la fase regular a pesar de que
Cleveland dio descanso a tres titulares, y se daba por hecho que apenas
podrían plantar cara a los Cavs. Incluso con varios jugadores claves tocados,
los analistas predecían que Cleveland barrería a Chicago por un contundente
3-0.
Los Bulls usaron esas predicciones para hacer piña, y Brad Sellers sugirió
que todo el equipo usara zapatillas negras como las que había llevado Jordan
en el All Star. Como era de esperar, Michael Jordan se sentía especialmente
motivado, y declaró a los periodistas que estaban decididos a eliminar a los
Cavaliers en sólo cuatro partidos. En privado, sin embargo, reconocía la
gravedad de la situación: “Si no jugamos mejor, nos barrerán”. La prensa ya
estaba acostumbrada a ese tipo de bravatas por parte de Jordan, pero tuvieron
que rendirse a la evidencia cuando los Bulls ganaron el primer partido en
Cleveland por 95-88. La sorpresa no fue la victoria, sino la manera de
producirse: Michael Jordan anotó 22 puntos en la primera parte, Horace Grant
Página 170
controló el rebote y los Bulls dominaron el partido de principio a fin. En la
segunda parte los Cavs intentaron remontar de la mano de Craig Ehlo y Larry
Nance, pero tres triples de Pippen devolvieron a Chicago una ventaja que ya
no perdieron. Con el partido sentenciado, Michael Jordan se detuvo delante de
la zona reservada a la prensa: “Barrida por el culo”. Los Cavs esperaban tener
mejor suerte en el segundo encuentro, ya que para entonces recuperarían a un
Mark Price que había estado ausente en el primero por una lesión de
abductores. Sin embargo, los Bulls volvieron a ponerse por delante en el
arranque, y sólo un partidazo de Ron Harper (31 puntos y 11 rebotes, y gran
defensa a Jordan) permitió a Cleveland salvar los muebles en la segunda
parte.
La serie viajó a Chicago con unas perspectivas muy diferentes a las que
tenía en un principio. Cleveland apenas había conseguido evitar un 0-2 en
casa que prácticamente los hubiera sentenciado y la baja por lesión de Craig
Ehlo obligaba a seguir usando a un Mark Price que apenas podía moverse.
Enfrente, los Bulls estaban dominando el rebote y en defensa la movilidad de
Pippen y Grant impedía que los Cavs aprovecharan su mayor estatura.
Michael Jordan volvió a lucirse en el tercer partido con 44 puntos, 10
asistencias, 7 rebotes y 5 robos; los Bulls llegaron a tener ventajas de más de
veinte puntos, pero Lenny Wilkens recurrió al triple poste con Daugherty,
Nance y Williams, y los Cavs remontaron hasta ponerse a sólo tres puntos a
falta de minuto y medio antes de que surgiera de nuevo Jordan para anotar
canasta más tiro adicional y asegurar la victoria. Los Bulls tenían la
oportunidad perfecta para hacer realidad la predicción de Jordan con el cuarto
partido en casa, mientras que Lenny Wilkens optaba por sacar de inicio el
triple poste para intentar compensar el rebote. La estrategia dio resultado, y
esta vez fueron los Cavs los que se pusieron por delante de la mano de un
Mark Price espectacular y un Larry Nance que aprovechaba su ventaja en
altura para anotar por encima de Pippen. Jordan no logró anotar su primera
canasta en juego hasta mediados del segundo cuarto, pero sumaba puntos
desde el tiro libre. El marcador se movió en ventajas mínimas durante todo el
partido, y se llegó al último minuto con empate a 97. Jordan dispuso de cuatro
tiros libres en ese último minuto, pero sólo logró anotar dos de ellos. Su fallo
a falta de nueve segundos con los Bulls dos puntos arriba permitió a Brad
Daugherty forzar la prórroga con dos tiros libres, y Cleveland derrotó a
Chicago en el tiempo extra a pesar de los 50 puntos de Michael Jordan. Bill
Cartwright perdió un balón decisivo a doce segundos del final de la prórroga,
pero por una vez Jordan no tuvo palabras de crítica. “No le hecho la culpa a
Página 171
Bill, ni a nadie. Nadie tiene la culpa más que yo”, declaró. “Puse en juego mi
credibilidad y no fui capaz de ganar el partido.” Estaba obsesionado con su
tiro libre fallado, un error en un jugador con más de un 85% de acierto
indicaba que no había podido superar la presión. Esa noche, con Howard
White, Jordan miraba sin ver la pantalla de un televisor sintonizado en un
canal muerto.
Michael Jordan volvió a Cleveland en busca de la redención en el quinto y
definitivo partido. Un caballo llamado “Sunday Silence” acababa de ganar el
Kentucky Derby, y Doug Collins intentó convencer a sus jugadores de que
ese domingo ellos podrían silenciar a los aficionados locales. Michael Jordan
no empezó el partido con el aspecto de quien va a hacer historia; visiblemente
alterado, su primera parte tuvo más sombras que luces entre fallos en el tiro,
balones perdidos y personales en ataque. El peor momento fue cuando estrelló
contra el aro un mate franco y tuvo que soportar las burlas de los
espectadores. “¡Agarra el balón!”, le gritó a Cartwright cuando éste no pudo
controlar un pase a los pies. Jordan parecía reacio a buscar la canasta y
prefería pasar el balón, en parte por decisión táctica y en parte por evitar que
le hicieran falta. Con los aficionados locales gritando “¡choke!”, sus cuatro
primeros tiros libres fueron cuatro tomatazos de los cuales entraron dos por
pura casualidad, y llegó a cambiar su mecánica durante el partido colocándose
muy por detrás de la línea. A pesar de ello, una buena primera parte de
Cartwright y Pippen les permitió llegar al descanso sólo dos puntos abajo.
Jordan salió en la segunda mitad decidido a tomar el control del juego. Anotó
siete puntos consecutivos y empezó a buscar la canasta jugada tras jugada,
pero enfrente tenía a un Mark Price dándole réplica a golpe de triple, bandeja
o asistencia. Fueron minutos en los que ningún otro jugador de los Bulls dio
señales de vida y los Cavs se pusieron ocho puntos arriba en el último cuarto.
Dos palmeos consecutivos de Horace Grant, que hasta entonces llevaba una
noche espeluznante, dieron aire a los Bulls y les permitieron volver a empatar.
Con Mark Price desfondado, el partido se convirtió en un duelo de escoltas
para llegar a veinte segundos del final con Cleveland por delante 97-98.
Esa noche el baloncesto fue cruel con Craig Ehlo. Pocos recuerdan que
anotó 15 puntos en el último cuarto, que estuvo pegado a Jordan como una
segunda piel o que saltó con él a luchar un rebote decisivo que los árbitros
concedieron a la estrella rival. A falta de seis segundos Michael Jordan
desbordó a Ehlo (con un toque de codo a la barbilla) y anotó en suspensión
por encima de una mano de Larry Nance que parecía estar rozando el techo
del pabellón. Tiempo muerto de Cleveland, la hora de la pizarra. “Fue la
Página 172
única vez en mi carrera que una jugada ensayada funcionó demasiado bien.”
La primera opción de la jugada era el propio Craig Ehlo, que sacaría sobre
Larry Nance y luego intentaría cortar hacia canasta. Wilkens había preparado
las alternativas dando por hecho que los Bulls defenderían una opción tan
evidente, pero cuando sacaron de banda Craig Hodges dejó de presionar y se
giró para seguir el balón. Ehlo cortó hacia el aro completamente solo, recibió
el pase de vuelta de Nance y anotó una bandeja casi sin oposición. Fue la
jugada perfecta, incluso demasiado perfecta. “Yo habría sido portada de
Sports Illustrated si hubiera conseguido pararle en la jugada siguiente”,
recordaba Ehlo, “pero cuando miré el marcador y vi que quedaban tres
segundos me dije, oh-oh. Sabíamos que era demasiado tiempo”.
Craig Hodges no pensaba lo mismo, y estaba furioso consigo mismo por
un error que podía costarles la eliminatoria. “No te preocupes”, le consoló
Jordan. “Voy a meterla.” Cuando le preguntaron por la jugada en la rueda de
prensa posterior, Doug Collins respondió entre risas que “esa jugada se llama
dadle el balón a Michael y los demás quitaos de enmedio”. En realidad,
Collins diseñó una jugada con dos opciones basadas en dobles bloqueos:
Cartwright bloquearía al defensor de Jordan y éste fintaría con hacer lo
mismo antes de abrirse, mientras en la línea de fondo Pippen y Hodges
intentarían bloquear a sus marcadores recíprocos. Si Brad Sellers no
encontraba hueco para pasársela a Jordan, las alternativas eran Pippen en el
lateral o Hodges en la esquina. Mientras, Lenny Wilkens decidió no presionar
el saque y enviar a ese jugador a hacer el dos contra uno sobre Jordan. Por
delante, Nance intentaría que no recibiera, mientras por detrás Ehlo puntearía
el posible tiro. “Sabíamos que iba a tirar Michael, así que decidimos hacerle
el dos contra uno desde el saque de lateral”, describió Ehlo. “Michael se
escapó de Larry con la primera finta y yo me quedé solo con MJ. Mientras
penetraba hacia el centro aún aguanté bien. Se frenó para tirar y yo levanté la
mano, estirándome, intentando llegar al balón. Incluso le hice rectificar el tiro.
Pero yo iba corriendo cuando salté, así que pasé de largo mientras él
permanecía en el aire; si hubiera saltado en parada la historia podría haber
sido distinta. Pareció que flotaba durante una eternidad y finalmente lanzó a
canasta.”
Nike y Gatorade produjeron posteriormente anuncios que representaban
artísticamente la manera en la que Michael Jordan gestionaba interiormente la
presión y se absolvía de posibles culpas: el resultado de la jugada no era
esencial, sino sólo un final parcialmente aleatorio de una cadena de acciones.
No se era mejor jugador por anotar esa canasta, cuya celebración no recogió
Página 173
en directo la televisión y de la que se arrepintió por el gesto revelador y pueril
contra los ruidosos aficionados de Cleveland. Lo importante había sucedido
antes del tiro. Serías profesional según las horas echadas ejercitando la
mecánica, y mejor jugador según tu capacidad de controlar el cuerpo y el
balón. Llegado el momento, sólo quedaba concentrarse en buscar una
posición equilibrada y una buena ejecución de la mecánica de tiro, y aceptar
lo que sucediera. Cuando el balón despegara de la yema de los dedos
terminarían todos los movimientos, las fintas, los cálculos, las opciones:
“Sólo hay dos posibilidades, que el balón entre o que el balón no entre”.
El mayor reconocimiento que el baloncesto puede otorgar a una acción es
darle un nombre. Los mates reciben apodos rimbombantes que reflejan su
espectacularidad como in your face disgrace o tomahawk, pero no es el caso
cuando se produce una jugada decisiva. Si realmente lo es, recibirá un nombre
vulgar como “el partido de Willis Reed” o “el triple de Herreros”, y si llega a
lo trascendente, si define un lugar y un momento, entonces su expresión será
totalmente desnuda, como “el pase” o “el robo”. Más sería menos, porque ese
apodo no está para describir la jugada sino para identificar a quienes hablan
de ella, como un apretón de manos masónico. Cleveland, 7 de mayo de 1989:
“El Tiro”.
La vida no es como las películas, y a las pocas horas de un final
memorable empieza un nuevo día. El nuevo día de los Bulls era la segunda
ronda de playoffs y los New York Knicks, un ácido reencuentro para Bill
Cartwright y Charles Oakley después de su traspaso. El entrenador Rick
Pitino había revitalizado al equipo de Nueva York con su estilo basado en el
tiro de tres y la presión a toda cancha, y llegaban de ganar 52 partidos en liga
y eliminar 3-0 a los Sixers de Charles Barkley. La eliminación de los Cavs
había despertado la ilusión de una posible presencia de los Knicks en la final
de la NBA: “Teníamos el factor cancha a favor contra Chicago, habíamos
demostrado poder ganarle a Detroit y Los Ángeles tenía lesionados. La suerte
nos sonreía,” razonaba el general manager Al Bianchi. Sin embargo, los
Knicks llegaban a la serie sumidos en una auténtica guerra civil entre Pitino y
Bianchi que dejaba chica a la de los Bulls. La última gota había sido el fichaje
de Kiki Vandeweghe, un alero anotador de indiscutible calidad, pero que no
encajaba en el juego de Pitino y que además tenía fama de ser un cáncer en el
vestuario. Su llegada había trastocado la delicada química de la plantilla y el
rendimiento del equipo se resintió, especialmente al sospechar que Rick
Pitino había aceptado en secreto la oferta de la Universidad de Kentucky.
Página 174
Como sucediera contra Cleveland, los Bulls abrieron la serie robando el
factor cancha con una victoria por 120-109 en el Madison Square Garden. Se
daba por hecho que el equipo de Chicago llegaría cansado después de su
durísima eliminatoria contra los Cavs, y fue precisamente en los últimos
minutos cuando jugaron su mejor baloncesto al frenar en seco a los Knicks en
defensa y forzar el empate a 103 con un parcial de 8-0. En la prórroga
Michael Jordan aplastó a unos desmoralizados Knicks y sumó su primer
triple-doble en playoffs con 34 puntos, 12 asistencias y 10 rebotes en la
victoria por 120-109. Oakley había estado horrible, Cartwright controló a
Ewing y los Bulls ganaron el rebote, pero Pitino sabía cuál era la clave para el
segundo encuentro: “Marcaje, marcaje y marcaje sobre Jordan desde el
principio al final del partido.” Ese marcaje dependía de Gerald Wilkins,
hermano menor de “Nique” y escolta titular de los Knicks, que en el segundo
partido se ganó el apodo de Jordan-stopper. Y es que, efectivamente, Wilkins
frenó en seco a Jordan, dejándolo en 15 puntos con 7 de 17 tiros en juego. La
conexión entre el base Mark Jackson y el pívot Pat Ewing funcionó a la
perfección, Vandeweghe anotó sus nueve lanzamientos a canasta y los Knicks
apalizaron a los Bulls por un contundente 114-97.
De vuelta a Chicago, Doug Collins le enseñó a Michael Jordan antes del
tercer partido el vídeo de una jugada del encuentro anterior: después de
robarle el balón, Mark Jackson había subido el balón sacando la lengua en un
evidente gesto de burla. No hacía falta decir nada más. “No sé que ha
pasado”, declaró Oakley. “Salimos a la cancha, intenté jugar duro y lo
siguiente que supe es que íbamos perdiendo de 20 puntos.” El partido se
rompió en el segundo cuarto en el que Jordan anotó 16 puntos y los Bulls
batieron el récord de la franquicia con 42 puntos con más del 70% de acierto
en el tiro. Los Knicks lo intentaron todo sin éxito, y ni siquiera una lesión de
abductores pudo frenar a un Jordan que terminó con 40 puntos, 15 rebotes, 9
asistencias y 6 balones robados, rompiendo una y otra vez la presión de los
Knicks y doblando en la defensa sobre Ewing. Sin embargo, Chicago había
pagado un precio muy alto, con un Jordan que tuvo que ser trasladado
inmediatamente a un hospital para empezar a tratar su lesión mediante
electroestimulación. Esta técnica era el último avance en el tratamiento de
lesiones musculares y tenía la ventaja de permitir que el jugador continuara su
recuperación en casa usando un equipo portátil.
Rick Pitino había tomado buena cuenta de la oportunidad que le ofrecía
esta lesión, y durante el tercer partido mantuvo en cancha a Ewing y Jackson
con el marcador ya decidido para impedir que Collins pudiera darle descanso
Página 175
a su jugador estrella. Un Jordan lesionado era un Jordan vulnerable, y con el
cuarto partido sólo 24 horas después Pitino decidió usar a la prensa para
forzarle hasta empeorar su estado. Michael Jordan estaba precisamente
conectado a la máquina de electroestimulación cuando contempló en
televisión cómo aparecía el entrenador de los Knicks afirmando que el
jugador estaba exagerando la gravedad de su lesión para aumentar la
expectación. Durante los tres primeros cuartos pareció que la estrategia de
Pitino había dado resultado: la movilidad de Michael Jordan era limitada y los
Knicks lograban llevar el partido igualado. Sin embargo, en el último cuarto
Gerald Wilkins tuvo que sentarse después de recibir un golpe de Jordan en la
ingle (accidental, en apariencia). Michael Jordan aprovechó su ausencia y se
fue a los 18 puntos en el último cuarto, incluyendo una secuencia en la que
anotó 16 puntos casi consecutivos, dio una asistencia a Pippen y robó un
balón a Mark Jackson. Al final, 47 puntos, 11 rebotes y 6 asistencias en la
victoria 106-93, mientras los Knicks protestaban por sus 28 tiros libres.
“Michael ganó medio partido y los árbitros le dieron el otro medio”, en
palabras de Wilkins.
El plan de usar a la prensa para provocar que la competitividad de
Michael Jordan se volviera en su contra había fracasado, y con la eliminatoria
3-1 cada partido era ya una final para los Knicks. Lo único que les quedaba
era volver a lo que habían sido las claves de su juego durante la temporada, y
con una gran defensa más un Pat Ewing que por fin pudo superar a Cartwright
en ataque los Knicks ganaron el quinto partido en casa. Los Bulls seguían por
delante, pero era necesario cerrar la serie en casa si no querían verse jugando
el séptimo en el Madison con Jordan tocado. El sexto partido fue bronco, con
ventajas mínimas que se neutralizaban rápidamente, sin decantarse hasta el
final. La situación empeoró para los Bulls en la última jugada del tercer
cuarto, cuando Scottie Pippen cortó por la línea de fondo y Kenny Walker lo
defendió haciendo un uso excesivo de los codos. Pippen se revolvió, y ambos
jugadores se enzarzaron en un intercambio de empujones y bofetadas en el
que la peor parte se la llevó el árbitro Darrell Garretson cuando intentó
separarlos. Y aún pudo ser peor si Johnny Bach no hubiera sujetado a Doug
Collins cuando intentó encararse con Garretson por expulsar a los dos
jugadores: Walker era un secundario cuya aportación había sido mínima,
mientras que Pippen llevaba 19 puntos con cuatro triples. Michael Jordan
pasó a ocupar la posición de tres, y en el último cuarto tuvo que defender a
Mark Jackson y mantener a los Bulls en ataque hasta sentenciar con ocho tiros
libres en el último minuto y medio. Con cuatro puntos de ventaja a falta de
Página 176
nueve segundos el partido parecía decidido, pero Craig Hodges volvió a
cometer otro grave error defensivo e hizo falta sobre Trent Tucker mientras
éste anotaba un triple, concediéndole un tiro libre adicional para empatar. A
pesar de que todos sabían que los Knicks necesitaban un tiro de tres y que
Tucker era el especialista del equipo, Hodges se distrajo cuando el balón fue a
Ewing en el poste alto y no siguió a su defendido. Tucker recibió el balón y la
pantalla de Ewing, y Hodges cometió la falta intentando rodear el bloqueo.
Los Bulls protestaron la falta, afirmando que no había llegado a tocarle y que
además Ewing le había empujado, pero no sirvió de nada. Michael Jordan
tenía seis segundos para salvar a los Bulls una vez más. Afortunadamente,
Mark Jackson no era Craig Ehlo y Jordan pudo superarlo con facilidad para
recibir la personal de Johnny Newman en la zona. Anotó los dos tiros libres
para poner el 113-111, y Newman no consiguió darle réplica al fallar un triple
solo en el último segundo.
“Jordan dinamita los playoffs”, anunciaba la portada de la revista
Gigantes. Michael Jordan se había colado en la final de conferencia sin ser
invitado, convirtiéndose en protagonista cuando se suponía que la historia de
la temporada era el duelo entre Lakers y Pistons, que marchaban imbatidos
camino de revalidar la final del año anterior. En vez de eso, la atención de los
aficionados se dirigía hacia unos Bulls aún demasiado jóvenes, que habían
ganado de manera dramática dos eliminatorias que deberían haber perdido. En
el plazo de un par de semanas, Jordan había enterrado a dos equipos que
supuestamente iban en ascenso pero que no sobrevivieron a los playoffs de
1989. Los Cavs nunca llegaron a superar The Shot ni el hecho de ser
eliminados por Chicago tres veces seguidas, y la breve resurrección de los
Knicks se marchitó pocos días después de su derrota cuando Pitino anunció su
marcha a Kentucky. Reflexionando sobre el MVP que había recibido días
antes, “Magic” declaró: “Si se repitiera la votación hoy, me ganaría por 100-
0. Hay dos niveles, primero está Michael y luego estamos todos los demás”.
Existía una fascinación perversa por comprobar hasta dónde iba a llegar, por
volver a escuchar que no tenían posibilidades porque estaban agotados, los
Pistons les habían ganado todos los enfrentamientos de la temporada y tenían
el factor cancha a favor. ¿No era eso mismo lo que dijeron Cavs y Knicks?
“Por lógica, no tenemos ninguna oportunidad de derrotar a los Pistons”,
reconocía Collins. “Pero mientras esté Michael Jordan en la cancha, cualquier
cosa puede suceder.”
“¿Sabes una cosa? Vamos a ganar. Me apuesto lo que quieras. El primer
partido es el más fácil de robar, porque no saben qué esperar.” En el vestuario
Página 177
del Palace de Auburn Hills esa mezcla de cálculo y arrogancia fue como una
gota de agua fría que bajara por la espalda de los jugadores de Chicago.
Dentro de pocos minutos tendrían que salir a jugar contra el mejor equipo de
la liga, en un pabellón en el que llevaban casi cuatro meses sin perder. No
sólo es que Jordan esperara que ganaran, sino que además sabía que sus
palabras servirían de acicate a los Pistons, así que no dejaba más opción a los
Bulls que salir a morder. Además del factor anímico, Doug Collins había
preparado algunos cambios de asignación que esperaba que sorprendieran a
los Pistons, con Pippen defendiendo el tiro exterior de Laimbeer, Grant al
poste con Aguirre y Jordan marcando a Isiah. El éxito fue completo y Detroit
se encontró fuera del partido apenas empezar con un 14-4 en contra. La
tripleta exterior de los Pistons (Thomas, Dumars y Vinnie Johnson) no
consiguió anotar ni un punto, mientras Jordan sumaba 14 en el cuarto. Por
dentro, un sorprendente Dave Corzine anotaba 10 puntos casi consecutivos
durante un parcial de 25 a 2, y a mitad del segundo cuarto los Bulls doblaban
a los Pistons en el marcador 46-22. Un desastre absoluto. Pero después del
descanso Chicago empezó a acusar el cansancio, y los locales empezaron a
remontar con uñas y dientes. Dumars y Rodman apretaron en defensa sobre
Jordan, y Mahorn y Laimbeer pasaron a dominar el rebote de ataque y a
sumar canastas desde debajo del aro. En sólo un cuarto recuperaron el terreno
perdido y al comienzo del último ambos equipos estaban igualados. Detroit
llegó al último minuto con posesión y una desventaja mínima de tres puntos,
pero no logró sumar más. Rick Mahorn, que inesperadamente había liderado a
su equipo con 17 puntos, falló dos tiros libres y en el siguiente ataque cometió
falta en un bloqueo. Jordan sentenció el 94-88 final desde la línea de
personales y los lanzamientos a la desesperada de los Pistons no tuvieron
fruto. Por tercera vez consecutiva, Michael Jordan había llevado a los Bulls a
robar el factor cancha en el primer partido.
La euforia se desató en el vestuario visitante. Mientras los Pistons
lanzaban triples a la desesperada en los últimos segundos, Jack Haley
(bromista oficial de la plantilla[18]) gritaba: “Hodges, recuerda no hacer falta”.
“Si ganamos el primer partido, ganaremos la serie”, había dicho Jordan,
aunque Collins era más cauto: “¿Hemos ganado la serie? No, pero nos da la
vida”. Pocos días antes, Rick Pitino había abierto la caja de pandora al sugerir
en serio que Jordan podría ser el mejor jugador de la historia. Muchos
consideraron que no era más que un reconocimiento al jugador que había
dominado su eliminatoria, pero tras este partido era inevitable plantearse si
Pitino se había limitado a verbalizar una idea que empezaba a generalizarse.
Página 178
En el otro lado, un avergonzado Rick Mahorn se escondía en el vestuario y
decía que no iba a salir en una semana, mientras Isiah Thomas repasaba su 3
de 18 en tiros, incluyendo un triple para terminar el tercer cuarto que no tocó
ni aro. En el entrenamiento del día siguiente, Dennis Rodman embarcó el
balón de una patada y fue necesario darle un toque de atención. Chuck Daly
estaba furioso, ya que después de pasarse una semana advirtiendo sobre el
exceso de confianza y el peligro de los lanzamientos exteriores de los Bulls
había visto cómo su equipo era derrotado por el exceso de confianza, ayudado
por cuatro triples de Craig Hodges. Los Pistons habían demostrado poder
frenar a un Jordan que acertó solamente 10 de sus 29 lanzamientos, pero si
permitían que volviera a hacer circular el balón para que anotaran jugadores
como Corzine o Hodges la empresa se hacía mucho más difícil. Y no podrían
remontar si también perdían el segundo en casa.
Fue un clásico partido de playoffs, más emocionante que bien jugado y
repleto de contactos, faltas, protestas y técnicas. Esta vez, Horace Grant tomó
el control del rebote e impidió que los Pistons anotaran tantas segundas
opciones, mientras Jordan y Pippen sumaban puntos para Chicago. La tripleta
exterior de Detroit seguía sin afinar la puntería, así que se dedicaron a
penetrar para forzar faltas y tiros libres. La jugada decisiva fue un
contraataque visitante a finales del tercer cuarto, cuando Bill Laimbeer frenó
a Scottie Pippen devolviéndolo al parqué con fuerza. Pippen y Laimbeer
llevaban todo el partido intercambiando codazos y empujones, así que no fue
sorprendente que intentaran llegar a las manos antes de que los separaran los
árbitros. En la jugada siguiente, un visiblemente alterado Laimbeer atravesó
un bloqueo de John Paxson mediante un codazo en pleno rostro, y fue
expulsado. Sin embargo, Pippen también tuvo que abandonar el partido
definitivamente: había posado mal el pie cuando Laimbeer le empujó, y eso le
produjo una lesión en el empeine de la que ya no se recuperaría del todo en lo
que quedaba de serie.
Jordan mantuvo la igualada en el marcador hasta mediados del último
cuarto, pero una inoportuna gripe se había sumado al cansancio de tantos
minutos de juego y en la recta final le faltaron las fuerzas. Con Pippen
lesionado y Jordan sin fuelle, fue Isiah Thomas el que tomó el mando del
partido y empezó a penetrar la defensa de Chicago una y otra vez, hasta
terminar con 33 puntos y llevar a su equipo a la victoria por 91-100. A pesar
de ello, al volver al vestuario Isiah Thomas pidió a los entrenadores que los
dejaran solos para una reunión de jugadores inmediata. “Les dije que no era
bueno para un equipo de baloncesto que un solo jugador tuviera que anotar
Página 179
tantos puntos como había hecho yo”, dijo Thomas. Se quejó de la falta de
bloqueos que impedía anotar con fluidez a los exteriores y remarcó la
importancia de una buena circulación de balón.
Con Pippen lesionado y Grant con la gripe, los Bulls tuvieron que recurrir
a Charlie Davis. A base de trabajo, Davis había adelantado a Brad Sellers en
la rotación, y en el primer cuarto del tercer partido anotó seis valiosísimos
puntos casi consecutivos. Sin embargo, los Pistons controlaban el rebote, y
con un Mark Aguirre justificando su polémico fichaje (18 puntos en la
primera parte) empezaron a marcar distancias en el marcador. Michael Jordan
intentaba multiplicarse, supliendo la anotación de los aleros y defendiendo a
Isiah Thomas, pero sólo lograba mantener a su equipo a unos diez puntos de
distancia de los Pistons. A mediados del último cuarto Detroit tenía 14 puntos
de ventaja y el partido parecía sentenciado. En el tiempo muerto, Collins
exhortaba a sus jugadores a no bajar los brazos y seguir luchando, y ésa era la
intención de Michael Jordan. Empezó a anotar canastas y tiros libres mientras
borraba a Isiah Thomas en defensa, y la ventaja de los Pistons empezó a
menguar hasta quedar en sólo dos puntos después de un canastón de Jordan
superando a Isiah, Dumars y Salley. Fue una lástima que ese último minuto
quedara emborronado por unas dudosas decisiones arbitrales, primero una
falta de Rodman en el rebote y luego una rigurosa personal de Laimbeer en un
bloqueo, que permitieron que Horace Grant empatara mediante dos tiros
libres y concedieron un último balón a los Bulls a falta de nueve segundos.
Pero nada pudo deslucir la actuación de Michael Jordan, que en el último
ataque de su equipo superó a Rodman y cuando Isiah vino a la ayuda se elevó
muy por encima para anotar a tablero la canasta de la victoria. La última
jugada de los Pistons no funcionó, y sólo quedó el recurso al pataleo: “Fue un
bloqueo como otros mil bloqueos que he hecho”, protestaba Laimbeer. “El
bien siempre derrota al mal”, contestaba Jordan.
Con los Chicago Bulls en ventaja 2-1 llegaron las alabanzas de la prensa.
Collins era el genio que había tenido la idea de usar a Jordan de base y Krause
el ejecutivo que había traído a los jugadores que lo apoyaban; mientras, Isiah
Thomas había traído a su amigo Mark Aguirre a cambio de Adrian Dantley y
ahora se veía entre la espada y la pared. Detroit reaccionó empatando la
eliminatoria en Chicago al ganar 80-86, en un partido que como indica el
marcador final se vio presidido por las defensas y el escaso acierto anotador.
Con tantos fallos en el tiro, la mayor profundidad de banquillo de los Pistons
y sus rotaciones interiores terminaron inclinando la balanza: Rodman y Salley
dominaron el rebote ofensivo, y el pívot James Edwards salió en los últimos
Página 180
minutos para anotar al poste las canastas decisivas. Los Bulls aguantaron
hasta el final gracias a la aportación de todos sus titulares, pero se resentían
demasiado cuando tenían que recurrir a los suplentes. Doug Collins llegó
incluso a sacar a Jack Haley, un claro signo de desesperación que llevó al
comentarista Dick Stockton a exclamar: “Collins ya no sabe de dónde sacar
más jugadores. ¡Podríamos terminar viendo incluso a Will Perdue!”. En un
partido de anotación tan baja las ventajas eran necesariamente cortas, y Chuck
Daly temía que en cualquier momento Jordan tuviera uno de sus “chutes de
adrenalina” y lo arruinara todo. Pero ni siquiera él podía conseguirlo cada
partido con Dumars y Rodman colgados de los brazos, y la serie volvió a
Detroit 2-2.
A partir de ahí, el aspecto deportivo quedó supeditado a la situación
interna del vestuario de Chicago. En la cancha los Pistons ganaron los dos
partidos siguientes y eliminaron a los Bulls por un global de 4-2; como en los
encuentros anteriores, las defensas se impusieron a los ataques y las
diferencias en el marcador fueron mínimas hasta que la mayor profundidad de
banquillo de Detroit terminaba por imponerse en los minutos finales. En los
Bulls, Horace Grant aportó entre poco y nada, y en el primer ataque del sexto
partido Bill Laimbeer mandó a Scottie Pippen al hospital con una conmoción
cerebral después de un codazo “accidental”. Sin embargo, todo quedaba
supeditado a lo ocurrido en el quinto encuentro, en el que Michael Jordan
efectuó solamente 8 tiros a canasta en todo el partido, prefiriendo ceder el
balón a sus compañeros jugada tras jugada. Doug Collins estalló en la rueda
de prensa: “¿El señuelo mejor pagado de la NBA? ¿Cómo podéis hacerme
una pregunta tan grosera? ¿Qué queréis que haga, tirar con tres defensores
encima? Sois increíbles. Cuando anota 46 puntos es un egoísta, pero cuando
sólo tira 8 veces es el señuelo mejor pagado de la NBA”. Collins tenía
motivos para estar nervioso, porque sospechaba que ese partido había sido su
sentencia como entrenador de los Bulls. Aunque Jordan declaró que no había
tirado más por causa de la defensa de Detroit y volvió a anotar 32 puntos en el
sexto partido, las causas reales de su comportamiento no estaban claras.
Collins afirmaba que le había pedido que anotara más en lugar de buscar tanto
a sus compañeros, pero se rumoreaba que el jugador contaba otra historia.
Según esos rumores, Michael Jordan opinaba que jugar de base repercutía en
su anotación, y que se le exigía un sobreesfuerzo al empezar los partidos
buscando a Cartwright al poste y luego en el último cuarto subir el ritmo y
anotar en 1x1. Tenía que adaptar su juego y derrochar energía para compensar
las carencias de unos compañeros que aportaban de manera irregular o
Página 181
desaparecían de la pista en el momento decisivo de la temporada. De ser eso
cierto, Jordan habría decidido darle una lección a Collins y enviar un mensaje
al resto de la plantilla, haciéndoles sentir cómo sería jugar sin que él metiera
40 puntos.
El 6 de junio de 1989 Jerry Krause convocó a Doug Collins a una reunión
con Jerry Reinsdorf. El entrenador acudió con su agente, convencido de que
el tema iba a ser la renovación de su contrato, y en lugar de eso se encontró
con el anuncio de que iba a ser despedido por “continuas diferencias de
filosofía”. Aunque el despido de Collins no cogió de sorpresa a los periodistas
que seguían de cerca el día a día del equipo, la decisión de los Bulls desató
una tormenta de críticas a lo largo y ancho de la NBA. Muchos entrenadores
resaltaron que Collins había sido cesado a pesar de mejorar los resultados del
equipo cada año, mientras la prensa local se llenaba de cartas de aficionados
furiosos que afirmaban que con ese gesto la franquicia había tirado por la
borda la posibilidad de ganar un campeonato en el futuro. El detalle más
curioso se produjo cuando Horace Grant señaló que en los Bulls no se hacía
nada sin contar con Jordan, insinuando su participación en la salida de
Collins. Todos los implicados lo negaron inmediatamente, pero fue la primera
de una serie de declaraciones públicas sobre Jordan que Grant iría haciendo
durante los años siguientes. Existía un acuerdo de confidencialidad que
impedía a ambas partes hacer declaraciones sobre los motivos del cese, pero
se rumoreaba que su exceso de rigor había terminado por alienar a los
jugadores, y según el agente de Collins sus desencuentros con Krause habían
sido constantes desde poco después de su contratación inicial. El principal
enfrentamiento se había producido el verano de 1987, cuando Ricky Pierce se
negó a entrenar con los Bucks exigiendo una mejora de su contrato y el
equipo lo puso a la venta. Doug Collins insistió en que se realizara el traspaso
de Pierce por Brad Sellers, pero Jerry Krause se opuso alegando que no quería
traer al equipo a un jugador problemático. Collins sospechó que el motivo real
era no admitir el fracaso de su apuesta por Sellers, y acudió a Jerry Reinsdorf
para que le ordenara a Krause que aceptara el intercambio. Fue un grave error
de cálculo, ya que Reinsdorf se negó a desautorizar a su subordinado y
Krause no olvidó la puñalada trapera.
Jerry Krause siempre sostuvo que el único motivo para el despido era el
convencimiento de que ese equipo había tocado techo y que hacía falta un
enfoque distinto para dar el salto al anillo. Además, a principios de esa
temporada había recibido un breve informe de Tex Winter que anunciaba su
dimisión: “Éste será mi último año aquí, Jerry. No estoy aportando nada y
Página 182
tengo la sensación de que me han dejado de lado”. Cuando se anunció el
cambio de entrenador, Winter no pudo menos que sentir un cierto
remordimiento por haber contribuido involuntariamente. Aunque su salida fue
amarga, Collins dejó un buen recuerdo de su paso por la franquicia. Años
después, cada vez que los Bulls ganaron el campeonato Jerry Reinsdorf le
hizo llegar uno de los relojes conmemorativos que se entregaban a los
miembros de la franquicia, para que Doug Collins supiera que no habían
olvidado que a él se le debía parte del triunfo. Y no era el único: en casa de
Collins aún está colgado el regalo que le hizo Michael Jordan después de su
cese, una camiseta firmada con la dedicatoria “Entrenador, gracias por todo lo
que me has enseñado”.
Página 183
Chicago, 1989
Mr. McClosky, ¿Cuándo lograremos derrotar a los Pistons?
Doug Collins tenía motivos para sentirse traicionado por Phil Jackson. Lo
había contratado sabiendo que era una apuesta de Krause y había alabado su
trabajo públicamente incluso después del partido en Milwaukee. También
había intercedido en su favor cuando la franquicia se negó a que Jackson
aceptara ofertas de otros equipos, aunque en ese caso existía un interés
personal por librarse de un competidor y fue la oferta de los Knicks la que
precipitó los acontecimientos, ya que Jerry Krause se arriesgaba a perder a
Phil Jackson. Aunque ambos han declarado que en el momento de despedir a
Doug Collins aún no se había tomado una decisión, durante la temporada
anterior Krause le insistió a Jackson en que siguiera viajando con el equipo en
lugar de distanciarse para reducir la tensión con Collins.
Phil Jackson llegaba al cargo con la ventaja de ser bien conocido por los
jugadores y de disfrutar de una relación estrecha con los más jóvenes después
de trabajar con ellos. Además, Collins dejaba en herencia un equipo con una
buena estructura defensiva que sólo necesitaba mejorar su juego de ataque.
Ahí entraban Tex Winter y su triángulo ofensivo, que era para lo que lo había
elegido Jerry Krause (Winter bromearía diciendo que, para ser un entrenador
especializado en defensa, Jackson se pasaba todo el tiempo trasteando con el
ataque). También era necesario mejorar el ambiente del vestuario, y Jackson
era consciente de que sus dos antecesores en el cargo habían terminado siendo
devorados por las tensiones que provocaba la presencia de Michael Jordan.
Para ello necesitaba jugadores. Los Pistons habían derrotado a los Bulls
en una guerra de desgaste por su mejor banquillo, y Jerry Krause estaba
decidido a remediarlo en el draft. En 1987 las elecciones de Grant y Pippen
habían completado el quinteto titular de los Bulls, y en 1989 era el momento
de conseguir una rotación. Chicago disponía de dos elecciones de primera
ronda y consiguieron una tercera enviando al decepcionante Brad Sellers a
Seattle, así que tenían la posibilidad de conseguir un base, un alero y un pívot.
Johnny Bach había sido tajante respecto a las posibilidades de Will Perdue:
Página 184
“Si Cartwright sigue jugando hasta cumplir los 50, Perdue seguirá siendo su
suplente”. Bill Cartwright tenía problemas de rodillas y Dave Corzine había
sido traspasado (Krause lamentó que tras pasar toda la etapa de vacas flacas,
el veterano pívot no llegara a disfrutar de los triunfos), dejando la rotación
interior en cuadro. Eso suponía gastar en un pívot la elección más alta, ya que
la estatura cotiza mucho en el draft, y el principal candidato era Stacey King.
King era un pívot anotador que había llevado a la Universidad de Oklahoma a
la final de la NCAA en 1988 y en los torneos previos al draft había dado una
imagen de superioridad aplastante; era la típica elección obvia con total
seguridad de aceptar. Sin embargo, Jerry Krause había oído rumores de una
posibilidad intrigante, relacionada con un país europeo llamado Yugoslavia
donde se decía que habían aparecido unos pívots con mucho futuro llamados
Divac y Radja. Phil Jackson parecía interesado en Vlade Divac, el más
prometedor de los dos, pero Jerry Krause tenía muchas dudas. Los anteriores
experimentos con jugadores formados en Europa (Glouchkov en Phoenix y
Martín en Portland) habían resultado un fracaso, mientras que el fichaje de
Sabonis llevaba años empantanado en toneladas de burocracia sin que se
vislumbrara un final positivo. Decidió que no valía la pena hacer el viaje para
verlo en persona, sino que consiguió los informes elaborados por otras
franquicias que seguían más de cerca el mercado europeo. Dichos informes
no eran positivos, así que decidió que irían a por Divac en segunda ronda si
aún estaba disponible. Los elegidos en primera ronda fueron el pívot Stacey
King, el base BJ Armstrong y el ala-pívot Jeff Sanders. Pocos meses después,
con Divac convertido en el sustituto de Abdul-Jabbar en Lakers, Jerry Krause
admitió públicamente su error y decidió en privado no volver a confiar jamás
en informes de otros.
Cuando los Bulls descartaron el fichaje de Rick Mahorn debido a sus
problemas de espalda, Michael Jordan decidió que estaba harto de rookies.
Necesitaba ayuda para enfrentarse a los Pistons y sólo le traían a novatos que
se asustaban en los momentos decisivos. Jordan dejó clara su opinión en
pretemporada, cuando el joven Matt Brust le colocó un taponazo en un
entrenamiento que lo dejó sentado de culo. Matt era un alero hermano de
Chris Brust, compañero de Jordan en North Carolina, con un físico de jugador
de fútbol americano que intentaba ganarse un contrato a base de lucha. En la
siguiente jugada Jordan volvió a penetrar y, cuando Brust vino al tapón, se
cambió el balón de mano, encestó el mate con la izquierda y con la derecha le
metió un codazo en la cabeza que lo dejó tumbado con una conmoción
Página 185
cerebral. Era la jugada que Laimbeer le había hecho a Pippen en playoffs y
Michael Jordan no quería que nadie olvidara a lo que se iban a enfrentar.
“Entre 1986 y 1988 me hice un hombre”, escribió Jordan. En 1989
Michael Jordan estaba teniendo que aceptar una serie de cambios en su vida,
no todos agradables y ninguno fácil. El más evidente fue su matrimonio con
Juanita Vanoy el 2 de septiembre de 1989, después de una tumultuosa
relación de cinco años. Ambos se habían conocido en 1984 en un restaurante
y empezaron a salir seis meses después. A pesar de los rumores posteriores
que la presentaban como una cazafortunas que había estado relacionada con
Reggie Theus, la anterior estrella de los Bulls, Juanita era una mujer
independiente y de carácter, con una vida propia. Mantuvieron la clásica
relación de “fijos discontinuos” que suelen llevar las estrellas de la NBA
hasta que ella se quedó embarazada y Michael le pidió que se casaran en la
Nochevieja de 1987. Sin embargo, el compromiso se rompió cuando la prensa
filtró que Jordan había estado acompañado durante uno de sus viajes, y no por
Juanita precisamente, lo cual hizo que ésta cancelara la boda y el pequeño
Jeffrey naciera cuando aún no estaban casados. Después de varias
cancelaciones, finalmente la boda se llevó a cabo durante un fin de semana
que pasaron en Las Vegas. Fue una ceremonia apresurada celebrada a las 3:30
de la madrugada en una de esas capillitas típicas de las comedias americanas,
con el novio en vaqueros y sin la presencia de las familias respectivas. Jordan
quiso presentarlo más adelante como una consecuencia de su extraño ritmo de
vida y de su naturaleza impulsiva, pero cabe preguntarse qué pensaría su
nueva esposa de semejante ceremonia.
El primer enfado de Michael Jordan con la prensa vino precisamente
provocado por la publicación de detalles de su vida personal, tales como el
nacimiento de su primer hijo o su compromiso con Juanita. El tratamiento de
esos aspectos íntimos fue respetuoso y discreto, pero el jugador no se
encontraba en disposición de apreciarlo después de un proceso de deterioro de
su relación con el entorno. Cuando llegó a la liga Jordan destacaba por su
gran accesibilidad debido a que Dean Smith enseñaba a sus jugadores a no
considerarse estrellas “mediáticas”. Tardó meses en descubrir que era el único
de la plantilla que contestaba a todas las llamadas y entrevistas, e incluso
cuando aceptó que la oficina de prensa de los Bulls sirviera de filtro seguía
dedicándole mucho más tiempo que otros jugadores. Los corresponsales que
seguían al equipo formaban parte de su círculo de conocidos y pasaban horas
jugando a las cartas en los aviones o eran invitados a su casa para una partida
al billar o al ping-pong. Dedicaba un rato a firmar autógrafos a la entrada y
Página 186
salida del pabellón, y prestaba especial atención a los niños y a los
minusválidos. Aunque esas actividades tenían su parte de promoción,
respondían también a sentimientos reales. Cada vez que firmaba un autógrafo
o posaba para una foto no podía evitar pensar que cada uno de esos niños
tenía un padre dispuesto a hacer cola durante horas, y eso merecía una
recompensa.
Sin embargo, su popularidad había ido creciendo hasta hacerle perder el
control de la situación. Se había vuelto imposible atender a la prensa de
manera razonable, y varias apariciones públicas, como firmas de autógrafos,
estuvieron a punto de terminar en tragedia por la avalancha de aficionados y
la policía tuvo que rescatarle de un centro comercial cuando intentó acudir
disimuladamente a comprar unos regalos. Cuando aparecieron noticias de
varios asesinatos motivados por el robo de sus zapatillas y prendas deportivas,
Jordan quedó paralizado sin ser capaz de decidir si tenía parte de culpa y qué
podía hacer para remediarlo. Incluso su colaboración con la organización
benéfica Make A Wish Foundation, destinada a hacer realidad el mayor deseo
de niños con enfermedades terminales, se terminó convirtiendo en un desfile
de niños enfermos de cáncer por el vestuario de los Bulls. Jordan se negaba a
reducir su participación, pero no podía evitar que le afectara. “¿Cómo pueden
pretender que después de algo así salga a jugar como si nada?” Para
protegerse, Jordan había ido creando a su alrededor una burbuja formada por
familiares y amigos íntimos, que le acompañaban en todo momento. En el
vestuario, el avión o el hotel se encontraban siempre dos o tres de sus íntimos,
principalmente su padre, Howard White, George Koestler, Adolph Shiver o
Fred Whitfield. “Una cancha de baloncesto durante un partido es para mí el
lugar más pacífico que puedo imaginar. Realmente es donde siento menos
presión. En la pista, no me preocupa nada. Cuando estoy ahí, nadie puede
molestarme. Es una de las partes más privadas de mi vida”, le explicó a
Greene. “Es el único lugar en el que hay normas que prohíben que me hablen
o me interrumpan mientras juego. Para mí, jugar a baloncesto organizado es
como meditar.”
Phil Jackson decidió utilizar ese progresivo alejamiento de Michael
Jordan para involucrarlo en los cambios que pretendía introducir en el equipo
y su juego. Jackson era consciente de que no podría aplicar una estrategia tan
diferente como el famoso triángulo sin su apoyo, y también que el
infantilismo que rige las relaciones dentro del mundo del deporte profesional
había sido el mayor obstáculo para la armonía del vestuario de los Bulls. Phil
Jackson intentó desde el primer momento establecer una relación adulta con
Página 187
todos los jugadores y especialmente con Michael Jordan. Uno de los errores
más habituales en quienes trataban con él era pedirle favores, como alguna de
las entradas gratuitas que recibía. Desde que los Bulls empezaron a llenar
sistemáticamente el Chicago Stadium, la franquicia impuso un límite estricto
al número de entradas que podía recibir cualquiera de sus miembros, y al
tiempo de antelación con el que se debían solicitar. Se decía que incluso se le
negarían al propietario de la franquicia si pidiera más de las que le
correspondían. Excepto a Michael Jordan, que según los rumores podía
conseguir en cualquier momento tantas como deseara. Jordan obtenía un
perverso placer al ordenar su taco de entradas en el vestuario a plena vista de
sus compañeros, mientras le suplicaban que les diera alguna. Phil Jackson y
sus asistentes decidieron que jamás le pedirían un favor de ese tipo, ya que era
imposible mantener la autoridad sobre un jugador al que andas mendigando.
Lo más delicado era transformar al equipo de Jordan & the Jordannaires
en un bloque, y la única manera en la que Jordan aceptaría un estilo de juego
que dependía de un alto grado de confianza en sus compañeros era cambiando
la naturaleza de su relación. El equipo debía ser un círculo íntimo en el que
Michael Jordan encontrara refugio de la misma forma que lo encontraba en su
familia y sus amigos. Ello exigía una serie de medidas muy arriesgadas que
Phil Jackson hubo de ir tomando poco a poco, coordinadas con los cambios
en el juego de los Bulls. El nuevo entrenador definió una serie de momentos
que pertenecerían en exclusiva al equipo, definido como los doce jugadores
más los tres entrenadores: los entrenamientos se harían a puerta cerrada o
bloqueando la visión mediante paneles o cortinas, incumpliendo las propias
normas de la NBA si hacía falta, y Jordan prescindiría de su guardia
pretoriana durante los viajes. Podrían esperarle en el hotel, pero en el avión su
burbuja la formarían sus compañeros de equipo. Aún más sutiles fueron los
efectos de otra gran decisión de Jackson, como fue abolir la anotación de los
partidillos de entrenamiento. Era consciente de que el mayor enfrentamiento
entre Jordan y Collins vino precisamente por ese tema, pero en su opinión
Michael Jordan se definía a sí mismo por su anotación y era necesario
cambiar ese concepto para que aceptara compartirla.
Al mismo tiempo, Phil Jackson era consciente de que los reparos que
sentía su estrella tenían cierta base. Jordan creía que los miembros más
jóvenes de la plantilla poseían un talento indiscutible, pero les faltaba la
actitud competitiva correspondiente. Ver a Pippen o Grant bromear y reír el
día siguiente a una derrota le enfurecía, y no comprendía por qué no les dolía
como a él. Los veteranos sí estaban centrados en la victoria, pero bien por
Página 188
problemas físicos o limitaciones técnicas no podían aportar lo que desearían.
Phil Jackson quería convencerle de que aplicar un juego ofensivo más
diversificado durante los tres primeros cuartos le descansaría para explotar en
el último, pero era necesario que los demás jugadores asumieran su parte de
responsabilidad; en caso contrario se estaría repitiendo el error de Collins al
colocar a Jordan de base, que para éste significaba que durante tres cuartos
debía cargar con sus compañeros y luego en el último sacar fuerzas para
ganar. Combinar el aprovechamiento de la plantilla con el buen uso del
individuo más devastador del baloncesto moderno no sería sencillo.
Para evitar el exceso de autoritarismo que había terminado volviendo a los
jugadores en contra de Collins, Phil Jackson intentaba plantear los aspectos
tácticos del juego en forma de desafío en lugar de órdenes. De esa forma
aprovechaba la competitividad intrínseca de los deportistas profesionales en
general y de Jordan en particular, y otorgaba un alto grado de libertad a unos
jugadores a los que se animaba a encontrar por sí mismos la solución.
“Cuando Phil llegó, creo que hizo mucho más que adoptar el ataque con triple
poste. Creo que devolvió el juego a los jugadores”, explicaba Bach. Y no sólo
a los jugadores, sino también a sus asistentes que pasaron a gozar de amplias
responsabilidades en sus respectivas facetas (Winter en ataque y Bach en
defensa). Phil Jackson consideraba que haría falta mucho tiempo y trabajo
antes de poder aplicar el triángulo ofensivo, y mientras tanto confiaba en la
defensa como base del juego. La idea era similar a la que usara Rick Pitino en
los Knicks, una defensa presionante a toda cancha que anulara al rival y
concediera canastas fáciles en contraataque. La diferencia era que los Bulls ya
tenían una muy buena defensa “convencional” y eso les permitía reservar la
presión para los momentos decisivos. En ataque estático Jackson pretendía ir
introduciendo lentamente algunos de los conceptos del triple poste, sin llegar
a aplicarlo plenamente sino permitiendo que los jugadores se fueran
adaptando. Una de las claves eran los balones interiores a Cartwright “al
menos en una de cada tres jugadas” y otra la vuelta de John Paxson a la
titularidad. “Es gratificante ver que pasan los años, pasan tantos bases por el
equipo y yo sigo siendo titular”, declaró. Krause y Jordan apreciaban a
Paxson como un jugador trabajador con un tiro fiable, pero Jackson veía en él
algo más que un buen suplente. Su capacidad de abrir espacios era muy
apreciada, y a pesar de su fama de mal defensor los entrenadores
comprobaron que conseguía mantenerse delante de sus defendidos por pura
tenacidad mucho mejor que otros bases más jóvenes y rápidos. Pero Paxson
no era un director de juego, y dado que Jordan no volvería a ejercer de base a
Página 189
tiempo completo eso llevaba a otro de los principios del triángulo ofensivo: la
presencia de múltiples jugadores capaces de subir el balón e iniciar la jugada.
Todo dependía de Scottie Pippen. Phil Jackson lo había visto progresar
desde su llegada al equipo, pero consideraba que poseía un potencial aún
mayor por destapar. Esa temporada Pippen había decidido que sus días de
juerguista habían terminado y que debía mejorar su ética de trabajo para
llegar al nivel de allstar que tenía a su alcance. Michael Jordan sentía que
Scottie Pippen estaba recorriendo el mismo camino que hiciera él en el
pasado, con horas de entrenamiento para mejorar su tiro en movimiento, su
bote y su pase para poder jugar en el perímetro. Al final del proceso, Pippen
parecía salido de una universidad de primer nivel y su estilo de juego
recordaba poderosamente al de Jordan.
El arranque no fue precisamente deslumbrante, con un 5-5 inicial que no
invitaba al optimismo. Sin embargo, una vez que el equipo se adaptó al nuevo
estilo de juego las victorias se fueron sucediendo. En diciembre hicieron un
brillante 11-3 y el Chicago Stadium se convirtió en un fortín donde sólo
perderían cinco partidos en toda la temporada. Cada vez que John Bach se
levantaba del banquillo y hacía el gesto de Aces Up, la señal para hacer
presión a toda cancha, se hacía la noche para los rivales. Incluso si los Bulls
terminaban perdiendo, la presión causaba una remontada inmediata que
impedía que los contrarios se sintieran seguros en ningún momento. A pesar
de ello, el frágil equilibrio en el vestuario amenazaba con romperse cuando
los Bulls encadenaron cuatro derrotas consecutivas durante una gira por el
Oeste, debido en parte al deterioro de un Bill Cartwright que al final de la
temporada tendría que pasar por el quirófano para aliviar su tendinitis de
rodilla.
Existía el riesgo permanente de que Michael Jordan decidiera en cualquier
momento dejar de lado la táctica de juego que pretendía aplicar Phil Jackson y
volviera al estilo que le había proporcionado sus mayores éxitos. No pocas
veces al salir de un tiempo muerto Johnny Bach hacía un aparte y le instaba a
olvidarse de las tácticas y las estrategias, y a que se limitara a coger el balón y
atacar el aro sin más. Jordan y Tex Winter mantenían un constante pulso
dialéctico sobre este tema, y después de cada explosión anotadora el jugador
se dirigía al veterano entrenador con ironía: “Lo siento, Tex. Creo que me he
salido de la táctica un poco al final del partido”. El caso más claro se produjo
en Cleveland el 28 de marzo de 1990, cuando estableció su récord de
anotación con 69 puntos. Lo más impresionante fue la facilidad con la que
Jordan anotaba sus canastas, en penetraciones cómodas y suspensiones sin
Página 190
fallo para acertar en 23 de 27 tiros de dos. Sin embargo, después del partido
Scottie Pippen dejó entrever cierto resquemor en el vestuario al hacer
hincapié en la dificultad de entrar en racha cuando Jordan no les dejaba tocar
el balón. Su actuación individual fue admirable, pero los Bulls necesitaron de
una prórroga para derrotar a unos Cavs diezmados por unas lesiones que los
habían hundido en el fondo de la liga. Era un resumen del dilema típico de
Chicago, según el cual los demás jugadores no rendían cuando se limitaban a
recibir balones doblados, pero se hacía difícil limitar el juego de Jordan
cuando su aportación era casi siempre descomunal.
De todas formas, el equipo funcionaba cada vez mejor al avanzar la
temporada, y después del All Star encadenaron dos rachas de nueve victorias
consecutivas que a punto estuvieron de alcanzar a los Detroit Pistons. Los
Chicago Bulls entraron en playoffs con 55 victorias, superando la mejor
marca de la era Collins, y se encontraron en primera ronda con sus viejos
rivales de Milwaukee. Sin Moncrieff y sin Cummings, poco tenían que ver
estos Bucks con los de años atrás; la plantilla había envejecido mal, y
demasiado hizo evitando la barrida un equipo que tenía de aleros titulares a
Brad Lohaus y Fred Roberts. Los Bulls pasaron la eliminatoria por un
contundente 3-1, y le tocó el turno a Philadelphia. “En toda mi vida no he
jugado cuatro partidos seguidos como aquéllos”, diría Jordan de los primeros
encuentros de la serie. Los Sixers parecían haber remontado su declive desde
que el Doctor J y Moses Malone dejaran el equipo, y con el joven escolta
Hersey Hawkins más el fichaje de Rick Mahorn habían terminado primeros
de la División Atlántica. Mahorn y Charles Barkley formaban la pareja
apodada Bump & Thump por su costumbre de castigar físicamente a los
rivales, y con el pívot Mike Gminski componían una línea interior difícil de
superar. Alternando las dos posiciones de alero con gran éxito, Barkley había
terminado segundo la votación del MVP por detrás de “Magic” y por delante
de Jordan, y se anticipaba una eliminatoria tan reñida que antes de empezar la
NBA advirtió a los dos contendientes de las posibles consecuencias si caían
en el juego violento. El resultado, sin embargo, fue otro.
Los Bulls llegaron mucho mejor preparados que sus rivales. Phil Jackson
había empezado a usar un recurso inventado por John Bach para reforzar los
mensajes que quería transmitir a los jugadores intercalando escenas de
películas en los vídeos de los partidos. Bach usaba películas bélicas,
alternando discursos o escenas de heroísmo con jugadas del equipo para hacer
llegar las emociones que buscaba, y Jackson decidió que se podían usar
escenas procedentes de películas de otro tipo. En la cancha, puso a Pippen
Página 191
sobre Gminski, otro pívot que como Laimbeer se encontraba más cómodo en
la media distancia, y el efecto fue tan demoledor que produjo una de las
imágenes más conocidas de la carrera de Barkley: sin decir palabra, miró a su
entrenador, señaló a Gminski y con el pulgar indicó el camino del banquillo.
Mientras, Cartwright mantenía a Mahorn lejos de los tableros, y el propio
Barkley encontraba problemas con Grant, un defensor tan rápido como él. El
primer partido de la serie fue un espectacular duelo entre Michael Jordan (39
puntos) y Charles Barkley (30 puntos y 20 rebotes), en el que se impusieron
los mayores recursos de los Bulls por 96-85. El mayor punto débil de los
Sixers era un banquillo casi inexistente, y cuando los titulares desfallecieron
no hubo posibilidad de que recibieran ayuda. Barkley se pasó el partido
intentando hacer reaccionar a sus compañeros sin éxito, y pasó lo mismo en el
segundo. Con los Bulls defendiéndole en dos contra uno, Barkley se dedicó a
doblar el balón y los Sixers llegaron al descanso 10 puntos arriba. Pero en la
segunda parte los Bulls remontaron, y no pudieron impedirlo ni las tretas de
Mahorn, que separado del resto de los Pistons no era tan temible. Intentó
descentrar a los Bulls derribando a Jordan y enfrentándose a Stacey King,
pero lo único que consiguió fue motivarlos para culminar la remontada.
Los dos mejores partidos fueron, pese a todo, los de Philadelphia. En
ambos casos los Sixers tomaron ventajas aparentemente decisivas en el
marcador, y los Bulls remontaron gracias a su presión a toda cancha que
deshacía a los locales como azucarillos y dejaba en evidencia todas sus
carencias. En el tercer partido Chicago entró en el último cuarto perdiendo de
25 y con un quinteto compuesto por Armstrong, Hodges, Jordan, Nealy y
King estuvo a punto de remontar. Jordan anotó 24 puntos casi consecutivos y
aunque los Sixers fueron salvados por la campana, esa muestra de
vulnerabilidad espoleó a los Bulls. La baja de Scottie Pippen para el cuarto
encuentro debido a la muerte de su padre daba una oportunidad a los Sixers
para igualar la serie, y en la segunda parte tuvieron ventajas de entre 10 y 15
puntos. Pero una vez más los Bulls remontaron de la mano de Michael Jordan,
que en ataque sumó 45 puntos y 11 asistencias, y en defensa secó a Hersey
Hawkins, y un sorprendente Stacey King que sustituyendo a Pippen anotó 21
puntos. El héroe del partido fue, quién lo iba a decir, Ed Nealy, que en el
último cuarto se dedicó a rebotear, anotar y defender a un Barkley que
terminó siendo abucheado por su propio público por sus fallos en los tiros
libres. Los Bulls finiquitaron la serie en el quinto encuentro por un claro 4-1,
para reencontrarse con los Detroit Pistons en la final de conferencia por
segundo año consecutivo.
Página 192
Los Pistons habían ganado el campeonato de 1989 con sólo dos derrotas
en playoffs, ambas contra los Bulls. Era lógico que los consideraran uno de
los principales obstáculos para repetir título, especialmente si Jordan seguía
buscando a sus compañeros como había hecho en varias fases de la final de
conferencia de la temporada anterior. En opinión de Chuck Daly, dado que
los Bulls mejoraban su plantilla año a año era cuestión de tiempo que a los
Pistons les faltaran manos para puntear todos los tiros. Se hacía
imprescindible recurrir a The Jordan Rules, las “reglas de Jordan” diseñadas
para amortiguar su impacto. Al día siguiente de la derrota de los Bulls en
1988 un periódico de Detroit publicó dos diagramas que eran la primera
revelación al público del sistema de ayudas defensivas para impedir que
Jordan repitiera esas exhibiciones anotadoras de más de 50 puntos, aunque no
fue hasta 1989 que recibieron el nombre que les daría fama. Y esa fama era la
clave, ya que el éxito de esa defensa dependía no solamente de frenar a Jordan
sino también de impedir que la esquivara gracias a la aportación de Pippen o
Grant. Daly determinó que la mejor manera sería usar la agobiante
competitividad de Jordan en su contra, convirtiendo a la defensa de los
Pistons en un desafío al que el jugador no se sabría resistir. Esa labor se inició
con muchísima antelación y se puede remontar al famoso artículo de Jack
McCallum en la revista Sports Illustrated de noviembre de 1989. Dicho
artículo describía las “reglas de Jordan”, que según Daly “se resumen en que
si Jordan va al baño nosotros vamos con él”, y además mencionaba que el
entrenador de los Pistons había decidido no usarlas en los playoffs de 1989
por temor a dejar demasiado sueltos a los demás jugadores de los Bulls. En la
reunión de jugadores convocada por Isiah, la plantilla habría solicitado volver
a usarlas, y con el lema Remember the Jordan Rules! habrían remontado la
eliminatoria y eliminado a Chicago. Durante la temporada 89-90 se fueron
sucediendo los los comentarios en prensa, especialmente al acercarse el cruce
de playoffs, y además aprovecharon para anunciar que habían remitido un
vídeo a la NBA conteniendo jugadas en las que se había pitado
incorrectamente falta al defensor de la estrella de los Bulls, insinuando un
favoritismo arbitral. Jordan no sería capaz de resistirse a esa provocación, y
cuando el partido o la eliminatoria se pusieran cuesta arriba cedería a la
tentación de coger el balón y atacar lo que Bach llamaba “la ciudadela”, es
decir el muro formado por los Pistons alrededor de la canasta. Limitando sus
propias opciones y telegrafiando sus intenciones, el jugador se metería solito
en el corazón de la defensa rival, intentando demostrar que era capaz de
Página 193
imponerse a la mejor defensa de la NBA, según algunos la mejor de la
historia.
Los Pistons devoraron a los Bulls en el primer partido. Jordan anotó 26
puntos en la primera parte, pero Hodges y Paxson no consiguieron meter ni
una canasta y Rodman frenó en seco a Pippen hasta tal punto que al descanso
Daly pudo ordenarle que se olvidara de él y se centrara en Jordan. Rodeado de
rivales y sintiendo los efectos de una mala caída en el primer cuarto (según
Laimbeer, por “la fuerza de la gravedad”), Michael Jordan sólo anotó 8
puntos más y los Bulls perdieron por un lastimoso 86-77. La defensa de
Chicago hizo que sólo Dumars anotara en dobles dígitos, pero su colapso
ofensivo impidió que aprovecharan esa oportunidad. “Creo que no podemos
jugar peor”, declaró Craig Hodges. Antes del segundo partido Chuck Daly
bromeaba con una taza de té en la mano: “¿Qué es lo que veo en estas hojas
de té? ¿Podrían ser ‘las reglas de Jordan’?”. Con Michael Jordan renqueante,
los Bulls terminaron la primera parte perdiendo de 15 y no hicieron ningún
esfuerzo por remontar. Para sorpresa de los presentes, Jordan perdió los
nervios al entrar en el vestuario al descanso y empezó a dar patadas a las sillas
y a un surtidor de agua. “¡Estamos jugando como una panda de nenazas!”,
gritó. Su reacción habitual en caso de enfado era encerrarse en sí mismo, por
lo que su exhabrupto fue especialmente impactante. Decidió no hacer más
declaraciones a la prensa y dejar que sus compañeros asumieran su propia
responsabilidad, e incluso cuando Phil Jackson se negó a que saliera de los
entrenamientos por otra puerta se limitó a pasar por delante de los periodistas
sin decir palabra.
De vuelta en Chicago, Jackson estaba de acuerdo en el mal rendimiento
del equipo, pero seguía intentando convencer a Jordan de que mantuviera el
plan de juego. La defensa de los Pistons era una zona y había que romperla
mediante circulación de balón. Cuando terminó la primera mitad diez puntos
abajo, Michael Jordan lo vio todo rojo y decidió que si no quedaba más
remedio que perder, al menos perdería a su estilo. Volvió a instalarse de base,
bajando a recibir de fondo, y empezó a atacar la canasta jugada tras jugada,
aplastando a todos los defensores que Daly le mandó e ignorando los intentos
de Rodman o Laimbeer de descentrarlo. Sus compañeros siguieron su estela,
y con el Chicago Stadium en pie remontaron para ganar por 107-102. Incluso
Ed Nealy tuvo sus minutos de gloria, manteniendo a Rodman y Salley lejos
del tablero y anotando desde debajo del aro cuando se olvidaban de él. Algo
parecido sucedió en el cuarto partido, en el que la defensa de Chicago ahogó a
Thomas y Dumars permitiendo que llegaran igualados al último cuarto, y ahí
Página 194
Jordan volvió a tomar el control con 19 puntos que sirvieron para empatar la
eliminatoria.
El problema de los Chicago Bulls era la forma en la que se desinflaban en
el Palace de Auburn Hills, y en el quinto encuentro los Pistons amordazaron a
Jordan, dominaron el rebote e intimidaron al resto de los Bulls. Jordan seguía
negándose a hacer declaraciones a la prensa, contestando con monosílabos o
frases sueltas en el mejor de los casos, a pesar de los intentos de los
periodistas por saber su opinión sobre el parcial de 2-11 que encajó su equipo
durante dos minutos de descanso que tuvo en la recta final o sobre el tiro
desde medio campo que anotó cuando quedaban diez segundos del primer
cuarto (Jordan leyó mal el reloj y creyó que sólo quedaba un segundo). Sin
embargo, los Bulls ganaron de paliza el sexto en Chicago a pesar de la baja de
John Paxson debido a una torcedura de tobillo. Craig Hodges salió de titular
en su lugar y anotó 4 de 4 en triples (“hoy era como meterla en el Lago
Michigan”), y el marcador final de 109-91 dejaba una puerta abierta a la
esperanza.
La esperanza duró hasta el parcial de 11-0 de los Pistons en el segundo
cuarto del “partido de la jaqueca”. Quizá como consecuencia de la muerte de
su padre, cuando Scottie Pippen llegó al pabellón con un terrible dolor de
cabeza, que combinado con los analgésicos que se le administraron para
aliviarle le provocó una dificultad para enfocar la visión. “Vino a verme antes
del partido y me dijo que casi no podía ver. Le pregunté si podía jugar, y él
empezó a decir que no cuando Michael lo cortó y dijo: ‘Hell yes’,” recordaría
el fisio Mark Pfeil. “Puede jugar. Que salga de titular. Que juegue ciego si
hace falta”, terminó Jordan. Fue el peor partido de la temporada. Pippen hizo
1 de 10, Hodges 3 de 13, Grant 3 de 17; Paxson y Cartwright apenas podían
moverse. Michael Jordan siguió luchando hasta el final con 31 puntos, 9
asistencias y 8 rebotes, pero estaba solo contra unos Detroit Pistons que no
tenían problemas para mantener veinte puntos de ventaja. “Mi peor momento
en los Bulls fue tener que acabar ese séptimo partido perdiendo contra los
Pistons en el Palace”, reconocería Phil Jackson. “Sólo podía estar sentado y
rechinar los dientes durante una segunda parte en la que no conseguíamos
hacer nada.” Michael Jordan llamó de todo a sus compañeros en el vestuario
durante el descanso, y en la segunda parte casi todas las canastas de Chicago
vinieron de sus tiros o asistencias en un esfuerzo tan conmovedor como inútil.
Al terminar el partido Jordan lloró como un niño, con un desamparo que
movió incluso al general manager de los Pistons a intentar consolarle.
Mientras, Juanita estaba a punto de llegar a las manos con la expedición de
Página 195
los Bulls, exigiendo saber por qué nadie le había echado una mano a su
marido y qué clase de excusa de mierda era un dolor de cabeza.
Sentado al fondo del autobús del equipo, James Jordan intentaba en vano
reconfortar a su hijo, destacando cómo el equipo iba a más y que su momento
llegaría. Pero Michael Jordan sabía que la vida deportiva de un jugador es
finita y había visto a otros equipos marchitarse sin llegar al anillo. ¿Y si no
volvían a tener otra oportunidad? “Estaba llorando de rabia”, reconoció
Jordan. “No dejaba de pensar que yo me estaba partiendo el culo y nadie más
lo hacía. Esos tíos nos estaban dando una paliza, robándonos el valor y el
orgullo. Decidí en ese momento y lugar que no volvería a pasar.” Sin que
nadie lo dijera, todos en el equipo sentían lo mismo. Al día siguiente de
volver a Chicago tras la derrota, los entrenadores se encontraron con el
gimnasio lleno. Paxson, Pippen y varios jugadores más estaban levantando
pesas y usando máquinas de musculación, sin que nadie les hubiera dicho que
vinieran y sin dirigirse la palabra. En la comida oficial del equipo previa al
comienzo de la temporada 1990-91, Jerry Krause se levantó para decir unas
palabras dirigidas a Phil Jackson: “Te he conseguido los jugadores. Ahora
depende de ti que funcione.”
Página 196
Thalassa, 1990
Michael, tu momento va a llegar. Y muy pronto.
Página 197
De la noche a la mañana, jugadores como John Williams de Cleveland
pasaron a cobrar bastante más que Michael Jordan, aunque éste se limitó a
felicitar a los agraciados y a negar que fuera un problema. Jerry Reinsdorf
sabía que Jordan no iba a arriesgar su buena imagen pública reclamando unos
miles de dólares cuando esa imagen le reportaba millones en publicidad, pero
tampoco era aconsejable hurgar en la herida. Los Bulls ya se habían retirado
de la puja por el agente libre Sam Perkins para evitar que entrara en la
plantilla un jugador que cobrara más que Jordan, y pedirle justo en este
momento que diera aún más facilidades en el pago de su sueldo era delicado.
Michael Jordan aceptó retrasar el cobro de $450.000, pero con una condición:
que los Bulls ficharan a Walter Davis.
Walter Davis era un alero anotador de un talento indudable, pero a sus 36
años no estaba claro cuánta gasolina le quedaba en el depósito. Sin embargo,
había sido uno de los ídolos de Michael Jordan desde su etapa en North
Carolina, y éste exigió su fichaje. Por una vez Reinsdorf cedió, aunque fue
necesario llevar las negociaciones al margen de Krause. Jordan fue autorizado
a hacerle una oferta a Walter Davis y a cerrar el trato si aceptaba. Para su
sorpresa, la oferta fue rechazada: “Mi mujer no quiere que vayamos a
Chicago porque hay demasiados gánsters”, explicó Davis. La explicación dejó
estupefacto a Jordan, aunque posiblemente la decisión de Walter Davis se
debiera al menos en parte a su deseo de no cambiar de ciudad y de seguir a las
órdenes del entrenador Doug Moe, otro ex Tar Heel. Al menos, el fracaso de
ese fichaje significaba que los Bulls tenían espacio salarial para contratar a un
hombre alto. Jerry Krause se inclinaba por Joe Wolf, un jugador que siempre
le había interesado, pero Phil Jackson prefería a Cliff Levingston de Atlanta,
un buen reboteador que podía ocupar las dos posiciones de alero. Los Bulls
terminaron fichando a Levingston, pero alargaron las negociaciones dándole
falsas esperanzas hasta que todos los demás equipos cerraron sus plantillas, y
entonces le hicieron una oferta muy por debajo de su valor que el jugador no
tuvo más remedio que aceptar.
