S2 C5.1.Los Vagabundos Eficaces
S2 C5.1.Los Vagabundos Eficaces
S2 C5.1.Los Vagabundos Eficaces
FERNAND DELIGNY
LOS VAGABUNDOS
EFICACES
Fernand Deligny
Fernand Deligny es un referente de la Educación Social en Francia, donde ha
aportado múltiples miradas en relación a la crítica a las instituciones sociales.
Sus obras completas ocupan más de 1700 páginas de antipedagogía, y son
atravesadas de cine y poesía.
Índice
Introducción ………………………………………………………………. 9
Jordi Planella
Fernand Deligny
parte de mi libro Ser educador: entre pedagogía y nomadismo. Barcelona: Ediuoc, 2009 (págs.
175-192).
3 VV. AA., Antropología y pedagogía de la salud mental. Barcelona: Materiales del posgrado
4 Tal y como nos recuerda Françoise Ribordy-Tschop: “De 1940 à nos jours, il a conduit en
France plusieurs tentatives avec des enfants et des adolescents dans des institutions
officielles et dans des réseaux autonomes. Diverses lectures de l’oeuvre de Deligny sont
posibles. Des publications, peu nombreuses, en philosophie, linguistique et pédagogie en
témoignen”, Fernand Deligny, éducateur sans quialités (Ginebra: IES, 1989, pág. 29) Sandra
Álvarez de Toledo, compiladora de los textos incluidos en Permitir, trazar, ver (Barcelona,
MACBA, 1980) dice en la presentación: No carece de importancia que un museo tome hoy la
iniciativa de presentar al público español la obra de Fernand Deligny. Y no carece de
importancia que este museo sea el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), una
institución que se interroga sobre sus prácticas institucionales, sobre su responsabilidad
política, sobre su objetivo de investigación y de su significación antropológica. Los perfiles
poco perceptibles de la figura de Fernand Deligny lo sitúan en el núcleo de estas
interrogaciones. Se le conoce como “educador”. Él prefirió llamarse “poeta y etólogo”.
Educador, lo fue, si se consideran los cincuenta años de su vida dedicados a los niños
inadaptados, delincuentes, psicóticos, autistas, lo que él llama los niños “aparte”.
5 Tal vez lo que dice el mismo Deligny sobre el uso del diccionario en sus prácticas de
escritura ilustre esta perspectiva terminológica: “C’est que nes rencontres fréquentes avec le
dictionnaire soient souvent des accords. Ca vous étonne que je m’entende avec le
dictionnaire. Les motssont là. J’y vais voir. J’ai appris tout petit l’alphabet dans l’ordre. Je
les trouve à leur place, tout à fait comme les lettres dans l’alphabet. L’un après l’autre. Ils
sont du son et pleins de sens. Je les regarde un peu comme des coquillages quand je passais
des semaines au bord de la mer… Chaque fois que je regarde un mot de près dans le
dictionnaire, j’ai la même surprise que lorsque je regardais un coquillage veiné, orné. Tous
ces sens qui affleurent et les dates de leur apparition: 1280, 1315. Drôle de chose qu’un mot”
(Les enfants et le silence. París: Galilée, 1980, págs.. 33 y 34).
para su “destrucción”6. Al interceptar una de las cajas, apareció Los
vagabundos eficaces, publicado por la editorial Estela en 1971. Dicho ejemplar
iba acompañado del prólogo que hizo Émile Copperman7: “Nuestros
educadores no eran tales, en realidad, sino evadido de las cloacas del gueto de
Varsovia, judíos alemanes e intelectuales sin identidad, que, como nosotros,
esperaban el retorno a la normalidad para confundirse con los demás. Nosotros
no los queríamos mucho. Poco o nada nos enseñaban. Nos hacían adolescentes
haciéndose a sí mismos, nuevamente, adultos […]. Aquellas casas de niños se
quedaban vacías durante el día , y por la tarde se llenaban de masas corales, de
conferencias, de ensayos teatrales, etc.”8. Después de leer dicho prólogo todo
apuntaba a la idea que había realizado un gran descubrimiento. En esos
momentos me preguntaba cómo era posible que en cinco cursos de la carrera de
Pedagogía nadie, absolutamente nadie, hubiese pronunciado el nombre de
Fernand Deligny en ninguna de las clases. Tal vez ese mismo día me jurase que
dedicaría parte de mis trabajos y producciones escritas a estudiar la obra del
controvertido educador francés y a hacer lo posible por acercarla a todos los
educadores de nuestro país interesados en ella. Desde entonces Deligny me ha
acompañado en mi trabajo como educador social, mis clases en la universidad
y mis textos y sus palabras e ideas no han dejado de retumbar en mi mente. Se
ha convertido en alguien con quien dialogar y discutir nuevas y viejas ideas
sobre educación. Deligny me atrapó hace quince años y sigo enganchado a su
radeau (“red”) como si no pudiera superar esa forma de lectura, escritura y
subsistencia. Poco tiempo después descubrí también que, en la formación de
educadores especializados iniciada en España en 1969 a través del Centre de
Formació d’Educadors Especialitzats de Barcelona (impulsado y dirigido por
Toni Julià), Deligny aparecía -junto a Rosquelles, Bettelheim, y otros- entre
las lecturas de referencia que los aspirantes a educador debían afrontar9.
6 Jordi Planella (2008): “Inventario (parcial) de la biblioteca del profesor Miquel Meler”,
documento inédito.
7 Émile Copperman era el director de la colección “Malgré Tout” (éditions François
5). Y el mismo Copperman sigue diciendo: “Hoy, de pie, frente a la historia pedagógica, sin
casa propia ni sede social, sin despacho ni busto -ni un solo centro piloto le ha sido confiado-
, Fernand Deligny sigue casi solo. Los equipos de prevención, la reeducación en ambiente
abierto, los grupos terapéuticos le deben todo o casi todo. El método pedagógico Deligny no
es transmisible, no existe” (op. Cit. , pág. 16).
9 En el librito se anuncian y comentan diferentes libros para la formación de los educadores
10 Michel Maffesoli (2004). El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos. México: FCE, pág. 15.
11 Sandra Alvarez de Toeldo, “Presentation”, en Fernand Deligny (2007). Oeuvres. París: L’Arachnéen, pág.
22. Dicha autora propone: “À à faible légitimé, des caves, des greniers, des trous. Quel que soit son projet, il
commence toujours par élire un territoire qu’il veut ample (voire à perte de vuer: les Cévennes, son des réseaux.
Le détour est une alternative à la “dérive” romantique post-surréaliste; un parcours rallongé mais limité, qui
conserve dans ses boucles la référence à un lieu” (op. cit., pág. 22.)
12 Uno de los que lo hace primero es el educador social Jean-François Gómez en “L’éducateur, agent du
changement” (Actas del Coloquio de APDES, Bélgica, 1990), así como en su artículo de 1971 “L’educateur, la
marge, et les autres” (Rencontre, 31, págs.. 41-48).
prácticas e instituciones que rápidamente empezará a cuestionar. Su padre
había muerto durante la primera Guerra Mundial y su ausencia marcará la
infancia de Fernand. La figura paterna será sustituida por sus dos abuelos (uno
aduanero y el otro maestro). En él se marcarán los itinerarios de la educación y
las errancias por la pedagogía en la frontera a través de la iniciación recibida
de sus abuelos. Su primera relación con el mundo educativo se da en 1928,
cuando decide crear un grupo de exploradores sin distintivo y sin jefe,
mostrándose ya crítico y contestatario con los sistemas pedagógicos
imperantes. Años más tarde, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, el
escultismo entrará de pleno en el sector de la reeducación. La afiliación de la
reeducación al escultismo -si hacemos caso de lo que plantea Joubrel se daba
porque “son père et sa mère (de l’éducateur) faisaient du scoutisme”13. La
vinculación entre ambas partes es clara tal y como lo propone el primer
inscrito en la escuela de formación de educadores de Sain-Simon (Toulouse) en
1942: “lu plupart de cadres du scoutisme sont venus alimenter d’une part les
chantiers de jeunese, et ensuite l’enfance inadaptée”14. Cambiar a los viejos
vigilantes por otras figuras era importante. Así, “lorsqu’ en 1941, Jean Pinaud
devient directeur de l’école Théophile-Roussel pour enfants difficiles, à
Montesson, près de Paris, son premier soin est de supprimer les barreaux de
fenêtres es de templacer les surveillants par des jeunes émanant du scoutisme ;
l’école d’éducateur qu’il ouvre sur le même site, en 1943, considère le scoutisme
comme l’une de ses assises”15. Pero a pesar de que dicho cambio de orientación
ofrecía perspectivas mucho más positivas para la infancia acogida en las
instituciones de protección y de reforma, Deligny procurará ir un paso más
allá, ya que decía: “Manie le scoutisme avec prudente. Il ne faut pas qu’ils
regardent les modèles que tu leur proposes comme un crapaud regarde un
papillon”16.
