Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
0% encontró este documento útil (0 votos)
155 vistas14 páginas

Umberto Eco

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1/ 14

Interpretación y sobreinterpretación - Eco

Interpretación e historia
En 1962 escribí mi libro Obra abierta. En ese libro defendía el papel activo del intérprete en
la lectura de textos dotados de valor estético. Proponía estudiar la dialéctica entre los
derechos de los textos y los derechos de sus intérpretes.
*Referencia a la semiosis ilimitada de Peirce: no conduce a la conclusión de que la
interpretación carece de criterios; no significa que la interpretación no tiene objeto y que
fluye sólo por sí misma.
Según algunas teorías críticas contemporáneas la única lectura fiable de un texto es una
mala lectura, la única existencia de un texto viene dada por la cadena de respuestas que
suscita, y un texto es sólo un picnic en el que el autor lleva las palabras, y los lectores, el
sentido. (Mirada opuesta)
Las palabras aportadas por el autor constituyen un embarazoso puñado de pruebas
materiales que el lector no puede dejar pasar por alto en silencio, o en ruido. Interpretar un
texto significa explicar por qué esas palabras pueden hacer diversas cosas (y no otras)
mediante el modo en que son interpretadas.
Hay al menos un caso en que es posible decir que determinada interpretación es mala. Eso
basta para refutar la hipótesis según la cual la interpretación no tiene criterios públicos.
La única alternativa a una teoría interpretativa radical orientada hacia el lector es
propugnada por quienes afirman que la única interpretación válida apunta a encontrar la
que la única interpretación válida apunta a encontrar la intención original del autor.
Entre la intención del autor (muy difícil de descubrir y con frecuencia irrelevante para la
interpretación de un texto) y la intención del intérprete que sencillamente «golpea el texto
hasta darle la forma que servirá para su propósito», existe una tercera posibilidad. Existe
una intención del texto: el sentido.

La noción latina de modus fue bastante importante para aislar dos actitudes interpretativas
básicas, dos modos de descifrar ya un texto como un mundo, ya el mundo como un texto.
Para el racionalismo griego, conocimiento significaba comprender las causas. Para ser
capaz de definir el mundo en términos de causas, es esencial desarrollar la idea de una
cadena unilineal. Es necesario primero presuponer cierta cantidad de principios:
-Principio de identidad (A = A),
-Principio de no contradicción (es imposible que algo sea A y no sea A al mismo tiempo) -
Principio del tercero excluido (A es verdadero o A es falso. No hay tercera opción).
De estos principios se deriva la forma típica del pensamiento del racionalismo occidental, el
modus ponens.
Estos principios proporcionan un contrato social. El racionalismo latino adopta los principios
del racionalismo griego pero los transforma y enriquece en un sentido legal y contractual.
El estándar legal es el modus, pero el modus es también el límite, la frontera.
También hay límites en el tiempo. Lo que se ha hecho jamás puede borrarse. El tiempo es
irreversible. Este principio regirá la sintaxis latina. La dirección y secuencia de los tiempos,
que es linealidad cosmológica, constituye un sistema de subordinaciones lógicas en la
consecutio temporum. Este modelo de racionalismo griego y latino es el que aún domina
las matemáticas, la lógica, la ciencia y la programación de ordenadores. Pero no constituye
toda la historia de lo que llamamos herencia griega. Aristóteles era griego, pero también lo
eran los misterios eleusinos.

