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S2 C5.1.Los Vagabundos Eficaces

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Pedagogías Contemporáneas

FERNAND DELIGNY
LOS VAGABUNDOS

EFICACES
Fernand Deligny
Fernand Deligny es un referente de la Educación Social en Francia, donde ha
aportado múltiples miradas en relación a la crítica a las instituciones sociales.
Sus obras completas ocupan más de 1700 páginas de antipedagogía, y son
atravesadas de cine y poesía.
Índice

Introducción ………………………………………………………………. 9
Jordi Planella

Los vagabundos eficaces

Capítulo I. El bien, el mal y sus campeones ……..……………………….. 47

Capítulo II. Diario de campo (enero-mayo de 1946) .…………………... 53

Capítulo III. Post scriptum/ mayo-junio de 1946 ……………………….... 111

Capítulo IV. Los vagabundos eficaces ……………………………………. 119


Introducción
Jordi Planella

A Segundo Moyano, fraternalmente.

Para Francisco, Jaime, Carlitos, Antoñito, Joan, y a otros, que me


enseñaron el arte del vagabundeo eficaz.

Será necesario, por favor, liberar a los niños al mismo tiempo y


ubicarlos cerca de educadores con presencia ligera, que provoquen
alegría, siempre listos a remodelar la arcilla redonda, vagabundos
eficaces maravillados por la infancia.

Fernand Deligny

Fernand Deligny o la tentativa


de una pedagogía surgida en el Limbo

Escribir estas páginas de presentación del libro de Fernand Deligny, Los


vagabundos Eficaces, me produce -sinceramente- escalofríos. Deligny es uno de
los grandes pedagogos -o antipedagogos, según le gustaba considerarse- cuyo
nombre debe escribirse con letras mayúsculas en la historia del pensamiento
pedagógico y debe pronunciarse con fuerza, mucha fuerza. Mientras redacto
este texto de presentación, mi viejo ejemplar (publicado en 1971 por ediciones
Estela) me mira de reojo. Sus páginas han saltado del lomo del libro, se han
roto, pero siguen desprendiendo “pedagogía. Cuando me topé con este
ejemplar -noviembre de 1996-, anoté en el mismo: “para trabajar con los
estudiantes del Seminario de tercer curso”. No recuerdo si llegamos a trabajar
el texto, pero recuerdo que el ejemplar procedía de un fondo que el profesor de
Pedagogía Terapéutica, Miquel Meler, había donado a la universidad en la que
entonces yo daba clases. El libro y otros del mismo fondo habían seguido un
periplo de posibles donaciones y nadie quería incorporarlos en sus fondos
bibliográficos. Las bibliotecas empezaban a querer únicamente libros actuales
y a ser posible de contextos geográficos anglosajones. Frente a la posibilidad de
du abandono o su destrucción, conseguí “apadrinar” algunas cajas de libros
que casi veinte años después todavía conservo con pasión y cuidado. Sin
ninguna duda, Los vagabundos eficaces fue el gran libro, el gran descubrimiento
que me ha acompañado a lo largo de estos casi veinte años y estoy seguro que
lo seguirá haciendo muchos más.
El proyecto de traducción y reedición del texto de Deligny se encuentra
enmarcado dentro de un proyecto más amplio vinculado a la formación de
educadores sociales, ya que Deligny está detrás de muchos saberes que han
sostenido y sostienen la educación social en el período 1969-2015 en nuestro
contexto geográfico y pedagógico. La propuesta de edición del texto de
Deligny puede ser interpretada como un cierto acto de resistencia a la brutal
tendencia de ocupación de los saberes desde posiciones anglosajonas, pero
también puede ser interpretado como un acto de promoción de un autor más
que relevante en el campo de la Educación Social y excesivamente
desconocido1.
A pesar de que he escrito algunos trabajos previos en que de forma parcial
afronto la obra de Deligny, este es el primero que inicio con un cierto nivel de
profundidad y que representará una amplia introducción en lengua española a
la obra de dicho autor2. En estos momentos, Deligny y su obra me siguen
acompañando en distintos trabajos y proyectos. Entre ellos quiero destacar:
EduTRANS*: prácticas corporales y diversidad sexual en contextos educativos
(2015) o “Fernand Deligny y la política de lo extremo: formas de pensar y vivir
la locura” (2015, en prensa)3.
La edición traducida en 1971 por Enrique Molina debía ser actualizada y
esta nueva ha corrido a cargo de Rodrigo Zapata, profesor de Historia de la
Ciencia y premio nacional de traducción de Colombia. Deseamos agradecer
especialmente su labor precisa. Se trata de una traducción sigilosa, detallada y
que permite al lector en lengua española descubrir la esencia de ese complicado
lenguaje que utiliza Fernand Deligny.

1 En diferentes asignaturas del Grado en Educación Social de la UOC ya se proponen


lecturas de textos de Fernand Deligny, pero siempre son lecturas parciales por la
imposibilidad de acceder a textos completos (asignaturas como Historia de la educación o
Pedagogía de las relaciones humanas son un ejemplo de ello).
2 En especial el capítulo “Tres educadores en busca de una pedagogía (nómada)” que gorma

parte de mi libro Ser educador: entre pedagogía y nomadismo. Barcelona: Ediuoc, 2009 (págs.
175-192).
3 VV. AA., Antropología y pedagogía de la salud mental. Barcelona: Materiales del posgrado

en Salud Mental Colectiva, UOC


Sobre el autor

Fernand Deligny sigue siendo uno de los grandes referentes en el campo de


la pedagogía francesa y un gran desconocido en los países de habla hispana.
Pocos textos han sido traducidos a excepción del clásico Los vagabundos
eficaces (1971, 1983) y del reciente Permitir, trazar, ver (2008)4. El resto de sus
trabajos sigue accesible únicamente en lengua francesa (un francés nada fácil y
muy cargado de metáforas y dobles sentidos que dificultan enormemente la
comprensión de sus textos para un lector medio y no iniciado en su
terminología específica)5. Como ya he dicho, conocí los trabajos de Fernand
Deligny el mismo año que murió (1996) porque un profesor jubilado regaló su
biblioteca a la universidad en la que entonces yo daba clases y, como resultaba
imposible hacerse cargo de tantos volúmenes, estaban dispuestos a reenviarlos

4 Tal y como nos recuerda Françoise Ribordy-Tschop: “De 1940 à nos jours, il a conduit en
France plusieurs tentatives avec des enfants et des adolescents dans des institutions
officielles et dans des réseaux autonomes. Diverses lectures de l’oeuvre de Deligny sont
posibles. Des publications, peu nombreuses, en philosophie, linguistique et pédagogie en
témoignen”, Fernand Deligny, éducateur sans quialités (Ginebra: IES, 1989, pág. 29) Sandra
Álvarez de Toledo, compiladora de los textos incluidos en Permitir, trazar, ver (Barcelona,
MACBA, 1980) dice en la presentación: No carece de importancia que un museo tome hoy la
iniciativa de presentar al público español la obra de Fernand Deligny. Y no carece de
importancia que este museo sea el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), una
institución que se interroga sobre sus prácticas institucionales, sobre su responsabilidad
política, sobre su objetivo de investigación y de su significación antropológica. Los perfiles
poco perceptibles de la figura de Fernand Deligny lo sitúan en el núcleo de estas
interrogaciones. Se le conoce como “educador”. Él prefirió llamarse “poeta y etólogo”.
Educador, lo fue, si se consideran los cincuenta años de su vida dedicados a los niños
inadaptados, delincuentes, psicóticos, autistas, lo que él llama los niños “aparte”.
5 Tal vez lo que dice el mismo Deligny sobre el uso del diccionario en sus prácticas de

escritura ilustre esta perspectiva terminológica: “C’est que nes rencontres fréquentes avec le
dictionnaire soient souvent des accords. Ca vous étonne que je m’entende avec le
dictionnaire. Les motssont là. J’y vais voir. J’ai appris tout petit l’alphabet dans l’ordre. Je
les trouve à leur place, tout à fait comme les lettres dans l’alphabet. L’un après l’autre. Ils
sont du son et pleins de sens. Je les regarde un peu comme des coquillages quand je passais
des semaines au bord de la mer… Chaque fois que je regarde un mot de près dans le
dictionnaire, j’ai la même surprise que lorsque je regardais un coquillage veiné, orné. Tous
ces sens qui affleurent et les dates de leur apparition: 1280, 1315. Drôle de chose qu’un mot”
(Les enfants et le silence. París: Galilée, 1980, págs.. 33 y 34).
para su “destrucción”6. Al interceptar una de las cajas, apareció Los
vagabundos eficaces, publicado por la editorial Estela en 1971. Dicho ejemplar
iba acompañado del prólogo que hizo Émile Copperman7: “Nuestros
educadores no eran tales, en realidad, sino evadido de las cloacas del gueto de
Varsovia, judíos alemanes e intelectuales sin identidad, que, como nosotros,
esperaban el retorno a la normalidad para confundirse con los demás. Nosotros
no los queríamos mucho. Poco o nada nos enseñaban. Nos hacían adolescentes
haciéndose a sí mismos, nuevamente, adultos […]. Aquellas casas de niños se
quedaban vacías durante el día , y por la tarde se llenaban de masas corales, de
conferencias, de ensayos teatrales, etc.”8. Después de leer dicho prólogo todo
apuntaba a la idea que había realizado un gran descubrimiento. En esos
momentos me preguntaba cómo era posible que en cinco cursos de la carrera de
Pedagogía nadie, absolutamente nadie, hubiese pronunciado el nombre de
Fernand Deligny en ninguna de las clases. Tal vez ese mismo día me jurase que
dedicaría parte de mis trabajos y producciones escritas a estudiar la obra del
controvertido educador francés y a hacer lo posible por acercarla a todos los
educadores de nuestro país interesados en ella. Desde entonces Deligny me ha
acompañado en mi trabajo como educador social, mis clases en la universidad
y mis textos y sus palabras e ideas no han dejado de retumbar en mi mente. Se
ha convertido en alguien con quien dialogar y discutir nuevas y viejas ideas
sobre educación. Deligny me atrapó hace quince años y sigo enganchado a su
radeau (“red”) como si no pudiera superar esa forma de lectura, escritura y
subsistencia. Poco tiempo después descubrí también que, en la formación de
educadores especializados iniciada en España en 1969 a través del Centre de
Formació d’Educadors Especialitzats de Barcelona (impulsado y dirigido por
Toni Julià), Deligny aparecía -junto a Rosquelles, Bettelheim, y otros- entre
las lecturas de referencia que los aspirantes a educador debían afrontar9.

6 Jordi Planella (2008): “Inventario (parcial) de la biblioteca del profesor Miquel Meler”,
documento inédito.
7 Émile Copperman era el director de la colección “Malgré Tout” (éditions François

Maspéro), en la que apareció por primera vez el texto en lengua francesa.


8 Émile Copperman, en su prólogo a Los vagabundos eficaces (Barcelona: Estela, 1971, pág.

5). Y el mismo Copperman sigue diciendo: “Hoy, de pie, frente a la historia pedagógica, sin
casa propia ni sede social, sin despacho ni busto -ni un solo centro piloto le ha sido confiado-
, Fernand Deligny sigue casi solo. Los equipos de prevención, la reeducación en ambiente
abierto, los grupos terapéuticos le deben todo o casi todo. El método pedagógico Deligny no
es transmisible, no existe” (op. Cit. , pág. 16).
9 En el librito se anuncian y comentan diferentes libros para la formación de los educadores

especializados. A parte del ya citado de Deligny aparecen: M. Capul, Los grupos


Quiero advertir al lector que lo que presento no deja de ser una mirada
parcial (tal vez muy parcial) a la obra de Deligny, pues el volumen de la misma
y su nivel de complejidad lingüística y terminológica lo convierten en un autor
al cual uno siempre está llamando a regresar. Un autor que demanda,
necesariamente, una mirada hermenéutica.

Entre nomadismo y vidas sedentarias

Algunos autores proponen que la vida y la obra de Deligny podría


agruparse en dos momentos: uno inicial, vinculado a una topología nómada, y
otro centrado en un cierto sedentarismo, con su instalación en el municipio de
Monoblet (Houssaye, 1998). Pero lo cierto es que fijo o en movimiento, su
forma de pensar la educación, las instituciones y la relación con los sujetos de
la educción es en esencia nómada. No se deja atrapar, se convierte en un
pensamiento resbaladizo.
La educación puede ser entendida de muchas formas y desde múltiples
miradas disciplinares, pero creo que una forma -sencilla y natural- es
entenderla como una propuesta de movilización frente a posiciones estáticas de
las sociedades contemporáneas. Es desde esta perspectiva que entiendo el nexo
entre educación y nomadismo, a través del autor que vertebra el presente
trabajo. Se trata de presentar la pedagogía de Fernand Deligny bajo el
paraguas de una pedagogía que moviliza hacia el vagabundeo, la errancia y el

reeducativos¸F. Redl y D Winerman, Niños que odian; G. Debord, Textos situacionistas:


crítica de la vida cotidiana; M.ª D. Renau, La inadaptació escolar, un problema d’avui; F.
Tosquelles, El maternaje rerapéutico con deficientes mentales¸B. Bettelheim, Con el amor no
basta; D. Rouques, Psychopédagogie des débiles profunds. Esta perspectiva encaja con lo que
nos dice Bruno Hass: “D’autres que moi ont approché et connu Deligny. Il a marqué ma
formation d’éducateur dans les premières annèes de la dècennie70: on en avait fait un
modèle, une référence. Il correspondait à cette désinstitutionnalisée ou encore á la manière
des premiers pionniers, la rébellion en plus”, Faire de la place á l’être humain. Actualité de
l’action et de le penseé de Fernand Deligny. Materia inédito, pág. 1. En relación con esta
cuestión, se dice sobre Deligny en un librito publicado por el Centre de Formació
d’Educadors Especialitzats de Barcelona: “Deligny concibe al educador no como un
especialista tecnificado y aséptico, sino como un hombre o una mujer, con toda su plenitud
de la palabra, que vive sus compromisos y sus proyectos en la vida simultáneamente a una
relación profunda con los muchachos” (Las intervenciones del educador en la vida cotidiana.
Barcelona: ICE-UAB, 1976, pág. 23).
nomadismo en el sentido que nos propone Maffesoli: “la vida errante se
encuentra entre esas nociones que, además de su aspecto fundador de todo
conjunto social, traduce convenientemente la pluralidad de la persona y la
duplicidad de la existencia. Expresa también la revuelta, violenta o discreta,
contra el orden establecido, y da una buena clave para comprender el estado de
rebelión latente en las jóvenes generaciones, cuya amplitud apenas comienza a
entreverse, y de la cual no se han terminado de evaluar sus efectos”10. Y la
pedagogía de Deligny nos invita al nomadismo porqué ella misma está
construida a partir de lo que puede denominarse una topografía laberíntica, o
bien antídotos contra la concentración de poderes e identidades11. Se trata de
una verdadera pedagogía encarnada ya que antepone su propia vida y es a
través de ella que interroga el mundo y las relaciones humanas. No se trata de
escribir tentativas metafísicas que se desvanezcan al entrar en contacto con la
vida; todo lo contrario: Deligny corpografía su vida, su experiencia y las vidas
y experiencias de los “otros”. No tiene sentido ese ejercicio de resistencia a los
poderes, a las normas, al Estado, a los sistemas de protección infantil o a los
grandes modelos de reeducación de personas con diversidad funcional si a la
larga se cae en el mismo error y uno mismo y sus proyectos son artimañas,
brazos articulados de ese mismo poder. Ahí radica una de las claves de nuestro
autor.
Fernand Deligny, el hombre, el poeta, el cineasta, el escritor, el educador es
lo que configura lo que algunos de sus estudiosos han definido como El planeta
Deligny12. ¿Sin embargo, por qué hablar de planeta? La variedad de temas
tratados, de aproximaciones, de metodologías y de miradas que Deligny hizo al
“mundo”, bien merecen un contexto tan ancho como el que he utilizado. Desde
el uso de mapas hasta el de la cámara de filmar forman parte de dicha
geografía planetaria particular llena de accidentes geográficos, de matices que
no hacen sino llenar de posibilidades la vida de los niños que ha acompañado a
lo largo de su vida.
Nacido en Bergues (Francia) en 1913, muy joven ya entra en contacto con
el mundo de la educación, la reeducación y las estructuras terapéuticas;

10 Michel Maffesoli (2004). El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos. México: FCE, pág. 15.
11 Sandra Alvarez de Toeldo, “Presentation”, en Fernand Deligny (2007). Oeuvres. París: L’Arachnéen, pág.
22. Dicha autora propone: “À à faible légitimé, des caves, des greniers, des trous. Quel que soit son projet, il
commence toujours par élire un territoire qu’il veut ample (voire à perte de vuer: les Cévennes, son des réseaux.
Le détour est une alternative à la “dérive” romantique post-surréaliste; un parcours rallongé mais limité, qui
conserve dans ses boucles la référence à un lieu” (op. cit., pág. 22.)
12 Uno de los que lo hace primero es el educador social Jean-François Gómez en “L’éducateur, agent du

changement” (Actas del Coloquio de APDES, Bélgica, 1990), así como en su artículo de 1971 “L’educateur, la
marge, et les autres” (Rencontre, 31, págs.. 41-48).
prácticas e instituciones que rápidamente empezará a cuestionar. Su padre
había muerto durante la primera Guerra Mundial y su ausencia marcará la
infancia de Fernand. La figura paterna será sustituida por sus dos abuelos (uno
aduanero y el otro maestro). En él se marcarán los itinerarios de la educación y
las errancias por la pedagogía en la frontera a través de la iniciación recibida
de sus abuelos. Su primera relación con el mundo educativo se da en 1928,
cuando decide crear un grupo de exploradores sin distintivo y sin jefe,
mostrándose ya crítico y contestatario con los sistemas pedagógicos
imperantes. Años más tarde, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, el
escultismo entrará de pleno en el sector de la reeducación. La afiliación de la
reeducación al escultismo -si hacemos caso de lo que plantea Joubrel se daba
porque “son père et sa mère (de l’éducateur) faisaient du scoutisme”13. La
vinculación entre ambas partes es clara tal y como lo propone el primer
inscrito en la escuela de formación de educadores de Sain-Simon (Toulouse) en
1942: “lu plupart de cadres du scoutisme sont venus alimenter d’une part les
chantiers de jeunese, et ensuite l’enfance inadaptée”14. Cambiar a los viejos
vigilantes por otras figuras era importante. Así, “lorsqu’ en 1941, Jean Pinaud
devient directeur de l’école Théophile-Roussel pour enfants difficiles, à
Montesson, près de Paris, son premier soin est de supprimer les barreaux de
fenêtres es de templacer les surveillants par des jeunes émanant du scoutisme ;
l’école d’éducateur qu’il ouvre sur le même site, en 1943, considère le scoutisme
comme l’une de ses assises”15. Pero a pesar de que dicho cambio de orientación
ofrecía perspectivas mucho más positivas para la infancia acogida en las
instituciones de protección y de reforma, Deligny procurará ir un paso más
allá, ya que decía: “Manie le scoutisme avec prudente. Il ne faut pas qu’ils
regardent les modèles que tu leur proposes comme un crapaud regarde un
papillon”16.
Después de abandonar los estudios unviersitarios de filosofía y psicología en
Lille, pasa muchas horas en el asilo de Armenitères17 donde empezaba a
13
Henry Jourbrel (1951). Le scoutisme dans l’éducation et la éeducation des jeunes. París : PUF, pág. 20.
14 Maurice Capul (dir.) (2010). L’invention de l’enfance inadaptée. L’exemple de Toulouse Saint-Simon (1950-
1975). Youlouse: Érès, pág. 191.
15 Michel Blondel-Pasquier (1995). “Le cas Montesson, une école des cadres. 1943-1953”, en M. Gardet, F.