Después de abandonar los estudios unviersitarios de filosofía y psicología en
Lille, pasa muchas horas en el asilo de Armenitères17 donde empezaba a
13
Henry Jourbrel (1951). Le scoutisme dans l’éducation et la éeducation des jeunes. París : PUF, pág. 20.
14 Maurice Capul (dir.) (2010). L’invention de l’enfance inadaptée. L’exemple de Toulouse Saint-Simon (1950-
1975). Youlouse: Érès, pág. 191.
15 Michel Blondel-Pasquier (1995). “Le cas Montesson, une école des cadres. 1943-1953”, en M. Gardet, F.
Tétard (dirs.). Le scoutisme et la eéducationdans l’immediat après-guerre. París: INJEP, págs.. 83-92.
16 Fernand Deligny (1960). Graine de crapule. París: Scarabée, pág. 45. También realiza una crítica feloz en el
artículo “Apprentissage de la morale” que publicó con Paul Guilbert en 1944 en el número 53 de la revista
Pour l’enfance coupable.
17 No se sabe muy bien si asistía en función de voluntario o de profesional y qué tareas realizaba en el hospital
psiquiátrico de Armenitères que acogía a adolescentes psicóticos, con retraso mental y delincuentes
dictaminados como perversos o sin posibilidades de ser educados o reeducados. En Journal d’un éducateur
escribe sobre esa experiencia en 1945: “J’ai une clase d’enfants arriérés dans un immense hôpital psychiatrique
trabajar como sustituto de “maestro de educación especial” y aplicando de
forma libre el método de Celestin Freinet (un autor al que en esos años
admiraba)18. Exactamente trabajaba de instituteur suppléan en lo que por
entonces se denominaban clases de perfeccionamiento en el barrio de la
Brèche-aux-Loups (París). Para Deligny las clasificaciones de los niños de poco
importan (les crapules, en su terminología). Después de un tiempo alejado del
asilo, retorna al ser nombrado “maestro especializado” tras obtener un CAEA
(Certificant d’aptitude à l’enseignement de enfants arriérés) y se quedará hasta
1943, todavía vigente el gobierno de Vichy. En 1940 pasará a trabajar como
educador en el conocido Pavillon 3. De esta experiencia nos dice: “el hombre
que viene a buscar a los jóvenes delincuentes para acompañarlos hasta el
patronato o hasta una casa de reeducación no tiene que atarlos, como hacen
los guardias con los presos. Ellos le siguen. El hombre podría encargarse de
trasladar a treinta. Los treinta lo seguirán como las ratas al flautista de
Hamelin. El tono de flauta lo tocan, en este caso, el viento, el cielo y las
casas”19. En este Pabellón opta como primera medida de cambio por suprimir
todas las sanciones, así como la ruptura con la sensación de medio asilar (de
institución total en palabras de Goffman) y en su lugar propone diferentes
actividades para organizar y animar la vida de los adolescentes internados.
Con ello quería dar salida a las demandas de los adolescentes de obtener más
libertad, especialmente a través del contacto con el exterior. La cuestión
filosófico-educativa de la libertad es fundamental en el pensamiento de
Deligny, ya que le resulta inconcebible el trabajo educativo sin la praxis de la
libertad. Se trata que los educadores crean que el ser humando es capaz de
remontar (desde su propia elección) aquellas situaciones contrarias. Para ellos
los niños no pueden ni estar encerrados ni dominados. Se trata de “liberar” a
los sujetos para que puedan tener vidas libres.
Tal convicción lo llevará a situaciones contradictorias /muy bien descritas
en el trabajo de Gómez: L’educateur dans les murs)20. Su aportación pedagógica
en esta experiencia pasará por suprimir las sanciones y, junto con los
à Armenitères, dans le Nord. Ils sont une quinzaine dans une pièce aux murs clairs, à de belles petites tables
neuves et moi je suis instituteur. Quinze idiots en tablier bleu et moi instituteur dans la rumeur de cette
bâtisse à six étages exempli de six ou cents enfants arriérés. Dans la rumeur de cette bâtisse parmesée de cris
étranges, elle-même prise dans le bruit quisiment universal à ce momento-là de la guerrere” (Oeuvres. París:
L’Arachnéen, pág. 13).
18 Yves Jeanne (2006). “Fernand Deligny: liberté et compagnonnage”, RELIANCE, 21 (3), págs. 113-118.
19
Fernand Deligny (1971). “Pabellón 3”, en Los vagabundos eficaces. Barcelona: Estela, págs.. 9-27.
20
Jean-François Gómez (1978). Un éducateur dans les murs. Toulouse: Privat.
profesionales que ejercían de vigilantes21 organizar salidas, juegos y sesiones
deportivas, que respondían a una distancia crítica con los poderes establecidos,
a un rechazo de los saberes académicos, a un inconformismo pedagógico, a la
práctica de la ruptura y a la lucha contra cualquier riesgo de
institucionalización. Curiosamente, esa ausencia de sanciones en la praxis
pedagógica, no era del todo entendida ni por los adolescentes ni por la propia
administración. La experiencia educativa de Armentières será narrada en su
primer libro, Pavillon 3, empezando una prolífica obra pedagógica que
prácticamente sigue desconocida en los países de habla hispana.
El año 1943, inicia una nueva experiencia tal y como lo cuenta el mismo
Deligny: “Cette fois-là c’étair en 1943, on m’a proposé d’organiser la
prévention de la délinquance juvénile dans la tégion du Nord. Vaste projet. Il
y avait des mouvements de Résistance pouvaient vivre là à peu près
tranquilles, et la fin fleur de ce qui errait de dèlinquants latentes dans le
quartier y trouvait des amis, permanents et pour cause”22. En 1945 crea el
primer Centre d’Observation et de Triage du Nord23 (COT) donde acoge a
adolescentes que habían fracasado en otras instituciones educativas para
darles una oportunidad más allá de las etiquetas, los estigmas y la
institucionalización. Deligny nos dice sobre los niños que acoge en el COT:
“Pronto hará diez años que estoy aquí, entre los que incendian granjas, roban
carbón de las gabarras, vagabundean y delinquen, esa gentuza que tiene menos
de dieciocho años que criman, ingratan y asistenciapubliquean, y masturban su
existencia”. El dilema tantas veces discutido sobre el papel y el encargo por
parte de los educadores, estaba desterrado de la pedagogía delignyana. De la
experiencia del COT pasará, el año 1947, a crear la Grande Cordée en París24. A
partir del teatro Dullin y de los albergues de juventud ya existentes, permitirá
que jóvenes que tenían problemas con la justicia pudieran salir de su entorno
21 Los vigilantes que trabajaban en la educación social durante las décadas de 1940 y 1950 eran obreros
textiles, personas desempleadas, guardias retirados, vigilantes, seminaristas, ex-reclusos, etc., que habían sido
promocionados a la categoría de “educadores”.
22 Fernand Deligny (1972). “Une vie en marge. Trente ands de dialogue avec des irrecuperables”, entrevista en
L’Exprés-Méditerranée, marzo. Para Jeanne, Deligny había estado involucrado directamente en los
movimientos de la resistencia y militaba (en1943) en el aprtido comunista, Yves Jeanne (2006). “Fernand
Deligny: liberté et compagnonnage”, Relaiance, 21 (3), págs. 113-118.
23 Se trata del Centro de Observación le Triage (COT) en la región Nord, situado también en la ciudad de Lille.
El centro acogía a niños y adolescentes enviados por la Justicia, para ser observados antes de ser juzgados en
internados. Su proyecto, sin embargo, no parte ni de las sanciones, ni de los chantajes emocionales, ni de las
novatadas (muy frecuentes en los itnernados). Tal u como afirma J. Hpussaye, “cuando la administración le
quiera imponer a un gerente, se marchará” (Deligny, éducateur de l’extrême. Toulouse: Érès, 1998, pág. 10).
24 Tal como afirma Houssaye, esta experiencia se fundamente en el trabajo realizado por Deligny como
maestro de educación especial en el laboratorio de psicología de Henri Wallon y en las redes creadas por los
grupos comunistas, op. cit.
familiar y social. A través de esta experiencia Deligny se convierte en el
precursor de lo que más adelante se denominará intervención comunitaria o
trabajo en el medio abierto. La evolución de sus ideas y proyectos lo recoge en
dos de sus libros: Les Vagabonds efficaces y Adrien Lomme. E este último libro
(que en la dedicatoria dice: “Aux enfants arriérés, catactériels, déficients,
délinquants, en danger moral, retrardés, vagabonds, etc., etc., etc.”). Y en Les
Vagabonds dice: “En los umbrales de las chabolas están sentados unos niños
extraños, unos niños vomitados. No hay otra palabra para expresar su color y
su forma”25. La imagen de los niños que son “observados” en el COT no puede
ser más clara ni nítida. Su trabajo replantea una visión subseriva y diferente
del mundo de la infancia y sitúa al adulto en otras posiciones que no son las del
control: “El niño de hoy conoce el mundo, el de las soledades heladas, el de los
grandes hoteles, el del Ecuador y el de las tabernas turbias. Cree conocerlos,
cree las imágenes. Le repugnan los libros. Está asqueado de la monotonía
cotidiana y nimia de la vida familiar. Las evasiones vienen a ponérsele por
delante. ¿Desastres? Desastre colectivo si el adulto persiste en mantener al
niño con las manos detrás de la espalda. El niño se revuelve y muerde, salta
por la ventana y cae, pues el mundo mil veces visto que creía dispuesto a
recibirlo no es más que reflejos y espejismo”26.
