El Pecado
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El Pecado
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Hay una razón muy seria para creer que gran parte de la lectura de la Biblia y de los estudios
bíblicos de los últimos años ha sido de muy poco provecho espiritual para aquellos que han
realizado la lectura y los estudios. Pero, aún voy a decir más; mucho me temo que en muchos
casos, todo ello ha resultado más bien en una maldición que en una bendición. Este es un lenguaje
duro, me hago cargo; sin embargo no creo que sea más duro, de lo que requiere el caso. Los
dones divinos son mal usados, y se abusa de la misericordia divina. Que esto es verdad lo prueba
la escasez de los frutos cosechados. Incluso el hombre natural emprende el estudio de las
Escrituras (y lo hace con frecuencia) con el mismo entusiasmo y placer con que podría estudiar las
ciencias. Cuando se trata de este caso, su caudal de conocimiento incrementa, pero, lo mismo
ocurre con su orgullo. Como el químico ocupado en hacer experimentos interesantes, el intelectual
que escudriña la Palabra se entusiasma cuando hace algún descubrimiento en ella; pero, el gozo
de este último no es más espiritual de lo que sería el del químico y sus experimentos. Repitámoslo;
del mismo modo que los éxitos del químico, generalmente, aumentan su sentimiento de
importancia propia y hacen que mire con cierto desdén a otros más ignorantes que él, por
desgracia, ocurre esto también con los que han investigado cronología bíblica, tipos, profecía y
otros temas semejantes.
La Palabra de Dios puede ser estudiada por muchos motivos. Algunos la leen para satisfacer su
orgullo literario. En algunos círculos ha llegado a ser respetable y popular el obtener un
conocimiento general del contenido de la Biblia simplemente porque se considera como un defecto
en la educación el ser ignorante de la misma. Algunos la leen para satisfacer su sentimiento de
curiosidad, como podrían leer otro libro de nota. Otros la leen para satisfacer su orgullo sectario.
Consideran que es un deber el estar bien versados en las doctrinas particulares de su propia
denominación y por ello buscan asiduamente textos base en apoyo de "sus doctrinas". Aun otros la
leen con el propósito de poder discutir con éxito con aquellos que difieren de ellos. Pero, en todos
estos casos no hay ningún pensamiento sobre Dios, no hay anhelo de edificación espiritual y por
tanto no hay beneficio real para el alma.
¿En qué consiste pues el beneficiarse verdaderamente de la Palabra? ¿No nos da 2ª Timoteo
3:16, 17 una respuesta clara a esta pregunta? Leemos allí: "Toda escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir. para instruir en justicia: a fin de que el hombre de
Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra." Obsérvese lo que aquí se
omite: la Santa Escritura nos es dada, no para la gratificación intelectual o la especulación carnal,
sino para pertrecharnos para «toda buena obra», y para enseñarnos, corregirnos, instruirnos.
Esforcémonos en ampliar esto con la ayuda de otros pasajes.
Esta convicción que le hace comprender que la destrucción que el pecado ha realizado en la
constitución humana, no se restringe a la experiencia inicial que precede inmediatamente a la
conversión. Cada vez que Dios bendice su Palabra en mi corazón, me hace sentir cuán lejos estoy,
cuán corto me quedo del standard que ha sido puesto delante de mí. "Sed santos en toda vuestra
manera de vivir" (1ª Pedro 1: 15). Aquí, pues, se aplica la primera prueba: cuando leo las historias
de los fracasos deplorables que se encuentran en las Escrituras, ¿me hace comprender cuán
tristemente soy como uno de ellos? Cuando leo sobre la vida perfecta v bendita de Cristo, ¿no me
hace reconocer cuán lamentablemente soy distinto de El?
No hay verdadera paz para la conciencia y no hay descanso para el corazón cuando enterramos
en él la carga de un pecado no confesado. El alivio llega cuando abrimos nuestro seno a Dios.
Notemos bien la experiencia de David: "Mientras callé, se consumieron mis huesos, en mi gemir de
todo el día. Porque de día y de noche pesaba sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en
sequedades de estío" (Salmo 313, 4). ¿Es este lenguaje figurativo, aunque vivo, algo ininteligible
para ti? ¿0 más bien cuenta tu propia historia espiritual? Hay muchos versículos de la Escritura que
no son interpretados satisfactoriamente por ningún comentario, excepto el de la experiencia
personal. Bendito verdaderamente es lo que sigue a continuación, que dice: "Mi pecado te declaré
y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad
de mi pecado" (Salmo 32:5).
4. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra produce en él un profundo
aborrecimiento al pecado. "Jehová ama a los que aborrecen el mal" (Salmo 97:10). "No podemos
amar a Dios sin aborrecer aquello que El aborrece. No sólo debemos aborrecer el mal y rehusar
continuar en él, sino que debemos tomar armas contra él, y adoptar ante él una actitud de sana
indignación" (C. H. Spurgeon). Una de las pruebas más seguras a aplicar a la supuesta conversión
es la actitud del corazón respecto al pecado. Cuando el principio de la santidad ha sido bien
implantado, habrá necesariamente un odio a todo lo que sea impuro. Si nuestro odio al mal es
genuino, estamos agradecidos cuando la Palabra corrige incluso el mal que no habíamos
sospechado.
