La Esperanza Cristiana
La Esperanza Cristiana
La Esperanza Cristiana
INTRODUCCIÓN
A diario escuchamos a las personas decir: "Tengo esperanza de que...", "todavía no pierdo la
esperanza de que..." o "la esperanza es lo último que se pierde". Estas frases dan a entender que la
esperanza pertenece a la estructura fundamental del ser humano que espera "contra toda
esperanza" alcanzar la vida plena en el aquí y ahora de la existencia, con la mirada puesta en el
futuro. Pues "el hombre que espera se sitúa en la existencia que está tejida en la misma trama de
las cosas que conjuntamente existen en el mundo" (Santizo, 1967, 149). Precisamente porque el
ser humano suele ver en la esperanza la "fuerza", la "fortaleza" que lo impulsa a seguir luchando
para, en un futuro cercano o lejano, alcanzar una situación de mejoría o de bienestar (Moreno,
1992, 249); es decir, la gran meta que justifique el esfuerzo de esa lucha (Spe salvi 1).
En un grafiti se leía: "Sin esperanza no hay razón para vivir". Esta frase nos lleva a pensar que la
esperanza, en cuanto fuerza dinámica y transformadora, está íntimamente ligada al proyecto de
vida de hombres y mujeres que luchan, sueñan, se esfuerzan por construir una vida mejor, una
sociedad más justa, un mundo más humano. Se trata, pues, de "un recurso que ayuda a no caer en
la desesperación, basado en la idea férrea de que pronto las cosas mejorarán. Esta idea férrea
(confianza) actúa como estímulo y aporta a la persona fuerza y tranquilidad" (Pagola, 1996, 16).
Vivir sin esperanza es vivir sin horizonte, sin futuro, sin un proyecto realizable.
Frente a la situación de pérdida de la esperanza y vaciamiento de vida que definen el perfil del
hombre contemporáneo, inserto en un "tiempo que ha resultado ser un inmenso cementerio de
esperanzas" (González, 1992, 259), por la caída del mito del progreso, las pequeñas y grandes
guerras del siglo, el deterioro ecológico, el hambre en el mundo, la injusticia y corrupción
política y social, el desmoronamiento de las utopías modernas... que traen consigo desesperanza
y desilusión hacia el futuro, es donde la esperanza cristiana debe salir al encuentro de las
esperanzas humanas para darles plenitud y trascendencia, porque ésta se presenta como portavoz
del mensaje de la promesa de Cristo de un mundo nuevo, objeto de la gratuita promesa de Dios,
caracterizado por la justicia y el derecho, que si bien se proyecta en el futuro (orientado
esencialmente hacia la salvación trascendente: el ésjaton), se va realizando en el aquí y ahora, en
las realidades concretas, de hombres y mujeres que sueñan con un futuro mejor.
La teología, al reflexionar sobre la esperanza, debe estar dispuesta no sólo "a dar razón de su fe"
(1P 3, 15), sino a dar su testimonio al mundo, dirigiendo su esfuerzo a la búsqueda de las raíces
antropológicas del esperar; tratando de entablar a su propósito "un diálogo con los humanismos
de esperanza que existen en nuestro mundo y de responder a las objeciones que a esa actitud
básicamente humana pueden hacerse desde las ciencias del hombre" (Laín, 1962, 286). De este
modo la esperanza cristiana podrá ser concebida como respuesta a las búsquedas del hombre hoy,
porque se inserta y asume las esperanzas históricas concretas y la actividad humana que las va
realizando, sin subrayar dicotomías entre lo natural y lo sobrenatural.
1
Desde estas perspectivas, este trabajo tiene como intención proponer a la "esperanza cristiana",
teniendo en cuenta los aportes de los distintos autores elegidos para la investigación, como
respuesta a las búsquedas (angustias y anhelos) del hombre hoy, y con él a la comunidad humana,
que se va quedando sin futuro, sin esperanza. Por este motivo se plantea el objetivo de demostrar
que la esperanza cristiana no se trata de una ideología o utopía más, sino que responde con
creces a los deseos y anhelos del hombre hoy, que busca con afán un futuro de vida prometedor y
trascendente, desde una visión antropológica y fundamentado en la Sagrada Escritura y la
teología.
El presente trabajo está estructura en tres partes: 1) La esperanza como elemento constitutivo del
ser humano: reflexión desde una visión antropológica, filosófica y trascendente de la concepción
que el ser humano tiene sobre la espera y la esperanza humanas. 2). Aproximación
bíblico-teológica de la esperanza: breve análisis de textos de la Escritura que tratan sobre todo de
la esperanza cristiana y lo que algunos teólogos han dicho sobre la misma. 3). Respuesta de la
esperanza cristiana a la esperanza latinoamericana, para la cual se retoma las reflexiones
realizadas por las cinco Conferencias del Episcopado latinoamericano. El método utilizado en el
desarrollo de este trabajo es el cuanti-cualitativo basado en la revisión y análisis de textos que
tratan sobre el tema investigado, para llegar a la elaboración de un documento final que dé razón
del tema elegido.
De los conceptos que expresan esperanza o espera son ελπίς y ελπιζώ, con sus
derivados más usados y con su gran riqueza de matices... ambos términos designan, por
una parte, el acto de esperar e incluyen, por otra parte, lo esperado.
E. Hoffmann, 1980
2
interna y la opresión externa... (cf. Rodríguez, 1980, 230). Todo esto encierra la esperanza
humana (antropológica) donde se revela el misterio del hombre como "espíritu finito", es decir,
como espíritu encarnado, tal como lo denomina Ernst Bloch:
En cuanto espíritu encarnado, el hombre es apertura hacia lo todavía-no-hecho y alcanzado. Es un
espíritu-en-el-mundo, con un deseo incontenible de conocer, querer, amar y sentir. Y es este "deseo" el que lo
lleva a que pueda esperar, planear y manipular el futuro. Un futuro que no se agota en la consecución de una
meta (futuro absoluto) sino que trasciende a toda consecución y que no logra aquietar el dinamismo interior, y
un esperar que no es pasivo sino dinámico, creativo, expectante (Bloch, 1977, 60).
Y precisamente porque el ser humano es proyección hacia un siempre más: hacia la sorpresa que
está fuera de su previsión, hacia lo nuevo, hacia el todavía-no, la esperanza se presenta para él,
continuamente, como un medio (más no como un fin) para la consecución de objetivos cada vez
más altos, que tienen que ver tanto con su realización interior ‒es decir, el re-conocimiento de sí
mismo, que lo lleva a aferrarse a la vida biológica, pero con la finalidad de darle sentido y
trascendencia‒ como con su proyección exterior ‒es decir, salir de sí mismo para ir en busca de
un tú o el encuentro con las diferentes realidades, para su personalización‒. Se trata, pues, de una
"esperanza dinámica que penetra toda la realidad humana y la orienta hacia un futuro de donde
saca el sentido para el presente. La reflexión moderna aplica a este dinamismo insaciable de la
vida humana la denominación de Principio-esperanza" (Gutiérrez, 1998, 30).