La Grande Cordée se convierte en una experiencia pionera todavía en la
actualidad, que se fundamenta, siguiendo al mismo Deligny, en un método
sencillo: “dejar que entre en juego lo imprevisto, que pueda suceder lo que
sea”27. Deligny poco amigo de las grandes programaciones, y en cambio, firme
defensor del “dejar fluir”, acabará afirmando que el educador es un profesional
de “presencia ligera”. Tal y como nos indica: “Devenu délégué regional de
Travail, il m’a fallu quelques années pour atteindre une nouvelle position: La
Grande Cordée. Quelle était la demande de l’administration? L’Office public
d’hygiène sociale me demandait de m’occuper, le plus utilement posible, de
jeunes gent implacables, psuchothérapies inoperantes. Cette fois, la position
25 Fernand Deligny (1971). Los vagabundos eficaces. Barcelona, Estela, pág. 175.
26 Fernand Deligny (1972). Los vagabundos eficaces. Barcelona, Estela, pág. 179. En relación al mismo tema
plantea: “Y comprenderéis por qué he preferido ver el Centro cerrar a aceptar la entornización diplomática de
un director administrativo salido de un Colegio San Lo Que Sea y dotado sin duda, a los ojos de la
administración, de todas las garantías morales. […] Siguen llegando… se van. La mayoría de ellos son
vagabundos que, para escapar a la privación de libertad del trabajo cotidiano, se ven una y otra vez entre
gendarmes, entre las paredes de una celda. Mucho más buscadores de lo absoluto de lo que los jueces son
capaces de concebir. Vagabundos tenaces… comedores de remolachas, tan vivos que ninguna asistente social
podría soportar…; unos desechos de hombres, indiscutiblemente, y los otros esperanza de un mundo que sigue
corriendo el riesgo de reventar de docilidad” (op. cit).
27 Fernand Deligny (1971). Los vagabundos eficaces. Barcelona: Estela, pág. 202. Nosotros hemos optado por
28 Fernand Deligny (1967). “Le groupe et la demande: á propos de La Grande Cordée”, Partisans, 39.
29 Una primera versión había aparecido en 1950 en forma de artículo: “La Grande Cordée”, en Vers l’éducation
nouvelle, 39.
30 J. Marenti (1997). “Fernand Deligny “, Chimères, 30.
31 Deligny, sobre el cierre y la marcha hacía Vercors dice: “Yo seguía allí, persuadido de que aquello no podía
durar mucho. En el propio consejo de administración las campanas tocaban a muerto […]. Hubo que mudarse
y puedo decir que volver al maquis, puesto que estábamos en la región de Le Vercors. Diecisiete inadaptados
sociales, tres de ellos casos especiales, fueron un buen día en el tren nocturno, con una gran tienda blanca, y
eso es todo. Ellos y la tienda blanca”.
32 Durante la estancia en el Alier Deligny escribe su libro Adrien lomme (1958).
33 Pasa un tiempo en la clínica de La Borde invitado por Jean Oury y se dedica a trabajar con personas que el
resto de profesionales habían calificado como “incurables”. Allí es donde conoce a Janmari, un niño de doce
palabras de Houssaye, Autour de Monoblet, dans un perimètre de trente
kilomètres, quatre lieux acueillent de douze à quinze enfants (nombre des
annèès quatre-vingt). Familles et èducateurs vivent dans chaque lieu avec
quelques enfants (entre deux et cinq), en sachant que chaque liey est lui-mème
composé de plusieurs éléments (maisons, bergeries, abris, aires). Les enfants
suivent chaque jour la vie quotidienne du réseau, còtoient les activités
coutumières. Mails ils peuvent aussi aller d’un lieu à l’autre. Le réseau répond
au besoin d’asile (au sens d’abri , de refuge) del’enfant naissant, en sachant que
l’asile tient à trame de la quotidienneté (et non à la relation mère-enfant).
Mème si les enfants retournent dans leurs familles à intervalles règuliers”34.
En Cévennes el grupo se instala en una casa que había comprado Feliz
Guattari en medio de la montaña con un objetivo muy conciso: “ser y estar
próximo de los niños autistas y sin habla, sin demasiadas ideas preconcebidas,
sino sólo con el proyecto de alejarse de lo que los saberes de los que estando con
el agua al cuello elaboran, difunden, editan y divulgan a propósito de los niños
autistas: gravemente psicópatas, ineducables, irrecuperables”35. Un conflicto
con Guattari hará que Deligny y Janmari se instalen en una casa en el pueblo
de Graniers. Otros niños y jóvenes lo harán en casas y granjas próximas.
Organiza de nuevo una gran red que llegará a acoger en los diferentes espacios
unas treinta personas autistas (o como, decía, de una etnia singular). La red
funciona de forma independiente de los circuitos de consumo y ellos mismos se
proveen de lo que necesitan para vivir36. Muchos de los niños que Deligny
recibirá en Cévennes serán enviados por Françoise Dolto o por Maud
Mannaoni. La vida cotidiana se organiza en la naturaleza (la mayoría de las
actividades pasan en el exterior), al ritmo de lo que ellos habitualmente hacen
y regidos por la necesidad imperiosa que marca el autismo de la inmutabilidad.
años autista que provocará que Deligny se haga múltiples preguntas sobre éste síndrome, entonces
desconocido.
34
Jean Houssaye (1998). Deligny, éducateur de l’extrème. Ramonville Saint-Agne: Érès, pág. 36.
35
Fernand Deligny (1977). Nous et l’innocent. París: Maspéro, pág. 17.
36 Deligny había renunciado a cualquier subvención para evitar presiones e intromisiones de la administración
francesa en su proyecto.
La educación de las otras infancias: pasos
hacia una pedagogía nómada
Vivir con
Impensar la pedagogía
desaparezcan de la praxis “educativa”. Fernand Deligny. Graine de crapule. París, Scarabée, 1960, pág. 47.
41
En Los vagabundos eficaces dirá en relación a los educadores y sus orígenes sociales: “¿Educadores…?
¿Quiénes sois? Formados, como se suele decir, en ayudantías o en cursos nacionales o internacionales,
instruidos sin ninguna preocupación previa de saber si tenéis en la barriga un mínimo de intuición, de
imaginación creadora y de simpatía hacia el hombre, alimentados de vocabulario médico-científico y de
técnicas apenas esbozadas, os dan suelta, cuando todavía no habéis salido de vuestro caparazón de niños
burgueses”, Los vagabundos eficaces, pág. 110.
42
Deligny dirá de Janmari: “es justamente porque ha escapado a la domesticación simbólica que no se
pregunta cuál es su rol, si es hombre o mujer, am, dueño o esclavo…” (R.Lourar, “La critique du symbolique
chez Fernand Deligny”, La Lettre du Grape, 27, PÁGS. 131-140).
inadaptados no son los culpables de su situación, sino víctimas del orden
social. Pero Deligny no nos ha dejado una obra para hacer instrucción, nos dice
Josep Rouzel; Deligny ha abierto un camino que nos invita esencialmente43 a
pensar en el otro, soltándonos por la corriente fluvial de la “red”.
Pedagogía poética
43
J.Rouzel (2010) L’acte éducatif. Toulouse: Érès.
44
Anne Quettien (2006). “Fernand Deligny, imagen le común”, Multitudes, 24 (1), págs. 167-174.
45
L. Grimaud (1998). Education thérapeutique. Practiques institutionnelles. Toulouse: Érès, pág. 44.
jornada. Le envolvía un cierto misterio”46. La experiencia estaría vinculada a
lo que se ha conocido como art brut47.
Leer a otros
Lenguaje
46
J. Manenti (2007). “Entrevista”. P. Faugueras (2007). L’ombre portée de François Tosquelles. Toulouse: Érès,
págs. 166-175.
