Todo A Ganador
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
TODO A GANADOR
Por Martin Rodríguez Ossés
RL-2018-18900412-APN-DNDA#MJ
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 1
El frío ese 8 de Agosto era una cosa de locos, y allá arriba en lo alto de la popular no se podía
estar. Si a eso le sumás el 11 inicial que dispuso en la cancha el Cachi Marañón era para cerrar
todo y mandarse a mudar. Cómo le jugamos con línea de cinco a Quilmes se preguntaba
Norberto (el Beto). Para colmo de males, “El Puma” Serrizuela solo de punta esperando los
pelotazos del impresentable de Lornio. Eso ya te decía mucho del planteo, de las internas del
club, de los representantes. Toda una serie de variables que en cuanto las racionalizas sólo
queda preguntarse a cuánto cotiza el kilo de balas. Aparte, si para la quinta fecha del
campeonato no te diste cuenta que Martínez de 11 no va, que es un muerto que no levanta
las piernas y tiene un frigorífico inglés en el pecho… mamita.
Para los quince minutos del primer tiempo la cara de Norberto era lo más parecido a la de
alguien que espera la respuesta del médico cuando tiene un pariente en estado crítico.
Sumémosle que el pariente venía de cabecear un radiador porque el muy pelotudo venía
haciendo “willy” en la General Paz con una Zanella comprada en el alfonsinismo. Listo. Ahí lo
tiene. Ese era Norberto viendo el intento de enganche que Martínez esboza para perder por
enésima vez la pelota y que algún central tenga que cerrar.
Si eso fueron los primeros quince qué les puedo contar sobre el resto del primer tiempo. River
llegó dos veces al área de Quilmes. La primera, en una equivocación flagrante del sentido
común, el mediocampo local tocó la pelota unas cinco veces consecutivas y fue abriendo
espacios hasta dar con un pase en cortada al pique brillante en diagonal de Gorletti, el pibe de
inferiores que debutó la semana pasada. Gorletti, un mago, un artista digno de la historia
riverplatense, levantó la cabeza y vio al Puma entrando por el centro del área jadeando y
pidiéndole permiso a los rollos para vencer la fuerza de la inercia. Gorletti afina el taco y le
entra con rosca precisa al punto penal. Al Puma lo marcaban dos tanques, típicos centrales de
equipo recién ascendido con sueldo atrasado de tres meses y servicios sanitarios no muy
confiables en el complejo deportivo del club. O sea que la cosa estaba pareja; Serrizuela si
lograba engañar a la gravedad por una vez en la vida y saltar como un jugador de fútbol
profesional hasta podía elegir el palo. Era como cantar envido con 22 y ganar de mano. La cosa
es que el centro salió, pero el que nunca llegó fue Serrizuela que se pisó un cordón y terminó
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en el piso volteando centrales como bolos de Bowling. Un papelón. La segunda llegada ya fue
una representación más digna del nivel de ese River. Carlos Filomeno, el 3 de Quilmes, un
proyecto a futuro interesante, recibe del central; levanta la cabeza para ubicar al 5,
Hernández, uno de los tantos colombianos que vienen a ponerle color a nuestro fútbol. Pero
Gorletti, quién otro, apura la salida y obliga al pase al arquero. Filomeno, sin pensarlo toca
atrás a Moreno que estaba vaya a saber uno donde. Estaría pensando en las facturas que
debía por la apuesta del sábado pasado cuando no atajó el penal o en la cantidad de patadas
en el culo que le iba a meter a Filomeno por ese pase horriblemente dado que salió besando el
palo derecho. ESO fue la segunda llegada.
Norberto bajó la cabeza un segundo y paneó con la vista la popular y la platea San Martín
donde estaban vendiendo rifas para la kermesse del club que llevaba el alegórico título de
“Suicido, la opción infravalorada”. Se miró cara a cara con el Tano, un ex funcionario y
rosqueador empedernido con el que hace años coincidían en la ubicación de la popular.
Decidió darle vuelta la cara a ver si se contagiaba y el corazón le mandaba una carta
documento.
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Capítulo 2
No es que uno no quiera ser reiterativo pero Claudio era hincha de Racing. Tenía más batallas
contra el sufrimiento que el Instituto Pasteur. Estaba curtidísimo, era un profesional de la
situación. Cómo Norberto no iba a reposar en esa sabiduría no buscada. Era el psicólogo
perfecto. El problema es que un hincha por más que sepa de hacerle el aguante al club de sus
amores no quiere saber nada con ser el experto en paliativas y tangentes. Y Claudio estaba un
poco hinchado las pelotas de ser el que sacaba esa enciclopedia de excusas que a los 3
minutos uno ya sabe que está diciendo boludeces incomprobables. Pero la situación
ameritaba la consulta. Cinco fechas, 1 punto de local con Defensa y Justicia. Detengámonos un
segundito: Defensa y Justicia. Eso es nombre de cooperativa socialista, de grupo de jubilados
estafados por el gobierno de turno o te digo más, de una ONG clase B contra el maltrato
infantil en la manufactura de cucuruchos. Pero NO es un nombre de un club de fútbol. ¿Cómo
podés empatar de local contra DEFENSA Y JUSTICIA? A Norberto se le ponían lo pelos de
punta de sólo pensar que iban últimos codo a codo con Ferro. Claudio era el hombre para
sacarlo de ese pozo depresivo; así que se tomó el 103, enfiló para la casa y tocó el timbre
como refugiado de guerra escapando de la muerte.
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Capítulo 3
La verdad que la visita a Claudio podría calificar tranquilamente como al reverendo pedo.
No solamente tuvieron el desatino de no tirarle un magro centro, sino que le recordaron
todo lo malo que el Beto había olvidado del plantel, el fixture que le quedaba y la aparición
de un grupo empresario que quería ubicar a Gorletti a toda costa en el fútbol mexicano. La
pobreza de ese escenario, por favor. Pasa el Impenetrable chaqueño y le tira unas
monedas pensaba el Beto. Pero el Beto tenía una luz, para la situación actual, está bien…
era una bombilla de bajo consumo pero para él sobraba. Esa luz era Lucrecia. Gamba,
gauchita, buena mina. Acomplejada como ninguna y medio pedante, sí… pongámosle.
Pero al Beto lo adoraba y si los amigos fallaban en los centros, Lucrecia era esa página de
Internet que te tira todos los trucos para pasar de nivel o que ofrece los seriales de los
programas truchos. La única mala, nunca pudieron quedar embarazados y el trámite para
adoptar era un quilombo pero, así, solos, eran felices.
Claudio y Miguel eran casos distintos. Miguel tenía un satélite; una de esas minas que
pasan los años y sigue yirando alrededor de tu vida. Vanesa. Para Claudio, Vanesa era lisa y
llanamente una reventada que si la pisaba un tren ameritaba un champú, de los caros.
Norberto era un poco más contemplativo: un tiro en la nuca así la hija de una gran puta no
sufría tanto. Pero Miguel ya estaba grande para enseriarse y el teléfono de Vanesa hasta
era bastante fácil de acordarse, así que 1 + 1…
Claudio era viudo. Viudo y de Racing, la pucha. Dense una idea del idilio que le tenían los
amigos que el Beto en el celular lo tenía anotado como “Héroe”. Claudio era un tipazo; un
poco tocado, loquito, no es para menos. Tenía algunas manías que le quedaron producto
de esas heridas que la vida le propinó. Detalles, nada muy grave pero para los
desatendidos, los que no lo conocían, podía pasar tranquilamente por un demente. Un
ejemplo, si el tipo tenía que ponerse detrás de un mostrador para iniciar un trámite se
ponía de perfil con un pie delante del otro. “Tiro libre sin carrera a lo Rubén Paz”
explicaba. Según Claudio era una forma de cábala que le permitía atravesar la burocracia
diaria invicto. Y lo peor es que le resultaba, salía como un tubo todo trámite encarado de
esa forma. Y de esas les puedo contar miles. Pero volviendo al temita de las mujeres,
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Claudio enviudó de Mariana. La mina más buena del mundo, y me quedo corto. Y le dejó
un hijo, Alfio. Sí, el desconsiderado le puso Alfio. Ni sobrenombre le pudieron poner en el
colegio. “Coso” le decían. La buena es que Alfio a los 16 terminó midiendo 1,90 cm y
pesaba como cien kilos, la mala es que Alfio pasó de ser Coso a ser “Eso”.
Mariana se le fue a Claudio ese mismo 27 de diciembre de 2001. El mismo día en que su
Racing le pegaba un bofe de novela a la historia. Ese día no pudieron ir a la cancha, a la
que iban como si fuese misa desde que se conocieron, porque Alfio estaba enfermito. Y el
pibe, aunque ese día se querían filetear las bolas, importaba más. Y mirá cómo son las
cosas que en el minuto ocho de ese segundo tiempo, cuando el impresentable nuclear de
Loeschbor cabecea al gol para darle el momentáneo 1 a 0 sobre Vélez esa última fecha y ya
asegurar el tan anhelado campeonato, ahí Mariana la quedó. Fue tanto el llanto de
Claudio, la liberación de esa angustia que le pesaba dos titanics arriba del pecho, que
Mariana se murió literalmente de amor. El bobo, nunca mejor dicho, le dijo “Hasta acá
llegamos”. Y Claudio y Alfito (o cosito o… bueno, el nene) no la palmaron ahí también
porque vaya a saber uno. Dos años hecho una piltrafa terrible estuvo Claudio. Y si el Beto
y Miguel no estaban ahí no llegaba ni a los dos días. Y la verdad es que los amigos tampoco
la pasaron bien pero el Beto tenía a Lucrecia. Y Miguel se la bancó como un duque. Vanesa
para ese entonces vio cómo venía la mano y se tomó el buque, la muy forra. Al año
apareció y el Beto no le desfiguró la cara porque a las mujeres no se les pega y porque en
cana no quería ir. Lo pensó, lo pensó una bocha, ¿eh? Pero no. Por suerte Lucrecia no
tenía ese impedimento tácito y le revoleó una plancha ATMA por toda la jeta. Norberto en
ese momento se juramento darle mil hijos, aunque supiera que era imposible. Y Miguel
cabizbajo solo atinó a decirle por lo bajo un “´tomátela”.
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Capítulo 4
El Fiat Duna de Claudio no era un medio de transporte de esos que uno nombra sin falta a
la hora de contar una anécdota, pero el laburo lo hacía. Así que siete horas de viaje
después llegaron a La Feliz en busca de una playita en la que la densidad poblacional no se
asemejara a la de Beijing. No fue difícil porque ni bien llegaron se cerró el cielo y empezó a
caer agua como para regar el Sahara. Miguel ya se estaba arrepintiendo; lluvia, Racing.
Encima al otro día tenía que volver para perder 8 horas de su vida en la oficina
aguantándose los caprichos del jefe, un salame marca ACME que tenía un terreno en el
medio de la nada en alguna de las provincias inviables de nuestro territorio y se creía
Anchorena. Norberto, para ser sinceros, estaba chocho con la idea de tomarse un día, irse
bien a la mierda y cagarse de la risa de los veintidós muertos que iba a ver. Porque Dellier
venía enchufado, pero hasta Funes Mori hizo tres goles en un solo partido. Y lo bueno de
ver un partido de forma neutral es que el Beto podía darse el lujo de putear con una
impunidad asquerosa desde el arquero hasta el ayudante de campo.
Otra ventaja de la Copa Argentina es que los grandes prácticamente hacen de local
siempre; los visitantes a duras penas pueden llevar cien tipos, así que la entrada a la
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cancha no tuvo ninguna complicación, más allá de esa pulsión inherente a la condición
humana de los efectivos de la policía provincial de pegarle hasta a la madre cuando se
suben a un caballo. Y abajo del caballo también.
Para fortuna de los concurrentes el cielo se despejó y prometía ser una agradable jornada
de fútbol y patadas dignas de los torneos del interior donde la violencia bien entendida no
baja de una voladora al mentón. Y si a eso le sumamos que arbitraba el “ruso” David Ariel
Koveski, cartón lleno. El palmarés del ruso era notable: cero expulsiones en veintitrés
partidos dirigidos, diez lesionados, ocho en los primeros tiempos. Se sabe, la primera
amarilla se saca a partir del minuto 25, antes es de botón. Todo indicaba una fiesta del
fútbol. Hasta las animadoras que acompañaban la entrada de los equipos parecían
presentadoras deluxe, todas sacadas de la agenda del gobernador. Porque si ustedes
vieran a las animadoras del torneo del interior creerían que están viendo un plan canje de
termotanques.
Claudio, Miguel y Norberto se ubicaron en la platea techada del Minella, aprovechando los
módicos precios del evento, y empezaron a debatir los contratiempos posibles que La
Academia podía llegar a enfrentar. Con sólo ver los ejercicios precompetitivos de los
jugadores visitantes se auspiciaba un demoledor 5 a 0. El arquero de Defensores medía un
metro, sesenta centímetros. Al tipo ese lo rebotaban hasta en la montaña rusa de la
Ciudad de los Niños. Los 5 defensores tenían la cintura de las animadoras arriba
mencionadas y los cinco jugadores restantes habían entrado con la remera al revés.
Claudio estaba con una sonrisa bíblica, para él era como haberse ganado un fin de semana
en un spa de las islas Canarias.
Faltaban cinco minutos para el pitazo inicial, todo listo, hamburguesa en una mano, coca
cola diluida en la otra. Y encima la popular de Racing explotaba. Se notaba que era
principio de mes y habían cobrado todos.
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Capítulo 5
Pitazo inicial, Dellier tocó para Leguizamón y éste hacia atrás para Morales, el enganche,
que se sacó de encima tres conos sobrealimentados y sacó un zapatazo furibundo que
reventó el travesaño. Claudio estaba hiperventilado, le hablaba a todo lo que tenga vida a
trescientos sesenta grados de su presencia. Quería compartir su entusiasmo y éxtasis con
todos. Segunda jugada, Barile, uno de los centrales de Defensores, el que deja a Serrizuela
como un activista de la anorexia, buscó salir con claridad y elegancia sobre su sector
derecho para vencer la presión racinguista. La pelota salió derechito al lateral pidiendo
permiso. Norberto ya estaba puteando creyendo que había terminado poniendo guita
para ver un partido homenaje. Miguel fijó su vista sobre la popular visitante con sus
treinta y cinco integrantes (todos de la comisión directiva) y comenzó un viaje astral en el
que su aura se posó sobre la persona de Claudio para defenestrarlo en lenguas muertas.
Claudio ya estaba de pie, en cuero, haciendo el helicóptero con la remera cantando
encolerizado “Desde el este y el Oeste, en el norte y en el sur….”. Un oportuno “Bajate,
pelotudo” desde una garganta femenina justo detrás suyo lo puso en lugar y se sentó no
sin poder borrarse la sonrisa de la cara.