Tétard (dirs.). Le scoutisme et la eéducationdans l’immediat après-guerre. París: INJEP, págs.. 83-92.
16 Fernand Deligny (1960). Graine de crapule. París: Scarabée, pág. 45. También realiza una crítica feloz en el

artículo “Apprentissage de la morale” que publicó con Paul Guilbert en 1944 en el número 53 de la revista
Pour l’enfance coupable.
17 No se sabe muy bien si asistía en función de voluntario o de profesional y qué tareas realizaba en el hospital

psiquiátrico de Armenitères que acogía a adolescentes psicóticos, con retraso mental y delincuentes
dictaminados como perversos o sin posibilidades de ser educados o reeducados. En Journal d’un éducateur
escribe sobre esa experiencia en 1945: “J’ai une clase d’enfants arriérés dans un immense hôpital psychiatrique
trabajar como sustituto de “maestro de educación especial” y aplicando de
forma libre el método de Celestin Freinet (un autor al que en esos años
admiraba)18. Exactamente trabajaba de instituteur suppléan en lo que por
entonces se denominaban clases de perfeccionamiento en el barrio de la
Brèche-aux-Loups (París). Para Deligny las clasificaciones de los niños de poco
importan (les crapules, en su terminología). Después de un tiempo alejado del
asilo, retorna al ser nombrado “maestro especializado” tras obtener un CAEA
(Certificant d’aptitude à l’enseignement de enfants arriérés) y se quedará hasta
1943, todavía vigente el gobierno de Vichy. En 1940 pasará a trabajar como
educador en el conocido Pavillon 3. De esta experiencia nos dice: “el hombre
que viene a buscar a los jóvenes delincuentes para acompañarlos hasta el
patronato o hasta una casa de reeducación no tiene que atarlos, como hacen
los guardias con los presos. Ellos le siguen. El hombre podría encargarse de
trasladar a treinta. Los treinta lo seguirán como las ratas al flautista de
Hamelin. El tono de flauta lo tocan, en este caso, el viento, el cielo y las
casas”19. En este Pabellón opta como primera medida de cambio por suprimir
todas las sanciones, así como la ruptura con la sensación de medio asilar (de
institución total en palabras de Goffman) y en su lugar propone diferentes
actividades para organizar y animar la vida de los adolescentes internados.
Con ello quería dar salida a las demandas de los adolescentes de obtener más
libertad, especialmente a través del contacto con el exterior. La cuestión
filosófico-educativa de la libertad es fundamental en el pensamiento de
Deligny, ya que le resulta inconcebible el trabajo educativo sin la praxis de la
libertad. Se trata que los educadores crean que el ser humando es capaz de
remontar (desde su propia elección) aquellas situaciones contrarias. Para ellos
los niños no pueden ni estar encerrados ni dominados. Se trata de “liberar” a
los sujetos para que puedan tener vidas libres.
Tal convicción lo llevará a situaciones contradictorias /muy bien descritas
en el trabajo de Gómez: L’educateur dans les murs)20. Su aportación pedagógica
en esta experiencia pasará por suprimir las sanciones y, junto con los

à Armenitères, dans le Nord. Ils sont une quinzaine dans une pièce aux murs clairs, à de belles petites tables
neuves et moi je suis instituteur. Quinze idiots en tablier bleu et moi instituteur dans la rumeur de cette
bâtisse à six étages exempli de six ou cents enfants arriérés. Dans la rumeur de cette bâtisse parmesée de cris
étranges, elle-même prise dans le bruit quisiment universal à ce momento-là de la guerrere” (Oeuvres. París:
L’Arachnéen, pág. 13).
18 Yves Jeanne (2006). “Fernand Deligny: liberté et compagnonnage”, RELIANCE, 21 (3), págs. 113-118.
19
Fernand Deligny (1971). “Pabellón 3”, en Los vagabundos eficaces. Barcelona: Estela, págs.. 9-27.
20
Jean-François Gómez (1978). Un éducateur dans les murs. Toulouse: Privat.
profesionales que ejercían de vigilantes21 organizar salidas, juegos y sesiones
deportivas, que respondían a una distancia crítica con los poderes establecidos,
a un rechazo de los saberes académicos, a un inconformismo pedagógico, a la
práctica de la ruptura y a la lucha contra cualquier riesgo de
institucionalización. Curiosamente, esa ausencia de sanciones en la praxis
pedagógica, no era del todo entendida ni por los adolescentes ni por la propia
administración. La experiencia educativa de Armentières será narrada en su
primer libro, Pavillon 3, empezando una prolífica obra pedagógica que
prácticamente sigue desconocida en los países de habla hispana.
El año 1943, inicia una nueva experiencia tal y como lo cuenta el mismo
Deligny: “Cette fois-là c’étair en 1943, on m’a proposé d’organiser la
prévention de la délinquance juvénile dans la tégion du Nord. Vaste projet. Il
y avait des mouvements de Résistance pouvaient vivre là à peu près
tranquilles, et la fin fleur de ce qui errait de dèlinquants latentes dans le
quartier y trouvait des amis, permanents et pour cause”22. En 1945 crea el
primer Centre d’Observation et de Triage du Nord23 (COT) donde acoge a
adolescentes que habían fracasado en otras instituciones educativas para
darles una oportunidad más allá de las etiquetas, los estigmas y la
institucionalización. Deligny nos dice sobre los niños que acoge en el COT:
“Pronto hará diez años que estoy aquí, entre los que incendian granjas, roban
carbón de las gabarras, vagabundean y delinquen, esa gentuza que tiene menos
de dieciocho años que criman, ingratan y asistenciapubliquean, y masturban su
existencia”. El dilema tantas veces discutido sobre el papel y el encargo por
parte de los educadores, estaba desterrado de la pedagogía delignyana. De la
experiencia del COT pasará, el año 1947, a crear la Grande Cordée en París24. A
partir del teatro Dullin y de los albergues de juventud ya existentes, permitirá
que jóvenes que tenían problemas con la justicia pudieran salir de su entorno
21 Los vigilantes que trabajaban en la educación social durante las décadas de 1940 y 1950 eran obreros
textiles, personas desempleadas, guardias retirados, vigilantes, seminaristas, ex-reclusos, etc., que habían sido
promocionados a la categoría de “educadores”.
22 Fernand Deligny (1972). “Une vie en marge. Trente ands de dialogue avec des irrecuperables”, entrevista en

L’Exprés-Méditerranée, marzo. Para Jeanne, Deligny había estado involucrado directamente en los
movimientos de la resistencia y militaba (en1943) en el aprtido comunista, Yves Jeanne (2006). “Fernand
Deligny: liberté et compagnonnage”, Relaiance, 21 (3), págs. 113-118.
23 Se trata del Centro de Observación le Triage (COT) en la región Nord, situado también en la ciudad de Lille.

El centro acogía a niños y adolescentes enviados por la Justicia, para ser observados antes de ser juzgados en
internados. Su proyecto, sin embargo, no parte ni de las sanciones, ni de los chantajes emocionales, ni de las
novatadas (muy frecuentes en los itnernados). Tal u como afirma J. Hpussaye, “cuando la administración le
quiera imponer a un gerente, se marchará” (Deligny, éducateur de l’extrême. Toulouse: Érès, 1998, pág. 10).
24 Tal como afirma Houssaye, esta experiencia se fundamente en el trabajo realizado por Deligny como

maestro de educación especial en el laboratorio de psicología de Henri Wallon y en las redes creadas por los
grupos comunistas, op. cit.
familiar y social. A través de esta experiencia Deligny se convierte en el
precursor de lo que más adelante se denominará intervención comunitaria o
trabajo en el medio abierto. La evolución de sus ideas y proyectos lo recoge en
dos de sus libros: Les Vagabonds efficaces y Adrien Lomme. E este último libro
(que en la dedicatoria dice: “Aux enfants arriérés, catactériels, déficients,
délinquants, en danger moral, retrardés, vagabonds, etc., etc., etc.”). Y en Les
Vagabonds dice: “En los umbrales de las chabolas están sentados unos niños
extraños, unos niños vomitados. No hay otra palabra para expresar su color y
su forma”25. La imagen de los niños que son “observados” en el COT no puede
ser más clara ni nítida. Su trabajo replantea una visión subseriva y diferente
del mundo de la infancia y sitúa al adulto en otras posiciones que no son las del
control: “El niño de hoy conoce el mundo, el de las soledades heladas, el de los
grandes hoteles, el del Ecuador y el de las tabernas turbias. Cree conocerlos,
cree las imágenes. Le repugnan los libros. Está asqueado de la monotonía
cotidiana y nimia de la vida familiar. Las evasiones vienen a ponérsele por
delante. ¿Desastres? Desastre colectivo si el adulto persiste en mantener al
niño con las manos detrás de la espalda. El niño se revuelve y muerde, salta
por la ventana y cae, pues el mundo mil veces visto que creía dispuesto a
recibirlo no es más que reflejos y espejismo”26.
La Grande Cordée se convierte en una experiencia pionera todavía en la
actualidad, que se fundamenta, siguiendo al mismo Deligny, en un método
sencillo: “dejar que entre en juego lo imprevisto, que pueda suceder lo que
sea”27. Deligny poco amigo de las grandes programaciones, y en cambio, firme
defensor del “dejar fluir”, acabará afirmando que el educador es un profesional
de “presencia ligera”. Tal y como nos indica: “Devenu délégué regional de
Travail, il m’a fallu quelques années pour atteindre une nouvelle position: La
Grande Cordée. Quelle était la demande de l’administration? L’Office public
d’hygiène sociale me demandait de m’occuper, le plus utilement posible, de
jeunes gent implacables, psuchothérapies inoperantes. Cette fois, la position

25 Fernand Deligny (1971). Los vagabundos eficaces. Barcelona, Estela, pág. 175.
26 Fernand Deligny (1972). Los vagabundos eficaces. Barcelona, Estela, pág. 179. En relación al mismo tema
plantea: “Y comprenderéis por qué he preferido ver el Centro cerrar a aceptar la entornización diplomática de
un director administrativo salido de un Colegio San Lo Que Sea y dotado sin duda, a los ojos de la
administración, de todas las garantías morales. […] Siguen llegando… se van. La mayoría de ellos son
vagabundos que, para escapar a la privación de libertad del trabajo cotidiano, se ven una y otra vez entre
gendarmes, entre las paredes de una celda. Mucho más buscadores de lo absoluto de lo que los jueces son
capaces de concebir. Vagabundos tenaces… comedores de remolachas, tan vivos que ninguna asistente social
podría soportar…; unos desechos de hombres, indiscutiblemente, y los otros esperanza de un mundo que sigue
corriendo el riesgo de reventar de docilidad” (op. cit).
27 Fernand Deligny (1971). Los vagabundos eficaces. Barcelona: Estela, pág. 202. Nosotros hemos optado por

presentar la edición inicial en la que únicamente aparecía Vagabundos.


prise était un peu différente: pas de lit, ni maison, ni foyer; un réseau
d’auberges de jeunesse et tout autre lieu où “on” voulait dien prendre en séjour
un gars de La Grande Cordée; consigne formelle, l’´jecter s’il devenait gênant
d’une maniére ou d’une autre”28.
La experiencia será relatada con detalle en la edición ampliada de Los
vagabundos eficaces (que acoge la parte dedicada a La Grande Cordée)29. Este
proyecto le fue presentado a Henri Wallon, por entonces profesor del Collège
de France. El proceso de creación fue complicado pero Deligny tenía una serie
de vínculos que podían facilitarlo enormemente, Manenti lo narra de la
siguiente forma: “Cuando Deligny crea La Grande Cordée tiene un pequeño
despacho cerca de la République. Trabajaba con psiquiatras entre los que
había algunos refugiados españoles, como Horacio Torrubia. Tenía una caja
con fichas de nombres de las personas que había conocido en los albergues de
juventud, los albergues para trabajadores; recibía adolescentes medio
delincuentes de dieciséis o diecisiete años, un poco perdidos, a quien les decía
“bueno, que quieres hacer?”30. De esta forma, como uno de los primeros
proyectos de trabajo comunitario y de trabajo en red empieza a tomar forma y
a expandirse.
Esta experiencia finaliza en 1954 y Deligny y un grupo de chicos se
marchan hacia la región de Vercors en busca de nuevas experiencias31. El viaje
lo realiza con Huguerette Dumoulin, Josée Manenti y un grupo de
adolescentes. Con este acompañamiento de los chicos empieza un periodo de
vagabundeo por diferentes regiones francesas que servirá, en la más fiel
tradición del bildungsroman, de experiencia formativa y d crecimiento
personal. De Le Vercors pasan a Haute-Loire y de allí, a Allier32, para llegar
finalmente al bosque de Cévennes, en Grainers (cerca de Saint Hyppolyte-du-
Fort, en el Departamento del Gard) y poco después, a Monoblet. Allí se
quedará, salvo algunas salidas ocasionales33, hasta su muerte el año 1996. En

28 Fernand Deligny (1967). “Le groupe et la demande: á propos de La Grande Cordée”, Partisans, 39.
29 Una primera versión había aparecido en 1950 en forma de artículo: “La Grande Cordée”, en Vers l’éducation
nouvelle, 39.
30 J. Marenti (1997). “Fernand Deligny “, Chimères, 30.
31 Deligny, sobre el cierre y la marcha hacía Vercors dice: “Yo seguía allí, persuadido de que aquello no podía

durar mucho. En el propio consejo de administración las campanas tocaban a muerto […]. Hubo que mudarse
y puedo decir que volver al maquis, puesto que estábamos en la región de Le Vercors. Diecisiete inadaptados
sociales, tres de ellos casos especiales, fueron un buen día en el tren nocturno, con una gran tienda blanca, y
eso es todo. Ellos y la tienda blanca”.
32 Durante la estancia en el Alier Deligny escribe su libro Adrien lomme (1958).
33 Pasa un tiempo en la clínica de La Borde invitado por Jean Oury y se dedica a trabajar con personas que el

resto de profesionales habían calificado como “incurables”. Allí es donde conoce a Janmari, un niño de doce
palabras de Houssaye, Autour de Monoblet, dans un perimètre de trente
kilomètres, quatre lieux acueillent de douze à quinze enfants (nombre des
annèès quatre-vingt). Familles et èducateurs vivent dans chaque lieu avec
quelques enfants (entre deux et cinq), en sachant que chaque liey est lui-mème
composé de plusieurs éléments (maisons, bergeries, abris, aires). Les enfants
suivent chaque jour la vie quotidienne du réseau, còtoient les activités
coutumières. Mails ils peuvent aussi aller d’un lieu à l’autre. Le réseau répond
au besoin d’asile (au sens d’abri , de refuge) del’enfant naissant, en sachant que
l’asile tient à trame de la quotidienneté (et non à la relation mère-enfant).
Mème si les enfants retournent dans leurs familles à intervalles règuliers”34.
En Cévennes el grupo se instala en una casa que había comprado Feliz
Guattari en medio de la montaña con un objetivo muy conciso: “ser y estar
próximo de los niños autistas y sin habla, sin demasiadas ideas preconcebidas,
sino sólo con el proyecto de alejarse de lo que los saberes de los que estando con
el agua al cuello elaboran, difunden, editan y divulgan a propósito de los niños
autistas: gravemente psicópatas, ineducables, irrecuperables”35. Un conflicto
con Guattari hará que Deligny y Janmari se instalen en una casa en el pueblo
de Graniers. Otros niños y jóvenes lo harán en casas y granjas próximas.
Organiza de nuevo una gran red que llegará a acoger en los diferentes espacios
unas treinta personas autistas (o como, decía, de una etnia singular). La red
funciona de forma independiente de los circuitos de consumo y ellos mismos se
proveen de lo que necesitan para vivir36. Muchos de los niños que Deligny
recibirá en Cévennes serán enviados por Françoise Dolto o por Maud
Mannaoni. La vida cotidiana se organiza en la naturaleza (la mayoría de las
actividades pasan en el exterior), al ritmo de lo que ellos habitualmente hacen
y regidos por la necesidad imperiosa que marca el autismo de la inmutabilidad.

años autista que provocará que Deligny se haga múltiples preguntas sobre éste síndrome, entonces
desconocido.
34
Jean Houssaye (1998). Deligny, éducateur de l’extrème. Ramonville Saint-Agne: Érès, pág. 36.
35
Fernand Deligny (1977). Nous et l’innocent. París: Maspéro, pág. 17.
36 Deligny había renunciado a cualquier subvención para evitar presiones e intromisiones de la administración

francesa en su proyecto.
La educación de las otras infancias: pasos
hacia una pedagogía nómada

De todas las experiencias, Deligny y muchos de sus seguidores han escrito


una cantidad incontable de libros y artículos que permiten ir reconstruyendo
las bases de la pedagogía (Deligny diría antipedagogía) que han guiado y
construido sus proyectos37. Deligny es parte de una definición de la educación
que nos sitúa en la línea de las pedagogías participativas: educar es “crear este
espacio donde el otro pueda crecer, equivocarse, soñar, rehusar, escoger.
Educar no es someter, pero sí permitir. No es ser modelo, pero sí el referente.
No es una lección, pero sí un encuentro. Educar no es cerrar, es abrir”. Educar
se convierte en dar al otro la oportunidad real de ser, existir, y de hacerlo por
él mismo (y no que sean los adultos o los profesionales los que deciden por él).
Y esta educación hace falta hacerla en lugares muy concretos, para que tal
como afirma en Les vagabonds efficaces: “hay que tener presente el contexto”.
Vivir en plena naturaleza no es una muestra de esnobismo, de retorno a
posiciones natrualistas en la línea de Rousseau; es la esencia misma de lo que
estructura y da sentido a la red “de vida”.

Vivir con

Deligny dirigía una “guerrilla”, en palabras de Gómez que mostraba una


forma de estar en relación, de escuchar el silencio y de descubrir las cosas que
eran esenciales38. Y para él la relación, el vínculo, fundamentado en el estar
presente -tal vez de forma ligera-, era una cuestión fundamental. No se trataba
de intentar intervenir en la vida de los otros a través de la palabra o las
palabras sino del estar ahí, al lado de, de vivir con y como los otros. Con la idea
del “vivir con” instituyó la acogida de los sujetos en el sí de la comunidad
humana, más allá de las categorías científicas y de las normas humanas. Su
pedagogía no hace sino hacernos preguntar una y otra vez: ¿qué es la
educación?, ¿qué representa hacerse cargo y cuidar al otro? Al llegar a
Cévennes, Deligny y Jeanmari (el primer chico autista que empezó a vivir con
37 Deligny había renunciado a cualquier subvención para evitar presiones e intromisiones de la administración
francesa en su proyecto.
38 J.-F. Gómez (1998). “Chant profond dans Les Cévennes”, VTS, 59.
nuestro autor) dejaron de lado el lenguaje (en vacances du langage) e hicieron
“huelga” de los elementos que se fundamentan en lo simbólico.

Impensar la pedagogía

La pedagogía subversiva de Deligny nos invita a impensar39 nuestras


maneras de conducirnos, de intervenir, de manipular, de resistir, de decidir por
el otro desde la educación social. Para Deligny, la psicología -después de la
fuerza y de la claridad- es el nuevo instrumento, la nueva forma de control del
otro. Se posiciona de esta forma, en contra de la gran presencia (hoy día mucho
más extendida) de la cuestión psy en el campo social. Deligny nos lleva a una
pedagogía de la transgresión que propone actuar de forma educativa sin
imponer ni comprender, sin dirigir ni castigar40, sin hacer uso de nuestra
condición de autoridad. En Graine de crapule dirá sobre los castigos y las
imposiciones: “si cortas la lengua del que ha mentido y la manos del que ha
robado, en poco tiempo serás el maestro de un pequeño grupo de mudos y
mancos”. Es así como de esta forma de subvertir la realidad hacía, por
ejemplo, que fueran los chicos que vivían con él los que enseñaban a Deligny y
no al revés. Este apuesta por rodearse de personas salidas de los mismos
entornos sociales que los chicos, y a ser posible sin haber pasado por las
escuelas de formación41. No se trata ni de método pedagógico, ni de técnicas;
tal y como él mismo afirmará, “se trata de una posición a mantener”, pero
Deligny no podrá mantenerla más de dos o tres años. No busca “normalizar” al
otro42; el trotamundos eficaz rehúye la estandarización y las imposiciones de
una sociedad que lo ha convertido en un inadaptado. Para Deligny, los niños
39 En palabras de Santamaría, “impensar no es repensar o revisar una cuestión que ya había sido pensada de
alguna forma y por alguien, sino que se supone un rechazo de los supuestos sobre los que ha sido pensada”.
Enrique Santamaría (1997). “El conocimiento de propios y extraños (disquisiciones sociológicas)”, en Jorge
Larrosa y Nuria Pérez de Lara (dirs.) (1997). Imágenes del otro. Barcelona. Virus editorial, pág. 53.
40 Para Deligny, la educación no puede empezar hasta el momento en que todas las acciones sancionadoras

desaparezcan de la praxis “educativa”. Fernand Deligny. Graine de crapule. París, Scarabée, 1960, pág. 47.
41
En Los vagabundos eficaces dirá en relación a los educadores y sus orígenes sociales: “¿Educadores…?
¿Quiénes sois? Formados, como se suele decir, en ayudantías o en cursos nacionales o internacionales,
instruidos sin ninguna preocupación previa de saber si tenéis en la barriga un mínimo de intuición, de
imaginación creadora y de simpatía hacia el hombre, alimentados de vocabulario médico-científico y de
técnicas apenas esbozadas, os dan suelta, cuando todavía no habéis salido de vuestro caparazón de niños
burgueses”, Los vagabundos eficaces, pág. 110.
42
Deligny dirá de Janmari: “es justamente porque ha escapado a la domesticación simbólica que no se
pregunta cuál es su rol, si es hombre o mujer, am, dueño o esclavo…” (R.Lourar, “La critique du symbolique
chez Fernand Deligny”, La Lettre du Grape, 27, PÁGS. 131-140).
inadaptados no son los culpables de su situación, sino víctimas del orden
social. Pero Deligny no nos ha dejado una obra para hacer instrucción, nos dice
Josep Rouzel; Deligny ha abierto un camino que nos invita esencialmente43 a
pensar en el otro, soltándonos por la corriente fluvial de la “red”.

La figura del delincuente

En la mente de Deligny, se trataba de sacar a los jóvenes delincuentes de su


territorio de miseria y proponerles espacios de existencia abiertos y agradables.
Pasar de experiencias radicalmente negativas y frustrantes a otro tipo de
experiencias. Para él la delincuencia no era un trastorno de la personalidad (tal
y como era interpretado entonces) sino un problema social. Su mirada a la
delincuencia la hacía desde la fenomenología. La delincuencia se fundamenta
en un motivo social y no personal. Lo que para los otros son restos, para
Deligny aparecen como perlas preciosas encontradas por azar44. Allí donde
algunos educadores dicen y manifiestan que no hay nada qué hacer, Deligny
empieza un largo recorrido a través de trazos y figuras erráticas.

Pedagogía poética

Una de las “narraciones” descriptivas de Deligny, que reanudan su


“pedagogía nómada y poética” es la que hace Lin Grimaud: “Deligny -el
último de los mohicanos a su manera y entre los mohicanos que son al mismo
tiempo, a su manera, los autistas- es portador de una importante concepción
de la comunidad, del retorno a las fuentes, de la aventura pedagógica”45. Pero
en Deligny se dan cuestiones aparentemente controvertidas. En su proyecto de
Cévennes (Monoblet) “hace escuelas”. Los chicos que viven con él pasan algún
rato en lo que se denominaba la salle de clase, que en realidad era un taller de
dibujo. En palabras de Manenti: “Taller de invención, lugar de trabajo,
espacio de recogimiento, porqué era muy tranquilo y arreglado. A veces había
dos o tres chicos a veces uno solo. Era un espacio muy importante de la

43
J.Rouzel (2010) L’acte éducatif. Toulouse: Érès.
44
Anne Quettien (2006). “Fernand Deligny, imagen le común”, Multitudes, 24 (1), págs. 167-174.
45
L. Grimaud (1998). Education thérapeutique. Practiques institutionnelles. Toulouse: Érès, pág. 44.
jornada. Le envolvía un cierto misterio”46. La experiencia estaría vinculada a
lo que se ha conocido como art brut47.

Leer a otros

Deligny, a lo largo de sus textos y en su pensamiento en general no deja de


dialogar con determinados autores que le interpelan y le ayudan a reflexionar.
Los más relevantes son Pestolozzi y Makarenko, y mucho menos Rousseau y
Itard (estos últimos deja de citarlos a partir de 1980 mientras que los dos
primeros no). Aunque en verdad, en palabras de Hpussaye: “L’itinéraire
delignien est ainsi balisé. Une constante : les pédagogues. Une présence sous-
jacente : le marxisme. Une affinité qui prend le relais: l’ethnologie et
l’anthropologie. Et pendant les dix dernières années : le silence ¡ Cevi ètant,
dans toutes ces références, à qui Deligny s’est-il d’abord identifié? A Rimaud
et è Van Gogh"48.