47
Para Jean Dubuffet, creador de la expresión, “entendemos por este arte obras ejecutadas por personas
indemnes a la cultura artística en las que el mimetismo, al contrario de lo que ocurre en los intelectuales, tenga
poco o nada que ver, de manera que sus autores lo extraen todo (temas, elección de los materiales usados, etc.)
de su propio fondo y de las trivialidades de la moda. Asistimos en él a la operación artística totalmente pura,
bruta, reinventada por entero en todas sus fases por su autor, a partir únicamente de sus impulsos. Se trata
del arte, pues, donde se manifiesta la función de la invención y no, constantes en el arte cultural, las del
camaleón o el mono”, L’homme du commun à l’ouvrage. (pág. 92.). En relación a este tema, también me remito
al trabajo de Serge fauchereau (edit.) (2007). En torno al art brut. Madrid: Círculo de Bellas Artes.
48 Jean Houssaye (1988). Deligny, éducateur de l’extrême. Ramonville Saint-Agne, pág 73.
los niños marginados (retrasados, esquizofrénicos…”49. En Deligny aparece
con claridad la idea que el lenguaje fuerza al ser humano a ser “hombre”; “ce
par quoi l’être conscient se singularise” dirá en Singulière ethnie (p. 13). Pero
más allá del lenguaje busca y ofrece otras formasde existencia. Sin lenguaje
aparece la idea que tampoco es posible la esclavitud o la domesticación. Tal y
como afirma él mismo: “Le milieu proche des enfants psychotiques graves en
séjour était particulièrement attentif à modeler les gestes coutumiers, de telle
manière qu’apparaisse une sorte de langage qui représente certains aspects
concrets des habitudes d’un milieu”50.
Transmisiones pedagógicas
49
Citado en Ginette Michaud (1972). Análisis institucional y pedagogía. Barcelona: Laia, pág. 71.
50
Fernand Deligny (1969).
51
Régis Granier (1996). “Recontre”, Lien Social, 368, 10 octubre, pág. 8.
de ne pas essayer de les guérir. Nous n’avons pas de projet thérapeutique; il
faut accepter de les laisse vivre dans la vacance du langage. Nous proposons
seulement que les enfants peuvent exister, plutôt contents, dans un autre
monde que celui de ia pshychiatrie”52.
En 1945 escribí Graine de crapule tras haber vivido algunos años con niños
inadaptados, un pequeño libro nacido del azar de los días. Amargo, como me
dijeron.
¿Amargo? El entusiasmo del primer esfuerzo me había sugerido aquellos
aforismos improvisados mientras caminaba.
¿Acaso aquellas breves fórmulas agradarían a todos los oídos? Siendo
director de un centro de acogida para niños difíciles, y decidido a no dejar que
aquellos pensamientos se disolviesen en el revoltijo del cotidiano, comencé a
redactar para los lectores de Graine de crapule un diario de campo que contaría
cómo la experiencia maltrata o sostiene la frágil flotilla -algunos la pretenden
de papel adornado de utopía- de los principios de la educación activa.
He podido sorprender in fraganti a esas personas vergonzantes que
provocan el naufragio de tal flotilla. Los testimonios, que me llegaron
posteriormente, de educadores obligados a hacer frente a dificultades que han
sido las mías me llevan a señalar claramente a los enemigos de la infancia,
enemigos algunas veces inconscientes, pues son y han sido ante todo enemigos
de sí mismos, desde su primera juventud. Me los he encontrado a menudo, pues
su vanguardia milita en los centros educativos y su estado mayor reside en los
comités, consejos y asociaciones dedicados a la protección de la infancia. La
destreza de estas personas para aceptar y asimilar de manera aparente
verdades que no se atreven a contradecir solo puede compararse con la
paciente habilidad que despliegan para evitar la práctica sincera de principios
peligrosos para ese confort moral y social del que se han convertido en
representantes competentes y prudentes.
Pululan alrededor de los niños en riesgo “moral”, ya sean delincuentes o
inadaptados. Son hipócritas partidarios de un orden social podrido que se
derrumba por doquier. Se agitan alrededor de las víctimas más flagrantes de
los escombros: los niños que padecen situaciones de miseria. Inoportunos y
tenaces, se reúnen como moscas y su ruidosa y benefactora actividad camufla
una simple necesidad de poner en esta carne apenas viva sus propios deseos de
obediencia servil, de conformismo deformado y de moralismo de pacotilla.
Emplean con gusto un término magnífico, cargado de tontería, perla que
crece con las secreciones de mil comités pegados a la mesa de las reuniones
administrativas como ostras sobre su peñasco: la corrección moral. ¡Como si los
niños tuvieran en alguna parte un fragmento de no se sabe qué -derecho en
unos y torcido en otros- y que se moldearía en forma de cerviz curvada con
capones o galletitas los días de visita o de fiesta grande!
Todos estos administradores, pequeños mandamases, ocultan la blandura de
su carácter en su situación social como el cangrejo ermitaño protege su vientre
en una concha prestada. Quienes socialmente no sirven de mucho y se resignan
con docilidad a un empelo monótono e ineficaz, ¿qué pueden comprender de los
niños que poseen la inverosímil audacia de manifestar trastornos de
comportamiento?
Adoran el orden y los informes escritor con que se protegen, y se informan a
base de rumores y murmuraciones. Ignoran lo que un grupo de chiquillos
puede consumir de energía, clavos, ladrillos, suelas, tiempo, ideas… cualquier
cosa. Cualquiera.
¿”Un establecimiento bien administrado” quiere decir que todo lo que vive
ahí pronto morirá?
En este eterno combate de los activos contra los sentados, recurro a los
psicólogos, psiquiatras, biólogos y pedagogos que se alejan del descubrimiento
del hombre, sin entender el llamamiento desesperado de los educadores que
ayudan, en el azar de los centros, a vivir a los niños que se reúnen a su
alrededor y que se sienten irónicamente atascados -los niños y ellos- en las
“circunstancias” anticuadas y mezquinas impuestas por las actuales
administraciones.
¿Educadores? ¿Quiénes son? Como dije, formados en cursos y con
titulaciones nacionales o internacionales, instruidos sin ninguna preocupación
previa por saber si tienen en las tripas un mínimo de intuición, de imaginación
creadora y de simpatía hacia el hombre, inundados de vocabulario médico-
científico y de técnicas bosquejadas, los dejamos, para la mayoría infantil
procedente del medio burgués y todavía encerrados en sí mismos, en plena
miseria humana.
Y así pasan los años: unas marionetas por aquí, unos coros por allá,
exámenes, artimañas, estadísticas complejas, congresos e informes… Así tejen
una red de camuflaje sobre esta misteriosa basura social de la infancia
inadaptada que muere en los tugurios, que se pierde en la casa burguesa y que
se corrompe todavía más a menudo de lo que se quisiera decir en centros
penitenciarios o establecimientos inhumanos.
Puesto que “yo” había redactado este diario de campo, creo útil esbozar, en
este prefacio, una muy rápida observación de este “yo”.
Siempre replegado sobre mí mismo hasta sentir pena por el hueso plano en
mitad del pecho que debe ser el doblez del hombre, no soy simétrico y nunca he
sido semejante a mí mismo. Una buena parte de ese yo es informe, plástico y
afectivo, capaz de obtener improntas como la masilla del cerrajero.
Pronto hará diez años que estoy aquí, entre los que incendian granjas,
roban carbón de las gabarras, vagabundean y delinquen, esa gentuza que tiene
menos de dieciocho años que criman (criment), ingratan (ingratenr) y
asistenciapublican (assistncepubliquent)55 y masturban su existencia.
Indiscutiblemente: sífilis, alcohol y tuberculosos; tugurios, ganadería humana,
madres conejas y el padre que abusa sexualmente de su hija. No hace falta
decirlo.
Culpo enormemente al cáncer capitalista que llegará, como se dice, al
corazón. Es probable que la peste sea pasajera en la ciudad. Pero ¿y mañana?
Sería una lástima que en las ciudades-jardines, en las escuelas soleadas, los
niños sean grises, monótonos y dóciles, embrutecidos por siglos de desconfianza
hacia el hombre.
Así pues, desde hace diez años, algunas veces estoy con “ellos” in una onza
de afecto y otras, con muchachos y muchachas con los que he tenido amistad.
Y hablo de mí mismo, de mi actitud frente a las dificultades pintorescas de mi
oficio. Hablándoles, invento reflejos o intuiciones que no tenía. Y creo
ficciones sobrestimuladas. Me convierto en el educador que habría de ser, un
poco jadeante por correr detrás de este yo que describo en los momentos de
entusiasmo.
Marrullero, porfiado, vanidoso y exigente en la vida cotidiana, siempre
atrapado en la red social como un vagabundo en un cerco de alambradas de
púas, me encuentro, ante los niños fugados más andrajosos que traen a rastras
dos policías como un buen pintor con buena mano frente a un retraso,
desagradablemente consciente de mi sociabilidad.
Adivino al otro en proceso de hace un rápido inventario d sus últimos
delitos y de evaluar en muchos cigarrillos el polvo de tabaco en el fondo de sus
bolsillos… si todavía tienen forro. Experimento su malestar frente a
uniformados. Mi padre era oficial y mi abuelo, capitán de adunas.