Cuando no habían terminado la hamburguesa, llegó el primer tanto. Jugada limpia desde
la izquierda con Verino y Galíndez entrando en pared para centrar hacia Dellier que
cabeceó de pique al suelo. Golazo. Claudio, un diplomático de carrera, se dio vuelta y le
gritó el gol a la mujer a unos cinco centímetros de la cara decorándola de migas de pan. Si
no pasó a mayores es porque Miguel y el Beto antes de empezar el partido habían
apalabrado a toda la platea contando lo “especial” que era Claudio. Pero el marido y el
cuñado de la señora ya habían tomado nota. No pasaron diez minutos que Morales encaró
nuevamente hacia el área, tocó para Leguizamón y fue a buscar la devolución que llegó
perfecta. El diez recibió y sin mirar definió al primer palo. Claudio estaba en el proceso de
girar su cuerpo ciento ochenta grados para repetir la celebración. “Estaba” porque resulta
ser que el marido de la señora se puso de pie y le embocó un “´tatequieto” olímpico.
―Orsai, pelotudo.
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Hace tiempos inmemoriales que el Hombre filosofa y si algo pone en aprietos al nihilismo
anti determinista es la certeza absoluta que Racing… es Racing. Puede tomarse su tiempo
pero decanta con la seguridad de la matemática básica. Se tomó 45 minutos, un tiempo.
Durante todo ese primer tiempo, Morales fue Maradona, Dellier fue Pelé y Leguizamón
fue Di Stefano. Pero Francisco José Dávila, el arquero de Defensores, el chofer del Trencito
de la Alegría, el comprador compulsivo de caramelos media hora, fue Lev Yashin. Y los
palos de ese arco rebotaron más que rubia de recoleta en boliche de Flores. Fueron los
mejores 45 minutos de Racing en la historia del fútbol profesional. Caños, paredes,
sombreros, amagos. No había jugada que no tuviera dos chiches tirados. Uno a cero.
Miguel y Norberto se miraban y trataban de ocultar una risita inconfundible. Era como ver
la retransmisión de esas películas de navidad que pasan hasta que un día a José de
Arimatea le cae la ficha que el pibe no es suyo. Y los amigos de Claudio tenían el
certificado de nacimiento de ese pibe llamado Racing hace dos mil años. Nombre, Racing;
Madre, La Mala Suerte; Padre: El Sufrimiento.
Claudio estaba algo indeciso, no sabía si aplaudir o putear. El aplauso cerrado y sincero por
el fútbol total desplegado en el verde césped. La puteada artera por tener enfrente a once
zombies con discapacidad motora y no poder hacerle veinte.
A lo lejos, más o menos a unos dos kilómetros, uno podía ver los nubarrones escondiendo
la figura de la luna y los primeros relámpagos. Miguel ya los había visto y estaba buscando
su permiso de portación de armas para sacarle lustre. Norberto ya había encarado el
puesto de panchos y hamburguesas para renovar ese placer indómito que le causaba
entrarle a todo lo que tenga calorías.
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Capítulo 6
Para cuando arrancó el segundo tiempo la platea ya estaba acomodada y presta a ver el
cierre de la función académica. El marido y el cuñado de la señora, en silencio y en sus
pensamientos, ya estaban calentando la garganta. No tenían la seguridad de nada, pero
estaba en el aire. Norberto estaba empachado de grasas y colesterol del bueno, del malo y
del feo. Se dedicó a regalarles un rosario de cargadas a los muchachos de Defensores
durante el primer tiempo y ahora estaba buscando en su disco rígido mental la carpeta
“Racing”. Y esa carpeta era buscada por la NASA porque los yankees se habían quedado sin
espacio. Miguel, seguía con los ojos clavados en el horizonte calculando el momento
exacto en el que se iba a empapar hasta el caracú. Porque si bien estaban bajo techo, él ya
sabía en lo íntimo de su ser que la lluvia iba a pegar en diagonal. Claudio, en ese
matrimonio sentimental, una vez más, se había jurado ganarle la batalla a las puteadas
para darle todo a los aplausos, a pesar de que si pasaba por ahí un abogado de divorcios se
tomaba el palo porque algo de códigos le quedaba. TODOS sabíamos cómo terminaba eso.
Pero aun así, la popular explotaba hasta dejar con la garganta hecha añicos a la parcialidad
racinguista.
Como si la realidad no fuera lo suficientemente injusta, para no decir otra palabra, Dellier
peleó con el cinco rival y la pelota quedó picando a unos 25 metros del arco. Toda la
cancha se puso de pie en cámara lenta sabiendo que sacaba el latigazo y liquidaba el
partido. Pero Dellier estaba en fase lírica; justo él que era un caballo. Cuando la pelota
estaba por picar por última vez, Dellier sorprendió entrándole con suavidad justo por
debajo para que la pelota dibujara una parábola eterna sorprendiendo a Dávila que quedó
parado a unos cinco metros de la línea de gol. Toda esa escena cinematográfica en la
cabeza de Claudio venía musicalizada como “Carrozas de Fuego”; en cámara lenta con el
final anunciado de la victoria, los abrazos, la felicidad plena. Miguel, aun con ese
pesimismo arrastrado desde que salieron de Buenos Aires, tenía a Whitney Houston
rompiéndole la cabeza con ese final épico en el que reposa el estribillo de “I will always
love you”. Como represa liberada de presión que le regala un río a la población sedienta.
Les pedía a todos los dioses que lo que iba a ser no fuera. O sea, que gane Racing. Así que
la pelota pasó por encima de Dávila en gloriosa trayectoria hacia el gol para la felicidad de
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todos (menos esos desubicados treinta y cinco tipos que se vinieron de Río Negro a perder
plata en el casino). Y la pelota llegó a destino y el desahogo fue imponente: UUUUHHHH!!!
Travesaño. Norberto no pudo con su vida y largó una carcajada disculpándose por la
reacción. Claudio en ese preciso momento lo supo. Las puteadas se llevaron los doce
sueldos de los aplausos y se quedaron con los chicos, porque el Juez puede ser
contemplativo pero si sos de Racing estás cagado. Y cuando la mala viene no anda con
chiquitas. La pelota picó sobre la línea y Dávila, más rápido que yankee buscando la
democracia en países petroleros, emprendió el contraataque con un pelotazo largo que
sorprendió a la defensa académica. Recibió de espaldas al arco Mauricio Salinas y dominó
el esférico con el pecho. En un mismo movimiento, y sacado de una de ciencia ficción, le
tiró un sombrero al defensor que lo acosaba desde atrás para quedar solo frente al
arquero en una carrera desde el círculo central hasta el arco. Mauricio Salinas era de esos
chicos que, cuando pibe, le corría al viento… literalmente. En el Sur, Salinas aprendió que
para retener la ropa había que correr a descolgarla sino, chau picho. Así que Salinas puso
turbo y Aferón, el central académico, quedó allá atrás viéndole el número de la espalda.
Venía tan a las chapas el delantero que cuando Filmus, el arquero, salió a achicar, Salinas
ya estaba medio desnudo buscando la forma de saltar la fosa que separa la cancha de la
tribuna para festejar el empate.
El gol llegó como baldazo de agua fría. En efecto, lo que Miguel venía espiando hace unos
minutos se hizo realidad y llovió para el campeonato. El marido y el cuñado gritaron el gol
como dos enfermos del cotolengo con permiso de salida; Claudio y Miguel se querían tirar
a la fosa junto con toda la popular. ¿Norberto? Más contento que los duendes de Papá
Noel haciéndole paro.
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Capítulo 7
Faltaban cinco minutos. Trescientos segundos para los penales. La circunstancia más
desesperante que un hincha puede afrontar. O lo mejor que uno puede atestiguar en la
vida si se es imparcial. Norberto alentaba a Defensores como si fuera hijo del fundador,
cantaba eufórico todas las canciones que conocía adaptando la letra; la métrica realmente
no encajaba por ningún lado pero no importaba. Claudio tomó la iniciativa del Beto como
una afrenta personal así que decidió entrar en un duelo de canciones cantando todo el
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repertorio conocido en los más altos decibeles hasta protagonizar una batalla de idiotas
semi afónicos ideal para publicidad antidrogas dudosamente recetadas. Miguel, en tanto,
decidió concentrar su poder de insulto en un solo blanco, sino creía que estaba en algún
punto yendo contra las leyes de la física newtoniana y el principio de conservación de
energía. Eligió a Dellier, quién otro sino, culpable de devorarse-deglutirse-engullir siete
“mano a mano” seguidos y caer en offside más veces de lo que Maru Botana anuncia un
embarazo.
Algo pasó. Quizás una llamarada solar hincha de Racing decidió romper la magnetósfera
terrestre y licuarles el cerebro a los jugadores de Defensores con exclusividad. No lo sé.
Pero lo que pudo comprobarse fácticamente es que en el enésimo ataque académico
Verino recibió de Galíndez, la tiró larga para superar en velocidad a su marcador y recibió
una murra histórica que le costó a la obra social del club medio año de balance. Koveski
casi no cobra foul. De hecho relojeó la pierna unos dos minutos antes de ver si frenaba el
partido. El río de sangre le dio alguna que otra pista para retroceder e indicar el tiro libre.
Era la última. Koveski juntó a los capitanes y les advirtió que después de ésta se terminaba,
que lo disfruten y que valía todo.
Galíndez y Morales se disputaban quién tiraba el centro en una lucha de egos a la altura de
la calle Corrientes. Por una cuestión de experiencia y contextura física digamos que
Galíndez ganó la disputa y Morales tuvo que apechugarla y ponerse en la medialuna
buscando el rebote. Claudio le invocó el alma a unas treinta y dos deidades diferentes;
Miguel alentaba tanto que pasó la Guardia Imperial y le dijo que bajara un cambio. El Beto
babeaba de la felicidad. Galíndez levantó el brazo, perfiló su cuerpo y le dio con el
empeine interior dibujando un deslizamiento corto de la pierna para evitar una parábola y
que la pelota ganara en velocidad. En el área la relación defensor-atacante se ganó un
lugar en los manuales de criminalística y permitió que tan sólo un jugador quedara a salvo,
Federico Dellier; otrora repositor de Equi, intento de cantante melódico y victima de
astigmatismo agudo. Miguel vislumbró la escena e imaginó su vida como eunuco, ¿justo
Dellier tenía que ser? La verdad que no estaba buena la vida del eunuco así que en esa
fracción de segundos cerró los ojos y se encomendó a la primera entidad que pasara por
ahí y hablara español. Dellier entraba solito por el segundo palo, libre de toda marca.
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Dávila atornillado en la línea. Dellier se elevó con entusiasmo, le puso tantas ganas que
saltó de más y la pelota le rebotó en el estómago pero lo suficientemente cerca como para
poder acomodarse. Dávila rapidísimo de reflejos le salió a los pies. Y a la cintura… y un
poquito a la yugular. Mientras toda la especie humana gritaba penal se lo podía ver a
Koveski ensayando un movimiento de negación con la cabeza y levantando los brazos.
¡Siga, siga! Con la pelota boyando a centímetros del arco y Dellier fuera de combate (creo
que es la expresión más justa para definirlo), le quedó la misión de Héroe, Salvador, Verbo
Carne y demás epítetos a Aferón que trepando sobre los cadáveres cercanos logró
conectar la pelota con el puntín derecho y convertir el gol más festejado en toda la historia
del partido de la costa.
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Capítulo 8
Al día siguiente la tapa de todos los diarios argentinos hablaron del partido. Lo
describieron como uno de los eventos más significativos de los últimos cincuenta años.
Pusieron en primera plana la vida de los ignotos jugadores de Defensores de Buena Parada
de Río Negro y la fama desbordante alcanzada empujó al suicidio al utilero del club. Ese
agónico 2 a 1 final se convertiría en leyenda y mito permitiendo que se construya un relato
completamente delirante sobre lo ocurrido. Años después algún hincha de Racing llegó a
jurar que estando en la popular vio a Mirtha Legrand en la avalancha del segundo gol (Se
descubriría después que Mirtha se infiltraba en populares para aprovechar la energía
cinética de las mismas y drenarla de alguna forma para alargar su vida). Otros engrosaron
la leyenda diciendo que Koveski fue financiado espuriamente por el Club Atlético
Independiente para destruir la base deportiva racinguista. Nunca pudo demostrarse. Para
nuestros protagonistas sin embargo fue un quiebre. Miguel juró jamás ver a Racing de
vuelta. Su cuerpo simplemente no soportaba ese acontecimiento. La Comunidad de la
Copa Argentina llegaba a su fin.
Claudio al laburo llegaba bien temprano. Como buen hincha de Racing, no podía ser
abogado, médico o contador. Tenía que ser un romántico así que abandonó sus estudios
de derecho a temprana edad para forjarse un futuro como “Artista Integral de Festividades
Múltiples”. Desde ingeniero aeroespacial de avioncitos de papel mallé hasta dominador de
las artes oscuras, capaz de desmaterializar palomas sin el debido control de daños. Creyó
haber encontrado el negocio perfecto como performer en funerales en la sana creencia
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que la gente necesitaba reír también en los momentos más duros, pero dieciocho
cabezazos consecutivos por parte de los viudos le dieron a entender que ciertos nichos
laborales mejor dejarlos de lado. Tuvo una breve etapa de clown con sede en Mataderos y
pasó horas estudiando a los maestros de la escena; pero, o eran “maestros” por algo, o
Claudio tenía un déficit de aprendizaje importante porque no logró nunca realizar un
caniche con los globos. Él manufacturaba lo que en su mente denominaba espadas y para
todas las madres de Mataderos eran simples y notorias figuras fálicas. Por suerte (o
desgracia) finalmente encontró una salida laboral que ponía comida en su mesa cada mes.
En Agosto del año 2000, cuando nuestro país comenzaba la debacle económica, Claudio ya
había defraudado a toda la clientela posible en un radio de 4 localidades, incluyendo La
Matanza. En un aleatorio Bar Mitzvá de José C. Paz, con un público notoriamente hostil y
con todo el repertorio de globos y palomas muertas agotado, Claudio tuvo que improvisar.
Alguna vez alguien dijo que Crisis también es sinónimo de Oportunidad. Y Claudio,
empujado por la presión insoportable que significaba el llanto de los niños y, también por
qué no, una oleada de insultos en hebreo y la lluvia de sobras de comida, exhaló la frase
que le cambiaría su vida: “¿Alguno de Uds. vio jugar al Piojo López?”. Una simple
configuración de palabras se transformó en un espectáculo de Stand Up galardonado en
los casinos de Atlantic City, Mónaco y Las Vegas. Era el auténtico milagro argentino.
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teléfono y se hace pasar por otra persona. Especialmente cuando llamaba Claudio para
pasar parte de enfermo.
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Capítulo 9
La Copa no daba descanso y ese día le tocaba al Boca de Miguel. Enfrentaba a Sportivo
Patria de Formosa en Resistencia con un pronóstico poco feliz de presenciar el partido con
unos cuarenta grados de calor a las 21hs. Aunque Claudio quería ir y sacarse del cuerpo la
experiencia “Racing”, el presupuesto no alcanzaba así que decidieron verlo en casa de
Miguel. Como buen anfitrión se tomó el trabajo de cocinar para la ocasión y comprar
cerveza para todos, incluso para Norberto que era celíaco y ese día en el laburo canchereó
de más.
