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4 Limites Confidencialidad

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LÍMITES DE LA CONFIDENCIALIDAD

Y SECRETO PROFESIONAL EN LA ATENCIÓN SOCIOSANITARIA A JÓVENES

Desde el siglo V antes de nuestra era, en el célebre juramento de Hipócrates1,


se recoge la necesidad de que toda persona que trabaja para la salud tiene la
obligación de respetar la confidencialidad de la información recabada en el
desarrollo de su actividad sanadora. Sin embargo, esta legítima y moral
posición de salvaguarda de ese derecho de la persona, a veces puede ser
quebrantada en determinadas situaciones excepcionales cuando concurren
otros determinantes éticos y legales.

La Constitución Española de 1978 reconoce en su artículo 18.1 el derecho a la


intimidad personal como derecho fundamental a proteger2; además, en base a
este principio, la legislación obliga a los profesionales de la salud el deber de
respetarla, tipificando, en el artículo 199 del Código Penal, los delitos de
revelación de secretos conocidos en el ejercicio de la actividad profesional3.
Por otro lado, la jurisprudencia también obliga al quebrantamiento de este
secreto en determinadas circunstancias, como es el caso de conocimiento de
un delito; quedando, sin embargo, redactado en el artículo 24.2 de la
Constitución, que por razón de parentesco o de secreto profesional, no se
estará obligado a declarar sobre hechos presuntamente delictivos.
Contrariamente, la obligación de declarar viene tipificada en el artículo 262 de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal4 que contempla que “los que por razón de
sus cargos, profesiones u oficios tuvieren noticia de algún delito público,
estarán obligados a denunciarlo inmediatamente”. Sin embargo, en el artículo
20.5 del Código Penal se especifica que está exenta de responsabilidad la
persona que se encuentre en estado de necesidad para evitar un mal propio o
ajeno, o porque pudiera lesionarse un bien jurídico, y siempre que concurran
los requisitos, entre otros, de que el mal causado no sea mayor que el que se
trate de evitar y que la situación de necesidad no haya sido provocada
intencionadamente por el sujeto.

De manera general, un o una profesional puede o debe desvelar el secreto


profesional en las siguientes circunstancias:

• Autorización del paciente: es lo que ocurre cuando se emiten informes o


certificados médicos a petición de la persona interesada. También se da
esta circunstancia en los casos en los que el paciente pide a su médico que
le explique a sus familiares la enfermedad y el pronóstico de ésta.

• Colaboración con la Justicia. Todo profesional debe comunicar a las


autoridades la comisión de delito, pero puede quedar eximido si el
cumplimiento estricto de la ley pudiera ser perjudicial para él o para la
sociedad. En ocasiones, el profesional puede ser citado para declarar en
procesos judiciales; pudiendo ser en calidad de perito o bien de testigo. Si
es como perito podría negarse, ya que podría verse comprometido al poner
en riesgo la confidencialidad del paciente; en estos casos, podría solicitar la

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sustitución por otro profesional. En caso de acudir a citación como testigo,
se le podría instar a desvelar el secreto profesional. En este supuesto
podría apelar al juez la obligación que tiene para con su paciente de
guardar el secreto profesional, en cuyo caso será el magistrado quien
decida liberarlo de ese precepto, o bien podrá optar a evitar preguntas que
pongan en peligro la confidencialidad.

• Riesgo para terceros. El profesional estará obligado a informar al paciente


que la ocultación a terceros de un determinado problema de salud podría
comprometer la integridad física de otras personas; por ello deberá
asesorarlo para que tome las precauciones necesarias y para que informe a
esas terceras personas de la situación de riesgo real o potencial. Si el
profesional tuviera constancia de que no se han tomado las medidas
pertinentes y el riesgo es inminente deberá insistir ofreciéndose como
mediador y si tampoco obtuviera resultados, informará al paciente que lo
pondrá en conocimiento del juez, como último recurso.