Como se dice, “tengo” un niño. Entre él y yo existía una ruptura latente: mi
muerte, que debe ocurrir unos treinta años por lo menos antes que la suya. Y
cada día aprecio esta separación puesta entre “mi” niño y yo como un rincón
55Deligny acuñó el verbo crimer a partir del verbo cri (“gritar”) y el sustantivo crime (“crimen”) y conjugó
como verbos el término assitance publique (“asistencia pública”) y el adjetivo ingrat (“ingrato”). [N. del T.].
que nos separa el uno del otro. Mi aguja apunta hacia mi desaparición
mientras que a él le toca en suerte una vida nueva y virgen.
Pero comprendo mejor cómo la preocupación mezquina por la eternidad
individual los lleva a querer prolongarse tal como son, a cualquier precio,
incluso a quienes no obstante han dejado de creer en el paraíso. Me parece ver
innumerables padres abusivos, cargados con cestas llenas de prejuicios, ir hacia
la vejez temerosa montando sobre sus niños como árabes sobre sus asnos.
Y cuando los padres no están allí, cuando los niños son abandonados, sé
cómo las cestas se hacen más pesadas, los garrotazos más feroces e hipócritas,
el pienso más raro, pues los caravaneros quieren orden en la pequeña recua gris
que cocea y resopla o se calla incansablemente.
¿Amoral? En todo caso, en absoluto partidario de la moral “en circulación”,
como se dice en la Bolsa.
¿Asocial? Ciertamente ajeno a esta hipócrita explotación del hombre por el
hombre, a esta sudoración de fastidio y a cualquier jerarquía preestablecida.
Sin embargo, experimento el egoísmo como una acrobacia mental que, a la
primera vacilación, nos deja apaleados en el fondo de nuestra propia angustia.
Y entonces busco compañeros entre aquellos que no los han encontrado.
Capítulo II
Diario de campo 8enero-mayo de 1946)
Son setenta y cinco, y ochenta, y cien que corren desnudos por el canalón,
desmontan las cerraduras, transforman la instalación eléctrica, cabalgan en las
escaleras, desclavan las tablas del piso para hacer escondrijos, se cagan en la
cama del vecino, rompen quince platos de un golpe, se convierten en policías
por el placer de ser más y golpear en la cara a los demás, se mean en la cazuela
de los fideos, atascan los lavamanos con pedazos de mantas, arrojan a los
compañeros vestidos al estanque, juegan al escondite durante el día (¿y la
noche?), se levantan furtivamente de la cama a las tres de la mañana para ir a
robar un cargamento de cigarrillos del ejército estadounidense, escupen al
suelo, van a malvender las mantas a una taberna cómplice del barrio del que
provienen, visitan a los compañeros de los centros de educación cercanos para
convencerlos de evadirse e ir con ellos al centro “donde nadie te jode”…
Los monitores se aceran para hablarme de la necesidad de una disciplina
mínima. Desde que comenzó la avalancha los he visto actuar, dispersos entre
la marea de chillos y jóvenes, reaccionando como pueden, a veces torpes e
intempestivos, dedicados hasta la extenuación o despreocupados como
colegiales; irregulares, inestables, versátiles, habladores, adicionados a los
conciliábulos invertebrados, regurgitan todas las formas de educación que
padecieron. Han hecho de todo: de la vigilancia al equipo scout, pasando por el
espíritu de tropa. A ratos vigilantes, cómplices, iniciadores de alborotos, cabos
primeros y jefes de ropa, grandes compañeros fraternales y guardianes ariscos
se dejan llevar hasta el guiño y las palmadas reciprocas en la espalda y, con el
súbito amedrentamiento por haberse bajado del pedestal, reaccionan con el
atropello autoritario, la enérgica bofetada y la formación impecable. En las
camas de acuestan en compañía de sus “alumnos” y se molestan cuando
alguien les dice “cierra la boca”, dominados por los grupos bajo su
responsabilidad y obligados, contra su voluntad, a recoger colillas.
Una de las muchachas del Centro es una monitora de veintitrés años, nacida
y educada en un medio muy cómodo. Llegó aquí por su gusto de exploración
humana.
Vive lo más cerca posible de los muchachos, les habla y los escucha. Me dijo:
“En prisión estaban más contentos. En su celda, nueve o diez, se ayudaban
mutuamente. Nunca se robaban entre sí. Aquí, al aire libre, bien instalados y
cómodos se roban y delatan. Al salir, han vuelto a su egoísmo al ser enviados al
correccional”. Está sinceramente decepcionada y su observación es correcta.
Ignora que los ahogados que reviven comienzan por vomitar. Ignora que la
vida es una colectividad reducida segrega leyes, reglas y costumbres para uso
exclusivo de la pequeña comunidad, que la muy aparente y escrupulosa
honestidad de un pequeño grupo de prisioneros es un reflejo colectivo que se
prolonga muy a menudo por la esclavitud total de los más débiles.
Está obnubilada por las abstracciones “honestidad”, “justicia” o
“disciplina”. Se deslumbra con la menor manifestación espontánea y es torpe
para reconocer, entre las setas “morales” que crecen a merced de las
circunstancias, las comestibles y las venenosas.
Adora las setas por herencia; eso es todo. En cada momento se arriesga a
intoxicarse y, como es honesta, esto la hará abandonar el oficio.
El jefe de los monitores, antiguo obrero textil y que tiene como experiencia
algunos años de instituto médico-pedagógico, de método Hérbert, de fútbol y
de gimnasia, sostiene solo, la barraca sobre sus hombros. Es pesada y se
balancea. Pero los niños viven y, cualesquiera que sean sus reacciones
pasajeras, la total ausencia de sanción desorienta su agresividad. Unos cien
chiquillos considerados como difíciles, un hombre honrado y vivo, una
muchacha de unos veinte años que se vuelve afable frente a los trastornos del
carácter y yo.
Observo sin ternura a los monitores que vuelven en delegación a hablarme
de una “disciplina mínima”.
Me digo que las manifestaciones de ineficacia se han trasformado poco en el
transcurso de sucesivas civilizaciones.
Así como los pueblos antiguos iban a hacer ofrendas y quejas al templo, las
nuestras se desembarazan de sus problemas formando delegaciones.
Esta persistente necesidad de recurrir a un individuo es el índice de que las
pulsaciones-individuales y sociales siempre van al mismo ritmo. Y el mismo
pequeño cortejo siempre decepciona de no encontrar al todopoderoso al final
de su camino.
Los escucho hablarme de disciplina (y se han traído a los peores
provocadores de desorden, que les hacen coros, cómo no). Los he visto, jóvenes
adultos responsables mal apoyados en puertas mal cerradas, sin cuaderno de
castigos en la mano, desplegar ante los chiquillos todas las torpezas para
salvaguardar lo que llaman su “autoridad”.
Despiadados reveladores de caracteres y apetitos, los jóvenes inadaptados
ven cómo se les acercan jóvenes sedientos de esta autoridad, a otros que están
tan atiborrados de principios que deben vomitarlos sobre cualquiera, incluso a
anarquistas reprimidos que no osan cometer actos antisociales y llegan como
mirones, y pederastas en una larga procesión cuya fila se cierra cada vez que
uno de ellos se deja sorprender in fraganti, con las manos en la masa, si se
puede decir así. Todos lo saben, lo ven y lo dicen.
Para que esto cambio he rechazado los subproductos de las formas de
educación burguesa y he recurrido a educadores que no proceden en escuelas o
cursillos. Luego han querido convencerme de que algunos tenían antecedentes
penales.
Solo he visto sus figuras, los pliegues alrededor de la boca, sus ojos, arrugar,
nucas, manos, risas y voces. No los he buscado en la prisión ni en el
manicomio, pues temo que los que se cuecen a fuego lento en la prisión o en el
manicomio poseen una cierta complacencia hacia sí mismos que es una tara en
el carácter de un educador.
Llegaron solos, de su barrio donde los techos son de tablas y las ventanas,
cubos de la basura; donde es muy habitual que el padrastro o el mismo padre
viole a la hija mayor por descuido , situación que se da en nueve metros
cúbicos, en ocho o diez, y algunos litros de vino el domingo.
Estos hombres ya estaban presentes en el centro. Domadores de piojos y
cazadores de sarna, sorprendentes tragones de prejuicios y con la moral
completamente desarticulada en relación con el circo que habían vivido
cuando eran niños y, pensándolo bien, sin deformación total en sus flexibles
coyunturas. Sólidos revolucionarios: te sostienen la columna vertebral mejor
que todo un atavío reluciente y prestado de principios.
El circo toma forma con los payasos harapientos que nos llegan de las
comisarías.
Desafortunadamente nunca se ven los oficiales. Escuchan desde tan lejos
como sea posible los aires que toca la orquesta, sin duda, no reconocen la
obertura de Poeta y Aldeano, saben que la reeducación se realiza, allí dentro,
sin red, el amaestramiento sin látigo y se vuelven a sumergir en sus
documentos, informes y cifras, sonríen de lado pues esto les da un pequeño
aspecto escéptico.