Miguel necesitaba ese partido. Tenía demonios que expulsar desde el incidente de Mar del
Plata. Esta vez no podía haber ningún tipo de sorpresas. Tal es así que el Director Técnico
de Boca, El Profesor Carragher, decidió salir a la cancha con los once titulares que
peleaban, a su vez, el paso a cuartos de final en la Libertadores. La formación salía de
memoria: Granados al arco, el Facha Derti de 4, los centrales Perdomo y Farengo y cerraba
la defensa el Zurdo Gravinski. De 5 se paraba Orlando “Charles Manson” Salas (no era
justamente el lírico del equipo); de 8 Francisco Corrales, de 11 Merienda (al que
obviamente le pedían que jugara de 5); de enganche Pablo Fontana y arriba Joaquín
Fernández y Emanuel “el Loco” Chávez.
A pesar de los cuarenta grados la cancha estaba llena, no era para menos. Miguel estaba
más nervioso de lo que esperaba. No podía hacerse el boludo con tamaño precedente. Se
prometió al menos aparentar estar tranquilo. Claudio, habitualmente generoso, cayó con
papitas, chizitos y palitos como para paliarle el hambre a los comedores infantiles de
Santiago del Estero. Norberto aportó un vino que describió como el logro vitivinícola del
hemisferio sur… si alguien hubiera puesto algo de guita en la finca salteña de su primo.
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El partido empezó sin muchas emociones. En los primeros cinco minutos Boca pudo
acomodarse en cancha tranquilo, con Salas haciendo de salida segura y desplegando juego
a los laterales sin muchas preocupaciones. Sportivo Patria no presionaba, se replegaba
ordenadamente esperando un contraataque milagroso. Boca no tenía mucha profundidad;
Pablito Fontana no lograba crear muchos espacios para enlazar o meter un pase en
cortada porque Fernández y Chávez estaban más duros que Al Pacino en Scarface. Corrales
y Merienda no lograban ponerse de acuerdo si iban por afuera o ayudaban en la creación.
Así pasaron veinte minutos en los que Miguel ya se había bajado un litro de cerveza y su
cara daba cursos de inexpresividad muscular.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Mirá lo que sería la incertidumbre en la cancha que la gente empezó a cantar, pero como
era un rejunte de hinchas de cualquier equipo no sabían qué cantar y lo único que se
percibía era un sonido amorfo cercano al orgasmo de un sordomudo.
No obstante, Fontana, el distinto, decidió prender la estufa pectoral y bajó al borde del su
área para cambiar las cosas. Tomó la pelota sobre la derecha, y usó al Facha Derti como
falsa pared para sacarse de encima al sacrificado punta de Sportivo Patria, el Negro Valle.
Con el volante izquierdo rival acercándose para barrerlo; cambió de ritmo con una pisada y
tiró la pelota larga. Salas, avivado, corrió en diagonal para cortinarle la salida del 5.
Fontana tocó seguro para Merienda que le hizo de pivot y anuló el achique del primer
central que salió lejos. El lateral izquierdo corrió disparado intentando cubrir el agujero
pero Fontana le ganó en velocidad y quedó pisando el área rival. Fernández se tiró dos
metros atrás y le permitió jugar una pared de laboratorio. Solo frente al arquero picó la
pelota y la pelota entró en cámara lenta. Golazo antológico.
Con un grado etílico avanzado Miguel decidió festejar abriendo otra cerveza, mientras
Norberto le suplicaba un agua mineral y un buzo.
―¿Qué pasa, tenés frío? ¡Si estás como en tu cancha, amargo! ―Feliz cargaba
Miguel.
―No seas pelotudo y baja el aire que ya pasó la joda… ―clamaba Norberto.
―Te lo bajo cuando estos formoseños muertos de hambre nos empaten…
Quizás el destino también se estaba cagando de frío, porque el golazo de Fontana fue
invalidado por un ligerísimo offside de Chávez que acompañó la devolución de la pared.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
―Pero..pe..pe.
―Ahí ´ta boludo, empate. Festejaba Norberto mientras manipulaba el control del
aire acondicionado.
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Capítulo 10
Miguel empezó a caminar por las paredes, estuvo a nada de caer en un delirium tremens y
hablar en lenguas muertas; pero en realidad lo único que hacía era intentar insultar al juez
de línea de la manera más irracional posible según su nivel de alcohol en sangre se lo
permitiera.
Claudio intentaba calmarlo recordándole que iban 25 minutos del primer tiempo, que
quedaba una vida para ganar ese trámite que…
Miguel ahora era visitante en su propia casa. El partido continuaba con normalidad; con
Boca superando hasta el área rival y luego carente de ideas. Miguel sacó a relucir su
condición argentina de enciclopedista del deporte y enumeró unas trescientas siete
variantes de cómo vencer la línea defensiva rival; en verdad dijo cinco pero estaba tan en
pedo a esa altura que repetía lo mismo pero cambiaba los nombres a los jugadores. Así
para la primera táctica Fontana tenía que hacer un rodeo sobre el primer achique; y para
la séptima un tal Bordana debía tirar los centros al primer palo.
Claudio, aun enojado por ese comentario artero sobre su condición racinguista, no dejaba
de ser el buen tipo que le seguía el debate y proponía también sus tácticas. Se resumían a:
metan la pelota en el arco y déjense de robar.
El árbitro, Julio Humberto Borgoña, decidió finalizar el primer tiempo sin adicionar minuto
alguno. Miguel entraba en cólera y sus amigos comenzaron a recordar las bondades de la
provincia de Formosa, aun cuando jamás pusieron un pie en ella. Con el pitazo de Borgoña
comenzaron a salir a la luz las diferencias en el plantel de Boca que en las semanas
anteriores buscaron desactivarse; y los periodistas deportivos empezaban a descorchar en
las redacciones. Desde el área se podía ver a Perdomo y Farengo apurar el tranco para salir
al encuentro de Chávez. Las malas lenguas decían que con la buena racha de goles, al pibe
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
―¡Cereseto pelotudo!
Norberto entendió que el horno no estaba para bollos y ofreció un café a Miguel en clave
de armisticio de guerra. Miguel tomó la inteligente decisión de aceptárselo tras agradecer
el gesto de los cuatro Norberto que sus ojos veían a esta altura.
―Pensalo así Miguel, si Uds. siguen en la copa corren el riesgo de perder algún
jugador por lesión y se les esfuma la Libertadores por esta pelotudez. ―comentó Claudio.
―Aparte otra cosa, macho. Si el temita es que te eliminen los formoseños no te
preocupes que todos tenemos un muertito en el placard… ―agregaba Norberto
―Vos de eso tenés mucha cancha, Betito. Quedarse afuera en primera ronda es lo
suyo. ―contestó desafiante Miguel.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
―Te estamos tirando un par de centros, pelotudo. No seas necio y cabeceá. Vas a
terminar volcando en tu propia casa por un partido de mierda. ―replicó Norberto.
Claudio asintió con la cabeza. Tenía razón el Beto. La juntada era pasarla bien. No daba ni
un poco este calvario estúpido. Pero también era cierto que bardeó gratis a Racing así que
qué mierda…
―¿Viste boludo? En Mar del Plata te cagaste de la risa. Ahora a apechugarla, viejo.
―señaló Claudio.
―Me cago en todo. Chávez venía metiendo goles hasta con el ombligo y ahora no
puede levantar las piernas. ―se lamentaba Miguel.
―Y si está en estrellita. El otro día salió en la televisión cayendo al entrenamiento
con un Mercedes que vale como medio palo verde. ―indicó Norberto.
―Seeeeh… una coupé plateada espectaculaaaah.. encima no se si no era un v6
turbo inyección que levanta 320 (km/h)… pedazo de bicho. ―aportaba Claudio.
―A mi me chupa 320 huevos en qué llega al entrenamiento. Si no moja en los 90
(minutos) contra estos muertos que se vaya a la puta que lo parió. ―contestó ofuscado
Miguel.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 11
El comienzo del segundo tiempo calmó un poco las aguas y todos retomaron sus lugares
en el sofá. Para felicidad de Miguel, Boca salió a hacerle diez goles a Sportivo Patria y el
Facha Derti se había convertido en un animal de guerra: tomaba la pelota, ponía quinta
velocidad y desbordaba cuanto defensor se le apareciera. No sólo eso, Salas salió en
versión Obdulio Varela y cortaba todos los efímeros avances contrarios.
En uno de los tantos avances xeneises, Fontana, otra vez vestido de bombero, tomó la
pelota y empezó a gambetear rivales como conitos. Puso un pase brillante en cortada y
dejó solo a Chávez frente al arquero.
Chávez recibió con la suficiente distancia para tirarla por un costado del arquero y definir,
pero el central formoseño se ganó el sueldo barriendo sobre la línea la pelota.
―¡Pero qué pelotudo que sos, pendejo; apuntá a un palo y listo! ―sacado gritaba
Miguel.
Sin tiempo para contestarles, Miguel observó a Corrales tirar una pared brillante con
Fernández y meter un centro preciso para Chávez que se elevó perfecto y metió un
cabezazo furibundo al ángulo para después salir festejando con asquerosa suficiencia.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
―Pero qué veleta que sos, viejo. Hace dos minutos lo matabas. ―comentó
Norberto.
―¡Gooool de Boquita carajo! ¡Vamos Boquita de mi vida! ¡Gritáselo a Cereseto, dale
pendejo! ―gritaba Miguel ante la entendible pasividad de sus amigos.
―Y bue… nos divertimos un ratito, Claudio. ―comentó Norberto
―Tranqui, Beto. Al que madruga Dios lo ayuda y estos formoseños deben dormir 3
horas con el calorón que bancan. Tranquilo… ―apuntó Claudio.
Todo el banco de Boca explotó en un obvio gesto de desahogo. Desde el fondo se pudo ver
a los centrales abrazarse. Todo bien hasta que Chávez llegó a la mitad de la cancha y
señaló a Perdomo que se lo quería comer vivo. Entre Salas y Granados pudieron
contenerlo pero el quilombo ya estaba desatado. Como si fuera poco, los formoseños
sacaron rápido y agarraron en el medio del desconcierto a toda la defensa en otra cosa.
Corrida a los ponchazos del Negro Valle, puntinazo hermoso y a cobrar.
Miguel se tomó unos segundos para panear todo el living comedor y ver con qué se podía
cortar las bolas. Norberto y Claudio estaba a los abrazos gritando ♫ Chávez, Chávez ♫
Chávez, un tipo lúcido, no tuvo mejor idea que gritarle a Perdomo que el gol era culpa
suya. Pero Perdomo ya no estaba solo y Farengo salió a marcar la cancha y le metió un
piñón de película a Chávez que lo sentó de culo. Carragher, el técnico, desesperado entró
corriendo a la cancha junto con los suplentes y los treinta periodistas acreditados que
salieron babeando a buscar la tapa del siguiente día.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
“¿Chávez, crees que se complicó un poco ahora?”; “Fontana, un segundito que estamos en
vivo para la televisión, ¿Entonces hay o no divisiones en el plantel?”
Si Boca era un quilombo, el resto era aún más desconcierto. Los jugadores de Sportivo
Patria miraban al banco buscando alguna indicación pero el técnico, que era más vivo que
todos, sólo recorría la línea de cal indicándole a la policía el mejor ángulo para repartir
macanazos a los periodistas. El árbitro, completamente desbordado, atinó a sacar la
tarjeta roja y apuntar en dirección del plantel de Boca. Ni él sabe a quién realmente quiso
expulsar pero pitó el final e hizo claras señas que el partido estaba suspendido.
Miguel miraba el televisor sin poder emitir palabra más que un “¡¿Qué hacen,
pelotudos?!”. Norberto y Claudio decidieron ir un paso más allá e improvisaron un trencito
de carnaval carioca.
El informe oficial terminó indicando 5 expulsados en Boca, incluido Merienda que era un
pan de Dios.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 12
Al otro día Miguel se levantó con una resaca monumental. Si alguien le decía que había
dormido sobre una falla tectónica le iba a contestar que sí, y que arriba de la falla estaba el
Samba del viejo Italpark. Para su fortuna, Norberto se apiadó y le dejó una nota pequeñita
y conciliadora: “Hoy quédate en tu casa descansando. Por el laburo ni pintes que te cubro
yo. PD: Son horribles, boludo.”
Claudio, en tanto, seguía en su senda del milagro argentino y viajó a Montecarlo para abrir
su nuevo espectáculo titulado “Centro del Piojo, peligro en el Cosmos”.
Miguel decidió hacerse el café más negro posible; si venía con una foto de Rosa Parks,
mejor. Cuando se arrimó a la puerta para buscar el diario fue más asustado que miembro
del Opus Dei a su examen de próstata. El título era fatídico: “Cisma Xeneise” y el copete
era terrible: “Vergüenza Nacional”. Como si fuera poco ese día tenía fecha con el dentista,
un hincha de San Lorenzo que no perdía oportunidad de cargarlo y abusaba de la anestesia
para que ni responder pudiera. Se armó de un poco de valor y llamó para cancelar la cita
esperando que conteste la secretaria, una morocha infernal también hincha de Boca. Por
suerte sorteó al dentista y decidió gambetear el día tomándose un Melatol que lo tumbara
hasta que el mundo vuelva a estar en orden.
En los días subsiguientes se llevó a cabo una nueva fecha del torneo de Primera División
que arrojó algunos resultados sorprendentes. River visitaba el Amalfitani y enfrentaba a
Vélez, equipo al que no vencía en los últimos tres campeonatos. Por otra parte, en Vélez
jugaba la estrella del torneo, Gabriel Scorza, un “segunda punta” que había debutado
recientemente por la lesión del titular Veronelli. En sólo cuatro fechas Scorza había
marcado ya seis tantos de todos los colores: con derecha, con izquierda, de cabeza, tiro
libre. Imparable. El partido tenía otra peculiaridad; la notoria rivalidad entre Serrizuela y el
primer central velezano, Jesús Landoni. En todos sus enfrentamientos al menos uno de
ellos había sido expulsado por infracción violenta hacia el otro. Era una rivalidad de las de
antes. Landoni venía encima con el agravante de haberse convertido en ese oxímoron
deportivo denominado “Atleta de Cristo” que de buenos cristianos no tienen
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absolutamente nada. Este muchacho se podría llamar Jesús pero le pegaba hasta a las
monjas si jugaban para el equipo rival.
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Asamblea General sobre la resolución del Hambre en África. La idea era no perder el eje
humorístico de las mismas.
Edgardo, el suegro, era un declarado exponente borgeano que detestaba el fútbol. Pero
Norberto no podía darse el lujo de no ver el partido. De por sí ir a lo de los suegros era un
embole. Vivían en La Horqueta, un reducto oligárquico en el que se medía la riqueza en
virtud de quién evadía más impuestos. Norberto no era un gran ejemplo de laburante pero
sí venía de una familia no muy beneficiada en el reparto de suerte y su familia política era
un grano en el culo. Y para ser sinceros, Norberto no lo disimulaba ni un poco.
