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El Tragaldabas

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Érase una vez una abuela que tenia muchos años 

y tres nietas. Una grande y


educada; otra mediana, distraída y contestona; y la otra pequeña, pequeña,
pequeña.

El día de su cumpleaños, la abuela decidió invitarlas a comer su mejor pastel:


aquel que hacia con harina, leche  y huevos. 

En la despensa de la abuela había de todo: arenques en aceite, jamón de ciervo,


tomates en conserva; mermelada de melocotón, de pera, de higo; pepitoria
para pollos, picadillo para sopas; ajo y perejil para cualquier cosa… Lo único
que le faltaba en ese momento era harina, leche y huevos.

_¡Qué despistada soy! –  se dijo-.  Bueno, encargaré una cosa a cada nieta y
ya está.

Primero llamó a la mayor:

¡MariAsunciondelaConcepcióoon…!  Y le encargó la harina

Después a la mediana:

¡CeliaPaulaLucíaaa…!  Y le encargó traer la leche.

La pequeña estaba en la cocina, aunque nadie se había enterado.

¡Pepiii…!
_¿Qué traigo, abuela?

Viendo que, con  su estatura, no podía traer huevos, le dijo:

_Necesito una docena de..  pero eres tan pequeña…  Nada, nada, ¡déjalo!

-¿Una docena de huevos?  ¡Claro que puedo!

Y se fue cantando:

_Una docena de huevos, una docena de huevos…

Entretanto, la abuela decidió preparar para sus nietas una sorpresa en la


bodega: ¡pan con miel!. No se dio cuenta de que aquella era la comida favorita
del tragaldabas. En cuanto olió el pan con miel, el mal bicho bajó a la bodega y
se lo comió todo; y, como aún tenia hambre, se quedó esperando a que llegara
alguien más para comérselo también.

Entonces, la nieta mayor llegó a la cocina:

-¡Abuela, aquí está la harina!

-Pues por haber sido tan buena, baja a la bodega a comer pan con miel.

-¡Pan con miel! ¡Qué sorpresa!

Bajó por las escaleras, oscuras, frías y tenebrosas. Empujó la puerta de la


bodega, que se abrió haciendo chirriar sus bisagras, y oyó una voz que decía:

__ MAYOR, MAYOR, NO TE ATREVAS A PASAR; QUE SOY EL TRAGALDABAS ¡Y


TE VOY A ZAMPAR!

Pensando que alguien le quería gastar una broma entró. Y el tragaldabas,


haciendo  GROUM-GROUM-GROUM…, ¡se la comió!

Poco después llegó la nieta mediana con la leche y la abuela también la mandó
a la bodega. Bajó por las escaleras, oscuras, frías y tenebrosas. Empujó la
puerta, que se abrió haciendo chirriare sus bisagras, y oyó una voz que decía:

__MEDIANA, MEDIANA,  NO TE ATREVAS A PASAR;  QUE SOY EL TRAGALDABAS


¡Y TE VOY A ZAMPAR!
Pensando que era su hermana mayor, que quería comerse todo el pan con
miel, entró. Y el tragaldabas, haciendo  GROUM-GROUM-GROUM…, ¡se la
comió!

Entonces llegó Pepi con una docena de huevos morenos:

__¡Abuela, mira, no se ha roto ni uno!

__¡Estupendo! Pues baja a la bodega a comer pan con miel.

Bajó por las escaleras, oscuras, frías y tenebrosas, saltando y cantando:  ¡Pan
con miel, pan con miel…!.  Abrió la puerta de un empujón, cantando:  ¡Pan con
miel, pan con miel…!

Tan contenta iba que ni se enteró de que el tragaldabas estaba en medio de la


bodega, dormido y con la boca abierta.

Cantando  ¡Pan con miel, pan con miel…!  se metió por la boca del tragaldabas
y llegó hasta la barriga. Y, desde dentro, se oía:  ¡Pan con miel, pan con miel…!