Buscaré refuerzos: extracto de Los orígenes del carácter en el niño del doctor
Wallon:
“Otros autores han insistido con mayor insistencia en las situaciones en las
que [el hombre] debe adaptarse y la manera personal de hacerlo. En efecto, ya
no es posible deducir un comportamiento basado en disposiciones, por muy
fundamentales e imperiosas que sean, sino en factores más elementales que este
integra. Y cuanto más se desarrolla, con la complejidad de una actividad, la
diversidad e las circunstancias a las cuales debe responder, menos puede
disociarse de estas y considerarla única. Precisamente, se observa en las
relaciones del hombre con […] los materiales mediante los cuales realiza su
actividad. Ya se trate de su vida cotidiana y, en esta, de su actividad
profesional o familiar, de sus hábitos personales o costumbres sociales, o bien
de situaciones nuevas e imprevistas, como un incidente, la muerte de un
pariente, la pérdida de la cartera, ganarse el premio mayor de la lotería o
también, para el adolescente, de su primer cigarrillo, la forma de actuar puede,
en el mismo individuo, presentar una gran diversidad […]. De la suma [de
estos rasgos] resulta el carácter, o más bien, de su repetición. Es como su
improntaen la persona. En él desembocan y se fijan maneras de actuar cuya
implicación descansa en el complejo indisoluble que forman determinadas
situaciones y las disposiciones del sujeto”.
El que me llevaron esta mañana, lo habían sacado hacía dos días de un gran
cajón, en una tienda de comestibles.
Entró para robar bombones. La vieja tendera salió de la cocina para cerrar
la puerta durante la noche. Y se quedó encerrado.
A la mañana siguiente, la tendera lo encontró acostado en una cama de sal
de cocina, en un cajón que no había podido cerrar. Su madre estaba muy
apenada. Su padre es empleado público. ¡Es justo para un empleado público
que encuentre a su hijo, su hijo único, en un gran cajón de sal de una pequeña
tienda de comestibles?
Para luchar contra lo anacrónico, los niños del centro que serán juzgados
cantan en el camino y cantan incuso en la austera sala esperando la audiencia.
Esto les permite soportar el tiempo y el miedo. Esto me alegra (“la raza que
canta en los suplicios”) y siempre espero que, incomodado por este ruido, el
pesado palacio de piedras grises prohibirá a estos granujas la entrada a sus
salas. Esperanza frustrada. La propietaria es ciega y sorda.
Dos policías me traen a uno, muy bien sujeto. Se les veía muy claramente el
sudor en las axilas. Uno que me insulta en el acto.
“Si. Si. Si. El famoso Deligny. ¡Bien! ¡Vete a la mierda! Te partiré la cara.
De parte de todos los que has engañado. Este cerdo promete el oro y el moro, y
la libertad. ¡Peor! Nos deja encerrados hasta los veintiún años. Puedes estar
orgulloso, ¿eh, cabrón? No me importa, lo puedo decir, me he evadido tres
veces de Armentières y voy a volver, y…” y se queda callado con esa cara de
yo no he sido.
No dije nada porque estoy acostumbrado a no ser impulsivo. Reconozco las
sonoridades de las disputas del manicomio, la estrepitosa bravata del individuo
que consigue sus fines antes de hora y que pasa el resto de su tiempo y usa
inútilmente sus fuerzas insultando a personajes imaginarios o a los
representantes palpables de la sociedad cuando pasan por su boca. Pienso que
lo que me cuenta de los prefectos y los ministros también lo pienso, simple y
llanamente. ¿Por qué es enajenado y yo no?
Es cierto que he engañado a muchos jóvenes a los que “reeducaba como
jefe”. Y no siempre ha sido de buena fe. Para esta libertad, que para los niños
que viven en el centro debe de ser como el paraíso para el creyente, me he
vuelto un cura. A saber de qué ilusión me disfrazaba para que hicieran un
esfuerzo o, mejor, un simulacro de esfuerzo, un gesto. Les pedía una plegaria a
los que no querían, un guiño… era necesario que participaran de esta ilusión.
He sido el títere ceremonioso de una ilusoria abstracción y lo percibo
cuando el otro majadero, entre los dos policías, sigue insultándome.
Incluso los que no pueden compadecerse, porque “salieron” antes de los
veintiún años, ¿qué encontraron ahí afuera, en el paraíso de los que están
encerrados?
Ya tengo bastante vistos a los policías. Les digo con una sonrisa
comprensiva que pueden irse. Obedecen y desaparecen. El otro está mudo,
inerte. Los excitados de su especie necesitan un público. Les recuerdo con voz
suave:
- ¿Y…? ¿Me partirás la cara…?
Se acerca a mi mesa se inclina sobre la punta de sus zapatones y, con una
voz profunda y grave de confidencia que sale de su vientre…
- Señor. Señor… quisiera un día de permiso. Le hice un niño a una
muchacha, en una granja, cerca de Erquinghem. Es absolutamente
necesario que vaya a casarme
- Entonces, ¿no solo le has hecho un chiquillo sino que quieres castigarla
con un marido como tú? Te comportas como un cabrón con las mujeres
¿eh?
Se ríe, feliz por el cumplido, lo llevo a dormir.
Quince días después el gitano todavía está aquí. “Pilló” un cuchillo como
otros pillan las armas, algunos, seis meses de prisión y algunas chicas, un niño.
Con el fin de protegerlos de la policía y del arresto por reincidir, los
muchachos del centro que iban a la ciudad tenían en el bolsillo un permiso
debidamente fechado y sellado.
Con este permiso que presentaban a quien lo requiriese, intentaban obtener
descuentos en el cine, subirse gratis en los tiovivos de la feria, no pagar los
tranvías y evitar la cola en las taquillas de la estación.
Eran tan persuasivos en su alegría elemental de estar “en regla” y de formar
parte de un grupo, que la extravagancia de su forma de colarse encontraba
poca resistencia. De golpe se habían vuelto súper sociables y cálidos
partidarios de un uniforme con la insignia visible desde lejos.
“Somos los delincuentes del Centro ¡abran paso a la Legión!”.
Otro aspecto del mismo problema que no tiene solución.
Dos inspectores que se enjugan la frente. Entre ellos, un muchacho con una
gran caja de madera bajo el brazo, llenada a toda prisa y todavía entreabierta.
No dice nada. Su ropa huele a caballeriza.
- Este -dice un inspector- nos ha hecho correr. Es fácil ocultarse en un
circo.
Miro los papeles que me entregan. Al joven I.L., aquí presente, lo han
perseguido (y atrapado) por un delito cometido hace dos años. Infracción a la
policía ferroviaria, recogía carbón de las escorias de la vía férrea.
Una llamada telefónica: es el director del circo que está instalado desde hace
ocho días en una plaza de Lille:
- Lo necesito… Cuida a los ponys… Los cuida admirablemente.
- ¿Desde cuándo?
- Desde hace más de seis meses, señor director -no digo nada: el otro solo
escucha mi voz y quiere convencerme-. Los ponys se han acostumbrado
y, además, participa en los espectáculos.
- Venga a buscarlo. Traiga por lo menos unas cien entradas gratuitas…
Le digo al muchacho:
- Ha llamado uno de tus ponys, todos los ponys se niegan a actuar si no
regresas.
Evidentemente el muchacho no me cree. Pero hay lágrimas en sus ojos.
Les digo a los inspectores que partan de inmediato si no quieren asistir a un
acontecimiento que les pesará dolorosamente en su consciencia profesional.
- ¿Qué?
Preguntan desconfiados.
- Creo que estará en el circo antes que ustedes hayan vuelto a la comisaría.
Sudores retrospectivos en las sienes del más viejo de los dos funcionarios.
Cuando los policías entran en el centro cuando los chiquillos están reunidos
-por ejemplo, en el refectorio- se alza un coro unánime y fuerte:
Me cago en los policías,
Hasta arriba, hasta arriba.
Me cago en los policías
Y en la guardia civil (bis).
El centro tiene muy mala reputación entre los policías. Tan mala como la de
los policías en el centro.
Luc, dieciséis años, aunque parece tener doce, como muchos de su raza.
Llegó de las minas y se disfraza de pirata, pañuelo rojo en la cabeza, sable de
madera en la cintura, la camisa hecha girones como una bandera después de la
batalla.
Es “maniaco” según el médico. Cualquier presencia nueva lo altera y lo
exalta. Corre al encuentro de extraños, de visitantes que se sorprenden al ver
cómo se le pega con tal seguridad que lo aceptan como guía y escuchan sus
comentarios.