El mundo griego está continuamente atraído por el apeiron (infinito). El infinito lo que no
tiene modus. La civilización griega elabora la idea de metamorfosis continua, simbolizada
por Hermes.
En el mito de Hermes encontramos la negación de los principios de identidad, de no
contradicción y del tercio excluido, y las cadenas causales se enrosca sobre sí mismas en
espiral.
Hermes triunfa en el siglo II d. C, período de paz y orden político. Época en que se define el
concepto de educación general, cuyo objetivo es producir una clase de hombre completo,
versado en todas las disciplinas.
El hermetismo del siglo II, en cambio, busca una verdad que no conoce, y todo lo que posee
son libros. Imaginao espera que cada libro contenga una chispa de verdad, y que sirvan
para confirmarse entre sí. En esta dimensión sincrética, entra en crisis uno de los principios
de los modelos racionalistas griegos, el del tercero excluido. Es posible que muchas cosas
sean verdad al mismo tiempo, aunque se contradigan. Pero si los libros dicen la verdad,
incluso cuando se contradicen, es que cada palabra tiene que ser una ilusión, una alegoría.
Cada uno contiene un mensaje que ninguno será capaz de revelar solo. Para conseguir
entender el misterioso mensaje contenido en los libros, era necesario buscar una revelación
más allá de los discursos humanos, anunciada por la propia divinidad. Tendrá que hablar de
un dios aún desconocido y de una verdad aún secreta. El conocimiento secreto es un
conocimiento profundo. La verdad se identifica con lo que no se dice o se dice oscuramente
y tiene que entenderse más allá por debajo de la superficie de un texto.
La verdad es algo con lo que hemos estado viviendo desde el principio de los tiempos, sólo
que la hemos olvidado. Si la hemos olvidado, alguien tiene que haberla salvaguardado para
nosotros y tiene que ser alguien cuyas palabras ya no somos capaces de comprender.
Mientras que para el racionalismo griego una cosa era verdadera si podía explicarse, ahora
una cosa verdadera es algo que no puede explicarse.
Sólo es posible hablar de simpatía y semejanza universales si, al mismo tiempo, se
rechaza el principio de no contradicción. La simpatía está provocada por una emanación
divina en el mundo, pero en el origen de la emanación está lo Incognoscible, la sede misma
de la contradicción.
El pensamiento hermético afirma que, cuanto más ambiguo y multivalente sea nuestro
lenguaje, y cuantos más símbolos y metáforas use, más particularmente apropiado será
para nombrar un Uno en el que se produce la coincidencia de los opuestos. Pero, allí donde
triunfa la coincidencia de los opuestos, se derrumba el principio de identidad. Tout se tient.
La interpretación es indefinida. El intento de buscar un significado final e inaccesible
conduce a la aceptación de una deriva o un deslizamiento interminable del sentido. Todo
objeto, ya sea terrenal o celeste, esconde un secreto. Cada vez que se descubre un secreto,
se referirá a otro secreto en un movimiento progresivo hacia un secreto final. No obstante,
no puede haber secreto final. El secreto último de la iniciación hermética es que todo es
secreto. Por ello el secreto hermético tiene que ser un secreto vacío, porque cualquiera que
pretenda revelar cualquier tipo secreto no está iniciado y se ha detenido en un nivel
superficial del conocimiento del misterio cósmico. El pensamiento hermético transforma
todo el teatro del mundo en un fenómeno lingüístico y al mismo tiempo niega al lenguaje
cualquier poder comunicativo.
Si estas son las ideas del hermetismo clásico, regresaron cuando éste celebró su segunda
victoria sobre el racionalismo de la escolástica medieval. A lo largo de los siglos en que el
racionalismo cristiano intentaba demostrar la existencia de Dios utilizando los modelos de
razonamientos inspirados por el modus ponens, el conocimiento hermético no murió.
Sobrevivió, como un fenómeno marginal, entre los alquimistas y los cabalistas judíos y en
los
pliegues del tímido neoplatonismo medieval. Pero, en los albores de lo que llamamos
mundo moderno, en Florencia, donde al mismo tiempo se estaba inventando la economía
bancaria moderna, se redescubrió el Corpus hermeticum. La historia de este renacimiento
es compleja: hoy, la historiografía ha demostrado que es imposible separar la corriente her-
mética de la científica o Paracelso de Galileo. El saber hermético influye en Francis Bacon,
Copérnico, Kepler y Newton, y la ciencia cuantitativa moderna nace, en diálogo con el
conocimiento cualitativo del hermetismo.
El modelo hermético afirmaba la idea de que el orden del universo descrito por el
racionalismo griego podía subvertirse y que era posible descubrir en el universo nuevas
conexiones y nuevas relaciones que permitían al hombre actuar sobre la naturaleza y
cambiar su curso. Pero esta influencia va unida a la convicción de que el mundo no debería
describirse según una lógica cualitativa, sino una lógica cuantitativa.
El modelo hermético contribuye de forma paradójica al nacimiento de su nuevo adversario,
el racionalismo científico moderno. El nuevo irracionalismo hermético oscila entre, por un
lado, los místicos y los alquimistas y por otro, los poetas y filósofos. Y en muchos conceptos
posmodernos de la crítica, no es difícil reconocer la idea del deslizamiento continuo del
sentido.
El hombre del siglo II desarrolló una conciencia neurótica de su propio papel en un mundo
incomprensible. La verdad es secreta y cualquier puesta en duda de los símbolos y enigmas
no revelará nunca la verdad última, sólo desplazará el secreto hacia otra parte. Si la
condición humana es ésta, entonces significa que el mundo es el resultado de un error. La
expresión cultural de este estado psicológico es la gnosis.
En la tradición del racionalismo griego, gnosis significaba conocimiento verdadero de la
existencia (tanto conversacional y dialéctica) en tanto opuesto a las simples percepción
(aisthesis) u opinión (doxa). Pero en los siglos paleocristianos la palabra pasó a significar un
conocimiento meta racional e intuitivo, el don concedido divinamente o recibido de un
intermediario celeste, con poder para salvar a cualquiera que lo alcanzara. La revelación
gnóstica cuenta de forma mítica cómo la propia divinidad, al ser oscura e incognoscible,
contiene ya el germen del mal y una androginia que la hace contradictoria desde el
principio, puesto que no es idéntica a sí misma. Un mundo creado por error es un cosmos
abortado. El gnosticismo desarrolló un síndrome de rechazo frente al tiempo y la historia. El
gnóstico se ve a sí mismo como un exiliado en el mundo, como la víctima de su propio
cuerpo, que define como una tumba y una cárcel. Ha sido arrojado al mundo, del cual tiene
que encontrar una salida. Si consigue volver a Dios, el hombre no sólo se reunirá con su
inicio y origen.
Es difícil evitar la tentación de percibir una herencia gnóstica en muchos aspectos de la
cultura moderna y contemporánea. Se ha identificado un elemento gnóstico en toda
condena de la sociedad de masas por parte de la aristocracia, en la que los profetas de las
razas elegidas, con el fin de lograr la reintegración final de lo perfecto, vuelven hacia el
baño de sangre, la carnicería, el genocidio de los esclavos, de aquellos ineludiblemente
ligados a la hyle, o materia.
Juntas, la herencia hermética y la gnóstica producen el síndrome del secreto. Si el iniciado
es alguien que comprende el secreto cósmico, las degeneraciones del modelo hermético
han conducido a la convicción de que el poder consiste en hacer que los otros crean que
uno posee un secreto político.