Beto llegó a lo de sus suegros ya en un estado emocional violento tras sortear tres
manifestaciones entre Capital Federal y Provincia. Edgardo, mientras los recibía en el
portón de la casa, decidió facilitarle el día con un muy amable “Va a haber que recalentar
la comida”
Por si fuera poco, Edgardo decidió invitar a sus amigos del country golf club para refregarle
en la cara a Norberto las tres veces que visitó Cancún en un semestre… porque le daba el
bolsillo. Norberto, que no le gustaba perder a nada, levantó la apuesta y buscó pegarle en
el orgullo a su suegro.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
El partido de River se disputaba primero, a las 18hs; y pegadito empezaba Boca. Claudio
llegó temprano tipo 17:30 a lo de Miguel para la previa de la doble jornada. De su paso por
Montecarlo trajo algunos regalitos. Miguel y Norberto habían pedido gorritos del Gran
Premio de Fórmula 1 o por lo menos un buzo de Hard Rock Café para mentirle a la gente;
pero Claudio estuvo más original y se trajo las sábanas del hotel donde, según le dijeron, la
princesa Carolina se hospedaba a escondidas con Vilas. Porque afanarse las toallas, las
batas y los jabones parece que no era suficiente. De su paso por Ginebra en la Asamblea
General de la ONU se trajo las resoluciones del año pasado que estaban en el baño y
servían para higienizarse. Y según los testimonios de Claudio en Aduana ni para eso
servían.
Para el partido, Marañón dispuso un 3-4-3, formación que no elegía desde el fatídico 0-4
con Independiente del año pasado y que relegó al banco de suplentes a Horacio
“Fármacos” Sitienzo por nefasta actuación. Sitienzo era un delantero derecho de difusa
conceptualización, que es el término ludo filosófico para describir que no se sabía de qué
carajo jugaba. Había debutado hace 3 años bajo la dirección técnica de Abelardo
Domínguez en un 5 a 1 a Huracán en el cual había brillado con dos goles y una asistencia.
Pero en los partidos subsiguientes se dedicó a dar asco con ganas y una justiciera lesión lo
alejó de los ojos futboleros por un buen tiempo hasta su regreso en la mencionada jornada
contra Independiente que revalidó su condición de “one hit wonder”. Junto con Sitienzo
arriba iban Martínez, (el del contenedor criogénico en el pecho) y Bayé. Las malas lenguas
dicen que sólo una reunión festiva de sábado con Sitienzo pudo permitir a Marañón el
simple hecho de racionalizar esa delantera. Por suerte para Norberto y los hinchas de
River, en el medio jugaba Gorletti.
Norberto estaba sentado en la mesa de doce plazas al lado de Lucrecia y justo enfrente del
Doctor Gregorio del Corazón de Jesús Pereyra McLugen, un pediatra con cara de abortista
serial. El susodicho de fútbol sabía menos que un redneck norteamericano, pero no dejaba
de ser un hombre educado y quiso iniciar conversación con Norberto que vestía una
chomba de entrenamiento del club de sus amores. Porque Norberto al suegro no le iba a
dejar pasar una. Nada de camisa ni mocasines, si le podía caer de musculosa se le caía.
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Para fortuna de todos en esa mesa, la antena que repetía la señal en el barrio había
comenzado a presentar fallos y todos quedaron desconectados por unas horas.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 13
En lo de Miguel la cosa era bien distinta. Claudio no podía creer la irregularidad de River;
venía de hacerle tres a Vélez y ahora no podía con un Platense que venía pidiendo jugar
Primera D hace dos años. En la cancha el partido era sencillamente desastroso. La AFA, un
simposio de improvisación y drogas duras, estableció que se jugara en Viedma (!) así que al
conjunto de veintidós impresentables se le sumaban ráfagas de 70km/h que convertían al
partido en un arco a arco.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
caracteriza logro percibir una negociación inaudita por la cual los veintidós sujetos
contrataban a veintidós femeninos en carácter de acceso carn… bueno, en esos momentos
me vi interrumpido; pero con inmediata posterioridad, notifico que los sujetos esgrimen
divisas norteamericanas con peligrosidad y doy la voz de alto. Lastimosamente los sujetos
no aceptaron mi competencia pero un Natalia-Natalia en situación de decúbito dorsal con
un femenino (…)”
Como sospecharán, el NN citado por el desdichado comisario era Skeletor haciendo uso y
abuso de los sueldos, premios, primas y estacionamientos coercitivos del partido de
Vicente López. El drama de los jugadores explotó minutos después cuando en los pasillos
del establecimiento se cruzaron Magallán y Skeletor con sus respectivas parejas. Skeletor
iba con una tal Magali y Magallán con una tal Vanessa, que en realidad había nacido con el
nombre de Irma Jessica Vicuña, natal del partido de Almirante Brown y hermana menor de
Skeletor.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Tras el ingreso de Villegas el juego se desplegó por su sector, como una previa de lo que
podría encontrarse en el segundo tiempo. Y en esa previa Villegas deslumbró con un par
de diagonales y sobrepasos en velocidad que evidenciaron en el cuerpo técnico de
Platense la necesidad de un cambio de esquema.
Con la salida al campo de juego para el comienzo del segundo tiempo la nueva táctica
“calamar” se esclareció rápidamente. El lateral izquierdo dejó el campo para el ingreso de
un tercer central que permitía al segundo marcador, Tanos, volcarse a la izquierda para
detener las corridas de Villeguitas. La estrategia era clara: Tanos media 1,93; pesaba ciento
diez kilos y la longitud de la pierna era tal que permitía una patada certera a distancia. El
técnico le fue claro: “Tanito vos no subís bajo ningún aspecto. Tu único movimiento es
jugar en línea con los centrales y cerrar cuando te pase el pibe en velocidad. Cerrás. Buscá
en tu cerebro todos los sinónimos que quieras para esa expresión pero te lo simplifico:
Pasa la pelota, él no.”
Antonio Benjamín Tanos era un central de unos veintiséis años con la experiencia de un
Baresi, de un Passarella. Acumulaba trescientos cuarenta y cinco partidos en Platense; un
logro que debía encontrar respuesta en su físico privilegiado, capaz de parar una
locomotora con el pecho y salir jugando con sus restos. Claramente era el indicado para
partir a alguien. Tenía un palmarés óseo sólo comparable a la morgue de William Morris. Y
si había que partir a un morenito de dieciséis años que pesaba veinticinco kilos mojados
teníamos los ingredientes para una película snuff financiada con patacones. Lo cual cabría
preguntarse si Medina estaba contento o triste de no ingresar al partido. Si jugaba tenía
asegurado dos folios completos de certificados médicos cortesía de Tanos y si se quedaba
en el banco le permitía al hincha de River seguir ignorando su horripilancia futbolística.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 14
Para Claudio y Miguel la cosa se había puesto linda en serio. Veían a River perder y encima
la frutilla del postre era la inminencia de una lesión ósea (como mínimo) con potencialidad
de accidente cerebro vascular. Claudio ya avizoraba una llave abierta camino a la final sin
el cruce con River que lo dejaba afuera. Porque seamos serios, el preparador físico de la
9na división de River estornuda y le gana el partido a Racing. Estamos hablando de esa
clase de paternidad. Con Boca ya descalificado sólo se podían encontrar con Vélez o
Huracán como únicos equipos que se podían denominar peligrosos; y Vélez había perdido
a Scorza y a Landoni. Scorza se fugó un martes de la concentración y lo encontraron en
Valentín Alsina en un fiestón con dos diputados de Misiones y veinticinco gendarmes
femeninos. Landoni, en tanto, sufría las consecuencias del codazo de Serrizuela y los
médicos intentaban despegarle el tabique nasal del bulbo raquídeo. Huracán era un
equipo muy competitivo pero el último partido perdido con el conjunto de Parque
Patricios estaba registrado en una cueva del mesozoico tardío.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
(Entiéndase por ello: los de enfrente son Platense, no el Milan de Arrigo Sacci) y los nervios
del primer tiempo comenzaron a disiparse. El primer incidente se dio cuando Villeguitas
recibió solo por la banda con Tanos a tres metros y en velocidad midiéndole la columna
vertebral. Villeguitas realizó un amago para estudiar al rival, como un digno primer round
de velada de campeonato boxística, y Tanos entró como un caballo tirando una patada
que sonrojaría al mejor dojo de arte marcial. El negrito, que tenía reflejos felinos (dicen las
malas lenguas que por parte materna) sorteó la patada con gracia y encaró en velocidad
hacia el vértice del área. Respetando la orden de marca escalonada (y a la rodilla) lo
esperaba el ingresado Benetti que fue a los fundamentos del defensor y se puso de
costado para no quedar parado; pero el negrito le bailó una cumbia con la pelota y le
anudó las piernas en una fracción de segundos. Solo frente al arquero buscó de inmediato
al delantero que entraba solo por el medio, Bayé. El negro se debatía entre ser bueno y ser
boludo. Entre pasarla o definir. Pero al negrito le pesó la corta edad y le pasó la
responsabilidad de empatar a Bayé que agradeció semejante gesto y empujó la pelota a la
red (¿Ustedes creían que lo erraba, no? Yo también). Pero Uds. dirán, ¿y el incidente cuál
fue? Bueno, Si Chaves y Bayé no son hermanos, pega en el palo. Porque sumamos los
cromosomas y no llegamos a un número divisible por dos. Bayé, que arrastraba una
amarilla de esas estúpidas por patear la pelota lejos, tuvo la claridad mental para festejar
su gol sacándose no sólo la remera sino también el pantalón y ofrendarle los genitales a la
tribuna que ocupaba la parcialidad riverplatense. Porque boludo, efectivamente, se nace.
El árbitro, un trabajador de bienes raíces en su tiempo semanal, lo miró a Marañón
buscando algún tipo de sustento moral; como quien dice: “Y te lo tengo que echar,
hermano…” Y Marañón asintió rendido ante la pelotudez ajena. A Bayé algunos minutos
después le cayó la ficha: cuando en el viaje de vuelta estaba pasando Necochea y era el
único pasajero en el asiento de atrás de un patrullero…
La gran diferencia con el ejemplo xeneise es que Bayé no desató el pandemónium. Sus
compañeros quedaron tan absortos como el resto de los presentes y fueron testigos
privilegiados de cómo la policía viedmense lo retiraba del campo con apuro.
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Desde el tercer piso se escuchaban las zancadas de Norberto subiendo las escaleras.
Norberto subía con la lengua afuera como somalí oliendo una parrillada completa.
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―Por supuesto y su clan Puccio de misioneros de san la chota. Pero yo entre que
me mandaste los mensajitos…
―Mensajito, en singular. ―agregó Claudio
―…y que ya estaba medio entonado con el vino de dos lucas que había en esa
mesa. Y exploté. Ex-plo-té muchachos. Y me la mandé para el campeonato.
―Perate, perate un segundito. Definí “me la mandé”. ―solicitó Miguel
―Ok, dejame recuperar un poco el aire… Resulta que venía todo más o menos
yéndose a la mierda pero despacito, ¿viste?
―…tus mensajitos del orto, la compañía de teléfono del orto, el pelotudo que
“acontecía” cosas y la mar en coche… pero hete aquí que mi suegro abrió la boca.
―¡NO! ―gritaron a al unísono Claudio y Miguel.
―Sí… no contento con ver que tenía la presión por las nubes, que me salía humo
de la saviola, que tenía una vena tallada en la frente. ¿Saben lo que me dijo? ―preguntó
Norberto.
―Si te habías quedado sin crédito en el celular…
―Si la comida al menos estaba rica…
―Si el vino…
―Nada de eso. El flaco se levantó allá en la cabecera de la mesa, como a dos
kilómetros de distancia y me tira muy pancho: “¿para qué se hace mala sangre? SI UD YA
SE FUE A LA B… ―relató el Beto.
―NOOOOOOOO, ¡¿Y qué hiciste?! ―preguntó Claudio
―Y me la mandé.
―Perfecto. ―agregó Claudio
―Pará enfermo, ¿qué hiciste? ―Preguntó Miguel
―Te acordás que te conté que el viejo tenía un Aston Martin igualito al de una de
las películas de James Bond, ¿no?
―No, Betito por el amor de dios… ¿cuál te mandaste? ―preguntó preocupado
Miguel
―Si Betito, ¿qué le hiciste? ―preguntó emocionado Claudio
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 15
―¿Qué dijiste?
―¿Desde cuándo me tutea, yerno? ―contestó desafiante su suegro, Edgardo.
La tensión en esa mesa sólo era comparable a una definición de copa del mundo por
penales en manos de Bayé. El Doctor Pereyra McLugen, en su afán de ganarse su parcela
en el Olimpo del cristianismo financiado, buscó mediar en la discusión y llevar algo de
tranquilidad.
―Hijo, tranquilo que no pasa nada. Sigamos disfrutando de esta deliciosa comida.
Pero como siempre, en esta vida, la terrenal… pagan justos por pecadores. Aunque esos
justos paguen con tarjeta de crédito la credencial.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
En esos momentos había un solo lugar feliz en la mente del Beto. Había de todo en ese
vergel envidiado por los dioses. Bondiola, chimichurri, un tele de cincuenta y cinco
pulgadas, la remera del Enzo en cada niño que sonreía a su pasar mientras pateaban la
cabeza de su suegro con el encanto del (de pie señores) “Mencho” Ramón Ismael Medina
Bello.
Pero ya era tarde, Norberto se había erguido y se había dirigido a la puerta para retirarse
de ese anillo avernal del Dante Alighieri.
―No se preocupe, suegro. No pinto más por esta casa. Me tomo el palo así los
libero de bancarse tener un tipo que se gana la vida rompiéndose el orto laburando como
yerno. Ah… y en el 83 voté a Luder. ―sentenció el Beto y cerró la puerta mientras su
suegra se desmayaba y un poco de su alma Alsogarista se desvanecía entre el oxígeno de
la habitación.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Los allí presentes tragaron saliva con gusto a veneno soviético. El suegro Edgardo sintió
una presencia fantasmal judeomarxista apoderarse de la escena y un agudo dolor en el
pecho comenzó a resquebrajarle los últimos hálitos de humor. El Doctor Pereyra McLugen
se arrodilló sintiendo el peso de lo inexplicable sobre sus hombros venciendo su voluntad.
Pero la realidad sobrecogedora se negó a dar un respiro mientras la puerta de entrada se
abría otra vez.
Lo interesante es que el Beto ni siquiera era peronista, jamás había votado a un candidato
de nada pero sabía cuál era la kryptonita de su suegro. Después vería cómo arreglaría el
tema con Lucrecia a la que dejó en el medio de un cementerio de la UCD; pero él sabía que
Lucrecia estaba de su lado. Pero el Beto se dijo a sí mismo: Si la hacemos, la hacemos
bien… Y tomó rumbo unos doscientos metros hacia el garaje en donde descansaban las
gemas del suegro. Tomó uno de los tantos llaveros colgados y comenzó a pulsar los
botones hasta escuchar el distintivo “beep beep” y percatarse del juego de luces que le
hacía uno de los autos allí estacionados. Para su felicidad no era otro más que el Aston
Martin DB 9 GT “Bond Edition”, una nave espacial que haría avergonzar al Millenium
Falcon o al Enterprise de Star Trek. El momento no ameritaba otra cosa, así que mientras
pisaba el acelerador de esa bestia calentó los pulmones, abrió la ventana y entonó a viva
voz la Marcha Peronista.
