Liturgia
Liturgia
Liturgia
Un lector escribe: “Quisiera saber si hay indicaciones precisas dictadas por el magisterio
o simplemente por la tradición que expliquen cómo se debe comportar un lector durante la
misa. Las lecturas del día y los salmos no deben ser leídos, sino anunciados. ¿Podrían
hacer un pequeño elenco de los “errores” más comunes? Por ejemplo, a veces oigo decir
como conclusión de una lectura “Es palabra de Dios” en lugar de “palabra de Dios”. Y
también, hay quien pone mucho énfasis en leer, a menudo cambiando fuertemente el tono
de voz en los diálogos directos… Hay quien levanta la mirada a los bancos y quien en
cambio nunca alza los ojos y los tiene fijos en el texto. Gracias”.
“La Palabra de Dios en la celebración litúrgica debe ser proclamada con sencillez y
autenticidad. El lector, en resumen, debe ser él mismo y proclamar la Palabra sin artificios
inútiles. De hecho, una regla importante para la dignidad misma de la liturgia es la de
la verdad del signo, que afecta a todo: los ministros, los símbolos, los gestos, los
ornamentos y el ambiente”.
Dicho esto, “es también necesario solicitar la formación del lector, que se extiende a
tres aspectos fundamentales”.
1. La formación bíblico-litúrgica
“El lector debe tener al menos un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura,
composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento,
sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien sube
al ambón debe saberlo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
Además, debe tener una suficiente preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes
y sabiendo el significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la
palabra.
2. La preparación técnica
El lector debe saber cómo acceder y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar
el leccionario, cómo pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo
proclamar los textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.
Debe tener clara conciencia de que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica:
su proclamación por tanto debe ser oída por todos.
El Verbum Domini con el que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la
Palabra de Dios), sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta
agradecida de toda la asamblea (Deo gratias).
3. La formación espiritual
La Iglesia no encarga a actores externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía
este ministerio a sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y
alimentarla.
Advertencia
El lector, por tanto, debe procurar cuidar la vida interior de la Gracia y predisponerse con
espíritu de oración y mirada de fe.
Esta dimensión edifica al pueblo cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que
proclama. Esta, aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la
transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.
Del cuidado de la propia vida interior del lector, además que del buen sentido, dependen
también la propiedad de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado.
El ministerio del lector implica una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y
las leyes de la Iglesia.
Esta triple preparación, precisa el liturgista, “debería constituir una iniciación previa a la
asunción de los lectores, pero después debería seguir siendo permanente, para que no se
relajen las costumbres. Esto vale para los ministros de cualquier grado y orden.
Advertencia
Será finalmente muy útil para él mismo y para la comunidad que todo lector tenga el valor
de verificar si siguen estando en él todas estas cualidades, y si disminuyeran, saber
renunciar con honradez.
La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay que
procurar que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para ejercer este
ministerio. Los que ejercen el ministerio de lector de modo transitorio, e incluso habitualmente,
pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada
lugar.
Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la Sagrada Escritura por la
audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, sean de
veras aptos y diligentemente preparados. Para ejercer la función de salmista es muy conveniente
que en cada comunidad haya unos laicos dotados del arte de salmodiar.
Es necesario que acojan la Palabra de Dios en la meditación personal para que puedan transmitirla
con fidelidad y unción a sus hermanos. Para ello, meditará y estudiará asiduamente la Palabra de
Dios. En esa lectura creyente un instrumento muy válido es la lectio divina, que constituye no una
herramienta, sino el medio ordinario a través del cual la Iglesia ha leído las Escrituras. La lectio,
meditatio, oratio y contemplatio pueden capacitar al lector de una profundidad extraordinaria al
introducirlo en el Misterio del Corazón de Dios.
Señalaba san Agustín que "por condescendencia con nosotros, la Palabra ha descendido a las
sílabas de nuestros sonidos"151; y en nuestras celebraciones esa Palabra divina nos viene "en las
letras, sonidos, códices..., en la voz del lector y del predicador"152. Si somos portadores de un
mensaje tan poderoso hemos de cuidar nuestra formación y el modo en que ejercemos este
ministerio que la Iglesia nos confía.
