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Sermon 06 01

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ROM 12:1-2

El lector se habrá percatado de que, durante todo el siglo


primero, al mismo tiempo que abundan las noticias de
mártires, escasean los detalles acerca de su martirio,

Actas de los mártires: que consisten en descripciones


más o menos detalladas de las condiciones bajo las que se
produjeron los martirios, del arresto, encarcelamiento y
juicio del mártir o mártires en cuestión, y por último de su
muerte

¿Quien lo escribió?

Hay otros en que quien escribe el acta nos dice que


- estuvo presente en el juicio y el suplicio.
- otras noticias nos llegan a través de otros documentos
escritos por cristianos que de algún modo se relacionan
con el martirio y la persecución.
o El ejemplo más valioso de esta clase de
documentos es la colección de siete cartas escritas
por Ignacio de Antioquía camino del martirio.
El siglo segundo comienza a ofrecernos algunos atisbos de
la actitud de los paganos ante los cristianos, y muy
especialmente de la actitud de los gobernantes. En este
sentido, resulta interesantísima la correspondencia entre
Plinio el Joven y el emperador Trajano.

Plinio Segundo el Joven había sido nombrado gobernador de


la región de Bitinia, es decir, la costa norte de lo que hoy es
Turquía— en el año 111.

Todo lo que sabemos de Plinio por otras fuentes parece


indicar que era un hombre justo, fiel cumplidor de las leyes,
y respetuoso de las tradiciones y las autoridades romanas.
En Bitinia, sin embargo, se le presentó un problema que le
tenía perplejo. Alguien le hizo llegar una acusación
anónima en la que se incluía una larga lista de cristianos.
Plinio no había asistido jamás a un juicio contra los
cristianos, y por tanto carecía de experiencia en la
cuestión. Al mismo tiempo, el recién nombrado gobernador
sabía que había leyes imperiales contra los cristianos, y
por tanto empezó a hacer pesquisas. Al parecer, el número
de los cristianos en Bitinia era notable, pues en su carta a
Trajano Plinio le dice que los templos paganos estaban
prácticamente abandonados y que no se encontraban
compradores para la carne sacrificada a los ídolos.
Además, le dice Plinio al Emperador, “el contagio de esta
superstición ha penetrado, no sólo en las ciudades, sino
también en los pueblos y los campos”. En todo caso, Plinio
hizo traer ante sí a los acusados, y comenzó así un
proceso mediante el cual el gobernador se fue enterando
poco a poco de las creencias y las prácticas de los
cristianos. Hubo muchos que negaban ser cristianos, y
otros que decían que, aunque lo habían sido
anteriormente, ya no lo eran. Plinio sencillamente requirió
de ellos que invocaran a los dioses, que adoraran al
emperador ofreciendo vino e incienso ante su estatua, y
que maldijeran a Cristo. Quienes seguían sus instrucciones
en este sentido, eran puestos en libertad, pues según
Plinio le dice a Trajano, “es imposible obligar a los
verdaderos cristianos a hacer estas cosas.

Ahora, con la larga lista de personas acusadas de ser


cristianas, Plinio se vio forzado a investigar el asunto con
más detenimiento. ¿En qué consistía en verdad el crimen
de los cristianos? A fin de encontrar respuesta a esta
pregunta, Plinio interrogó a los acusados, tanto a los que
persistían en su fe como a los que la negaban. Tanto de
unos como de otros, el gobernador escuchó el mismo
testimonio: su crimen consistía en reunirse para cantar
antifonalmente himnos “a Cristo como a Dios”, para hacer
votos de no cometer robos, adulterios u otros pecados, y
para una comida en la que no se hacía cosa alguna
contraria a la ley y las buenas costumbres. Puesto que
algún tiempo antes, siguiendo las órdenes del emperador,
Plinio había prohibido las reuniones secretas, los cristianos
ya no se reunían como lo habían hecho antes. Perplejo
ante tales informes, Plinio hizo torturar a dos esclavas que
eran ministros de la iglesia; pero ambas mujeres
confirmaron lo que los demás cristianos le habían dicho.
Todo esto le planteaba al gobernador un difícil problema de
justicia y jurisprudencia: ¿debía castigarse a los cristianos
sólo por llevar ese nombre, o era necesario probarles algún
crimen?

En medio de su perplejidad, Plinio hizo suspender los


procesos y le escribió al emperador la carta de donde
hemos tomado los datos que anteceden.
La respuesta del emperador fue breve. Según él, no hay
una regla general que pueda aplicarse en todos los casos.
Por una parte, el crimen de los cristianos no es tal que
deban emplearse los recursos del estado en buscarlos. Por
otra parte, sin embargo, si alguien les acusa y ellos se
niegan a adorar a los dioses, han de ser castigados.

¡Oh sentencia necesariamente confusa! Se niega a


buscarlos, como a inocentes; y manda que se les castigue,
como a culpables. Tiene misericordia y es severa; disimula
y castiga. ¿Cómo evitas entonces censurarte a ti misma?
Si condenas, ¿por qué no investigas? Y si no investigas,
¿por qué no absuelves? (Apología, 2).

Ahora bien, aunque la decisión de Trajano no tenía sentido


lógico, sí tenía sentido político. Trajano comprendía lo que
Plinio le decía: que los cristianos, por el solo hecho de
serlo, no cometían crimen alguno contra la sociedad o
contra el estado. Por tanto, los recursos del estado debían
emplearse en asuntos más urgentes que la búsqueda de
cristianos. Pero, una vez que un cristiano era delatado y
traído ante los tribunales imperiales, era necesario obligarle
a adorar los dioses del imperio o castigarle. De otro modo,
los tribunales imperiales perderían toda autoridad.