2. La espera y la esperanza: proyección y temporalidad
En cuanto elementos constitutivos de la estructura misma del ser humano que, partiendo de la
realidad se proyecta al futuro con determinación y expectativa, la "espera" ‒como hábito de la
naturaleza primera del hombre, que consiste en la necesidad vital de desear, proyectar y
conquistar el futuro‒ y la "esperanza" ‒como hábito de la segunda naturaleza del hombre, por
obra de la cual éste confía de modo, más o menos firme, en la realización de las posibilidades de
ser que pide y brinda su espera vital‒ están estrechamente relacionadas en todas las situaciones
que configuran su existencia (cf. Bermejo, 2012).
2.1 Espera humana
Esperar es un fenómeno humano que tiene como condición de posibilidad la experiencia de
temporalidad y más específicamente de futuro. En un sentido amplio, esperar es la manera como
el hombre se relaciona con el futuro. En efecto, y viendo desde esta perspectiva, la espera, que
"presupone un dinamismo permanente e insaciable, que penetra toda la realidad humana y la
orienta hacia el futuro, del cual saca el sentido para el presente" (Gutiérrez, 1985, 335), se
transforma en "proyecto" y futurición, pues, a decir de Pedro Laín, la espera humana se
transforma en proyecto, porque el espíritu humano ‒el espíritu encarnado‒ se ve obligado a
esperar su futuro concibiéndolo como proyecto:
El proyecto ‒o un proyecto forzosamente entendido a las posibilidades de la realidad corpórea en que el
espíritu humano se encarna‒ es, pues, la forma propia y primaria de nuestra espera... que implica con
necesidad metafísica la "fianza" (Laín, 1962, 503).
3
En efecto ‒explica Santizo en su comentario que hace a la obra de Pedro Laín (1962), con el
artículo "La espera humana"‒, la realidad humana, en tanto que corpórea, "por estar hecha de los
mismos elementos de que está hecho el mundo sensible espera-ser-siempre"; y el primer paso de
esa espera se vuelve proyecto, se hace proyecto, que quiere decir, llegar a "la plenitud y
conformación con el mundo en que existe", porque su "estructura y dinámica características le
impelen a vivir con sus afectos, voliciones e intelecciones y proyectarse hacia un futuro que cree
posible con base en la conciencia que tiene de sí mismo y de lo que le rodea"; y en tanto que
espiritual, que trasciende y agota lo corpóreo, su espera exige también un proyecto en el futuro,
pero este proyecto "ya no está atenido a las posibilidades de la realidad corpórea sino que es una
espera atenida a las posibilidades del espíritu" (cf. Santizo, 1967, 149).
Así, entonces, podemos llegar a decir finalmente que el hombre que espera se sitúa en la
existencia que está tejida en la misma trama de las cosas que conjuntamente existen en el mundo,
y que cada acto de su vida, por simple y sencillo que sea, se está proyectando permanentemente
hacia algo, hacia una realidad, que en el momento de concebir es un proyecto, pero que pretende
ser alcanzado en un futuro no muy lejano; esta "futurición" (Laín, 1962, 509) exige del ser
humano la puesta en marcha del "principio-esperanza" como el único modo de establecer
contacto y mantener relaciones con la realidad: "Porque de la posición que se adopte frente a ella
(realidad) depende el destino del hombre y, por ende, lo que se espera" (Santizo, 1967, 150).
2.2 La esperanza humana
Dice Hofmann (1980, 130) que, "como actitud subjetiva ‒primordial de la existencia humana‒, la
esperanza se presenta como una espera concreta y personal que, a pesar del 'todavía-no', mira
hacia adelante confiada e impaciente". Esta esperanza ‒en sentido práctico‒ se trata de una espera
mezclada con confianza y tensión, dirigida a un bien o suceso concreto, deseado, pero todavía
futuro. Y es que la enjundia del problema de la esperanza consiste en lo que es la realidad, y
"cualquiera que sea la interpretación provisional de la realidad, el hombre tiene que hacerle frente
desde su misma realidad como inmerso y comprometido en ella, 'arrojado ahí'" (Moltmann y
Hurbon, 1980, 14).
A primera vista, entonces, una cosa aparece clara: la esperanza tiene que ver con el futuro2. Y
esto "empuja" a que el hombre "se espere del futuro una alegría, una felicidad, que no tiene
todavía, pero que espera alcanzarla. En tal sentido, la esperanza está atada al tiempo y obliga a
constatar que el hombre no posee nunca plenamente su propia existencia" (Ratzinger, 1984, 10).
De ahí que la esperanza sólo se realice en la tensión que hay entre el pasado, que se cumple en el
presente y se proyecta hacia el futuro. Es natural, por tanto, que las esperanzas, que están atadas
al tiempo, sean de cualidades muy diversas.
Ahora bien, según lo expuesto, hemos constatado que la esperanza está estrechamente
relacionada con el futuro (lo que se desea alcanzar), y que por definición ésta no puede ser sino
2
La vida humana está constitutivamente vertida hacia el futuro. El ser del presente, la vida real del hombre es
primordialmente hacer futuro. El futuro es constitutivamente incertidumbre y riesgo de lo que somos y –mucho más–
de lo que esperamos ser (Diez-Alegría, 2000, 169-170).
4
en el tiempo, de seres temporales; sin embargo, dice J. Noemi, "la verdad de la esperanza no se
mide sólo por la idealidad con que se postule un futuro, sino por la manera como ésta se
específica con respecto al presente. Un futuro es realmente esperado en la medida en que tensa el
presente, que lo infiere" (Noemi, 1978, 217). De aquí se sigue, por ende, que la esperanza
humana es una espera vívida (real), que despierta en el esperante el deseo, la pasión, la
expectación, la voluntad... incluso el temor y la desconfianza, como factores motivadores que lo
empujan a alcanzar lo que aguarda, en la medida en que esta posibilidad se hace presente, pero
sin reducirse a ella (Bloch; Laín; Alfaro).
Siguiendo a F. Palazzi (www.teologiahoy.com), se puede decir que la esperanza, por su
dinamicidad, aporta al hombre que espera una capacidad y una sabiduría transformadoras que le
posibilitan no sólo contemplar la realidad tal como es, sino también imaginar-proyectar cómo
puede llegar a ser o cómo puede transformarse. Por ello es que la esperanza implica la
responsabilidad, aviva la participación, retorna al esperante a su propia naturaleza humana y se
opone al triunfalismo que se supedita a la conquista o se agota en la realización de lo esperado.