Esta fue la experiencia de David: "Por tus mandamientos he adquirido inteligencia; por eso odio
todo camino de mentira" (Salmo 119:104). Fijémonos bien, que no dice "abstenerse" sino "odiar".
"Por eso me dejo guiar por todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrezco todo
camino de mentira" (Salmo 119:128). Pero lo que hace el malvado es completamente opuesto:
«Pues tú aborreces la corrección y echas a tu espalda mis palabras» (Salmo 50:17). En Proverbios
8:13, leemos: "El temor de Jehová es aborrecer el mal" y este temor procede de leer la Palabra de
Dios: véase Deuteronomio 17:18, 19. Con razón se ha dicho: "Hasta que se odia el pecado, no
puede ser mortificado; nunca gritarás contra él, como los judíos hicieron contra Cristo: Crucifícale,
crucifícale, hasta que el pecado te sea tan aborrecible como El era a ellos" (Edward Reyner, 1635).
"Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3). Aquí hay otra regla
importante con la cual deberíamos ponernos frecuentemente a prueba nosotros mismos: ¿Produce
la lectura y el estudio de la Palabra de Dios en mí una limpieza en mis caminos? Antaño se hizo la
pregunta: "¿Con qué limpiará el joven su camino?", y la divina respuesta fue "con guardar tu
Palabra". Sí, no simplemente con leerla, creerla o aprenderla de memoria, sino con la aplicación
personal de la Palabra a su "camino". Es guardando exhortaciones como: "Huye de la fornicación"
(1ª Corintios 6: 18); "Huye de la idolatría" (1ª Corintios 10: 14); "Huye de estas cosas": (el amor al
dinero); "Huye de las pasiones juveniles" (2ª Timoteo 2:22), que el cristiano es llevado a una
separación práctica del mal; porque el pecado ha de ser no sólo confesado sino "abandonado"
(Proverbios 28:13).
Nada más nos guardará de las infecciones de este mundo, nos librará de las tentaciones de Satán,
y será tan efectivo para preservarnos del pecado como la Palabra de Dios recibida con afecto: "La
ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no resbalarán" (Salmo 37:31). En tanto que la
verdad se mantiene activa en nosotros, agitando nuestra conciencia, y es realmente amada,
seremos preservados de caer. Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar, dijo: "¿Cómo
haría Yo este gran mal y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9). La Palabra estaba en su corazón, ,v
por tanto tuvo poder para prevalecer sobre el deseo; la santidad inefable, el gran poder de Dios
que es capaz a la vez de salvar y de destruir. Nadie sabe cuándo va a ser tentado: por tanto es
necesario estar preparado contra ello. "¿Quién de vosotros dará oídos... y escuchará respecto al
porvenir?" (Isaías 42:23). Sí, hemos de ver venir el futuro y estar fortalecidos contra toda
eventualidad, parapetándonos con la Palabra en nuestros corazones para los casos inesperados.
Aquí, pues, hay otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos.
¿Son mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos y obras regulados por la
Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: "Sed obradores de la palabra, no solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1: 22). Es así que se expresa la gratitud y
afecto a Cristo: "Si me amáis guardad mis mandamientos" (Juan 14:15). Para esto es necesario la
ayuda divina. David oró: "Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi
complacencia" (Salmo 119:35). No sólo necesitamos luz para conocer el camino, sino corazón para
andar en él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes; y los impulsos
efectivos de la gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones. No bastará
para hacer nuestro deber el tener una noción estricta de las verdades, a menos que las abracemos
y las sigamos» (Mantón). Notemos que es "el camino de tus mandamientos": no un camino a
escoger, sino definitivamente marcado; no una "carretera" pública, sino un «camino» particular.
Que el autor y el lector con sinceridad v diligencia se midan, como en la presencia de Dios, con las
siete medidas que hemos enumerado. ¿Te ha hecho el estudio de la Biblia más humilde, o más
orgulloso, orgulloso del conocimiento que has adquirido? ¿Te ha levantado en la estimación de tus
prójimos, o te ha conducido a tomar una posición más humilde delante de Dios? ¿Te ha producido
un aborrecimiento más profundo y una prevención contra ti mismo, o te ha hecho más indulgente y
complacido de ti mismo? ¿Ha sido causa de que los que se relacionan contigo, o quizá aquellos a
quienes enseñas, digan: Desearía tener tu «conocimiento» de la Biblia; o te ha hecho decir a ti:
Señor, dame la fe, la gracia y la «santidad» de mi amigo, de mi maestro? "Ocúpate en estas cosas;
permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos" (1ª Timoteo 4:15).
Los Beneficios de la Lectura de la Biblia por A.W. Pink