Lenguaje

El lenguaje se transforma en algo esencial en la pedagogía de Deligny hasta


el punto que siente una verdadera fascinación por todo lo que rodea a este
tema. Él tiene claro que lo humano está sujeto al lenguaje y que este se
convierte en el vínculo entre tú y yo. Esta relación pasa a estar mediada
precisamente por la institución del lenguaje. Busca poder ofrecer formas de
expresión a los adolescentes rebotados con la sociedad: “Este grupo se ha
fijado como misión intentar elaborar un lenguaje no verbal que poder ofrecer a

46
J. Manenti (2007). “Entrevista”. P. Faugueras (2007). L’ombre portée de François Tosquelles. Toulouse: Érès,
págs. 166-175.
47
Para Jean Dubuffet, creador de la expresión, “entendemos por este arte obras ejecutadas por personas
indemnes a la cultura artística en las que el mimetismo, al contrario de lo que ocurre en los intelectuales, tenga
poco o nada que ver, de manera que sus autores lo extraen todo (temas, elección de los materiales usados, etc.)
de su propio fondo y de las trivialidades de la moda. Asistimos en él a la operación artística totalmente pura,
bruta, reinventada por entero en todas sus fases por su autor, a partir únicamente de sus impulsos. Se trata
del arte, pues, donde se manifiesta la función de la invención y no, constantes en el arte cultural, las del
camaleón o el mono”, L’homme du commun à l’ouvrage. (pág. 92.). En relación a este tema, también me remito
al trabajo de Serge fauchereau (edit.) (2007). En torno al art brut. Madrid: Círculo de Bellas Artes.
48 Jean Houssaye (1988). Deligny, éducateur de l’extrême. Ramonville Saint-Agne, pág 73.
los niños marginados (retrasados, esquizofrénicos…”49. En Deligny aparece
con claridad la idea que el lenguaje fuerza al ser humano a ser “hombre”; “ce
par quoi l’être conscient se singularise” dirá en Singulière ethnie (p. 13). Pero
más allá del lenguaje busca y ofrece otras formasde existencia. Sin lenguaje
aparece la idea que tampoco es posible la esclavitud o la domesticación. Tal y
como afirma él mismo: “Le milieu proche des enfants psychotiques graves en
séjour était particulièrement attentif à modeler les gestes coutumiers, de telle
manière qu’apparaisse une sorte de langage qui représente certains aspects
concrets des habitudes d’un milieu”50.

Transmisiones pedagógicas

Y más allá de lo comentado hasta el momento, Deligny (más sin quererlo


que queriéndolo) ha ejercido una relevante función de transmisión. Lo deja
claro Granier en su relato: “En Monoblet encontré por primera vez a Fernand
Deligny. Mi condición de estudiante-educador que utilicé para describirme le
hizo reír. Me hizo pasar a su vivienda y sin más puso en marcha un
magnetófono. Sin más anunció: “Reunión de síntesis del Joven Pierre M.”.
Después cada participante se presentó: el director, la educadora-jeda, los
educadores, el educador escolar, el educador técnico, la psicóloga, la psiquiatra,
la psicoterapeuta la logopeda, el reeducador psicomotricista, la asistente social,
etc. Yo lo escucho suspirar “cuánto tiempo perdido, cuánta energía
desperdiciada, únicamente falta el policía”51. Es un claro ejemplo del
aprendizaje de Granier en una reunión interdisciplinar, pero sus trabajos
escritos han servido (especialmente en los países de habla francesa) para
formar, desde la reflexión y el espíritu crítico, a los futuros educadores que
deben situarse al lado del otro, más allá de sus categorías, diagnósticos y
problemas. Los insoportables, los inviables, los que están al margen de los
márgenes, los inútiles y perdidos, los que no tienen ni proyecto (ni intención de
tenerlo) se acercan a un Deligny que arremete contra el sistema y propone
estas otras formas relacionales y existenciales, más allá, mucho más allá de las
instituciones. Tal y como él mismo anuncia: “Qui dit guérit, dit malade. Ce
n’est pas notre point de vue. La meilleure manière de les aider, c’est justement

49
Citado en Ginette Michaud (1972). Análisis institucional y pedagogía. Barcelona: Laia, pág. 71.
50
Fernand Deligny (1969).
51
Régis Granier (1996). “Recontre”, Lien Social, 368, 10 octubre, pág. 8.
de ne pas essayer de les guérir. Nous n’avons pas de projet thérapeutique; il
faut accepter de les laisse vivre dans la vacance du langage. Nous proposons
seulement que les enfants peuvent exister, plutôt contents, dans un autre
monde que celui de ia pshychiatrie”52.

Vivir como una etnia singular

El hecho que el espacio de vida de Cévennes estuviera organizado en forma


de red, puede leerse de forma análoga a la organización de determinadas
sociedades “primitivas”. Deligny dice: “Ethnie. Vaste mot. Il s’agit de nous,
qui sommes une trentaine, et qui existe, en tant que nous, depuis douze ans. Il
m’arrive de lire de qu’écrivent les éthologues et les ethnologues. Et il m’est
apparu que notre mode d’existence, tel qu’il s’est tramé et tel qu’il persiste et
se précise, ressemblait étrangement à ce qu’un ethnologue, Pierre Clastres,
décrit comme étant le mode de vbie, qui s’est avéré durable, de nombreuses
sociétés dites archaïques”53. Considera la forma de vivir de su etnia arcaica, ya
que al estilo de los indios, el que parece tener poder en realidad no lo tiene. No
pide ni exige nada a nadie. Y la vida con los niños autistas es un claro ejemplo
de la vinculación con las etnias singulares, de manera especial por los trazos
que realizan en sus recorridos cotidianos. Al estilo de lo que hace Janmari,
algunas tribus realizan recorridos no operativos, de desplazamientos libres.

Seguir pensando y leyendo a Deligny

Deligny sigue allí y aquí, presente 70 años después de sus primeras


prácticas, de sus primeros escritos. Sus textos y sus ideas nos interrogan, nos
permiten romper con algunos discursos pedagógicos oficiales que han tomado
el poder y desde dicha posición pretenden dar por válidas determinadas ideas
(casi siempre alejadas y de espaldas de la realidad en la que vivimos y nos
movemos). Su vida, su obra pueden acompañarnos en ese ejercicio crítico que
todo educador y educadora estamos llamados a realizar en algún momento de
nuestra vida y que consiste en buscar respuestas a algunas preguntas: ¿cuál es
52
Fernand Deligny (1978). “Entrevistas”, Le monde, 2 de junio.
53
Fernand Deligny (2007). Oeuvres. París : L’Archnéen, pág. 1377.
el papel real del educador social?, ¿puedo dejar que emerjan los proyectos de
vida de los sujetos que acompaño?, ¿cuál es mi posición frente a determinadas
actitudes políticas de la administración? Deligny nos acompaña, siempre
crítico y contestatario, sin ganas de permanecer estático, con proyecciones a
seguir repensando como debería ser la vida de los niños y las niñas que nos ha
sido confiada. O, tal y como nos dice él mismo: “Il va falloir innover, se
réclamer, s’interdire d’interpréter, tenter et tenter encore, que cet enfant là et
son histoire deviennent l’affaire, le pari, d’un certain nombre, d’un NOUS de
présences proches”54. Leer Los vagabundos eficaces debe convertirse en algo
necesario, pero no para fetichizar a ese libro y a ese autor; su lectura debe
servir para cuestionarme a mí como educador o educadora, para repensar esos
mínimos actos que realizo, o para darme cuenta de las excesivas actividades
que pongo en marcha con aras a permitir transitar a alguien por los no lugares.
Una lectura que necesariamente deber permitirme seguir haciéndome esta
pregunta: “¿Educadores? ¿Quiénes son? Como dije, formados en cursos y con
titulaciones nacionales o internacionales, instruidos sin ninguna preocupación
previa por saber si tienen en las tripas un mínimo de intuición, de imaginación
creadora y de simpatía hacia el hombre, inundados de vocabulario médico-
científico y de técnicas bosquejadas, los dejamos, para la mayoría infantil
procedente del medio burgués y todavía encerrados en sí mismos, en plena
miseria humana” (Deligny, 2015).

Algunas fechas relevantes

1913: nacimiento de Fernand Deligny en Bergues (7 de noviembre).


1919: pasa a ser pupille de la Nation tras morir su padre en el frente durante la
Primera Guerra Mundial.
1928: funda un grupo de boy souts sin distintivo.
1936: empieza a dar clases de perfeccionamiento.
1938: ocupa el puesto vacante de profesor de clases de perfeccionamiento.
1939: pasa a ser profesor de educación especial.
1941: pabellón de adolescentes, delincuentes, psicóticos, etc.
1943: pasa a dirigir el programa de prevención de la delincuencia en la Région
du Nord.
1944: publica su primer libro, Pavillon 3.
1945: es nombrado director del Centre d’Observation et Triade (COT)
54
Fernand DELIGNY (1975). “Ce gamín-là”, Cahiers de l’immuable, 20 (2), págs.. 5-17-
1947: se inician las primeras reuniones para preparar La Grande Cordée.
Publica Los vagabundos eficaces.
1948: asume la dirección de la colección “Tentatives pédagogiques”. Ese
mismo año llegan los primeros adolescentes a La Grandes Cordée.
1953: crea la consulta Enfance, encargada por la mutua de seguros RATP.
1955: el cine se convierte en uno de los elementos centrales de La Grande
Cordée.
1959: se instala en Cévennes. Ese mismo año, recibe la visita de Roger Gentis y
de Francesc Tosquelles.
1962-1964: se rueda la película Moindre geste.
1965-1966: vive un tiempo en La Borde con jean Oury y Félix Guattari porque
su situación económica es más que precaria. Permanecerá hasta 1969.
1970: de reedita Vagabonds eficaces (Vagabonds eficaces et autres récits, Edith.
Maspéro), que lo consolida como un educador de referencia en Francia.
1971: se traduce Vagabonds al español (Los vagabundo eficaces) y se publica en
Barcelona, en la editorial Estela. La traducción es de Enrique Molina y muy
posiblemente impulsada desde el Centro de Formación de Educadores
Especializados de Barcelona.
1972: se publica en castellano el libro de Ginette N. Michaud, Análisis
institucional y pedagogía (Barcelona, Laia, 1972) en el que aparece un capítulo
dedicado a Deligny: “Experiencia contemporánea de pedagogía libertaria en
Francia”.
1974: un incendio accidental provoca la muerte de dos niños que vivían con
Deligny en Cévennes. Françoise Dolto colabora económicamente con el
proyecto de Deligny.
1976: se proyecta la película Ce Gamin, là. A raíz de la película empeiza a ser
conocido y recibe muchas demandas para visitar su “proyecto de vida”.
1978: Pierre-François Moreau publica el primer libro dedicado a estudiar la
obra de Deligny: Fernand Deligny et les idéologies de l’enfance (Retz).
1984: empieza a escribir Enfant de ciradelle, una narración autobiográfica en la
que trabajará hasta 1993, año en que la abandona definitivamente.
1992: se celebra una jornada sobre Deligny en el Centro Nacional de
Formación y Estudios de la Protección Judicial de la Juventud.
1996: muere Fernand Deligny (18 de septiembre).
Obras de Fernand Deligny (libros y películas)

1944: Pavillon III. París, Editions Opéra.


1945: Graine de crapule. París, Scarabée.
1946: Puissants personajes. París, Maspéro.
1947: Les vagabonds eficaces et autres récits. París, Maspéro.
1949: Les enfants ont des oreilles. París, Maspéro.
1950: La Grande Cordée (artículo publicado en Vers l’éducation nouvelle, 39).
1958: Adrien Lomme. París, Maspéro.
1961: Anges purs. París: La Vague (lo publica con el pseudónimo de Vincent
Lane.
1962: Le moindre geste. Película. Producciones Iskra.
1975: Nous et l’innocent. París, Máspero.
1978: Le croire et le craindre. París, Stock.
1979: Le détours de l’agir ou le moindre geste. París, Hachette.
1979: Projet n, Película. Institut National de l’Audio-visuel.
1980: Singulière ethnie. París, Hachette.
1980: Les enfants en le silence. París, Galilée-Spirale.
1983: Tracesd’ètre et bàtisses d’ombre. París, Hachette.
1983: Acheminement vers l’image (texto inédito aparecido en 2007 en Oeuvres).
1989: À propos d’un film à faire. Película, París, FR3.
2007: Oeuvres. París, L’Arachnéen.
2008: L’Arachnéen et autres extes. París, L’Arachnéen.
Los vagabundos eficaces
Para Herchelbour y Henri Glorie, obreros, y a todos
los compañeros delincuentes y educadores del antiguo
centro de acogida de la región de Lille.
Capítulo I
El bien, el mal y sus campeones

En 1945 escribí Graine de crapule tras haber vivido algunos años con niños
inadaptados, un pequeño libro nacido del azar de los días. Amargo, como me
dijeron.
¿Amargo? El entusiasmo del primer esfuerzo me había sugerido aquellos
aforismos improvisados mientras caminaba.
¿Acaso aquellas breves fórmulas agradarían a todos los oídos? Siendo
director de un centro de acogida para niños difíciles, y decidido a no dejar que
aquellos pensamientos se disolviesen en el revoltijo del cotidiano, comencé a
redactar para los lectores de Graine de crapule un diario de campo que contaría
cómo la experiencia maltrata o sostiene la frágil flotilla -algunos la pretenden
de papel adornado de utopía- de los principios de la educación activa.
He podido sorprender in fraganti a esas personas vergonzantes que
provocan el naufragio de tal flotilla. Los testimonios, que me llegaron
posteriormente, de educadores obligados a hacer frente a dificultades que han
sido las mías me llevan a señalar claramente a los enemigos de la infancia,
enemigos algunas veces inconscientes, pues son y han sido ante todo enemigos
de sí mismos, desde su primera juventud. Me los he encontrado a menudo, pues
su vanguardia milita en los centros educativos y su estado mayor reside en los
comités, consejos y asociaciones dedicados a la protección de la infancia. La
destreza de estas personas para aceptar y asimilar de manera aparente
verdades que no se atreven a contradecir solo puede compararse con la
paciente habilidad que despliegan para evitar la práctica sincera de principios
peligrosos para ese confort moral y social del que se han convertido en
representantes competentes y prudentes.
Pululan alrededor de los niños en riesgo “moral”, ya sean delincuentes o
inadaptados. Son hipócritas partidarios de un orden social podrido que se
derrumba por doquier. Se agitan alrededor de las víctimas más flagrantes de
los escombros: los niños que padecen situaciones de miseria. Inoportunos y
tenaces, se reúnen como moscas y su ruidosa y benefactora actividad camufla
una simple necesidad de poner en esta carne apenas viva sus propios deseos de
obediencia servil, de conformismo deformado y de moralismo de pacotilla.
Emplean con gusto un término magnífico, cargado de tontería, perla que
crece con las secreciones de mil comités pegados a la mesa de las reuniones
administrativas como ostras sobre su peñasco: la corrección moral. ¡Como si los
niños tuvieran en alguna parte un fragmento de no se sabe qué -derecho en
unos y torcido en otros- y que se moldearía en forma de cerviz curvada con
capones o galletitas los días de visita o de fiesta grande!
Todos estos administradores, pequeños mandamases, ocultan la blandura de
su carácter en su situación social como el cangrejo ermitaño protege su vientre
en una concha prestada. Quienes socialmente no sirven de mucho y se resignan
con docilidad a un empelo monótono e ineficaz, ¿qué pueden comprender de los
niños que poseen la inverosímil audacia de manifestar trastornos de
comportamiento?
Adoran el orden y los informes escritor con que se protegen, y se informan a
base de rumores y murmuraciones. Ignoran lo que un grupo de chiquillos
puede consumir de energía, clavos, ladrillos, suelas, tiempo, ideas… cualquier
cosa. Cualquiera.
¿”Un establecimiento bien administrado” quiere decir que todo lo que vive
ahí pronto morirá?
En este eterno combate de los activos contra los sentados, recurro a los
psicólogos, psiquiatras, biólogos y pedagogos que se alejan del descubrimiento
del hombre, sin entender el llamamiento desesperado de los educadores que
ayudan, en el azar de los centros, a vivir a los niños que se reúnen a su
alrededor y que se sienten irónicamente atascados -los niños y ellos- en las
“circunstancias” anticuadas y mezquinas impuestas por las actuales
administraciones.
¿Educadores? ¿Quiénes son? Como dije, formados en cursos y con
titulaciones nacionales o internacionales, instruidos sin ninguna preocupación
previa por saber si tienen en las tripas un mínimo de intuición, de imaginación
creadora y de simpatía hacia el hombre, inundados de vocabulario médico-
científico y de técnicas bosquejadas, los dejamos, para la mayoría infantil
procedente del medio burgués y todavía encerrados en sí mismos, en plena
miseria humana.
Y así pasan los años: unas marionetas por aquí, unos coros por allá,
exámenes, artimañas, estadísticas complejas, congresos e informes… Así tejen
una red de camuflaje sobre esta misteriosa basura social de la infancia
inadaptada que muere en los tugurios, que se pierde en la casa burguesa y que
se corrompe todavía más a menudo de lo que se quisiera decir en centros
penitenciarios o establecimientos inhumanos.
Puesto que “yo” había redactado este diario de campo, creo útil esbozar, en
este prefacio, una muy rápida observación de este “yo”.
Siempre replegado sobre mí mismo hasta sentir pena por el hueso plano en
mitad del pecho que debe ser el doblez del hombre, no soy simétrico y nunca he
sido semejante a mí mismo. Una buena parte de ese yo es informe, plástico y
afectivo, capaz de obtener improntas como la masilla del cerrajero.
Pronto hará diez años que estoy aquí, entre los que incendian granjas,
roban carbón de las gabarras, vagabundean y delinquen, esa gentuza que tiene
menos de dieciocho años que criman (criment), ingratan (ingratenr) y
asistenciapublican (assistncepubliquent)55 y masturban su existencia.
Indiscutiblemente: sífilis, alcohol y tuberculosos; tugurios, ganadería humana,
madres conejas y el padre que abusa sexualmente de su hija. No hace falta
decirlo.
Culpo enormemente al cáncer capitalista que llegará, como se dice, al
corazón. Es probable que la peste sea pasajera en la ciudad. Pero ¿y mañana?
Sería una lástima que en las ciudades-jardines, en las escuelas soleadas, los
niños sean grises, monótonos y dóciles, embrutecidos por siglos de desconfianza
hacia el hombre.
Así pues, desde hace diez años, algunas veces estoy con “ellos” in una onza
de afecto y otras, con muchachos y muchachas con los que he tenido amistad.
Y hablo de mí mismo, de mi actitud frente a las dificultades pintorescas de mi
oficio. Hablándoles, invento reflejos o intuiciones que no tenía. Y creo
ficciones sobrestimuladas. Me convierto en el educador que habría de ser, un
poco jadeante por correr detrás de este yo que describo en los momentos de
entusiasmo.
Marrullero, porfiado, vanidoso y exigente en la vida cotidiana, siempre
atrapado en la red social como un vagabundo en un cerco de alambradas de
púas, me encuentro, ante los niños fugados más andrajosos que traen a rastras
dos policías como un buen pintor con buena mano frente a un retraso,
desagradablemente consciente de mi sociabilidad.
Adivino al otro en proceso de hace un rápido inventario d sus últimos
delitos y de evaluar en muchos cigarrillos el polvo de tabaco en el fondo de sus
bolsillos… si todavía tienen forro. Experimento su malestar frente a
uniformados. Mi padre era oficial y mi abuelo, capitán de adunas.
Como se dice, “tengo” un niño. Entre él y yo existía una ruptura latente: mi
muerte, que debe ocurrir unos treinta años por lo menos antes que la suya. Y
cada día aprecio esta separación puesta entre “mi” niño y yo como un rincón

55Deligny acuñó el verbo crimer a partir del verbo cri (“gritar”) y el sustantivo crime (“crimen”) y conjugó
como verbos el término assitance publique (“asistencia pública”) y el adjetivo ingrat (“ingrato”). [N. del T.].
que nos separa el uno del otro. Mi aguja apunta hacia mi desaparición
mientras que a él le toca en suerte una vida nueva y virgen.
Pero comprendo mejor cómo la preocupación mezquina por la eternidad
individual los lleva a querer prolongarse tal como son, a cualquier precio,
incluso a quienes no obstante han dejado de creer en el paraíso. Me parece ver
innumerables padres abusivos, cargados con cestas llenas de prejuicios, ir hacia
la vejez temerosa montando sobre sus niños como árabes sobre sus asnos.
Y cuando los padres no están allí, cuando los niños son abandonados, sé
cómo las cestas se hacen más pesadas, los garrotazos más feroces e hipócritas,
el pienso más raro, pues los caravaneros quieren orden en la pequeña recua gris
que cocea y resopla o se calla incansablemente.
¿Amoral? En todo caso, en absoluto partidario de la moral “en circulación”,
como se dice en la Bolsa.
¿Asocial? Ciertamente ajeno a esta hipócrita explotación del hombre por el
hombre, a esta sudoración de fastidio y a cualquier jerarquía preestablecida.
Sin embargo, experimento el egoísmo como una acrobacia mental que, a la
primera vacilación, nos deja apaleados en el fondo de nuestra propia angustia.
Y entonces busco compañeros entre aquellos que no los han encontrado.
Capítulo II
Diario de campo 8enero-mayo de 1946)

Soy director pedagógico del centro de acogida para niños inadaptados de la


región de Lille.
Durante tres años he sido educador en un instituto médico pedagógico de la
región, un gran edificio blanco paredaño a un asilo de alienados. Locos, como
se dice, por centenares; camisa gris y terciopelo marrón; alamedas cimentadas
frente a la administración y fangosas entre los pabellones; pequeños arriates de
flores alrededor de los cuales están adormecidos tantos hombres y muchachos
babosos que uno puede preguntase si cada pétalo y hoja no se les queda, cada
día, pegado en la mano. Médicos, contadores, guardianes y religiosas.
Cientos de niños llevados por sífilis, alcoholismo, tuberculosis, mal carácter
y certificado médico. Ubicación voluntaria o administrativa, y orden de
guarda provisional. El tribunal para niños y adolescentes, y los servicios
sociales hacen sus necesidades entre los rosales.