La verdadera esperanza, dice Palazzi, asume la desesperanza para quitarle su valor negativo de
apatía y resignación y darle un valor trascendente. Pues, como dice Diez-Alegría: "Lo que se
opone a la esperanza no es la desesperación, sino la indiferencia, la acedia".
La esperanza nos abre a la totalidad de la existencia, porque se presenta como condición de
posibilidad de la realidad humana del hombre, pero, sobre todo, porque esta posibilidad
esperanzada "madura en la atmósfera de optimismo de una historia con sentido y se siente
vinculada a un futuro pleno. Sus acompañantes son la fidelidad y la confianza. Sus motivos son la
eficacia anticipadora que posee para crear en el presente situaciones de justicia, de amor y de
paz" (Moltmann y Hurbon, 1980, 15).
3. Dimensiones de la esperanza
3.1 Dimensión antropológica
La espera se hace esperanza, replica Bermejo (2012), cuando el hombre tiende con mayor o
menor firmeza en la consecución de aquello hacia lo que la espera primaria se mueve: seguir
siendo. Y la esperanza llega a ser genuina, auténtica y radical cuando ese seguir siendo cobra de
modo atrevido y consciente la expresión a que naturalmente tiende: ser siempre. Si el ser humano
se entrega a la conquista de ese ser siempre con decisión y fortaleza (confianza), pero a la vez
con desconfianza y temor (inseguridad), la esperanza se constituye en virtud, en soporte esencial
de la existencia.
De ahí que, siguiendo a P. Laín (1962, 539-570) y a E. Bloch (1977, 12-61), los elementos
básicos de la estructura antropológica de la esperanza son, necesariamente ‒sin descuidar otros
aspectos importantes‒, la "confianza" y la "inseguridad".
La confianza o creencia en la posibilidad de lo esperado (posibilidad efectiva y lograda en el
futuro) es el momento que eleva la espera a esperanza. Tiene una vertiente de expectación y
pasividad (si no quiere disolverse en "vanagloria") y una vertiente de actividad, osadía y
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magnanimidad (como realización plena y genuina de la esperanza). Pero tiene también, como ya
se vio, un esencial componente de "inseguridad", de angustia, por no saber con claridad lo que le
depara el futuro, pues éste se presenta como velado e incierto, cargado, eso sí, de grandes
posibilidades. La confianza, por un lado, y la inseguridad, por otro, como un todo, dan el valor
genuino a la esperanza ‒y las esperanzas humanas‒, evitando así que se convierta en simple y
mera "utopía"3.
Confianza e inseguridad otorgan a la esperanza ‒y esto es esencial y radical‒ una dimensión de
"totalidad, y, a la vez, sitúan al hombre en la realidad, en el presente, en los hechos concretos,
pero siempre abierto, eso sí, al futuro, a lo que está por llegar. Sólo cuando se dan estas
condiciones, la esperanza humana, en su base antropológica, se vuelve genuina, creadora,
proyectada de manera esencial a un "último acto" de la realidad, que es fontanal y religante
(Zubiri), envolvente o abarcante (Jaspers). Confiar será siempre, en último término, "fiar-con"
(proyección, futuro), y des-confiar será, por su parte, aterrizar, hacer presente el anhelo de futuro.
3.2 Dimensión filosófica
Afirma la filosofía que todo existente persigue un fin (τελος) propio y determinado, al cual se
ajusta su misma naturaleza. Es un fin que puede ser intrínseco al existente mismo (finalidad
inmanente) o extrínseco (finalidad trascendente), pero siempre proyectado hacia el futuro, hacia
el "aún-no" esperanzador, vivido desde la condición de posibilidad de conocimiento y de
afirmación humana.
Este fin (τελος) perseguido sólo desde la capacidad humana se transforma en "esperanza
optimista" centrada en la razón (cientificidad+tecnicismo) y las fuerzas del hombre
(autosuficiencia) (cf. Gutiérrez, 1998, 206-207), que desaloja de su ejecución el "ideal de
esperanza" presentado por la religión, por considerarlo como alienante y limitador (Marx,
Nietzsche, Freud). Es más, la dimensión filosófica de la esperanza pretende constituirse en
heredera de la religión en la línea de una esperanza escatológica, pero llevada a cabo a partir de la
experiencia del hombre en su relación con el mundo, donde "el papel de la ciencia y de la técnica
es innegable: el hombre se halla en situación de dominar la naturaleza y planificar su desarrollo;
el mundo, incluido el futuro, es cada vez más obra de sus manos" (Gutiérrez, 1998, 31). Esta
esperanza ‒que pasa de virtud teologal a principio racional‒ centra su fe en el progreso
científico-técnico y en todo lo que estos pueden ofrecer a la humanidad en la conducción hacia un
futuro en el que se realicen las utopías del mundo (porvenir): mundo como gigantesco
receptáculo del futuro (cf. Libanio, 2000, 82-85).
3.2 Dimensión trascendente
3
Para un mejor desarrollo y comprensión de la diferencia entre esperanza y utopía, ver: LIBANIO, J. (2000). Utopía y
esperanza cristiana. México: Ed. Dabar; MOLTMANN, J. y HURBON, L. (1980). Utopía y esperanza. Diálogo con Ernst
Bloch. Salamanca: Ed. Sígueme.
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El dato primario, que constituye la originalidad absoluta de la existencia humana, es la esperanza
como llamada del ser a realizarse en los actos sucesivos e irreversibles de su vida que se imponen
como imperativo absoluto. Es pues una llamada al arrojo confiado hacia el futuro. "La esperanza
‒dice J. Alfaro‒ es, pues, una dimensión trascendental de la existencia humana, porque está
inscrita en la misma estructura fundamental del hombre como 'espíritu finito' (esperanza
trascendental)" (Alfaro, 1970, 533).
En esta estructura fundamental del hombre, la esperanza es la única que responde a las últimas
expectativas del hombre, porque "evita que las esperas y las esperanzas se reduzcan a algo
absurdo y, además, permite responder afirmativamente a la pregunta por el sentido del mundo, de
la humanidad y de la persona" (Ruiz de la Peña, 1992, 473), sin agotarse en el tiempo ni en el
espacio, sino traspasando la temporalidad y limitación humana.
