El Teatro Del Siglo XX
El Teatro Del Siglo XX
El Teatro Del Siglo XX
EL TEATRO
POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL. BUERO VALLEJO Y LA FUNDACIÓN.
2. Novecentismo y vanguardias
Comienza el declive del género chico hacia 1910. El interés popular se dirige
ahora a las novedades del cine y a los diversos espectáculos de revistas,
canciones, cafés cantantes, etc., cuya frontera con el teatro no es a veces nada
fácil de trazar. Sin embargo, la zarzuela parece beneficiarse del ocaso de
sainetes, juguetes cómicos y otra piezas breves, aunque la renovación de su
repertorio no pasa de convertirla en un teatro lírico de consumo, ramplón y
superficial con rasgos regionales o localistas de fácil aceptación para un público
poco exigente. No obstante, existe algún caso de teatro lírico de calidad (La
vida breve, 1914 de Manuel de Falla con libreto de Carlos Fernández Shaw).
El teatro comercial continúa representando las comedias de salón de
Benavente y sus sucesores, el teatro poético modernista y numerosas piezas
cómicas. Dentro del tatro cómico la figura más destacada es la del alicantino
Carlos Arniches (1866-1943), autor de muchos sainetes de ambiente
madrileño en los que crea un peculiar lenguaje castizo, que pasaría luego al uso
popular. Abundan en él las deformaciones humorísticas de vocablos y
expresiones, los términos de argot, los juegos de palabras, las hipérboles
grotescas, las alusiones procaces, los equívocos y dilogías, los vulgarismos, los
gitanismos, etc. La decadencia del sainete llevó su teatro a partir de 1916,
fecha de estreno de La señorita de Trévelez, por el camino de lo que él
denominó tragedia grotesca, modalidad teatral a la que también pertenecen
¡Que viene mi marido! (1918), Los caciques (1920) y Es mi hombre (1921). La
comicidad se centra no sólo del lenguaje, sino que surge de las propias
situaciones dramáticas. Lo más interesante de estas obras es la tendencia hacia
la caricatura y lo grotesco, fusionando lo cómico y lo patético, lo risible y lo
conmovedor. Se han emparentando estas aparentes farsas con el teatro
expresionista europeo y han sido consideradas como un precedente del
esperpento de Valle-Inclán.
Menos interés tienen otros dramaturgos cómicos como los hermanos
sevillanos Serafín (1871-1938) y Joaquín (1873-1944) Álvarez Quintero,
que llevan a la escena una falsa y superficial Andalucía, o el gaditano Pedro
Muñoz Seca (1881-1936), creador del género llamado astracán (piezas
cómicas disparatadas, abundantes en retruécanos, equívocos y chistes fáciles),
cuya obra más conocida es La venganza de don Mendo (1918), parodia de los
dramas históricos neorrománticos.
Dentro de la línea innovadora destaca el barcelonés Jacinto Grau (1877-
1958), cuyas obras despertaron más interés en el extranjero que en su propio
país. Comenzó escribiendo un teatro de forma y fondo trágicos que buscaba la
inspiración en motivos literarios (Romancero o Don Juan) y clásicos (La Biblia):
El conde Alarcos (1907), Don Juan de Carillana (1913), El hijo pródigo (1917).
En su obra maestra, El señor de Pigmalión (1921), desarrolla un tema mítico,
en la que unos muñecos personifican tipos populares españoles que se rebelan
contra su creador, quien será finalmente abatido por el cervantino Pedro de
Urdemalas. La obra plantea diversos temas: la sublevación, a la manera de
Niebla de Unamuno, de los individuos frente a su diso creador; el ansia
colectiva de libertad; los rencores y pequeñas miserias que se incuban en todo
grupo humano; etc. En el prólogo Grau critica severamente a los empresarios,
autores y actores españoles por su exclusivo afán económico y su nulo interés
por el arte. El señor de Pigmalión es un buen compendio de los procedimientos
característicos de la vanguardia teatral: gusto por mezclar diversas tradiciones
literarias, cultivo de la farsa, utilización de muñecos y marionetas propios del
teatro de guiñol... En sus obras posteriores Grau siguió utilizando el subgénero
de la farsa, volvió a emplear mitos conocidos (en El burlador que no se burla,
1930, utiliza el de don Juan) e incorporó el uso de técnicas propias del teatro
expresionista alemán. Se exilió tras la guerra civil.
7. El teatro de posguerra
Con el paso del tiempo va surgiendo otro público, más crítico e inquieto,
especialmente en los ambientes universitarios. Con grandes dificultades, se
estrenan piezas de talante crítico, que duran poco en escena. Ante este
panorama, entre los dramaturgos cuyas obras muestran su disconformidad con
la realidad sociopolítica española se abre un debate que enfrenta a los que
están dispuestos a atenuar su crítica o amostrarla mediante alusiones,
símbolos, alegorías, guiños cómplices al espectador, etc. con tal de que sus
obras se representen y puedan ser conocidas por el público, y aquéllos otros
que pretenden expresarse con toda libertad aun a riesgo de toparse con la
censura y no ver sus dramas puestos en escena. En la época se identifican
ambas posturas con los nombres de posibilismo e imposibilismo, y sus más
destacados representantes son Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre.
Junto a ellos, otros dramaturgos en cuyas obras es patente la crítica social son
Lauro Olmo, José María Rodríguez Méndez, José Martín Recuerda, Carlos Muñiz,
Ricardo Rodríguez Buded, Andrés Ruiz...
Características generales del teatro social-realista:
Temas comunes: la injusticia social, la explotación del trabajador, las
precarias condiciones de vida de obreros y empleados, la actitud
egoísta de los poderosos, la tristeza general de la vida española, el
recuerdo omnipresente de la Guerra Civil
Los personajes suelen estar marcados por su condición de víctimas
Formas dramáticas y tradición literaria: realismo naturalista,
expresionismo vanguardista y el teatro español del primer tercio del
siglo XX (farsas y esperpentos de Valle-Inclán, la tragedia grotesca de
Arniches y el teatro popular de Lorca o Alberti)
Lenguaje: directo, sin eufemismos, violento, provocador, con formas
populares y coloquiales, voces malsonantes, exclamaciones,
anacolutos...