Era responsable de un grupo de unos cien muchachos etiquetados como


anormales, en su mayoría, residuos de casas de reeducación o de hogares de
Asistencia Pública. Los talleres, el deporte activo: los guardianes se
transforman en educadores. Los pasatiempos adornados de teatros y canto. Y
tenemos un pabellón que, como se dice, funcionaba.
Que funcionaba o no. Del asilo al estadio. Como soldados. Ahora bien, los
soldados que pasaba y volvían a pasar en una pequeña ciudad del Norte, en
1942, sabían o podían cantar mejor en coro y a varias voces.
También mis anormales.
En 1942, alrededor de estos soldados había folletos, pequeñas leyendas,
revistas ilustradas y una atmósfera que comenzaba a precisarse.
Una noche, encontré a uno de los muchachos de pie, con los brazos en
jarras, las piernas separadas, haciendo guardia en la puerta de su dormitorio
común. Treinta de los cien habían prestado juramento. ¿Ante quién? Ante un
dibujo al carboncillo que era una ampliación de mi propia fotografía.
Logro técnico inmediato. Atmósfera interna muy viva. Trastornos de
comportamiento reducidos a su más simple expresión. Un raro dinamismo que
emana de un grupo de cien anormales. Felicitaciones unánimes de los
especialistas y el marcado interés de los ministerios.
Sabía muy bien (modestia aparte) que estaba en camino de convertirme en
el bufón. ¿La prueba? Los únicos alumnos que “salieron” durante este año y
que no volvieron a entrar por la pequeña puerta algunas semanas más tarde,
ya sea porque habían vuelto a violar a la hermanita o porque estaban
aburridos de la monotonía puntillosa del trabajo cotidiano y de la vida de
familia, se convirtieron en reclutas voluntarios de la Legión Negra o, mejor, la
SS.
Un día, en la plaza mayor de Lille, cuatro de ellos a los que no había
reconocido (casi no me detenía a observar a los alemanes bajo sus cascos) me
rodearon: “¿Y si te metemos en la cárcel? -me dijeron bromeando-.
Precisamente estamos de servicio en la prisión de Loos”.
No me llevaron, aunque lo habrían hecho, porque estaba escribiendo una
novela.
No se trata de rechazar de plano las canciones mientras se marcha a paso
ligero, en filas de a cuatro, ni la admiración por el jefe, la disciplina adusta, los
aullidos colectivos y las baratijas decorativas pegadas a todas las junturas sin
contar con las que decoran los pechos, los cinturones y los sombreros. Un niño
puede utilizar todo. Momentos místicos, momentos fascistas. Sarampión,
escarlatina, paperas, homosexualidad… Esto no se evita, no se guarda el
secreto en el fondo del corazón o de la médula: se escupe, le cae a uno encima
para ser cepillado, quemado y consumido. Los peores hábitos son aquellos que
uno no se atreve a aceptar, pues el balancín de la vida, en su magnífico y frágil
vaivén, corre el riesgo de permanecer atado en esta monstruosa vegetación que
es el misterioso atributo de las apariencias conformes.
Y, sin ir más lejos, prefiero ver una pequeña cinta en el hombro de un
muchacho de trece años que en el ojal de un señor de cincuenta. Si es necesario
que esto salga un día otro, cuanto más pronto, mejor.
Pero no debe creerse que un chiquillo que ha vivido durante un año o más, a
veces entusiasta y dócil a la voluntad del educador presente, pueda clasificarse
como bueno para la vida.

Es preciso esperar -y son múltiples los testimonios en el pasado- a que las


tentativas pedagógicas honradas se tornen fracasos y sospechar de la estafa
encubierta por todos los éxitos ruidosos e inmediatos. Al fin y al cabo, a los
educadores los juzgan los adultos en ese instante y nunca sobre la obra que se
hace apenas perceptible diez o veinte años más tarde.
Para el centro de acogida he realizado numerosos informes previos y he
discutido planes y presupuestos.
Se trata de observar, durante tres meses, a los “menores” de la región que
han robado, herido, vagabundeado o delinquido, cuyos padres están
arruinados y de los cuales el barrio se compadece; que reinciden, que
desaparecen, que rompen las cajas de caudales, que juegan muy abiertamente
con la bragueta así como los inadaptados de menos de dieciocho años.
Por lo menos, aquellos cuya inadaptación social es notable, flagrante,
descrita en el pasmoso estilo del policía vestido con tabardo: “está pues
convencido de haber robado durante la noche ocho conejos entre los cuales hay
tres de pelo gris” [sic].
¿Quién pagaría por aquellos a quien la justicia todavía ignora?
En los planos, en tanto que ejemplares refrendados y sellados, el centro
estaba compuesto por pequeños pabellones provistos de un material sólido. Y
sobre hectáreas de terreno se dibujaron talleres, cocinas, lugares para el
deporte y el juego. Todo situado en un suburbio obrero.
Para este mes de enero tan nuevo, me tocó en suerte una gran finca en un
suburbio muy burgués con piñas en los parques y labios apretados sobre los
impulsos del corazón como un esfínter muy controlado sobre un pedo.
Una hectárea y media de parque con pequeño túnel, pequeño pabellón,
pequeño estanque y grandes árboles. Altas puertas con frágiles cerraduras
aceitadas durante veinte años por la obsequiosidad de viejos criados,
chimeneas cuajadas de esos adornos que se dejan en las tumbas de los tíos. Una
portera al acecho, atenta al ruibarbo que se cultiva para la mermelada de “la
Señora”, confinada en una residencia por su avanzada edad.
Los alemanes acaban de partir. Dejaron unos lavabos en las habitaciones
del segundo piso, un automóvil sin neumáticos en el cobertizo de madera, un
muerto en el parque, tirado sobre algunos centímetros de tierra, un hombre de
cincuenta años que llevaba el uniforme de su ejército y que manifestó, al
parecer, su alegría de que la guerra al fin hubiera terminado. Lo pusieron de
pie contra un árbol. Le agujerearon la piel en varios lugares. Arañaron el árbol.
Rasparon la tierra, tiraron al hombre y le echaron tierra, como hacen los gatos.
Los alemanes son muy limpios. No caminaron sobre el ruibarbo y sus peciolos,
que miraban muy discretamente a través de las hojas de los árboles de la
propiedad, lo agradecieron mucho.
Algunos maestros contratados de una manera un tanto confusa, basándose
en referencias y diplomas, un jefe que conocía su oficio y yo intentamos
encontrar algunas camas y mantas, y esperamos.

Los tres primeros en llegar vienen de la prisión.


Apenas miran el “castillo” (ya tienen el hábito de no mirar nada):
En una de las grandes salas, sentados, comienzan a descubrir las grandes
ventanas con furtivas miraditas, como se mira a las piernas de una muchacha.
Se los abruma con las preguntas de los maestros, ávidos y ansiosos por
ayudarlos. Su salud, su edad, su pasado, de qué murieron sus abuelos, el
nombre de su hermanita, si les gusta el fútbol…
Embrutecidos, adormilados y sin poder decidir si sueñan o no, prefieren ir a
dormir, contentos por haber tomado cerveza.
Tienen un pequeño gesto condescendiente al evaluar la distancia de las
ventanas al suelo, decididos a meterse a campo en la primera ocasión, con la
condición de que no se les proponga muy abiertamente, ya que desconfían de
todo.
En prisión eran nueve en una celda concebida para uno o dos: bien
encerrados, rechazados uy amontonados, con su mano frenéticamente cerrada
sobre su sexo para probarse a sí mismos que aún tenían algo vivo.

La prisión, procedimiento salvaje. Clave de bóveda de la sociedad actual. Te


pongo en prisión. Me metes en prisión. “Hay que meterlos bajo llave”.
Encarcelar adultos: esto ya choca con el buen sentido de quienes no están
únicamente preocupados por proteger los adornos que se colocan en la repisa
de la chimenea de una colectivización prematura. Encarcelar chiquillos
provoca innumerables abortos sociales mucho más nefastos que el aborto
reputado como crimen.
Quienes ya no participan más de este derrame de sangre social que tanto
alegra el corazón, tienen ganas de actuar, reír y hablar, y antes de morir
exangües y alienados, se resisten. La banda, la efracción, el crimen

Llega uno completamente solo. No viene de prisión. Detenido la antevíspera


porque llevaba una colección de granadas. Pasa tres días (y tres noches) en las
celdas de los sótanos de la comisaría central.
Tras algunas horas de observación (suya) abandona el aire acobardado y
cortés que creía adecuado para la circunstancia y cuenta que se ha burlado.
Entre los detenidos subterráneos y provisionales había un comisario de la
policía acusado de ser un colaboracionista, así como “montones de tipos
curiosamente ricos y gallinas”:
Aquí tenemos uno a quien la sociedad le huele a quemado.
Un mariscal idolatrado que es un cabrón senil, un comisario de policía que,
de cerca, apesta a vendedor ambulante, el supuesto matonzuelo callejero que
es un auténtico héroe de la Resistencia y que, por un tiempo, pondrá en un
brete la eficacia de la moral basada en el ejemplo.

Paredes altas empapeladas, colchones mal rellenados con crin vegetal… El


centro padece un desequilibrio que tenderá a reabsorberse a costa del
empapelado (de mejorar las camas, ni se habla).
Se producirá la erosión humana. Por otra parte, estoy muy decidido a no
prohibir, castigar, acechar o transformar en algún “concurso entre equipos” la
protección, por lo demás ilusoria, de esta “propiedad”, en toda la horrible
fealdad inútil de la palabra y la cosa.
Me excuso (tácticamente) ante quienes me han encargado (es realidad)
responsabilidades.
Estaba vendido, archivendido al otro campo, al campo de los que rompen
cristales y de los ladrones de gallinas.
En las reuniones del consejo de administración estaba acorralado entre un
procurador de la República y un inspector de la Asistencia Pública, el espía
pálido y tenaz camuflado como embajador (consultivo) de sus niños crápulas…
“a los que no se debe llamar delincuentes y para cuya corrección moral debe
empleeeaaarse todo”.
Pedí un balón de fútbol. Nunca lo tuvimos. Pedía contar cómo lo robamos
pero todavía no ha prescrito

Son setenta y cinco, y ochenta, y cien que corren desnudos por el canalón,
desmontan las cerraduras, transforman la instalación eléctrica, cabalgan en las
escaleras, desclavan las tablas del piso para hacer escondrijos, se cagan en la
cama del vecino, rompen quince platos de un golpe, se convierten en policías
por el placer de ser más y golpear en la cara a los demás, se mean en la cazuela
de los fideos, atascan los lavamanos con pedazos de mantas, arrojan a los
compañeros vestidos al estanque, juegan al escondite durante el día (¿y la
noche?), se levantan furtivamente de la cama a las tres de la mañana para ir a
robar un cargamento de cigarrillos del ejército estadounidense, escupen al
suelo, van a malvender las mantas a una taberna cómplice del barrio del que
provienen, visitan a los compañeros de los centros de educación cercanos para
convencerlos de evadirse e ir con ellos al centro “donde nadie te jode”…
Los monitores se aceran para hablarme de la necesidad de una disciplina
mínima. Desde que comenzó la avalancha los he visto actuar, dispersos entre
la marea de chillos y jóvenes, reaccionando como pueden, a veces torpes e
intempestivos, dedicados hasta la extenuación o despreocupados como
colegiales; irregulares, inestables, versátiles, habladores, adicionados a los
conciliábulos invertebrados, regurgitan todas las formas de educación que
padecieron. Han hecho de todo: de la vigilancia al equipo scout, pasando por el
espíritu de tropa. A ratos vigilantes, cómplices, iniciadores de alborotos, cabos
primeros y jefes de ropa, grandes compañeros fraternales y guardianes ariscos
se dejan llevar hasta el guiño y las palmadas reciprocas en la espalda y, con el
súbito amedrentamiento por haberse bajado del pedestal, reaccionan con el
atropello autoritario, la enérgica bofetada y la formación impecable. En las
camas de acuestan en compañía de sus “alumnos” y se molestan cuando
alguien les dice “cierra la boca”, dominados por los grupos bajo su
responsabilidad y obligados, contra su voluntad, a recoger colillas.
Una de las muchachas del Centro es una monitora de veintitrés años, nacida
y educada en un medio muy cómodo. Llegó aquí por su gusto de exploración
humana.
Vive lo más cerca posible de los muchachos, les habla y los escucha. Me dijo:
“En prisión estaban más contentos. En su celda, nueve o diez, se ayudaban
mutuamente. Nunca se robaban entre sí. Aquí, al aire libre, bien instalados y
cómodos se roban y delatan. Al salir, han vuelto a su egoísmo al ser enviados al
correccional”. Está sinceramente decepcionada y su observación es correcta.
Ignora que los ahogados que reviven comienzan por vomitar. Ignora que la
vida es una colectividad reducida segrega leyes, reglas y costumbres para uso
exclusivo de la pequeña comunidad, que la muy aparente y escrupulosa
honestidad de un pequeño grupo de prisioneros es un reflejo colectivo que se
prolonga muy a menudo por la esclavitud total de los más débiles.
Está obnubilada por las abstracciones “honestidad”, “justicia” o
“disciplina”. Se deslumbra con la menor manifestación espontánea y es torpe
para reconocer, entre las setas “morales” que crecen a merced de las
circunstancias, las comestibles y las venenosas.
Adora las setas por herencia; eso es todo. En cada momento se arriesga a
intoxicarse y, como es honesta, esto la hará abandonar el oficio.

El jefe de los monitores, antiguo obrero textil y que tiene como experiencia
algunos años de instituto médico-pedagógico, de método Hérbert, de fútbol y
de gimnasia, sostiene solo, la barraca sobre sus hombros. Es pesada y se
balancea. Pero los niños viven y, cualesquiera que sean sus reacciones
pasajeras, la total ausencia de sanción desorienta su agresividad. Unos cien
chiquillos considerados como difíciles, un hombre honrado y vivo, una
muchacha de unos veinte años que se vuelve afable frente a los trastornos del
carácter y yo.
Observo sin ternura a los monitores que vuelven en delegación a hablarme
de una “disciplina mínima”.
Me digo que las manifestaciones de ineficacia se han trasformado poco en el
transcurso de sucesivas civilizaciones.
Así como los pueblos antiguos iban a hacer ofrendas y quejas al templo, las
nuestras se desembarazan de sus problemas formando delegaciones.
Esta persistente necesidad de recurrir a un individuo es el índice de que las
pulsaciones-individuales y sociales siempre van al mismo ritmo. Y el mismo
pequeño cortejo siempre decepciona de no encontrar al todopoderoso al final
de su camino.
Los escucho hablarme de disciplina (y se han traído a los peores
provocadores de desorden, que les hacen coros, cómo no). Los he visto, jóvenes
adultos responsables mal apoyados en puertas mal cerradas, sin cuaderno de
castigos en la mano, desplegar ante los chiquillos todas las torpezas para
salvaguardar lo que llaman su “autoridad”.
Despiadados reveladores de caracteres y apetitos, los jóvenes inadaptados
ven cómo se les acercan jóvenes sedientos de esta autoridad, a otros que están
tan atiborrados de principios que deben vomitarlos sobre cualquiera, incluso a
anarquistas reprimidos que no osan cometer actos antisociales y llegan como
mirones, y pederastas en una larga procesión cuya fila se cierra cada vez que
uno de ellos se deja sorprender in fraganti, con las manos en la masa, si se
puede decir así. Todos lo saben, lo ven y lo dicen.
Para que esto cambio he rechazado los subproductos de las formas de
educación burguesa y he recurrido a educadores que no proceden en escuelas o
cursillos. Luego han querido convencerme de que algunos tenían antecedentes
penales.

Solo he visto sus figuras, los pliegues alrededor de la boca, sus ojos, arrugar,
nucas, manos, risas y voces. No los he buscado en la prisión ni en el
manicomio, pues temo que los que se cuecen a fuego lento en la prisión o en el
manicomio poseen una cierta complacencia hacia sí mismos que es una tara en
el carácter de un educador.
Llegaron solos, de su barrio donde los techos son de tablas y las ventanas,
cubos de la basura; donde es muy habitual que el padrastro o el mismo padre
viole a la hija mayor por descuido , situación que se da en nueve metros
cúbicos, en ocho o diez, y algunos litros de vino el domingo.
Estos hombres ya estaban presentes en el centro. Domadores de piojos y
cazadores de sarna, sorprendentes tragones de prejuicios y con la moral
completamente desarticulada en relación con el circo que habían vivido
cuando eran niños y, pensándolo bien, sin deformación total en sus flexibles
coyunturas. Sólidos revolucionarios: te sostienen la columna vertebral mejor
que todo un atavío reluciente y prestado de principios.

El circo toma forma con los payasos harapientos que nos llegan de las
comisarías.
Desafortunadamente nunca se ven los oficiales. Escuchan desde tan lejos
como sea posible los aires que toca la orquesta, sin duda, no reconocen la
obertura de Poeta y Aldeano, saben que la reeducación se realiza, allí dentro,
sin red, el amaestramiento sin látigo y se vuelven a sumergir en sus
documentos, informes y cifras, sonríen de lado pues esto les da un pequeño
aspecto escéptico.

En algunas semanas algo nació. Existe el individuo sociológico “centro de


acogida de Lille”.
Los chiquillos, los monitores obreros, yo, el castillo con chimeneas
agrietadas, el parque con matorrales destrozados, el estanque vacío, el taller
sin herramientas y las mesas sin cuchara ni tenedor, sin taza ni plato, y las
duchas sin agua caliente, y los pies sin calzado y los bolsillos sin pañuelo y la
taberna de la esquina y la desconfianza de la administración y de los poderes
públicos, y la lejana bendición de los ministerios: esto me parece un pedacito
muy vivo el universo humano, a nuestra medida. Así como un hombre es un
hombre entre los otros, el centro es una hectárea recortada en plena sociedad.

Cuando nos hacemos cargo de un chiquillo no es para que la sociedad se lo


quite de encima y se lo pulamos para que pueda reabsorberlo y domesticarlo.
Primero hay que revelarlo (como se dice en fotografía) y, lo que es peor, de
la manera más inmediata: por las carteras que arrastra, los oídos habituados al
mejunje mundano, los cristales frágiles y costosos. Y tanto peor para el barrio
que nos mira por encima del hombro, con esos chalés en los que se piensa que
podríamos irnos a otra parte y cuyos propietarios están listos a denunciar el
atentado a las costumbres si ven a alguno de nuestros granujas meando contra
un árbol. Tanto peor para las frutas que la propietaria se guardaba para sus
mermeladas y las flores abonadas para sus tumbas; tanto peor para los que
quieren que infancia rime con ignorancia. Tanto peor para las sartas de
solteronas que, periódicamente, en fila, inspeccionan la reeducación (con su
punto de vista sobre el atentado a las costumbres en tiempos de bonanza).

Buscaré refuerzos: extracto de Los orígenes del carácter en el niño del doctor
Wallon:
“Otros autores han insistido con mayor insistencia en las situaciones en las
que [el hombre] debe adaptarse y la manera personal de hacerlo. En efecto, ya
no es posible deducir un comportamiento basado en disposiciones, por muy
fundamentales e imperiosas que sean, sino en factores más elementales que este
integra. Y cuanto más se desarrolla, con la complejidad de una actividad, la
diversidad e las circunstancias a las cuales debe responder, menos puede
disociarse de estas y considerarla única. Precisamente, se observa en las
relaciones del hombre con […] los materiales mediante los cuales realiza su
actividad. Ya se trate de su vida cotidiana y, en esta, de su actividad
profesional o familiar, de sus hábitos personales o costumbres sociales, o bien
de situaciones nuevas e imprevistas, como un incidente, la muerte de un
pariente, la pérdida de la cartera, ganarse el premio mayor de la lotería o
también, para el adolescente, de su primer cigarrillo, la forma de actuar puede,
en el mismo individuo, presentar una gran diversidad […]. De la suma [de
estos rasgos] resulta el carácter, o más bien, de su repetición. Es como su
improntaen la persona. En él desembocan y se fijan maneras de actuar cuya
implicación descansa en el complejo indisoluble que forman determinadas
situaciones y las disposiciones del sujeto”.

Dicho de otro modo: privar a un niño de sus circunstancias frecuentes de


vida es privarlo de su carácter habitual.
Es el punto de vista de quienes conciben el centro de acogida como un
campo de prisioneros, una torre de marfil colectiva, una fastidiosa antesala de
laboratorio psicológico o la estación (prematura) de partida hacia una nueva
vida.
Si el centro de acogida es un cuartel, veremos las posibilidades de
adaptación de los muchachos para la vida de soldado. Si es un capo scout,
veremos sus aptitudes en la lectura de pistas e indicios, su receptividad
presente en el código de honor, su gusto por la vida en equipo. Si es una
prisión, los veremos cómo prisioneros. Si es un laboratorio, los veremos como
conejillos de indias. Si es algo como una casa de vecinos, los veremos más o
menos como son a diario, pues los padres están cerca y las visitas a la casa
serán tan frecuentes como se pueda.
A pesar del acento de origen de estos monitores, a pesar del cafetín o
taberna recreado en el interior del centro, a pesar de los altercados familiares
que tenían el campo libre, algunas veces me enfrentaba con muertos o por lo
menos con gente sin carácter, asfixiada en esta atmósfera aún artificial. A estos
últimos se los llevaba a “observación familiar” y los monitores del barrio
lograban sus observaciones de forma directa.
Pero esas llamadas telefónicas con el juez de instrucción que “los” metía en
el centro para atarlos en corto…
Olvidé que un centro de acogida es ante todo una antesala del despacho del
juez.