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Capítulo 16
De vuelta en lo de Miguel nuestros héroes continuaban discutiendo las epopeyas del Beto.
Equivocado no estaba. Lucrecia llamó y después de seis minutos por reloj de insultar a su
pareja le dijo que se despreocupara por el suegro. Que éste se había calmado leyendo la
última columna de Milton Friedman mientras repetía que el Estado se podía ir a la puta
que los parió. Ella no entendía bien qué carajo pasaba, si su viejo estaba teniendo un brote
místico o qué pero el peligro había pasado.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Pero no estaba todo dicho porque mientras se desenvolvía el relato griego sobre la huida
heroica el partido seguía… “Viene, el arquero no sale, GOOOOOL!” se escuchó de fondo.
Golazo… de Platense.
Resulta que mientras los muchachos hablaban tan sólo restaban unos minutos para
concluir el partido. Platense había podido ajustar algunas cosas en el esquema y con una
fuerza de voluntad encomiable logró apretar contra su propia área a River. Un córner
desde la izquierda le permitió dar rienda libre a los centrales calamares para buscar el gol.
Magallán era el encargado de darle toda la rosca posible a la pelota para alejarla de la
salida del arquero. Le pegó fuerte y la comba buscó directamente la cabeza de Tanos
quien, sosteniéndose en el aire por unos segundos, le dio con el parietal derecho con una
violencia impresionante y la clavó en el ángulo.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 17
El partido aún les regalaría otro momento para el recuerdo. Tras el impecable gol calamar,
Marañón miró al banco de suplentes para estudiar la situación y ver si un cambio podría
darle una inyección de vitalidad al equipo; como dirían los comentaristas de hoy, un
revulsivo. La verdad que el paneo de Marañón fue más triste que la infancia de Dumbo y
terminó por llamar a Medina. Medina era directamente una historia clínica de esas que se
estudian en las universidades extranjeras para el otorgamiento de medallas al mérito o
directamente un Nobel. Pero si respiraba y se mantenía en pie servía porque el condenado
ese medía 1,98. Y el Cachi Marañón no lo dudó y llamó a un costadito a Gorletti:
―Escuchemé, pibe. Faltan cinco minutos. Vamos a hacer dos cosas: le pega al arco
a la primera de cambio o me tira el centro buscando la cabeza de Medina.
―Ok, le pego al arco.
―O lo busco a Medina.
―Perfecto, le pego al arco.
―…péguele al arco.
Los jugadores de Platense estaban exultantes pero sin poder bajar la guardia. Tiempo
después se supo que el viaje de catorce horas desde Retiro a Viedma en el micro de la
empresa Don Otto fue un cortejo un tanto incómodo. A la par del micro viajaron dos autos
particulares y tres autobuses escolares con la barra de Platense entonando boleros y pop
romántico con letras claras y contundentes: “♫ Si no ponen la patita, ay mamita, ay
mamita ♫”, “♪ Sólo te pido una victoria, o pelamos fierros, puntas y fin de la historia ♪” y
el hit del viaje (grabado para sumarse al repertorio en los Cds ofrecidos a la comisión
directiva) “♫ A ver si nos entendemos los jugadores y la popular, Uds. mejor dejen los
vicios o su barra amiga los va a acribillar. Pongan más huevo, pongan más corazón o es
muy sencillo, una bala al riñón ♫”
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
gambetas. Gorletti miró a Marañón y asintió con la cabeza, como diciendo “tranquilo, yo
me encargo.”. Marañón levantó el pulgar confiando en la capacidad del pibe, los años de
entrenamiento y formación, su sufrimiento en la pensión lejos de los padres que quedaron
en Lincoln. Pero sobretodo su hambre de gloria. Medina vio esa conversación silenciosa, se
dio vuelta y también asintió con la cabeza como diciendo “No sé qué está pasando pero
contá conmigo”. Marañón sólo atinó a gritar en pánico ―¡No, ni se te ocurra!
Gorletti no esperó mucho y tocó para Medina que, afortunadamente, pasó para atrás en
modo automático hacia el volante central. Jiménez, el jugador en cuestión, otro prodigio
de las inferiores de esos que primero ponen la pelota bajo la suela y luego logran detener
el tiempo para observar la superficie, tocó para Villeguitas que salió disparado como el
dólar en diciembre. En medio de la vorágine de su trayecto podía ver a Gorletti
ofreciéndose para el pase y a Medina que ya estaba a los tropezones intentando pasar la
mitad de cancha. De fondo Marañón se persignaba. Sólo le pedía a dios que Gorletti
tuviera una. El Beto también. Villeguitas tocó para Gorletti y fue a buscar la devolución.
Pero Gorletti jugó con la expectativas de todos como si fuera un intendente de La Matanza
y giró sobre su eje dejando parado al defensor. Levantó la cabeza y tenía a Villegas por la
derecha marcado por tres defensores y a Medina a su izquierda llegando a la medialuna
del área. El pensamiento colectivo de la ciudad de Viedma y adyacentes gritaba: “¡jugátela
vos!” pero Gorletti le mintió a todos cuando aceleró para la izquierda y con ese
movimiento desmarcó a Medina que estaba dubitando entre pedirla o sincerase con el
mundo y hacerse monumentalmente el boludo. Para su sorpresa, y la de toda la vía láctea,
cárnica y vegetal, Gorletti le pasó la pelota. Medina la recibió de espaldas y cuando giró vio
el arco y sus 7,32 metros de ancho reduciéndose a toda velocidad. Su cuerpo inició el
movimiento para pegarle con alma y vida. El proceso de sinapsis comenzó el desarrollo en
cadena que permitía que su pierna derecha conectara con la pelota. Medina tenía la
claridad mental con la que Einstein había transitado su año milagroso, su 1905. Pero los
centrales de Platense, que se estaban jugando la vida y el acceso irrestricto al cabarulo de
la ruta 8, tenían otros planes y detuvieron a Medina con falta. Miren cómo será de malo
Medina que los de Platense se agarraban la cabeza porque esa pelota no podía tener otro
destino que el lateral. Mientras tanto, todo el banco de River saltaba de júbilo. Incluso
Medina lloraba de la emoción. No sólo le había dado a su equipo un tiro libre al borde del
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área sino que podía escuchar su rodilla flotando sobre líquido sinovial. ¡Otros 6 meses
cobrando sin jugar!
José Jeremías Gorletti, agarró la pelota con las dos manos y comenzó a masajearla.
Necesitaba conocer todos los secretos de esa bocha antes de mandarla a dormir al ángulo.
El árbitro, el tano Panigliatti, se acercó para apurarlo. “Dale nene que me quiero ir a la
mierda” - “Panigliatti asegurate de darme cinco minutos de descuento. Así nos vamos
todos a la mierda.” le contestó Gorletti que tenía dieciocho años y dos huevos como un
toro con orquitis.
Panigliatti dio la orden y Gorletti caminó tres pasos. Le pegó seco y duro con el empeine
del botín justo al medio de la pelota. Los siete de la barrera saltaron por instinto y
corrieron la cabeza para evitar que la pelota le desintegrara la cara. No es chiste, al dos de
Rosario Central el año pasado se le borró la nariz después de un puntinazo de Garofalo, el
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goleador de Unión. Pero la pelota les pasó por abajo derechito hacia el palo izquierdo del
arquero que no llegó a percibir que había pasado.
A Marañón le volvió el alma al cuerpo. La copa no era un objetivo menor. La plata que
ofrecía pasar de ronda permitía retener a Gorletti. El pibe esa semana firmaba el primer
contrato y de manager tenía a un tránsfuga más rápido que Usain Bolt con treinta y cuatro
kilos de cocaína en sangre. Pero retenerlo no solo significaba tener un crack en el equipo
sino que una venta futura podía pagar la ampliación del estadio y las coimas pertinentes.
Los jugadores de Platense y River corrieron a reincorporarse a sus puestos. Panigliatti miró
al cuarto árbitro y dio la seña para adicionar seis minutos más. Nunca jamás todos los
protagonistas estuvieron tan de acuerdo con el adicional. De hecho los hinchas vitoreaban
a Panigliatti en el súmmum de la bipolaridad. La idea de ir a penales presentaba más
rechazo que un asesinato en masa de cachorros de cocker spaniels o que vuelva Cavallo al
ministerio de economía. Los siguientes seis minutos fueron poco menos que bíblicos. Para
ser más justos, digno de la violencia del antiguo testamento, con el dios favorito de todos,
el que pone a seres humanos en pruebas dignas de un show de tv japonés.
La última jugada del partido sintetizó un poco el espectáculo fellinesco que esos veintitrés
hombres estaban dando. Sí, Panigliatti no quería ser menos y estaba en modo “no voy a
cobrar absolutamente nada que no sea el pitazo final”. Había más de pinball en ese campo
de juego que de fútbol. Como si una máquina hubiera logrado lobotomizar a los
protagonistas y regalarnos un evento benéfico para concientizar sobre la ausencia de
figuras disciplinarias. Así se llegó a la última jugada en la que casi la quedan todos. Y no
quiero pecar de exagerado. El servicio de emergencia médico de Viedma colapsó sus
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Pero para su desgracia la pelota estaba imantada al área riverplatense. El último cabezazo
del segundo central cayó justo sobre la medialuna del área, donde Caledini, uno de los
volantes calamares de sorprendente cuidado capilar, le pegó con alma y vida. La pelota
salió disparada con dirección al arco con una velocidad astronómica. Afortunadamente se
cruzó con la humanidad de Villeguitas que puso su cuerpo y sus treinta y cuatro kilos
mojados como sacrificio. De más está decir que Villeguitas hoy tiene un ano contranatura
gentileza de Caledini. Al remate de Caledini le siguieron unos tres más con igual final.
Todos jugadores de River iniciándose en un masoquismo prematuro. El reporte médico
final indicó fracturas múltiples y un cambio de sexo inducido pero bien valió la pena
porque evitaron el gol. Pero la frustración de toda la parcialidad de Platense fue tan
contagiosa que hasta Panigliatti largó una puteada mientras pitaba el final del partido y el
pase a la tanda de penales.
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Capítulo 18
El pitazo final hizo que el Beto se levante de la silla como un resorte y empezara a caminar
de un lado a otro de la habitación a los gritos con más palpitaciones que un colibrí
teniendo sexo: “Dale dale dale… fuerte, nada de a media altura a colocar. Sáquenle la
cabeza al arquero, aseguren, nada de patear sin carrera ni cancherear, NADA DE PICARLA,
son cinco penales del orto y estamos en semis. Dale, dale, dale...”
Marañón juntó a todos los jugadores que se tiraron al piso con claros indicios de cansancio
y pérdida de conocimiento. El Cachi se paseó de izquierda a derecha revisando la tropa.
Buscaba darles algo de moral y aliento; y si podía conseguir bolsas de transfusión de
sangre mucho mejor. Sabía que estaba frente a una situación exasperante así que decidió
tocar la fibra íntima de sus jugadores.
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― ...cada uno de ustedes lleva consigo lo más importante, ¡la libertad! Trescientos
años de masacre y de barbarie tiñen nuestra tierra de sangre, pero hemos venido a decir
¡basta!, ¡se acabó!” ―continuaba el Cachi.
El profe Dartés asentía con la cabeza con cara de situación mientras intentaba recordar
dónde había escuchado las palabras del Cachi. Medina, el más avispado de todos miraba al
resto e inflaba el pecho repitiendo: “¡Se acabó! Pero Marañón recién estaba calentando el
pecho y tenía una vena latiéndole en la frente mientras su cara parecía deformarse por la
efusividad..
Para felicidad del Cachi la mayoría no le dio importancia al desvarío casi drogadicto de su
entrenador. Muchos empatizaron con la situación y proferían gritos que acompañaban el
surrealismo del discurso: “¡ALELUYA!”; “VIVA PERON, CARAJO” y el combativo “¡VAMO´ A
DARLE!”
Panigliatti llamó a los capitanes e hicieron el sorteo. Ganó Platense que eligió patear
primero, pero para su desgracia tendrían que patear de cara a su hinchada. Como era de
esperarse la responsabilidad del primer penal recayó en el capitán Magallán quien caminó
desde la mitad de la cancha mirando fijo al arquero, Deoli. No precisamente porque estaba
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Los primeros cinco penales se convirtieron pateados con una seguridad asombrosa.
Pasábamos a la ronda de uno por equipo donde podía patear el community manager del
club que nadie se daría cuenta.
Por Platense iba su volante derecho, Iñaki Galincoechea. Un hijo de vascos con debilidad
por la calendofilia, y especialmente por los fixtures de mundiales. Comenzó en 2002 en
ocasión del mundial disputado en Corea y Japón y marcó el inicio de una enfermedad
importante. Cuentan por Chumbicha, la localidad catamarqueña de donde es originario,
que llegó a comprar una revista erótica turca porque traía un fixture con un error de
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
impresión que incluía a Perú y él juraba y perjuraba que podía venderlo por miles de
dólares en un foro de internet. Años más tarde, confesaría que terminó permutando el
dichoso fixture por dos fichas de $10 en el casino de Villa Gesell. Al tipo del casino lo
echaron, como corresponde, pero el jura y perjura que puede vender ese fixture en miles
de dólares.
Galincoechea desde temprano a la mañana sabía que si de casualidad tenía que patear un
penal le iba a pegar fuerte al medio. Nada de andar pensando cómo recostar el cuerpo
para mentirle al arquero ni de hacer una pausa justo antes de ubicar el pie de apoyo, ni un
carajo. Fuerte como un caballo apuntando en la medida de lo posible a la cabeza.
Galincoechea tomó carrera, pisó un pozo, tropezó, le dio sin querer con la rodilla y Zeoli
atajó su primer y único penal. Norberto tenía las pulsaciones por las nubes y la expectativa
de quien va a recibir un cheque millonario que sabe no le corresponde.
Por el “millonario” iba Mariano Bal. Dieciséis años recién cumplidos, en pareja con la
misma noviecita de la primaria; nunca se engripó. Chico de campo con sorpresivo rechazo
por el concepto de subsidio estatal. Zurdo.
Que un zurdo la cruza en un penal es un axioma de la naturaleza. Nadie sabe explicar bien
porqué pero es indiscutible como la supremacía neozelandesa en el rugby. Marianito
“Nano” Bal tomó tres pasos y le dio duro a la base de la pelota que se levantó con violencia
en dirección a la izquierda del arquero como las leyes del universo así lo dictan. Pero
Bermúdez, el arquero, era de esos que creen que no llegamos a la Luna, que Matrix 3 es un
peliculón y que los zurdos a veces le pegan derecho. Bermúdez era un pelotudo asi que se
tiró a su derecha. La pelota dio justo en la base del travesaño y picó unos cinco
centímetros afuera de la línea.
