El Principe Resumen 3
El Principe Resumen 3
El Principe Resumen 3
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modos: o surgen como tales en un todo, o aparecen como miembros añadidos
al Estado ya hereditario del príncipe que los adquiere.
Estos Estados nuevos ofrecen a su vez una subdivisión, porque: o están
habituados a vivir bajo un príncipe, o están habituados a ser libres; o el príncipe
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que los adquirió lo hizo con armas ajenas, o lo hizo con las suyas propias; o se
las proporcionó la suerte, o se las proporcionó su valor. En este capítulo
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presenta el esquema de toda su obra.
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en tiempo brevísimo, los nuevos Estados pasarán a formar un solo cuerpo con
el antiguo suyo.
Pero cuando se adquieren algunos Estados que se diferencian del
propio en lengua, costumbres y constitución, las dificultades se acumulan, y es
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menester mucha sagacidad y particular favor del cielo para conservarlos.
Residiendo en su Estado nuevo, aunque se produzcan en él
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desórdenes, puede muy prontamente reprimirlos, mientras que, si residen en
otra parte, aun no siendo los desórdenes de gravedad, tiene difícil remedio.
Los súbditos se alegran más de recurrir a un príncipe que está al lado
suyo que no es uno que está distante, porque encuentran más ocasiones de
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resúltanle muy sospechosos al príncipe que, por ministerio de ellos, se tornó
más poderoso.
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rebeló contra los sucesores de éste, después de su muerte.”
De dos modos son gobernados los principados conocidos. El primero
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consiste en serlo por su príncipe, asistido de otros individuos que,
permaneciendo siempre como súbditos humildes al lado suyo, son admitidos,
por gracia o concesión, en clase de servidores, solamente para ayudarle a
gobernar. El segundo modo como se gobierna, se compone de un príncipe,
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sus propios ciudadanos que de cualquier otro modo.
Hablando con verdad, el arbitrio más seguro para conservar semejantes
Estados es el de arruinarlos.
Para justificar tan cuidad su rebelión invocará su libertad y sus antiguas
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leyes, cuyo hábito no podrán hacerle perder nunca el tiempo y los beneficios
del conquistador. Por más que éste se esfuerce, y aunque practiquen un
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expediente de previsión, si no se desunen y se dispersan sus habitantes, no
olvidará nunca el nombre de aquella antigua libertad.
No concuerdan los ciudadanos entre sí para elegir otro nuevo, y , no
sabiendo vivir libres, son más tardos en tomar las armas, por lo cual cabe
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apenas hacen más que imitar a sus predecesores en las empresas que llevan a
cabo.
Los príncipes que son nuevos en un todo, y cuyo soberano es
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constreñirlos a creer todavía.
Los príncipes de la especie a que vengo refiriéndome, experimentan
sumas dificultades en su manera de conducirse, porque todos sus pasos van
acompañados de peligros y necesitan gran valor para superarlos. Pero cuando
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han triunfado de ellos y empiezan a ser respetados quedan, al fin, asegurados,
reverenciados, poderosos y dichosos.
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De simple particular que era, ascendió al príncipe de Siracusa, sin que la
fortuna le procurara otro recurso que el de una favorable ocasión.
Había sido virtuoso en su condición privada que, en sentir de los
historiadores, no le faltaba entonces para reinar más que poseer un trono.
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sola fortuna, llegan a él sin mucho trabajo, pero lo encuentran máximo para
conservarlo en su poder. Los obstáculos les cercan por todas partes. Esos
príncipes no consiguieron su Estado más que de uno u otro de estos dos
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Asciende a un príncipe, lo puede hacer todavía de otros dos modos, sin
deberlo todo al valor o a la fortuna, no conviene omita yo tratar de uno y de
otros de esos dos modos, aun reservándome discurrir con más extensión sobre
el segundo, al ocuparme de las repúblicas. El primero es cuando un hombre se
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eleva al principado por una vía malvada u detestable, y el segundo cuando se
eleva con el favor de sus conciudadanos.
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La traición de sus amigos, la matanza de sus conciudadanos, su
absoluta falta de humanidad y de religión son , en verdad, recursos con los que
se llegan a adquirir el dominio, mas nunca la gloria.
No puede atribuirse a su valor o a su fortuna lo que adquirió sin el uno y
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sin la otra.
Así, un príncipe debe, ante todas las cosas, a conducirse con sus
súbditos de modo que ninguna contingencia, buena o mala, le haga variar,
dado que, si sobreviven tiempos difíciles y penosos, no le quedaría ya ocasión
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príncipe reinante.
Los que obran por cálculo o por ambición, manifiestan que piensan más
en é que en su soberano, y que éste debe prevenirse contra ellos y mirarlos
como enemigos declarados, porque en la adversidad ayudarán a hacerle caer.
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Un ciudadano llegado a un príncipe por el favor del pueblo ha de tirar a
conservar su afecto, lo cual es fácil, ya que el pueblo pide únicamente no ser
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oprimido. Pero el que llegó a ser príncipe con el auxilio de los grandes y contra
el voto del pueblo, ha de procurar conciliárselo, tomándolo bajo su protección.