II
APROXIMACIÓN BÍBLICO - TEOLÓGICA DE LA ESPERANZA
1. La esperanza en la Sagrada Escritura
La Escritura es testigo de las diversas etapas del diálogo de Dios con el hombre en su largo
caminar hacia la plena satisfacción de sus esperanzas. Es un caminar en el que sigue empeñado el
hombre de hoy, a quien por ello interesa el testimonio de la Escritura: "Porque yo sé bien los
designios que tengo para ustedes ‒afirma el Señor‒, planes de bienestar y no de desgracia, a fin
de darles un futuro y una esperanza" (Jr 29, 11), y la seguridad del hombre de "estar siempre
dispuesto a dar razón de su esperanza" (1P 3, 14).
1.1 La esperanza en el Antiguo Testamento
Las premisas que determinan el desarrollo y profundización de la esperanza en el Antiguo
Testamento son la alianza y la fe en Yahvé como Dios justo y poderoso.
Por la alianza, Israel se convierte en el pueblo de Dios: Yahvé promete al pueblo vida, felicidad, protección
en la tierra de la promesa, pero con la condición de que sea fiel, andando por el "camino" de la alianza (cf. Dt
28, 30). Por otra parte, la fidelidad se erige como el elemento fundamental por el que las promesas de Dios se
cumplen a plenitud y las esperanzas del pueblo se ven colmadas (Rodríguez, 1980, 231).
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Otros aspectos que constituyen la esperanza veterotestamentaria son: la confianza en la espera de
la actuación salvífica divina, en el "día de Yahvé": que liberará al pueblo de las manos de sus
enemigos con poder y justicia. Se trata pues de una confianza radical que el oprimido deposita en
Yahvé, "quien, a causa de su fidelidad, no defraudará la espera que suscitó por su Palabra (cf. Is
8, 17; Mi 7, 7; Sal 42, 6)"; la paciencia, mediante la cual la espera se convierte en esperanza
perseverante que sabe sobrellevar la tensión del "todavía-no"; el mesianismo, que se caracteriza
por el anhelo escatológico orientado, en primer lugar, a la venida del Mesías y, en segundo lugar,
a la consiguiente restauración del reino israelita. La predicación profética promete la venida de un
Ungido especial, el Mesías, que será ungido por el Espíritu de Yahvé (Is 61, 1-2) y será su
instrumento para realizar una misión especial de salvación (cf. Hoffman, 1980, 131).
La figura del Mesías refleja un modo de ver la salvación esperada según la cual ésta viene de Dios, pero se
realiza por medio de su instrumento humano; la realización de las promesas divinas pertenece a Yahvé, el
protagonista de la salvación, pero éste ha querido vincular al hombre a su obra salvadora (Rodríguez, 1980,
232).
Así, pues, el tema de la esperanza no sólo es frecuente, sino característico del Antiguo
Testamento, sobre todo en la literatura exílica y postexílica. Se trata de "una expectativa, en
términos generales, de una época mesiánica, que se fundamentaba en la seguridad y confianza en
Yahvé, siempre fiel a la promesa de la tierra y a la elección de su pueblo como identidad frente a
todos los demás pueblos" (Baena, 2005, 213).
1.2 La esperanza en el Nuevo Testamento
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Aquí la esperanza es efecto de la paciencia, como modo de obrar de Yahvé en su pueblo, sobre
todo en las promesas consignadas en la Escritura como Palabra que impele a tener paciencia para
mantener la esperanza, de tal manera que el fiel pueda resistir y sea capaz de esperar la gloriosa
manifestación del Señor. Esta experiencia así sentida por el pueblo da el fundamento a Pablo para
exhortar a las comunidades cristianas a mantener la confianza en el Dios de Jesucristo, que no
sólo es poderoso ‒capaz de levantar a su Hijo de la muerte‒ sino que sigue siendo fiel a sus
promesas; y que a pesar de las infidelidades del pueblo, les ofrece su cercana presencia, no ya en
cosas materiales como el templo o la "tierra", sino en la persona de su Hijo: crucificado, muerto y
resucitado, para la salvación del mundo: "Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y
paz a los que creen en Él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Rm 15,
13).
● Un segundo esquema lo propone en Romanos 5, 3s: "...nos gloriamos también de los
sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento genera paciencia, de la paciencia sale la fe
firme, y de la fe firme brota la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo que
nos fue dado".
Aquí la esperanza, lejos de ser una virtud autónoma, aparece nuevamente como efecto de la
paciencia, cuyo fundamento es el amor de Dios dado ya al creyente como don. En este texto
Pablo destaca el sufrimiento como condición de realidad presente en el ser humano que ocupa un
lugar capital dentro de ese proceso gradual que genera la esperanza y que lleva al creyente a la fe
firme en Dios, por su Hijo Jesucristo, que consuela y libera.
● Un tercer esquema aparece en Gálatas 5, 5s: "Por nosotros, por el poder del Espíritu Santo,
tenemos esperanza de la justicia, basados en la fe. Porque en Cristo Jesús ya no cuenta para
nada estar o no circuncidados, sino la fe activada por el amor".
En este punto la esperanza es presentada como resultante de la fe, en cuanto ámbito de acogida de
la acción del Espíritu Santo y lo que se espera de la justicia de Dios, que según el testimonio del
mismo Pablo, se nos revela en el Evangelio (Rm 1, 16). Pero, además, el espacio donde se origina
la esperanza es la comunidad (en Cristo Jesús), cuya identidad es la fe que se hace activa y
convincentemente testimoniante por el ejercicio del amor.
Un cuarto esquema se propone en 1 Tesalonicenses 1, 3: "Continuamente recordamos delante de
Dios y Padre nuestro la obra de su fe, la abnegación del amor y la paciencia de la esperanza en
Jesucristo nuestro Señor".
Este texto es propiamente el punto de partida y el fundamento teológico de los tres primeros
esquemas, porque no sólo allí la fe, el amor y la esperanza constituyen la esencia de la existencia
cristiana, sino porque da razón de la causa que da origen a esta triada, a saber, el espíritu del
Resucitado que actúa en el Evangelio.
En síntesis, el ámbito donde se encuentra la esperanza es la comunidad salvadora; el objeto
pretendido por la esperanza es la justicia de Dios o el modo como Dios salva: el Evangelio; su
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entidad específica es Jesucristo nuestro Señor. El Señor Resucitado es el punto central y el
fundamento de la esperanza en el Nuevo Testamento, que se presenta en categoría escatológica:
"Al 'hoy' de nuestra salvación se junta el 'todavía no' (1Jn 3, 2), al 'tener' y 'estar en Cristo' le
acompaña el esperar y aguardarlo" (Hoffman, 1980, 132).
2. Teología de la esperanza
La "teología de la esperanza" ‒que irrumpe en la historia en la segunda mitad del siglo XX, con J.