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Ahora le tocaba a Férdola, el otro lateral de Platense. Férdola era mormón. Nadie tenía
idea cómo había logrado sacarse la camisa blanca manga corta en primer lugar. Férdola se
encomendó a Joseph Smith y al ángel Moroni y le pegó tan bien que casi despierta el
aplauso de la parcialidad millonaria. Por River, y para evitar la derrota, iba a Jeremías Bal.
El mellizo de Mariano. También zurdo.
Jeremías Bal se paró frente a la pelota. Detrás de él Bermúdez podía ver al resto de los
jugadores parados en la mitad de la cancha. Todos sus compañeros hacían denodados
esfuerzos por comunicarle al arquero la dirección donde debía tirarse. De hecho, dos o
tres de sus compañeros hasta se tiraban al piso simulando atajar un penal. Bal tomó sólo
un paso y le pegó fuerte a media altura y, obviamente, a la izquierda de Bermúdez. Esta
vez no hubo milagro y Bermúdez sentenció la serie.
El festejo duró cuatro días. Plantel, dirigencia y barra calamar se entregaron a un tributo al
dios Baco y se tomaron hasta el detergente del hostel donde pararon. En River la historia
fue bien diferente. Con River en mitad de tabla, sin jugar Libertadores y afuera de la Copa
Argentina, Marañón no tenía mucho margen de maniobra. Días después River disputaba
ya con titulares un partido de intrascendencia bíblica. Ese 0 a 0 con Patronato fue
nominado a mejor fármaco sedativo en la vigésima primera reunión anual de geriátricos
de Santiago del Estero venciendo por apenas dos votos al calor. Marañón fue despedido
antes de siquiera llegar al vestuario.
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Con el partido de River terminado era hora de cambiar de canal. El partido de Boca ya
tenía diez minutos de comenzado.
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Capítulo 19
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―Parápará… y si nos toca jugar en algún país limítrofe vamos en el Duna. ―finalizó
Claudio
―...
―No te cagues Miguel, eh. Dale que boquita es distinto, papá. ¿Cuántas veces lo
viste campeón a Racing? Es más fácil que la tabla del 1… ―lo pinchó Norberto.
―Ok. Ahora sentate y mirá al loquito Chávez meterle tres a los chilotes. ―sentenció
Miguel
Ese partido de ida en Santiago fue una pesadilla para Boca. Los primeros veinte minutos no
depararon ninguna sorpresa hasta la ejecución de un tiro libre en la mitad de la cancha
que no suponía peligro alguno. Pero esa noche Monero, el histórico arquero xeneise, iba a
tener una actuación para el olvido. Meses más tarde contó su señora que hasta consultó
hipnotistas para borrar de su cerebro esa noche. También dijo que le afanaron la plata
porque durante un tiempo Monero confundió el nombre de su mujer con el de su cuñada.
Pero solo durante el acto sexual. Curioso.
Soler, el mediocampista central de la “U”, era el encargado de ejecutar el tiro libre. Como
el plantel chileno tenía muy buena altura cada tiro libre era para buscar la cabeza de un
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compañero. Nada de salir rápido o buscar un pase corto y rápido. Todos “a la olla”.
Inmediatamente después que le pegó a la pelota, Soler supo que le había dado demasiado
fuerte. Ya anticipaba la puteada general; especialmente los recordatorios de la condición
sexualmente activa de su madre o hermana. Pero es gracioso como el fútbol permite una
transferencia de puteadas tan rápido. Y gratis. Resulta ser que la pelota tomó mucha
velocidad pero también hizo una parábola muy rara. Lo suficientemente heterodoxa como
para que Monero se pierda en el cálculo de la misma y salir, como se diría en el barrio,
como el reverendo culo. No se sabe qué cuenta hizo, pero definitivamente o confundió los
términos o faltó a física toda la secundaria. El hecho que haya salido con los ojos cerrados
tampoco ayudó porque en el camino derrumbó no a uno sino a dos compañeros que ni
siquiera estaban en la trayectoria de la pelota. La cosa es que la pelota se coló en un
ángulo en lo que aún hoy es recordado como uno de los mejores y más patéticos goles de
la Copa Libertadores. Así las cosas, Boca estaba un gol abajo y con dos defensores pidiendo
asistencia médica. Iban tan sólo veinticinco minutos de juego y Carragher se vio obligado a
hacer los tres cambios permitidos, reordenar la defensa y mandar a Monero a su casa a
que lo hipnoticen dos sanjuaninos con pedido de captura por ejercicio ilegal de la
medicina.
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millones de neuronas cuando decidió ir con las dos piernas en plancha sobre el arquero
rival. A favor de Chávez la “U” tuvo que cambiar el arquero que era una maravilla por,
digámoslo así, perder la capacidad de caminar indefinidamente. Chávez no solo recibió la
tarjeta roja sino que también sumó una cantidad importante de objeto corto punzantes
lanzados desde los cuatros lados de la cancha. Generalmente cuando una situación así se
presenta, en palabras de los gigantes de la radiofonía argentina, Molfino y Vidaña, se
arma “La hecatombe, la debacle total; una serie de hechos bochornosos.” Sin embargo,
plenamente conscientes del escenario dantesco en que se encontraban, los jugadores de
Boca simplemente se resignaron, putearon a Chávez y miraron al banco de suplentes
buscando un poco de instrucciones sobre cómo sobrellevar el partido y, por qué no, la vida
misma.
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Capítulo 20
—Bueno, para mantener la paz social les ofrezco ir a lo del Gallego y bajarnos unas
ciento cincuenta cervezas. —ofreció Miguel hundido en la depresión.
Claudio y Norberto entendieron que su amigo necesitaba del aguante de los dos y le
dieron el gusto a Miguel. El bar del Gallego tenía como mil años en el barrio y era el centro
neurálgico donde confluían todos los especímenes más maravillosos de Boedo. El ruso
Morlovich, Pepito el enano, los hermanos Pascutti y una runfla hermosa que permitía la
subsistencia del bar a base de café con leche, vermouth y cerveza. Cuando los amigos
llegaron al bar se encontraron con la escena típica que era la síntesis del encanto de lo del
Gallego: gritos, cargadas y risas. Muchas risas. Se sentaron en una de las mesas que
ocupaban el centro del bar, con su mantel de plástico típico, y pidieron dos negras de litro,
sus favoritas. Entre el barullo se podía escuchar de fondo el “análisis” del partido de los
integrantes de “Desde el Tablón”; un programa futbolero de una multinacional con una
capacidad de lectura de fútbol cercana a la que puede tener un cantante folk de Nashville,
Tennessee. El conductor, el Mago Fabros, un ex puntero derecho de Estudiantes de La
Plata, tenía la misión de coordinar los desvaríos de sus compañero y demostraba que era
excelente, excelente ex jugador. Cuando volvieron del corte comenzó el análisis de Boca y
la “U”.
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—Claro, todo culpa del pibe. ¿Y el resto? Carragher puso línea de 3. ¡¿Cómo vas a
ir a Chile con línea de 3 improvisada, con Stáfile de titular que no tiene ni dos partidos en
primera?! —respondió Bernuncio cuya cabeza iba tomando temperatura.
—¡Si los chilenos jugaban con un punta sólo. Tiraron tres mil centros si no podían
dar dos pases seguidos!
—¿Sabes qué pasa, Marianito? En la semana estudiaron los tapes y nunca
pudieron anticipar la jugada maestra del técnico chileno. Puso dos internos y dos volantes
mixtos. Tapó todo los circuitos de juego. —elaboró Gonzalo Dizzón, una de las voces
moderadas y el único que había aprobado las materias de la carrera con una nota mayor a
4 puntos. Aprobó con 5, diploma de honor.
—¡Pero dejame de hinchar las tarlipes! “Volante mixto”, ¿viene con crema y dulce
de leche? Una vergüenza, hermano. A Chávez lo tienen que mandar a la reserva unos tres
meses. Vas a ver como se le va lo de estrellita.
—No lo veo eso, Mariano. Chávez estaba en la radar del Atlético de Madrid. Sería
una locura bajarle la cotización… —agregaba el Mago
—¿Vos crees que después de éssssto ese pibe vale más de veinte pesos? En mi
equipo no juega. Regalenló y ganan plata. —concluyó Veller
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Capítulo 21
A Claudio la cita lo tenía mal. Cómo ir vestido, adónde ir. Había sopesado una veintena de
alternativas entre las que se incluía ver documentales de ferreterías recuperadas, pero
para su fortuna Carolina le ganó de mano y ofreció ir a una de esas cafeterías modernas.
“Genial. Un cafecito, desplegar las mejores anécdotas, le robo un par de sonrisas y
estamos” pensó Claudio.
Pero tan fácil la vida no se la iba a hacer. Claudio cayó a la confitería a las 17 hs según lo
pactado. Media hora más tarde cayó Carolina de punta en blanco. Después tardó otros 15
minutos en elegir su café. Se pidió un Macchiato con rasgos de Mocha en formato Venti.
Claudio ya sabía que eso iba a terminar mal, muy mal. —¿Vos, Qué te vas a pedir? —
Preguntó Carolina. Y la verdad que Claudio se mordió los labios para no decir “un taxi a la
concha de la lora”. Claudio cometió el error de pedir un café con leche. Estuvo diez
minutos reloj luchando con la cajera para que le diera un café con leche y no un caramel
latte dolce mientras Carolina se reía y le comentaba que la situación le parecía “hilarante”.
Para colmo de males, a la hora de los bifes, cuando Claudio se sentía con la confianza y
seguridad de avanzar y empezar a sumar puntos, cayó en la cuenta que éso no sólo iba a
terminar en confirmar la imposibilidad de una segunda cita sino que podía terminar en una
denuncia penal.
Lo que le siguió a esa pregunta, inocente y chiquitita, fue una escena lamentable en la que
Claudio terminó siendo internado en el nosocomio más cercano por una breves horas.
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Según las imágenes de las cámaras de seguridad provistas por el local, Claudio en algún
momento de la cita, más precisamente entre los minutos 25 y 28, se levantó de su silla
haciendo ademanes poco ortodoxos. También se pudo percibir cómo se dirigía a otros
hombres del local en busca de complicidad, y lograrla, provocando que las autoridades del
local llamaran a un policía que custodiaba la cuadra. El cana, un oficial ya bastante grande
(en años y en panza), comprendió de inmediato la gravedad del hecho y se sumó a la
muchedumbre enajenada que parecía gritarle a la nada misma. Tuvo que caer el móvil de
la comisaría para frenar un poco el quilombo desatado, reclamar las pizzas pertinentes y
retirarse con las cabezas bajas al darse cuenta que ahí no se vendía el combustible
espiritual de la fuerza. En total fueron dos horas y tres minutos de descontrol con dos pre
infartos, un soplo congénito con ganas de pericarditis, dos andropaucias infelizmente
descubiertas y el nacimiento de una canción de cancha que al día de hoy suena en ambos
anillos del Juan Domingo Perón. Y, por supuesto, la comprobación empírica que el género
femenino va a sobrevivir al masculino en el final de los tiempos.
Sin embargo, el registro más fiel de los hechos quedaría impreso en el best seller de Alfio,
“Sobreviviendo al delivery de acá a la vuelta”. Dos capítulos introductorios completamente
justificados describiendo el origen de las ganas de convertirse en chef tras el fracaso
paterno a dejar de quemar los fideos.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
—¿De qué habla? ¿Se nos va y nos manda a callar? —preguntó Miguel
—¡Ojalá se vaya! —respondió la otra enfermera
—¡¿Pero qué dice, inconsciente?! ¿Dónde está su juramento hipócrita? —
demandó Norberto
—¡Hipocrático y acá el problema es su amigo, no nosotros! —contestó uno de los
médicos presentes.
—¡Este idiota se enchufó todas las sondas solo. Está perfectamente bien! —agregó
Irma.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 22
Como era previsible, la vuelta con la Universidad de Chile terminó con la eliminación de
Boca. El partido fue un bodrio bíblico. Empataron 0 a 0 siendo la figura del partido la voz
del estadio, Pablo “el turco” Demir. Si hoy tenemos un boom de nombres raros y
problemas para entrar en Estados Unidos, ésta es la explicación.
Con los jugadores sin poner su parte en el espectáculo, el Turco se puso el partido al
hombro. Sería el minuto siete del segundo tiempo cuando empezó el verdadero show.
“Aaaatención, Aaaatención. Se requiere la presencia del dueño de un Ford Escort chapa
patente GJA 987 color gris en el sector para socios norte en calle Pinzón”. Parecía ser otro
anunció más pero en realidad fue algo más parecido al pase de Héctor Enrique a
Maradona ese 22 de junio de 1986. Pablo, cual el Diego en un estado de gracia, tomó el
micrófono Moganet F233H, tomó aire y empezó: “Se requiere también alguien que
acompañe a Fontana ¿no?” La popular contuvo el aliento. Los jugadores en el banco de
suplentes se pusieron de pie. “Y hay que poner la patita, Salas”. Ya la gente en la platea
que daba a la calle Filiberto comenzaba a llenarse los pulmones de aire. Los jugadores en
la cancha estaban tan metidos en el partido que no tomaron conciencia de lo que se
estaba gestando en sus narices. El Turco no se detuvo. Como el Diego, ya había superado a
Reid y Beardsley. “Y a ver si ganamos una en el área contraria, Farengo”. Adiós a Butcher
que le miraba la espalda a Maradona. “Trajimos las manos hoy, Moreno?” Fenwick no
podía tomar al 10, “¡¿Línea de 3 en Boca, Carragher?! Se revuelca en su tumba el chiche
Soñora”. Y Diego Soñora, vivito y coleando, aplaudía viendo el televisor; y Peter Shilton ya
estaba desparramado por el suelo. Esa maravilla de intervención sólo podía terminar de
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una forma. Con las más de cuarenta mil almas en la cancha y los millones siguiendo las
inclemencias del juego en estado de ebullición, totalmente en cuero y bramando in
crescendo, el turco definió al primer palo de la posteridad. “¡Y vos Chávez Y LA PUTA
MADRE QUE TE RE MIL PARIÓ!”
Hubo aludes en la platea baja. Promesas de embarazo y revoluciones en los hogares
argentinos. Fue un momento mágico en el que este país binario se unió en una puteada. Sí,
incluso la familia de Chávez. .
De haber culminado ahí estaríamos hablando de una de las páginas más simpáticas del
deporte argentino. Pero Pablo “el turco” Demir tenía más cosas para decir. Habiendo
pasado unos dos minutos de total éxtasis en la cancha de Boca, con la hinchada cantando
a viva voz, el Turco abrió la boca ya decididamente en plan de que todo se vaya al carajo.