Las causas de ese comportamiento se remontaban al draft del año anterior,
cuando la elección de Divac fue descartada por falta de información. Después
de eso, Krause decidió que no volvería a confiar en informes ajenos, y
convencido de que Yugoslavia era una cantera más que válida empezó a
seguirla con interés. Al llegar el draft de 1990, estaba convencido de haber
descubierto al nuevo “Magic” Johnson, un joven croata llamado Toni Kukoc
al que eligieron inmediatamente en segunda ronda. Como le sucedía siempre,
Jerry Krause se fue enamorando del jugador que había descubierto e intentó
Página 198
en vano que Phil Jackson acudiera a los Goodwill Games de Seattle a verlo en
persona. El problema era que Kukoc se resistía a firmar con los Bulls porque
en Italia le ofrecían más dinero, y durante toda la temporada Krause estuvo en
contacto permanente tanto por teléfono como en persona, intentando
convencerle de que los ingresos publicitarios compensarían sobradamente la
diferencia salarial y vendiéndole la idea de jugar junto a Jordan y ganar un
campeonato de la NBA. Por eso era necesario que los Bulls mantuvieran
suficiente espacio bajo el tope salarial como para incorporar a Kukoc en
cualquier momento, y tomaron medidas como apretarle las tuercas a
Levingston o retrasar las renovaciones de Cartwright, Pippen y Paxson. Bill
Cartwright rechazó la oferta de un año más al mismo sueldo, mientras que
Krause advirtió a John Paxson de que no esperara recibir un contrato como el
que los Suns habían ofrecido a su amigo Nealy. Horace Grant terminó
firmando su renovación cuando amenazó con salir del equipo, pero Scottie
Pippen estuvo a punto de no presentarse en pretemporada hasta negociar la
suya. En casi todos los casos los jugadores se negaron a seguir tratando con
Krause, y Reinsdorf hubo de intervenir personalmente para evitar males
mayores, lo cual era una técnica negociadora habitual de la pareja, que usaban
el poli bueno/poli malo para terminar sacando buenas condiciones por puro
desgaste.
Esta situación levantó ampollas en la plantilla, que no comprendía que se
racaneara a los jugadores que estaban allí, luchando por el campeonato, para
ofrecerle el oro y el moro a un yugoslavo que encima se hacía de rogar.
Michael Jordan se sintió particularmente ofendido por lo que le parecía la
receta perfecta para destruir al equipo que tanto había costado formar, y la
manía de Jerry Krause de pasarse las horas muertas hablando maravillas de su
último descubrimiento no mejoraba el ambiente que digamos. Phil Jackson
era sólo el último miembro de la franquicia en sugerirle a Krause que evitara
esa excesiva familiaridad con los jugadores, ya que era un signo de debilidad
del que se burlaban en su propia cara (le llamaban Crumbs, “migajas”, un
apodo que le puso Oakley), pero no podía evitarlo. A Michael Jordan toda
esta historia de un alero de casi siete pies botando el balón le sonaba al nuevo
Brad Sellers, y cuando Krause le pidió que llamara a Kukoc para convencerle
de venir respondió: “Yo no hablo yugoslavo”. Phil Jackson sí aceptó llamarle:
“Decídete, chico. O cagas o te quitas del retrete”.
Michael Jordan tenía sus propias preocupaciones el verano de 1990.
Después de la serie de artículos sobre crímenes de adolescentes motivados por
el robo de productos Nike, llegó otra sobre el uso de mano de obra infantil en
Página 199
sus fábricas de Asia, y finalmente la organización PUSH (“People United to
Save Humanity”) del reverendo Jesse Jackson anunció un boicot a los
productos de esa marca. El principal objetivo de PUSH era promover la
conciencia social sobre las desigualdades raciales, y una de sus herramientas
habituales era amenazar con boicotear aquellas empresas que, en su opinión,
obtenían sus beneficios de la comunidad afroamericana pero no correspondían
mediante la contratación de ejecutivos o publicistas procedentes de esa
comunidad. En sí, el boicot fue un fracaso absoluto, las ventas de productos
Nike no se vieron afectadas y PUSH sufrió una grave crisis interna causada al
menos en parte porque no llegó a quedar clara la razón de boicotear una
marca y no las demás; el tema quedó zanjado cuando Nike tomó varias
iniciativas de digamos sensibilidad racial, en particular el nombramiento de
John Thompson de Georgetown para la junta directiva. A pesar de ese
fracaso, Jordan consideró el boicot como un ataque a su imagen, y creía que
PUSH había elegido a Nike precisamente porque al ser Michael Jordan la
imagen de la marca sus reivindicaciones recibirían mayor atención.
Sospechaba que había sido idea de su compañero Craig Hodges y le dolía
especialmente porque Jordan había acudido varias veces a los partidos
benéficos “PUSH-EXCEL” para recaudar fondos para ambas organizaciones,
mientras que el reverendo Jesse Jackson llevaba años aprovechando cualquier
oportunidad para hacerse una foto con la estrella. También ese verano se
produjo otra muesca en la imagen pública de Jordan, cuando se negó a apoyar
al candidato negro que intentaba evitar la reelección del senador por Carolina
del Norte Jesse Helms. Helms era un racista declarado, y con las encuestas en
empate técnico recurrió a una serie de anuncios explotando el resentimiento
hacia las conquistas sociales de las minorías étnicas. Supuestamente, Michael
Jordan se negó a intervenir con la frase “los republicanos también compran
zapatillas,” aunque el jugador afirmó que su negativa se debía a sus recelos a
intervenir en política sin conocer la situación. Es cierto que Jordan era muy
reacio a poner en juego su imagen sin conocer al detalle las implicaciones de
su compromiso y también que estaba en su pleno derecho manteniéndose al
margen de la política al ser simplemente un deportista, pero también es cierto
que su no participación en temas sociales fue mal recibida por el público en
general.
Eso sucedía mientras Michael Jordan se estaba embarcando en otra etapa
nueva como jugador. Su declaración pública después de la derrota contra
Detroit afirmando que necesitaba adquirir más fuerza había llamado la
atención de un joven preparador físico llamado Tim Grover. Grover se había
Página 200
especializado en la preparación de jugadores de baloncesto y, aunque aún era
poco conocido, sus padres eran amigos del Dr. Hefferon, médico de los Bulls.
Cuando lo llamó se encontró con la sorpresa de que ya le habían mencionado
su nombre a Michael Jordan, así que acudió a unas reuniones en las que
impresionó muy favorablemente tanto al Dr. Hefferon como a Al Vermeil,
preparador físico del equipo. A Jordan no le terminaba de convencer lo de
trabajar con alguien tan joven, pero estaba buscando un entrenador personal
para trabajar en privado, tanto por razones de intimidad como por
desconfianza hacia Vermeil. Éste creía que le avergonzaba no ser capaz de
levantar pesas al nivel de Grant o Perdue, mientras que Jordan prefería
trabajar con un Grover que dependería exclusivamente de él y no de Krause o
de la franquicia. Lo que más sorprendió a Tim Grover fue la capacidad de
trabajo y concentración de Jordan, una vez que se convenció de que el
entrenamiento sería positivo para su carrera. Grover le explicó que su método
no le haría más rápido ni más fuerte, que adquiriría músculo a ritmo muy
lento y que en lugar de hacerlo mejor jugador provocaría que su porcentaje de
tiro empeorara hasta que su cuerpo se fuera adaptando. Las virtudes de esa
preparación física se verían a largo plazo, en forma de una menor propensión
a las lesiones, una mayor resistencia al cansancio y con suerte una carrera
deportiva más larga al máximo nivel. A pesar de que le estaba exigiendo
disciplina y trabajo hoy para un beneficio dudoso en un futuro indefinido,
Jordan se aplicó con total entrega, sin perderse sesiones ni ahorrar esfuerzos
como hacía cada vez que se convencía de que algo sería beneficioso para su
carrera.
Jordan iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir para la nueva
temporada, ya que Phil Jackson había decidido introducir una serie de
cambios buscando conseguir el mejor registro final en la fase regular de la
NBA, y con ello el factor cancha en playoffs. La victoria sobre los Pistons
empezaba en noviembre, no en mayo. Para ello no bastaba con defender
fuerte y salir al contraataque como el año anterior, porque ese juego no
funcionaba en playoffs y además los veteranos de la plantilla funcionaban
mejor en estático. Había llegado el momento de aplicar plenamente el
triángulo ofensivo, definido por Jordan como “una estrategia de ataque de
igualdad de oportunidades.” El éxito de ese juego dependía en gran medida de
Scottie Pippen, que en ese momento estaba considerado un mediocre anotador
en estático, mal defensor y muy justito de bote y pase. Sin embargo, los Bulls
le veían un potencial casi infinito, y creían que la pareja Jordan-Pippen podía
llegar a dominar el juego en ambas canastas como ningún otro equipo de la
Página 201
liga. El problema para Phil Jackson era que no podía dejar de pensar que la
última vez que el máximo anotador de la NBA había ganado el campeonato
fue en 1971, cuando Kareem Abdul-Jabbar aún constaba como Lew Alcindor,
y no era casualidad. Michael Jordan había sido el máximo anotador de la liga
en cada una de sus temporadas excepto el año de la lesión, y se definía a sí
mismo como jugador en función de los puntos que anotaba. No aceptaría
prescindir de una parte vital de sí mismo, pero no estaba claro que ese camino
llevara al anillo. Como describiría Sam Smith en su libro The Jordan Rules, la
temporada de los Bulls se vería marcada por una serie de pulsos y desafíos
permanentes entre diferentes miembros de la franquicia mientras el equipo
ganaba partidos y más partidos; uno de esos pulsos fue el que mantuvieron
Jackson y Jordan, con el jugador intentando ganar el título de máximo
anotador mientras el entrenador ensayaba mil y un trucos para distraerlo y que
compartiera el balón.
Después de una pretemporada muy prometedora, las tres derrotas con las
que empezó la competición fueron una amarga decepción. Una vez más,
Michael Jordan decidió tomar cartas en el asunto e intentar sumar puntos en el
primer cuarto para dar tiempo al equipo a entrar en juego. Generalmente
Jordan prefería emplear los primeros minutos en analizar la defensa rival,
pero creía que el empeño de Phil Jackson de racionar su tiempo de juego y sus
tiros a canasta le impedían coger el ritmo con el partido más avanzado. Los
Bulls reaccionaron y ganaron doce de los siguientes quince partidos, pero ese
récord era engañoso: batían con holgura a rivales inferiores, como cuando le
sacaron 40 puntos a los Clippers o cuando dejaron a los Cavs en 5 puntos en
un cuarto, pero los equipos de cabeza como Blazers, Sixers o Pistons los
derrotaban sin apenas esfuerzo. Chicago aguantaba gracias a una buena
defensa y a la aportación individual de Jordan y Pippen, pero el llamado
“triángulo lateral” no funcionaba. A pesar de que permitía que Paxson,
Cartwright y Grant anotaran con regularidad y buenos porcentajes, la mayoría
de las victorias parecían conseguirse a pesar del sistema y no gracias a él.
Especialmente cuando algún rival cometía el error de entrar en el juego del
trash-talking con Jordan, como le pasó a los Heat. A pesar de no haber
ganado aún el campeonato y de que “Magic” se hubiera llevado los dos
últimos MVPs, Michael Jordan había sido aceptado de facto como el mejor
jugador de la liga, aquél contra el que debían probarse todos los recién
llegados. Eso produjo el famoso cruce de declaraciones con el novato Gary
Payton, que afirmaba no tener nada que envidiarle: “Yo también tengo mis
millones y puedo comprarme mis Ferraris y mis Testarrosas”. “A mí me los
Página 202
regalan”, contestó un Jordan que fue menos diplomático en el vestuario: “Voy
a darle una lección a ese niñato”.
Michael Jordan no disimulaba sus críticas. “Si yo fuera el entrenador,
identificaría los puntos fuertes y los puntos débiles del equipo, e intentaría
aprovechar esos puntos fuertes.” No era difícil adivinar que ese punto fuerte
tenía nombre y apellido. “Si yo fuera el general manager, tendríamos mejor
equipo.” Esas críticas se dirigían al banquillo, cuya aportación estaba siendo
decepcionante. Stacey King había llegado del verano con sobrepeso, y en
lugar de ponerse en forma prefería pasar el tiempo quejándose en los
periódicos por no disfrutar de más minutos y tiros. B.J. Armstrong sí estaba
aportando, pero no sabía si seguir jugando a su estilo o adaptarse al de
Paxson, con quien todos parecían más cómodos. Los minutos de Will Perdue
habían aumentado ligeramente, pero seguía sin tener un hueco definido en la
rotación. El quinteto titular contaba con Jordan y Pippen para jugársela en
individual cuando fallaba el triángulo ofensivo, pero los dos flamantes
fichajes de la temporada que debían representar ese papel desde el banquillo,
Hopson y Levingston, parecían totalmente perdidos y sus puntos llegaban con
cuentagotas.
Uno de los problemas que experimentaban los jugadores que llegaban a
Chicago era adaptarse a la naturaleza de Jeckyll y Hyde de Michael Jordan en
el vestuario. Por norma, Jordan apenas mantenía contacto social con sus
compañeros fuera de la pista y, por ejemplo, alguien tan cercano como John
Paxson reconocía haberle llamado a casa sólo dos veces en todos los años que
llevaban juntos y además no le había cogido el teléfono. (Paxson no sabía o
no quiso aclarar que Jordan tenía dos líneas telefónicas independientes en su
casa, una de trabajo y otra privada cuyo número sólo conocía su familia
cercana y sus amigos íntimos; nunca se cogían las llamadas al teléfono
público, sino que las grababa el contestador automático para decidir más tarde
si se devolvían o no.) Jordan sí hacía un esfuerzo por integrar a sus
compañeros, intentando aconsejarles cómo resolver jugadas o
incorporándolos a algunos de sus contratos publicitarios que les
proporcionaban prendas deportivas gratis o automóviles a precios muy
rebajados; y, a la vez, los devoraba literalmente en los entrenamientos.
Muchos jugadores se desorientaban ante la actitud de Michael Jordan, que un
día les pasaba el brazo por los hombros y les animaba a seguir entrenando y al
siguiente les humillaba de palabra y de acto en un partidillo, pero Jordan lo
veía como una manera de separar el grano de la paja. Si no eran capaces de
estar a la altura en un entrenamiento, difícilmente sabrían estarlo cuando Rick
Página 203
Mahorn les clavara los codos. Uno de los ejemplos más claros era el novato
Scott Williams, un alapívot que había sido uno de los descubrimientos de los
Bulls y que resultaría ser el único jugador procedente de North Carolina que
acompañaría a Jordan en los Bulls. Williams había vivido una auténtica
tragedia durante su etapa universitaria cuando su padre asesinó a su madre y
se suicidó, así que Dean Smith pidió a los Bulls que tuvieran especial cuidado
con él. Jerry Krause era reacio a contratar jugadores con apariencia de
inestabilidad, pero Scott Williams se ganó un hueco a base de trabajo y
Jordan lo acogió bajo su ala. Ahí se pudo ver perfectamente el trato bipolar de
Michael Jordan hacia sus compañeros, ya que un día se le podía ver criticando
agriamente a Williams por su mal juego y otro se lo llevaba a casa a cenar
para que no estuviera solo.
La situación era especialmente desmoralizante para Dennis Hopson. El
rendimiento de Cliff Levingston no era mejor, pero éste se había convertido
en el único amigo personal de Jordan dentro de la plantilla. En cambio,
Michael Jordan nunca tuvo confianza en Hopson. “Cuando juegas contra
alguien, lo notas. Lo ves en sus ojos. Se asusta. No tiene corazón”, dijo a
Bach. “Nadie me dijo que tenía que operarse la rodilla. Debería haber dicho lo
que pensaba, y entonces nunca lo habrían traido.” Jordan se emparejaba con
Hopson en los entrenamientos y parecía obtener un perverso placer en
destrozarlo. En los partidos la situación no era mucho mejor, con unos
entrenadores que no sabían qué hacer con él e intentaban encontrarle alguna
utilidad como anotador, como defensor, como escolta, como alero, como lo
que fuera. En retrospectiva, el equipo estaba convencido de haber cometido
un error cuando lo eligieron a él en lugar de Danny Ainge, a quien los Kings
habían puesto a la venta el verano anterior y que terminó yendo a Portland.
“Cuando Michael empezara a pedir la bola, lo mandaría a la mierda”, decía
Johnny Bach. “A veces es necesario.”
Tanto Michael Jordan como Phil Jackson pedían constantemente
refuerzos a Jerry Krause, hasta que el vicepresidente se reunió con ambos por
separado y les explicó que también ellos tenían parte de culpa por el fracaso
de posibles fichajes, como el del ala-pívot Lasalle Thompson o el base Derek
Harper. Era imposible conseguir nada de valor a cambio de unos jugadores a
los que su entrenador no daba minutos y a los que la estrella del equipo ponía
por los suelos después de cada partido. Jordan, por su parte, creía que esa falta
de refuerzos se debía a la costumbre de Krause de regatear hasta que la otra
parte perdía la paciencia, y volvía a reclamar el fichaje de Walter Davis. El
nuevo entrenador de los Nuggets había implantado un juego rápido que el
Página 204
veterano Davis no podía seguir, y se arrepentía de no haber aceptado la oferta
de los Bulls. Se estaba hablando de un posible traspaso a Chicago a cambio de
una primera ronda de draft y Walter Davis llamaba cada día a Jordan para
preguntar si había novedades, pero al final terminó en Portland en el traspaso
a tres bandas que llevó a Drazen Petrovic a los Nets. La reacción de Michael
Jordan fue tan negativa que Phil Jackson tuvo que ordenar que terminaran las
declaraciones a la prensa y que en adelante los trapos sucios se lavaran en
casa. Lo cual no es sorprendente, porque aunque Krause asumió la culpa por
no fichar a Walter Davis ni a Adrian Dantley (que estaba sin equipo), en
realidad la decisión fue de Jackson y sus asistentes. Consideraron que
ninguno de esos dos jugadores era lo que el equipo necesitaba, y además para
hacer hueco a Davis hubiera sido necesario cortar a otro jugador. Reinsdorf se
negaba a cortar a Hopson, uno de los jugadores mejor pagados del equipo y
que hubiera cobrado su sueldo íntegro en caso de ser despedido, y Scott
Williams era una promesa de futuro. Phil Jackson decidió que a pesar de que
su rendimiento había sido decepcionante, prefería tener la defensa y el rebote
que aportaba Cliff Levingston en lugar de la anotación de un Walter Davis de
36 años.
“Cinco años y estaré fuera de aquí. Estoy marcando estos días en el
calendario como si estuviera en la cárcel. Estoy harto de que me use esta
franquicia, la liga, los periodistas, todo el mundo”, comentó Jordan. “Prefiero
preguntarle a Cartwright o a Brad Davis qué piensan de un fichaje antes que
hablar con él”, decía Krause. Stacey King quería más minutos, mientras que
Horace Grant y Will Perdue no entendían por qué seguía jugando a pesar de
su ineficacia y su mala actitud; Tex Winter amenazaba con dimitir si los
jugadores seguían saltándose las órdenes del banquillo; Dennis Hopson
echaba de menos su etapa en los Nets y soñaba con ser traspasado a los
Clippers; Phil Jackson tuvo que recomendarle a B.J. Armstrong que se
apartara de Hopson y King si no quería verse arrastrado por su actitud
negativa. Scottie Pippen estuvo a punto de enfrentarse físicamente a Phil
Jackson durante un tiempo muerto, y posteriormente amagó con faltar a los
entrenamientos con la excusa de una supuesta lesión. Michael Jordan se
negaba a intervenir, a pesar de que Johnny Bach intentó convencerle de que
aportara un mayor liderazgo en el vestuario. Tenía que salir de su burbuja, le
dijo, y ver el mundo que le rodeaba. “No quiero ver el mundo”, contestó.
“Nunca había visto algo así. Estamos ganando, pero nadie está contento”,
reflexionaba Paxson. “Nadie quiere estar en este equipo excepto yo, y a mí no
me quieren. Todos quieren irse a otro sitio, nadie está contento ni se divierte.
Página 205
Todos quieren más minutos o más tiros o más dinero. Quieren traspasos o
despidos. ¿Qué pasaría si no estuviéramos ganando?”
El punto de inflexión fue el partido en Detroit del 7 de febrero. Isiah
Thomas estaba de baja por una fractura de muñeca, y si los Bulls no
conseguían ganar aprovechando su ausencia entonces tendrían que asumir que
no estaban preparados para aspirar al anillo. Como siempre, el partido se jugó
a cara de perro con ventajas mínimas por ambas partes, y en el último cuarto
parecía que los locales se iban a llevar el gato al agua cuando apareció una
vez más Michael Jordan, que anotó los últimos 10 puntos de su equipo en los
dos minutos finales para dar la victoria a los Bulls por 95-93. Una buena
noticia, por fin. Fue la segunda de una racha de 11 victorias consecutivas y el
cierre del período de fichajes devolvió cierta calma a la franquicia. Ya no
seguiría apareciendo en los medios esa catarata de posibles incorporaciones
(Ricky Pierce, “Doc” Rivers, Mark Alarie, Darrell Walker, Paul Pressey,
Benoit Benjamin, Eddie Johnson, incluso Reggie Theus), King y Pippen
tendrían que dejar sus demandas de traspaso hasta el verano, Cartwright había
recibido la promesa de una renovación. Sobre todo, era el final del lamentable
espectáculo de Krause y el culebrón de Kukoc. Incluso Dennis Hopson había
desaparecido del vestuario, alegando un misterioso golpe en un dedo del pie
que la franquicia aceptó con tal de perderlo de vista.
Lentamente, se estaba creando en el vestuario un ambiente de desafío que
Phil Jackson creía que podía llevarles al campeonato. La plantilla empezaba a
sentirse acosada desde todos los flancos, puesta en duda, minusvalorada. Su
propia gerencia buscaba traspasos porque desconfiaba de sus posibilidades, la
prensa atribuía sus victorias a las rachas de lesiones que asolaban a Pistons y
Celtics, y los rivales describían a los Bulls como un conjunto de
individualidades que no formaban un equipo. Pocos hablaban de que su
defensa era quizás la mejor de la liga, o del progreso de Pippen y Grant, o de
que el triángulo ofensivo empezaba a dar señales de vida. Estaba claro que
Jackson tenía razón, y que sólo podían confiar en ese círculo de doce
jugadores y tres entrenadores, sobre todo cuando la NBA pidió que Bill
Cartwright se pusiera coderas acolchadas. Sus codos eran conocidos y
temidos a lo largo y ancho del país, y habían lesionado a Olajuwon para dos
meses, pero esa petición era humillante y carecía de precedentes cuando los
Pistons habían capturado sus dos campeonatos a sangre y fuego. Eran ellos
contra el mundo.
Incluso sus derrotas eran épicas, como un 132-135 en Boston después de
dos prórrogas que se remitía al mítico playoff de 1986 y en el que Pippen,
Página 206
Jordan y Bird rozaron el triple-doble en una de las últimas grandes
actuaciones del “pájaro”. Los problemas no habían desaparecido: Stacey King
se ausentó de varios entrenamientos, y cuando Jerry Reinsdorf viajó a Europa
para reunirse con Kukoc la prensa publicó unas declaraciones de Scottie
Pippen insinuando que no veía motivo para jugar al 100% cuando el equipo le
buscaba sustituto (en realidad, Reinsdorf había alcanzado un acuerdo con el
agente de Pippen para su renovación antes de salir de viaje y las declaraciones
del jugador le parecieron una traición en toda regla). Pero esas distracciones
ya no repercutían en el juego del equipo, y los Bulls terminaron la temporada
regular con 61 victorias, el mejor balance del Este y el segundo de toda la
NBA, y con un campeonato de división que no conquistaban desde 1975. Los
Chicago Bulls tendrían ventaja de cancha contra los Detroit Pistons.
La primera ronda contra los New York Knicks prácticamente no tuvo
historia. Los Bulls habían sido superiores durante toda la temporada, y una de
las imágenes del año era un espectacular mate de Michael Jordan sobre Jerrod
Mustaf que ilustraba la distancia que separaba a los dos equipos. Además, los
Knicks llegaban en plena descomposición interna, con un entrenador que
acudió a una entrevista de trabajo en medio de la eliminatoria y un Pat Ewing
que había dado por perdida la temporada desde hacía meses. Aunque los
entrenadores intentaban advertir de que no hay enemigo pequeño y de que el
exceso de confianza es un peligro, era público y notorio que los Knicks
habían entrado en playoffs de rebote y no eran rival para nadie. El humillante
126-85 del primer partido fue más que suficiente, y los Knicks se contentaron
con perder los partidos siguientes por una diferencia digna camino de un 3-0
que clasificaba a los Bulls para segunda ronda después de que Jordan retratara
a Pat Ewing con su baseline dunk, considerado el mejor mate en juego de la
historia de la NBA y auténtico prodigio del control de balón y la
explosividad.
Phil Jackson utilizaba citas famosas para encabezar los informes a cada
jugador sobre el siguiente rival. Para los Knicks había sido Kipling y su “la
fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada”; para los
Sixers en segunda ronda sería Jefferson: “Nada puede evitar que un hombre
con la actitud adecuada alcance su objetivo; nada en el mundo puede ayudar a
un hombre con la actitud incorrecta”. Philadelphia era un rival impredecible,
con un Charles Barkley cada vez más aislado de sus compañeros. El base
Johnny Dawkins llevaba lesionado toda la temporada y habían cambiado a
Gminski por Armen Gilliam, con lo que tenían tres ala-pívots titulares
(Barkley, Gilliam y Mahorn), mientras que el único cinco de la rotación era
Página 207
Manute Bol, un sudanés de 2,31 y piernas como palillos. No se esperaba que
pusieran a los Bulls en apuros serios, y Jordan decidió que iba a sorprenderlos
después de su exhibición durante la eliminatoria del año anterior: “Voy a
ocultarme en los arbustos porque es lo que menos esperan”.
Charles Barkley estaba viviendo la pesadilla que tanto había temido
Jordan. Sus constantes polémicas habían terminado por estallarle en la cara
cuando no se le ocurrió mejor idea que escupirle a un aficionado y le dio a
una niña que estaba al lado. La gerencia de la franquicia parecía empeñada en
desperdiciar los mejores años de su carrera con una serie de traspasos y
fichajes que debilitaban cada vez más al equipo. Sus compañeros estaban
hartos de ver cómo tiraba 30 veces por partido y a continuación los
despellejaba en la prensa. Aún no estaba recuperado de su luxación de
hombro, tenía microfracturas en un tobillo, la cadera y la espalda le dolían, y
debido a una lesión de ligamentos tenía que jugar con una rodillera que un
periodista comparó con “jugar con un bebé abrazado a una pierna”. Había
perdido la confianza en el propietario de los Sixers, en el general manager, en
el entrenador y en los demás jugadores, y sólo le quedaba la huida hacia
adelante, sumando galardones individuales como el MVP del All Star que le
abrieran la puerta de otros equipos.
“Hemos intercambiado nuestras situaciones respectivas”, reconocía
Jordan. “Nuestro objetivo principal era contener a Barkley, dejar que anotara
sus puntos y defender a los demás.” Los Sixers jugaron como los peores
Bulls, con un Barkley que se fue a los 34 puntos y 11 rebotes, pero que se
encontró totalmente solo en ataque (el segundo mejor anotador del equipo fue
el indescriptible Manute Bol). Mientras, los Bulls jugaron como los mejores
Pistons, aprovechando la velocidad de Jordan, Pippen y Grant para destrozar
en defensa a sus rivales y romper el partido en el primer cuarto. Cuando fue al
banquillo a descansar al comienzo del segundo, Jordan señaló a Hersey
Hawkins: “Lo he frenado. Ahora que no venga otro a dejar que entre en
racha”. Poco después, Hawkins anotó un triple y Michael Jordan pidió volver
a la cancha (Hawkins sólo anotó otra canasta más en todo el partido). Jordan
sólo hizo 15 tiros, pero entre él, Pippen y Paxson sumaron 17 asistencias en
una victoria mucho más holgada de lo que indicaba el 105-92 final. Charles
Barkley llevó su imitación de Jordan hasta el extremo de negarse a hacer
declaraciones sobre la triste actuación de sus compañeros (por consejo de su
“asesor de imagen” Rick Mahorn, bromeó), pero quizás el resultado del
segundo partido fuera aún más decepcionante. Esta vez Hersey Hawkins y
Armen Gilliam se fueron a 30 y 20 puntos, respectivamente, mientras Ron
Página 208
Anderson y Andre Turner anotaron en dobles dígitos desde el banquillo. Y,
sin embargo, los Bulls volvieron a ganar sin demasiados apuros, 112-100, con
un 57% en tiros de campo y una ventaja en rebotes de 47-22. Cada vez que
los Sixers intentaron remontar, se vieron limitados por su endeblez bajo
tableros, ya que Gilliam era un reboteador mediocre y Mahorn apenas podía
moverse. Enfrente, Horace Grant se crecía por momentos, y desde que se
acostumbró a usar gafas para corregir un problema de profundidad de visión
se le veía mucho más seguro.
La situación se complicó en Philadelphia, cuando Michael Jordan
apareció con un serio empeoramiento de su tendinitis crónica en la rodilla
izquierda a pesar del día de descanso. No tardó en saberse que la causa real
eran los 36 hoyos de golf que había completado en lugar de descansar y que
provocaron el enfado de Phil Jackson. No era la primera vez que el golf le
dejaba secuelas que afectaban a su juego en forma de cansancio, molestias o
enfriamiento, y al entrenador le parecía una falta de profesionalidad correr ese
riesgo en plenos playoffs. Sin embargo, para el jugador se trataba de una
especie de hazaña que le permitía presumir de una resistencia y fortaleza
superior incluso a la de otras estrellas de la NBA. En su último
enfrentamiento en fase regular pocas semanas antes los Sixers habían
derrotado sorprendentemente a los Bulls en Chicago a pesar de la baja de
Barkley; pocos sabían que justo antes del partido Jordan se había dirigido
entre burlón y desafiante a su amigo Fred Carter, asistente de los 76ers: “¿Por
qué no has venido a jugar al golf conmigo esta mañana?”. Espoleado por la
aparente falta de respeto (jugar al golf horas antes de un partido), Hersey
Hawkins anotó 8 de sus 31 puntos en la prórroga y llevó a su equipo a la
victoria. Jordan prefería destacar que él había anotado 41 puntos con golf y
todo.
En esta ocasión fueron 46 los puntos que anotó Michael Jordan, a pesar de
una evidente cojera después de anotar una espectacular bandeja al
contraataque. Jordan disfrutaba anotando por encima de Manute Bol, y la
frustración del pívot sudanés terminó provocando su expulsión en el último
minuto. Pero Jordan falló dos tiros libres y los Bulls perdieron en los últimos
segundos gracias a un triple de Hawkins a falta de pocos segundos. “Pedimos
tiempo muerto yendo dos puntos abajo cuando quedaban 14,9 segundos.
Conozco a Michael Jordan, así que cuando Jim Lynam ordenó que yo
recibiría en la cabeza de la zona y penetraría a mi derecha, sabía
perfectamente lo que iba a pasar”, recordaba Barkley. “Sabía que vendría a la
ayuda cuando penetrara. Eso daría espacio a Hersey para un tiro, así que le
Página 209
dije que se plantara detrás de la línea de tres y esperara el balón.” Los Bulls
aún tuvieron una última oportunidad, y Phil Jackson sorprendió a todos al
decidir que sería Scottie Pippen el que se jugaría el tiro. Pippen no encontró
posición, y rodeado de rivales terminó por lanzar el balón a ciegas.
Phil Jackson tuvo que admitir que se había equivocado al apostar por
Pippen, pero había sido un partido difícil. Había discutido con Jordan a cuenta
del golf, creía que el arbitraje había sido demasiado casero (40 tiros libres
para los locales, frente a 19 para los visitantes) y por poco llegó a las manos
con Horace Grant durante un tiempo muerto. Era necesario recuperar la
compostura, y para ello se concedió un día de descanso. Jordan se fue
inmediatamente a Atlantic City con Barkley a jugar al blackjack, pero los
casinos no le provocaban tanto desgaste como el golf. Phil Jackson convocó a
la plantilla a un desayuno antes del cuarto partido y les habló de recomponer
la cadena del grupo. Horace Grant estaba viviendo su propio renacer
espiritual, en su caso a través del cristianismo, y era una de las causas de su
progresivo alejamiento de Pippen; pero ese día Jackson le pidió que
concluyera la comida con una lectura de los Salmos. Que podría haber servido
perfectamente como responso para unos Sixers que terminaron apalizados
101-85 en casa. Jordan repartió 12 asistencias, Grant se marcó un 22-11 y
Cartwright montó una tangana con Charles Barkley. Éste volvió a encontrarse
completamente solo ante un rival muy superior, y en un gesto de
desesperación se quitó la rodillera jugándose el físico. No sirvió de nada, y
pocos días después en Chicago se certificó la eliminación de los Sixers en un
partido competido pero que Jordan finiquitó con los 12 puntos finales de su
equipo para terminar en un abrazo con Barkley en el centro de la pista.
Charles Barkley llevaba varios días hablando no de la eliminatoria sino de su
futuro en la franquicia, y los Sixers se unieron a los Knicks y los Cavs en la
cuneta de la autopista que cada año llevaba de Chicago hasta el anillo.
Había llegado la hora de la final de conferencia y los Detroit Pistons. Los
Pistons llegaban en muy mala forma, después de una serie contra los Boston
Celtics repleta de lesionados con el aire de despedida de dos viejos guerreros.
Al terminar el último partido Isiah Thomas había buscado a Kevin McHale
entre la multitud para darle las gracias por tantos años de rivalidad y lucha.
Jack McCloskey y Chuck Daly habían construido una joya de orfebrería en
delicado equilibrio, y cuando se descompensó la caída fue tan rápida como
brutal. Varios jugadores, en particular Isiah, se estaban desmoronando
físicamente; otros como Salley y Edwards querían más dinero; Mark Aguirre
había empezado con sus paranoias de vestuario, y buena parte de la plantilla
Página 210
no aguantaba más los gritos de Thomas y Laimbeer. Se rumoreaba que Chuck
Daly iba a aprovechar la excusa de su nombramiento como entrenador de la
selección olímpica para dimitir del club, al darse cuenta de que Dennis
Rodman era el jugador menos problemático en esos momentos.
Sin embargo, eso no significaba que los Bulls llegaran a la final de
conferencia esperando que les entregaran el triunfo en bandeja. En realidad,
Phil Jackson había copiado muchos de los trucos de los Pistons en años
anteriores y, al igual que ellos, llevaba todo el año preparando el
enfrentamiento. Primero se habían asegurado el liderato de la conferencia
Este y con él la ventaja de campo, y después le habían enviado a la liga un
vídeo recopilando las acciones menos deportivas de los jugadores de Detroit.
Se decía que David Stern, comisionado de la NBA, estaba cansado del juego
sucio de los Pistons y había dado instrucciones a los árbitros para sancionarlo
con más severidad. Finalmente, los Bulls habían desarrollado su propia
estrategia defensiva para ahogar a sus rivales, basada en la presión sobre el
balón y en la combinación de altura, fuerza y velocidad de Jordan, Pippen y
Grant, que les permitía salir al dos contra uno en el perímetro y recuperar
sobre su hombre, o cambiar automáticamente en defensa sin miedo de
quedarse con un emparejamiento desventajoso. Algunos equipos pensaban
que desde la marcha de Mahorn a los Sixers, los Pistons ya no eran el equipo
más físico de la liga sino que habían sido reemplazados por los Bulls de Bill
Cartwright y sus codos de la muerte. La cita elegida por Phil Jackson era de
Ernst Jung: “La perfección sólo es posible para Dios. Nosotros esperamos la
excelencia”. Antes de empezar la serie preparó una sesión de vídeo con un
montaje de jugadas y escenas de cine como hacía Johnny Bach, pero en lugar
de usar una película de guerra recurrió a El mago de Oz. Al principio los
jugadores se rieron al ver errores suyos intercalados con escenas del
Espantapájaros, el Leñador de Hojalata o el León Cobarde, hasta que captaron
el mensaje. “Nos está diciendo que no tenemos cerebro, ni corazón, ni valor”,
resumió Paxson.
Michael Jordan estaba convencido de que el talento para ganar ya había
estado en el equipo la temporada anterior, pero les había faltado valor para
plantar cara. Estaba decidido a que no se repitiera, y desde el salto inicial
empezó un intercambio de codazos y empujones con Joe Dumars destinado a
marcar su territorio. Antes de terminar el primer cuarto se había encarado
además con Rodman y Aguirre, y cuando anotó una bandeja con personal de
John Salley le señaló con el dedo: “¡Tapona ésa, perra!”. Bill Laimbeer podía
tener un aspecto aún más amenazador de lo habitual con la máscara que
Página 211
protegía su fractura en el pómulo, pero cuando Paxson quedó emparejado con
él en un cambio defensivo y logró robarle el balón quedó claro que los Pistons
habían dejado de ser los matones de la liga. Detroit protestaba la permisividad
arbitral para con los contactos de los locales, quién lo hubiera imaginado, y
Daly se veía obligado a tirar del banquillo para que Vinnie Johnson y Mark
Aguirre frenaran la escapada de Chicago. Jordan se fue al descanso con 15
puntos, pero no consiguió anotar en el tercer cuarto y Aguirre empató el
partido. Incluso entonces los intentos de los Pistons por abrir una brecha en la
confianza de los Bulls fracasaban lastimosamente. “¡Nadie puede pararme!”,
exclamaba Aguirre. “¡Voy a ir a por ti en el aparcamiento y te voy a matar!”
Pero Scottie Pippen sólo se reía. Con sólo dos puntos de ventaja al comenzar
el último cuarto, Phil Jackson tomó la arriesgada decisión de apostar por la
segunda unidad. Los suplentes habían estado jugando tan mal que cuando
John Bach intentó recopilar una selección de sus mejores jugadas para
motivarlos antes de la eliminatoria, tuvo que dejarlo por imposible. Sin
embargo, Jackson opinaba que no podrían ganar sin que la segunda unidad
fuera capaz de dar un respiro a los titulares, y empezó el último cuarto con
Horace Grant más Armstrong, Hodges, Levingston y Perdue.
Sorprendentemente, Cliff Levingston tomó el mando del partido. Había
desaparecido de la rotación y no esperaba volver a jugar en lo que quedaba de
playoff. “Ni siquiera me dieron minutos contra los Sixers”, reflexionaba, “a
pesar de que todo el mundo sabe que no bloquean el rebote”. Pero la noticia
de que Toni Kukoc había firmado un contrato con la Benetton en Italia le
abría la posibilidad de seguir en los Bulls un año más, y cuando salió a la
cancha se puso a defender a Mark Aguirre con intensidad y a aportar canastas
en los momentos candentes del partido. Los suplentes abrieron una brecha de
nueve puntos y los titulares regresaron para asegurar la victoria por 94-83.
Michael Jordan terminó con sólo 7 puntos en la segunda parte, y en el
vestuario se dirigió a todo el equipo: “Gracias por guardarme las espaldas
hoy”. Cuando la prensa le preguntó por su 6 de 15 en tiros y sus 6 pérdidas de
balón, contestó “esta vez fui yo el que tuvo una jaqueca”.
Curiosamente, la victoria de los Bulls se vivió como una buena noticia
para los Pistons. Desde su punto de vista, jugando en Chicago contra un rival
más descansado y con una mala actuación de su quinteto titular, Detroit había
aguantado hasta el último cuarto y no había cedido grandes diferencias en el
marcador. Estos Bulls seguían siendo los mismos Bulls de siempre, pensaban,
y aún les faltaba instinto asesino. Por lógica, en Chicago no estaban de
acuerdo, y creían que vencer a los Pistons sin un buen partido de Jordan era la
Página 212
señal de que su hora había llegado. Michael Jordan recibió el trofeo del MVP
de la temporada justo antes del segundo partido, y aprovechó para convertirlo
en una celebración del grupo pidiendo a sus compañeros que subieran con él
al estrado. La época en la que le podía hacer auténtica ilusión un premio como
ése quedaba atrás y a estas alturas prefería aprovecharlo para recordar la
necesidad de un esfuerzo colectivo para alcanzar el triunfo real en la cancha.
Los Pistons empezaron el partido buscando a Joe Dumars saliendo de los
bloqueos e intentando presionar la subida de balón, pero fueron perdiendo
terreno casi inmediatamente. Phil Jackson usaba cada vez más a Scottie
Pippen para subir el balón, y en este partido esa responsabilidad pasó a ser
suya en exclusiva. En el pasado los Pistons habían aprovechado su
superioridad física para abrumar a Paxson y Armstrong, obligando a Jordan a
bajar a por el balón; pero con Pippen haciendo de tercer base la presión ya no
era efectiva y amenazaba con desestabilizar la defensa. Esta vez fue Pippen el
que permaneció en cancha cuando entró la segunda unidad, y de nuevo fueron
los suplentes quienes rompieron el partido. Los Pistons tuvieron que soportar
la humillación de ver a Levingston derribar a Salley en un bloqueo para que
Perdue machacara, y que hasta Will Perdue les mojara la oreja era más de lo
que podían soportar. La reacción de Detroit fueron tres faltas flagrantes, y
Dennis Rodman terminó encarándose con Pippen después de anotar un triple
improbable. Daba igual; Jordan aseguró el partido en el tercer cuarto y los
Bulls ganaron por 105-97.
A los Pistons sólo les quedaba aferrarse a la mística del Palace, que quizás
no tuviera la fama del Boston Garden pero había sepultado las esperanzas de
los Bulls en el pasado. John Salley intentó provocar a Jordan a través de la
prensa como otras veces: “Se cree que como es el mejor jugador del mundo,
los demás vamos al partido a quedarnos mirando”, declaró. “Nuestro estilo de
juego es intenso y será más intenso el domingo. Va a ser uno de los partidos
más intensos que se hayan visto.” Pero los Pistons ya no podían refrendar
sobre la cancha sus bravatas, y los Bulls lo sabían. De nuevo empezaron el
partido en ventaja y distribuyendo la anotación, y otra vez Chuck Daly tuvo
que tirar del banquillo para que la distancia no se hiciera insalvable. El
orgullo de los campeones espoleaba a los Pistons a una remontada tras otra,
pero los Bulls no se descomponían ni cedían el control del juego. “Cuando
remontábamos el año pasado, Michael empezaba a gritarle a los demás y
terminaban enfrentados”, tuvo que reconocer Salley. “Pero este año tienen
más confianza y no se pasan el tiempo esperando a que Michael los rescate.”
Jordan no olvidaba que el único peligro era que los Bulls perdieran la
Página 213
concentración y se derrotaran a sí mismos, y procuraba estar al quite en todo
momento. “No les dejes ver que te duele”, le dijo a Grant cuando éste recibió
una falta particularmente dura. “No te toques. No te quejes. Levántate como si
nada.” Grant asintió: “Creo que cuando mantenemos la compostura, les puede
la frustración”. Los Pistons seguirían luchando hasta el final, apostando por
un equipo pequeño con Thomas, Dumars, Johnson y Aguirre a la vez que los
puso a cinco puntos a falta de dos minutos, pero en términos baloncestísticos
los Bulls eran superiores. Vinnie Johnson metió la mano para robar un balón
y Aguirre se tiró al suelo para cogerlo y lanzar el contraataque, pero en la
jugada que mejor ilustraría la eliminatoria un Michael Jordan gigantesco
logró frenar un 3 contra 1, provocar un tiro forzado, capturar el rebote y
sentenciar el partido. No sólo habían tomado una ventaja en la eliminatoria de
3-0, virtualmente imposible de remontar y que amenazaba con la “barrida”,
sino que los Pistons estaban teniendo que asumir la derrota inevitable. “Creo
que ha sido su último cartucho”, resumió Phil Jackson.
El cuarto partido llegó con aire de puro trámite. A los Pistons les escocía
pero se veían incapaces de cambiarlo, y los Bulls ya pasaban a considerar el
camino recorrido y lo que les quedaba por delante. Contestando a los
periodistas, Jordan reflexionaba sobre la relación con sus compañeros: “Esto
es un negocio, y en un negocio no tienes que llevarte bien con todo el mundo,
sino ser capaz de trabajar con ellos. Esta temporada hemos sido capaces de
diferenciar ambas cosas y mantenernos concentrados en nuestro objetivo
deportivo”. ¿Y sobre las capacidades de Jerry Krause como gerente? “Es
posible que tenga que reconsiderar mis palabras”, admitió. “Es posible que
me las tenga que comer con patatas.” Sin embargo, las frases que llegaron a
las portadas se referían a los Pistons: “La gente se alegra de que este deporte
vuelva a ser más limpio y se acabe lo de los bad boys”. Jordan se presentaba a
sí mismo y a los Bulls como una fuerza redentora que venía a rescatar a la
NBA de las garras de los Pistons, y Detroit sólo podía reaccionar de manera
antideportiva. El cuarto partido se vio constantemente interrumpido por roces
y enfrentamientos provocados por el equipo local, especialmente un
desquiciado Dennis Rodman que tuvo numerosos choques con Scottie Pippen.
El incidente más grave se produjo a mediados del segundo cuarto, cuando
Pippen anotó una penetración y al caer Rodman lo empujó fuera de la cancha.
“Aquí no queremos maricones y él es un maricón”, gritó Rodman. “La
próxima vez lo tiraré más fuerte y ya veréis si me importa.” Los compañeros
de Pippen le insistían en que lo ignorara y siguiera jugando, pero ya no hacía
falta. “Está loco. No me había dado cuenta antes, y he sido un tonto por dejar
Página 214
que me afectara”, había comentado antes del partido. “Creo que tiene
problemas mentales y necesita ayuda. En serio.”
Al terminar la eliminatoria, más de uno se planteaba si Rodman era el
único que necesitaba ayuda. De manera inexorable, los Bulls se fueron
distanciando en el cuarto partido sin que los Pistons pudieran impedirlo, y con
25 puntos de ventaja a falta de cuatro minutos y medio Chuck Daly empezó a
sentar a los titulares para admitir la derrota. Fue un momento emotivo, con
Isiah Thomas abrazando a cada uno de sus compañeros con el público de
Detroit puesto en pie y un Jack McCloskey al que se le saltaron las lágrimas
en el túnel de vestuarios. Desgraciadamente, eso sólo sirvió para resaltar
todavía más la bochornosa manera en la que el equipo de los Pistons
abandonó la pista cuando aún se estaban jugando los últimos segundos del
partido, negándose a saludar a los Bulls. La intención original de Isiah
Thomas había sido coger un micrófono para agradecer al público de Michigan
su apoyo durante los dos campeonatos, pero Chuck Daly consiguió hacerle
cambiar de idea. Isiah se había metido en problemas varias veces debido a su
propensión a expresarse de manera confusa o maliciosa delante de los
micrófonos, y el mismo jugador procuraba evitarlos por su propio bien. Sin
embargo, Daly no pudo evitar que Isiah y Laimbeer convencieran a sus
compañeros para retirarse sin saludar a los rivales, ante la completa
estupefacción de un Michael Jordan que no entendía qué estaba pasando.
Especialmente doloroso fue ver cómo Lance Blanks se marchaba al vestuario
como los demás, dejando atrás a quienes como Chuck Daly y John Salley sí
se quedaron a saludar a los de Chicago. “MJ había venido a estrecharme la
mano y darme un abrazo tres años seguidos después de que los
elimináramos”, declaró Joe Dumars. “De ninguna manera iba a irme sin
estrechar la mano de los Bulls.” Blanks y Jordan se conocían desde hacía años
de coincidir en el campamento de verano de Fred Whitfield, y aunque Jordan
entendía que como novato había cedido a la presión de los veteranos del
equipo, aún así le pareció una traición y la vengó al verano siguiente, cuando
fue a por él en el campamento y le metió 45 puntos en un partidillo.
En cualquier caso, la retirada de los Pistons provocó una auténtica
tormenta en la NBA y algunos medios llegaron a pedir el cese de Chuck Daly
como seleccionador olímpico argumentando que ese incidente demostraba su
incapacidad para controlar a un vestuario repleto de egos. Mientras, los Bulls
celebraban su victoria en el avión de vuelta a Chicago, con Jerry Krause
bailando en el pasillo central mientras los jugadores le aclamaban: “¡Vamos,
Jerry, menéate!”. Aunque no era el momento de pensar en eso, el ansia de
Página 215
Krause de formar parte del equipo le llevaba a situaciones que erosionaban el
respeto que más tarde necesitaría para tratar con los jugadores. A pesar de la
celebración, la victoria en la final de la Conferencia Este llevaba a pensar
inmediatamente en la final de la NBA contra el campeón de la Conferencia
Oeste, a priori los Portland Trail Blazers. Portland venía de ser finalista el año
anterior y había conseguido el mejor récord de la liga, por lo que muchos
creían que era su momento. Después de su eliminación, Charles Barkley había
asegurado que los Bulls llegarían a la final de la NBA, pero serían derrotados
por unos Blazers que eran “el mejor equipo del mundo”. Michael Jordan no
estaba de acuerdo. Prefería a los Lakers, ya que así tendrían el factor cancha a
favor, pero además creía que el juego de Portland era poco inteligente. “Creí
que el fichaje de Ainge les ayudaría en ese aspecto, pero no ha sido así.”
Por tanto, no fue una sorpresa completa que Los Angeles Lakers
eliminaran a los Blazers en seis partidos y se clasificaran para una final que
enfrentaría a Michael Jordan contra “Magic” Johnson y decidiría si había
llegado el momento de pasar la antorcha a la siguiente generación. De ello
sería testigo Mike Dunleavy, que parecía poseer el don de estar presente en
los momentos definitorios de la carrera de Michael Jordan: como jugador,
Dunleavy se había enfrentado a Jordan durante la preparación de los JJ.OO.
de 1984, había estado en su primera gran actuación como rookie y formaba
parte de los Bucks durante su primera victoria en playoffs. Ahora era el
entrenador que había conseguido devolver a los angelinos a la final, después
de una temporada difícil. A pesar de que buena parte de la prensa seguía
usando el término showtime para describir a los Lakers, su juego recordaba
poco al de la era dorada con Pat Riley. Ya no eran un equipo joven y veloz,
así que Dunleavy había buscado su reconversión a un estilo basado en el
poderío interior que ofrecía mayores posibilidades de éxito en playoffs. Con el
fichaje de Sam Perkins y el progreso de Vlade Divac, los Lakers eran un
equipo claramente desequilibrado, ya que acumulaban hasta seis jugadores de
calidad para rotar en las tres posiciones interiores de tal forma que hasta les
costaba encontrar minutos para Elden Campbell, un rookie que tendría una
carrera de 14 años como titular en la NBA. Esa potencia física combinada con
la experiencia de un equipo campeón los convertía en favoritos para muchos
analistas, como su antiguo entrenador Pat Riley, que como comentarista
afirmaba que era muy difícil que se vieran superados por un rival que no sabía
lo que era jugar una final. Los Chicago Bulls pensaban que esa opinión
ignoraba los años de experiencia luchando a brazo partido contra los Pistons
en final de conferencia, y además otros analistas señalaban que se pasaba por
Página 216
alto la vulnerabilidad del perímetro de los Lakers. “Magic” aún era “Magic”,
pero Byron Scott se estaba convirtiendo rápidamente en un tirador
unidimensional y el banquillo ofrecía poca ayuda: el base suplente Larry
Drew se había derrumbado físicamente y el fichaje de Terry Teagle había
resultado un completo fracaso. El juego de “Magic” y la movilidad de James
Worthy era los únicos eslabones que conectaban al perímetro con el juego
interior, y Worthy llegaba con una inoportuna lesión de tobillo que podía
sentenciar la final.
“Magic” Johnson era el rival deseado por Michael Jordan. Era su
referente, el gran dominador de la década de los ochenta que poseía lo que él
ansiaba conseguir. Se habían repartido los últimos cinco galardones de mejor
jugador de la NBA, pero no podía compararse con los títulos que sumaba
“Magic”. Ya habían quedado atrás las rencillas entre ambos, y “Magic” había
despedido al Dr. Tucker precisamente para elegir a un agente que supiera
sacar mejor provecho de su fama. La final que los iba a enfrentar suponía la
culminación del ascenso de la NBA como espectáculo televisivo, que había
pasado de emitirse en diferido en 1980 (el año que “Magic” consiguió su
primer anillo) a ocupar el horario estrella del fin de semana. Con un
simbolismo fácil de interpretar, la cabecera de la NBA presentaba a “Magic”
sacando un balón de un sombrero de mago y lanzándoselo a Larry Bird, que a
su vez se lo pasaba a Michael Jordan. El anuncio de la presencia de las
estrellas profesionales en los Juegos Olímpicos que se iban a celebrar en 1992
había disparado la atención internacional, y ni siquiera los Lakers habían
experimentado jamás una atención de los medios como la que rodeó a la final
de la NBA de 1991.
El primer partido respondió a los estereotipos que habían marcado la
carrera de ambos jugadores, como si no hubiera sucedido nada desde 1986.
Michael Jordan sumaba canasta tras canasta, manteniendo en el partido a unos
Bulls inseguros en los que sólo Pippen parecía capaz de anotar. Mientras,
“Magic” dominaba el ritmo, pasando minutos sin lanzar a canasta y asistiendo
a sus compañeros con soltura. Byron Scott no podía frenar a Jordan en ningún
momento a pesar de un esfuerzo defensivo que le pasaba factura en ataque,
pero el triple poste de Worthy, Perkins y Divac dominaba la zona. Dos triples
de “Magic” al final del tercer cuarto dieron una mínima ventaja a Lakers, que
Jordan remontó en el último. “¿Qué es esta mierda de uno contra uno?”,
bramaba Phil Jackson. “¡No os salgáis de la jugada!” Los Bulls aún llevaban
dos puntos de ventaja y posesión en el último minuto, pero Jordan falló el tiro
y en el siguiente ataque “Magic” dio un pase cruzado a un Sam Perkins solo
Página 217
que anotó el triple que ponía a Lakers por delante. Jordan tuvo el último balón
para la canasta decisiva y consiguió quebrar a la defensa para tener un tiro en
apariencia cómodo. Se parecía al que anotó contra Georgetown, y también a
The Shot, pero esta vez se salió de dentro cuando parecía hecho. Los Bulls
habían perdido la ventaja de campo.
Michael Jordan estaba furioso con quienes había dado en llamar su
supporting cast (“reparto” o “secundarios”), especialmente con un Paxson
que había fallado varios tiros claros. Sentía que una vez más le habían dejado
solo en el momento de máxima intensidad, aunque tampoco podía protestar
demasiado, ya que era él quien había fallado los dos últimos tiros. Pippen,
convertido en el portavoz no oficial del resto de la plantilla, destacaba la
dificultad de entrar en juego cuando la estrella acaparaba tanto balón, pero lo
cierto era que casi todos los jugadores habían pasado desapercibidos. Los
Lakers estaban convencidos de haber logrado una victoria decisiva, al
imponer su ritmo lento de juego y robar el factor cancha a la primera ocasión.
No habían logrado detener a Michael Jordan (36 puntos, 12 asistencias, 8
rebotes) pero se había impuesto su juego interior, y si la final se convertía en
un monólogo de Michael contra Lakers entonces tenían muchas posibilidades
de ganar todos sus partidos en casa. Los Bulls tenían una opinión bastante
diferente: dijera lo que dijera la prensa, habían hecho un mal partido y aun así
sólo un triple final y un fallo poco frecuente de Jordan les habían privado de
la victoria. Además, las mismas circunstancias de la derrota hacían pensar a
Phil Jackson que sus jugadores no tendrían más remedio que llegar a las
mismas conclusiones que él, y aceptar que Jordan debía recurrir a sus
compañeros y éstos responder a su confianza. La película que había elegido
para las sesiones de vídeo era una miniserie televisiva llamada El Guerrero
Místico, en la que un jefe sioux intentaba usar sus poderes mágicos para
salvar a su tribu del futuro incierto que la acechaba y que sólo podrían evitar
trabajando juntos.
Con el apoyo de Tex Winter, Johnny Bach sugirió un ajuste defensivo.
“Magic” Johnson había leído perfectamente los dos contra uno que intentaban
hacer los Bulls, pero en general todos los jugadores de los Lakers eran
capaces de postear a sus defensores y luego doblar el balón si llegaba la
ayuda. Bach creía que los Blazers habían obtenido mejores resultados cuando
hicieron que las ayudas vinieran por la línea de fondo en lugar de la parte alta
de la zona, porque pillaban por sorpresa a los atacantes, y propuso que los
Bulls hicieran lo mismo. Pero el ajuste más significativo fue en el marcaje a
“Magic”. Jackson se había dado cuenta de que cada vez que lo sentaban su
Página 218
equipo se desmoronaba y encajaba parciales muy negativos. “Creo que
tenemos más respuestas cuando sentamos a Michael de las que tienen ellos
cuando sientan a Magic”, opinaba, lo cual era particularmente preocupante
para Los Ángeles porque su estrella venía de una serie muy dura y no se sabía
cuánto podría resistir una defensa de desgaste. La decisión de poner a Scottie
Pippen a marcar a “Magic” en lugar de Michael Jordan fue una de las claves
de la final, aunque no está claro hasta qué punto fue algo deliberado o
accidental. Posteriormente Phil Jackson ha declarado que fue una solución de
circunstancias provocada por las dos faltas rápidas que cometió Jordan en el
primer cuarto del segundo partido, y que su éxito fue una relativa sorpresa.
Sin embargo, Jackson ya había mencionado esa posibilidad durante los
entrenamientos, ya que temía que pedirle a Michael Jordan que fuera el
referente ofensivo y el defensor principal de la estrella rival iba a ser
demasiado. De hecho, hubo un momento del primer partido en el que Jordan
pidió el cambio por agotamiento, algo inaudito en él especialmente cuando el
equipo venía de tener varios días de descanso, lo cual reforzaría esta opinión.
Pero Scottie Pippen se había cargado de faltas en ese primer partido y habría
obligado a retrasar su aplicación.
Los Bulls empezaron el segundo encuentro de manera muy diferente.
Jordan había anotado 15 puntos en el primer cuarto del partido anterior, pero
esta vez sólo tiró dos veces a canasta y prefirió meter balones interiores a
Cartwright y Grant. Horace Grant había descartado las gafas durante la
primera ronda contra los Knicks, ya que Oakley se las movía durante la lucha
por el rebote, pero en Detroit habían visto que John Salley había usado unas
gafas de otro modelo que parecían ofrecer mejor sujección y más visibilidad.
Grant decidió darles una oportunidad en este partido y terminó el primer
cuarto como máximo anotador de su equipo. Fue en ese cuarto cuando Jordan
se cargó con dos personales y Phil Jackson optó por introducir en el partido a
Cliff Levingston en lugar de Paxson. Levingston había defendido bien a
Worthy, y pudo liberar a Pippen para encargarse de “Magic”. El resultado fue
inmejorable y la estrella de los Lakers se vio totalmente superada por el
marcaje del alero de Chicago. Le costaba recibir el balón, no obtenía ventajas
al poste y cuando intentaba forzar el tiro no lograba encestar. Mientras, los
Bulls ofrecían un juego sencillo y efectivo de cortes y pases, y anotaban
canasta tras canasta con un acierto inusual. Los Lakers consiguieron remontar
fugazmente cuando Jordan se tomó un respiro, pero en la segunda parte los
locales abrieron brecha sin misericordia liderados por un Michael Jordan
infalible. Los Bulls anotaron 38 puntos con una serie de 17 de 20 en tiros de
Página 219
campo en el tercer cuarto y batieron varios récords en una final: más del 60%
de acierto para todo el equipo y más del 70% los titulares, con Jordan
anotando trece canastas seguidas sin fallo y Paxson terminando con 8-8. Con
25 puntos de ventaja en el último cuarto Jordan coronó su actuación con la
canasta que definiría su primer campeonato, una penetración a pase de
Levingston con cambio de mano para convertir un mate en bandeja cuando ya
estaba descendiendo. En realidad, era una jugada muy habitual para Michael
Jordan, sobre todo en la primera etapa de su carrera, cuando su juego
dependía más de las penetraciones, pero repetirla en la final y especialmente
en medio de una exhibición de superioridad la convertía en todo un símbolo.
Las numerosas cámaras de la NBC ofrecieron infinitas repeticiones desde
todos los ángulos, mientras Jordan terminaba el partido levantando los puños
tras cada canasta o dedicándosela al banquillo visitante. Mike Dunleavy tuvo
que ser contenido por sus asistentes para evitar que se encarara con él, y
también Scott mostró su desagrado tras el partido: “Eso no se hace cuando
aún queda tanta final”. Jordan intentó quitar hierro a la situación: “No les dije
nada ni les señalé. Sólo quería motivarme y mostrar mi alegría”.
Probablemente estaba pensando que al igual que los Pistons en la
eliminatoria anterior, los Lakers podían gruñir todo lo que quisieran, pero se
veían incapaces de respaldar sus palabras con hechos. “Da igual perder por
uno que por veinte, seguimos 1-1”, declaró Magic, pero la superioridad
exhibida por los Bulls en el segundo enfrentamiento sugería un final
prematuro para la serie. Reconocido como uno de los factores fundamentales
del éxito de su equipo, Scottie Pippen por fin podía sentir que había dejado
atrás el “partido de la jaqueca”, y algunos aficionados opinaban que hacía
mucho tiempo que no se veía una final en la que un entrenador dominara con
tanta claridad al otro. Phil Jackson tuvo la fortuna añadida de encontrar el
libro de jugadas de los Lakers, olvidado en el banquillo después del segundo
partido, y aunque no contenía información que no supieran ya (los Bulls
estudiaban tanto las jugadas de los rivales que a veces los provocaban
explicándoselas durante los partidos: “Venga, que tienes que cortar para poner
el bloqueo”), sí proporcionaba una mayor sensación de seguridad y
aumentaba la imagen de descontrol del equipo de Dunleavy.
El mayor halago que se le ocurrió a “Magic” Johnson para describir el
primer partido fue que “estuvo casi a la altura de las expectativas”. Eso fue en
Chicago, y creían haber llegado al tope de atención de los medios. Y entonces
viajaron a Los Ángeles. Con Hollywood a tiro de piedra ambos equipos
descubrieron lo que era estar saltando permanentemente de una televisión a
Página 220
un periódico o a una revista extranjera. Michael Jordan tuvo que recluirse en
su habitación de hotel, donde jugaba interminables partidas de cartas con sus
amigos, entre los que se encontraban el periodista Ahmad Rashad… y el
ínclito Leroy Smith. Smith vivía en California y mantenía contacto con
Jordan, pero quizás también influyera que a éste le apetecía recordar el
camino recorrido hasta la final de la NBA. Aunque algunos de sus
compañeros se sintieron molestos al ver que se les negaban entradas para sus
familiares mientras Jordan las recibía por docenas, esas minucias ya no
podían alterar el ambiente del vestuario. Especialmente cuando se supo que
Disney se había puesto en contacto con las estrellas de los dos equipos para
que el campeón pronunciara la típica frase publicitaria “ahora me voy a
Disneyworld”, y Jordan había puesto como condición que sus compañeros
formaran parte del anuncio. Además, el fichaje de Kukoc por la Benetton
hacía innecesario seguir manteniendo espacio salarial para él y Krause por fin
había firmado la extensión del contrato de Pippen. Incluso la renovación de
Paxson parecía asegurada, algo impensable pocos meses antes, y sus
compañeros bromeaban imitando el sonido de una caja registradora cada vez
que anotaba una suspensión: “¡Ker-ching! ¡Cien mil dólares más al año!”.
Eso no significaba que los Bulls estuvieran vendiendo la piel del oso antes
de cazarlo. Phil Jackson pretendía atacar el aro con más decisión para corregir
el desequilibrio en tiros libres, muy favorable a Lakers, y así fue. El tercer
partido fue un mano a mano entre “Magic” y Jordan, apoyados por Worthy y
Grant respectivamente, que llegó igualado al descanso debido a las pérdidas
de balón de los Bulls. A pesar de su estatura, los Lakers no eran un equipo
que destacara por el dominio del rebote y Chicago estaba sacando provecho
de ello, pero las pérdidas les impedían tomar ventaja. Y en el tercer cuarto
pareció que se iba a repetir la historia del partido anterior, pero esta vez con
los Bulls como sujetos pasivos. Vlade Divac se había convertido en la
revelación de la final gracias a su movilidad y manejo de balón, y al comenzar
la segunda parte “Magic” empezó a conectar una serie de asistencias que el
entonces yugoslavo encestaba sin fallo. Los Bulls no encontraban respuesta a
esa jugada, así que Jordan y Pippen decidieron intercambiar sus asignaciones
defensivas, ya que durante el segundo cuarto Pippen había logrado que
“Magic” apenas tocara el balón. El resultado fue desastroso, ya que los Lakers
habían anticipado esa respuesta y buscaron reiteradamente a Divac para que
explotara su superioridad sobre el marcaje de Jordan al que le sacaba la
cabeza. Phil Jackson no podía creer que sus jugadores estuvieran realizando
cambios defensivos sobre la marcha: “¿Qué demonios estáis haciendo?”. Lo
Página 221
cierto era que no encontraban la manera de frenar a los Lakers, que
amenazaban con romper el partido con un 12-0. Pero en el último cuarto el
desgaste empezó a hacer mella en los locales. Worthy fue incapaz de
levantarse en un contraataque con un tobillo que empeoraba por momentos y
“Magic” boqueaba intentando tomar aire. Más jóvenes y más descansados, los
Bulls llegaron con fuerza a la recta final y empataron el partido a pesar de una
actuación no más que correcta de Jordan. El héroe inesperado fue Cliff
Levingston, que ya había jugado buenos minutos en la primera parte y volvió
a salir para aportar defensa, rebote e incluso unos puntos que valían su peso
en oro. Phil Jackson pudo permitirse el lujo de sentar brevemente a Jordan a
falta de cuatro minutos, a pesar de que el partido seguía igualado con unos
Lakers que se negaban a perder. Si la historia hubiera sido diferente, quizás la
canasta que habría terminado en todas las promos televisivas y vídeos
recopilatorios hubiera sido la de Divac a falta de diez segundos con su equipo
uno abajo: después de un fallo de Jordan, Divac completó una penetración
accidentada con canasta más tiro adicional por la sexta personal de Pippen. La
imagen de la final pudo ser la del pívot de Los Ángeles con las manos a la
espalda, acercándose a “Magic” para recibir su abrazo. Lo tuvo en la yema de
los dedos, cuando saltó al tiro final de Jordan y por un momento pareció que
lo iba a taponar. Los Bulls habían optado por sacar de fondo para darle a
Michael Jordan tiempo y espacio de leer la defensa, y esta vez no falló a pesar
de que el tiro era en apariencia más difícil que el del primer partido. Prórroga,
y en la prolongación no hubo color: los Lakers terminaron derrumbándose
físicamente y Jordan anotó seis puntos para devolver la ventaja de la
eliminatoria a Chicago. “In your face, Arsenio!”, remató Levingston
dirigiéndose a Arsenio Hall, el famoso presentador de televisión sentado en
primera fila.
La final ya tenía un ganador, y ambos equipos lo sabían. Los Lakers
habían agotado todos sus recursos en ese tercer partido y no había sido
suficiente. “Jugamos bastante bien, pero cuando juegas contra Michael no
basta con jugar bastante bien”, resumió Worthy. Sabían que su resistencia iría
a menos por el cansancio, y en el fondo ya sólo aspiraban a evitar que
Chicago ganara el campeonato en el Forum de Inglewood. Sus postes
chocaban contra las ayudas defensivas de los Bulls cada vez que pivotaban
hacia la zona y la presión sobre el balón les hacía perder preciosos segundos
de posesión. En el pasado, Celtics y Sixers habían derrotado a los Lakers
colocando a Dennis Johnson o Andrew Toney a marcar físicamente a
“Magic”, pero ninguno de ellos poseía el tamaño, la fuerza o la velocidad de
Página 222
Jordan y Pippen. Para abrir espacios interiores, Byron Scott había quedado
como un tirador exterior en estático, así que Paxson podía pegarse a él
confiado en que no penetraría. Mike Dunleavy tomó la medida desesperada
de programar un entrenamiento a puerta cerrada justo antes del cuarto partido,
y Phil Jackson lo consideró un reconocimiento implícito de su impotencia.
Cuando un entrenador recurre a esos trucos, pensaba, es porque sabe que va a
perder y quiere dar la imagen de haberlo intentado todo.
La única preocupación de los Bulls era la sobreconfianza y el estado del
pie de Michael Jordan. Es decir, las dos únicas preocupaciones. Jordan no
había caído bien después de la canasta que mandó el tercer partido a la
prórroga, y un dedo del pie derecho le dolía tanto que en un principio temió
habérselo roto. El dolor remitió durante el tiempo extra, y aunque era una
molestia los Bulls exageraron su trascendencia para usarlo de excusa para que
Jordan se ausentara de una rueda de prensa obligatoria (que el jugador
sustituyó por 36 hoyos de golf, demostrando la gravedad de su lesión).
Michael Jordan comenzó el partido con una zapatilla a la que le habían
recortado un trozo para reducir la presión sobre el dedo, pero al poco de
comenzar prefirió volver a un modelo “completo”, ya que le ofrecía mejor
agarre. Sus gestos de dolor fueron inconfundibles cuando aterrizó sobre el pie
derecho después de un espectacular mate sobre Sam Perkins, pero no le
impidieron liderar a su equipo con 28 puntos y 13 asistencias. Un último
esfuerzo reboteador mantuvo a los Lakers en el partido, pero en cuanto
“Magic” se tomó un respiro se vinieron abajo definitivamente. Esta vez fue el
turno de Scott Williams para salir del banquillo y aportar minutos de calidad,
aunque no eran momentos fáciles para el rookie. Sus padres habían muerto a
poca distancia del pabellón y a veces salía al balcón del hotel para quedarse
mirando en silencio hacia su antiguo barrio, pero salió en el segundo cuarto a
colaborar en una gran defensa sobre Perkins, que estaba siendo uno de los
pocos aspectos positivos para los Lakers. Con Worthy empeorando por
momentos y Scott avasallado por Jordan, la mala actuación de Sam Perkins
(1/15 en tiros) terminó de hundir a su equipo a pesar de los esfuerzos de
“Magic”. “¡Vamos! ¿Es que nadie más quiere jugar?”, gritaba a sus
compañeros. Al salir del descanso, Jordan animaba a los suyos: “Magic se
está peleando con los demás. ¡Ya los tenemos!”. Y así era; los Lakers
anotaron sólo 14 puntos en el tercer cuarto y se pusieron 16 abajo. Los Bulls
ganaron por un contundente 97-82, y el público local terminó aplaudiendo a
Michael Jordan cuando se fue a la grada persiguiendo un balón suelto con el
resultado ya decidido.
Página 223
“Estamos en una zanja, no en un hoyo”, admitió Dunleavy. “Soy realista,
esto es lo que está pasando y tengo que aceptarlo”, declaró “Magic”. “No
estoy enfadado. Simplemente nos han dado una paliza de las palizas de toda
la vida.” Michael Jordan intentaba jugar la carta de la modestia (“No
esperábamos dominar así a un equipo del nivel y la historia de los Lakers”),
pero de puertas para adentro mostraba sus auténticos sentimientos. “Es el
último entrenamiento de la temporada. Hagámoslo bien”, dijo a sus
compañeros antes del quinto partido. Y al subir al autobús que los llevaría al
estadio: “Buenos días, campeones”. Sin embargo, en el vestuario antes de
saltar a la cancha Jordan experimentó una punzada de esas dudas que
aparecen cuando uno se ve por fin tan cerca del éxito. “Estoy nervioso”,
admitió. “¿Debo tirar? ¿Debo pasar? No sé qué hacer.” Para la mayor parte de
los analistas esas dudas carecían de base. “Magic” Johnson seguía intentando
apelar a la épica para impedir que un rival celebrara el título en casa de los
Lakers, pero cada vez estaba más solo. El estado de James Worthy había
empeorado y sería baja para el quinto partido, y para colmo Byron Scott
también se había lesionado y no podría jugar.
Los Bulls habían dominado a los Lakers cuando contaban con todos sus
efectivos y sólo habían perdido dos partidos en todo el playoff (ambos por
triples en los últimos segundos), así que era pan comido. Sin embargo, los
nervios les jugaron una mala pasada a Jordan y Pippen, que tuvieron un
arranque poco inspirado y tuvo que ser Paxson el que mantuviera al equipo en
los primeros minutos. Poco a poco se fueron entonando, y el marcador se
mantuvo igualado con “Magic” camino de su segundo triple-doble de la final
(con 20 asistencias). La gran sorpresa por parte de los Lakers fue el juego de
los rookies Elden Campbell y Tony Smith, que salieron desde el banquillo
para aportar minutos de calidad a pesar de no haber gozado de oportunidades
en los partidos anteriores. En perspectiva fue un error de Dunleavy no probar
a Tony Smith ni siquiera cuando Scott y Teagle tocaron fondo, ya que Smith
no daba la imagen de futura estrella de la liga, pero sí ofrecía juventud y
movilidad, dos atributos escasos en el perímetro de Los Ángeles. Phil Jackson
había esperado que recurrieran a él para explotar el punto débil de la defensa
de los Bulls: John Paxson podía cubrir el expediente marcando a tiradores
estáticos como Scott o Teagle, pero cuando los Lakers vencieron a los Bulls
en la fase regular Tony Smith le puso en muchos apuros. Gracias a la
aportación de Campbell y Smith el partido llegó igualado a los minutos
finales, cuando Paxson sacó a relucir su sangre fría y anotó 10 puntos en los
últimos cuatro minutos para darle a su equipo la victoria. Según Sam Smith,
Página 224
la aparición providencial de John Paxson fue el resultado de un tiempo
muerto en el que Phil Jackson se encaró con un Michael Jordan que se había
jugado varios tiros seguidos. “¿Quién está abierto?”, habría preguntado una y
otra vez el entrenador hasta que Jordan tuvo que responder: “Pax”. Sin
embargo, Michael Jordan negó posteriormente que esa conversación tuviera
lugar, pero no la aportación de Paxson. “Siempre nos hemos comunicado bien
en la pista, pero en la Final fue increíble. Siempre sabía dónde estaba en
cuanto me hacían el dos contra uno.” Es posible que Smith haya exagerado
algunos detalles para hacer la historia más dramática, pero hasta Jerry
Reinsdorf declararía posteriormente que Krause consideraba ese momento
como la cúspide de la carrera como entrenador de Phil Jackson. “Quiero que
Paxson reciba el balón.”