Moltmann, protestante, y J. Alfaro, católico, como sus principales representantes‒, se inserta en
el horizonte de la teología cristiana como un intento de comprender y de expresar en los
conceptos y en el lenguaje de nuestro tiempo el contenido de la revelación de Dios (Alfaro) en la
realidad y en las necesidades del medio en el cual el hombre se desenvuelve: las angustias y
esperanzas que lo acompañan en su peregrinar por este mundo (presente) hacia la realización
plena (futuro): la vida en Jesucristo (ésjaton). No trata tanto de aportar temas nuevos, sino en
situar la reflexión teológica de la fe cristiana bajo el horizonte de la esperanza, que se nos
presenta como promesa de algo nuevo, que se realiza en el "acontecer" del presente y que se
prolonga en un futuro asentado en Dios (Moltmann).
2.1 Moltmann y la teología protestante de la esperanza
Jürgen Moltmann (1926), profesor de teología sistemática en la Universidad de Tubinga,
Alemania, desde 1967, es uno de los principales proponentes de la teología de la esperanza. En su
obra Teología de la esperanza, publicada en 1964 (versión alemana), habla del "Dios de la
esperanza" (Rm 15, 13) que sale a nuestro encuentro en sus promesas para el futuro, y al que
debemos aguardarlo en una esperanza activa; de la resurrección de Cristo como el principio y la
gran promesa de lo que está por venir; y de la escatología como doctrina acerca de la esperanza
cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo esperar vivificado por la fe.
Para Moltmann, "en su integridad, y no sólo en un apéndice, el cristianismo es escatología; es
esperanza, mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y
transformación del presente". De ahí que lo escatológico no puede ser considerado como algo
situado al lado del cristianismo, "sino que es, sencillamente, el centro de la fe cristiana". La
escatología, en su más alta comprensión cristiana, afirma, "debería ser, no el punto final de la
teología, sino su comienzo"; por eso critica a los que, por mucho tiempo, han definido a la
escatología como "la doctrina de las últimas cosas" que han de "irrumpir en este mundo desde un
más allá de la historia", haciéndola perder su "significado de orientación, de aliento y de
esperanza para la totalidad de los días que el hombre pasa aquí en la historia, más acá del final".
Tal concepción de la escatología, que aún persiste, ha empujado al fiel cristiano a llevar una vida
peculiarmente estéril, carente de toda importancia esencial, por estar desligada de los referentes
de la fe como "la cruz y la resurrección, la glorificación y el dominio de Cristo", que se viven en
el "aquí y ahora" de la existencia, como concretez de las promesas que nos hablan de esperanza y
que se anticipan al futuro. "El futuro oculto se anuncia ya en las promesas, y a través de la
esperanza despertada influye en el presente", en la realidad que está ahí y que puede
experimentarse (cf. Moltamann, 1972, 19-22). No se trata, por tanto, de sucesos o cosas fuera de
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la realidad, más "allá" de esta vida, sino en el aquí, en el ahora, en el presente de nuestra vida,
pero en relación con Cristo, porque "Él es nuestra esperanza" (Col 1, 27).
La esperanza cristiana habla de Jesucristo y del futuro de éste. Conoce la realidad de la
resurrección de Jesús y predica el futuro del resucitado, por la fe. Pues la fe cristiana vive de la
resurrección de Cristo crucificado y se dilata hacia las promesas del futuro universal de Cristo.
"La fe puede y debe dilatarse hasta la esperanza allí, sólo allí donde, con la resurrección del
crucificado, están derribadas las barreras contra las que se estrellan todas las esperanzas
humanas" (Moltmann, 1972, 20).
En efecto, la esperanza no es sino la expectación de aquellas cosas que, según el convencimiento
de la fe, están verdaderamente prometidas por Dios: verdad, misericordia, salvación, vida eterna,
felicidad... que se hacen realidad en Jesucristo resucitado y que el cristiano las acoge o rechaza
por la fe. La fe es, entonces, el fundamento en que descansa la esperanza, y ésta alimenta y
sostiene a la fe. "Nadie puede aguardar algo de Dios si no cree antes a sus promesas" (Ibíd., 39).
La fe actúa en la medida en que se cree que pasará. Incluso una débil fe, para no desfallecer, tiene
que ser apoyada y sostenida por nuestra paciente espera y por nuestro aguardar. "La esperanza
renueva y reanima constantemente a la fe, y la fe, a la vez, cuida de que la esperanza se levante
cada vez más fuerte, para perseverar hasta el final" (Pieper, 1949, 38).
Allí donde, en la fe y en la esperanza, se comienza a vivir orientado hacia las posibilidades y promesas de
Dios, se abre la plenitud integral de la vida como vida histórica y, por ello, como vida que debemos amar (...)
En el amor, la esperanza introduce todo en las promesas de Dios (Moltmann, 1972, 39.40).
11
Esta esperanza sin límites, que trasciende las coordenadas de tiempo y espacio, se realiza sobre
manera en el acontecimiento inseparable5 de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de
Dios, hecho que revela que Dios existe para nosotros como amor (1Jn 4, 8; 3, 16), y, a la vez,
nosotros, por pura gracia, al incorporar nuestro destino en el de Cristo, entramos a formar parte
de ese acontecimiento supremo de amor y depositamos en él nuestras necesidades más profundas
(cf. Alfaro, 1970, 358-363; 1972, 35-37). En el misterio de Cristo cumple Dios el acto supremo
de su amor salvífico, y Cristo se convierte en sí mismo y para nosotros la plenitud de la gracia y
de la salvación de Dios. Porque, "la existencia-en-esperanza, propia del ser humano, se clarifica y
especifica únicamente en el misterio de Cristo, don y gracia plena de Dios, revelado por el
Espíritu Santo" (De Miguel, 1983, 358).
Es la presencia dinámica del Espíritu Santo quien confirma la esperanza de los cristianos,
inspirándoles internamente a confiar en las promesas de Dios. En la Carta a los Romanos san
Pablo muestra como la esperanza en Cristo no nos puede engañar, porque el amor de Dios hacia
nosotros no queda en Dios, sino que se interioriza en el corazón de los que creemos, por la
presencia del don del Espíritu (5, 5; 8, 14-17). "Esta esperanza, depositada como germen en el
corazón del ser humano por el Ruah (Espíritu) de Dios, es ya comienzo, anticipación vital de la
plenitud futura, es decir, la salvación en Cristo" (Alfaro, 1974, 211). De ahí que los cristianos
"tenemos razón para esperar, porque Cristo nos ha liberado del dominio del pecado y de la
muerte, nos ha dado la vida nueva mediante su Espíritu, como principio de la resurrección futura,
nos ha constituido realmente en 'hijos de Dios' y herederos de su gloria, poseedores desde ya de la
'primicias del Espíritu', porque tenemos la certeza de la salvación plena y definitiva en la que
participará la creación entera (Rm 8, 1-4.9-11.14-18.19-25)" (Alfaro, 1972, 59).