Encontramos en el hermetismo antiguo y en muchos enfoques contemporáneos algunas


ideas inquietantemente similares:
a) Un texto es un universo abierto en el que el intérprete puede descubrir infinitas
interconexiones;
b) el lenguaje es incapaz de captar el significado único y preexistente: al contrario, el deber
del lenguaje es mostrar que de lo que podemos hablar es sólo de la coincidencia de los
opuestos;
c) el lenguaje refleja lo inadecuado del pensamiento: nuestro ser-en-el-mundo no es otra
cosa que ser incapaces de encontrar un significado trascendental;
d) todo texto que pretenda afirmar algo unívoco es un universo abortado, es decir, la obra
de un Demiurgo inepto;
e) el gnosticismo textual contemporáneo es muy generoso: cualquiera puede convertirse
en el Übermensch que se da realmente cuenta de la verdad, siempre que esté dispuesto
a imponer la intención del lector sobre la inalcanzable intención del autor; es decir, que
el autor no sabía lo que estaba realmente diciendo, porque el lenguaje hablaba en su
lugar;
f) para salvar el texto -es decir, para transformarlo de una ilusión del significado en la
conciencia de que el significado es infinito-, el lector tiene que sospechar que cada línea
esconde otro significado secreto; las palabras, en vez de decir, esconde lo no dicho; la
gloria del lector es descubrir que los textos pueden decirlo todo, excepto lo que su autor
quería que dijeran; en cuanto se pretende haber descubierto un supuesto significado,
podemos estar seguros de que no es el real; el real es el que está más allá y así una y
otra vez;
g) el lector real es aquel que comprende que el secreto de un texto es su vacío.
Hay en algún sitio criterios que limitan la interpretación. De otro modo, nos arriesgamos a
enfrentarnos a una paradoja puramente lingüística.
Alguien podría decir que un texto, una vez separado del emisor (así como de la intención
del emisor) y de las circunstancias concretas de su emisión y por consiguiente de su
pretendido referente), flota (por decirlo así) en el vacío de una gama potencialmente infinita
de interpretaciones posibles.