La abuela terminó de hacer la tarta, pero las nietas no subían; hizo galletas,
paella, lentejas…, pero las nietas no subían; limpió la cocina, arregló una
gotera…, pero las nietas no subían. Cuando ya tenía comida para un regimiento
y la casa relucía como nunca, se dio cuenta de que algo debía pasar porque sus
nietas tardaban demasiado:

__Voy a ver qué hacen esas tres traviesas.

Bajó por las escaleras oscuras, frías y tenebrosas. Empezó a abrir la puerta,
pero chirriaba tanto que subió a por la aceitera y engrasó las bisagras. Abrió de
nuevo la puerta, ya sin ruido; y cuando iba a dar un paso, oyó la voz del
tragaldabas:

¡ABUELA, Abuela!!

No tuvo que oír más, porque conocía de sobra aquella voz. En dos saltos se
plantó en la cocina y, con un disgusto enorme, salió llorando a la calle.

Entonces pasó por allí un general:

__¿Qué te pasa, abuela?  (no era su abuela; pero, a veces, los generales hablan
así)
__ ¡Ay, hijo…!  (no era su hijo; pero, a veces, las abuelas hablan así)

Se me ha metido el tragaldabas en la bodega y se ha comido a mis


nietecitas… ¡y el pan con miel también!

__ ¿El tragaldabas? Déjemelo a mí, abuela.

El general mandó llamar a su ejército. El ejército llegó con sus tanques. De los
tanques salieron soldados. Los soldados bajaron a la bodega y el tragaldabas,
haciendo  GROUM-GROUM-GROUM …, ¡se los comió!

__¡Bueno, pues hemos perdido la batalla!  -dijo el general. Y se fue a buscar


otro ejército.

La abuela tenía un disgusto para morirse. Lloraba desconsolada, cuando oyó


una voz que susurraba:

___¡Abuela, deje de llorar …!

La abuela miró a todas partes, pero no veía a nadie.

__ ¡Abuela, que me voy ahogar con esos lagrimones!

La abuela miro abajo, vio una hormiga, y le contó lo que había pasado.

__ ¿El tragaldabas? –  dijo la hormiga-.  ¡Déjemelo a mí!

__ No, que tú eres muy pe…

Pero, recodando lo que había pasado con Pepi, cambió de idea.

La hormiga bajó las escaleras oscuras, frías y tenebrosas. No abrió la puerta; se


coló por la rendija que tenía debajo para que pudieran pasar las hormigas. El
tragaldabas estaba durmiendo, después de haberse comido un ejército, tres
nietas y todo el pan con miel.

La hormiga se le subió al pie ( y ya sabemos las cosquillas que hacen las


hormigas en los pies…).
El tragaldabas se rascó el pie, pero la hormiga ya se le había subido a la rodilla.
El tragaldabas se rascó la rodilla, pero la hormiga ya estaba en el ombligo. El
tragaldabas se rascó el ombligo, pero la hormiga ya iba por el hombro. El
tragaldabas se rascó el hombro, pero la hormiga se metió en una oreja (y ya
sabemos las cosquillas que hacen las hormigas en las orejas…).

El tragaldabas empezó a mover la cabeza, desesperado, a un lado y a otro,


hasta que se arreó un cabezazo contra la pared y perdió el conocimiento.

Al oír aquel golpe tremendo, la abuela bajó a la bodega; y, como antes de


jubilarse había sido cirujana, allí mismo le abrió la barriga y sacó al ejército, a
las tres nietas, el pan con miel, y un butanero con su bombona (que el
tragaldabas debió comerse en otro cuento); y se fueron a celebrar el
cumpleaños, porque tenían bastante comida para todos.

Cuando el tragaldabas salió de la anestesia, con la barriga vacía, en dos saltos,


se plantó en la cocina.

Encima de la mesa encontró un trozo de pastel con un cartelito:

Entonces, de detrás de la puerta, salieron la abuela, las tres nietas, el ejército, el


butanero y  la hormiga.
El tragaldabas emocionado empezó a llorar como una magdalena. Le dieron la
receta de las habichuelas con chorizo, de las lentejas, de la paella de marisco…
y nunca más volvió a comerse ninguna persona.

Desde entonces, todos los años, el cumpleaños de la abuela lo celebren juntos


la abuela, las nietas, el ejército, el butanero, la hormiga…

¡ y el tragaldabas!

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