Tras algunos meses de funcionamiento, y teniendo en cuenta lo que puede


haber de constante en los acontecimientos cotidianos, es posible ver con mucha
claridad cómo puede cambiar un centro de acogida como el nuestro.
El esfuerzo cotidiano de cada uno deberá tender hacia la realización de este
proyecto. (Por momentos y en muchas cuestiones, debíamos lograrlo).
Quien acaba de llegar, una vez liberado de las esposas y de su temor de ser
llevado a la prisión, y después de un contacto muy rápido con el educador
presente en la oficina, es conducido a una sala de recepción y luego a la de
ducha y al ropero. En la recepción lo reciben un muchacho y una muchacha.
El muchacho es un “mayor” del centro, adoptado, ya que debe permanecer
aquí por carecer de apoyos en el exterior y se prepara, por ejemplo, para un
examen. La muchacha es una joven educadora, segura de sí misma y un
poquito psicotécnica.
En las salas de recepción, todo lo que sirva para dejar las primeras “huellas”
aguarda sobre las mesas. Papel de carta, libros, hojas para dibujar y acuarelas,
cajas de juguetes para montar, pequeñas monografías de todos los oficios,
material muy variado de carpintería… En las paredes hay fotografías,
recuerdos de todas las “aventuras” (deportivas u otras) vividas por los
“pasajeros” del centro, acompañadas de un breve relato.
Quien acaba de llegar permanecerá aquí algunos días. Sus reacciones,
relatos y “obras” serán cuidadosamente guardados. Lo examinará la enfermera
(una enfermera que cura, presiente, consuela y hace café fuerte e inyecta y
sonríe cuando los educadores le prestan atención) y el médico y, si el corazón se
lo dicta, lo someterá a una pequeña revisión. Durante ese tiempo, puede recibir
la visita de los “pasajeros” del centro. Y tan pronto como manifiesta su deseo
-y si no hay, por lo demás, muy graves contraindicaciones- toma parte en la
vida común.
La mayoría de los pasajeros duerme en pequeños dormitorios colectivos.
Ya por la mañana, se propone durante el desayuno una gama tan variada
como sea posible de actividades y cada uno se inscribe la que más le gusta.
Jardinería, taller, limpieza y cocina figuran entre las actividades
remuneradas preferidas, aunque se remuneran según el rendimiento, a destajo,
según una tarifa minuciosamente detallada y clara.
Cada ocupación tiene como organizador a un educador que busca incorporar
allí todo lo que es susceptible de revelar trastornos (por ejemplo. El método
Hérbert se complica con equilibrios prolongados, posición sobre una bola,
saltos escalonados, caminar con los ojos vendados, etc.; los juegos de interior
buscan el sentido del ritmo, la destreza de las dos manos, etc.)
Las actividades “gratuitas” (deporte, estudio, juegos, artes decorativas,
dramáticas, periodismo, etc.) se proponen junto con las primeras.
Durante el almuerzo, los muchachos pueden elegir, en la misma gama, lo
que harán hasta las seis de la tarde.
En este momento, el centro “se abre” a todos los amigos del exterior. Se
invita a pasar algunas horas con nuestros pasajeros las familias, los activistas
obreros, los representantes de todas las religiones, los alberguistas, los
estudiantes y los aficionados a lo pintoresco.
De estos encuentros nacen en desorden juegos, charlas, cantos,
representaciones teatrales y trabajos. La hora de acostarse se deja al deseo de
cada uno.
Los educadores presentes participan y “toman notas”.
Esta vida cotidiana cuenta también con “imprevistos”, lo que podríamos
llamar circunstancias de choque (encuentros deportivos, gimcanas,
representaciones teatrales, salidas en grupo para un taller fuera del centro,
ayudar a otros, etc.).
A los muchachos se les paga los fines de semana. Alquilan su habitación, sus
ropas de trabajo, sus comidas, pero esta renta nunca se les descuenta de su
pago. En otras taquillas deben comprar tiques de comida, de habitación y de
ropas. Quienes no pueden pagar los tiques cobran bonos de asistencia que les
dan el derecho a las mismas coas “necesarias” que los otros. Se endeudan, en
todo, y se arriesgan a prolongar su estadía.
Una cafetería interior, aprovisionada en lo posible, no solo en pequeños
suplementos alimenticios, sino en todo lo que pueden desear como accesorios,
ornamentos o juguetes de muchachos de esta edad, está abierta todos los días
en el cafetín del centro.
Un educador (o una educadora) con buenas dotes se encarga de algunos que,
durante el recreo de la mañana o del mediodía, rechazan cualquier actividad,
víctimas de laguna rabia o desgana pasajera ocasionados por el esfuerzo o la
vida en grupo.
Por ms que todas estas actividades hayan sido organizadas por educadores
que desean resulten tan parecidas como sea posible a las condiciones habituales
de trabajo, por más que el centro esté abierto y reúna a adultos tan diferentes
como sea posible tanto por la edad como por la formación y las
preocupaciones, sin embargo son artificial y las diversas situaciones que
plantea acaban siendo estériles.
Desde el sábado hasta el lunes por la mañana, quienes pueden se reintegran
al núcleo familiar. Los que no lo tienen, han sido rechazados o rehúyen, pasan
el fin de semana con familias obreras normales. Tan rápido como sea posible,
los pasajeros del centro se envían a observación familiar -es decir, tras haber
sido observados en el centro, re reúnen en su medio normal, provistos de un
trabajo que se han buscado en la fábrica, en el taller, en un centro de
formación profesional o con un artesano: un obrero vecino o un pariente se
encarga de continuar la observación siguiendo un modo muy sencillo que
también se le indica a uno de los adultos presentes en el sitio de trabajo del
“reenganchado”.
Disponemos de una amplia cosecha de “observaciones” de las cuales
ninguna, desde luego, implica un juicio ni un adjetivo calificativo. Los hechos
se anotan: circunstancia-reacción (forma, violencia, duración, etc.).
La “paga” nos permite hacer un gráfico individual en el que se registra la
suma ganada y el tipo de actividad en la que se ganó este dinero. Los
resultados, la duración de la dedicación a las actividades “gratuitas”, se
inscriben con su huella cuando es posible (por ejemplo, un dibujo):
El modo en que se gastó el dinero figura en observación.
La actitud de los educadores, francos al hablar y en los recuerdos
personales, no incita a la hipocresía. Todas sus intervenciones figuran en el
gráfico cotidiano.
El médico especialista en neuropsiquiatría infantil, el asistente social que
está informado en el medio habitual de lo observado y el primer educador del
centro redactan juntos la conclusión de las observaciones y el pronóstico de
readaptación social dirigido al organismo que motivo la observación.
Los educadores tienen pocas reuniones de claustro. A diario, el director
pedagógico está a su disposición, en la noche, para ayudarles, informarles,
proveerles eventualmente documentos, descubrir las razones profundas de sus
torpezas, friccionar la pequeña “sarna” de carácter que se origina
espontáneamente en todas las colectividades y, sobre todo, inculcarles el gusto
por una cultura personal activa, mucho más latente en los adultos en
apariencia marcados por diez o quince años de trabajo en la fábrica.
Trabajaba más o menos como un brujo en un terreno aparentemente árido.
Siempre me han sorprendido hasta el estupor las riquezas, la energía y la
avidez descubiertas. ¿Por cuál aberración de la organización social seres como
estos estaban replegados sobre sí mismos, considerados apenas aptos para
vigilar el trabajo de un telar u operar una máquina-herramienta?
Y pensar que solo se necesitó un concilio de biempensantes para arrojarlos a
la fábrica cuando comenzaban a creer en su propio vigor. ¡Torpes!

H., le monitor de taller, tenía el interior de la boca quemado por la ginebra


y el exterior por el fuego de la fragua, magullado por su encuentro involuntario
con una rueda de esmeril que giraba a 1.200 revoluciones por minuto. Le
faltaba un ojo.
Buscaré refuerzos para hablar de él.
Extractos de un libro de Pierre Hamp, Il faut que vous anissez de nouveau.
Habla de los años que pasó con los obreros del ferrocarril, en una estación de
clasificación.
“Solo se comprende el alma de los que se te parecen. Un opulento nunca
sabrá lo que es la miseria, ni un santo lo que es el sufrimiento”.
“Lo que los inspectores llamaban la buena disposición no era en realidad la
asiduidad en el servicio, sino la docilidad social”.
“El personal de clasificación contaba con atrevidos que acostumbraban
hacer su trabajo sin respetar el reglamento, la única forma de asegurar el
tráfico”.
“La burocracia daba a los ejecutantes una severa información sobre la
precaución. La acumulación de las medidas de seguridad conducía a la
detención del movimiento.
“Los que empujaban los vagones solo sabían hacer su duro oficio, pero
nadie podía darles lecciones. Pasar un día cerca de D. y P. era una bella lección
de humanidad. En cuanto a la observación de los reglamentos, cada uno
merecía el despido por lo menos una vez al día”.
Sustitúyase “vagones” por “niños” y piénsese que, como era cómplice, no
existía reglamento, lo que no impedía el despido.
“El olor de la marea que ascendía del río bajo el puente cargado de vagones
no llegaba hasta allí. Lo rechazaba con un tufo de ginebra, por el que no se le
podía reprochar que estas cualidades del oficio disminuyeran. Sobrepasaban
las del reglamento y alcanzaban una moralidad que los ingenieros […] nunca
podían alcanzar, pues D. asumía la masa de responsabilidades que los otros
apartaban con prudencia. El modesto intrépido que solo tenía como defecto
deber un poco de alcohol era un héroe del oficio. ¿Quién sabrá todo lo que
lograba en la noche para salvar la clasificación= ¡Qué delicadeza para no
contármelo! Sin tomarse la precaución de avisar, se arriesgaba a tiempo de las
vías de servicio y el primero de la mañana llegase a chocar con este, el
presidente del comité disciplinario trataría a D. como un asesino. Hubiésemos
encontrado en su expediente que bebía, con lo cual no se habría podido
encontrar la excusa en este oficio inextricable donde era imprescindible,
durante doce horas nocturnas y sin un minuto de reposo en el que conceder a
los párpados la dulzura de cerrarlos, asegurar un enorme tráfico sobre las
exiguas vías”.
Ahora sustitúyase “el olor de la marea” por “el olor de las habitaciones en
las madrugadas de invierno”, “ingenieros” por quien se desee de los miembros
del consejo de la administración, “estación de clasificación”, por “Centro·” y
“si el último tren chocase” por “si estos niños, de los cuales algunos estaban
alineados, se hiriesen gravemente, si el buen humor no se conserva en esta
colectividad, donde el temor del juicio cercano mantenía el mal humor y el
rencor, si las brutales amenazas llegaran hasta el acto, si los proyectos de
golpes fructuosos maduraran hasta su realización, H. hubiese sido tratado,
etc.”. Cámbiese “durante doce horas nocturnas” por “sin parar”, “tráfico
enorme” y “exiguas” por “el sostenimiento extenuante de un buen humor
colectivo en el torbellino de disminuidos excitados”.
Y comprenderéis por qué he preferido ver el Centro cerrar a aceptar la
entronización diplomática de un director administrativo salido de un colegio
San Lo Que Sea y dotado sin duda, a los ojos de la administración, de todas las
garantías morales.
Las líneas escritas sobre los trabajadores de una estación de clasificación
ferroviaria, y que se aplican en algunos detalles a los hombres que trabajaban
en el centro para jóvenes “descarriados”, me dan la esperanza de que algún día
nadie se escandalizará al ver a los educadores especializados con aspecto de
trabajadores ferroviarios.
Siempre llegan… y se van.
En su mayoría son vagabundos que, para escapar de la privación de
libertad del trabajo cotidiano, se encuentran entre dos policías, entre los muros
de una celda.
Son mucho más pueriles buscadores de lo absoluto que los jueces que son
incapaces de conseguirlo.
Tenaces vagabundos cuya inflada bragueta está a menudo manchada con
esperma seco, en rebaba, y que caminan sin incomodarse en absoluto por este
moho aparente, comedores de remolachas, tan vivos que ninguna asistencia
social podría soportar la simiente en su vientre. Vagabundos inútiles. Pequeño
pueblo de solitarios… unos son indudablemente desperdicios de hombres y
otros, esperanzas de un mundo que siempre se arriesga a reventar de docilidad
como algunos cerdos en su grasa y algunos hombres en su cama.

En la gran clínica de enfrente, acaba de entrar una militante comunista.


Regresa del campo de concentración.
Más tarde, me contará:
“He intentado vivir… las primeras voces que escuché fueron las de sus
chiquillos. Sabía que estaba en barrio burgués y las voces tenían el argot del
barrio donde viví cuando era niña. Durante muchos días creí que era el delirio
antes de la muerte, recuerdos que me zumbaban en los oídos. Pero no reconocía
las canciones. Admito que lo que oía era nuevo para mí”.
“¿Sabe, Deligny? Estoy contenta por haber escuchado sus voces. Las
primeras”.
La mujer que me decía esto había escapado de la muerte y el suplicio.
Hablando de mi trabajo, su voz es la única que me ha conmovido.
Sin decirlo, aquel día firmé un pacto.

Los cuatro que llegaron de prisión anoche, están en mi despacho esta


mañana. Los cuatro.
Una vez instalados en sus habitaciones, en sus camas, recién vestidos con el
pijama de la casa, continuaron, como lo hacían en la celda, con el concurso
cotidiano de masturbación. Cuatro puntos para quien terminara primero, tres
al segundo, etc. Algo como los seis días que durarían desde hace más de un
mes, una verdadera maratón puesto que, cuando les pregunté “¿quién ha
quedado primero?”, el más fuerte me respondió:
- ¿En qué? ¿En la general?
Asentí.
- Yo. Con ciento cinco puntos.
- ¿Y anoche?
Señaló a un pequeño de pelo rizado que dudaba visiblemente entre la
vergüenza y el orgullo.
- Él.
Yo:
- El cambio de pista, sin duda.
¿Qué otra cosa podía decir?
- Me gustaría que dejaseis en paz vuestras herramientas. Continuaremos
la competición con naipes.
- ¿Ah! -contestaron-. ¿Podemos jugar a las cartas aquí después de las
cinco?

El que me llevaron esta mañana, lo habían sacado hacía dos días de un gran
cajón, en una tienda de comestibles.
Entró para robar bombones. La vieja tendera salió de la cocina para cerrar
la puerta durante la noche. Y se quedó encerrado.
A la mañana siguiente, la tendera lo encontró acostado en una cama de sal
de cocina, en un cajón que no había podido cerrar. Su madre estaba muy
apenada. Su padre es empleado público. ¡Es justo para un empleado público
que encuentre a su hijo, su hijo único, en un gran cajón de sal de una pequeña
tienda de comestibles?

El pequeño sistema de permisos semanales para todos aquellos a quienes


reclama su familia acaba de fallar.
Tres muchachos que fueron a una ciudad a unos treinta kilómetros de
distancia no llegaron a la hora prevista para su regreso. No llegaron al día
siguiente ni al otro.
Cuarto día. Llamada telefónica de la “justicia”.
- No nos ha avisado de la evasión de los jóvenes M., V. y S.
- Bueno…
- ¡Sabe dónde están?
- Bueno…
Llaman a la puerta del despacho.
- Adelante.
Los jóvenes M., V. y S. en persona. Ya comprendo.
- ¡Oh! Están en mi despacho, señor juez.
- Es un error, están en prisión. En D. Desde el domingo.
- Pero están en mi despacho, señor juez. Puedo tocarlos…
- Señor Deligny, da la impresión de que se toma su oficio a broma.
- En absoluto, en absoluto.
Pero creo que la broma de hoy no ha estado mal. Los tres muchachos,
reconocidos en las calles de su ciudad por los agentes que los habían arrestado
la primera vez, los habían llevado de nuevo a prisión.
Al cabo de dos días con sus noches de espera, se evadieron desmontando la
ventana del cuchitril donde empezaban a notar que el tiempo pasaba muy
lentamente.
- Y no bromeamos. Hemos traído un pedazo de ventana como prueba.
Pisapapeles oficiales.

Masturbando a un soldado estadounidense se “ganan” tres naranjas.


Un cuchillo regresa con una naranja y los compañeros le saltan encima para
hacerse con las otras dos.
Y si no consiguen nada, tratan al tragón de naranjas como a un pequeño
cabrón durante ocho días.

La enfermera que nos han prestado tiene diecinueve años y el haber


practicado escultismo le permite poner la mano sobre el hombro de los
muchachos mayores.
Fueron a ver una película en la que una tripulación mercante sublevada se
vuelve pirata, acorrala la esposa del capitán en un desván y apuestan para
saber quién la violará.
Al regreso, a lo largo de la avenida, se han jugado al pinto, pinto, gorgorito
cuál de los cinco violará a la enfermera la noche siguiente mientras tres la
sujetaban y el cuarto vigilaba. Bromeaban.
La enfermera se enteró del proyecto. Tenían en la enfermería a un pequeño
enfermo con mucha fiebre. Hizo la maleta con rapidez y, sin decir nada a
nadie, se largó del centro antes del anochecer.
El único que no bromeó fue el pequeño enfermo que tenía sed.
Después dijeron muy seriamente que yo estaba al tanto y que no había
hecho nada para evitarlo.
De ese modo, este pobre centro era, para las matronas de beneficencia y las
impertinentes sociales, un barco fantasma en el que las violaciones y las
borracheras estaban al cabo del día.
Más de la mitad de los chiquillos del Centro va descalza.
El golpeteo de los talones y el chasquido de las plantas hacen un ruido al
que nuestros oídos se acostumbran rápido, incluso se convierte en una música
profunda que suena a una mezcla de animal y hombre.
No sería justo guardar esta sinfonía solo para nosotros.
Cuando los chiquillos van a pasear en las hermosas calles y amplias
avenidas, van descalzos. Y el educador que los acompaña se avergüenza de
tener suelas.

Louis H. y Joseph C. fueron arrestados a la vez porque ambos cometieron


un delito ocasional.
Sujetos con el mismo par de esposas, suben los peldaños del palacio de
justicia frontón en triangulo que descansa sobre cuatro columnas.
Ceremonia.
Los sacristanes son escribanos y los curas, jueces.
Joseph C., un poco afeminado por naturaleza, es muy consciente de que está
unido a Louis H. “tanto para lo mejor como para lo peor”.

Una historia digna de verse: he acompañado a chiquillos convocados a la


audiencia del tribunal para niños y adolescentes.
De negro sobre sus pedestales de madera, el presidente, el sustituto, el
escribano… Son como tapones de tintero. Para completas la escena, los
asesores. En una sala, los delegados de las “casa”.
Ante la creciente oleada de jóvenes asociales, de taponan los viejos diques y
los equipos de seguridad que usan con más ganas son solteronas, jueces,
abogados. Todas estas marionetas cuta gracia un poco anticuada no escapa a
la mirada viva de los pequeños inestables, a pesar de que su nivel mental no
sobrepasa la edad de nueve años, se ensañan en ahondar, por lado del Bien y el
Mal del Derecho, pequeñas charcas insuficientes donde se corrompen
indecentemente los niños avergonzados.
Quiero explicar por qué he dicho “marionetas”.
Todas estas personas (en el ejercicio de sus funciones) son manejadas por los
hilos de cualquier abstracción que dirige sus movimientos. Se presentan
amables, severos, amenazantes, estimuladores, serviciales, lejanos,
estruendosos, benévolos, a destiempo, a contrapelo y contra la vida.
Están frente a los niños con su disfraz fúnebre.
La Caridad, la Justicia, las Creencias, la Legalidad se hacen ventrílocuas
para ayudar a la ilusión.
Este espectáculo debería estar formalmente prohibido a los menores de
veinte años.
O al delincuente puede intimidársele y el miedo y la vergüenza que
experimenta agrava la reincidencia, o no lo es y la sociedad se ridiculiza.

Para luchar contra lo anacrónico, los niños del centro que serán juzgados
cantan en el camino y cantan incuso en la austera sala esperando la audiencia.
Esto les permite soportar el tiempo y el miedo. Esto me alegra (“la raza que
canta en los suplicios”) y siempre espero que, incomodado por este ruido, el
pesado palacio de piedras grises prohibirá a estos granujas la entrada a sus
salas. Esperanza frustrada. La propietaria es ciega y sorda.
Dos policías me traen a uno, muy bien sujeto. Se les veía muy claramente el
sudor en las axilas. Uno que me insulta en el acto.
“Si. Si. Si. El famoso Deligny. ¡Bien! ¡Vete a la mierda! Te partiré la cara.
De parte de todos los que has engañado. Este cerdo promete el oro y el moro, y
la libertad. ¡Peor! Nos deja encerrados hasta los veintiún años. Puedes estar
orgulloso, ¿eh, cabrón? No me importa, lo puedo decir, me he evadido tres
veces de Armentières y voy a volver, y…” y se queda callado con esa cara de
yo no he sido.
No dije nada porque estoy acostumbrado a no ser impulsivo. Reconozco las
sonoridades de las disputas del manicomio, la estrepitosa bravata del individuo
que consigue sus fines antes de hora y que pasa el resto de su tiempo y usa
inútilmente sus fuerzas insultando a personajes imaginarios o a los
representantes palpables de la sociedad cuando pasan por su boca. Pienso que
lo que me cuenta de los prefectos y los ministros también lo pienso, simple y
llanamente. ¿Por qué es enajenado y yo no?
Es cierto que he engañado a muchos jóvenes a los que “reeducaba como
jefe”. Y no siempre ha sido de buena fe. Para esta libertad, que para los niños
que viven en el centro debe de ser como el paraíso para el creyente, me he
vuelto un cura. A saber de qué ilusión me disfrazaba para que hicieran un
esfuerzo o, mejor, un simulacro de esfuerzo, un gesto. Les pedía una plegaria a
los que no querían, un guiño… era necesario que participaran de esta ilusión.
He sido el títere ceremonioso de una ilusoria abstracción y lo percibo
cuando el otro majadero, entre los dos policías, sigue insultándome.
Incluso los que no pueden compadecerse, porque “salieron” antes de los
veintiún años, ¿qué encontraron ahí afuera, en el paraíso de los que están
encerrados?
Ya tengo bastante vistos a los policías. Les digo con una sonrisa
comprensiva que pueden irse. Obedecen y desaparecen. El otro está mudo,
inerte. Los excitados de su especie necesitan un público. Les recuerdo con voz
suave:
- ¿Y…? ¿Me partirás la cara…?
Se acerca a mi mesa se inclina sobre la punta de sus zapatones y, con una
voz profunda y grave de confidencia que sale de su vientre…
- Señor. Señor… quisiera un día de permiso. Le hice un niño a una
muchacha, en una granja, cerca de Erquinghem. Es absolutamente
necesario que vaya a casarme
- Entonces, ¿no solo le has hecho un chiquillo sino que quieres castigarla
con un marido como tú? Te comportas como un cabrón con las mujeres
¿eh?
Se ríe, feliz por el cumplido, lo llevo a dormir.

Un muchacho de trece años cuya abuela, de negro, y la madre, pintada,


quieren quitárselo de encima.
Gesticulan, explican a medias, acusan y no lo dicen todo.
El amigo de la madre espera su regreso para decidir si se casará con ella o
no. Todo depende de si el muchacho sigue o no en la casa. La abuela, cómplice
y casi sorda, jura que esa misma mañana el chaval le robó cien francos y que
terminará por matarla.
Es extraño, estas dos buenas mujeres que quieren absolutamente abortar a
un niño de trece años.
El hermano mayor vino a visitar Jian, confiado al centro por atentar contra
la moral.
El criminal tiene dieciséis años. Parece que violó, en una cuneta de la
carretera nacional, a una chiquilla de doce años y tres meses. Los campesinos
acudieron con sus rastrillos.
El padre es profesor en una institución privada.
El hermano mayor, limpio y presumido, abofetea al pequeño; le da un
fuerte golpe. En ese momento entraron los compañeros que el pequeño ya
había hecho en el centro y que habían venido a ver para qué lo llamaba Jian a
la sala de visitas (todos son como de la familia cuando están encerrados
juntos). Entre cinco o seis golpearon al hermano mayor.
Cuando llegó un educador, el hermano mayor le dijo:
- Vine de parte de mi familia para abofetear a mi hermano
Le dijo esto a un educador cuya impulsividad todavía no estaba muy
controlada. Recibió un fuerte puntapié en el trasero.
- Esto, de parte del centro para tu familia.
Estas son escenas que no se ven en prisión.
La madre vino a decir en la audiencia del TEA -llevaba un sombrero con
plumas que no olvidaré aunque deba vivir quince años con los canacos- que no
quería más este niño que, al que, del que en relación con la carrera de su
marido.
El educador antes citado no asistió a la sesión del tribunal.