Con su voz un poco tapada por el estruendoso griterío de la multitud largó un “Vas a tener
que cambiar el CBU, Perdomo”. Algunos lograron percatarse y comenzaron a buscar ya la
cabina de transmisión con la vista. Hasta que tiró la ya célebre frase “BonJovi1999 es una
contraseña que usan los putos, Derti”. Y la cancha se convirtió en un sepulcro. Y el Facha
Derti, que era más bueno que un paquete de Quaker escuchando Spinetta, perdió la
cabeza. Con el partido aún en juego salió disparado por la boca del túnel que llevaba al
vestuario y junto a él todo Boca. Jugadores, utileros, médicos, fisioterapeutas,
comisionistas, todos. Y Cereseto, por supuesto. Las imágenes que pudieron verse en el
resumen de la noche mostraron cómo hicieron todo el recorrido hasta la cabina de
transmisión. Nunca habían corrido tanto, con tanta energía como para ir a pegarle a
Demir. Tanto es así que la prensa partidaria después incluso les pegó por eso. “100 metros
en nueve segundos para limpiar su nombre pero para ganarle a los chilenos no levantaron
las piernas”. Y algo de Justicia había en esas palabras. De hecho, la dirigencia mandó a
hacer pruebas de dopaje porque estaban decepcionados. Cómo habían elegido drogarse
en el partido de local y no en la ida, pensaban. Un verdadero despropósito.
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Capítulo 23
Al día siguiente Claudio fue a visitar a sus amigos a la agencia. Sentía que les debía el
agradecimiento por cómo lo cuidaron tras el incidente de la cita y porque, obvio, tenían
que hablar de lo sucedido en la Bombonera.
—Ahí ´ta, ¿vieron? Es increíble este Silva. —Dijo Norberto mientras contestaba el
teléfono. —¿Qué dice Silva, a quién le apostamos ahora?
—¿Cómo le va yerno? —se escuchó del otro lado de la línea mientras Norberto
palidecía.
—¿…Edgardo? ¿Cómo está? Ermm… ¿pasó algo?
—¿Aparte del episodio del Aston Martin?
—...Sí, aparte. ¿La Lucre está bien? Porque venía sintiéndose rara…
—Mi hija está impecable. Sabe qué yerno, estuve meditando un poco nuestra
situación...
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Claudio y Miguel pudieron darse cuenta al instante que del otro lado había malas noticias
mientras se cruzaban miradas de preocupación.
—La cuestión yerno es que he llegado a una conclusión que podría poner fin a
todo esto…
—No Edgardo, no se apresure, no piense locuras. Contuberniemos un poco si
quiere.
—No tiene idea de lo que significa “contubernio”, ¿verdad?
—No, ni puta idea…
—Como le decía; creo que encontré la forma de sellar una paz noble.
—¿Como un armisticio?
—Mire cómo sabe palabras raras, yerno. Efectivamente. Un acuerdo entre
caballeros para finalizar esta.... cómo decirlo… disputa.
—Bueno, sí, sí. “Paz a los hombres que ama el Señor” y todo eso. ¿Qué tenía
pensado?
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Todo a Ganador por Martin Rodríguez Ossés
Claudio y Miguel cruzaron miradas bíblicas. Del tipo del antiguo testamento en la que
Isaac, atado a una piedra, mira a su padre Abraham con un cuchillo de veinte centímetros
hablando solo a una nube con forma de Caniche.
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—´Peren, Miguel tiene razón. Necesitamos dos más. Pero tenemos que conseguir
dos buenos-buenos. —pensó en voz alta Norberto
—¿El “huevo” Marinelli? —comenzó a enunciar Claudio
—Nah, muy pecho. —le respondió Miguel
—¿Gonneto?
—Gonneto perdió una gamba, Claudio… en el ´85 la perdió.
—¿El Vasco?
—¿Aguirregaray?, ¿Vos pretendes cagarte a trompadas al minuto de juego?
—¡Ya está! El negro Lorenzo.
—Sí. Sí, carajo. El negro de una. La mueve toda. —respondió casi aliviado Miguel
—Perfecto, nos falta uno más. —puntualizó Norberto.
—Bueno, el quinto es obvio pero… —empezó a decir Claudio
—No, ni en pedo. —lo frenó en seco Miguel
—Estoy acá muchachos, ¿de qué carajo hablan? —preguntó preocupado Norberto
—No, no.. dejame pensar otro.
—¿otro? No me boludeen asi…
—El Pipi, Beto.
Matías Ardelo, “el Pipi”, era el compañero de facultad del Beto. Íntimos. Salida a los
boliches; seguir a River juntos; rendir como el orto las materias al mismo tiempo. Culo y
calzón. Hasta Lucrecia. Cinco años atrás se pudrió todo. Matías le quemó la cabeza al Beto
con Lucrecia. Que la amaba, que ya tenía fichado el departamento en Devoto donde iban a
vivir, el nombre del perro que iban a tener. Pero a la Lucre le gustaba el Beto y bue…. El
Beto no supo, no pudo o no quiso manejar ese quilombo. Matías lo mando a la concha de
su madre y Norberto agachó la cabeza.
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Capítulo 24
No había tiempo que perder. Primero llamaron al negro Lorenzo que dio el sí más rápido
que una golddigger en las Vegas. Después se subieron al Duna y enfilaron para la Galería
Pacífico. El pipi atendía en un local de electrodomésticos. Les tomó como una hora por el
tránsito infumable de la ciudad pero lograron pescar a Matías antes de que cierren.
—¿Y Uds. qué hacen acá? ¿se les perdió algo? —preguntó evidentemente enojado
Matías.
—¿Qué hacés Pipi? Necesitamos hablar con vos —dijo tímidamente Norberto
—Sí, acá el Beto te va a interiorizar de una situación. Nosotros vamos a estar
viendo las licuadoras. —agregó Claudio mientras tomaba del brazo a Miguel y enfilaban
para el fondo del local.
—¿Qué querés?
—Necesito tus piernas
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—…
—No, no. Eso sonó como el culo. Necesito que juegues conmigo un partido de
fútbol.
—¿Posta? ¿Así de la nada caes un par de años después y me batís ésto?
—Creeme que es importante. Y creeme que me siento como el culo por lo que
pasó.
—Si viniste acá lo primero te lo creo. Lo segundo no sé.
—Afloja un cacho, pipi. Fui un boludo…
—Fuiste un forro.
—´Ta bien, ponele. Pero no tenía intención de pudrirla…
—¿Y qué mierda es esto de un partido de fútbol?
El Beto se pasó los siguientes quince minutos tratando de explicar la situación, buscando
ver cómo hacía para conseguir un poco de empatía con un tipo que lo quería cagar a
trompadas desde el minuto cero en el que entró al local. Mientras tanto, Claudio y Miguel
buscaban perder el tiempo en la sección cocina y quedaron perplejos con las
características de una multiprocesadora.
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Capítulo 25
La combi llegó puntual. Habían decidido juntarse todos en la esquina de Belgrano y Lima.
El partido se jugaba en un country llamado Brisas del Pilar cerca del kilómetro treinta y
cinco del Acceso Norte. Estuvieron más de treinta minutos para dejarlos pasar por la
burocracia de la garita y unos quince más por el racismo del flaco de seguridad cuando lo
vio al negro Lorenzo. Cuando lograron que los dejen pasar avanzaron otros dos kilómetros
hasta dar con las canchas. Eran un espectáculo. El césped era una alfombra persa, todo
parecía de estreno. Hasta se podía oler la pintura fresca de las líneas. Y los vestuarios. Una
cosa impresionante. Ahí se cambiaba el Rey de Dinamarca y se sentía un groncho.
Ni bien se bajaron de la combi los recibió Edgardo y les indicó que en quince minutos los
esperaba en la cancha principal. Tras el breve saludo los dejó y ambos se encaminaron
hacia los vestuarios. Edgardo se metió tras la puerta que rezaba “locales” y el Beto y
compañía en el que rezaba “invitados”.
Tras hacer un paneo general Edgardo tomó la palabra y se dirigió a los suyos.
—Señores, los convoqué para una misión que los trasciende. Me he tomado el
tiempo para investigar un poco este deporte y creo que Uds. son los mejores exponentes
del mismo. Al menos a mi disposición. Pero los mejores, al fin y al cabo. Hoy se ganarán su
plata en buena ley. Honrarán la memoria de su familia…
—Yo crecí en un orfanato señor…
—Entonces hoy UD. es Batman, caballero. Como les decía, hoy no quiero errores ni
excusas. Quiero la victoria y quiero una para el recuerdo.
—Bueno muchachos. Hoy nos pelamos el orto. Hay que dejar la vida, eh. Estiren
bien que si alguien se acalambra va a tener que seguir corriendo. Si no terminamos en el
hospital pidiendo una transfusión de líquidos porque nos chivamos todo los voy a cagar a
piñas uno por uno. La vida, eh. —comenzó arengando Norberto
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—Gente este es un partido para contarle a tus pibes, a tus nietos. A tu señora
cuando te dice que sos un fracaso porque no sabés cambiar la lamparita o arreglar el
inodoro. Esta es la gesta, L A G E S T A —continuó Miguel batiendo el brazo.
—Muchachos, nosotros somos unos elegidos por Dios. Nos puso en esta tierra
para esto. Este día, esta cancha. Y como mensajeros de una divinidad vamos a ser su brazo
ejecutor y les vamos a ganar a esos putos como sea. —agregó Claudio parado sobre uno
de los bancos con los ojos inyectados de sangre.
Los cinco entraron a la cancha y sintieron un mazazo en el pecho. Del otro lado de la
mitad de la cancha los esperaba el equipo rival. Y Edgardo. El suegro había logrado juntar
un dream team. Al arco iba Marcos “La araña” Sandoval. Ex arquero de Chacarita. Abajo
los gemelos Benjamín y Bautista, dos rugbiers de 1,95 mts de altura hijos de Pereyra
McLugen. En el medio Diego “gambeta” Bretone, una joya de los intercountry y arriba
Martin “tincho” Schmidt. Un blondo de físico privilegiado vecino de Edgardo al que
Norberto percibió como la amenaza número uno cada vez que tenía que pisar Nordelta.
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Comenzó el partido. Gol. Veinte segundos, gol. Treinta segundos, gol. No habían llegado a
los cinco minutos de la hora pactada y ya caían 5 a 0. Simplemente no había forma. La
supercomputadora Deep Blue que venció al ajedrecista Kasparov corrió los análisis y no
había otro resultado que no sea una derrota de las que llevan al suicidio. Pero los milagros
existen. En el fútbol al menos. Corría el minuto siete más o menos cuando los gemelos
fueron a trabar la pelota con el Pipi que pisó la pelota y se frenó en seco. “Benja y “Bauti”
se quebraron mutuamente al patearse las canillas. Una escena horrible que provocó los
vómitos de todo el club house que sirvió de locación para los primeros auxilios. Claro que
para Norberto era la mejor noticia posible y se le hacía difícil ocultar la alegría.
—Bueno, una tragedia la verdad, ¿no? Una lástima tener que terminar así… que
ganar así, por walkover. —manifestó Norberto
—¡Un bajón! —Lo secundó Claudio
—Terrible. Y qué pérdida, eh. Enorme pérdida para el rugby nacional —agregó
Miguel
—Un momento, un momento. Esto no se termina nada. —respondió Edgardo
—Pero suegro cinco contra tres no se puede. Es una regla conocida.
—Párrafo diecisiete, inciso dos, Señor Edgardo —precisó Claudio con la seguridad
de un vendedor de autos.
—No se termina nada. Juego yo. —respondió Edgardo
Los amigos se miraron y Norberto respondió con vehemencia: “Por supuesto” mientras el
resto se encogía de hombros.
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Capítulo 26
¿Ganaron el partido, la batalla de Brisas del Pilar? Ni en pedo. Se comieron ocho más. Y
eso que eran cinco contra tres porque Edgardo la que tocaba iba para el contrario. Y la
patada más chica que se comió ya tenía licencia de conducir. Sólo pudieron achicar la
distancia a falta de diez minutos cuando el suegro simplemente no podía mantenerse en
pie. Pero no dejó nunca la cancha. Era tal el amor propio y la aversión a su yerno que sólo
se iba en ambulancia o cuando el FMI lo dictara.
Pero Norberto no lo sintió como una derrota. No sólo se había enfrentado a un combinado
superior en todo sentido sino que logró un plus. Junto con los cientos de cartones de
lotería exhibidos en la vidriera del local se lucía la orden de restricción a su suegro.
Enmarcada en oro, del caro, del que tiene dos generaciones de mineros en la espalda. Y el
resto tenía sus vivencias para hacerse el juglar en lo del Gallego. Por supuesto que estamos
hablando del fino arte de la exageración y el chamuyo. Claudio, que había metido un caño
de casualidad, se pasó dos meses convocando gente por internet para dar seminarios de
“Subversión al orden futbolístico”. Metió dos lucas de gente en lo del Gallego durante
ocho jueves. Toma birra gratis en agradecimiento hasta el día de hoy.
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El tercer miércoles de noviembre los encontró a los cinco en lo del Gallego con “Desde el
Tablón” a todo volumen en la tele. Los primeros treinta minutos del programa fueron
dedicados a una cronología de los partidos que llevó a ambos equipos a disputar la final,
algunas “perlitas” de los partidos y el análisis de las jugadas polémicas que, obviamente,
fueron ciento cincuenta mil. Hacia el minuto treinta y cinco el Mago Fabros abrió la
conexión a la sede de la AFA en calle Viamonte donde Laureano Bonomín transmitía las
incidencias respecto al sorteo de los árbitros.
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A la hora y veinte minutos tuvimos los resultados del sorteo. Onorma se paró en la puerta
de la sede frente a los periodistas y prosiguió a leer.
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Capítulo 27
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Capítulo 28
Los cuatro daban vuelta por el local del Beto. Caminaban por las paredes. Hacía ya dos
horas de la última comunicación con Claudio. A estas alturas podía estar por llamar en
cualquier momento. Desde el hospital o la comisaría. Pero ya medio que les chupaba un
huevo. Tampoco es que si no se podía dar un secuestro se iban a querer matar, ¿no?
Finalmente sonó el ruidito de mensaje de Whatsapp. “Abrochado. En la semana vamos a la
parrillita a festejar” tiró Claudio como quien comunica que aprobó un final de
Antropología II.
Una hora más tarde llegó Claudio al local con una sonrisa de oreja a oreja.
—Contá, ¿cómo fue? —preguntó con signos de desesperación Norberto
—Bien, una pinturita. Bah, al principio un poco espeso el tema, ¿no? “Hola
Edgardo”, ¿Qué hace acá, animal? “!Seguridad!” pero se resolvió al toque. Tu suegro es un
hombre bien…
— Bien hijo de puta, Claudio
—Bueno sí, pero es razonable. Bien contactado y huele de puta madre. ¿Sabías
que usa el mismo perfume que Jean Paul Belmondo?
—Sí, Claudio. Soy el yerno. ¿Sabías que me rompió las pelotas con esa boludez las
primeras ciento ochenta cenas de pascua? ¿Qué te dijo?
—Uf, una bocha de cosas hablamos. Estuvimos como una hora ahí rosqueando…
—Pero de mí qué dijo…
—Ah, ¿de vos? No vas a poder salir más del país, tenés micrófonos ocultos en tu
casa hace como tres años y yo que vos no comería cereales nunca más. Pero giladas…
—…
—Lo importante es que está con nosotros en un 100%. Aunque si sale mal dijo
que no nos conoce, obvio.