La sobreinterpretación de los textos


Semiótica de la semejanza. Criterio interpretativo (semiosis hermética).
Para suponer que lo semejante podía actuar sobre lo semejante, la semiosis hermética
tenía que decidir qué era la semejanza. Sin embargo, su criterio de semejanza mostraba una
generalidad y una flexibilidad demasiado indulgentes.
Lista de criterios para la asociación de imágenes o palabras por mnemotécnica:
● Por semejanza, que a su vez se subdivide en semejanza de sustancia (el hombre como
imagen microcósmica del macrocosmos), cantidad (los diez números por los diez
mandamientos), metonimia y antonomasia (Atlas por los astrónomos o la astronomía, el
oso por un hombre iracundo, el león por la soberbia, Cicerón por la retórica).
● Por homonimia: el perro por la constelación del Can.
● Por ironía o contraste: el necio por el sabio.
● Por signo: el rastro por el lobo, o el espejo en el que se admiraba Tito por el propio Tito.
● Por una palabra de diferente pronunciación: sanum por sanc.
● Por semejanza de nombre: Arista por Aristóteles.
● Por tipo y especie: leopardo por animal.
● Por símbolo pagano: águila por Júpiter.
● Por pueblos: los partos por las flechas, los escitas por los caballos, los fenicios por el
alfabeto.
● Por signos del zodíaco: el signo por la constelación.
● Por la relación entre órgano y función.
● Por una característica común: el cuervo por los etíopes
● Por jeroglíficos: la hormiga por la Providencia.
● Y, por último, la simple asociación idiolectal, cualquier monstruo por cualquier cosa que
se recuerde.
No importa el criterio siempre que sea posible establecer algún tipo de relación. La imagen,
el concepto, la verdad, que se descubren bajo el velo de la semejanza se verán a su vez
como un signo de otro desplazamiento analógico. Cada vez que uno crea haber descubierto
una semejanza, ésta señalará hacia otra en una progresión interminable. En un universo
dominado por la lógica de la semejanza, el intérprete tiene el derecho y el deber de
sospechar que lo considerado como significado de un signo es en realidad signo de un
significado adicional.
Si dos cosas son semejantes, una puede convertirse en signo de la otra y viceversa. Este
paso de la semejanza a la semiosis no es automático, requiere un acuerdo previo.
El análisis semiótico de una noción tan compleja como la de semejanza puede ayudarnos a
aislar los defectos básicos de la semiosis hermética y, a través de ellos, los defectos
básicos de muchos procedimientos de sobreinterpretación.
Resulta indiscutible que los seres humanos piensan (también) en términos de identidad y
semejanza; pero también es cierto que, en la vida cotidiana, sabemos generalmente cómo
distinguir entre las semejanzas relevantes y significativas, por un lado, y las semejanzas
ilusorias y fortuitas, por otro.
(Percibimos en la distancia a alguien cuyos rasgos nos recuerdan a la persona A y luego
nos
damos cuenta de que en realidad se trata de B, un extraño; tras ello, por lo general,
abandonamos nuestra hipótesis sobre la identidad de la persona y no otorgamos mayor
credibilidad a la semejanza, que registramos como fortuita)
La diferencia entre la interpretación sana y la interpretación paranoica radica en reconocer
que esta relación es mínima y no, al revés, deducir de este mínimo lo máximo posible. El
paranoico ve bajo mi ejemplo un secreto.
Para leer el mando y los textos sospechosamente, es necesario haber elaborado algún tipo
de método obsesivo. La sospecha, en sí misma, no es patológica: tanto el detective como el
científico sospechan en principio que algunos elementos. Se considera que el indicio es
signo de otra cosa sólo cuando cumple tres condiciones: que no pueda explicarse de forma
más económica; que apunte a una única causa y no a un número indeterminado de causas
diversas; y que encaje con los demás indicios.
La sobreestimación de la importancia de los indicios nace con frecuencia de una propensión
a considerar como significativos los elementos más inmediatamente aparentes, cuando el
hecho mismo de que son aparentes nos permitiría reconocer que son explicables en
términos mucho más económicos.
La semiosis hermética va demasiado lejos precisamente en las prácticas de la
interpretación sospechosa. En primer lugar, un exceso de asombro lleva a la
sobreestimación de la importancia de las coincidencias que son explicables de otras formas.
El hermetismo del Renacimiento buscaba «signaturas», es decir, indicios visibles que
revelaran relaciones ocultas.

El pensamiento hermético utilizaba un principio de falsa transitividad, mediante el cual se


da por supuesto que si A mantiene una relación con B y B mantiene una relación y con C. A
tiene que mantener una relación y con C. Otro principio del pensamiento hermético es que
admite una consecuencia y se interpreta como causa de la propia causa.
Para definir una mala interpretación se necesitan criterios para definir una buena
Interpretación.
En cuanto un texto se convierte en «sagrado para cierta cultura, se vuelve objeto del
proceso de lectura sospechosa y, por lo tanto, de lo que es sin duda un exceso de
interpretación. Pero en los casos de textos que son sagrados propiamente hablando, no
pueden permitirse demasiadas licencias, puesto que suele haber una autoridad y una
tradición religiosas que declaran poseer la clave de la interpretación. Esta actitud hacia los
textos sagrados (en el sentido literal del término también se ha transmitido, en forma
secularizada, a textos que se han vuelto metafóricamente sagrados en el curso de su
recepción.

Siempre se puede inventar un sistema que haga plausibles unos indicios de otro modo
inconexos. Pero en el caso de los textos existe al menos una prueba que depende del
aislamiento de la isotopía semántica relevante. Greimas define «isotopía» como «el
conjunto redundante de categorías semánticas que hace posible una lectura uniforme». El
primer movimiento hacia el reconocimiento de una isotopía semántica es una conjetura
acerca del tema de un discurso dado: una vez se ha intentado esta conjetura, el
reconocimiento de una posible isotopía semántica constante es la prueba textual de «lo que
trata» un discurso determinado. Decidir de qué se está hablando es una especie de apuesta
interpretativa. Pero el contexto nos permite hacer esta apuesta de manera menos aleatoria.
Las apuestas por la isotopía son sin duda un buen criterio interpretativo, pero sólo mientras
las isotopías no sean demasiado genéricas. Este es un principio que también es válido para
las metáforas. Existe una metáfora cuando sustituimos un vehículo por el tenor sobre la
base de unos rasgos más o menos semánticos comunes a ambos en términos lingüísticos.
Una semejanza o una analogía, cualquiera que sea su categoría epistemológica, es
importante si es excepcional, al menos bajo cierta descripción.