Pero no hubiera logrado tamaños triunfos, si hubiera tenido el pueblo por
enemigo.
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Las soberanías de esta clase sólo pueden peligrar cuando se las hace
subir del orden civil al de una monarquía absoluta, en que el príncipe manda
por sí mismo, o por intermedio de sus magistrados.
Un soberano prudente debe imaginar un método por el que sus
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mantenimiento necesita de una de ambas cosas, o de las dos reunidas, por
cuanto el príncipe se sostiene en ellos por ministerio de instituciones que,
fundadas de inmemorial, son tan poderosas, y poseen tales propiedades, que
la aferran a su Estado, de cualquier modo que proceda y se conduzca.
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Únicamente estos príncipes tiene Estados sin verse obligados a defenderlos, y
súbditos, in experimentar la molestia de gobernarlos.
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CAPITULO 12: “De las diferentes especies de tropas y de los soldados
mercenarios”.
Me resta ahora reflexionar acerca de los ataques y de las defensas que
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pueden ocurrir en cada uno de los Estados de que llevo hecha mención.
Porque los principales fundamentos de todos los Estados, ya antiguos, ya
nuevos, ya mixtos, están en las armas y en las leyes, y, como no se conciben
leyes malas a base de armas buenas, dejaré a un lado las leyes y me ocuparé
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de las armas. Las armas con que un príncipe defiende su Estado pueden ser
tropas propias, o mercenarias, o auxiliares, o mixtas, y me ocuparé por
separado de cada una de ellas.
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más temible en las auxiliares es la valentía. Pero un príncipe sabio, evitará
siempre valerse de unas y de otras, y recurrirá a sus propias armas prefiriendo
perder con ellas a ganar con las ajenas.
Por lo cual, el que, estando al frente de un principado no descubre el mal
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en su raíz, ni lo advierte hasta que se manifiesta, no es verdaderamente sabio.
Infiero de lo dicho que ningún principado puede estar seguro cuando no
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tiene armas que le pertenezcan en propiedad.
vida que en las cosas militares, perdieron sus estados. La primera causa que
haría a un príncipe perder el suyo, sería abandonar el arte de la guerra, como
la causa que hace adquirir un reino al que no lo tenía, es sobresalir en ese arte.
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costa quiere ser bueno, cuando de hecho está rodeado de gentes que no lo
son, no pueden menos que caminar hacia un desastre. Por ende, es necesario
que un príncipe que desee mantenerse en su reino, aprenda a no ser bueno en
ciertos casos, y a servirse de su bondad, según que las circunstancias los
exijan.
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Los príncipes, por hallarse colocados a mayor altura que los de demás,
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se distinguen por determinadas prendas personales, que provocan la alabanza
o la censura. Uno es mirado como liberal y otro como miserable.
Uno se reputa como más generoso, y otro tiene fama de rapaz; uno pasa
por cruel, y otro por compasivo; uno por carecer de lealtad, y otro por ser fiel a
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sus promesas; uno por afeminado y pusilánime, y otro por valeroso y feroz; uno
por humano, y otro por soberbio; uno por casto, y otro por lascivo; uno por
dulce y flexible, y otro por duro e intolerable; un por grave, y otro por ligero; uno
por creyente y religioso, y otro por incrédulo e impío.
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y quiere mudar la conducta, se atraerá repentinamente el oprobio anejo a la
avaricia.
No pudiendo, un príncipe, sin que de ellos le resulte perjuicio, ejercer la
virtud de la liberalidad de un modo notorio, debe, si es prudente, no inquietarse
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de ser notado de avaricia.
Por tal arte, ejerce la liberalidad con todos aquellos a quienes no toma
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nada, y cuyo número es inmenso, al paso que no es avaro más que con
aquellas a quienes no da nada, y cuyo número es poco crecido.
Lo único que puede perjudicarle es gastar sus propios bienes, porque
nada hay que agote tanto como la liberalidad desmedida. Mientras la ejerce,
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con humanidad, sin que mucha confianza le haga impróvido, y mucha
desconfianza le convierta en un hombre insufrible. Y aquí se presenta la
cuestión de saber si vale más ser temido que amado. Respondo que
convendría ser una cosa y otra juntamente, pero el partido más seguro es ser
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temido antes que amado.
Los hombres se atreven más a ofender al que se hace amar que al que
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se hace temer, porque el afecto no se retiene por el mero vínculo de la gratitud,
que , en atención a la perversidad ingénita de nuestra condición, toda
ocasión de interés personal llega a romper, al paso que el miedo a la autoridad
política se mantiene siempre con el miedo al castigo inmediato, que no
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abandona nunca a los hombres. El príncipe que se hace temer, sin al propio
tiempo de hacerse amar, debe evitar que le aborrezcan, ya que cabe inspirar
un temor saludable y exento de odio, cosa que logrará con sólo abstenerse de
poner mano en la haciendo de sus soldados y de sus súbditos, así como de
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CAPITULO 18: “De qué modo deben guardar los príncipes la de dada”.