Entonces, con el ojo despierto y los pómulos sonrojados, Luc cuenta chistes
picantes entremezclados con apreciaciones picarescas sobre los compañeros que
se cruzan en las escaleras, sobre la enfermera, sobre el director, que es “el
mayor sinvergüenza por eso todo lo obedecen”.
Y este extraño ujier solo se separa de los aturdidos curiosos en la parada del
tranvía, hasta donde los acompaña muy ceremonioso.
En esta tranquila noche de un hermoso jueves, se juega a las cartas, al ping
pong, al fútbol, tres nuevos al escondite en el canalón del granjero… Oigo una
calma de estupor que invade el Centro. En la puerta de la entrada veinte
policías y diez muchachas chillonas, aprendices de arpías en pleno
entrenamiento. Un agente lleno de galones me entrega una orden judicial de
custodia provisional en regla.
- Vaya, vaya, la Justicia nos provoca.
- ¿Vienen para acá? -pregunta un muchacho-.
- Enviados por el procurador de la República.
Los muchachos más evolucionados se sientan en el suelo, desjarretados y
con la garganta seca. Un psicópata se pone a hacer equilibrios sobre las manos,
a golpear la yerba con el puño, a reír en una total embriaguez.
Telefoneo a la Justicia… Son las sublevadas de un Buen pastor, destinadas
al centro…
Nos perdimos de un gran baile pero, en consciencia no me he atrevido.
Sin embargo, acepté algunas semanas más tarde, “tener en observación” a
la “muchacha torpedo”, que también había dado problemas en el Buen pastor,
pero cuyas costumbres sexuales, tan bien establecidas, no amenazan con
cansar a los muchachos.
En tres días había logrado ganarse el respeto con sus vigorosos puñetazos en
las barbillas de los que se acercaban a sonreírle muy de cerca.
Sentimientos agitados: tentativa de envenenarse con Gardenal, fuga con
una educadora indulgente y creación de una especia de sociedad de evadidas o
“salidas” del Buen pastor, en la región parisina, dedicada al robo de las
bicicletas de “novios” cuando estos se confiaban con la novia-trampa. Pero era
tan fuerte como para lavar los platos dos veces al día.
D. tiene treinta y cinco años, es educador del centro, tiene un gusto tan
marcado por el fraude que extirparle este hábito sería mutilar al individuo.
Trae de su barrio-frontera cigarrillos, pan sin cupones de racionamiento,
bombones.
Y todos los días, hacia las seis, llega vestido con una pequeña escandinava
que disimula lo que lleva en sus brazos, Papá Noel cotidiano que bromea,
siempre dedicando a su comercio “con el cual -dice- podría ganar con qué
comprar una granja…”, lo que es estrictamente cierto.
Uno de los aspectos que los miembros del consejo de administración
denominan en sordina la inmoralidad de “esos” educadores.
Les pedimos a los recién ingresados una foto de identidad. Que se las
arreglen como puedan. Vuelven, al regreso de un permiso o de un paseo, un día
u otro, con la foto pedida.
La cara que creen deben poner ante la cámara, en el estudio de cualquier
fotógrafo barato, es un verdadero documento de quienes quieran distinguir el
ser del parecer.
J.L, diecisiete años, muestran su testa en un formato que ocupa media
página del libro de registro y la gomina y las piruetas que ha exigido al
fotógrafo nos brindan una autentica radiografía de su carácter.
H.P, dieciocho años, débil mental optimista, adiposo y con un
comportamiento muy discreto y pasado, antes de ir al fotógrafo, va al
peluquero para hacerse una permanente. De verdad. ¿Quién lo hubiera creído?
Todos los recursos de una ciudad, así como sus ferias y romerías,
constituyen un precioso material de laboratorio para ver con claridad lo que
querían ser.
Y. es un hijo de puta. Tiene trece años. Ella tiene treinta.
Le lleva, en cada una de las visitas, dos grandes sacos llenos de bizcochos, de
chocolate, de naranjas, de cigarrillos, a falta de poder llevar lo que una madre
le da naturalmente a su chiquillo, remplaza lo natural por el lujo.
Me evita. La arponeo. Me teme, puesto que no tiene el derecho de ver a su
hijo, confiado a la Asistencia pública.
-Hacen bien- dice-. No debí dejar que lo metiesen aquí.
Y escucho una canción que ya conozco bien. Madre soltera, padre
desconocido, la familia, las tías, el abuelo, los puños golpeando las mesas, las
tristes horas de la noche, los abatimientos de catástrofe que se exagera en
amenazas, contra el vientre. Una vieja prima, hermana del alcalde, es
particularmente tenaz y reactiva el drama cuando se apacigua. Al chiquillo lo
echarán cuando nazca…
Ha venido aquí, hace tres semanas, porque había incendiado la granja
donde vivía.
Pasmosa cantinela. Inconcebible desprecio. ¿Por qué aberración colectiva
una muchacha tiene que avergonzarse por tener un niño en el vientre? ¿Por la
defensa de qué turbio patrimonio las viejas con ovarios secos son tan hurañas?
¿Por qué las tías, los tíos, el padre y la madre aceptan comentarios de
sacristía?
Para entreabrir las esposas que cierran los puños de los niños perdidos, pido
que se vacunen, como viejas perras enfermas del qué dirán, a las beatas y las
impertinentes. ¡Abortadoras!
Los siete que han llegado, en fila, todos iguales, las caras pintadas por el
mismo acontecimiento: son fugados reincidentes. Quieren ir a Estados Unidos.
Por la noche rompen la puerta de un almacén de galletas, toman el tren hacia
el mar, descienden por la carretera para evitar a la guardia urbana. Creen que
están a algunos kilómetros de donde salieron. Los ven y los arrestan. En el
tercer intento, los llevan al centro. El mayor tiene catorce años, y el aspecto de
un payaso flaco y desolado. Diga lo que diga y haga lo que haga, siempre está
atrapado entre dos impulsos contrarios. Tienen instinto para las efracciones y
las fugas, ya con trece años, las mejillas redondas, el ojo abierto, la sonrisa fácil
y la reincidencia lista.
Muy en secreto han decidido a partir de nuevo, con los primeros rayos del
día, hacia un puerto para llegar a Estados Unidos, esta vez, a pie.
Uno de los educadores del centro es un campista empedernido. Con la
primera luz del amanecer es el primero en levantarse.
Despierta a los “rebeldes del camino”, los siete primeros y después otros
cinco (entre los que haya dos que golpearon con cierta fuerza a un taxista
parisino en la cabeza y un retrasado mental, un muchacho gordo, tranquilo y
lento, tan tranquilo y lento que duerme de pie y cuchichea sus sueños).
Muy temprano los doce se ponen en marcha por la carretera.
Nos toca esperar. El educador debe telefonear cuando todo esté listo.
Pasa el día. Y la noche. Y el día siguiente.
El teléfono me habla de todo, excepto de ellos. Presiento la catástrofe. Peor:
una catástrofe inesperada. Se sospecha que en el centro se realizan
“experimentos sociológicos” en lugar de “reeducación”. En el próximo Consejo
Regional de Protección de la Infancia, celebrando alrededor de una inmensa
masa, el informe sobre el “incidente” pasará de mano en mano, un pequeño
juego en el que siempre pierdo. Eso y la inmoralidad visible de los monitores
desalineados. Esa magnífica parejita de fisgones, siempre prolífica, tendrá su
propio expediente sobre la mesa de aire tan administrativo (o escondido en la
manga).
Ocho horas después de su regreso, el centro todavía tiene como una especie
de cabellera de caminos revueltos que cae, desde la habitación donde “ellos”
duermen hasta los árboles del parque.
Para quienes saben ver, creo que un centro donde viven “caracteriales”
debería ser una pequeña fábrica de imprevistos.
Para las visitas guiadas represento una escena en que los visitantes
interpretan, con una naturalidad perfecta, ya que no se les avisa la farsa, un
papel muy cómico.
Antes, durante y después, delincuentes y educadores nos morimos de risa.
Observación: los más cabrones son los mejores actores (incluso los
visitantes).
Con gusto les enseño el truco a todos mis compañeros educadores, quienes
saben que un pabellón “presentable” para un día de visitas supone una
infinidad de cobardías, de hipocresía de ceguera más o menos voluntaria, de
dolorosos atentados a los grandes principios pregonados, de hábil
enmascaramiento, de promesas arriesgadas, de ánimos artificiales, de tortuosa
diplomacia y de habilidad profesional.
La habilidad profesional, que consiste en mostrarles a las personas que
pasan lo que esperan ver.
¡Ay! El peor de los epilépticos no ha escupido en el ojo del señor presidente
de la Comisión.
Una puesta en escena para una puesta en escena. Los chiquillos participan por
completo en la comedia: los más majaderos se comportan bien, limpitos,
afables, y los más amables hacen de vagabundos, sarnosos o impulsivos.