El debate clásico apuntaba a descubrir en un texto bien lo que el autor intentaba decir, bien
lo que el texto decía independientemente de las intenciones de su autor. Sólo tras aceptar
la segunda posibilidad cabe preguntarse si lo que se descubre es lo que el texto dice en
virtud de su coherencia textual y de un sistema de significación subyacente original, o lo
que los destinatarios descubren en él en virtud de sus propios sistemas de expectativas.
Vínculo dialéctico entre la intentio operis y la intentio lectoris. La intención del texto no
aparece en la superficie textual. Hay que decidir «verla». Así, sólo es posible hablar de la
intención del texto como resultado de una conjetura por parte del lector. La iniciativa del
lector consiste básicamente en hacer una conjetura sobre la intención del texto.
Un texto es un dispositivo concebido con el fin de producir su lector modelo. Un texto
puede prever un lector con derecho a intentar infinitas conjeturas. El lector empírico es sólo
un actor que hace conjeturas sobre la clase de lector modelo postulado por el texto. Puesto
que la intención del texto es básicamente producir un lector modelo capaz de hacer
conjeturas sobre él, la iniciativa del lector modelo consiste en imaginar un autor modelo
que no es el empírico y que, en última instancia, coincide con la intención del texto. Así,
más que un parámetro para usar con el fin de validar la interpretación,
el texto es un objeto que la interpretación construye en el curso del
esfuerzo circular de valorarse a sí misma sobre la base de lo que
construye como resultado → círculo hermenéutico.
Reconocer la intentio operis es reconocer una estrategia semiótica. A veces la estrategia
semiótica es detectable a partir de convenciones estilísticas establecidas. (Si una historia
empieza con «Erase una vez», hay bastantes posibilidades de que sea un cuento de
hadas y que el lector modelo invocado y postulado sea un niño,o un adulto deseoso de
reaccionar de modo infantil, o naturalmente puede tratarse de un caso de ironía)
¿Cómo demostrar una conjetura acerca de la intentio operis? La única forma es cotejar con
el texto como un todo coherente.
Cualquier interpretación dada de cierto fragmento de un texto puede aceptarse si se ve
confirmada -y debe rechazarse si se ve refutada- por otro fragmento de ese mismo texto.
En este sentido la coherencia textual interna controla los de otro modo incontrolables
impulsos del lector.
En esta dialéctica entre la intención del lector y la intención del texto, la intención del autor
empírico ha quedado totalmente postergada. Mi idea de la interpretación textual como una
estrategia encaminada a producir un lector modelo concebido como el correlato ideal de un
autor modelo (que aparece sólo como una estrategia textual) convierte en radicalmente
inútil la noción de la intención de un autor empírico. Tenemos que respetar el texto, no el
autor como persona de carne y hueso.

Entre el autor y el texto


Cuando un texto se produce no para un único destinatario, sino para una comunidad de
lectores, el autor sabe que será interpretado no según sus intenciones sino según una
compleja estrategia de interacciones que también implicar a los lectores, así como a su
competencia en la lengua en cuanto patrimonio social. Por patrimonio social me refiero no
sólo a una lengua determinada en tanto conjunto de reglas gramaticales, sino también a
toda la enciclopedia que las actuaciones de esa lengua han creado, a saber, las
convenciones culturales que esa lengua ha producido y la historia misma de las
interpretaciones previas de muchos textos, incluyendo el texto que el lector está leyendo.
Todo acto de lectura es una difícil transacción entre la competencia del lector (su
conocimiento del mundo) y la clase de competencia que determinado texto postula con el
fin de ser leído de modo económico. Un lector sensible y responsable no está obligado a
especular sobre qué pasó por la cabeza del autor al escribir un verso, sino que ha de tener
en cuenta el estado del sistema léxico en la época.
En el curso de esta compleja interacción entre mi conocimiento y el conocimiento que
atribuyo al autor desconocido, no estoy especulando sobre las intenciones del autor, sino
sobre las intenciones del texto, o sobre la intención de ese autor modelo que soy capaz de
reconocer en términos de estrategia textual.
Entre el autor empírico y el autor modelo (que no es otra cosa que una estrategia textual
explícita) existe una tercera y un tanto fantasmal figura que él ha bautizado con el nombre
de autor liminar, o autor en el umbral: el umbral entre la intención de un ser humano
determinado y la intención lingüística mostrada por una estrategia textual.
Existe, no obstante, un caso en que puede ser interesante recurrir a la intención del autor
empírico. En este punto la respuesta del autor no tiene que usarse para validar las
interpretaciones de su texto, sino para mostrar las discrepancias entre la intención del autor
y la intención del texto. El objetivo del experimento no es crítico, sino más bien teórico.
Puede existir, por último, un caso en que el autor sea también un teórico textual. En este
caso sería posible obtener de él dos clases diferentes de reacción. En algunos casos puede
decir: «No, no quise decir eso, pero debo reconocer que el texto lo dice y agradezco al lector
que me lo haga ver» o: «independientemente del hecho de si quise decir eso, creo que un
lector razonable no debería aceptar semejante interpretación porque resulta poco
económica.
Si las palabras tienen un significado convencional, el texto no dice lo que ese lector -
obedeciendo a algunos impulsos idiosincráticos- creyó haber leído. Entre la inaccesible
intención del autor y la discutible intención del lector existe la transparente intención
del texto, que desaprueba una interpretación insostenible.
He introducido al autor empírico en este juego sólo para hacer hincapié en su irrelevancia y
para reafirmar los derechos del texto. Con todo, hay al menos un caso en que el testimonio
del autor empírico adquiere una importante función. No tanto para comprender mejor sus
textos, sino para comprender el proceso creativo. Comprender el proceso creativo es
también comprender cómo ciertas soluciones textuales aparecen por casualidad, o como
resultado de mecanismos inconscientes. Es importante comprender la diferencia entre la
estrategia textual, como objeto lingüístico que los lectores modelos tienen ante ellos (de tal
modo que pueden obrar de forma independiente de las intenciones del autor empírico
co) y la historia del desarrollo de esa estrategia textual.
Entre la misteriosa historia de una producción textual y la incontrolable deriva de sus
lecturas futuras, el texto qua texto sigue representando una confortable presencia, el lugar
al que podemos aferrarnos.