Era lo de menos. Reinsdorf y Krause pasaron los últimos minutos del
partido con David Stern en una salita junto al vestuario para estar preparados
para la entrega del trofeo. Jerry Krause andaba de un lado para otro con el
rostro congestionado y la respiración agitada como si le fuera a dar un
jamacuco. “Sólo es un juego”, intentó tranquilizarle Stern. “No, no lo es”,
respondió Krause. Por fin sonó la bocina del final del partido, y todos los
miembros de los Chicago Bulls se amontonaron en su vestuario para
celebrarlo. Pippen y Grant se abrazaron, repitiendo “¡Mil novecientos ochenta
y siete!” (el año que habían sido drafteados). “Siete años, siete largos años”,
gritó Jordan. “Doce años, doce largos años”, respondió Cartwright desde el
otro lado. Después de todo, la imagen de la final no sería el rectificado del
segundo partido, sino las lágrimas de Michael Jordan abrazado al trofeo que
lleva el nombre de Larry O’Brien. El público pudo ver más allá de la imagen
cuidadosamente preparada de un jugador que no atendía a la prensa hasta
estar completamente vestido, en una de las escasas circunstancias en las que
Jordan exteriorizó sus emociones sin ningún disimulo. Rodeado por su padre
y su esposa pero al mismo tiempo a solas, Michael Jordan lloraba con su
cabeza afeitada reflejando la esfera dorada del trofeo. “Nunca había mostrado
mis emociones tan públicamente, pero no me arrepiento.”
Página 225
Chicago, 1991
Le pregunté qué podía hacer. Vivir la vida, me contestó.
Página 226
aspiraba a definir, como Bird y “Magic” definieran la anterior. Ese “cambio
de la guardia” se representó de manera deliberada en la composición del
Dream Team, la selección olímpica estadounidense que acudiría a los Juegos
de Barcelona’92 y que sería la primera en contar con jugadores procedentes
de la NBA. El segundo gran tema que relegaría a los partidos de esta
temporada a las páginas interiores de la prensa deportiva sería precisamente la
plantilla que conformaría este Dream Team.
La presencia de jugadores NBA en las selecciones nacionales se aprobó
pese a la oposición frontal del organismo federativo estadounidense
responsable de la representación internacional, que poco después adquirió su
denominación actual de USA Basketball. Estaba organizado como un comité
dominado por representantes del baloncesto universitario que se había
resistido a ser fagocitado por la NBA, y que tras el desembarco de los
representantes de David Stern quedaba compuesto por una mezcla confusa de
miembros de los diferentes estamentos del baloncesto estadounidenses. Por lo
tanto, el proceso para gestar el llamado Dream Team sería largo y
controvertido debido a la necesidad de armonizar intereses diversos. Había
que determinar cuántas plazas se reservarían a jugadores universitarios, que
algunos pretendían que llegaran a cinco; había que nombrar a un
seleccionador nacional siguiendo criterios aún no acordados; había que elegir
a los jugadores. Inicialmente se concluyó que los jugadores universitarios
serían dos y que el entrenador debería poseer experiencia profesional para que
lo respetaran las estrellas NBA. Don Nelson poseía contactos en Europa y
Larry Brown tenía experiencia internacional, pero el elegido fue Chuck Daly,
experto en lidiar con vestuarios repletos de egos.
Cuando el comité exploró voluntad de manera discreta, lo primero que
averiguó fue que los jugadores se negaban en redondo a pasar cualquier tipo
de prueba o preselección, ya que lo consideraban humillante, y que el
compromiso con el equipo olímpico sería lo más breve posible, ya que el
verano era para descansar y ganar dinero mediante apariciones publicitarias o
campamentos de baloncesto, y no para entrenar. Eso era fácil de solucionar,
pero el auténtico problema era la firme negativa de dos jugadores básicos:
Larry Bird, que consideraba que su espalda le impedía competir con garantías,
y Michael Jordan, que necesitaba los veranos para sus labores de promoción y
que ya poseía un oro olímpico. Posteriormente se sumó la incertidumbre
sobre la situación de “Magic”, cuya enfermedad ponía en duda su
participación. Durante meses el comité siguió dos líneas de trabajo paralelas,
por un lado intentando convencer a esos jugadores de que cambiaran de
Página 227
opinión y por otro preparando escenarios alternativos para el caso de que las
renuncias fueran definitivas. Suponía resolver un elaborado sudoku en el que
cada pieza dependía de las demás, y así, por ejemplo, la presencia de Charles
Barkley estaba condicionada a la de Jordan, Bird y/o “Magic”, ya que eran los
únicos jugadores que podían controlar su comportamiento; si Jordan
finalmente no acudía, eso significaba que podía entrar un escolta con mejor
tiro exterior y no haría falta un alero tirador, aunque quizás necesitaran a un
tercer base, etcétera. No todos los miembros del comité estaban seguros de
querer contar con un jugador con un ego tan desarrollado y que podía
solaparse con “Magic”; después de todo, se decía que Clyde Drexler era un
jugador más completo y podía ofrecer casi lo mismo. Sin embargo, la mayoría
opinaban que la combinación de ataque y defensa de Jordan no tenía igual en
la liga, y además no podían prescindir de la gran estrella del momento. Una
de las mayores dificultades del comité era la necesidad de armonizar objetivos
muy dispares: el Dream Team debía no sólo vencer, sino arrasar a sus rivales;
pero también debía ser un catálogo publicitario que presentara al mundo las
maravillas de la NBA. Debía incluir estrellas consagradas y también otras que
estuvieran en ascenso, y reflejar el pasado reciente y el futuro inmediato de la
competición. Sería la avanzadilla del desembarco de la NBA en el mundo más
allá de los Estados Unidos.
Después de un año de discusiones no se había tomado ninguna decisión, y
se pidió ayuda al entrenador. Chuck Daly presentó dos listas al comité, una
con los 26 jugadores candidatos para la selección y otra con los 7 que
consideraba básicos. Por orden, estos siete jugadores eran Jordan, “Magic”,
Robinson, Ewing, Pippen, Karl Malone y Mullin. Lo más destacable era la
importancia que otorgaba a Scottie Pippen, la presencia de Chris Mullin como
sustituto de Larry Bird, la ausencia de Isiah Thomas y la presencia de Michael
Jordan. Estos dos últimos factores se unirían en el aspecto más controvertido
del Dream Team. En principio Jordan había sido tajante en su negativa, pero
un comentario de su agente David Falk parecía abrir una puerta a la
esperanza. “Cualquier aficionado a la NBA sabe que la relación entre Michael
e Isiah es fría, como poco. Y el equipo olímpico tendrá que convivir
estrechamente durante 37 días.” Uno de los alicientes para Jordan era
precisamente la posibilidad de disfrutar de la camaradería que tanto deseaba
con otras grandes estrellas, pero eso no sería posible si estaba Thomas.
“Magic” Johnson había sido el principal reclutador de USA Basketball,
convenciendo a las demás estrellas para que se comprometieran a acudir a la
selección, pero Jordan se hacía de rogar. Entendía el interés de los jugadores
Página 228
que nunca habían participado en unos Juegos, decía, pero él ya había pasado
por eso y además era algo propio de jóvenes, no de alguien de su edad. Por
otro lado, Charles Barkley había sido siempre muy claro respecto a su nulo
interés por ser seleccionado en 1984 para jugar sin cobrar en Los Ángeles,
pero en 1992 estaba deseando acudir a la Olimpiada. Una vez más, sus
motivos no eran patrióticos sino de interés personal, ya que Barkley percibía
claramente que esos JJ.OO. supondrían la salida a un mercado internacional,
y los jugadores que supieran colocarse partirían en ventaja. Michael Jordan se
había convertido en el gran icono comercial de EE.UU. desde su llegada a la
liga, pero renunciar al Dream Team suponía arriesgarse a perder esa posición
dominante. Durante el verano de 1990 Jordan hizo una gira por Europa
organizada por Nike y visitó Barcelona para inaugurar la liga ACB y acudir a
las instalaciones del denominado Anillo Olímpico. Algunos periodistas
tuvieron la impresión de que sólo venía a jugar al golf y promocionar
zapatillas, pero Jordan no desperdició la oportunidad de comprobar que las
instalaciones que se estaban construyendo y las muchedumbres que acudían a
sus actos públicos sugerían que había llegado la hora de exportar el
baloncesto NBA a Europa. Permanecer al margen del Dream Team sería un
error que podría provocar que el rostro de la NBA en el mundo terminara
siendo Barkley o Robinson.
El comité sufrió constantes giros de opinión durante el verano de 1991
conforme la situación daba un vuelco tras otro. La operación de espalda de
Larry Bird había resultado mejor de lo esperado y en el último momento se
retractaba de su renuncia. Barkley había sido descartado, pero la
incorporación de Bird permitía asumir el riesgo de convocarlo. Y luego estaba
Jordan, que oficialmente no había tomado ninguna decisión. En realidad,
Jordan ya lo admitía en privado, y en una partida de cartas con Jack Haley y
Reggie Miller estuvo hablando de cómo se podrían complementar en la
selección. Miller y Jordan eran enemigos jurados ante la prensa, pero su
rivalidad sólo era deportiva y estuvieron comentando cómo el tiro exterior de
Miller (candidato a ocupar una de las dos últimas plazas del equipo olímpico)
impediría que las defensas rivales se cerraran sobre Jordan. A esas alturas era
muy improbable que Michael Jordan renunciara al Dream Team por Isiah
Thomas, ya que su forma de ser le impedía actuar en contra de una decisión
racional de negocios sólo por causas emocionales, pero el comité no podía
estar seguro.
Además, Michael Jordan era la coartada perfecta para ocultar que la lista
de enemigos de Isiah Thomas era mucho más larga. La carrera de Isiah era
Página 229
una serie de desplantes y enemistades desde el principio, cuando se dedicó a
insultar a las franquicias que poseían las primeras elecciones de su draft para
poder ser elegido por la que él quería, hasta pocas semanas atrás, cuando
emborronó la imagen de la liga al abandonar la pista al terminar la final de
conferencia. En medio, Isiah Thomas había insultado a Larry Bird, había
provocado traspasos en su equipo y se rumoreaba que estaba moviendo la
silla de Daly en los Pistons (voluntaria o involuntariamente). Incluso cuando
llevaba a cabo acciones de mérito era criticado: como presidente del sindicato
de jugadores, su esfuerzo para promover medidas en favor de los jugadores
peor pagados de la liga le había granjeado las antipatías de las estrellas.
Aunque su declive físico era evidente, en realidad no pasaba de ser una
excusa para justificar una decisión que muchos miembros del comité estaban
deseando tomar y que era más cómoda cuanto más se atribuyera a Jordan.
Especialmente porque el largo período de indecisión jugaba en su contra.
Como parte de su cobertura de los juegos, la NBC preparó un programa
especial para el 21 de septiembre de 1991 en el que se revelaría en exclusiva
la lista de diez jugadores de la NBA que formarían la selección (más dos
universitarios, que serían designados más adelante). La NBC pidió a los
agraciados que mantuvieran el secreto para que el programa generara más
expectación, pero el periodista Jan Hubbard consiguió la lista y la publicó en
la revista Newsweek. Cumpliendo su compromiso con la NBC, Jordan se negó
a confirmar o desmentir su presencia en el Dream Team, y eso reforzó la idea
de que estaba usando su posible renuncia como amenaza para asegurarse de
que Isiah Thomas no formaría parte del combinado nacional. Bob Costas
había anunciado que llegaría al fondo del asunto el 21 de septiembre, y
durante el programa le preguntó directamente a Jordan si había boicoteado la
presencia de Isiah. “Si yo pudiera influir en el proceso de selección, mis
hermanos vendrían conmigo a Barcelona. Mi relación con Isiah Thomas no ha
tenido nada que ver con la composición del equipo.” Por una vez, Isiah
encontró las palabras adecuadas para conducirse con dignidad ante los
micrófonos: “Lo único que puedo hacer es aceptar su palabra. Me dijo que no
intentó bloquearme. Por mi propia paz interior tengo que creerle, porque tenía
muchas ganas de formar parte de esa experiencia olímpica y no tuve la
oportunidad”.
La ausencia de Thomas resaltaba aún más considerando que Chuck Daly
iba a ser el entrenador de la selección olímpica, y que el general manager de
los Pistons, Jack McCloskey, era miembro del comité directivo de USA
Basketball. McCloskey dimitió de ese puesto afirmando que el no haber
Página 230
conseguido plaza para Isiah le convencía de que no tenía nada que aportar al
comité, pero Daly no pudo librarse de las críticas. “Yo no tenía voto, lo hizo
todo el comité. No sé la razón, y no quisieron discutirlo conmigo”, declaró
posteriormente. Es cierto que el comité había insistido en que el entrenador
tuviera un papel puramente consultivo durante el proceso de selección para
evitar malos entendidos, pero también era cierto que Daly había presentado
las listas que fueron la base para elegir la plantilla. Isiah Thomas no aparecía
en la lista de jugadores básicos, y algunos pensaban que había presionado con
más fuerza en favor de otros miembros de los Pistons, como Joe Dumars o
Dennis Rodman. Un factor que apenas se comentó fue la falta de apoyo de
“Magic” Johnson, supuestamente uno de los mejores amigos de Isiah
Thomas, pero cuya relación había pasado por varios altibajos durante sus
enfrentamientos en las finales de 1988 y 1989. “Magic” era el único jugador
más importante que Jordan para USA Basketball debido a su participación
activa desde el principio, y podría haber inclinado la balanza en un momento
en el que Jordan habría sufrido un grave deterioro de su imagen pública si se
hubiera echado atrás. “Magic” Johnson publicó una carta abierta protestando
por la ausencia de Isiah Thomas al día siguiente de anunciarse la composición
del equipo, justamente cuando ya no podía cambiar nada. Demasiada
casualidad o quizá precisión milimétrica.
Si Jordan esperaba que la polémica se fuera olvidando al empezar la
temporada, se debió llevar una decepción. La composición del equipo
olímpico era un tema recurrente en todas las entrevistas, y los jugadores
descartados estaban deseando demostrar su superioridad sobre los que
ocupaban sus plazas (Dominique Wilkins vs Chris Mullin) o vengarse de
quienes se sospechaba que habían provocado su descarte (Clyde Drexler vs
Don Nelson). El caso más llamativo fue precisamente el de Isiah Thomas, que
aprovechó la primera visita de los Utah Jazz a Detroit para cascarle 44 puntos
a John Stockton en lo que se consideró toda una declaración de intenciones.
Cuando los Pistons devolvieron visita en Utah, Karl Malone decidió salir en
defensa de su compañero y de un codazo le abrió a Isiah una brecha en la
cabeza que necesitó 40 puntos de sutura. El incidente más inconveniente para
Jordan se produjo apenas comenzar la competición, en el primer partido entre
los Bulls y los Pistons desde el desaire en final de conferencia de la
temporada anterior. Bill Laimbeer derribó a Horace Grant, y cuando Scottie
Pippen intentó intervenir, Isiah Thomas le empujó por la espalda. Nada
nuevo, pero que provocó la respuesta de Pippen en la rueda de prensa al
terminar el encuentro. “Es un artista dando golpes por la espalda”, declaró
Página 231
antes de referirse directamente al equipo olímpico: “Si Isiah juega, yo no
voy”. Esas declaraciones se referían al debate sobre el posible sustituto de
“Magic” Johnson si su estado de salud le impedía acudir a los juegos.
“Magic” estaba tirando de todos los hilos, recurriendo a sus amigos y
cobrándose todos los favores pendientes para conseguir que no lo descartaran,
pero la decisión no estaba nada clara e Isiah Thomas era uno de los
principales candidatos a ocupar su puesto. Poco importó que fuera Pippen y
no Jordan el que hiciera esas declaraciones, ni que se retractara pocos días
después: para el gran público fue como si Michael Jordan en persona lo
hubiera dicho. Al fin y al cabo, ¿quién era Pippen para amenazar con un
boicot? Jordan había ejercido un cuidado exquisito (y lo seguiría haciendo)
para proteger su imagen de la polémica, respondiendo invariablemente que
estaba dispuesto a compartir equipo con Isiah, con Laimbeer o con Rodman si
hacía falta. Incluso su círculo de periodistas, representantes y consejeros
había guardado respetuoso silencio sobre el tema desde la indiscreción de
Falk, y ahora todo se venía abajo por un descuido de Pippen.
Lo último que necesitaba Michael Jordan eran más controversias. “Sabía
que la gente iba a empezar a criticarme. Se llega a un punto en el que la gente
está cansada de verte en un pedestal, limpio y reluciente, y empiezan a buscar
a ver si hay algo sucio”, declaró a la revista Playboy. Es probable que Jordan
se estuviera refiriendo a The Jordan Rules, el libro publicado por el periodista
Sam Smith en diciembre de 1991 que se convirtió en un éxito de ventas
inmediato. El libro se presentaba como una mirada crítica y reveladora de la
temporada que había culminado en el primer campeonato de los Bulls, e
incluía numerosas anécdotas que no dejaban en muy buen lugar a Michael
Jordan, Jerry Krause y otros. Jordan se negó a leer el libro, pero los extractos
publicados en la prensa no dejaban lugar a dudas (algunos opinan que se
equivocó al no leer el libro entero, ya que la imagen global no era tan
negativa como podía parecer de las citas aisladas, pero es muy improbable
que eso hubiera modificado sustancialmente su opinión, ya que el enfoque
crítico era evidente). Mientras, Jerry Krause llegó a intentar denunciar al autor
por difamación, y años después Phil Jackson bromearía diciendo que Sam
Smith había logrado la difícil hazaña de poner a Jordan y Krause de acuerdo
en algo. Las historias relatadas en el libro persiguieron a Michael Jordan
durante toda su carrera, y, para colmo, él y Krause seguían teniendo que tratar
regularmente con Smith, que seguía siendo el corresponsal del Chicago
Tribune. Eso sirvió para ilustrar de nuevo algunas coincidencias de carácter
entre Jordan y Krause, ya que ambos optaron por tratar al periodista de la
Página 232
misma manera: Sam Smith procuraba hacer preguntas totalmente neutras y
Jordan o Krause respondían correctamente pero sin extenderse ni establecer
contacto visual. Somos profesionales, parecían decir.
Precisamente era en The Jordan Rules donde Michael Jordan reflexionaba
sobre su temor a que un escándalo arruinara su imagen. Ese escándalo se
empezó a gestar el 1 de octubre de 1991, cuando se supo que Michael Jordan
había declinado la invitación para acudir a la recepción del presidente de los
Estados Unidos con el resto del equipo. Horace Grant lo completó con una de
sus típicas indiscreciones y declaró a la prensa su desacuerdo con la postura
de su compañero, algo que molestó a Jordan, ya que Grant no le dijo nada
cuando supo que no iría. Desde su punto de vista se trataba de una
manipulación de la prensa, que criticaba su ausencia cuando no había
criticado la de Larry Bird años atrás, pero Jordan no quería considerar que
Bird había cultivado una imagen de independencia aun a costa de renunciar a
jugosos contratos publicitarios, y su negativa a acudir a la Casa Blanca
mostraba una coherencia de la que carecía este nuevo caso. Y lo peor estaba
por llegar: para evitar las críticas, Jordan había declarado que no acudió a la
recepción para pasar tiempo con su familia, pero poco después se supo que
había pasado el día jugando al golf con personajes de dudosa catadura. James
“Slim” Bouler era un turbio elemento con antecedentes penales por tráfico de
drogas y posesión de armas, además de propietario de una tienda de golf en
Carolina del Sur desde donde se relacionaba con el mundillo de las apuestas
de golf, en el que decenas de miles de dólares cambiaban de mano según el
resultado. En 1986 había conocido a un joven jugador de baloncesto llamado
Michael Jordan que ya entonces apostaba cientos de dólares en cada hoyo, y
como en otros casos se encargó de organizar partidas discretas de alto nivel.
Michael Jordan pasó la semana en la que se celebró la recepción en la Casa
Blanca jugando al golf de día y a las cartas de noche, y al terminar pagó
57.000 dólares en cheques a “Slim” Bouler para cubrir sus deudas. Estos
cheques salieron a la luz en noviembre de 1991 cuando el FBI efectuó un
registro en las oficinas de Bouler debido a una investigación sobre posibles
delitos de tráficos de drogas y evasión fiscal, aunque Jordan intentó ocultar la
naturaleza de su relación con Bouler afirmando que se trataba de un préstamo.
Entonces, en febrero de 1992 un prestamista llamado Eddie Dow fue
asesinado a la puerta de su casa para robarle varios miles de dólares que
llevaba en un maletín de acero. Además de financiar fianzas y de gestionar un
club nocturno, Dow se encargaba de guardar parte del dinero de Bouler, y
cuando la policía llegó al lugar del crimen encontró dentro del maletín
Página 233
forzado fotocopias de más cheques firmados por Michael Jordan por un valor
total de 107.000 dólares.
La NBA llevó a cabo una apresurada investigación que concluyó que
Jordan no apostaba sobre partidos de baloncesto y que tampoco estaba siendo
investigado por el FBI, pero esta serie de noticias dejó muy claro a la opinión
pública que, como mínimo, su escala de prioridades era muy discutible, y que
estaba perdiendo sustanciosas sumas de dinero en apuestas con individuos
poco recomendables. La sordidez de los detalles publicados contrastaba con la
elegancia y plasticidad que durante años se había asociado a su imagen. Pocos
meses antes Jordan estaba en la cima de su popularidad: campeón de la NBA,
MVP tanto de la fase regular como de la final, portada holográfica de Sports
Illustrated. Ahora se pasaba cada vez más tiempo respondiendo a lo que le
parecían preguntas hostiles de la prensa sobre Isiah Thomas, sus partidas de
golf con delincuentes habituales o el libro de ese hombrecito detestable. “El
baloncesto no es mi trabajo”, escribiría al pie de una foto en la que aparecía
rodeado de micrófonos, “éste es mi trabajo”. Michael Jordan empezó a
aislarse, refugiándose de la prensa en habitaciones de hotel o vestuarios y
tratando solamente con un círculo cada vez más reducido de periodistas de
confianza.
Y menos mal que estaban ganando. Después de ganar el anillo, Jerry
Krause apostó por mantener el bloque, y el único traspaso significativo fue el
de Dennis Hopson a Sacramento. Hopson había terminado fuera de la
rotación y después de uno de los partidos contra Detroit no pudo contener las
lágrimas de pura impotencia; a cambio llegó el escolta Bobby Hansen, un
especialista defensivo para emparejarse con Jordan en los entrenamientos. El
resto de la plantilla permaneció igual, aunque ni así consiguieron librarse de
las tiranteces con la gerencia de la franquicia, especialmente durante la
renovación de Scott Williams. Williams sufría un problema en el hombro que
fue lo que lo dejó fuera del draft, y al avanzar la temporada anterior se había
ido agravando hasta extremos ridículos (como una luxación del hombro al
saludar a sus compañeros después de derrotar a los Pistons). La franquicia
había insistido para que se operara, pero el jugador no estaba seguro del
resultado de la operación y la retrasó todo lo que pudo para intentar que lo
renovaran antes. Jerry Krause se molestó por lo que consideraba poco menos
que un chantaje, y para presionarle eligió en el draft a Mark Randall, un ala-
pívot que venía de plantar cara a todo un Christian Laettner en la final de la
NCAA. Al final los Bulls le ofrecieron un contrato a Williams después de
recuperarse completamente de la operación y cortaron a Randall, aunque
Página 234
Scott Williams sospechaba que si el rookie hubiera cuajado él se habría
quedado en la calle. Phil Jackson intentó convencer a Krause más de una vez
de que su obsesión por quedar por encima en todas las negociaciones era
contraproducente ya que creaba un mal ambiente innecesario, pero era
superior a sus fuerzas. También Jerry Reinsdorf sufría del mismo defecto,
como pudo comprobar John Paxson cuando firmó su renovación. Después de
su gran papel en la final, Paxson recibió un nuevo contrato en el que por fin
cobraba un sueldo apropiado después de muchos años de estar entre los
titulares peor pagados de la NBA, y en el momento de la firma Reinsdorf
exclamó: “No puedo creer que vaya a pagarte esto”. Paxson salió asqueado de
la reunión y se lo comentó inmediatamente a sus compañeros, y así una
oportunidad perfecta para crear buen ambiente en el equipo mostrando que los
veteranos eran recompensados se convirtió en otra prueba de la mezquindad
de la empresa.
El extraordinario rendimiento del equipo durante un período tan agitado
fue el mayor reconocimiento posible de la maduración de Phil Jackson como
entrenador y de Michael Jordan, Scottie Pippen y Horace Grant como
jugadores. Grant alcanzó el nivel de allstar y Pippen se convirtió en una
auténtica estrella de la liga, pero quizás lo más sorprendente es que Jordan
continuara su ascenso y se convirtiera en un jugador aún más decisivo que en
años anteriores. No sólo eran los recursos técnicos, como la media vuelta en
suspensión que empezó a sacar regularmente incluso clavándose a media
penetración, ni los tácticos, como la manera en la que fingía retroceder
cuando llegaba la ayuda para volver a atacar el aro cuando el defensor
intentaba recuperar; era sobre todo la consistencia para dar la cara todos los
días de la temporada. Perdieron dos partidos la primera semana, y luego en la
gira de enero-febrero por el Oeste. No hubo más derrotas consecutivas,
porque incluso en esas noches absurdas en sitios como Milwaukee, jugando el
tercer partido en cuatro días, saltaban a la cancha convencidos de que tenían
que demostrar que eran los campeones. Camino de las 67 victorias parecían
no tener rival (el siguiente equipo estaba a 10 partidos de distancia), ni
siquiera esos Blazers que sembraban el terror en el Oeste.
Y apenas se lo reconocía nadie. Lejos de ser objeto de alabanza, los Bulls
eran criticados precisamente por su excesivo número de victorias, que
parecían devaluar la competición. Era la prueba, según muchos analistas, de
que con la decadencia de Pistons, Lakers y Celtics, más las sucesivas
expansiones de la NBA, apenas quedaban rivales de entidad que se les
opusieran. Incluso cuando se hablaba de los partidos era muchas veces para
Página 235
quedarse en lo anecdótico, como los dos tiros libres que Michael Jordan anotó
con los ojos cerrados en un pique amistoso con Dikembe Mutombo. Se
escribía mucho alrededor de Jordan y el baloncesto, pero muy poco sobre
Jordan y el baloncesto.
Tampoco el emotivo All Star de 1992 se libró de la controversia. Para los
aficionados fue la oportunidad de expresarse mediante las votaciones y sentir
que habían ayudado a que se produjeran las imágenes finales de ese partido
más de las estrellas que nunca, cuando “Magic” Johnson encaraba a Michael
Jordan una vez más. Que éramos los únicos que lo habíamos entendido.
“Quiero decir aquí y ahora lo tremenda e increíblemente estúpido que soy. Un
estúpido enorme. Del tamaño de un trasatlántico. Tan estúpido que creía que
lo de Magic Johnson tenía que ver con el baloncesto, con el ego y con no ser
capaz de aceptar la retirada”, escribió Rick Reilly. “En algún momento de los
dos últimos minutos, entre el uno contra uno de Magic contra Michael Jordan
y el festival de triples del final, pude olvidar sólo durante un instante que
alguien en la cancha tenía el VIH. Entonces fue cuando comprendí que no
tenía que ver con el baloncesto.” Durante un instante estuvimos de vuelta en
casa.
No podía durar, y quizá ni siquiera existió. La presencia de “Magic” llegó
rodeada de un torbellino de declaraciones a favor y en contra hasta que David
Stern zanjó el tema negando la mayor y remitiéndose a los votos de los fans
(así que no éramos los únicos que lo habían entendido), pero sobre todo sirvió
de ensayo general ante su posible presencia en la selección olímpica. Aunque
nadie lo reconociera, la reacción de los demás jugadores, el rendimiento de
“Magic” y la respuesta del público durante el All Star determinarían si
finalmente era excluido del Dream Team. Y no era el único, ya que los
jugadores que se habían quedado a las puertas tenían una última oportunidad
de presentar su candidatura, fuera como sustitutos de “Magic” o para la
undécima plaza de la plantilla (según los últimos rumores, sólo entraría un
jugador universitario y no dos). Concretamente, Isiah Thomas intentó
suavizar su relación con Michael Jordan, y ambos mantuvieron una
conversación en la que el jugador de los Bulls negó ser el responsable de su
exclusión.
De todas esas polémicas extradeportivas, es probable que la más
importante fuera creada por el propio Michael Jordan cuando exigió a través
de Nike y de su agente David Falk que la NBA suspendiera la venta y
distribución de cualquier prenda de ropa que llevara su imagen. La liga
recurrió a los tribunales, pero de manera cautelar aceptó cesar la venta de ese
Página 236
tipo de producto, empezando por la propia camiseta conmemorativa del All
Star (que fue sustituida con Tim Hardaway en su lugar). El primer choque
entre la NBA y Michael Jordan en lo referente a los derechos de imagen se
había producido en 1989 alrededor de la “superestación” WGN-TV. El
concepto de “superestación” surgió cuando Ted Turner tuvo la idea de enviar
la señal de su emisora de Atlanta a un satélite, y desde ahí retransmitir para
todo el país. Así, una televisión local de bajo coste pasaba a tener una
audiencia nacional, con los ingresos que eso suponía. En total, cinco emisoras
aprovecharon ese resquicio legal antes de que la Comisión Federal de
Comunicaciones cerrara la inscripción hasta resolver las numerosas
cuestiones legales planteadas. Una de esas cinco “superestaciones” era la
WGN-TV, propiedad del periódico Chicago Tribune, y en 1989 adquirió los
derechos de emisión de los partidos de los Bulls para Chicago. Eso
significaba que la NBA (que gestionaba la venta de derechos de emisión de
toda la liga a nivel nacional) estaba compitiendo con los Chicago Bulls, ya
que la “superestación” WGN-TV ofrecía a todo el país los partidos de los
Bulls a un precio muy interesante justo cuando Michael Jordan se estaba
convirtiendo en el mayor reclamo de la competición. La NBA y los Bulls se
pasaron la mayor parte de la década de los noventa entrando y saliendo de los
juzgados, y Jerry Reinsdorf no hizo muchos amigos cuando esos procesos
legales revelaron que varias franquicias (incluyendo a los Bulls) habían
ocultado parte de sus ingresos para mantener el tope salarial por debajo de su
valor real. Mientras, la exigencia de Michael Jordan a través de Nike de
controlar sus derechos de imagen amenazaba con hacerse extensiva a las
demás estrellas de la liga, y explicaba los sentimientos encontrados de David
Stern hacia un Jordan que por un lado era la gallina de los huevos de oro de la
NBA y por el otro no dejaba de provocarle un problema tras otro.
En medio de todo esto, los Chicago Bulls llegaron a playoffs con el mejor
récord de la liga y Michael Jordan repitiendo como MVP de la NBA, pero
persistían las dudas sobre su auténtico nivel. No era infrecuente leer artículos
en los que se los describía como un buen equipo, pero no uno de los grandes,
como sugerían sus 67 victorias, y la eliminatoria de primera ronda contra los
Miami Heat no sirvió para despejar esas dudas. Los Heat habían logrado su
primera presencia en playoffs con sólo 38 victorias y su cruce con los Bulls
suponía el reencuentro de Jordan con su primer entrenador, Kevin Loughery.
Los equipos de Loughery se caracterizaban por atacar mejor de lo que
defendían, y tampoco se puede decir que Miami tuviera equipo para otro
estilo de juego. Las previas apuntaban a un duelo anotador en las alas, con
Página 237
Steve Smith y Glen Rice frente a Michael Jordan y Scottie Pippen, y así fue.
Jordan completó una ronda espectacular en el aspecto individual, con una
serie de 46, 33 y 56 puntos, pero el juego ofensivo de los Bulls degeneró en
una serie de unos contra unos de Jordan y Pippen mientras sus compañeros
permanecían al margen. En el tercer partido, Miami aprovechó el apoyo de su
público para coger ventaja en el primer cuarto, hasta que Jordan se detuvo un
momento junto al comentarista “Red” Kerr. “Allá vamos”, dijo antes de
recordarle a Loughery los tiempos del Guardian Angel y finiquitar la
eliminatoria. No era lo que se esperaba del gran favorito para el anillo.
Tampoco se esperaba que en segunda ronda los Knicks fueran un
auténtico desafío, a pesar de que Pat Riley hubiera conseguido terminar con
los clásicos conflictos internos de la franquicia al hacerse cargo del equipo.
Riley había desterrado a Kiki Vandeweghe al fondo del banquillo,
quedándose con Pat Ewing como único estilete ofensivo y reinventando a los
Knicks como equipo defensivo. A pesar de ello, los Bulls los habían
derrotado en todos sus enfrentamientos de la temporada, y en primera ronda
Jordan y Pippen los llamaron por teléfono para desearles suerte contra los
Pistons, lo cual dejaba claro el poco temor que inspiraban. Eso cambió tras el
primer partido, cuando los Knicks dieron la campanada al vencer en el
Chicago Stadium por 89-94 y robar el factor cancha. El estilo físico y
defensivo implantado por Pat Riley era particularmente apropiado para
triunfar en playoffs, y las comparaciones con los Pistons de años atrás fueron
inmediatas.
En realidad, las diferencias entre el estilo defensivo de los Pistons y los
Knicks eran una prueba de lo mucho que habían progresado Jordan y los
Bulls en las últimas tres temporadas. Los Pistons habían apostado por intentar
negarle la canasta permanentemente, pero eso ya no era una opción válida,
porque exigía dos contra uno constantes por toda la pista. Por una parte,
Jordan había aprendido a superarlos doblando el balón, dividiendo a la
defensa o esperando a que la ayuda tuviera que recuperar y atacando en ese
momento; por otra, el ascenso de Pippen al nivel de estrella le permitía
castigar a cualquier rival que intentara doblar sobre Jordan de esa manera. Los
Knicks apostaron por abandonar a su suerte a sus escoltas, Gerald Wilkins y
John Starks, en lo referente al tiro exterior. Las ayudas defensivas llegarían
solamente cuando Michael Jordan intentara penetrar en la zona, lo cual
reduciría el desgaste de un Ewing que se cargaba de faltas demasiado rápido
contra los Bulls. Wilkins y Starks pecaban de cierta irregularidad, pero
también eran dos jugadores rápidos y atléticos capaces de pegarse a Jordan
Página 238
tan bien como cualquiera si sabían que detrás había una línea interior que los
respaldaba. Los Knicks habían fichado a Xavier McDaniel, un rocoso alero
conocido por su intensidad, y a Anthony Mason, un ala-pívot fortísimo más
ancho que alto. Con Ewing y Charles Oakley formaban la rotación interior
más física de la NBA, y estaban dispuestos a demostrárselo a Jordan y a los
Bulls.
Para Jordan era como una pesadilla. Por fin se habían librado de los
Pistons, y a continuación aparecía otro equipo con el mismo estilo de juego.
Cada vez que intentaba progresar hacia el aro aparecían sucesivas líneas de
defensores, y volvía a faltarle el apoyo de unos compañeros que parecían
intimidados por el rival. En especial por Xavier McDaniel, apodado “X-
Man”, que se convirtió en la estrella de la eliminatoria al anular a un Scottie
Pippen que se suponía había superado sus temores del pasado. Jordan no
consiguió encestar ni un mate en los dos primeros partidos, los Bulls anotaron
menos de 90 puntos y sólo una gran actuación de B.J. Armstrong desde el
banquillo en el segundo impidió que se colocaran con un 0-2 en casa que les
hubiera dejado al borde de la eliminación. En el pasado Bill Cartwright había
sido capaz de frenar a Ewing, pero Pat Riley le dio libertad de salir al
perímetro y jugar de cara a canasta, con los demás cargando el rebote. La gran
arma de los Bulls, la defensa, servía de poco contra un equipo que practicaba
un ataque ineficiente y al que no le importaba quedarse en 85 puntos. Michael
Jordan decidió echarse el equipo a las espaldas y atacar la zona de los Knicks
al precio que fuera. Aunque el público neoyorquino se burló de él cuando
falló un mate solo, Michael Jordan recuperó el factor cancha en el tercer
partido, manifestando una vez más su capacidad para generar imágenes que
definían el momento: en este caso, un poderoso mate superando un
“bocadillo” formado por Ewing y McDaniel, que rodaron por el suelo
mientras un victorioso Jordan gritaba su superioridad.
La pugna se extendió a la prensa, donde Phil Jackson se quejaba de la
permisividad arbitral hacia el juego duro de los Knicks y Pat Riley protestaba
por los 17 tiros libres concedidos a Jordan en el quinto partido. En el global
de los seis anillos que terminaría consiguiendo, sólo dos veces tuvo que
afrontar Michael Jordan un séptimo y definitivo partido. Una de esas dos
veces fue 1992 contra los Knicks, después de que un gran John Starks le
superara en ambos lados de la pista del Madison Square Garden. Pero Jordan
le puso fin en el séptimo encuentro, con otra de las muchas actuaciones
legendarias que marcan su carrera: 18 puntos en el primer cuarto, 29 al
descanso y los Knicks que se desmoronaron en el tercero. Durante mucho
Página 239
tiempo Phil Jackson tuvo colgado en su despacho una ampliación de la foto
del momento decisivo del partido, cuando Scottie Pippen y Xavier McDaniel
se encararon camino de un tiempo muerto y Michael Jordan acudió a
controlar la situación. “Fuck you, X”, se podía leer en sus labios con la
cámara centrada en sus cabezas afeitadas frente contra frente. “Fuck you too,
Mc-Daniel. ” Es posible que Jordan nunca llegara a ser el clásico líder del
vestuario, pero en la cancha no había dudas.
Con el tiempo, estas eliminatorias contra los Knicks se valorarían como
un difícil triunfo contra un rival correoso y bien preparado, pero en el
momento los Bulls habían dado una imagen de fragilidad, necesitando siete
partidos y el arbitraje de Jake O’Donnell para eliminar a un equipo al que
habían anunciado que iban a barrer. La final de conferencia contra los
Cleveland Cavaliers no ayudó precisamente a disipar esas dudas. Los Cavs
estaban disfrutando de lo que sería el último fulgor de esa plantilla que tanto
prometiera en los ochenta, y por una vez llegaban todos en situación de jugar:
Price, Daugherty, Nance, Williams, Ehlo. Pero seguían siendo los mismos
Cavs contra quienes Jordan batía un récord distinto cada temporada, un
equipo que, como los Miami Heat, jugaba y dejaba jugar. Unos Cavs a los que
la prensa de Chicago apodó como “merengue” después de que los Bulls los
apalizaran en el primer partido sin bajarse del autobús. Se rumoreaba que a
los jugadores no les había gustado lo de “merengues”, pero ¿qué iban a hacer?
Eran los Cavs, y lo más parecido que tenían a un jugador duro era Danny
Ferry.
Y esos Cavs ganaron en Chicago nada menos que por 26 puntos de
ventaja, 81-107. Fue el comienzo de una serie loca, en la cual los Bulls
ganaron de paliza tres partidos y los Cavs dos, sin que se encontrara ningún
marcador equilibrado hasta el sexto y último encuentro. El partido llegó
empatado al último cuarto con un decepcionante Jordan (13 puntos, 5/20 en
tiros), gracias a una brillante actuación de Pippen y Grant. “Mis compañeros
aguantaron al equipo cuando yo tiraba rematadamente mal, y cuando me
recuperé siguieron ahí.” Michael Jordan tomó el control en el último cuarto y
anotó 16 puntos para conseguir la clasificación para la final de la NBA por un
ajustado 99-94. Los Bulls sumaban ya cinco derrotas en playoffs cuando el
año anterior habían sufrido sólo dos, y sus jugadores clave mostraban signos
de fatiga. A pesar de que Chicago había disfrutado de muchas victorias
holgadas, el mal rendimiento del banquillo había impedido dar descanso a
Jordan, Pippen y Grant, y se esperaba que eso les pasara factura contra los
Blazers, un equipo capaz de anotar como los Cavs pero físico como los
Página 240
Knicks, con una rotación más larga y un Clyde Drexler deseoso de demostrar
que la supuesta superioridad de Jordan era un mito. “Sea como sea”, declaró
Jordan, “aquí estamos otra vez”.
Por lo menos, los Bulls podían tener la tranquilidad de saber que no cabía
la posibilidad de un exceso de confianza, como ante Knicks o Cavs. Los
Blazers habían hecho una gran temporada y Clyde Drexler había quedado
segundo en la votación por el MVP. Jordan era muy consciente de que no sólo
había quienes colocaban a Drexler a un nivel comparable al suyo, sino que
incluso algunos periodistas sugerían que podía estar por encima. Era
claramente peor defensor, pero se decía que Drexler era mejor pasador (según
Sam Smith, el propio Phil Jackson creía que Jordan había perdido la visión de
juego que permitió que Doug Collins lo pusiera de base años atrás) y tenía
mejor tiro exterior. Los Bulls no estaban muy de acuerdo, ya que
consideraban que la toma de decisiones de Drexler era muy discutible y que
su tendencia a recurrir al tiro de tres lo apartaba de otras opciones más
eficientes para su equipo. Michael Jordan estaba decidido a zanjar el debate
de una vez por todas, y le faltó tiempo para hacerlo: los Blazers tuvieron un
buen comienzo en el primer partido, pero en el segundo cuarto el cielo se
desplomó sobre sus cabezas cuando Michael Jordan anotó seis triples
improbables que remató volviéndose teatralmente hacia la mesa de
comentaristas y encogiéndose de hombros delante de “Magic” Johnson. “Los
triples parecían tiros libres”, explicó. “No sé qué estaba haciendo, pero me
entraba todo.”
Phil Jackson temía que la obsesión de Michael Jordan por superar a Clyde
Drexler terminara siendo contraproducente. Su intensidad en defensa estaba
anulando a la estrella de los Blazers, pero cuando Drexler fue eliminado por
personales a falta de cuatro minutos en el segundo partido, Jordan sufrió una
sorprendente pérdida de concentración y provocó la derrota de su equipo. Los
Bulls ganaban de 10 puntos y parecían tener la victoria en el bolsillo cuando
una serie de errores de Jordan permitió que Portland empatara el partido y
luego Danny Ainge resultó decisivo en la prórroga. Phil Jackson pensaba que
los Blazers jugaban mejor con Ainge en pista que con Drexler, pero aun así
era sorprendente una derrota para un equipo especializado en rematar a los
rivales cuando se mostraban vulnerables. “Teníamos el partido en la mano y
se lo regalamos”, resumió acertadamente Horace Grant. Los Portland Trail
Blazers habían conseguido ganar un partido en Chicago y recuperar el factor
cancha, pero se estaban viendo superados claramente por los Bulls, y sus
perspectivas no eran buenas. Esas sensaciones se vieron ratificadas en un
Página 241
tercer partido que Chicago ganó con comodidad con la ayuda inesperada de
Stacey King. King se había convertido en el blanco de las burlas del vestuario
de los Bulls (un día llegó con una caja y Jordan le dijo que esperaba que
dentro llevara un buen tiro en suspensión, porque le hacía falta), y antes del
tercer encuentro alguien repartió fotocopias de un imaginario “Campamento
de Baloncesto ‘Stacey King’ para pívots blancos de más de 120 kilos”; Phil
Jackson apostó por el presumible deseo de reivindicarse por parte de King y
lo puso en cancha en un momento importante. Clyde Drexler hizo buenos
números, pero no tuvo apenas presencia en el partido, y Rick Adelman
admitió que fue un error empeñarse en volver inmediatamente a Portland
después del segundo partido. Llegaron de madrugada, y con un solo día de
descanso el equipo dio imagen de cansancio y falta de recursos, mientras los
Bulls (que habían viajado más relajadamente) ejecutaban el balance defensivo
con soltura y tomaban el control del partido. Sin embargo, los Bulls volvieron
a perder una oportunidad perfecta para tomar una ventaja decisiva en la
eliminatoria, cuando permitieron que los Blazers remontaran en los minutos
finales del cuarto partido. Fue un acierto de Adelman apostar por un quinteto
pequeño con Jerome Kersey y Cliff Robinson como pívots, pero en la recta
final fueron Pippen y Jordan quienes no lograron mantener la ventaja en el
marcador, tal y como ocurriera en el segundo partido.
Durante un momento los Bulls dieron la imagen de estar a punto de
desmoronarse. Michael Jordan criticó públicamente a Scottie Pippen,
afirmando que había alterado la rotación normal de los Bulls al cargarse de
faltas. “A Scottie le entraron las dudas en la serie contra New York y empezó
a perder confianza”, declaró. “Creo que en este momento le entra cierta
inseguridad en algunos partidos.” Los Blazers no paraban de quejarse de que
no se les reconocía el mérito en sus victorias, ya que cada derrota de los Bulls
se atribuía a errores propios no forzados, pero lo cierto es que esa era la
impresión. El equipo de Chicago había controlado todos los partidos con
holgura y sólo dos desfallecimientos finales habían empatado la eliminatoria.
“Por lógica, esta serie debería haberse acabado ya”, sentenciaba Jackson. El
quinto partido en Portland fue otra prueba más de ello, ya que los Bulls
tomaron una ventaja inicial que mantuvieron sin dificultad hasta el 119-106
final. Jordan y Pippen habían vuelto a ser los de siempre, el primero con 46
puntos (a pesar de torcerse el tobillo al tropezar con un fotógrafo) y el
segundo rozando el triple doble con un 24-11-9. Pero en el sexto los Blazers
volvieron a la carga y los Bulls se deshicieron como azucarillos. Jordan y
Página 242
Pippen se borraron del partido, y Portland terminó el tercer cuarto con 15
puntos de ventaja.
Fue el momento de gloria de Phil Jackson, el partido que cimentó su fama
futura y lo convirtió definitivamente en algo más que el entrenador de
Michael Jordan. Jackson decidió salir en el último cuarto con los suplentes,
dejando solamente a Pippen en lo que parecía un gesto de rendición
concediendo la derrota. Michael Jordan admitió posteriormente que cuando
vio en la pista a B.J. Armstrong, Bobby Hansen, Scott Williams y Stacey
King lo último que se esperaba era verlos remontar el partido. Y sin embargo,
así fue: con Hansen presionando en defensa y King aportando minutos de
calidad, los Blazers perdieron la compostura y ofrecieron una imagen de
fragilidad sorprendente en un equipo que pocos minutos antes tenía la victoria
en el bolsillo. Terry Porter y Buck Williams completaron su mala actuación
en la final con una serie de errores que metieron a los Bulls en el partido, y
aunque seguían por delante en el marcador cuando los titulares volvieron a la
cancha, la marea había cambiado. “Ya no jugábamos para ganar, sino para no
perder”, admitió Ainge. Jordan felicitó a Hansen al sustituirlo, y a
continuación terminó con la agonía de los Blazers. Portland anotó sólo 6
puntos en los últimos 4 minutos, Adelman agotó sus tiempos muertos sin
fruto y Michael Jordan dominó la recta final del partido para llevar a los
Chicago Bulls a su segundo anillo. “Dos campeonatos consecutivos son la
marca de un gran equipo”, les dijo Phil Jackson. “Este segundo título nos
pone por encima.” Cuando se enteraron de que los aficionados estaban
bailando en la pista, Jackson y Reinsdorf decidieron volver a salir con el
trofeo para celebrarlo con ellos. Los altavoces emitieron la canción Eye in the
Sky (que se usaba cada partido en la presentación del equipo), y los jugadores
volvieron al parqué a mezclarse con los aficionados en una fiesta improvisada
que duró más de media hora.
No hubo lágrimas de Michael Jordan en 1992. En vez de eso, Jordan
encabezó una conga llevando el trofeo de campeones y al terminar subió de
un salto a la mesa de anotadores, hizo el gesto de agarrar un palo de golf y
levantó ocho dedos en un mensaje dirigido a sus amigos: mañana a las ocho,
golf.
Página 243
Barcelona, 1992
Todo el equipo somos mercenarios, no finjamos que somos otra
cosa.
Página 244
día siguiente intentó disculparse ante Daly, Barkley y el propio Jordan. “No te
preocupes, entrenador”, le respondió. “Ya nos ocuparemos nosotros de eso
mañana.” Antes de empezar el segundo partidillo, Jordan apuntó con el dedo
a Houston: “Ése no va a meter siete triples hoy”. Al terminar los 20 minutos
de juego los profesionales llevaban 38 puntos de ventaja, que fueron 56
después de que Chuck Daly prolongara el partidillo 10 minutos más. A pesar
de las bajas de Larry Bird y John Stockton, el Dream Team ganó los seis
partidos del Torneo de las Américas por una diferencia mínima de 38 puntos.
Parte del enfado Michael Jordan relacionado con las marcas deportivas
procedía del convencimiento de que habían intentado engañarle tomándole
por tonto. Cuando exigió en febrero de 1992 que la NBA le devolviera el
control de su imagen también presentó simultáneamente una exigencia similar
a USA Basketball, así que el comité debía conocer su opinión al respecto. Los
jugadores se vieron sorprendidos cuando Dave Gavitt, presidente de USA
Basketball, les enseñó los uniformes que se habían diseñado para la entrega
de medallas. “Dave, tengo un problema serio con esto”, respondió
inmediatamente Jordan, refiriéndose al logotipo de Reebok, patrocinador del
equipo olímpico. “Todos tenemos nuestros propios contratos publicitarios.
¿Cómo puedes haber vendido esos derechos y pedirnos ahora que nos
pongamos esto?” Sin embargo, cuando Jordan leyó los documentos legales
que debía firmar en el vuelo desde EE.UU. a Europa volvió a encontrar una
cláusula exigiendo que llevara el chándal de Reebok en el pódium. Michael
Jordan tachó esa cláusula y la marcó con sus iniciales, pero en el vuelo de
Montecarlo a Barcelona se les comunicó oficialmente que tendrían que vestir
los uniformes. “Nunca me pondré algo de Reebok.”
El traslado desde Montecarlo a Barcelona no modificó mucho el ritmo de
vida de Michael Jordan y el resto de los olímpicos. Las aburridas ceremonias
palaciegas (en una de las cuales hubo que convencer al príncipe Rainiero de
que el entrenador Chuck Daly no podía sentarse junto a él todo el partido para
explicarle el juego) fueron sustituidas ventajosamente por los actos
promocionales de las marcas que anunciaban los diferentes jugadores, pero el
resto permaneció inalterado: golf por las mañanas, por las tardes un
entrenamiento ligero y partidas de cartas o visitas a los clubes nocturnos por
las noches, todo ello en un ambiente de camaradería y rivalidad amistosa.
“Magic” Johnson y Charles Barkley eran los principales responsables de ese
buen ambiente, que se había fraguado muchos meses antes en diferentes actos
promocionales de la selección, como las sesiones de fotos realizadas durante
la temporada. En una de las anécdotas más conocidas, “Magic” advirtió a
Página 245
Bird de que no se acercara demasiado a Jordan para la foto que les iban a
sacar a los tres, ya que por mucho menos a él le habían pitado personal en las
finales del 91. Y es que Dios dijo hermanos pero no primos, como se pudo
comprobar en la pueril competencia por ser el último en llegar a las sesiones
de fotos y obligar así a que fueran los demás quienes estuvieran esperando.
Chuck Daly tuvo ocasión de experimentar en primera persona la
competitividad de Michael Jordan cuando cometió el error de ganarle una
partida de golf en Barcelona. Al día siguiente a las 4 de la mañana lo despertó
un frenético golpeteo en la puerta de su habitación. “Chuck, soy Michael.
Quiero la revancha.”
Esa rivalidad culminó en lo que David Halberstam inmortalizó como “el
mejor partido que nadie llegó a ver”, un entrenamiento en el que “Magic”
Johnson picó a Michael Jordan más allá de lo prudente. Los escasos testigos
difieren en los detalles, y por ejemplo no está claro si fue casual o el resultado
de la sugerencia por parte de “Magic” (que ejercía de enlace entre los técnicos
y la plantilla) de que el equipo necesitaba un entrenamiento más fuerte. Según
algunos fue “Magic” el que provocó la situación, convencido de que Chuck
Daly lo asignaba siempre al equipo más débil mientras Jordan siempre
formaba pareja con Pippen. “¡Te estoy reventando, MJ[19]!” Según otros fue
Charles Barkley, a pesar de que “Magic” intentó impedirlo: “Cállate ya, luego
no eres tú el que tiene que defenderlo”. Casi coinciden en la composición de
los dos equipos: “Magic”, Mullin, Barkley, Robinson y Drexler (o Laettner)
por un lado, frente a Jordan, Pippen, Bird, Malone y Ewing por el otro.
“Magic” Johnson había empezado el partidillo penetrando y doblando, y su
equipo tomó una ventaja de 14-2 ó 14-0. Fue entonces cuando llegaron las
burlas, y con ellas la reacción de Jordan. Cogió el balón, fintó, penetró y
machacó, y se volvió a su rival. “Te estoy reventando, M.J.”, le imitó.
Empezó a atacar el aro y a defender estrechamente a “Magic”, hablando sin
parar. “¿Vas a permitir que te haga eso?”, le espetó a Karl Malone después de
un mate de Barkley. Malone respondió con otro mate, y a continuación
Barkley provocó una falta y se puso a protestar por unos tiros libres no
concedidos. Los jugadores rivalizaban unos contra otros con tanta intensidad
que Chuck Daly temió que terminaran lesionándose. “Magic” intentó dar
réplica a Jordan, pero éste encadenó 12 ó 16 puntos consecutivos. “¿Dónde
estamos, en Montecarlo o en el Chicago Stadium?”, estalló después de que
pitaran falta a favor de Jordan. “Te diré dónde estamos”, respondió, “estamos
en los noventa, no en los ochenta”. A falta de unos segundos Jordan estaba en
la línea de tiros libres, y desde la banda Mike Krzyzewski instruía a su
Página 246
equipo: “Aún queda mucho tiempo”. “Y una mierda”, respondió Jordan.
“¡Esto se acabó!” Anotó los dos tiros libres y su equipo ganó por 36-30
cuando Chuck Daly denegó todas las peticiones de alargar el entrenamiento.
Alguien le preguntó a Jordan por su necesidad obsesiva de ganar siempre.
“Intento convertirlo en costumbre”, bromeó.
Fue el único rival a su altura que encontraría el Dream Team. La
disolución de la URSS y de Yugoslavia había fragmentado a las selecciones
de mayor nivel de Europa, y sólo los anfitriones consiguieron aguantar hasta
la segunda parte con un marcador digno. Los demás rivales se dieron por
satisfechos con haber compartido la pista con las estrellas de la NBA, que se
rotaban para que cada día fuera uno distinto el que se luciera. Jordan y Pippen
eligieron el partido contra Croacia, dispuestos a enseñarle a Toni Kukoc lo
que le esperaba si se le ocurría dar el salto. Especialmente Pippen, que secó a
Kukoc en defensa y posteriormente admitió que a quien habría deseado tener
delante era a Jerry Krause. “Scottie tenía a Kukoc totalmente aterrorizado,”
declaró Barkley. “Le daba miedo hasta botar el balón.” Como era su
costumbre, Jordan prefirió adoptar un tono menos conflictivo. “Era su primer
partido contra nosotros y estaba nervioso. Sé que puede hacerlo mejor.” Pero
cuando le preguntaron si intentarían hacerlo sentir bienvenido en Chicago sí
respondió con dureza. “Creo que ni Scottie ni yo nos dedicamos a dar apoyo
psicológico.” Ambos tuvieron palabras más elogiosas para Kukoc después de
la final, en la que una Croacia domesticada mejoró su imagen a costa de no
perseguir la victoria (a excepción, siempre, de Petrovic), pero a esas alturas la
prensa ya sólo hablaba de un tema: la entrega de medallas y Reebok. El
presidente de Nike había comunicado formalmente a Michael Jordan que
vestir el uniforme conmemorativo no sería considerado una violación de su
contrato de imagen, en un intento mal disimulado por convencerlo de que
cediera. Al fin y al cabo, el deporte profesional se nutre de una especie de
suspensión del escepticismo por la cual los aficionados dejan en segundo
plano los aspectos económicos y fingen creer que clubes y jugadores se
mueven por aspectos deportivos. Un boicot hacia la selección nacional que
representa a todo el país supondría una ruptura de la cuarta pared en la que
Nike tenía poco que ganar. Sin embargo, olvidaba o no comprendía que
Jordan no estaba defendiendo a la marca sino a sí mismo, en la forma de unos
derechos sobre su imagen que decidía vender a Nike pero que seguían
residiendo en él. Era Jordan y no Nike quien no aceptaba esos cambalacheos,
en parte por interés (en el futuro, quien adquiriera derechos sobre su imagen
sabría que eran realmente exclusivos sin excepción) y en parte por un
Página 247
sentimiento de autonomía. Michael Jordan se había sentido como un trozo de
carne demasiadas veces dentro y fuera de las canchas, pero había conseguido
que su relación con Nike fuera como deseaba, la que hubiera querido tener
con los Bulls. Era un socio y no una propiedad, un príncipe en el reino de
Nike.
La relación de Michael Jordan con Nike venía del verano de 1984, cuando
dejó la universidad para dar el salto a la NBA. Dean Smith supervisaba el
paso a la profesionalidad de todos sus jugadores, y antes incluso de que se
declarara oficialmente para el draft organizó una serie de reuniones con un
grupo selecto de agencias de representación para que Jordan y Sam Perkins
pudieran elegir. Una de ellas era ProServ, especializada en tenistas, pero que a
través de un joven abogado llamado David Falk se estaba expandiendo hacia
el baloncesto. El entrenador Smith tenía una buena relación con ProServ y
estaba muy satisfecho del trabajo que habían hecho con James Worthy, pero
pocos meses antes la agencia había sufrido la dolorosa separación de sus dos
fundadores: Donald Dell se había quedado con el nombre de ProServ,
mientras que Frank Craighill había creado Advantage International. Esas dos
agencias eran las mejor situadas para obtener los derechos sobre Perkins y
Jordan, unos derechos que Dean Smith había dividido en tres categorías
(negociaciones contractuales, derechos de imagen y gestión financiera). Smith
insistía en tratar directamente con los presidentes, así que David Falk tuvo
que adoptar un rol secundario mientras Donald Dell presentaba la oferta de la
agencia, pero aún así ProServ consiguió las tres categorías de derechos sobre
Michael Jordan y dos de tres sobre Perkins (Advantage International obtuvo
la gestión de sus ingresos). Sin embargo, poco después se produjo una disputa
entre Dean Smith y Donald Dell que terminó provocando que Perkins firmara
con Advantage International en exclusiva. Dell y Falk sospechaban que Smith
había decidido que era mejor que sus dos estrellas firmaran con agencias
distintas, mientras que Smith pensaba que ProServ no había mostrado un
interés real en Sam Perkins. Fuera como fuese, la relación preferencial con
North Carolina terminó, y ProServ no consiguió representar a ningún otro
jugador de Dean Smith.
Una vez que Jordan se comprometió con ProServ, pasó a trabajar
directamente con David Falk, que le explicó el ambicioso plan que había
concebido para gestionar sus derechos de imagen. Uno de los axiomas de la
publicidad era que ningún afroamericano podía servir de reclamo para una
sociedad estadounidense predominantemente anglosajona, y otro de esos
axiomas era que un jugador de un deporte de equipo como el baloncesto no
Página 248
podía servir de reclamo con el mismo impacto que si practicara un deporte
individual, como el tenis. David Falk estaba convencido de que esos axiomas
ya no eran ciertos, y se apoyaba en ejemplos recientes como el éxito
generalizado del actor Bill Cosby. Falk acababa de conseguirle a Worthy un
contrato récord de 1,2 millones de dólares con la marca de zapatillas New
Balance, y eso le hacía pensar que para una estrella más popular con una
marca de primera línea el cielo era el límite. Sólo la falta de visión impedía
que Converse y “Magic” Johnson coparan el mercado, y David Falk creía que
Michael Jordan tenía el mismo potencial. Cuando se entrevistó con los
diferentes fabricantes de calzado deportivo, Falk adoptó la actitud sin
precedentes de preguntar qué podían aportar a la imagen de Jordan. Adidas, la
marca favorita del joven Mike, apenas se molestó en hacerles una oferta;
Converse dominaba el mercado de la NBA, pero no parecían tener muy claro
qué hacer con él. Sus anuncios se limitaban a enseñar a las estrellas que tenían
bajo contrato con una zapatilla Converse en la mano, lo que incluso su padre
James Jordan encontraba vulgar. “¿No tienen ideas nuevas, creativas?”
Afortunadamente, había una empresa que estaba buscando la imagen que
representara sus nuevas ideas creativas: Nike.
Nike surgió en Oregón, en 1964, con el nombre Blue Ribbon Sports. El
entrenador de atletismo de la Universidad de Oregón, Bill Bowerman,
aborrecía el calzado deportivo de la marca Adidas, que era casi el único
disponible, y empezó a modificarlo de manera artesanal para adecuarlo a sus
necesidades. Poco después él y uno de sus corredores, Phil “Buck” Knight,
fundaron la empresa Blue Ribbon para distribuir en EE.UU. las zapatillas de
la marca japonesa Onitsuka Tiger, que prácticamente vendían desde el
maletero del coche hasta que abrieron su primera tienda en 1966. En 1971
terminó la relación entre Onitsuka y Bule Ribbon, que pasó a denominarse
“Nike” con el objetivo de sacar al mercado su propia línea de calzado. Las
ideas fundamentales de Knight eran que sus zapatillas combinarían el diseño
estadounidense más avanzado con la fabricación a bajo coste en Asia, y que
Nike era una empresa “de deportistas y para deportistas”. La búsqueda
constante del confort y la sujección culminó en una suela característica que
alcanzó gran popularidad entre los corredores y revolucionó el calzado
deportivo a finales de los setenta. Hasta entonces las zapatillas habían sido un
producto destinado a la práctica del deporte, pero la moda del footing las
introdujo al público general y la juventud las adoptó como calzado de uso
diario. Nike salió a bolsa en 1980 y sus fundadores se convirtieron en
millonarios.
Página 249
La crisis llegó a mediados de la década de los ochenta, cuando la moda
volvió a cambiar y encumbró a una marca de zapatillas de aerobic llamada
Reebok. Aunque Nike seguía manteniendo como política oficial la
fabricación de zapatillas “de deportistas y para deportistas”, para entonces
estaba claro que el auténtico mercado era el calzado casual para jóvenes y
adolescentes. Nike quería recuperar el primer puesto y para eso necesitaba
anticipar cuál sería el siguiente deporte en ponerse de moda, que según
algunos ejecutivos de la compañía iba a ser el baloncesto profesional. Uno de
esos ejecutivos era Sonny Vaccaro, una controvertida figura del baloncesto de
base estadounidense que había sido contratado por Nike en 1978 para que
dirigiera su penetración en la NCAA. Vaccaro había conseguido que los
entrenadores de las universidades más prestigiosas del país calzaran su marca,
y estaba convencido de que el paso siguiente era la NBA: la liga estaba
dejando atrás los escándalos de drogas y creciendo gracias a la llegada de
“Magic” y Bird. Pronto firmarían un nuevo contrato televisivo que haría
evidente su nueva situación, pero Nike aún estaba a tiempo de adelantarse. En
términos de calzado deportivo, la NBA era un reducto de épocas pasadas, y
seguía dominada por una marca como Converse, que había desaparecido de
otros deportes más populares hacía una década. Nike tenía bajo contrato a
unos cuantos jugadores poco reseñables, así que Vaccaro y otros sugirieron
que sería más productivo concentrar sus esfuerzos en una sola estrella como
imagen de la marca. Converse había copado a todos los grandes jugadores de
la NBA, y conseguir robarle alguno saldría demasiado caro, así que era mejor
idea apostar por algún rookie que aún no se hubiera comprometido con
ninguna marca y que apuntara maneras de estrella.
Michael Jordan no compartía el interés de David Falk por Nike. No
conocía la marca, las zapatillas que le enseñaron le parecían aparatosas y
estrafalarias, y sólo quería saber si le regalarían un coche. Falk había
preferido negociar un pago directo inferior a cambio de una serie de
bonificaciones, como primas por ventas o el compromiso de una inversión
importante en publicidad, mientras Nike incluía una serie de salvaguardas que
le permitirían romper el contrato en el caso de que Jordan no consiguiera
convertirse en allstar o no se clasificara para playoffs (en retrospectiva resulta
increíble que hubiera un momento en el que esas cláusulas se creyeran
necesarias). Por sorprendente que parezca, no estaba siendo fácil que Jordan
consiguiera contratos publicitarios de firmas como McDonalds, e incluso el
concesionario de Chevrolet en Chicago se había hecho de rogar. El argumento
de Falk iba a ser que no compraban solamente el derecho a rodar unos
Página 250
cuantos anuncios o imprimir algunos carteles, sino que al asociarse con la
imagen de Jordan recibirían una promoción secundaria de las retransmisiones
de los partidos y los anuncios de Nike. Si Jordan anunciaba un producto, cada
vez que la imagen de Jordan apareciera en televisión lo haría subir de valor
independientemente de si el anuncio era de una empresa u otra. La idea era
crear una imagen publicitaria de Jordan con un contenido propio y autónomo
al que se asociarían esas marcas. David Falk no era aún consciente de que la
realidad superaría con mucho a sus fantasías. “No me importa lo que diga
nadie”, comentaría Jordan años después. “Nadie sabía lo que iba a pasar, ni
David Falk ni nadie. Ni yo mismo lo termino de entender. Si alguien te dice
que lo sabía por anticipado, miente.” Michael Jordan era muy escéptico, y
fueron Falk y su padre quienes le convencieron para acudir a Oregón a ver la
presentación del proyecto de Nike. Allí le proyectaron un vídeo de la idea
básica que tenían para la campaña, con imágenes de Jordan en juego sobre la
canción “Jump”, de las Pointer Sisters, pero lo que convenció al joven Mike
fue la posibilidad de poner en el mercado una zapatilla con su nombre: “Air
Jordan”, idea de David Falk después de descartar “Prime Time”. Ningún
jugador de baloncesto había dado nombre a una zapatilla desde Chuck Taylor
en 1923, y no es de extrañar que “Buzz” Peterson creyera que se había vuelto
loco cuando se lo contó.
Nike pretendió realizar una campaña distinta con una estética diferente de
sus competidores desde el primer momento, y lo consiguió gracias a las
“zapatillas prohibidas”: el calzado originalmente suministrado por la empresa
en rojo y negro no se correspondía con el de sus compañeros y la normativa
de la NBA exigía que todo el equipo vistiera en colores uniformes. Cuando
los Chicago Bulls amenazaron a Michael Jordan con multarle por cada partido
que jugara con ese calzado, Nike anunció que pagarían gustosos esa multa y
lanzaron inmediatamente una campaña publicitaria sobre “las zapatillas que la
NBA no puede impedir que te pongas”. El éxito fue inmediato, aunque
algunos periodistas encontraron toda esta historia un poco sospechosa.
Resultaba extraño que los Bulls se hubieran arriesgado a enfrentarse con su
apuesta de futuro por un tema trivial, y Nike había sacado los anuncios con
tanta rapidez como si los hubieran tenido preparados de antemano…
A pesar de ese éxito, el gran salto de Michael Jordan se produjo en 1986.
Rob Strasser, de Nike, se habían independizado para crear su propia empresa
y le ofreció crear toda una línea de productos con su nombre, y la propia Nike
tuvo que hacer lo mismo para evitar perder a uno de sus mejores reclamos en
plena crisis. Esto encajaba con los planes de David Falk de crear todo un
Página 251
segmento publicitario alrededor de Jordan, que en previsión de ello se había
constituido en empresa con el nombre de Jump Inc. antes incluso de debutar
en la NBA. Falk consiguió que Nike aceptara crear una línea de productos
Jordan independiente dentro de la empresa, con su propio logotipo (el
jumpman o saltador), eslogan y empresa publicitaria. El cambio a la pequeña
y dinámica agencia Wieden & Kennedy resultó trascendental. Jim Riswold, el
responsable de la campaña, era un aficionado al baloncesto al que habían
impresionado unas declaraciones del legendario Bill Russell felicitando a los
padres de Jordan por la educación de su hijo. Nadie recordaba un cumplido
así viniendo de Russell, y eso llevó a Riswold a pensar que los anuncios
anteriores se habían centrado en lo que Michael Jordan hacía en sus canastas
y en sus mates. Pero eso la audiencia ya lo podía encontrar en los partidos, así
que sería más efectivo si los anuncios complementaran esa imagen ilustrando
lo que Jordan era: un joven atractivo, elegante, inteligente y simpático.
Riswold tropezó con el medio ideal casi por casualidad, cuando vio una
película independiente dirigida y protagonizada por un director novel llamado
Spike Lee. La película se titulaba She’s Gotta Have It, y el personaje
interpretado por Lee era un joven obsesionado por el baloncesto y Michael
Jordan llamado Mars Blackmon. Spike Lee dirigió una serie de anuncios que
revolucionaron la publicidad deportiva y que sentaron la base de su imagen de
marca. Eran anuncios frescos y divertidos, y Jordan al lado de Mars
Blackmon parecía aún más alto, más atlético y más elegante.
La contribución de Spike Lee fue mucho más allá de popularizar el apodo
“Money” o la frase do you know-do you know-do you know; Lee estaba
intentando transmitir una imagen de la cultura afroamericana urbana muy
distinta a la que se tenía en ese momento. Él no veía Brooklyn como un nido
de pobreza y droga carente de valor e interés, sino como un crisol de culturas
donde negros, italianos, hispanos y asiáticos convivían mejor o peor. Pocos
sabían que Spike Lee tenía razón y que esa cultura afroamericana urbana
estaba a punto de tomar por asalto el país, y que, cuando lo hiciera, las “Air
Jordan” estarían estrechamente unidas a ella. David Falk había apostado
porque Michael Jordan saltara la barrera racial y se convirtiera en una imagen
sin color, ni blanco ni negro, y hasta cierto punto fue así; pero también
sucedió que la comunidad blanca pasó a aceptar esa cultura afroamericana
como referente, desde el rap a las zapatillas de deportes.
Esa asociación de la imagen de Jordan no fue siempre positiva, como se
demostró en sucesivas polémicas relacionadas con los robos con violencia de
productos Nike, el boicot promovido por PUSH o las noticias sobre las
Página 252
condiciones de trabajo en sus fábricas del sudeste asiático. Michael Jordan
sospechaba que estos incidentes se centraron en Nike y no en otros
fabricantes de prendas deportivas debido solamente a su fama, lo cual suponía
intentar manipular su imagen aprovechando su éxito sin precedentes. Riswold
había acertado al apostar por difundir la imagen real de Jordan (dentro de lo
que es la publicidad), ya que, a diferencia de los actores o cantantes, su
celebridad tenía una base real. Michael Jordan no interpretaba a un deportista
de éxito, sino que realmente salía a la cancha y era el jugador más dominante
y espectacular del mundo. Nike siguió insistiendo en variaciones sobre este
concepto después de la marcha de Spike Lee, e incorporó las circunstancias
vitales del jugador en la publicidad, como en el famoso anuncio en el que
Charles Barkley insistía en que “yo no soy un modelo de comportamiento”.
Michael Jordan gozaba de amplios poderes para sugerir o rechazar ideas
para las campañas publicitarias de Nike. En años posteriores se harían
famosos anuncios en los que reflexionaba sobre todos los tiros fallados en su
carrera o despertaba de un sueño en el que había estado jugando al béisbol. El
anuncio que rodó para los playoffs de 1993 se titulaba “What if”: “¿Y si mi
nombre no estuviera en los titulares? ¿Y si mi cara no saliera por televisión a
cada segundo? ¿Y si no me encontrara una muchedumbre en cada esquina?
¿Y si yo fuera simplemente un jugador de baloncesto? ¿Te lo puedes
imaginar? Yo sí puedo”.
Página 253
Chicago, 1992
Sabía que sería duro, pero ha sido mucho más duro de lo que
esperaba.
Página 254
de Philadelphia a Phoenix, y formar parte de un equipo competitivo pareció
darle nuevas alas y convertir a los Suns en claros aspirantes al anillo. Pero
Jordan creía que parte de ello se debía a las semanas compartiendo vestuario
con el equipo nacional. Barkley pensaba que durante su carrera había dado el
100% en pos de la victoria, pero al ver a Jordan se dio cuenta de lo que le
faltaba, y de que ganar exigía un compromiso mayor de lo que él creía.
Los Bulls no estaban en la mejor situación para afrontar ese desafío.
Jordan y Pippen sufrieron molestias físicas durante toda la temporada que se
achacaron al cansancio de los Juegos Olímpicos, mientras que John Paxson y
Bill Cartwright habían vuelto a pasar por el quirófano y no recuperaron su
nivel de juego anterior. El banquillo seguía sin ser la solución, porque al pasar
B.J. Armstrong a titular en sustitución de Paxson quedaba compuesto casi
exclusivamente por especialistas como Trent Tucker, un triplista llegado para
sustituir a Craig Hodges. Phil Jackson se estaba ganando una reputación de
entrenador capaz de sacar rendimiento a ese tipo de jugadores, alternando por
ejemplo a Stacey King, Scott Williams y Will Perdue en el puesto de cinco
según buscara anotación, defensa o intimidación; pero se trataba de recursos
puntuales para un momento de partido y no servían para descargar de minutos
a los jugadores fundamentales. Los Bulls habían fichado al veterano alero
Rodney McCray buscando esa aportación, pero fracasó, igual que antes había
fracasado Dennis Hopson. “Jordan destruyó su confianza en sí mismo”,
comentaba un miembro de la franquicia, “y para el final de la temporada no
era capaz de meter ni una bandeja”.