Los policías me han traído un gitano de dieciséis años. Sentado frente a mí


no tenía nada que decirme y yo no tenía nada que preguntarle. Era uno de los
gitanos de los carromatos, las murallas, las barracas y las carreteras.
Tirado aquí, extirpado provisionalmente. ¿Por qué este? Tiene ganas de
dormir. Lleva un mes y dos días en la comisaría. Es mucho más bello que yo.
Intento escuchar lo que murmura su carne. Es muda y soy sordo.
Se abre la puerta de la oficina. Entra una vieja gitana, se acurruca cerca del
muchacho. Saca de un saco un plato lleno de fideos, tres panes y una cerveza.
Nadie lo vio entrar. Debió de saltar el muro y deslizarse por los corredores,
donde los chiquillos van y vienen sin rosar con el hilo de una mirada. Come:
rezonga en jerga gitana. Pienso que le sigue el rastro desde hace días, separada
por las barreras y los uniformes. Me mira furtivamente. Estoy sentado detrás
de mi escritorio y estoy tan inerte como la madera de la mesa, con todas mis
fuerzas. Me alegra no haberme afeitado desde hace tres días. Toda la tribu
entrará si llego a concentrar toda mi discreción. He debido de moverme. La
gitana se arrodilla cerca de mí:
- Nada malo, señor, nada malo…
¿Quién no es nada malo? ¿Él? ¿Yo?
Le dejó el pan sobre las rodillas, sus manos esbozaron tres amplias caricias
que no intentaron tocar al muchacho.
Desde el gitano llegó, el centro es aún más pobre que antes. En el parque
falta una guitarra y un carromato.

Quince días después el gitano todavía está aquí. “Pilló” un cuchillo como
otros pillan las armas, algunos, seis meses de prisión y algunas chicas, un niño.
Con el fin de protegerlos de la policía y del arresto por reincidir, los
muchachos del centro que iban a la ciudad tenían en el bolsillo un permiso
debidamente fechado y sellado.
Con este permiso que presentaban a quien lo requiriese, intentaban obtener
descuentos en el cine, subirse gratis en los tiovivos de la feria, no pagar los
tranvías y evitar la cola en las taquillas de la estación.
Eran tan persuasivos en su alegría elemental de estar “en regla” y de formar
parte de un grupo, que la extravagancia de su forma de colarse encontraba
poca resistencia. De golpe se habían vuelto súper sociables y cálidos
partidarios de un uniforme con la insignia visible desde lejos.
“Somos los delincuentes del Centro ¡abran paso a la Legión!”.
Otro aspecto del mismo problema que no tiene solución.

Dos inspectores que se enjugan la frente. Entre ellos, un muchacho con una
gran caja de madera bajo el brazo, llenada a toda prisa y todavía entreabierta.
No dice nada. Su ropa huele a caballeriza.
- Este -dice un inspector- nos ha hecho correr. Es fácil ocultarse en un
circo.
Miro los papeles que me entregan. Al joven I.L., aquí presente, lo han
perseguido (y atrapado) por un delito cometido hace dos años. Infracción a la
policía ferroviaria, recogía carbón de las escorias de la vía férrea.
Una llamada telefónica: es el director del circo que está instalado desde hace
ocho días en una plaza de Lille:
- Lo necesito… Cuida a los ponys… Los cuida admirablemente.
- ¿Desde cuándo?
- Desde hace más de seis meses, señor director -no digo nada: el otro solo
escucha mi voz y quiere convencerme-. Los ponys se han acostumbrado
y, además, participa en los espectáculos.
- Venga a buscarlo. Traiga por lo menos unas cien entradas gratuitas…
Le digo al muchacho:
- Ha llamado uno de tus ponys, todos los ponys se niegan a actuar si no
regresas.
Evidentemente el muchacho no me cree. Pero hay lágrimas en sus ojos.
Les digo a los inspectores que partan de inmediato si no quieren asistir a un
acontecimiento que les pesará dolorosamente en su consciencia profesional.
- ¿Qué?
Preguntan desconfiados.
- Creo que estará en el circo antes que ustedes hayan vuelto a la comisaría.
Sudores retrospectivos en las sienes del más viejo de los dos funcionarios.

Uno al que acaban de trepanar y le han amputado la pierna a la altura del


muslo y se la han sustituido con un aparato que le hace daño. Mudo o casi
mudo.
Durante los quince primeros días “manifiesta” en explosiones de rabia. Está
enfadado, inquieto y aislado en una red de sufrimientos. Indiferente hacia todo
lo que no sea el objeto de sus brutales rabias.
Encontró, vagando y desocupado, un gran bloque de yeso, durante tres días
lo raspa, pule y frota y termina por venir a poner sobre mi mesa una mujer de
pie, una musculosa campesina, obra que les mostrará a todos como un
muchacho enamorado lo haría con su novia. Comienza a hablar con nosotros y
a no tomarse el menor rose como una agresión.
Me imagino todo lo que tendría que estar desperdigado en un centro para
que los trastornos del carácter encuentren esposas a su gusto.
Entre los ochenta muchachos hay unos quince de los mayores que se
abandonan, quieren conservar sus piojos, constelan pisos y puertas con
gargajos sorprendentes. Están tan sucios que no pueden oler su propio hedor.
Un pequeño grupo de muchachos estudiantes, que he encontrado durante
una charla en la facultad, llega un día hacia las seis de la tarde y promete
regresar de improvisto la próxima la semana o tal vez antes.
Volvieron y todavía vuelven.
Los piojos están muertos, atascados en la gomina; los pies limpios tienen un
sorprendente color rosado; y las habitaciones, ay amigo, están mejor ordenadas
que en la ciudad universitaria.
Este es un rincón del centro aseado por una simple corriente de muchachas.

Hemos intentado colocar a L., corpulento, de casi diecinueve años en un


taller pidiéndole a un capataz que nos tenga al corriente.
Llamada telefónica:
- Le devuelvo al penco ese…
- ¿Cómo? ¿No trabaja?
- Sí, sí. En el trabajo bien. Se defiende. Pero lo encontramos detrás de una
pulidora con una muchacha.
- ¿Cómo? ¿Durante el trabajo?
- No, no… Por la noche. De todos modos prefiero avisar y devolvérselo.
Está claro que, en la actualidad, todavía se confunde reeducación con
castración.
R. tiene las patillas tan vistosas, la consciencia tan sucia, el aspecto tan
desganado, la holgazanería tan desdeñosa, la cobardía tan elocuente, la
hosquedad tan burlona y la vanidad tan mortificante… Es un forúnculo para
el centro. En cinco meses logró desanimar al jefe de los monitores.
Una noche, el jefe de los monitores, entra agobiado a la oficina.
- Ya podemos estar tranquilos con R.
Y se desploma en una silla.
- ¿Lo has matado?
- No, lo he echado a la calle, le dije que se largara, que desapareciera, que
se fuera a vomitar a otra parte… A pesar de todo ¿no tenemos derecho a
evadirnos de vez en cuando?
- Y más si es tan holgazán que no puede matar a nadie.
Media hora después, llaman a la puerta. Es la dueña de una taberna de la
esquina. Tiene las manos sobre el vientre, un sombrero en la cabeza, como para
un entierro. Hay una discreta sombra sobre sus espaldas.
- Déjelo volver. Hace rato que llora sobre una mesa…
- ¿Que llora? -grita el jefe de los monitores-.
- Lo quiere tanto…
- ¿Que me quiere? -musita el otro. Su ojo se halla tan extraviado como el
otro que es de vidrio-. ¿Que me quiere? ¡Pero si hace cuatro meses que
me contengo para no partirle la cara…!
- Pero si él quiere que le parta la cara. ¿Verdad, rapaz?
- Si, si -Suspira R.- Cuando quiera…
La señora se retira, discreta. R. queda plantado en medio del despacho con
los ojos entrecerrados. Le hago señas de que puede subir a la habitación.
- ¿Y se queda? -suspira el monitor-. Está bien, está bien… Sin embargo, le
juro que me fastidia mucho. A mí y a todos.

El servicio administrativo decide que la cerveza en un centro de pequeños


delincuentes es un lujo inútil y muy caro.
Ahora bien, beber agua es para los niños uno de los signos sensibles de
miseria social, y una merienda de pan seco es sinónimo de prisión.
¿Qué hace el educador cuando se encuentra jarras de agua sobre la mesa?
Lleva a los niños a la taberna y remite la factura a la administración.
No hay otra solución.

Cuando los policías entran en el centro cuando los chiquillos están reunidos
-por ejemplo, en el refectorio- se alza un coro unánime y fuerte:
Me cago en los policías,
Hasta arriba, hasta arriba.
Me cago en los policías
Y en la guardia civil (bis).

El centro tiene muy mala reputación entre los policías. Tan mala como la de
los policías en el centro.

Un mariquita de diecisiete años, un mariquita integral, procedente de un


centro de reeducación, acosa a un chiquillo día tras días. Entre lagrimones,
pretende convencerme de que no puede contenerse.
Durante una semana he hecho que tres chicos mayores se lo llevasen a la
fuerza, o casi, a una sala de baile cercana donde se toca el acordeón, se berrea,
se dan hipidos y se corre tras las faldas.
Sorpresa: mi mariquita no era de pura cepa.
Le gusta de todo.
Antes parecía una vieja fea.
Ahora tiene el aire de un joven campesino recién casado.

Cada quince días organizamos una pequeña velada.


El centro invita. Nuestras asistentes más fieles son las enfermeras de una
gran clínica cercana; una tras otra, con uniforme y cofia muy blancos y
limpios. Deberían odiarnos por el ruido que hacemos en el centro, con todos
esos portazos, gritos y carreras que se oyen en sus habitaciones. Son las únicas
del barrio que nos ayudan, imperturbablemente, con su presencia alineada,
apenas asustadas en los pasajes escabrosos que cuentan los mayores, con esos
uniformes tan bien planchados que, al verlos, es evidente que consideran esas
veladas como pequeñas fiestas. Creo que sus prejuicios morales y sociales están
tan bien cuidadosamente planchados como sus cofias.
Pero se esfuerzan día y noche en el sufrimiento y las miserias fisiológicas, y
nosotros, en sufrimientos y miserias algo distintos. Al navegar por las mismas
aguas, se adquiere la costumbre de mirar a los ojos más que a los uniformes, a
los gestos más que a las maneras.

L. tiene un comportamiento tan patética y voluntariamente odioso con


todos y con todo que se singulariza y se enfrenta incluso a los antisociales con
los que vive.
En una incesante búsqueda se caga -en sentido estricto y, si puede decirse,
en el figurado- en todo el mundo.
Aprovecha algunas horas de estancia en la ciudad para dejarse atrapar y
acabar en prisión. Vuelve quince días después, casi suave, domesticado y
visiblemente decidido a ayudar -¡Ay, ay, ay!- triunfarán los partidarios de la
sanación… Y me dice:
- Qué quería, lo necesitaba. Aquí nos dejan hacer de todo.
- ¡Ay, ay, ay! -entona el coro de los padres que castigan con el cinturón-.
He esperado que los trastornos del comportamiento reaparezcan para
continuar el trabajo interrumpido.

Luc, dieciséis años, aunque parece tener doce, como muchos de su raza.
Llegó de las minas y se disfraza de pirata, pañuelo rojo en la cabeza, sable de
madera en la cintura, la camisa hecha girones como una bandera después de la
batalla.
Es “maniaco” según el médico. Cualquier presencia nueva lo altera y lo
exalta. Corre al encuentro de extraños, de visitantes que se sorprenden al ver
cómo se le pega con tal seguridad que lo aceptan como guía y escuchan sus
comentarios.
Entonces, con el ojo despierto y los pómulos sonrojados, Luc cuenta chistes
picantes entremezclados con apreciaciones picarescas sobre los compañeros que
se cruzan en las escaleras, sobre la enfermera, sobre el director, que es “el
mayor sinvergüenza por eso todo lo obedecen”.
Y este extraño ujier solo se separa de los aturdidos curiosos en la parada del
tranvía, hasta donde los acompaña muy ceremonioso.
En esta tranquila noche de un hermoso jueves, se juega a las cartas, al ping
pong, al fútbol, tres nuevos al escondite en el canalón del granjero… Oigo una
calma de estupor que invade el Centro. En la puerta de la entrada veinte
policías y diez muchachas chillonas, aprendices de arpías en pleno
entrenamiento. Un agente lleno de galones me entrega una orden judicial de
custodia provisional en regla.
- Vaya, vaya, la Justicia nos provoca.
- ¿Vienen para acá? -pregunta un muchacho-.
- Enviados por el procurador de la República.
Los muchachos más evolucionados se sientan en el suelo, desjarretados y
con la garganta seca. Un psicópata se pone a hacer equilibrios sobre las manos,
a golpear la yerba con el puño, a reír en una total embriaguez.
Telefoneo a la Justicia… Son las sublevadas de un Buen pastor, destinadas
al centro…
Nos perdimos de un gran baile pero, en consciencia no me he atrevido.
Sin embargo, acepté algunas semanas más tarde, “tener en observación” a
la “muchacha torpedo”, que también había dado problemas en el Buen pastor,
pero cuyas costumbres sexuales, tan bien establecidas, no amenazan con
cansar a los muchachos.
En tres días había logrado ganarse el respeto con sus vigorosos puñetazos en
las barbillas de los que se acercaban a sonreírle muy de cerca.
Sentimientos agitados: tentativa de envenenarse con Gardenal, fuga con
una educadora indulgente y creación de una especia de sociedad de evadidas o
“salidas” del Buen pastor, en la región parisina, dedicada al robo de las
bicicletas de “novios” cuando estos se confiaban con la novia-trampa. Pero era
tan fuerte como para lavar los platos dos veces al día.

Cuando V. regresa a su casa, roba en las conejeras, amenaza a sus vecinos


con una bayoneta, rompe un vidrio de una ventana de la casa de su tía,
ausente, para reventar un cajón, se emborracha y amenaza de muerte a su
madre. En el centro es tan correcto que hastía. Muchos meses de
investigaciones, de esfuerzos, de ensayos, sin que su comportamiento social
varíe. Se acumulan los signos. Estamos totalmente de acuerdo, el médico, la
asistente social y los educadores, para entrever que herirá o matará muy
pronto. Uno de los muy raros que nos parece “va derecho” hacía la agresión y
la muerte. Lo informamos en un lenguaje muy claro a la justicia.
Pasa a la audiencia.
Lo remiten a su familia.
La familia hacía contratado a un abogado que ni siquiera le echó una
ojeada al seguimiento que se le hizo en el centro.

Medianoche. Un equipo de pequeños tramposos ha perdido el tranvía que


volvía de la frontera. Por la carretera, intentan hacer autostop. Entre ellos hay
una niña de trece o catorce años, zancuda, carablanca, cabellos tiesos, jersey de
lana amarillo que se acaba de subir a la altura del pecho.
Se mete en la luz de los faros de cada automóvil que pasa con los brazos
tendidos hacia atrás ofrece su vientre. Los coches no se detienen.
- Y sin embargo no me desanimo. Se lo enseño -dice la niña-.
Y los muchachos, que estaban muy orgullosos de los dos nuevos senos
expuestos de la compañera, se molestaban por su evidente ineficacia. Acabarán
por pegarle.

Acabo de ver pasar en la calle -este domingo por la mañana- a cien


muchachas de catorce a veinte años.
Marchaban de a tres, vestidas con un delantal de un rojo incomparable, que
resaltaban sobre las paredes, el cielo y adoquines. Un rojo que es a la
reeducación lo que el caqui es al arte de la guerra. Es imposible con ese rojo,
disimular, correr sola hacía el fin de las calles sin ser observada. Un rojo que
era un muro, una reja, una zanja, un obstáculo, una herida…
Buen Pastor… Buen Pastor.
Pequeño rebaño marcado con rojo para las inadaptadas en negro en la clara
luz de ésta mañana de domingo.
“Nuestras niñas van a pasear”.
Desde luego. Y si, en el rebaño de cien niñas, hay cincuenta que son
sensibles, sienten las miradas sobre ellas, como sentirían vidrios rotos en sus
zapatos.
Y cuando tengan veinte años se vengarán (no de ustedes, mis queridas
hermanas, ustedes son tan buenas…). Se vengarán así: serán putas
multicolores y el domingo por la mañana dormirán hasta tarde, muy tarde,
pues la vergüenza que se soporta en la juventud pesa toda la vida.

D. tiene treinta y cinco años, es educador del centro, tiene un gusto tan
marcado por el fraude que extirparle este hábito sería mutilar al individuo.
Trae de su barrio-frontera cigarrillos, pan sin cupones de racionamiento,
bombones.
Y todos los días, hacia las seis, llega vestido con una pequeña escandinava
que disimula lo que lleva en sus brazos, Papá Noel cotidiano que bromea,
siempre dedicando a su comercio “con el cual -dice- podría ganar con qué
comprar una granja…”, lo que es estrictamente cierto.
Uno de los aspectos que los miembros del consejo de administración
denominan en sordina la inmoralidad de “esos” educadores.

Cuatro vuelven de la piscina. Me los cruzo en la entrada. Uno me dice:


- Hemos recogido a una vieja de hospicio que había caído muerta en el
pequeño jardín cerca del puente; justo cuando pasábamos.
Se huele las manos.
- Olía a mierda.
- Peor que eso -dice otro- debía de estar bien muerta, llevaba en el suelo
tres meses.
Y saltan sobre el valor que les llega rodando.

S. tiene diecinueve años, en apariencia, es un débil mental profundo,


gruñón, sucio e indiferente. Sostiene en su expresión el papel de un campesino,
poseedor de una monedita mágica, en conflicto con un rey, una princesa y las
magias que nacen de su monedita. Me sorprenden la verdad y la fuerza de sus
expresiones. Nada en esta agua del poder imaginario con tal seguridad que
crea, visiblemente, el agua y sus rumores, alrededor de él, en el suelo…
Algunos meses más tarde, se comprueba que S, tiene un revolver en el
bolsillo y que lo utiliza para amenazar.
Algunas “observaciones” tal vez no tienen ninguna relación.
No obstante, la misma mañana, llegando al centro, he visto a los niños
jugando a la guerra. Era evidente que su alegría al ver al otro desplomarse por
un “ratatatatá” si se hallaba en la prolongación de un dedo apuntando, no
tenía nada de cruel ni sádico.
Sin duda, se trataba de magia al gusto del día, de un deseo muy pueril o
muy primitivo de actuar sobre el otro de lejos, deseo que no nacía de las
recientes convulsiones mundiales sino que sacaba de ellas su traducción
moderna. Y vuelvo a encontrar un S. coherente en su frustrado gesto del poder
imaginario expresado en la escena y su bolsillo del pantalón cargado con un
arma último modelo.

T. ha transformado en balsa la tapa abombada del portaequipajes del coche


abandonado en el garaje.
La desliza en medio del estanque cenagoso. Pasa allí todo el día y los
siguientes, aovillado, solitario y desaparecido.
Tal vez, sin la ciénaga ni esa chapa ondulada, T. nunca hubiese “dibujado”
ante mis ojos como se siente.

En la biblioteca, en el segundo piso, pequeña sala tranquila donde se dibuja,


escribe y lee hay- maldito sea quien piense mal- novelas de amor y también
policiacas en que la sangre salpica todos los párrafos, donde las manos
estrechan gargantas que están ante su último suspiro, donde los ahogados
maniatados descienden en fila india de capítulo en capítulo entre dos aguas.
Si eso “les” gusta, habrá que verlo antes de suprimirlo. Tal vez sirva para
algo. Ante todo, para algunos de los, un crimen bien contado, quizás valga
como un “buen golpe” bien maquinado. Para este género de deporte, ¿quién
sabe si esta especie de masturbación de las “malas tendencias “no es preferible
al acto propiamente dicho? ¿Quién sabe?
Mis hipótesis se basan en una certeza. Todas las bibliotecas, todas las
revistas rebosan de estos amores y crímenes derramados sobre papel higiénico.
Y el centro de acogida es un barrio en miniatura y no una incubadora artificial
colectiva para prematuros sociales.
Además, tengo aquí arriba un buen barómetro de actividad. Cuando “esto
funciona” no hay nadie o casi en el segundo piso. Cuando hay clientes hasta en
el corredor, los dos o tres educadores están fatigados o han agotado los
recursos.

Les pedimos a los recién ingresados una foto de identidad. Que se las
arreglen como puedan. Vuelven, al regreso de un permiso o de un paseo, un día
u otro, con la foto pedida.
La cara que creen deben poner ante la cámara, en el estudio de cualquier
fotógrafo barato, es un verdadero documento de quienes quieran distinguir el
ser del parecer.
J.L, diecisiete años, muestran su testa en un formato que ocupa media
página del libro de registro y la gomina y las piruetas que ha exigido al
fotógrafo nos brindan una autentica radiografía de su carácter.
H.P, dieciocho años, débil mental optimista, adiposo y con un
comportamiento muy discreto y pasado, antes de ir al fotógrafo, va al
peluquero para hacerse una permanente. De verdad. ¿Quién lo hubiera creído?
Todos los recursos de una ciudad, así como sus ferias y romerías,
constituyen un precioso material de laboratorio para ver con claridad lo que
querían ser.
Y. es un hijo de puta. Tiene trece años. Ella tiene treinta.
Le lleva, en cada una de las visitas, dos grandes sacos llenos de bizcochos, de
chocolate, de naranjas, de cigarrillos, a falta de poder llevar lo que una madre
le da naturalmente a su chiquillo, remplaza lo natural por el lujo.
Me evita. La arponeo. Me teme, puesto que no tiene el derecho de ver a su
hijo, confiado a la Asistencia pública.
-Hacen bien- dice-. No debí dejar que lo metiesen aquí.
Y escucho una canción que ya conozco bien. Madre soltera, padre
desconocido, la familia, las tías, el abuelo, los puños golpeando las mesas, las
tristes horas de la noche, los abatimientos de catástrofe que se exagera en
amenazas, contra el vientre. Una vieja prima, hermana del alcalde, es
particularmente tenaz y reactiva el drama cuando se apacigua. Al chiquillo lo
echarán cuando nazca…
Ha venido aquí, hace tres semanas, porque había incendiado la granja
donde vivía.
Pasmosa cantinela. Inconcebible desprecio. ¿Por qué aberración colectiva
una muchacha tiene que avergonzarse por tener un niño en el vientre? ¿Por la
defensa de qué turbio patrimonio las viejas con ovarios secos son tan hurañas?
¿Por qué las tías, los tíos, el padre y la madre aceptan comentarios de
sacristía?
Para entreabrir las esposas que cierran los puños de los niños perdidos, pido
que se vacunen, como viejas perras enfermas del qué dirán, a las beatas y las
impertinentes. ¡Abortadoras!