—¿Pero hay un plan o algo, como se secuestra un árbitro? —preguntó el Pipi
—Ah, esa es la mejor parte. Nosotros no tenemos que hacer nada. Me dio el
teléfono de unos flacos. Me dijo que son profesionales. Lo mejor del ámbito local.
—Ah pero tu suegro es un amor, Beto. —dijo el Negro
—¿Te dio el teléfono del Grupo Mandril? —preguntó Miguel
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—No, no. Me dio una tarjetita con un número y dos nombres. “Pampers y Pan
Lactal” Sí, ya sé. Puse la misma cara pero tu suegro me dijo que a estos tipos los llaman
hasta de Europa Central.
—¿Pero vos le dejaste en claro que es para evitar que dirija un partido, no? No
queremos que aparezca en un zanjón cortado en partes iguales. —dijo Norberto.
—Sí, sí, claro. Aunque diez partidos…
—La puta madre, Claudio. No se va a morir nadie, ¿me entendiste? Es más, dame
la tarjeta. Voy a llamar yo.
Norberto tomó la tarjeta, agregó el contacto al Whatsapp y lo llamó por esa vía.
—Hola, estoy hablando con… a ver, déjeme ver otra vez... “Pampers”?
—No, Pan Lactal. ¿Quién habla?
—Eh… mire. Mi nombre es…
—¡no le digas tu nombre de verdad! —lo interrumpió susurrándole Miguel
—Eh… Popeye…
—¿Popeye? Ya me estoy imaginando la jeta del flaco en el registro civil —se
escuchó del otro lado del teléfono
—En fin, nos dijeron que ustedes suelen ocuparse de este tipo de asuntos...
—¿Qué asuntos?
—Erm… bueno… digamos que hay una persona que tiene que asistir a su lugar de
trabajo y nosotros tenemos la intención de que no vaya a trabajar.
—¿Mal jefe? ¿Le pagan mal?
—No, no. El trabajo paga bien. Creo.
—¿Y cuál sería el problema, está enamorado del jefe y se le arma quilombo en la
casa? No tengo nada con las elecciones sexuales de la gente, pero me gustaría saber cómo
viene la mano.
—No. Me parece que no me expliqué bien. Pongámoslo así. Si esta persona va a
trabajar va a perjudicar a mucha gente y nosotros queremos evitar una situación
desagradable.
—Ah, ya se. Un gerente de un banco.
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—No, no, je. Claro, podría ser pero no. Es más del ámbito deportivo. Del fútbol
más precisamente.
—´Perate un cacho. ¿un árbitro?
—¡Alcoyana-Alcoyana! Sí señor, un árbitro —dijo con una sonrisa Norberto
—.¡Opa! Estamos hablando ya de un tema que atañe a la felicidad del pueblo
argentino. ¿Y de quién estamos hablando?
—¿Se puede decir el nombre por acá?
—Sí, fuma. Ésto está encriptado en el mayor de niveles. El código enigma una
pavada.
—Este.. Pe… Petrescu.
—¡¿El gitano?!
—Sí. El mismo. ¿Lo conoce?
—Que si lo conozco, ¡me cagó diez partidos!
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Capítulo 29
Ese miércoles 3 de diciembre amaneció con una humedad asquerosa y para las 8 am ya
teníamos treinta grados. El pronóstico hablaba de una máxima de cuarenta con sensación
térmica por encima de los cuarenta y cinco; y a la noche, horario del partido, probables
tormentas con caída de granizo. La cuestión del clima había sido sujeta a discusión en AFA
pero hace varios días se había logrado consensuar con la policía el tema de la seguridad,
los quinientos efectivos innecesarios, las cuadras para los trapitos; y la televisión ya había
cerrado las pautas publicitarias y se esperaba un rating altísimo. Si esa noche pasaba un
tornado se jugaba igual. De hecho los poderes del estado habían decretado un feriado
ridículo y el cese de todas las actividades para no trabajar al día siguiente. Si entrabamos
en guerra el enemigo sencillamente tendría que esperar. Confiábamos en el respeto ajeno.
La semana pasada, y tras varios debates se había confirmado la plaza para la final
quedando desestimada la cancha de Vélez. Se jugaría en la cancha de River por mejores
accesos y mejor recaudación. La hinchada de Huracán ocuparía los sectores de las tribunas
Sívori y San Martín, mientras que la parcialidad racinguista iría a las tribunas Centenario y
Belgrano.
Conseguir entradas para el partido fue un verdadero parto. Miguel y el Negro fueron a
Parque Patricios en búsqueda de sus dos populares. Habían pagado una fortuna pero al
lado de tener que costear los viajes por Sudamérica seguía siendo una ganga. Claudio,
Norberto y Matías se pasaron dos días haciendo fila y durmiendo en la calle Colón pero
lograron ser de los primeros en las boleterías del Cilindro de Avellaneda. De hecho, días
más tarde el Pipi confesaría que hizo como diez lucas con la reventa.
La mejor de las noticias había llegado en la mañana del día anterior cuando la televisión
reportó el ingreso a una prestigiosa clínica del árbitro de primera división, Diego Jerónimo
Petrescu. El informe leído ante la prensa por parte del encargado de comunicación de la
clínica rezaba lo siguiente: “En la noche de ayer, a las 23:33 hs del Lunes 1ro de Diciembre,
el Señor Diego Jerónimo Petrescu ingresó junto a dos individuos caracterizados como
Teletubbies (el violeta y el rojo) a la guardia de la clínica con un cuadro de diarrea severa.
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No presenta síntomas de violencia ni reviste mucha seriedad. El alta está prevista para la
mañana del Jueves 4. Los Teletubbies quedarán en observación por requisito del Jefe de
Gobierno, digo de sus padres”
Por la ausencia de Petrescu se terminó designando a nuestro viejo amigo, David Ariel
Koveski. La designación del “ruso” disparó los precios de los productos de primera
necesidad pertinentes: la cerveza aumentó un 25%, la picada un 30% y las telefónicas
estipularon un aumento en el costo de los datos del 4g. Sería la fiesta que el fútbol y la
inflación argentina se merecían.
Esa final de Copa Argentina también presentaría algunas novedades. Sería la primera en el
uso del VAR (Video Assistant Referee) que en el país se renombró, no con poca polémica,
al acrónimo CHOTA (Consejo Honorable Omnipresente y Temido para Autoridades). Otra
novedad fue la introducción de una votación para celebridades como parte del
espectáculo en el entretiempo donde la dupla Pablo “el turco” Demir y un holograma de
Mercedes Sosa se impusieron con el 98% de los votos. Finalmente se dispuso que por
única vez se introdujera la regla del gol de oro.
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Capítulo 30
Faltaban menos de cinco minutos para el comienzo y un trueno hizo saltar del cagazo a las
cuarenta mil almas en la cancha y a otros tantos más en los alrededores. No pasaron ni dos
segundos que se cayó el cielo y una cantidad obscena de agua comenzó a bañar a los
presentes en forma de precipitación. “Otra vez sopa. Racing y la puta madre que te parió”
pensaba Miguel desde lo alto de la popular. Como era de esperarse, la verdadera élite del
capitalismo afloró con todo y de abajo de las piedras salieron unos cincuenta tipos
vendiendo “pilotos” contra la lluvia: dos cachos de papel celofán con la densidad de un
papel manteca al módico costo de un mes de alquiler. Estos se fueron a Camboriú y
dejaron propina en dólares.
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Esa noche Racing iba completo, con lo mejor. Repetía formación por enésima vez. Dellier
hacía dos rondas ya se había consagrado como goleador record de la competición y
Morales estaba a un pase gol de conseguirlo en calidad de asistidor. Huracán venía firme
también. Nunca logró un juego vistoso pero si te enchufaban un gol después no lo lograbas
embocar nunca. Los centrales eran unas fieras. Cáceres, el dos, venía pidiendo titularidad
en la selección hace un mes; y Lavelo, el seis, un pendejo atrevido, ya tenía asegurado un
pase al fútbol italiano.
Los primeros diez minutos fueron todo por lo que el espectador pagó. No había mitad de
cancha. Los jugadores de uno y otro equipo pasaban de defensa a ataque en un
santiamén. Encima el diluvio permitió en esa primera fase una cancha muy rápida. Claro
que después el tema cambió. Para el minuto quince se empezaron a registrar los primeros
charcos y la pelota comenzó a frenarse peligrosamente. Casi que desde el campo de juego
se podía escuchar al unísono los gritos de Claudio y Miguel en ambas cabeceras: “¡Por
abajo no, imbéciles!”. Y los jugadores comprendían que las inclemencias del tiempo habían
incidido en el terreno. Pero cuando no se veían los charcos el pase al ras se hacía muy
tentador. Así llegó la primera jugada de riesgo. Galíndez, el cinco de marca académico,
tocó de memoria para Aferón, el central. Pero la pelota quedó a mitad de camino y
Bernau, el 9 del globo, interceptó el pase y aceleró a mil por hora dejando en el camino a
Aferón. Solo frente a él quedaba Filmus que ensayó la posición mundialmente conocida
como “la de dios”. La que inmortalizó Hugo Gatti. Bernau tiró levemente la pelota para
adelante para asestar el derechazo letal. Un pequeño charco al borde del área volvió a
frenar la pelota lo que permitió que el segundo central, Giménez, consiguiera alcanzarlo y
frenarlo con falta. Koveski, que entendía el showbusiness como nadie, cobró penal.
La cancha explotó. Los de Huracán estallaron en un grito seco y se abrazaron como nunca
en la vida. Los de Racing hicieron lo suyo. Insulto desmedido, algunos lanzamientos de
bebida sujeta a situaciones inflacionarias y epítetos heterodoxos. La cosa sana.
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viene a cagar el día” le gritaba en la cara Claudio al Pipi. Se escuchaba un intimidante “Pedí
CHOTA” desde la parcialidad racinguista que rápidamente comprendió lo que estaba
gritando y en un acuerdo mutuo cambiaron el reclamo de forma inmediata. Pero Koveski,
el rey de este deporte, desobedeció las indicaciones de la cabina justificándose en su
figura de autoridad total y marcó penal. Miguel juró en ese momento que si Huracán
ganaba gracias al “ruso” iba a dedicar el resto de su año a conocer las sinagogas de la
Capital Federal.
La pidió Bernau. Agarró la pelota e intentó secarla con su camiseta mientras jugaba con los
tapones del botín en el punto penal para evitar un resbalón. Tomó como veinte pasos de
carrera, aceleró y a falta de un metro se detuvo en seco, acomodó el empeine y le dio a la
derecha media altura. Filmus, poseído por el espíritu del Pato Fillol voló hacia ahí y sacó la
pelota a mano cambiada. Atajadón descomunal. Claudio sintió que le volvía correr la
sangre y el corazón le latía al ritmo de un doble bombo de trash metal. Miguel, en los que
pudo ser uno de los errores más grandes de su vida gritó “¡De Huracán tenías que ser!
Pero para su fortuna tamaña boludez fue tapada por el grito general. El Negro, que estaba
al lado, lo escuchó y le dirigió una mirada gélida. “De ahora en adelante no te quiero
escuchar ni la respiración. Pelotudo” le batió el Negro. Y tenía razón.
El primer tiempo, y el estado de la cancha, permitieron un par de avances claros más para
ambos equipos. Casi al final Racing tuvo una inigualable. Morales jugó una pared con
Leguizamón llegando al área grande y remató fuerte al palo derecho. La pelota hizo sapito
y obligó al arquero Montoya a dar rebote. Dellier le ganó en velocidad a Cáceres y casi
abajo del arco definió rápido pero Montoya le achicó todo el ángulo y con el pecho desvió
el disparo. Tras el córner, horriblemente pateado, Koveski pitó el final del primer tiempo.
El inicio del entretiempo coincidió con lo peor de la tormenta. No sólo caían gotones del
tamaño de un bebé sobrealimentado sino que las ráfagas de viento alcanzaron los 100
km/h. Las primeras víctimas de la tormenta fueron los que estaban cerca de quienes
llevaron paraguas. Se perdieron dos ojos ese día. Uno marrón del Gordo Bernardito y otro
azul de un turista alemán. Hanz. Cardiólogo, medio nazi. Para peor, mientras gran parte
del público buscaba refugiarse en los pasillos internos, la voz del estadio invitaba a ver al
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“Turco” Demir haciendo karaoke de “La Isla del Sol” con el holograma de Mercedes Sosa.
El turco duró dos minutos en el campo de juego, el holograma nunca apareció y a la cabina
de la voz del estadio la cagaron a piedrazos.
La transmisión televisiva también sufría sus percances. Cereseto terminó en la fosa tras
una ráfaga de viento violentísima. “¿Marcelito, estás?“ Preguntaba el comentarista. “Por
favor, seamos serios y no perdamos la línea de conducta, Marcelo.” agregaba.
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Capítulo 31
Para cuando empezó el segundo tiempo la cancha era un lodazal. La verdad es que no se
podía jugar pero el veedor de la AFA le había dicho a Koveski que bajo ningún punto de
vista podía suspender el partido. El segundo tiempo fue asqueroso. No había forma de
pasarse la pelota y cada vez que se iba al piso había riesgo de amputación. De hecho la
ambulancia metió primera más veces que turista en ruta 2 un jueves de Semana Santa.
Para el minuto veinte la temperatura estaba en diez grados. Los jugadores ya comenzaban
a acalambrarse y en la tribuna se cultivó una gripe fenomenal que terminó por enfermar a
más de un tercio de la población de la capital en las semanas subsiguientes. Era inhumano.
Y eran cuarenta y cinco puntos de rating.
Después llegó otro problema. Estaban todos tan embarrados que ya no se distinguían los
números. La televisión pudo superar el problema. Bastaba con relatar cualquier cosa.
Como siempre. Pero Koveski se empezó a cebar con las tarjetas y ya no sabía a quién le
había sacado. Tiempo después se calculó que había amonestado por lo menos tres veces a
Cáceres y otras tres a Aferón.
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El partido no entregaba ninguna emoción, salvo por supuesto por la compostura casi
zombie de los jugadores que entre los golpes y el frío apenas podía coordinar los
movimientos.
Koveski dio tres minutos de adición. Toda la cancha lo puteó. Era completamente
innecesario. Encima estaba la puta regla del gol de oro. Faltando cuarenta segundos y
fracción Galíndez recibió justo detrás de la línea de mitad de cancha. Pegó un pelotazo
frontal idéntico a sus últimos veinticinco toques. La pelota la peinó Morales y le quedó en
el punto de penal a Dellier.
Claudio, congelado, en parte por la expectativa y otro por el principio de hipotermia, cerró
los ojos. Ya no quería ver. Miguel, lo mismo. Estaba a cuarenta segundos de volver a su
casa y dormir por tres días seguidos o tener que revivir el relato de ese gol arriba de un
Duna flojo de aceite por algún los caminos del continente.
El Pipi y el Negro estaban esperando ese gol. Irse bien a la mierda, bolsa de agua caliente y
no mirar fútbol por un mes.
El Beto estaba en otra. Estaba en Babia, feliz. Un minuto antes le había sonado el celular.
Era una foto enviada por Lucrecia. Era una prueba de embarazo.
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