El paso por el Dream Team también aumentó las tensiones en el vestuario,
especialmente con un Horace Grant que en pretemporada montó en cólera al
saber que Pippen y Jordan quedaban excusados de algunos de los ejercicios
más fatigosos. Pippen había demostrado en Barcelona ser una auténtica
estrella, y eso terminó de convencerle de que seguir el camino de Jordan
había sido un acierto. Eso no significaba que dejara de criticarlo cuando
pensaba que se equivocaba, como el partido contra los Orlando Magic en el
que Jordan anotó 64 puntos pero los Bulls perdieron en la prórroga. Era
evidente que Michael Jordan estaba decidido a demostrar su superioridad
sobre la nueva generación de jóvenes estrellas, yendo a taponar a Shaquille
O’Neal o a robarle el balón a Billy Owens en sus primeros enfrentamientos, y
Pippen declaró públicamente que centrarse en ese tipo de desafíos
individuales no era productivo para el equipo. Pero esas declaraciones no
cambiaban el hecho de que Jordan y Pippen se encontraban cada vez más
cómodos jugando juntos y que habían establecido una especie de reparto de
Página 255
roles en el vestuario: Jordan era el “poli malo” que abroncaba a quienes
jugaban mal, mientras que Pippen era el “poli bueno” que les daba ánimos y
les sugería cómo mejorar. Mientras, Horace Grant se dejaba los pulmones en
defensa, donde constantemente tenía que salir a la ayuda en el perímetro y
luego recuperar al interior, sin obtener recompensa. Casi nunca se hacía
jugada para que anotara, los medios apenas le prestaban atención y Jordan no
escondía su desdén. A pesar de que se había convertido en un jugador
fundamental (sobre todo en defensa y rebote), no se había ganado el respeto
de la estrella del equipo como sí lo había logrado Pippen. Jordan parecía
disfrutar humillándolo en público, como en una ocasión en el avión de los
Bulls cuando agarró la bandeja con la cena de Grant y la arrojó al suelo,
gritando que tal y como había jugado en el partido no se merecía comer.
La publicación de The Jordan Rules había empeorado las cosas. Para
Michael Jordan había sido especialmente doloroso que las críticas procedieran
de “la familia”, es decir, del interior del equipo, que había proporcionado a
Sam Smith los datos para escribir su libro. Phil Jackson había intentado hablar
con Horace Grant sobre su ingenuidad ante los medios, que intentaban poner
palabras en su boca y hacerle preguntas-trampa cuyas respuestas pudieran
sacar de contexto. Grant se defendía alegando que nunca había dicho nada
que fuera mentira, pero Jackson pensaba que estaba eludiendo afrontar el
tema central de que los temas del equipo se debían resolver en la intimidad
del vestuario. Después de la publicación del libro y de los escándalos sobre
sus apuestas con miembros del hampa, Michael Jordan se había recluído aún
más y era difícil verlo fuera de su habitación de hotel. Los Bulls no habían
renovado a Cliff Levingston (meses más tarde Jerry Krause acudió a la Final
Four de la Euroliga, donde se enfrentaron Levingston y Toni Kukoc con
victoria de éste último), pero Jordan había encontrado un nuevo amigo en
Darrell Walker, un veterano base contratado a mitad de temporada. Walker
era un especialista defensivo (durante su etapa en los Knicks se decía que su
mecánica de tiro había hecho prorrumpir en llanto a los entrenadores)
apodado “leopardo” por los arañazos que dejaba en los rivales, y se unió al
reducido grupo de jugadores que fueron capaces de defender a Jordan en los
entrenamientos. Así se ganó sus simpatías, y era prácticamente el único
miembro de la plantilla con el que tenía contacto fuera de la pista.
Las lesiones de algunos titulares y el bajo rendimiento del banquillo
obligó a Michael Jordan a realizar un esfuerzo suplementario y a moverse en
números olvidados desde los tiempos de Doug Collins, algo que en su opinión
la prensa no le reconocía: cuando a final de temporada algunos periodistas
Página 256
comentaron que había superado los 2.000 tiros a canasta, él respondió irritado
que nadie mencionaba que también había liderado la NBA en balones
robados. Sobre todo porque esas marcas se lograron superando más lesiones y
molestias de lo que se supo entonces, ya que Jordan consideraba que admitir
en público cualquier tipo de limitación era ofrecer una posible ventaja al rival.
Así, durante mucho tiempo no se supo que había sufrido una fractura de
pómulo, ya que ponerse la máscara protectora de rigor hubiera sido como
colocarse el cartel de “vulnerable”. En cambio, la prensa celebraba hasta el
delirio su superación de molestias extradeportivas, tales como resfriados o
diarreas. El extremo llegó en marzo de 1993, cuando la victoria sobre los
Sonics se presentó como un triunfo sobre una infección que había llegado a
provocar su hospitalización y a poner en peligro su vida (se trataba de un caso
de pie de atleta). Más allá de exageraciones periodísticas, la capacidad de
Jordan para ignorar el dolor era muy real, como pudo comprobar el propio
Jerry Krause en diciembre de 1986, cuando Michael Jordan anotó 43 puntos
frente a los Spurs a pesar de una infección en un dedo del pie que le había
sajado el médico la noche anterior. “La sangre salpicó toda la habitación, fue
lo más asqueroso que he visto”, recordaba Krause. Jordan ignoró los tres días
de descanso necesarios, y se hizo frecuente verle salir de un partido con
muletas y seguir jugando. En diciembre de 1992 fue una fascitis plantar que
no le impidió realizar una de las jugadas más espectaculares de su carrera, su
clásico mate al rebote de un tiro libre cuando el defensor se distraía. En
febrero un esguince de tobillo contra los Bucks le obligó a coger las muletas,
y dos días después estaba jugando en Orlando. En primera ronda de playoffs
contra los Hawks sufrió el peor susto cuando resbaló en una mancha de sudor:
“Oí que algo se rompió y pensé que era el tendón”. Afortunadamente sólo era
el esparadrapo del tobillo, pero no tuvo la misma suerte contra los Cavs,
cuando la inflamación de la muñeca derecha le obligó a lanzar varios tiros
libres con la mano izquierda. Para Jordan nada de eso era digno de
admiración, sino un simple ejercicio de profesionalidad, algo que el equipo
podía exigirle en virtud de su contrato. Quizás fuera por eso que a veces
mostraba poca paciencia con las molestias de sus compañeros, como cuando
Horace Grant insinuó que no estaba en disposición de jugar debido a un dolor
de cabeza. “Tómate una aspirina”, le cortó.
Esa interminable serie de problemas físicos impidió a los Bulls establecer
un ritmo de juego como habían hecho la temporada anterior, y su balance de
victorias se resintió. Además, Phil Jackson se vio obligado a renunciar a la
defensa presionante que había sido su mejor arma debido a que suponía un
Página 257
desgaste excesivo para los titulares, pero el equipo estaba hecho para defender
y correr, así que el cambio a un juego más lento supuso renunciar a un gran
número de canastas fáciles. Ese juego más trabajoso se combinaba con cierta
sensación de rutina después de ganar dos campeonatos, y producía un
ambiente de hastío en el vestuario; no es casual que Jordan prefiriera
relacionarse con Walker y Tucker, quienes vivían la temporada con la ilusión
de ganar su primer anillo, a pesar de que él mismo comentaba cada vez con
mayor frecuencia que el baloncesto había dejado de ser un refugio y una
diversión. En esas circunstancias adversas fue cuando se empezó a percibir un
mayor liderazgo de Michael Jordan sobre sus compañeros. En el pasado,
Jordan se había señalado por su torpeza a la hora de tomar el pulso del
vestuario y encontrar las palabras adecuadas para obtener la reacción que
deseaba, pero justamente en esta temporada mostró una notable precisión para
tocar las teclas adecuadas con una sola frase. Así, un día estaba en el
vestuario escuchando las quejas de Grant y Armstrong por tener que entrenar
al día siguiente de volver de una larga gira por el Oeste, y al pasar por delante
de ellos dijo solamente: “Vamos, millonarios”. Del mismo modo, sus
declaraciones a la prensa sobre el dilema táctico que afrontaba Phil Jackson
resultaban sorprendentemente elaboradas comparadas con las que había hecho
en el pasado. “Nos arriesgamos a quedarnos sin piernas”, declaró. “Aun así,
creo que no es el momento de ser conservadores. Cuando intentamos jugar
más lento, nos volvemos demasiado deliberados.” Jordan no estaba de
acuerdo con el sistema de contraataque por cuatro calles instaurado por
Jackson, pero comprendía sus razones y reconocía que estaba ejecutando
demasiados tiros. “Muchos son tiros tontos. No hay otra palabra, son tontos.
La cuestión es por qué.”
Los Chicago Bulls dieron la sensación de no intentar siquiera luchar por el
mejor récord de la NBA y terminaron con 57 victorias, diez menos que la
temporada anterior y por detrás no sólo de los Phoenix Suns de Charles
Barkley sino también de los New York Knicks de Pat Riley. Pero cuando
empezaron los playoffs volvió el fuego a los ojos de un Michael Jordan que
parecía poder cambiar de marcha a voluntad. Ya lo había anunciado cuando
perdieron el factor cancha en el penúltimo partido de la fase regular:
“Estaremos mejor cuando sintamos el desafío de los playoffs. Sabemos que lo
más duro son estos 82 partidos, y después nos rejuveneceremos”. Tenía razón.
La primera ronda contra los Atlanta Hawks se intentó vender como el
enfrentamiento entre Jordan y Dominique Wilkins, pero los Hawks ya no
estaban en disposición de plantar cara a los Bulls. El único momento de
Página 258
intriga vino por una fea caída de Michael Jordan, afortunadamente sin
consecuencias, y en segunda ronda se volvieron a encontrar con sus viejos
amigos, los Cleveland Cavaliers. Al igual que los Hawks, los Cavs estaban
llegando al final de una etapa, en su caso la de Mark Price y Brad Daugherty,
y soñaban con dar la sorpresa de superar por fin a su archienemigo Michael
Jordan gracias al fichaje de Gerald Wilkins. Curiosamente, ese fichaje se lo
debían agradecer a David Falk, que había convencido a Wilkins de rechazar la
oferta de renovación de los Knicks y salir al mercado como agente libre en lo
que resultó un grave error de cálculo. Las ofertas no cuajaron, y al final
Gerald Wilkins tuvo que fichar por una miseria en el único equipo que aún
tenía hueco. Para los Cavs supuso conseguir al alero atlético que habían
estado buscando desde la marcha de Ron Harper, y Wilkins declaró
públicamente que se iba a convertir en la clave para derrotar a los Bulls,
apodándose a sí mismo como Jordan stopper en referencia a su defensa el año
anterior con los Knicks.
El resultado fue ligeramente decepcionante, a pesar de que Jordan volvió
a eliminar a los Cavs con una canasta en el último segundo por encima de
Wilkins (apodada The Shot II). Pero esa eliminación se produjo por un
contundente 4-0, así que carecía de dramatismo. Michael Jordan sufría una
lesión de muñeca que según sus declaraciones le hacía difícil coger el ritmo
del partido, pero cuando llegaban los momentos importantes en la segunda
parte tomaba el control con total dominio. Aficionados y periodistas estaban
un tanto desconcertados con el rendimiento de los Bulls: al comienzo de la
temporada eran los favoritos para llegar a la final, pero su irregularidad había
hecho que los pronósticos apostaran por los Knicks. Sin embargo, una vez en
playoffs volvían a recordar a los Bulls intratables de las dos temporadas
anteriores; nadie esperaba que Hawks o Cavs les pusieran en dificultades,
pero la autoridad con la que los habían despachado por la vía ejecutiva
proyectaba una sombra de duda sobre las posibilidades de los Knicks.
Durante mucho tiempo se especuló sobre los rumores poco creíbles que
afirmaban que Michael Jordan había encargado a David Falk que debilitara a
unos Knicks que les habían puesto en serios aprietos la temporada anterior. Al
fin y al cabo era el agente de Gerald Wilkins y Xavier McDaniel, dos titulares
fundamentales de ese equipo que habían rechazado las ofertas de renovación
que les presentó la franquicia, y sin ellos el potencial de la plantilla se veía
sensiblemente reducido. Sin embargo, Pat Riley había creado un equipo
orientado exclusivamente para derrotar a los Bulls, y confiaba en que esta vez
tendría éxito. Para ello había fichado al veterano Rolando Blackman, un
Página 259
escolta que en Dallas había destacado como defensor de Jordan, y había
puesto como objetivo conseguir la ventaja del factor cancha, ya que el año
anterior había resultado decisivo en el séptimo partido. Pero el auténtico
corazón de los Knicks era John Starks, un escolta surgido del extrarradio
marginal de la CBA para convertirse en el favorito de la grada del Madison.
Era un jugador irregular con unas carencias evidentes, pero las compensaba
sobradamente con el tipo de agresividad y juego atlético que adoran los
neoyorquinos, y en los dos primeros partidos salió a morder con una
intensidad que contagió a sus compañeros. Michael Jordan no fue capaz de
superar su defensa y completó dos actuaciones muy mediocres, con lo que los
Bulls se encontraron abajo 0-2 antes de darse cuenta de lo que estaba
pasando. Además de la agresividad y el juego de contactos, los Knicks
estaban consiguiendo cerrar la zona a las penetraciones de Jordan o Pippen a
la vez que punteaban los tiros exteriores, y la historia se resumía en el
espectacular mate de John Starks en el segundo partido. “Cuando remonté la
línea de fondo, tuve un segundo para pensar en lo que iba a hacer”, recordaba.
“Me dejaron un hueco, y estaba tan cargado de energía que simplemente
despegué”. Mientras, Jordan se veía obligado a disculparse ante sus
compañeros por su bajísimo rendimiento.
El baloncesto pasó a segundo plano cuando el New York Times publicó
que Jordan había sido visto en un casino de Atlantic City a las 2:30 de la
madrugada del día del segundo partido. Esta noticia venía a coincidir con la
distribución a la prensa de un libro escrito por Richard Esquinas, otro
personaje de dudosa catadura, que afirmaba que Michael Jordan había perdido
más de un millón de dólares apostando contra él al golf en septiembre de
1991. Inmediatamente se desató la especulación sobre una posible ludopatía o
adicción al juego por parte del jugador, que según algunos periodistas
demostraba haber perdido el control sobre esa afición si había llegado al
punto de permitir que la falta de descanso afectara a su rendimiento en la
cancha. Una emisora de televisión local de Chicago aprovechó una rueda de
prensa para hacerle una serie de preguntas que vinculaban estos incidentes
con los sucedidos el año anterior, y Jordan estalló. Abandonó la rueda de
prensa visiblemente enfadado y anunció que no haría ninguna declaración ni
respondería ninguna pregunta en lo que quedaba de playoffs. Es James Jordan,
su padre, quien acudió al quite declarando repetidamente que la idea de la
excursión a Atlantic City fue suya y que convenció a su hijo de que así se
despejaría después de su mala actuación en el primer partido. Nadie lo cree,
igual que nadie creyó a Michael Jordan cuando afirmó que había vuelto al
Página 260
hotel antes de medianoche, o que sus deudas con Richard Esquinas eran
menos de la mitad de lo declarado por éste; después de la serie de mentiras
sobre su relación con James Bouler y el dinero que le había entregado, la
palabra de Jordan sobre estos temas no tiene apenas credibilidad. La tormenta
mediática no amainaba, y se produjo la extraña circunstancia de que en el
descanso de uno de los partidos Bob Costas entrevistó a David Stern en
relación con este tema mientras por el pinganillo un ejecutivo de la NB (que
poseía los derechos televisivos y no deseaba enturbiar su imagen) le
abroncaba por el tono incisivo de sus preguntas. Michael Jordan lo
consideraba una intolerable intromisión en su vida privada, y no comprendía
que era inevitable pensar en la ludopatía cuando no le bastaba la emoción de
una final de conferencia y necesitaba una noche en el casino. Finalmente tuvo
que ceder, y concedió una entrevista algunas semanas más tarde a su amigo
Ahmad Rashad, que tuvo buen cuidado de evitar cualquier pregunta crítica o
comprometida. Jordan negó que el juego fuera un problema de cualquier tipo
e insinuó la posibilidad de abandonar la práctica profesional del baloncesto en
un futuro no lejano. En ese momento, sin embargo, el mayor impacto lo
produjo la propia imagen del jugador, delante de un fondo negro y escondido
tras unas gafas oscuras que le daban un aspecto hosco de apostador
profesional o gánster.
Como refugio cada vez más reducido, el baloncesto. Michael Jordan
volvió a tener otra noche aciaga en el tiro con 3 de 18 en el tercer partido
(“ahora sé lo que siente Darrell Walker”, declaró), pero esta vez estaba
preparado. En lugar de obcecarse con seguir tirando para desmentir los
rumores sobre su bajo rendimiento atribuido a sus noches de juego, Jordan se
dedicó a asistir a Pippen y Paxson, que desarbolaron a los Knicks. Los Bulls
aplicaron una defensa férrea, y en ataque se confiaron a un Scottie Pippen que
buscaba su reivindicación. Los Knicks creían, como los Pistons, que Pippen
podía ser intimidado mediante el juego físico, pero éste deseaba demostrar
que esos días quedaban ya muy lejos. Sus diez canastas de doce tiros
lideraron a los Bulls en una aplastante victoria por 103-83, y la eliminatoria
quedó sentenciada a pesar de que quedaba mucho por jugar. En la rueda de
prensa posterior al partido Ewing intentó quitar hierro a la derrota, afirmando
que con la ventaja de campo a favor los Knicks no necesitaban ganar ninguno
de los tres partidos en Chicago, y los Bulls vieron el miedo en sus ojos. Pat
Ewing se estaba preparando para perder los tres partidos, y esa renuncia
revelaba una debilidad que iban a explotar.
Página 261
Michael Jordan decidió cambiar de estrategia. Los Knicks habían pagado
la escalada de tensión en su defensa con expulsiones, Greg Anthony en el
segundo partido y John Starks en el tercero, pero a cambio habían logrado
descentrarle hasta el extremo de amenazar a Anthony (con el que ya había
tenido un choque el año anterior): “Si me lo encuentro fuera, saldaremos
cuentas”. Jordan se pasaba más tiempo intercambiando codazos y
encarándose con sus defensores que anotando canastas, y decidió que el
cuarto partido iba a ser diferente. En lugar de seguir intentando penetrar en la
zona, Michael Jordan optó por el lanzamiento exterior, ya que así evitaba
enredarse con los defensores. El resultado fueron 54 puntos con 5/6 en triples,
y una nueva victoria de los Bulls para empatar la serie. A pesar de la
exhibición de Jordan, Chicago seguía mostrando problemas para atacar en
estático, pero la vuelta a una defensa más presionante causaba muchos
problemas a los Knicks y permitía que los Bulls robaran balones que se
convertían en fáciles contraataques.
De vuelta en Nueva York, Jordan repitió la táctica del tercer partido
renunciando a su anotación personal para buscar a sus compañeros,
especialmente a un Scottie Pippen que hizo una primera parte espectacular.
Fue al final del tercer cuarto cuando Michael Jordan tomó el control con 17
puntos consecutivos, que no fueron suficientes para despegarse de unos
Knicks que seguían pisándoles los talones en el marcador hasta el triple final
de Armstrong desde la esquina a pase de Jordan. El partido se decidió en el
último ataque de los locales, una secuencia hipnótica en la que el alero
Charles Smith intentó hasta cuatro veces levantarse desde debajo del aro para
ver cómo Jordan, Pippen y Grant taponaban sus cuatro intentos y aseguraban
la victoria de Chicago por 97-94. Smith había intentado imitar la pose de duro
de Anthony Mason, encarándose con los rivales y negándose a estrecharles la
mano en la presentación, pero su imagen de impotencia y falta de
contundencia en el momento decisivo terminó convirtiéndose en el retrato de
unos Knicks correosos a los que terminó faltándoles serenidad y voluntad de
imponerse. Enfrente, Michael Jordan firmó un triple doble con 29 puntos, 14
asistencias y 10 rebotes para devolver la serie a Chicago para el sexto y
definitivo encuentro.
Estaba claro que los Bulls no iban a desaprovechar la oportunidad, y
tomaron una ventaja desde el principio que ya no cedieron. Michael Jordan
fue de más a menos, con un comienzo muy efectivo que se fue diluyendo a
base de protestas y peleas contra los rivales, especialmente un “Doc” Rivers
que le hizo un gran marcaje y permitió que New York llegara con opciones al
Página 262
último cuarto. Ahí surgió Scottie Pippen, que se había convertido en la
auténtica estrella de los Bulls durante la eliminatoria y anotó dos tiros
exteriores para asegurar la victoria. Los Chicago Bulls jugarían su tercera
final consecutiva, pero por primera vez el factor cancha correspondería a su
rival, los Phoenix Suns. Antes de viajar a Arizona, Phil Jackson insistió en la
importancia de ganar al menos uno de los partidos para recuperar la ventaja
de campo lo antes posible. “¿Sólo uno?”, respondió Jordan. “No te preocupes,
entrenador, ganaremos los dos.”
Fueron unas finales extrañas, en las que, como sucediera durante todos los
playoffs, el baloncesto pareció quedar en segunda fila. Era el precio del éxito
del Dream Team, que había disparado la atención por el baloncesto,
incluyendo aspectos más propios de la prensa rosa. Por un lado estaba Charles
Barkley, con sus declaraciones inapropiadas y sus citas con Madonna; por el
otro estaba Michael Jordan, con su boicot a la prensa y los rumores sobre sus
apuestas (fue durante el intermedio del primer partido de la final cuando se
emitió la entrevista grabada con Ahmad Rashad); y luego estaba la amistad
entre ambos, que Scottie Pippen describió como que “Barkley le besa el culo
a Michael”. Durante toda la final se especuló con el impacto que esa amistad
podría estar teniendo en el rendimiento de Barkley (nunca en el de Jordan,
cuya actitud seguía siendo la de no tomar prisioneros), que reconocía
sorprendentemente sentirse inferior a su rival y amigo. Buena parte de las
dudas sobre la concentración de Barkley procedían del primer partido, en el
que Horace Grant lo defendió brillantemente para dejarlo en 9/25 tiros de
campo. Mientras, Johnny Bach había diseñado una defensa para anular a la
otra estrella de Phoenix, el base Kevin Johnson, a quien B.J. Armstrong
conducía hacia un bosque de brazos cuando intentaba penetrar a canasta.
Johnson se quedó en cuatro canastas de trece intentos, y mientras los dos
mejores jugadores de los Suns naufragaban lastimosamente, Jordan y Pippen
se exhibían en la otra canasta en una cómoda victoria por 100-92 que zanjaba
el tema de la ventaja de campo.
La situación se volvió desesperada para los Suns en el segundo partido.
Charles Barkley se recuperó de su mala actuación anterior y se fue a los 42
puntos para liderar la remontada, pero Michael Jordan le respondió canasta a
canasta en una final que se presentaba como el enfrentamiento en la cumbre
entre esos dos jugadores. Sin embargo, con ese empate fueron sus
compañeros quienes marcaron la diferencia, especialmente la defensa de
perímetro de los Bulls que secó casi totalmente a Kevin Johnson y Dan
Majerle. El último cuarto fue humillante para “KJ”, abucheado por su propio
Página 263
público y sustituido por un jornalero como Frank Johnson ante su incapacidad
para conducir el balón. Los Phoenix Suns se convertían en el primer equipo
en la historia de la NBA que perdía los dos primeros partidos de una final en
casa, y viajaban a Chicago con la expectativa de una barrida brutal. Sin
embargo, el tercer partido se convirtió en un maratón interminable en el que
los Suns impusieron su mayor profundidad de banquillo para lograr la victoria
después de tres prórrogas. El partido cambió la dinámica de la serie y sirvió
para redimir a Kevin Johnson, que dirigió a su equipo con brillantez y
defendió a Jordan con eficacia. La decisión de su entrenador de poner a
marcar a la estrella rival al jugador en peor situación anímica parecía una
locura, pero resultó todo un acierto: aunque Jordan anotó 44 puntos sus
porcentajes fueron malos, y en el momento decisivo durante el último cuarto
y las prórrogas falló casi todos sus tiros para convertirse en una de las claves
de la derrota de los Bulls.
Esa noche, Michael Jordan fue incapaz de acostarse, y permaneció
jugando a las cartas hasta la madrugada con Adolph Shiver, Quinn Buckner,
Ahmad Rashad y “Magic” Johnson. Éste se dedicó a pincharle, alabando la
defensa de Kevin Johnson y burlándose de las dificultades que le había
causado hasta que Jordan saltó. “OK, MJ. Cree que me ha frenado”,
respondió con agitación. “Bueno, pues ya veremos si me frena el próximo
partido.” Durante la temporada había sido evidente que Jordan usaba desafíos
reales o imaginados para motivarse cada noche superando la rutina y el
cansancio: taponar a Shaquille O’Neal, robarle el balón a Billy Owens, anotar
en la primera parte tantos puntos como le metiera LaBradford Smith (un
escolta de los Bullets de poco renombre que tuvo la mala suerte de hacer un
buen partido contra los Bulls) en su enfrentamiento anterior. Michael Jordan
se sentía insultado al leer que su defensor había logrado frenarle cuando había
anotado 44 puntos, ignorando deliberadamente las circunstancias reales del
partido, y respondió con una actuación que recordaba tiempos pasados.
Michael Jordan ignoró a sus compañeros y se convirtió en la imparable
máquina de anotar en individual que había sido años atrás, con 55 puntos que
suponían la segunda anotación más alta en una final de la NBA.
Especialmente en el segundo cuarto, en el que atacó la defensa de Majerle y
Johnson para anotar 22 puntos en una serie de penetraciones y tiros exteriores
que los Suns no pudieron parar en ningún momento. Charles Barkley (a quien
habían tenido que extraer líquido sinovial del codo antes del tercer partido)
mantuvo a su equipo hasta el final con un triple doble espectacular, pero
Jordan remató su actuación con una canasta final forzando la falta de un
Página 264
Barkley que quedó de rodillas sobre la cancha. En un gesto revelador, Jordan
apartó a B.J. Armstrong para celebrar la canasta decisiva a solas delante de su
público, y luego abandonó el pabellón a toda velocidad para jugar 18 hoyos
de golf y quedarse hasta las tantas en otra partida de cartas con “Magic”,
Buckner y Rashad.
Con un 3-1 a su favor, el quinto partido se afrontaba en Chicago con la
ciudad tomada por la policía en previsión de incidentes durante la celebración
de lo que se anticipaba como el triunfo definitivo. Los Suns tenían otra idea, y
por primera vez en la serie salieron a ganar desde el primer minuto, tomando
ventaja en el arranque y no cediéndola hasta el final. Michael Jordan se fue a
los 41 puntos, pero ninguno de sus compañeros acudió en su apoyo. En el
vestuario durante el descanso, Jordan lloró y maldijo como en los negros días
contra los Pistons: “No quiero volver a Phoenix, si perdemos este partido
tendréis que ir solos”. Nadie más dio un paso adelante, y Jordan abandonó
precipitadamente el estadio sin querer hablar con nadie en cuanto terminó el
partido con el marcador de 98-108. La derrota cayó como un jarro de agua
fría en el vestuario de Chicago. Perder dos de tres partidos en casa para
devolver la ventaja de cancha al rival no era algo que sucediera a los Bulls,
era algo que los Bulls hacían a los demás. Las circunstancias de la derrota,
además, hacían temer la reacción de Jordan después de su evidente enfado por
el bajo rendimiento de sus compañeros en el quinto partido. Sin embargo, su
respuesta los cogió a todos por sorpresa, y demostró cuánto había progresado
en la comprensión de su papel como líder del equipo. Entró en el avión de los
Bulls con un enorme puro en la boca y saludando a sus compañeros sin el
menor atisbo de enfado. “Buenos días, campeones. Ahora vayamos a Phoenix
a patear unos cuantos culos y ganar un anillo.”
Barkley intentó calentar el partido declarando que el destino de los Suns
era ganar el campeonato, pero Jordan respondió con tres de cuatro triples para
poner a los Bulls por delante en el partido. Chicago mantuvo la ventaja hasta
el último cuarto, pero 7 minutos sin anotar debido a una defensa numantina de
los Suns permitió que los locales tomaran la delantera en el marcador. Con los
Bulls 4 puntos abajo y posesión para Suns a falta de 50 segundos se
vislumbraba la derrota, pero Michael Jordan capturó el rebote defensivo y
anotó un relampagueante costa-a-costa para poner el 96-98 en el marcador.
Una gran defensa de los Bulls les permitió recuperar el balón, y una vez más
Jordan se encontró ante la jugada decisiva con 14 segundos por jugar. Kevin
Johnson lo obligó a soltar el balón, y Pippen finalizó su penetración con un
pase a Horace Grant en la línea de fondo. No era una buena elección, ya que
Página 265
Grant había fallado todos sus lanzamientos en el partido, pero en lugar de
forzar el tiro devolvió el balón a John Paxson, totalmente solo en la línea de
tres y que con su triple dio la victoria a los Bulls después de que Grant
rematara su momento de gloria con un contundente tapón sobre el intento
final de los Suns.
Durante la temporada, Michael Jordan había mencionado varias veces que
su motivación era un tercer campeonato consecutivo, el “triplete” que no
habían conseguido ni “Magic”, ni Bird, ni Isiah. En la entrevista con Ahmad
Rashad había especulado con la dificultad de encontrar más desafíos, y un
periódico de Chicago llegó a publicar una lista con sugerencias de tareas
imposibles para Jordan si lograba el anillo, como por ejemplo lograr explicar
la diferencia entre Carolina del Norte y Carolina del Sur o encestar el tiro
final de su legendario anuncio con Larry Bird para McDonalds. No fue
necesario.
Página 266
Purgatorio, 1993-95
Están diciendo algo sobre su padre en televisión.
Página 267
cambias, cambia la gente a tu alrededor”, declaró. “Los entrenamientos
empezaron a parecerme aburridos. Cuando eso sucedió, supe que se acercaba
el momento de irme. Los entrenamientos siempre habían sido la parte más
divertida para mí. Me levantaba con ganas de ir porque de esa competición
surgía el desafío. No eran algo que tenía que hacer.” Jordan comprendía que
los problemas físicos habían hecho imposible mantener el ritmo de trabajo de
otros años, pero eso no cambiaba sus conclusiones. “Nadie más parecía
tomarse los entrenamientos como yo, dejó de ser divertido y por tanto me
quedé sin nada que hacer.”
Había que añadir la creciente presión de la prensa, que desde que dejó de
ser un simpático perdedor había tomado un giro negativo. Algunos miembros
de su entorno ya habían avisado de que Jordan estaba cansado de que cada
uno de sus actos fuera analizado y criticado, y de que existía el riesgo de que
terminara haciéndole huir del baloncesto. Lo había soportado para alcanzar la
victoria, pero una vez conquistado el anillo se planteaba si realmente valía la
pena. En cierto sentido era una variante de “la enfermedad de más” que
mencionaba Riley: Jordan se había sacrificado para ganar, pero después
surgía con más fuerza el deseo de más tiempo, más descanso, más intimidad.
No fue por casualidad que esa temporada su antiguo entrenador Dean Smoth
acudiese a Chicago por primera vez a ver un partido de Jordan en los Bulls;
sospechaba que el fin podía estar cerca, y no era el único. “Siempre pensé que
seguiría jugando hasta que cambiáramos de pabellón”, recordaba Reinsdorf.
“Me cogió de sorpresa. Debí reconocer las señales, la tensión del campeonato
después de la Olimpiada, cuando no tuvo descanso ese verano, los rumores
sobre apuestas. Pero recuerdo cómo estaba en el avión volviendo de Phoenix
después del tercer anillo, fumando un puro y diciendo que íbamos a ganar seis
o siete campeonatos.”
La muerte de su padre precipitó la crisis. En la madrugada del 23 de julio
de 1993 James Jordan desapareció mientras viajaba desde Wilmington, donde
había asistido al funeral de un amigo, al aeropuerto de Charlotte. En principio
su ausencia no provocó excesiva preocupación, ya que le gustaba viajar solo y
cambiar de planes sobre la marcha, y ni siquiera se alarmaron cuando pasó la
fecha de su cumpleaños, el 31 de julio, sin noticias. Pero el 11 de agosto
apareció desmantelado el coche de James Jordan, un lujoso Lexus Coupe SC-
400 rojo matrícula UNC0023 que le había regalado su hijo, y Michael supo
que había pasado algo grave. En realidad, ya habían encontrado el cuerpo en
un pantano de Carolina del Sur dos días antes, pero hasta el 13 de agosto no
pudo ser identificado. Poco después el rastro de llamadas realizadas desde el
Página 268
teléfono móvil de la víctima condujo a la policía hasta Daniel Green y Larry
Martin Demery, dos jóvenes con un amplio historial delictivo a quienes se les
encontró un reloj y dos anillos del All Star que Michael Jordan le había
regalado a su padre (incluso habían grabado un vídeo casero en el que Green
aparecía con esas joyas cantando un rap sobre el asesinato que acababan de
cometer). Demery declaró en el juicio que buscaban posibles víctimas a las
que robar cuando vieron el coche aparcado en la entrada de una tienda, y
Green realizó un disparo con una pistola calibre 38 que seccionó la aorta de
James Jordan. Ambos fueron condenados a cadena perpetua.
Además del asesinato, las circunstancias parecían elegidas para exacerbar
el sufrimiento de la familia. Resultaba inexplicable, por ejemplo, que tardaran
seis días en identificar el Lexus solamente porque le habían arrancado la
matrícula, a pesar de la abundancia de objetos personales en su interior. Aún
más doloroso era que hubiera sucedido lo mismo con el cadáver de James
Jordan, encontrado el 3 de agosto por un pescador local. El condado de
Marlboro carecía de medios para conservar el cuerpo, así que realizaron la
autopsia y tres días después efectuaron la cremación (más barato que un
entierro) guardando solamente la mandíbula y las manos para una posible
identificación futura. Este aspecto fue objeto de polémica cuando se insinuó
que quizás no se habrían dado tanta prisa si se hubiera tratado de una víctima
de raza blanca, pero en cualquier caso supuso que Michael Jordan ni siquiera
tuvo ocasión de despedirse de su padre a la manera habitual. El ataúd que
cargaron durante el funeral era poco más que una pieza de atrezzo.
Lo que desató la ira de Jordan fue la reacción de parte de la prensa, que
aprovechó para especular con una posible participación del crimen organizado
y la mafia de las apuestas a raíz de la controversia que había rodeado al
jugador durante las temporadas anteriores. La aparición del coche
abandonado hizo que la policía tratara el caso como un posible asesinato o
secuestro, y la declaración por parte del FBI de que no descartaban ninguna
posibilidad fue explotada por medios poco rigurosos que le atribuyeron una
falsa ambigüedad. “Cuando James Jordan fue asesinado, perdí a mi padre y a
mi mejor amigo”, declaró en un comunicado de prensa. “No puedo
comprender que otros hayan puesto intencionadamente sal en una herida
abierta al insinuar que los fallos y errores de mi vida pudieran estar
relacionados con la muerte de mi padre.” Este espectáculo sensacionalista
terminó de agriar su relación con los medios de comunicación, a pesar de que
ese mismo comunicado reconocía que las críticas se dirigían a una minoría
poco representativa. La mayor parte de los medios adoptaron una posición
Página 269
decididamente protectora y prefirieron pasar por encima de algunos aspectos
turbios del caso. Apenas se mencionó la antigua condena por estafa de James
Jordan, ni los rumores sobre la contabilidad en las tiendas de ropa deportiva
que gestionaba, ni siquiera las razones de que decidiera dormir en la cuneta a
poca distancia de su casa familiar. James y Deloris Jordan parecían vivir por
separado desde hacía tiempo, y eso explicaría por qué el padre de Jordan
dormía en su coche cuando lo asesinaron, y por qué su mujer declaró
inicialmente que había recibido una llamada suya el 26 de julio, tres días
después del crimen. Esa discreción por parte de la mayor parte de los medios
no sirvió para aliviar la irritación de Jordan, convencido de que el buen
nombre de su padre había sido ensuciado sin motivo y de que a la injusticia de
haberlo perdido antes de tiempo se añadía tener que soportar para los restos
las groseras especulaciones de cualquier plumilla con ansias de notoriedad.
Michael Jordan ha afirmado que la muerte de su padre no influyó en su
decisión de abandonar la práctica del baloncesto, aunque es difícil de creer.
En momentos distintos ha declarado que el tercer campeonato fue uno de sus
motivos, que desde los JJ.OO. de 1992 ya estaba convencido y que durante el
verano de 1993 no sabía qué camino tomar. En unas entrevistas dijo que la
decisión de hacer un intento en el béisbol fue posterior a su retirada, mientras
que en otras aclaró que ya durante su última temporada en el baloncesto le
pidió a Tim Grover un programa de entrenamientos específico para cambiar
de deporte. Ese torbellino de contradicciones sugiere un momento de crisis
personal, probablemente interna, pero agravada por el asesinato de James
Jordan. El baloncesto había sido el vínculo entre ellos, ya que antes Michael
Jordan no había mostrado ninguno de los rasgos que James admiraba en los
varones de su familia. Con el baloncesto había pasado de ser el hijo que no
sabía hacer nada útil al centro de la vida de su padre, que viajaba
frecuentemente con los Bulls sirviendo de portavoz y apoyo para la estrella.
Michael mantenía una relación muy estrecha con su padre, y su muerte
pareció provocar una especie de retorno a la infancia o primera adolescencia.
La única pega que le ponía James Jordan al éxito de su hijo era que no
hubiese tenido lugar en el béisbol, y con frecuencia reiteraba su
convencimiento de que sus triunfos en el baloncesto demostraban que poseía
la capacidad física para destacar en otros deportes de élite. Cuando Michael
Jordan decidió finalmente retirarse de la práctica activa del baloncesto, lo
hizo con la idea de intentar dar el salto al béisbol.
Curiosamente, la noticia de la posible retirada de Michael Jordan se hizo
pública el miércoles 6 de octubre de 1993, cuando él y otros miembros de los
Página 270
Bulls estaban en el Comiskey Park viendo un partido de playoffs de los White
Sox, el equipo de béisbol de Jerry Reinsdorf. Se lo había insinuado a Scottie
Pippen el día anterior pero no terminaba de creérselo, mientras que Scott
Williams corrió al palco donde estaba Jordan y a punto estuvo de echarse a
llorar. David Falk había solicitado una reunión con Reinsdorf el domingo día
3 en Washington, y lo primero que dijo Michael Jordan fue “no se trata de
una cuestión de dinero”. Reinsdorf llamó inmediatamente a Jerry Krause: “Si
estás de pie será mejor que te sientes porque no te lo vas a creer. Michael se
va a retirar”. El propietario de los Bulls creía que aún existía una posibilidad
de hacerle cambiar de opinión, y había conseguido que Jordan se
comprometiera a reunirse con Krause y Phil Jackson antes de anunciar
oficialmente su marcha. “Jerry quería que hablara con él antes de tomar una
decisión, y conociendo a Phil y su título de psicólogo intentaría leerme la
mente para ver mi postura.”
Michael Jordan respetaba la capacidad de Phil Jackson para argumentar
convincentemente, pero esta vez estaba seguro de que no lograría hacerle
cambiar de opinión. El principal razonamiento de Jackson era que su juego
era un don de dios y no debía privar al público de su disfrute, pero desde el
punto de vista de Jordan era el público quien había recibido el don de poder
disfrutar de su juego. Además, era ley de vida que ese don se acabara, y el
asesinato de su padre le había hecho comprender que se podía perder en
cualquier momento. De manera un tanto inmadura, Jordan pensaba que el
público se había acomodado y quizás apreciaran más su juego cuando lo
hubieran perdido. Phil Jackson intentó ofrecerle alternativas, como tomarse
un año sabático o permanecer de baja durante la temporada y volver para los
playoffs, pero ambos sabían que no era viable. Jordan no quería dejar cabos
sueltos y la prensa, los aficionados y los compañeros no hubieran aceptado el
espectáculo de verlo llegar a salvar la temporada como si fuera el séptimo de
caballería. Sorprendentemente, esa conversación reforzó la relación entre
ambos, ya que en lugar de intentar convencerle de cambiar de opinión, Phil
Jackson se limitó a exponer su postura y a asegurarle que respaldaría la
decisión que tomara. Jordan se había sentido manipulado muchas veces
durante su carrera, y apreció que su entrenador analizara la situación sin
mostrar dudas o debilidad ante la perspectiva de perder a la estrella de su
equipo. “Supe que se iba a marchar en cuanto salió de la oficina de Phil”,
declaró Krause. “Miré a Phil a los ojos y supe que había usado su mejor
argumento, así que yo ni lo intenté. Si Phil no había logrado convencerle, yo
no lo iba a conseguir.” Jerry Krause se reunió con Jordan para intentar aclarar
Página 271
los malentendidos y enfrentamientos que habían marcado su relación desde el
principio, queriendo al menos que no quedaran como enemigos. Sin embargo,
el despliegue de emotividad por parte de Krause dejó frío a Jordan, que no
veía sentido a intentar cambiar una relación que durante años había sido
exclusivamente profesional.
En la rueda de prensa, Michael Jordan explicó que su decisión se debía a
la pérdida de su ansia competitiva, de seguir demostrando que era el mejor.
Tuvo un recuerdo emocionado para su padre, de quien dijo que le alegraba
pensar que había visto todos sus partidos, y anunció su intención de pasar más
tiempo con su familia. Lo que más llamó la atención fue su actitud hostil
hacia la prensa, a quienes se refirió varias veces con las palabras you guys en
una especie de desafío. “Siempre he dicho que no me echaríais del
baloncesto, así que no penséis que lo habéis conseguido.” Esas palabras
resultaron hirientes para los periodistas locales que habían seguido su carrera
día a día desde el principio, y con quienes había confraternizado en infinidad
de partidas de cartas y golf. Algunos de ellos no pudieron evitar sentirse
culpables al recordar al joven abierto y sociable que llegó a Chicago en 1984,
y al que habían visto irse encerrando en sí mismo ante la presión de los
medios.
El momento emotivo para Michael Jordan había llegado antes, en la
reunión con el resto de la plantilla. Estaba preparado para ver a Scott
Williams llorar como un niño o a Scottie Pippen dolido, pero la reacción de
los compañeros con los que había mantenido una relación más turbulenta,
como Stacey King o B.J. Armstrong, le sorprendió. “Horace fue el único que
no habló conmigo, ni me llamó ni acudió a la conferencia de prensa.” Si el
abrazo de Bill Cartwright le conmovió, nada le sorprendió tanto como las
lágrimas de Toni Kukoc, a quien apenas conocía. “Lo sentí por él, ya que
tomó la decisión de venir en parte pensando que yo formaría parte del
equipo.” Sentía que había engañado a los recién llegados como Steve Kerr o
Bill Wennington, que habían aceptado cobrar el salario mínimo pensando que
iban a competir por el campeonato. De modo similar pensaba que les estaba
fallando a Cartwright y Paxson, que después de una temporada de sufrimiento
habían decidido no retirarse sin saber que las perspectivas del equipo iban a
cambiar de un día para otro. Michael Jordan se excusaba en que peor habría
sido retirarse en medio de la temporada como Laimbeer, pero al retrasar su
decisión hasta octubre había dejado a los Bulls sin margen de maniobra. No
sólo tenían el problema de que su salario seguía contando para el tope, es que
además todos los agentes libres interesantes habían encontrado acomodo y los
Página 272
posibles traspasos se habían completado. Krause se vio obligado a ofrecerle
inmediatamente una extensión de contrato a B.J. Armstrong, a quien en
origen pretendían dejar marchar, y fichó al especialista defensivo Pete Myers,
un escolta drafteado en 1986 por los Bulls que había desarrollado la mayor
parte de su carrera en Europa (por ejemplo en el CAI).
Nada de eso preocupaba a Jordan, que en diciembre empezó a entrenarse
en el Comiskey Park para incorporarse a la pretemporada de los Chicago
White Sox en Sarasota. “Poned el estadio a su entera disposición”, ordenó
Reinsdorf, “pero no le prometáis nada”. El primer día Walt Hriniak, el
entrenador de bateo, le hizo una pregunta directa: “¿Te lo vas a tomar en serio
o es un truco?”. Jordan acudió puntualmente cada día a las 7:30 para entrenar
y en febrero de 1994 recibió la invitación para formar parte de la plantilla,
pero no consiguió un nivel que le permitiera soñar con un puesto en las ligas
mayores. Pasaron varios partidos de pretemporada hasta que conectó su
primer golpe, y el “día de pruebas” (una especie de entrenamiento con público
que sirve de presentación del equipo) cometió la clase de error que no se ve
en un profesional, cuando midió mal una bola bombeada y se le escapó del
guante. Un puesto en la primera plantilla era impensable, y los White Sox lo
asignaron a uno de sus equipos vinculados en las ligas menores, los
Birmingham Barons de la Clase Doble A[20]. Se estaban cumpliendo los
peores pronósticos de las voces que se habían levantado dentro del béisbol
para criticar lo que parecía un capricho de un deportista endiosado. Incluso en
los White Sox molestaba que la pretemporada se viera atestada de un público
al que sólo interesaba la participación de Michael Jordan, y el 14 de marzo la
revista Sports Illustrated lanzó una portada que se haría famosa, “Bag it,
Michael!”, con el subtítulo “Jordan y los White Sox avergüenzan el deporte
del béisbol”. Michael Jordan no perdonó a la revista por ese artículo, en parte
porque consideraba que durante años habían ganado dinero a su costa
mediante promociones tales como la portada holográfica o un vídeo de sus
mejores jugadas, y ahora aprovechaban para atacarle. No volvió a concender
ninguna entrevista a Sports Illustrated, y cuando su viejo amigo Jack
McCallum hizo un intento años después para un especial por su cuarenta
cumpleaños lo dejó bien claro: “A ti te tengo cariño, pero a la revista para la
que trabajas no. Nunca perdono una ofensa”.
Para entonces, nadie en el entorno de Michael Jordan y los White Sox
seguía pensando que fuera una vergüenza o un capricho. Muchos
entrenadores y jugadores estaban deseando verle fracasar aunque sólo fuera
porque confirmaría que el béisbol era un deporte muy exigente, pero la actitud
Página 273
de Jordan hizo cambiar de opinión incluso a los críticos más recalcitrantes. En
cierto sentido la gente del béisbol había caído en el mismo error que
criticaban, dando por supuesto que Michael Jordan había llegado a lo más alto
en la NBA sin disciplina y voluntad de mejora, sólo a base de talento innato.
En realidad, Jordan ofrecía su mejor cara en los entrenamientos, donde Phil
Jackson lo echaba de menos más aún que en la pista. Rodeado de jugadores
como Perdue, que siempre tenía una explicación de por qué en realidad no
había sido fallo suyo, o Armstrong, que se enfadaba ante cualquier crítica,
añoraba la actitud de un Michael Jordan siempre dispuesto a admitir un error
y a intentar corregirlo. Eso sucedía en el baloncesto, un deporte que creía
tener tan dominado que normalmente no se molestaba en prestar atención a
los comentarios tácticos antes de los partidos, así que mucho más en el
béisbol, en el que era consciente de ser probablemente el peor jugador del
equipo. Sus horas en la jaula de bateo, su obediencia ciega a Hriniak y el
interés con el que pedía consejo a los demás jugadores le hicieron ganarse el
respeto de sus compañeros. Podían dudar de su capacidad, pero no de su
compromiso.
Más difícil era aceptar la constante atención del público, que acudía en
masa a los partidos de una liga menor que normalmente se jugaba casi en
familia. Esos espectadores no prestaban atención a los jugadores importantes
ni al marcador final, sino que se pasaban todo el tiempo aclamando a Michael
Jordan, sacándole fotos y pidiéndole autógrafos. El símbolo de esa aventura
era el “JordanCruiser”, el nuevo autobús del equipo decorado con una enorme
firma de Jordan en la carrocería. A su llegada a cada estado, los aficionados
rodeaban al vehículo intentando ver si respondía a los rumores que decían que
en su interior había una barra de bar, una cama o una mesa de billar. La
realidad era mucho más prosaica, y los lujos se limitaban a un mayor espacio
para sus pasajeros, seis pantallas de televisión y un sistema de sonido estéreo.
Eso no impedía que la prensa le prestara una atención desorbitada,
entrevistando varias veces al conductor del “JordanCruiser” y preguntando a
los jugadores si provocaba la envidia de los rivales por ridículo que parezca.
La auténtica noticia la encontró el periodista Jim Patton, quien descubrió que
a diferencia de lo que se había dado a entender, Jordan no había pagado el
autobús. A través de David Falk había solicitado que cumpliera ciertos
requisitos, pero el vehículo era propiedad de una empresa de transportes local
y el club se hacía cargo del alquiler.
Las horas de trabajo con Walt Hriniak dieron sus frutos, y el promedio de
bateo de Michael Jordan durante sus primera semanas en la Southern League
Página 274
(la liga regional en la que competían los Birmingham Barons) estuvo por
encima del 30%, una cifra más que notable. Los rivales lo trataban como a un
novato y buscaban dejarlo en evidencia con bolas rápidas, pero Jordan estaba
preparado para ello y conectaba con regularidad. Cuando le visitaban amigos
o conocidos, lo primero que les llamaba la atención era la calma que parecían
embargarle después de tantos años de tensión. “Ojalá fueras un cabrón”, le
dijo abiertamente un periodista, “así sería más fácil criticarte.” Cuando se
retiró había dicho que pensaba dedicarle más tiempo a su familia, y aunque
intentó convencerse de que el calendario del béisbol era menos exigente, de
nuevo se encontraba lejos de su esposa y de sus hijos. A pesar de ello, Jordan
se encontraba a gusto con los Barons, recorriendo el Sur en autobús, jugando
bajo el sol y compartiendo vestuario con jugadores diez años más jóvenes.
“Tengo que agradecerle al béisbol haber podido revivir cosas que hice con mi
padre”, diría en referencia a sus pinitos en el deporte cuando era niño.
Mientras aún estaba en los Bulls, Jordan le había confesado a Bob Greene que
no soñaba con el baloncesto, sino con un estadio de béisbol aclamándole.
Nadie acudía al estadio esperando ver al mejor bateador de la historia, y si eso
hacía que le avergonzaran los flashes también suponían un descanso. La
presión de los aficionados y el seguimiento de la prensa eran
desproporcionados para un jugador marginal de las ligas menores, pero
estaban muy lejos de lo que había sufrido en la NBA. “Lo único raro de
Michael es que siempre que estamos juntos tenemos que quedarnos en la
habitación del hotel porque no puede salir”, había declarado Charles Barkley.
“Ya puedo darle a las bolas rápidas, pero todos me dicen que eso no
significa nada, que cuando se corra la voz por la liga dejarán de tirármelas”,
había declarado. “Me estoy divirtiendo mucho más que el año pasado.”
Efectivamente, una vez que se supo que podía batear una bola rápida, los
lanzadores rivales empezaron a lanzarle bolas curvas. Con su estatura era un
blanco imposible de fallar, y le faltaba coordinación para conectar con los
lanzamientos. Michael Jordan empezó un declive que pronto se convirtió en
una sima, encadenando partidos sin conseguir golpear la bola hasta ponerse
por debajo de la temida Mendoza Line. La línea Mendoza se refiere al
promedio de bateos del 20%, por debajo del cual se considera que un jugador
no es válido por muchas cualidades que muestre en otros aspectos del juego.
Jordan no sólo había caído más allá de la línea Mendoza, sino que fue incapaz
de recuperarse. Era fácil despreciar las cualidades atléticas de los jugadores
de béisbol, con su 1,60 de estatura y su 20% de grasa corporal, pero esos
hombrecitos rechonchos poseían unos reflejos cegadores y una potencia de
Página 275
bateo inalcanzable para unos músculos hechos para volar. El número de
espectadores también fue descendiendo, aún por encima de la media en las
ligas menores pero lejos de las cifras de las primeras semanas, conforme el
público se hacía a la idea de que ver a Michael Jordan jugar poco y mal al
béisbol no era tan emocionante como verlo brillar en una cancha de
baloncesto.
Después de varias semanas atascado, Jordan fue a hablar con el
entrenador jefe, Terry Francona, y le pidió una opinión sincera. No temía al
fracaso en el béisbol porque consideraba que no repercutía en sus éxitos en el
baloncesto, pero empezaba a preguntarse si Sports Illustrated tenía razón y le
estaba robando el puesto a algún joven más capacitado. “Si Terry me hubiera
dicho que no tenía ninguna posibilidad, me habría marchado esa misma
noche.” Pero Francona le animó diciéndole que su progreso era real y que era
pronto para darse por vencido. Jordan remontó con un porcentaje de bateo de
casi el 26% en el último mes, y tres home runs que dedicó a su padre
señalando al cielo. En el último partido estaba justo por encima de la línea
Mendoza y el entrenador le ofreció no jugar para asegurarse de que no
terminaba por debajo, pero Michael Jordan prefirió jugar y consiguió golpear
la bola. Terminó con un 20,2%, muy lejos de lo que necesitaría para dar el
salto a las ligas mayores, y su única estadística positiva eran 30 bases robadas,
entre los mejores del equipo. Para continuar trabajando, Michael Jordan
solicitó a los White Sox que lo inscribieran en la Liga de Otoño de Arizona,
donde Terry Francona iba a entrenar a los Scottsdale Scorpions. Pero antes de
eso tenía un partido de baloncesto que jugar.
El 9 de septiembre de 1994 se iba a jugar en el Chicago Stadium el partido
anual de exhibición organizado por Scottie Pippen a beneficio de Operation
PUSH/Excel. Los Bulls habían construido un complejo deportivo de última
generación donde pasarían a jugar sus encuentros de liga, así que este partido
se iba a convertir en una especie de despedida antes de que el viejo Stadium
fuera demolido para dejar sitio a un aparcamiento. Al igual que muchas
estrellas de la NBA, como Horace Grant, Ron Harper, Jason Kidd o Penny
Hardaway, Michael Jordan estaba invitado, pero su participación no era
segura. Jordan había declinado asistir debido a sus compromisos en el béisbol,
y parecía haber molestado a un Pippen que respondía a cualquier pregunta
sobre este tema dando las gracias a los muchos amigos que sí habían aceptado
jugar. Sin embargo, o bien Jordan cambió de opinión o bien fue todo un
montaje, ya que durante la rueda de prensa en la que se iban a anunciar los
equipos, Scottie Pippen recibió una llamada de su antiguo compañero (en un
Página 276
móvil con el logotipo del patrocinador bien visible) que en el último momento
confirmaba su asistencia. Grant ya había firmado con los Orlando Magic y se
rumoreaba que Pippen tenía un pie fuera de los Bulls, así que este amistoso
podía ser la última oportunidad de ver juntos en Chicago a los tres jugadores
más importantes de la franquicia durante sus tres campeonatos.
Iba a ser un acontecimiento casi íntimo, sin televisión, sólo para los
aficionados locales. Habían desmontado ya buena parte de los accesorios,
como el marcador electrónico o las banderas conmemorativas, y el Chicago
Stadium tenía un aspecto casi desolado. Michael Jordan sentía un cariño muy
especial por ese edificio medio en ruinas, por sus vestuarios minúsculos y sus
cañerías con personalidad propia. Era hostil para los rivales, a quienes atacaba
con escalones ocultos y salientes traicioneros, pero él conocía hasta el último
de sus rincones. Jordan pertenecía a ese tipo de estrella que sabe tratar a
quienes trabajan a su alrededor, y era capaz de llamar por su nombre a
cualquier miembro del servicio de limpieza, mantenimiento o atención al
público. Los chaquetas amarillas (el personal de seguridad, en su mayoría
policías fuera de servicio) se comportaban como una auténtica guardia
pretoriana, y recordaban su fracaso la noche maldita que alguien logró robar
los patucos del hijo de Jordan que éste había colgado en el retrovisor de su
coche. El veterano locutor Ray Clay se negó a usar la presentación que habían
sugerido los Bulls (“procedente de los Birmingham Barons, y parece que no
se le da mal el baloncesto…”) porque sabía lo que el público quería escuchar:
“From North Carolina…”. Era lo apropiado para un día de nostalgia y
reconocimiento. Michael Jordan había acudido a los entrenamientos de los
Bulls durante la semana anterior para prepararse, y desde el salto inicial quiso
demostrar que sus capacidades no habían menguado durante su ausencia.
Anotó 52 puntos con 24 de 46 tiros de campo, siete mates y una media vuelta
final sobre Pippen que selló la victoria de su equipo por 187-150. Jordan dio
la mano a su antiguo compañero, saludó al público y a continuación se
arrodilló en el centro de la cancha y besó el toro pintado en el parqué. “Estaba
pensando en lo que ese edificio ha significado para mí, y comprendí que es
más que un edificio, es un amigo”, explicó. “Así que pensé en lo que uno
hace cuando se despide de un buen amigo, y supe que las palabras no son
suficiente. Pensé en cómo se lo transmitiría a un amigo que significara tanto
para mí, y comprendí que lo haría con un beso.” Fue una imagen ridícula,
artificial y terriblemente emotiva.
Esa capacidad para combinar lo comercial y lo auténtico, los sentimientos
y la publicidad, era uno de los rasgos más visibles de Michael Jordan.
Página 277
Algunos críticos lo consideraban una falta de sinceridad, pero en realidad se
trataba de una virtud muy infrecuente, como se pudo apreciar en la ceremonia
del 1 de noviembre de 1994, cuando los Chicago Bulls retiraron su número 23
y presentaron The Spirit. Se trataba de una estatua de cuatro metros de altura
que representaba a Michael Jordan volando hacia el aro por encima de un
torbellino de rivales[21], con la inscripción “El mejor que ha habido, el mejor
que nunca habrá”. Jordan detestaba el monumento, instalado a la entrada del
United Center para vincular su imagen a la de un pabellón en el que nunca
había jugado, y no comprendía cómo se pudo convertir en una atracción
turística. No entendía qué podía pasar por la cabeza de la gente para depositar
al pie de la estatua flores, monedas o mensajes como si se tratara de un incono
religioso. El resto de la ceremonia fue aún peor, un desfile de famosos con
nula vinculación con un Michael Jordan que sólo aguantó en su asiento
porque los beneficios del acto se iban a destinar a una fundación benéfica que
llevaba el nombre de su padre. Los Bulls no eran el paradigma del buen gusto
y la elegancia a la hora de organizar celebraciones, pero al menos tenían el
convencimiento de que el baloncesto debía ser el centro de la velada. Pero al
final la NBA se había hecho cargo de la celebración y la había convertido en
un espectáculo televisivo en el que figuras como Phil Jackson o “Magic”
Johnson estaban ausentes o como mucho aparecían en una pantalla con un
mensaje grabado, mientras que el peso de la ceremonia lo llevaban el
periodista Larry King o el actor Kelsey Grammer. La principal intervención
de Michael Jordan se produjo cuando tuvo que pedir al público que dejara de
abuchear a Reinsdorf y Krause, algo habitual pero que en esa situación hizo
llorar a la esposa de Jerry Krause. Jordan no quería ni pensar qué estarían
diciendo sus compañeros en el equipo de béisbol si estaban viendo semejante
espectáculo.
Las cosas no fueron bien en Arizona. Añadió veinte kilos de músculo y su
promedio de bateo subió a un respetable 25,2% aprovechando el menor nivel
de la competición, pero no consiguió ningún home run y él mismo admitía
que era el peor jugador del equipo. Había mejorado lo suficiente como para
no destacar negativamente durante los partidos, y la revista Sports Illustrated
publicó una disculpa por haber sugerido que era una vergüenza, pero el
tiempo avanzaba más rápidamente que él. Un jugador de 18 años que
ofreciera ese nivel sería un proyecto de buen jugador, e incluso con 25 años
tendría casi la seguridad de llegar a las ligas mayores; pero con 31 años
costaba creer que pudiera mantener su ritmo de mejora o que consiguiera
llegar al primer equipo antes de que la edad le empezara a pasar factura.
Página 278
Mientras, las ligas menores parecían un lujo asiático comparadas con
Arizona, donde no había vestuarios para los equipos visitantes y era normal
ver a menos de cien espectadores en las gradas. Gracias a su presencia, los
Scorpions acumularon el 87% del público total de la liga (la plantilla rotaba
constantemente para que fueran jugando todos, y los taquilleros tenían
instrucciones de avisar a los posibles compradores si Jordan no iba a jugar ese
partido), pero aun así los números ni se acercaban a los de los Barons. Su
familia y sus amigos lo veían cansado, como si le pasaran factura tantos viajes
en autobús y tantos partidos en estadios desconocidos sin conseguir acercarse
a su meta. En cada entrevista repetía que no tenía intención de volver al
baloncesto, incluso con metáforas de béisbol: “No pretendo lanzarle una bola
curva a los aficionados”. Sin embargo, durante ese invierno se le pudo ver con
frecuencia en Chicago, paseando con su familia o comiendo en su restaurante,
algo que apenas había hecho en verano.
Michael Jordan se había distanciado de los Bulls porque creía que su
presencia haría más difícil que la plantilla aceptara su ausencia y siguiera
adelante. Por eso había dejado de acudir a los entrenamientos, y declaraba
públicamente que apenas veía partidos de la NBA por televisión, pero la
realidad era otra. Jordan seguía la temporada de los Bulls; por ejemplo,
mejoró su opinión de Toni Kukoc y hablaba periódicamente con B.J.
Armstrong. Su relación como compañeros no había sido fluida, pero durante
su etapa en el béisbol establecieron una amistad sincera mientras Jordan le
hacía preguntas sobre las interioridades del equipo y de la liga. En el invierno
de 1994 Armstrong empezó a notar que sus preguntas eran más concretas y se
centraban en la nueva generación de escoltas y aleros, como si Jordan
estuviera interesado en posibles rivales. También Phil Jackson había
percibido ese cambio después de una conversación con Jordan en la que
medio en broma le sugirió volver para los tres últimos meses de competición.
“Eso sería demasiado tiempo”, respondió Jordan, pero no rechazó la idea.
Jackson estaba convencido de que Michael Jordan se estaba acercando al
momento en el que estaría preparado para volver.
El conflicto laboral en el béisbol impidió que la marcha de Michael
Jordan fuera tan natural como esperaba Phil Jackson. Jordan acudió al
entrenamiento de primavera de los White Sox en febrero de 1995, donde el
plan era asignarlo al equipo vinculado de los Nashville Sound de Clase Triple
A, lo cual suponía el ascenso a la segunda categoría del béisbol profesional.
Eso significaba que en teoría no le afectaba el conflicto entre los propietarios
y los jugadores de las ligas mayores, pero en la práctica el nombre de Michael
Página 279
Jordan era un recurso demasiado valioso para no aprovecharlo. Don Fehr, el
representante de los jugadores, emitió un comunicado estableciendo que
cualquier jugador de las ligas menores que participara en un partido en el que
se cobrara por las entradas sería considerado automáticamente un esquirol.
Era tan evidente que ese comunicado pretendía colocar a Jordan en la
disyuntiva de ser un traidor o negarse a jugar que la norma fue conocida como
Jordan Rule. El general manager de los White Sox, Ron Schueler, respondió
anunciando que cualquier jugador de las ligas menores que se negara a jugar
sería expulsado del vestuario y del primer equipo, otro intento igualmente
transparente de presionar a Jordan. Eso supuso su ruptura total con Schueler,
y por extensión con el béisbol: “Una vez que pierdo la confianza que he
tenido con alguien, para mí no hay marcha atrás. No volveré a confiar en esa
persona”. Jordan había acordado con Jerry Reinsdorf que no le presionarían
para que jugara, y además la orden de Schueler parecía calculada para golpear
sus puntos más vulnerables. No sólo atentaba contra su orgullo, desterrándolo
al vestuario de los jugadores de ligas menores, sino que pretendía que
aparcara su coche en plena calle y entrara a pie, algo inviable cuando cada día
docenas de aficionados y periodistas sitiaban la entrada del estadio cada
mañana.
Jerry Reinsdorf se reunió inmediatamente con Michael Jordan para
explicarle que Schueler se había equivocado y que se haría una excepción
atendiendo a su situación, por lo que no se le exigiría que jugara y no se le
sancionaría por no hacerlo. Sin embargo, Jordan le sorprendió cuando
contestó que el problema iba más allá de eso, ya que el conflicto laboral le
hacía imposible jugar los partidos de exhibición y esos partidos suponían su
única oportunidad de ganarse una plaza en la primera plantilla de los White
Sox. Reinsdorf quedó estupefacto, ya que su rendimiento apenas justificaba
su ascenso a la Triple A y en ningún caso existía una posibilidad real de que
diera ya el salto a las ligas mayores (según Francona aún faltaban por lo
menos dos temporadas antes de poder tomar una decisión). O bien Jordan
estaba sobreestimando su nivel más allá de lo razonable o bien estaba
buscando una excusa para dar por finalizado su paso por el béisbol. Cada vez
se parecía menos a la aventura infantil que había imaginado, y volvía a verse
rodeado de gente intentando aprovecharse de su nombre y su imagen. Los
White Sox lo habían puesto en la portada de su guía de prensa a pesar de que
no había debutado con ellos en partido oficial, y es posible que su reunión con
Reinsdorf fuera un órdago planteado para ver si creían en sus habilidades o
Página 280
sólo pretendían aprovecharlo publicitariamente. De ser así, la reacción del
propietario le aclaró cualquier duda al respecto.
La locura se desató el 2 de marzo de 1995, cuando Michael Jordan
abandonó la concentración de los White Sox en Sarasota para no volver.
Según las normas de la NBA, al haber transcurrido más de un año desde su
retirada podía retornar en cualquier momento, pero la falta de confirmación
oficial dio pie a la especulación. Los medios de comunicación iniciaron un
seguimiento de la noticia las 24 horas del día, intentando bloquear el acceso
de los jugadores al pabellón para ver si venía Jordan y dando pábulo a los
rumores más descabellados que lo situaban en el hotel del equipo o en las
oficinas de la franquicia. El comunicado de prensa de David Falk anunciando
la retirada de Jordan del béisbol el 10 de marzo hizo creer a los aficionados
que podría jugar esa misma noche contra los Cavs, y aunque no fue así, el
partido dejó la imagen más recordada de esos días frenéticos: sentado en el
banquillo, Scottie Pippen levantó su pie calzado con unas Air Jordan X y ante
la cámara señaló el logo que representaba a Michael Jordan e hizo el gesto de
invitarlo a venir. Fue el acabóse. Con su vuelta prácticamente segura, la
prensa empezó a pronosticar posibles fechas para su primer partido y a
comentar supuestas reuniones con diferentes estamentos de los Bulls hasta el
extremo de llegar a asustar al propio Michael Jordan, a pesar de su larga
experiencia en el trato con los medios. Se anunciaban ruedas de prensa que no
se producían o se informaba de reuniones de la plantilla que ningún jugador
recordaba haber celebrado. El mismísimo presidente de los EE.UU., Bill
Clinton, hizo referencia a la situación durante su discurso sobre el estado de la
nación cuando afirmó que se habían creado seis millones de puestos de
trabajo “y si Michael Jordan vuelve a jugar, entonces serán 6.000.001.”
Finalmente, el jueves 16 de marzo Michael Jordan y Jerry Krause
acordaron que su debut oficial se produciría ese domingo en Indiana. La NBA
fue informada al día siguiente, y el sábado David Falk publicó el breve
anuncio en nombre de su representado: “He vuelto”. El periodista Bob Greene
le preguntó a B.J. Armstrong cuándo supo con seguridad que Jordan iba a
volver a jugar. “Siempre lo supe.” ¿Incluso cuando insistía en que no lo iba a
hacer?, comentó, ¿Por qué? “Porque uno no puede evitar ser lo que es”,
sentenció Armstrong.
Página 281
Chicago, 1993-95
I’m back.
Uno de los motivos sugeridos por Phil Jackson por los que Michael
Jordan podría estar interesado en volver a jugar era que los Chicago Bulls de
1995 se parecían muy poco a los de 1993. La salida más traumática había sido
la de Horace Grant, cansado de recibir menos de la atención que creía
merecer, mientras que Phil Jackson creía que se preocuba más de evitar
lesionarse que de ayudar al equipo. Los Bulls usaron como última carta al
propietario, Jerry Reinsdorf, que se mantenía al margen para poder intervenir
en casos así, pero su reunión con Grant terminó en desastre, con ambas partes
convencidas de que el otro había intentado timarles. Habían dejado marchar a
Scott Williams, un jugador demasiado frágil físicamente para darle minutos
con continuidad, y John Paxson y Bill Cartwright se habían retirado (en el
último momento éste había aceptado una oferta de Seattle por un año más).
La temporada 1993-94 había sido difícil. Las lesiones dejaron al equipo
en cuadro muchos partidos, y tampoco habían contado con una gran armonía
en el vestuario. Steve Kerr había resultado ser el tipo de jugador que le
gustaba a Phil Jackson, y como consecuencia B.J. Armstrong se encontraba
sentado en el vestuario con mucha más frecuencia de lo que esperaba, Will
Perdue veía cómo el equipo llegaba a juntar a cinco pívots a la vez en una
clara muestra de desconfianza hacia su futuro y Scottie Pippen mantenía una
guerra abierta con Toni Kukoc. En el pasado Jordan era el que hacía pasar las
de Caín a los recién llegados y Pippen el que procuraba facilitarles la
integración en la plantilla y con los entrenadores, pero las circunstancias de su
fichaje provocaron que el croata se encontrara permanentemente en el punto
de mira de su nuevo compañero. Scottie Pippen no sobrellevó bien las
tensiones derivadas de su nuevo papel como estrella del equipo, y además de
su rivalidad con Kukoc entabló un pulso permanente con la gerencia por lo
que él consideraba ausencia de refuerzos después de la marcha de Jordan. Los
Sixers habían puesto a la venta al escolta Jeff Hornacek, pero pedían como
parte del pago la elección de primera ronda del draft y Krause no estaba
Página 282
dispuesto a aceptar. Si los Bulls se desfondaban, esa primera ronda sería muy
alta y serviría para iniciar la reconstrucción, así que representaba una póliza
de seguros de la que no quería prescindir. El caso más publicitado fue el del
base Derek Harper, que se ofreció insistentemente a través de la prensa. Sin
embargo, Jackson y Krause consideraban que Harper había perdido velocidad
en defensa con los años, así que finalmente la única incorporación fue el pívot
australiano Luc Longley, que llegó a cambio de Stacey King. Algunos
analistas como Isiah Thomas consideraron un acierto el fichaje de Longley,
un pívot grande que sabía pasar el balón, pero a Pippen le parecía poco menos
que una broma de mal gusto como gran refuerzo cuando para colmo Derek
Harper terminó en los Knicks, un rival directo.
A pesar de las lesiones y los problemas internos, los Chicago Bulls
ganaron 55 partidos y colocaron a tres jugadores en el All Star (Armstrong,
Grant y Pippen, que se llevó el MVP). En primera ronda batieron a los Cavs,
siempre los Cavs, y en segunda ronda fueron eliminados en siete partidos por
los New York Knicks. Los Bulls consideraron que la serie se decidió en el
quinto partido, cuando los Bulls estuvieron a punto de robar el factor cancha
hasta que una dudosísima personal sobre Hubert Davis a falta de dos
segundos le dio la victoria a New York. Phil Jackson se había quejado varias
veces por los arbitrajes de Hue Hollins, especialmente después de la derrota
en Philadelphia en los playoffs del 93 cuando los Sixers dispusieron de 43
tiros libres, pero la respuesta de la NBA había sido asignarlo al máximo
posible de partidos de los Bulls, como parte de la guerra sorda entre la oficina
central de la liga y la franquicia de Chicago que duraba ya años. Es muy
posible que esa jugada, un contacto posterior a la acción de tiro y muy
exagerado por Davis, decidiera el resultado de la serie. Posteriormente el
entrenador de los Knicks admitió que se habían beneficiado de un error, e
incluso el presidente de los árbitros declaró a la prensa que la decisión de
Hollins había sido “terrible”, pero todo eso quedó ensombrecido por lo
sucedido en el tercer partido.
A falta de dos segundos Toni Kukoc recibió el saque de banda y se giró
para anotar una dificilísima media vuelta que daba el triunfo a los locales,
pero la auténtica noticia se produjo cuando se corrió la voz de que Scottie
Pippen se había negado a saltar a cancha en esa jugada final cuando Phil
Jackson decidió que el último tiro sería para el croata. Pippen creía que siendo
la estrella del equipo él debía hacer ese lanzamiento, y además estaba furioso
con Kukoc, ya que si los Bulls se encontraban en esa situación desesperada se
debía a un error del novato, que se cruzó por equivocación al lado fuerte e
Página 283
hizo que Pippen se comiera el final de la posesión. Phil Jackson consideraba
que Kukoc era un jugador especialmente dotado para finales apurados (algo
que Jordan había comentado durante la temporada), y no quiso cambiar de
opinión. Los demás jugadores rodeaban a Pippen en un momento de gran
confusión y pareció que Pippen iba a ceder, pero Jackson resolvió el tema. “A
la mierda, lo haremos sin él.” Después del partido, Bill Cartwright se encaró
con Pippen a pesar de que se le saltaban las lágrimas por la frustración, y le
hizo ver que el equipo había trabajado mucho y llegado muy lejos para que
los dejara tirados en el peor momento. Grant y Armstrong habían olvidado sus
disputas con la gerencia, English y Myers estaban peleando como gatos panza
arriba y el propio Cartwright había dejado atrás sus lesiones para ofrecer
minutos de calidad. Pippen había sido su líder, mejor jugador del All Star,
candidato a MVP y autor de un mate sobre Pat Ewing que no tenía nada que
envidiar a Jordan, pero después de ese tiempo muerto lo había estropeado
todo. Lo único que se recordaría era que no había querido salir a jugar porque
su entrenador había elegido a otro para el último tiro.