Pequeña fábula o el psicopediatra examinado.


Un educador súper diplomado vive algunos días en el Centro. ¡Dios mío, qué
sabio era en sus comentarios médicopsicopedagógicos! Manejaba paranoia,
extraversiones, frustraciones y determinismos con tal maestría que los
educadores del Centro estaban devastados, la noche que siguió después de su
primera exhibición, por un serio sentimiento de inferioridad.
A la mañana siguiente, cuando el “especialista” jugaba con los chiquillos, le
hicieron subir a un árbol, y después retiraron la escalera. Burlas y risas
ruidosas.
La blanca y las exasperadas amenazas del otro subido a la rama se
derramaban en el corazón de los educadores como reconfortante bálsamo.
Moraleja: existen los que saben hablar por haber oído y los que saben hacer
a fuerza de probarlo.

Se llevan al taller al que llora y se lamenta hasta hacer morir de emoción a


una presidenta de obras de caridad “porque su abuela debe estar enferma de
preocupación, no lo ha visto desde que fue arrestado, no sabe nada”. Allí hay
herramientas de toda clase para que gane en algunos días con qué pagar el
viaje de ida y regreso.
Y si realmente está apurado, puede largarse sin avisarnos.
La estafa sentimental es, en nuestra opinión, la cólera ocasionada por las
experiencias educativas anteriores. Y desinfectamos de golpe las
fermentaciones afectivas de todo lo que han pasado por las manos de tan
“buenas almas”.

En el muro del vestíbulo hay un “periódico” que se renueva constantemente


en el que se fijan con chinchetas anuncios de partidos, programas de cine,
caricaturas, informes de las fiestas, fotos de vampiresas de cine, cartas de
antiguos compañeros, etc.
Esta mañana encontramos pegados con alfileres en un recodo de la escaleras
hojas “clandestinas” en papel sucio que atacan con gran violencia el periódico
oficial.
Guerra de prensa, virulenta injuriosa y encarnizada. Se puede calcular los
éxitos de las editoriales por la densidad de los grupos que se detienen ante cada
panel.
Una vez que se calmó la fresca en el centro, supe que el animador furtivo del
periódico “clandestino” era uno de los educadores.
Buen trabajo.

Isidro es un perro que recogí en la plataforma de un tranvía.


Un perro que acaba de perderse allí a pesar de los puntapiés, el empujón, es
algo asombroso que no puedo pasar por alto.
En el centro, encuentra a ciertas horas el mismo pisoteo que realmente
parece atraerlo. Lo atrae el vértigo de los puntapiés en los costados.
Además, es una “circunstancia” suplementaria de una cierta eficacia. Le
pegan, lo halagan, le dan comida, lo acarician y lo pellizcan, se acuestan a su
lado bajo el sol, le quieren enseñar a trepar un árbol. Pero se paraliza, tiembla
y se queja.
Lo matamos. Un educador quiere enterrarlo discretamente.
Treinta chiquillos, a través del parque, excitados, chillan y bailan, un poco
ebrios por esta pequeña muerte.

La otra tarde, la Estrade, grupo teatral del Centro, ha representado a


Racine y a Molière en la sala de la sociedad industrial. ¿Por qué?
Al mismo tiempo había logrado interesar a algunos aprendices bachilleres y a
un educador de paso, premio de conservatorio en su ciudad natal.
Toda la sociedad de medio pelo de la ciudad, encopetada, estaba en los
palcos.
Cuando voy a dar conferencias sobre reeducación por aquí y por allá, un
grupo de muchachos del centro me acompaña y me escucha en las primeras
filas.

Los dos hermanos D. (uno de dieciséis y otro de trece) se pelean toda la


semana tirándose de las orejas, dándose puntapiés en el vientre y en las
espinillas.
Sábado, dos de la tarde. Los llamo al locutorio. Los veo bajar las escaleras.
El hermano mayor apoya confiadamente la mano en el hombro del pequeño.
Sorprendentemente reconciliación. Sigo el cortejo fraternal que atraviesa el
vestíbulo, que cruza, manteniendo el mismo orden estrictamente, el umbral del
locutorio.
Se oyen chasquidos y alaridos.
El primero entra a recibir tres golpes de una correa de cuero que la madre
tenía guardada desde que retuvieron a sus hijos.
Comprendo mejor la solicitud inesperada del mayor y aprendo, una vez
más, que observar es ir hasta las circunstancias.
Lunes por la mañana. Llegan los de los premisos.
Tres nuevos que hicieron su primera salida entran oficina y, muy
ceremoniosamente, me piden que les dedique cuatro ejemplares recién
comprados de Graine de crapule.
Mientras firmo, pregunto:
-¿Para quién es el cuarto?
Uno responde:
-Para mi novia…
Mundanerías.

Una noche se descubre al que desmonta las cerraduras para ver el


mecanismo en el canalón del segundo piso, acuclillado, repelido por su rabia
después de que los compañeros de su habitación lo hayan zarandeado o se
hayan metido con él. No se privan de hacerlo. Les encanta el hecho de que sus
reacciones se desencadenen de una manera tan mecánica. Cuando lo pisan, le
oprimen el estómago, cuando le tiran de la oreja o cuando le dicen que cara de
gilipollas, se aleja de un salto, enfurecido, como si se hubiera tragado un
resorte gigante de tanto explorar las cerraduras. Podría matarse, pero le cuesta
contenerse. Y los pequeños, reunidos allí abajo, miran al payaso de la pálida
figura y las orejas rojas, con las piernas colgando, el culo en el canalón y la
incertidumbre de su futuro inmediato.
Le hemos pedido que cuide, durante todo el día, a tres pequeños alienados,
pues nuestra honradez como cuidadores nos lleva a prolongar su estancia,
aunque planteen mil peligros para el resto. Se escapan, destrozan, cortan,
queman, persiguen y se tragan lo que sea, y escupen por doquier. Se tiran al
suelo cuando se tira de los y revolotean alrededor de los grupos.
El payaso mayor ha hecho que se sienten en una habitación cercana al
taller y allí hace experimentos. Ha descubierto, para ellos, los recursos de la
electricidad. Y les ofrece chispas, chasquidos, sorpresas, temores, sacudidas y
misterios. Hace saltar los fusibles diez veces al día. Están contentos.
Cuando el mayor atraviesa el parque, los tres lo siguen. Creen sin duda que
encontrará como hacer estallar el centro. El centro y el barrio. El barrio y la
ciudad. Están unidos por una alegría del tamaño del acontecimiento previsto.
El centro nunca ha estallado, pues la vida cotidiana puede resistir a los
deseos más violentos de los más fervientes alienados.

Hemos logrado que contraten al payaso mayor colérico en un equipo de


desminado, en la costa. Eso sí: hemos prevenido al jefe del equipo.
Ha regresado a vernos, meses después, tan bien encajado socialmente como
una granada activada en la mano de quien la sostiene.
De los tres pequeños compañeros, uno se fue al manicomio. De los otros dos
nunca se supo. Estaban allí
Les traía una pistola de bengalas y, a nosotros, los doscientos francos que le
habíamos prestado, dos meses antes, para tomar el tren hacia la costa.
A fuerza de ir y venir…

Los siete que han llegado, en fila, todos iguales, las caras pintadas por el
mismo acontecimiento: son fugados reincidentes. Quieren ir a Estados Unidos.
Por la noche rompen la puerta de un almacén de galletas, toman el tren hacia
el mar, descienden por la carretera para evitar a la guardia urbana. Creen que
están a algunos kilómetros de donde salieron. Los ven y los arrestan. En el
tercer intento, los llevan al centro. El mayor tiene catorce años, y el aspecto de
un payaso flaco y desolado. Diga lo que diga y haga lo que haga, siempre está
atrapado entre dos impulsos contrarios. Tienen instinto para las efracciones y
las fugas, ya con trece años, las mejillas redondas, el ojo abierto, la sonrisa fácil
y la reincidencia lista.
Muy en secreto han decidido a partir de nuevo, con los primeros rayos del
día, hacia un puerto para llegar a Estados Unidos, esta vez, a pie.
Uno de los educadores del centro es un campista empedernido. Con la
primera luz del amanecer es el primero en levantarse.
Despierta a los “rebeldes del camino”, los siete primeros y después otros
cinco (entre los que haya dos que golpearon con cierta fuerza a un taxista
parisino en la cabeza y un retrasado mental, un muchacho gordo, tranquilo y
lento, tan tranquilo y lento que duerme de pie y cuchichea sus sueños).
Muy temprano los doce se ponen en marcha por la carretera.
Nos toca esperar. El educador debe telefonear cuando todo esté listo.
Pasa el día. Y la noche. Y el día siguiente.
El teléfono me habla de todo, excepto de ellos. Presiento la catástrofe. Peor:
una catástrofe inesperada. Se sospecha que en el centro se realizan
“experimentos sociológicos” en lugar de “reeducación”. En el próximo Consejo
Regional de Protección de la Infancia, celebrando alrededor de una inmensa
masa, el informe sobre el “incidente” pasará de mano en mano, un pequeño
juego en el que siempre pierdo. Eso y la inmoralidad visible de los monitores
desalineados. Esa magnífica parejita de fisgones, siempre prolífica, tendrá su
propio expediente sobre la mesa de aire tan administrativo (o escondido en la
manga).

Los cuarteles de policía deberían mantenernos informados. Desde el


chiquillo atropellado en la carretera hasta la vieja granjera asesinada, pasando
por el ahogamiento y todas las formas de efracción e infracción, cada uno de
los educadores del centro me da su hipótesis. De los diez adultos que van y
vienen y se roen de impaciencia, siete están doblados, gastados por el trabajo
que realiza, semiinclinados, desde hace meses.
El educador que volverá solo, dentro de poco, pagará la angustia. Será
despedido después de la votación unánime de sus compañeros. Sin embargo, el
más joven, es el que salta, canta, actúa y ríe más fuerte y respira por la alegría
de ser.
Ha dejado a los doce chiquillos cuando estaban trescientos kilómetros del
centro, cerca de Deauville, llevados hasta allí por un camión inglés que
encontraron a la salida de Lille. Acamparon al lado del mar. Al tercer día, el
educador dijo, los pies en las piedras y de espaldas al mar: “La primera
patrulla que llegue al centro ganará”. Y volvió, gracias al autoestop, con uno
de los doce, enfermo.
Son once sin papeles, sin dinero, andrajosos y hambrientos hace varias
generaciones, en la cima de la fuga tan rumiada desde hace meses.
Relato apenas retocado de uno de los jedes de la patrulla.
“nos pusimos en camino. Gus (el lento) iba al retortero. Lo dejábamos. Pero
se sentaba. Entonces lo poníamos delante. Podemos decir que lo empujamos a
puntapiés hasta aquí”.
Gus, escucha el relato que se acaba de contar tras llegar a mediodía. Está
sucio, bronceado, radiante como si acabara de gana una etapa del Tour de
Francia. Dormita sentado. Pero su alegría sigue despierta.
“Caminamos hasta el anochecer. Querían dormir en una granja. Pero, los
conozco, es porque querían robar huevos. Entonces, en el pueblo pregunté por
el ayuntamiento. No había nadie. Los llevé hasta la casa del alcalde. Era un
pueblo. El alcalde tenía más o menos setenta años. Y no entendía nada. Muy
sincero, le dije que éramos delincuentes del centro de Lillie. No sabía qué era
eso. Su hija, que dormía en el piso de arriba, había practicado escultismo. Nos
hizo entrar para que comiéramos una tortilla y pan. ¡Que tortillas hacen allá!
[…] Nos subimos en una camioneta […], en una carreta. Gus decía que cuando
un caballo se tira pedos, es porque se está a punto de morir. []. Había una
fiesta. Aunque estábamos derrengados, bailamos: como las muchachas eran
grandes y teníamos las piernas flojas, nos cargaban, [] presentamos la obra de
la última velada. J. no quiso actuar porque dijo que parecíamos unos maricas.
Salió bien. Volvimos a comer con todos hasta reventar. Los más borrachos
hicieron la colecta para que cantasásemos. Había unos marineros y un policía.
No nos preguntaron nada. Sí… Nos preguntaron si volveríamos el próximo
año. Gus todavía tiene tarta en sus bolsillos; []. Encontramos un camión [] en
Douai, todavía teníamos ganas de ir a pie, entonces corrimos para ver que
patrulla llegaba primero”.

Ocho horas después de su regreso, el centro todavía tiene como una especie
de cabellera de caminos revueltos que cae, desde la habitación donde “ellos”
duermen hasta los árboles del parque.
Para quienes saben ver, creo que un centro donde viven “caracteriales”
debería ser una pequeña fábrica de imprevistos.

Para las visitas guiadas represento una escena en que los visitantes
interpretan, con una naturalidad perfecta, ya que no se les avisa la farsa, un
papel muy cómico.
Antes, durante y después, delincuentes y educadores nos morimos de risa.
Observación: los más cabrones son los mejores actores (incluso los
visitantes).
Con gusto les enseño el truco a todos mis compañeros educadores, quienes
saben que un pabellón “presentable” para un día de visitas supone una
infinidad de cobardías, de hipocresía de ceguera más o menos voluntaria, de
dolorosos atentados a los grandes principios pregonados, de hábil
enmascaramiento, de promesas arriesgadas, de ánimos artificiales, de tortuosa
diplomacia y de habilidad profesional.
La habilidad profesional, que consiste en mostrarles a las personas que
pasan lo que esperan ver.
¡Ay! El peor de los epilépticos no ha escupido en el ojo del señor presidente
de la Comisión.
Una puesta en escena para una puesta en escena. Los chiquillos participan por
completo en la comedia: los más majaderos se comportan bien, limpitos,
afables, y los más amables hacen de vagabundos, sarnosos o impulsivos.
J. T., un débil mental dócil, interpreta el papel de duro con un tal realismo
que, cuando se muestra detrás del cortejo de los visitantes, los rezagados
aprietan las nalgas y alcanzan rápidamente al grueso del pelotón donde actúo
y charlo imperturbable.

Sábado. Día de paga. Los muchachos esperan en pequeños grupos en la


puerta de la oficina. Acontecimiento semanal, preciosa pequeña clave de
bóveda del sistema.
Cada chiquillo tiene fecha de pago y los que toman un tren al mediodía
están bien “vestidos”. ¡Huy, la gomina! ¡Ay, los pañuelos en el cuello!
El grueso de nuestra caja procede de la venta de los objetos fabricados en
los talleres. Cuando la anterior velada ha sido un poco triste, cuando los
encargos no han aumentado, cuando un “cliente” todavía no ha pagado el lote
de juguetes entregados y la caja es escasa, no podemos perder esa pequeña
clave de bóveda. Hay que pagarle a todos, sobre todo a los que ganaron ocho
francos con cincuenta enderezando alambres en un arrebato de voluntad.
En los ochenta que esperan, tal vez hay entre ellos tres o cuatro para los
que este pago es un “bautismo” social y que sería peligroso aplazar.
Cada uno de nosotros es consciente de las posibles consecuencias de
quedarnos sin dinero, allí arriba, en la caja. En los grupos existen algunos
caracteres-dinamita, ávidos de la menor chispa, listos para estallar en
recriminaciones guardadas por varias generaciones.
Los educadores se rascan los bolsillos. Telefoneo a todos los compañeros. Tal
vez de ha vendido material sin permiso, sin decírmelo, para no obligarme a
decir que no a participar. Y los que actúan así, desde luego, no son “honrados”
en el sentido de que sobrepasan la honradez corriente. Insoportables súper
honrados.
Cuando se paga, el centro pasa la prueba… hasta el sábado siguiente.

Siembre he tenido más dificultades con el dinero que con los chiquillos (y
cuando digo “yo”, me siento innumerable).

He hablado mucho, cuando llegaron los tiempos de discordia, del


“comportamiento” moral de los monitores del centro.
Una dichosa carretilla no del todo llena de leña que se había extraviado en
la casa de un educador cuya mujer estaba enferma vuelve a menudo a ser
objeto de discusión de las administrativas deliberaciones.
Absolutamente insoportable esta pequeña carretada de ventajas en especie.
La costumbre dicta que se queden reservadas al personal administrativo.
Otro asunto. No he vigilado activamente la vida privada de los monitores,
ni he controlado si las manifestaciones, que las reglas en vigor reservan
exclusivamente a la mujer legítima, no se pierden en otra parte.
He prestado más atención a sacar del centro a los aprendices de educadores
cuya sexualidad tenia tendencia a manifestares en todos los sexos.
Y no por moral, sino simplemente porque un monitor pederasta, en un
centro, es un extraño instrumento. Un poco como un eunuco mal castrado en
un harén.

Pueden recriminarnos cuando quieran. La Justicia puede evitar confiarnos


algo distinto a casos perdidos. Pueden vernos como inmorales, deshonestos,
utópicos, anarquistas, descuidados, agresivos, descorteses, alcohólicos, artistas,
mugrientos, dispendiosos, dañinos… Pero podemos decir que solo hemos
tenido, en abril, una “salida irregular”. Una desde Navidad.
Podemos decir que, en lugar del veinte o el veinticinco por ciento de las
huidas, fugas, evasiones y desapariciones que parecen ser la media de
establecimientos similares, tenemos un suplemento de jóvenes que forma
justamente el mismo porcentaje.
Los que llegan con un pedazo de pan envuelto en un viejo mono de trabajo
y dicen:
-Me escapé [de tal establecimiento] y he tenido que ocultarme desde hace un
año. He venido para arreglarlo.
O un “pasajero” regresa el lunes por la mañana, tras un permiso, con un
compañero. Lo presenta.
-Su padre, que no es su padre, siempre lo golpea en la cara. Debería acudir a
la Asistencia Pública, pero no quiere ir allí. Lo he traído.
O un antiguo pasajero, confiado desde hace muchas semanas a un centro de
educación cualquiera, vuelve con una muñeca destrozada por saltar el muro,
muy aburrido del régimen de la otra jaula.
O los que salen desorientados de prisión.
O el que, apenas cometido un delito, vuelven a cometer otro. ¿Por temor a
la prisión? No. Nadie podría sospecharlo. Para que “lo cuidemos”.
Situaciones irregulares. La administración en desacuerdo. Esto huele a
humano.

Asociación Regional para la Salvaguarda de la Infancia y la Adolescencia de la Región de


Lille Señorita S. Hancart, Secretario general
Al Señor Deligny, Consejero técnico del centro de Acogida y Selección
A.R,
Avenida Salomón, Lille.

Estimado señor,
El consejo de administración, en la reunión de esta mañana, ha decidido cerrar
momentáneamente el Centro de Acogida y Selección.
Esta medida la ha tomado un Consejo de Administración preocupado, ante
todo, por darle a su experiencia la posibilidad de realizarse en mejores condiciones.
Actualmente se estudian las disposiciones con respecto a los niños albergados en
su establecimiento. En cuanto al personal pedagógico y administrativo, y con
excepción de usted, se le notificará el despido.
Le agradezco su servicio y cuento con usted.
Muy cordialmente,
S. Hancart

Así pues, por muchísimas buenas razones que no tienen nada que ver con el
oficio, los educadores son despedidos por un consejo de administración estático
del que treinta de los cuarenta miembros habían pisado y permanecido en el
centro una vez en su vida: el día de la inauguración. Poco importa la opinión
de los expertos procedentes del Ministerio. De un lado, los técnicos, médicos-
psiquiatras, pedagogos y representantes de la CGT; del otro, los pequeños
mandamases de la administración local.
Educadores y chiquillos hemos levantado el campamento.
Capítulo III
Post scriptum/mayo-juunio 1946

Cuatro chiquillos se alojan en mi casa. He traído a los anormales”, cuatro


fenómenos tan turbulentos que, desde hace tiempo, se ha solicitado el
internamiento de un par en el “manicomio”.
Ocupan un rincón del granero, justo encima de las habitaciones donde vivo,
duerme mi hija, que tiene siete meses. El suelo, muy ruidoso, es mi techo.
Nunca han despertado a mi hija. No se sobre qué caminan.
Otros, menos torcidos y más mayores, “acampan” hace varias semanas en
los pantanos de Saint Omer. Los “dóciles” han renunciado. Los otros, los
imposibles, viven casi sin comer, buscan trabajo y lo encuentran.
Dos de los educadores que viven con ellos han ingresado extenuados en el
hospital (los deshonestos, los maleducados, los que tienen antecedentes penales
y los insoportables).
Un pastor protestante y los militantes del UJRF se rompen la espalda para
ayudarnos.
Todo termina por arreglarse. Unos veinte chiquillos se reintegran. Uno que
había renunciado porque “no quería todo ese desorden” acabó en prisión
después de robar en un estanco. Una u otra manera de ponerse en regla.
Estaba perfectamente adaptado a la vida del centro, un verdadero pilar del
establecimiento. Pero no resistió bien las corrientes del aire exterior.
Los más duros se han colocado en obras de reconstrucción.
Hoy comparece ante el tribunal correccional el director de un patronato
para niños en “peligro moral”, a quien persigo desde hace tres años.
Fue sorprendido in fraganti: pequeños anormales azotados en público,
pequeños fugados castigados en celdas, rapados, ridiculizados con una blusa
marcada con la letra F que los aislaba de los compañeros burlones, pequeños
deficientes mentales privados de comida, alimentos escasos revendidos en el
mercado negro para que engordase la cuenta en el banco de la empresa (el
consejo de administración estaba muy orgullosos de su “apóstol”), para que
engordase el vientre del “apóstol”.
¿Ante la justicia? No lo creo en absoluto. Pasa de lado.
En cura y abogado. La justicia es solterona. Había que ver con qué
enternecida cara ella dijo: “¡Oh!, todo esto es política”.
Desde luego. La justicia y las administraciones no hacen política. Como las
solteronas no hacen el amor. Pero estolas inquieta de una manera muy
graciosa.

Se descubre que hay tuberculosos en prisión. Se los lleva al hospital.