Como recomendación general, a continuación se exponen algunos supuestos


que excepcionalmente marcarían los límites a la confidencialidad5:
• Situaciones de grave peligro para la vida (ideación suicida, ideas
homicidas, trastornos de conducta alimentaria,..).
• Situaciones de gran riesgo social (ideas sobre fugas o daños
irreparables).
• Cuando existe riesgo de perjudicar a terceras personas.
• Situaciones de maltrato o abuso sexual (o corra riesgo de serlo).

Desde un punto de vista ético, en el caso de adolescentes, el deber de respetar


la confidencialidad debe ser mantenido a partir de los 16 años, ya que es a
partir de esta edad cuando se considera al menor con capacidad suficiente
para decidir plenamente sobre sus derechos de la personalidad, y entre ellos
se incluye el de la intimidad. Pero considerando los preceptos jurídicos y éticos
referidos anteriormente pudiera darse el caso, en determinadas situaciones
especiales, que exista una colisión de derechos e intereses morales,
difícilmente solucionables.

De una manera general, algunos supuestos en los se podría revelar el secreto


profesional serían:

• Evitar o reducir un daño a la persona (Principio ético de no-maleficencia).


• Beneficiar a la persona (Principio ético de beneficencia).
• Evitar o reducir un daño a terceras personas o al profesional (Principio ético
de no-maleficencia).
• Beneficiar a terceras personas o al profesional (Principio ético de
beneficencia).
• Penalizar a las personas que han cometido un delito (Principio ético de
justicia).

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Para evitar el daño al adolescente o a otras personas, atendiendo al principio
ético del primer nivel de no-maleficencia, la ruptura de la confidencialidad
con un joven debería basarse en tres condiciones:
• Desvelar el secreto es la mejor medida para evitar el riesgo o disminuir el
daño ocasionado y que las posibles consecuencias negativas de esta
medida sean siempre menores que no desvelar el secreto.
• La persona no tiene la suficiente competencia para poder rechazar o asumir
el daño o el riesgo a la que está sometido él o las personas afectadas.
• En caso de que tuviera esta competencia, a pesar de no ofrecer
consentimiento actualmente, pudiera ser que en el futuro fuera capaz de
aceptarlo6.

Teniendo en cuenta que los y las profesionales que trabajan en los ámbitos
sanitarios y educativos durante el desarrollo de su actividad con los jóvenes
pueden tener conocimientos de conductas delictivas (como maltratos, abusos
sexuales, delincuencia, etc.), se les exige legalmente que intervengan de forma
activa y comuniquen a las autoridades los hechos, incluso a pesar de romper la
obligada confidencialidad, si con ello se consigue un menor daño. Sin embargo,
la evaluación de los resultados de dichas actuaciones bajo el estricto
cumplimiento de la ley, no siempre desembocan en la respuesta más adecuada
desde el prisma ético y moral. La confianza y confidencialidad entre el paciente
y el profesional es uno de los pilares básicos de la relación terapéutica, por lo
cual debe ser un bien a proteger. Por otra parte, si se tiene constancia de
situaciones que pueden dañar o poner en riesgo al menor, sobre todo en los
menores de 16 años no totalmente capaces, el profesional deberá comunicar a
las autoridades dichas situaciones. Ante la petición de los padres de la
vulneración de la confidencialidad de su hijo no es aconsejable que el
profesional se justifique con argumentaciones jurídicas o éticas, sino que
deberá comunicarles la importancia de preservar la confidencialidad del menor,
y que ésta quedará siempre supeditada a obtener el mayor beneficio de salud
para éste.