Esa jugada fue la gota que colmó el vaso para Jerry Reinsdorf, que aprobó
la sugerencia de Krause de buscar un traspaso provechoso. Durante el verano
de 1994 los Bulls alcanzaron un acuerdo con los Sonics por el cual enviarían
a Pippen a Seattle a cambio del ala-pívot Shawn Kemp y una elección del
draft que podría convertirse en el escolta Eddie Jones, con lo que cubrían las
ausencias de Jordan y Grant además de hacerle un hueco de titular a Kukoc.
Pero en el último momento el propietario de los Supersonics se echó atrás, y
aún peor fue que Pippen se enteró del acuerdo por la prensa, lo cual provocó
que rompiera relaciones definitivamente con Jerry Krause. Los Bulls se
encontraban sin ningún refuerzo, habiendo perdido a Horace Grant y
dependiendo de una estrella que estaba enfrentada con la gerencia. Para
intentar contentarlo ficharon deprisa y corriendo al agente libre Ron Harper,
un amigo de Pippen que había sido un anotador espectacular antes de
destrozarse la rodilla. Cuando Harper se incorporó al equipo, los entrenadores
seguramente pensaron lo mismo que Jordan cuando se enteró del fichaje:
“¿Han pagado veinte millones por eso?”. Las lesiones lo habían convertido en
un jugador marginal, que en defensa carecía de desplazamiento lateral y en
ataque no conseguía ni desbordar con explosividad ni dominar las sutilezas
del triángulo ofensivo. Los Bulls tuvieron que repescar apresuradamente a
Pete Myers, que por lo menos defendía, y Krause se encontró con su carísimo
agente libre sentado en el banco.
Página 284
La temporada 1994-95 fue más dura que la anterior, sobre todo porque el
agujero negro en el puesto de cuatro amenazaba con tragarse al equipo. Phil
Jackson estaba muy orgulloso de su trabajo con los pívots del equipo, usando
a Perdue, Wennington o Longley (cuando estaba sano) dependiendo de las
características del rival, pero ninguno era un cinco dominante y eso hacía más
evidente la falta de un ala-pívot de garantías. Habían intentado pescar en el
draft, pero ni Corie Blount ni Dickie Simpkins parecían ser la respuesta, y el
batallador Larry Krystkowiak no se había recuperado de la noche en la que
por casualidad se destrozó la rodilla en las proximidades de Bill Laimbeer.
Jackson había optado por sacar a Toni Kukoc como “falso cuatro”, aceptando
perder la batalla en los tableros a cambio de mejorar las escuálidas
capacidades ofensivas de su equipo. Los Bulls andaban por el 50% de
victorias, y Michael Jordan era tan consciente de ello que ignoró a Krause y
se dirigió directamente a Jerry Reinsdorf para saber los planes del equipo.
Scottie Pippen creía que Jordan pondría como condición para su vuelta un
nuevo contrato para su compañero, pero probablemente era imposible en esos
momentos (la NBA estaba pendiente de negociar un nuevo convenio
colectivo con el sindicato de jugadores, y se vislumbraba la amenaza de la
huelga o cierre); la mayor preocupación de Jordan era si los Bulls estaban
decididos a desprenderse de Scottie Pippen, y Reinsdorf le aseguró que eso
sólo se produciría en caso de una oferta claramente ventajosa que mejorara la
plantilla.
La expectación por el debut de Michael Jordan era tan exagerada que le
impidió viajar con el resto de la plantilla. Dado que el número 23 seguía
oficialmente retirado, Jordan iba a usar el 45 como en el béisbol, algo que
provocaría algunos rumores cuando las tiendas de Chicago aparecieron con su
nuevo número de la noche a la mañana, sugiriendo que las circunstancias de
su vuelta se habían decidido con más antelación de lo dicho. También fue una
noche de sorpresas para Jordan, que se encontró en el pabellón con Carmen
Villafane, una joven con parálisis cerebral que comenzó siendo una fan y
terminó convertida en una amiga. “¿Qué haces aquí? ¿No podías esperar al
partido del viernes en Chicago?”, exclamó el jugador. “He esperado
demasiado”, respondió ella, y no era la única. Michael Jordan salió de titular
contra los Pacers, y en la primera jugada robó un balón suelto a Rik Smits. El
resto del partido no fue tan fructífero, y acertó solamente 7 de sus 28 tiros en
una derrota en la prórroga. “Ese porcentaje de acierto puede ser bueno en el
deporte que jugabas antes”, le dijo en broma Phil Jackson, “pero aquí
esperamos algo más cercano al 50%”. Jordan admitía que los nervios le
Página 285
habían pasado factura: “Por eso los tiros me salieron largos y las bandejas se
me quedaron cortas”. Su primera actuación memorable fue contra Atlanta,
donde se encontraban sus viejos rivales Lenny Wilkens y Craig Ehlo, que
estaba en la lista de lesionados y suplicó en vano que lo activaran para ese
partido. “Es la revancha, no puede volver sin mí. No podrá meter sus sesenta
puntos si no estoy yo.” No llegó a tanto, pero sí alcanzó los 32 puntos,
incluyendo la canasta de la victoria a falta de cinco segundos.
A pesar de esa brillante actuación, Michael Jordan sufría de una evidente
falta de ajuste, sobre todo en el tiro exterior. Se buscaron muchas
explicaciones, desde los nervios a la dureza de los aros pasando por suprimir
los fuegos artificiales de las presentaciones que dejaban una película de
residuos sobre el parqué, sin demasiado éxito. Parte de ello se debía
seguramente a su falta de familiaridad con el nuevo United Center, un
pabellón que detestaba. “Es muy bonito”, había declarado durante la
ceremonia de retirada de su número meses atrás. “Parece un centro
comercial.” Sin embargo, la mayor diferencia era el propio Jordan, que
llegaba después de meses sin jugar partidos oficiales y con un físico más
ancho, por lo que se cansaba en los partidos y no alcanzaba la misma
elevación en los tiros en suspensión. Phil Jackson ha declarado
posteriormente que decidió intentar proporcionarle una gran actuación en el
Madison Square Garden que aumentara su confianza explotando su
superioridad al poste, aunque las afirmaciones del Maestro Zen hay que
tomarlas siempre con reservas. No fue al poste donde Jordan hizo el mayor
daño a los Knicks, sino en tiros de media distancia clavándose después de
amagar la penetración. Esa noche parecía infalible, y los números se
amontonaban como en sus mejores partidos: 20 puntos en el primer cuarto
con 9/11 tiros, tres de cuatro triples, récord de anotación en el Garden con 55
puntos totales. Como todos los grandes momentos de la carrera de Jordan,
este partido quedó inmortalizado con un apodo exageradamente modesto para
resaltar su mismo impacto: el double nickel, por la monedita de cinco
centavos. No fue el Jordan estratosférico de antes de la retirada, sino un
jugador que puso al Garden en pie anotando casi a voluntad con máxima
eficacia. Todo gran partido necesita un rival a la altura, y los Knicks liderados
por un magnífico Pat Ewing plantaron cara hasta el último segundo, cuando
Michael Jordan coronó su exhibición con la canasta de la victoria: “En una
jugada anterior creí haber superado a Starks cuando Patrick vino a la ayuda y
me taponó”, explicó. “Mentiría si dijera que pensaba dar un pase, mi
intención era tirar. Pero cuando Patrick vino, pude pasársela al que estaba
Página 286
solo.” Los Bulls hicieron un aclarado para Jordan, la sorpresa fue que cuando
Ewing acudió a la ayuda, en lugar de insistir en la jugada individual Michael
le dobló el balón a Bill Wennington solo debajo de canasta y éste se convirtió
en el sorprendente héroe del partido.
En realidad, esa jugada ponía de relieve el notable cambio de actitud que
había experimentado Michael Jordan. Seguía acaparando demasiados tiros, ya
que su reacción a su propia irregularidad era tirar más, ignorando a Steve Kerr
solo en la línea de tres, y seguía sin ocultar su pobre opinión sobre algunos
compañeros, como Blount o Krystkowiak. Sin embargo, su trato con los
demás jugadores y con la prensa era mucho más suave, más calmado después
de su paso por el béisbol. Dedicaba tiempo a las entrevistas, bromeaba con los
viejos conocidos e incluso reaccionó a una columna decididamente crítica
llamando a su autor y explicándole de manera amistosa por qué no estaba de
acuerdo con sus argumentos y qué aspectos pensaba que no había
considerado. Perdue se quedó de piedra cuando Jordan afirmó públicamente
que se sentía mucho más cómodo con él que con Longley, adoptó a Kukoc y
Simpkins como discípulos, y durante los partidos intentaba buscar a B.J.
Armstrong para que saliera de su mala racha de tiro. “Está animando a sus
compañeros, intentando explicarles cómo jugar con él”, afirmó Phil Jackson.
“Está jugando uno contra uno con gente como Dickey, sólo por divertirse.
Sigue con lo de las apuestas a ver quién hace un tiro y cosas así, pero también
hay una aceptación que nos ha facilitado mucho el trabajo a los entrenadores.”
Aún era capaz de pegarle un grito a Myers si a éste se le ocurría tirar en vez
de pasársela, pero estaba recorriendo el camino que lo llevaría desde necesitar
un tiempo muerto para comprender que Paxson estaba solo hasta darle el
balón decisivo a Wennington.
A pesar de que Jordan bromeaba sobre su falta de acierto en el tiro (“los
Bulls estaban jugando bien hasta que llegué yo”), su presencia sirvió para
corregir el principal defecto de Chicago durante la temporada, que eran las
pérdidas de concentración. En numerosas ocasiones los Bulls tomaron
ventajas aparentemente decisivas que terminaron perdiendo en la segunda
parte, y la llegada de Michael Jordan al menos solucionó ese fallo. Los
Chicago Bulls terminaron la temporada con un parcial de 14-3 desde su
incorporación, y adelantaron a los Cavs para evitar a los Knicks en primera
ronda en favor de los Charlotte Hornets, un equipo dividido por las lesiones y
el enfrentamiento entre sus figuras Alonzo Mourning y Larry Johnson. Ese
cruce supuso además el reencuentro de Pippen y Jordan con Johnny Bach,
convertido en asistente de los Hornets. “No temo a ninguno de vuestros
Página 287
jugadores, te temo a ti”, le dijo Pippen antes del primer partido. Bach había
salido de Chicago de manera traumática, oficialmente porque Jerry Krause no
estaba de acuerdo con que un asistente concediera entrevistas. Phil Jackson
admitió que había renunciado a defender la continuidad de John Bach, pero
según los rumores la historia real era aún más sombría: Jackson, molesto por
la confianza de los jugadores en su subordinado y por su costumbre de ignorar
las instrucciones, había convencido a Krause (o permitido que éste se
convenciera) de que Bach era la fuente que filtró a Sam Smith los párrafos
más hirientes del libro The Jordan Rules. Años después Krause se enteró de
que la auténtica fuente había sido el propio Phil Jackson, y buscó a Johnny
Bach para pedirle perdón entre lágrimas.
Michael Jordan anotó a voluntad contra los Hornets, sumando 48 y 32
puntos en los dos partidos jugados en Charlotte, pero el resultado global fue
decepcionante. Ganaron el primero en la prórroga y perdieron el segundo
cuando Johnson y Mourning arrollaron la débil defensa interior de los Bulls, y
el equipo era consciente de que podrían haberse llevado los dos partidos. Phil
Jackson decidió hacer cambios y anunció que Longley y Buechler serían
titulares en detrimento de Perdue y Kukoc, arriesgándose al enfado de un
Jordan que ya había discutido la elección de Blount por delante de Simpkins
para la plantilla de playoffs. En el último momento Jackson anuló la
titularidad de Buechler, quizás porque sólo buscaba asustar al jugador croata,
y si fue así funcionó a la perfección. Toni Kukoc jugó a gran nivel los dos
partidos siguientes, y los Bulls pasaron de ser un monólogo de Jordan a un
equipo más diversificado en ataque. En defensa, Jackson ordenó que flotaran
a Muggsy Bogues, explotando sus limitaciones ofensivas, para doblar sobre
Alonzo Mourning. Los Bulls resolvieron la eliminatoria por un claro 3-1,
aunque no faltaron las acusaciones de favoritismo arbitral: en el último
segundo del cuarto partido Hersey Hawkins capturó un rebote de ataque y
Michael Jordan le agarró del brazo para obstaculizarle el tiro sin que los
árbitros indicaran personal. Fue el típico final en el que los árbitros se limitan
a dejar seguir, pero Mourning declaró que se trataba de una prueba de que la
NBA estaba interesada en favorecer a un jugador con más tirón como Jordan
(los Bulls respondieron que el pívot de Charlotte había dispuesto de 16 tiros
libres, casi tantos como todo el equipo local).
Si el partido de los 55 puntos en el Madison fue el punto culminante de la
vuelta de Michael Jordan al baloncesto, la serie contra los Orlando Magic fue
el punto más bajo, especialmente el final del primer partido. Los Bulls
lograron imponer su ritmo lento, y a falta de pocos segundo para la
Página 288
conclusión parecían haber robado una importante victoria en Orlando: un
alley-oop de Kukoc a Pippen los había puesto por delante, y a continuación
Armstrong robó el balón en defensa. Para sorpresa de Phil Jackson, los Magic
no intentaron hacer falta, así que Jordan sólo tenía que aguantar la posesión
para ganar el partido. Superó a Nick Anderson, cruzó la línea de medio
campo… y de repente Anderson llegó por detrás y le arrebató el balón de la
mano. “Penny” Hardaway lo recogió y asistió a Horace Grant para el mate, y
Jordan remató su actuación perdiendo también el último ataque, cuando se
levantó en la línea de personal y rectificó sobre la marcha, intentando el pase
sobre un Pippen que en ese momento corría a colocarse al rebote. Michael
Jordan fue el máximo anotador de su equipo, pero sus ocho pérdidas
condenaron a los Bulls, y especialmente las dos últimas resultaban casi
increíbles en un jugador que parecía crecerse en los momentos de exigencia
máxima. Phil Jackson no recordaba verle perder la referencia del defensor así.
Nick Anderson aprovechó su momento de fama para hurgar en la herida,
apoyando la idea de que Jordan estaba acusando su edad. “Antes de retirarse
tenía más velocidad y explosividad, y ahora no es que no tenga, pero no es
igual que cuando era el número 23. Aún hace algunas cosas, pero no como el
número 23. El número 23 era imposible de alcanzar, el número 45 acelera
pero no llega a despegar.” Estas declaraciones hirieron el orgullo de Jordan, y
cuando el utillero de los Bulls le dejó caer que siempre llevaba una camiseta
con el 23, “por si acaso”, decidió que había llegado el momento de volver a su
número de siempre. Ese gesto ponía de relieve la curiosa contradicción de un
Michael Jordan que insistía en trazar su propio camino con independencia, y
luego se dejaba arrastrar por cualquier crítica. Había puesto gran énfasis en la
supuesta trascendencia de su nuevo número 45, ya que significaba que su
difunto padre había visto todos sus partidos con el 23, y cuatro palabras de un
rival crecido bastaban para echarlo todo por tierra. Además, eso suponía
enfrentarse a la NBA, que por motivos de márketing prohibía los cambios de
número a mitad de temporada, e indisponerse con los aficionados que habían
adquirido a toda prisa las nuevas camisetas para encontrarse con que pocas
semanas después perdían todo valor. Jordan podía ignorar las multas de la
NBA (que ya le había sancionado por llevar unas zapatillas diferentes a las de
sus compañeros), pero atribuyó la respuesta negativa del público a una
campaña de la prensa, muy crítica después de su mala actuación en el primer
partido.
Jordan se reivindicó con 38 puntos que rompieron el segundo partido de la
serie y devolvieron la ventaja de cancha a los Bulls. El viejo número 23
Página 289
mostraba la magia de siempre, y los Magic parecían a punto de
descomponerse. El “monstruo de tres cabezas” (o más bien las 18 personales
posibles que sumaban Longley, Perdue y Wennington) impedía que Shaquille
O’Neal dominara los partidos, habían maniatado a “Penny” Hardaway y se
estaba jugando al ritmo que quería Phil Jackson. Éste había elegido la película
Cadena perpetua como tema de la eliminatoria, ya que consideraba que
Orlando era el mayor obstáculo que podían encontrar y si lo superaban el
anillo estaba a su alcance. Sin embargo, estas expectativas sufrieron un duro
golpe en el tercer partido, en el que los Bulls intentaron seguir a los jóvenes
Magic hasta que les fallaron las fuerzas en el último cuarto, cuando nadie fue
capaz de apoyar a Jordan y Pippen. A pesar de que empataron la eliminatoria
2-2 en el siguiente encuentro con un juego mucho más equilibrado, habían
vuelto a perder la ventaja de campo y cada vez era más evidente que no tenían
respuesta para Horace Grant. Jackson había apostado por flotarle a Grant,
pero el afán de éste por reivindicarse ante su antiguo equipo hacía que
estuviera jugando los mejores partidos de toda su carrera.
Michael Jordan no comprendía qué le pasaba. En el partido de exhibición
que jugó contra Pippen se había encontrado muy cómodo, y en los
entrenamientos parecía el de siempre. Pero en los partidos perdía la
concentración, le fallaban las fuerzas, cometía errores de principiante y
permitía que fueran los rivales quienes culminaran las jugadas decisivas. Le
recordaba a la desagradable sensación que le había producido en el béisbol
ver las gradas llenas de espectadores atraídos por el reclamo de su nombre,
siendo incapaz de ofrecer una actuación a la altura necesaria en el terreno de
juego. En el quinto partido sus puntos pusieron a los Bulls por delante en la
primera parte, pero en la segunda Dennis Scott por fuera y Horace Grant por
dentro lideraron a los Magic, mientras Jordan, Pippen y Wennington fallaban
hasta los tiros más fáciles. La eliminatoria llegó a un triste final en el sexto
encuentro, en unos minutos finales con Michael Jordan convertido en una
caricatura de sí mismo que se obcecaba en buscar una canasta que se le
negaba, y que se tiraba hasta las zapatillas ignorando a sus compañeros y sin
el acierto de temporadas pasadas.
Para sorpresa de los periodistas, la nueva actitud de Michael Jordan
sobrevivió a la derrota, y se sentó a hablar en profundidad y con calma sin
ningún resto de las tiranteces que siguieron al primer partido. En lugar de
convertir cada entrevista en un pulso como sucedió durante los tres
campeonatos, hablaba con sinceridad y sin evitar los temas difíciles. Era el
primero en bromear sobre su fracaso en el béisbol y en reconocer que había
Página 290
sido un período de crisis personal (“estaba perdido dentro de mí mismo y ni
siquiera me daba cuenta”). También asumió su responsabilidad personal por
la derrota, sobre todo en lo referente al primer y al último partido, y atribuyó
el mérito de la victoria a la gran actuación de Horace Grant. Quiso dejar claro
que su intención era seguir jugando la temporada siguiente, y se lo veía casi
feliz a pesar de haber sido eliminado minutos antes. “Estoy muy contento de
haber vuelto. Es una decepción no haber sido capaz de robar un campeonato,
si se puede llamar así, pero me alegro de haber vuelto. Me sigue gustando el
baloncesto y sigo encontrando desafíos en él. Ha sido una temporada
divertida.”
Cuando estaba a punto de marcharse, Michael Jordan volvió sobre sus
pasos para una última reflexión: “Deberían volar este edificio”.
Página 291
Chicago, 1995
Sólo nos falta un reboteador.
Es posible que fueran las disputas laborales las que forzaron a Michael
Jordan a dejar el béisbol, pero en ese caso no debieron dejarle secuelas
permanentes. Jordan dedicó buena parte del verano de 1995 a un esfuerzo por
“descertificar” al sindicato de jugadores, es decir, a anular su capacidad de
representar a todos los jugadores de la NBA en la negociación de un nuevo
convenio colectivo. El sindicato había aceptado la propuesta de la NBA de
incluir un nuevo tope salarial (el llamado impuesto de lujo, que penalizaría a
las franquicias que superaran cierto nivel de gasto), pero la asamblea de
jugadores se negó a ratificarlo temiendo que eso produjera un recorte en sus
ingresos. Los más amenazados eran por una vez los jugadores de la élite de la
NBA, que encontrarían más dificultades para obtener los gigantescos
contratos que se estaban haciendo comunes en la liga, y con ellos, sus
agentes. David Falk organizó una rebelión que estaría liderada por dos de sus
representados, Michael Jordan y Pat Ewing, y que pretendía presentar una
demanda contra la NBA argumentando un abuso de su posición como
monopolio. En el pasado se habían presentado demandas similares, pero
habían sido rechazadas alegando que no era coherente con la existencia de un
convenio colectivo firmado por los representantes de los jugadores. El grupo
de jugadores liderados por Jordan inició el procedimiento de descertificación
del sindicato como paso previo a esa demanda, y logró que se convocara una
votación para decidir su futuro.
David Falk y los suyos fueron derrotados en toda línea, aunque el tema de
fondo no se resolvería hasta el lockout de 1999. David Stern usó la táctica del
palo y la zanahoria, amenazando con la posibilidad de suspender la
competición por un lado y por otro ofreciendo un sustancial aumento del tope
salarial, y los jugadores terminaron rechazando la disolución del sindicato con
dos tercios de los votos totales. Se abría la puerta al impuesto de lujo, al tope
salarial para rookies y a la larga a los salarios máximos preestablecidos, pero
Página 292
aunque Falk y Jordan no olvidaron esa derrota, a corto plazo el aumento del
tope permitiría que los contratos de las estrellas siguieran su escalada.
Michael Jordan no había permanecido ocioso todo este tiempo. Estaba
rodando su primera película, una cinta de animación con los personajes de la
Warner que se iba a titular Space Jam y que sería un rotundo éxito. Durante el
rodaje exigió que se montara una cancha de baloncesto junto al estudio, y
pasaba en ella todos sus ratos libres intentando recuperar el tiempo perdido
con la ayuda de antiguos compañeros y amigos. Curiosamente, Jordan se
encontraba muy cómodo en esta situación, con la prensa y los aficionados
especulando sobre su posible decadencia y teniendo que trabajar para volver a
la cumbre del baloncesto. Volvía a tener un desafío real, definido en el
baloncesto, y el dominio que había ejercido desde 1991 a 1993 se había
desvanecido. Cuando hablaba de su paso por el béisbol, comparaba sus
dificultades con el esfuerzo de subir una escalera, a diferencia del baloncesto,
que se había convertido en coger un ascensor. Jordan se sentía más cómodo
consigo mismo cuando sentía que estaba subiendo una escalera, superando
con esfuerzo un obstáculo, y en 1995 el baloncesto le había devuelto esa
sensación.
Mientras, Jerry Krause sondeaba el mercado buscando un ala-pívot
después de que Horace Grant le dejara en evidencia (durante la serie contra
los Magic le había exigido a Phil Jackson que impidiera que Grant fuera el
jugador que les derrotara, sin resultado). Reinsdorf seguía fantaseando con la
idea de traspasar a Scottie Pippen a los Clippers, algo que el jugador
rechazaba por consejo de su amigo Ron Harper, que conocía los entresijos de
esa franquicia. Era tentador plantearse qué podrían hacer con todas las
elecciones de primera ronda del draft que sacarían de un intercambio como
ése, pero Michael Jordan no aceptaría pasar por una reconstrucción en ese
momento. Los Bulls habían drafteado hombres altos en primera ronda durante
tres años seguidos, pero ninguno daba el nivel de titular. Corie Blount, tan
atlético como falto de fundamentos, fue enviado a los Lakers a cambio de que
no filtraran a la prensa que se trataba de un regalo; mientras, a Jordan le
gustaba la capacidad de poner bloqueos que mostraba Dickie Simpkins, pero
él y Jason Caffey (el rookie de esta temporada) no pasaban de ser suplentes
discretos.
Así que Krause seguía buscando un cuatro, a pesar de que el nombre que
más sonaba era el de un jugador que no le gustaba en absoluto: Dennis
Rodman. Rodman se había convertido en el cáncer que había dinamitado
desde dentro las opciones de los Spurs en playoffs, y buscaban quitárselo de
Página 293
encima al precio que fuera. Deportivamente era lo que necesitaban los Bulls,
un especialista en defensa y rebote que les permitiera dejar de usar a Toni
Kukoc en una posición que no era la suya, pero su historial de indisciplina y
su pasado como archienemigo de Pippen y Jordan desaconsejaban su fichaje.
Jerry Reinsdorf lo había mencionado como una posibilidad el año anterior, y
en esta ocasión el scout Jim Stack volvió a insistir. Los Bulls habían
preparado una lista de siete candidatos para el puesto, pero la mayoría eran
parches, como Loy Vaught o Jayson Williams, mientras que Rodman era el
único jugador potencialmente dominante que estaba en el mercado. Jerry
Krause habló con Phil Jackson, que le remitió a la plantilla alegando que era
una decisión que debían tomar entre todos. Por una vez Krause aceptó pedirle
opinión a Jordan y Pippen, y éstos se manifestaron a favor de la contratación
de Rodman, considerando que la posibilidad de ganar otro campeonato haría
que se centrara. Además, Phil Jackson era el entrenador ideal para tratar con
Rodman, que en algunos aspectos se parecía mucho a Jordan: ambos
jugadores planteaban su relación con el entrenador como un pulso constante,
un juego que intentaban ganar. Jackson se negaba a dejarse arrastrar, y daba a
entender que sabía que todo era un juego y que ambos eran los únicos que lo
comprendían. Phil Jackson no participaba en los juegos de los demás, eran los
jugadores quienes participaban en los suyos.
El precio por Dennis Rodman era un jugador que ya no formaba parte de
los planes de los Bulls, el pívot Will Perdue. Jackson nunca había tenido muy
buena opinión de él, y se había indispuesto con su principal apoyo, Jerry
Krause. Perdue había cometido el error de escribir un artículo para un
periódico local, algo casi inaceptable para la franquicia, y encima lo había
dedicado a explicar que según su opinión uno de los problemas del equipo era
la insistencia de Krause de viajar con la plantilla, lo cual generaba
nerviosismo entre los jugadores. Después de eso su suerte estaba echada, y su
buena temporada sólo sirvió para que los Spurs mostraran cierto interés por
sus servicios. Para fichar a Dennis Rodman los Bulls hicieron la investigación
más detallada de su historia, incluyendo entrevistas con su terapeuta, con sus
amigos, con ex compañeros y sobre todo con Chuck Daly, cuya aprobación
resultó decisiva. Como medida de seguridad, Jerry Krause contrató a la vez a
Jack Haley, un amigo de Rodman que se pasó la temporada en la lista de
lesionados, y a James Edwards y John Salley, dos antiguos Pistons con fama
de haberse llevado bien con él. “Cuando quisieron ficharme, los Bulls me
hicieron pasar un examen psiquiátrico de cuatro horas. Y luego contrataron a
Dennis Rodman”, resumió Jayson Williams.
Página 294
En el perímetro, Jordan no pudo reparar la relación entre B.J. Armstrong y
Phil Jackson, así que los Bulls dejaron marchar al popular base en el draft de
expansión. Sin embargo, la gran sorpresa la dio Ron Harper cuando acudió a
la reunión de final de temporada. Su mal año y la vuelta de Michael Jordan lo
hacían prescindible, y la intención de Jerry Krause era informarle de que
intentarían buscarle el mejor destino posible en un traspaso. Sin embargo,
Harper acudió a dicha reunión con un plan definido de cuál podía ser su
nuevo rol en el equipo: “Con la vuelta de Michael, seré un jugador que
defiende y que se ocupa de la intendencia. Sólo anotaré cuando se presente la
oportunidad”. A Phil Jackson le atraía la idea de una línea exterior formada
por tres jugadores grandes como Harper, Jordan y Pippen que pudieran
marcar a cualquier rival indistintamente, y le ofreció a Ron Harper la
oportunidad de reinventar su carrera si trabajaba todo el verano y volvía
dispuesto a darlo todo. Randy Brown, un especialista defensivo para frenar a
bases pequeños y rápidos, llegó para completar un banquillo compuesto de
retales y descartes de otros equipos. Aunque la predicción de Lacy Banks de
que estos Bulls podrían llegar a las setenta victorias fue objeto de burlas
generalizadas, el periodista tenía razón al señalar que individualmente
jugadores como Jud Buechler o Bill Wennington no daban miedo a nadie,
pero colectivamente permitían que Phil Jackson dispusiera de numerosas
opciones tácticas en ataque y defensa.
Sabiendo que ese equipo encadenaría tres anillos consecutivos, es fácil dar
por hecho que después del traspaso de Rodman se convertirían en favoritos,
pero persistían algunas dudas. Michael Jordan venía de dejar una imagen de
impotencia en los playoffs anteriores, no era seguro que Scottie Pippen
continuara en plantilla y Dennis Rodman podía descarrilar al equipo en
cualquier momento como había hecho en San Antonio. La gran diferencia se
encontraba en el vestuario, más unido y seguro de sí mismo que nunca antes.
Cuando Rodman montó uno de sus espectáculos en el primer amistoso de
pretemporada, Phil Jackson se limitó a reírse y exclamar: “Dios mío, cómo
me recuerda a mí mismo”. Michael Jordan y Steve Kerr se liaron a puñetazos
en un entrenamiento (“él me dio un codazo, yo le di otro codazo y a
continuación me atacó”), y el resultado fue que Jordan adquirió una mayor
dosis de respeto por ese base rubito con cara de niño que no le tenía miedo a
nadie. A pesar de que Dennis Rodman se lesionó tras el tercer partido y se
perdió el primer mes de competición, con lo cual los Bulls estaban jugando
con prácticamente el mismo equipo que el año anterior, su comienzo de
temporada fue arrollador. Ganaron los cinco primeros partidos, y después de
Página 295
una humillante derrota ante unos Magic sin Shaquille O’Neal, encadenaron
otras cinco victorias más, y luego trece, y luego dieciocho. En febrero
derrotaron a los Lakers para ponerse con una marca histórica de 41 victorias y
sólo tres derrotas, y ya nadie se burlaba de la predicción de Lacy Banks.
Inspirado en parte por el éxito de Jordan, “Magic” Johnson había decidido
intentar su propia vuelta a las canchas, pero después de jugar contra los Bulls
parecían haberle caído diez años encima: “Son tan buenos como nuestros
equipos campeones. Son mejores que los tres equipos con los que ganaron el
anillo. Dan miedo, tío”.
Aparte de los puntos de Jordan y los rebotes de Rodman, pocas
estadísticas llamaban la atención en estos Bulls. Sin embargo, colectivamente
presentaban el mejor ataque y la mejor defensa de la liga, y según Bill
Wennington salían a la cancha convencidos de que la victoria estaba en sus
manos y de que ningún rival podría superarlos si jugaban a su nivel. Dennis
Rodman aportaba lo esperado en positivo y en negativo, como cuando fue
sancionado por un cabezazo a un árbitro, pero el equipo se sentía con fuerza
para superar cualquier baja. Harper y Kukoc habían encontrado su lugar, e
incluso los jugadores del fondo del banquillo como Edwards estaban
preparados para saltar a la pista y aportar minutos de calidad. Sin embargo, la
clave del éxito de los Chicago Bulls seguía siendo Michael Jordan. En
pretemporada Tex Winter había insistido en que Phil Jackson le preguntara si
estaba de acuerdo en seguir basando el juego del equipo en el triángulo
ofensivo, ya que por primera vez el veterano asistente tenía dudas de que
fuera la estrategia idónea, y para su sorpresa Jordan respondió a favor de
mantenerlo. En el pasado, la estrella de los Bulls había sido muy crítico con el
triángulo, pero después de su paso por el béisbol había adquirido una mayor
comprensión de las limitaciones de algunos de sus compañeros. Seguía
exigiendo el mismo compromiso y entrega de siempre, pero ahora era capaz
de ver cómo se podían aprovechar las virtudes de jugadores tan especializados
que eran casi marginales. El triángulo ofensivo les proporcionaba una
referencia y permitía que Jordan se dosificara cuidadosamente para los
momentos decisivos. Así sucedió, por ejemplo, en Vancouver a comienzos de
la temporada, cuando Darrick Martin cometió el error de alardear de lo que
parecía ser una victoria de los Grizzlies antes de que Jordan tomara el control
y anotara 19 puntos en seis minutos para convertir una desventaja de 8 puntos
en una ventaja igual que sentenció el partido. O los 53 puntos a los Pistons de
Doug Collins, que según el propio Jordan lo reconciliaron con el United
Página 296
Center. “Ahora ya puedo decir que ésta es mi casa. He comprobado que
puedo jugar bien aquí. No sabía cuándo llegaría y ha llegado esta noche.”
En el pasado, Phil Jackson había mostrado cierta reluctancia hacia los
récords, que en su opinión distraían a los jugadores del objetivo último, que
era el campeonato. Esta temporada, sin embargo, no intentó limitar las
posibilidades del equipo sino que decidió mandar un mensaje a sus propios
jugadores y al resto de la liga. Los Chicago Bulls terminaron la temporada
con 72 victorias, récord en la historia de la NBA, y por el camino cosecharon
una larga lista de galardones individuales: Michael Jordan fue elegido MVP
de la liga y del All Star, Phil Jackson fue entrenador del año, Jerry Krause
mejor ejecutivo, Toni Kukoc el mejor sexto hombre, Jordan y Pippen en el
quinteto ideal de la NBA. Quizá lo más significativo es que tres jugadores de
los Bulls fueron elegidos en el quinteto defensivo de la liga (Jordan, Pippen y
Rodman). Estos premios venían a reconocer lo que se había visto en la
cancha, donde prácticamente no tuvieron rival. Jordan había recuperado su
resistencia después de los entrenamientos veraniegos, pero eso no significaba
que hubiera vuelto a ser el de antes de retirarse. Había ensanchado, y
físicamente se parecía cada vez más a su padre. Aunque volvía a ser capaz de
volar hasta el aro, las jugadas acrobáticas eran más infrecuentes que en el
pasado, y se producían en momentos elegidos con cuidado. A cambio había
mejorado su mecánica de tiro en suspensión, y su tren inferior reforzado le
permitía ejecutar la media vuelta al poste con mayor eficacia que nunca. Ya
no podía levantarse en cualquier posición y decidir después qué iba a hacer,
pero parecía más peligroso que nunca.
Fue Ron Harper el que inventó el lema del equipo para playoffs: “72-10
no sirve de nada sin el anillo” (en el original rima, de verdad). En primera
ronda Phil Jackson volvió a encontrarse con su archienemigo Pat Riley y sus
Miami Heat. Se suponía que entre las escasas debilidades de los Bulls se
encontraban los bases rápidos y los pívots dominantes, y los Heat contaban
con dos de los mejores, como eran Tim Hardaway y Alonzo Mourning. Sin
embargo, la defensa de Chicago atenazó a Miami, especialmente a un
Mourning que fue muy criticado por su bajo rendimiento, y tres palizas
consecutivas clasificaron a los Bulls para segunda ronda. Pero derrotar a un
equipo de Riley siempre tiene un precio, y en este caso fue una lesión de
espalda en una caída de Michael Jordan. En el primer partido de la
eliminatoria contra los Knicks los dolores fueron tan intensos que tuvo que
pedir el cambio y tumbarse sobre el parqué para aliviar su espalda, pero aun
así fue capaz de anotar 44 puntos y arrancar una victoria en una mala noche
Página 297
del equipo. Cuando volvió del béisbol el año anterior, Phil Jackson vio que
los demás jugadores tendían a quedarse mirando cuando Jordan tenía el balón,
pero esta temporada sabían qué hacer. Incluso si Jordan tomaba el mando
absoluto del juego de ataque, sus compañeros sabían que si se aplicaban en
defensa y cargaban el rebote la victoria caería de su lado. Aunque la atención
de la prensa se centró en los puntos de Michael Jordan, el partido se decidió
en defensa cuando los Bulls impidieron que los Knicks anotaran ninguna
canasta en juego en los últimos cinco minutos.
Ese primer partido estableció el tono de la eliminatoria, que como era
habitual contra los Knicks derivó a una guerra de desgaste basada en la
defensa y los contactos, con marcadores bajos y poco espectáculo. Los Bulls
se quejaban de que su escaso acierto en el lanzamiento a canasta era el
resultado de la costumbre de sus rivales, en especial Derek Harper, de tocar el
codo de los tiradores disimuladamente, a lo que había que añadir sus
problemas físicos. Además de Jordan, tanto Pippen como Harper estaban
tocados, y Toni Kukoc se perdió los tres últimos partidos de la serie por una
lesión de espalda. En el segundo encuentro los Bulls diversificaron más su
ataque para no depender tanto de Jordan, pero la clave volvió a estar en una
defensa que maniató a Pat Ewing y los Knicks en el último cuarto. El héroe
del tercer partido en Nueva York fue John Starks, que por una vez consiguió
despegarse de la defensa de los Bulls y anotar 30 puntos decisivos. Michael
Jordan forzó la prórroga con dos triples en el último minuto, pero no
consiguió evitar que los Knicks se apuntaran la victoria al final. Ambos
equipos sabían que el cuarto encuentro sería decisivo y que se ganaría en
defensa, y así sucedió. Fue un partido jugado a cara de perro, de mucho sudor
y poco brillo, que terminó en polémica cuando los árbitros pitaron pasos en
un triple de Starks que habría supuesto el empate. El escolta de los Knicks
hizo algo extraño al recibir el balón, y aunque más extraño era que pitaran
pasos en esas circunstancias, lo cierto era que lanzó el triple después de que el
juego se hubiera detenido. La serie estaba sentenciada y las protestas de los
locales no podían cambiar eso, estuvieran justificadas o no. Jordan se fue a los
35 puntos en el quinto partido y los Bulls se clasificaron para la final de
conferencia y la ansiada revancha contra los Orlando Magic.
Esta temporada Michael Jordan recuperó el placer del baloncesto como
auténtico desafío, en lugar de esas rivalidades imaginarias que había tenido
que crear justo antes de retirarse. Los Bulls habían batido el récord de
victorias de la NBA y llegaban a la final de conferencia con autoridad, pero
también eran un equipo veterano frente a unos Magic jóvenes y pujantes. Toni
Página 298
Kukoc se había recuperado durante los días de descanso, pero ni él ni Jordan
se encontraban al 100%; Pippen se había unido al club con un tirón de espalda
en el cuarto partido contra los Knicks, y las rodillas de Harper se inflamaban
cada vez más. Sin embargo, fueron los de Orlando quienes terminaron la
eliminatoria cribados por las lesiones, especialmente determinantes para un
equipo que presumía de un quinteto titular rutilante pero carecía de un
banquillo de suplentes a su altura. Horace Grant se lesionó el codo izquierdo
al final del primer partido, luego fue la muñeca de Nick Anderson y encima
sus sustitutos naturales, Brian Shaw y Jon Koncak, jugaron también con serias
molestias.
Esas lesiones no podían ocultar la realidad de que los Orlando Magic eran
un equipo falto de dureza defensiva y anímicamente frágil, que ofrecía su
mejor cara con el viento a favor pero carecía de la entereza para superar a un
rival decidido. Eso se pudo apreciar en el primer encuentro, cuando con la
plantilla al completo fueron aniquilados por un escandaloso 121-83. Jerry
Krause pudo disfrutar del espectáculo de un Dennis Rodman soberbio que
anuló totalmente a Horace Grant (0 puntos y 1 rebote en 28 minutos),
mientras Dennis Scott y Nick Anderson se borraban del partido. Los Bulls
dominaron el rebote y circularon cómodamente el balón en ataque,
aprovechando las facilidades defensivas de los aleros de los Magic. Su única
preocupación era Toni Kukoc, que estaba pasando sus peores momentos en el
tiro y llevaba una racha de 1/27 en triples. “Yo tengo la solución”, bromeó
Steve Kerr. “Que me pase todos los balones a mí.” Shaquille O’Neal se había
limitado a maquillar estadísticas en el primer partido, pero en el segundo salió
decidido a echarse el equipo a las espaldas. A mitad del tercer cuarto los
Magic tenían 18 puntos de ventaja, y estaban a punto de empatar la serie y
recuperar el factor cancha. “Los tenemos justo donde queremos”, dijo en un
tiempo muerto Phil Jackson. Los Chicago Bulls subieron la intensidad de la
defensa y remontaron casi toda la diferencia en apenas seis minutos, después
resistieron los últimos coletazos de Orlando en la recta final y ganaron 93-88.
Los Magic eran conscientes de que habían perdido su última oportunidad y no
les quedaba capacidad de reacción. “Parece que no tienen una idea muy clara
de cómo quieren atacarnos”, resumió Jordan.
La situación rozó lo humillante en el tercer partido, en el que los Magic
sólo anotaron 10 puntos en el último cuarto jugando en casa y batieron el
récord de anotación más baja en playoffs en la derrota por 86-67. La película
elegida por Phil Jackson como tema para esta ronda de playoffs era Pulp
Fiction, y los Bulls se comportaron como asesinos a sueldo. Dennis Rodman
Página 299
comparó el juego de ataque del rival con un fregadero atascado y declaró que
el equipo de Orlando tenía talento suficiente para ser campeones, pero no
estaban dispuestos a pagar el precio. Eso inició un cruce de declaraciones con
Shaquille O’Neal, que después de las críticas por sus fallos en los tiros libres
no tuvo mejor idea que meterse en una polémica que no podía ganar. Ya daba
todo igual en una serie que los Bulls sentenciaron con un contundente 4-0; a
pesar de negarlo ante la prensa, pocos dudaron que los 45 puntos de Michael
Jordan en el último partido eran un mensaje dirigido a los Heat como
recuerdo de la camiseta que llevara el año anterior.
Se daba por hecho que la final iba a ser un simple trámite para coronar a
un equipo sobre el cual la única duda que persistía era si se trataba del mejor
de la historia. Los otros finalistas serían los Seattle Supersonics, un equipo tan
poco convencional como su entrenador, George Karl, y liderado por dos
jóvenes estrellas con el ceño permanentemente fruncido, el base Gary Payton
y el ala-pívot Shawn Kemp. También supondría el reencuentro de Jordan con
otro Tar Heel al que ya se enfrentó en su primera final, un Sam Perkins que
había perdido casi toda su movilidad y cuyo aspecto era más extraño que
nunca. Los Sonics eran un equipo desequilibrado falto de juego en estático,
pero buenos defensores y muy agresivos con el balón. De todas formas, se
estimaba que su techo era perder en cinco partidos en lugar de en cuatro,
cuando Payton se encontrara con la defensa de perímetro que había hecho
llorar a los Magic y Kemp tuviera que lidiar con Rodman. “Nuestra ejecución
ofensiva ha pasado por altibajos”, reconocía Jordan. “Nuestro acierto en el
tiro ha pasado por altibajos. Pero lo que nunca nos ha fallado es la defensa.”
Los Sonics habían fichado al asistente Brendan Malone, uno de los creadores
de las viejas “reglas de Jordan” que usaron los Pistons, pero incluso él creía
que el mayor problema contra los Bulls era su capacidad de recuperación, que
les permitía doblar al poste y volver al perímetro antes que el balón.
Como es habitual, ambos equipos se habían reservado alguna sorpresa
para la final, y así los Bulls alternaron a Longley y Rodman en la defensa
sobre Kemp, mientras que los Sonics usaban a Detlef Schrempf y a Hersey
Hawkins sobre Jordan, lo que hizo que éste se dedicara principalmente a
asistir a sus compañeros. Fue el clásico partido que los Bulls controlaron de
principio a fin, y cuando Seattle intentó remontar para dejar claro que no
estaban en la final por casualidad, Toni Kukoc recuperó el acierto y encadenó
diez puntos consecutivos al comienzo del último cuarto para sellar la victoria.
A pesar de la buena actuación de Shawn Kemp, no pudo evitar que la
aportación de Dennis Rodman fuera vital para el triunfo de los Bulls. George
Página 300
Karl tenía fama de encontrar soluciones poco ortodoxas a sus problemas, y
también de que con frecuencia esas soluciones terminaban siendo
contraproducentes para su propio equipo. Ése fue el caso de Frank
Brickowski, un jornalero de la defensa y el rebote que salió a la pista con el
objetivo evidente de sacar de sus casillas a Rodman. En apariencia, el plan de
Karl era intentar privar a Chicago de uno de sus jugadores más importantes,
arriesgando a un jugador secundario como Brickowski. Sin embargo, Rodman
confirmó la sospecha de que muchos de sus estallidos en realidad estaban
fríamente calculados, y se negó a caer en las provocaciones del rival. Es más,
consiguió invertir la situación, provocar la expulsión de Brickowski y a partir
de ese momento usarlo para desconcentrar a los Sonics cada vez que saltaba a
la cancha, mediante acciones extemporáneas como girarse durante un tiro
libre y quedársele mirando.
Mientras Dennis Rodman se dedicaba a ejercer su dominio sobre el juego
y la moral de los rivales, ambos equipos tenían que afrontar los problemas de
algunos de sus veteranos. El base Nate McMillan tenía en su equipo un papel
similar al de Ron Harper, defender duro y ayudar a la circulación del balón;
ambos compartían además un deterioro físico que haría que no pudieran jugar
algunos partidos o lo hicieran muy disminuidos. Los Sonics tuvieron que
afrontar la baja de McMillan para el segundo encuentro, sabiendo que debían
evitar a toda costa un 2-0 que se antojaba decisivo. Las defensas se
impusieron a los ataques durante todo el segundo partido, y los Bulls no
consiguieron despegarse hasta que Toni Kukoc anotó dos triples consecutivos
después de recibir una bronca de Jordan por su actitud poco decidida.
“¿Tienes miedo?”, le espetó. “Si tienes miedo, te sientas. Si has salido para
tirar, tira.” Parecían tener la victoria en el bolsillo cuando los Sonics apretaron
en defensa, y los de Chicago fueron incapaces de anotar una canasta en los
últimos minutos. Jordan falló todos sus tiros, y en los últimos segundos se
mascaba la tragedia con unos tiros libres que Pippen no pudo anotar hasta que
llegó Rodman al rescate. En un partido con tantos fallos sus 11 rebotes
ofensivos valían su peso en oro, y después de sacar petróleo de otra jugada
que convirtió en un salto entre dos, consiguió asegurar el triunfo de los Bulls.
La serie viajó a Seattle, donde pocos creían que los locales pudieran
plantar cara. Habían hecho el intento en el segundo partido y después de ese
fracaso sólo les quedaba rendirse, y lo ratificaron en el tercer encuentro. Los
Bulls salieron completamente concentrados desde el primer minuto, y fueron
tomando ventajas cada vez más amplias: 7-0, 34-12, 62-38. Los Sonics no
paraban de perder balones frente a la defensa de los Bulls, y al otro lado
Página 301
Michael Jordan anotó 15 puntos seguidos para romper el partido en la primera
parte. Los Sonics terminaron completamente hundidos, con Brickowski
expulsado por segunda vez y viendo cómo se ponían las botas hasta jugadores
que normalmente apenas participaban en ataque, como Longley, Wennington
y Randy Brown. Fue una humillación que levantó ampollas en los locales, y
Shawn Kemp llamó cobardes a sus propios compañeros ante los medios.
George Karl no se quedó atrás y anunció que el pívot titular Ervin Johnson
(nada que ver con “Magic”) y el alero suplente Vincent Askew quedaban
expulsados de la rotación por bajo rendimiento. Frank Brickowski, que casi
salía a expulsión por partido, quedaba ascendido a titular, y Gary Payton
pasaría a defender a Jordan. Viendo a los Bulls imparables y con una ventaja
de 3-0, la mayor parte de la prensa consideró las medidas de Karl como una
especie de reordenamiento de las sillas de cubierta del Titanic, ejemplo
clásico de esfuerzo baldío que no sirve para impedir la catástrofe, pero se
equivocaban.
Tex Winter le echó la culpa al triunfalismo y las distracciones que
rodeaban al equipo, con los representantes de la liga ensayando la entrega del
trofeo y los ejecutivos de la franquicia planificando las celebraciones, pero el
auténtico cambio de actitud se produjo en el otro equipo. La situación se
invirtió respecto del tercer partido, y esta vez fueron los Sonics quienes
salieron a por todas desde el primer minuto. Después del partido Jordan
apenas quiso concederle crédito a Gary Payton, que había solicitado repetidas
veces ser su defensor, pero se le vio incómodo en todo momento, al igual que
a sus compañeros. En otras ocasiones la defensa había sido la salvación de los
Bulls en los días en que los tiros no entraban, pero esa noche los Sonics
acertaron desde todas las posiciones. El momento más emocionante fue la
ovación a Nate McMillan cuando el capitán saltó a la pista, y poco después se
unió a la fiesta con dos triples mortíferos. Michael Jordan terminó peleándose
con sus compañeros, con los árbitros y consigo mismo, y a punto estuvo de
conseguir que lo expulsaran. Ya llevaba en su cuenta una técnica y una falta
flagrante cuando le señalaron unos dobles en el último cuarto, y se lanzó a
rugirle al árbitro ante las protestas del público local que recordaba las dos
expulsiones de Brickowski. “Parece que tocaba el día de pitármelo todo a
mí”, se quejó tras el partido. “Vaya, ya hablo como Dennis, ¿verdad?”
Michael Jordan podía culpar a los árbitros y Phil Jackson negar que una
derrota indicara un cambio de situación, pero se engañaban a sí mismos. Los
Sonics no querían terminar la temporada como los Orlando Magic, otro
equipo joven y prometedor arrancado de raíz por los Bulls, como sucediera
Página 302
con los Cavs de Price y Daugherty. Los Magic no se recuperarían de la pobre
imagen que dejaron en la final de conferencia, y poco después el entrenador
sería despedido a raíz de un motín en el vestuario y Shaq haría las maletas
rumbo a Los Ángeles; los Sonics, en cambio, iban a pelear. En el quinto
partido su defensa siguió asfixiando a los Bulls, y Jordan volvió a encararse
con sus compañeros y los árbitros. Seattle rompió el partido en el último
cuarto para ponerse 3-2 y amenazar una victoria que se daba por segura. La
serie volvía a Chicago, y eso no estaba en el guión.
No hubo más ensayos con el trofeo ni planes para la celebración. Si
sufrían una tercera derrota consecutiva no importarían nada las 72 victorias ni
la eliminación de los Magic, y tendrían que ir a un séptimo partido de
resultado incierto. Los Bulls salieron decididos a recuperar la actitud con la
que empezaron la final y a no dar ninguna oportunidad a los Sonics. Michael
Jordan, que había sido la mejor baza anotadora de su equipo en los momentos
de sequía, ofreció su peor actuación de la serie, pero sus compañeros cogieron
el relevo. Pippen superó por fin su racha de errores, Harper pidió a sus
rodillas un último esfuerzo y los triples de Kukoc y Kerr hicieron el resto.
Pero la gran estrella del partido fue Dennis Rodman, que se fue creciendo con
el paso de los minutos hasta alcanzar una estatura homérica. Según él mismo,
su error en Seattle había sido cambiar de rutina y acostarse temprano; en
Chicago volvió a encadenar una noche entera de juerga e ir directamente al
sexto partido, y el resultado fue inmejorable. Sacó de sus casillas a Kemp,
dominó los rebotes, asistió a Jordan e incluso anotó una inesperada canasta a
aro pasado, y llegó un momento en el que parecía estar defendiendo al
quinteto entero de los Sonics él solo. George Karl tuvo que pedir tiempo
muerto para intentar desfibrilar a un equipo que se desmoronaba delante de
sus ojos, y no sirvió de nada. El día del padre de 1996 Michael Jordan ganó su
cuarto campeonato de la NBA y fue elegido MVP de la final convirtiéndose
en el segundo jugador de la historia que ganaba en una misma temporada los
tres galardones de mejor jugador: liga regular, allstar y final. Con todo, hubo
quien consideró que el premio de la final debería haber sido para Rodman.
“Dennis Rodman ganó dos partidos de esta final”, declaró George Karl en
referencia al segundo y al sexto. Todo eso era secundario para Jordan. “Me
pasaron muchas cosas por la cabeza y el corazón. Mi cabeza estaba centrada
en lo que es más importante para mí, mi familia y mi padre, que no está hoy
aquí. Pero mis compañeros acudieron al rescate”, declaró. “Ha sido duro, pero
se supone que ganar un campeonato es duro. Creo que todo ha pasado como
tenía que pasar.”
Página 303
Empezaba una época de dominio de la NBA más autoritario que el que
había ejercido en 1991-1993. Michael Jordan había pasado de controlar su
propio cuerpo y el balón a determinar todo lo que sucedía en la cancha, y su
capacidad para imponer su voluntad sobre las circunstancias y los rivales era
escalofriante. Scottie Pippen abrazó a Ron Harper. “¡Te lo dije! ¡Los sueños
se hacen realidad!”
Página 304
Chicago, 1996
Qué viaje tan largo y tan extraño hemos realizado.
La raíz última de casi todos los problemas es el dinero. Algunos creen que
son el dinero y el sexo, pero si eso fuera cierto la renovación de Rodman no
habría sido la más sencilla. Se suponía que los Chicago Bulls estaban en el
punto más alto de su historia después de conquistar el anillo de 1996, pero en
realidad estaban a punto de disolverse en una serie de disputas intestinas
provocadas por las discusiones para renovar a varias piezas claves.
Phil Jackson, Michael Jordan y Dennis Rodman terminaban contrato. Se
podría pensar que Jerry Reinsdorf estaría ansioso por renovarlos a cualquier
precio, pero desde el punto de vista del propietario, el gran éxito de los
Chicago Bulls era haber generado unos fabulosos beneficios gracias a la
combinación de ingresos enormes y gastos salariales limitados. Los
larguísimos contratos firmados por Jordan y Pippen habían resultado ser un
gran negocio, pero había llegado el momento de empezar a pagar valor de
mercado. La principal duda era si renovar a Dennis Rodman, y después de su
gran actuación en la final era casi obligado. Rodman le había enviado una
nota entre bromas y veras al palco del propietario durante un partido de la
fase regular solicitando diez millones, y efectivamente consiguió un contrato
por una temporada y una cantidad cercana a ésa.
Desgraciadamente, las otras renovaciones no fueron tan sencillas, sobre
todo la de Phil Jackson. “Mi relación con Jerry perdió su naturaleza de
cooperación debido a la dureza de las negociaciones”, explicó sobre el verano
de 1996. Los Bulls sugirieron un contrato por cinco años, pero Jackson lo
rechazó alegando que ya llevaba más tiempo del previsto sin un descanso y
pronto necesitaría una pausa; la franquicia temía que fuera una excusa para no
comprometerse más allá de la vida útil de Jordan y que seguía jugando con la
idea de terminar entrenando a su equipo de toda la vida, los Knicks. Krause
siempre había dicho que no pagaría a ningún entrenador más de un millón de
dólares, pero el mercado había superado esa cifra de largo. Sin embargo, el
dinero no era más que un símbolo de las relaciones de poder existentes dentro
Página 305
de la organización, y ambas partes eran conscientes de que el auténtico
problema es que si un entrenador cobraba más de cierta cantidad entonces era
algo más que un simple entrenador, y pasaba a ser alguien con voz y voto en
las decisiones económicas y deportivas de la franquicia. La historia de los
Chicago Bulls hexacampeones es la de una organización basada en tres
pilares líderes de la NBA cada uno en su terreno: Jordan en la pista, Jackson
en el banquillo y Krause en las oficinas, tres individuos con mucha
personalidad que se ofendían si alguno de los otros intentaba enseñarles a
hacer su trabajo, pero siempre dispuestos a enmedarle la plana a los demás.
La tensión fue en aumento, ya que, a diferencia de los jugadores, no existen
plazos ni restricciones para negociar contratos con los entrenadores, así que
Krause y Jackson estaban echando su pulso en medio de la final contra los
Seattle Supersonics. El incidente que rompió la amistad entre ambos se
produjo después de un entrenamiento y una rueda de prensa, cuando Phil
Jackson dio orden de que el autobús del equipo partiera sin esperar a Jerry
Krause (no se sabe si deliberadamente o por equivocación). Krause montó en
furia, y a pesar de que terminaron firmando una renovación por un año y
cinco millones de dólares, la relación entre ambos no se recuperó, y el
vicepresidente adoptó una actitud exageradamente cortante durante las
reuniones de fin de temporada con los jugadores para dejárselo claro.
Aunque Phil Jackson se comportaba en ocasiones como un auténtico
liante, tenía razón al señalar que el problema de Krause y Reinsdorf era su
manía de intentar ganar todas sus negociaciones. Ambos valoraban
extraordinariamente la lealtad, como lo demostraron al mantener en su puesto
al jefe de prensa, Tim Hallam, cuando fue arrestado por posesión de drogas,
pero su concepto de deslealtad incluía ponerse de parte de Scottie Pippen
cuando pedía una mejora de contrato. Jackson había intentado explicarle a
Krause que ahorrarse unos cientos de miles de dólares no compensaba
indisponerte con un jugador con el que ibas a trabajar durante años, y que
sería más beneficioso a la larga no ir a degüello durante las negociaciones y a
cambio sentar las bases para una relación más cordial. Michael Jordan tuvo
ocasión de comprobarlo en sus propias carnes cuando terminó su contrato en
julio de 1996. Si Jerry Reinsdorf esperaba algún tipo de agradecimiento por
haberle seguido pagando durante los casi dos años que su estrella pasó en el
béisbol se iba a llevar una sorpresa. Jordan consideraba que ese dinero era una
compensación por todas las temporadas que había trabajado por un salario
casi simbólico para su valor real, y sabía que el propietario era consciente de
haberse estado aprovechando de que el jugador no podía amenazar con
Página 306
plantarse sin poner en riesgo sus pantagruélicos ingresos publicitarios.
Durante la retirada de Jordan corrió el rumor de un posible plan para hacerle
volver mediante una oferta económica sin precedentes sufragada a partes
iguales por todas las franquicias de la NBA, ya que todas se beneficiarían si
regresaba. Según los Bulls fue una sugerencia de los demás propietarios,
según el resto de la liga fue un intento de chantaje por parte de Chicago, y lo
más probable es que no fuera más que un invento de una mente calenturienta
(según la leyenda, los Warriors habían intentado hacer algo así en los años
sesenta con Wilt Chamberlain), pero que revelaba el convencimiento de que
había estado mal pagado durante años. Reinsdorf defendía que los contratos
estaban para cumplirlos, y Jordan le iba a tomar la palabra.
Michael Jordan no hizo el menor intento por tratar con Jerry Krause, y en
realidad prefería evitar una negociación como tal. Instó a su abogado, David
Falk, a que pidiera que los Bulls sugirieran una cifra, algo que había
aprendido del propio Reinsdorf, pero la franquicia se hizo de rogar. El tiempo
iba pasando en este tira y afloja sin que la solución se viera más cercana,
hasta que entraron en escena los New York Knicks. Debido al tope salarial,
los Knicks no podían ofrecerle a Jordan más de la mitad de lo que podía
obtener en Chicago, pero según Sam Smith se estaría hablando de una
compensación bajo cuerda en especie, concretamente una participación en la
lucrativa cadena de hoteles Sheraton. Hay varias contradicciones en esta
historia, y resulta difícil creer que la NBA hubiera consentido semejante
violación del sistema salarial, pero Michael Jordan siempre ha defendido que
consideró muy seriamente la oferta de los Knicks. Jerry Reinsdorf, en cambio,
creía que se trataba de un truco de David Falk para forzar la negociación, y le
ofendió profundamente que le plantearan un ultimátum. Según Jordan no era
más que una consecuencia de sus esfuerzos por retrasar un acuerdo, que hizo
que el jugador perdiera la paciencia y pusiera las cartas sobre la mesa: treinta
millones por una temporada o cincuenta millones por dos, y en el plazo de
una hora tenían una cita con los Knicks. Jerry Reinsdorf no estaba
acostumbrado a negociar cuando la otra parte ostentaba una posición
ventajosa, y eso le llevó a cometer un error infantil después de aceptar la
oferta de treinta millones por un año. Mientras firmaba el contrato exclamó:
“Algún día me arrepentiré de esto”. En su época de jugador, Bill Cartwright
había criticado la costumbre de Jordan y otros de ofenderse por niñerías con
los ejecutivos como Krause que, al fin y al cabo, les pagaban millones de
dólares por sus servicios. Sin embargo, en esta ocasión Michael Jordan tenía
razón al sentirse ofendido, y Reinsdorf lo admitió implícitamente cuando
Página 307
alegó que en realidad había dicho que “podría arrepentirse” o que se refería a
tomar la opción de una temporada en lugar de dos. Al final del año, el
propietario quiso remarcar que no se arrepentía del contrato firmado, pero ya
era tarde. Los Bulls habían conseguido pagarle a Michael Jordan el contrato
más alto de la historia de la NBA y al mismo tiempo provocar su enfado.
Además de las disputas contractuales, los Bulls afrontaban la nueva
temporada con dudas sobre el estado físico de algunos de sus jugadores. Eran
una plantilla veterana cuya única incorporación destacada era Robert Parish,
el que fuera pívot de los Celtics campeones y antiguo amigo de Krause, que
llegaba para sustituir a James Edwards. Scottie Pippen, Ron Harper y Luc
Longley pasaron por el quirófano durante el verano y además tanto Pippen
como Toni Kukoc habían sacrificado sus vacaciones para acudir a los Juegos
Olímpicos con sus selecciones. Lo más preocupante, de todas formas, era la
actitud de Dennis Rodman, que poco después de firmar su nuevo contrato por
unos nueve millones de dólares aprovechó una rueda de prensa para declarar
que le empezaba a aburrir el baloncesto. No es que fuera novedad que
Rodman pronunciara declaraciones estridentes, es que su actitud parecía
confirmar ese desinterés y falta de concentración. La temporada anterior se
habían producido varios incidentes, pero la novedad era que en ésta
empezaron a afectar a su rendimiento deportivo. Una cosa era que se pasara
de la raya y usara palabrotas ante los micrófonos, y otra que se viera superado
por los rivales o que su nivel de juego sufriera unos altibajos alarmantes. Los
Bulls estudiaron la posibilidad de repescar a Jack Haley, que estaba
hibernando en la CBA, pero la sugerencia pareció ofender a Rodman. “No
necesito una niñera. No necesito a Jack Haley. No necesito a nadie. Soy un
adulto”, declaró. En enero de 1997 Dennis Rodman tocó fondo cuando dio
una patada a un cámara durante un partido en una acción casi inexplicable.
Aunque públicamente algunos miembros de la franquicia intentaron quitarle
hierro a la situación señalando que la víctima había exagerado los efectos del
golpe, en privado Jordan y Jackson le dejaron claro que esa espiral de
descontrol y excesos tenía que acabar de inmediato o se vería fuera de los
Bulls.
Lo realmente sorprendente es que después de tantas distracciones y sin
refuerzos dignos de mención, los Bulls tuvieron un arranque de temporada
mejor aún que el anterior, con doce victorias consecutivas antes de su primera
derrota. Phil Jackson consideraba que uno de los puntos fuertes del equipo era
esa misma falta de novedades, que suponía una ventaja después de una de las
épocas de mayor movimiento de jugadores en la historia de la NBA. “No hay
Página 308
ningún otro club de la liga que haya mantenido al mismo grupo, y tenemos un
pasado jugando juntos. Eso supone menos trabajo que hacer y mucho más que
experimentar como equipo, porque tenemos el recuerdo y el conocimiento de
qué es lo que tenemos que hacer en la cancha.” El único peligro según Jordan
era el exceso de confianza, y seguía creyendo que la clave de los Bulls era la
defensa, especialmente por el tipo de juego que se estaba imponiendo en la
década de los noventa en la NBA. Después del éxito de los Detroit Pistons,
muchos equipos habían adoptado la defensa colectiva y física para anular la
circulación de balón del rival. A pesar de los intentos de la liga por sancionar
los contactos, el panorama de la competición lo dominaban los Knicks, los
Heat de Pat Riley o los “ninjas de Pitino” en Cleveland. Para superar esas
defensas el recurso habitual eran los aclarados, para que los jugadores
desequilibrantes intentaran desbordar y forzar ajustes, pero esos aclarados
eran inútiles contra los Bulls. “Nos viene mejor el ataque estático basado en
aclarados”, explicaba Jordan. “Creo que nuestra defensa colectiva es bastante
buena cerrándose, si tenemos que hacer el 2x1 rotamos bien, y tenemos
buenos defensores individuales. Si el rival falla, capturamos el rebote y
salimos al contraataque.”
Los partidos seguían el mismo esquema de la temporada anterior, con
cierta falta de fluidez en ataque que sólo servía para mantener las ilusiones de
los rivales hasta el momento en el que decidían apretar las clavijas en defensa
y darlo por finiquitado. “Es muy satisfactorio salir cada noche y saber que
desmantelaremos al rival en cierto momento del partido. Lo hacemos todos
los partidos y es divertido”, explicaba Luc Longley. Según él, lo más
agradable era detectar el miedo en los ojos del rival cuando pisaban el
acelerador y rompían el partido. Aunque pudiera sonar arrogante, era difícil
no aceptar la realidad después de partidos como el del 17 de diciembre contra
los Lakers, una derrota aparentemente segura hasta que aplicaron la presión a
toda cancha. Los Lakers apenas podían subir el balón, los Bulls remontaron a
toda velocidad y terminaron ganando el partido en la prórroga por 129-123.
Lo más destacable era la forma en la que las bajas y ausencias apenas
afectaban al rendimiento del equipo, aunque terminaran con Caffey y Parish
como pareja interior, ya que la falta de profesionalidad no era exclusiva de
Dennis Rodman: Luc Longley se perdió dos meses de competición con una
clavícula dislocada que sufrió haciendo surf, una actividad de alto riesgo
prohibida expresamente en su contrato.
La clave de la regularidad de los Bulls residía en el alto nivel constante
mantenido durante toda la temporada por Michael Jordan y Scottie Pippen.
Página 309
“Quiero ser consistente cada noche, salir a jugar y aceptar cualquier desafío”,
había dicho Jordan antes de comenzar, y dio muestra de ello siendo elegido
mejor jugador del mes de noviembre. En opinión de Tex Winter, la mayor
novedad en su juego era el uso del tiro exterior para sumar puntos con menor
desgaste, reservando sus fuerzas para los momentos decisivos. Jordan era
evidentemente un jugador veterano y los partidos parecían jugarse cada vez
más dentro de su cabeza. Siempre había destacado por su comprensión de los
momentos de juego y la situación espacial de compañeros y rivales, pero
ahora incluía el partido entero e incluso la temporada, sabiendo dosificarse y
aprovechar las cualidades de los demás jugadores para concentrar sus
estallidos anotadores en fases decisivas de los encuentros. Se imponía una
visión más reflexiva de Jordan, a quien se empezaba a considerar una leyenda
en vida que no le quedaban muchas temporadas en activo por delante. Eso se
hizo particularmente evidente en el All Star, cuando la NBA presentó la lista
de los 50 mejores jugadores de sus 50 años de historia. Michael Jordan y
Scottie Pippen formaban parte de esa lista (y Phil Jackson en la de los 10
mejores entrenadores), y luego Jordan sumó el primer triple-doble de la
historia del partido de las estrellas con una estadística propia de un veterano
astuto. Alcanzó los 25.000 puntos en su carrera a comienzos de la temporada,
y cerca del final de la misma Bill Clinton acudió a un partido de los Bulls en
Washington. Ningún presidente de los EE.UU. había asistido a un partido de
la NBA desde los tiempos de Jimmy Carter, pero nadie se sorprendió
demasiado. Se extendía la idea de que las oportunidades de ver a Michael
Jordan en acción podían estar cerca de acabarse.
Esa actitud de Michael Jordan se hacía especialmente evidente en su trato
con Jud Buechler. Buechler era la clase de jugador que encanta a los
entrenadores, siempre dispuesto a obedecer órdenes y a entregarse a tope en
un entrenamiento, pero también era uno de los que hacían que la prensa se
preguntara por qué había tantos blanquitos en el fondo de banquillo de los
Bulls: se aplicaba en defensa, pero no era un gran defensor; tenía un tiro
aceptable, pero no era un triplista nato; no era lento ni rápido, era fuerte pero
no lo bastante grande. Era, en resumen, un jugador que no aportaba nada que
interesara a Jordan, y éste lo había dejado claro desde el principio. Con el
tiempo, sin embargo, Jordan pasó a apreciar que Buechler aportaba diez
minutos de descanso para Pippen, y eso suponía una contribución al equipo
aunque fuera minúscula. Después de su paso por el béisbol, Michael Jordan
parecía más dispuesto a entender y aceptar que cada uno tenía un papel que
desempeñar en la franquicia, y eso facilitó que pudiera mantener unas
Página 310
relaciones más fluidas y provechosas con sus compañeros y con los miembros
de la prensa. Al mismo tiempo, hizo que dichas relaciones no volvieran a
pasar de lo estrictamente profesional. Se acabaron los tiempos en los que tenía
amigos en la plantilla, aunque fueran pocos, o en los que pasaba ratos de ocio
con periodistas. Durante los playoffs Jordan creó el llamado Breakfast Club,
que consistía en una sesión de pesas en su gimnasio privado seguido de un
desayuno preparado por su chef antes de acudir a los entrenamientos del
equipo. Scottie Pippen y Ron Harper eran fijos, y otros jugadores del equipo
acudieron con más o menos regularidad. Lo que no hacían era hablar entre
ellos salvo lo mínimo indispensable. Era trabajo, ni más ni menos.
Quizá fue la frustración al no poder impedir que los Bulls marcharan por
la liga a su antojo lo que provocó la serie de enfrentamientos con los
entrenadores rivales que jalonaron la temporada de Michael Jordan.
Posiblemente comenzó en el cuarto partido de liga contra los Miami Heat de
Pat Riley, sobre quien Phil Jackson no ocultaba sus sentimientos. “No quiero
que perdáis jamás contra ese tipo”, había dicho a los jugadores años atrás, y
Jordan se aseguró de que así fuera anotando 50 puntos en la apurada victoria
de los Bulls. El caso más conocido fue en enero contra los Knicks, cuyo
entrenador expuso ante la prensa su teoría de que Jordan era un con artist, un
estafador que se ganaba la confianza de rivales como Pat Ewing fingiendo ser
su amigo, para luego aprovecharse de ello durante los partidos. No era una
acusación nueva, ya que se había comentado durante las finales de 1993 con
Charles Barkley, pero para Michael Jordan era muy doloroso que se pusiera
en duda lo poco que había de sincero en su vida como deportista profesional.
Su respuesta fueron 51 puntos y una victoria sin Rodman ni Harper. Incluso
unas declaraciones relativamente inocuas de George Karl, en las que
especulaba con la pérdida de explosividad de un Jordan que parecía
restringirse cada vez más al tiro exterior, provocaron un tercer estallido
anotador de 45 puntos.
Los Bulls necesitaron todos los puntos de Jordan en los últimos meses de
competición, cuando se empezaron a amontonar las bajas. La más grave fue la
lesión de rodilla de Dennis Rodman, que lo dejó fuera de combate hasta
playoffs, pero no fue la única: Bill Wennington se rompió un tendón en el pie,
Toni Kukoc tuvo que parar por su fascitis plantar, en el caso de Randy Brown
fueron los tobillos y Ron Harper se pasó toda la temporada entrando y
saliendo de la lista de lesionados con diferentes molestias. Afortunadamente,
Jerry Krause se apuntó un tanto con el fichaje por sorpresa de Brian Williams,
un pívot atlético y con buena mano que podía alternar ambas posiciones
Página 311
interiores. Williams se encontraba sin equipo después de una operación de
rodilla, pero había aportado puntos el año anterior con los Clippers y su
incorporación a falta de nueve partidos reforzaba una línea interior
disminuida por las lesiones. Irónicamente, es posible que este fichaje
influyera en que los Bulls no superaran la marca de las 70 victorias por
segunda temporada consecutiva, después de alcanzar las 68 a falta de cuatro
partidos. Phil Jackson consideraba que el equipo había pagado muy caro el
desgaste de sumar 72 victorias el año anterior, y decidió no forzar la
recuperación de Rodman y Kukoc. En lugar de eso, los dejó en la lista de
lesionados hasta la primera ronda y aprovechó para dar minutos al recién
llegado Williams y a otros suplentes, como Buechler, e integrarlos así en el
juego del equipo de cara a los playoffs. Los Bulls perdieron tres de esos cuatro
últimos partidos, y “sólo” empataron la segunda marca más alta de la historia
de la NBA, las 69 victorias de los Lakers en 1972.