Lector In Fabula - Umberto Eco

El papel del lector


Un texto representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar.
En la medida en que debe ser actualizado, un texto está incompleto. Por dos razones. La
primera no se refiere solo a los textos, sino también a cualquier mensaje, incluidas las
oraciones y los términos aislados. Una expresión sigue siendo un mero flatus vocis (palabra
vacía) mientras no se la pone en correlación, por referencia a determinado código, con su
contenido establecido por convención: en este sentido, el destinatario se postula siempre
como el operador capaz de “abrir el diccionario” a cada palabra que encuentra y de recurrir
a una serie de reglas sintácticas preexistentes con el fin de reconocer las funciones
recíprocas de los términos en el contexto de la oración. Todo mensaje postula una
competencia gramatical por parte del destinatario.
Abrir el diccionario significa aceptar también una serie de postulados de significación: un
término sigue estando incompleto aún después de haber recibido una definición formulada
partir de un diccionario mínimo; cuestión vinculada con el carácter infinito de la
interpretación (Peirce),y con la temática del entrañe, relación entre propiedades necesarias,
esenciales y accidentales.
Un texto se distingue de otros tipos de expresiones por su mayor complejidad,
precisamente porque está plagado de elementos no dichos. Son esos elementos no dichos
los que deben actualizarse en la etapa de la actualización del contenido. Para ello, un texto
requiere ciertos movimientos cooperativos, activos y conscientes por parte del lector: la
actualización de correferencias y la operación extensional.
En segundo lugar, se requiere del lector un trabajo de inferencia para extrae. Es decir, el
texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar; quien lo
emitió preveía que se los rellenaría y los dejó en blanco por dos razones: porque el texto es
un mecanismo perezoso (o económico) que vive de la plusvalía del sentido que el
destinatario introduce en él; y porque, a medida que pasa de la función didáctica a la
función estética, un texto quiere dejar al lector la iniciativa interpretativa, aunque
normalmente desea ser interpretado con un margen suficiente de univocidad. Un texto
quiere que alguien lo ayude a funcionar.
Un texto postula a sus destinatario como condición indispensable no sólo de su propia
capacidad comunicativa concreta, sino también de la propia potencialidad significativa. Un
texto se emite para que alguien lo actualice; incluso cuando no se espera (o no se desea)
que ese alguien exista concreta y empíricamente.