En efecto, la certeza de la esperanza cristiana, dice Alfaro (1972, 103), es una "certeza fiducial,
fundada únicamente en la gracia de Dios por Cristo, suscitada por el don interior del Espíritu y
vivida en el acto mismo de la entrega confiada a la misericordia de Dios". En esta autodonación
fiducial el cristiano vive la experiencia de la gracia de Dios para con él, pero, asegura Alfaro, y es
lo más relevante de su teología, en cuanto miembro activo de la comunidad de los redimidos que
esperan con paciencia, mas no con resignación, la manifestación definitiva de su Señor. Sólo al
interior de la comunidad, de la Iglesia, del Cuerpo místico de Cristo, la esperanza cristiana,
inserta como germen en el corazón del ser humano, se concretiza en comunión de vida, caridad y
verdad, como signos visibles para todo el género humano (cf. LG 9).
3. La esperanza cristiana vista desde la encíclica Spe salvi
"La esperanza tiene que ver con el futuro. Eso significa que el hombre espera del futuro una
alegría, una felicidad, que no posee todavía, pero que, por la fe en las promesas de Dios
realizadas en Cristo, lo vive ya en el presente, en el aquí y ahora de su existencia", escribía el
5
La encarnación del Hijo de Dios no se cumple ni se revela plenamente, sino en su resurrección. Es entonces cuando
toda la plenitud habita en la humanidad de Cristo. La resurrección, a su vez, no puede ser entendida como algo
sobreañadido a su existencia en el mundo, sino como la plenitud definitiva, escatológica, de la encarnación del
hacerse hombre del Hijo de Dios (Alfaro, 1974, 206).
12
cardenal Ratzinger para la revista La Speranza, en italiano (1984, 10). Esto lo va a desarrollar
más adelante, en 2008, como Papa, en la Carta encíclica Spe salvi.
Inspirado en la frase de san Pablo: "En esperanza fuimos salvados" (Rm 8, 24), Benedicto XVI
inicia la encíclica confirmando que la esperanza, en cuanto gracia o don de Dios en Cristo, es la
certeza que nos ayuda a afrontar y vivir el presente con alegría, aunque sea fatigoso, como meta
futura que justifique el esfuerzo del camino (n. 1).
¿En qué consiste, pues, esta esperanza que, en cuanto esperanza, nos lleva a vivir el presente con
la vista puesta en el futuro? En llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero (n. 3), que nos ha
mostrado su rostro en Cristo, y que, por amor, ha abierto su Corazón para transformar nuestra
vida hasta hacernos sentir redimidos, amados, salvados (n. 4), liberados del fatalismo de pasar
por el mundo "sin esperanza y sin Dios" (n. 5). Se trata, pues, de una esperanza en la fe, de un
habitus, de una constante disposición del ánimo, gracias a la cual comienza en nosotros la vida
eterna y la razón se siente inclinada a aceptar lo que ella misma no ve, es decir, las realidades que
se esperan: el todo, la vida verdadera (n. 7) que nos viene de Cristo y que tiene que ver con
nosotros aquí y ahora (n. 10).
A grandes rasgo, Benedicto XVI presenta a la esperanza cristiana como la certeza del Amor de
Dios, una certeza que nace de la fe en un Dios personal que, en Cristo ‒verdadero rostro de Dios
y del hombre‒ nos ama incondicionalmente (n. 1-4). Esta certeza que se recibe como don en el
Bautismo (n. 10), constituye para el cristiano un tesoro, no material sino espiritual, que vale más
que todos los bienes y sustenta realmente la vida del creyente, porque nace de la convicción
realista de poseer ese Amor (n. 7-9), una convicción que se hace patente en la plenitud del amor a
Dios y los hermanos (n. 10-12.37-40).
Según la enseñanza de la Iglesia primitiva que, viviendo en el mundo renunció al mismo para
entregarse plenamente a la misión de Jesucristo, hasta dar su vida por ella, tal como lo hiciera su
Maestro, los pobres y los mártires son quienes mejor dan testimonio de la "esperanza": Josefina
Bakhita (n. 3.5), Van Thûan (n. 32.34), Pablo Le-Bao-Thin (n. 37) y la Virgen María (n. 49-50),
por han renunciado voluntariamente al propio yo (n. 27), a sustentarse en los bienes materiales (n.
8-9), para entregarse plenamente al servicio de los que sufren (n. 38-40).
En efecto, el Santo Padre recalca finalmente que la esperanza cristiana responde con creces a las
aspiraciones máximas del corazón humano (amor, libertad, alegría…) que se sintetizan en el
deseo de la felicidad que se vive ya en el ahora de la existencia (n. 11.15), pero que llega a
realizarse a plenitud en la vida eterna (n. 10.47) a la que nos guía Cristo (n. 6).
III
RESPUESTA DE LA ESPERANZA CRISTIANA A LA ESPERANZA LATINOAMERICANA
3.1. Relevancia de la esperanza cristiana en América Latina
América Latina es el "continente de la esperanza". Así fue llamado por el papa Pablo VI en 1968,
para dar a entender que, a pesar de las carencias materiales y morales a que están sometidas
13
millones de personas por las estructuras opresoras que se levantan en el continente, América
Latina sigue siendo vista como la "tierra prometida" donde se pueden realizar los nuevos ideales
de libertad, de justicia y de fraternidad; una nueva civilización caracterizada por la fe en el Dios
de la vida, el Dios de Jesucristo, liberador del hombre y del mundo (cf. Medellín 1-8).
En este continente –marcado por grandes cambios que afectan profundamente la vida de los
pueblos, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el arte... y
naturalmente la religión; cambios que generan un contexto social cada vez más opaco y complejo
para el ser humano que, sintiéndose limitado por la falta de oportunidades para desarrollar una
vida digna, suele sentirse frustrado, ansioso, angustiado (cf. Aparecida 33-36)– la esperanza,
virtud tan propia del hombre (cf. Blank y Vilhena, 2004, 42-43), emerge como fuerza
transformadora, que empuja al hombre, y por acción de él, a toda la comunidad a buscar nuevos
"vientos de cambio", nuevos escenarios de realización, donde se respete la vida, la dignidad de
las personas, de las culturas, de las tradiciones, la equidad de género y de raza, la Pachamama, la
familia; es decir, nuevos escenarios que se van plasmando en la cotidianidad, en el día a día, pero
proyectados al futuro, a la realización plena (cf. Spe salvi 10-12).