Es necesario que el príncipe sepa que dispone, para defenderse, de dos
recursos: la ley y la fuerza. El primero es propio de hombres, y el segundo
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este precepto sería detestable, pero, como son malos, y no observarían su fe
respecto al príncipe, si de incumplirla se presentara la ocasión, tampoco el
príncipe está obligado a cumplir la suya, si a ello se viese forzado.
No hace falta que un príncipe posea todas las virtudes de que antes hice
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mención, pero conviene que aparente poseerlas.
Puede aparecer manso, humano, fiel, leal, y aun serlo. Pero le es
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menester conservar su corazón en tan exacto acuerdo con su inteligencia que,
en caso preciso, sepa variar en sentido contrario. Un príncipe, y especialmente
uno nuevo, que quiera mantenerse en su trono, ha de comprender que no le es
posible observar con perfecta integridad lo que hace mirar a los hombres como
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que, si a todos estos preservativos se añade la benevolencia del pueblo, es
casi imposible que nadie sea lo bastante temerario para conspirar.
Los príncipes sabios y los Estados bien ordenados cuidaron siempre
tanto de contentar al pueblo, como de no descontentar a los nobles hasta el
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punto de reducirlos a la desesperación. Es esta una de las cosas más
importantes a que debe atender un príncipe.
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Cualquiera que reflexione sobre lo que dejo expuesto, verá que el odio, o
el menosprecio, o ambas cosas juntas, fueron la causa de la ruina de los
emperadores que he mencionado. Sabrá también por qué, habiendo obrado
parte de ellos de una manera, y otra parte de la manera contraria, sólo dos,
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CAPÍTULO 20: “Si las fortalezas y otras muchas cosas que los príncipes
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las ocasiones propicias, debilitar su genio belicoso, y provocar su
afeminamiento progresivo.
Los príncipes, y especialmente los nuevos, hallaron muchas veces más
fidelidad y más provecho en los hombres que al principio de su reinado les eran
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sospechosos, que en aquellos en quienes al empezar ponían toda su
confianza.
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CAPITULO 21: “Como debe conducirse en príncipe para adquirir alguna
consideración”.
Nada granjea más estimación a un príncipe que las grandes empresas y
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convertirá en esclavo suyo en algún modo. Ahora bien: los príncipes deben
evitar, cuanto les sea posible, quedar a discreción de los otros príncipes.
Ha de manifestarse el príncipe amigo generoso de los talentos y honrar
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sus ministros, los cuales son buenos o malos, según la prudencia usada en
dicha elección. El primer juicio que formamos sobre un príncipe y sobre sus
dotes espirituales, no es más que una conjetura, pero lleva siempre por base la
reputación de los hombres de que se rodea. Si manifiestan suficiente
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capacidad y se muestran fieles al príncipe tendremos a éste por prudente,
puesto que supo conocerlos bien, y mantenerlos adictos a su persona. Si, por
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el contrario, reúnen condiciones opuestas, formaremos sobre él un juicio poco
favorable, por haber comenzado su reinado con una grave falta, escogiéndolos
así.
Cuando un príncipe, carente de originalidad creadora, posee inteligencia
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suficiente para discernir con mensura juiciosa lo que se dice y lo que se hace,
conoce las buenas y mala operaciones de sus consejeros, para apoyar las
primeras y corregir las segundas, y no pudiendo sus ministros abrigar
esperanzas de engañarle, se le conservan íntegros, discretos y sumisos.
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Cuando el príncipe vea a sus ministros pensar en ellos más que en él, y
regirse en todas sus acciones por afán de provecho personal, quede
persuadido de que tales hombres jamás le servirán bien.
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semejante contagio corren peligro de caer en el menosprecio. Para obviar
inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a comprender a los que le rodean
que no le ofenden por decirle la verdad. Pero si todos pueden decírsela, se
expone a que le falten al respeto. Así, un príncipe advertido y juicioso debe
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seguir un curso medio, escogiendo en su Estado algunos sujetos sabios, a los
cuales únicamente otorgue licencia para decirle la verdad, y esto
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exclusivamente sobre la cosa con cuyo motivo les pregunte, y no sobre
ninguna otra. Sin embargo, le conviene preguntarles sobre todas, oír sus
opiniones, deliberar después por sí mismo y obrar últimamente como lo tenga
por conveniente a sus fines personales.
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Concluyo que conviene que los buenos consejos, de cualquier parte que
vengan, dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio príncipe y que no se
funden en sí mismos como tales.
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discordancia con ella. Sin embargo, pensándolo bien todo, me parece que
juzgaré sanamente si declaro que cale mas ser violento que ponderado porque
la fortuna es mujer y por ello conviene, para conservarla sumisa, zaherirla y
zurrarla. En calidad de tal se deja vencer más de los que tratan con aspereza
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que de los que la tratan con blandura. Por otra parte, como hembra, es siempre
amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más irascibles y se le
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imponen con más audacia.
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