El comentario generalizado al terminar la liga regular era la falta de
emoción en una competición dominada por Bulls y Jazz, dos equipos que
destacaban más por su eficiencia que por su espectacularidad. Incluso cuando
la NBA era noticia, con frecuencia se debía a los peores motivos, como las
salidas de tono de Rodman o la trifulca entre Knicks y Heat. Sólo las
exhibiciones periódicas de Michael Jordan rompían la monotonía, como sus
55 puntos en el segundo partido de la eliminatoria contra los Washington
Bullets. “Le pedí disculpas a Tex después del partido”, dijo. “Me olvidé del
triángulo, una vez que cogí velocidad ya no pude parar.” Más criticable que
su acaparamiento del juego ofensivo (Pippen fue el único que anotó en el
último cuarto además de él) fue el mediocre rendimiento defensivo de Jordan,
ya que permitió que primero Rod Strickland y luego Tracy Murray
compensaran su anotación. Fue lo único reseñable de una eliminatoria feúcha,
con más rebotes que canastas y que apenas sirvió para ir dando ritmo de juego
a Toni Kukoc y Dennis Rodman (cuando no lo expulsaban, como en el primer
encuentro). El 3-0 final fue engañoso y no reflejó las dificultades que
sufrieron los Bulls contra unos Bullets supuestamente inferiores, a los que
sólo lograron eliminar con una canasta final de Pippen después de un tapón a
Jordan.
Chicago salió de esa eliminatoria con su prestigio sensiblemente
disminuido. En el descanso del segundo partido Jordan había tenido que
abroncar a sus compañeros para hacerles reaccionar, y en el tercero a pesar de
que los propios Bullets lo presentaron como la despedida de su viejo pabellón
(admitiendo así la eliminación antes de jugar) tomaron ventajas sustanciales y
Página 312
sólo una remontada final salvó a los Bulls. Para terminarlo de arreglar, Pippen
se hizo daño en la espalda con la caída después de su mate para ganar el tercer
partido. La segunda ronda contra los Atlanta Hawks de Lenny Wilkens no
ayudó a disipar las dudas precisamente por más que Jordan dijera que le
gustaba enfrentarse al escolta Steve Smith. “Me gusta jugar contra Steve.
Tenemos la misma personalidad en la pista, nos gusta hablar todo el rato y
picarnos, pero tenemos cuidado de no pasarnos nunca de la raya.” El temor de
los entrenadores de los Bulls no era Steve Smith, sino la irregularidad
ofensiva del equipo y el efecto del pick’n’roll del base “Mookie” Blaylock, a
quien gustaba culminarlo abriéndose para el triple con efectos impredecibles.
Smith hizo un gran trabajo en la primera mitad y permitió que los Hawks
se fueran al descanso en ventaja, pero en el tercer cuarto del partido inaugural
Michael Jordan se zafó de su marcaje para anotar 20 puntos y poner a los
Bulls por delante. Sin embargo, el marcador volvió a apretarse en la recta
final y con Jordan desacertado tuvieron que ser los triples de Scottie Pippen
los que salvaran los muebles, especialmente el último para poner el definitivo
100-97. Y eso después de sobrevivir a un tiro sobre la bocina de “Mookie”
Blaylock en un tremendo error defensivo de los Bulls en la última jugada,
cuando Jordan cambió en el bloqueo y nadie siguió al base rival. El problema
se agravaba por el bajísimo rendimiento de Dennis Rodman, no recuperado de
su lesión de rodilla y sumando más técnicas que rebotes, lo que obligaba a un
sobreesfuerzo de Jordan y Pippen para compensarlo. En el segundo partido
volvieron a dejar solo a “Mookie” Blaylock en la línea de tres, y esta vez no
perdonó: ocho triples de nueve intentos y la primera derrota de playoffs en
casa en muchísimo tiempo. “Llevávamos cuatro partidos jugando con fuego y
nos hemos terminado por quemar”, sentenció un Jordan que llegó
visiblemente fatigado al último cuarto.
Sin los rebotes de Rodman no había contraataques, en estático Jordan y
Pippen no encontraban el ritmo y no conseguían frenar a “Mookie” Blaylock.
Las cosas tenían que cambiar, y la primera decisión fue cambiar los
emparejamientos defensivos para que Ron Harper marcara a Blaylock. Harper
se había convertido en el “perro de presa” del perímetro de los Bulls, y
aunque Phil Jackson intentaba reservarlo debido a sus problemas físicos ya no
podía esperar más. El base de los Hawks se encontró mucho más incómodo
que con la defensa de Jordan, y eso frenó el juego ofensivo de todo su equipo.
Por otra parte, el banquillo de los Bulls apenas había dado señales de vida,
pero en el tercer partido Toni Kukoc y Brian Williams aportaron puntos muy
valiosos que sirvieron para abrir brecha en el marcador en la segunda parte y
Página 313
sumar una clara victoria por 100-80. El desplome de Atlanta en la parte final
del partido parecía indicar que habían agotado sus oportunidades, pero tal y
como estaba jugando Chicago cualquier rival podía reponerse y volver a
plantarles cara. El cuarto partido fue buena muestra de ello, cuando los puntos
de Jordan y los triples de Pippen colocaron a los Bulls veinte puntos arriba al
comienzo del último cuarto sólo para dejarse remontar por los Hawks y
terminar pidiendo la hora. Habían tenido una victoria cómoda al alcance de la
mano y al final sólo el acierto en los tiros libres evitó una derrota vergonzosa.
No eran el equipo clínicamente eficaz de la temporada anterior, aunque
algunos periodistas no dejaban de señalar que por mal que jugaran, al final
ganaban casi siempre.
La serie acabó en el quinto partido con una victoria holgada de los Bulls,
pero lo más recordado fue el enfrentamiento con Dikembe Mutombo, un
enorme pívot taponador que había provocado considerables dolores de cabeza
a los de Chicago. Después de una eliminatoria pésima, por fin Dennis
Rodman reaccionó y ofreció una buena actuación en el quinto encuentro,
aunque terminara expulsado después de encararse con Mutombo. Sin
embargo, la jugada del partido se produjo en el primer cuarto, cuando
Michael Jordan recibió el pase de vuelta de Luc Longley, remontó la línea de
fondo y consiguió por fin machacar por encima de Mutombo, algo que éste
había conseguido evitar hasta entonces. Jordan celebró la canasta imitando el
gesto de “no” con el dedo que el pívot de los Hawks hacía después de cada
tapón, y aunque recibió una técnica por ello valió la pena. Después de tantas
tribulaciones y dificultades, los Bulls se habían clasificado para la final de
conferencia frente a los Miami Heat con una única derrota en playoffs.
Inicialmente se esperaba que su rival fueran los New York Knicks cuando
se pusieron con una ventaja de 3-1, pero una riña tumultuaria y el
endurecimiento de las sanciones por parte de la NBA hundieron a Pat Ewing
y los suyos. Los Bulls no estaban seguros de haber salido ganando con el
cambio, y no sólo por volver a encontrarse con Pat Riley. La temporada
anterior habían derrotado con relativa facilidad a Miami ahogando al pívot
Alonzo Mourning, pero el base Tim Hardaway había dado por fin el salto al
estrellato apoyado en su imparable crossover. Después de los problemas
causados por Rod Strickland y “Mookie” Blaylock, otro enfrentamiento
contra un base rápido y anotador era lo que menos les apetecía.
Afortunadamente para los Bulls, Dennis Rodman había vuelto. El primer
partido fue del tipo que los aficionados estaban acostumbrados a ver, mucha
defensa, pocas canastas y un rival por delante hasta que Chicago apretó las
Página 314
tuercas en defensa y zanjó el tema con autoridad en el último cuarto; pero la
noticia fue el buen juego de Rodman, que por fin apareció para dominar el
rebote y endurecer la defensa. Ésa fue también la tónica del segundo partido,
del cual Phil Jackson dijo que sólo podía hablar de la defensa porque apenas
había existido el ataque. Tanto Hardaway, como Mourning, como Jordan,
como Pippen rivalizaron en desaciertos para terminar con un vergonzoso 75-
68 que suponía la anotación conjunta más baja en la historia de los playoffs de
la NBA desde la introducción del reloj de posesión. “Somos capaces de
mirarnos al espejo y reconocer que hemos jugado mal”, admitió Jordan.
“Nuestro juego fue feo contra Atlanta. Fue feo contra Washington. No son los
rivales, somos nosotros. Excepto en defensa. Nuestra defensa gana los
partidos.”
La preocupación de Phil Jackson y Tex Winter es que los Heat también
defendían. Los jugadores de Riley sabían que dejar un tiro sin puntear suponía
ir de cabeza al banquillo, y ejercían una presión especial sobre los pases de
entrada desde los laterales para asfixiar el triángulo ofensivo. Los apuros que
habían sufrido en Chicago no sería nada comparado con lo que les esperaba
en Miami si no resolvían ese problema (Riley ya estaba calentando el
arbitraje, quejándose de una supuesta permisividad hacia Jordan), y la
respuesta fue un juego más abierto, abriendo espacios en la zona y
aprovechándolo mediante cortes y puertas atrás. Este cambio de juego pilló
totalmente por sorpresa a los Heat, que en defensa encajaron una sucesión de
bandejas y en ataque establecieron un récord negativo con 32 balones
perdidos. “Es probable que éste sea el punto más bajo de esta temporada, una
auténtica vergüenza”, declaró Riley después de perder 98-74 en casa. Alonzo
Mourning prometió ante la prensa que los Heat ganarían el cuarto partido,
pero nadie le creía.
Claro que nadie se esperaba que Michael Jordan decidiera echarle una
mano, dedicando el día de descanso a jugar 45 hoyos de golf. Jordan podía
decir que no tenía nada que ver, que era una casualidad, pero lo que sucedió
en ese cuarto encuentro se salía de lo causal. Michael Jordan falló sus
primeros catorce lanzamientos a canasta, y al comienzo del último cuarto
estaba en un 2/20 más propio de John Starks. Los Bulls aguantaban en el
partido gracias a su defensa y a la inesperada aportación ofensiva de un
Dennis Rodman que parecía estar en todas partes, incluyendo la grada a
donde fueron a parar Mourning y él en una trifulca. Y en el último cuarto se le
encendió la bombilla, y de repente todos los tiros empezaron a entrar. Michael
Jordan anotó 20 puntos en esos doce minutos, liderando una furiosa
Página 315
remontada que a punto estuvo de darle la victoria a los Bulls. Al final ganaron
los Heat 87-80, pero Jordan ya no estaba para bromas: “Esto es personal”. Se
negó a estrecharle la mano antes del quinto partido a Alonzo Mourning, cuyos
codos habían quedado marcados en la frente de Pippen, y anotó 15 puntos en
el primer cuarto para abrir brecha desde el principio. A pesar de que no pudo
mantener ese ritmo y de que Scottie Pippen hubo de retirarse lesionado, los
Bulls mantuvieron una cómoda ventaja gracias a una anotación diversificada
y una defensa que dejó a Mourning con una sola canasta en juego, para sumar
el 4-1 definitivo y volver a la final de la NBA. Los Bulls estaban deseando
enfrentarse a los Houston Rockets, el equipo que había ganado los
campeonatos de 1994 y 1995, como una especie de “reválida”, aunque
objetivamente se pensaba que el poderío interior de la pareja Olajuwon-
Barkley podía ser insuperable para Chicago. Pero el momento de gloria de los
Rockets había pasado, y su rival sería el esperado: los Utah Jazz.
Las similitudes entre ambos finalistas eran notables. Al igual que los
Bulls, los Jazz se basaban en un núcleo veterano de jugadores que se
mantenía con continuidad rodeado de especialistas desde el banquillo, debían
gran parte de su éxito a la defensa y en ataque seguían a rajatabla el sistema
impuesto por su entrenador Jerry Sloan. Para más inri, Sloan era una antigua
estrella de Chicago, uno de los dos únicos jugadores a los que la franquicia
había retirado la camiseta (tres contando a Jordan) y un antiguo ídolo del
vicepresidente Jerry Krause, que solía picar a Michael Jordan afirmando que
un Sloan en sus años mozos habría sido muy capaz de defenderle con éxito.
El sistema de ataque de los Jazz se articulaba a partir del pick’n’roll o
“bloqueo y continuación” realizado entre el base John Stockton y el ala-pívot
Karl Malone, apodado “el cartero” y elegido recientemente como MVP de la
NBA por delante de Michael Jordan. Aunque los Bulls eran los favoritos, con
tanta ventaja que antes del primer partido ya se grabó un mensaje pidiendo a
los aficionados que se comportaran con civismo, la final de 1997 resultaría ser
la más competida de las que jugaron. Se parecían aún más de lo que creían los
aficionados, que consideraban a los de Utah un equipo sólido y eficiente pero
un tanto aburrido sin darse cuenta de que sólo el recuerdo de los mates de
Jordan y Pippen, cada vez más infrecuentes, disimulaba el hecho de que los
de Chicago a estas alturas destacaban por su solidez y eficiencia. Contra lo
que pudiera parecer, las dos finales consecutivas que jugaron estos equipos
fueron cualquier cosa menos aburridas, ya que la durísima competitividad y el
énfasis en la concentración y ejecución durante los momentos críticos las
elevaron a espectáculo deportivo de primera magnitud del que podía disfrutar
Página 316
tanto el aficionado casual buscando highlights como el crítico purista abonado
a algún tipo de pureza baloncestística. El grito de guerra de los Bulls fue más
cierto que nunca: “What time is it? Game time, ho!”. Había llegado la hora de
jugar.
El marcador final, un corto 84-82, podría hacer pensar en un mal partido
plagado de errores, pero no fue así. Los Jazz mantuvieron controlado a Jordan
lanzándole dobles y triples marcajes, controlaron el rebote defensivo y
recibieron la ayuda de sus suplentes; mientras, Pippen dio muestras de estar
recuperado de su lesión jugando a gran nivel, y los Bulls consiguieron negarle
el centro de la pista a Stockton y hacerle perder un número
sorprendentemente alto de balones.
Fue un partido muy igualado con leves ventajas para los visitantes que se
resolvió en un final de infarto con algunas decisiones arbitrales un tanto
rigurosas. Jordan empató el partido con un tiro libre a falta de 40 segundos,
Malone bloqueó a Stockton para un último triple y, cuando el aro lo escupió,
recibió la falta de Rodman luchando por el rebote casi en medio campo. En
cierto sentido, esos últimos siete segundos resumieron las finales entre estos
dos equipos, dándole a Karl Malone la fama de desmoronarse en los instantes
decisivos y confirmando la de Michael Jordan como el mayor finalizador de
partidos de la NBA moderna. Malone falló sus dos tiros libres, el segundo
después de que Pippen le recordara que era domingo y “el cartero no trabaja
los domingos”, y los Bulls pidieron tiempo muerto para poner en cancha a
todos los tiradores de la plantilla. Todos sabían para quién iba a ser ese último
tiro, pero Phil Jackson esperaba retrasar las ayudas defensivas del rival al
obligarle a flotar a Kerr, Kukoc o Buechler. Para su sorpresa funcionó mejor
de lo esperado, y los Jazz dejaron solo a Bryon Russell sobre Michael Jordan
incluso después de recibir el balón. “Intentaba ver el dos contra uno, pero no
venía. Hice un cambio de mano y él intentó el robo. Sabía que conseguiría
una buena posición de tiro yéndome para la izquierda.” Russell efectivamente
metió la mano, alterando su posición y obligándole a rectificar, pero no sirvió
de nada. Jordan se elevó, corrigió la posición y anotó una suspensión infalible
sobre la bocina desde el toro pintado en el lado izquierdo.
Michael Jordan bromeaba con los fallos finales desde el tiro libre de los
dos jugadores que habían competido por el MVP, pero a menudo la diferencia
se veía en el partido siguiente. Los Bulls salieron totalmente concentrados,
encajonando a Stockton en defensa y circulando el balón con comodidad en
ataque, y tomaron el control desde el primer minuto. Pippen tuvo una mala
noche en el tiro, pero Jordan la compensó sobradamente anotando 11, 9 y 10
Página 317
puntos en los tres primeros cuartos y permitiendo así que Chicago llegara a
los veinte puntos de ventaja en el último cuarto. Mientras, Karl Malone supo
que no iba a ser su día cuando falló dos tiros libres apenas comenzar el
partido, provocando las burlas del público. Debido a la diferencia de tamaño
con Rodman, Phil Jackson asignó su defensa a Luc Longley y Brian
Williams, y Malone nunca llegó a encontrarse cómodo en el partido. Los Jazz
maquillaron el resultado en los minutos finales, cuando a los Bulls sólo les
preocupaba que Jordan consiguiera la asistencia que le faltaba para el triple-
doble (un par de fallos clamorosos de Pippen lo impidieron) o ver a Dennis
Rodman anotar una canasta de tres con desparpajo a falta de ocho segundos.
De camino a Utah para el tercer partido se hablaba incluso de la posibilidad
de una barrida, algo que los Jazz no estaban dispuestos a admitir.
Phil Jackson le echó la culpa a la altitud de Salt Lake City, al humo de la
motocicleta de la mascota de los Jazz y al ruido de los fuegos artificiales
durante la presentación del equipo local, pero incluso él sabía que el
dramático cambio de la serie entre el segundo y el tercer partido tenía otras
causas. Karl Malone había tenido que afrontar las críticas por su conformismo
en Chicago, tirando de fuera en lugar de meterse al poste donde hacía más
daño, y después de soportar que se hablara de Jordan como el auténtico MVP
por fin había llegado la hora de responder. Malone y el pívot suplente Greg
Foster aplastaron a los Bulls y abrieron una brecha antes del descanso que ya
no se pudo cerrar a pesar del festival de triples de Scottie Pippen y de los
puntos de Brian Williams. Los Jazz aprovecharon su ventaja reboteadora para
salir en velocidad antes de que los Bulls pudieran montar su defensa, y
mejoraron el marcaje sobre Michael Jordan usando a defensores más altos.
Aunque seguirían rotando a casi todos sus exteriores en esa defensa, el papel
principal pasó del escolta Jeff Hornacek al alero Bryon Russell, más grande y
fuerte para producir un mayor desgaste.
Se considera que con el formato 2-3-2 estadísticamente el partido más
importante de una eliminatoria es el cuarto, ya que suele ser donde se decide
si el equipo que juega los tres encuentros seguidos en casa podrá ganarlos los
tres o no. El cuarto partido de la serie fue una vuelta a los marcadores bajos y
apretados, a la igualdad y la defensa, con Jordan maniatado durante muchos
minutos y los Bulls sobreviviendo a base de balones robados, y lo terminó
ganando quien supo ejecutar mejor sus opciones en los minutos finales. Un
mate al contraataque de Michael Jordan pareció definitivo al proporcionar una
ventaja de cinco puntos a los Bulls quedando dos minutos y medio, ya que su
capacidad para rematar al rival en esas circunstancias era bien conocida. Sin
Página 318
embargo, esta vez fue John Stockton el que tomó el control con nervios de
acero para encestar un triple, robar el balón y provocar una rigurosa falta de
Jordan, y finalmente con la jugada conocida como “The Pass”. No hace falta
más, cualquier aficionado conoce qué pase es “el pase”: último minuto, Jazz
uno abajo, Stockton captura el rebote y lanza el balón a una mano a la otra
punta del campo. “Si el tiempo se hubiera parado mientras el balón iba por el
aire, Jerry me habría estrangulado”, declaró Stockton sobre su entrenador. El
pase llegó a la mano de Karl Malone medido al centímetro para anotar la
bandeja y poner a su equipo por delante, y cuando no entró el lanzamiento
triple de Steve Kerr los Bulls se vieron obligados a hacer falta. Esta vez Jeff
Hornacek no dejó que Scottie Pippen se acercara a Malone, y éste anotó los
dos tiros libres. El triple a la desesperada de Jordan no entró, y la serie
quedaba 2-2. Tiempo después se dijo que los fallos finales de los Bulls se
pudieron deber al menos en parte a un error de un subalterno, que en lugar de
la bebida isotónica Gatorade dio a los jugadores Gator Lode, un líquido
hipercalórico utilizado para recuperarse después de jugar que cayó a plomo en
sus estómagos. No es sorprendente que Jordan llegara a pensar que lo estaban
envenenando.
Nunca ha quedado clara la naturaleza de la enfermedad que sufrió
Michael Jordan antes del quinto partido. Parece evidente que se trataba de
algún tipo de virus estomacal que le provocó náuseas, arcadas, diarrea,
deshidratación y agotamiento. “Estaba asustado, no sabía qué me estaba
pasando.” Inicialmente los médicos del club sospecharon de algún tipo de
gripe vírica, y así ha pasado a la historia: “The Flu Game”, el partido de la
gripe. Otros, como su acompañante George Koehler, sospechaban una posible
intoxicación. “Pidió una pizza en un local cercano. Si no recuerdo mal era una
pizza de pepperoni. Nadie comió pizza excepto Michael. A las dos o las tres
de la mañana, Michael se despertó con el estómago revuelto.” Hubo quien
planteó si no sería más bien el llamado “virus del golf”, que era el apodo de
los enfriamientos que sufría periódicamente después de jugar demasiados
hoyos en días de viento; al fin y al cabo, Dennis Rodman no había ocultado su
viaje a Las Vegas para distraerse. Pero pronto se comprobó que esta vez era
algo serio, tanto como para impedirle entrenar e incluso para poner en duda su
participación en el encuentro que podría ponerlos al borde de la derrota
definitiva. “No había dormido en más de 36 horas… pizza de pepperoni,
antiácidos, somníferos, laxantes, quién sabe cuántos cafés, y Gator Lode en el
cuerpo”, recordaba Koehler. “Michael debería haber ido al hospital. Pero él es
como és, y es difícil comprender la intensidad de su fuerza de voluntad.”
Página 319
Los Jazz no dejaron escapar la oportunidad y se escaparon en los primeros
minutos con un amenazador 23-9. Jordan jugaba a rachas, alternando fases de
desaparición con momentos de brillantez, y era Scottie Pippen el que tenía
que sostener con regularidad al equipo en las dos canastas. Michael Jordan
anotó 17 puntos en el segundo cuarto para impedir que los Jazz rompieran el
partido, pero en el descanso se encontraba tan débil que le pidió a Phil
Jackson que lo usara esporádicamente. Sin embargo, en las finales se aplica el
dicho de que si puedes andar entonces puedes jugar, y con los Bulls al límite
Jackson apenas pudo darle descanso. Después de otro cuarto desaparecido,
Jordan reaccionó con 15 puntos rematados por un triple en el último minuto
con el partido empatado. Aguantaba de pie como un boxeador sonado que se
niega a besar la lona, y la imagen de la final no fue una canasta espectacular
sino un jugador enfermo al que llevaban abrazado al banquillo. “Ni siquiera
me di cuenta de si entró el triple o no. Apenas me tenía en pie.”
De vuelta en Chicago con dos “bolas de set”, los jugadores pidieron a Phil
Jackson que se olvidara de vídeos y les dejara ver la película que había
elegido como tema para la final: “Silverado”. Igual que el film, el sexto
partido se dirigió de forma inexorable hacia un desenlace dramático, después
de más defensa, más rebotes de los Bulls, más angustias desde el tiro libre
para Karl Malone y una remontada de los locales gracias a que el rookie
Shandon Anderson falló un par de canastas de ésas que no se pueden fallar.
Quedaba medio minuto, un punto abajo y balón para Chicago. “Steve lo había
pasado mal desde el cuarto partido, cuando falló un triple al final y se metió
en su dormitorio. Él no sabe que su mujer me contó que se pasó horas con la
cabeza enterrada en la almohada porque pensaba que nos había fallado.” Era
el final de la metamorfosis, un Michael Jordan que ya no necesitaba que nadie
le dijera quién estaba solo para tirar, y que incluso sabía reconocer el estado
anímico de un compañero y aprovecharlo para ganar. Steve Kerr estaba muy
lejos del nivel de juego de Jordan, pero a su manera también se definía por su
aportación al equipo, y como tirador los fallos carcomían su propia identidad.
Kerr necesitaba redimirse, y en 1997 Jordan era capaz de verlo y de entender
que el equipo podía usar esa necesidad para triunfar. “Todo el mundo en el
pabellón, todos los espectadores por televisión, sabían que el balón sería para
mí. Miré a Steve Kerr y le dije ‘ésta va a ser tu oportunidad’.” Al final del
tiempo muerto, después de que Phil Jackson hubiera diseñado la jugada,
Michael Jordan se volvió hacia Kerr: “Stockton va a flotarte y vendrá a la
ayuda”. “Cuando salga a la ayuda”, respondió Steve Kerr, “estaré preparado”.
Como en el final de una película, Michael Jordan recibió en el lado izquierdo
Página 320
frente a Bryon Russell, Stockton vino a la ayuda y Hornacek tuvo que intentar
cubrir a Kukoc en la esquina y a Kerr en el centro. Kerr se deslizó hacia el
tiro libre, recibió el pase de vuelta y anotó la canasta que ponía fin a todas las
comparaciones negativas con John Paxson. Luego Pippen robó el último
balón y Kukoc cerró con un mate, pero el título del 97 quedaría vinculado con
la canasta de Steve Kerr a pase de Jordan.
El propio Kerr lo reconoció durante la celebración del título: “Cuando
pedimos tiempo muerto a falta de 25 segundos, Phil le dijo a Michael ‘quiero
que hagas el último tiro’, y Michael contestó ‘no me siento cómodo en estas
situaciones, mejor usemos otra alternativa’. Y yo pensé, bueno, otra vez que
tengo que salvarle el culo a Michael”. Michael Jordan, recuperado del enfado
que sufrió cuando descubrió que durante el último partido alguien había
entrado en el vestuario y le había robado $100.000 en joyas (incluida su
alianza de boda) prefirió enviar un mensaje: “Tenemos derecho a defender lo
que hemos conquistado”.
Página 321
Chicago, 1997-99
¿Qué legado? Yo no tengo ningún legado. Sólo tengo mi vida.
Página 322
Dado que Phil Jackson había dejado claro que en ese caso no renovaría, era
preferible que se marchara para no intervenir en el proceso hasta determinarse
si seguiría entrenando a los Bulls o no. Aunque Jerry Krause evitó cualquier
falta de respeto hacia el entrenador, la situación fue muy desagradable para
Phil Jackson, y supuso la cancelación de las reuniones de fin de temporada
con la plantilla. Además, fue imposible evitar que la prensa se enterara de lo
sucedido, y la noticia de que los Bulls estaban planificando la disolución del
equipo campeón no mejoró precisamente la imagen de Krause y la franquicia.
Un complicado traspaso a tres bandas con Boston y Denver de Pippen y
Longley por la elección de Keith van Horn se vino abajo cuando los Nets
escalaron posiciones, y Krause no veía claro lo de mandar a Pippen a los
Grizzlies a cambio del número cuatro para usarlo en Tracy McGrady, así que
Jerry Reinsdorf optó por el plan B: renovarlos a todos por una temporada
más. De ahí el enfado del propietario por las palabras de Jordan durante la
celebración del campeonato, ya que su intención era presentar las
renovaciones como un acto de generosidad y no como una cesión a las
demandas de la estrella del equipo.
El principal escollo para llevar a la práctica ese plan B era la renovación
de Phil Jackson, ya que el año anterior Krause y Reinsdorf habían terminado
enfrentados con su agente de forma tan agria que el propietario de los Bulls
tuvo que pedir disculpas por haberse excedido. Fue necesario que trataran
directamente Reinsdorf y Jackson para alcanzar un acuerdo por una última
temporada y seis millones de dólares, pero eso no trajo la calma a la
franquicia. Jerry Krause anunció la renovación de Phil Jackson haciendo
hincapié en que se trataba de un único año improrrogable, con un tono casi
festivo que le traicionaba al revelar sus auténticos sentimientos. Aunque luego
se declarara ofendido por la idea de que se alegraba de librarse del entrenador,
todos sabían ya que estaba contando los días para traer a su nuevo
descubrimiento, el entrenador de Iowa State Tim Floyd. Phil Jackson, que
apodó a su rival “Pinky” Floyd (en referencia a la serie de animación Pinky y
Cerebro, con Krause en el papel de “Cerebro”), reconocía bien la situación:
“Jerry se enamora de cierta gente. Hubo una época en la que estuvo
enamorado de mí”. La situación explotó en pretemporada, cuando Jerry
Krause invitó a Tim Floyd a la boda de su hija adoptiva pero no a Phil
Jackson alegando que se trataba de una celebración privada ajena al trabajo.
Pero Jackson sabía que Krause no tenía vida privada y que había aprovechado
la ocasión para presentar a su amigo Tim Floyd a la plana mayor de los Bulls.
Ambos mantuvieron un durísimo enfrentamiento a voces en las oficinas,
Página 323
durante el cual Krause le recordó que el propietario había dejado claro que era
la última temporada de Jackson en Chicago: “I don’t care of we go 82-0,
you’re fucking gone”, bramó, y le exigió que lo reconociera delante de la
prensa para evitar malos entendidos. “Este será el último año”, declaró
Jackson a los periodistas. “No queremos hacernos ilusiones como el año
pasado, ni que se repita si accidentalmente ganamos el campeonato o algo así.
Le he asegurado que me marcharé al terminar la temporada, y él me ha
ayudado a tomar esa decisión.”
Y a continuación, Jerry Krause cometió su peor equivocación en el “Día
de la Prensa”, cuando respondiendo a las preguntas sobre la situación interna
de la franquicia pronunció la frase que se quedaría asociada a su nombre:
“Los jugadores y entrenadores no ganan campeonatos, son las organizaciones
quienes los ganan”. Posteriormente afirmó que la frase había sido citada
incompleta y que lo que había dicho era que los jugadores y entrenadores no
ganaban “solos”, aunque la opinión generalizada era que Krause había
cometido uno de sus clásicos lapsus diciendo lo que realmente pensaba en
lugar de lo que pretendía decir. En cualquier caso, más allá de las palabras
textuales la frase se convirtió en la descripción de la política deportiva de los
Bulls y puso en bandeja que Jordan respondiera que no recordaba a ningún
ejecutivo de la franquicia jugando enfermo el quinto partido de la final.
“Quizá pagaron el avión que nos llevó”, concedió con ironía. Después de esa
sucesión de errores ante la prensa, Reinsdorf y Krause se encontraron en una
posición muy vulnerable durante toda la temporada, incapaces de responder
públicamente a las críticas de Jackson y Jordan sin dar una imagen de
ingratitud por criticar al entrenador y a la estrella que habían traido a Chicago
todos esos campeonatos.
La renovación de Michael Jordan fue más sencilla, una vez que Reinsdorf
se hizo a la idea de que no iba a convencer al jugador de que el salario de
treinta millones por temporada era una compensación por lo poco que había
cobrado en el pasado. Jordan sabía que ése era su valor real de mercado, y
quería un aumento del 20% que se quedó en la mitad por un total de 33
millones, lo cual significaba que el jugador cobró un total de 63 millones por
sus dos últimas temporadas cuando el verano anterior había ofrecido firmar
por 50 millones; al final, Reinsdorf sí que se arrepintió del contrato que había
firmado. Los Chicago Bulls acudieron al Open McDonalds en París sin haber
firmado aún a Dennis Rodman, quien declaró inicialmente que estaba
dispuesto a jugar gratis y luego se encastilló en los diez millones de dólares,
pero se trataba de un puro trámite. París representaba para Michael Jordan
Página 324
uno de los últimos refugios que le quedaban, un lugar por el que aún podía
pasear sin verse asediado por los curiosos incluso después de los JJ.OO. de
1992, pero la promoción del torneo (que ganaron los Bulls sin excesiva
brillantez) le obligó a recluirse en el hotel y a renunciar a sus planes de
recorrer la ciudad de la luz con su familia.
Después de un draft que sólo produjo la curiosidad de ver a Roberto
Dueñas elegido por los Bulls en segunda ronda, Jerry Krause completó la
plantilla con Joe Kleine, un voluminoso pívot que ocuparía la plaza del
retirado Robert Parish, y el alero Scott Burrell, obtenido de los Warriors a
cambio de Dickey Simpkins para parchear la polémica lesión de Scottie
Pippen. Pippen no se había recuperado del daño que sufrió en su pie izquierdo
durante la serie contra Miami y se enfrentó a la franquicia cuando decidió
esperar hasta la pretemporada para operarse como forma de protestar por su
situación contractual. Era uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la
NBA y Jordan había dicho que la mitad del MVP de la última final era suyo,
pero ganaba menos que Longley, Harper o Kukoc, y se pasaban el día
intentando traspasarlo. Una cosa era que Jordan recibiera un trato especial y
otra muy distinta cobrar menos de la mitad que Rodman, así que Pippen fue
retrasando una operación que debió realizarse apenas terminar la temporada.
Jerry Krause intentó tener paciencia, pero cuando supieron que Pippen había
participado en dos amistosos sin autorización le mandaron un fax
prohibiéndole volver a jugar sin el visto bueno de los médicos del club. Esa
prohibición incluía el partido benéfico patrocinado por el propio Pippen, lo
cual provocó el enfado del jugador, que se quejó de que la redacción del fax
rozaba el racismo. Scottie Pippen llevaba mucho tiempo disgustado con
Krause y con los Bulls, pero hasta este momento sus sentimientos no habían
afectado a su rendimiento deportivo. Pero su decisión de retrasar la operación
suponía una ausencia durante varios meses de liga, lo cual obligaría a un
sobreesfuerzo por parte de los demás jugadores. Michael Jordan ya estaba
trabajando con Tim Grover una preparación física específica para la situación,
y la actitud de Pippen durante la primera mitad de la fase regular agravaría el
problema hasta provocar su aislamiento y poner en peligro el objetivo común
del anillo.
Scott Burrell llegaba para ayudar a cubrir esa ausencia, y casi
inmediatamente se convirtió en el blanco de las burlas de Jordan. “Vamos a
mandarte otra vez a los Warriors y pedirles que nos devuelvan a Simpkins”, le
decía. Burrell era un jugador muy completo, rápido y fuerte, con tiro exterior,
buen salto y defensa más que aceptable. Su facilidad para lesionarse le había
Página 325
impedido asentarse en la liga, pero los Bulls confiaban en que los excelentes
preparadores de la franquicia conseguirían que jugara con continuidad. A
veces Michael Jordan decidía convertirse en mentor de los nuevos fichajes,
pero se volvía especialmente exigente con los jugadores que en su opinión no
aprovechaban todo su talento, como Toni Kukoc. En lugar de hacer como
Kukoc e intentar que se olvidara de él, Burrell decidió plantarle cara y lo
desafió a un uno-contra-uno. Jordan ganó, luego volvió a ganar en la revancha
y finalmente se negó a seguir jugando. “Quieres jugar para contarle a tus hijos
cuando crezcan que le ganaste a Jordan, pero ¿qué voy a decirle yo a mis
hijos? ¿Que le gané a Scott Burrell?” Sin embargo, esa actitud combativa del
joven alero le gustó mucho a Jordan, y empezó a dedicarle más atención y a
felicitarle por cada acción positiva.
Los Bulls tuvieron un comienzo de temporada tan decepcionante que
Michael Jordan los comparó a un equipo de expansión. Con Pippen de baja el
rendimiento ofensivo del equipo se resentía, y la irregularidad de Kukoc
sumado a la decadencia física de Harper (apodado “patapalo” por sus
compañeros) hacía que los rivales pudieran centrar su defensa exclusivamente
en Jordan. “Me están dando con todo”, se quejaba. Cerraron el primer mes de
competición con un mediocre 9-7 y gracias, que hasta para derrotar a los
tristes Clippers necesitaron dos prórrogas y una nueva exhibición de Michael
Jordan, que empató el partido al rebote de su propio tiro libre y luego anotó
todos los puntos de los Bulls durante el segundo tiempo extra. Para colmo
también se había lesionado Kerr, y Dennis Rodman mostraba su peor cara y
recordaba los malos momentos de la temporada anterior, más interesado en
discotecas y casinos que en jugar. Una personal en ataque suya impidió que
Jordan empatara el partido contra los Hawks en los últimos segundos, y
provocó el enfado de la estrella. Además, la idea de Phil Jackson de que
Scottie Pippen viajara con el equipo durante la tradicional gira de noviembre
para que se fuera integrando fue un desastre debido a la insistencia de Jerry
Krause de acompañarles.
El fax de Krause había sido la gota que colmaba el vaso para Pippen, y
sentía que después de entregarse al 100% a pesar de su mal contrato como
recompensa intentaban traspasarlo. Por su parte, los dos Jerrys veían al
jugador como un ingrato que sólo sabía quejarse, incluso después de que le
adelantaran una importante cantidad de dinero que por contrato debería haber
cobrado mucho después. Después de un partido, Pippen hizo unas
declaraciones incendiarias en las que pedía ir a otro club, expresaba su deseo
de no volver a jugar con la camiseta de los Bulls y llegaba al extremo de
Página 326
insinuar que estaba fingiendo no estar recuperado de la cirugía para retrasar
su incorporación al equipo. Era evidente que estaba intentando forzar su
traspaso, y ante la falta de respuesta decidió ir a más provocando un
enfrentamiento durante el viaje a Seattle. En sí no era ninguna novedad, ya
que tanto Pippen como Jordan habían aprovechado los viajes para usar a
Krause como blanco de sus burlas con tanta frecuencia que Phil Jackson había
sido criticado por no ponerles freno (el entrenador parecía creer que Krause se
lo buscaba con su presencia). Jordan en especial solía dedicar los trayectos en
autobús a mofarse de sus compañeros, desde jugadores a utilleros, y a
excepción de Scott Burrell la mayoría intentaba ignorar las pullas de Jordan y
esperar a que se cansara. Pero de Jerry Krause nunca se cansaba, aunque éste
se limitaba a murmurar “ya empieza el bocazas de North Carolina”. Durante
la final en Utah el autobús tenía que ir más lento al subir las empinadas
cuestas de la zona, y Jordan aprovechaba para atribuir la falta de velocidad al
peso extra del vicepresidente.
Lo que sucedió en Seattle fue mucho más allá. Scottie Pippen había estado
bebiendo en el avión, cuando subieron al autobús del aeropuerto al hotel
estaba evidentemente embriagado. Empezó a hacer comentarios sarcásticos
que fueron subiendo de tono hasta terminar en gritos pidiendo que le hiciera
un nuevo contrato o le dejaran irse a otro equipo, salpicados de insultos y
burlas. La situación se hizo tan violenta que Phil Jackson se vio obligado a
intervenir. El entrenador cogió una botella de cerveza y la alzó hacia Pippen,
lo cual hizo pensar a algunos de los presentes que estaba brindando con el
jugador. Nada más lejos de su intención, según Jackson, que estaba
intentando hacerlo callar: “Has bebido demasiadas cervezas”. Jerry Krause
aguantó en silencio el chaparrón, y cuando volvió a encontrarse con Pippen a
la mañana siguiente intentó seguir adelante olvidando lo sucedido. “Buenos
días, Scottie”, le dijo. “Vete al infierno, Jerry.”
A pesar de ello, Krause seguía manteniendo que no traspasarían a Scottie
Pippen salvo que recibieran una oferta claramente ventajosa. Phil Jackson
sabía que lo necesitaba para tener posibilidades de ganar, así que eran dos las
complicaciones que se le presentaban: por un lado corría el peligro de que
Pippen cumpliera su amenaza y no volviera a jugar con los Bulls, y por otro
existía la posibilidad de que aunque volviera las disensiones internas hicieran
imposible la victoria. Para navegar estas aguas turbulentas necesitaría mucha
mano izquierda y el apoyo de Michael Jordan. Lo primero era hacerle
comprender que se había excedido y estaba dañando al equipo, y para eso
Jackson y Jordan realizaron unas declaraciones criticando la postura de
Página 327
Pippen. El entrenador recordó que Jordan había vuelto del béisbol después de
que Pippen se lo pidiera, mientras que la estrella de los Bulls hizo hincapié en
que todos habían tenido problemas con Krause pero nunca habían dejado que
afectara al juego del equipo. También contaban con el apoyo de Ron Harper,
uno de los mejores amigos de Pippen y un jugador muy respetado en el
vestuario por cómo se sacrificaba por el bien del equipo. Cuando Harper vino
a decirle que se equivocaba, Pippen le escuchó. Fue entonces cuando Phil
Jackson empezó la segunda parte de su plan, que consistía en convencerle de
que no había quemado sus naves y que aún era posible dar marcha atrás y
volver a formar parte del equipo. La reacción de Pippen fue tan inesperada
como su estallido, ya que decidió llamar personalmente a Jerry Reinsdorf. El
propietario de los Bulls le aseguro que nunca lo habían ofrecido en un
traspaso sino que se habían limitado a estudiar las ofertas recibidas, y aunque
el jugador no terminó de creerlo se abrió una puerta a su reincorporación a la
plantilla. En uno de los actos navideños de los Bulls, un niño se acercó a
Pippen y le preguntó si iba a volver al equipo. “Yeah”, y le sonrió.
La vuelta de Scottie Pippen a las canchas aún sufriría otro retraso, ya que
las pruebas médicas que debían confirmar su recuperación revelaron que el
jugador se había deteriorado significativamente durante su baja. El enfado de
Pippen con la franquicia había hecho que descuidara su rehabilitación, y su
forma física estaba lejos de lo necesario para jugar en la NBA. Eso
significaba que el equipo debería reaccionar por sus propios medios y Phil
Jackson encontró la manera perfecta: nada une tanto como un enemigo
común, así que creó una dinámica de “nosotros contra ellos” dentro de la
propia franquicia. La motivación de la plantilla sería ganar para demostrarle a
la gerencia que eran mejores de lo que creían, que no se merecían verse
tratados así, que romper el equipo sería el mayor error de los Bulls en su
historia. Jackson llegó a declarar que sospechaba que algunos informaban a
Krause de lo que sucedía en el vestuario, lo cual hizo que los jugadores más
próximos al vicepresidente como Kukoc o Wennington se plantearan si estaba
recortando su tiempo de juego por eso.
La estrategia de Phil Jackson funcionó porque se apoyaba en una base real
de resentimiento de la plantilla hacia Jerry Krause, especialmente desde que
se trasladaron al Berto Center. Este centro de entrenamiento estaba diseñado
para alejar a la prensa, pero también significaba que Krause y los jugadores
trabajaban en el mismo edificio y estaban en contacto permanente, lo cual
exacerbaba cualquier fricción. Después de ganar el anillo se produjo una
breve reconciliación cuando Jordan abrazó a Krause y a su esposa con
Página 328
sentimiento, reconociendo su aportación a la victoria, pero cuando empezó la
nueva temporada la situación revertió a lo habitual. La insistencia del
ejecutivo por viajar con el equipo seguía siendo el mayor foco de tensiones,
sobre todo cuando se empeñaba en usar las instalaciones del vestuario a pesar
de que sabía que para los jugadores eso se trataba de algo muy cercano a una
invasión de su intimidad. Uno de los momentos más ridículos de la
pretemporada se produjo cuando Michael Jordan encontró el retrete del
vestuario ocupado por Jerry Krause justo antes de salir a jugar. Jordan seguía
una rutina muy definida antes de cada partido, que empezaba poniéndose los
pantalones de North Carolina debajo de los de los Bulls y terminaba
salpicando resina a “Red” Kerr, y una de sus prerrogativas era ser el último
jugador en vendarse los tobillos y luego pasar por el servicio. La presencia de
Krause en ese momento resultaba de lo más inoportuna, y la respuesta de
Jordan fue realizar una serie de comentarios burlones y punzantes sobre el
directivo fingiendo no haberse dado cuenta de quién ocupaba el excusado,
provocando la hilaridad entre sus compañeros. Phil Jackson había convertido
a los Bulls en una especie de esfera protectora dentro de la que Jordan se
sentía cómodo, e intentó hacerlo extensivo a Pippen.
Después de un mes de noviembre mediocre, los Bulls reaccionaron en
diciembre y encadenaron ocho victorias consecutivas. Toni Kukoc subió su
rendimiento de manera perceptible, y con la mejora colectiva Michael Jordan
recuperó sus porcentajes de tiro habituales. A eso había que sumar el cambio
de Dennis Rodman, que dejó de lado sus excentricidades y volvió a recordar
al ala-pívot que les había impresionado dos años atrás. A pesar de que fue
suspendido después de una noche de juerga por faltar a un entrenamiento, en
general su rendimiento fue sobresaliente y su actitud más que satisfactoria,
algo que Phil Jackson atribuía a las primas por buen comportamiento
incluidas en su nuevo contrato. El resurgir de los Bulls hizo que aumentara la
expectación por su enfrentamiento con los Lakers a mediados de diciembre.
Los angelinos llegaban con la baja por lesión de Shaquille O’Neal y eso hizo
que los locales rompieran el partido desde el primer cuarto, pero el interés del
público se centraba en el duelo entre Michael Jordan y un joven llamado
Kobe Bryant que se decía que intentaba imitar todos sus movimientos dentro
y fuera de la pista. A pesar de que aún estaba lejos del maestro, Bryant se
estaba convirtiendo en una de las estrellas de la liga a ojos vista, y Jordan se
encontró con la extraña sensación de estarse defendiendo a sí mismo. Con el
partido resuelto, los Lakers decidieron no hacer dos contra uno para dejar que
Kobe se midiera con Jordan, y aunque éste resultó vencedor el joven aprendiz
Página 329
dejó algunas jugadas para el recuerdo. “¿Nosotros saltábamos tanto?”, le
preguntó Jordan a Pippen. “A mí me parece que no.” Para su asombro, Kobe
Bryant no tuvo reparos en acercarse a él durante unos tiros libres y hacerle
unas preguntas sobre cómo colocarse al poste. “Me sentí viejo”, declaró
Jordan. “Le dije que cuando estoy al poste para la media vuelta en suspensión,
siempre uso las piernas para detectar dónde está la defensa y reaccionar.”
Los Bulls estaban volviendo a jugar como un equipo campeón antes
incluso de recuperar los servicios de Scottie Pippen. En diciembre derrotaron
a los Bucks por 84-62 batiendo el récord de la franquicia de anotación más
baja del rival, y poco después convirtieron a Phil Jackson en el entrenador
más rápido en alcanzar las 500 victorias. Y en enero volvió por fin Pippen,
que parecía dispuesto a poner en segundo plano su mala relación con la
gerencia. “Me gustaría terminar aquí la temporada”, declaró. “El equipo está
deseando ir a por el sexto campeonato.” Y entonces Jerry Krause cometió el
error de ir a la prensa, en un gesto incongruente en una persona que en la
intimidad solía referirse a los periodistas como “prostitutas”. Los éxitos del
equipo proporcionaban constantes oportunidades para que Jackson y los
jugadores hicieran declaraciones a los medios, y Krause estaba cansado de ver
cómo Jordan aprovechaba cualquier oportunidad para repetir que los estaban
echando de los Bulls y que no jugaría para otro entrenador. Krause concedió
una larga entrevista al Chicago Tribune en la que se limitaba a insistir en que
no estaba intentando echar a nadie, pero volvió a equivocar el momento y las
formas. El tono de sus declaraciones sólo sirvió para confirmar a los
aficionados que el vicepresidente estaba ansioso por iniciar la reconstrucción
y demostrar que era capaz de ganar sin Jordan, y además se publicaron justo
antes del fin de semana del All Star, cuando Michael tendría a su disposición
a toda la prensa del país para contestarle a gusto.
“No veo ninguna luz al final del túnel. Creo que la gerencia ha expuesto
su postura y no veo cómo puede resolverse a mi favor”, declaró delante de un
millar de periodistas. “Es triste, pero siempre es triste que termine una etapa.”
Michael Jordan volvió a insistir en que sólo jugaría para Phil Jackson, y en
que desearía que el bloque de los Bulls se mantuviera una temporada más. En
su opinión se trataba de una lucha por el control del equipo, y no otorgaba
credibilidad a los rumores de que los propietarios minoritarios estaban
presionando a Reinsdorf para reducir los gastos y repartir beneficios. La
prensa neoyorquina había fantaseado con la posibilidad de verlo con Jackson
en los Knicks, ya que se trataba del equipo favorito del entrenador y Jordan
había considerado esa opción en 1996, pero el jugador lo descartó
Página 330
tajantemente: “O Chicago o nada”. A continuación, Michael Jordan saltó a la
pista del Madison Square Garden y completó su respuesta a Krause con 23
puntos, 8 asistencias y 6 rebotes para conquistar su tercer MVP en un All Star.
Jerry Reinsdorf ya no podía más; la estrella de su equipo había obtenido uno
de los principales galardones de la NBA y en lugar de promocionar a los
Bulls sólo había servido para dejarlos en evidencia debido a la torpeza de su
vicepresidente. Hizo circular una nota interna exigiendo que cesaran las
declaraciones a la prensa sobre el futuro del equipo, aunque probablemente
llegaba demasiado tarde y el daño ya estaba hecho. Poco después, el joven
Kevin Garnett aparecía por televisión descartando un posible futuro en
Chicago después de ver el trato que los Bulls estaban dispensando a Michael
Jordan.
La fecha límite para traspasos pasó y Scottie Pippen seguía en el equipo,
pero eso no evitó la polémica. En el último momento, Jerry Krause envió al
alapívot Jason Caffey a los Warriors a cambio de David Vaughn, un jugador
que ya había sido descartado por los Bulls y que volvió a ser cortado pocos
días después. Caffey era un buen defensor y reboteador útil como suplente de
Rodman, así que deshacerse de él sin obtener nada a cambio provocó el
enfado de la plantilla y las críticas de la prensa, que llegó a insinuar que
Krause podría estar intentando sabotear la temporada para hundir a Phil
Jackson. En realidad, el entrenador no se opuso al traspaso, ya que Caffey
terminaba contrato y eso era una posible fuente de problemas. Su marcha
dejaba una plaza libre que podían ocupar con Dickey Simpkins, casualmente
cortado por los Warriors poco después, un jugador en el que Jackson estaba
interesado como especialista para defender a rivales como Mourning o Kemp
que eran demasiado grandes para Rodman y demasiado rápidos para Longley.
“Les dije lo que quería, un jugador tipo Brian Williams”, admitió en privado.
Jerry Krause se enfadó al ver que Phil Jackson no aclaraba a los jugadores y a
la prensa que estaba de acuerdo con el cambio, pero el entrenador había
decidido dejar de facilitarle la vida a la gerencia.
Michael Jordan no iba a dejar que la orden de evitar declaraciones a la
prensa le impidiera mandar su mensaje. El último partido de los Bulls en el
Madison Square Garden podía ser la última visita que hiciera como jugador al
legendario pabellón, y apareció con un par de Air Jordan I de 1984. Jordan
declaró que se las había encontrado por casualidad en un armario, pero el
significado de la imagen de esas zapatillas de su temporada rookie era
demasiado evidente como para creer en coincidencias. Y no era sólo el
calzado, también su juego parecía remontarse a 1984, con 42 puntos y una
Página 331
canasta a la remanguillé mientras lo abrazaba Terry Cummings que recordaba
a sus primeros años en la liga. El Madison se puso de pie quizás por última
vez para despedirle porque era un rival, pero había sido el mayor de todos.
Después de verlo con esas zapatillas era evidente que Jordan reconocía el
sentimiento de que el final estaba cerca; desde entonces las entrevistas
dedicaron la mayor parte de su espacio a rememorar su carrera y a un futuro
lejos de las canchas. Pero cuando le preguntaban si le había quedado algo por
conseguir en el baloncesto, volvía al presente: “Aún no he logrado ganar seis
anillos”.
Una consecuencia positiva de la larga ausencia de Scottie Pippen es que
estaría más descansado para la segunda mitad de la temporada. Eso mismo
sucedía con Steve Kerr, y con Scott Burrell aportando cada vez más los Bulls
encadenaron 13 victorias entre marzo y abril para colocarse con el mejor
récord de la liga. Por contra, los interminables problemas de rodilla de Luc
Longley eran un problema en el rebote defensivo, ya que no contaban con
otro pívot grande que ocupara su papel. A falta de seis partidos aún llevaban
una victoria de ventaja sobre los Jazz, pero dos derrotas consecutivas en la
última semana permitieron que Utah les alcanzara. Ambos equipos
terminaron empatados con un balance de 62-10, pero los Jazz habían ganado
sus dos enfrentamientos directos y tendrían ventaja de cancha si como se
esperaba llegaban a la final. Para eso tendrían que superar los playoffs, y Phil
Jackson decidió aprovechar que se trataba del último momento de intimidad
que tendrían para convocar una reunión especial sólo para el equipo, es decir
jugadores y entrenadores. Jackson había llamado a la temporada “The Last
Dance”, el último baile, y los indicios de que estaba terminando una época se
multiplicaban: su matrimonio se dirigía de manera inexorable al divorcio, le
habían diagnosticado un cáncer a Gus Lett, el maduro guardaespaldas que se
había convertido en una figura paterna para Jordan, y el fisioterapeuta Chip
Schaefer se había enterado de que le estaban buscando sustituto para eliminar
cualquier recuerdo de Phil Jackson en cuanto se marchara. El entrenador pidió
que cada miembro del equipo escribiera un pequeño texto de no más de
cincuenta palabras expresando qué había significado la temporada, y después
de leerlos en común los quemarían al final de la reunión. En otras
circunstancias podría haber resultado ridículo, pero se convirtió en un
momento muy íntimo marcado por la sinceridad y las emociones. Michael
Jordan rara vez expresaba sus sentimientos en público, pero sorprendió a sus
compañeros con un pequeño poema: “¿Es éste el final? Y si es así, ¿qué traerá
el futuro?”.
Página 332
El presente era mucho más prosaico. Como la temporada anterior, los
Bulls empezaron la primera ronda dando imagen de vulnerabilidad contra un
rival inferior como los New Jersey Nets de John Calipari, clasificados para
playoffs en el último momento. Los Nets llegaban además en baja forma, con
Sam Cassell y Michael Cage lesionados, Jayson Williams con la mano
escayolada y Keith Van Horn enfermo. Los Bulls tomaron amplias ventajas
hasta bien entrada la segunda parte, pero en el último cuarto los Nets
aprovecharon su dominio interior para dar la sorpresa y empatar el partido.
Sin Longley, Jayson Williams arrampló con los rebotes y Chris Gatling
ametralló el aro de los locales, y a punto estuvieron de llevarse la victoria.
Incluso llegaron empatados al último minuto de la prórroga, pero Michael
Jordan robó un balón decisivo que culminó con un mate más tiro adicional y
Scottie Pippen taponó la última oportunidad de los Nets. Los Bulls se habían
escapado del desastre por pura suerte, y en el segundo partido se volvió a
repetir la historia cuando los Nets remontaron una diferencia de veinte puntos
y se pusieron con opciones de victoria en el último cuarto. De nuevo Chicago
salvó los muebles en los minutos finales, pero no estaban jugando como un
equipo de 62 victorias que aspiraba al anillo. Los Nets, un equipo con
carencias pero joven y agresivo al que su entrenador hacía jugar al límite,
parecían estar exponiendo con crudeza el envejecimiento de las piezas
fundamentales de los Bulls. Michael Jordan decidió poner fin a la situación en
el tercer partido con una exhibición de tiro exterior que los Nets no fueron
capaces de frenar. “Cuando decide ponerse la capa, no hay mucho que
podamos hacer”, admitió Calipari. Jordan terminó la primera parte con 23 en
9/10 tiros, y en la segunda se unió Scott Burrell con 9/11 tiros para impedir
cualquier intento de remontada de los Nets. Como en el año anterior, la
imagen de debilidad de los Bulls chocaba con el 3-0 final.
Desafortunadamente, los Bulls seguían ocupando más titulares por sus
disputas internas que por su juego. La cadena de televisión ESPN había
inaugurado una revista quincenal de deportes pocos meses antes, y una de sus
primeras exclusivas iba a ser un extracto del diario que Phil Jackson y el
periodista Rick Telander estaban escribiendo sobre la última temporada de los
Bulls. Aunque finalmente el libro no se llegó a publicar, la revista convenció
al entrenador de que publicaran el extracto de todas formas. Jackson tenía
entendido que el artículo no saldría antes del final de temporada y, sobre todo,
que podría revisarlo antes de que lo imprimieran, pero problemas de fechas
hicieron que ESPN publicara el texto sin avisarle durante la eliminatoria
contra los Nets. El artículo contenía revelaciones muy inoportunas sobre su
Página 333
situación conyugal (en esos momentos Phil Jackson ya se había trasladado a
un hotel), su opinión sobre algunos jugadores de la plantilla, críticas a Jerry
Krause y especulaciones sobre su posible fichaje por los Lakers. Este artículo
levantó ampollas en la franquicia, aunque Krause obedeció la orden de
Reinsdorf y resistió la tentación de contestar en la prensa, pero sobre todo
provocó la primera reacción en contra de Phil Jackson. Hasta entonces las
críticas se habían dirigido exclusivamente contra el propietario y el
vicepresidente, pero en su diario el entrenador daba una imagen de arrogancia
que confirmaba algunas de las acusaciones que le habían hecho en el pasado.
De esto se aprovechó “Skip” Bayless, un nuevo corresponsal del Chicago
Tribune conocido por su olfato para la polémica, que primero entrevistó a
Krause y luego pidió una contrarréplica a Phil Jackson. Cuando publicó su
columna sólo hizo referencia a las declaraciones del entrenador, que de nuevo
quedó retratado como un ser vengativo y manipulador.
Afortunadamente para los Bulls, sus rivales de segunda ronda ya tenían
sus propios problemas. Los Charlotte Hornets llevaban años de escándalos
dentro y fuera de la pista, y llegaban a los playoffs con el ala-pívot Anthony
Mason enfrentado con el entrenador Dave Cowens. En el primer partido los
Bulls jugaron con los Hornets en la primera parte y en la segunda apretaron
en defensa, dejándoles en 32 puntos y ganando con una superioridad
insultante. Los Bulls pagaron ese exceso de confianza en el segundo partido,
que perdieron en casa a pesar de ir por delante hasta mediados del último
cuarto. La defensa de Mason hizo que Jordan prefiriera quedarse en el
perímetro, y el veterano Dell Curry salió del banquillo para encestar dos
triples seguidos y junto con B.J. Armstrong provocaron un parcial de 15-2
que le dio la vuelta al marcador. Contra otro rival sería un problema haber
perdido el factor cancha, pero Chicago estaba seguro de que en cualquier
momento podría imponerse gracias a la defensa. El marcaje de Pippen sobre
Glen Rice y de Rodman sobre Mason era un problema insoluble para los
Hornets, como se pudo ver en un tercer partido que los Bulls controlaron
desde el primer minuto. La imagen del público local abandonando el pabellón
mientras Anthony Mason discutía en el banquillo con su entrenador dejaba
bien claro que los de Charlotte no eran rival, y la serie acabó pocos días
después con un rotundo 4-1.
El otro finalista en el Este eran los Indiana Pacers de Reggie Miller y su
flamante “Entrenador del Año” Larry Bird. Michael Jordan mantenía una
buena relación personal con Miller (y con su hermana Cheryl, considerada la
mejor jugadora de la historia), pero como rival sentía un odio casi físico hacia
Página 334
él. No era el único, ni mucho menos; al fin y al cabo, Reggie Miller había
titulado su autobiografía Me encanta ser el enemigo después de que Spike
Lee admitiera que se había sentido tentado a ponerle la zancadilla durante un
partido contra los Knicks. Miller se pasaba el partido provocando verbalmente
a los rivales, pero lo que ponía más nervioso a Jordan era la forma en la que
buscaba los contactos y se dejaba caer pidiendo personal. “Jugar contra
Reggie Miller me vuelve loco”, admitía pocas semanas antes en una
entrevista para ESPN. “Es como pelearse con una mujer. Lo único que hace
es dejarse caer, pesa menos de 85 kilos así que has de tener cuidado porque si
lo tocas es falta. En ataque uso mi peso para apartarlo, pero tiene las manos
encima todo el tiempo, como cuando una mujer se te abraza a la cintura.”
Aunque estas declaraciones recibieron algunas críticas por su tono sexista, en
privado Miller las consideró muy reveladoras después de que Michael Jordan
perdiera los nervios varias veces contra él y llegara a las manos.
La clave del éxito de los Pacers era que Larry Bird había establecido una
jerarquía clara y un reparto de papeles adecuado a las habilidades de cada uno
de sus jugadores. En ataque Mark Jackson asistía a una auténtica batería de
tiradores formada por Reggie Miller, Chris Mullin y el espigado Rik Smits, la
defensa quedaba en manos de los rocosos “hermanos” Antonio y Dale Davis
(en realidad su apellido era coincidencia) con Derrick McKey, y del banquillo
salían Travis Best y Jalen Rose a cambiar el ritmo. El plan de Bird era
aprovechar esos recursos para rotar diferentes defensores sobre Jordan y
desgastar a los veteranos Bulls. El primer partido resultó poco vistoso, sobre
todo por parte de Chicago, que hasta el último momento no logró evitar irse al
descanso con clara desventaja en el marcador. Phil Jackson había decidido
salir con Toni Kukoc de titular en lugar de Rodman para mejorar la fluidez
ofensiva del equipo, pero el resultado había sido decepcionante, ya que
Jordan, Pippen y Kukoc sumaron 3/24 tiros. En la segunda parte, en cambio,
se impuso la defensa de Scottie Pippen sobre Mark Jackson, un base grande y
lento acostumbrado a meter a los rivales al poste. Pippen era demasiado alto
para eso y lo bastante rápido como para presionarlo a toda cancha sin
descanso. El ataque de los Pacers dependía de que Jackson llevara el balón al
lugar preferido de cada uno de los tiradores, pero la defensa de Pippen lo hizo
imposible y además le robó siete balones que permitieron que los Bulls
aliviaran sus carencias ofensivas anotando al contraataque. “A veces parecía
que tenían siete u ocho defensores”, admitió Mullin después de la derrota.
El segundo partido siguió una tónica muy similar, con ventajas iniciales
de los Pacers mientras los Bulls aguantaban en defensa. La diferencia fue que
Página 335
antes de comenzar Michael Jordan había recibido el trofeo de jugador más
valioso de la temporada, el quinto en su carrera, y como declaró después en la
segunda parte decidió demostrar que “no se habían equivocado votándome”.
Jordan anotó varias canastas seguidas que dieron una cómoda ventaja a los
Bulls al terminar el tercer cuarto, y cuando en los últimos minutos los Pacers
remontaron volvió a tomar el mando del partido con dos jugadas difíciles en
las que se resbaló y tuvo que recuperar el equilibrio para anotar. A pesar de
sus 41 puntos, Larry Bird volvió a centrarse en la defensa de Scottie Pippen
sobre Mark Jackson, que recordaba a la que hizo sobre “Magic” Johnson en la
final de 1991. “Me gustaría ver a Scottie Pippen defender a Michael Jordan
por toda la cancha de la manera en la que Scottie defiende a Mark Jackson, a
ver cuánto duraba en la pista”, se quejó. “Larry Bird ya habla como un
entrenador”, respondió Jordan de buen humor.
Ni las victorias ni el trofeo de MVP sirvieron para rebajar la tensión
dentro de los Bulls, que se veían agravadas por los incidentes más casuales.
La revista New Yorker publicó una entrevista con Michael Jordan en la que
éste mencionaba la frase de Jerry Reinsdorf sobre arrepentirse del contrato
firmado, y eso molestó al propietario ya que éste creía que el tema había
quedado aclarado meses atrás. El origen de la confusión procedía del retraso
en publicar la entrevista que en realidad se había realizado un año antes, así
que Jordan pudo deshacer el malentendido pero no antes de otro
enfrentamiento con Jerry Krause. El ejecutivo no tuvo mejor idea que
aparecer en el vestuario justo después del segundo partido para informar a
Jordan del enfado de Reinsdorf e intentar arreglar las cosas, y el resultado fue
el que cabía esperar. “No te atrevas a llamarme la atención después de toda la
manipulación que habéis hecho vosotros a través de la prensa”, le respondió
un enfadado Jordan. Eso fue sólo el principio. En el vuelo a Indianápolis Jerry
Krause reprendió duramente a Phil Jackson por ignorar una sesión obligatoria
con la prensa, por lo que los Bulls habían recibido una multa de 50.000
dólares y una queja formal de la liga. Al llegar al aeropuerto Jackson hizo un
aparte para advertir a Krause que no volviera a censurarlo en público sino que
tratara esos temas en privado, y ambos se enzarzaron en otra discusión
mientras el resto de la expedición esperaba en el autobús. Las causas del
enfado de Krause no estaban claras, ya que tanto él como Jackson y Jordan
compartían un mismo desdén hacia la prensa, así que resultaba sorprendente
que se enfadara por una acción que otras veces había aceptado gustoso. Su
explicación era que Phil Jackson había actuado deliberadamente buscando
dejar en evidencia a la franquicia, y el entrenador respondió afirmando que
Página 336
eso demostraba que algunos miembros del equipo servían como espías para
Krause (con lo que Jackson parecía confirmar que las sospechas del
vicepresidente eran correctas).
La inestable paz que habían forjado Krause y Jackson después de la gran
pelea de pretemporada se estaba resquebrajando, y la difícil situación
deportiva afilaba los ánimos. Los Bulls iban 2-0 gracias a su defensa, pero en
ataque sobrevivían a base de arranques de individualismo con un banquillo
que aportaba cada vez menos. Mientras, Larry Bird había decidido apostar por
la velocidad de Best y Rose para no depender de un Mark Jackson totalmente
anulado por Pippen y por la defensa de McKey en lugar de la anotación de
Chris Mullin. Los Bulls tuvieron controlado el siguiente partido hasta el final
del tercer cuarto, cuando su rotación de solo seis jugadores les pasó factura y
permitió la remontada de los locales. Sin embargo, la gran estrella fue Reggie
Miller, que a pesar de una torcedura de tobillo en el tercer cuarto anotó cuatro
canastas consecutivas en los últimos minutos del partido para dar una ventaja
de ocho puntos a los Pacers. “Dio un paso adelante como hacen todos los
grandes jugadores en esa situación”, admitió Jordan. A la desesperada, los
Bulls llegaron a ponerse a un punto gracias a la presión a toda cancha, pero
Indiana anotó los tiros libres finales y se llevó la victoria. Aún más dolorosa
para los Bulls fue la derrota en el siguiente encuentro, cuando desperdiciaron
varias oportunidades en los últimos segundos después de que los Pacers
volvieran a remontar en la recta final gracias a una andanada de triples.
Reggie Miller anotó la canasta de la victoria para su equipo a falta de tres
segundos, pero antes Dennis Rodman cometió falta en ataque con un bloqueo
y Scottie Pippen falló dos tiros libres vitales, y sobre la bocina Michael
Jordan hizo un rectificado que rebotó varias veces en el aro y no quiso entrar.
El triple de Miller merecía ganar el partido, pero no era normal que los Bulls
fallaran sus tres ataques en el último medio minuto de juego.
Phil Jackson cargó contra el arbitraje, comparándolo con el sufrido por la
selección estadounidense en la final olímpica de Múnich 1972 por lo que
consideraba un intolerable favoritismo hacia el equipo local. Es cierto que la
personal en ataque de Rodman era cuanto menos discutible, y después del
tapón de Jordan a McKey a falta de diez segundos no se sancionó nada
cuando Reggie Miller pareció lanzarle un puñetazo a Ron Harper, pero el
propio Jackson sabía que el auténtico problema era la falta de recursos y de
frescura de los Bulls en los momentos decisivos. “Ahora mismo parece el fin
de un equipo de baloncesto que ha hecho grandes temporadas”, admitió. La
vuelta a Chicago para el quinto partido alivió los problemas de los Bulls
Página 337
gracias a unos Pacers que apenas plantaron cara. Pippen buscaba redimirse de
su fallo en los tiros libres y se unió a Jordan para abrir una brecha entre el
primer y el segundo cuarto que Indiana ya no pudo remontar. “No les dejamos
coger la posición al poste bajo, eso fue la clave”, declaró Michael Jordan. “En
el cuarto partido Rik Smits lo hizo y dio espacio en el perímetro para sus
tiradores.” Los Bulls aplastaron a los Pacers con un bochornoso 106-87, pero
sabían que la serie no había acabado. En el sexto partido el banquillo de
Indiana les permitió superar la mala actuación de Miller y Mullin gracias a
Smits y Best, y sumar otra victoria en los últimos segundos. Cada encuentro
en Indianápolis terminó igual, con unos Bulls incapaces de anotar en los
instantes finales y protestando por el arbitraje, en este caso una rigurosa
defensa ilegal señalada por su viejo amigo Hue Hollins y un último ataque en
el que Michael Jordan dio con sus huesos en el suelo. “Fue una falta
clarísima”, afirmó Jordan. “Podéis pensar que tropecé yo solo, pero no soy tan
torpe.” Las repeticiones mostraron un contacto con el pie del defensor, pero
eso no cambiaba que los Bulls sólo anotaron cuatro tiros libres en los últimos
dos minutos y medio.
Michael Jordan no jugaba un séptimo partido de playoffs desde 1992
contra los Knicks, y no afrontaba la posibilidad de una eliminación desde los
Magic en 1995, cuando sólo llevaba unos meses de vuelta en la NBA. Se
suponía que habían jugado todos esos partidos de fase regular para contar con
la ventaja de que se decidiera en Chicago una serie en la que ninguno de los
contendientes había logrado ganar fuera, pero los Pacers se saltaron el guión
anotando sus ocho primeros tiros y tomando ventaja en el primer cuarto de la
mano de Reggie Miller. Todo el quinteto titular de los Bulls naufragaba en
ataque, y sólo la aparición de Dennis Rodman permitió que se mantuvieran a
tiro gracias a la defensa y al rebote ofensivo. En plena crisis Phil Jackson
decidió recurrir a unos suplentes cuya aportación hasta entonces había sido
casi nula. “Era un riesgo porque Best me había superado toda la serie”,
admitió Kerr. “Tuvo la intuición de sacar a Jud, que hizo un gran partido. Nos
demostró que confiaba en nosotros, que confiaba en el banquillo.” Steve Kerr
anotó tres triples en momentos decisivos, mientras que Jud Buechler capturó
cinco rebotes y se entregó en defensa. Durante el descanso y los tiempos
muertos Michael Jordan arengaba a sus compañeros, animándolos a alcanzar
la intensidad de los Pacers. “¡No vamos a perder este partido!”, rugió durante
un tiempo muerto. Y Toni Kukoc respondió. Jordan y Pippen seguían sin
encontrar el aro, así que el croata tomó la responsabilidad en el tercer cuarto y
Página 338
anotó cinco canastas sin fallo, incluidos tres triples, para poner a los Bulls por
delante.
En el último cuarto los Pacers remontaron. Seguían sin entrar los tiros de
Jordan y Pippen, y ya no le quedaban más trucos a Phil Jackson. Lo que
siguió, minutos de baloncesto trabado y difícil sin elegancia ni estilo, se
terminó convirtiendo en un vídeo que Jackson preparó de cara a la final para
mostrar a sus jugadores qué hace un grande cuando se le acaban las fuerzas.
“Bajó la cabeza, se metió en la zona y forzó personales”, resumió Larry Bird.
Al borde del agotamiento, Michael Jordan demostró que debajo de su juego
de dominio y control se escondía un núcleo duro formado por la voluntad de
no dejarse ganar nunca. Pidió el balón y encaró una canasta defendida sin
concesiones por los Pacers, sacando faltas o metiendo canastas por pura
insistencia. Robó rebotes a pívots que le sacaban la cabeza, capturó balones
sueltos y defendió a rivales jóvenes y rápidos sobre unas piernas que pesaban
cada vez más. Todas las cosas increíbles y maravillosas que sucedieron antes,
y todo lo que sucedió después, son como nada comparadas con ese momento.
A falta de 17 segundos cogió el rebote del último intento triple de Indiana, y
los Bulls ganaron 88-83.
Se puede argumentar que de las seis finales de la NBA que jugaron los
Bulls, fue la de 1998 la que contribuyó en mayor medida a grabarlos en el
recuerdo de los aficionados como el equipo imbatible que ejerció un dominio
tiránico sobre el baloncesto estadounidense en la década de los noventa. La
desproporción entre los pronósticos previos que apostaban por los Jazz y el
resultado final con la superioridad manifiesta de Chicago terminó de forjar la
imagen de un Michael Jordan cuyo destino ineludible era la victoria. Se
suponía que había llegado el turno de Utah, que ya había puesto en apuros a
los Bulls el año anterior y llegaba con aún más argumentos. La ventaja de
cancha, decisiva en 1997, pertenecía esta vez a los Jazz, y además habían
aplastado a los jóvenes y atléticos Lakers en su final de conferencia para
disfrutar de diez días de descanso mientras Chicago sufría horrores contra los
Pacers y mostraba signos de agotamiento. La prensa nacional centraba sus
artículos en Karl Malone, John Stockton y el entrenador Jerry Sloan, y
alimentaba el interés sobre el posible nuevo campeón con noticias como el
novedoso análisis informático sobre Jordan que desgranaba porcentajes de sus
movimientos al poste, sus penetraciones e incluso sobre cuándo prefería tirar
al recibir (normalmente desde la esquina en la jugada double out, step out)
después de bote o ganar espacio con el jab step. “Jordan prefiere ejecutar el
pick-and-roll en el lado izquierdo, fintar la entrada por el centro y remontar la
Página 339
línea de fondo saliendo del bloqueo”, explicaba el informe. “Los jugadores de
Utah pueden comprender así la importancia de empujar hacia la pantalla, lejos
de la línea de fondo y cerca del centro de la zona donde prefiere pasar el
balón el 66% de las veces”. Los Jazz poseían muchos más recursos que los
Pacers, mientras que los Bulls llegaban con un banquillo casi inexistente y un
juego interior en el que Longley y Rodman parecían aportar cada vez menos.