Y el mejor espacio para encontrar las claves de lectura de la esperanza cristiana en la vida de las
personas y de los pueblos de América Latina está en las cinco conferencias del Episcopado
latinoamericano6, precisamente porque éstas se han encargado de reflexionar "sobre la realidad
del hombre y de los pueblos que caminan hacia la liberación y desarrollo pleno, con la esperanza
puesta en las promesas del Dios de nuestro Señor Jesucristo" (Medellín 8).
La I Conferencia realizada en Río de Janeiro en 1955 centra su preocupación en los problemas
sociales de América Latina por la rápida transformación que se verifica en las estructuras sociales
a causa del intenso proceso de industrialización (n. 79), pues, a pesar del cúmulo de bienes que la
Providencia ha dispensado al Continente, la marginación y la pobreza golpean a millones de
personas que miran con angustia su futuro, por eso llama a la Iglesia a hacer sentir su presencia
en la solución de los graves problemas de la justicia social (Introducción) y a todos los católicos a
que colaboren con empeño para buscar, a la luz de la doctrina de la Iglesia, una justa solución
para el inmenso Continente de la esperanza que se enorgullece de su fe católica (Preámbulo).
Por su parte, la II Conferencia realizada en Medellín en 1968, con una visión global del hombre y
de la humanidad, y una visión integral del hombre latinoamericano, deja sentir en sus líneas
pastorales la esperanza de despertar en los hombres y en los pueblos una viva conciencia de crear
y desarrollar un orden nuevo que defienda, según el mandato evangélico, los derechos de los
pobres y oprimidos, urgiendo a los gobiernos y clases dirigentes a que eliminen todo cuanto
destruye la paz social, que denuncie enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las
desigualdades excesivas entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles, favoreciendo la
integración, que vele por el bienestar de las familias, que asegure la paz, etc. (cf. n. 21-33).
6
Los textos que aparecen citados en este apartado fueron tomados de: CELAM. (2014). Las cinco Conferencias
generales del Episcopado latinoamericano. Bogotá: San Pablo - Paulinas - Celam.
14
La III Conferencia realizada en Puebla en 1979, dice que la "esperanza cristiana" consiste en
construir día a día la realidad del verdadero destino, destino que se encierra en la potencialidad de
las simientes de liberación del hombre latinoamericano; un hombre que lucha, sufre y, a veces,
desespera, pero que no se desanima jamás porque quiere, sobre todo, vivir el sentido pleno de la
existencia a pesar de los problemas sociales, económicos y políticos (n. 3). El hombre de este
continente, signado por la esperanza cristiana y sobrecargado de problemas (n. 1), objeto de sus
preocupaciones pastorales, tiene para la Iglesia un significado esencial: llevarlo a la salvación (n.
72). Para cumplir esta misión, la Iglesia se compromete, frente a los atropellos contra la justicia y
la libertad, construir una sociedad más justa, libre y pacífica, fruto indispensable de una
evangelización liberadora (n. 562).
La IV Conferencia realizada en Santo Domingo en 1992, propone con "grandes esperanzas" (n.
28) la Nueva Evangelización como compromiso de la Iglesia de trabajar por una promoción
integral del pueblo latinoamericano (n. 31), víctima de la injusticia y de múltiples formas de
opresión (n. 17), para lo cual invita a los constructores y dirigentes de la sociedad, y a todos los
hombres de buena voluntad a que trabajen por la promoción y defensa de la vida, en la cultura de
muerte que nos amenaza, en la exaltación y dignidad del hombre y de la mujer, sobre todo de los
indígenas y afroamericanos, en la custodia de sus derechos, en la búsqueda y afirmación de la
paz... (n. 39.40), elementos todos que dan sentido y esperanza al pueblo latinoamericano que,
como pueblo de Dios, camina hacia su liberación y la unidad (n. 59), que sólo pueden llegar de la
fe en Jesucristo, salvador del género humano (n. 160).
La V Conferencia realizada en Aparecida en 2007, es quizá la que más hondamente retrata la
realidad de nuestros pueblos, con sus valores, sus limitaciones, sus angustias y esperanzas (n. 22),
en un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio (n. 29); una realidad
marcada por grandes cambios que afectan profundamente la vida (n. 33), donde la ciencia y la
técnica, puestas al servicio del mercado, con los únicos criterios de la eficacia, la rentabilidad y lo
funcional, crean una nueva visión de la felicidad, la realización inmediata de los deseos, la
creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, la libración sexual, la
desestructuración familiar... (n. 44), que se quieren imponer como una auténtica cultura (n. 45).
Frente a esta realidad, los cristianos, como portadores de buenas noticias para la humanidad,
anuncian a hombres y mujeres de América Latina el mensaje de esperanza que nace del encuentro
con Cristo, quien convoca a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad
personal y a la fraternidad entre todos (n. 32).
Las cinco Conferencias han contribuido a mirar la realidad con esperanza, haciéndonos
conscientes de nuestras limitaciones, pero también de nuestras fortaleces, condiciones tan propias
del continente de la esperanza, que nos impulsan a caminar hacia la realización plena con la fe
puesta en el Señor de la vida que, con su total donación, promete un futuro mejor para todos.
3.2. Cómo tiene que ser presentada por la Iglesia y el Magisterio
En 1966, el brasileño Paulo Freire publicaba su libro con el título Pedagogía de la esperanza,
donde invita a las instituciones tradicionales (familia, escuela, Iglesia) a promover la acción
15
social y el dinamismo de las personas que han sufrido supresión
social-política-económica-cultural por varias generaciones (cf. Freire, 1977, 23-49). Se trata pues
de una pedagogía que lleva a la persona a que reflexione por sí misma sobre las situaciones de la
vida cotidiana que él vive, y desde ahí pueda aportar experiencias útiles para transformar esas
situaciones. La esencia de esta pedagogía, dice J. Arduini, es la práctica de la libertad y del
diálogo, así como la superación de esquemas tradicionales y autoritaristas que reproducen las
relaciones de imposición y opresión: "Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo; los hombres y
la mujeres se liberan en comunión, en diálogo con el mundo" (Arduini, 1986, 103).
Esta tiene que ser, considero, la forma como la Iglesia, en conjunto con el Magisterio, debe
presentar la esperanza cristiana al hombre de hoy, envuelto en un mar de situaciones que se
presentan atractivas, engañosas, efímeras, porque ofrecen felicidad y bienestar, goce y deleite,
pero a precio de la renuncia de valores tradicionales y culturales que dan solidez a la vida y a las
instituciones; una vida sin compromiso, sin sacrificio, sin Dios. Una esperanza cristiana que
"empuje a las personas a dominar las dudas y los miedos, para hacerle frente a las dificultades
con una confianza inquebrantable" (Acero, 2008, 32).
