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El Derecho Como Ciencia, Un Examen Desde Las Escuelas Jurídicas

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EL DERECHO COMO CIENCIA, UN EXAMEN DESDE

LAS ESCUELAS JURÍDICAS

Juan Camilo Rúa Serna

De la mano del sujeto, en la senda de la modernidad, va la Ciencia y su riguroso método.


Subjetividad y cientificidad, ellas las grandes conquistas que nos dejaron, entre otros, Galileo y
Descartes, Kepler y Hegel, Newton y Fichte. A una y otra, allende el tiempo y en medio de lo
que se ha dado en llamar posmodernidad, les salieron fuertes enemigos. Así, a la subjetividad y
su yo, a su sujeto consciente de sí, que se piensa y se sabe, se opuso la otredad, la alteridad, el
reconocimiento de lo otro. Contra la cientificidad, más que enemigos, se han levantado voces y
críticas tendientes a su desacralización. La crítica más recurrente, y la más acertada, se encamina
a llamar la atención sobre la sobrevalorización de la Ciencia como única forma de interacción
válida con la realidad. Es recurrente ver cómo, para darle valía un cierto conocimiento sobre un
cierto fragmento de la realidad, se argumente que fue producto de un concienzudo “estudio
científico”. Ello, en el puro campo de la epistemología, no resulta un crimen, sino, antes bien,
una necesidad; no obstante, cuando en nombre del conocimiento científico se desacreditan otras
formas de interacción con el mundo, tales como la artística y la religiosa, en detrimento de la
deliciosa y grandiosa diversidad a que puede llegar el hombre mediante el ejercicio de su razón,
nos encontramos ya no ante una exigencia de rigurosidad sino ante la tiranía de la Ciencia. De
ahí que sea imperativo comprender que “cabe aprehender al mundo científiamente, religiosa o
artísticamente. Así, pues, la ciencia no está sola en el mundo (…). Pero es alarmante el que se
vaya extendiendo como un mortífero gas.” (Mas, 2001: 13). Esta pretensión de universalidad de
la Ciencia no va solo en contra de la religión y el arte, sino también de la filosofía misma, pues
esta, al no estar afincada estrictamente sobre una realidad empírica, sino sobre estructuras
puramente racionales y especulativas (en el buen sentido de la palabra, de ser cierto que tenga
uno “malo”), suele desecharse como, en todo caso, mera metafísica sin más objetivo que la de
servir al paso de las horas muertas. No obstante, como lo señala Sartori (2002: 39) ellas son, más
bien, niveles de verdad.

Reconociendo esto como “clima intelectual”, debe, no obstante, dejarse en claro que la búsqueda
del reconocimiento del Derecho como Ciencia no es fruto de una mera presión externa a los
intereses de los propios investigadores, sino a la constatación de un hecho: el Derecho puede
aprehender para sí, y en su despliegue como ciencia, todas las potencialidades del método
científico. Tómese como ejemplo de ello uno de los posibles objetos de estudio del Derecho
como ciencia: la norma jurídica. Nos dice Bachelard (1978: 106) que en el “racionalismo
aplicado”, propio, desde su paradigma epistemológico, de la Ciencia,
el objeto percibido y el objeto pensado pertenecen a dos instancias filosóficas
diferentes. Es posible, pues, describir al objeto dos veces: una como se lo percibe,
otra como se lo piensa. El objeto es aquí fenómeno y noúmeno. Y, en tanto que
nóumeno, está abierto a un porvenir de perfeccionamiento que el objeto del
conocimiento común no posee. El nóumeno científico no es una simple esencia, es
un progreso del pensamiento. Así se muestra desde sus primeros rasgos y llama a
otros progresos.

La norma jurídica, dada su doble faceta de supuesto fáctico a la vez que de consecuencia
jurídica (sea porque se encuentre enunciada en sí misma, sea porque tal consecuencias se
halle dispersa en otras normas del ordenamiento), puede presentársenos como expresión
concreta de ese nóumeno científico que es objeto de percepción , así como de pensamiento;
puede ser objeto percibido, cuando se observan los supuestos fácticos de la norma; pero a
la vez, puede ser objeto pensado, cuando se hace una asociación deductiva de una regla
general expresada en un enunciado al cotejarse con la ocurrencia en el mundo de un evento
que pudiere ser cobijada por ella para la producción de una asignación de consecuencias.
En síntesis, la investigación científica sobre un cuerpo de normas es empírica a la vez que
especulativa.

Esta postura encuentra, resulta una obviedad decirlo, fuertes contradictores. Menciónese,
sea de paso, sólo a uno de ellos: Mario Bunge. Bunge (2004: 23), cataloga al Derecho
como una mera técnica social. Esta categorización así expresada puede deberse un debido
entendimiento como mero sistema de regulación. Sin embargo, el Derecho puede ser, y es,
mucho más que eso.

Ahora bien, la defensa más acabada del Derecho como ciencia se encuentra en sus propias
escuelas jurídicas, en las teorías que estas han sustentado, pues ello demuestra que el
Derecho tiene la capacidad de lograr un conocimiento estructurado de su propio objeto, así
como de un trabajo interdisciplinario con otras ciencias. Así mismo, y siguiendo en lo
pertinente las tesis de Sartori (2002: 26-27), debe considerarse la esencialidad de un
instrumento lingüístico firmemente acendrado en la conciencia de los investigadores para
la formación de una Ciencia autónoma y crítica; es decir, deben estar las miras puestas en
la consecución de un lenguaje precioso. Ello es así toda vez que “en el pensamiento crítico
o cognoscitivo, la precisión del lenguaje es esencial. Utilizar una palabra en vez de otra
tiene importancia, y equivocar (esto es, usar impropiamente) un cierto término, equivale a
equivocar el concepto” (Sartori, 2002: 27).