El análisis de la resolución de conflictos éticos puede basarse en distintos


modelos que a veces pueden ser contradictorios. Por ejemplo, en el modelo
principialista se instaría a aplicar estrictamente las normas y legislaciones
vigentes y, por tanto, el conocimiento de hechos delictivos nos conducirían
irremisiblemente a denunciar de forma inmediata. Por otra parte, siguiendo el
modelo consecuencialista de resolución de conflictos éticos, se nos
plantearían diversos y complejos argumentos con diferentes opciones que
incluso harían cuestionarse la pertinencia o no de romper el secreto
profesional. Ante diferentes escenarios se tendrían que considerar una serie de
elementos que van a condicionar las opciones para tomar la decisión de
guardar la confidencialidad o no:
• Protección del menor y de otras posibles víctimas, garantizando su
seguridad. En ocasiones, una denuncia que sea precipitada o escasa de
pruebas u otros condicionantes, puede que al final no prospere de la forma
más favorable y se complique aún más la situación del menor. La detección
de problemas de salud que requieran atención especializada (trastornos de
la conducta alimentaria, adicciones graves, violencia de género…) también

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requerirá que el profesional le plantee al joven la necesidad de comunicarlo
a los padres y de derivación a otros servicios.

• Gravedad de los hechos que se pueden denunciar. En una balanza valorar


la transcendencia de una u otra opción. Es necesario que la detección de
señales de alarma lleve al profesional a que intente ganarse aún más la
confianza del joven para que el abordaje y la comunicación sean más
fluidas, facilitando así las intervenciones terapéuticas futuras. Pero una
comunicación precipitada a los padres ante simples sospechas pueden dar
al traste con la confianza, además generar en el joven y sus padres
angustias innecesarias.

• Madurez del joven. Se debe considerar su edad, su estado emocional,


impacto de las coacciones que ha podido sufrir, miedos reales o
irracionales, etc...; todo ello influirá en el grado de compromiso del joven
para tomar una decisión.

• Imperativo legal. Todos los profesionales están obligados a denunciar


cuando tengan conocimiento de actividades delictivas, pero la misión de los
profesionales de salud no es perseguir delitos; su objetivo es mejorar la
salud y la calidad de vida de las personas; por ello deberán sopesar
siempre si las consecuencias de una comunicación a las autoridades puede
traer consigo mayores o menores problemas que la de no comunicarlo. Por
otra parte, la Ley Orgánica 1/196 de Protección Jurídica del Menor alega en
su artículo 2 que “todo menor tiene derecho a que su interés superior sea
valorado y considerado como primordial en todas las acciones y decisiones
que le conciernan, tanto en el ámbito público como privado”, por lo que
también se argumenta en esta ley que la mejor forma de garantizar social y
jurídicamente la protección a la infancia es promover su autonomía como
sujeto. El auténtico respeto a la autonomía implica evitar la práctica de la
medicina defensiva, que significa anteponer la seguridad del profesional por
delante del interés del paciente6

Por todo lo expuesto, es importante que, desde el inicio de la intervención, el


profesional deje bien claro al menor el respeto que se le debe a su
confidencialidad, así como de las posibles excepciones a esta. Lo idóneo es la
decisión conjunta con el menor, informándole de los pasos que se pueden dar,
sin presionarle para que cuente o haga algo para lo que no esté preparado,
explorando su disposición a colaborar y facilitando sus recursos y autonomía
para mejorar su salud.

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REFERENCIAS

1.- Hipócrates. Tratados hipocráticos. Madrid: Gredos, 1983 [2003].

2.- Constitución Española (BOE núm.311, de 29 de diciembre de 1978).


Disponible en: http://www.congreso.es/constitucion/ficheros/c78/cons_espa.pdf
Acceso julio 2019

3.- Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal.


Disponible en:
https://www.boe.es/buscar/pdf/1995/BOE-A-1995-25444-consolidado.pdf
Acceso julio 2019

4.- Real Decreto de 14 de septiembre de 1882 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Última


modificación: 6 de octubre de 2015
Disponible en:
https://www.boe.es/buscar/pdf/1882/BOE-A-1882-6036-consolidado.pdf
Acceso julio 2019

5.- Pérez García,R. Promoviendo la confidencialidad con el menor en atención primaria: el arte
del funambulismo. Formación Médica Continuada en atención Primaria. 2015. FMC.
2015;22(3):152-157

6.- Canimas Brugué, J. La confidencialidad ante el abuso sexual a adolescentes. Cuadernos


de Trabajo Social. Ediciones Complutense. 2017

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