Sin duda, la esperanza cristiana para que sea atractiva, para que responda a las búsquedas del
hombre, debe anunciar el mensaje de amor del Crucificado, el amor de Dios, que se identifica con
todos los que sufren, con los que levantan su voz contra las injusticias, torturas y abusos de todos
los tiempos. El amor del Dios encarnado en Jesús, que sufre con los que sufren, muere con los
que mueren injustamente y que busca con nosotros y para nosotros la Vida.
"Quienes vivimos satisfechos en la sociedad de la abundancia podemos alimentar algunas
ilusiones efímeras, pero, ¿hay algo que pueda ofrecer al ser humano un fundamento definitivo
para la esperanza? Si todo acaba en la muerte, ¿quién nos puede consolar? Se pregunta J.A.
Pagola. Y afirma: "Los seguidores de Jesús nos atrevemos a 'esperar' la respuesta definitiva de
Dios allí donde Jesús la encontró: en el servicio y entrega total a la voluntad del Padre; aspectos
que le llevarán a la muerte, pero que le harán merecedor del don mayor de Dios: la resurrección y
la gloria de la vida eterna" (Pagola, 2013, 496).
El misterio de Jesucristo y su resurrección son para nosotros las razones últimas y la fuerza diaria
de nuestra esperanza: lo que nos alienta para trabajar por un mundo más humano, "un mundo
donde sea más fácil amar" (Arduini, 1986, 104), según el corazón de Dios, y lo que nos hace
esperar confiados su salvación. ¿Dónde podemos encontrar un fundamento más sólido para vivir
con esta esperanza? Es la pregunta que nos hacemos todos los días. Y lo que podemos afirmar es
que "sin la esperanza del cielo, de la trascendencia, sin la esperanza del encuentro, de la
solidaridad, del sufrimiento, de la fe, propios de la esperanza cristiana; sin Esperanza (con
mayúscula, porque nos referimos a algo más que a una simple motivación), la existencia humana
pierde su vigor y su sentido" (Acero, 2008, 29).
"Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el
hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la
tribulación, que alienta incesantemente nuestras esperanzas humanas en medio de todas las
16
pruebas" (Aparecida 30), son las certezas que nos motivan a presentar la esperanza cristiana
como la respuesta a las búsquedas del hombre hoy.
CONCLUSIONES
Hablar de esperanza es hablar de algo profundamente humano -constitutivamente humano-; es
hablar de una fuerza dinámica capaz de actualizarse, realizarse y actuar de formas muy diversas,
a veces incomprensibles e inexplicables. Pues el sentido de la esperanza, en cuanto
infraestructura antropológica (Alfaro, 1974, 203), se encuentra tanto en las personas como en los
grupos sociales, actuando con la misma eficacia, lo que nos lleva a suponer que ésta hace parte o
está presente en todas las esferas de la actividad humana.
Sin embargo, es necesario hacer la distinción entre esperanza, como parte constitutiva del ser, y
esperanzas humanas, como motivaciones particulares. La primera es aquella que se halla en la
base y como nutriente de todas las particulares esperanzas, que corresponde a la segunda,
conocida también como "espera", trascendiéndolas a todas, dándoles fundamento y razón de ser.
Vale acotar también que la esperanza está proyectada siempre a producir cambios, a la
transformación de las personas, de los grupos humanos, de las estructuras sociales... con el fin de
alcanzar nuevas perspectivas de vida en todos y para todos.
Como escribiría un autor anónimo: "La esperanza es como la sangre: no se ve, pero tiene que
estar. La sangre es la vida. Así es la esperanza: es algo que circula por dentro, que debe circular, y
te hace sentir vivo. Si no la tienes, estás muerto, estás acabado, no hay nada que decir... Cuando
no tienes esperanza es como si ya no tuvieras sangre... quizá estás entero, pero estás muerto".
Con el tema La esperanza cristiana: respuesta a las búsquedas del hombre hoy, este escrito a
querido reflexionar desde diversos puntos de vista el fenómeno de la esperanza y sus
implicaciones (efectos) en el hombre de hoy que, a pesar de las angustias, temores,
incertidumbres que lo acosan, lucha, sueña, se esfuerza por alcanzar una vida mejor, un futuro
mejor, por construir una sociedad más justa, un mundo más humano.
Tal vez las preguntas y los cuestionamientos, al concluir este trabajo, sean mayores que las que
surgieron al comenzar el mismo, soy consciente de eso, pues muchos temas, por su extensión o
por su complejidad, quedaron cortos en su abordamiento; pero a la vez es alentador, pues me
permitió descubrir cosas nuevas, aclarar dudas, tener una nueva visión de la esperanza; esto debe
también motivar a todos los que estén interesados en reflexionar e indagar sobre este tema tan
complejo y seductor, a regresar sobre lo aquí planteado y buscar nuevos enfoques y perspectivas.
Por ejemplo, aspectos que se pueden investigar con mayor profundidad, que no está presente en
este trabajo, son: "la esperanza cristiana ante la muerte" y la "función liberadora de la esperanza
cristiana", que dan material para realizar todo un tratado.
Pocos son los autores (entre teólogos y especialistas), lamentablemente, que han investigado y
escrito sobre la relación entre la espera y la esperanza y entre las esperanzas humanas y la
esperanza cristiana. Existen sí artículos que hacen alusión a temas particulares de la esperanza en
17
algunas revistas especializadas de teología o antropología, pero escritos hace varios años, lo que
dificulta tener una concepción actualizada del tema. Por ejemplo, el último docuemento
magisterial que se enfoca totalmente en la esperanza es la Encíclica Spe salvi, escrita por
Benedicto XVI en 2007. Sin embargo, aparecen de vez en cuando nuevos puntos de vista por
discutir, lo que muestra que el tema está en vigencia e inacabado, sobre todo en América Latina
denominada por los últimos cuatro papas (Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco)
como el "Continente de la esperanza".
Pues ya lo dijo J. Alfaro (1972, 15): "Mientras la 'sociedad de consumo' amenaza con absorber al
hombre actual en el torbellino de las aspiraciones inmediatas y concretas a un mejor nivel de
vida, haciéndole olvidar así la tensión profunda que empuja la existencia humana hacia el futuro,
el tema de la 'esperanza' está suscitando un interés creciente en la filosofía y en la teología de
nuestro tiempo".
Por eso, consciente de esta realidad, me he atrevido a indagar sobre el tema de la esperanza en
relación con el hombre y la mujer contemporáneos de esta parte del mundo, sobre todo de la
esperanza cristiana, con el fin de saber si da o no respuesta a las búsquedas del hombre hoy.
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