Las escuelas jurídicas y sus teorías son, en síntesis, una muestra de la capacidad del
derecho para la consecución de un conocimiento estructurado, a la vez que un esfuerzo de
construcción de un instrumento lingüístico. Por esta razón, a continuación se exponen los
postulados básicos de un número de ellas, para presentar con esto un panorama de lo que el
Derecho como ciencia puede ofrecer. Deberá aclararse que la exposición tendrá como eje
central las escuelas de corte hermenéutica, toda vez que en ellas es más latente un esfuerzo
por el afianzamiento de un instrumento lingüístico.

En primer lugar, la Escuela de la Exégesis de origen francés, y posterior a ello con fuertes
influencias del positivismo científico del siglo XIX, vio en el derecho una mero ejercicio
silogístico donde el caso particular encaja automáticamente en el general, siendo así que al
juez no le queda más que sacar una conclusión inmediata donde no median ni su juicio ni
la fuerza de su razón. El juez no puede crear el derecho, pues ya el derecho está dado por el
legislador, representante de la voluntad general. Se partía pues, de la base de que la norma
contemplaba suficiente y profundamente todos los casos posibles que pudieren presentarse.
Esta tendencia está asociada a la ideología de la revolución francesa, que propugnaba por
mayor seguridad frente a los devaneos de los jueces, en favor del antiguo régimen. De ahí
que pueda asociarse, esta escuela, con una concepción más compleja del derecho, el
iuspositivismo, para el que “el Derecho es explicado por su propia materialidad coercitiva,
previsibilidad y seguridad” (Wolkmer, 2008: 109). Ahora bien, siguiendo a Vásquez
(2003: 53) la Exégesis puede caracterizarse por el seguimiento de tres principios básicos:
regulación suficiente de la norma positiva, interpretación lexicográfica e interpretación y
aplicación literal del juez.

Ahora bien, esta perspectiva teórico-jurídica ha recibido abundantes y suficientes críticas,


que apuntan a mostrar sus grandes errores en cuanto a la solución de contradicciones tan
sustanciales como las que se suceden en las antinomias, así como a los problemas
derivados de las lagunas legislativas. Por lo demás, exigirle al juez que interprete
literalmente la ley es tanto como convertirlo en un sujeto pasivo y aislado del contexto
sociocultural en el que se halla, contexto que debe tomarse en cuenta para que sus
decisiones, siendo formalmente correctas, no sean materialmente injustas.

Resulta pertinente hablar, en un segundo momento, del Realismo Jurídico, a manera de


“reacción” a la Escuela de la Exégesis y su rígido silogismo jurídico. Para esta corriente el
derecho se encuentra inmerso en la sociedad, es parte de ella, es un momento de algo más
amplio, razón por la cual el juez de ser un activo creador de derecho. Si el derecho hace
parte de la sociedad y esta está en constante transformación, la legislación positiva no será,
por sí misma, suficiente para adecuarse a los cambios que se plantean; es, en consecuencia,
el juez, quien debe permanecer alerta al siempre presente cambio de las circunstancias para
adaptar el derecho a las nuevas circunstancias. Las notas generales de esta corriente,
nuevamente guiados por Vásquez (2003: 67), pueden expresarse así: sociedad y derecho
están en flujo constante, éste medio para la consecución de fines sociales, separación
(metodológica) entre ser y deber ser y, finalmente, búsqueda de las razones de juez para su
decisión. Es importante ampliar esto: sólo haciéndose un estudio sobre las razones que
llevaron al juez a tomar determinada decisión, podrá establecerse con cierto grado de
seguridad cuál fue el derecho efectivo realmente aplicado.

Pero si a la Exégesis se el critica la subyugación del juez a la tiranía del legislador, al


Realismo Jurídico se le reprocha el convertir al juez en señor y amo del derecho. El peligro
de esta concepción, tal y como se ha planteado, es que pone al juez en una centralidad tan
superior que este se vuelve el derecho mismo. En ese sentido, caben recordar las palabras
de juez Charles Evans Hughes de la Corte Suprema de los Estados Unidos: “Hoy, con la
nueva Constitución, los derechos son aquello que los jueces dicen a través de las sentencias
de tutela” (López, 2006: 3). Así, pues, juez y derecho se hacen uno solo.

Bibliografía

Bachelard, G. (1978). El racionalismo aplicado. Buenos Aires: Paidós.

Bunge, M. (2004). La investigación científica: su estrategia y su filosofía. Ciudad de México:


Siglo XXI Editores.

_________. (1996). La ciencia, su método y su filosofía. Bogotá: Panamericana Editorial.

López Medina, E. (2006). El derecho de los jueces. Bogotá: Legis.

Mas, S. (2001). Simmel o la autoconsciencia de la modernidad. En Simmel, G., El individuo y la


libertad: Ensayos de crítica de la cultura (9-42). Madrid: Ediciones Península.

Sartori, G. (2002). La política: Lógica y método de las ciencias sociales. Ciudad de México:
Fondo de Cultura Económica.

Vásquez, S. (2003). El argumento judicial. Medellín: Librería Jurídica Sánchez.

Wolkmer, A. (2008). Historia de las ideas jurídicas. De la antigüedad clásica a la modernidad.


Ciudad de México: Editorial Porrúa.

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