En los sótanos.
- Hay casas de madres solteras… donde se las obliga a llevar uniforme.
Uniforme que evitarían si tan solo se hubieran contagiado de sífilis.
- Hay orfelinatos…
- Hay pabellones en algunos manicomios…
- Hay innumerables pequeños “delincuentes” en prisión. Cuando están
muy destruidos, los devuelven a sus casas. Porque no hay prácticamente
otros lugares donde llevarlos, digan lo que digan.
- Etc., etc., etc.
Afortunadamente, los responsables de estos innumerables abortos sociales
lucen una marca roja.
En el ojal superior izquierdo.

C., quién seguía los cursos en el centro, ha desaparecido con unos cien
francos que pertenecían al director de los monitores.
Pasaron algunos meses antes de que reapareciese, no en el centro, sino en la
casa del monitor.
Y le cuenta:
- Trabajé en una granja, en la región. Tengo trescientos francos ahorrdos.
He vuelto para devolverle lo que le robé aquella vez.
Esa misma noche, en la ciudad, C. es detenido en la sala de espera donde
había decidido pasar la noche antes de tomar el tren para su granja. Reprisión,
recentro… Una fuga para nada.
Lo sé, lo sé… Hay que “proteger” a la infancia. Pero es preciso tomar mil
precauciones, pues cuando un niño pasa el límite, es muy difícil saber si sale o
entra, si ese “salto” es una indiscutible agresión, un delito evidente. Y en este
misterioso laberinto de impulsos, de represiones, y temores, ¡ay!, el terrible
ruido que hacen las desgraciadas botas de los policías.

Los niños de Vieux Lille se bañan, cuando hace buen tiempo, en las cloacas,
en el agua negra , sin corriente, que burbujeaba al sol y apesta con el viento.
No creáis, amigos, que levantan la tapa redonda de hierro y descienden la
pequeña escalera vertical.
Las cloacas, en este barrio, quedan al aire y pasan bajo las ventanas de las
casas, como en Venecia.
Los niños no saltan de su ventana, como podría creerse, como otros lo hacen
desde sus camas a la bañera.
Van un poco más arriba, a la muralla. La hierba de la orilla y los ladrillos de
los muros no cambian el color del agua. Las niñas se quitan el vestido y lo
dejan sobre la hierba y se quedan en bragas. Los muchachos hacen como los
patos. Balancean los pies en el aire con la cabeza sumergida en el agua. Otros,
más mayores, charlan y se sumergen, de vez en cuando, desde lo alto de la
muralla.
Esto apesta enormemente cuando hay diez que remueven el flujo del agua.
La piel de los visitantes de este puerco escabeche está bronceada con un
color verduzco.

En 1946, T.P., un joven polaco del centro, no podía volver a su casa; no


porque fuera peligroso para los vecinos, sino porque los vecinos de su viejo
barrio eran peligrosos para él.
Uno entre otros que esperaba una oportunidad. Y ésta se presenta:
Jean Lurçat, célebre pintor y maestro tapicero, me solicita un muchacho
capaz de poner larillos, clavar, atornillar y vivir eventualmente solo en un
castillo de Lot.
T. P, se enrola.
Ayer, de paso por Lille, viene a verme y me cuenta:
- La dueña hizo volver a pintar y, rebuscando en el granero, encontró una
cerradura muy oxidada, una vieja cerradura muy oxidada, una vieja
cerradura que no funciona. Me dijo que la pusiera, tal cual, en una
puerta azul pálido, sin quitarle el óxido ni las telarañas. Y la puse,
¿vale? EL dueño me envía a hacer recados. Un día regresaba del bosque
con un haz de leña. Me dijo: “Deja eso. Regresa. Caminando derecho por
ahí, en el bosque, encontrarás un tronco cortado. Da una vuelta
alrededor… En cierto momento, se parece a una cabeza de ciervo. La
arrancas y me la traes”.
Y, E. P., que ha pasado dos meses en el centro, “inadaptado” entre otros,
me mira riendo ¿Quién es un adaptado y quién no lo es?

Desde mi ventana, veo pasar a H. G. en bicicleta. H. G., el centro… Avanza


con dificultad sobre el pavimento malo. En su manillar lleva colgado un
enorme saco por el que se asoman, rectos y resplandecientes al sol, unos
mangos de sartenes.
Le grito:
- ¿Vas al partido?
- NO… Me caso mañana.
- ¿Con la misma?
- Sí.
- Salúdala de mi parte. ¿Estás trabajando?
Me muestra las palmas de las manos… Ampollas…
- ¿Duele?
- Ya no, estoy mejor. ¿Y usted?
- Estoy desempleado. Hago de todo.

Hago de todo, con algunos antiguos “educadores” que trabajan en cualquier


cosa (uno empuja los vagones, el otro es vendedor ambulante) para levantar
un centro de adaptación social para niños difíciles. SU esbozo está apuntado en
los márgenes de nuestra bitácora del centro de acogida.
En la proximidad de una ciudad de mediana importancia, y provista de
industrias y diversas artesanías, se instalan unos quince “energúmenos”,
adultos que trabajan en fábricas o talleres, procedentes en su mayoría de
barrios superpoblados. Es importante que sean de tipos humanos muy
diferentes, con características psicológicas tan marcadas como sea posible.
Deben tener o poder adquirir una o más formas personales de expresión:
gráfica, plástica, musical, literaria, dramática, etc.
Diez de ellos encuentran al llegar un taller equipado según el trabajo que
realizarán y que se considera un apéndice de una fábrica cercana. No hay
método pedagógico previo.
Alrededor de cada uno de los diez hombres, en cada taller, un grupo de
aprendices que se han escapado de centros de reeducación, delincuentes,
reincidentes e inadaptados de quince a dieciocho años.
Cada taller se administra como una cooperativa: se decide un encargo
cuando se presenta, se acepta o se rechaza la contratación y el mantenimiento
temporal de los que vienen a probar fortuna.
Al ser despedido de un taller, un aprendiz puede colocarse en otro si es
aceptado.
En el centro, el enlace, la sala de proyectos, el psicólogo, el médico, las
actividades no rentables organizadas por educadores más jóvenes, aficionados
al deporte, a lo imprevisto, la acrobacia, al arte y la exploración humana.
Entre ellos, un especialista de la circunstancia “mayor”, de la circunstancia de
choque, que pueda ir de viaje en un buque o encargarse de trabajos en la
montaña, incluida la excavación arqueológica en un clima duro.
La casa para dormir debe estar a algunos kilómetros de distancia. Ante
todo, es un albergue para jóvenes abierto a todos los que pasan. Algunos
educadores la habitan con su familia.
Es todo. El resto está por hacerse.
El trípode humano está dispuesto: el artista, el obrero y el revolucionario.
Solo nos falta (¿quién los creyera?) un poco de dinero. Es necesario abstenerse
de consejos de administración de más de ochenta miembros (treinta “de barba”
y diez de “honor”).
En cuanto a las mariposas benefactoras que revolotean, en la agitada noche
del capitalismo católico, si por azar la lectura las ha traído hasta aquí, les
indico que al catecismo le faltan brazos y, en caso de que fueran “sinceras”,
que los centros para anormales necesitan asistentas dedicadas.
Cualquier esfuerzo de reeducación que no se sustente en una búsqueda y en
una rebeldía huele muy rápido a ropa interior de viejo o a agua bendita
podrida. LO que queremos para estos chiquillos es enseñarles a vivir, no a
morir. Ayudarlos, no amarlos.
Capítulo IV
Los vagabundos eficaces

Privados de “ellos” por el momento, las murallas me enseñan.


Moles de ladrillos rojos de ángulos agudos roídas por los bisnietos de quienes
los construyeron. Verdes y rojos, como enormes soldados mutilados. Los niños
corretean con su lomo. Su abrigo de hierba está completamente remendado de
jardines obreros rodeados de cuatro filas de alambradas de púas que ponen
estrellas de óxido en las lechugas cuando caminamos y en el cielo cuando nos
acostamos en la hierba.
Cada jardinero ha construido, como un niño tenaz una pequeña capilla con
herramientas.
Un enorme montón municipal de detritus, franja extrema del bien ajeno,
exhala humo por muchos pequeños incendios sin llama y se fermenta. Del
humo que se arrastra por debajo emergen armazones de fogones oxidados, de
colchones rotos y los barrotes de una cama plegable. Recipientes de conservas
vacíos brillan cuando reciben la luz del sol.
Los viejos del asilo y los niños se agarran a la hedionda colina. Pelean por lo
que encuentran.
En el horizonte se puede ver, al lado de la ciudad, el asilo, el cuartel, el
matadero y el revoltijo de increíbles barrios.
En la puerta de los tugurios se sientan niños extraño, vomitados. No hay
otra palabra para describir su color y forma.
Si digo: “Los niños son tal como los padres los han hecho y educado”,
obtengo el consentimiento universal.
SI continúo: “Los padres son como la actual sociedad los obliga a ser. Es
necesario cambiar de una vez y de verdad las condiciones de vida…”, me
cierran la boca y el centro que dirijo con el pretexto de que algunos de sus
obreros no tienen el aspecto, mi querido amigos, de verdaderos educadores.

Bien. Tendido sobre la hierba de las murallas, me vuelvo sobre mí mismo y


observo al inadaptado.
Primera observación. He vivido durante cuatro años en un asilo de
alienados. No me han sorprendido los alienados más característicos, los más
crónicos y los más dementes: momentos de mí mismo convertidos en hombres,
un punto de vista sostenido durante mucho tiempo que no falla; un desapego
que ningún sueño puede romper y el resto del mundo que se va a la deriva sin
que se haga un gesto para saltar sobre lo que gira; la trágica y única solución
que se impone por falta de movilidad.
Creo que soy ese alienado que se escudriña para liberarse. Profundamente
adormecido, “yo” surjo, despierto, pero ese “yo” enloquece por sentirse en un
cuerpo inmóvil, inerte y mineral. Entonces ese “yo” busca los contactos, las
palancas.
Ese “yo” va a lo más sensible, a lo más ligero, al meñique, a los labios, a los
párpados y, con todas sus fuerzas aplicadas a uno de estos puntos, ese “yo”
obtiene una onda, un temblor, un ligero movimiento apenas perceptible que es
un inmenso alivio, pues basta para hacerme caer en el movimiento encontrado
y en el mundo vivo que me espera.
Pero aquí no limito mi éxito, pues no soy mi propio psiquiatra-psicólogo.
Este primer gesto balbuceado es una llave que me abre todas las circunstancias
que me esperan y no un pequeño tragaluz sobre mí mismo. Mi vida se
aprovecha de esto para llenarse de seres vivos y siempre abierta hacia lo
imprevisto hasta la extrema fatiga.

Segunda observación. Arrastro conmigo, sin duda desde que nací, una especie
de angustia, de temor previo, que se une a una delgadez de bonachón de
alambre.
Mayo de 1940. Aquí estoy, como los otros, atrapado en la guerra, un conejo
perdido en la monumental chatarra, los silbidos y la carne humana que chorrea
sudor y sangre por el suelo de los camiones. Es el único periodo de mi vida,
desde que mi figura es estable, en el que engordé (ocho kilos). Mi temor había
encontrado alimento como deseaba. Ya no consumía mi sangre.
Luego, esta pequeña perra de angustia volvió. Se posa alegremente en la
menor fatiga como una mosca matizada sobre la basura presentida. La cazo
con un violento golpe de razonamiento, se posa al lado. Solo me queda esperar
que un gran acontecimiento llegue a seducirla y me la quite por un tiempo.
Pero la conozco. Es capaz de volver embarazada.

Tercera observación, Cuando tenía doce o trece años, encontré furtivamente


libros y documentos donde el sexo era considerado algo muy importante.
Allí se decía que era el motor de todo lo que vive y de todo lo que es. El gran
secreto y la gran fuerza.
Me sentí muy pequeño, muy delgaducho, muy perdido en una especie de
catedral gótica cuyos signos no comprendía, las muecas, los misterios,
rechazado de esta comunión que presentía unánime alrededor de mí y
necesaria en tanto generadora de toda la vida. Excluido, muerto en vida, con
este sexo minúsculo y ciertamente ineficaz que me hacía odiar
anticipadamente a las mujeres y sus deseos que solo los gigantes podían
enfrentar.
Estragos del conocimiento intelectual previo y prematuro.
Estragos que encuentro en los niños para quienes la moral enseñada sin
precaución es una catedral desierta que temen y cuyos vitrales rompen por el
odio de esta vida colectiva de la que son excluidos, pequeños niños
decepcionados anticipadamente por no ser hombres mayores.

Cuarta observación. EN los muros de las dos habitaciones donde vivo -la más
grande tiene cinco ventanas-, están clavados los dibujos. Todos son fracasos.
Los dibujos de los que estoy contento en el momento, los regalo o, adornados
de colores, un galerista intenta venderlos aquí o allá. Miro sobre los muros que
me son tan familiares todos los fracasos que solo son una esperanza de
descubrimiento.
Pasados los breves momentos de hechizo, no puedo creer que sean
suficientes estas huellas dejadas por mis manos sobre una gran hoja.
Me puedo dejar verter por completo o solo describirme aquí como una
carretilla se muestra en los surcos que deja. Porque sabe leer.

Niño tenaz, debería esperar todavía durante mucho tiempo, sin duda, la
pubertad social, esta aceptación pura y simple de estas formas que los hombres
tienen de nunca ser ellos mismos y de mutilar, con rabia, a los niños.
Si los médicos descubren el origen de los trastornos del comportamiento, de
las taras hereditarias, en mi opinión se dedican a mirar, regularmente,
mezquindades y deshonestidades del medio adulto.
Desde hace meses, a falta de “establecimiento”, cuando me llevan un niño
difícil. “No hay moral”… Y esta es la causa de que su hija sea muda.
Son muchos y de la más sucia especia, bastarda de miedo, catolicona y que
hace por debajo su qué dirán.

EL cine, la radio y la prensa muestran el mundo en imágenes, música y


frases. Son el alimento constante del poder de la imaginación de los niños.
¿Cómo sorprendernos de que estos últimos quieran estar enseguida a la misma
altura, de pie en este mundo que, por medio de una ilusión óptica
cotidianamente sostenida, ven desde su ventana?
Consejos, amenazas, prohibiciones y promesas son de un tiempo que ya
caducó.
El niño de hoy “conoce” el mundo, el de las frías soledades, de los grandes
hoteles, del ecuador y de las tabernas de mala muerte. Cree conocerlo, cree en
las imágenes, le repugnan los libros. Está aburrido por la monotonía cotidiana
y fastidiosa de la vida familiar. Las evasiones llegan ante él.
¿Desastre? Desastre colectivo si el adulto persiste en mantener al niño con
las manos detrás de la espalda. EL niño se rebela y muerde, salta por la
ventana y cae, pues el mundo que ha visto mil veces y que creía dispuesto a
recibirlo solo son reflejos y espejismos. Si existe, está mucho más lejos. Se
pueden juntar paso a paso. Pero, el niño del cine, de la radio y del heliograbado
no sabe caminar.
Herido, regresa a la obligatoria existencia. Herido, prepara el próximo salto
desde su ventana al mundo de las imágenes y, puesto que necesita dinero, lo
“encontrará”. O renuncia, asqueado para siempre de saber que hay sobre la
tierra dos mundos cercanos y, sin embargo, tan alejados como la tierra y la
luna: uno donde la vida es atrozmente cotidiana y otro que tiene espacios
pintorescos, encuentros imprevistos donde los gestos espontáneos no están
frenados por una espesa atmósfera de necesidades.
Niños preparados para el crimen, niños con arrugas antes de tiempo. Es tal
vez tiempo de repensar la educación en función de nuestro mundo a varias
profundidades.
La necesidad es tal que siempre se revelarán muchos educadores. Existen.
Por el momento están un poco desocupados. Se molestan tanto que se podría
creer que son inmorales y antisociales.

Miles de niños se deslizan, para el que sabe ver, por las estrechas callejuelas
trazadas muy profundamente en las preocupaciones masivas de los adultos. A
falta de guía, juegan a los soldados.

Con algo de poetas, de pintores, canturreadores de buena música, un poco


comediantes, exhibidores de sí mismos y de marionetas, honestos hacia el
instante, sucesores de certidumbres y escupidores de preguntas, vivo pellejo a
flor de sociedad, incontrovertiblemente inadaptados, inquietos por su
vagabundeo y pacientes como un fabricante de sillas, estos son los compañeros
que los niños necesitan.
Exploradores ingenuos y pobres, no aplastaran la tribu infantil con el peso
de sus equipos pseudocientíficos, pseudohistóricos, pseudomorales, juguetería
injuriosa, regalos habituales de los que llegan del mundo de los adultos.

El más pequeño dibujo infantil es una llamada. Muy a menudo, los adultos
le responden con curiosos y fértiles comentarios. Estamos aquí en el centro de
la acostumbrada estafa
Los disparates, las rupturas, los temblores, los bosquejos e ignorancias se
admiten y también se experimentan cuando se expresan sobre el papel,
balbuceos de una ingenuidad que se aplica.
El adulto provocado se vuelve odioso, cuando la misma ingenuidad se
expresa por actos, inestabilidades, audacias, desdenes y holgazanerías.
Aquí hemos captado, al natural, esta derivación artística hacia la cual
empuja la sociedad que no quiere ser desordenada, que quiere que escupamos
sobre los muros, que se afana incluso por enmarcar los escupitajos, que
organiza exposiciones de odiosos esputos, muy contenta de que no se toque el
discreto orden de sus construcciones, jerarquías y hábitos.
Un dibujo infantil no es una obra de arte: es una llamada a nuevas
circunstancias.

Creador de circunstancias, aquí está el educador enfrentando a todas las


inercias. Ánimo.
Le aconsejo mantener un modo de expresión personal. ¿Sería solo para
absorber esta pequeña espuma de delirio que burbujea alrededor de cualquier
acción intensa?
Cuando era responsable de un centro o de un pabellón, llegaba a sentirme
como un compositor. Llegaba a confundir colectividad de niños y tocar el
órgano. Nacía una música de revolución adornada con humor que formaba una
burbuja alrededor de mí, un universo donde vivía a gusto. Estafa a las vidas
confiadas.

Se trata de niños difíciles, se trata de niños que han probado un delito. Los
compañeros un poco ligeros de los que hablaba ahora son buenos para los niños
que, por lo demás, tienen buenos lazos afectivos.
Para los niños procedentes de todas las miserias, se necesitan compañeros
con otro temple.
En los barrios y los suburbios corroídos por un viento permanente de
miseria, donde la pequeña mugre es limpiada enérgicamente, cada día, vive el
pueblo de las fábricas y los talleres.
Aquí, las casas son jaulas de ladrillos empotradas en corredores sombríos
como pozos.
Allá están ubicados en pequeños jardines que se miran el uno al otro desde
todas las ventanas, sin ningún secreto posible entre ellos.
Allí viven gordas mujeres que tienen el aspecto de haber parido a todos los
niños del barrio, que se ven pasar entre sartas a la hora de ir a la escuela en las
pequeñas alamedas bordeadas de setos en alambre y tablas mal pegadas.
Allí viven muchachas tiernas y tenaces como reinas de comején.
Allí viven muchachos cavadores, obreros metalúrgicos y albañiles que no
quieren que la pesada mandíbula del trabajo de la fábrica o del taller se cierre
sobre ellos, que mantienen, a la fuerza, la mandíbula entreabierta y quieren
saber a dónde van y lo que son.
Los sábados en la noche, saben tomar el aspecto del vagabundo y cantan,
danzan, actúan, dibujan y se ofrecen a la música como al sol, y al teatro como
a la montaña.
El relevo está dispuesto. Esto no les desagrada a los fatigados con
anticipación, una nueva raza acaba de nacer bajo el sol. Es necesario que el
sufrimiento de este hormigueo humano de barrios marginados nos den uno u
otro día estos vagabundos sociales en la búsqueda (ya no en el espacio, sino
aquí mismo, donde nacieron) un modo de vida más honesto, a la búsqueda, si
se quiere, de una moral que no esté infestada de prejuicios reventados bajo los
escombros de una estructura social que se derrumba.
Los más conscientes de ellos son febriles algunas veces.

Uno de ellos me dijo… Estaba acostado en una habitación de un pequeño


Pabellón muy cerca de la Marne, una habitación cuyos muros era necesario
volver a pintar después de caía la lluvia, pues el techo estaba agujereado;
donde se reúnen cuatro, seis o diez; donde el pequeño anaquel para libros fue
hecho, para nada, por un carpintero vecino; donde se inquietan y hablan y se
aman y son de la Resistencia y de la revolución de cada día; los que rechazan
con energía que los días siguientes sean utilizados como la víspera… Uno de
ellos me dijo -y estaba acostado porque tenía cuarenta grados de fiebre por
haber “actuado” con los compañeros con el escenario lleno, durante una
concurrida fiesta popular: “Escribo poemas como estos, pinto, como ves.
Trabajo la actuación y temo estar desequilibrado”.
¿Desequilibrado?
Pestolozzi, Rimbaud y Van Gogh, cuyo desequilibrio ha dejado una
gigantezca huella cuyos brillos, ecos y tenacidad incluso nos espantan,
explicadle qué es ser “maestro de escuelas”, ruborizarse como un adulto
sorprendido cuando se le recuerdan las infantiles masturbaciones, con la única
evocación de una obra literaria que creó la actual poesía, y “pintar, pintar,
pintar”, pues no se tiene el “don de la palabra que permitiría ayudar a los
humildes”.
Tres incansables, en la búsqueda de una moral que no fuera una impronta
muerta, brillando pronto sobre este mantillo vivo del pueblo que va delante de
la vida,

Pestalozzi, Rimbaud, Van Gogh.


Me demoré en reunirlos desde el principio de este libro. Su obra, su vida y
sus cartas. Quisiera avergonzar a los “profesores”, a los “jueces” y a los
“artistas” subrayando como éstos tres grandiosos vagabundos habían sido
conscientemente los inquietos hermanos de los jóvenes delincuentes. Hubiera
querido entremezclar sus huellas a los largo de este colectivo diario de campo.
Fugas, arrestos, miseria, temor, rebelión y asilo, Ninguno de los tres se
compadecería de la vecindad. Es un asunto de hábito.
Y después he renunciado a pelar lo que se ofrece como una buena fruta de
vida para quien sabe leer y mirar.

La exasperación de los seres heridos por las condiciones sociales de una


intolerable deshonestidad y las impaciencias de los niños vejados por torpes
adultos se expresan por medio de los mismos signos.
Cuando el pueblo se libere y decida marchar a su paso, la obra de arte se le
presentará en familiares formas, colores y músicas.
Será necesario, por favor, liberar a los niños al mismo tiempo y ubicarlos
cerca de educadores con presencia ligera, que provoquen alegría, siempre listos
a remodelar la arcilla redonda, vagabundos eficaces maravillados por la
infancia.
Eso espero.

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