Por lo tanto, a los cristianos se les castigaba, no por algún


crimen que supuestamente habían cometido antes de ser
delatados, sino por su crimen ante los tribunales. Este
delito tenía que ser castigado, en primer lugar, porque de
otro modo se les restaría autoridad a esos tribunales, y, en
segundo lugar, porque al negarse a adorar al emperador
los cristianos estaban adoptando una actitud que en ese
tiempo se interpretaba como rebelión contra la autoridad
imperial. En efecto, el culto al emperador era uno de los
vínculos que unían al Imperio, y negarse en público a
rendir ese culto equivalía a romper ese vínculo

a través de todo el siglo segundo y buena parte del tercero,


esta política de no buscar a los cristianos y sin embargo
castigarles cuando se les acusaba fue la política que se
siguió en todo el Imperio

Ignacio de Antioquía: el portador de Dios


Alrededor del año 107, por motivos que desconocemos, el
anciano obispo de Antioquía, Ignacio, fue acusado ante las
autoridades y condenado a morir por negarse a adorar los
dioses del Imperio. Puesto que en esos tiempos se
celebraban grandes fiestas en Roma con motivo de la
victoria sobre los dacios, Ignacio fue enviado a la capital
para que su muerte contribuyera a los espectáculos que se
proyectaban. Camino del martirio, Ignacio escribió siete
cartas que constituyen uno de los más valiosos
documentos del cristianismo antiguo

Ignacio nació probablemente alrededor del año 30 ó 35, y


por tanto era ya anciano cuando selló su vida con el
martirio. En sus cartas, él mismo nos dice repetidamente
que lleva el sobrenombre de “Portador de Dios”, lo cual es
índice del respeto de que gozaba en la comunidad
cristiana. Siglos más tarde, sobre la base de un ligero
cambio en el texto de sus cartas, se comenzó a hablar de
Ignacio como el “Portado por Dios”, y surgió así la leyenda
según la cual Ignacio fue el niño a quien Jesús tomó y
colocó en medio de quienes le rodeaban (Mateo 18:2)
El propósito de Ignacio es, según él mismo dice, ser
imitador de la pasión de su Dios, es decir, de Jesucristo.
Ahora que se enfrenta al sacrificio supremo es que
empieza a ser discípulo, y por tanto lo único que quiere que
los romanos pidan para él es, no la libertad, sino fuerza
para enfrentarse a toda prueba “para que no sólo me llame
cristiano, sino que también me comporte como tal”. “Mi
amor está crucificado […] No me gusta ya la comida
corruptible, […] sino que quiero el pan de Dios, que es la
carne de Jesucristo […] y su sangre quiero beber, que es
bebida imperecedera”. Porque “cuando yo sufra, seré libre
en Jesucristo, y con él resucitaré en libertad”. “Soy trigo de
Dios, y los dientes de las fieras han de molerme, para que
pueda ser ofrecido como limpio pan de Cristo”

El martirio de Policarpo

Si bien es poco o nada lo que sabemos acerca del


testimonio final de Ignacio, sí tenemos amplios detalles
acerca del de su amigo Policarpo, cuando le llegó su hora
casi medio siglo más tarde. Corría el año 155, y todavía
estaba vigente la misma política que Trajano le había
señalado a su gobernador Plinio. A los cristianos no se les
buscaba; pero si alguien les delataba y se negaban
entonces a servir a los dioses, era necesario castigarles

El juez, diciéndole que si juraba por el emperador y


maldecía a Cristo quedaría libre. Empero Policarpo
respondió: —Llevo ochenta y seis años sirviéndole, y
ningún mal me ha hecho. ¿Cómo he de maldecir a mi rey,
que me salvó?

Cuando por fin el juez le amenazó, primero con las fieras, y


después con ser quemado vivo, Policarpo le contestó que
el fuego que el juez podía encender sólo duraría un
momento, y luego se apagaría, mientras que el castigo
eterno nunca se apagaría.

Atado ya en medio de la hoguera, y cuando estaban a


punto de encender el fuego, Policarpo elevó la mirada al
cielo y oró en voz alta:

Señor Dios soberano […] te doy gracias, porque


me has tenido por digno de este momento, para
que, junto a tus mártires, yo pueda tener parte en
el cáliz de Cristo. […] Por ello […] te bendigo y te
glorifico. […] Amén.
Blandina,
Una mujer débil por quien temían sus hermanos. Cuando le
llegó el momento de ser torturada, mostró tal resistencia que
- los verdugos tenían que turnarse.
Cuando varios de los mártires fueron llevados al circo,
Blandina fue colgada de un madero en medio de ellos y
desde allí les alentaba.
Como las fieras no la atacaron, los guardias la llevaron de
nuevo a la cárcel.
Por fin, el día de tan cruentos espectáculos, Blandina fue
- torturada en público de diversas maneras.
- Primero la azotaron;
- después la hicieron morder por fieras; acto seguido
- la sentaron en una silla de hierro candente; y a la postre
- la encerraron en una red e hicieron que un toro bravo la
corneara.
- Como en medio de tales tormentos Bandina seguía firme
en su fe, por fin las autoridades ordenaron que fuese
degollada.

Estos no son sino unos pocos ejemplos de los muchos


martirios que tuvieron lugar en esa época. Hay otros que nos
son conocidos. Pero sobre todo hubo muchos otros de los
cuales la historia no ha dejado rastro, pero que
indudablemente se encuentran indeleblemente impresos en el
libro de la vida.

Fue su sportacion de ellos para que tu pudieras tener la


palabra
Y la tuya?

negaste tu fe en negar estudiar tu palabra?



negaste tu fe en no tener una carater manso y hunilde

entregando los diezmos y ofrendas

compartir el evangelio

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