Michael Jordan, Phil Jackson y los Bulls procuraban no mostrar que su
análisis era muy diferente. Los Utah Jazz eran sin duda un rival sólido que
ejecutaba a la perfección el estilo de juego que más le convenía, pero también
era un equipo rígido al que le costaba reaccionar en situaciones inesperadas.
Karl Malone había trabajado muy duro para convertirse en un gran jugador,
pero dependía del apoyo de Stockton y le costaba tomar el mando en los
momentos decisivos. Por su parte, Jerry Sloan era reconocido por montar
equipos que competían al máximo de su capacidad, pero pocos percibían
cierta inflexibilidad en la gestión de la plantilla: el base suplente Howard
Eisley rindió mejor que nunca y ayudó a prolongar la carrera de Stockton, por
ejemplo, pero quizás una final era el momento para exprimir a los titulares.
Como muchos entrenadores, apreciaba a los jugadores más disciplinados y
trabajadores mientras mostraba su impaciencia con sus compañeros dotados
de más talento pero menos esfuerzo. Todos alababan la profesionalidad de
Adam Keefe o Greg Foster, pero prescindir voluntariamente de la anotación
de Chris Morris o Antoine Carr suponía desaprovechar unos recursos que
podían ser muy necesarios.
La final se decidió en los tres primeros partidos. El desafío que Michael
Jordan había creado en su mente para esta eliminatoria era demostrar que el
factor cancha no había tenido nada que ver en la derrota de los Jazz el año
anterior, y el resultado fue que sólo una gran actuación de Stockton en la
prórroga impidió que los Bulls se llevaran los dos partidos en Utah. En un
principio algunos analistas consideraron que la apurada victoria de los Jazz en
el primer partido confirmaba sus pronósticos, ya que la habían logrado sin
jugar a su mejor nivel frente a unos Bulls cuyos desaciertos culminaron en un
inesperado fallo de Jordan cuando se le terminó el tiempo de posesión en un
momento crucial sin llegar a lanzar a canasta. Las protestas por los posibles
bloqueos ilegales y el enfado de Jordan durante un tiempo muerto después de
que Pippen se atreviera a lanzar (y anotar) un triple en lugar de pasarle el
balón alimentaban la imagen de un equipo al borde de la descomposición. Sin
embargo, para Phil Jackson y sus jugadores ese partido había revelado la
vulnerabilidad de Karl Malone, especialmente cuando problemas de faltas
Página 340
obligaron a recurrir a Dickie Simpkins para defenderle durante varios
minutos. Los Jazz intentaron explotar ese desequilibrio mediante aclarados
para Malone, pero éste había sido incapaz de imponerse sobre un rival muy
inferior. Stockton había tomado el mando en la recta final, pero no podría
hacerlo siempre. Así sucedió en el segundo partido, igual de trabado que el
anterior pero resuelto en el último minuto gracias a un robo de Toni Kukoc y
un inesperado rebote de Steve Kerr a su propio tiro, que asistió a Jordan para
que anotara la canasta con adicional.
John Stockton opinaba que el resultado de la final de 1997 se debía a que
los Jazz no habían sido capaces de encontrar respuesta a la defensa de Scottie
Pippen, pero ni siquiera él se esperaba lo que sucedió en el tercer partido. Dos
robos, un tapón, tres faltas en ataque provocadas… los números no revelan el
devastador impacto de Pippen durante el partido, cuando cerró la zona a las
penetraciones rivales y junto con Harper y Jordan abrumó físicamente al
perímetro de los Jazz. Los puntos los anotaron Kukoc y Jordan, pero el
partido lo rompió la omnipresencia de Pippen en defensa, especialmente
porque Sloan había decidido darle una oportunidad a Greg Ostertag. La
lentitud de movimientos del pívot de Utah permitió que Scottie Pippen
acudiera a la ayuda en el perímetro sabiendo que si intentaban doblarle el
balón al hombre libre tendría tiempo suficiente para recuperar antes de que
Ostertag pudiera anotar. El ataque de los Jazz naufragó cuando Stockton y
Eisley se vieron arrinconados en los laterales, y el marcador final reflejó un
humillante 96-54, la mayor diferencia de puntos en la historia de las finales de
la NBA y la anotación más baja de un equipo en playoffs desde la
introducción del reloj de posesión. “¿Es éste el marcador de verdad? ¿El
marcador final?”, preguntó medio en broma Jerry Sloan cuando miró las
estadísticas durante la rueda de prensa.
Los Utah Jazz no pudieron sobreponerse al resultado del tercer partido,
especialmente después de que se les negara la redención en el encuentro
siguiente. Los Jazz salieron a morder dispuestos a hacer olvidar la
“vergüenza” de la paliza recibida, pero un festival de triples anotados por
Scottie Pippen mantuvo a los Bulls por delante. El último cuarto lo decidieron
dos actores inesperados, primero un Chris Morris espectacular compensando
las canastas de Michael Jordan al poste y luego cuatro tiros libres seguidos de
Dennis Rodman en la recta final del partido. Los Chicago Bulls ganaron 86-
82 para ponerse 3-1 en el global de una eliminatoria sobre cuyo resultado
final ya nadie tenía dudas. La única discusión posible en la prensa local se
refería a la sugerencia casi herética de que el MVP podría ser para alguien no
Página 341
llamado Michael Jordan. Una de las claves de la victoria de los Bulls era que
en los momentos clave de cada partido su estrella había logrado zafarse del
carrusel de defensores que se turnaban en su marcaje (a diferencia de un Karl
Malone que empezaba los partidos a buen nivel y luego desaparecía en los
últimos cuartos), pero esta vez la auténtica diferencia la estaba marcando
Scottie Pippen en defensa. Pocos sabían que su esfuerzo le estaba pasando
factura, y estaba a punto de limitar seriamente su juego.
La inesperada derrota de los Bulls en el quinto partido se achacó al exceso
de confianza de los locales, que habían estado presumiendo públicamente de
que sólo una prórroga había evitado que se llevaran el título por un
contundente 4-0. Aunque era cierto que Jordan y sus compañeros pecaron de
falta de concentración y de acierto ofensivo, también los Jazz se esforzaron al
límite para mantener viva la esperanza de la remontada. En concreto, Karl
Malone estaba harto de Dennis Rodman, cuya gran defensa de la estrella de
los Jazz le permitía desaparecer de una final para irse a jugar a los dados a un
casino o a participar en un espectáculo de lucha en televisión sin apenas
recibir críticas. Por una vez Malone volvió a ser el jugador imparable que
dominaba la NBA, y con el apoyo de Antoine Carr desde el banquillo se
apuntaron la victoria que ponía el 3-2 en la eliminatoria. En otras
circunstancias eso podría haber supuesto un problema para los Bulls antes de
los dos últimos partidos de la serie en la cancha hostil de Salt Lake City, pero
Michael Jordan recordaba cómo habían resuelto una situación similar en
Phoenix en 1993. Además, los Jazz habían obtenido la victoria con muchos
apuros a pesar de la falta de acierto de Jordan y Pippen. Un acertadísimo Toni
Kukoc se había bastado él solito para mantener a Chicago en el partido hasta
el último segundo, cuando Michael Jordan falló un tiro a la desesperada.
Las dudas aparecieron el mismo día del sexto partido, después de que ni
Ron Harper (con una gastroenteritis) ni Pippen pudieran asistir al
entrenamiento. Scottie Pippen se había lesionado la espalda en el tercer
partido al caer sobre el parqué, y su estado se había ido agravando con el paso
de los días hasta que ni siquiera dos inyecciones de cortisona fueron
suficientes para garantizar su presencia en el encuentro. Pippen anotó un mate
en la primera jugada, pero ese sencillo esfuerzo en su estado le provocó
espasmos que le recorrían la espalda y bajaban por las piernas. No podía
correr ni saltar, y a los pocos minutos pidió el cambio para irse al vestuario
donde una masajista terapéutica empezó a trabajar para intentar devolverle a
la pista. Sumado a un Harper que tampoco estaba al 100% y a un Luc
Longley que volvió a cargarse de faltas en pocos minutos, eso suponía que
Página 342
sólo quedaba Toni Kukoc como apoyo de Jordan en ataque. Michael Jordan
vivía para esos momentos de partido, donde la exigencia era máxima y todo
dependía de él. Phil Jackson le había avisado de que estuviera preparado para
jugar los 48 minutos si era necesario, y Jordan respondió con una auténtica
lección sobre dosificación de recursos. Cuando Karl Malone amenazaba con
romper el partido y los Bulls tenían que recurrir a un quinteto de
circunstancias con Bill Wennington o Scott Burrell, dejó de lado la defensa
para responder a todas las canastas del rival y llegar al descanso sólo cinco
puntos abajo. Los Jazz no habían sido capaces de tomar una ventaja
significativa cuando estaban diezmados, y eso hacía que Jordan estuviera
convencido de la victoria. Pippen volvió a la pista en la segunda parte, pero su
estado físico le impedía aportar algo más que colocación y pase mientras Jeff
Hornacek le castigaba inmisericorde la parte baja de la espalda. En cambio, el
que sí fue subiendo prestaciones conforme pasaban los minutos fue Dennis
Rodman, cuya defensa con las ayudas de sus compañeros logró imponerse a
Karl Malone en momentos clave.
Mientras, Jordan empezaba a mostrar signos de cansancio sobre todo en el
tiro en suspensión, y en un tiempo muerto a falta de pocos minutos Phil
Jackson le insistió en que fuera al aro. “Lo sé”, respondió Jordan. “Están
jugando sin un pívot, así que el camino está libre.” Jerry Sloan había apostado
por la anotación de Antoine Carr en detrimento de la intimidación de Greg
Ostertag, y había que aprovechar esa vulnerabilidad. “Si tienes que recurrir al
tiro en suspensión, intenta mejorar la continuación porque no lo estás
haciendo bien”, le advirtió Jackson en referencia a la parte final de la
ejecución del lanzamiento, cuando la mano acompaña al balón para aumentar
su precisión. Jordan anotó los últimos ocho puntos de su equipo, pero lo que
más se recuerda son los 42 segundos finales, después de que John Stockton
encestara el triple que ponía el 83-86 para los Jazz en el marcador. Tex
Winter marcó una jugada sacada de los viejos Knicks campeones conocida
por el apropiado nombre de “Whatthefuck”, un aclarado para Michael Jordan
en el lado derecho que obligaba a la defensa a elegir entre concederle el uno
contra uno o mandar una ayuda larguísima dejando solo a un tirador como
Kukoc o Kerr. La ejecución de Jordan, escondiendo el balón pegado al cuerpo
para evitar los manotazos de Russell y extendiéndose en el último momento
para echarlo a volar suavemente por encima de Carr, fue perfecta.
Pero los Jazz seguían uno arriba y con posesión. Roy Williams estaba en
Kansas, viendo el partido por televisión con varios colegas, vio cómo Jordan
se detenía bajo el aro en lugar de seguir el corte de Jeff Hornacek: “¡Mirad,
Página 343
mirad!”. Era una jugada que había empleado con frecuencia en sus primeros
años, cuando remontaba la línea de fondo oculto detrás del corpachón de
Dave Corzine para sorprender a los pívots rivales. Sabía que Utah buscaría a
Karl Malone para intentar asegurar la canasta y también que durante toda la
final Dennis Rodman había usado sus larguísimos brazos para interceptar esos
pases. Apenas unos minutos antes había sacado un balón de las mismas
manos de Malone, y el ala-pívot de los Jazz centraría su atención en Rodman
para evitarlo. “Karl ni siquiera me vio venir.” De nuevo, el exquisito control
de la situación de juego y de los movimientos de su propio cuerpo, que
mantuvo lejos del rival para evitar cualquier tentación de pitar falta. Y
después, lo de siempre: avanzar sin pedir tiempo muerto, esperar a menos de
diez segundos y atacar. “Todo empieza a moverse muy despacio, empiezas a
ver la pista muy clara. Empiezas a entender qué es lo que quiere hacer la
defensa. Lo vi todo. Vi el momento.” Los Jazz estaban sentenciados, en el
pasado habían probado a ir a la ayuda y sólo había servido para que les
derrotara Steve Kerr. “Esta vez fue a la derecha y cambió a la izquierda para
tirar. El año pasado fue al revés, fue a la izquierda y cambió a la derecha para
tirar. Era imposible que ese Russell pudiera con él”, reflexionó Leroy Smith.
Un ligero toque, cuidadosamente calculado para terminar de desequilibrar al
defensor sin dar motivos a los árbitros para hacer sonar el silbato, y una
canasta acompañada con una estética de estatua griega.
En el último segundo se su etapa triunfal en los Bulls fue cuando su
dominio fue más extremo, cuando se hizo más difícil encontrar limitaciones o
vulnerabilidades en su juego. Segundos antes del final de su último partido
vestido de rojo Michael Jordan ejerció el control más implacable de toda su
carrera sobre lo que sucedía dentro de una pista de baloncesto. Esa mañana
Chuck Daly había jugado una partida de golf con un amigo que había
mencionado los problemas físicos de los Bulls y las posibilidades de victoria
de los Jazz. “Olvídalo. Llegará igualado al final, y cuando queden unos 20
segundos Michael subirá el balón, mantendrá la vista en el reloj y en los
últimos segundos se levantará y la clavará. Los Bulls ganarán y la leyenda
seguirá viva. Es quien es, y eso es lo que hace”.
Página 344
Washington, 2000-03
For the Love of the Game.
Página 345
aquí estamos haciendo lo mismo por segunda vez”, comenzó. Su despedida en
1999 tuvo poco que ver con la de 1993, había desaparecido el rencor y la
agresividad hacia la prensa, el dolor y la ira. “Estoy aquí para anunciar mi
retirada del baloncesto. No habrá otro anuncio sobre béisbol ni nada
parecido”. Su tono era reflexivo, más propio del fin de una etapa. “He jugado
lo mejor que he podido. He intentado aportar al juego. He intentado ser el
mejor jugador de baloncesto que podía ser”, resumió. “Ha sido un tiempo
fantástico.” Jordan terminó con la típica declaración de intenciones sobre
pasar más tiempo con su familia y dedicarse a sus hijos, y luego fue el turno
de la ronda de preguntas, que se centraron en la posibilidad de que cambiara
de opinión en un futuro. “Nunca digas nunca jamás, pero estoy seguro al 95%
o 99,9% de mi decisión.” Uno de los periodistas le preguntó por qué se
reservaba ese pequeño margen. “Porque ese 1% es mío y de nadie más”,
respondió. “Gracias, Chicago.”
“Michael será dueño de un equipo antes de dos años”, afirmó Darrell
Walker. A diferencia de su primera retirada, Jordan afrontó 1999 como un
cambio de etapa. No habría más aventuras como la del béisbol, sino las
empresas habituales de un jugador retirado. No está claro qué contactos hubo
entre el ya ex jugador y la gerencia de los Bulls, pero desde el principio se vio
muy difícil que recorriera el camino desde la pista hasta las oficinas del club
al que había llevado a lo más alto. La táctica de “poli bueno y poli malo” de
los dos Jerrys había evitado una confrontación irreparable entre Jordan y
Reinsdorf, pero resultaba impensable que le cedieran parte del control de la
franquicia o que el ex jugador aceptara un puesto subordinado a Krause.
Jordan ya había definido el nuevo desafío de su carrera, que iba a ser lograr lo
que no habían conseguido ni “Magic”, ni Bird, ni Isiah: una franquicia de la
NBA. Thomas había fracasado en su intento de ampliar su participación en
los Raptors y “Magic” se había tenido que conformar con un porcentaje
nominal de los Lakers a pesar del cariño de Jerry Buss. No era ésa la idea de
Jordan, cuyo objetivo era un puesto de auténtica responsabilidad respaldado
por una porción significativa de la propiedad del equipo.
Las primeras ofertas llegaron pronto, por ejemplo de los Vancouver
Grizzlies, pero carecían de una mínima entidad. Equipos como los Milwaukee
Bucks estaban interesados solamente en el nombre de Michael Jordan como
reclamo, y éste vino a responderles que para ejercer de comercial se hubiera
quedado en los Bulls. Mucho más interesante era la situación de los Charlotte
Hornets, a punto de verse exiliados debido a la pobrísima reputación de su
propietario, George Shinn. La franquicia necesitaba un nuevo pabellón, pero
Página 346
la ciudad había dejado claro que no sufragaría ese gasto mientras Shinn
siguiera al mando, así que en mayo de 1999 la NBA organizó un grupo de
inversores encabezados por Jordan que comprarían la mitad de la franquicia a
su propietario. El retorno de la gran estrella a su estado natal supondría la
inyección de popularidad necesaria para salvar a los Hornets, y a cambio
Michael Jordan controlaría las operaciones deportivas. Sin embargo, en el
último momento Shinn se echó atrás y exigió mantener el control de la
franquicia como socio mayoritario con Jordan como subordinado, algo que
éste rechazó. La operación no se completó y los Hornets hicieron las maletas
poco después.
Fue entonces cuando entró en escena Ted Leonsis, un alto ejecutivo de
AOL que controlaba el 44% de los Washington Wizards (irónicamente, una
franquicia nacida en Chicago en 1962 con el apodo de Zephyrs y también el
equipo contra el que debutó Jordan en la NBA) con opción de compra
preferente sobre el resto. Leonsis pertenecía a ese nuevo estilo de
propietarios-aficionados que estaba popularizando Mark Cuban en Dallas, y
le fascinaba tanto la idea de contar con el legendario Michael Jordan para su
proyecto que en medio de la cena que celebraron en septiembre llamó a su
familia para contarles con quién estaba reunido. En enero de 2000 Leonsis le
ofreció a Jordan el puesto de presidente de operaciones deportivas de los
Wizards y una participación valorada entre 30 y 50 millones de dólares en
Lincoln Holdings, la empresa que controlaba a los Wizards, los Capitals de la
NHL y las Mystics de la WNBA, y el ex jugador aceptó (no llegó a estar
suficientemente claro si Jordan pagó por esa participación o la recibió sin
coste alguno). A priori, no parecía el destino más evidente para Jordan, que
durante los conflictos laborales de 1998-99 se había enfrentado agriamente
con Abe Pollin, el anciano propietario de los Wizards. Pollin se había quejado
de los crecientes costes salariales de la NBA, a lo que Jordan contestó
sugiriendo que dejara su franquicia en otras manos más dispuestas a
afrontarlos. “Ni tú, Michael, ni nadie me va a decir a mí cuándo tengo que
vender mi equipo”, contestó fríamente.
Abe Pollin era un propietario de la vieja escuela, filántropo y paternalista.
Las oficinas de los Wizards estaban llenas de viejos conocidos como el
general manager Wes Unseld, que a pesar de estar considerado poco menos
que un incompetente se mantenía en el puesto gracias al campeonato de 1978
y a su buena relación con el propietario. Los Wizards eran conocidos por
traspasar a jugadores de calidad pero problemáticos, como Chris Webber, a
cambio de buenos ciudadanos como Mitch Richmond, un escolta
Página 347
veteranísimo en la recta final de su carrera. El equipo acumulaba una de las
mayores cargas salariales de la NBA pero sólo ganaba un tercio de sus
partidos e iba camino de quedar por debajo de las 30 victorias. La base del
equipo la formaban Richmond y Rod Strickland, dos jugadores al borde de la
retirada, más Juwan Howard, un ala-pívot especialista en hacer puntos y
escaquearse de labores defensivas o reboteadoras. Varios amigos de Jordan le
advirtieron que podía estar cometiendo un error al intentar enderezar el rumbo
de los Wizards sin tener experiencia previa como directivo, pero Michael
Jordan era consciente de que sólo una franquicia que estuviera en una
situación desesperada habría accedido a sus condiciones. Jordan había
aprovechado su posición ventajosa hasta el último momento de la
negociación, disminuyendo al mínimo sus compromisos y obligaciones hasta
provocar el enfado de Pollin. Para sorpresa de la prensa, según su contrato
Jordan desempeñaría sus funciones de presidente desde Chicago y apenas
estaba obligado a asistir a media docena de partidos en toda la temporada.
Además, no estaría solo. A pesar de que al llegar había hecho el típico
anuncio de que el entrenador Gar Heard tendría la oportunidad de demostrar
su capacidad, sólo diez días después fue despedido junto con sus asistentes y
sustituido de manera interina por Darrell Walker, antiguo amigo y compañero
de Michael Jordan. Walker terminó la temporada y luego pasó a jefe de
scouting, a la vez que llegaban a la franquicia otros amigos de Jordan como
Fred Whitfield (director de personal), John Bach (entrenador asistente) o Rod
Higgins (asistente del mánager general). Aunque Wes Unseld permanecía en
su puesto tal y como exigía Pollin, quedó convertido en un cargo puramente
decorativo, ya que Jordan pasó a tomar todas las decisiones a través de
Higgins. La aparición de esta facción de partidarios de Jordan dentro del
organigrama de los Wizards provocó ciertas tensiones debido a lo que parecía
un deseo poco disimulado de que Abe Pollin desapareciera de escena y dejara
el club en las manos más jóvenes y atrevidas de Ted Leonsis y Michael
Jordan. El propio Jordan hablaba de un futuro en el que tomaría las decisiones
junto con Leonsis “y Pollin, claro, si aún forma parte de la situación”. Es fácil
imaginar la gracia que le hacía al aún propietario mayoritario que hablaran de
él como si estuvieran en su funeral, especialmente cuando el flamante nuevo
ejecutivo no estaba teniendo un gran éxito.
La llegada de Michael Jordan había servido para cambiar la imagen de la
franquicia, que por fin era noticia por algo más que por su racha de derrotas o
por los incidentes extradeportivos de sus jugadores. Aportaba la fama y el
caché que ansiaban Ted Leonsis y Abe Pollin, que habían invertido en el
Página 348
deporte profesional para convertirse en celebridades y hasta entonces no lo
habían logrado, pero en términos empresariales y deportivos el impacto fue
muy relativo. Los Wizards vendieron algunos cientos de abonos más que la
temporada anterior, pero los aficionados no hacían cola en el pabellón para
ver a un ejecutivo en el palco de lujo, y eso en las raras ocasiones en las que
se dejaba ver. Es más, Jordan había chocado reiteradamente con Susan
O’Malley en el tema de la promoción, algo que el nuevo ejecutivo
consideraba por debajo de su posición en la empresa. Susan O’Malley era la
responsable de los aspectos empresariales de los Wizards, además de ser hija
del abogado de Pollin. No sólo era mujer en un mundo de hombres, sino que
era una cuarentona soltera con unos modales autoritarios dignos de Margaret
Thatcher. Ya había chocado con otros miembros de la ejecutiva de los
Wizards, pero incluso sus peores enemigos reconocían su enorme capacidad e
inteligencia, y Abe Pollin la consideraba prácticamente una ahijada. Una y
otra vez O’Malley intentó convencer a Jordan para que tomase parte en
actividades promocionales de la franquicia, desde anuncios a encuentros con
inversores, patrocinadores o abonados, pero la respuesta era casi
invariablemente negativa. Michael Jordan temía verse convertido en una mera
figura publicitaria, y además creía que su reputación se vería perjudicada si se
implicaba demasiado en la promoción de un equipo cuyo rendimiento en la
cancha era lastimoso. Si los Wizards ganaran y dieran espectáculo, confesaba
a sus íntimos, sí intentaría convencer a la gente de que viniera a los partidos.
De las discusiones con Krause sobre qué jugadores del pasado podrían
haberse enfrentado a Jordan le quedó a éste la admiración por Jerry West, que
era el modelo que pretendía seguir de estrella que había sabido dar el paso a
ejecutivo de éxito. Sin embargo, el régimen de trabajo de Jordan se parecía
poco al de West, a quien siempre se describía viajando a algún pueblucho de
Kentucky en medio de una granizada para ojear a un jugador
semidesconocido. Michael Jordan permanecía en Chicago atendiendo a sus
negocios y compromisos publicitarios, y se limitaba a mantener contacto
telefónico permanente con Rod Higgins y Wes Unseld. Muchos ejecutivos de
la NBA se sentían ofendidos por ese relajo y pensaban que Jordan no era
consciente de la disciplina y aplicación necesarias para ese trabajo. Tampoco
poseía un conocimiento detallado de los mecanismos del tope salarial ni de la
liga universitaria, así que cabía preguntarse qué aportaba Michael Jordan a la
franquicia. Conocía bien a los jugadores de la NBA, eso era innegable, pero la
situación contractual de los Wizards hacía difícil traspasos y fichajes así que
esa información era de poca utilidad.
Página 349
Conforme pasaban los meses, la falta de movimientos en la plantilla iba
desluciendo el brillo inicial de la presidencia de Jordan. En realidad no era
culpa suya, la franquicia sabía que el único planteamiento viable era esperar a
que fueran expirando los contratos más gravosos y disponer así de espacio
salarial en el plazo de dos o tres años, pero con la llegada del famoso Michael
Jordan muchos habían esperado ver un cambio en el equipo que no se
producía. Para el verano de 2000 los Wizards ni siquiera disponían de una
elección de primera ronda de draft, traspasada muchos años antes, y
prácticamente la única tarea de la gerencia era elegir a un nuevo entrenador.
Jordan mantuvo conversaciones informales con Eddie Fogler y también con
John Thompson, aunque su candidato ideal era Roy Williams, su antiguo
descubridor convertido en entrenador de éxito en Kansas. Intercambiaron
llamadas de teléfono en las cuales ambas partes bromeaban sobre esa
posibilidad dejando abierta la posibilidad de ponerse serios si se percibiera un
interés mutuo, pero no llegaron a nada. Michael Jordan pasó a negociaciones
más serias primero con Lenny Wilkens, que llegó a anunciar que aceptaba el
puesto, y con Mike Jarvis, entrenador de la universidad de St. John’s cuya
reputación estaba subiendo como la espuma. Pero Jarvis pedía mucho más de
lo que Jordan estaba dispuesto a pagar, y el elegido terminó siendo Leonard
Hamilton, un antiguo amigo que entrenaba a la Universidad de Miami. La
prensa criticó duramente la imagen de vacilación que dio Jordan durante estas
negociaciones y también el hecho de que renunciara a los candidatos más
destacados por motivos económicos. “Es cierto que no fue mi primera
elección, pero yo tampoco fui el número uno del draft”, declaró Jordan al
anunciar la contratación de Hamilton. “Yo fui la segunda opción de mi
esposa, y llevamos casados 31 años.” No sería el caso de Leonard Hamilton,
clásico entrenador universitario incapaz de controlar un vestuario NBA y que
dimitió al terminar la temporada.
Michael Jordan había asegurado que los Wizards estarían en el 50% de
victorias durante la temporada 2000-01 y que se clasificarían para playoffs,
pero terminaron con un 19-63 que era el tercer peor balance de la NBA.
Tampoco podía esperarse más de esa plantilla, como presumía Reggie Miller
durante un partido de los Pacers en Washington. “Decidle a Michael Jordan
que haga algún fichaje”, exclamó señalando a Mitch Richmond. “Ése no
puede defenderme, es demasiado viejo.” Durante la temporada llegaron el
veterano “Popeye” Jones y el voluntarioso Tyrone Nesby, dos buenos
refuerzos pero demasiado secundarios para influir en la marcha del equipo.
Como explicación de la falta de resultados tangibles de su gestión, los
Página 350
partidarios de Jordan dentro de la franquicia hicieron llegar a la prensa el
rumor de que varios traspasos habían sido vetados por Abe Pollin, incluso
después de que Leonsis se ofreciera a pagar personalmente el impuesto de
lujo si el equipo superaba el gasto máximo autorizado. Pollin negó
reiteradamente que eso fuera cierto, y esos rumores se convirtieron en otro
motivo de tensión entre él y Jordan.
El mayor éxito de Michael Jordan como ejecutivo fue el traspaso de
Juwan Howard, un jugador considerado imposible de colocar, pero que
consiguió enviar a Dallas a cambio de los veteranos Hubert Davis y Christian
Laettner, más los jóvenes Courtney Alexander y Etan Thomas. Además de
librarse de Howard, Alexander se convirtió en la revelación del equipo
después de no haber gozado de oportunidades en los Mavericks. Él y el alero
de segundo año Richard Hamilton representaban el futuro de los Wizards,
aunque el presente siguiera siendo tan tormentoso que Jordan prefería ver los
partidos de Washington en su oficina por miedo a perder el control de sus
nervios en el palco delante de las cámaras de televisión. Como en los negros
días de la lesión de 1986, Jordan se encontró lanzando latas de cerveza contra
el televisor y gritando a jugadores que no podían oírle: “¿Por qué has hecho
esa mierda de tiro? ¿Por qué?”. Sus estallidos asustaban a sus acompañantes,
como Rod Higgins. “Vale ya, Michael, que no soy yo el que ha hecho ese
tiro.” Se había recluido desde el 6 de diciembre de 2000, cuando contempló
desde el palco privado de Abe Pollin cómo sus Wizards perdían una ventaja
de 19 puntos en el último cuarto para ser derrotados en casa por los Clippers.
Michael Jordan había soportado las miradas de los escasos aficionados
presentes, que parecían pedirle que se vistiera de corto y bajara al parqué a
arreglar la situación, y cuando terminó el partido bajó al vestuario a decirle a
los jugadores que eran una vergüenza, que el público tenía razón al
abuchearlos y que el único motivo por el que no los traspasaba a todos era
porque nadie los quería. Fue posiblemente el comienzo de su descenso a las
pistas.
En realidad, se trataba del siguiente paso lógico en un proceso por intentar
influir en el juego de los Wizards. Michael Jordan había intentado controlar
más y más aspectos del equipo, y Abe Pollin había permitido que llenara las
oficinas de antiguos amigos y compañeros, que trasladara la pretemporada a
Wilmington o que dispusiera que el equipo dejara de alojarse en el hotel del
hermano de Pollin. Michael Jordan había llegado a plantearse colocar un
intercomunicador en el banquillo para darle órdenes al entrenador, aunque en
el último momento un resto de respeto instintivo hacia la figura del técnico se
Página 351
lo había impedido. Lo había hecho todo para influir en el juego del equipo,
excepto salir a jugar él mismo. O cumplir con su papel de ejecutivo, claro, ya
que los grandes fichajes que iba a atraer gracias a su nombre y a su relación
privilegiada con el superagente David Falk brillaban por su ausencia. La NBA
había obligado a Jordan a distanciarse de Falk para evitar posibles conflictos
de intereses, y durante la negociación con los Wizards su relación se había
enfriado. En diciembre de 1997 Falk había logrado un éxito sin precedentes,
tres contratos publicitarios por un total de 75 millones de dólares que ni
siquiera exigían la presencia física de Jordan, que no tendría que acudir a
ninguna sesión de fotos ni fiesta de lanzamiento para cobrar su dinero. Y
Jordan los rechazó, igual que rechazó la sugerencia de iniciar una carrera
cinematográfica del estilo de Arnold Schwarzenegger, otro deportista
convertido en actor. Michael Jordan estaba decidido a dejar en segundo plano
la venta de su imagen para convertirse en ejecutivo de alto nivel, y para ello
eran fundamentales sus negociaciones con Ted Leonsis, tanto en lo relativo a
los Wizards como a posibles aventuras online en las que Jordan había hecho
varias incursiones con más entusiasmo que acierto. Esas reuniones se veían
constantemente interrumpidas por David Falk, que insistía en obtener
garantías de que los Wizards no intentarían sacar al mercado zapatillas,
bebidas o artículos de colección que violaran los contratos anteriores de
Jordan que él había negociado. Michael Jordan llamó al servicio de
habitaciones y pidió el vino más caro que tuvieran, un Bordeaux de 3.500
dólares, con cargo a Falk. “A partir de ahora, cada vez que interrumpas pediré
otra botella.”
Michael Jordan siempre se había referido a David Falk como su abogado,
no su agente ni su representante, y ahora sus asuntos los llevaba su socio
Curtis Polk. Al igual que le sucedía a Jordan, la era de Falk estaba pasando.
Seguía siendo un gran agente con una impresionante cartera de clientes, pero
ya no era el referente que había sido mientras Jordan estuvo en activo. Incluso
algunos jóvenes jugadores preferían firmar con otros agentes, insinuando que
podrían recibir así una mayor atención y un trato más personalizado que con
un David Falk que siempre los pondría por detrás de sus estrellas en su orden
de prioridades. Cuando Jordan volvió a las pistas circuló el rumor de que
existía un acuerdo secreto con Ted Leonsis para que Jordan recomprara su
parte de la franquicia cuando colgara las botas, pactado a espaldas de Falk.
Resultó ser falso, pero el simple hecho de que se le diera credibilidad a un
rumor así era muy ilustrativo sobre el distanciamiento entre Jordan y Falk.
Página 352
A finales de marzo de 2000 Rick Reilly publicó un artículo en Sports
Illustrated en el que anunciaba que Michael Jordan podría estar considerando
su retorno a las pistas: “Lo sé, lo sé, Jordan sigue diciendo lo mismo de
siempre, que hay un 99,9% de posibilidades de que no vuelva. Pero confía en
mí, podrías hacer desfilar la banda de música del Estado de Ohio a través de
ese 0,1%”. Además, la revista sugería que Charles Barkley podría estar
planteándose unirse a él en un último intento de conquistar el anillo.
Inmediatamente el artículo de Reilly fue atacado como pura especulación sin
base real. David Falk llamó a Reilly para decirle “alguien te ha mentido”, el
periodista Lacy Banks escribió que la herida sufrida en el dedo hacía
imposible que Jordan volviera a jugar y que una simple llamada a Tim Grover
“le habría evitado pasar por esta vergüenza”. Peter Vecsey escribió “Tierra
llamando a Rick, Elvis está muerto de verdad y Jordan no va a volver a jugar
en los Wizards”.
En realidad, Michael Jordan llevaba ya semanas embarcado en un
proyecto secreto para intentar una vuelta a las canchas que tenía su base en
Hoops the Gym, el gimnasio privado de Tim Grover. En ese mes de marzo
Jordan estaba jugando regularmente partidillos contra ex jugadores
universitarios, ejecutivos que como él pretendían recuperar la forma. Sin
embargo, ya entonces sus compañeros en esas pachangas notaban que su
interés iba más allá de perder el flotador de grasa que se había instalado en su
cintura. Michael Jordan había descrito su retirada en 1999 como una marcha
del baloncesto de acuerdo con sus propios términos, a diferencia de lo que
sucediera en 1993, y en las entrevistas se negaba a arrepentirse. Pero Jordan
tenía dificultades para aceptar que la vida sigue, y le irritaban profundamente
las alabanzas a su juicio excesivas que se dedicaban a las estrellas de la NBA
que seguían en activo. ¿Cómo podían festejar que un jugador anotara 50
puntos cuando él lo había hecho en tres partidos consecutivos? ¿Y sus más de
40 puntos en cuatro partidos seguidos de una Final? No le molestaba la
búsqueda por parte de la prensa del “nuevo Jordan”, lo consideraba
contraproducente, pero recordaba que también él había sido una vez “el nuevo
Dr. J” y era ley de vida que al igual que Jordan había ascendido apoyándose
en Erving y antes West o Baylor, ahora Vince Carter o Kobe Bryant
ascendieran al estrellato apoyados en el nombre de Michael Jordan. Lo que no
podía soportar era perder su lugar preeminente en el baloncesto, tanto dentro
como fuera de las canchas. La idea de que una nueva generación de
aficionados crecería sin haberlo visto jugar en directo le sublevaba, y, en un
aspecto más material, aunque los productos de la marca “Air Jordan” seguían
Página 353
vendiéndose muy bien, era inevitable que fueran convirtiéndose en material
de coleccionistas, de aficionados nostálgicos de mediana edad que seguirían
vistiendo el número 23 mientras sus hijos preferían la camiseta de Iverson o
Garnett.
La tentación de volver a jugar, reconocida públicamente por Michael
Jordan en abril aunque sólo como una posibilidad, era instintiva. Jordan
reconocía en privado que había sido un error retirarse en 1999, que aún podría
haber aguantado como mínimo otras tres temporadas, que había sido una
víctima colateral de la pugna entre Phil Jackson y Jerry Krause. Convertirse
en ejecutivo sólo había servido para recordarle lo cerca y lo lejos que estaba
del auténtico baloncesto. “No hay nada comparable con eso”, declaró al
periodista Michael Leahy. Yo no tengo partido hoy, respondía cuando
jugaban los Wizards, ellos tienen un partido. “Es como un picor que tengo
que rascarme”, intentaba explicar. Pero una vez tomada la decisión por
razones íntimas e impulsivas, entraba en juego la mente fría y calculadora de
Michael Jordan. Un retorno a las canchas supondría el relanzamiento de su
línea de productos Nike y serviría de reclamo para los Wizards mucho más
que su presencia como ejecutivo. Además, la Conferencia Este de la NBA
pasaba por uno de los momentos más bajos de su historia y un equipo con
tantas carencias como los Philadelphia 76ers de Allen Iverson había sido capaz
de colarse en la final. Con Shaq en Los Ángeles no quedaba ningún pívot
dominante en el Este. ¿Hasta dónde podrían llegar unos Wizards con Jordan?
Michael Jordan sabía que no podría comprobar si realmente estaba en
condiciones de volver a la NBA echando unas canastas con una pandilla de
ejecutivos que buscaban perder barriga. Aunque en el fondo la decisión estaba
tomada, sobre todo después del éxito alcanzado por el jugador de hockey
Mario Lemieux en un intento similar, Jordan no estaba dispuesto a arriesgarse
a hacer el ridículo. Uno de los primeros recuerdos de su carrera NBA era la
imagen de Julius Erving siendo ridiculizado por Larry Bird en su última
temporada, y posteriormente había visto de primera mano a Scottie Pippen
abusando de la decadencia del propio Bird. Para asegurarse de que no le
sucediera algo parecido, apenas terminada la temporada 1999-2000 Michael
Jordan invitó a una serie de jugadores y ex jugadores de la NBA a participar
en un campamento de baloncesto informal en Hoops the Gym. Las grandes
estrellas del momento como Kobe, Garnett o Iverson estaban invitadas, pero
la mayoría declinaron la oferta. A ese campamento, que con el tiempo se
terminó apodando Camp Comeback (campamento el retorno), asistieron
jugadores relacionados con los Bulls, como Marcus Fizer o Elton Brand,
Página 354
amigos como Charles Oakley o Antoine Walker, y otros como Michael
Finley, Jerry Stackhouse o Tyson Chandler. Aunque procuró mantener esos
partidillos fuera de la vista de la prensa, los rumores que salían del gimnasio
indicaban que Jordan apenas parecía acusar los efectos de la edad y la
inactividad. No era el caso de Charles Barkley, que según el periodista Rick
Telander terminaba los ejercicios con “el aspecto de una morsa medio
ahogada” y renunció a sus planes de volver a jugar.
Mientras intentaba preparar su forma física, Michael Jordan también debía
preparar al equipo que le iba a acompañar en la aventura. Al fin y al cabo,
seguía siendo presidente de los Wizards. Jordan tenía muy buena opinión de
Rod Strickland, el único jugador de la plantilla en cuyos ojos creía ver el
mismo fuego competitivo que en los suyos, pero después de sus problemas
físicos y de sus actos de indisciplina sus días en Washington habían
terminado. La franquicia usó la opción de cortar a Strickland y a Mitch
Richmond pagándoles la mayor parte del resto de sus contratos, mientras que
consiguieron los derechos sobre dos rookies, el alero Bobby Simmons y el
pívot Brendan Haywood. También fichó al diminuto base Tyronn Lue, que
venía de hacer un muy buen papel con Lakers en la final de la NBA, cuando
había defendido a Allen Iverson con tanta intensidad que varias veces
estuvieron a punto de llegar a las manos. El gran refuerzo de la plantilla, de
todas formas, debía llegar a través del número uno del draft que la lotería
había asignado a Washington (entre protestas de que la NBA había amañado
el sorteo para dar impulso a Michael Jordan y sus Wizards). El único
problema era que en el draft de 2001 no existía un candidato definido a
número uno, debido en parte a la abundancia de jugadores procedentes de
institutos o del extranjero cuyo rendimiento futuro era una incógnita. No
había ningún jugador exterior de garantías y además los Wizards necesitaban
hombres altos, así que en principio les interesaba elegir a un pívot; el mítico
Red Auerbach declaró que Michael Jordan estaba cometiendo un grave error
al no seleccionar a Pau Gasol, pero en un grave error del scouting de la
franquicia apenas lo consideraron, y los demás candidatos (Kwame Brown,
Tyson Chandler, Eddie Curry) eran todos jugadores de instituto aún por hacer.
Otra posibilidad era un traspaso, ya que los Memphis Grizzlies ofrecían a
Shareef Abdur-Rahim y los Chicago Bulls a Elton Brand a cambio de una
elección de lotería. Posteriormente David Falk ha afirmado que Jordan estaba
interesado en Brand y fue la gerencia de la franquicia la que insistió en el
efecto publicitario de conseguir al primer jugador de instituto en ser número
uno del draft, aunque es difícil saber qué hay de verdad en ello. Jordan sabía
Página 355
que los Bulls tenían unos intereses muy parecidos a los suyos (de hecho,
terminaron eligiendo a Chandler y Curry), pero su mala relación con Jerry
Krause era un obstáculo para un posible acuerdo. No habían vuelto a hablar
desde su salida del equipo, y tuvo que ser Rod Higgins el que intentara
sonsacarle a Krause cuáles eran sus opiniones y qué pretendía hacer.
Dos semanas antes del draft parecía decidido que los Wizards elegirían a
Tyson Chandler con su número uno. Cuando Kwame Brown llegó a
Washington para hacer su prueba, Chandler llevaba ya varios días
reuniéndose con Jordan y los técnicos. No había nadie para recibir a Brown
en el aeropuerto, y en el pabellón tuvo que esperar a que su rival terminara
sus ejercicios. “Era como si le estuvieran entrenando. ‘¡Venga, Tyson!’
Parecía que ya fuera su jugador”, recordaba Kwame. “Y entonces fui yo y lo
destrocé.” Kwame Brown aplastó a Tyson Chandler en el entrenamiento de
uno contra uno, y cuando terminó se acercó a Michael Jordan. “Si me eliges
el primero, nunca te decepcionaré.” Refiriéndose a un posible uno contra uno
entre ambos, el joven Kwame lo remató: “Y te ganaré”. Jordan y Higgins
quedaron muy impresionados por la manera en la que había reaccionado al
desafío, usándolo para motivarse, y decidieron que sería su número uno del
draft en una elección que terminaría siendo histórica por las peores razones.
Después de resolver el tema del draft, la principal tarea como ejecutivo
que le quedaba pendiente a Michael Jordan era elegir a un entrenador.
Leonard Hamilton había dimitido minutos antes de que lo cesaran, y su
candidato ideal, que hubiera sido Phil Jackson, estaba comprometido con los
Lakers. Jackson y Jordan habían bromeado sobre la posibilidad de que si éste
volvía a las pistas lo hiciera con el equipo de Los Ángeles, pero ambos sabían
que no era viable. Jordan estaba decidido a evitar el desastre del verano
anterior, en el que la prensa había criticado sus vacilaciones y terminaron
seleccionando a un técnico incapaz de controlar a jugadores profesionales.
Buscaba a alguien con experiencia NBA, y que fuera de absoluta confianza
para mantener la discreción. Jordan le ofreció el puesto a John Paxson, pero
éste lo rechazó alegando que no deseaba trasladar a su familia de Chicago.
Paxson era en ese momento comentarista de los Bulls, pero era un secreto a
voces que la franquicia lo consideraba el futuro sucesor de Krause en la
franquicia (al igual que Bill Cartwright tenía todos los números para suceder a
Tim Floyd como entrenador). Eso llevó a Michael Jordan a volver a acordarse
de Doug Collins, en quien ya había pensado un año antes. Collins había
terminado perdiendo el apoyo del vestuario en Chicago y posteriormente en
Detroit debido a sus excesos de emotividad, pero era un entrenador muy
Página 356
capacitado para hacer progresar a los jugadores jóvenes y dar solidez
inmediata a un proyecto. Más aún, Doug Collins había manifestado siempre
una profunda admiración por Jordan, y era de esperar que su lealtad
aumentara si éste le daba la oportunidad de volver a los banquillos. Antes de
contratarlo, Jordan celebró una reunión con Collins en la que hizo hincapié en
la necesidad de que el entrenador ejerciera su autoridad sobre él si volvía a las
canchas, ya que de lo contrario los demás jugadores le perderían el respeto;
sin embargo, a pesar de la buena voluntad de ambas partes, la posición de
Doug Collins pronto se revelaría como insostenible, arrinconado por un
Michael Jordan que era a la vez su estrella en la cancha y su jefe en los
despachos.
El desastre se produjo el 13 de junio de 2001. Los entrenamientos en
Camp Comeback iban en serio, y así por ejemplo el escolta de los Bulls Jamal
Crawford sufrió una rotura del ligamento lateral cruzado de su rodilla
izquierda en agosto y se perdió varios meses de liga (el verano siguiente otro
jugador de los Bulls, Roger Mason, se lesionó el hombro en otro partidillo
con Jordan en Hoops the Gym; a partir de entonces, Jerry Krause prohibió a
sus jugadores entrenarse fuera del Berto Center). Jordan lo experimentó en
primera persona ese 13 de junio, cuando recibió un codazo del alero Ron
Artest de los Bulls que le fracturó dos costillas. “Yo le estaba defendiendo, él
me posteó y no sé muy bien lo que pasó”, explicó Artest. “Fue lo que se llama
un contacto accidental. Él tropezó con mi codo.” Todos los presentes
desmintieron los rumores sobre una pelea, durante la cual Artest habría
derribado a Jordan causándole la fractura y además habría lanzado un
puñetazo. “Yo hice un pivote y Artest tenía la mano rodeándome”, aclaró
Jordan. “Nunca jamás había oído que nadie se rompiera una costilla jugando
al baloncesto. Supongo que es lo que pasa cuando tienes 38 años.” Más allá
del desarrollo de la jugada, que efectivamente parecía casual, el problema era
que entre curación y reposo Michael Jordan tendría que parar cuatro semanas,
lo que suponía perder todo el trabajo hecho y tener que volver a empezar
prácticamente de cero. En opinión de Tim Grover eso hacía necesario retrasar
su debut y aceptar que no estaría listo para el comienzo de la temporada
regular, pero Jordan no quiso oír hablar de ello sino que decidió acelerar su
preparación para estar listo para la fecha prevista. Eso era contrario a lo que
creía Grover, un preparador que siempre trabajaba a medio y largo plazo
porque en su opinión el cuerpo humano era un mecanismo delicado en el que
los cambios debían irse ajustando paulatinamente para evitar
descompensaciones. Advirtió a Michael Jordan de que si no daba tiempo para
Página 357
que se fueran reforzando sus articulaciones corría el riesgo de sufrir un
“efecto dominó” en el que cada lesión por pequeña que fuera repercutiría en
su cuerpo al intentar compensarla, y se irían acumulando los problemas hasta
amenazar con poner fin a su temporada y quizás a su carrera. Jordan decidió
asumir el riesgo, y desde pretemporada empezaron a verse las primeras
señales de que el negro vaticinio de Tim Grover se iba a hacer realidad. El
regreso apresurado a la actividad física le provocó un ataque de tendinitis en
la rodilla izquierda, y cuando el cuerpo intentó compensarlo eso sentó las
bases para otra tendinitis más grave en la rodilla derecha.
El único que podía proteger a Michael Jordan de sí mismo era el
entrenador, pero Doug Collins se encontraba en una posición particularmente
débil para enfrentarse a quien seguía llamando my boss ante los periodistas
incluso después de que Abe Pollin le recordara que Jordan ya no era su jefe.
La NBA prohibía expresamente que un jugador ocupara cargos en la ejecutiva
de una franquicia, no digamos ya que fuera propietario, debido a los posibles
conflictos de intereses y a que se usara para eludir los topes salariales, así que
Michael Jordan hubo de devolver a Ted Leonsis todos sus poderes y
titularidades en los Wizards para reincorporarse como jugador en activo. A
pesar de ello, ni Jordan ni nadie de la franquicia de Washington se molestaba
en ocultar que Jordan seguía actuando como directivo a través de Rod
Higgins y Wes Unseld. La capacidad de Collins para limitar el tiempo de
juego de Jordan se veía condicionada aún más por el hecho evidente de que
los Wizards lo necesitaban angustiosamente, como consecuencia de la
composición de una plantilla en la que casi todos los jugadores eran
demasiado jóvenes o muy veteranos. Los escoltas Richard Hamilton y
Courtney Alexander eran los mejores anotadores del equipo, pero su
aportación defensiva era escasa o nula. Aparte de Jordan, “Rip” Hamilton era
el mejor jugador de los Wizards gracias a un certero tiro de media distancia y
una velocidad endiablada, pero su físico aniñado facilitaba que los rivales
explotaran sus debilidades en defensa. Alexander se había destapado como un
tirador excepcional, pero no mostraba interés por ninguna otra faceta del
juego. Por contra, los aleros Bobby Simmons y Tyrone Nesby eran dos
especialistas defensivos fuertes y agresivos, pero incapaces de meter un balón
en una piscina. Nesby se había ganado fama de indisciplinado después de lo
que él llamaba la cosa, un incidente la temporada anterior en el que cuando
fue sustituido reaccionó con una retahíla de palabrotas hacia el entrenador que
provocó que tuvieran que llamar a seguridad para que se lo llevaran al
vestuario. “T-Nez”, que era su apodo, llevaba desde entonces intentando
Página 358
recomponer su imagen, ya que terminaba contrato, y había causado una
impresión inmejorable a Collins por su capacidad de trabajo y voluntad
defensiva. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que Jordan era el único
alero capaz de atacar y defender. La rotación la completaba el veterano
escolta Hubert Davis, un triplista procedente de North Carolina por el que
Jordan sentía un respeto singular: “Es sobrino de Walter Davis”, explicaba.
Los bases eran el pequeño Tyronn Lue y Chris Whitney, clásico base suplente
cuya mayor virtud es la ausencia de defectos, un buen triplista que se limitaba
a no perder el balón. Por dentro, el rendimiento de los jóvenes Kwame
Brown, Brendan Haywood y Etan Thomas era una incógnita, así que
dependerían de Christian Laettner y “Popeye” Jones, ambos en la recta final
de sus respectivas carreras después de haber superado graves lesiones de
rodilla. Jones era uno de los jugadores más respetados de la plantilla, un
obrero de la defensa y el rebote al que le gustaba el trabajo duro y enseñar a
los jóvenes, pero Laettner era una bomba en potencia. De su glorioso pasado
colegial sólo quedaba una manita infalible en la media distancia y una buena
visión de juego, mientras que en su historial abundaban demasiados
enfrentamientos con entrenadores y compañeros. Finalmente estaba Jahidi
White, un anchísimo pívot de movimientos tan lentos como torpes al que los
aficionados consideraban poco menos que un bufón. Tampoco ayudaba que
cada acción positiva de White fuera celebrada haciendo sonar el Minnie de
Moocher, con su estribillo burlón: ya-haidi-haidi-haidi-ho. Schadenfreude en
estado puro.
El problema del estado de salud de Jordan se planteó apenas comenzar la
pretemporada. Al ver los vídeos de los entrenamiento Michael Jordan
murmuró “parece como si me moviera a cámara lenta”, y tuvo que asumir que
Tim Grover y el Dr. Hefferon tenían razón. Anunció que no jugaría los dos
primeros amistosos en Detroit y Miami, pero los Pistons y los Heat
protestaron ante la oficina central de la NBA alegando que habían vendido
toda la taquilla para esos partidos con el reclamo de ver a Michael Jordan y no
podían decepcionar así a sus aficionados. La NBA a través de Russ Granick
insistió en que jugara, y Jordan se vio obligado a elegir entre perder el
descanso que necesitaba o reconocer públicamente que su rodilla le estaba
dando problemas. Michael Jordan no quería ver cómo su estado de salud se
convertía en el tema periodístico de la temporada, así que terminó accediendo.
Doug Collins contaba con intentar limitarle los minutos de juego, pero sabía
que una vez empezado el partido era difícil convencer a Jordan de que se
sentara.
Página 359
Michael Jordan debutó con los Wizards el 12 de octubre de 2001 en el
Auburn Hills Palace. Fiel a su costumbre no concedió entrevistas antes del
partido, ni tampoco se permitió tomar fotos del momento en el que se vistió el
uniforme de Washington, y permaneció arropado por Tim Grover, George
Koehler y el guardaespaldas Larry Wooten hasta el momento de saltar a la
cancha. La etapa de Jordan en los Wizards empezó con espectacularidad,
cuando taponó a Ben Wallace en la primera jugada del partido. Falló su
primer tiro, un triple, pero anotó los primeros puntos del partido. Jordan jugó
sólo 17 minutos, sobre todo de base y sin destacar especialmente después de
un alley-oop a pase de Courtney Alexander que apenas llegó a palmear. El
segundo partido amistoso sí mostró al Jordan que todos esperaban, con 18
puntos en el primer cuarto contra los Heat, anotando con facilidad frente a
cualquier defensor que intentaron ponerle. “Esto no va a ser otro como lo de
New York, ¿verdad?”, le gritó desde el banquillo Pat Riley, en referencia a
los 55 puntos en su primer retorno. “No”, contestó Jordan con una sonrisa,
“no voy a jugar tantos minutos”. Efectivamente, Michael Jordan aprovechó
que el resultado estaba decidido para descansar el resto del partido, alegando
molestias en el pie izquierdo. El siguiente encuentro era otra vez contra los
Pistons y Jerry Stackhouse volvió a superar a “Rip” Hamilton, a pesar de que
Jordan aguantó en pista 33 minutos intentando en vano la remontada.
Fueron los Nets quienes tuvieron el honor de reencontrarse con lo que la
prensa describió como “Vintage Jordan”: 41 puntos en 33 minutos coronados
por el primer mate con el uniforme de los Wizards, para llevarse la victoria
después de llegar a ir 18 puntos abajo. Se había sentido especialmente
motivado al saber que Kenyon Martin había anunciado su baja para el partido,
algo que Michael Jordan atribuyó a la “jordanitis”, una enfermedad
imaginaria que según el jugador era la causa de que muchos rivales alegaran
lesiones repentinas justo antes de tener que enfrentarse contra él. Para Jordan
era un síntoma de debilidad, y salió a la pista dispuesto a explotarla. En
retrospectiva, la pretemporada fue una versión en miniatura de lo que sería la
temporada real: habría buenas actuaciones, como el segundo partido contra
los Nets en el que Jordan dominó a placer el último cuarto, y actuaciones
mediocres, como el partido en Toronto en el que Vince Carter mostró una
superioridad insultante, y sería difícil de entender, como el partido contra
Boston. Después del partido contra los Celtics acudió a la inauguración del
quinto restaurante de su cadena en el Casino Mohegan Sun en Uncasville y se
pasó la noche entera jugando al blackjack con Antoine Walker y Richard
Hamilton. Varios miembros de su séquito intentaron insinuar la imprudencia
Página 360
de robar horas al sueño en esas circunstancias, pero Jordan estaba perdiendo
varios cientos de miles de dólares y se negó a marcharse hasta recuperarse. Al
final cambió su suerte y salió del casino ya de día, con la alegría que sólo le
daba el dinero ganado apostando. Quedaban tres días para el primer partido
oficial.
El retorno de Michael Jordan a las pistas se vio ensombrecido por la
cadena de atentados del 11 de septiembre de 2001. Sólo un día antes en la
puerta de Hoops the Gym Jordan había avisado a los periodistas de que esa
misma semana se produciría el anuncio oficial, pero los atentados hicieron
aconsejable retrasar la rueda de prensa. Jordan hizo dicho anuncio a finales de
mes, añadiendo que donaría su salario íntegro (más de un millón de dólares, el
mínimo para un agente libre veterano) al fondo para las víctimas del 11-S. A
pesar de ello, Jordan no parecía entender plenamente el impacto en la
sociedad de los atentados, y así, por ejemplo, renunció a participar en un
entrenamiento especial abierto a bomberos y policías como reconocimiento a
su labor, y tuvieron que insistir para que al menos pronunciara unas palabras.
No era algo particular de Jordan, sino que parecía extensivo a la NBA e
incluso a todo el deporte de élite estadounidense. El deporte vive en gran
medida de simular una dialéctica bélica en tiempos de paz, de
enfrentamientos descritos como batallas y héroes que caen con honor o
triunfan ante un enemigo superior. Pero en septiembre de 2001 la sociedad
necesitaba la épica real, no la simulada. Los héroes pasaron a ser los policías
y bomberos que entraron en los edificios en llamas, y poco después los
soldados desplegados en Afganistán. Resultaba de alguna manera inapropiado
sufrir por la derrota de un equipo cuando pocas semanas antes los muertos se
contaban por millares, y la última canasta ganadora palidecía ante la última
llamada desde un avión condenado.
Algunos esperaban que el deporte sirviera para cerrar esas heridas y
recuperar una sensación de normalidad, y ponían como ejemplo el primer
evento en Nueva York después de los atentados: un partido de béisbol en el
que los aficionados de los Mets terminaron en pie coreando el estribillo de la
canción New York, New York de Frank Sinatra, el himno no oficial de sus
eternos rivales los Yankees. La vuelta de Jordan a las pistas, que además
tendría lugar en el Madison Square Garden, parecía encajar con ese intento de
recuperar la imagen optimista de los Estados Unidos invulnerables. Era
inevitable recordar el double nickel, el partido de los 55 puntos poco después
de su primer retorno, y Spike Lee cedía a la nostalgia o a la épica cuando
anunció que subastaría la entrada de su esposa a beneficio de las viudas y
Página 361
huérfanos del cuerpo de bomberos, pero que nada en el mundo le haría ceder
su asiento. El benefactor anónimo que ganó la puja regaló a su vez la entrada
a la hija de un bombero fallecido, y la imagen de Spike Lee junto a la joven
Jessica DeRubbio esperando a que Michael Jordan saliera del túnel de
vestuarios parecía casi alegórica. Lo único que falló fue el baloncesto, en un
partido poco vistoso en el que ambos equipos rivalizaron en errores.
Jordan salió en el puesto de base y fue de más a menos, con un buen
primer cuarto en el tiro de media distancia que desapareció en la segunda
parte cuando le fallaron las fuerzas. Tuvo una última oportunidad a falta de
veinte segundos con un triple que podría haberle dado la victoria a su equipo,
y cuando se levantó pareció que aún podía invocar la magia de antaño. “Creía
que iba dentro. Todos nos sorprendimos cuando no entró”, declaró el
entrenador Jeff Van Gundy. Los Wizards perdieron 91-93, y lo más
preocupante fue la pobre imagen del equipo. Alexander, Laettner y Hamilton
estuvieron horribles, y Kwame Brown tuvo un debut profesional para olvidar.
Las escasas buenas noticias vinieron del banquillo, con Nesby y Jones
aportando y un Chris Whitney que a punto estuvo de levantar el partido a
golpe de triple. Algo parecido estuvo a punto de suceder la noche siguiente en
Atlanta, cuando Michael Jordan tuvo un arranque espectacular antes de que
los 40 minutos de juego le pasaran factura y le hicieran venirse abajo en la
segunda parte. La noticia fue su arranque de furia en el descanso, al que los
Wizards llegaron perdiendo a pesar de su aportación y que según los rumores
provocó que Jordan describiera el juego del equipo como “basura”. Al menos
sirvió para ganar, y en el primer partido en casa, contra unos Sixers sin
Iverson, tuvo que ser Doug Collins el que abroncara a sus jugadores después
de una primera parte calamitosa para que Richard Hamilton rescatara a los
Wizards.
A pesar de llevar dos victorias en tres partidos estaban jugando con fuego,
derrotando con demasiado esfuerzo a rivales inferiores sin dar buena imagen,
y lo iban a pagar. Los Wizards empezaron una racha de ocho derrotas
consecutivas que deslucieron el retorno de Michael Jordan a las pistas. No he
vuelto a jugar para esto, bramaba ante sus íntimos. A través de la prensa había
desafiado a los “jóvenes cachorros” de la NBA a ver quién ladraba a quién,
pero de momento el resultado estaba siendo que por primera vez la imagen de
Jordan se veía asociada a la derrota sin paliativos. Esta situación revelaba otro
problema en la estrategia de la temporada: durante semanas todos los
estamentos de los Wizards habían insistido en que Jordan volvía para enseñar
a ganar a una plantilla joven e inexperta, para intentar transmitirles su
Página 362
competitividad y destruir esa comodidad en la derrota que distinguía a los
equipos de Washington desde hacía años. Pero Jordan se había visto obligado
a reducir su participación en los entrenamientos cada vez más debido a su
estado físico, y eso le impedía enseñar desde el ejemplo como había hecho en
Chicago. Seguía siendo un modelo de preparación antes de los partidos,
cuando seguía una rutina estricta para favorecer su concentración, pero ya no
era el que más trabajaba en los entrenamientos. Sólo podía recurrir a trucos
como sentarse en el vestuario rodeado de zapatillas de Nike y regalar un par a
un compañero acompañadas de algún comentario punzante. “A ver si te
ayudan a coger algún rebote”, le dijo a Courtney Alexander. “Las de color
mostaza no, ésas no son zapatillas de sexto hombre. Son zapatillas de titular”,
contestó a Tyrone Nesby cuando éste le pidió un par del color favorito de
Jordan.
Su relación con Kwame Brown era la más representativa. Al principio de
la pretemporada Jordan intentó ejercer de hermano mayor, pasando tiempo
con el rookie y aconsejándole constantemente sobre aspectos deportivos o
comerciales, pero ese trato no duró mucho. Kwame Brown recordó a Jordan
el desafío antes del draft de jugar un uno contra uno, y durante ese partidillo
el novato mostró una actitud demasiado presumida para su gusto. “You reach
and I’ll teach”, exclamó después de que Jordan intentara en vano robarle el
balón. “Intenta enseñarme y te tumbo”, contestó un enfadado Jordan, y a
continuación se esforzó hasta derrotar a Kwame Brown por una diferencia
humillante. “A partir de ahora llámame ‘papi’, cabrón.” Desde ese momento
la situación entre ambos se agrió, a pesar de los intentos esporádicos por parte
de Jordan de recuperar su papel de mentor. No ayudaba que el verano le había
sentado fatal a Kwame, y se había incorporado al equipo pasado de peso y
quejándose de varias molestias físicas. Estaba aceptado que un jugador que
llegaba directamente desde el instituto necesitaba tiempo para empezar a
aportar, pero los entrenadores no veían en él esos destellos que un Garnett o
un Kobe habían mostrado desde sus inicios. Cada vez que le miro las manos,
murmuraba Jordan, me parecen más pequeñas. El clímax llegó en un
entrenamiento en el que Kwame Brown sintió que los veteranos estaban
abusando de su estatus para castigarle físicamente, y después de un golpe de
cadera que le hizo perder el balón protestó: “Eso ha sido falta”. Michael
Jordan estalló de una manera que nadie recordaba. “No se pide falta por un
toquecito de mierda, maricón. Mueve el culo de una vez y sigue jugando. No
quiero volver a oír una mierda como ésa.” Kwame Brown estuvo a punto de
Página 363
echarse a llorar. Era muy joven, poco más que un adolescente, y hacía un par
de meses que había salido de la escuela. “Flaming faggot.”
Pero no era el único. Tyronn Lue terminó enterrado en el banquillo
después de que Jordan se quejara de que intentaba correr en lugar de pasarle
el balón y abrirse para el tiple, como hacía Whitney, encontraba inaceptable
que Alexander usara su salto exclusivamente para tirar en suspensión en lugar
de penetrar o rebotear, y no consiguió conectar con Hamilton. Se suponía que
Richard Hamilton era la estrella de futuro de los Wizards, y Michael Jordan
hacía constantes comentarios sobre su supuesto papel de apoyo refiriéndose a
su compañero como “El Llanero Solitario” y a sí mismo como al indio
“Tonto”[22]. Rip Hamilton apenas conocía al Llanero Solitario y no terminaba
de entrar en sintonía con el tono de Jordan, y sobre todo se mostraba cada vez
más molesto por la atención casi exclusiva que recibía éste por parte de los
medios. “No soy un Jordanaire”, repetía en referencia al apodo despectivo que
la prensa de Chicago había dado a sus compañeros de los primeros años en
los Bulls. La franquicia había realizado una notable inversión en jugadores
como Hamilton, Alexander, Lue, Brown, Haywood y Thomas que parecían
más adecuados para un juego rápido al contraataque, pero Michael Jordan
obligaba a jugar andando y a dar demasiados minutos a veteranos como
Whitney, Laettner o Jones. Doug Collins argumentaba, con razón, que parte
del problema era la pobre aportación de los jóvenes. Lue parecía
desorientado, Alexander no recordaba en nada al del año anterior y Kwame…
era Kwame. Incluso Hamilton se veía sobrepasado por rivales como Jerry
Stackhouse, que aprovechaban su superioridad física para castigarle en ambas
canastas. Collins era de natural nervioso, y en esas circunstancias inició un
carrusel de cambios que no mejoraron la situación, con experimentos como
colocar al rookie Bobby Simmons de titular en lugar de Richard Hamilton.
Simmons era un defensor esforzado, pero los Wizards necesitaban los puntos
de Hamilton.
Mientras, el estado físico de Michael Jordan se seguía deteriorando hasta
tal punto que nadie consideraba significativas las bolsas de hielo y los cables
de electroestimulación que rodeaban permanentemente sus rodillas
precisamente porque siempre estaban ahí. Doug Collins intentaba
resguardarlo colocándolo en la cabeza de la zona en ataque y dándole la
asignación más fácil en defensa, pero las carencias del equipo terminaban
exigiendo que marcara a la estrella rival algunos minutos y que forzara la
rodilla intentando avanzar hacia canasta. Además, el dedo índice de la mano
derecha no se había recuperado del accidente sufrido en Bahamas cuando se
Página 364
cortó un tendón, desgastado por años de esfuerzo y abuso de la articulación.
No podía controlar el balón como antes, cometía pérdidas sorprendentes y
uno de los motivos por los que evitaba ir a canasta era precisamente esa falta
de “tacto”, de ese control que había sido uno de sus rasgos distintivos. Se
apoyaba en los tiros de media y larga distancia, y sus jugadas espectaculares
eran sobre todo fintas con las cuales hacía saltar a los rivales para dejarlos en
evidencia. Cuando el físico le respondía podía ofrecer actuaciones más que
sólidas, como una racha de tres partidos anotando más de treinta puntos por
encima del 50% en tiros, pero faltaba la magia. George Koehler lo llamaba “el
truco del conejo”, como si fuera un prestidigitador. El truco del conejo era la
jugada contra Lakers, la penetración con el cambio de mano, pero en términos
amplios se refería a la promesa implícita de que asistir a un partido de
Michael Jordan era contar con muchas posibilidades de ver algo único e
irrepetible, algo exclusivo y diferente. Podía ser una gran jugada, un mate,
una canasta final, una anotación brutal, nadie lo sabía. Pero estaría ahí, y
Jordan lo había convertido en su referencia para motivarse después de los
campeonatos cuando se veía jugando tantos partidos en apariencia
intrascendentes en pabellones lejanos. Un periodista recordaba un partido
contra unos Timberwolves sin Marbury en el que los Bulls ganaban
holgadamente a pesar de una pobre actuación de Jordan. Con el resultado
decidido, Phil Jackson quiso sentarlo para darle descanso, pero el jugador se
negó. “Aún no.” Se esforzó en la segunda parte y logró al fin varias jugadas
espectaculares que pusieron al público en pie. “Ahora”, le dijo a su
entrenador, y lo explicaba diciendo que en alguna parte del pabellón había un
espectador que no acudiría a ningún partido suyo antes ni después y le debía
algo espectacular. Eso era lo que le faltaba al Jordan de los Wizards, incluso
cuando ofrecía una buena actuación como el partido contra Celtics en el que
superó claramente a Paul Pierce, el jugador de la nueva hornada al que
encontraba más parecido consigo mismo. Su estilo no era tan similar como el
de Bryant o Carter, pero Jordan se sentía reflejado en el afán de mejora
constante de Pierce y su esfuerzo por no tener puntos débiles en su juego. A
pesar de la victoria, la jugada que quedaba era el enorme tapón que le colocó
Pierce en el último minuto. Durante su carrera muchos de sus tiros habían
sido taponados, pero no con tanta superioridad; era el primero de una serie de
tapones que recibiría en esta temporada en la que se enfrentaba a escoltas
rápidos y atléticos a los que no podía superar como antes.
Ésos eran los días buenos, cuando el cuerpo le respondía aunque
terminara sin aire en el último cuarto. Luego estaban los días malos, cuando
Página 365
anotaba menos del 40% de sus tiros y se veía obligado a justificarse en la
rueda de prensa, declarando que el mérito de las canastas de sus compañeros
procedía de sus pases o del sobremarcaje de los rivales. Se había convertido
en un jugador más ancho y lento, que aprovechaba su conocimiento del juego
y su astucia para robar balones y rebotes por colocación, asistir al hombre
libre y fintar a los defensores, pero incluso eso era un esfuerzo cada vez más
duro. El 24 de noviembre Jordan viajó a Chicago en secreto para que el doctor
Hefferon le drenara el líquido sinovial que bloqueaba su rodilla derecha, a
pesar de que el médico le advirtió que se trataba de una medida temporal que
podía llegar a agravar su estado. Llevaba ocho partidos promediando más de
40 minutos, y tres días después volvió a jugar más de 30 minutos en una
nueva derrota (3-10 en el global). Unos Cavs en plena reconstrucción ganaron
de paliza en lo que sería el punto más bajo de la temporada de los Wizards, y
Michael Jordan no se mordió la lengua ante la prensa. “Apestamos. Nadie me
guarda las espaldas pero todos esperan que yo guarde la suya. Es algo que no
voy a tolerar mucho tiempo”, declaró. “No me gusta no ver esfuerzo,
especialmente cuando yo no estoy al cien por cien.”
El partido siguiente, en Philadelphia, tenía el peor aspecto posible para los
Wizards: segundo encuentro en dos días consecutivos, con el equipo en caída
libre y contra el finalista de la NBA habiendo recuperado a Iverson. Para
colmo, Jordan jugaría con una media protectora que hacía imposible ocultar
su viaje a Chicago, y Collins tuvo que informar en la rueda de prensa del
drenaje al que había sido sometido. Pero los Wizards dieron la campanada
con una victoria épica gracias a una brillante actuación de Richard Hamilton
apoyado por un buen partido de Jordan en ataque y de Lue en defensa, que
terminó con Iverson desafiándole a resolver sus diferencias en el párking a
bofetadas. Aún más importante, fue el comienzo de una racha de victorias
cuando menos se esperaba. Michael Jordan obedeció a los médicos y se tomó
el primer partido de descanso de la temporada, pero los Wizards perdieron en
San Antonio y decidió volver para los siguientes en Houston y Dallas. “¿Es
que nadie se da cuenta de que no podemos perder los tres partidos en Texas?”
Sentía que el equipo empezaba a responder, y había que aprovechar la
oportunidad. Los Wizards encadenaron nueve victorias seguidas en diciembre
y otras cuatro a principios de enero a pesar de las lesiones de Courtney
Alexander y Christian Laettner, y se empezó a hablar seriamente de las
posibilidades de Michael Jordan para el MVP. Ya no se hablaba de su rodilla,
a pesar de que el 3 de diciembre hubo de someterse a un segundo drenaje.
Página 366
Una de las causas de la racha de victorias era la recuperación del
lesionado Brendan Haywood, el rookie procedente de los Tar Heels que se
convirtió en una de las mejores noticias de la temporada aportando intensidad,
defensa y rebote. Pero la principal era que Jordan empezó a sentirse más a
gusto en la cancha después de que los drenajes aliviaran las molestias de la
tendinitis y sus compañeros se fueran adaptando a jugar con él. “Popeye”
Jones se había convertido en el complemento perfecto, un reboteador
incansable que sabía colocarse para los bloqueos que liberaban a los aleros.
Con él y el anchísimo Jahidi White abriéndole espacios, el tiro de Jordan se
volvió mucho más efectivo a pesar de otra tendinitis más, esta vez en la
muñeca derecha. Nesby y Lue eran dos perros de presa en defensa y
Haywood aportaba lo que no hacía Kwame. Volvió la magia, y la redención
en el Madison Square Garden el 22 de diciembre cuando Michael Jordan
volvió a tener el tiro final con el partido empatado a falta de cuatro segundos,
y esta vez no falló. Quizá ya no fuera un volador y sólo le quedara la mente,
pero esa mente seguía siendo la de Michael Jeffrey Jordan. Sprewell no saltó
a la finta porque todos sabían que este Jordan siempre finta, y no fintó. Se
levantó solo y anotó para la victoria, y un estadio entero pudo volver a casa a
celebrar la Nochebuena recordando lo que habían tenido la suerte de
contemplar.
La Nochevieja trajo aún más magia: primero 51 puntos a los Hornets el 29
de diciembre, después 45 a los Nets el mismo 31 y sin bajar del 50% en tiros,
y para terminar el primer enfrentamiento contra los Chicago Bulls el 4 de
enero en el MCI Center. Los Bulls acababan de despedir a Tim Floyd para
reemplazarlo por Bill Cartwright, y Michael Jordan no dejó pasar la
oportunidad de dedicarle unas cuantas puyas a Jerry Krause y su
“reconstrucción” después del campeonato de 1998. “Contratar a Bill ha sido
una buena decisión”, declaró, “ahora sólo les falta despedir a Krause y
sustituirlo por John Paxson”. Viniendo de quien era de facto máximo
responsable de una franquicia rival, las palabras de Jordan suponían una
violación de protocolo, y también un torpedo en plena línea de flotación de
los Bulls. Superando la defensa de Ron Artest, el jugador que le rompió las
dos costillas en verano, Michael Jordan anotó 25 puntos en la primera parte y
superó la marca de los 30.000 en su carrera. En la segunda parte volvieron a
fallarle las fuerzas, pero le quedaba suficiente para la magia: con Wizards seis
arriba en el último minuto, Artest tocó el lanzamiento de Jordan y los Bulls
salieron al contraataque. Ron Mercer encaró a Hubert Davis para lo que iba a
ser una bandeja fácil y Michael Jordan taponó su tiro llegando desde atrás. No
Página 367
sólo lo taponó, sino que lo clavó a dos manos contra el tablero y bajó con el
balón cogido. “Aún puedo saltar si tengo que hacerlo, especialmente si me
cabrean.”