J. T., un débil mental dócil, interpreta el papel de duro con un tal realismo
que, cuando se muestra detrás del cortejo de los visitantes, los rezagados
aprietan las nalgas y alcanzan rápidamente al grueso del pelotón donde actúo
y charlo imperturbable.
Siembre he tenido más dificultades con el dinero que con los chiquillos (y
cuando digo “yo”, me siento innumerable).
Estimado señor,
El consejo de administración, en la reunión de esta mañana, ha decidido cerrar
momentáneamente el Centro de Acogida y Selección.
Esta medida la ha tomado un Consejo de Administración preocupado, ante
todo, por darle a su experiencia la posibilidad de realizarse en mejores condiciones.
Actualmente se estudian las disposiciones con respecto a los niños albergados en
su establecimiento. En cuanto al personal pedagógico y administrativo, y con
excepción de usted, se le notificará el despido.
Le agradezco su servicio y cuento con usted.
Muy cordialmente,
S. Hancart
Así pues, por muchísimas buenas razones que no tienen nada que ver con el
oficio, los educadores son despedidos por un consejo de administración estático
del que treinta de los cuarenta miembros habían pisado y permanecido en el
centro una vez en su vida: el día de la inauguración. Poco importa la opinión
de los expertos procedentes del Ministerio. De un lado, los técnicos, médicos-
psiquiatras, pedagogos y representantes de la CGT; del otro, los pequeños
mandamases de la administración local.
Educadores y chiquillos hemos levantado el campamento.
Capítulo III
Post scriptum/mayo-juunio 1946
C., quién seguía los cursos en el centro, ha desaparecido con unos cien
francos que pertenecían al director de los monitores.
Pasaron algunos meses antes de que reapareciese, no en el centro, sino en la
casa del monitor.
Y le cuenta:
- Trabajé en una granja, en la región. Tengo trescientos francos ahorrdos.
He vuelto para devolverle lo que le robé aquella vez.
Esa misma noche, en la ciudad, C. es detenido en la sala de espera donde
había decidido pasar la noche antes de tomar el tren para su granja. Reprisión,
recentro… Una fuga para nada.
Lo sé, lo sé… Hay que “proteger” a la infancia. Pero es preciso tomar mil
precauciones, pues cuando un niño pasa el límite, es muy difícil saber si sale o
entra, si ese “salto” es una indiscutible agresión, un delito evidente. Y en este
misterioso laberinto de impulsos, de represiones, y temores, ¡ay!, el terrible
ruido que hacen las desgraciadas botas de los policías.
Los niños de Vieux Lille se bañan, cuando hace buen tiempo, en las cloacas,
en el agua negra , sin corriente, que burbujeaba al sol y apesta con el viento.
No creáis, amigos, que levantan la tapa redonda de hierro y descienden la
pequeña escalera vertical.
Las cloacas, en este barrio, quedan al aire y pasan bajo las ventanas de las
casas, como en Venecia.
Los niños no saltan de su ventana, como podría creerse, como otros lo hacen
desde sus camas a la bañera.
Van un poco más arriba, a la muralla. La hierba de la orilla y los ladrillos de
los muros no cambian el color del agua. Las niñas se quitan el vestido y lo
dejan sobre la hierba y se quedan en bragas. Los muchachos hacen como los
patos. Balancean los pies en el aire con la cabeza sumergida en el agua. Otros,
más mayores, charlan y se sumergen, de vez en cuando, desde lo alto de la
muralla.
Esto apesta enormemente cuando hay diez que remueven el flujo del agua.
La piel de los visitantes de este puerco escabeche está bronceada con un
color verduzco.
Segunda observación. Arrastro conmigo, sin duda desde que nací, una especie
de angustia, de temor previo, que se une a una delgadez de bonachón de
alambre.
Mayo de 1940. Aquí estoy, como los otros, atrapado en la guerra, un conejo
perdido en la monumental chatarra, los silbidos y la carne humana que chorrea
sudor y sangre por el suelo de los camiones. Es el único periodo de mi vida,
desde que mi figura es estable, en el que engordé (ocho kilos). Mi temor había
encontrado alimento como deseaba. Ya no consumía mi sangre.
Luego, esta pequeña perra de angustia volvió. Se posa alegremente en la
menor fatiga como una mosca matizada sobre la basura presentida. La cazo
con un violento golpe de razonamiento, se posa al lado. Solo me queda esperar
que un gran acontecimiento llegue a seducirla y me la quite por un tiempo.
Pero la conozco. Es capaz de volver embarazada.
Cuarta observación. EN los muros de las dos habitaciones donde vivo -la más
grande tiene cinco ventanas-, están clavados los dibujos. Todos son fracasos.
Los dibujos de los que estoy contento en el momento, los regalo o, adornados
de colores, un galerista intenta venderlos aquí o allá. Miro sobre los muros que
me son tan familiares todos los fracasos que solo son una esperanza de
descubrimiento.
Pasados los breves momentos de hechizo, no puedo creer que sean
suficientes estas huellas dejadas por mis manos sobre una gran hoja.
Me puedo dejar verter por completo o solo describirme aquí como una
carretilla se muestra en los surcos que deja. Porque sabe leer.
Niño tenaz, debería esperar todavía durante mucho tiempo, sin duda, la
pubertad social, esta aceptación pura y simple de estas formas que los hombres
tienen de nunca ser ellos mismos y de mutilar, con rabia, a los niños.
Si los médicos descubren el origen de los trastornos del comportamiento, de
las taras hereditarias, en mi opinión se dedican a mirar, regularmente,
mezquindades y deshonestidades del medio adulto.
Desde hace meses, a falta de “establecimiento”, cuando me llevan un niño
difícil. “No hay moral”… Y esta es la causa de que su hija sea muda.
Son muchos y de la más sucia especia, bastarda de miedo, catolicona y que
hace por debajo su qué dirán.
Miles de niños se deslizan, para el que sabe ver, por las estrechas callejuelas
trazadas muy profundamente en las preocupaciones masivas de los adultos. A
falta de guía, juegan a los soldados.
El más pequeño dibujo infantil es una llamada. Muy a menudo, los adultos
le responden con curiosos y fértiles comentarios. Estamos aquí en el centro de
la acostumbrada estafa
Los disparates, las rupturas, los temblores, los bosquejos e ignorancias se
admiten y también se experimentan cuando se expresan sobre el papel,
balbuceos de una ingenuidad que se aplica.
El adulto provocado se vuelve odioso, cuando la misma ingenuidad se
expresa por actos, inestabilidades, audacias, desdenes y holgazanerías.
Aquí hemos captado, al natural, esta derivación artística hacia la cual
empuja la sociedad que no quiere ser desordenada, que quiere que escupamos
sobre los muros, que se afana incluso por enmarcar los escupitajos, que
organiza exposiciones de odiosos esputos, muy contenta de que no se toque el
discreto orden de sus construcciones, jerarquías y hábitos.
Un dibujo infantil no es una obra de arte: es una llamada a nuevas
circunstancias.
Se trata de niños difíciles, se trata de niños que han probado un delito. Los
compañeros un poco ligeros de los que hablaba ahora son buenos para los niños
que, por lo demás, tienen buenos lazos afectivos.
Para los niños procedentes de todas las miserias, se necesitan compañeros
con otro temple.
En los barrios y los suburbios corroídos por un viento permanente de
miseria, donde la pequeña mugre es limpiada enérgicamente, cada día, vive el
pueblo de las fábricas y los talleres.
Aquí, las casas son jaulas de ladrillos empotradas en corredores sombríos
como pozos.
Allá están ubicados en pequeños jardines que se miran el uno al otro desde
todas las ventanas, sin ningún secreto posible entre ellos.
Allí viven gordas mujeres que tienen el aspecto de haber parido a todos los
niños del barrio, que se ven pasar entre sartas a la hora de ir a la escuela en las
pequeñas alamedas bordeadas de setos en alambre y tablas mal pegadas.
Allí viven muchachas tiernas y tenaces como reinas de comején.
Allí viven muchachos cavadores, obreros metalúrgicos y albañiles que no
quieren que la pesada mandíbula del trabajo de la fábrica o del taller se cierre
sobre ellos, que mantienen, a la fuerza, la mandíbula entreabierta y quieren
saber a dónde van y lo que son.
Los sábados en la noche, saben tomar el aspecto del vagabundo y cantan,
danzan, actúan, dibujan y se ofrecen a la música como al sol, y al teatro como
a la montaña.
El relevo está dispuesto. Esto no les desagrada a los fatigados con
anticipación, una nueva raza acaba de nacer bajo el sol. Es necesario que el
sufrimiento de este hormigueo humano de barrios marginados nos den uno u
otro día estos vagabundos sociales en la búsqueda (ya no en el espacio, sino
aquí mismo, donde nacieron) un modo de vida más honesto, a la búsqueda, si
se quiere, de una moral que no esté infestada de prejuicios reventados bajo los
escombros de una estructura social que se derrumba.
Los más conscientes de ellos son febriles algunas veces.