Cómo el texto prevé al lector


La competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del emisor.
Los códigos del destinatario pueden diferir, total o parcialmente, con los códigos del
emisor: el código no es una entidad simple, sino a menudo un complejo sistema de reglas;
el código lingüístico no es suficiente para comprender un mensaje lingüístico. Para
“descodificar” un mensaje verbal se necesita, además de la competencia lingüística, una
competencia circunstancial diversificada, una capacidad para poner en funcionamiento
ciertas presuposiciones, para reprimir idiosincrasias, etc.
En la comunicación cara a cara intervienen infinitas formas de reforzamiento extralingüístico
e infinitos procedimientos de redundancia y feed back que se apuntalan mutuamente.
Nunca se da una comunicación meramente lingüística, sino una actividad semiótica en
sentido amplio, en la que varios sistemas de signos se complementan entre sí.
El texto postula la cooperación del lector como condición de su actualización. Un texto es
un producto cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo
generativo: generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de
los movimientos del otro, incluso de los acontecimientos casuales, mediante cálculos
probabilísticos.
Para organizar su estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de competencias
(expresión más amplia que “conocimientos de códigos) capaces de dar contenido a las
expresiones que utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que se refiere es
es el mismo al que se refiere su lector. Deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar
en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente,
igual que él se ha movido generativamente.
Los medios a que recurre son múltiples:
-La elección de una lengua,
-La elección de un tipo de enciclopedia,
-La elección de determinado patrimonio léxico y estilístico;
-Puede proporcionar ciertas marcas distintivas de género que seleccionan la audiencia,
-Puede restringir el campo geográfico.
Por un lado, el autor presupone la competencia del Lector Modelo; por otro, en cambio, la
instituye.
De manera que prever el correspondiente Lector Modelo no significa sólo esperar que este
exista, sino también mover el texto para construirlo. Un texto no sólo se apoya sobre una
competencia: también ayuda a producirla.

Textos “cerrados” y textos “abiertos”


Ciertos autores determinan su Lector Modelo con sagacidad sociológica y con un brillante
sentido de media estadística; eligen un target. Se las apañarán para que cada término, cada
modo de hablar, cada referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede
comprender su lector. Apuntarán a estimular un efecto preciso; para estar seguros de
desencadenar una reacción.
Los textos ‘’cerrados’’ son esos textos en que no se permite que el lector tenga una
interpretación distinta a la que el texto quiere decir de manera literal. Así, en el caso de la
publicidad, se realizan estudios específicos que permiten saber qué palabras, colores,
tamaño de tipografía, etc., son los indicados para llevar a su target (público objetivo) una
información específica
Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura en un efecto provocado por una
iniciativa externa, por un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él quien nos
use. No se trata tanto de una cooperación con el texto como de una violencia que se le
inflige. De un texto pueden darse infinitas interpretaciones.
El texto ‘’abierto’’ dejará espacios libres para que el lector pueda interpretar, agregar y
llevar al texto a otro nivel. Su lector modelo estará construido a partir de un lector que sea
capaz de ir llenando esos vacíos. Estamos ante un texto “abierto” cuando el autor sabe
sacar todo el partido a los esfuerzos preposicionales y a las presuposiciones aberrantes.
Los lee como un modelo de una situación pragmática ineliminable. Los asume como
hipótesis regulativa de su estrategia. Decide hasta qué punto debe vigilar la cooperación
del lector, así como dónde debe suscitarla, dónde hay que dirigirla y cuándo dejar que se
convierta en una aventura interpretativa libre. Ampliará y restringirá el juego de la semiosis
ilimitada según le parezca.
Una sóla cosa tratará de obtener con hábil estrategia: que, por muchas que sean las
interpretaciones posibles, unas repercutan sobre las otras de modo tal que no se excluyan,
sino que se refuercen recíprocamente.
Incluso el autor del libro más abierto que pueda mencionarse construye su lector mediante
una estrategia textual. Cuando el texto se dirige a unos lectores que no postula ni
contribuye a producir, se vuelve ilegible, o bien se convierte en otro libro.

Uso e interpretación
Debemos distinguir entre el uso libre de un texto tomado como estímulo imaginativo y la
interpretación de un texto abierto. Sobre esta distinción se basa la posibilidad de texto para
el goce: hay que decidir si se usa el texto como texto para el goce o si determinado texto
considera como constitutiva de su estrategia (de su interpretación) la estimulación del uso
más libre posible. La noción de interpretación supone siempre una dialéctica entre la
estrategia del autor y la respuesta del Lector Modelo.
Aunque, como nos ha mostrado Peirce, la cadena de las interpretaciones puede ser infinita,
el universo del discurso introduce una limitación en el tamaño de la enciclopedia. Un texto
no es más que la estrategia que constituye el universo de sus interpretaciones, sino
“legítimas”, legitimables. Cualquier otra decisión de usar libremente el texto corresponde a
la decisión de ampliar el universo del discurso. La dinámica de la semiosis ilimitada lo
fomenta. Pero hay que saber si lo que se quiere es mantener viva la semiosis o interpretar
un texto.
Los textos cerrados son más resistentes al uso que los textos abiertos. Concebidos para un
Lector Modelo muy preciso, al intentar dirigir represivamente su cooperación dejan espacios
de uso bastante elásticos.