Las victorias no podían llegar en mejor momento, porque Jordan estaba
enfrascado en un complicado intento de mantener su vida privada fuera del
alcance de la prensa. Karla Knafel, una antigua amante, le había abordado en
un casino de Las Vegas durante el paro forzoso de 1998 para exigirle el pago
de cinco millones de dólares que según ella le había prometido. Sus abogados
llevaban negociando desde entonces, pero después de una reunión el 18 de
diciembre de 2001 la señorita Knafel parecía dispuesta a recurrir a la prensa.
Las amenazas de sus abogados aún podrían retrasarlo, pero nada podría
impedir que se supiera que en navidades Juanita Jordan había presentado una
solicitud de divorcio. La noticia saltó inmediatamente a los titulares de todo el
país y las ruedas de prensa se llenaron de periodistas que no procedían de la
sección de deportes de ningún medio sino que pedían insistentemente
declaraciones sobre el tema. “No es asunto vuestro”, fue la única respuesta de
Jordan mientras el circo mediático alzaba su carpa. Bobby Mercer, un
estrafalario stripper apodado Rumpshaker (no es broma) se unió al
espectáculo enviando una carta a Juanita Jordan en la que afirmaba que el
jugador había mantenido una relación con su esposa, Pam Jones, de la que
estaba separado. Aunque los abogados de Jordan le atemorizaron para
renunciar a la rueda de prensa que tenía prevista, sí llegó a sacar un libro
sobre el tema, y los medios aprovecharon para reciclar historias como la de
Lisa Miceli, una joven aparentemente alterada que insistía en que Jordan era
el padre de su hijo a pesar de haber quedado desmentido por varias pruebas de
paternidad. Era la peor pesadilla de Jordan, su nombre asociado a una galería
de fantoches televisivos y su mujer pidiendo el divorcio.
La relación entre ambos nunca había sido fácil desde que ella le forzó a
poner fecha a la boda mediante una demanda de paternidad de su primer hijo,
y el matrimonio había estado cerca de la ruptura varias veces. A pesar de sus
recurrentes comentarios sobre dedicar tiempo a su familia y ver crecer a sus
hijos, Jordan siempre tenía una aventura en la que abstraerse. Cada vez que su
esposa pensaba que por fin iban a mantener una relación estable, Michael
Jordan encontraba una nueva excusa para recorrer el país de punta a punta.
Las amenazas de Karla Knafel fueron probablemente la última gota, ya que
violaban la ley matrimonial no escrita de la NBA: lo censurable no es la
infidelidad si es discreta, sino cualquier escándalo que deje en evidencia al
cónyuge. Jordan se tomó muy en serio la petición de divorcio, pero pensaba
Página 368
que aún tenía una oportunidad de reparar su matrimonio. Como siempre, creía
que aún le quedaba un último tiro para remontar el partido.
El baloncesto era su refugio, y por eso fue una suerte que coincidiera con
los mejores momentos de Michael Jordan en la franquicia, cuando la vuelta al
servicio activo parecía un éxito completo en lo deportivo. En lo financiero
nunca había estado en duda, ya que el número de abonados a los Wizards se
había disparado y tenían garantizado el lleno absoluto en casa y fuera (en toda
la temporada sólo quedaron entradas sin vender en tres partidos, todos fuera
de casa y con Jordan ya de baja). Día sí y día también aparecían en la
televisión nacional, y Abe Pollin podía cumplir su sueño de bajar al vestuario
acompañado de un grupo de amigos o empresarios boquiabiertos y
presentarles al ídolo. Michael Jordan despreciaba lo que definía como
“espectáculo de feria”, pero en este caso respetaba la posición del propietario
y atendía a sus invitados con paciencia y educación. Jordan no era el único al
que molestaban las visitas de Pollin, que usaba un tono excesivamente
paternalista en presencia de los jugadores. “Estoy muy orgulloso de mi
equipo”, presumía. Ni siquiera “nuestro equipo”, algo que irritaba incluso a
los entrenadores. Abe Pollin no era el tipo de propietario implicado en la
franquicia, estilo Mark Cuban (en su etapa como presidente, uno de los
primeros objetivos de Jordan fue mejorar las instalaciones y equipamiento de
los jugadores, que rozaban lo cicatero), ni tampoco la clase de propietario
remoto estilo Jerry Reinsdorf, que confiaba el equipo al criterio de sus
responsables. Pollin se apuntaba gustoso a la foto, pero no trabajaba para que
se sintieran apoyados ni respaldados de ninguna forma.
Por su parte, Abe Pollin sentía que su labor apenas recibía
reconocimiento. Ted Leonsis había entrado en la franquicia precisamente
porque Pollin había construido el MCI Center con su propio dinero, sin
financiación pública, después de décadas colaborando en programas sociales
para el desarrollo de la ciudad. Sin embargo, la prensa atribuía enteramente el
florecimiento económico de esa parte de Washington a Michael Jordan, cuya
aportación tangible se limitaba a abrir el sexto restaurante de su cadena. Esa
ambivalencia se reflejaba en el All Star del año 2002. Michael Jordan era el
gran reclamo para que Abe Pollin pudiera lucirse después de que el All Star
de 2001 se celebrara en Washington con los Wizards en el fondo de la liga,
pero las votaciones para el quinteto titular revelaban que el tirón popular de
Jordan no era tan seguro como se suponía. Su titularidad estaba garantizada,
por supuesto, pero en número total de votos aparecía por detrás no sólo de
Shaquille O’Neal sino de jóvenes estrellas como Vince Carter y Kobe Bryant.
Página 369
Incluso en la clasificación parcial de bases/ escoltas de la conferencia Este fue
mucho tiempo por detrás del polémico Allen Iverson, algo sorprendente al
tratarse de un concurso de popularidad en el que participaba el que
posiblemente fuera el deportista más carismático de todos los tiempos. La
“tercera venida” de Jordan empezaba a definirse como un ejercicio en
nostalgia de aficionados cuarentones, que no le servía para conquistar a una
nueva generación ni para medirse a los nuevos talentos de la liga. Empezaba a
dar un poco igual si jugaba bien o mal, si superaba a Carter o era superado por
Kobe, porque ya no estaba en ese plano.
El partido de las estrellas sirvió para confirmar esa percepción. Michael
Jordan dominó la rueda de prensa compartida con Allen Iverson, y cuando un
periodista le pidió que comparara a Kobe con Jordan éste saltó
inmediatamente: “Yo no contestaría a esa pregunta si fuera tú, pero adelante”.
“Ya lo habéis oído”, sentenció Iverson. Pero en el partido la estrella
indiscutible fue Kobe Bryant, elegido MVP sobre los abucheos del público de
su Philadelphia natal, y lo único que se comentó de Jordan fue su fallo en el
mate del primer cuarto, cuando salió solo al contraataque y estrelló el balón
contra el aro. No importaba el mate posterior sobre Tim Duncan, Jordan sabía
que el fallo sería lo único que se recordaría. “Bien, ¿quién va a ser el primero
en preguntármelo?”, dijo para comenzar la rueda de prensa. “Tengo que
reírme. Si no soy capaz de reírme de mí mismo, no me puedo reír de nadie.”
La comparación con el mate a tablero de Tracy McGrady provocaba su
añoranza. “Recuerdo cuando yo solía hacer cosas así”, declaró. “Cuando te
haces viejo, no tienes la misma confianza. Tienes que comprobar una lista, y
cuando terminé de repasarla y estuve listo para el mate, ya me había pasado.”
Aún no lo sabía ni él, pero en retrospectiva se haría evidente que estaba
anunciando el final de su temporada.
La última catástrofe había sido la lesión de Richard Hamilton el 21 de
diciembre, una rotura fibrilar en el abdomen que lo dejó incapacitado hasta
finales de enero. Con Courtney Alexander también de baja eso limitaba al
extremo las armas ofensivas de los Wizards, y hubo que abandonar el intento
de mantener a Michael Jordan por debajo de los 35 minutos por partido. Lo
peor, recordaba Collins, es que no era solamente un tema de minutos, sino del
enorme esfuerzo que desarrollaba en esos minutos. Jordan mantuvo la buena
marcha del equipo gracias a los triples de Hubie Davis y a la defensa de
Tyrone Nesby, incluso dejó otro momento para el recuerdo con una canasta
final para derrotar a los Cavs (a quién si no) después de un saque de banda
diseñado por Doug Collins con su habitual maestría. El problema era que
Página 370
Jordan promedió más de 40 minutos por partido durante enero y febrero, y el
7 de febrero sufrió una contusión en la rodilla en un choque con Etan Thomas.
Michael Jordan no quería ni oír hablar de reducir su tiempo de juego,
mucho menos de perderse partidos, con el equipo sumido en una racha
negativa. A pesar de la vuelta de Hamilton los Wizards sumaron siete derrotas
consecutivas después del All Star, y su presencia en playoffs estaba en
peligro. Jugando de base o point forward, Michael Jordan aún podía oxigenar
el juego de ataque de su equipo gracias a sus pases, pero los rivales habían
aprendido que apenas podía moverse e ignoraban sus fintas. Mientras, Rip
Hamilton era objeto de sucesivas defensas de contactos a cada cual más dura,
que terminaron por convencerle de que Jordan y Collins tenían razón y era
necesario que empezara inmediatamente una preparación física para
fortalecerse. Se puso en manos de Tim Grover, pero los resultados tardarían
en verse y los Wizards no podían esperar. En un último intento, Michael
Jordan anotó 37 puntos el 23 de febrero con una rodilla ardiendo, y aun así los
Heat les ganaron de dos. “Si tienes que caer, cae disparando”, era una de las
lecciones que repetía en el vestuario de los Wizards. “Que cuando caigas no
queden balas en tu pistola.” En el vuelo a Miami después del partido, Jordan
no podía soportar el dolor. Caminaba por el pasillo del avión incapaz de
sentarse, mientras Tim Grover intentaba en vano calmarlo usando hielo,
siempre más hielo, electroestimulación, lo que fuera. El médico de los Heat le
volvió a drenar la rodilla e intentó jugar, pero tuvo que pedir el cambio a
mediados del último cuarto con el resultado aún por decidir. A Michael
Jordan no le quedaban balas.
Protegido por sus leales, Jordan volvió en silencio a Washington. “Me
estoy haciendo viejo. Esto es una señal de que estamos llegando al final.” Con
su sobriedad característica aceptaba que la decisión había sido suya, y que las
advertencias de Tim Grover y el Dr. Hefferon habían resultado ciertas. Era
bueno saber que tenía en quién confiar. Tres días después el Dr. Stephen
Haas, médico de los Wizards, le operó la rodilla derecha con resultados
mejores de lo esperado. En lugar de la artrosis degenerativa que creían, la
artroscopia halló y reparó un desgarro en el cartílago del menisco lateral de su
rodilla derecha, con lo cual el pronóstico era de una recuperación completa.
Michael Jordan había entrado en el quirófano con serias dudas sobre si podría
cumplir su segundo año de contrato, y al salir el Dr. Haas le anunció que
podría volver esa misma temporada después de un tiempo de baja de entre
tres y seis semanas. El Dr. Hefferon no compartía este optimismo, y
consideraba que Michael Jordan debería pasar al menos cuatro semanas de
Página 371
recuperación antes de plantearse siquiera volver a los entrenamientos.
Conocía a Jordan y sabía que intentaría regresar a la cancha en sólo tres
semanas confiando en su legendaria capacidad de recuperación, y en su
estado eso podía hacerle más mal que bien.
El alejamiento de Michael Jordan del equipo fue tan repentino como
completo. A preguntas de los periodistas, Doug Collins tuvo que admitir que
desconocía dónde se encontraba Jordan, cuáles eran sus planes para regresar a
las pistas o cuándo iba a aparecer por el vestuario. El entrenador tuvo que
pasar por el mal trago de excusar su ausencia justo antes de que el jugador
decidiera asistir a un partido en el banquillo vestido de calle, evidenciando
que Jordan no le informaba por anticipado de sus intenciones. Mientras, el
resto de jugadores se mostraban visiblemente aliviados y hablaban de
aprovechar la oportunidad para jugar al estilo que más les convenía y
demostrar así que eran mejores de lo que se creía. La prensa los había
apodado Wiz Kids, y cuando se dirigían a ellos era para preguntarles si la
última declaración de Jordan les había motivado o si no podían hacer el
esfuerzo de ofrecerle un mejor apoyo. Ellos se denominaban a sí mismos The
New Jacks, en referencia a la película New Jack City, sobre el ascenso de un
nuevo tipo de bandas en los barrios, y estaban hartos. Tyronn Lue ya no sabía
cómo obedecer las instrucciones contradictorias de un Jordan que le pedía a la
vez que se fuera a la esquina a abrirle espacios al triple y que estuviera
preparado para bajar a defender el rebote rival (al pasar muchos minutos en
aclarados en la cabeza de la zona, en caso de contraataque Jordan se veía solo
frente a dos o tres rivales encarándole por velocidad), mientras que Courtney
Alexander y Kwame Brown carecían de ritmo de juego después de que Doug
Collins los metiera y sacara de la rotación durante toda la temporada. Aunque
Richard Hamilton intentaba mantener un tono respetuoso y hablaba de cuatro
o cinco años para referirse al futuro post-Jordan, se había dirigido al
entrenador para quejarse de que no entendía cómo un jugador de 38 años
recibía más balones que el que se suponía que era el futuro de los Wizards. Y
ni siquiera los veteranos se sentían cómodos compartiendo vestuario con
quien seguía siendo presidente de los Wizards en todo excepto en el nombre.
Era imposible establecer lazos de compañerismo con la misma persona que
mañana podía despedirte, y se hacía difícil jugar con naturalidad pensando
todo el tiempo si estabas tirando demasiado o demasiado poco para el gusto
de Jordan, y si eso influiría en tu contrato.
El primer partido sin Jordan fue como un día de recreo. Perdieron en casa,
pero fue contra un rival muy superior como los Blazers, por culpa de unos
Página 372
discutidos tiros libres finales y después de anotar 101 puntos. Libres de
condicionantes y jugando sin el freno de mano puesto, Hamilton, Alexander y
Nesby mostraron una alegría que no se había visto en toda la temporada.
Incluso Kwame Brown mostró por fin un destello de lo que se espera de un
número uno del draft, cuando encaró a Rasheed Wallace y culminó la canasta
con un semigancho tras pivote que hizo que Doug Collins llamara a Jordan
inmediatamente después del partido. “Creo que elegimos al jugador correcto.”
También perdieron el siguiente, pero a continuación ganaron dos partidos
seguidos gracias a un Courtney Alexander espectacular, que se atrevió a
insinuar que los aficionados disfrutaban más de estos Wizards sin Jordan:
“Claro, es excitante y es el futuro. Es lo que esperábamos de este estilo de
juego, Rip y yo, y ahora véis lo que pasa cuando nos dan la oportunidad de
aplicarlo”. No tuvieron mucho tiempo para sacar pecho estos new jacks, que
después del partido contra Chicago encadenaron cinco derrotas seguidas que
ponían muy difícil su acceso a los playoffs. La presencia de Jordan también
servía de excusa para que los más jovenes de la plantilla evitaran afrontar sus
carencias y limitaciones, atribuyéndolas a la dificultad de contar con los
minutos y tiros que creían merecer. Con o sin Jordan, Alexander era un
tirador unidimensional e irregular, Hamilton un jugador físicamente
vulnerable y Kwame un proyecto con más sombras que luces. Además, las
defensas rivales podían centrarse en ellos, y los Wizards volvieron a ser el
equipo mediocre de principios de temporada que competía hasta el último
cuarto pero terminaba perdiendo aunque fuera con marcadores más altos.
Michael Jordan volvió a jugar a las tres semanas justas de su operación.
Las evaluaciones de su rodilla calculaban que estaba entre un 50% y un 65%,
y Tim Grover le advirtió que una recaída antes de estar totalmente recuperado
podría suponer una lesión incurable. Pero Jordan creía que aún era posible
entrar en playoffs con una remontada final, y durante toda la temporada había
hablado de que sentía que aún quedaba dentro de él un último gran tiro. En
esta etapa de su carrera una última canasta en playoffs sería como ganar otro
campeonato, y Michael Jordan era incapaz de dudar de su capacidad para
imponer su voluntad en la pista. Era capaz de visualizar la victoria y eso
significaba que había una posibilidad de conquistarla. John Bach bromeaba
diciendo que su increíble capacidad de recuperación le hacía sospechar que
Jordan era un extraterrestre, pero esta vez no se trataba de una torcedura o un
tirón sino de la primera operación quirúrgica real de su carrera. “Yo necesité
tres meses, y hacía rehabilitación todos los días”, declaró Steve Kerr. “Quizá
sea diferente para él. Quizá siga siendo Michael.”
Página 373
Doug Collins había declarado que era impensable que Michael Jordan
intentara volver a jugar sin al menos pasar dos o tres entrenamientos para
confirmar su recuperación. Sin embargo, Collins ya no estaba al tanto de la
situación ni de las intenciones de Jordan, y cuando los Wizards llegaron a
Denver el 19 de marzo se lo encontraron esperándoles en el hotel. Al día
siguiente derrotaron a los débiles Nuggets gracias a la aportación de
Hamilton, Alexander y Nesby, para ponerse 32-36 aún a tiro de playoffs.
Jordan sólo jugó 16 minutos, dando muestras de no estar aún recuperado, y
tenían otro partido a la noche siguiente. Jordan anotó un bonito mate, pero el
equipo estaba muy fatigado y los Jazz les derrotaron con facilidad. Bryon
Russell se permitió el lujo de anotar un triple en su cara al final seguido de un
robo de balón que provocó la ovación del público de Utah. “Espero que sigas
oyendo esto, Mike, durante todo el viaje de vuelta.” Aún más dolorosa fue la
siguiente derrota en Toronto, cuando Michael Jordan lideró la remontada y
capturó un rebote defensivo en el último minuto con los Wizards ganando de
uno. Y entonces, lo que más temía Jordan, verse convertido en la clase de
jugador capaz de arrebatar la derrota de las fauces de la victoria: Antonio
Davis le robó el balón para anotar la bandeja que ponía a los Raptors por
delante, y en el último ataque el tiro final de Michael Jordan se salió de dentro
y sentenció la derrota de su equipo. Como siempre, Jordan asumió las
consecuencias de ese fallo final, había hecho un buen tiro y simplemente no
entró, pero tuvieron que separarlo de unos árbitros a los que se quería comer
por no haber pitado falta en el rebote. Sentía que esos errores finales y la falta
de respeto arbitral eran señales del final de su estatus de estrella.
A pesar de todo, Michael Jordan seguía insistiendo en que era posible el
milagro, y otro triunfo sobre los Nuggets ponía a los Wizards con un balance
de 2-2 desde su retorno. Sin embargo, las dos victorias habían sido contra
Denver, uno de los peores equipos de la liga, y Jordan apenas había
contribuido. Contra los Nuggets volvió a ser noticia negativa, en este caso por
un brutal tapón de Voshon Lenard que le hizo acabar en el suelo. A falta de
once partidos, los Wizards necesitaban ganarlos casi todos para entrar en
playoffs, así que era el peor momento para que Doug Collins provocara otra
tormenta en el seno de la franquicia. Collins fue invitado al programa de la
ESPN Pardon the Interruption y allí declaró textualmente que le sorprendería
mucho que Michael Jordan jugara la temporada siguiente. Esas declaraciones
contradecían la “versión oficial” precisamente en el período de renovación de
abonos, y la gerencia exigió una rectificación pública e inmediata. El
entrenador tuvo que recurrir a la típica excusa de que sus palabras habían sido
Página 374
sacadas de contexto, ante unos periodistas que no conseguían imaginar un
contexto en el que significaran algo diferente y especulaban sobre un posible
enfado de Jordan. Sin embargo, Michael Jordan acudió a la rueda de prensa a
respaldar a Collins: “A mí también me sorprendería que yo volviera el año
que viene. Si voy a pasar por la misma situación, no sería buena idea jugar”.
Los periodistas deberían haber imaginado que unas declaraciones de Doug
Collins en un programa presentado por Michael Wilbon, amigo declarado de
Jordan, respondían a los deseos e intereses del jugador. Los Wizards se
habían embarcado en una campaña publicitaria para el año siguiente en la
cual el gran reclamo para adquirir abonos o contratar partidos de
pretemporada era la presencia de Michael Jordan, y a éste le molestaba ese
afán tan poco disimulado por hacer dinero a su costa sin contar con su
opinión.
Jordan estaba de particular buen humor antes del partido contra los Bucks.
Sus dos hijos mayores habían venido a verle y su presencia indicaba la
mejoría en la relación con su esposa. Michael Jordan había aprovechado las
visitas a la consulta del Dr. Hefferon en Chicago para ver a Juanita, y había
arreglado la situación de forma que ésta retiró su demanda de divorcio apenas
un mes después de haberla presentado. Jordan permaneció largo rato en el
pabellón viendo a sus hijos jugar al baloncesto con los hijos de Rod Higgins,
y para muchos de los miembros de los Wizards fue la única vez que lo vieron
reír de verdad. “No tengas miedo de sacarme hoy”, advirtió a Collins. “Me
siento bien.” Así comenzó la última buena actuación de Jordan en la
temporada, 34 puntos en 26 minutos para derrotar a Milwaukee. Hubo
momentos de desfallecimiento físico, pero por una noche las fintas
funcionaron y esa mecánica arrastrada tan larga que había desarrollado le
permitió superar a sus defensores y anotar con acierto. Era el tipo de partidos
que le permitían seguir afirmando que su estado físico no era preocupante,
que sólo necesitaba recuperar el ritmo, que el hielo y la electroestimulación
eran algo normal. No era cierto. Sólo dos días después contra los Mavs volvió
a dar una imagen de impotencia frente al marcaje de Adrian Griffin, y sólo
pudo anotar dos tiros libres antes del último cuarto. Anotó tres canastas
importantes en la recta final para darle a su equipo una posibilidad, pero no
logró evitar la victoria de los Mavs que prácticamente certificaba la
eliminación de los Wizards para playoffs. Jordan había terminado el partido
arrastrando la pierna y la inutilidad de su esfuerzo provocó una reacción
inesperadamente crítica hacia Collins. “En el partido contra Milwaukee pude
aprovecharme mejor jugando de base, pero eso no pasó hoy. Me podría haber
Página 375
utilizado mejor”, declaró. Pero lo más importante fue un comentario de
pasada ante sus íntimos sobre un pequeño problema sin demasiada
trascendencia: no era capaz de flexionar completamente la rodilla.
Por más que intentara quitarle hierro, eso suponía que Michael Jordan no
estaba en condiciones de seguir jugando ni un día más. Volvía a despertarse
por las mañanas con la rodilla inflamada como antes de la operación, pero
rechazó la petición de Collins de dar por terminada la temporada. Aún no
estaban eliminados matemáticamente, y el siguiente partido era contra los
Lakers de Phil Jackson y Kobe Bryant. Jordan decidió probar una media
terapéutica que se suponía que facilitaba la circulación pese al excepticismo
del fisio de los Wizards. Phil Jackson reconoció que le dolía ver a Jordan en
ese estado, incapaz de bajar a defender y siendo superado en velocidad por el
suplente Brian Shaw, y después de diez minutos Doug Collins se lo pidió
como algo personal. “Michael, por favor, no quiero que sigas jugando.”
Después del partido, Jordan admitió ante la prensa que se habían cumplido los
peores augurios de Tim Grover: “Volví sin dedicar el tiempo suficiente a
prepararme, y ahí empezó todo: los problemas de rodilla, la tendinitis. Partes
de tu cuerpo empiezan a fallar, intentas compensar y otras partes fallan”.
Insistió en que se encontraba bien y que no había ningún problema, pero a la
mañana siguiente habló con Doug Collins y se marchó sin despedirse de sus
compañeros. “Creo que Michael necesita estar solo durante un tiempo.”
Después de anunciar su baja definitiva, Michael Jordan volvió a
distanciarse del día a día del equipo. Ocasionalmente apareció por algún
partido para ver cómo los Wizards terminaban 37-45, pero en general prefirió
empezar a plantear la temporada siguiente. Nadie se esforzaba ya en fingir
que Wes Unseld era algo más que una figura decorativa y Michael Jordan
trabajaba pensando en la temporada siguiente. Aunque públicamente seguía
afirmando que sus posibilidades de jugar otro año eran escasas, en realidad se
trataba del pulso con Susan O’Malley y el departamento publicitario de los
Wizards, que en su opinión seguían empeñados en intentar sacar dinero
gracias a su nombre. “Cuando miro a mi alrededor, no veo a Pippen ni a
Rodman.” Fue su manera de anunciar después de su último partido que tenía
la intención de hacer una profunda renovación del vestuario aunque para ello
fuera necesario prescindir de jugadores que habían cumplido
satisfactoriamente, como Chris Whitney, “Popeye” Jones, Hubert Davis o
Tyrone Nesby (o no tan satisfactoriamente, como Courtney Alexander). A
cambio llegaron Larry Hughes y el veterano Bryon Russell para evitar que los
rivales pudieran seguir explotando la falta de altura del perímetro de los
Página 376
Wizards. Después de la mala experiencia con Kwame Brown, Jordan prefirió
elegir en primera ronda del draft a dos jugadores con irreprochables
credenciales universitarias, como el ídolo local Juan Dixon de Maryland y
Jared Jeffries de Indiana (en segunda ronda eligió a un escolta llamado Juan
Carlos Navarro). Aunque era difícil encontrar algo mejor con esas elecciones,
algunos analistas creyeron detectar cierta intención de evitar críticas. Se
trataba de jugadores que tendrían dificultades para trasladar su juego a la
NBA. Dixon era un escolta con cuerpo de base y Jeffries un alero falto de tiro
como exterior y de fuerza como interior, pero sí eran dos opciones sensatas,
razonables, de las que no se recuerdan para bien ni para mal.
El mayor cambio fue, sin duda, el traspaso de Richard Hamilton a los
Detroit Pistons a cambio de Jerry Stackhouse. Michael Jordan no había
llegado a conectar con Hamilton, y Doug Collins consideraba que su falta de
fortaleza y aplicación defensiva obligaba a un mayor desgaste de Jordan.
Stackhouse había tenido grandes actuaciones contra los Wizards explotando
su superioridad atlética, y eso había dejado huella. Además, ya había tratado
con Collins (que fue quien lo fichó para Detroit) y con Jordan, como
corresponde a un Tar Heel hecho y derecho. A pesar de ello, su fama
universitaria como “el nuevo Jordan” había provocado que su relación con
Michael Jordan se viera marcada por la rivalidad desde que jugaran sus
primeros partidillos en Chapel Hill antes de dar el salto a la NBA. Según los
rumores, Stackhouse había mostrado una actitud poco respetuosa, y el
resultado habían sido 48 puntos de Jordan en su primer enfrentamiento en la
NBA. Se suponía que los Wizards trabajaban para el futuro, pero deshacerse
de un jugador de 24 años a cambio de uno de 28 evidenciaba las
contradicciones de un equipo que parecía estar trabajando para el presente.
No era la única señal preocupante para la temporada que se avecinaba.
Los abogados de Jordan no habían logrado un acuerdo con Karla Knafel y era
cuestión de tiempo que su vida íntima terminara en las revistas. No era
posible intimidarla ni seguir retrasando lo inevitable, porque Karla Knafel era
casi una profesional que ya había ganado una demanda de paternidad a otro
jugador de la NBA (Dale Davis) y sabía manejar perfectamente estos asuntos.
En sí, sus exigencias carecían de cualquier peso legal: el hijo por el cual
Michael Jordan habría aceptado pagar cinco millones de dólares había
resultado ser de otro deportista, concretamente un jugador de las ligas
menores de los White Sox, con lo cual ni siquiera demostrando la validez de
ese acuerdo verbal podía exigir el pago. El arma de Karla Knafel era el propio
juicio, con la posibilidad de que Michael Jordan tuviera que subir al estrado y
Página 377
declarar de viva voz los detalles sórdidos de su relación. Como último
recurso, Jordan decidió tomar la iniciativa y llevar el caso al juzgado él
mismo acusándola de extorsión. Si no podía evitar el juicio, al menos así
dejaba de estar a merced de esa mujer.
Las sucesivas vistas y decisiones judiciales fueron noticia durante todo el
año 2003, durante el cual Karla Knafel y sus abogados revelaron detalles de
su relación incluida una foto de ambos poco halagadora en la que un Jordan
vestido con un chándal vulgar en una especie de pensión quedaba muy lejos
de su elegancia habitual. La NBA se vio obligada a realizar una investigación
interna por “relaciones impropias” cuando se supo que había sido un árbitro el
que los había presentado en Las Vegas cuando Karla Knafel intentaba pasar
de peluquera a cantante. Lo más dañino para la imagen de Jordan era cómo su
amante había descrito el matrimonio con Juanita como una operación
puramente comercial, pero hasta eso era preferible a que el propio Michael
Jordan tuviera que subir al estrado y declarar. El caso fue perdiendo fuelle y
quedó zanjado definitivamente alrededor de 2005 con la desestimación de
todas las exigencias de Karla Knafel, pero el daño era irreparable. Por más
que Michael Jordan se negara a entenderlo, su imagen se había basado en la
extensión de la superioridad deportiva a la moral, convirtiéndolo en un ideal
en términos absolutos al que el consumidor deseaba imitar. Estas historias
eran casi provincianas en su vulgaridad, y carecían de los elementos más
censurables, como drogas, violencia y alcohol, que marcaban los escándalos
de otros jugadores; pero su efecto era mayor porque afectaban a una figura
que se había colocado por encima del mal, y además su desmitificación moral
coincidía con el momento en el que su superioridad deportiva llegaba a su
ocaso.
Michael Jordan anunció en agosto que iba a disputar la temporada 2002-
03, pero cuando se incorporó Doug Collins quedó horrorizado por lo que vio.
Jordan no podía elevarse para una suspensión ni mucho menos correr, y según
las estimaciones del entrenador estaba al 20% de su capacidad. Collins estaba
convencido de que la realidad se haría evidente para el jugador y se
anunciaría su retirada antes del comienzo de la competición, lo que no sabía
era que Michael Jordan estaba siguiendo un cuidadoso plan formulado por
Tim Grover para asegurarse de que no se repetiría el culebrón del año anterior
con su rodilla. De esa experiencia había salido con aún mayor confianza en
Grover y en el Dr. Hefferon, ya que ambos le habían dicho siempre la verdad,
así que ahora los creía cuando afirmaban que siguiendo la preparación
adecuada podría jugar la temporada completa. El plan de Grover incluía no
Página 378
jugar en pretemporada, empezar la liga sin estar al 100% y alcanzar el pico de
forma hacia enero. Esta preparación eliminó los altibajos y la incertidumbre
sobre el estado físico de Jordan, pero redujo también el dramatismo de su
temporada. Abe Pollin repetía que los Wizards seguían dando beneficios por
primera vez en décadas, pero el interés por la vuelta de Michael Jordan estaba
descendiendo conforme se hacía evidente que no podía repetir las proezas del
pasado. El número de abonados descendió en la segunda temporada, y aunque
se siguió vendiendo todo el papel para los partidos en el MCI Center era
imposible no darse cuenta de que cada vez se veían más claros en las gradas.
Michael Jordan confesó a su amigo George Koehler que aunque todavía
sentía que era capaz de tomar el control del juego, esos momentos eran cada
vez más limitados. En algún punto del partido imposible de predecir sentiría
que entraba en ese estado superior de concentración y que era imbatible, pero
ya sólo conseguía mantenerlo durante quizás diez minutos. Ni siquiera podía
asegurar que sucediera en muchos partidos. En parte esto se podía deber a que
Jordan no aceptaba que se había convertido en un tirador de media y larga
distancia. No era un jugador unidimensional, ya que ayudaba al rebote y
asistía con muy buena visión de juego, pero su papel fundamental era de
tirador, y por tanto había días que le entraban los tiros y su aportación era
relevante, y otros días en los que no entraban y pasaba casi desapercibido. Las
explosiones atléticas hacia el aro casi habían desaparecido, y el público tenía
cada vez menos esperanzas de contemplar el “truco del conejo”. Convertido
en poco más que un veterano sólido, la última temporada de Michael Jordan
degeneró a gira de despedida, en la que los momentos destacados eran
ceremonias, cortesías y últimos partidos en tal o cual pabellón, y no el juego.
Jordan había sido testigo de algo similar cuando se retiraron Julius Erving y
Kareem Abdul-Jabbar, y lo despreciaba. Los homenajes habían
desconcentrado a ambas estrellas haciendo que su juego se resintiera, y la
atmósfera en general resultaba falsa y forzada. Jordan había decidido que no
quería pasar por algo así, y sin embargo sus propios actos habían terminado
provocando esa situación.
Michael Jordan se vio marcado por esa falta de claridad y decisión, esa
forma de actuar en contra de sus propios intereses durante toda su etapa en los
Washington Wizards. Carecía de criterio definido y unidad de propósito, algo
que no es imprescindible para un jugador pero sí para el responsable en la
sombra del equipo. Como presidente a Jordan le interesaba dar juego a los
jóvenes de la plantilla, pero como jugador sólo tenía el presente y necesitaba a
los veteranos. Habían traspasado a Alexander y Hamilton porque no
Página 379
encajaban con Jordan, pero habían traído a Hughes y Stackhouse que
presentaban los mismos problemas. Los Wizards seguían teniendo el
inconveniente de que sus dos mejores jugadores ocupaban una misma
posición, carecían de un tres alto, ya que Bryon Russell era demasiado
veterano, y una vez más habían formado una plantilla cuyo estilo ideal era la
velocidad y el contraataque cuando Michael Jordan sólo podía jugar al paso.
Tenían todas las papeletas para reproducir los mismos problemas de la
temporada anterior, agravados por una menor tolerancia a la frustración. A
diferencia de Hamilton, Jerry Stackhouse era un jugador establecido en la
liga, con reputación de malas pulgas y con una relación tirante con Jordan. No
dejaba de recordar sus victorias sobre los Wizards la temporada anterior y
Jordan decidió jugar un partidillo con la intención de darle una lección. El
equipo de Jordan resultó vencedor después de una asistencia final a Horacio
Llamas (un pívot mexicano con contrato temporal), y Stackhouse se marchó
sin hablar con nadie. Menudo principio.
El mal juego individual de Michael Jordan durante los pocos partidos de
pretemporada que jugó estaba dentro de lo previsto, pero incluso entonces
empezaba a percibirse una falta de acoplamiento con sus compañeros. Larry
Hughes no era un base puro sino un comboguard[23] que brillaba penetrando
en velocidad, pero Jordan prefería que le pasara el balón y se abriera al triple
a pesar de que el tiro exterior no era una de sus virtudes (años después, un
aficionado creó una página web con el nombre “Hey Larry Hughes deja de
hacer tantos tiros malos punto com”). El estilo lento y deliberado con mucho
pase que pretendía implantar Doug Collins no coincidía con las habilidades de
la mayoría de sus jugadores, y los numerosos cambios en la plantilla lo hacía
aún más difícil especialmente porque habían producido una falta de liderazgo
en el vestuario tras la marcha de “Popeye” Jones y Chris Whitney. Aparte de
Jordan, los veteranos de este año eran Christian Laettner, Bryon Russell y
Charles Oakley, al que por fin había fichado después de considerarlo la
temporada anterior. Russell se ganó el aprecio de sus compañeros, pero
Laettner era un solitario y Oakley llegaba por decisión personal de Jordan sin
contrar con la opinión de Doug Collins (al igual que Pat Ewing, entrenador
asistente que según los rumores podría ser activado como jugador si se
clasificaban para playoffs). Collins había decidido apostar por los pívots
jóvenes, y eso provocó las protestas de Laettner y Oakley que se encontraron
jugando menos minutos de lo esperado. En lugar de crear buen ambiente, los
veteranos serían los primeros en quejarse del entrenador. Michael Jordan
había mejorado sus relaciones con algunos de los jóvenes de la plantilla,
Página 380
como Tyronn Lue, Bobby Simmons y Juan Dixon. Creía ver en ellos la
actitud competitiva que deseaba e intentaba darles consejo para que
progresaran en sus carreras. No era el caso de Kwame Brown, que ofreció un
rendimiento esperanzador en el comienzo de la temporada pero pronto se vino
abajo de nuevo. Había llegado otra vez con sobrepeso y el equipo médico
empezaba a sospechar que había algún problema de salud que le impedía
mantenerse en forma, pero los técnicos lo achacaban a su poco espíritu de
trabajo y sacrificio al ver su nulo progreso ofensivo. Kwame mostraba
algunas virtudes en defensa y rebote, pero de manera intermitente y sin
aportación ofensiva.
El partido inaugural de la temporada fue un desastre individual y
colectivo. Jordan anotó 4 de 14 tiros, falló un mate y sólo unos tiros libres de
Stackhouse evitaron la anotación más baja de la franquicia. La imagen mejoró
en el debut en casa, cuando Russell y Brown aportaron defensa y rebote
mientras “Stack” y Jordan castigaban el aro de los Celtics para inflingirles la
peor derrota de su historia. El arranque de los Wizards invitaba al optimismo
gracias a un espectacular Jerry Stackhouse que parecía anotar a voluntad, y
contra Lakers Doug Collins llegó al extremo de diseñar una jugada para él
yendo uno abajo a falta de tres segundos. Con Jordan reducido al papel de
señuelo, Stackhouse se abrió camino hasta el aro y anotó ante el delirio del
público. Se pusieron 6-4 y parecían ir hacia arriba, pero en realidad seguían
viviendo en el filo de la navaja. Como el año anterior, su escasez de recursos
ofensivos hacía casi imprescindible que sus dos anotadores, Stackhouse y
Jordan, hicieran un buen partido para tener opciones. Sin embargo, la falta de
tiro exterior del primero y la decadencia física del segundo hacían
impredecible su rendimiento, que pasaba por largas fases de irregularidad en
cada encuentro. El mismo Jerry Stackhouse que había comenzado la
temporada con brillantez entró repentinamente en una racha de desaciertos, y
los Wizards se desplomaron con él para terminar noviembre con seis derrotas
seguidas.
Entonces se reveló otra disparidad de opiniones entre Michael Jordan y su
entrenador. Doug Collins creía que la idea era que jugara entre 25 y 30
minutos desde el banquillo, mientras que el jugador lo consideraba “un punto
de partida”, susceptible de ser modificado cuando fuera necesario. Al
terminar el mes Jordan determinó que hacía falta un cambio, y sugirió volver
a la titularidad en lugar de Bryon Russell después de anunciar que sería su
último año: “Cuando termine la temporada, no tengo intención de firmar otro
contrato”. Su primer partido como titular fue otra decepción cuando no logró
Página 381
lanzar a canasta en la última jugada perdiendo de uno (“no puede ser que NO
podamos hacer un tiro en esa situación”, declaró, a pesar de que la jugada la
hizo él), pero dos victorias consecutivas levantaron las esperanzas de repetir
la remontada del año anterior, cuando el equipo jugó su mejor baloncesto en
navidades. Esas ilusiones no duraron demasiado y los Wizards quedaron
atascados ligeramente por debajo del 50% de victorias, alternando rachas de
victorias y buen juego con derrotas y marcadores bajos. El juego de Jordan
seguía un patrón similar, capaz de quedarse en 2 puntos una noche e irse a
más de 30 la siguiente.
Mientras, el ánimo del vestuario seguía empeorando. Larry Hughes jugaba
cada vez menos en detrimento de Tyronn Lue, Collins había recurrido a
Laettner debido al pobre rendimiento de los pívots más jóvenes, y Jerry
Stackhouse no tenía reparos en hacer público su desacuerdo con el estilo de
juego del equipo. Sus mejores partidos habían venido ocupando el puesto de
dos, pero con Jordan en el quinteto titular había tenido que desplazarse al
puesto de tres, donde no era tan efectivo. Michael Jordan no había conseguido
llegar a conectar con Hamilton (que para más inri estaba triunfando en los
Pistons), pero su relación con Stackhouse era aún peor. A “Stack” no le
gustaban las bromas y juegos que Jordan usaba en el vestuario, y se sabía que
en el pasado había llegado a las manos con los compañeros, así que ambos
procuraban evitarse en lo posible. En febrero, con Stackhouse de baja por un
problema muscular, el jugador creyó que Collins le estaba presionando para
volver a la pista y estalló en un chorro de insultos y palabrotas que hizo temer
por la integridad física del entrenador. El jugador se calmó sin llegar a las
manos y posteriormente se disculpó, pero eso no resolvió los problemas de
fondo.
El All Star de 2003 no podía llegar en peor momento. Michael Jordan
había terminado las votaciones por detrás de Allen Iverson y Tracy McGrady,
lo cual significaba que no sería titular en el partido de las estrellas. Sin
embargo, la prensa rescató el precedente de 1978, cuando Doug Collins
renunció a la titularidad en favor del veterano John Havlicek, que estaba a
punto de retirarse, y en menor medida el de 1992, con Tim Hardaway y
“Magic” Johnson. La presión popular para que Vince Carter renunciara a su
plaza fue creciendo, aunque éste no entendía por qué sus votos valían menos
ni por qué tenía que perder su plaza y no Iverson o McGrady. “Vince,
depende de ti. ¿Qué vas a hacer?”, le preguntó Isiah Thomas, el entrenador
del Este. “Le estás preguntando al jugador equivocado”, contestó. Michael
Jordan mantuvo una posición equívoca durante esta controversia, declarando
Página 382
por un lado que ser titular no le preocupaba y que Vince Carter se lo había
ganado, y por otro que él habría renunciado en favor del Dr. J si hubiera sido
necesario. Uno de los responsables de la titularidad de Jordan fue Isiah
Thomas, que parecía interesado en mejorar su controvertida imagen en su
nueva etapa como entrenador y ejecutivo. Ya había intentado reparar su
relación con Jordan en el pasado, y aprovechando el All Star mostró una
grabación del partido de las estrellas de 1985, desafiando a cualquiera de los
presentes a encontrar pruebas de un freeze out. Thomas terminó siendo
decisivo para el numerito organizado en el banquillo durante la presentación
de los titulares antes del partido, cuando Jason Kidd y Vince Carter
representaron la escena en la cual obligaban a Michael Jordan a quitarse el
chándal. “Si no hubiera aceptado, creo que los jugadores se habrían negado a
empezar el partido”, declaró Isiah. De nuevo Michael Jordan parecía
conspirar contra sí mismo, ya que su intención había sido ocupar un segundo
plano en el All Star. Sabía que la NBA iba a tributarle algún tipo de
homenaje, pero hizo llegar a David Stern que prefería algo discreto, alegre
pero con clase. “A la mierda con los funerales. Nunca juegas bien después de
uno. Ni lo necesito, ni lo quiero.” Sin embargo, al permitir que la polémica
sobre su titularidad se extendiera, sin zanjarla de manera terminante, se había
colocado en pleno foco de atención.
En el partido de las estrellas hizo una mala primera parte, pero después de
la canción de Mariah Carey y de un discurso en el que habló de dejar el
baloncesto en buenas manos, ofreció sus mejores minutos en el último cuarto.
Cuando anotó la que parecía la canasta decisiva a falta de cinco segundos, la
posibilidad de conseguir el MVP con 40 años cumplidos sobrevoló la pista,
pero una torpe falta de Jermaine O’Neal llevó a una segunda prórroga que
ganó el equipo del Oeste liderado por Kevin Garnett. Como sucedía en la
competición oficial, Michael Jordan tenía momentos brillantes, pero el éxito
final se quedaba justo fuera del alcance de sus dedos. Jordan se había definido
en términos absolutos, por las victorias y los récords conquistados; pero en su
Tercera Venida se veía reducido a términos relativos. Estaba jugando bien
para su edad, casi no se notaba la inactividad, era el primer jugador en anotar
tantos puntos con más de cuarenta años. Éxitos que necesitaban ser
cualificados, que sólo eran destacables por sus circunstancias y que otros
jugadores más jóvenes imitaban sin aparente esfuerzo. Nunca antes había sido
necesario contar con la buena intención del observador para admirar a
Michael Jordan, precisamente en el momento en que su imagen pasaba por
sus peores momentos. Los rumores sobre su comportamiento con sus
Página 383
compañeros se perdonaban cuando ganaba y daba espectáculo, pero no
cuando perdía. Con su dudoso paso por la gerencia, amenazaban con convertir
en un fracaso su etapa en Washington si no lograba entrar en playoffs, y
provocaron un nuevo enfriamiento de sus relaciones con la prensa. Un efecto
colateral fue el enfrentamiento en el Washington Post entre Michael Wilbon,
cronista de la NBA y amigo personal de Jordan, y Michael Leahy, destacado
por el periódico para un seguimiento individual de la estrella.
La situación empeoró después del All Star, con una gira de cuatro partidos
por el Oeste que se saldó con tres derrotas. De vuelta en Washington, Jordan
hizo una de sus mejores actuaciones de la temporada con 43 puntos y 10
rebotes, y puso en pie al pabellón al tirarse a por un balón suelto. “Sólo me
quedan 28 partidos en mi carrera, y haré lo que tenga que hacer para entrar en
playoffs”, declaró. “Si los demás no pueden ver mi amor por el juego,
entonces su sitio no es de uniforme ni en este equipo.” Esa amenaza levantó
ampollas en la franquicia e hizo aún más evidente la complicación que
suponía que la estrella del equipo fuera también el ejecutivo responsable de
los contratos de los demás jugadores. La situación se repitió dos semanas
después en la última visita de Michael Jordan al Madison Square Garden.
Anotó 39 puntos, capturó 8 rebotes y se abrió la barbilla al tirarse a por otro
balón, pero volvieron a perder. “Es descorazonador que un jugador de
cuarenta años muestre más deseo que otro de veinticinco, veintiséis o
veintitrés.” Los Wizards tocaron fondo con la derrota en Phoenix por 26
puntos y la promesa de Jordan de irse a jugar al golf si seguían mostrando esa
falta de interés, y el síntoma más preocupante fue el enfrentamiento entre
Kwame Brown y Doug Collins. Kwame creía que Collins aplicaba un doble
baremo, y durante un partido en febrero contra los Cavs explotó. “No
sentarías a MJ o a Stack por hacer esos tiros”, dijo al ser sustituido después de
unos fallos. En Phoenix fue más breve: Fuck you. Escandalizado, Michael
Jordan convocó inmediatamente una reunión. “No se puede tratar así al
entrenador.” Kwame Brown se disculpó, al igual que se había disculpado
después del partido contra Cleveland, pero la relación con Doug Collins era
irreparable. Y no era la única, ya que cada vez más jugadores se sentían
molestos por las amenazas de Jordan, la arrogancia de Stackhouse (que
contrastaba con las simpatías que despertaba Richard Hamilton) o la manera
en la que Collins racionaba minutos y tiros. “Si hubiera sabido esto”,
declararía Charles Oakley al terminar la temporada, “no habría firmado con
este equipo. No quería terminar así. No quería ver a Michael terminar su
carrera así”.
Página 384
Los últimos dos meses de Michael Jordan como jugador fueron un
ejercicio en frustración. Increíblemente, gracias a la endeblez del Este, los
Wizards aún tenían posibilidades de alcanzar el último puesto para playoffs, y
Jordan peleó hasta el final: 26 puntos y 10 rebotes en Seattle, 22 puntos 14
rebotes y 7 asistencias en Atlanta, 25 puntos 13 rebotes y 7 asistencias en
Boston, donde se pasó todo el partido metiéndose con su amigo Antoine
Walker: “Vas cero de seis… ahora cero de siete…”. Pero jugaba
prácticamente solo, con un Jerry Stackhouse que hablaba abiertamente del
futuro “cuando termine esta especie de gira de despedida”, y Larry Hughes en
el banquillo sustituido por Tyronn Lue. Eso provocaba que fuera de más a
menos durante los partidos conforme el cansancio le pasaba factura, y se hizo
habitual verle jugar muy buenos minutos en la primera parte para desaparecer
en la segunda. Incluso la fortuna parecía ponerse en su contra, con derrotas en
los últimos segundos contra Hawks y Celtics debido a tiros a la desesperada
de los rivales cuando los Wizards parecían haberse asegurado la victoria. En
Miami, a falta de cuatro partidos, necesitaban ganarlos todos y que sus
competidores los perdieran, algo casi imposible con Stackhouse de baja por
molestias físicas. Los Heat retiraron el número 23 como homenaje, y a
cambio Jordan ofreció su última gran actuación anotando en suspensión y a la
media vuelta para irse a los 23 puntos en la primera parte. Los Wizards
ganaron a pesar de que sólo sumó dos tiros libres en la segunda, pero fue
inútil, ya que esa misma noche las victorias de Orlando y Milwaukee los
eliminaron de playoffs.
No se habían cumplido los peores augurios cuando anunció su vuelta dos
años antes: no sufrió una quiebra física total, no se convirtió en una caricatura
de sí mismo incapaz de ofrecer un nivel de allstar, no bajó de los 20 puntos
por partido. Pero tampoco podía decir en abril del 2003 que su leyenda
hubiera aumentado, llevando a los Wizards a la victoria y conquistando a una
nueva generación de aficionados. Michael Jordan había conseguido jugar los
82 partidos sin más molestias que un cierto cansancio en la rodilla, pero el
balance final fue de 37 victorias por 45 derrotas, el mismo que la temporada
anterior. En su último partido como local, el 14 de abril frente a los Knicks, el
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, le regaló la bandera que ondeó sobre
el Pentágono en el aniversario del 11-S. Hubo algunos intentos por parte de la
franquicia de darle un cierto aire de homenaje a la velada, pero los actos
resultaron escasos y poco destacables, como solía suceder cuando dependían
de Pollin. Además, Michael Jordan estaba molesto porque los Wizards
seguían usando su imagen como reclamo en la campaña de abonos, y decidió
Página 385
no dirigirse a los aficionados presentes, lo cual produjo cierta atmósfera fría
de fin de fiesta. Como muestra de su relación con sus compañeros, cuando
Tyronn Lue sugirió hacerle un regalo sólo Bobby Simmons manifestó su
aprobación. El resto no se mostró a favor ni en contra, y la iniciativa quedó
olvidada. Lo que no se pudo olvidar fue la conferencia de prensa de Doug
Collins después del partido, que terminó de ensombrecer las celebraciones.
Collins sabía que Pollin había estado a punto de cesarlo durante la segunda
mitad de la temporada, y consciente de que sus días estaban contados decidió
aprovechar para desahogarse por el comportamiento de la plantilla durante el
año. Hizo hincapié en los incidentes cuando uno u otro de los jugadores faltó
al respeto hacia el entrenador sin recibir posteriormente sanción de la
gerencia, y atribuyó a esa falta de disciplina el fracaso en el empeño de
alcanzar los playoffs. Aunque la intención de Doug Collins era justificarse a sí
mismo y a Jordan, sus comentarios tuvieron el efecto contrario, ya que
revelaban unos profundos problemas internos que la presencia del jugador
había agravado y que el entrenador había sido incapaz de controlar. Con sus
palabras había extinguido cualquier remota posibilidad de un futuro para
ambos en la franquicia, y facilitaba al propietario el prescindir de ellos
alegando que habían perdido el respaldo del vestuario.
El estallido de Collins fue el tema recurrente de los últimos días de la
temporada, de la que no quedaba mucho más que comentar. En Philadelphia,
Michael Jordan terminó su último partido oficial con 15 puntos, 4 rebotes, 4
asistencias y una cómoda victoria de Iverson y los Sixers. Cerca del final, el
público pedía un último saludo: “We want Mike… We want Mike…”. A
Jordan seguían sin gustarle esos gestos de cara a la galería, pero Doug Collins
tenía un pasado con los Sixers y no quería mancharlo. “Michael, yo jugué
aquí. Tengo que poder volver a esta ciudad”, le pidió. “Sal aunque sea un
minuto, que te hagan la ovación… Michael, por favor.” Michael Jordan
volvió a la cancha, e inmediatamente Larry Brown ordenó a Eric Snow que le
hiciera falta para que anotara sus últimos puntos desde el tiro libre y volviera
al banquillo. “Supongo que me di cuenta de repente de que no volveré a
vestirme de corto”, declaró. “No quiero seguir jugando. Es el momento de
dejarlo, y es más fácil aceptarlo porque físicamente sé que lo es. Lo noto.”
Las palabras con las que resumió su carrera parecían definir sus últimos
meses en el equipo: “Físicamente, he dado todo lo que podía al juego del
baloncesto”. Terminó la rueda de prensa señalando la ironía de que el final
llegara en la ciudad en la que se suponía iba a comenzar su carrera
profesional, allá en 1984. “Creo que Billy Cunningham le había asegurado al
Página 386
entrenador Smith que si duraba hasta la tercera elección, vendría a Philly.
Entonces Chicago empezó a perder partidos, subió en el draft y Philly terminó
eligiendo a ese chico grandote de Auburn. Y así fueron las cosas.”
Durante las dos temporadas de Michael Jordan como jugador, todos
habían dado por hecho que a su retirada ocuparía de nuevo la presidencia de
los Washington Wizards. En ningún momento lo afirmó el propietario Abe
Pollin, que se limitaba a declarar que hablarían de ello cuando fuera oportuno,
pero la opinión generalizada era que se trataba de una simple precaución para
no contravenir las normas de la NBA sobre negociaciones y contratos. Sin
embargo, cuando el periodista Michael Leahy repasó a posteriori sus
grabaciones y notas pudo percibir claramente que antes incluso de que Jordan
hubiera anunciado oficialmente su vuelta a las canchas, la intención de Pollin
era impedir su retorno a las oficinas de la franquicia. Aunque la facción más
joven de la ejecutiva lo considerara poco menos que senil, Abe Pollin era un
animal político de primer nivel con una vida de experiencia a sus espaldas, y
había maniobrado con astucia para aprovechar el momento en el que Jordan
tenía que renunciar a sus derechos y cargos en los Wizards sin que nadie se lo
esperara. Había recibido gustoso el incremento en los ingresos de la
franquicia que su presencia le había reportado, pero no tenía la menor
intención de dejarle volver a los despachos.
Michael Jordan había filtrado al Washington Post historias poco
halagadoras sobre el propietario, pero Abe Pollin sabía jugar a ese juego. En
las semanas posteriores al fin de la temporada regular, el New York Times se
hizo eco de rumores procedentes de los Wizards que criticaban la etapa de
Jordan como ejecutivo, destacando su falta de hábitos de trabajo y su ausencia
casi total. El equipo no había mejorado significativamente bajo su control, y
los agentes libres que iban a llegar atraídos por su renombre brillaban por su
ausencia. La teoría de que los jóvenes aprenderían a ganar gracias a su
ejemplo no había cuajado, había desperdiciado un número uno del draft y
había traspasado a un Richard Hamilton que triunfaba en Detroit. Por si fuera
poco, el último mes de competición había revelado que el vestuario estaba al
borde del motín contra el entrenador que había fichado, y se sospechaba que
algunos jugadores podrían negarse a renovar sus contratos si Jordan seguía en
la franquicia. El remate fue el anuncio de que Jerry Krause había dimitido
alegando motivos de salud, lo cual hizo que Michael Jordan mencionara
imprudentemente su sueño de volver algún día a Chicago para hacerse cargo
de su antiguo equipo. Era sólo una fantasía, y nadie de los Bulls se puso en
contacto con él antes de que anunciaran que el sustituto de Krause sería John
Página 387
Paxson, pero permitía dar a entender una falta de compromiso con los
Wizards.
El 7 de mayo del 2003 Michael Jordan acudió por fin a la reunión con
Abe Pollin y Ted Leonsis. La campaña periodística le había provocado las
primeras dudas sobre su situación, especialmente cuando el propietario
retrasó el encuentro entre ambos, pero seguía confiando en su éxito y venía
con un plan estratégico para el futuro de los Wizards que pensaba discutir. La
reunión apenas duró unos minutos: Abe Pollin informó a Jordan de que
habían decidido “tomar otro camino”, y ése fue el final. Michael Jordan
estaba convencido de que existía un acuerdo verbal para su retorno a la
presidencia del equipo y exigió que Pollin cumpliera su palabra, a lo que le
respondió que cumplirían sus obligaciones contractuales que especificaban
una compensación de diez millones de dólares. Jordan intentó recurrir a
Leonsis, pero éste había quedado casi apartado de la toma de decisiones
después de que la relación entre él y Pollin fuera empeorando durante los
últimos meses. No había venido buscando dinero, dijo Jordan, sino para
volver a su lugar como ejecutivo y socio de la franquicia. “No te quiero como
socio, Michael”, sentenció Pollin.
En realidad, era el propio Michael Jordan el que se había colocado en esa
situación. Al renunciar a todos sus cargos y derechos sobre los Wizards, se
había puesto en manos de un propietario con el que su relación era tensa y al
que hablaba públicamente de sustituir. No había tomado la precaución de
protegerse con algún tipo de compromiso por parte de la franquicia cuando
aún poseía capacidad de negociación, cuando podía negarse a volver a jugar si
no se cumplían ciertos requisitos. Un acuerdo secreto como el que se había
rumoreado habría sido imposible de poner por escrito, pero al menos sí podría
haber exigido declaraciones públicas de Abe Pollin y sus principales
ejecutivos que hicieran difícil volverse atrás en un futuro. Nada de eso se
había preparado, quizás debido a su alejamiento de David Falk. Hasta cierto
punto eso era un efecto de la arrogancia propia de una estrella, incapaz de
creer que llegaría el día en que alguien no deseara contar con sus servicios.
Pero también venía de que Michael Jordan había sido víctima de su ansia por
volver a jugar una vez más al coste que fuera. Al final resultó ser verdad: for
the love of the game.
“Gracias por meterme en esta mierda”, le dijo a Ted Leonsis antes de irse.
Página 388
Lo que hoy es presente
Página 389
Sin embargo, sus planes cambiaron en junio del 2003 con la noticia de que el
senador Herb Kohl estaría dispuesto a vender los Milwaukee Bucks. Jordan
presentó una oferta muy tentadora como cabeza visible de un grupo de
inversores interesados en la franquicia, y durante unos días pareció que el Dr.
Kohl estaba dispuesto a aceptar. Aunque no se llegó a saber por qué el
senador Kohl se echó atrás en el último momento, la hipótesis más probable
es que temía que los nuevos propietarios se llevaran a los Bucks del estado, y
que eso repercutiera negativamente en su carrera política. Jordan no desistió,
y durante los años siguientes intentó abrirse un hueco en la propiedad de
varias franquicias de la NBA, tales como los Miami Heat y los Phoenix Suns.
El año 2006 trajo muchos cambios a la vida de Michael Jordan. La
demanda de Karla Knafel llegó por fin a su conclusión definitiva, pero eso no
sirvió para salvar su matrimonio. Se separaron en febrero, y el 29 de
diciembre Michael y Juanita Jordan presentaron una demanda de divorcio por
mutuo acuerdo. No se revelaron detalles, aunque se habló de una
compensación de 168 millones de dólares, que sería la más alta de la historia
según la revista Forbes. A cambio, el 15 de junio consiguió por fin volver a la
NBA como propietario. Las dificultades de los Bobcats terminaron
convenciendo al magnate televisivo Bob Johnson de ofrecerle a Jordan un
porcentaje significativo de la propiedad de la franquicia y el puesto de
Directivo de Operaciones Deportivas. Como sucediera en Washington,
Michael Jordan se apresuró a incorporar a una serie de amigos y asociados,
aunque en este caso se podía argumentar la conveniencia de asociarse con
nombres ilustres de los Tar Heels que aún tenían tirón en la zona, como Larry
Brown o Phil Ford. De todas formas, algunos medios han cuestionado la
decisión de rodearse de casi el mismo personal con el que no consiguió
alcanzar el éxito en los Wizards, y atribuyen la presencia de Rod Higgins,
Fred Whitfield o “Buzz” Peterson a su amistad con Jordan y no a sus posibles
virtudes o capacidades.
Aún es pronto para valorar su labor en los Bobcats, aunque ni aficionados
ni periodistas se muestran demasiado impresionados. La franquicia no
termina de despegar a pesar de su incorporación, quizás porque Jordan dejó
claro desde un primer momento que no estaba dispuesto a usar su imagen
como promoción. Sin embargo, eso podría tener consecuencias positivas, ya
que se rumorea que Bob Johnson estaría dispuesto a vender los Charlotte
Bobcats y que Michael Jordan podría reunir a un grupo de inversores para dar
el salto a propietario mayoritario. No hay precedentes de un caso similar, y
ningún jugador ha logrado convertirse en propietario de una franquicia de la
Página 390
NBA. Claro que desde otro punto de vista, ¿cuándo ha habido precedentes de
Michael Jordan?
A pesar de ello, su reacción en abril del 2009 cuando se anunció que iba a
ser incluido en el Salón de la Fama de Springfield puso de relieve que para él
su labor como ejecutivo no era más que una pálida sombra de su carrera como
jugador. “No me parece divertido. No me gusta entrar en el Hall of Fame
porque significa que tu carrera se ha terminado completamente. Esperaba que
este día tardara 20 años más en llegar o incluso que me llegara después de
muerto”, declaró. “Es un gran premio, no quiero hacerle de menos. Pero
nunca me imaginé llegando tan pronto. Quería que sucediera cuando tuviera
70 u 80 años. Tengo 45 y aún creo que puedo jugar.” Daba la impresión de
que Jordan no terminaba de aceptar que sus días como jugador habían
terminado, y quizá por eso su discurso durante la ceremonia oficial el 11 de
septiembre dejó un sabor agridulce a muchos de los presentes. No podía evitar
que sus lágrimas fueran tan sinceras como su insistencia en recordar
incidentes como el All Star de 1985, porque la relación de Michael Jordan con
el baloncesto se nutría de esas dos caras de su naturaleza. “Un día levantaréis
la mirada y me veréis jugando con cincuenta años. No os riáis. No digas
nunca, porque a menudo las limitaciones, igual que los miedos, son sólo una
ilusión.”
Página 391
Bibliografía comentada
No veo manera de vincular todas y cada una de las citas al texto del que
proceden sin volverme loco. Pero sí puedo explicar qué material ha sido la
fuente, y a qué libros se puede dirigir el lector que esté interesado en más
información sobre alguno de los aspectos de la vida y milagros de Michael
Jordan.
Si sólo puedes leer un libro sobre Michael Jordan, ese libro debe ser
Playing for Keeps, de David Halberstam. Halberstam era un mito del
periodismo estadounidense por sus escritos sobre política interior y exterior, y
también nos dejó el libro mejor escrito sobre baloncesto (Breaks of the
Game). Aunque se ve lastrado por la imposibilidad de entrevistar
directamente al jugador y no alcanza la altura del anterior, su biografía de
Jordan es imprescindible para cualquier aficionado a leer sobre baloncesto.
Taking to the Air, de Jim Naughton, es una biografía más convencional y,
aunque no resiste la comparación con el libro de Halberstam, es un trabajo
sólido que sirvió de base al telefilme sobre la vida de la estrella. Michael
Jordan: A Biography, de David Porter, es en comparación una obra menor,
aunque a diferencia de los anteriores cubre también su etapa en los Wizards.
Michael Jordan, Rey de Reyes, de Jesús Sánchez, cuenta con la ventaja de ser
el único en español.
Es imposible dejar de lado The Jordan Rules, de Sam Smith, el primer
libro que mostró el lado oscuro de Michael Jordan y que terminó convertido
en parte de su misma historia. No tuvo el mismo éxito con Second Coming,
una crónica del retorno de Jordan en 1995 ensombrecida por un tono
apocalíptico superado por los éxitos posteriores.
Roland Lazenby es el estajanovista del baloncesto. Ha escrito infinidad de
libros sobre temas muy variados siempre con rigor y solidez. El precio ha sido
una molesta tendencia a reciclar material cuando se solapan los temas, y así
sucede que Mindgames, su biografía de Phil Jackson, repite páginas enteras
de Blood on the Horns (su crónica de la temporada 1997-98) y de sus libros
autorizados sobre los campeonatos de 1996 y 1997.
Página 392
Cameron Stauth es el autor de The Franchise, el fantástico libro que sigue
la temporada de los Detroit Pistons hasta el anillo de 1989, y de Golden Boys,
que recoge las interioridades del Dream Team. Ambos libros ofrecen una
interesante perspectiva sobre Michael Jordan fuera de los Bulls, además de
ser apasionantes de por sí. Tip Off, de Flip Bondy, es un análisis bien
documentado sobre la situación que rodeaba al draft de 1984.
No soy un gran apasionado de Sacred Hoops, de Phil Jackson, pero he de
admitir que su lectura es necesaria, y además existe una traducción al español.
Bull Session, la heterodoxa autobiografía del ex-jugador, ex-entrenador y
comentarista de los Bulls “Red” Kerr, aporta detalles que no aparecen en
otros libros, aunque no sea ése su objetivo. Tales from the Tar Heels, de
Jimmy Black, es quizás el retrato más íntimo del campeonato universitario de
North Carolina de 1982.
Bob Greene, un periodista procedente de temas ajenos a lo deportivo, ha
escrito dos libros sobre su amistad con Michael Jordan: Hang Time, que
transcurre en la temporada 1991-92, y Rebound, que cubre su paso por el
béisbol y su vuelta a la NBA. Aunque su valor se ve limitado por una total
ausencia de espíritu crítico, estos dos libros ofrecen lo más cercano a una idea
de cómo es Jordan personalmente.
Mitchell Krugell es coautor junto a Jordan de varios libros, como Michael
Jordan, the Man, His Words, His Life, cuyo contenido hace justicia al
pretencioso título y constituye una hagiografía sin mucho interés. Sin
embargo One Last Shot, su crónica de la primera temporada de Jordan en los
Wizards, resulta ser un libro muy estimable que aprovecha su amistad con la
estrella pero mantiene una razonable actitud crítica. Pese a ello, no puede
competir con el majestuoso When Nothing Else Matters, de Michael Leahy, el
libro definitivo sobre la etapa en Washington de Michael Jordan, al que sólo
se le puede criticar cierta reiteración sobre los problemas físicos del jugador.
Michael Jordan es autor junto a Mark Vancil de una serie de libros sobre
su propia historia con más fotos que texto. Aunque manifiestan un marcado
tonito a publirreportaje, es el único acceso a sus palabras que tenemos la
mayoría. Rare Air, Driven from Within y For the Love of the Game se
diferencian muy poco entre sí.
La naturaleza del juego de Michael Jordan lo hace especialmente
apropiado para documentales audiovisuales, como demostró el pionero Come
Fly with Me en 1989. El pack Ultimate Jordan en DVD reúne los VHS
editados en la década de los noventa además de cinco partidos completos,
mientras que el pack dedicado a los Bulls dentro de la Dynasty Series
Página 393
contiene documentales de cada uno de los campeonatos y un partido completo
de cada una de las finales. Además de estas recopilaciones editadas
comercialmente, la cadena de televisión oficial de la liga, NBA TV, ha
producido infinidad de programas, tanto documentales como entrevistas, que
tratan directa o indirectamente sobre la carrera de Michael Jordan. Esa misma
abundancia y variedad hace que su calidad e interés oscilen de unos a otros,
pero al menos cuentan con la ventaja de centrarse casi exclusivamente en los
aspectos deportivos de Jordan, dejando de lado las polémicas y
especulaciones que ocupan demasiado espacio en las obras impresas. En
español se puede encontrar uno de los documentales más completos, emitido
por Canal+ en 1999.
Nada puede sustituir a la materia prima, y cualquier aficionado descubrirá
en el televisor perspectivas diferentes a las que se encuentran en los libros. La
redifusión de partidos antiguos en NBA TV y las numerosas posibilidades de
Internet (Youtube y otros) hacen muy fácil disfrutar de un material que hasta
hace bien poco era casi imposible de conseguir. Que no se diga. Al hilo de
esto, páginas web como Basketball Reference y SportsStats han dejado
obsoletas las estadísticas impresas. He intentado no convertir a Michael
Jordan en una cascada de números que terminan por abrumar y perder
significado, pero un vistazo a la red permitirá contemplar la marca dejada en
la NBA por ese prodigio estadístico. Las hemerotecas del New York Times o
de El Mundo Deportivo facilitan notablemente la labor de documentación,
pero palidecen ante el monumental archivo de Sports Illustrated. La SI Vault
contiene más tesoros que la cueva de Alí Babá.
Todo proyecto ha de contar con cómplices y conspiradores, como Juan
Francisco Escudero o Gonzalo Vázquez, o los miembros más fatiguitas del
foro de la ACB. Jesús, Jorge, Chencho, Irene, Alba y Javier merecerían todos
una dedicatoria, al igual que Chuck Daly y “Red” Kerr que, como mi padre,
fallecieron durante la elaboración de este libro, pero no es posible. Pido
perdón a las personas mayores por dedicarle este libro a un niño, pero tengo
una buena excusa.
A Alberto, cuando era un niño pequeño.
Página 394
MÁXIMO JOSÉ TOBÍAS (La Línea de la Concepción, España, 1969). Es
licenciado en Filología Inglesa y funcionario de la Administración del Estado.
Su gran pasión es el baloncesto. Ha colaborado en el blog de Solobasket.com
y en la revista Cuadernos del basket. Partipó en el libro colectivo Extranjeros
en la ACB (2009), coordinado por Juan Francisco Escudero. Es autor,
asimismo, de Michael Jordan. El rey del juego, Invasión o victoria.
Extranjeros en la NBA (2012), junto a Gonzalo Vázquez. Su último libro es
Earvin 'Magic' Johnson ¡¡¡Empieza el espectáculo!!! (2015).
Página 395
Notas
Página 396
[1]
Parece existir cierta confusión relativa a las fechas. Suele decirse que
James y Deloris Jordan se conocieron en 1956, cuando él tenía 18 años; pero
James Jordan nació en 1936. Cuando fue asesinado en 1993 se dijo que el
matrimonio iba a cumplir su 34 aniversario, pero su primer hijo nació en
1957. <<
Página 397
[2]
En EE.UU. los estudiantes de instituto y universidad tienen un apodo
dependiendo del curso en el que se encuentren: freshman (primer año),
sophomore (segundo), junior (tercero), senior (cuarto y último). <<
Página 398
[3] En deporte colegial estadounidense existen dos tipos de equipo: el oficial
llamado “varsity” y una especie de equipo juvenil llamado junior varsity, que
sólo juega amistosos. <<
Página 399
[4] Apodo del equipo universitario y, en general, de los habitantes de Carolina
Página 400
[5] Se conoce como trash-talking a la costumbre de dirigirse a los rivales
Página 401
[6] La muerte de Len Bias por sobredosis justo después de ser drafteado por
los Boston Celtics en 1986 sigue siendo una de las mayores tragedias del
baloncesto estadounidense. <<
Página 402
[7] El general manager de una franquicia es normalmente el responsable de
Página 403
[8] Según Alexander Wolff en Sports Illustrated, los seleccionadores soviético
Página 404
[9] Los jugadores novatos de la NBA son apodados rookies. <<
Página 405
[10] Como dato curioso, Kevin Loughery fue entrenador de Julius Erving,
Página 406
[11] Jeff Ruland jugó una temporada en el F.C. Barcelona antes de debutar en
la NBA, donde llegó a All Star hasta que las lesiones lo obligaron a retirarse
prematuramente. Junto a Rick Mahorn formó en los Bullets una durísima
pareja interior apodada “McFilthy & McNasty”. <<
Página 407
[12]
Conocido como Mike Dunleavy Sr. para distinguirlo de su hijo, que
debutó en la NBA en 2005. <<
Página 408
[13] Apodo por el que era conocido un famoso actor estadounidense de la
época, cuyo mayor éxito fue su papel como M.A. en la serie de televisión El
Equipo A. <<
Página 409
[14] En 1972 un hombre de negocios de Milwaukee llamado Marvin Fishman
Página 410
[15] Hay que destacar que en numerosas ocasiones Krause realizó
declaraciones polémicas que luego no recordaba en esos términos, y se
negaba a admitirlo hasta escuchar una grabación; reconocía entonces para su
sorpresa que sí había usado palabras que él creía recordar no haber
pronunciado. <<
Página 411
[16] La expresión “minutos de la basura” (garbage time) describe los minutos
Página 412
[17] Billy McKinney llegó a ser ayudante de Jerry Krause, pero cuando fichó
Página 413
[18] En el libro The Jordan Rules, de Sam Smith, Haley llegó a declarar sin
Página 414
[19] Michael Jordan tenía la costumbre de dirigirse a sus amigos por sus
iniciales, y de ahí surgió la broma con “Magic” de llamarse el uno al otro
“MJ”. <<
Página 415
[20] El tercer nivel profesional, por debajo de las ligas mayores y de la Triple
A. <<
Página 416
[21] A pesar de la ausencia de rasgos identificativos, hay quien sugiere que
Página 417
[22] Nombre del compañero nativo del Llanero Solitario en el original. Las
Página 418
[23] Jugador que muestra características de escolta, pero con estatura de base.
<<
Página 419