La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el sentido de
las lecturas en su propio contexto y para entenderla a la luz de la fe el núcleo central del mensaje
revelado.
La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la
estructura de la liturgia de la palabra y las razones de la conexión entre la liturgia de la Palabra y la
liturgia de la Eucaristía.
La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada día más aptos para el arte de leer
ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con la ayuda de los instrumentos modernos o de la
ampliación de la voz”153 .
Este breve curso pretende dar respuesta a esta formación, pero es simplemente una introducción
que tiene que ser complementada.
El lector no solo debe leer, sino leer bien, de modo que la Palabra sea entendida y comprendida.
Cada palabra del texto cobra vida en los labios del lector. Él es el que pronuncia lo que lee y
descubre lo que está escrito, dando a cada palabra y a cada frase su sentido exacto. Por eso el
lector debe llevar a la práctica algunos consejos útiles para proclamar bien:
En la preparación de la lectura hay que tener en cuenta tanto el género literario del texto bíblico,
es decir, si es narrativo, lírico, meditativo, parenético, etc., como la estructura interna del pasaje, si
es un diálogo, un poema, una exhortación, etc.
No se trata de verter los propios sentimientos en el texto, sino de asimilar la Palabra de Dios e
intentar manifestar su contenido con expresividad, sin fingimiento, con sencillez, sin afectación.
De ahí que sea necesario equilibrar diversos movimientos en una lectura. El lector, desde la
primera frase, debe imponer la atención por medio de una voz sosegada y firme, que anuncia y
transmite un mensaje.
Una lectura demasiado rápida se hace incomprensible, pues obliga al oído a hacer un esfuerzo
mayor. Por el contrario, la excesiva lentitud provoca apatía y somnolencia. La estructura del texto
es la que impone el ritmo, pues no todo tiene la misma importancia dentro del conjunto. Se puede
leer más aprisa un pasaje que tiene una importancia menor y dar un ritmo más lento a las frases
que merecen un mayor interés.
La puntuación debe ser escrupulosamente respetada. Las pausas del texto permiten respirar al
lector, y ayudan al auditorio a comprender plenamente lo que se está leyendo.
SABER IR AL AMBÓN
18. Situarse ya desde el inicio de la celebración en un lugar no muy lejos del ambón.
19. No desplazarse hasta el ambón hasta que no se haya terminado lo que precede (canto,
oración, monición).
20. Avanzar con un paso normal, sin ostentación ni precipitación; no con rigidez sino con una digna
naturalidad. Inclinación profunda al altar
LEER EL TÍTULO
27. Leer solo el título bíblico, sin añadir nada más. “No se dice primera lectura”, o “segunda
lectura”, o “salmo responsorial”. Ni se dice capítulo ni versículo. No se lee el subtítulo ni la frase en
rojo que en el leccionario precede a la lectura…
28. Después de leer la lectura hacer una breve pausa antes de seguir proclamando el texto.
LEER LENTAMENTE
29. En general se lee demasiado rápido y no se hacen las pausas debidas, siguiendo la puntuación
o lógica del texto. Hay que recordar que el oyente no es una grabadora, sino una mente humana,
que debe tener el tiempo de sentir, de reaccionar, de oír, de entender, de coordinar y asimilar lo
que oye.
Invitación final
El ministerio del lector debería ser un servicio litúrgico particularmente deseado por aquellos que
participan fielmente en la liturgia de una manera más consciente y fructuosa. A ellos en particular
parece decirles el Señor, como al profeta Ezequiel: «Toma este libro... y habla a la casa de Israel...
y diles: "Así dice el Señor"» (cf. Ez 3,1-11)
Es preciso, por tanto, suscitar vocaciones para lector y cuidar de formarlas espiritual y
técnicamente. Las iniciativas surgidas, como cursos para lectores, merecen el máximo apoyo e
interés por parte de los pastores y de los responsables de la vida litúrgica de las comunidades.
«La formación de lectores es escuela bíblica y litúrgica, y una valiosa aportación a la pastoral. Por
esto debe promoverse especialmente entre los jóvenes».