Autor y lector modelo como estrategias textuales


Cuando un texto se considera como texto, y sobre todo en los casos de textos concebidos
para una audiencia bastante amplia, el Emisor y el destinatario están presentes en el texto
no como polos de enunciación, sino como papeles actanciales del enunciado. En estos
casos, el autor se manifiesta textualmente sólo como:
a) un estilo reconocible, que también puede ser un idiolecto textual o de corpus o de época
histórico;
b) un puro papel actancial;
c) como aparición inlocutoria o como operador de fuerza perlocutoria que denuncia una
“instancia de la enunciación”, una intervención de un sujeto ajeno al enunciado, pero en
cierto modo presente en el tejido textual más amplio.
Todos los pronombres personales representan puras estrategias textuales. La intervención
de un sujeto hablante es complementaria de la activación de un Lector Modelo cuyo perfil
intelectual se determina sólo por el tipo de operaciones interpretativas que se supone que
debe realizar. Análogamente, el autor no es más que una estrategia textual capaz de
establecer correlaciones semánticas.
Cada vez que se utilicen términos como Autor y Lector Modelo se entenderá siempre, en
ambos casos, determinados tipos de estrategia textual. El Lector Modelo es un conjunto de
condiciones de felicidad, establecidas textualmente, que deben satisfacerse para que el
contenido potencial de un texto quede plenamente actualizado.

El autor como hipótesis interpretativa


Autor y Lector Modelo son dos estrategias textuales, nos encontramos ante una situación
doble. El autor empírico, en cuanto sujeto de la enunciación textual, formula una hipótesis
de Lector Modelo y, al traducirla al lenguaje de su propia estrategia, se caracteriza a sí
mismo en cuanto sujeto del enunciado, con un lenguaje igualmente “estratégico”, como
modo de operación textual. Pero también el lector empírico, como sujeto concreto de los
actos de cooperación, debe fabricarse una hipótesis de Autor, deduciéndola precisamente
de los datos de la estrategia textual. La hipótesis que formula el lector empírico acerca de
su Autor Modelo parece más segura que la que formula el autor empírico acerca de su
Lector Modelo. El segundo debe postular algo que aún no existe efectivamente y debe
realizarlo como serie de operaciones textuales; en cambio, el primero deduce una imagen
tipo a partir de algo que previamente se ha producido como acto de enunciación y que está
textualmente como enunciado. Pero no siempre el Autor Modelo es tan fácil de distinguir:
con frecuencia, el lector empírico tiende a rebajarlo al plano de las informaciones que ya
posee acerca del autor empírico como sujeto de la enunciación. Estas desviaciones vuelven
a veces azarosa la cooperación textual.
Por cooperación textual no debe entenderse la actualización de las intenciones del sujeto
empírico de la enunciación, sino de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente.
Textualmente la connotación se encuentra activada: esa es la intención que debe atribuir a
su Autor Modelo, independientemente de las intenciones del autor empírico. La
cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas, no
entre dos sujetos individuales.
Para realizarse como Lector Modelo, el lector empírico tiene ciertos deberes “filológicos”:
tiene el deber de recobrar con la mayor aproximación posible los códigos del emisor. Se
trata de decisiones cooperativas que requieren una valoración de la circulación social de los
textos; de modo que hay que prever casos en que se proyecta deliberadamente un Autor
Modelo que ha llegado a ser tal en virtud de determinados acontecimientos sociológicos,
aunque se reconozca que este no coincide con el autor empírico.
Esto supone una caracterización de las “interpretaciones” sociológicas o psicoanalíticas de
los textos, según las cuales se intenta descubrir lo que el texto dice en realidad.
Esto supone una aproximación a las estructuras semánticas profundas que el texto no
exhibe en su superficie, sino que el lector propone hipotéticamente como claves para la
actualización completa del texto: estructuras actanciales (preguntas sobre el “tema”
efectivo del texto) y estructuras ideológicas.
Podemos hablar del Autor Modelo como hipótesis interpretativa cuando asistimos a la
aparición del sujeto de una estrategia textual tal como el texto mismo lo presenta y no
cuando, por detrás de la estrategia textual, se plantea la hipótesis de un sujeto empírico
que quizá deseaba o pensaba o deseaba pensar algo distinto de lo que el texto, una vez
referido a los códigos pertinentes, le dice a su Lector Modelo.
No puede disimularse la importancia que adquieren las circunstancias de la enunciación en
la elección de un Autor Modelo al incitar la formulación de una hipótesis sobre las
intenciones del sujeto empírico de la enunciación.
A partir de estas hipótesis, el lector pondrá en juego dos tipos de estrategias:
Estrategia cooperativa de rechazo: pone en tela de juicio, por una parte, las condiciones de
producción de los enunciados y, por otra, la identidad entre el sujeto del enunciado y el
sujeto de la enunciación. Se modifica la configuración del Autor Modelo y su estrategia ya
no se identifica con la estrategia que de otro modo hubiese debido atribuirse al personaje
empírico.
Estrategia cooperativa de aceptación: el sujeto de la enunciación no fue puesto en tela de
juicio y el Autor Modelo de los textos cambió de fisonomía (y de estrategia).
La configuración del Autor Modelo depende de determinadas huellas textuales, pero
también involucra al universo que está detrás del texto, detrás del destinatario y,
probablemente, también ante el texto y ante el proceso de cooperación.

También podría gustarte